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2º de Bachillerato Historia de la FilosofíaAño 2011/2012 Tema 5
La filosofía y la ciencia helenísticas
En este tema vamos a agrupar toda la filosofía y las cosmovisiones científicas posteriores al pensamiento aristotélico, hasta llegar a la civilización romana. El período que transcurre desde la muerte de Alejandro Magno el año 323 (casi simultáneo a la muerte del Estagirita, el 322) hasta que Macedonia se convierte en provincia romana (148) y el resto de Grecia pasa a ser otra provincia romana (Acaya), se denomina habitualmente como período helenístico. Recibe este nombre porque, como consecuencia de las conquistas de Alejandro y su ideal cosmopolita que intenta convertir la cultura griega en una cultura universal, ésta se esparce por buena parte de Asia y el norte de África, creando para la filosofía un nuevo marco cultural. De hecho, las conquistas de Alejandro, tras su muerte, fueron repartidas entre sus generales (las llamadas “satrapías”), los cuales llegaron a gobernar reinos de relativa estabilidad en la que los propósitos culturales helenizantes se siguieron desarrollando con mucha intensidad y éxito; la ciudad de Alejandría bajo el reinado de los Ptolomeos es el mejor ejemplo de esta afirmación. Todavía en la primera mitad del siglo XX, esta ciudad egipcia proporcionó un nobel de literatura a la lengua griega, Konstantinos Kavafis.
Este marco cultural será igualmente asimilado por la civilización romana, de tal modo que en términos filosóficos, científicos e ideológicos cabe seguir hablando de helenismo durante un período mucho más amplio de tiempo. Estrictamente, el pensamiento helenístico sólo perderá su influencia a partir del triunfo ideológico del cristianismo, aspecto este último que veremos en el tema siguiente.
5.1. El pensamiento helenístico
Carácter general del pensamiento helenístico
El pensamiento helenístico adquiere dos características nuevas respecto al período anterior, dos características en buena medida relacionadas. Por primera vez, desaparece la seguridad del racionalismo griego y se rompe el ideal antropológico del zoon politikón. La polis griega cerrada sobre sí misma no puede satisfacer ya de forma autárquica las necesidades de desarrollo humano; su modelo está en crisis económica y política, y su independencia y autonomía ya no existe… ¿Cuál puede ser el marco de referencia en el que la realidad tenga sentido y nos dé seguridad y confianza?
Podemos entenderlo con un ejemplo: ante una crisis económica como la que vivimos, ¿hacia dónde dirigimos nuestra mirada? Hacia el Estado. El marco de referencia sigue siendo el EstadoNación de la modernidad. Él debe regular la economía, protegerla y protegernos a nosotros de ese sinsentido de la crisis. ¿Cómo es posible que no haya liquidez, que los bancos no presten dinero, que la economía no crezca y no vaya a haber trabajo…? Si todo se derrumbara y el Estado se viera
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impotente para establecer un mínimo de orden y sentido en nuestras vidas nos encontraríamos en una situación angustiosa: esa era la situación en la que se encontraban los griegos a la muerte de Alejandro Magno.
En este momento podemos entender la segunda característica del pensamiento helenístico: el giro y la orientación a la ética y los problemas de la felicidad personal. Cabe pensar que tales problemas ya fueron tocados por filósofos anteriores, Aristóteles especialmente, Pero ahora hay una diferencia: las distintas escuelas de pensamiento helenístico realizan aportaciones o recapitulaciones de metafísica, física o cosmología, pero siempre con una misma finalidad: obtener una base racional para la ética individual. El conocimiento metafísico no es para ellos algo de valor en sí mismo, sino que su valor depende de que se pueda derivar de él una teoría ética.
(También nosotros, en épocas de crisis existencial, nos refugiamos en un individualismo a corto plazo: “no quiero saber nada, yo a lo mío, a pasarlo bien con mis amigos, con mi familia, con mis cosas; que no me vengan con historias ni preocupaciones, que no las quiero conocer; total, nada tiene solución…”).
