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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE LECTURAS 1. J. J. ROUSSEAU DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LAS DESIGUALDADES ENTRE HOMBRES 1 «Mientras los hombres se contentaron con sus rústicas cabañas; mientras se limi- taron a coser sus vestidos de pieles con espinas vegetales o de pescado, a adornarse con plumas y conchas, a pintarse el cuerpo de distintos colores, a perfeccionar y em- bellecer sus arcos y sus flechas, a tallar con piedras cortantes canoas de pescadores o rudimentarios instrumentos de música; en una palabra, mientras sólo se aplicaron a trabajos que uno solo podía hacer y a las artes que no requerían el concurso de varias manos, vivieron libres, sanos, buenos y felices en la medida en que podían serlo por su naturaleza y siguieron disfrutando de las dulzuras de un trato independiente. Pero desde el instante en que mi hombre tuvo necesidad de la ayuda de otro; desde que se advirtió que era útil a uno solo poseer provisiones por dos, la igualdad desapareció, se introdujo la propiedad, el trabajo fue necesario y los bosques inmensos se trocaron en rientes campiñas que fue necesario regar con el sudor de los hombres y en las cuales viose bien pronto germinar y crecer con las cosechas la esclavitud y la miseria. La metalurgia y la agricultura fueron las dos artes cuyo desenvolvimiento produ- jo esta gran revolución. Para el poeta son el oro y la plata; mas para el filósofo son el hierro y el trigo los que han civilizado a los hombres y perdido al género humano. Uno y otro eran desconocidos de los salvajes de América, por lo cual han permane- cido siempre los mismos; y los demás pueblos parece que siguieron bárbaros mien- tras no practicaron más que una sola de estas artes. Precisamente, una de las mejores razones quizá de que Europa haya sido, si no más pronto, mejor y más constante- mente ordenada que las otras partes del mundo es que al mismo tiempo es la más abundante en hierro y la más fértil en trigo [...]. En cuanto a la agricultura, el principio fue conocido mucho antes de que se esta- bleciera la práctica, pues no es probable que los hombres, siempre ocupados en sacar de los árboles y las plantas su subsistencia, hayan tardado mucho tiempo en advertir los caminos que sigue la naturaleza para la generación de los vegetales; pero su in- dustria no se inclinó probablemente hasta muy tarde de este lado, bien porque los árboles, que con la caza y la pesca proveían a su alimento, no necesitaban sus cuida- dos, sea por desconocer el uso del trigo, sea por falta de instrumentos para cultivar- 1 Gredos, Tomo I (del autor) Colección RBA, Barcelona, 2014, pp. 178 a 181. [1]

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE

LECTURAS

1. J. J. ROUSSEAU

— Discurso sobre el origen De las DesigualDaDes entre hombres1

«Mientras los hombres se contentaron con sus rústicas cabañas; mientras se limi-taron a coser sus vestidos de pieles con espinas vegetales o de pescado, a adornarse con plumas y conchas, a pintarse el cuerpo de distintos colores, a perfeccionar y em-bellecer sus arcos y sus flechas, a tallar con piedras cortantes canoas de pescadores o rudimentarios instrumentos de música; en una palabra, mientras sólo se aplicaron a trabajos que uno solo podía hacer y a las artes que no requerían el concurso de varias manos, vivieron libres, sanos, buenos y felices en la medida en que podían serlo por su naturaleza y siguieron disfrutando de las dulzuras de un trato independiente. Pero desde el instante en que mi hombre tuvo necesidad de la ayuda de otro; desde que se advirtió que era útil a uno solo poseer provisiones por dos, la igualdad desapareció, se introdujo la propiedad, el trabajo fue necesario y los bosques inmensos se trocaron en rientes campiñas que fue necesario regar con el sudor de los hombres y en las cuales viose bien pronto germinar y crecer con las cosechas la esclavitud y la miseria.

La metalurgia y la agricultura fueron las dos artes cuyo desenvolvimiento produ-jo esta gran revolución. Para el poeta son el oro y la plata; mas para el filósofo son el hierro y el trigo los que han civilizado a los hombres y perdido al género humano. Uno y otro eran desconocidos de los salvajes de América, por lo cual han permane-cido siempre los mismos; y los demás pueblos parece que siguieron bárbaros mien-tras no practicaron más que una sola de estas artes. Precisamente, una de las mejores razones quizá de que Europa haya sido, si no más pronto, mejor y más constante-mente ordenada que las otras partes del mundo es que al mismo tiempo es la más abundante en hierro y la más fértil en trigo [...].

En cuanto a la agricultura, el principio fue conocido mucho antes de que se esta-bleciera la práctica, pues no es probable que los hombres, siempre ocupados en sacar de los árboles y las plantas su subsistencia, hayan tardado mucho tiempo en advertir los caminos que sigue la naturaleza para la generación de los vegetales; pero su in-dustria no se inclinó probablemente hasta muy tarde de este lado, bien porque los árboles, que con la caza y la pesca proveían a su alimento, no necesitaban sus cuida-dos, sea por desconocer el uso del trigo, sea por falta de instrumentos para cultivar-

1 Gredos, Tomo I (del autor) Colección RBA, Barcelona, 2014, pp. 178 a 181.

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lo, bien por falta de previsión para las necesidades futuras, sea, en fin, por no haber medios para impedir a los demás que se apoderaran del fruto de su trabajo. Cuando ya fueron más industriosos, es de presumir que empezaron con piedras afiladas y palos puntiagudos a cultivar algunas legumbres o raíces en derredor de sus cabañas, mucho antes de saber trabajar el trigo y tener los instrumentos necesarios para el cultivo en grande; sin contar que para entregarse a esta labor y sembrar las tierras es preciso decidirse a perder alguna cosa primero para obtener mucho después, previ-sión grandemente extraña al espíritu del salvaje, que, como antes he dicho, tiene bastante con pensar por la mañana en sus necesidades de la tarde.

La invención de las otras artes fue, por tanto, necesaria para forzar al género humano a dedicarse a la agricultura. En cuanto hubo necesidad de hombres para fundir y forjar el hierro, fueron necesarios otros que los alimentaran. Cuanto mayor fue el número de obreros, menos manos hubo empleadas en proveer a la común subsistencia, sin haber por eso menos bocas que alimentar; y como unos necesita-ron alimentos en cambio de su hierro, los otros descubrieron en fin el secreto de emplear el hierro para multiplicar los alimentos. De aquí nacieron, por una parte, el cultivo y la agricultura; por otra, el arte de trabajar los metales y multiplicar sus usos.

Del cultivo de las tierras resultó necesariamente su reparto, y de la propiedad, una vez reconocida, las primeras reglas de justicia, porque para dar a cada cual lo suyo es necesario que cada uno pueda tener alguna cosa. Por otro lado, los hombres ya habían empezado a pensar en el porvenir, y como todos tenían algo que perder, no había ninguno que no tuviera que temer para sí la represalia de los daños que podía causar a otro. Este origen es tanto más natural cuanto que es imposible con-cebir la idea de la propiedad naciente de otro modo que por la mano de obra, pues no se comprende que para apropiarse las cosas que no ha hecho pudiera el hombre poner más que su trabajo. Es el trabajo únicamente el que, dando derecho al cul-tivador sobre el producto de la tierra que ha trabajado, le da consiguientemente ese mismo derecho sobre el suelo, por lo menos hasta la cosecha, y así de año en año; lo que, constituyendo una posesión continua, se transforma fácilmente en propie-dad [...].

En esta situación, las cosas hubieran podido permanecer iguales si las aptitudes hubieran sido iguales, y si, por ejemplo, el empleo del hierro y el consumo de los productos alimenticios hubieran guardado un equilibrio exacto. Pero la proporción, que nada mantenía, bien pronto quedó rota; el más fuerte hacía más obra; el más hábil sacaba mejor partido de lo suyo; el más ingenioso hallaba los medios de abre-viar su trabajo; el labrador necesitaba más hierro, o el herrero más trigo; y trabajan-do todos igualmente, unos ganaban más mientras otros, apenas podían vivir. De este modo, la desigualdad natural se desenvuelve insensiblemente con la de combinación, y las diferencias entre los hombres, desarrolladas por las que originan las circuns-tancias, hácense más sensibles, más permanentes en sus efectos y empiezan a influir en la misma proporción sobre la suerte de los particulares.»

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 3

— contrato social o principios De Derecho político2

— Capítulo VI. Del Pacto Social

Supongo a los hombres llegados a un punto en que los obstáculos que perjudican a su conservación en el estado de naturaleza logran vencer, mediante su resistencia, a la fuerza que cada individuo puede emplear para mantenerse en dicho estado. Desde este momento, el estado primitivo no puede subsistir, y el género humano perecería si no cambiase de manera de ser. Ahora bien: como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino unir y dirigir a las que existen, no tienen otro medio de conservarse que formar por agregación una suma de fuerzas que pueda exceder a la resistencia, ponerlas en juego por un solo móvil y hacerlas obrar en armonía. Esta suma de fuerzas no puede nacer sino del concurso de muchos; pero siendo la fuerza y la libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su conservación ¿cómo va a comprometerlos sin perjudicarse y sin olvidar los cuidados que debe? Esta dificultad, referida a nuestros problemas, puede enunciarse en estos términos: «Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por virtud de la cual, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre como antes». Tal es el proble-ma fundamental al cual da solución el Contrato Social.

Las cláusulas de este contrato se hallan determinadas hasta tal punto por la natu-raleza del acto, que la menor modificación las haría vanas y de efecto nulo; de suer-te que, aun cuando jamás hubiesen podido ser formalmente enunciadas, son en todas partes las mismas y doquiera están tácitamente admitidas y reconocidas, hasta que una vez violado el pacto social, cada cual vuelve a la posesión de sus primitivos derechos y a recobrar su libertad natural, perdiendo la convencional, por la cual re-nunció a aquella. Estas cláusulas, debidamente entendidas, se reducen todas a una sola, a saber: la enajenación total de cada asociado con todos sus derechos a toda la humanidad; porque, en primer lugar, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos, y siendo la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los demás [...]. Por tanto, si se elimina del pacto social lo que no es de esencia, nos encontramos con que se reduce a los términos siguientes: «Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema direc-ción de la voluntad general, y nosotros recibimos además a cada miembro como acto indivisible del todo». Este acto produce inmediatamente, en vez de la persona particular de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como votos tiene el asamblea, el cual recibe de este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta persona pública que así se forma, por la unión de todos los demás, tomaba en otro tiempo el nombre de «ciudad» y toma ahora el de «república» o «cuerpo político», que es llamado por sus miembros «Es-tado», cuando es pasivo; «soberano» cuando es activo; «poder», al compararlo a sus semejantes; respecto a los asociados, toman colectivamente el nombre de «pueblo», y se llaman en particular «ciudadanos», en cuanto son participantes de la autoridad soberana, y «súbditos», en cuanto sometidos a las leyes del Estado. Pero estos tér-

2 Espasa Calpe, Madrid, 1975, pp. 41 a 44.

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minos se confunden frecuentemente y se toman unos por otros; basta con saberlos distinguir cuando se emplean en toda su precisión.

Cuestiones:

1. Analice sendos textos objeto de comentario desbrozando las ideas centrales y el hilo argumental de los mismos. Contextualice temporalmente ambos fragmentos, su autor así como y el movimiento intelectual que enmarcó sus estudios (Ilustración).

2. Realice un pequeño ensayo sobre estas dos aseveraciones contenidas en «El contrato social»: «El hombre ha nacido libre, y en todas partes está encadenado. Hay quien se cree señor y es más esclavo que ellos» / «El más fuerte no es nunca lo bas-tante fuerte para ser siempre el amo, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber» (libro I, capítulos I y III).

3. Tras lo anterior, analice las ideas conectadas teóricamente con las categorías conceptuales y normativas de la rama social del derecho.

2. MONTESQUIEU

— Del espíritu De las leyes3

— LIbRO I. DE LAS LEyES EN gENERAL

— De las Leyes en sus relaciones con los diversos seres (Cap. 1.º)

Las leyes, en su más amplia significación, son las relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas. En este sentido, todos los seres tienen sus leyes: las tiene la divinidad, el mundo material, las inteligencias superiores al hombre, los animales y el hombre mismo. Los que afirmaron que todos los efectos que vemos en el mundo son producidos por una fatalidad ciega, han sostenido un gran absurdo; porque ¿cabría mayor absurdo que pensar que los seres inteligentes fuesen producto de una fatalidad ciega? Hay, pues, una razón primigenia. Y las leyes las relaciones que existen entre esa razón originaria y los distintos seres, así como las relaciones de los diversos seres entre sí. Dios se relaciona con el universo en cuanto que es su creador y conservador. Las leyes según las cuales lo creó son las mismas por las que lo conserva. Obra confirme a estas reglas porque las conoce; las conoce porque las ha hecho; y las hizo porque tienen relación con su sabiduría y su poder […].

— De las leyes de la naturaleza (Cap. 2.º)

Antes que todas las leyes están las de la naturaleza, así llamadas porque derivan únicamente de la constitución de nuestro ser. Para conocerlas bien, ha de conside-rarse al hombre antes de que se establezcan las sociedades, ya que las leyes de la

3 Tecnos, Madrid, 1972, pp. 31 a 51, y 140 a 144.

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naturaleza son las que recibió en tal estado. La ley que imprimiendo en nosotros la idea de un creador y nos impulsa hacia él, es la primera de las leyes naturales por su importancia, pero no por el orden de dichas leyes. El hombre en estado natural ten-dría la facultad de conocer pero no conocimientos. Es claro que sus primeras ideas no serían especulativas. Pensaría en la conservación de su ser antes que en investigar su origen. Un hombre así sólo sería consciente, al principio, de su debilidad; su ti-midez sería extremada. Y si fuera preciso probarlo con la experiencia, bastaría el ejemplo de los salvajes encontrados en las selvas, que tiemblan por nada y huyen de todo. En estas condiciones, cada uno se sentiría inferior a los demás o, todo lo más igual, de modo que nadie intentaría atacar al otro. La paz sería, pues, la primera ley natural. Hobbes atribuye a los hombres, en primer término, el deseo de dominarse los unos a los otros, lo cual no tiene fundamento ya que la idea de imperio y de do-minación es tan compleja y depende de tantas otras ideas que difícilmente podría ser la que tuvieran los hombres en primer lugar.

— De las leyes positivas (Cap. 3.º)

Desde el momento que los hombres se reúnen en sociedad, pierden el sentimien-to de su debilidad; la igualdad en que se encontraban antes deja de existir y comien-za el estado de guerra. Cada sociedad particular se hace consciente de su fuerza, lo cual produce un estado de guerra de nación a nación. Los particulares, dentro de cada sociedad, empiezan a darse cuenta de su fuerza y tratan de volver en su favor las ventajas de la sociedad, lo que crea entre ellos el estado de guerra. Estos dos tipos de estados de guerra son el motivo de que se establezcan las leyes entre los hombres. Considerados como habitantes de un planeta tan grande con pueblos tan diferentes, los hombres tienen leyes que rigen las relaciones de estos pueblos entre sí: es lo que llamamos el derecho de gentes. Si se les considera como seres individuales que viven en una sociedad que debe mantenerse, tienen leyes que rigen las relaciones entre los gobernantes y los gobernados: es el derecho político. Igualmente, tienen leyes que regulan las relaciones existentes entre todos los ciudadanos, unos con otros: es el llamado derecho civil.

El Derecho de gentes se funda en el principio de que todas las naciones deben hacerse, en tiempo de paz, el mayor bien, y en tiempo de guerra el menor mal posi-ble, sin perjuicio de sus verdaderos intereses. El objeto de la guerra es la victoria; el de la victoria la conquista; el de la conquista la conservación. De este principio y del que preceden deben derivar todas las leyes que constituyen el derecho de gentes. Todas las naciones tienen un derecho de gentes; lo tienen incluso los Iroqueses, que, aunque se comen a sus prisioneros, envían y reciben embajadas y conocen derechos de la guerra y de la paz. El mal radica en que su derecho de gentes no está funda-mentado en los verdaderos principios. Además del derecho de gentes que concierne a todas las sociedades, hay un derecho político para cada una de ellas. Una sociedad no podría subsistir sin Gobierno. La reunión de todas las fuerzas particulares, dice acertadamente Gravina, forma lo que se llama Estado político.

La fuerza general resultante de la reunión de las particulares, puede ponerse en manos de uno o en manos de muchos. Algunos han pensado que el Gobierno de uno

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solo era el más conforme a la naturaleza ya que ella estableció la patria potestad. Pero el ejemplo del poder paternal no prueba nada, pues si la autoridad del padre se asemeja al gobierno de uno solo, cuando muere el padre queda el poder en los her-manos, y muertos los hermanos pasa a los primos hermanos, formas que se asemejan al poder de varios. El poder político comprende necesariamente la unión de varias familias. Mejor sería decir, por ello, que el gobierno más conforme a la naturaleza es aquel cuya disposición particular se adapta mejor a la disposición del pueblo al cual va destinado. Las fuerzas particulares no pueden reunirse si antes no se reúnen todas las voluntades. La reunión de estas voluntades —dice también Gravina— es lo que se llama Estado civil.

La Ley, en general, es la razón humana en cuanto gobierna a todos los pueblos de la tierra; las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser más que los casos particulares a los que se aplica la razón humana. Por ello, dichas leyes deben ser adecuadas al pueblo para el que fueron dictadas, de tal manera que sólo por una gran casualidad las de una nación pueden convenir a otra. Es preciso que esas leyes se adapten a la naturaleza y al principio del Gobierno establecido, o que se quiera establecer, bien sea para formarlo, como lo hacen las leyes políticas, o para mante-nerlo, como hacen las leyes civiles.

— LIbRO II. DE LAS LEyES QUE DERIvAN DIREcTAMENTE DE LA NATURALEzA DEL gObIERNO

— De la naturaleza de los tres Gobiernos distintos (Cap. 1.º)

Hay tres clases de gobiernos: el republicano, el monárquico y el despótico. Para descubrir su naturaleza nos basta con la idea que tienen de ellos las personas menos instruidas. Supongamos tres definiciones o, mejor, tres hechos: uno, que el Gobierno republicano es aquel en que el pueblo entero, o una parte del mismo, tiene el poder soberano; el monárquico es aquel en que gobierna uno solo, pero con arreglo a leyes fijas y preestablecidas; por el contrario, en el gobierno despótico el poder también está en una sola persona pero sin ley y sin normas, pues gobierna según su voluntad y capricho.

— Del principio de la democracia (Cap. 3.º)

No es menester mucha probidad para que se mantengan un poder monárquico o un poder despótico. En uno, la fuerza de las leyes, y en el otro el brazo del prín-cipe siempre levantado, bastan para regular y ordenar todo. Pero en un Estado popular es necesario un resorte más: la virtud. Lo que digo está confirmado por el testimonio de la historia y se ajusta a la naturaleza de las cosas. Es evidente que en una monarquía se necesita menos virtud que en un Gobierno popular, pues en la primera el encargado de ejecutar las leyes está por encima de ellas, mientras que el Gobierno popular se siente sometido a ellas y sabe que ha de soportar todo su peso. Es evidente también que el monarca que, por negligencia o mal consejo,

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descuida la obligación de hacer cumplir las leyes, puede fácilmente reparar el mal con sólo cambiar de consejo o corregirse de su negligencia. Pero cuando en un Gobierno popular las leyes dejan de cumplirse, el Estado está ya perdido, puesto que esto sólo ocurre como consecuencia de la corrupción de la República […] Cuando la virtud deja de existir, la ambición entra en los corazones capaces de recibirla y la codicia se apodera de todos los corazones. Los deseos cambian de objeto: lo que antes se amaba, ya no se ama; si se era libre con las leyes, ahora se quiere ser libre contra ellas; cada ciudadano es como un esclavo prófugo escapado de la casa de su amo; cambia hasta el sentido de las palabras; se llama rigor a lo que era máxima; se llama estorbo a lo que era regla; se llama temor a lo que era atención; se llama avaricia a la frugalidad y no al deseo de poseer. En otros tiem-pos, los bienes de los particulares constituían el tesoro público pero en cuanto se pierde la virtud el tesoro público se convierte en patrimonio de !os particulares. La República es un despojo, y su fuerza ya no es más que el poder de algunos ciudadanos y la licencia de todos.

— LIbRO XI. DE LAS LEyES QUE DAN ORIgEN A LA LIbERTAD pOLíTIcA EN SU RELAcIóN cON LA cONSTITUcIóN

— Diversos significados que se dan a la palabra libertad (Cap. 2.º)

No hay una palabra que haya recibido significaciones más diferentes y que haya impresionado los ánimos de maneras tan dispares como la palabra libertad. Unos la han considerado como la facultad de deponer a quien habían dado un poder tiránico; otros, como la facultad de elegir a quién deben obedecer; otros, como el derecho de ir armados y poder ejercer la violencia, y otros, por fin, como el privilegio de no ser gobernados más que por un hombre de su nación o por sus propias leyes. Durante largo tiempo algún pueblo hizo consistir la libertad en el uso de llevar una larga barba. No han faltado quienes asociando este nombre a una forma de Gobierno, excluyeron las demás. Los afectos al Gobierno republicano la radicaron en dicho Gobierno; los afectos al Gobierno monárquico la situaron en la Monarquía. En resumen, cada, cual ha llamado libertad al Gobierno que se ajustaba a sus costumbres o a sus inclinaciones. Ahora bien, como en una República no se tienen siempre a la vista y de manera tan palpable los instrumentos de los males que se padecen y las leyes aparentan jugar un papel más importante que sus ejecutores, se hace residir normalmente la libertad en las Repúblicas, excluyéndola de las Monarquías. Por último, como en las democracias parece que el pueblo hace poco más o menos lo que quiere, se ha situado la libertad en este tipo de Gobierno, confundiendo el poder del pueblo con su libertad.

— Qué es la libertad (Cap. 3.º)

Es cierto que en las democracias parece que el pueblo hace lo que quiere; pero la libertad política no consiste en hacer lo que uno quiera. En un Estado, es decir, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder hacer lo

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que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se debe querer. Hay que tomar consciencia de lo que es la independencia y de lo que es la libertad. La liber-tad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten, de modo que si un ciuda-dano pudiera hacer lo que las leyes prohíben, ya no habría libertad, pues los demás tendrían igualmente esta facultad.

— Continuación del mismo tema (Cap. 4.º)

La democracia y la aristocracia no son Estados libres por su naturaleza. La liber-tad política no se encuentra más que en los Estados moderados; ahora bien, no siempre aparece en ellos, sino sólo cuando no se abusa del poder. Pero es una expe-riencia eterna, que todo hombre que tiene poder siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites. ¡Quién lo diría! La misma virtud necesita límites. Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder. Una constitución puede ser tal que nadie esté obligado a hacer las cosas no preceptuadas por la ley, y a no hacer las permitidas.

— Del fin de los distintos Estados (Cap. 5.º)

Aunque todos los Estados tengan, en general, el mismo fin, que es el de mante-nerse, cada uno tiene, sin embargo, uno que le es particular. El engrandecimiento era el de Roma; la guerra, el de Lacedemonia; la religión, el de las leyes judaicas; el comercio, el de Marsella; la tranquilidad pública, el de las leyes chinas; la navega-ción, el de las leyes de Rodas; la libertad natural, el de la legislación de los salvajes; las delicias del príncipe, por lo común, el de los Estados despóticos; La gloria del príncipe y la del Estado, el de las Monarquías; el objeto de las leyes de Polonia es la independencia de cada ciudadano, pero de ellas resulta la opresión de todos. Existe también una nación en el mundo cuya constitución tiene como objeto directo la li-bertad política. Vamos a examinar los principios en que se funda: si son buenos, la libertad se reflejará en ellos como en un espejo. Para descubrir la libertad política en la constitución no, hace falta mucho esfuerzo. Ahora bien, si se la puede contemplar y si ya se ha encontrado, ¿por qué buscarla más?

— De la constitución de Inglaterra (Cap. 6.º)

Hay en cada Estado tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecuti-vo de los asuntos que dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de los que dependen del derecho civil. Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga leyes para cierto tiempo o para siempre, y enmienda o deroga las existen-tes. Por el segundo poder, dispone de la guerra y de la paz, envía o recibe embajado-res, establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero, castiga los delitos o juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado. La libertad política de un ciudadano de-

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pende de la tranquilidad de espíritu que nace de la opinión que tiene cada uno de su seguridad. Y para que exista la libertad es necesario que el Gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro. Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el mismo cuerpo, no hay libertad porque se puede temer que el monarca o el Senado promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente. Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecutivo. Si va unido al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, pues el juez seria al mismo tiempo le-gislador. Si va unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor. Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, de los nobles o del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.

