Suplemento Cultural de La Jornada Veracruz Domingo 28 de febrero de … · 2016-02-29 · 2 Domingo...

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Suplemento Cultural de La Jornada Veracruz Domingo 28 de febrero de 2016 Año 1 / Número 2 Coordinador: José Armando Preciado Vargas Regreso a Maikh’ Sikh y otros cuentos Francisco Morales Hoil Primera entrega del libro de cuentos Entrevista a Citlalli Ramírez Ernesto Juárez Rechy Creadora de Las promesas del abismo, un trabajo coreográfico interdisciplinario Herminia: un antihéroe en la danza contemporánea Diego Salas Coproducción de Letty Domínguez y Adriana Jiménez que oscila entre el teatro y la danza Los libros de Hyperión Adán Delgado Reseña de la nueva novela de Salman Rushdie, Dos años, ocho meses y veintiocho noches CANTO / P AVEL S ANTA ROSA E d i t o r i a l E n el panorama educativo, social y académico del estado es innegable la importancia de su Universi- dad. La UV es, además, pilar cultural del país. Sus aportes a las artes y la literatura son incontables y variados. La oferta en las facultades de Artes Plás- ticas, Teatro, Música, Danza y Literatura atrae a alumnos de otros países, sin contar los talleres libres, escuelas de iniciación y festivales que propician la educación artística en los más pequeños y, también, en adultos. La UV y sus alumnos y egresados organizan y par- ticipan cada año obras de teatro, de danza (dos de ellas reseñadas en este segundo número de La Culturosa), con- ciertos (de jazz, música clásica, folklórica, experimental), performances, exposiciones, muestras, presentaciones de libros, coloquios, etcétera. En sus aulas, destacados representantes de su disciplina enseñan y dan clases, escultores en Artes Plásticas, bailari- nas en Danza, escritores en Literatura, músicos, dramatur- gos, investigadores... La Editorial de la UV es un hito en las letras mexicanas, fue la primera que publicó en México al nobel Gabriel García Márquez, y entre sus ilustres directores están Juan Vicente Melo, Sergio Galindo y Luis Arturo Ramos, por mencionar algunos. En suma, la cultura y las artes (como, por supuesto, las ciencias y la tecnología) han hallado en la Universidad Veracruzana una rica veta y una importante plataforma que es indispensable defender.

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Suplemento Cultural de La Jornada Veracruz � Domingo 28 de febrero de 2016 � Año 1 / Número 2 � Coordinador: José Armando Preciado Vargas

� Regreso a Maikh’ Sikh y otros cuentos

Francisco Morales Hoil

Primera entrega del libro de cuentos

� Entrevista a Citlalli Ramírez

Ernesto Juárez Rechy

Creadora de Las promesas del abismo, un trabajo coreográfico interdisciplinario

� Herminia: un antihéroe en la danza contemporánea

Diego Salas

Coproducción de Letty Domínguez y Adriana Jiménez que oscila entre el teatro y la danza

� Los libros de Hyperión

Adán Delgado

Reseña de la nueva novela de Salman Rushdie, Dos años, ocho meses y veintiocho noches

CANTO / PAVEL SANTA ROSA

E d

i t o

r i

a l E n el panorama educativo, social y académico del

estado es innegable la importancia de su Universi-dad. La UV es, además, pilar cultural del país. Sus aportes a las artes y la literatura son incontables y variados. La oferta en las facultades de Artes Plás-

ticas, Teatro, Música, Danza y Literatura atrae a alumnos de otros países, sin contar los talleres libres, escuelas de iniciación y festivales que propician la educación artística en los más pequeños y, también, en adultos.

La UV y sus alumnos y egresados organizan y par-ticipan cada año obras de teatro, de danza (dos de ellas reseñadas en este segundo número de La Culturosa), con-ciertos (de jazz, música clásica, folklórica, experimental), performances, exposiciones, muestras, presentaciones de libros, coloquios, etcétera.

En sus aulas, destacados representantes de su disciplina enseñan y dan clases, escultores en Artes Plásticas, bailari-nas en Danza, escritores en Literatura, músicos, dramatur-gos, investigadores...

La Editorial de la UV es un hito en las letras mexicanas, fue la primera que publicó en México al nobel Gabriel García Márquez, y entre sus ilustres directores están Juan Vicente Melo, Sergio Galindo y Luis Arturo Ramos, por mencionar algunos.