Así pues, el helenismo es una época en la que el ser humano comienza a entenderse en su carácter universal de individuo, de ser humano sin más, despojado de la identidad colectiva de la polis, de la aparente seguridad de una sociedad cerrada sobre sí misma donde los valores estaban relativamente claros. Las conquistas de Alejandro acentuaron esta sensación, porque empezó a surgir la angustiosa certeza que los antaño bárbaros poseían un lógos análogo al de los griegos. En realidad, estaban viviendo una situación emocional muy similar a la nuestra. Veremos a continuación las soluciones que aportó la filosofía a esta crisis.
Las distintas escuelas
Lo característico de la filosofía helenística es el agruparse por escuelas o líneas de pensamiento, cuyos nombres y designaciones generales (junto con sus características) han llegado hasta nosotros. Dichas escuelas son, respectivamente el estoicismo, el epicureísmo y el escepticismo.
El estoicismo fue fundado por Zenón de Citio (336264) y desarrollado especialmente por Crisipo (280210); sin embargo, sus representantes más famosos no escribirán en griego, sino en latín, y serán los filósofos romanos Séneca, Epicteto, Cicerón, e incluso el emperador Marco Aurelio. Sólo de estos últimos nos quedan obran literales; el pensamiento directo de los fundadores de la escuela lo conocemos sólo por referencias indirectas. El nombre de esta corriente de pensamiento le viene dado por el lugar original donde se reunía la escuela en Atenas, el llamado “pórtico pintado” o “Stoa Poikilé”.
El epicureísmo recibe su nombre de Epicuro de Samos (341270); su escuela también lleva el nombre de “el Jardín”, por el lugar de Atenas en el que se encontraba. De él poseemos algunas cartas y fragmentos; no obstante, la mayor parte del conocimiento que poseemos del epicureísmo proviene de una obra del poeta y filósofo latino Lucrecio: De rerum natura, o Sobre la naturaleza de las cosas. Se trata de una
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visión poética enciclopédica sobre toda la realidad, interpretada según las claves del pensamiento epicúreo; el curso pasado trabajamos un fragmento suyo dedicado a la percepción.
Los nombres de estas dos escuelas se convirtieron, por sí mismos, en adjetivos éticos. No es extraño, hoy en día, decir de alguien que asumió tal o cual circunstancia “con estoicismo”; o que tal persona es muy “epicúrea” en sus planteamientos vitales. El uso de estos términos en este sentido no es incorrecto; más adelante veremos qué significan.
El escepticismo también recibió originalmente el nombre de pirronismo, por su fundador, Pirrón de Elis (360270); no obstante, su actitud de búsqueda e indagación (“skepsis”) será la que acabará dando el nombre a la escuela, y a todo su espíritu filosófico general. De hecho, “escepticismo” es un término frecuentemente empleado entre nosotros; tanto o más que los dos anteriores.
La física estoica
Como ya dijimos, la preocupación fundamental de todas estas escuelas es de carácter ético. Ello no es obstáculo para que todas ellas, fieles al espíritu racionalista griego, realicen primero un análisis físico (o metafísico de lo real), para que sus planteamientos éticos se ajusten a la realidad; una ética construida sobre bases equivocadas es una ética irracional y no puede aspirar a proporcionar la felicidad.
La física de los estoicos se inspira fundamentalmente en el pensamiento de Heráclito. Para los estoicos, el mundo es un todo unitario y armonioso, en continuo cambio y transformación, pero regido por la necesidad inflexible de una ley universal. Existe, pues, un logos del universo que lo determina de forma necesaria.
Ahora bien, ese destino no es irracional, como el que establecían las viejas divinidades griegas. El destino es una cadena de causas que encadenan toda la naturaleza, y todas las existencias individuales a ellas. Cada ser humano es un microcosmos que está ligado al orden universal y necesario del cosmos. No es inadecuado entender esta subsunción del individuo en el todo en un sentido panteísta; en cualquier caso, aquí está el fundamento preciso de sus teorías éticas, que expondremos a continuación, porque para los estoicos, la tarea de la ética es la de enseñarnos a vivir de acuerdo con la naturaleza, que incluye nuestra propia naturaleza como parte de ella.