Cuestiones:

1. Analice los textos objeto de comentario desbrozando las ideas centrales y su hilo argumental. Contextualice temporalmente tales fragmentos, la centralidad de su autor y el movimiento que enmarcó su obra científica (Ilustración).

2. Tras lo anterior, identifique las aportaciones más relevantes de Montesquieu a la luz de su relieve teórico y de su impacto en la concepción político-normativa de las instituciones jurídicas. Realice finalmente una correlación de dichas aportaciones desde el filtro institucional de la rama social del derecho.

3. ADAM SMITH

— «De la división del trabajo» (de: una investigación sobre la naturaleza y causas De la riqueza De las naciones)4

El mayor progreso de la capacidad productiva del trabajo y la mayor parte de la habilidad, destreza y juicio con que ha sido dirigido o aplicado, parecen haber sido los efectos de la división del trabajo. Será más fácil comprender las consecuencias de la división del trabajo en la actividad global de la sociedad si se observa la forma en que opera en algunas manufacturas concretas. Se supone habitualmente que dicha división es desarrollada mucho más en actividades de poca relevancia, no porque efectivamen-te lo sea más que otras de mayor importancia, sino porque en las manufacturas dirigi-das a satisfacer pequeñas necesidades de un reducido número de personas la cantidad total de trabajadores será inevitablemente pequeña, y los que trabajan en todas las di-ferentes tareas de la producción están asiduamente agrupados en un mismo taller y a la vista del espectador. Por el contrario, en las grandes industrias que cubren las nece-sidades prioritarias del grueso de la población, cada rama de la producción emplea tal cantidad de trabajadores que resulta imposible reunirlos en un mismo taller. De una

4 Tecnos, Madrid, 2009, pp. 95 a 98.

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sola vez es muy raro que podamos ver a más de los ocupados en una sola rama. Por lo tanto, aunque en estas industrias el trabajo puede estar dividido en un número de etapas mucho mayor que en las laboras de menor envergadura, la división no llega a ser tan evidente y ha sido por ello menos observada.

Consideramos por ello como ejemplo una manufactura de pequeña entidad, aun-que una en la que la división del trabajo ha sido muy a menudo reconocida: la fabri-cación de alfileres. Un trabajador no preparado para esta actividad (que la división del trabajo ha convertido en un quehacer específico), no familiarizado con el uso de la maquinaria empleada en ella (cuya invención probablemente derive de la misma división del trabajo), podrá quizás, con su máximo esfuerzo, hacer un alfiler en un día, aunque ciertamente no podrá hacer veinte. Pero en la forma en que esta actividad es llevada a cabo actualmente no es sólo un oficio particular sino que ha sido dividi-do en un número de ramas, cada una de las cuales es por sí misma un oficio particu-lar. Un hombre estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo corta, un cuarto lo afila, un quinto lo lima en un extremo para colocar la cabeza; el hacer de la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas; el colocarla es una tarea especial y otra el esmaltar los alfileres; hasta empaquetarlos es por sí mismo un oficio; y así la pro-ducción de un alfiler se divide hasta dieciocho operaciones diferentes, que en algunas fábricas llegan a ser ejecutadas por manos distintas, aunque en otras una misma persona puede ejecutar dos o tres de ellas. He visto una pequeña fábrica de este tipo en la que sólo había diez hombres trabajando, y en la que consiguientemente algunos de ellos tenían a sus cargos dos o tres operaciones.

Y aunque eran muy pobres y carecían por tanto de la maquinaria adecuada, si se esforzaban podían llegar a fabricar entre todos unas doce libras de alfileres por día. En una libra hay más de cuatro mil alfileres de tamaño medio. Esas diez personas, entonces, podían fabricar conjuntamente más de cuarenta y ocho mil alfileres en un solo día, con lo que puede decirse que cada persona, como responsable de la décima parte de los cuarenta y ocho mil alfileres, fabricaba cuatro mil ochocientos alfileres diarios. Ahora bien, si todos hubieran trabajado independientemente y por separado, y si ninguno estuviese entrenado para este trabajo concreto, es imposible que cada uno fuese capaz de fabricar veinte mil alfileres por día, y quizás no hubiesen podido fabricar ni uno; es decir, ni la doscientas cuarentava parte, y quizás ni si quiera la cuatro mil ochocientava parte de lo que son capaces de hacer como consecuencia de una adecuada división y organización de sus diferentes operaciones.

En todas las demás artes y manufacturas las consecuencias de la división del trabajo son semejantes a las que se dan en esta industria tan sencilla, aunque en muchas de ellas el trabajo no puede ser así subdividido, ni reducido a operaciones tan sencillas. De todas formas, la división del trabajo ocasiona en cada actividad, en la medida en que pueda ser introducida, un incremento proporcional en la capacidad productiva del trabajo. Como consecuencia aparente de este claro ade-lanto ha tenido lugar la separación de los diversos trabajos y oficios, una separación que es asimismo desarrollada con más profundidad en aquellos países que disfru-tan de un grado más elevado de laboriosidad y progreso; así, aquello que constitu-ye el trabajo de un hombre en un estado rudo de la sociedad, es generalmente el trabajo de varios en uno más adelantado. En toda sociedad avanzada el agricultor es sólo agricultor y el industrial solo industrial. Además, la tarea requerida para

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 11

producir toda una manufactura es casi siempre dividida entre un gran número de manos. ¡Cuántos oficios resultan empleados en cada rama de la industria del lino o de la lana, desde quienes cultivan la planta o cuidan el vellón hasta los bataneros y blanqueadores de lino, o quienes tintan y aprestan el paño! Es cierto que la na-turaleza de la agricultura no admite tanta subdivisión del trabajo como en la ma-nufactura, ni una separación tan cabal entre una actividad y otra. Es imposible separar tan completamente la tarea del ganadero de la del cultivador como la del carpintero de la del herrero. El hilandero es casi siempre una persona distinta del tejedor, pero el que ara, rastrilla, siembra y cosecha es comúnmente la misma persona. Como esas diferentes labores cambian con las diversas estaciones del año, es imposible que un hombre esté permanentemente empleado en ninguna de ellas. Esta imposibilidad de llevar a cabo una separación tan profunda y completa de todas las ramas del trabajo empleado en la agricultura es probablemente la razón por la cual la mejora en la capacidad productiva del trabajo en este sector no al-cance siempre el ritmo de esa mejora en las manufacturas. Las naciones más opu-lentas superan evidentemente a sus vecinas tanto en agricultura como en industria, pero lo normal es que su superioridad sea más clara en la segunda que en la pri-mera. Sus tierras están en general mejor cultivadas, y al recibir más trabajo y más dinero producen más relativamente a la extensión y fertilidad natural del suelo. Pero esta superioridad productiva no suele estar mucho más que en proporción a dicha superioridad en el trabajo y dinero. En la agricultura, el trabajo del país rico no es siempre mucho más productivo que el del país pobre, o al menos nunca es tanto más productivo como lo es normalmente en la industria. El cereal del país rico, por lo tanto, y para un mismo nivel de calidad, no siempre será en el mercado más barato que el del país pobre. A igualdad de calidades, el cereal del de Polonia es más barato que el de Francia, pese a que este último país es más rico y avanza-do. El cereal de Francia es, en las provincias graneras, tan bueno y casi todos los años tiene el mismo precio que el cereal de Inglaterra, a pesar de que en riqueza y progreso Francia está acaso detrás de Inglaterra. Las tierras cerealistas de Inglate-rra, asimismo, están mejor cultivadas que las de Francia, y las de Francia parecen estar mucho mejor cultivadas que las de Polonia.

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales del mis-mo. Contextualice asimismo dicha obra temporalmente, analizando el perfil biográ-fico de su autor y las aportaciones generales vertidas por A. Smith en La riqueza de las Naciones.

2. Tras lo anterior, examine el significado de la división del trabajo a través de las categorías y ejemplos colacionados por el autor, y colija la significación de dicho fenómeno como instrumento de revalorización de las fuerzas productivas.

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12 MATERIALES DIDÁCTICOS DEL DERECHO DEL TRABAJO…

4. J. STUART MILL

— consiDeraciones sobre el gobierno representativo5

— «El criterio para escoger una buena forma de gobierno» (Cap. 2.º)

Siendo la forma de gobierno para un país determinado una cosa que puede esco-gerse, lo que ahora hemos de considerar es cómo deberá realizarse esa elección; cuáles son las características distintivas de la forma de gobierno más adecuada para promover los intereses de una sociedad dada […]. En primer lugar, las funciones propias de un gobierno no son una cosa fija, sino que varían según los diferentes estados de la sociedad; mucho más en un estado primitivo que en uno avanzado. Y en segundo lugar, el carácter de un gobierno o serie de instituciones políticas no puede ser suficientemente apreciado mientras confinemos nuestra atención a la es-fera de las funciones gubernamentales. Pues aunque la bondad de un gobierno está necesariamente circunscrita a dicha esfera, su perniciosidad, desgraciadamente, no lo está. Cada tipo y grado de mal que los hombres son susceptibles de padecer pue-de serles infligidos por su gobierno; y ningún bien de que la existencia social sea capaz podrá realizarse, excepto en la medida en que el gobierno sea compatible con él y permita que (dicho bien) sea logrado. Dejando aparte los efectos indirectos, la intervención directa de las autoridades públicas no tiene más límites necesarios que los de la existencia humana misma; y la influencia del gobierno en el bienestar de la sociedad no puede ser considerada o estimada en referencia a nada que sea menos que la totalidad de los intereses de la humanidad.

[…] Desgraciadamente, no es tarea fácil enumerar y clasificar los elementos que constituyen el bienestar social de modo que podamos formar teoremas […] La clasi-ficación obtenida hasta el momento empieza y termina con una división de las exigen-cias de la sociedad en dos categorías: orden y progreso […]. ¿Qué son (ambos extre-mos)? No hay dificultad en lo que respecta al progreso, o por lo menos no hay ninguna que se presente a primera vista. Cuando se habla de progreso como una de las necesi-dades de la sociedad humana, puede suponerse que estamos hablando de una Mejora. Esta ésta una idea suficientemente clara. Pero ¿qué es el orden? Unas veces significa más y otras menos, pero muy raras veces significa todo lo que la sociedad humana necesita, excepción hecha de la Mejora. En su acepción estricta, orden significa Obe-diencia. Se dice que un gobierno preserva el orden si consigue que la gente obedezca. Pero hay diferentes grados de obediencia, y no todo grado es recomendable. Sólo un despotismo extremo exige que el ciudadano individual obedezca incondicionalmente todos los mandatos que provengan de personas en una posición de autoridad. Hemos, pues, de limitar la definición, por lo menos a mandatos que sean generales y promul-gados en forma de leyes. El orden así entendido expresa un atributo indudable e indis-pensable de todo gobierno. Quienes no son capaces de hacer que se cumplan sus or-denanzas, no puede decirse que gobiernen. Pero aunque el Orden es una condición necesaria del gobierno, no constituye el objeto del mismo. El que un gobierno se haga obedecer es un requisito para que dicho gobierno pueda alcanzar algún otro propósito.

5 Alianza, Madrid, 2001, pp. 47 a 51, 54 y pp. 80 y 81, respectivamente.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 13

Lo que nos queda averiguar cuál es ese otro propósito que el gobierno debe cumplir independientemente de la idea de Mejora, y que ha de ser cumplido en toda sociedad, ya sea estacionaria o progresiva. En un sentido más general, Orden significa preserva-ción de la paz mediante la cesación de la violencia privada.

[…] ¿Cuáles son las cualidades ciudadanas que conducen en mayor medida a man-tener la cantidad de buena conducta, buen trato, éxito y prosperidad que ya existe en la sociedad? Todo el mundo estará de acuerdo en que esas cualidades son el trabajo, la integridad, la justicia y la prudencia. ¿Pero son éstas, de entre todas las cualidades, las que en mayor medida conducen a la mejora? Y cualquier aumento de estas virtudes en el seno de la comunidad, ¿no constituye en sí mismo la más grande de las mejoras? Si ello es así, cualesquiera cualidades de gobierno que promuevan el trabajo, la integri-dad, la justicia y la prudencia conducen igualmente a la permanencia y al progreso; lo único que se necesita para hacer que la sociedad sea decididamente progresiva es una mayor cantidad de esas cualidades que la que se requiere para mantenerla en la perma-nencia. ¿Cuáles son, por tanto, los particulares atributos de los seres humanos que parecen referirse más esencialmente al Progreso y que no surgen de manera tan direc-ta las ideas de Orden y Preservación? Son principalmente las cualidades de actividad mental, espíritu de empresa y valentía […] Por lo tanto, cualesquiera que sean las cualidades que en un gobierno tienden a fomentar la energía, el valor y la originalidad son requisitos necesarios de la Permanencia, así como del progreso (considerando además) que Progreso implica Orden, mas el Orden no implica progreso.

— «Que, idealmente, la mejor forma de gobierno es el goberno representativo (Cap. 3.º)

No es difícil mostrar que, idealmente, la mejor forma de gobierno es aquella en que la soberanía o poder de control supremo reside, en último término, en la comu-nidad entera; una comunidad en la que cada ciudadano no sólo tiene voz en el ejer-cicio de dicha soberanía, sino que también, si quiera ocasionalmente, es llamado a tomar parte en las decisiones de gobierno mediante el desempeño personal de algu-na función pública a nivel local y general. Para comprobar la validez de esta propo-sición, debe examinarse en referencia a las dos ramas en que se divide la investiga-ción acerca de un gobierno, a saber: hasta qué punto promueve la buena administración de los asuntos de la sociedad sirviéndose de las ya existentes facul-tades morales, intelectuales y activas de sus miembros, y si tiene como efecto la mejora o deterioro de dichas facultades. Apenas es preciso señalar que cuando ha-blamos de ideal de la mejor forma de gobierno no queremos decir un gobierno que es practicable o elegibles en todos los niveles de civilización, sino un gobierno que, en las circunstancias en que resulte practicable y elegible, venga acompañado de la mayor cantidad de consecuencias beneficiosas, tanto inmediatas como futuras. Un gobierno completamente democrático es el único que puede reclamar un carácter así, pues destaca en las dos ramas en que se divide la excelencia de una configuración política. Es el que, más que ningún otro, favorece el buen gobierno y promueve una mejor y más elevada forma de carácter nacional. Su superioridad en lo que se refie-re al bienestar presente descansa en dos principios cuya verdad y aplicabilidad son

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14 MATERIALES DIDÁCTICOS DEL DERECHO DEL TRABAJO…

tan universales como puede llegar a serlo cualquier otra proposición respecto a los asuntos humanos. El primero es que los derechos e intereses de todas y cada una de las personas sólo pueden evitar ser desatendidos cuando la persona interesada es capaz y está habitualmente dispuesta a jugar por ellos. El segundo es que la prospe-ridad general alcanza un mayor nivel y es más ampliamente difundida, cuanto mayor es la cantidad de energías personales dedicadas a promoverla.

Cuestiones:

1. Analice sendos textos, objeto de comentario, y desbroce las ideas centrales de ambos pasajes. Contextualice asimismo la obra temporalmente, analizando el perfil biográfico del autor y las corrientes de pensamiento en las que se inserta (es-cuela económica clásica y, sobre todo, la ideología utilitarista).

2. Reconduzca a nuestra disciplina las dos propiedades teorizadas por Mill para alcanzar el bienestar social (orden y progreso), e infiera, respecto del primer pasaje transcrito, un mapa de categorías que permiten materializar tales objetivos a través de los anclajes jurídicos e institucionales de la rama social del derecho. Respecto del segundo pasaje, reconduzca de nuevo los ejes de las aportaciones teóricas de Mills a las categorías iuslaborales, considerando especialmente el doble canal de represen-tación (sindical y unitaria) que rigen las relaciones colectivas de trabajo. Por último, realice una reflexión crítica conclusiva de los déficits que aquejan el funcionamien-to del sistema democrático, considerando asimismo la dialéctica: empoderamiento representativo, mecanismos de participación, de control y transparencia.

5. c. FOURIER

— el falansterio6

— De la asociación (Cap. 1.º)

Se ha sentado vagamente como principio, que los hombres han sido creados para vivir en sociedad, sin observarse que la sociedad puede ser de dos clases: fragmen-taria y combinada, o sea, el estado antisocialista y el estado socialista. La diferencia entre uno y otro es la que hay de la verdad al error, de la riqueza a la miseria, de las cumbres a la planicie, de las mariposas a los gusanos. El siglo, en sus presentimien-tos sobre la Asociación, ha seguido una marcha vacilante; ha temido fiarse de sus inspiraciones que le hacían esperar un gran descubrimiento, ha soñado con el víncu-lo socialista, y no se ha atrevido a proceder a la investigación de los medios, sin pensar ni reflexionar jamás acerca de la alternativa siguiente: Sólo pueden existir dos métodos para el ejercicio de la industria; a saber: el estado fragmentario o cultivo por familias aisladas, tal como hoy existe, o el estado socialista. Dios no puede optar para el ejercicio de los trabajos humanos, sino entre grupos e individuos; entre la acción socialista y combinada y la acción incoherente y fragmentaria. Es un

6 Biblioteca Virtual Antorcha, 2006, pp. 8 a 11, y 22 a 26.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 15

principio que debe recordarse sin cesar. Como discreto distribuidor no ha podido especular acerca del empleo de las parejas aisladas que obran sin unidad por el mé-todo civilizado; porque la acción individualista lleva en sí siete gérmenes de desor-ganización de los cuales cada uno basta por sí solo para engendrar multitud de desór denes. Vamos, por la enumeración simple de esos vicios, a juzgar si Dios pudo titubear un instante en proscribir el trabajo fraccionado que los engendra.

Vicios de la acción individual en la industria. Trabajo asalariado; servidumbre indirecta. 1.º Muerte del funcionario. 2.º Inconstancia personal. 3.º Contraste del carácter entre el padre y el hijo. 4.º Ausencia de economía mecánica. 5.º Fraude, latrocinio y desconfianza general. 6.º Intermitencia de la industria por falta de me-dios. 7.º Conflicto de empresas contrarias. Contrariedad del interés individual y el colectivo. Ausencia de unidad en los planes y en su ejecución. ¿Dios hubiera adop-tado todos estos vicios como base del sistema social si se hubiera fijado en el méto-do filosófico que sostiene el trabajo fraccionado? ¿Se puede atribuir al Creador ta-maña sinrazón? Concedamos algunas líneas al examen de cada uno de esos caracteres, paralelamente a los efectos del socialismo.

1.º La muerte. Viene a detener las más útiles empresas de un hombre en circuns-tancias en que nadie, alrededor de él, posee la intención de continuarlas o tiene el talento y capitales necesarios para proseguirlas. Las series no mueren nunca; reem-plazan cada año por nuevos neófitos a los asociados que les arrebata la muerte.

2.º La inconstancia. Se apodera del individuo y le hace descuidar o cambiar las disposiciones, oponiéndose a que la obra alcance perfección y estabilidad. Las series no están sujetas a la inconstancia; no podría ésta causar ni suspensión temporal ni versatilidad en sus trabajos. Si arrebata anualmente algunos asociados, otros aspi-rantes los reemplazan pronto y restablecen el equilibrio, el cual puede también man-tenerse haciendo un llamamiento a los ancianos, que son cuerpos auxiliares en caso de urgencia.

3.º El contraste del carácter del padre y el hijo y del donante y el heredero; con-traste que hace abandonar o desnaturalizar por uno los trabajos comenzados por el otro. Las series están exentas de ese vicio porque se constituyen por afinidad de in-clinación y no por vínculos consanguíneos, que es prenda de disparidad de inclina-ciones.

4.º La ausencia de economía mecánica; ventaja rehusada a la acción individual: se necesita masas numerosas para mecanizar todo trabajo, sea de menaje o de culti-vo. Las series, por el doble recurso de las masas numerosas y del concurso social, elevan por necesidad al más alto grado el mecanismo.

5.º El fraude y el latrocinio, vicios inherentes a toda empresa donde los agentes no están cointeresados por el reparto proporcional de las tres facultades: capital, trabajo, inteligencia. El mecanismo serial, plenamente al abrigo del fraude y latro-cinio, está dispensado de tomar las precauciones ruinosas que exigen estos dos ries-gos.

6.º Intermitencia por falta de trabajo, de tierras, de máquinas, de instrumentos, de talleres y otras que, a cada instante, suspenden y paralizan la industria civilizada. Se ignoran estas trabas en el régimen socialista, constante y copiosamente provisto de todo lo necesario para la perfección e integralidad de los trabajos.

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7.º El conflicto entre empresas. Las rivalidades son malévolas y no emuladoras. Un fabricante trata de hundir a su competidor. Los industriales son una legión de enemigos entre sí. En las series no existe este espíritu insociable pues cada una está interesada en el éxito de las otras y la masa no emprende más que labores agrícolas y fabriles, cuyo éxito está garantido.

8.º Los intereses individuales y colectivos en pugna. Véase el asolamiento de los bosques, la gradual extinción de la caza, la pesca, y la perturbación climatérica. Efecto contrario en las series. Concierto general para el mantenimiento de las fuen-tes de riqueza y la restauración climática de manera integral y compuesta.

9.º En fin: el trabajo asalariado o servidumbre indirecta, prenda de infortunio, de persecución, de desesperación para el industrial civilizado y bárbaro. Contraste sorprendente con la suerte del industrial socialista, que goza plenamente de los nue-ve derechos naturales antes definidos.

Tras la lectura de ese cuadro, cada cual puede inferir, como conclusión, que ha-biendo podido Dios elegir entre los dos mecanismos, entre un océano de absurdos y un océano de perfecciones, no se titubee en la elección. Toda vacilación resultaría contradictoria con sus propiedades, y en especial con la de la economía de los recur-sos, que contravendría la opción por el estado fraccionado frente a la Asociación, que opera en economías de todas clases; ahorra contracción, salud, tiempo, fastidio, estancamiento, incertidumbres, engaños, mano de obra, máquinas, derroteros, des-perdicio; y duplica la acción […]

— El falansterio (Cap. 3.º)

Se necesita para una Asociación de 1.500 a 1.600 personas un terreno de una legua cuadrada, o sea una superficie de seis millones de toesas cuadradas (no olvi-demos que con el tercio basta para el método sencillo). Que el país esté provisto de una buena corriente de agua, cortado por colinas y propio para cultivos variados, cercano a un bosque y poco alejado de una gran ciudad, aunque lo bastante para evitar importunos. La Falange de ensayo, estando sola y sin apoyo de falanges ve-cinas, tendrá, como consecuencia de tal aislamiento, tantas lagunas de atracción, tantas calmas pasionales que temer en sus maniobras, que será necesario proporcio-narle cuidadosamente el recurso de un buen local apropiado a las variedades de las funciones. Un país llano como Amberes, Leipzig, Orleans, sería del todo inconve-niente y haría abortar muchas series, con igual superficie de terreno. Será preciso, pues, buscar un país como los alrededores de Lausana o a lo menos un hermoso parque de agua corriente y bosque, como el que se extiende entre Bruselas y Halle. Un hermoso sitio cerca de París sería el terreno situado entre Poissy y Conflans o entre Poissy y Menlan. Se reunirán mil quinientas o mil seiscientas personas de desiguales fortunas, edades, caracteres y conocimientos teóricos y prácticos, gra-duando la desigualdad; se cuidará de que exista la mayor variedad posible pues cuanto más variedad haya en las pasiones y facultades de los asociados, más fácil será armonizarlos en poco tiempo. Se deben, pues, reunir en ese cantón de ensayo todos los trabajos de cultivo practicables, incluso los de jardinería natural y de estu-

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 17

fa; añádanse para los ejercicios de invierno y de los días lluviosos al menos tres manufacturas accesorias y diversas ramas de práctica en ciencias y artes, indepen-dientemente de las escuelas.