En suma, la cultura y las artes (como, por supuesto, las ciencias y la tecnología) han hallado en la Universidad Veracruzana una rica veta y una importante plataforma que es indispensable defender.

Domingo 28 de febrero de 20162

Esa tarde, el sol, como temiendo a las nubes cargadas de agua, se escondió tem-prano tras las montañas que marcan el principio del desierto. El bibliotecario entró a su casa con una gruesa tela roja bajo el brazo en la que llevaba envueltos los libros a los que debía restaurar alguna tapa, o alguna página, o de los que quería copiar algún texto, alguna historia, algún embrujo, y puso la tranca al cerrar la puerta.

Su mujer pregunta si todo está bien. Él responde afirmativamente. Ella inquiere entonces si va a comer ahora o más tarde. Él baja las escaleras que llevan hacia el sótano sin contestar. Aduce estar cansado y pide no ser interrumpido; dice que estará abajo. Ella entorna los ojos. Su marido suele tener este tipo de compor-tamientos, pero no por eso ella tiene que entenderlos o justificarlos. Va a otra habi-tación, prende algunas velas y se prepara un baño aromático.

Aari Umayr “El de los ojos sin párpados”, retoma nuevamente su desco-munal tarea, que aparenta volverse cada día menos imposible. Aunque lejano aún, el origen de Maikh’ Sikh parece mostrar algunas bases sólidas, algunas orillas, piezas sueltas de un rompecabezas, en las que, sin embargo, el bibliotecario confía. Está consciente de que no será fácil, de que es casi seguro que no será él quien termine, pues aún quedan muchos años —décadas, tal vez siglos— de trabajo, pero también sabe que los pasos que él logre dar en pos de su meta serán valiosos para quien lo suceda.

Hay un grave problema, sin em-bargo, y el aciago hombre de letras lo sabe mejor que nadie: Él no cuenta ya con una descendencia que pueda relevarlo en su quehacer. Su primogénito murió hace años, y cada día que pasa se percata de lo difícil que resultaría encontrar a su hijo menor, vendido al nacer a una caravana amazigh.

No obstante, él no permite que estos pensamientos lo distraigan de su labor. Se concentra. Su tarea, lo sabe perfectamente, es demasiado importante como para que nadie la continúe, y dado que no está dentro de sus posibilidades

encontrar una solución inmediata para ese problema, hace mucho que llegó a la con-jetura de que el tiempo, de que el mundo, serán los que obren la vía para llegar a la conclusión de su faena.

Mientras, él trabaja, incansable, ante la titilante luz de una lámpara de aceite que ha pertenecido a su familia durante siglos. Avanza rápidamente; halla pocas cosas nuevas en libros que nunca había leído o que apenas está descifrando, pero no se desespera. No se lo puede per-mitir. Él se siente bien ahí, no se fatiga, no se presiona, aunque sabe que le quedan pocos años de trabajo. Sabe que se está quedando ciego.

Monto un camello de Mongolia que com-pré en Burkina Faso a un tratante libio. Estamos en medio de la nada. Pertenezco a una tribu nómada por propia voluntad, pues mi familia, aun llena de hombres ilustres, cayó en la desgracia por los ca-prichos de un dirigente sin criterio. Soy un viajero envuelto en el marasmo de la arena. He perdido a mi compañía en una tormenta, en una revuelta, en una prisión, en una epidemia. La sed corroe la gar-ganta; arde en el pecho. Cada bocanada de aire es una rosa pétrea del desierto.

El quinto día sin agua distingo una silueta en el horizonte. Tras días de yerro en idénticas infinidades, cualquier cosa que no sea una duna salta a la vista. Toma forma al acercarme: es una esfinge. Me pregunta cuántas veces nos hemos encon-trado. Nos enfrascamos en una discusión sobre el tiempo lineal, sobre el tiempo circular, sobre el tiempo en espiral, sobre el tiempo esférico. Abre sus finas alas de cristal cortado y ofrece llevarme al pueblo más cercano. Hemos hecho migas. Su nombre es Jazeer Cheba y le gusta mi barba. Le provoca cosquillas.