La ética estoica
El bien moral de ser humano consiste en vivir de acuerdo con la naturaleza en su conjunto, que como dijimos, incluye nuestra propia y particular forma de existencia. Y vivir de acuerdo con la naturaleza es vivir de acuerdo con la razón que nos muestra el orden y el logos del todo. Conocer ese orden, adaptarse a él; en eso consiste la virtud, y realizarlo, el deber moral por excelencia.
Expliquémoslo de forma más concreta. Toda conducta natural, para los estoicos, es buena: comer, procrear, desarrollar la razón en relación a los demás… Pero a menudo
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la naturaleza humana se desvía y sufre de alguna pasión, alguna afección que la razón no es capaz de dominar: el dolor, el temor, el placer, el deseo sensual, la ira… Como son contrarios a la naturaleza, no los podemos eliminar, y aún cuando lo consigamos, apenas apagado su deseo, éste volvería a amenazarnos y a esclavizarnos… ¿Qué podemos hacer entonces?
La respuesta estoica es clara: ante la pasión, autodominio y autocontrol (“apatheia”, “ataraxia”). El sabio sabe que las pasiones son contrarias a la razón y las debe ignorar; así el sabio comprender la naturaleza inútil e irracional de las pasiones, desiste de ellas y vive virtuoso y feliz. La felicidad es aceptar que todo sucede necesariamente, y las pasiones nos engañan al hacernos creer que de alguna forma podemos combatir esa necesidad.
Concretémoslo con un ejemplo: un sabio estoico tiene un hijo tunero ; no puede luchar contra ello, es la naturaleza de las cosas, en este caso, la del carácter del muchacho. Pongamos que ese hijo tiene un grave accidente de coche bajo obviamente la influencia de las metaanfetaminas, vulgo “speed”. El estoico no sufrirá (no deberá sufrir) por la salud de su hijo: el accidente sucedió porque tenía que suceder. Si eso se asume, el sabio será feliz y virtuoso; si no se asume, apenas el muchacho se cure, volverá a ser víctima de angustias y preocupaciones (es decir, infeliz) ante el temor de lo que le pueda pasar (y sin duda le pasará) al muchacho. El sabio no se rebela contra el destino; lo comprende y lo acepta; no se debe angustiar y no debe desear nada bueno para el muchacho, ni temer nada malo, porque lo que habrá de suceder, sucederá, y él nada puede hacer por evitarlo (fuera de hacer lo que prescribe la razón: dar consejos a su hijo, protegerlo…; ese deber moral no queda excluido; aunque no está en nuestra mano que sirva para algo).
Bruto, un estoico romano, tras entender que se había equivocado al dar muerte a César para defender la República, y que había sido engañado por los conspiradores, tan ambiciosos como César, comprendió el error de su decisión, no se rebeló contra ella cuando se vio perdido ante las tropas de Augusto, y, tranquilamente, se suicidó.
Otra aclaración: buena parte del pensamiento budista y oriental está directamente emparentado con el estoicismo: la felicidad supone la aceptación del destino, y el karma se alcanza tras eliminar toda fuente de deseo, que es el origen de la infelicidad, al no poder ser satisfecho de forma continua.
La física epicúrea
Si la física de los estoicos se inspiraba en buena medida en el logos universal de Heráclito, la de los epicúreos se inspira en el atomismo más radical. Todo lo que existe es un compuesto de átomos, que se entrelazan y se conectan entre sí. Pero a diferencia de Demócrito, el epicureísmo no es determinista: los átomos se mueven de forma azarosa y sus trayectorias no son determinables, pues se pueden alejar de cualquier línea recta o curva que previamente estuvieran trazando (“clinamen”, es el nombre de este movimiento).
