Subjetividades Posmodernas, Instituciones Modernas
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García Molina, J. y Páez, M.: “Subjetividades posmo dernas / educaciones modernas, en
Ana Barabtarlo (coord.) (2009): La historia de vida. El encuentro con nuestra subjetividad,
México, Castellanos editores, pp. 147-160.
1. Introducción. 1
Vivimos en un tiempo extraño, vertiginoso, problemático. En otras palabras, vivimos en un tiempo
de crisis económicas, sociales, vitales. Aunque cabría preguntarse: ¿qué tiempo no ha sido más o
menos así?; ¿qué tiempo no ha estado sometido a los designios de alguna crisis? Si pudiéramos
contestar, siquiera hipotéticamente, que de una u otra forma todos los tiempos han recibido esta
visita inesperada o han sido víctimas de esta dama cruel, podríamos afirmar que lo nuevo de este
tiempo y de estas sociedades en las que vivimos no es que haya problemas, pobreza, desigualdad,
falta de posibilidades para vivir una vida digna, precariedad, vulnerabilidad o, simplemente,
miedo u otras formas de malestar. Definitivamente, esta sucesión más o menos intencionada de
sustantivos nos remite a situaciones y predicados vividas por los hombres de todos los tiempos y
lugares.
Del mismo modo, en el pasar de unas generaciones a otras, en los momentos en los que
presentimos que se acerca el tiempo de ceder el testigo del mundo y sus asuntos a aquellos que
van llegando a la edad adulta, siempre nos asalta la sensación de que los nuevos –los jóvenes- no
están suficientemente preparados para la tarea. Pensamos, en voz alta o calladamente, que la
mayoría de ellos no son más que una panda de díscolos, poco aplicados, desobedientes, y que
“pierden su tiempo y nuestro esfuerzo” pensando en divertirse en vez de trabajar. Desde la
antigua civilización griega, pasando por la gran Roma y hasta llegar a la generación de los Beatles,
el Flower-Power, el hardrock, el rap o el reguetón, hemos encontrado testimonios de este temor.
Pareciera que, con cada nueva generación, el mundo vaya definitivamente a destruirse cuando, en
realidad, lo único que hemos podido constatar hasta el día de hoy es que, simplemente, re-
comienza.
Hanna Arendt articuló la cuestión de la educación justamente con la de la novedad que la
natalidad introduce en el mundo.2 La educación sería una suerte de responsabilidad de unos
adultos que deben transmitir un mundo viejo a aquellos que llegan a él como nuevos, con toda la
fuerza bruta que la novedad despliega. La novedad llega al mundo con cada nacimiento; irrumpe
en él provocando alegría y extrañamiento, ilusión pero también rechazo o resignación. ¿Por qué?
La alegría de la descendencia, de la ilusión de continuidad suele acabar hecha añicos cuando nos
apercibimos de que los chicos, los jóvenes, ya no son lo que nosotros fuimos. Y entonces, nos
1 En primer lugar es necesario reconocer la deuda que este artículo tiene con la producción escrita de -pero más si cabe con las conversaciones mantenidas con- la profesora Silvia Dustchatzky. 2 Hanna Arendt, La condición humana, Barcelona, Paidós, 1996.
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molesta su presunto afán por contrariarnos, su inclinación a introducir elementos caóticos en
nuestro mundo (más o menos) organizado desde la seriedad de la política y el trabajo adultos.
Probablemente, y esto como todo no es más que una hipótesis a pensar, la novedad y su irrupción
sólo son la forma que la vida tiene de resistirse a la rigidez de las tumbas y sepulcros que la
continuidad del mundo adulto quiere imponerle bajo los textos y pretextos que sancionan y
glorifican la ley, el mañana, el valor del esfuerzo y del trabajo. A poco que nos parásemos a mirar
en qué tipo de mundo vivimos, en qué tipo de mundo hemos vivido más o menos siempre,
sabríamos que no hay ni una sola prueba a favor de las alabanzas a las supuestas bonanzas del
trabajo y el esfuerzo. Antes al contrario, podríamos demostrar -sin esfuerzo alguno- que millones y
millones de personas han trabajado hasta el agotamiento, la extenuación o la muerte, sin encontrar
por ello dignidad, reconocimiento o riqueza ninguna.