Maikh’ Sikh es una ciudad blanca. La insólita disposición de sus altas torres y sus edificios de argamasa encalados provoca la sensación de moverse entre los designios de una conciencia superior e in-comprensible. Los muros, pisos y estatuas que la conforman, por lo insondable de su antigüedad, recuerdan la propia finitud. Sus habitantes cuentan que cuando los djinns llegaron por vez primera aquí, la ciudad ya estaba construida. Sus habi-tantes usan barba y cabello largos. Sus habitantes no suelen bañarse o lavarse los dientes, pero dan la impresión de una pureza inmaculada y huelen mejor que las rosas. Sus habitantes venden alimentos, licores y artificios en la calle y tienen siempre una sonrisa intrigante.

En Maikh’ Sikh todos saben que la armonía de su presente tiene origen en un glorioso pasado. Mantienen archivos enormes sobre sus árboles genealógicos y los cuidan como tesoros. Todos llevan, además, el nombre de pila de sus antepa-sados más lejanos, a quienes llaman bukh anosh, o primeros padres. Así, todos los varones de una familia llevan el mismo nombre, y todas las mujeres de una fami-lia llevan el mismo nombre. Sin embargo, se interpelan y se refieren a los demás

por lo que llaman iltung ‘anak enkikena o ‘anak-enkikena, una especie de apodo que se otorga desde el día del nacimiento. El gobierno lleva un intrincado sistema burocrático que impide que los ‘anak-enkikena se repitan. Antes podían here-darse después de un período de luto de tres generaciones, pero ahora eso no está permitido, por lo que resulta raro encon-trarse con apodos normales, como podrían ser Pájaro, Torre o Tigre, pues la tasa de crecimiento de la población en Maikh’ Sikh, no obstante los sacrificios anuales en la hoguera en que arden los nacidos deformes, es bastante alta. Así, desde hace ya varios siglos, los ‘anak-enkikena más o menos convencionales se han terminado y se ha tenido que recurrir a apelativos tales como “El que se cayó de las manos de la partera de Nicandhra” o “El que tiene un lunar en forma de tigre en la falangeta del dedo índice de la mano derecha”. Yo conozco a un miembro de la familia Baruk cuyo ‘anak-enkikena es “El que vende dátiles en la calle sesenta sentado en una esquina mientras silba una antigua tonada fenicia” y sé que muchos más tienen so-brenombres parecidos, mismos que, como mencioné antes, son otorgados desde el día del nacimiento y marcan a su portador con un sino inequívoco. Muchos, en los tiempos cercanos a las guerras, fueron

llamados “El que entregará su vida por la verdad irremplazable” o “El guerrero divino con fuerza de leopardo” por sus padres, casi todos fanáticos ortodoxos del Templo, que era en verdad el ejército, la iglesia y el gobierno de Maikh’ Sikh, y que por fortuna ha dejado de existir.

Para los pobladores de Maikh’ Sikh es importante la pureza de sangre, por lo que sólo pueden involucrarse con miem-bros de su misma familia. El ser portador de un nombre antiguo es equivalente a llevar en sí la antigüedad y la gloria de la ciudad misma. Cuando se dan mezclas indeseadas, los culpables de la atrocidad son exiliados y vagan errantes por el de-sierto despojados de sus nombres. Llevan una marca especial, como desterrados de Maikh’ Sikh. Normalmente se asientan en prósperas ciudades sólo para sentir nostalgia por su hogar. Pueden regresar aquí cuando lo deseen, pero siempre como forasteros.

El forastero es comúnmente bien recibido. De manera periódica el gobierno prepara fiestas de bienvenida en que se dan paseos por las principales y más famosas calles mientras un individuo de cuerpo pequeño que funge como guía, escogido por su gracia de entre los defor-mes y salvado por la misma de la hoguera, anuncia los acontecimientos que en ellas

Regreso a Maikh’ Sikh y otros cuentos (parte 1)

FRANCISCO MORALES HOIL

Director: Tulio Moreno Alvarado

Subdirector: Leopoldo Gavito Nanson

Coordinador: José Armando Preciado Vargas

Diseño Editorial: Mayra Licona Aguilar

[email protected]/laculturosa

YEBEL ODA / PAVEL SANTA ROSA

Los pies del viajero saben el caminoAntiguo proverbio maasai

EL BIBLIOTECARIO

REGRESO A MAIKH’ SIKH

Domingo 28 de febrero de 2016 3

o llama tu atención por su apa-riencia. La ilustración de la portada te hace pensar en esos libros con historias sensuales y

atrevidas para personas que no pueden conseguir sensualidad y atrevimiento en la vida real. Pero hay un nombre que te es familiar. Viste a Salman Rushdie en una presentación hace pocos años y te encantó su elegancia, su inteligencia y ese sentido del humor tan delicado, casi eufemístico, tan inglés.