Se deberá, ante todo, legislar evaluando los capitales entregados accionariamen-te; tierras, materiales, rebaños, instrumentos, etc. Este detalle es uno de los primeros de los que debe ocuparse, creo, con objeto de su reembolso. Limitémonos a decir que se acreditarán todas esas entregas con acciones y cupones de acciones transfe-ribles. Una gran dificultad a superar con la Falange de ensayo consistirá en formar los vínculos de alta mecánica, o colectivos de las series, antes de que termine el estío. Será preciso, antes de que vuelva el invierno, llegar a unir pasionalmente a la masa de asociados, conducirlos a la abnegación colectiva e individual para el soste-nimiento de la Falange, y sobre todo para el acuerdo perfecto en el reparto de los beneficios en razón a las tres facultades: Capital, Trabajo, Talento. Esta dificultad será mayor en los países del Norte debido a la diferencia del tiempo que dura el ejercicio agrícola; de cinco a ocho meses. Una Falange de ensayo, como no puede principiar sino con trabajos agrícolas, no entrará en funcionamiento hasta el mes de mayo pues necesita, antes de que cesen esas faenas, antes de octubre, constituir los vínculos generales, los nudos armónicos de las series, y sólo tendrá unos cinco me-ses de pleno ejercicio en las regiones a cincuenta grados, lo que obliga a efectuar tal operación en muy corto plazo. La prueba será, pues, mucho más cómoda en los países templados, como Florencia, Nápoles, Valencia, Lisboa en los que pueden contarse ocho o nueve meses de pleno cultivo; y resulta tanta mayor facilidad para consolidar esos vínculos, cuanto que sólo se necesitan franquear tres o cuatro meses de calma pasional para que llegue la segunda primavera, época en la cual, al reanudar la Falange sus faenas agrícolas, estrechará sus vínculos con mucha mayor actividad, dándoles un grado de intensidad muy superior al del primer año; entrará entonces en el período de consolidación y será bastante fuerte para evitar las calmas pasionales en el segundo invierno.

Se verá en el capítulo de las lagunas de atracción, que la primer Falange por causa de su soledad social y otras trabas inherentes al cantón de ensayo, tendrá que salvar doce obstáculos especiales, los cuales no existirán ya para las subsiguientes falanges. Por eso importaría mucho, en ese cantón de ensayo, contar con el auxilio de los cultivos prolongados, de ocho a nueve meses, como en Nápoles, Valencia o Lisboa. En cuanto a la elección entre los pretendientes ricos y pobres, deberá hacer-se, fijándose para ella en ciertas cualidades que la civilización considera viciosas o inútiles. Tales son: la fineza del oído musical; la cultura en el seno de las familias; la aptitud para las bellas artes; y seguir varias reglas opuestas a las ideas filosóficas: preferir las familias con pocos hijos; introducir un tercio de célibes; buscar los ca-racteres tildados de caprichosos; establecer una escala graduada en edades, fortunas y luces. Dada la necesidad de la educación unitaria y la fusión de las clases con los niños, recomendé y reiteré como consejo, que se elijan para la Falange de ensayo familias cultas y educadas, sobre todo en las clases inferiores, pues será preciso mezclar en los trabajos a esta clase con la rica, y hacerles encontrar en tal amalgama un encanto, que dependerá en mucho de la cortesía de los inferiores. Por eso, y salvo mejor elección, sería muy conveniente para el ensayo, los pueblos de los alrededores de París, Blois y Tours.

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18 MATERIALES DIDÁCTICOS DEL DERECHO DEL TRABAJO…

Continuemos con los detalles del ayuntamiento. Deberá tener, al menos, siete octavas partes de sus miembros entre agricultores y manufactureros; el octavo se compondrá de capitalistas, sabios y artistas. La Falange estaría mal constituida, sien-do difícil de equilibrar, si entre los capitalistas se hallasen varios ricos de 100.000 francos y varios de 50.000, sin existir fortunas mediadoras. En tal caso, habría que procurarse capitalistas intermedios de 60, 70, 80 y 90 mil francos. La Falange mejor graduada en todos los sentidos eleva la armonía social y los beneficios al más alto grado. Creerán algunos que nuestros sibaritas no querrán asociarse con Bertoldo y Marcolfa; lo están ya hoy, y creo haberlo advertido en otro lugar. El rico, ¿no está hoy obligado a debatir sus intereses con los veinte campesinos que tenga en sus granjas y que se ponen de acuerdo para explotarla? Es pues, de hecho, socio de los campesinos, y está obligado a enterarse de los buenos y malos arrendatarios, infor-marse de su carácter, de sus costumbres, de su competencia y su solvencia. En la Armonía, no será más que un socio indirecto, desembarazado de las tareas de gestión, que son realizadas por regentes, procuradores y oficiales especiales, sin que el capi-talista tenga necesidad de intervenir en ellas ni corra riesgo alguno de fraude. Será, pues, eximido de los disgustos producidos por su sociedad con los campesinos, construyendo una nueva donde no tendrá que facilitarles nada, y en la que no serán para él sino amigos oficiosos y desinteresados, con arreglo al régimen de las series y unión.

Cuestiones:

1. Analice sendos textos, objeto de comentario, y desbroce las ideas centrales y, sobre todo, las propuestas hipostasiadas en los mismos. Contextualice la obra temporalmente estudiando el perfil biográfico del autor, el período histórico de pro-to-industrialización y el movimiento ideológico que enmarcara tales tesis (socialismo utópico).

2. Tras lo anterior, examine las hipótesis sostenidas por Fourier. Respecto del primer texto, analice los argumentos (o «vícios») aducidos por nuestro autor para validar su propuesta de trabajo asociativo y comunitario. Y respecto del segundo, el perfil de Falansterio ideado al efecto. Finalmente, reflexione sobre la influencia de dicho ensayo en la formación de la ideología socialista y, posteriormente, de la doc-trina marxiana.

6. H. SAINT-SIMON

— catecismo político De los inDustriales7

P.- ¿Qué es un industrial?R.- Un industrial es un hombre que trabaja en producir o poner al alcance de la

mano de los diferentes miembros de la sociedad uno o varios medios materiales de

7 Aguilar, Buenos Aires, 1964.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 19

satisfacer sus necesidades o sus gustos físicos; de esta forma, un cultivador que siembre trigo, que cría aves o animales domésticos, es un industrial, un aperador, un herrero, un cerrajero, un carpintero son industriales; un fabricantes de zapatos, de sombreros, de telas, de paños, de cachemiras, es igualmente un industrial; un nego-ciante, un carretero, un marino empleado a bordo de buques mercantes, son indus-triales. Todos los industriales unidos trabajan para producir y poner al alcance de la mano de todos los miembros de la sociedad todos los medios materiales para satis-facer sus necesidades o sus gustos físicos, y forman tres grandes clases, que se laman los cultivadores, los fabricantes y los negociantes.

P.- ¿Qué rango deben ocupar los industriales en la sociedad?R.- La clase industrial debe ocupar el primer rango, por ser la más importante de

todas, porque puede prescindir de todas las otras, sin que éstas puedan prescindir de aquéllas; porque subsiste por sus propias fuerzas, por sus trabajos personales. Las otras clases deben trabajar para ella, porque son creación suya y porque les conserva su existencia; en una palabra: realizándose todo por la industria, todo debe hacerse para la industria.

P.- ¿Qué rango ocupan los industriales en la sociedad?R.- La clase industrial, debido a la actual organización social, está ocupando la

última de todas. El orden social concede todavía más consideración a los trabajos secundarios e incluso a la inactividad, que a los trabajos más importantes, los de utilidad más directa.

P.- ¿Por qué la clase industrial, que debe ocupar el primer rango, se halla situada en el último? ¿Por qué quienes de hecho son los primeros se hallan clasificados como los últimos?

R.- Explicaremos el porqué a lo largo de este Catecismo.P.- ¿Qué deben hacer los industriales para pasar desde el rango inferior en que se

hallan situados al superior que les pertenece por derecho?R.- En este Catecismo diremos el procedimiento que deben adoptar para operar

dicha mejora en su existencia social.P.- ¿Cuál es la naturaleza del trabajo que habéis emprendido? De otra forma: ¿qué

os proponéis al hacer este Catecismo?R.-Nos proponemos indicar a los industriales los medios para que aumenten en

un máximo posible su bienestar; nos proponemos hacerles conocer los medios ge-nerales que deben utilizar para acrecentar su importancia social.

P.- ¿De qué forma lo haréis para alcanzar tal fin?R.- Por una parte, presentaremos a los industriales el cuadro de su verdadera si-

tuación social; haremos que vean cómo es subalterna y, por consiguiente, muy infe-rior a lo que debe ser puesto que son la clase más capaz y más útil de la sociedad. Por otra parte, les trazaremos la marcha que deben seguir para situarse en el primer rango, bajo el aspecto de la consideración y del poder.

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario desbrozando las ideas centrales y las propuestas hipostasiadas en el mismo. Contextualice asimismo dicha obra temporal-mente, estudiando el perfil biográfico del autor, el período histórico de proto-indus-

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trialización y el movimiento ideológico que enmarcara tales teorías (socialismo utó-pico).

2. Tras lo anterior, examine las propuestas sostenidas por Saint-Simon, anali-zando críticamente las clasificaciones tipológicas del rol industrial y las hipótesis planteadas para valorizar dicho rol. Finalmente, realice una comparación de la ideo-grafía plasmada en «Catecismo político para los industriales» con los roles domi-nantes en la actual sociedad digital (v. gr., «start ups», emprendimiento, redes con-sociativas, grupos de empresas, etc.).

7. p. J. pROUDHON

— filosofía De la miseria8

— OpOSIcIóN DEL HEcHO y DEL DEREcHO EN LA EcONOMíA DE LAS SOcIEDADES

Dos fuerzas se disputan hoy el gobierno del mundo, y se anatematizan con el furor de dos cultos hostiles: la economía política, o la tradición; y el socialismo, o la utopía. ¿Qué es, en términos más explícitos, la economía política? ¿Qué es el socialismo? La economía política es una colección de observaciones hechas hasta hoy de los fenómenos de la producción y la distribución de las riquezas, es decir, las formas más generales, más espontáneas y, en consecuencia, más auténticas del tra-bajo y del cambio. Los economistas han clasificado de la mejor manera posible esas observaciones; han descrito los fenómenos y consignado sus relaciones; han obser-vado que, en muchas circunstancias, presentaban cierto carácter de necesidad y les han dado el nombre de leyes; y ese conjunto de conocimientos de las manifestacio-nes, por decirlo así, más candorosas de la sociedad, es lo que ha constituido la eco-nomía política. Por tanto, la economía política es la historia natural de las costum-bres, tradiciones, prácticas y rutinas visibles y más universalmente acreditadas de la humanidad en lo relativo a la producción y distribución de la riqueza. Como tal, la economía política se autolegitima de hecho y de derecho: de hecho, porque los fe-nómenos que estudia son constantes, espontáneos y universales; de derecho, porque tales fenómenos descansan en la autoridad del género humano. Así la economía política se califica de ciencia, es decir, de conocimiento razonado y sistemático de hechos regulares y necesarios.

El socialismo, que, parecido al dios Vishnú, siempre muere y resucita, explica la constitución presente de la sociedad, y por tanto de todas sus constituciones anterio-res. Pretende probar que el orden civilizado es ficticio, contradictorio e ineficaz, y que engendra por sí solo la opresión, la miseria y el crimen. Acusa, por no decir que calumnia, toda la historia de la vida social, y provoca con todas sus fuerzas la refun-dición de las costumbres y de las instituciones. El socialismo declara que la economía política es una hipótesis falsa, una sofística inventada en provecho de la explotación de los más por los menos; y aplicando el apotegma A fructibus cognoscetis, acaba demostrando la impotencia de la economía política frente al cuadro de calamidades

8 Americalee, Argentina, 1945, pp. 26 a 29, 39 a 43, 301, 303, 314 y 316 a 318, respectivamente.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 21

humanas, a las que hace responsable. Mas si la economía política es falsa, falsa es también la jurisprudencia, que en todos los países es la ciencia del derecho y la cos-tumbre, puesto que, fundándose en la distinción de lo tuyo y lo mío, legitima los hechos descritos y clasificados por la economía política; falsas son aún las teorías del derecho público e internacional, con todas las variantes del gobierno representa-tivo, pues descansan en el principio de la apropiación individual y de la soberanía absoluta de las voluntades. El socialismo acepta todas estas consecuencias. Para él la economía política, considerada por muchos como la fisiología de la riqueza, no es más que la práctica organizada del robo y la miseria; del mismo modo, la jurispru-dencia, mentada por los legisladores con el nombre de razón escrita, termina siendo una compilación de las reglas del bandolerismo legal y oficial, o sea de la propiedad. A la luz de sus mutuas relaciones, esas dos pretendidas ciencias, la economía polí-tica y el derecho, constituyen, en el sentir del socialismo, la teoría completa de la iniquidad y la discordia. Pasando de la negación a la afirmación, el socialismo opo-ne, frente al principio de propiedad, el canon de asociación, y se esfuerza por recons-tituir de arriba abajo la economía social, es decir, establece un derecho nuevo, una política nueva, e instituciones y costumbres diametralmente opuestas a las formas antiguas.

Así pues, la línea de demarcación entre el socialismo y la economía política es clara y en flagrante contradicción. La economía política tiende a la consagración del egoísmo; el socialismo a la exaltación de la comunidad. Los economistas son optimistas respecto de los hechos realizados; los socialistas respecto de los hechos por realizar. Los primeros dicen que lo que debe ser es; los segundos que no es lo que debe ser. Los primeros se presentan como defensores de la religión, del poder y de los demás principios contemporáneos y conservadores de la propiedad. Los se-gundos rechazan la autoridad y la fe, y apelan a la ciencia, por más que cierta reli-giosidad, del todo iliberal, y un desdén muy poco científico de los hechos, constitu-yan siempre el carácter más ostensible de sus doctrinas. Por lo demás, ni unos ni otros dejan de acusarse recíprocamente de esterilidad e impericia. Los socialistas atribuyen a sus adversarios la desigualdad de las condiciones, esas orgías comercia-les donde el monopolio y la concurrencia, en monstruoso consorcio, engendran eter-namente el lujo y la miseria; acusan las teorías económicas, vaciadas sobre lo pasa-do, de dejar el porvenir sin esperanza; presentan, en una palabra, el régimen de la propiedad como una alucinación horrible, contra la cual protesta y forcejea la huma-nidad hace cuatro mil años. Los economistas, por su parte, desafían a los socialistas que formulen un sistema donde sea posible vivir sin propiedad, sin concurrencia y sin policía; prueban, documentos en mano, que todos los proyectos de reforma han sido siempre rapsodias de fragmentos tomados de ese mismo régimen tan denigrado por el socialismo; más claro, plagios de la economía política, fuera de la cual el socialismo se muestra incapaz para concebir o formular una idea.

Cada día aumentan las consecuencias de ese grave proceso, y la cuestión se com-plejiza. Mientras la sociedad marcha y tropieza, mientras la sociedad sufre y se en-riquece siguiendo la rutina económica, los socialistas, desde Pitágoras, Orfeo y el impenetrable Hermes, establecen sus dogmas en abierta contradicción con la econo-mía política. Se ha llegado a hacer algunos ensayos de asociaciones conforme a tales doctrinas, pero esas raras tentativas, perdidas en el océano propietario, no han pro-

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ducido resultados; y como si el destino hubiese resuelto agotar la hipótesis econó-mica, antes de empezar la realización de la utopía socialista, el partido reformador se ve abocado a devorar los sarcasmos de sus adversarios esperando el advenimien-to de su turno. He aquí el estado de la cuestión. El socialismo denuncia sin tregua las maldades de la civilización, consigna diariamente la impotencia de la economía política para satisfacer las atracciones armónicas del hombre, y presenta querella sobre querella; la economía política construye su doctrina con los sistemas socialis-tas que pasan unos tras otros, y mueren desdeñados por el sentido común. La perse-verancia del mal alimenta las quejas de los unos, y los constantes descalabros de los reformistas dan materia a la maligna ironía de los otros […]. Ahora bien, una doc-trina nacida de improviso en el corazón mismo de la sociedad, sin antecedentes y sin antepasados, que rechaza el principio arbitral de todas las regiones y de la conciencia, y que sustituía como verdad única la relación de los hechos; una doctrina que rompía con la tradición sin servirse de lo pasado más que como de un punto de apoyo para lo futuro; una doctrina tal, como digo, no podía evitar la oposición de las autoridades establecidas; y es fácil ver hoy que, a pesar de sus discordias intestinas, esas autori-dades, que no constituyen más que una, se asocian y entienden para combatir al monstruo dispuesto a devorarlas. A los obreros que se quejan de la insuficiencia del salario y de la incertidumbre del trabajo, la economía política les opone la libertad del comercio; a los ciudadanos que buscan las condiciones de la libertad y del orden, los ideólogos les presentan sistemas representativos; a las almas tiernas, que faltas de la antigua fe preguntan por la razón y el objeto de su existencia, la religión les habla de los insondables secretos de la Providencia, y la filosofía les reserva la duda. ¡Siempre subterfugios! ¡Jamás ideas completas donde descansar el corazón y el entendimiento! El socialismo dice a voz en grito que es tiempo de navegar a tierra firme y de entrar en el puerto; y los antisocialistas contestan: no hay puerto; la hu-manidad camina bajo la salvaguardia de Dios y la dirección de los sacerdotes, los filósofos, los oradores y los economistas, y nuestra circunnavegación resulta eterna. Así la sociedad se encuentra desde su origen dividida en dos grandes partidos: el uno tradicional y esencialmente jerárquico, y según el objeto que considere toma suce-sivamente el nombre de monarquía o democracia, filosofía o religión, en una palabra, propiedad; el otro que, resucitando tras cada crisis de la civilización, se declara ante todo anárquico y ateo, es decir, refractario a toda autoridad divina y humana: éste es el socialismo.

— OpOSIcIóN DEL vALOR DE UTILIDAD y DEL vALOR DE cAMbIO

El valor es la piedra angular del edificio económico. El divino artista que nos ha conducido a continuar su obra no ha sido explicado por nadie, pero casi puede adi-vinarse por algunos indicios. El valor presenta, en efecto, dos facetas: la que los economistas llaman valor de uso, o valor en sí, y la que llaman valor en cambio, o de opinión. Los efectos que produce el valor bajo este doble aspecto son muy irre-gulares, en tanto que no están asentados o, para hablar más filosóficamente, cambian totalmente. Ahora bien: ¿en qué consiste la correlación de valor útil a valor en cam-bio? ¿qué debe entenderse por valor constituido?, ¿por qué peripecia se verifica esta

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constitución? Este es el objeto y el fin de la economía política. Suplico al lector que ponga toda su atención en lo que sigue: este capítulo es el único de la obra que exi-ge por su parte un poco de buena voluntad. Yo, por la mía, me esforzaré en ser cada vez más sencillo y más claro.

Todo lo que puede serme de alguna utilidad tiene para mí valor, y soy tanto más rico cuanto más abundan las cosas útiles: sobre esto no hay dificultad teórica. La leche y la carne, los frutos y las semillas, la lana, el azúcar, el algodón, el vino, los metales, el mármol, la tierra por fin, el agua, el aire, el fuego y el sol, son, en relación a mí, valores de uso, valores por naturaleza y por destino. Si todas las cosas útiles para mi existencia fueran tan abundantes, como la luz por ejemplo, si la cantidad de cada especie de valores fuese inagotable, asegurado siempre mi bienestar, no tendría que entregarme al trabajo, ni pensaría siquiera. En un estado tal habría siempre uti-lidad en las cosas, pero no sería exacto decir que valiesen; porque el valor, como pronto veremos, indica una relación esencialmente social, pudiendo afirmarse que sólo mediante el cambio, una especie de vuelta de la sociedad a la naturaleza, adqui-rimos la noción de lo útil. Todo el desarrollo de la civilización depende, por tanto, de la necesidad humana de provocar incesantemente la creación de nuevos valores, del mismo modo que los males de la sociedad reconocen por causa primera la per-petua lucha que sostenemos contra nuestra propia existencia. Quítese al hombre esa necesidad, que estimula su pensamiento y le predispone a la vida contemplativa, y el contramaestre de la creación no sería otra cosa que el primero de los cuadrúpedos.

Ahora bien, ¿cómo se convierte el valor útil en valor en cambio? Es preciso ob-servar que las dos clases de valores, aunque contemporáneos en el pensamiento, pues no se distingue el uno sin el otro, tienen cierta relación sucesiva, ya que no obtene-mos el valor de cambio sino por una especie de reflejo del valor útil; del mismo modo que dicen los teólogos que en la Trinidad el Padre engendra al Hijo a fuerza de contemplarse eternamente. Los economistas no han observado bastante bien esa generación de la idea de valor, por eso conviene que nos detengamos en ella. Dado que entre los objetos que necesito muchos no se encuentran en la naturaleza sino en pequeña cantidad, o no se los encuentra, me veo obligado a contribuir a producir los que me faltan; y como no puedo alcanzarlo todo, propondré a otros hombres, cola-boradores míos en funciones diversas, que me cedan a cambio una parte de sus productos. Tendré, por lo tanto, respecto de mí mismo, más cantidad de mi producto particular del que consumo, así como mis iguales tendrán también, respecto a ellos, más cantidad de sus productos respectivos de la que necesitan. Esta convención tá-cita queda verificada a través del comercio. En este sentido, observamos que apare-ce más claramente la sucesión lógica de las dos clases de valor en la historia que en la teoría por haber pasado los hombres millares de años disputándose los bienes naturales, llamado como comunidad primitiva, antes de los intercambios canalizados a través de la industria.

Se da particularmente el nombre de valor de utilidad a la capacidad de todos los productos, ora naturales, ora industriales, de servir para la subsistencia del hombre; y el de valor en cambio, a la capacidad que tienen para ser cambiados el uno por el otro. En el fondo todo es lo mismo pues el segundo caso no hace más que añadir al primero una idea de una substitución, cosa que parece una ociosa sutileza. En la práctica, empero, las consecuencias son sorprendentes. Así, la distinción introducida

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en el valor es producto de los hechos y no tiene nada de arbitraria. Al hombre le toca, sin dejar de someterse a esta ley, hacerla redundar en provecho de su libertad y ven-tura. El trabajo, según la bella expresión del señor Walras, es una guerra declarada contra la parsimonia de la naturaleza: engendra a la vez la sociedad y la riqueza. No sólo produce el trabajo muchos más bienes incomparablemente de los que da la naturaleza —se ha observado que sólo los zapateros de Francia producían diez veces más que las minas reunidas del Perú, del Brasil y de México—, sino que, debido a las transformaciones por que hace pasar los valores naturales, extendiendo y multi-plicando el trabajo sus derechos hasta lo infinito, al final sucede que toda riqueza, a fuer de ir recorriendo la serie industrial, vuelve entera al origen que la crea, quedan-do nada o casi nada para el poseedor de las primeras materias. Tal es, pues, la marcha del desarrollo económico: primero, apropiación de la tierra y de los valores naturales; luego, asociación y distribución a través del trabajo hasta llegar a la igualdad com-pleta. Sembrado de abismos está nuestro camino, suspendida la espada sobre nuestras cabezas; pero para conjurar todos los peligros tenemos la razón; y la razón, es la omnipotencia […]. Los economistas han hecho resaltar muy bien el doble carácter del valor; pero no han presentado con la misma claridad la contradicción de su na-turaleza. Aquí empieza pues nuestra crítica. La utilidad es la condición necesaria del cambio; mas suprimid el cambio, y desaparece la utilidad: estos dos términos están indisolublemente unidos. ¿Dónde reside entonces la contradicción? Puesto que todos los hombres subsistimos mediante el trabajo y el cambio, y somos tanto más ricos cuanto más producimos y cambiamos, lo consiguiente para cada uno de nosotros es que produzcamos lo más posible de valores útiles, a fin de aumentar en otro tanto nuestros cambios y, por ello mismo, nuestros goces. Pues bien, el primer efecto, el efecto inevitable de la multiplicación de los valores, es que se envilecen: cuanto más abunda una mercancía, tanto más pierde en el cambio y mercantilmente se deprecia. ¿No es verdad que hay aquí contradicción entre la necesidad del trabajo y sus resul-tados? Ruego encarecidamente al lector que fije su atención en el hecho antes de adelantarse a explicarlo.