2. Hay crisis y crisis
Dejemos aparcadas, de momento, estas disquisiciones y volvamos a la crisis de nuestro tiempo.
Decía que la sensación de crisis no es nueva. Lo nuevo, en todo caso, es la forma en la que las crisis
se dan, las dimensiones que cobran, las expectativas que sacuden, los movimientos que generan.
Podríamos decir, para avanzar, que hay crisis y crisis, cambios y cambios, revoluciones y
revoluciones. Los sabemos hace mucho tiempo y, sin embargo, no logramos acostumbrarnos a su
omnipresencia. Acabamos pensando que nuestras crisis son las peores, seguramente porque son
nuestras, porque nos tocan a nosotros, porque están aquí y ahora. Por todo ello, no alcanzamos un
estado de ánimo distanciado, ni la tranquilidad requerida para poder pensarlas sin lanzarnos a
proclamar que cualquier tiempo pasado fue mejor… cuando la verdad es que sólo fue pasado.
Entonces podríamos decir, en una fórmula tan auto-circular como necesitada de
explicaciones, que “hay crisis y crisis”. Me explico, las primeras son aquellas en las que percibimos
y experimentamos un giro dentro de una misma racionalidad, episteme, paradigma o narrativa o
forma de entender el mundo. A pesar de los cambios que la crisis introduce, el mundo en el que
vivimos y las situaciones que nos acontecen pueden seguir siendo explicadas desde los marcos de
análisis y los discursos ya existentes. No obstante, también hay crisis, cambios y revoluciones, que
adquieren la forma de un devenir caótico, de un estallido que provoca inconmensurabilidad
(¿recuerdan a Thomas Kuhn y Paul Feyerabend?). Inconmensurabilidad con el presente que
vivimos, con las aspiraciones del pasado y con las escasas herramientas que tenemos para pensar
ambas cuestiones. En estas crisis, nada indica que la descomposición, el giro, la ruptura de la lógica
o la narrativa maestra, venga acompañada de una recomposición general, diferente en su forma
pero idéntica en su función totalizadora, totalizante, explicadora, tranquilizadora.
El problema toma, en este punto, otros matices. Obviamente, no es que nuestras crisis sean
peores, sino que estamos mucho menos entrenados para pensar los cambios de paradigma (o
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narrativa) que los cambios en el paradigma. El problema es que esta transformación no puede -al
menos a priori- ser pensada con los recursos con los que pensábamos la narrativa anterior. Y ahí
nos sentimos desamparados, inválidos, como niños chiquitos que aún no tienen las palabras para
decir lo que les pasa y por qué les pasa. Pero, justamente por ello -porque las herramientas a
nuestro alcance son infinitamente más escasas- deberíamos atrevernos a permanecer mucho más
atentos a los signos que emite la nueva configuración, acercarnos a ella sin demasiados
prejuicios, acercarnos como quien llega “a ver qué pasa”, a fisgonear. Podríamos entonces,
aquellos que nos llamamos científicos sociales, intentar (d)escribir lo que vemos sin emitir
demasiado apresuradamente juicios. El problema es, entonces, el de la mirada y el de la escritura.
La dificultad es tan grande como las intenciones: pensar y escribir sobre aquello, pero sobre todo
entre aquello, que nos es desconocido, extraño, inquietante. ¿Cómo escapar en esta tesitura a la
tradición de la escritura del experto y su monólogo, del informe de cuentas, del reformador y sus
juicios y críticas? ¿Cómo escapar a los formalismos y las jerarquías de los textos científicos,
demostrativos y prescriptivos sin perder el interés y capacidad para sugerir, seducir y guardar
cierta coherencia y penetración analítica? Aún no tengo respuesta, pero sí una convicción: para
examinar este presente de la educación no hay manual de instrucciones. Cabrá empezar a
escribirnos uno.