Terminó por convencerte la re-comendación de tu librero y lo llevas en el viaje que estás por hacer. Piensas que podrás avanzar bastante en las ho-ras que pasarás sentado en el autobús pero te llevas una sorpresa. Rushdie tiene una prosa espesa, cada frase está llena de significado, escasean los lugares comunes y las frases sentenciosas que suenan burdas. Te subes al metro, ya en tu destino, convencido de que para desenredar esta novela necesitarás bas-tantes horas de revisión detallada. Pero al menos te diste cuenta de algo: como en los libros mitológicos con los que se fundan las grandes culturas, este crea un mundo desde sus comienzos con un clan familiar, de carácter mágico y marginal, como protagonista.

Cuando puedes haces una pausa y te refugias en una biblioteca pública para leer con más detenimiento. Te atrae el juego con los tiempos. La historia comienza en el siglo XII con la unión de Ibn Rushd, racionalista musulmán ibérico relegado por su sociedad profun-

damente religiosa, y de Dunia, mujer de la mítica raza de los yinn, seres pareci-dos a los humanos y caracterizados por tener orejas sin lóbulos. La historia da un salto larguísimo, el narrador cuenta la historia de los descendientes de Ibn Rushd y Dunia en el que para él es el antiguo siglo XXI. La distancia en el tiempo le permite al narrador hacer jui-cios de sus antepasados, nos juzga como “gente que se desprende fácilmente de sus lugares, creencias, comunidades e idiomas”. Sólo un escritor con conoci-miento extenso y objetivo de la realidad que lo rodea es capaz de crear una socie-dad futura para poder mirar a su tiempo con la lente de la distancia.

Te pregunta tu esposa una noche, ya de regreso a casa, por el título del li-bro, cierras las páginas, miras la portada y reparas en que no has pensado en el título; sacas cuentas y descubres que dos años, ocho meses y veintiocho noches es equivalente a mil y una noches. Claro, comienza a hacer sentido. Hay dos in-terpretaciones: al igual que en el famoso libro, tenemos aquí decenas de historias que forman un mural complejo y rico. Y esas mil y una noches son también las que dura un hecho crucial de la novela. Es confuso, claro, y difícil de explicar, por supuesto. ¿Cómo harás para escribir

la reseña si tienes tanto trabajo y tantas salidas de casa?. Apagas la luz y esperas que mañana puedas robarle un rato al trabajo o a la comida para ahora sí lograr llegar a la entraña de la novela.

Grandes cambios suceden rápida-mente, largos e importantes sucesos se cuentan en pocas líneas, pero en cambio, el narrador se detiene en una pequeña escena o en la detallada descripción de un rasgo de personalidad o de un pensamiento de los personajes. Rushdie demuestra una sorprendente inteligencia y una fluida elocuencia; sus análisis de los personajes son profundos pero no abstractos y están siempre inmersos en el ritmo de la narración, agradeces que no sea un narrador de esos que se detie-nen a teorizar o a filosofar.

Y no son pocos los personajes y sus historias. Gerónimo un indio exi-liado en los Estados Unidos, hijo ile-gítimo de un sacerdote, pierde uno a uno a sus familiares por coincidentes caídas de rayos. Bebé Tormenta es un recién nacido, aparecido extrañamente en el despacho de la alcaldesa de Nueva York, que tiene la cualidad de corroer la carne de los mentirosos con sólo estar en contacto con ellos, cosa que lo vuelve un arma para limpiar al gobierno de corrup-tos. Y la lista sigue.

De a poco, la acumulación de historias fantásticas sucedidas se van volviendo una metáfora de la destruc-ción del mundo de nuestros tiempos. Los libros fantásticos son siempre el reflejo del tiempo y la sociedad en los que aparecen, piensas, y después de leer la última página corres para alcanzar el siguiente autobús.