¿Para que realiza Epicuro esta corrección al atomismo original? Pues muy sencillo, para oponerse de forma radical al determinismo estoico. Los seres humanos
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son total y enteramente libres, Su vida, es pues, responsabilidad suya y no está determinada por un encadenamiento necesario de causas.
Del mismo modo, puesto que su cuerpo es material, y el alma es también un agregado de átomos sutiles que mueven el cuerpo, su existencia termina con la muerte, en la que todos esos átomos se disgregan, su felicidad la ha de buscar de forma inmanente, y sin escaparse de su libertad y su responsabilidad. Y tanto más cuanto que cree que los dioses existen, pero está seguro de que no intervienen en los asuntos humanos, puesto que eso atentaría contra la propia dignidad de Dios. (¿Alguien podría imaginarse una divinidad apoyando a un equipo de fúbol frente a otro? ¿Cómo la virgen puede simpatizar con el F. C. Barcelona y no con el Bayern, equipo predilecto del actual representante de Dios en la tierra, y por tanto en la Campions League? Me refiero aquí a la Moreneta, esa virgen tostada de lámpara de rayos UVA, a quien llevan ídolos dorados, año sí, año también, para desesperación de los estupefactos “madridistas”, cuyo Dios, como a los bávaros parece haberlos igualmente abandonado...; ¿se puede ser más imbécil? Difícil, aunque no lo descartemos de antemano.)
Así pues, estas serán las bases teóricas sobre las que Epicuro intentará construir su teoría ética. Tan sólo una aclaración más; si hablamos de teorías “estoicas” y no tanto de teorías “epicúreas” sino de teorías “de Epicuro” es porque el pensamiento estoico evolucionó en gran medida a lo largo del tiempo; y el epicúreo fue formulado de una vez por el propio Epicuro, sin sufrir apenas correcciones, aportaciones o modificaciones. De hecho, este movimiento lleva el nombre de su autor, y no el del sitio en dónde se reunían (el Jardín –“de Epicuro”).
La ética epicúrea
Puesto que Epicuro es un materialista radical, la base de su ética se tiene que guiar por las interacciones materiales del cuerpo humano con el resto de la realidad, es decir por las sensaciones. Así pues, el sabio buscará la felicidad en las sensaciones agradables, y evitará las sensaciones desagradables. Con otras palabras: el atomismo es el fundamento de una ética hedonista en la que se buscará el placer y se evitará el dolor.
El gran error consistiría en entender esta búsqueda de los placeres como un grosero sensualismo (existía una clásica expresión, ya desde la Antigüedad: “un cerdo del Jardín de Epicuro”). La visión de Epicuro, que se capta perfectamente en la Carta a Meneceo es mucho más sutil. Allí se nos dice que el placer fundamental es evitar el dolor, que es preferible un dolor presente para evitar mayores dolores futuros, que los placeres deben tener un carácter moderado y equilibrado, que los placeres de la mente (del alma) son superiores a los del cuerpo…
El sabio vive pues, una vida equilibrada, moderada y sin miedo, en la que intenta disfrutar racionalmente de los placeres a su alcance, sin que nada lo atemorice. Es muy importante, en concreto, su tranquila visión de la muerte: “cuando la muerte es, nosotros no somos; cuando nosotros somos, la muerte no es”. No es la muerte, en realidad, lo que nos hace sufrir, sino el miedo a ella cuando estamos vivos. Leamos aquí la carta completa:
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“Por tanto hay que estudiar los medios de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla.Por consiguiente, medita y practica las enseñanzas que constantemente te he dado, pensando que son los principios de una vida bella. En primer lugar, debes saber que Dios es un ser viviente inmortal y bienaventurado, como indica la noción común de la divinidad, y no le atribuyas nunca ningún carácter opuesto a su inmortalidad y a su bienaventuranza. Al contrario, cree en todo lo que puede conservarle esta bienaventuranza y esta inmortalidad. Porque los dioses existen, tenemos de ellos un conocimiento evidente; pero no son como cree la mayoría de los hombres [pues no se ocupan de nosotros ni hacen caso a nuestros ruegos, ni sancionan nuestras faltas]. En segundo lugar, acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es temible el esperarla. Porque si una cosa no nos causa ningún daño en su presencia, es necio entristecerse por esperarla. Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son. La mayoría de los hombres, unas veces teme la muerte como el peor de los males, y otras veces la desea como el término de los males de la vida.