Creo que para empezar a construirnos este manual, por ahora, sólo contamos con dos tipos
de herramientas. De un lado, ciertos análisis sociológicos más o menos generales acerca de las
causas que nos han conducido a las situaciones en las que nos encontramos enredados. De otra,
nuestra decisión de acercarnos a las situaciones, de ir a ver qué pasa allí donde las cosas pasan
para ver qué signos emiten. Y aquí surge una primera dificultad; a saber, la primacía de lo primero
sobre lo segundo. Y es que demasiadas investigaciones que afirman querer estudiar lo que
acontece en los territorios educativos acaban teniendo como objeto de estudio a los libros y como
territorio de verificación la biblioteca o el despacho. Si queremos saltar por encima de todo el bla
bla bla imperante en los territorios educativos, si queremos zafarnos de todos esos automatismos
del pensar, del decir y del escribir, del “cielo de la mente lleno de loros” -como llamaba el poeta
Paul Valéry al uso de esas palabras que lo dicen todo pero no explican nada3-, si queremos
realmente zafarnos de ello, cabe prestar atención a los signos que las situaciones emiten y mostrar
disposición para poder convertir las texturas de las realidades vivas en textos; para intentar un
imposible: que nuestros textos sean tan vivos como la propia realidad. Trabajar para que, en algún
punto, seamos capaces de acortar la brecha que hay entre los territorios educativos que
observamos y los mapas que construimos para transitarlos y hacerlos habitables.
3 Paul Valéry, La idea fija, Madrid, Visor, 1998.
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3. Signos de nuestro tiempo
La última década del siglo pasado fue escenario de la emergencia, al menos en las llamadas
sociedades desarrolladas, de transformaciones significativas en la configuración de la estructura y
morfología social (cabe recordar, entre otros, los estudios de Castells, Bech, Bauman, Chomsky,
etc.). De todos es sabido que estos analistas de lo social coinciden en señalar que los cambios
acaecidos en las últimas décadas configuran nuevas leyes y formas de relación que rigen en lo
económico, lo político y lo cultural (contextos en los que se juega la materia prima con la que se va
constituyendo nuestra subjetividad). Los cambios económicos pasan por la lógica violenta de las
multinacionales, sus monopolios y expansiones, el mercado global financiero global y la
precarización del trabajo. Los cambios en lo político (en las relaciones de gobierno y de poder) se
observan en la crisis del Estado-nación como entidad soberana que ostentó el monopolio legítimo
de las políticas económicas, sociales y educativas, hoy en día sometidas a las leyes y designios del
mercado global. Por su parte, los cambios en las configuraciones culturales encuentran suelo en la
imposición de las tecnologías de la información; el auge de nuevos movimientos sociales y
culturales que ponen en jaque las formas de autoridad clásica (desde el antiautoritarismo, el
feminismo, el ecologismo y distintas formas de armar movimientos colectivos); las migraciones (de
todas partes y a todos lados); las paradojas de la globalización que por un lado mcdonalizan el
mundo y la cultura y por otro hacen resurgir un auge de los localismos, etc. Todos estos elementos
han configurado nuevos códigos y formas de representación, de comunicación y de relación con
los demás y, también, con nosotros mismos. Es decir, todos estos cambios configuran un nuevo
escenario en los modos de objetivación del mundo que, necesariamente, afectan a los modos de
subjetivación de sus habitantes.