Quiero agradecer a la Librería Hyperión el apoyo para elaborar esta reseña. Recuerda que Dos años, ocho meses y veintiocho noches y otras nove-las que se leen más rápido las encuentras en Octavio Vejar 59, Col. Encanto en Xalapa, puedes contactarlos en el (228) 8 41 26 59 o en la página facebook.com/hyperionlibreria

LOS LIBROS DE HYPERIÓN

ADÁN DELGADO

� Gente que se desprende fácilmente de sus lugares

Dos años, ocho meses y veintiocho noches

Salman RushdieSeix Barral, Biblioteca Formentor

México, 2015

N

sucedieron. Se regalan decenas de litros de parnosh, el licor tradicional, y un grupo popular de canto y baile acompaña la caminata. Al final, se juntan todos bajo el balcón del gobernador, a quien, después de que termina un breve pero emotivo discurso de bienvenida, todos vitorean. Entonces, él arroja una moneda representativa. Dicen que el que la atrapa tiene derecho a convertirse en habitante de Maikh’ Sikh. Es una bella tradición, y como todas las tradiciones, algo tendrá de falso. Sé que no es frecuente que un extranjero se convierta en habitante de la ciudad.

Mis padres cuentan a sus amigos la historia de que yo, en mi primera visita a Maikh’ Sikh, siendo un niño, atrapé la moneda. Francamente, yo no recuerdo cómo pasó, pero desde que tengo memoria, la tengo colgada al cuello como fiel testigo del hecho. Está hecha de una pesada aleación de bronce y plomo, bellamente tallada. Está adornada, por un lado, con el perfil del gobernador Tehrad Mussim, líder de la ciudad en aquél tiempo, y por el otro, con la imponente Torre Principal.

Platicamos durante todo el día. Ahora que cae la tarde Jazeer Cheba adquiere una belleza inenarrable. Los rayos de sol juegan en su interior tomando formas y creando colores que sólo había visto en sueños. Son-riendo, me informa que tiene que partir. Nos despedimos efusivamente. Al extender sus alas pregunta por mi sed. Se lanza al aire antes de que pueda responderle que ha desaparecido.

El último sol cae finalmente detrás de las dunas, y el cansancio y el sueño toman fuerza. Como casi todos los demás, me recuesto en la arena y pienso que me gustaría quedarme a vivir aquí, ser parte de una familia, de una tradición milenaria, que mi nombre perdure en la eternidad junto con mi estirpe, como las estrellas que veo ahora y han visto todos mis antepasados. Quizá sería un error confiar en la aptitud de mis vástagos, pero, después de todo, la ciudad ha perdurado hasta hoy, sobreviviendo a todas las demás que nacieron después de ella. Un lu-gareño viene. Me levanta y me conduce a su morada. En Maikh’ Sikh se acostumbra que los habitantes salgan por las noches para invitar a los viajeros a sus casas. El hombre, Aari Umayr “El del los ojos sin párpados”, me acomoda en una de sus mejores habitaciones. Es amplia y confortable, y las velas la dotan de una singular claridad.

Me deja solo, para que me desvista y me ponga la túnica de seda que han dispuesto para mí. Prefiero no cenar, y así se lo hago saber a la gruesa y morena mujer que subió a preguntarme. Me recuesto, finalmente, en las almoha-das y telas que forman en el piso una mullida cama y cierro mis ojos para conciliar el sueño.

En Maikh’ Sikh todas las noches son de luna llena. El astro se yergue pulcro sobre la ciudad y se refleja en ella. Cuando la marea sube, moja las murallas más cerca-nas a la orilla. Es un espectáculo bellísimo. La luna danza con la ciudad. Se enamora de ella. Le otorga, paciente, noche a noche, el regalo del océano, que Maikh’ Sikh, soberbia, rechaza con fruición. La ciudad está también enamorada, pero se deleita cruelmente sabiendo que la luna regresará a enamorarla la noche que sigue, y la que le sigue a esa.

Recuerdo ahora que en la penúltima noche de mi visita anterior —he venido a Maikh Sikh’ en tres ocasiones durante mi vida— la luna exhibía un color rojizo. La brisa marina, según escuché decir a varios lugareños, se sentía en la ciudad más que nunca. Maikh’ Sikh vestía también de rojo y las calles se ensuciaron de muerte y de sueños de muerte. Hubo una epidemia de locura y muchos de los habitantes tapiaron sus casas. Fui recibido en una mansión, perteneciente a una de las viejas familias de la ciudad, junto con otros nueve forasteros. Nos acomodaron por pa-rejas en habitaciones separadas que cerraron con llave. Yo, un mozuelo apenas, estuve con un hombre de edad ma-dura, cansado y taciturno. Me dio la impresión de que era un mendigo y me causó un grave recelo: No quiso cambiar sus harapos por la ropa que le ofrecieron, su cuerpo y sus barbas estaban muy sucios y, sin embargo, portaba una hermosa cimitarra que llevaba un rubí en la empuñadura. Me contó que antes había sido habitante de Maikh’ Sikh, y que aquella iba a ser su última visita.