Un labrador que ha cogido veinte sacos de trigo, y se propone comerlo con su familia, se reputa dos veces más rico que si hubiese cogido sólo diez; asimismo una mujer que ha hilado en su casa cincuenta varas de lienzo, se tiene por dos veces más rica que si hubiese hilado sólo veinticinco. Relativamente a la familia, tienen razón entrambos; pero desde el punto de vista de sus relaciones exteriores, pueden enga-ñarse de medio a medio. Si la cosecha del trigo ha sido doble en todo el país, veinte sacos no valdrán en la venta lo que habrían valido diez, si no hubiese sido la cosecha más que de la mitad; así como en caso parecido, cincuenta varas de lienzo valdrán menos que veinticinco. De suerte que el valor disminuye a medida que la producción de lo útil aumenta, pudiendo suceder que un productor, sin dejar de enriquecerse, llegue a la indigencia. Y esto parece irremediable, puesto que el único medio de salvación sería que los productos industriales llegasen a existir todos como el aire y la luz en cantidad infinita, lo cual es absurdo. ¡Dios de mi razón! habría exclamado Juan Jacobo: no son los economistas los que deliran; es la economía política la que es infiel a sus definiciones: Mentita est iniquitas sibi. En los ejemplos que preceden, el valor útil es mayor que el valor en cambio; pero en los otros casos es menor. Se verifica entonces el mismo fenómeno, pero en sentido inverso: la balanza se inclina

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del lado del productor, y el consumidor es finalmente quien lo sufre. Así sucede principalmente en las carestías, donde el alza de las subsistencias tiene siempre algo de ficticio. Hay también profesiones cuyo arte está todo en dar a una utilidad media-na, de que podría uno muy bien prescindir, un valor de opinión exagerado: tales son en general las artes de lujo. El hombre por su pasión estética anda ávido de cosas fútiles, cuya posesión satisface grandemente su vanidad, su gusto innato por el lujo, y su más noble y más respetable amor a lo bello: sobre esto especulan los proveedo-res de esas clases de objetos. Imponer el capricho y la elegancia no es menos odioso ni menos absurdo que cobrar tributos sobre la circulación; pero perciben ese impues-to algunos fabricantes en boga, protegidos por la preocupación general, cuyo mérito consiste todo, las más de las veces, en falsear el gusto y fomentar la inconstancia. En vista de esto nadie se queja, y están reservados los anatemas de la opinión para los acaparadores, que a fuerza de ingenio llegan a hacer subir el precio del lienzo y del pan algunos céntimos. No basta haber señalado, en el valor útil y en el valor en cambio, ese admirable contraste en que los economistas no están acostumbrados a ver sino una cosa muy sencilla; es preciso demostrar que esa pretendida sencillez encierra un misterio profundo que estamos en el deber de penetrar.

Reto, pues, a todo economista a que me diga, sin traducir ni repetir en otros tér-minos la cuestión, por qué causa el valor mengua a medida que la producción au-menta; y recíprocamente, por qué causa aumenta este mismo valor a medida que la producción disminuye. En términos técnicos, el valor útil y el valor en cambio, ne-cesarios el uno para el otro, están el uno del otro en razón inversa: pregunto, pues, por qué la escasez, no la utilidad, es sinónimo de carestía. Porque, nótese bien, el alza y la baja de las mercancías no dependen de la cantidad de trabajo invertido en la producción: los más o menos gastos que ocasionan de nada sirven para explicar las oscilaciones del cambio. El valor es caprichoso como la libertad: no considera para nada la utilidad ni el trabajo; lejos de esto, parece que en el curso ordinario de las cosas, y dejadas aparte ciertas perturbaciones excepcionales, los objetos más útiles son siempre los que se han de vender a más bajo precio; o en otros términos, que es justo que los hombres que trabajan más a gusto sean los mejor retribuidos, y los peor retribuidos los que viertan en su trabajo la sangre y el sudor. De tal modo, que siguiendo el principio hasta sus últimas consecuencias, se acabaría por concluir lo más lógicamente del mundo que las cosas de uso necesario y de cantidad infinita no deben valer nada, y por lo contrario, las de ninguna utilidad y de escasez extrema serán de un precio inestimable. Mas para colmo de dificultad, la práctica no admite estos extremos: por un lado, no hay producto humano que pueda llegar a existir en cantidad infinita; por otro, las cosas más raras no serían susceptibles de valor, si en mayor o menor grado no fuesen útiles. El valor útil y el valor en cambio están, pues, fatalmente encadenados el uno al otro, por más que por su naturaleza tiendan de continuo a excluirse.

No fatigaré al lector con la refutación de las logomaquias que se podrían presen-tar para ilustración de esta materia: no hay sobre la contradicción inherente a la noción de valor causa determinable ni explicación posible. El hecho de que hablo es uno de los llamados primitivos, es decir, de los que pueden servir para explicar otros; pero son en sí mismos insolubles, como los cuerpos llamados simples. Tal es el dualismo del espíritu y de la materia. El espíritu y la materia son dos términos que,

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tomados separadamente, indican cada uno una manera de ser especial del espíritu, pero sin corresponder a realidad alguna. Del mismo modo, dada para el hombre la necesidad de una gran variedad de productos, con la obligación de procurarlos me-diante su trabajo, la oposición entre el valor útil y el valor en cambio es un resultado natural y necesario; y de esa oposición, una contradicción en los umbrales mismos de la economía política. Ninguna inteligencia, ninguna voluntad divina ni humana podría impedirla. Así, en vez de buscar una explicación quimérica, contentémonos con dejar bien consignada la necesidad de la contradicción. Sea cual fuere la abun-dancia de los valores creados y la proporción en que se cambien, para que nosotros intercambiemos nuestros productos es preciso que si tú ocupas el papel de la deman-da mi producto te convenga, y que cuando ofrezcas me agrade el tuyo. Porque nadie tiene derecho a imponer a otro su propia mercancía: el comprador es el único juez de la utilidad, o lo que es lo mismo, de la necesidad. En el primer caso, tú eres el árbitro que enjuicia la conveniencia de la mercancía; y yo en el segundo. Quítese esa libertad recíproca, y el cambio deja de ser el ejercicio de la solidaridad industrial: es un despojo. El comunismo, dicho sea de paso, nunca llegará a vencer esa dificultad.

Ahora bien, con la libertad, la producción permanece necesariamente indetermi-nada, tanto en cantidad como en calidad: de tal modo, que desde el punto de vista del progreso económico, y desde el de la conveniencia de los consumidores, el aval siempre queda sujeto a la arbitrariedad, y estará siempre flotando el precio de las mercaderías. Supongamos por un momento que todos los productores venden a pre-cio fijo: los habrá que produciendo más barato o mejor ganen mucho, mientras otros no ganen nada. De todas maneras, quedará roto el equilibrio. ¿Se querrá, para impe-dir la paralización del comercio, limitar la producción a lo estrictamente necesario? Esto sería violar la libertad; porque si se me quita el derecho de elegir, se me conde-na a pagar un máximum, se destruye la concurrencia, única garantía de la baratura, y se provoca el contrabando. Así, para impedir la arbitrariedad mercantil, se cae en brazos de la arbitrariedad administrativa; para crear la igualdad, se destruye la liber-tad, cosa que es la negación de la igualdad misma. ¿Se querrá reunir a todos los productores en un solo taller? Supongo que se posea el secreto para realizarlo. No sería esto aun suficiente; sería preciso reunir además a todos los consumidores en un mismo hogar y en una misma familia, y esto sería ya salir de la cuestión. No se tra-ta de abolir la idea de valor, cosa tan imposible como abolir el trabajo, sino de de-terminarla; no se trata de matar la libertad individual, sino de socializarla. Ahora bien, está probado que lo que da lugar a la oposición entre el valor útil y el valor en cambio, es el libre albedrío del hombre: ¿cómo anular esta oposición ínterin ese libre albedrío subsiste? Y ¿cómo destruir este albedrío sin sacrificar al hombre?

— LA pROpIEDAD

La propiedad es ininteligible fuera de la serie económica, por ello no se compren-de ni se explica de una manera satisfactoria ni por medio de los a priori, cualesquie-ra que sean, morales, metafísicos o psicológicos (fórmula del silogismo), ni por medio de los a posteriori legislativos o históricos (fórmula de la inducción), ni si-quiera exponiendo su naturaleza contradictoria (fórmula de la antinomia). Es nece-

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sario saber en qué orden de manifestaciones análogas, similares o adecuadas se co-loca la propiedad; es preciso, en fin, encontrar la serie, pues todo lo que se aísla, todo lo que se afirma en sí, por sí y para sí solamente, no goza de una existencia suficien-te, no reúne todas las condiciones de inteligibilidad y de duración; se necesita toda-vía la existencia en el todo, por el todo y para el todo; es preciso, en fin, que a las relaciones internas, se unan las externas. ¿Qué es la propiedad? ¿De dónde viene y qué quiere? He ahí el problema que más interesa a la filosofía; el problema lógico por excelencia, y de cuya solución dependen el hombre, la sociedad y el mundo. El problema de la propiedad es, bajo una forma diferente, el problema de la certidum-bre; la propiedad es el hombre, es Dios, es todo […] La propiedad, como hecho y como derecho, es esencialmente contradictoria, y por esta razón misma podemos decir que es algo. En efecto. La propiedad es el derecho de ocupación, y al mismo tiempo, el derecho de exclusión. La propiedad es el precio del trabajo, y la negación del trabajo. La propiedad es el producto espontáneo de la sociedad, y la disolución de la sociedad. La propiedad es una institución de justicia, y la propiedad es el robo […].

La propiedad ocupa el octavo lugar en la cadena de las contradicciones económi-cas, y éste es el primer punto que debemos establecer. Está demostrado que el origen de la propiedad no puede referirse a la ocupación ni al trabajo. La primera de estas opiniones es un círculo vicioso en el cual se presenta el fenómeno como explicación del mismo: la segunda es eminentemente eversiva de la propiedad, supuesto que, una vez reconocido el trabajo como su condición suprema, es imposible que la propiedad se establezca […]. Sí, la propiedad empieza, o mejor dicho, se manifiesta por una ocupación soberana, efectiva, que excluye toda idea de participación y comunidad; esta ocupación, en su forma legítima y auténtica, es el trabajo; sin esto, ¿cómo la sociedad habría consentido en conceder y hacer respetar la propiedad? La sociedad quiso la institución, y todas las legislaciones del mundo se hicieron para ella. La propiedad se estableció por la ocupación, es decir, por el trabajo; es preciso recor-darlo con frecuencia, no por la conservación de la propiedad, sino para instrucción de los trabajadores. El trabajo contenía en potencia, y por la evolución de sus leyes debía producir la propiedad, como había engendrado la separación de las industrias, después la jerarquía de los trabajadores, más tarde la competencia, el monopolio, la policía, etc. Todas estas antinomias son, con el mismo título, posiciones sucesivas del trabajo, piquetes clavados por él en su eterno camino, destinados a formular, por su reunión sintética, el verdadero derecho de gentes. Pero el hecho no es el derecho: la propiedad, producto natural de la ocupación y el trabajo, era un principio de an-ticipación y de invasión, y era necesario que la sociedad la reconociese y la legiti-mase. Estos dos elementos, la ocupación por el trabajo y la sanción legislativa que los legistas separaron sin razón en sus comentarios, se reunieron para constituir la propiedad.

Mientras la propiedad no está reconocida y legitimada por el Estado, es un hecho extrasocial. Se encuentra en la misma posición del niño que no se hace miembro de la familia, de la ciudad y de la Iglesia, sino por el reconocimiento del padre, la ins-cripción en el registro civil y la ceremonia del bautismo. Sin estas formalidades, el niño es como el producto de los animales; un miembro inútil, un alma vil y esclava, indigna de consideración; un bastardo, en fin. El reconocimiento social era, pues,

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necesario a la propiedad, y toda propiedad implica una comunidad primitiva. Sin este reconocimiento, permanece como una simple ocupación y puede ser disputada por el primero que llegue a ella. El derecho a una cosa, nos dice Kant, es el derecho de usar privadamente de una cosa respecto de la cual estoy en comunidad de posesión (primitiva o subsiguiente) con los demás hombres. Esta posesión común es la única condición en que puedo fundarme para prohibir a los demás poseedores el uso pri-vado de la cosa; pues si se prescinde de ella, será imposible concebir de qué modo yo, que no poseo actualmente la cosa, puedo ser perjudicado por los que la poseen y se sirven de ella. Mi arbitrio individual o unilateral no puede obligar a los demás a que se abstengan del uso de una cosa si no estuviesen obligados por otros motivos. Esta obligación no puede tener más fundamento que los arbitrios reunidos en una posesión común. Si así no fuese, nos veríamos precisados a concebir un derecho en una cosa, como si tuviese una obligación conmigo, y de la cual derivaría, en último análisis, el derecho contra todo poseedor de esta cosa; concepción verdaderamente absurda. Así, pues, según Kant, el derecho de propiedad, es decir, la legitimidad de la ocupación, procede del consentimiento del Estado, e implica, originariamente, posesión común. Siempre que el propietario oponga su derecho al del Estado, recor-dándole la convención, puede terminar el litigio con este ultimátum: o reconocéis mi soberanía y os sometéis a lo que el interés público reclama, o declaro que vuestra propiedad ha dejado de estar bajo la salvaguardia de las leyes y le retiro mi protec-ción.

Cuestiones:

1. Analice los textos objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, el constructo conceptual y el hilo argumental de cada fragmento. Contextualice tem-poralmente los tres pasajes, el perfil intelectual del autor, y los movimientos sociales e ideológicos que enmarcaron su obra.

2. Tras lo anterior, examine los tres ejes argumentales de los fragmentos ante-dichos, a saber: la relación entre los postularos económicos y las tesis socialistas, la dialéctica entre valor de uso y valor de cambio, y el significado institucional de la propiedad.

8. KARL MARX

— El capital. crítica dE la Economía política (Tomo I)9

«El uso de la fuerza de trabajo es el trabajo mismo. El comprador de la fuerza de trabajo la consume haciendo trabajar a su vendedor. Éste se convierte así en fuerza de trabajo en acción, en obrero, lo que antes sólo era en potencia. Para materializar

9 Fragmentos de la Sección 3.ª («La producciónd de la plusvalía absoluta») y del Capítulo V («pro-ceso de trabajo y proceso de valorización»). Ed. de Ciencias Sociales, Instituto cubano del libro, La Habana, 1973, pp. 139 a 147.

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su trabajo en mercancías, tiene, ante todo, que materializarlo en valores de uso, en objetos aptos para la satisfacción de necesidades de cualquier clase. Por tanto, lo que el capitalista hace que el obrero fabrique es un determinado valor de uso, un artícu-lo determinado. La producción de valores de uso u objetos útiles no cambia de ca-rácter, de un modo general, por el hecho de que se efectúe para el capitalista y bajo su control. Por eso, debemos comenzar analizando el proceso de trabajo, sin fijarnos en la forma social concreta que revista.

El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción, su inter-cambio de materias con la naturaleza. En este proceso, el hombre se enfrenta como un poder natural con la materia de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y las manos, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina [...].

El medio de trabajo es aquel objeto o conjunto de objetos que el obrero interpo-ne entre él y el trabajo y que le sirve para encauzar su actividad sobre este objeto. El hombre se sirve de las cualidades mecánicas, físicas y químicas de las cosas para utilizarlas conforme al fin perseguido, como instrumento de actuación sobre otras cosas. El objeto que el obrero empuña directamente... no es el objeto sobre el que trabaja, sino el instrumento de trabajo. De este modo, los productos de la naturaleza se convierten directamente en órganos de la actividad del obrero, órganos que él incorpora a sus propios órganos corporales, prolongando así, a pesar de la Biblia, su estatura natural [...].

Como vemos, en el proceso de trabajo la actividad del hombre consigue, valién-dose del instrumento correspondiente, transformar el objeto sobre el que versa el trabajo con arreglo al fin perseguido. Este valor de uso, una materia dispuesta por la naturaleza y adaptada a las necesidades humanas mediante un cambio de forma. El trabajo se compenetra y confunde con su objeto. Se materializa en el objeto al paso que éste se elabora. Y lo que en el trabajador era dinamismo, es ahora en el produc-to, plasmado en lo que es, quietud. El obrero es el tejedor, y el producto el tejido. Si analizamos todo este proceso desde el punto de vista de su resultado, del producto, vemos que ambos factores, los medios de trabajo y el objeto sobre el que éste recae, son los medios de producción y el trabajo un trabajo productivo [...].

Ahora bien, el proceso de trabajo, considerado como proceso de consumo de la fuerza de trabajo por el capitalista, presenta dos fenómenos característicos. El obre-ro trabaja bajo el control del capitalista, a quien su trabajo pertenece. El capitalista se cuida de vigilar que este trabajo se ejecute como es debido y que los medios de producción se empleen convenientemente, es decir, sin desperdicio de materias pri-mas y cuidando de que los instrumentos de trabajo se traten bien, sin desgastarse más que en aquella parte en que lo exija su empleo racional. Pero hay algo más, y es que el producto es propiedad del capitalista y no del productor directo, es decir, del obrero. El capitalista paga, por ejemplo, el valor de un día de fuerza de trabajo. Es, por tanto, dueño de utilizar como le convenga, durante un día, el uso de esa fuerza de trabajo, ni más ni menos que el de otra mercancía, cualquiera... El uso de la mer-

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cancía pertenece a su comprador, y el poseedor de la fuerza de trabajo sólo puede entregar a éste el valor de uso que le ha vendido entregándole su trabajo. Desde el instante en que pisa el taller del capitalista, el valor de uso de su fuerza de trabajo, y por tanto su uso, o sea, el trabajo, le pertenece a éste. Al comprar la fuerza de traba-jo, el capitalista incorpora el trabajo del obrero, como fermento vivo, a los elementos muertos de creación del producto, propiedad suya también. Desde su punto de vista, el proceso de trabajo no es más que el consumo de la mercancía y la fuerza de tra-bajo comprada por él, si bien sólo la puede consumir facilitándole medios de pro-ducción. El proceso de trabajo es un proceso entre objetos comprados por el capita-lista, entre objetos pertenecientes a él. Y el producto de este proceso le pertenece, por tanto, a él, al capitalista, ni más ni menos que el producto del proceso de fermen-tación de los vinos de su bodega.»

— manuscritos: economía y filosofía (primer manuscrito)10

«Así como la acumulación de capital, según el orden natural de las cosas, debe preceder a la división del trabajo, de la misma manera la subdivisión de éste sólo puede progresar en la medida que el capital haya ido acumulándose previamente. La cantidad de materiales que el mismo número de personas se encuentra en condicio-nes de manufacturar aumenta en la misma medida en que el trabajo se subdivide cada vez más, y como la tarea de cada tejedor va haciéndose gradualmente más sencilla, se inventa un conjunto de nuevas máquinas para facilitar y abreviar aquellas opera-ciones. Así, cuanto más adelanta la división del trabajo, para proporcionar un empleo constante al mismo número de operarios ha de acumularse previamente igual provi-sión de víveres y una cantidad de materiales, instrumentos y herramientas mucho mayor del que era menester en una situación menos avanzada. El número de obreros en cada una de las ramas del trabajo aumenta generalmente con la división del tra-bajo en ese sector, o, más bien, es ese aumento de número el que la pone en situación de clasificar a los obreros de esta forma (Smith).

Así como el trabajo no puede alcanzar esta gran extensión de las fuerzas pro-ductivas sin una previa acumulación de capitales, de igual suerte dicha acumula-ción trae consigo tales adelantos. El capitalista desea naturalmente colocarlo de tal modo que éste produzca la mayor cantidad de obra posible. Procura, por tanto, que la distribución de operaciones entre sus obreros sea la más conveniente, y les pro-vee, al mismo tiempo, de las mejores máquinas que pueda inventar o le sea posible adquirir. Sus medios para triunfar en ambos campos guardan proporción con la magnitud de su capital o con el número de personas a quienes pueden dar trabajo. Por consiguiente, no sólo aumenta el volumen de la actividad en los países con el crecimiento del capital que en ella se emplea, sino que, como consecuencia de este aumento un mismo volumen industrial produce mucha mayor cantidad de obra (Smith) [...].

¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo,

10 Alianza, Madrid, pp. 85, 108 y 109.

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el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la sa-tisfacción de una necesidad, sino un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando están en él no se pertenece a sí mismo, sino a otro. Así como en la reli-gión la actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón humano, actúa sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.

De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, en el beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal.»

Cuestiones:

1. Analice los dos textos objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, el constructo conceptual y el hilo argumental de cada fragmento. Contextualice tem-poralmente ambos pasajes, su autoría y los movimientos sociales e ideológicos que enmarcaron dicha obra (socialismo utópico, utilitarismo, anarquismo, etc.).

2. A la luz de lo anterior, analice las conexiones de las tesis marxistas con ins-tituciones caracterizadoras de la rama social del derecho. Desbroce asimismo críti-camente la posible actualidad de tales fundamentos teóricos.

9. c. MARX y F. ENgELS

— manifiesto Del partiDo comunista11

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una Santa Alianza para acorralar a ese fantasma: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales de Francia y los polizontes alemanes.

¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el Poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los repre-sentantes más avanzados de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?

11 Editores Mexicanos Reunidos, México, 1981, pp. 51 a 72 y 106 a 107.

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De este hecho resulta una doble enseñanza: Que el comunismo está reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa. Que ya es hora de que los co-munistas expongan a 1a faz del mundo sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido.

Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés.

I. Burgueses y proletarios

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, seño-res y siervos, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, en lucha constante, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abier-ta; lucha que termina siempre, una transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes. En las anteriores épocas históricas en-contramos casi por todas partes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feu-dales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, levantada sobre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las antiguas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan di-rectamente: la burguesía y el proletariado. De los siervos de la Edad Media nacieron los villanos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de América y la circunnavegación del África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el comercio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descom-posición. La antigua organización feudal o gremial ya no podía satisfacer la deman-da que crecía con la apertura de nuevos mercados. El oficio, rodeado de privilegios feudales, fue reemplazado por la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller. Pero los merca-dos crecían sin cesar; 1a demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna suplantó a la manufactura. El lugar de la

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clase media industrial vino a ocuparlo los industriales millonarios —jefes de verda-deros ejércitos industriales— los burgueses modernos. La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, la burguesía se engrandecía, multipli-cando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.

La burguesía moderna, como veremos, es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en los medios de producción y de cambio. Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del corres-pondiente éxito político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma en la comuna; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer estado tributario de la Monarquía; después, durante el período de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía del Poder político en el Estado representativo moderno. El Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Donde quiera que conquistara el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que unían al hom-bre a sus «superiores naturales» las ha quebrantado sin piedad para no dejar subsis-tir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sen-timentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las nume-rosas libertades, tan dolorosamente conquistadas, con la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religio-sas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados. La burguesía ha desgarrado el velo de sentimentalidad que encubría las relaciones de familia y las ha reducido a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de la fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relaja-da holgazanería. Ha sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana: ha creado maravillas superiores a 1as pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distin-tas a los éxodos de los pueblos y a las Cruzadas. La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Este cambio continuo de los modos de producción,

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este incesante derrumbamiento de todo el sistema social, esta agitación e inseguridad perpetua, distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo que era sólido, estancado y estable se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas. Espoleada por la necesidad de dar mayor salida a sus pro-ductos en mercados siempre nuevos, la burguesía recurre e invade el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todos los sitios, crear por doquier vínculos y medios de comunicación.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía da un carácter cos-mopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su carácter nacional. Las antiguas indus-trias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son su-plantadas por nuevas industrias, cuya introducción entraña una cuestión vital para todas 1as naciones civilizadas: industrias que no emplean materias primas naciona-les, sino materias primas venidas de las regiones más alejadas, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, nacen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universa1, una interdependencia de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectua1. Las producciones intelectuales de una nación se convierten en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposible; de las numerosas literaturas nacionales y loca-les se forma una literatura universal.

Merced al rápido desenvolvimiento de los instrumentos de producción y al cons-tante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra la corriente ci-vilizatoria a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Los bajos precios de las mercaderías constituye la artillería pesada que derrumba todas las murallas de Chi-na y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obli-ga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de pro-ducción, las constriñe a introducir la llamada civilización; es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado prodigiosamente la población de las ciudades a expensas de la de 1os campos, y así ha sustraído una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. De1 mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha su-bordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civi1izados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente. La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 35

diferentes, han sido reunidas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola tarifa aduanera. La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la adaptación de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar que seme-jantes fuerzas productivas durmieran en el seno del trabajo social?