En esta era del informacionalismo, la generación de riqueza, el ejercicio del poder y la creación
de códigos culturales (de relación social e, incluso, amorosa) han pasado a depender, en buena
medida, de la capacidad tecnológica de las sociedades y las personas. Las tecnologías posibilitan
modelos de relación bien diferenciados a los que hemos conocido hasta el momento. Este modelo
define una estructura social compuesta de redes interconectadas donde los individuos no se
organizan preferentemente en clases sociales dominantes y dominadas, sino en circuitos, que
posibilitan o limitan los accesos a los flujos de información, de capital, de trabajo o relaciones.
Gilles Deleuze defendía que hemos pasado de las sociedades disciplinarias de los siglos XVII al XIX
(tan ampliamente estudiadas por Michel Foucault) a las sociedades de control del siglo XX y XXI.4 El
sujeto disciplinario era un productor discontinuo de energía regulada por un mismo amo o
instancia trascendente (el Estado, la Ley, Dios) que imponía un orden y otorgaba cierta analogía a
los tránsitos de los individuos por la escuela, el cuartel, la fábrica, etc. Pero el sujeto de las
4 Gilles Deleuze, “Postscriptum a las sociedades de control”, en Conversaciones, Valencia, Pre-Textos, 1998.
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sociedades de control es ondulatorio, está en órbita, en una red continua producida por las
corporaciones o las multinacionales de todo tipo de servicios que, entre otras desregulaciones,
marcan los caminos para la configuración mass-mediática de la subjetividad. Si aceptamos las
premisas y desarrollos de estos estudios, creo que es oportuno hacerse algunas preguntas, al
menos, como casi siempre, a modo de hipótesis.
Hipótesis y/o premisa. La escuela es una institución moderna (un cierto lugar de encierro,
si seguimos la lógica disciplinar descrita por Foucault) en un mundo posmoderno (de tránsitos
fugaces, de desregulaciones o, en palabras de Michel Maffesoli, de arraigos dinámicos,
vagabundeos y nomadismos). La época es hija de la racionalidad moderna, de la burocratización
de las sociedades y la fe en la ciencia y el progreso; pero habita un tiempo de nuevos
reencantamientos del mundo. En una época de desfondamiento de las instituciones trascendentes,
de los saberes universales, de la autoridad moral de los líderes… la escuela se empeña en albergar
y producir un tipo de subjetividad sólida; una subjetividad que, quizás, no esté claro que pueda
habitar –al menos no completamente- ese modelo de escuela. Leído de otro modo. La escuela
aspira a configurar un dispositivo que albergue estudiantes (una institución que pretende instituir
la memoria, la conciencia, el tiempo lento de la lectura, el saber y la formación); pero, hoy en día, a
la escuela llegan sobre todo alumnos (chicos que están en un aula pero que llegan socializados y
subjetivados en la actualidad de la imagen mass-mediática, la opinión, la fluidez y rapidez de la
información). Los chicos viven buena parte de su vida en la pantalla (televisión, ordenador,
consola, reproductor…) y en las animaciones de la pantalla, todo es mas rápido y espectacular,
más intuitivo, conectivo y, sobre todo, entretenido.5 Es posible que la experiencia que relata el
ensayista estadounidense Nicholas G. Carr nos haya acontecido a muchos de nosotros; al menos a
aquellos que no nos hemos negado a acceder y trabajar con las TIC. Carr asegura que ya no piensa
como antes y se apercibe de ello sobre todo cuando lee. Antes se sumergía en un libro y era capaz
de zamparse páginas y páginas hora tras hora. Pero ahora sólo aguanta unos párrafos y se
desconcentra, se inquieta y busca otra cosa que hacer. La lectura se ha convertido en un verdadero
esfuerzo. En un artículo titulado Is Google making us stupid? (¿Está Google volviéndonos tontos?),
publicado en la revista The Atlantic, Carr achaca su desorientación a una razón principal: el uso
prolongado de Internet. Los medios suministran el material del pensamiento, pero también
modelan el proceso de pensar.6 Entonces, si Internet se está convirtiendo en el medio universal
asumido por mayoría parece que nos hemos lanzado definitivamente a la recepción de la
información rápida, en pequeñas porciones y de manera interactiva… Está bien, pero entonces no
nos extrañemos de la disminución de nuestra capacidad para contemplar, concentrarnos, pensar,
5 Sherry Turkle, La vida en la pantalla, Barcelona, Paidós, 1998. 6 Puede consultarse esta información en el artículo Internet cambia la forma de leer.. ¿y de pensar?, en El País digital del 10/10/2008.