—La luna —me dijo— está haciendo el amor con la ciudad, que se resiste violentamente; muchos foraste-ros morirán en esta noche; muchos otros mataremos. Al levantarse el albornoz, descubrió su cara, con sus ojos inquisidores, de un color muy cercano al amarillo, y su marca de exiliado: un lunar con la forma de una mítica combinación de ouroboros y anfisbena, una especie de serpiente bicéfala que se enfrenta a sí misma, retadora,

con sus bífidas lenguas de fuera y mostrándose los col-millos. Explicó que el hierofante de Maikh’ Sikh la tatuó en su frente con magia, y que es hereditaria.

Cuando la luna llegó al cenit, el exiliado quiso atravesar mi cuerpo con su cimitarra, pero yo logré as-fixiarlo hasta la inconsciencia para luego, justo cuando volvía en sí, probar el filo de la bella espada en su cuello, mientras él daba un resuello desgarrado. En dos de las habitaciones, que habían cedido esa noche a dos herma-nos jóvenes y a dos viejos que eran amigos desde la in-fancia, los huéspedes se habían asesinado entre sí. En las demás, como en la mía, hubo un sobreviviente. Cuando salió el sol, no obstante la sangre y los muertos en calza-das, plazas y viviendas, todos parecían estar felices. Yo, al menos, lo estaba como nunca antes. La gente salía a sus balcones a respirar el aire matinal y a tirar sus muer-tos antes de que pasara el carro recolector. Después de mediodía, ya con la ciudad limpia, se sentía una frescura inexplicable, y las sonrisas de los habitantes eran com-partidas con los pocos forasteros que sobrevivimos en un acto de complicidad sin precedentes. Ese día la gente salió a las calles a hacer el amor y todo estaba envuelto en un ambiente de fiesta que duró hasta el anochecer, en el que una luna pálida de mortecina luz presagiaba un tiempo de espera inconmensurable. Guardo hasta el día de hoy, como propia, la sublime cimitarra que arrebaté al extraño forastero. Antes de partir lo busqué en los archivos. Me había dicho que su nombre era Jebeth o Jebedhel; no había ningún registro con esos nombres en los últimos cien años. Tal vez en Maikh’ Sikh destierran a las familias completas de los infractores y queman sus archivos, aunque no creo que eso sea posible: Hay familias muy grandes o muy poderosas que, de incurrir en una falta de este tipo, ante el peligro de ser exiliadas, llamarían a una revolución. Una vez, en Persia, escuché que los nombres de los exiliados se subastan entre los forasteros que se arriesgasen al intento de convertirse en habitantes de Maikh’ Sikh. En caso de que ello fuera cierto, el nombre de quien maté debió haber subsistido. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que ese hombre taciturno era simplemente un mentiroso.

@morshoil

Domingo 28 de febrero de 20164

La primera coproducción de Letty Domín-guez y Adriana Jiménez, ambas egresadas de la Facultad de Danza de la vilipendiada UV, parece un punto inflexión no sólo para la zona de confort de las bailarinas, sino también para el gran grueso de piezas contemporáneas que, escudadas en una supuesta y oscura riqueza simbólica o en la súper expresividad de la danza mínima, suelen esconder una disciplina que vive más de las relaciones de poder que del ejercicio artístico.

En este sentido, Herminia representa un riesgo múltiple para las creadoras. Pero vamos por partes, con un obra lo suficien-temente narrativa como para oscilar entre la danza y el teatro, la historia narra en un destello el mundo del sicariato desde la perspectiva de la amante de un pistolero. Breve y súbita como la vida de aquellos mercenarios y sus conquistas, Herminia

transita de las alturas de la evocación cursilona de un amor infantil hasta la es-terilidad de una tortura sin melodrama en diez minutos. La mujer, embaucada por las prebendas del poder y las frivolidades de la moda, se entrega a una relación en la que la violencia estructural y cotidiana se mezcla con la ironía y el consuelo de pensar que, si bien su amante es un psicópata, se debe a que es, en el fondo, un hombre apasionado.