[El sabio, por el contrario, ni desea] ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de la vida la que nos agrada, sino que sea grata. En cuanto a los que aconsejan al joven vivir bien y al viejo morir bien, son necios, no sólo porque la vida tiene su encanto, incluso para el viejo, sino porque el cuidado de vivir bien y el cuidado de morir bien son lo mismo. Y mucho más necio es aún aquel que pretende que lo mejor es no nacer, «y cuando se ha nacido, franquear lo antes posible las puertas del Hades». Porque, si habla con convicción, ¿por qué él no sale de la vida? Le sería fácil si está decidido a ello. Pero si lo dice en broma, se muestra frívolo en una cuestión que no lo es. Así pues, conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si no tuviese que llegar con certeza.
En tercer lugar, hay que comprender que entre los deseos, unos son naturales y los otros vanos, y que entre los deseos naturales, unos son necesarios y los otros sólo naturales. Por último, entre los deseos necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y los otros para la vida misma. Una teoría verídica de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión a la salud del cuerpo y a la ataraxia [del alma], ya que en ello está la perfección de la vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. Y una vez lo hemos conseguido, se dispersan
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todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo. Ya que buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento, cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.
Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan. En efecto, en algunos casos tratamos el bien como un mal, y en otros el mal como un bien.
A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los que tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene fácilmente, mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Los alimentos más sencillos producen tanto placer como la mesa más suntuosa, cuando está ausente el sufrimiento que causa la necesidad; y el pan y el agua proporcionan el más vivo placer cuando se toman después de una larga privación. El habituarse a una vida sencilla y modesta es pues un buen modo de cuidar la salud y además hace al hombre animoso para realizar las tareas que debe desempeñar necesariamente en la vida. Le permite también gozar mejor de una vida opulenta cuando la ocasión se presente, y lo fortalece contra los reveses de la fortuna. Por consiguiente, cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar al alma la mayor inquietud.
Por tanto, el principio de todo esto, y a la vez el mayor bien, es la sabiduría. Debemos considerarla superior a la misma filosofía, porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz y placentera, que a su vez es inseparable de las virtudes.
¿Existe alguien al que puedas poner por encima del sabio? El sabio tiene opiniones piadosas sobre los dioses, no teme nunca la muerte, comprende cuál es
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el fin de la naturaleza, sabe que es fácil alcanzar y poseer el supremo bien, y que el mal extremo tiene una duración o una gravedad limitadas.
En cuanto al destino, que algunos miran como un déspota, el sabio se ríe de él. Valdría más, en efecto, aceptar los relatos mitológicos sobre los dioses que hacerse esclavo de la fatalidad de los físicos: porque el mito deja la esperanza de que honrando a los dioses los haremos propicios mientras que la fatalidad es inexorable. En cuanto al azar (fortuna, suerte), el sabio no cree, como la mayoría, que sea un dios, porque un dios no puede obrar de un modo desordenado, ni como una causa inconstante. No cree que el azar distribuya a los hombres el bien y el mal, en lo referente a la vida feliz, sino que sabe que él aporta los principios de los grandes bienes o de los grandes males. Considera que vale más mala suerte razonando bien, que buena suerte razonando mal. Y lo mejor en las acciones es que la suerte dé el éxito a lo que ha sido bien calculado.Por consiguiente, medita estas cosas y las que son del mismo género, medítalas día y noche, tú solo y con un amigo semejante a ti. Así nunca sentirás inquietud ni en tus sueños, ni en tus vigilias, y vivirás entre los hombres como un dios. Porque el hombre que vive en medio de los bienes inmortales ya no tiene nada que se parezca a un mortal.”