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reflexionar. No nos sorprendamos del aburrimiento de los chicos y los jóvenes en la escuela o las
universidades. ¿No será este aburrimiento un indicador claro de los cambios en los modos de
subjetivación?
Diciéndolo un poco a la brava… ¡esto es lo que hay! No cabe lamentarse y suspirar por
tiempos pretéritos que, como de costumbre, no volverán. Con la queja, tan comprensible como
ineficaz, no lograremos que la educación, y mucho menos el mundo, vuelva a ser lo que un día fue.
No podremos cambiar a los chicos porque no podemos cambiar el mundo. Pero tampoco
queremos –y me atrevería a decir que tampoco debemos- eliminar la escuela de nuestras
sociedades. Lo que nos queda, al menos a algunos, es preguntarnos por las formas posibles de
habitar este mundo y no uno que, afortunada o desafortunadamente, no existe. Lo que nos queda a
algunos educadores es preguntarnos qué tipo de escuela puede albergar esta nueva configuración
de la subjetividad.
Una forma de empezar a pensar en como habitar este mundo podríamos buscarlo en la
máxima de Castells: estamos pasando de los flujos de poder al poder de los flujos. Haciendo un
ejercicio de importación conceptual, ampliamos el sentido de flujo y sus alcances al tránsito y
circulación de las personas. El tránsito de un espacio a otro, de un nodo a otro de la red, posibilita
a los individuos, como ocupantes de un espacio y un tiempo para la educación, establecer
relaciones con aquellos que circulan al tiempo por los mismos lugares, apropiarse (quizás
ligeramente, quizás de forma frágil o diferente a lo que se ha entendido hasta ahora) o usar
productos y capitales culturales que pertenecen a la red, sumarse y desligarse a corrientes, modas
y otras tendencias. Aquel que puede transitar por la diversidad de redes que la actualidad social
propone, dispone de una posibilidad para un desarrollo diverso y diversificado.
Esta nueva estructura y morfología social define, también, formas innovadoras de exclusión
social. La exclusión ya no habla sólo de pobreza, de falta de recursos materiales, también habla de
la limitación o imposibilidad de acceso a los recursos. En otras palabras, la pertenencia a/exclusión
de una red condiciona las dinámicas de inclusión/exclusión de los lugares económica, social y
culturalmente relevantes. Podemos pensar que la distancia entre los distintos elementos que
conforman una red es “cero”, mientras que la distancia entre elementos de redes diferentes es
“infinita”. Pertenecer a una red nos da acceso, no pertenecer a ella, o la falta de redes por las que
transitar puede hacer que paradójicamente, aunque tenga un servicio educativo cualquiera al lado
de mi casa, el acceso me esté vetado. Por ello, aunque la distancia geográfica sea apenas de unos
metros, acaba siendo infinita.
Entonces, una pregunta se me hace inevitable: ¿Puede el sistema escolar configurar esas
redes? ¿Puede hacer red con otras instituciones o nodos sociales y educativos que faciliten los
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tránsitos y apropiaciones de los sujetos de la educación? ¿Puede la escuela habitar estas nuevas
configuraciones subjetivas?
4. ¿Y ahora qué?