De aquella mujer no emana ninguna lección moral. Tampoco hay redención. No se arrepiente de sus pecados ni evoca una vida paralela en la que su vida tuviera un camino menos cruel. Se trata de una bisnieta de Madame Bovary plagada de las mismas inconsistencias que su ances-tro, pero en lugar de sobrevivir en las apa-cibles colinas francesas del siglo XIX, lo debe hacer, dos siglos después, en un país donde el video de Movimiento Alterado,

“Sanguinarios del M1”, recibió un millón de visitas durante el primer mes de su publicación. Es un antihéroe a la medida de su contexto.

Dicho así, la multiplicidad de pe-ligros a los que han decidido enfrentarse Domínguez y Jiménez es clara: hablar de sicarios en Veracruz, uno de los estados más penetrados por el narcotráfico; con-seguir una narrativa de la violencia que prescinda de moralismos pero también de apologías; trabajar un antihéroe bovarista incapaz de escapar a la autodestrucción pero sin hacerlo parecer estúpido; y por supuesto, en un plano más general pero no menos importante, proponer una pieza dancística que se arriesgue a ser leída y juzgada a través de su propia transparen-cia, y no de un código estético cuya clave sólo poseen los curadores de festivales y jurados de concursos.

Herminia, no obstante, está lejos de ser una obra definitiva. Parece ser apenas un punto de partida para que las bailari-nas, y ahora coreógrafas y dramaturgas, exploren las posibilidades de los testi-monios de los sin-nombre: ¿qué pensará un taxista veracruzano sobre la vida y la muerte?, ¿y qué tiene que decir un perito forense sobre la belleza y el amor?, ¿cómo explicaría los asuntos metafísicos de la esperanza y la desolación un burócrata es-tatal que mira todos los días a los manifes-tantes congregarse en torno al Palacio de Gobierno? La obra parece ser una de esas flores que brotan entre las grietas de una calle mal pavimentada. No es el bosque todavía, pero de ella, quiero decir, a partir de ella, se puede contribuir a repoblar de árboles y arbustos y maleza, vida al fin y al cabo, ese yermo paraje en el que ha decidido habitar el arte contemporáneo.

Herminia: un antihéroe en la danza contemporáneaDI EGO SALAS

Las promesas del abismo es un trabajo coreográfico interdisciplinario que conjunta danza, música, canto e ideas provenientes del psicoanálisis. El proyecto fue ganador de la segunda Convocatoria de Coproducción en Danza Contemporánea de la Universidad Vera-cruzana. Fue estrenado recientemente –en la última semana de enero– y tuve la oportunidad de entrevistar a su creadora:

¿Cómo surge este proyecto?Hola, gracias por este espacio. Hay determinados

temas que te llaman la atención o sobre los que deseas saber más, la manipulación es para mí uno de éstos. Las promesas del abismo continúa la exploración de ciertos temas que ya había tratado desde mi proyecto recepcional, La búsqueda de los contrarios.

Los temas con frecuencia nos vienen dictados desde afuera como ‘responsabilidades’ o ‘mo das’, y damos por hechas tantas cosas que se nos ha adormecido la capacidad de cuestionar. Hay personas a las que les interesa la experimentación formal porque sí, por cautivar, sin una… inquietud, por llamarlo de alguna manera, en lugar de hacer una reflexión, una introspec-ción, un señalamiento incluso. Y cuestionándome a mí misma he tratado de conocer más sobre el tema de la manipulación. No soy una experta, me he acercado a dialogar con los que saben.

Una de las críticas que Foucault hace al marxismo es que la lucha por el poder no se restringe al enfrenta-miento entre la clase proletaria y la burguesía, sino que se da en, podríamos decir, toda relación social, pues hay espacios como la escuela o el trabajo, incluso las relaciones de pareja, como propongo, donde existen relaciones de poder despóticas y opresivas.

Y sería ingenuo pensar “yo soy muy bueno y no manipulo a nadie”, más bien de lo que se trata es de desconfiar un poco de nosotros mismos, de permitir-nos sospechar de nosotros mismos. Esta obra retoma elementos del psicoanálisis y precisamente a Freud se le ha llamado un “maestro de la sospecha”.

¿Qué elementos usas para estimular al espectador a pensar, a sospechar?

En primer lugar, por supuesto, la elección del tema. La manipulación no se da sólo en el silencio sino tam-bién en el monopolio de ciertos temas, entendido tanto como que sólo unas personas pueden hablar de ellos, como que hay temas ‘importantes’ y otros que no lo son. Sé que el tema es abstracto, pero desde mi trin-chera, la danza, intento mostrar lo que siento y pienso, intentando contribuir con uno de los postulados del psicoanálisis: hacer consciente lo inconsciente.