Epicuro, Carta a Meneceo
Como conclusión: la ética epicúrea es una ética positiva y optimista del individuo en libertad que ha de buscar su felicidad por sus propios medios y de forma racional, responsable y activa; la ética estoica es por el contrario una ética negativa y pesimista del deber y de la aceptación racional de la necesidad con la que todo sucede para evitar la infelicidad.
Consecuentemente, el epicureísmo siempre procuró apartarse de la vida política y refugiarse en la individualidad y la privacidad, en la vida particular en contacto con los amigos y alejada del estado; el estoicismo, en cambio, al asumir esa ética del deber y la necesidad, asumió igualmente como un deber racional someterse a sus dictados y colaborar racionalmente en el desempeño de las actividades políticas, como un deber propio del hombre sabio. Uno de los motivos de la alta consideración moral en que se tenía al suicidio como consecuencia del fracaso en el cumplimiento del deber en la Antigüedad Clásica era precisamente este estoicismo; ni que decir tiene que entre nosotros, quienes ocupan responsabilidades públicas tienden al más basto y grosero epicureísmo; sólo la pérdida de la VISA Oro podría llevarlos a tomar tan drásticas decisiones.
Y una última aclaración: en ambos se respira cierto intelectualismo moral: hay que comprender las claves físicas y metafísicas de lo real para ser una persona virtuosa y feliz. Sabio, virtuoso y feliz son, para estoicos y epicúreos, términos equivalentes.
La ética escéptica y su fundamento
Según Pirrón, todas nuestras percepciones no tienen sino un valor relativo (sólo nos dan a conocer el modo en que las cosas “aparecen” en nuestra conciencia a través de nuestros sentidos. Todas las afirmaciones de carácter moral y social se basan en la
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tradición y los convencionalismos; pero en realidad no hay ninguna razón para dar crédito a unas o a sus contrarias.
¿Cuál ha de ser, por tanto, la postura sensata para quien busca la felicidad? Para los escépticos está muy claro: suspender el juicio y no manifestar opinión alguna sobre ningún tema (“ epoché ” y “ aphasía ”). De esta postura se ha de derivar una ética de la imperturbabilidad (un término ya conocido: ataraxía). La explicación está muy clara: puesto que nada sabemos con certeza sobre las cosas del mundo, todo debe dejarnos en la más absoluta indiferencia, y ninguna vana razón u opinión de perturbar o preocupar nuestro ánimo. Lo que sea, será; y lo que no sea, no habrá de ser; y todo ello es ajeno a nosotros y a nuestro conocimiento. Sólo el escéptico puede ser feliz, y sólo puede serlo siguiendo estos sabios consejos
Fijémonos en la eterna paradoja escéptica: sobre estos consejos, Pirrón no albergaba duda alguna: los afirmaba de modo “dogmático”. Resulta igualmente curioso que el escepticismo de Pirrón conduzca a una ética muy semejante a la ética estoica, basada esta última en afirmaciones “dogmáticas” sobre la naturaleza; en cualquier caso, como en las dos escuelas anteriores, sus preocupaciones son fundamentalmente éticas.
La radicalidad de los planteamientos cínicos
Hay una persona a la que le tocó ser el símbolo del cinismo: se trata del inmortal Diógenes, capaz de enmendarle la plana al mismísimo Alejandro Magno. El cinismo es una corriente filosófica nacida de algunos peculiares discípulos de Sócrates, como Antístenes (que se reunían en el gimnasio llamado “del perro”; “cinos” en griego) y Aristipo. Llevaron a sus últimas consecuencias las ideas socráticas y realizaron una radical crítica de toda la sociedad, entendiéndola como una convención irracional que va contra el verdadero valor de la naturaleza humana. Ésta es a la que hay que atender de forma racional, y basta con muy poco para satisfacerla, algunos placeres, algo de comida, un poco de conversación; lo que pasa que las estructuras culturales han complicado y falsificado la verdadera naturaleza de esta sencilla felicidad.