Me encantaría tener algunas soluciones guardadas en la chistera. Me encantaría que estos años de
pensamiento hubieran hecho aparecer algunas recetas para aplicarlas. Sin embargo, lo único que
han hecho es aumentar la cantidad de preguntas y afianzar algunas creencias (sin valor científico
alguno). Por lo que he podido investigar creo que ahora ya sabemos que los problemas de la
escuela son, cada vez más, problemas sociales. Sabemos también que los crecientes problemas y
procesos de inclusión y exclusión sólo pueden abordarse como dinámicas sociales complejas, sin
reducirlos a simples fórmulas sectorializadas en el interior de las paredes escolares. Las múltiples
crisis de la educación y de la transmisión no están en los medios utilizados, ni en los maestros, ni
en los contenidos, sino en una red de procesos interdependientes que superan con mucho al
propio sistema educativo. Son procesos económicos, culturales y vitales de carácter personal y
colectivo que movilizan muchos factores a la vez. Son procesos que requieren ir más allá de los
campos estrictos de los profesionales implicados y generar espacios de encuentro transversales.
Son, por tanto, procesos muy vinculados a los territorios en los que el individuo, la comunidad y
las relaciones sociales devienen elementos clave. En este contexto, la educación (y también la
escuela) juegan y pueden jugar ciertos papeles y algunos son, a mi parecer, significativos. Pero que
no pueden seguir siendo los de antaño o, al menos, no pueden jugarse como antaño.
Se me ocurre que la escuela no tiene porqué ser un lugar analógico con lo que pasa en el
mundo; y menos aún cuando lo que pasa en el mundo no nos acaba de convencer. Pero ello no
autoriza, en ningún caso, a ir en contra del mundo. Una escuela, una educación, que así fuera, iría
contra su propia naturaleza. La escuela tiene la oportunidad de ocupar un lugar entre el mundo y
los sujetos, ni fuera de él, ni siendo lo mismo. La escuela, si se piensa, tiene el privilegio de poder
ofrecer algo que el mundo de hoy no nos ofrece. Y eso, no pasa efectivamente por el uso de las
tecnologías en el aula (aunque tampoco lo anula), ni de ciertos valores, ni de ningún contenido
específico o particular. Lo cierto es que el mundo, la televisión, la familia o los amigos, ofrecen
todo eso a los chicos y, generalmente, de manera más directa, rápida y amena. Aquello que la
escuela –quizás y sólo quizás- pueda dar y que los chicos no encuentran en otros lados es…
tiempo. Tiempo para ralentizar un poco la corriente inmensa de los estímulos; tiempo para pensar,
hablar (preferiblemente con-versando) y debatir sobre ese mismo mundo, sus particularidades y
singularidades… Tiempo… frenar por un instante el flujo de sensaciones, el bombardeo de
imágenes y palabras, de canciones y discursos… tiempo para perder y reencontrar. ¿Puede ser esta
una oportunidad para una escuela posmoderna (aunque no del todo)?
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Tendrá finalmente razón el viejo Rousseau cuando se atrevía a afirmar que “la regla más
grande, la más importante y más útil de la educación, no es el ganar tiempo, sino perderlo”.
5. Bibliografía de referencia.
Deleuze, G., “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, en Conversaciones, Valencia, Pre-
Textos, 1996.
Deleuze, G., “¿Qué es un dispositivo?”, en VV.AA., Michel Foucault, filósofo, Barcelona, Gedisa,
1999, pp-155-163.
Duschatzky, S., Maestros errantes. Experimentaciones sociales en la intemperie, Buenos Aires, Paidós,
2007.
Duschatzky, S. y Corea, C., Chicos en banda, los caminos de la subjetividad en el declive de las
instituciones, Buenos Aires, Paidós, 2005.
García Molina, J., Dar (la) palabra. Deseo, don y ética en educación social, Barcelona, Gedisa, 2003.
García Molina, J. Imágenes de la distancia, Barcelona, Laertes, 2008.
Maffesoli, M., El tiempo de las tribus, Barcelona, Icaria, 1990.
Maffesoli, M., El nomadismo: vagabundeos iniciáticos, México, FCE, 2004.