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en las entrañas de la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo, estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una pa1abra, 1as relacio-nes feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas cadenas, y se rompieron. En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, el régimen burgués de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infer-nales evocadas con su conjuro. Después de algunas décadas, la historia de la indus-tria y del comercio no es sino la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su re-torno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una masa considerable de productos ya elaborados, sino incluso de las fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier otra época hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea; diríase que el hambre, que una guerra devas-tadora mundial la priva de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comer-cio parecen aniquilados. Y todo eso ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa; al contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que 1as fuerzas productivas sociales salvan este obstáculo precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. El sistema burgués resulta de-masiado estrecho para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo supera estas crisis la burguesía? De una parte, con la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más in-

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tensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más ex-tensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra ella. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que manejan esas armas: los obre-ros modernos, los proletarios. Con el desenvolvimiento de la burguesía, es decir, del capital, se desarrolla el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente si su trabajo mien-tras su trabajo acrecienta el capita1. Estos obreros, obligados a venderse diariamen-te al detalle, son una mercancía como cualquier artículo de comercio; sufren, por consecuencia, todas las vicisitudes de la competencia, todas las fluctuaciones del mercado. El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo despojan el trabajo del obrero de todo carácter sustantivo, y le hacen perder todo atractivo. Se convierte en simple apéndice de la máquina; sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, 1o que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su costo de producción. Por consiguiente, cuanto más sencillo resulta e1 trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelve el maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien mediante la pro-longación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, se organizan en forma militar. Como soldados rasos de la industria, se colocan bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamen-te esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante cuanto mayor es la fran-queza con que se proclama que no tiene otro fin que el lucro. Cuanta menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto más progresa la industria mo-derna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de tra-bajo, cuyo precio varía según la edad y el sexo. Una vez que e1 obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víc-tima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc. Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del pro1e-tariado: unos porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad técnica se ve despreciada por los nuevos modos de pro-ducción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la bur-guesía comienza con su surgimiento. Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; después, por los obreros de una misma fábrica, más tarde por los obreros

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del mismo oficio de una localidad contra el burgués aislado que los explota directa-mente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, queman las fábricas y se esfuerzan por reconquistar por la fuerza la posición perdida del trabajador de la Edad Media. En este momento de desarrollo, el proletariado forma una masa diseminada por todo el país y dividida por la competencia. Si los obreros se unen para formar masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino la de la unidad de la burguesía, que para lograr sus fines po-líticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten aún a sus propios enemigos, sino a los enemigos de sus enemigos; es decir, contra los residuos de la monarquía absolu-ta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgue-ses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la bur-guesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria burguesa. Luego, la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor con-ciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comer-ciales que ocasionan, los salarios resultan cada vez más fluctuantes y eventuales; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situacio-nes más precarias; las colisiones individuales entre el obrero y el burgués adquieren cada vez más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para el mantenimiento de sus salarios. Hasta forman asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques circunstanciales. Aquí y allá la lucha es-talla en sublevación.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión más extensa de los trabajadores. Esta solidaridad es favorecida por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Después, basta este contacto, que por todas partes reviste el mismo carácter, para transformar las numerosas luchas locales en una lucha nacional centralizada, en una lucha de clase. Mas toda lucha de clase es una lucha política. Y la unión que los habi-tantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años. La organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, resulta socavada sin cesar por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de nuevo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intes-tinas de 1os burgueses para obligarles a reconocer por ley ciertos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.

Generalmente, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el desenvolvimiento del proletariado. La burguesía vive en un estado de lucha per-manente; al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de

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la misma burguesía cuyos intereses están en desacuerdo con los progresos de la in-dustria, y siempre, en fin, contra la burguesía de los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y también a arras-trarle al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proleta-rios los rudimentos de su propia educación política; es decir, armas contra ella mis-ma. Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenazas en sus condiciones de existencia. Finalmente, en los períodos en que la lucha de las clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan áspero que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a 1a clase en cuyas manos está el porvenir. Lo mismo que en otro tiempo una parte de la no-bleza se pasó a la burguesía, en nuestros días una parte de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han ele-vado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que actualmente se enfrentan con la burguesía, sólo el prole-tariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degene-rando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Las capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino— combaten a la burguesía porque es una amenaza para su existencia como clases medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, pues pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adop-tar los del proletariado.

El «lumpenproletariado», ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, a veces puede ser arrastrado al movimiento de una revolución proletaria; sin embargo, sus condiciones de vida la predispondrán más bien a venderse a la reacción para servir a sus maniobras. Las condiciones de exis-tencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones de familia no tienen nada de común con las de la familia burguesa; el trabajo industrial moderno, el mo-derno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamé-rica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses burgueses.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes consolidaron la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación que les atañe particularmente y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garan-tizando y asegurando la propiedad privada existente. Todos los movimientos histó-ricos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente de la inmensa mayoría en

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provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial. Por su forma, aunque no por su conte-nido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacio-nal. Es natural que el proletariado de cada país acabe antes con su propia burguesía. Al esbozar las fases más generales del desarrollo del desenvolvimiento proletario, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revo-lución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implan-ta su dominación.

Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado sobre el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su exis-tencia de esclavitud. El siervo, en peno régimen feudal, llegaba a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pau-perismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni si quiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equiva-le a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.

La condición esencial de existencia y de la supremacía de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecen-tamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalaria-do, que descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables […]

En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen socia1 y político existente. En todos estos movimientos ponen por delante, como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista. En fin, los comunistas trabajan por la unión, la cordialidad y el acuerdo de los partidos demo-cráticos de todos los países. Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante la idea de una Revolución Comunista. Los proletarios no

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tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar.

¡Proletarios de todos los países, uníos!

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales del mis-mo y las tesis fundamentadoras de su hilo argumental. Contextualice la obra tempo-ralmente analizando el perfil biográfico de sus autores y la influencia de dicho ensa-yo en la evolución del movimiento obrero y en la conformación de la ideología marxista, socialista y comunista.

2. Tras lo anterior, y considerando los paradigmas centrales del Manifiesto, analice las conexiones de las tesis propuestas en dicho ensayo con el perfil de las instituciones iuslaborales. Hipostasie asimismo críticamente la posible actualidad de tales aportaciones teóricas.

10. g. SIMMEL

— filosofía Del Dinero12

— Análisis de la naturaleza del dinero con referencia a la estabilidad de su valor, su desarrollo y su objetividad

El dinero recibe un valor con el que no solamente puede ingresar en la relación de intercambio frente a todos los valores concretos posibles, sino con el cual, y den-tro de aquel orden que le es peculiar, más allá de lo concreto, puede mostrar las relaciones entre sus cantidades. La una es la cantidad actual, la otra la cantidad prometida; la una aceptada en una esfera, la otra en otra; todo ello son modificacio-nes que llevan a relaciones valorativas recíprocas, con completa ignorancia del hecho de que el objeto, de cuyas cantidades parciales se trata, considerado como totalidad, representa la relación entre objetos con otro significado valorativo.

De esta dualidad de funciones —dentro y fuera de los órdenes de valores concre-tos— se derivan incontables dificultades para la concepción teórica y práctica del dinero. En la medida en que expresa la relación valorativa recíproca de los bienes y ayuda a medirlos y a cambiarlos, aparece en el mundo de los bienes directamente útiles, como un poder de origen distinto, ya como un patrón esquemático de medida, más allá de todas las relaciones concretas, ya como un medio de cambio que se in-troduce entre aquéllas como el éter entre los ponderables. Para poder realizar este servicio, basado en su posición, al margen de los otros bienes, y precisamente porque lo realiza, el dinero mismo es, en principio y en última instancia, un valor concreto y singular. De este modo, se sitúa en el encadenamiento y condiciones del orden

12 Capitán Swing, Madrid, 2013, pp. 122 a 125.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 41

frente al cual se encuentra: depende de la oferta y la demanda en su valor, sus costes de producción ejercen cierta influencia (aunque sea mínima) sobre aquél, aparece bajo la forma de muy distintas cualidades, etc. El rédito es una expresión de este valor, que le corresponde como vehículo de su propia función. Expresada desde otro punto de vista, la doble función del dinero reside en que, por un lado, mide las rela-ciones valorativas de las mercancías intercambiables y, por otro lado, participa di-rectamente en el intercambio con aquéllas y, por lo tanto, representa una cantidad que también es mesurable. El dinero se mide, por un lado, en los bienes que consti-tuyen su valor recíproco y, por otro lado, en el propio dinero; puesto que, como se ha expuesto más arriba, no solamente se paga el dinero con dinero, lo que se mani-fiesta en la pura transacción monetaria y en el préstamo con interés, sino que el di-nero de un país se convierte en medición valorativa del dinero de otro, como se de-muestra en las oscilaciones de la cotización del mercado de divisas. El dinero, por tanto, pertenece a aquellas ideas normativas que se someten a la norma que en ellas mismas constituyen […]. De este modo, el dinero se halla por encima de las cosas valiosas, en su calidad de patrón de medida y medida de cambio y, como estos ser-vicios reclaman, en principio, un mediador valioso y, posteriormente, conceden un determinado valor a ese mediador, el dinero se integra entre aquellas cosas y bajo las normas que han surgido de él mismo.

Como quiera que lo que se valora en último término no es el dinero, la mera manifestación del valor, sino los objetos, el cambio de precio implica una alteración de la relación recíproca de éstos y el dinero en sí —considerado siempre en esa pura función— no se ha alterado, sino que su aumento o disminución constituye la propia alteración, independientemente de su mediador y elevada a expresión autónoma. Esta posición del dinero es, manifiestamente, la misma que, vista como cualidad interna, llamamos falta de cualidad o individualidad. En sí mismo, el dinero ha de ser com-pletamente indiferente, puesto que se encuentra en una relación exactamente igual frente a cada una de las cosas que se determinan de modo individual. Aquí el dinero representa el escalón más elevado de desarrollo dentro de una sucesión continuada, una de las más difíciles desde un punto de vista lógico, pero extraordinariamente significativa para nuestra imagen del mundo, en la que un eslabón está constituido, al mismo tiempo, según las fórmulas de la serie y como manifiesta frente a aquélla como una potencia complementaria, dominadora o constructiva. El punto de origen de la sucesión está constituido por los valores, completamente insustituibles y cuya peculiaridad puede confundirse fácilmente en la analogía con el equilibrio monetario. Existe un sustituto para la mayoría de las cosas que poseemos, al menos en el senti-do más amplio, de tal modo que el valor total de nuestra existencia material se man-tendría igual si, a cambio de perder una cosa, ganáramos otra: la suma eudamónica se puede mantener en la misma cantidad por medio de elementos muy distintos. Esta trocabiliad, sin embargo, fracasa ante ciertas cosas y ello, como tratamos de demos-trar aquí, no debido a esta cantidad de felicidad, que comparte con los otros. Única-mente un realismo conceptual erróneo, que maneja el concepto general como el re-presentante válido de la realidad singular, que maneja el concepto general como el representante válido de la realidad singular, intenta hacernos creer que experimen-tamos los valores de las cosas por reducción a denominador valorativo común, por orientación a un centro valorativo en el que aquéllas aparecen como cuantitativamen-

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te superiores o inferiores y, en última instancia, iguales. En realidad resulta frecuen-te que valoremos lo individual porque precisamente queremos tal cosa y no cual-quier otra a la que hasta podríamos atribuir la misma o superior capacidad de originar la felicidad. Las formas de sensibilidad más refinadas distinguen con gran detalle la cantidad de felicidad que una determinada posesión nos procura, por medio de la cual es comparable o intercambiable con otras, es decir, por medio de aquellas condiciones específicas, más allá de sus consecuencias eudamónicas que nos la hacen valiosa y, al mismo tiempo, insustituible. Con una ligera modificación aunque de modo muy significativo, ello es lo que sucede cuando ciertos efectos afectos o vi-vencias personales han hecho adquirir la cualidad de imprescindible a un objeto que, en sí, es común y fungible. La pérdida de tal objeto no se puede compensar de nin-guna manera mediante la adquisición de un ejemplar exactamente igual de la misma especie, puesto que éste es un bien que implica muy distintas relaciones de cualidad y sentimiento, que o recuerdan para nada al primero y que rechazan toda compara-ción con él. Esta forma individual de valor desaparece a medida que aumenta el carácter de trocabilidad de los objetos, de modo tal que el dinero, que es vehículo y expresión del intercambio, como tal, es la construcción más antiindividual de nues-tro mundo práctico. Las cosas participan de tal antiinvidualidad en la medida que se pueden cambiar por dinero —¡no en el trueque natural!— y no hay modo más direc-to de expresar la falta de aquel valor específico en una cosa que sustituirla por su equivalente monetario sin experimentar un vacío por ello. El dinero no es solamente el objeto fungible por excelencia, en el que, por lo tanto, cualquier cantidad se pue-de sustituir por otra sin que esto implique diferencia alguna, sino que es, también, por así decirlo, la personificación de la fungibilidad de las cosas. Tales son los dos polos entre los cuales se encuentran todos los valores: por un lado lo individual por excelencia, cuya significación para nosotros no reside en cualquier generalidad o en cualquier otro objeto del que se puede expresar la cantidad e valor y cuya posición, dentro de nuestro sistema de valor, no se puede ocupar con ningún otra cosa; por otro lado, lo fungible por excelencia; entre estos dos extremos se mueven las cosas según diferentes grados de fungibilidad, determinadas por la medida en que son sustituibles y también por la cantidad de objetos que pueden sustituirlas. También se puede ex-presar esto distinguiendo en cada cosa sus aspectos sustituibles y sus aspectos insus-tituibles. En la mayoría de los casos podremos decir que cada objeto participa de ambas cualidades, en lo cual podremos engañarnos, debido de un lado, a la fugacidad de la circulación práctica y, de otro, a nuestras limitaciones y obcecaciones; hasta el objeto que se puede comprar y sustituir por dinero, percibido con más detalle, habrá de mostrar ciertas cualidades cuyos matices de valor no se puedan sustituir por com-pleto con ninguna otra posesión. Los límites de nuestro mundo práctico están carac-terizados por fenómenos en los cuales cada una de estas determinaciones es infini-tamente pequeña: por un lado, aquellos valores que se encuentran en escasísima cantidad, de los que depende la conservación de nuestro Yo en su integridad indivi-dual y respecto a los cuales no puede hablarse de trocabilidad; por otro lado, el di-nero —la trocabilidad abstracta de las cosas—, cuya supraindividualidad absoluta depende de su capacidad de expresar la relación entre lo individual, principalmente aquella que se conserva siempre idéntica a sí misma, a pesar de todos los cambios de éste.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 43

Esta capacidad del dinero de representar cualquier valor económico determina-do —puesto que su esencia no está ligada a ninguno de ellos, sino a su relación, en la cual cualquiera puede participar— explica asimismo la continuidad del acontecer económico. Tal acontecer vive a través de un proceso de endósmosis y exósmosis, o sea, en la producción y consumo de bienes. Todo consumo origina un vacío en la constancia de la línea económica y su relación con la producción es demasiado ar-bitraria, excesivamente casual, para mantener ininterrumpido el discurso de aquella línea. Podemos imaginarnos a ésta como una línea ideal, que discurre a través de los objetos concretos, comprable, aproximadamente, a la dirección del rayo luminoso en su relación con las partículas oscilantes del éter. El dinero acude, entonces, a restablecer el equilibro amenazado por aquella interrupción, en la corriente que acarrea las significaciones valorativas a través de las cosas exteriores. Cuando doy dinero a cambio de un objeto que quiero consumir, lo que hago es introducir este dinero en el vacío del movimiento de valores que se origina o se podría originar en mi consumo. De acuerdo con su idea, las formas primitivas del cambio de posesión, el robo y el regalo, no toleran esta conservación de la continuidad; con ellos se inte-rrumpe cada vez lo que podría llamar la conexión lógica en aquella línea ideal de la corriente económica. En principio, sólo el cambio de equivalencias puede restablecer esta conexión y, de hecho, únicamente al dinero le es posible nivelar toda desigual-dad, que no se puede remediar en el trueque natural, y rellenar el vacío establecido en aquella línea debido a la desaparición del objeto consumido. Sin embargo, el dinero sólo puede conseguir esta posición ideal fuera de él. Puesto que el dinero no podría equilibrar cada objeto singular y constituir un puente entre los más discrepan-tes, si él mismo fuera un objeto «singular»; el dinero sólo puede entrar con absoluta eficacia en las relaciones, en cuya forma se realiza la continuidad de la economía, de modo complementario y sustitutivo, porque, como valor concreto, no es más que la relación de los valores económicos, incorporada en una sustancia palpable.

Por otro lado, el sentido del dinero se manifiesta empíricamente como una cons-tante de valor que depende visiblemente de su fungibilidad y ausencia de cualidades y en la que se acostumbra a ver uno de sus atributos esenciales y más sobresalientes. La duración de las acciones económicas sucesivas, sin la cual no se hubieran produ-cido la continuidad, las conexiones orgánicas o la fertilidad interna de la economía, depende de la estabilidad del valor, puesto que es la única que posibilita cálculos a largo plazo, multiplicidad de empresas y créditos también a largo plazo. Mientras únicamente se observen las fluctuaciones en el precio de un solo objeto, no se podrá determinar si se ha transformado el valor del último, mientras el del dinero ha per-manecido estable, o si ha sucedido lo contrario; la constancia del valor del dinero se produce como hecho objetivo, cuando a las elevaciones en el precio de una mercan-cía o de un conjunto de ellas corresponden disminuciones en el precio de las otras.

— El desarrollo puramente simbólico del dinero

El establecimiento de las relaciones de media entre dos cantidades, no por una aproximación inmediata, sino a través de un proceso en el cual cada una de ellas tiene una relación aparte con otra cantidad y estas dos relaciones, a su vez, son iguales o

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desiguales, es uno de los grandes progresos que ha hecho la humanidad, equivalente al descubrimiento de un nuevo mundo en la realidad del antiguo. Dos servicios ofre-cidos de muy diferente categoría resultan comparables, puesto que, en la relación de la cantidad de esfuerzo que los que los realizan han de invertir, se manifiesta la misma fuerza de voluntad y la misma entrega; dos destinos pueden encontrarse muy distan-ciados en la escala de la felicidad, y, no obstante, mantienen una proporción de mesu-rabilidad cuando se observa la relación entre cada uno de ellos y la cantidad de mérito de la que cada sujeto se ha hecho digno o indigno. Dos movimientos de velocidades completamente distintas obtienen una correspondencia y una igualdad en cuanto ob-servamos que la aceleración que cada uno de ellos recibe en relación con su estado de inercia es la misma. Y no es solamente que en nuestra percepción se produzca una especie de correspondencia entre dos elementos, que son extraños en su inmediatez substancial y cuyas relaciones respecto a un tercero y un cuarto, sin embargo, son las mismas, sino que también de este modo, uno de ellos se convierte en factor de la pre-visibilidad del otro. Y aún más: a pesar de la incompatibilidad que pueda darse entre los atributos de dos personas, las relaciones con una tercera originan una igualdad entre ellas; en la medida en que la primera muestra el mismo amor u odio, señorío o servilismo frente a una tercera, como la segunda frente a una cuarta, tales relaciones han integrado, en lo ajeno del ser para sí de aquéllas, una igualdad profunda y esencial […]. A través de la igualdad posible de estas relaciones se produce un mundo estéti-co surgido de las obras aisladas y completamente ajenas, un orden especialmente integrado, una correspondencia ideal de valores. Y esto no es válido únicamente en el cosmos del arte, sino que, en general, en el conjunto de nuestras apreciaciones aisladas, crece una totalidad de significaciones iguales o escalonadas; lo inarmónico solamente se puede percibir por medio de la exigencia de un orden unitario y una relación intrín-seca de valores como tales; nuestra imagen del mundo tiene que agradecer ese rasgo esencial a nuestra capacidad de equilibrar no solamente dos casos, sino también las relaciones de estas dos con otras dos y de resumirlas en la unidad de un juicio de igual-dad o similitud. El dinero, como producto de esa fuerza o forma fundamental de nuestra intimidad, es no solamente su ejemplo más extenso sino también, por así de-cirlo, la pura materialización de aquella. El dinero sólo puede expresar la relación valorativa recíproca de las cosas, que se ha de realizar en el intercambio, en la medi-da en que la relación de una suma concreta con un denominador cualquiera sea la misma que se establece entre la mercancía correspondiente y todas las mercancías susceptibles de intercambio. En razón de su esencia, el dinero no es objeto valioso, cuyas partes entre sí, o con relación a la totalidad, manifestaran casualmente la misma proporción que otros valores también entre sí, sino que agota su sentido expresando las relaciones valoratorias que se dan entre estos otros objetos, lo que le resulta posible con ayuda de la facultad del espíritu cultivado, que consiste en situar las relacione entre cosas en un pie de igualdad, incluso cuando esta facultad va surgiendo lentamen-te, a partir de una más primitiva que busca juzgar y expresar la igualdad o similitud de dos objetos de modo inmediato; de este modo, también, surgen las manifestaciones expresadas más arriba, en las que se trataba de integrar al dinero en una relación inme-diata de este tipo con su valor recíproco.

Dentro de la economía moderna, esta transición que consideramos se produce con el sistema mercantil. El interés que tenían los gobiernos en acumular la mayor

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 45

cantidad posible de dinero efectivo dentro de un país estaba también orientado por el principio de que dinero llama a dinero; la meta final a la que habría de servir esta acumulación era el fortalecimiento de la industria y el mercado. La superación de esto consistió en la convicción de que los valores más importantes para tales obje-tivos no precisaban de la forma monetaria substancial, sino que más bien era el producto inmediato del trabajo como tal el que representaba el valor decisivo.

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales del mis-mo. Contextualice la obra temporalmente analizando el perfil biográfico del autor y sus aportaciones teórico-conceptuales (v. gr., las ideas de «trocabilidad», «fungibi-lidad», «endósmosis», «exósmosis», etc.).

2. Tras lo anterior, extrapole el factor de cardinalidad del dinero, y particular-mente las propiedades de abstracción simbólica y operacionalización mediadora del mismo, a la relación de intercambio trabajo por salario ex artículos 1 y 26 ET.

11. E. DURKHEIM

— «Solidaridad debida a la división del trabajo u orgánica» (de: la División Del trabajo social)13

La relación de la división del trabajo con el derecho contractual no está menos acusada. En efecto, el contrato es, por excelencia, la expresión jurídica de la coo-peración. Es verdad que hay contratos llamados de beneficencia en que sólo se liga una de las partes. Si doy a otro alguna cosa sin condiciones, si me encargo gratuita-mente de un depósito o un mandato, resultan para mí obligaciones precisas y deter-minadas. Por consiguiente, no hay concurso propiamente dicho entre los contratantes, puesto que sólo de una parte están las cargas. Sin embargo, la cooperación no se halla ausente del fenómeno; sólo que es gratuita o unilateral. ¿Qué es, por ejemplo, la donación, sino un cambio sin obligaciones recíprocas? Estas clases de contratos no son, pues, más que una variedad de los contrato verdaderamente cooperativos. Por lo demás, son muy raros, pues solo por excepción los actos de fin benéfico ne-cesitan la reglamentación legal. En cuanto a los otros contratos, que constituyen la inmensa mayoría, las obligaciones a que dan origen son correlativas, bien de obliga-ciones recíprocas, bien de prestaciones ya efectuadas. El compromiso de una parte resulta, o del compromiso adquirido por la obra, o de un servicio que hay ha presta-do esta última. Ahora bien, esta reciprocidad no es posible más que allí donde hay cooperación, y ésta, a su vez, no marcha sin la división del trabajo. Cooperar, en efecto, no es más que distribuirse una tarea común. Si esta última está dividida en tareas cualitativamente similares, aunque indispensables unas de otras, hay división del trabajo simple o de primer grado. Si son de naturaleza diferente, hay división del trabajo compuesto, especialización propiamente dicha.