También la estructura. Lo que yo busco en mi tra-bajo es estimular la reflexión del espectador, le ofrezco viñetas para que él se cuestione. Yo diría que estamos acostumbrados, quizá por el ballet y la narrativa común, como el cine comercial norteamericano, a ver el desa-

rrollo de una trama lineal. Por ello, la dramaturgia de la obra son más bien cuadros o momentos que parten de mis observaciones y reflexiones acerca de la manipu-lación en las relaciones interpersonales. Lo que busco es presentar tanto situaciones manipuladoras, como la manera en que se sienten interiormente e interactúan dis-tintas facetas de las personas en este tipo de relaciones.

Estamos acostumbrados a recibir sin permitirnos criticar las obras –por cierto, alguien me comentó que en un taller de escritura le dijeron que quien creaba sólo por las alabanzas más bien debería dedicarse a organizar porristas–; quiero que el espectador sienta y piense acerca en lo que vio, que se permita cuestionar y proponer interpretaciones.

¿Cómo surge la idea de integrar diferentes disciplinas en un trabajo coreográfico?

Desde La búsqueda de los contrarios, donde tam-bién había una cantante y un pianista en el escenario, y eran parte importante de la obra, pero no sólo eso, lo que se conoce como interdisciplinariedad es para mí como un intento de volver a comprender de manera

global las cosas, de borrar las divisiones que nos han dado las especializaciones y que las personas ya no sa-ben cómo volver a unir. Considero que la danza, como disciplina artística, tiene aliados que la complementan para dar un punto de vista más contundente. Y las di-visiones son falsas, por ejemplo, el ritmo, que aparece en la música y se agita en nuestro corazón, ¿a quién pertenece?, ¿a la música o a la danza? A las dos.

En un trabajo previo, No somos ajenos, abordé el tema de la sustentabilidad, lo que yo quería era mostrar las consecuencias de la carga emocional que llevamos por el deterioro ambiental; ahora, en esta obra, lo que hago es incluir como fuentes de inspiración a determi-nadas corrientes teóricas, en este caso el psicoanálisis.

¿Cómo entiendes la manipulación?La entiendo como el uso del poder o habilidades

por parte de una persona o grupo de personas para imponer su voluntad a otras; puede ser velada, sutil, o impuesta brutalmente. Las personas manipuladas no tienen la libertad de hacer lo que decidan o los elemen-tos suficientes para escoger qué hacer. Por ejemplo, en mercadotecnia existe algo llamado top of mind, y que consiste en tener una marca presente en la memoria, es decir, creemos que tenemos libertad para escoger determinado producto, pero hemos sido bombardeados por demasiada publicidad, por ejemplo, si digo, ‘pa-ñuelos desechables’, ¿en qué piensas?

Pero esto es fácil y ya ha sido dicho, aunque en realidad no lo hemos vuelto consciente, y entiendo con-ciencia como la capacidad para intervenir en ese tipo de procesos sociales, en manifestar nuestra libertad para escoger y para actuar. Mientras más sutil y silenciosa sea la manipulación es más difícil de desenmascarar. No nos damos cuenta de que muchas pautas de comporta-miento que aprendimos con nuestros padres después las repetimos con otras figuras de autoridad, como la iglesia o el Estado, entre estas pautas está por supuesto el no cuestionar y el “dejar de ser para pertenecer”.

Y no sólo se limitan al campo intelectual, sino que abarcan también el afectivo, por ejemplo, la mujer debe sentirse mal si no se ha casado a determinada edad, incluso las mismas mujeres ejercen presión sobre sus congéneres; por el lado del hombre se da aquello que Freud llamaba “la degradación de la vida erótica”, se les educa para tratar a las mujeres como objetos de su propia satisfacción, el hombre en la actualidad me parece que teme la intimidad, la cercanía emocional. Las relaciones interpersonales son complejas y difíci-les porque no estamos preparados para respetar al otro ni valorarnos a nosotros mismos. Es escasa la idea de convivir respetando la individualidad de cada quien, así como el determinar objetivos en común por los cuales trabajar para una mejor calidad de vida en pareja, usualmente somos egoístas y lo queremos todo, sin importar las consecuencias.

ERNESTO JUÁREZ RECHYEntrevista a Citlalli Ramírez, coreógrafa y

directora de Las promesas del abismo

Cartel de Marlene Portilla