13 Akal (cap. III), Madrid, 1995, pp. 145 a 147, y 151 a 154, respectivamente.

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Esta última forma de cooperación es, además, la que con más frecuencia mani-fiesta el contrato. El único que tiene otra significación es el contrato de sociedad, y quizá también el contrato de matrimonio, en tanto en cuanto determina la parte contributiva de los esposos a los gastos del hogar. Además, para que así sea, es pre-ciso que el contrato de sociedad ponga a todos los asociados a un mismo nivel, que sus aportaciones sean idénticas, que sus funciones sean las mismas, y ese es un caso que jamás se presenta exactamente en las relaciones matrimoniales, a consecuencia de la división del trabajo conyugal. Frente a estas especies raras, póngase la variedad de contratos cuyo objeto es amoldar, unas con otras, funciones especiales y diferen-tes: contratos entre el comprador y el vendedor, contratos de permuta, contratos entre patronos y obreros, entre arrendatario de la cosa y arrendador, entre el presta-mista y el que pide prestado, entre el depositario y el depositante, entre el hostelero y el viajero, entre el mandatario y el mandante, entre el acreedor y el fiador, etc. De una manera general, el contrato es el símbolo del cambio; también Spencer ha po-dido, no sin justicia, calificar de contrato fisiológico el cambio de materiales que a cada instante se hace entre los diferentes órganos del cuerpo vivo. Ahora bien, está claro que el cambio supone siempre alguna división del trabajo más o menos desen-vuelta. Es verdad que los contratos que acabamos de citar todavía tienen un carácter un poco general. Pero es preciso no olvidar que el derecho no traza más que los contornos generales, las grandes líneas de las relaciones sociales, aquellas que se encuentran siempre en contornos diferentes de la vida colectiva. Así, cada uno de estos tipos de contratos supone una multitud de otros, más particulares, de los cuales es como el sello común y que reglamenta de un solo golpe, pero en los que las rela-ciones se establecen entre funciones más especiales. Así pues, a pesar de la simpli-cidad relativa de este esquema, basta para manifestar la extremada complejidad de los hechos que resume.

[…] Puesto que la solidaridad negativa no produce por sí misma ninguna integra-ción, y, además, no tiene nada de específica, reconoceremos sólo dos clases de soli-daridad positiva, que distingue los caracteres siguientes: 1.º La primera liga direc-tamente el individuo a la sociedad sin intermediario alguno. En la segunda depende de la sociedad, porque depende de las partes que lo componen. 2.º No se ve a la sociedad bajo un mismo aspecto en los dos casos. En el primero, lo que se llama con ese nombre, es un conjunto más o menos organizado de creencias y de sentimientos comunes a todos los miembros del grupo: éste es el tipo colectivo. Por el contrario, la sociedad de que somos solidarios en el segundo caso es un sistema de funciones diferentes y especialidades que unen relaciones definidas. Esas dos sociedades, por lo demás, constituyen sólo una. Son dos aspectos de una sola y misma realidad, pero que no se exigen menos que se las distinga. 3.º De esta segunda diferencia dedúcese otra, que va a servirnos para caracterizar y denominar a esas dos clases de solidari-dades.

La primera no se puede fortalecer más que en la medida en que las ideas y las tendencias comunes a todos los miembros de la sociedad sobrepasan en número y en intensidad a las que pertenecen individualmente a cada uno de ellos. Es tanto más enérgica cuanto más considerable es este excedente. Ahora bien, lo que constituye nuestra personalidad es aquello que cada uno de nosotros tiene de propio y de carac-terístico, lo que le distingue de los demás. Esta solidaridad no puede, pues, aumen-

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tarse sino en razón inversa a la personalidad. Hay en cada una de nuestras concien-cias, según hemos dicho, dos conciencias: una que es común en nosotros a la de todo el grupo a que pertenecemos, que, por consiguiente, no es de nosotros mismos, sino la sociedad viviendo y actuando en nosotros; otra que, por el contrario, sólo nos representa a nosotros en lo que tenemos de personal y de distinto, en lo que hace de nosotros un individuo. La solidaridad que deriva de las semejanzas alcanza su maxi-mum cuando la conciencia colectiva recubre exactamente nuestra conciencia total y coincide en todos sus puntos con ella; pero, en este momento, nuestra individualidad es nula. No puede nacer como la comunidad no ocupe menos lugar en nosotros. Hay allí dos fuerzas contrarias, una centrípeta, otra centrífuga, que no pueden crecer el mismo tiempo. No podemos desenvolvernos a la vez en dos sentidos tan opuestos. Si tenemos una viva inclinación a pensar y a obrar por nosotros mismos, no podemos encontrarnos fuertemente a pensar y obrar como los otros. Si el ideal es crearse una fisonomía propia y personal, no podrá consistir en asemejarnos a todo el mundo. Además, desde el momento en que esta solidaridad ejerce su acción, nuestra perso-nalidad se desvanece, podría decirse, por definición, pues ya no somos nosotros mismos, sino el ser colectivo.

Las moléculas sociales, que no serían coherentes más que de esta única manera, no podrían, pues, moverse con unidad sino en la medida en que carecen de movi-mientos propios, como hacen las moléculas de los cuerpos inorgánicos. Por eso proponemos llamar mecánica a esta especie de solidaridad. Esta palabra no significa que sea producida por medios mecánicos y artificiales. No la nombramos así sino por analogía con la cohesión que une entre sí a los elementos de los cuerpos brutos, por oposición a la que constituye la unidad de los cuerpos vivos. Acaba de justificar esta denominación el hecho de que el lazo que así une al individuo a la sociedad es completamente análogo al que liga la cosa con la persona. La conciencia individual, considerada bajo este aspecto, es una simple dependencia del tipo colectivo y sigue todos los movimientos, como objeto poseído sigue aquellos que le imprime su pro-pietario. En las sociedades donde esta solidaridad está más desenvuelta, el individuo no se pertenece, como más adelante veremos; es literalmente una cosa que dispone la sociedad. Así, en estos mismos tipos sociales, los derechos personales no se han distinguido todavía de los derechos reales.

Otra cosa muy diferente ocurre con la solidaridad que produce la división del tra-bajo. Mientras la anterior implica la semejanza de los individuos, ésa supone que di-fieren unos con otros. La primera no es posible sino en la medida en que la personali-dad individual se observa en la personalidad colectiva; la segunda no es posible como cada uno no tenga una esfera de acción que le sea propia, por consiguiente, una perso-nalidad. Es preciso, pues, que la conciencia colectiva deje descubierta una parte de la conciencia individual para que en ella se establezcan esas funciones especiales que no puede reglamentar; y cuanto más extensa es esta región, más fuerte es la cohesión que resulta de esta solidaridad. En efecto, de una parte, depende de cada uno tanto más estrechamente de la sociedad cuanto más dividido está el trabajo, y, por otra parte, la actividad de cada uno es tanto más personal cuanto está más especializada […]. Así pues, la individualidad del todo aumenta al mismo tiempo que la de las partes; la sociedad hácese más capaz para moverse con unidad, a la vez que cada uno de sus elementos tiene más movimientos propios. Esta solidaridad se parece a la que se ob-

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serva en los animales superiores. Cada órgano, en efecto, tiene en ellos su fisonomía especial, su autonomía, y, sin embargo, la unidad del organismo es tanto mayor cuan-to que esta individuación de las partes es más señalada. En razón a esa analogía, pro-ponemos llamar orgánica la solidaridad debida a la división del trabajo.

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales del mis-mo. Trace el biográfico del autor y las aportaciones generales vertidas por Durkheim en La división el trabajo social.

2. Colija los ejes argumentales planteados en sendos pasajes. Respecto del pri-mero, infiera la relación de la división del trabajo con el derecho contractual y las relaciones de cooperación y especialización derivadas de dicho nexo. Y respecto del segundo, la diferencia entre las dos clases de solidaridad (mecánica vs. orgánica).

3. Plantéese finalmente qué tipo y el grado de solidaridad que proyectan los dispositivos reguladores de la rama social del derecho. En este sentido, recabe el papel de ciertas categorías, como las modalidades de contratos, clasificación profe-sional o los dispositivos de protección de la seguridad social, para extraer una visión conclusiva de la cuestión planteada.

12. ISAIAH bERLIN

— cuatro ensayos sobre la libertaD14

«Permítaseme decir una vez más que la libertad “positiva” y “negativa”, en el sentido que uso estos términos, no tienen su origen a mucha distancia una de la otra. Las cuestiones “quién manda” y “en qué ámbito mando yo” no pueden considerarse completamente distintas. Yo quiero determinarme a mí mismo y no ser dirigido por otros, por muy sabios y benevolentes que éstos sean, mi conducta lleva consigo un valor insustituible por el solo hecho de ser mía, y no una conducta que me han im-puesto. Pero yo no soy, ni puedo esperar ser, totalmente autosuficiente o socialmen-te omnipotente. No puedo quitar todos los obstáculos que hay en mi camino y que provienen de la conducta de mis mismos semejantes. Puedo intentar ignorarlos, considerarlos ilusorios, entremezclarlos y atribuirlos a mis propios principios inter-nos, a mi conciencia y a mi sentido moral, o intentar disolver en una empresa común el sentido que tenga mi identidad personal, considerándolo como un elemento per-teneciente a un todo más amplio y que se dirige a sí mismo. Sin embargo, a pesar de estos heroicos esfuerzos por trascender los conflictos que me originan los demás y la resistencia que me ponen, si no quiero ser engañado, reconoceré el hecho de que la armonía total con los demás es incompatible con la propia identidad, y que si no he de depender de los demás en todos los respectos necesitaré un ámbito en el que libremente no esté mediatizado por ellos, con el que, además, pueda contar. Surge entonces la pregunta: “¿qué amplitud tiene el ámbito en el que mando o debo man-

14 Alianza, Madrid, 2004, pp. 50 y 51.

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dar?”. Lo que yo defiendo es que, históricamente, la idea de libertad “positiva” —que responde a la pregunta “quién es el que manda”— fue distinta de la idea de libertad negativa, que responde a la pregunta “en qué ámbito mando yo”, y que esta diferen-cia se acentuó en la medida en que la idea del yo se escindió metafísicamente en un yo que era, por una parte, el yo “superior” e “ideal”, destinado a regir al yo —o na-turaleza— que era, y por otra parte, el yo “inferior”, “empírico” y “psicológico” [...]; sea como sea, el yo “superior” se identificó debidamente con instituciones, iglesias, naciones, razas, estados, clases, culturas, partidos y entidades más vagas, tales como la voluntad general, el bien común, las fuerzas ilustradas de la sociedad, la vanguar-dia de la clase más progresista y el destino manifiesto. Lo que sostengo es que, en el curso de este proceso, lo que empezó por ser una teoría de la libertad pasó a ser una teoría del autoritarismo y, a veces, de la opresión, y se convirtió en el arma favorita del despotismo; fenómeno que nos es demasiado familiar en nuestros días.»

Cuestiones:

1. Analice el fragmento objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, las construcciones conceptuales y su hilo argumentativo. Contextualice temporalmente dicho pasaje y el encuadre teórico del autor y su obra (liberalismo).

2. A la luz de lo anterior, examine las conexiones de las tesis de I. Berlin con la ordenación jurídica de las relaciones laborales.

13. FRIEDRIcH A. HAyEc

— camino De serviDumbre15

«El uso eficaz de la competencia como principio de organización social exclu-ye ciertos tipos de interferencia coercitiva en la vida económica, pero admite otros que a veces pueden ayudar muy considerablemente a su operación e incluso re-quiere ciertas formas de intervención oficial. Pero hay buenas razones para que las exigencias negativas, los puntos donde la coerción no debe usarse, hayan sido particularmente señalados. Es necesario, en primer lugar, que las partes presenten en el mercado tengan libertad para vender y comprar a cualquier precio al cual puedan contratar con alguien, y que todos sean libres para producir, vender y comprar cualquier cosa que se pueda producir o vender. Y es esencial que el ac-ceso a las diferentes actividades esté abierto a todos en los mismos términos y que la ley no tolere ningún intento de individuos o grupos para restringir este acceso mediante poderes abiertos o disfrazados. Cualquier intento de intervenir los precios o las cantidades de unas mercancías en particular priva a la competen-cia de su facultad para realizar una efectiva coordinación de los esfuerzos indivi-duales, porque las variaciones de los precios dejan de registrar todas las altera-ciones importantes de las circunstancias y no suministran una guía eficaz para la acción del individuo [...].

15 Alianza, Madrid, 2006, p. 66.

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Es lamentable, aunque no difícil de explicar, que se haya prestado en el pasado mucha menos atención a las exigencias positivas para una actuación eficaz del sistema de la competencia que a estos puntos negativos. El funcionamiento de la competencia no sólo exige una adecuada organización de ciertas instituciones como el dinero, los mercados y los canales de información —algunas de las cuales nunca pueden ser provistas adecuadamente por la empresa privada—, sino que depende, sobre todo, de la existencia de un sistema legal apropiado, de un sistema legal dirigido, a la vez, a preservar la competencia y a lograr que ésta opere de la manera más beneficiosa posible. No es en modo alguno suficiente que la ley reco-nozca el principio de propiedad privada y de la libertad del contrato; mucho menos depende de la definición precisa del derecho de propiedad, según se aplique a di-ferentes cosas. Se ha desatendido, por desgracia, el estudio sistemático de las formas de las instituciones legales que permitirían actuar eficientemente al sistema de la competencia.»

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, la cons-trucción conceptual y su hilo argumentativo. Contextualice temporalmente dicho pasaje y el encuadre teórico del autor y su obra (liberalismo).

2. Tras lo anterior, analice críticamente las conexiones que puedan presentar las tesis de Hayec con la ordenación jurídica de las relaciones laborales.

14. RALF DAHRENDORF

— elementos para una teoría Del conflicto social16

«En la actual sociedad dirigida “desde fuera”, se considera poco elegante la lucha para implantar los propios intereses. De ahí que muchos consideren preferentemen-te en el conflicto no la realidad propia, sino la enfermedad de los demás. Pero en esta actitud negativa ante los conflictos sociales hay un doble error de graves consecuen-cias; quien considera el conflicto como una enfermedad no entiende en absoluto la idiosincrasia de las sociedades históricas; quien echa la culpa de los conflictos, en primer lugar, a “los otros”, queriendo indicar con ello que cree posibles las socieda-des sin conflictos, entrega la realidad y su análisis en manos de sueños utópicos. Toda sociedad “sana” autoconsciente y dinámica conoce y reconoce conflictos en su es-tructura; pues su denegación tiene consecuencias tan graves para la sociedad como el arrinconamiento de conflictos anímicos para el individuo. No quien habla del conflicto, sino quien trata de disimularlo, está en peligro de perder por él toda segu-ridad [...] De las dos cuestiones básicas del análisis sociológico: “¿qué cosa mantie-ne unidas a las sociedades?” y “¿qué es lo que las empuja hacia delante?” predomi-nó la primera en estos últimos decenios... En esta situación, no hará falta razonar por extenso la sospecha de que siempre encontraremos conflictos allí donde existan las

16 Sociedad y libertad, Tecnos, Madrid, 1966, p. 180.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 51

sociedades humanas. Todas las sociedades conocen conflictos sociales. ¿Habrá una clase dominante en la sociedad tecnológica del futuro?»

Cuestiones:

1. Analice el fragmento objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, la construcción conceptual y el hilo argumentativo del discurso. Contextualice tempo-ralmente dicho pasaje y el encuadre teórico del autor y su obra (sociología del cam-bio y del conflicto social).

2. Tras lo anterior, y considerando los dos paradigmas centrales de la lectura (consenso vs. conflicto), examine críticamente las conexiones de las tesis de Dahren-dorf con la ordenación jurídica de las relaciones laborales. En su opinión, ¿qué vir-tualidad le confiere a la posible actualidad de su línea argumentativa?

15. pIOR SzTOMpKA

— las revoluciones: la cumbre Del cambio social17

«Las revoluciones conocidas históricamente son extremadamente variadas. Con-sideremos algunos casos famosos: la inglesa (1640), la americana (1776), la france-sa (1789), la rusa (1917), la mexicana (1919), la china (1949), la cubana (1959), la filipina (1985), las de Europa central y del este (1989). ¿Tienen algo en común? ¿Es posible generalizar inductivamente de tales acontecimientos dispersos y desvelar su curso característico?

Las primeras descripciones sociológicas de la revolución acometieron esta estra-tegia inductiva, e intentaron establecer “determinadas uniformidades de descripción” (Brinton). Éstas llegaron a conocerse como “historias naturales de las revoluciones” (Edwards, Brinton). Se considera que la secuencia típica consta de diez niveles:

1. Se ha dicho que todas las revoluciones son precedidas por una situación tí-pica conocida como “preámbulo revolucionario” (Brinton): la intensificación del descontento, de las quejas, de los desórdenes y de los conflictos debido a crisis económicas o fiscales. Éstos son experimentados de forma más dolorosa por las clases sociales en ascenso, en lugar de aquéllos más miserables y oprimidos. Los sentimientos más fuertes parecen generarse en el seno de aquellos hombres —y mujeres— que han hecho fortuna, o al menos tienen bastante para vivir, y que con-templan con amargura las imperfecciones de una aristocracia socialmente privilegia-da (Brinton).

2. En el siguiente nivel acontece una “transferencia de lealtades en los inte-lectuales” (Edwards): la difusión de la crítica, los debates acerca de la reforma, las diversas formas de agitación, la proliferación de panfletos filosóficos o políticos y de doctrinas dirigidas contra el antiguo régimen. Tómese el caso de la Revolución Francesa y repárese la lista —Voltaire, Rousseau, Diderot, Raynal, d’Holbach,

17 Sociología del cambio social, Alianza, Madrid, 1995, pp. 336 y 337.

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52 MATERIALES DIDÁCTICOS DEL DERECHO DEL TRABAJO…

Volney, Helvétius, d’Alembert, Condorcet, Bernandin de St. Pierre, Beaumar-chais— todos rebeldes, hombres que dirigieron su ingenio contra la iglesia y el estado (Brinton). Comenza a extenderse un estado que podemos llamar de “espí-ritu revolucionario”.

3. A continuación viene el intento del régimen por desviar la amenaza crecien-te mediante reformas parciales (por ejemplo, las iniciativas de Luis XVI en Francia, las reformas de Stolypin en Rusia), pero éstas son percibidas como tardías y poco forzadas, como signos de debilidad, socavando todavía más la legitimidad del antiguo régimen.

4. La creciente incapacidad del estado para gobernar de forma eficiente da como consecuencia una “parálisis del estado” (Goldstone). Esto da a los revolucionarios, al menos, la posibilidad de tomar el poder.

5. El antiguo régimen se colapsa y se produce una “luna de miel revoluciona-ria”, un período de euforia tras una victoria.

6. Las divisiones internas comienzan a aparecer entre los revolucionarios vic-toriosos. Hay conservadores que intentan minimizar el cambio, radicales que quieren impulsarlo hacia delante y moderados que buscan una reforma gradual.

7. Los reformistas moderados predominan, e intentan preservar alguna conti-nuidad con el pasado utilizando las organizaciones y el personal administrativo de-jados por el régimen anterior. Esto no puede satisfacer las elevadas aspiraciones, esperanza y sueños de las masas, y se pone en movimiento el malestar posrevolucio-nario.

8. Los radicales y extremistas son capaces de explotar la frustración que se ha extendido, de movilizar a las masas y de reemplazar a los moderados.

9. Comienza el estadio del “terror”, cuando los radicales intenta reforzar el orden y eliminar toda traza del antiguo régimen. La agitación social que sigue pro-porciona su oportunidad a los dictadores fuertes y a los líderes militantes para tomar el poder.

10. Eventualmente se restaura un cierto equilibrio en la última fase, el “thermi-dor” o “convalecencia tras la fiebre de la revolución” (Brinton), “cuando los excesos de los radicales son condenados, y el énfasis se traslada del cambio de instituciones políticas al progreso económico dentro de instituciones estables” (Goldstone).»

Cuestiones:

1. Analice el fragmento objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, la construcción conceptual y el hilo argumental del discurso. Contextualice temporal-mente dicho pasaje y el encuadre teórico del autor y su obra (sociología del cambio y del conflicto social).

2. Tras lo anterior, examine los estadios clasificados por Sztompka a la luz de su hipotética proyección actual. Encuadre tales tesis en el momento de cambio social y crisis económica en los que estamos inmersos.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 53

16. T. pARSONS

— «La estructura del contexto relacional de las orientaciones y de la acción evaluativa» (de su obra: el sistema social)18

Como se recordará, los tipos de orientación de la acción son el instrumental, el expresivo y el moral. En el último capítulo los hemos considerado solo en su rele-vancia para la estructura de un rol particular, ahora vamos a considerar este problema en los sistemas de roles. Para simplificar esta cuestión abordaremos separadamente los casos de sistemas de los dos primeros tipos, empezando por el instrumental. Afortunadamente, una larga tradición de pensamiento ha elaborado la mayoría de los problemas de esta zona. El concepto clave es el de división del trabajo, según fue desarrollado por Adam Smith y sus sucesores en la teoría utilitaria, especialmente económica. El punto de partida es la concepción de un actor dado (ego) instrumen-talmente orientado hacia la consecución de una meta; meta que puede tener cualquier grado deseado de especificidad o generalidad. Los problemas relaciones surgen cuan-do el alter llega a ser significante no solo pasivamente como medio o condición para lograr la meta del ego, sino cuando sus reacciones llegan a ser una parte constitutiva del sistema, que comprende la propia tendencia hacia la meta del ego. Si concebimos un sistema de este tipo de interacción instrumental, el caso más simple es el de reci-procidad de la orientación hacia una meta, el caso económico clásico del intercam-bio, en que la acción del alter es un medio o condición para lograr la meta del ego, y viceversa, el ego es un medio para el logro de la meta del alter. El intercambio, en este sentido, puede reducirse a una transacción ad hoc muy particular, peto también puede llegar a configurarse como un sistema de interacción muy organizado y dura-ble. Cuando ello ocurre, el ego puede llegar a estar especializado en el proceso de lograr sus propias metas mediante la «producción» de medios para el logro de las metas de uno toda una clase de alter. De modo recíproco, el logro de sus propias metas se encuentra ligado a las expectativas (para él) de resultados instrumentalmen-te insignificantes de las acciones de estos alter.

En consecuencia, el logro de las metas del ego se hace dependiente del contexto relacional de un modo doble. Lo que él logra depende no solo de lo que él mismo «produce» (en el sentido que es independiente de lo que hace el alter), sino de los «términos del intercambio» (es decir, la pauta de sus relaciones con los del alter relevantes). Tenemos, a su vez, dos aspectos en este sistema relacional: primero, la regulación de la estructura (mediante el establecimiento de los términos) del proce-so de «salida», que se puede llamar al proceso de poner el producto de sus esfuerzos a disposición de una clase de alter; y segundo, la regulación del «proceso de entra-da»: el establecimiento de los términos en que el ego recibe de los alter contribucio-nes para sus propias metas, lo que se puede llamar su «remuneración». Es una única transacción ad hoc coinciden, desde luego, los dos. Incluso en una relación comple-ja recíproca entre dos actores pueden seguir coincidiendo los dos. Ahora bien, es un rasgo críticamente importante de la posterior diferenciación de los sistemas de acción que dicha coincidencia no es necesaria; los que reciben los «productos» del ego

18 Alianza, Madrid, 1999, pp. 48 a 50.

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puestos a su disposición pueden ser totalmente distintos de los que operan como fuentes de su remuneración. Cuando este sea el caso, tiene que haber algún meca-nismo mediante el cual se ajusten entre sí los dos aspectos del sistema de interacción total en que el ego se encuentra implicado. El más ostensible de estos mecanismos opera a través de las ramificaciones de un sistema de intercambio monetario.

Las anteriores consideraciones iluminan dos puntos focales centralmente signi-ficantes del problema del orden en los sistemas sociales. Primero, y más obvio, el de la regulación del establecimiento de los términos del intercambio. Ya que lo que hace cualquier es en potencia un medio (incluso como estorbo) para el logro de las metas de los demás hombres, tiene una importancia vital para la concepción del orden social que existan mecanismos a través de los cuales los términos en que el ego pondrá o no pondrá a disposición del alter sus «servicios, sean establecidos de ma-nera que sean compatibles con la estabilidad del sistema. Este es el famoso aspecto Hobbesiano del orden. En segundo lugar, algo menos obvio es el hecho de que, para que exista intercambio, tiene que haber «algo» que cambie de manos en el curso de la transacción, algo que se «pone a disposición» y se recibe. Este «algo» puede ser el control de un objeto físico en ciertos aspectos, incluyendo el poder de destruirlo (p. ej., alimentos que se consumen). Puede haber un acuerdo para hacer ciertas cosas en el futuro: positivas, como contribuir a las metadas del ego, o negativas, como no interferirse en las metas del alter. A este «algo» llamaremos «posesión». Existen poderosas razones para afirmar que la estructura de los derechos que definen las condiciones en que se dispone o «se tienen» posesiones no se pueden establecer, en un sistema social complejo para cada caso particular de intercambio. Un sistema estable de intercambio presupone un establecimiento a priori entre los modos alter-nativos posibles de definir tales derechos; o lo que es igual, una institucionalización de ellos. La institucionalización de los derechos a esas posesiones es, en un aspecto principal, lo que queremos decir por institución de la propiedad.

Estos son los rasgos más elementales de un complejo relacional de orientaciones instrumentales; pero hay otros dos aspectos de la diferenciación que por su impor-tancia vamos a presentar. Primero, cualquier sistema elaborado de actividad continua y especializada instrumentalmente orientada —especialmente con el grado de espe-cialización que excluye el autoconsumo y, en consecuencia, penetra inevitablemen-te en el contexto relacional— exige «bienes» que dilaten estos rasgos de la situación disponibles en cualquier momento sobre una base puramente ad hoc. Los bienes —esto es, materiales, equipo, locales, etc.— son posesiones con un modo especial de significación para la acción; son posesiones dedicadas a la producción de otros «productos»; es decir, destinadas a ser utilizadas como medios para alguna meta futura, más bien que como objetos de gratificación inmediata. La regulación de los derechos a los bienes o de acceso a ellos, y de las posibilidades de adquisición de estos derechos a través del intercambio, es, en consecuencia, otros de los problemas funcionales fundamentales de un sistema relacional de orientación instrumental. Finalmente, el paradigma elemental solo sierve para el tipo de actividad instrumen-tal que el ego puede con vistas al intercambio, realizar enteramente solo. Pero en general, la entidad intercambiable —el producto o posesión significante— no es el producto de la actividad de un solo actor, sino el resultado de la cooperación de una pluralidad de actores individuales. La cooperación es un modo más íntimo de inte-

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 55

gración de las actividades instrumentales que el intercambio. Esto equivale a al ensamblaje de actividades o «contribuciones» de manera tal que el resultado es una unidad que, como unidad, puede entrar en el proceso de intercambio (desde luego que los términos en que se inician o continúan las relaciones cooperativas pueden ser establecidos en una transacción de intercambio —un contrato—). Según la natu-raleza de la meta cooperativa, diferiria´n la «unidad producto» y los imperativos de un proceso que funciones de actividad cooperativa (p. ej., el número de personas implicadas); estos últimos imperativos diferirán según la naturaleza de otros rasgos del sistema de actividad cooperativa. Pero estos son siempre más estrictos que los impuestos en un sistema de relación de intercambio. Se puede llamar organización al sistema de relaciones cooperativas.

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario desbrozando sus tesis fundamentadoras (funcionalismo). Contextualice tal estudio temporalmente, examinando la trayectoria del autor y su influencia en la dogmática del sistema social.

2. Estudie los componentes de la teorética del sistema AGIL diferenciando las funciones ad extra [(A) adaptación / (G) consecución de metas] y ad intra [(I) inte-gración / (L) mantenimiento de pautas]. Tras esto, extrapole el esquema parsoniano a las relaciones de intercambio y puesta a disposición del contrato de trabajo.

17. N. LUHMANN

— sistema juríDico y Dogmática juríDica19

«Con respecto a la sociedad como un todo, el derecho cumple funciones com-prensivas de generalización y estabilización de expectativas de conducta. Con la diferenciación de un sistema jurídico, estas funciones son registradas y apartadas bajo un punto de vista muy específico —si se juzga de manera puramente inductiva a partir del desarrollo jurídico hasta ahora habido—, concretamente bajo el aspecto de la regulación de conflictos mediante un sistema de decisión de conflictos que se inserta a posteriori. No todo lo que el derecho es o produce es automáticamente parte de un sistema jurídico. La diferenciación requiere más bien la institución de un sistema social especial, al cual se le pueda imputar la actuación propia, y esto sin limitación de la relevancia del derecho a toda la sociedad. La función socialmente difusa del derecho ha de ser reconstruida bajo puntos de vista más estrictos que formen un sistema. Esto permite a la vez que, en el ámbito de horizontes temporales relativamente amplios, se alimenten expectativas específicas dentro del sistema ju-rídico. En este sentido, la relación entre la vida jurídica de la sociedad y el sistema jurídico toma la forma de una anticipación de posibles decisiones de conflictos, que se tienen presentes como posibilidad y que están en perspectiva con seguridad para el caso conflictivo.

19 Centro de Estudios Constitucionales, Marcial Pons, Madrid, 1983, pp. 44 y 45.

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La orientación a reglas está muy estrechamente relacionada con esta anticipación y posterior inserción de la práctica decisional del sistema jurídico. El empleo de reglas tiene diversas ventajas, por ejemplo en el campo del aprendizaje y en el cam-po de la memoria. Desde puntos de vista funcionales, al sistema resulta esencial que las regulaciones sean aplicables a procesos que empiezan de forma contingente, que sean así compatibles con la arbitrariedad y la incontrolabilidad del inicio. Gracias a sus reglas, por tanto, el sistema jurídico puede suponer una arbitrariedad del inicio de una cuestión jurídica, recortando así “casos” de la realidad para la decisión, aun-que en la realidad social no exista una arbitrariedad del inicio. Ésta es una condición previa indispensable para una diferenciación clara de lo lícito y lo ilícito, ya que un retroceso más allá de los inicios arbitrariamente atribuidos e imputados volvería a trasladar a lo ilícito a quien está en el derecho y al derecho a quien está en lo ilícito.»

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, el cons-tructo conceptual y el hilo argumentativo. Contextualice el pasaje a la luz del autor y su obra (filosofía del conocimiento, sociología del derecho).

2. Tras lo anterior, realice un pequeño ensayo sobre la virtualidad general de las normas y del sistema jurídico, orientando su reflexión a la mecánica del sistema laboral y de las fuentes del Derecho del trabajo.

18. JURgEN HAbERMAS

— ciencia y técnica como iDeología20

«Herbert Marcuse toma como punto de partida este análisis weberiano para de-mostrar que el concepto de racionalidad formal, que Max Weber extrae tanto de la acción racional del empresario capitalista y del obrero industrial como de la persona jurídica abstracta y del funcionario moderno, y que asocia tanto con criterios de la ciencia como de la técnica, tiene implicaciones que son de contenido. Marcuse está convencido de que en lo que Max Weber llamaba “racionalización”, no se implanta la “racionalidad” en tanto que tal, sino que en nombre de la racionalidad lo que se impone es una determinada forma de oculto dominio político. Como la racionalidad es este tipo sólo se refiere a la correcta elección entre estrategias, a la adecuada uti-lización de tecnologías y a la pertinente instauración de sistemas (en situaciones dadas para fines dados), lo que en realidad hace es sustraer la trama social global de intereses en la que se eligen estrategias, se utilizan tecnologías y se instauran sistemas a una reflexión y reconstrucción racionales. Aparte de eso, esa racionalidad sólo se refiere a las situaciones de empleo posible de la técnica y exige por ello un tipo de acción que implica dominio, ya sea sobre la naturaleza o sobre la sociedad. La acción racional con respecto a fines es, por su estructura misma, ejercicio de controles. Por eso, la racionalización de la vida según criterios de esa racionalidad viene a signifi-

20 Tecnos, Madrid, 2007, pp. 54 y 55.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 57

car la institucionalización de un dominio que se hace ya irreconocible como dominio político: la razón técnica de un sistema social de acción racional con respecto a fines no se desprende de su contenido político. En su crítica a Max Weber, Marcuse llega a la siguiente conclusión: el concepto de razón técnica es quizá él mismo ideología. No sólo su aplicación, sino que ya la técnica misma es dominio de la naturaleza y sobre los hombres: un dominio metódico, científico, calculado y calculante. No es que determinados fines e intereses de dominio sólo se advengan a la técnica a pos-teriori y desde fuera, sino que entran ya en la construcción del mismo aparato técni-co. La técnica es en cada caso un proyecto histórico-social; en él se proyecta lo que una sociedad y los intereses en ella dominantes tienen el propósito de hacer con los hombres y con las cosas. Un tal propósito de dominio es material, y en este sentido pertenece a la forma misma de la razón técnica.»

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, la cons-trucción conceptual y su hilo argumentativo.

2. Examine la tesis central defendida por Habermas al hilo del discurso comu-nicaciónal y de los criterios de racionalización capitalista. Extraiga críticamente las posibles fuentes de dominación a las que hace referencia y las prácticas reificadoras desplegadas al efecto.

19. DANIEL cOHEN

— tres lecciones sobre la socieDaD post-inDustrial21

«La formidable perturbación de las condiciones sociales producida en el trans-curso de los últimos treinta años es tal que a menudo uno se ha visto tentado de ver en ella una nueva “gran transformación”, de una amplitud comparable a la registra-da en el curso del siglo XIX. ¿De dónde surge ese nuevo mundo? Cinco rupturas mayores permiten comprenderlo. La primera es la que fue producida por la denomi-nada “tercera revolución industrial”, que se presenta dos siglos después de “la” re-volución industrial, la del fin del siglo XvIII asociada a la máquina del vapor. Y un siglo después de la segunda, a fines del siglo XIX, cuyo descubrimiento emblemático fue la electricidad. La segunda ruptura es de carácter social, procede de una nueva manera de concebir el trabajo humano. Relacionada con la precedente, depende sin embargo de una historia singular que, para algunos autores, se habría producido de todos modos. Por su parte, la tercera ruptura es una revolución cultural, que suele asociarse con un despertar del individualismo contemporáneo, señalado en Francia por mayo del 68, y que viene a poner en entredicho el “holismo industrial” que había prevalecido hasta entonces. La cuarta ruptura procede de los mercados financieros. Después de 1969, éstos habrían sido puestos bajo tutela. Desde la década de 1980,

21 Katz Editores, Madrid, 2007; fragmentos extraídos de los capítulos «La era de las rupturas» y «Los nuevos principios de la organización del trabajo», pp. 23-24, y 29-30, respectivamente.

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58 MATERIALES DIDÁCTICOS DEL DERECHO DEL TRABAJO…

como un genio salido de su lámpara, el sector financiero retomó el ascendiente sobre la marcha de los negocios. Se trata asimismo de una historia singular, que sólo muy indirectamente está relacionada con las otras. Por último, la quinta ruptura (consiste) en la globalización, que puede interpretarse stricto sensu como la llegada de China e India al juego del capitalismo mundial. Una vez más, hay una historia inédita para contar, que poco les debe a las rupturas precedentes. Estas rupturas se articulan unas con otras de manera tan estrecha que a menudo se las confunde. Cada una procede, sin embargo, de una lógica diferente [...].

Según Philippe Askenazy (La croissance moderne, Economica, París, 2001), los objetivos que se asigna a la organización del trabajo en la edad de Internet son: la adaptabilidad a la demanda, la reactividad, la calidad y, sobre todo, la utilización de todas las competencias humanas. Estas objetividades se traducen en una polivalencia incrementada de los asalariados y una delegación de responsabilidades en los niveles jerárquicos inferiores. Se distingue de inmediato la clase de complementariedad que puede existir entre este tipo de organización del trabajo y las tecnologías de la infor-mación y de la comunicación. Frente a la clientela, la sociedad de la información permite a los productores una producción flexible, “justo a tiempo” y “a medida”. En el seno de la producción, la reducción de los escalones jerárquicos permite dele-gar mayores responsabilidades en niveles que antaño sólo recibían directivas, en tanto los trabajadores también se tornan más responsables de sus desempeños. Estos nuevos métodos de producción no nacieron directamente de la revolución informá-tica. En parte, retoman los métodos experimentados en el Japón durante la década de 1960, asociados al “toyotismo”. No obstante, la informática permite radicalizar su uso y crear nuevas aplicaciones para las que se desarrollará la idea de “conexión en red” de unidades de producción complejas, tanto en el seno de la firma como fuera. Al comienzo de la década de 1980, sólo algunos sectores se ocuparon de re-organizar de esa manera sus modos de producción; y fue precisamente su difusión progresiva al conjunto de la economía lo que contribuyó una década después a la aceleración de la productividad en los Estados Unidos.»

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, la cons-trucción conceptual y su hilo argumentativo.

2. Diferencie los períodos clasificados cronológicamente por el autor y analice crítica y proyectivamente la fase en la que nos encontramos en la actualidad. Reser-ve una atención particular a las repercusiones del modelo emergente de trabajo y a las consecuencias más relevantes con aspectos de nuestra materia (v. gr., desparce-lación de tareas, teletrabajo, trabajo autónomo, etc.).

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20. M. cASTELLS

— «La revolución de la tecnología de la información» (de su obra: la era De la información: economía, socieDaD, cultura. la socieDaD reD)22

Por tecnología entiendo, en continuidad con Harvey Brooks y Daniel Bell, «el uso del conocimiento científico para especificar modos de hacer cosas de una ma-nera reproducible. Entre las tecnologías de la información incluyo, como todo el mundo, el conjunto convergente de tecnologías de la microelectrónica, la informá-tica (máquinas y software), las telecomunicaciones/televisión/radio y la optoelectró-nica. Además, a diferencia de algunos analistas, también incluyo en el ámbito de las tecnologías de la información la ingeniería genética y su conjunto de desarrollos y aplicaciones en expansión. Ello es debido, en primer lugar, a que la ingeniería gené-tica se centra en la decodificación, manipulación y reprogramación final de los có-digos de información de la cadena viva. Pero también, porque en la década de 1990 la biología, la electrónica y la informática parecen estar convergiendo e interactuan-do en sus aplicaciones, en sus materiales y, lo que es más fundamental, en su plan-teamiento conceptual. En torno a este núcleo de tecnologías de la información, en el sentido amplio definido, está constituyéndose durante las dos últimas décadas del siglo XX una constelación de importantes descubrimientos en materiales avanzados, en fuentes de energía, en aplicaciones médicas, en técnicas de fabricación (en curso o potenciales, como la nanotecnología) y en la tecnología del transporte, entre otras. Además, el proceso actual de transformación tecnológica se expande de forma ex-ponencial por su capacidad para crear una interfaz entre los campos tecnológicos mediante un lenguaje digital común en el que la información se genera, se almacena, se recobra, se procesa y se transmite. Vivimos en un mundo que, en expresión de Nicholas Negroponte, se ha vuelto digital.

La exageración profética y la manipulación ideológica que caracterizan a la ma-yoría de los discursos sobre la revolución de la tecnología de la información no debe llevarnos a menospreciar su verdadero significado fundamental. Es un acontecimien-to histórico al menos tan importante como fue la Revolución industrial del siglo XvIII, inductor de discontinuidad en la base material de la economía, la sociedad y la cul-tura. La relación histórica de las revoluciones tecnológicas, en la compilación de Melvin Kranzberg y Carroll Pursell, muestra que todas se caracterizan por su capa-cidad de penetración en todos los dominios de la actividad humana no como una fuente exógena de impacto, sino como el paño con el que está tejida esa actividad. En otras palabras, se orientan hacia el proceso, además de inducir nuevos productos. Por otra parte, a diferencia de cualquier otra revolución, el núcleo de la transforma-ción que estamos experimentando remita a las tecnologías del procesamiento de la información y de la comunicación. La tecnología de la información es a esta revo-lución lo que las nuevas fuentes de energía fueron a las sucesivas revoluciones in-dustriales, del motor de vapor a los combustibles fósiles e incluso a la energía nu-clear, ya que la generación y distribución de energía fue el elemento clave

22 Alianza, vol. I, Madrid, 1998, pp. 56 a 59.

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60 MATERIALES DIDÁCTICOS DEL DERECHO DEL TRABAJO…

subyacente en la Revolución industrial. Sin embargo, esta declaración sobre el papel preeminente de la tecnología de la información se confunde con frecuencia con la caracterización de la revolución actual como esencialmente dependiente del nuevo conocimiento e información, lo cual es cierto para el proceso en curso de cambio tecnológico, pero asimismo para las revoluciones tecnológicas precedentes, como han expuesto sobresalientes historiadores de la tecnología como Melvin Krenzberg y Joel Mokyr. La primera Revolución industrial, si bien no se basó en la ciencia, contó con un amplio uso de la información, aplicando y desarrollando el conoci-miento existente. Y la segunda Revolución industrial, a partir de 1850, se caracterizó por el papel decisivo de la ciencia para fomentar la innovación. En efecto, los labo-ratorios de I+D aparecieron por primera vez en la industria química alemana en las últimas décadas del siglo XIX.

Lo que caracteriza a la revolución tecnológica actual no es el carácter central del conocimiento y la información, sino la aplicación de ese conocimiento e información a aparatos de generación de conocimiento y procesamiento de la información/comu-nicación, en un círculo de retroalimentación acumulativo entre la innovación y sus usos. Un ejemplo pude clarificar este análisis. Los empleos de las nuevas tecnologías de las comunicaciones en las dos últimas décadas han pasado por tres etapas dife-renciadas: automatización de las tareas, experimentación de los usos y reconfigura-ción de las aplicaciones. En las dos primeras etapas, la innovación tecnológica pro-gresó mediante el aprendizaje por el uso, según la terminología de Rosenberg. En la tercera etapa, los usuarios aprendieron tecnología creándola ya cavaron reconfigu-rando las redes y encontrando nuevas aplicaciones. El círculo de retroalimentación entre la introducción de nueva tecnología, su utilización y su desarrollo en nuevos campos se hizo mucho más rápido en el nuevo paradigma tecnológico. Las nuevas tecnologías de la información no son solo herramientas que aplicar, sino procesos de desarrollar. Los usuarios y los creadores pueden convertirse en los mismos. De este modo, los usuarios pueden tomar el control de la tecnología como en el caso de internet. De esto se deduce una estrecha relación entre los procesos sociales de crea-ción y manipulación de símbolos (la cultura de la sociedad) y la capacidad de pro-ducir y distribuir bienes y servicios (las fuerzas productivas). Por primera vez en la historia, la mente humana es una fuerza productiva directa, no sólo un elemento decisivo de sistema de producción.

— «Comunicación y poder»23

«[I] El poder es el proceso fundamental de la sociedad, puesto que ésta se define en torno a valores e instituciones, y lo que se valora e institucionaliza está definido por relaciones de poder […] Cuando hay una separación entre un estado interven-cionista y una sociedad civil crítica, el espacio público se desmorona, suprimiendo la esfera intermedia entre el aparato administrativo y los ciudadano. El ejercicio

23 Alianza, Madrid, 2009; el fragmento [I] deviene del capítulo «El poder en la sociedad red» (pp. 34, 36 a 39), y el fragmento [II] de «Programando las redes de comunicación: política mediática, política del escándalo y crisis de la democracia» (pp. 261 a 263), respectivamente.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 61

democrático del poder depende en última instancia de la capacidad institucional para transferir el significado generado por la acción comunicativa a la coordinación fun-cional de la acción organizada en el estado bajo los principios de consenso constitu-cional. De forma que el acceso constitucional a la capacidad de coacción y el acceso a los recursos comunicativos que permiten coproducir significado se complementan a la hora de establecer relaciones de poder […] Las sociedades no son comunidades que compartan valores e intereses. Son estructuras sociales contradictorias surgidas de conflictos y negociaciones entre diversos actores sociales, a menudo opuestos. Los conflictos nunca acaban, simplemente se detienen gracias a acuerdos temporales y contratos inestables que son transformados en instituciones de dominación por los actores sociales que lograron una posición ventajosa en la lucha por el poder, si bien cediendo un cierto grado de representación para la pluralidad de intereses y valores que permanecen subordinados. De forma que las instituciones del estado y, más allá del estado, las instituciones, organizaciones y discursos que enmarcan y regulan la vida social nunca son expresiones de la “sociedad”, una caja negra de significado polisémico cuya interpretación depende de las perspectivas de los actores sociales. Se trata de relaciones de poder cristalizadas; es decir, los “medios generalizados” (Parsons) que permiten a unos actores ejercitar el poder sobre otros actores sociales a fin de tener poder para lograr sus objetivos […].

Los procesos de estructuración son multiescala y multinivel. Funcionan de dis-tinta forma y a diferentes niveles de la práctica social: económico (producción, con-sumo, intercambio), tecnológico, medioambiental, cultural, político y militar… Cada uno de estos niveles de práctica, y cada forma espaciotemporal, (re)producen y/o desafían las relaciones de poder en el origen de las instituciones y discursos. Estas relaciones implican acuerdos complejos entre diferentes niveles de práctica e insti-tuciones: global, nacional, local e individual. Por tanto, si la estructuración es múl-tiple, el reto analítico consiste en comprender las relaciones de poder específicas en cada uno de estos niveles, formas y escalas de la práctica social y en sus resultados estructurados. Así pues, “el poder no se localiza en una esfera o institución social concreta, sino que está repartido en todo el ámbito de la acción humana. Sin em-bargo, hay manifestaciones concentradas de relaciones de poder en ciertas formas sociales que condicionan y enmarcan la práctica del poder en la sociedad en general imponiendo la dominación. El poder es relacional, la dominación es institucional”.

[II] La política es el proceso de asignación del poder en las instituciones del estado […]. Las relaciones de poder se basan en gran medida en la capacidad para modelar las mentes construyendo significados a través de la creación de imágenes. Recuérdese que las ideas son imágenes (visuales o no) en nuestro cerebro. Para la sociedad en general, a diferencia del individuo concreto, la creación e imágenes se realiza en el ámbito de la comunicación socializada. En la sociedad contemporánea, en todo el mundo, los medios de comunicación son la forma de comunicación deci-siva. Por “medios de comunicación” me refiero a todas las organizaciones y tenolo-gías que incluyen tanto la comunicación de masas como la autocomunicación de masas. La política mediática es la forma de hacer política en y a través de los medios de comunicación… En nuestro contexto histórico, la política es fundamentalmente una política mediática. Los mensajes, las organizaciones y los líderes que no tienen presencia mediática no existen para el público. Por tanto, sólo aquellos que consiguen

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62 MATERIALES DIDÁCTICOS DEL DERECHO DEL TRABAJO…

transmitir sus mensajes a los ciudadanos tienen la posibilidad e influir en sus deci-siones de forma que les lleve a posiciones de poder en el estado y/o a mantener el control de las instituciones políticas. Ciertamente, es lo que ocurre en la política democrática, es decir, en la política basada en elecciones competitivas, supuestamen-te libres, como mecanismo primario para acceder a un cargo político. Pero también sucede en los regímenes no democráticos, ya que el control sobre los medios de comunicación es una forma potente de dominación. Sin traspasar las barreras orga-nizativas y tecnológicas que estructuran la información y la comunicación sociali-zada, hay pocas esperanzas de que se produzca un cambio que permita una resisten-cia efectiva a los poderes establecidos. Efectivamente, cuando falla el control de la comunicación, los regímenes autoritarios avanzan rápidamente hacia su caída, con diferentes niveles de violencia y sufrimiento dependiendo de las circunstancias del cambio político. Además, en casi todos los países del mundo se dan distintas varie-dades de situaciones intermedias entre la democracia de manual y un maléfico auto-ritarismo. Es necesario contextualizar el criterio para definir la democracia porque la diversidad global de culturas políticas no puede reducirse a las ideas originales del liberalismo tal y como surgieron en el siglo XvIII en una pequeña aunque influyente zona del mundo. La democracia como práctica social e institucional no es lo mismo que la ideología de la democracia, y mucho menos equivalente a los ideales de la democracia liberal.

El hecho que la política se desarrolle fundamentalmente en los medios de comuni-cación no significa que otros factores (como el activismo de las bases o el fraude) no sean importantes a la hora de decidir el resultado de las batallas políticas. Tampoco significa que los medios de comunicación ostenten el poder. No son el Cuarto Poder. Son mucho más importantes: son el espacio donde ser crea el poder. Los medios de comunicación constituyen el espacio en el que se deciden las relacione de poder entre los actores políticos y sociales rivales. Por ello, para lograr sus objetivos, casi todos los actores y los mensajes deben pasar por los medios de comunicación. Tienen que acep-tar las reglas del juego mediático, el lenguaje de los medios y sus intereses. Los medios de comunicación, en su conjunto, no son neutrales, tal y como proclama la ideología del periodismo profesional, ni tampoco son instrumentos directos del poder estatal, con la excepción obvia de los medios de comunicación en los regímenes autoritarios. Los actores de los medios crean plataformas de comunicación y producen mensajes en consonancia con sus intereses profesionales y empresariales específicos. Dada la diversidad de actores de los medios de comunicación, estos intereses también son di-versos… Los medios corporativos son fundamentalmente un negocio, y la mayor par-te del negocio se compone de entretenimiento, incluidas las noticias. Pero también tienen intereses políticos más amplios, ya que se encuentran directamente implicados en la dinámica del estado, que es una parte fundamental de su entorno empresarial. Así pues, las reglas del juego político en los medios de comunicación dependerán de sus modelos de negocio concretos y de su relación con los actores políticos y la audiencia.»

Cuestiones:

1. Analice los dos fragmentos objeto de comentario y desbroce las ideas cen-trales, las construcciones conceptuales y el hilo argumentativo.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 63

2. En el fragmento [I] Castells concluye con el siguiente canon: «El poder es relacional, la dominación es institucional». Reflexione la trascendencia de dicho axioma desde tres ópticas analíticas: los vínculos y estructuras sociales, el derecho como mecanismo de dominación, y el Derecho del trabajo como disciplina atempe-radora entre sujetos ejercientes del poder (empresarios, jefaturas, directivos, etc.) y destinatarios del mismo (trabajadores).

3. Respecto del fragmento [II], reflexione sobre los procesos de escenificación política prevalentes en los medios de comunicación de masas y el tratamiento infor-mativo reservado a la materia laboral. Contraste disparidad de tratamiento dado a una misma noticia iuslaboral en diferentes medios (prensa y televisión, básicamente).

21. TONy JUDT

— el malestar Del economismo24

«Por qué nos resulta tan difícil siquiera imaginar otro tipo de sociedad? ¿Qué nos impide concebir una forma distinta de organizarnos que nos beneficie mutuamente? ¿Estamos condenados a dar bandazos eternamente entre un “mercado libre” disfun-cional y los tan publicitados horrores del socialismo? Nuestra incapacidad es discur-siva: simplemente ya no sabemos cómo hablar de todo esto. Durante los últimos treinta años, cuando nos preguntábamos si debíamos apoyar una política, una pro-puesta o una iniciativa, nos hemos limitado a las cuestiones de beneficio y pérdida —cuestiones económicas en sentido más estrecho. Pero ésta no es una condición humana instintiva: es un gusto adquirido. Todo esto no es nuevo. En 1905, el joven William Beveridge —cuyo informe de 1942 sentó las bases del Estado de bienestar británico— pronunció una conferencia en Oxford en la que preguntó por la economía clásica. La pregunta de Beveridge no ha perdido un ápice de vigencia en la actuali-dad. De hecho, la idea de que las consideraciones sobre las políticas públicas se podrían restringir a un mero cálculo ya causó inquietud hace dos siglos. El marqués de Condorcet, uno de los autores más perceptivos sobre el capitalismo comercial durante sus años tempranos, previó con disgusto la perspectiva de que la libertad ya no sea, a los ojos de una nación ávida, más que la condición necesaria para la segu-ridad de las operaciones financieras. Las revoluciones de aquella época corrían el peligro de fomentar la confusión entre la libertad para hacer dinero y la propia liber-tad. Nosotros también estamos confusos. El razonamiento económico convencional —que si bien ha salido ostensiblemente mal parado debido a su incapacidad para predecir o evitar el colapso bancario, no parece derrotado— describe el comporta-miento humano en términos de “elección racional”. Todos somos, afirma, criaturas económicas. Perseguimos nuestros intereses (definidos como la maximización del beneficio económico) con una referencia mínima a criterios extraños tales como el altruismo, la abnegación, los gustos, los hábitos culturales o las metas colectivas. Provistos de la suficiente información correcta sobre los “mercados” —tanto reales como las instituciones en las que se compran y venden acciones y bonos— tomare-

24 De su obra Algo va mal, Taurus, pp. 45 a 50.

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mos las mejores decisiones posibles para nuestro beneficio individual y colectivo. Lo que me interesa aquí no es si esas proposiciones tienen algo de verdad. Hoy nadie puede pretender seriamente que queda algo de la llamada “hipótesis del mercado eficiente”. Una generación anterior de economistas del libre mercado solía señalar que lo que falla en la planificación socialista es que exige el tipo de conocimiento perfecto (tanto del presente como del futuro) al que los mortales no pueden aspirar. Tenían razón. Pero sucede que lo mismo es cierto de los teóricos del mercado: no lo saben todo y, en consecuencia, no saben verdaderamente nada. La “falsa” precisión de la que Maynard Keynes acusó a sus críticos economistas sigue viva. Peor todavía: hemos introducido subrepticiamente un vocabulario pretendidamente “ético” para reforzar nuestros argumentos económicos, lo que aporta un barniz autosatisfecho a unos cálculos descaradamente utilitarios. Cuando imponen recortes en las prestacio-nes sociales, por ejemplo, los legisladores estadounidenses y británicos se enorgu-llecen de haber sido capaces de adoptar “decisiones difíciles” […]

¿Cómo deberíamos hablar sobre la forma en que decidimos organizar nuestras sociedades? En primer lugar, no podemos seguir evaluando nuestro mundo y las decisiones que tomamos en un vacío moral. Incluso si pudiéramos estar seguros de que un individuo racional suficientemente bien informado y consciente siempre opta por sus mejores intereses, seguiríamos teniendo que preguntarnos cuáles son esos intereses. No pueden inferirse de su comportamiento económico pues en ese caso el comportamiento sería circular. Tenemos que preguntarnos qué quieren las personas y en qué condiciones pueden satisfacerse esas necesidades. Desde luego, no podemos prescindir de la confianza. Si verdaderamente no confiáramos en los demás, no pagaríamos impuestos para ayudarnos mutuamente. Tampoco podríamos alejarnos mucho de nuestra casa por temor al a violencia o a las argucias de nues-tro taimados conciudadanos. Además, la confianza no es una virtud abstracta. Una de las razones por las que el capitalismo es hoy atacado por tantos críticos, y no todos de izquierda, es que los mercados y la competencia libre también requieren confianza y cooperación. Si no podemos confiar en que los banqueros actúen con honestidad, ni en que los agentes hipotecarios digan la verdad sobre sus préstamos, ni en que los reguladores públicos denuncien a hombres de negocio deshonestos, el propio capitalismo acabará paralizándose. Los mercados no generan automáti-camente confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común. Todo lo contrario: la naturaleza de la competencia económica implica que el participante que rompe las leyes triunfa —al menos a corto plazo— sobre sus competidores con más sensibilidad ética. Pero el capitalismo no podría sobrevivir durante mucho tiempo a un comportamiento tan cínico. Así que ¿cómo ha podido permanecer este sistema de acuerdos económicos potencialmente autodestructivos? Probablemente por los hábitos de contención, honestidad y moderación que acompañaron su apa-rición […] ¿Cómo podemos enmendar el haber educado a una generación obse-sionada con la búsqueda de riqueza e indiferente a tantas otras cosas? Quizá po-dríamos empezar recordándonos a nosotros mismos y a nuestros hijos que no siempre fue así. Pensar economísticamente, como llevamos haciendo hace treinta años, no es algo intrínseco a los seres humanos. Hubo un tiempo en que organizá-bamos nuestra vidas de otra forma.»

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 65

Cuestiones:

1. Analice el texto objeto de comentario y desbroce las ideas centrales, el cons-tructo conceptual y su hilo argumentativo.

2. Identifique la tesis defendida por Tony Judt y trace una conexión dialéctica con el proceso de reformas que vienen acometiéndose en las economías occidentales. Desbroce críticamente los argumentos que vienen defendiéndose para impulsar tales reformas económicas y jurídicas así como los posibles mecanismos ideológicos de dominación social existentes tras las mismas.

22. byUNg-cHUL HAN

— la socieDaD Del cansancio25

[I] El mito de Prometeo puede reinterpretarse considerándolo una escena del aparato psíquico del sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mis-mo, que está en guerra consigo mismo. En realidad, el sujeto de rendimiento se cree en libertad, se halla tan encadenado como Prometeo. El ala que devora su hígado en constante crecimiento es su alter ego, con el cual está en guerra. Así visto, la relación de Prometeo y el águila es una relación consigo mismo, una relación de autoexplo-tación. El dolor del hígado, que en sí es indoloro, es el cansancio. De esta manera, Prometeo, como sujeto de autoexplotación, se vuelve presa de un cansancio infinito. Es la figura originaria de la sociedad del cansancio […]. Tal cansancio no resulta de un rearme desenfrenado, sino de un amable desarme del Yo.

[II] Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, existe una época bac-terial que, sin embargo, toca a su fin con el descubrimiento de los antibióticos. A pesar del manifiesto miedo a la pandemia viral, actualmente no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral sino neuronal. Las enfermedades neuronales, como la depresión, el trastorno por déficit de atención con actividad (TDAH), el trastorno límite de personalidad (TLP), o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad. De este modo, se sustraen de cualquier técnica inmunológica destinada a repeler la negati-vidad de lo extraño.

El siglo pasado era una época inmunológica mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el amigo y el enemigo o entre lo propio y lo extraño. También la guerra fría obedecía a este esquema inmunológico. Ataque y defensa determinaban el procedimiento. Este dispositivo, que se extendía más allá de lo biológico hasta el campo de lo social, o sea, a la sociedad en su conjunto, encerraba una ceguera: se

25 Herder, Barcelona, 2012. Realizamos aquí una selección de los títulos: [I] «El prometeo cansa-do» (pp. 9-10); [II] «La violencia neuronal» (pp. 11-24); y [III] «Más allá de la sociedad disciplinaria» (pp. 25-28).

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repele todo lo que es extraño. El objeto de la resistencia es la extrañeza como tal. Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso cuando él no par-ta ningún peligro, será eliminado a causa de su otredad. En los últimos tiempos, han surgido diversos discursos sociales que se sirven de manera explícita de modelos explicativos procedentes del campo inmunológico. Sin embargo, no cabe interpretar el hecho de que el discurso inmunológico esté en boga como indicio de que la socie-dad de hoy esté, más que nunca, organizada inmunológicamente. Que un paradigma sea de forma expresa elevado a objeto de reflexión es a menudo señal de su hundi-miento. Desde hace algún tiempo, está llevándose a cabo de manera inadvertida un cambio de paradigma. El final de la guerra fría tuvo lugar, precisamente, en el mar-co de este cambio. Hoy en día, la sociedad incurre de manera progresiva a una cons-telación que se sustrae por completo del esquema de organización y resistencia in-munológica. Se caracteriza por la desaparición de la otredad y la extrañeza […].

La violencia de la positividad, que resulta de la superproducción, el superrendi-miento o la supercomunicación, ya no es viral. La repulsión frente al exceso de po-sitividad no consiste en ninguna resistencia inmunológica sino en una abreacción digestivo-neuronal y en un rechazo. El agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia tampoco son reacciones inmunológicas. Todos ellos consisten en manifestaciones de una violencia neuronal, que no es viral, puesto que no se deriva de ninguna negatividad neurológica […]. Se origina un enemigo fantasma que se extiende por todo el planeta, que se infiltra por todas partes, igual que un virus, y que penetra en todos los intersticios del poder. La violencia de la positividad no es pri-vativa, sino saturativa; no es exclusiva, sino exhaustiva. Por ello es inaccesible a una percepción inmediata.

[III] La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy día. En su lugar se ha establecido otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficina, bancos, aviones, grandes centros comerciales y labora-torios genéticos. La sociedad del siglo xxi ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya «sujetos de obediencia» sino «sujetos de rendimiento». Estos sujetos son emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las instituciones disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen un efecto arcaico. El análisis de Foucault sobre el poder no es capaz de describir los cambios psíquicos y topológicos que han surgido con la trans-formación de la sociedad disciplinaria en la de rendimiento. Tampoco el término frecuente «sociedad de control» hace justicia a esa transformación. Aún contiene demasiada negatividad.

La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la prohibi-ción. El verbo modal negativo que la caracteriza es el «no-poder» (nicht-dürfen). Incluso el deber (sollen) le es inherente una negatividad: la de la obligación. La sociedad del rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad. Justo la creciente desregularización acaba con ella. La sociedad del rendimiento se carac-teriza por el verbo positivo «poder» (könen) sin límites. Su plural afirmativo y colectivo «Yes we can» expresa precisamente su carácter de positividad. Los pro-yectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 67

y criminales. La sociedad del rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados.

El cambio de paradigma de una sociedad disciplinaria a una sociedad del rendi-miento denota una continuidad en un nivel determinado. Según parece, al inconscien-te social le es inherente el afán de maximizar la producción. A partir de ese cierto punto de productividad, la técnica disciplinaria, es decir, el esquema negativo de la prohibición, alcanza su punto límite. Con el fin de aumentar la productividad se susti-tuye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer (könen), pues a partir de un nivel determinadol de producción, la negati-vidad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. De ese modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber. En relación con el incremento de la productividad no se da ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una continuidad […] En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendi-miento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna.

— la socieDaD De la transparencia26

Ningún otro lema domina hoy tanto el discurso público como la transparencia. Esta reclama de manera efusiva, sobre todo en relación con la libertad de informa-ción. La omnipresente exigencia de transparencia, que aumenta hasta convertirla en un fetiche y totalizarla, se remonta a un cambio de paradigma que no puede reducir-se al ámbito de la política y de la economía. La sociedad de la negatividad hoy cede paso a una sociedad en la que la negatividad se desmonta cada vez más a favor de la positividad. Así, la sociedad de la transparencia se manifiesta en primer lugar como una sociedad positiva.

Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, cuan-do se alisan y allanan, cuando se insertan sin resistencia en el torrente liso del capi-tal, la comunicación y la información. Las acciones se tornan transparentes cuando se hacen operacionales, cuando se someten a los procesos de cálculo, dirección y control. El tiempo se convierte en transparente cuando se nivela como la sucesión de un presente disponible. También el futuro se positiva como presente estimado. El tiempo transparente es un tiempo carente de todo destino y evento. Las imágenes se hacen transparentes cuando, liberadas de toda dramaturgia, coreografía y escenogra-fía, de toda profundidad hermenéutica, de todo sentido, se vuelven pornográficas. Pornografía es el contacto inmediato entre la imagen y el ojo. Las cosas se tornan transparentes cuando se despojan de su singularidad y se expresan completamente en la dimensión del precio. El dinero, que todo lo hace comparable con todo, supri-

26 Herder, Barcelona, 2013. Transcribimos aquí algunos fragmentos del Capítulo I: «La sociedad positiva» (pp. 11-17).

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me cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual.

Quien refiere la transparencia tan sólo a la corrupción y a la libertad de infor-mación desconoce su envergadura. La transparencia es una coacción sistémica que se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio. El sistema social somete hoy todos sus procesos a una coacción de la transparencia para hacerlos operacionales y acelerarlos. La presión de la aceleración va de la mano del desmontaje de la negatividad. La comunicación alcanza su máxima ve-locidad allí donde lo igual responde a lo igual, cuando tiene lugar una reacción en cadena de lo igual. La negatividad de lo otro y de lo extraño, o la resistencia de lo otro, perturba y retarda la lisa comunicación de lo igual. La transparencia estabi-liza y acelera el sistema por el hecho de que elimina lo otro o lo extraño. Esta coacción sistémica convierte a la sociedad de la transparencia en una sociedad uniformada. En eso consiste su rasgo totalitario. Una nueva palabra para la uni-formación: «transparencia».

El lenguaje transparente es una lengua formal, puramente maquinal, operacio-nal, que carece de toda ambivalencia. Ya Humboldt señala la fundamental falta de transparencia inherente a toda lengua humana: «Al escuchar una palbra no hay dos personas que piensen exactamente lo mismo, y esta diferencia, por pequeñaque sea, se extiende como las ondas del agua, por todo el conjunto de la lengua». Por eso toda comprensión es, al mismo tiempo, una incomprensión; toda coincidencia en ideas o sentimientos una simultánea divergencia. Aquel mundo que tan solo constara de informaciones, y cuya circulación no perturbada se llamara comunicación, sería igual que una máquina. La sociedad positiva está dominada por la “transparencia y la obscenidad de la información en un universo desventualizado”. La coacción de la transparencia nivela al hombre mismo hasta convertirlo en un elemento funcional de un sistema. Ahí está la violencia de la transparencia» […].

Está demostrado que más información no conduce de manera necesaria a mejo-res decisiones. La intuición, por ejemplo, va más allá de la información disponible y sigue su propia lógica. Hoy se atrofia la facultad superior de juzgar a causa de la creciente pululante masa de información. Con frecuencia, un menos de saber e in-formación produce un más. La negatividad de dejar y olvidar tiene no pocas veces un efecto productivo. La sociedad de la transparencia no permita lagunas de infor-mación ni de visión. Pero tanto el pensamiento como la inspiración requieren un vacío. En alemán hay una relación entre laguna y dicha. Y una sociedad que no ad-mitiera ya ninguna negatividad de un vacía sería una sociedad sin dicha. Amor sin laguna de visión es pornografía. Y sin laguna de saber, el pensamiento degenera para convertirse en cálculo.

Cuestiones:

1. Analice los textos objeto de comentario y extraiga las tesis sostenidas por el autor en tales fragmentos así como las construcciones conceptuales que funda-mentan dichas argumentaciones teóricas. Más en particular, profundice en las ideo-grafías sociales hipostasiadas por Byung-Chul Han con suficiente sentido crítico y analítico.

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 69

2. Tras lo anterior, recabe el elenco de categorías iuslaborales que despliegan una mayor imbricación institucional con las argumentaciones sostenidas en tales textos.

23. TH. pIKETTy

— el capital en el siglo xxi27

[I] Cuando Balzac o Jane Austen escribieron sus novelas, a principios del siglo XIX, la naturaleza de la riqueza era a priori relativamente clara para todo el mundo. La riqueza parecía estar ahí para producir rentas, es decir, ingresos seguros y regu-lares para su poseedor, y para ello adquiría sobre todo la forma de propiedades ru-rales y títulos de deuda pública […]. Vistas desde el siglo XXI, estas formas de rique-za pueden parecer arcaicas, y es tentador remitirlas a un pasado lejano y al parecer superado, sin relación con la realidad económica y social de nuestro tiempo, en el que el capital sería por naturaleza más «dinámico» […]. Si se observa la situación con mayor atención, las diferencias respecto del mundo del siglo XXI son, además, menos evidentes de lo que parece. En primer lugar, estas dos formas de patrimonio —tierras y deuda pública— plantean cuestiones muy diferentes, y sin duda no de-berían sumarse tan simplemente como hacen los novelistas del siglo XIX por conve-niencia narrativa. La deuda pública no constituye más que un crédito de una parte (los que cobran los intereses) sobre otra (los que pagan los impuestos): es necesario excluirla del patrimonio nacional e incluirla sólo en el patrimonio privado. El com-plejo tema del endeudamiento de los Estados y de la naturaleza del patrimonio es tan importante hoy como lo era en 1800, y el estudio del pasado puede instruirnos sobre estar realidad tan importante del mundo actual. Por ello, incluso si en este inicio del siglo XXI la deuda pública dista de haber recuperado el nivel astronómico que tenía a principios del siglo XIX, al menos en el Reino Unido, en Francia y en muchos otros países se sitúa muy cerca de sus récords históricos, suscitando, sin duda, aún más confusión en el mundo actual que en la época napoleónica. En efecto, el proceso de intermediación financiera (se deposita el dinero en un banco, que a su vez lo invier-te en otra parte) se ha vuelto tan complejo que a menudo se olvida quién posee qué. Estamos endeudados, cierto —¿cómo olvidarlo?, los medios de comunicación nos lo recuerdan todos los días— pero ¿con quién exactamente? En el siglo XIX, se iden-tificaba claramente a los rentistas de la deuda pública; ¿quiénes son hoy en día? […]

En el siglo XX, se desarrolló una visión totalmente diferente de la deuda pública, basada en la convicción de que, por el contrario, el endeudamiento podría ser un instrumento al servicio de una política de gastos públicos y de redistribución social a favor de los más humildes. La diferencia entre las dos visiones es bastante simple: en el siglo XIX, la deuda se pagaba a un precio alto, lo que beneficiaba a los presta-mistas y participaba en el fortalecimiento de los capitales privados; en el siglo XX, la

27 Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2013. Transcribimos sendos fragmentos (I y II, respectiva-mente) del Capítulo III («La metamorfosis del capital» [I], pp. 129, 130 y 149) y del epílogo final («La conclusión central del capitalismo» [II], pp. 643 y 644).

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deuda se diluyó con la inflación y se pagó con promesas vanas, y permitió, de facto, financiar los déficits por medio de quienes prestaron su patrimonio al Estado, sin tener que incrementar los impuestos por el mismo monto. Esta visión «progresista» de la deuda pública sigue impregnando muchas mentes en este inicio del siglo XXI, cuando sabemos que, desde hace tiempo, la inflación ha vuelto a descender a niveles similares a los del siglo XIX y que sus efectos distributivos son relativamente oscuros.

[II] La lección final de mi investigación es que la evolución dinámica de una economía de mercado y de propiedad privada que es abandonada a sí misma contie-ne en su seno fuerzas de convergencia importantes, relacionadas sobre todo con la difusión del conocimiento y de calificaciones, pero también de poderosas fuerzas de divergencia, potencialmente amenazadoras para nuestras sociedades democráticas y para los valores de justicia social en que están basadas. La principal fuerza desesta-bilizadora se vincula con el hecho de que la tasa de rendimiento privado del capital (r) puede ser significativa y duraderamente más alta que la tase de crecimiento del ingreso y la producción (g). La desigualdad r>g implica que la recapitalización de los patrimonios procedentes del pasado será más rápida que el ritmo de crecimien-to de la producción y los salarios. Esta desigualdad expresa una contradicción lógi-ca fundamental. El empresario tiende inevitablemente a transformarse en rentista y a dominar cada vez más a quienes sólo tienen su trabajo. Una vez constituido, el capital se reproduce solo, más rápidamente de lo que crece la producción. El pasado devora al porvenir. Las consecuencias pueden ser temibles para la dinámica de la distribución de la riqueza a largo plazo, sobre todo si a esto se agrega la desigualdad del rendimiento, en función del tamaño del capital inicial, y si ese proceso de diver-gencia de las desigualdades patrimoniales tiene lugar a escala mundial […]

La solución correcta es un impuesto progresivo anual sobre el capital; así sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad y preservar las fuerzas de la competencia y los incentivos para que no deje de haber acumulaciones originarias. Por ejemplo, hemos mencionado la posibilidad de una lista de tasas impositivas al capital con tasas limitadas a 0,1 por 100 o 0,5 por 100 anual sobre los patrimonios de menos de un millón de euros, de 1 por 100 para fortunas entre uno y cinco millo-nes de euros, de 2 a 5 por 100 para aquellas de entre cinco y diez millones de euros, o 10 por 100 anual para las fortunas de varios cientos o miles de millones euros. Esto permitiría contener el crecimiento sin límite de las desigualdades patrimoniales mun-diales que hoy en día crecen a un ritmo insostenible a largo plazo, algo que debería preocupar incluso a los fervientes defensores del mercado autorregulado. La expe-riencia histórica indica, además, que fortunas tan desmesuradamente desiguales tie-nen poco que ver con el espíritu empresarial y carecen de utilidad para el crecimien-to. Retomando la bella expresión del artículo 1.º de la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, con que empieza este libro, no son de utilidad común.

Cuestiones:

1. Analice los textos objeto de comentario y extraiga las tesis sostenidas por Piketti y las problematizaciones descritas en los mismos. Respecto del primer texto [I], estudie la problemática del endeudamiento de los Estados correlacionándola con

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CAPÍTULO II. TERCERA PARTE. LECTURAS 71

las políticas de austeridad y con el reflejo de tales fenomenologías en las reformas materializadas en la rama social del derecho. Y respecto del segundo [II], valore críticamente las propuestas hipostasiadas en tal análisis conclusivo.