Diógenes, escandalosamente, llevó a cabo este proyecto. Denunciaba los convencionalismo sociales masturbándose o defecando a la vista de todo el mundo, vivía dentro de un barril, comía la comida en el suelo con los perros, buscaba “un hombre” con una lámpara por todos los sitios y no lo encontraba, porque no había personas auténticas sino seres que viven en función de los valores de la masa. Y demostraba la sencillez de su felicidad cuando, ofreciéndole Alejandro Magno, por su sabiduría, todo lo que quisiera, le pidió que se apartara de delante de su barril, por estar dándole sombra…
El cinismo no fue una verdadera escuela filosófica con un componente reflexivo y teórico, sino más bien un movimiento de rebelión cultural contra los convencionalismos sociales y la falta de autenticidad. Sin embargo, de sus puntos de vista se deriva el significado moderno del concepto: “cínico” es aquel que no cree en los valores pero los utiliza con todo el desparpajo, violándolos en su beneficio.
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5.2. La ciencia en el período helenístico y romano
El Museo y la Biblioteca
Otro de los aspectos relevantes de la época helenística, como lo será después de la romana, es el creciente interés por la investigación científica, ya relativamente separada de la investigación filosófica. Investigación científica que tendrá un interés primordialmente teórico (o teorético, o contemplativo), aunque poco a poco comenzará a ir dando respuesta a intereses más prácticos.
En este sentido, la aportación más interesante será la que provenga de Alejandría. Allí, el sátrapa que había heredado una porción de las conquistas de Alejandro, Ptolomeo Soter, fundó y financió un centro de investigaciones científicas conocido con el nombre de El Museo, donde atrajo a todos los sabios de la órbita cultural griega. En el museo había aulas, salas de disección, observatorio astronómico, jardín botánico; resultaba bastante parecido a una universidad moderna.
Junto al Museo estableció una biblioteca, La Biblioteca, con mayúsculas, puesto que llegó a tener cerca de ¡un millón! de libros (para hacerse una idea, la nuestra albergará en torno a unos siete mil). El Museo y la Biblioteca tuvieron una época de esplendor de unos 300 años; más adelante fueron decayendo poco a poco hasta que la definitiva conquista musulmana acabo con todo ello. La quema de la Biblioteca de Alejandría sigue siendo hoy en día todo un símbolo de lo que supone la barbarie enfrentada a la cultura.
Algunas aportaciones científicas alejandrinas
De entre los científicos alejandrinos, citaremos a Euclides (330275), que estableció la versión definitiva del método axiomático en las matemáticas y desarrolló toda la geometría del mundo de tres dimensiones en su famoso libro Elementos –de geometría, obviamente ; recordemos, de paso, su famoso “quinto postulado”, porque volveremos a hablar de él: “sobre un punto exterior a una recta, en un plano, solo pasa una paralela”.
Otro interesante científico fue Arquímedes (287212), cuyas leyes de la palanca seguimos utilizando hoy en día, o Apolonio, que escribió un libro, Koniká en el que desarrolla las ecuaciones de todas las curvas cónicas, o Eratóstenes, que midió la circunferencia terrestre utilizando ciertas ideas de trigonometría, que luego desarrollaría a fondo Hiparco…
Ptolomeo y la astronomía
No obstante, el más famoso de los científicos alejandrinos fue Ptolomeo, que matematizó la cosmología geocéntrica aristotélica, explicando geométricamente los
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movimientos de todos los cuerpos celestes, convirtiéndola en una visión científica definitiva que habría de perdurar hasta el Renacimiento, y contra la que se habría de producir la Revolución Científica. Sus ideas se encuentran en un libro bautizado por los árabes como Almagesto (“el más grande…tratado de astronomía”). Su idea fundamental es la de introducir epiciclos sobre las órbitas deferentes para reproducir los movimientos (aparentes) de retrogradación de los planetas tal y como se perciben desde la Tierra (al considerarla quieta, claro está):
La imagen global del cosmos, claro está, es la aristotélica. Recordemos en este sentido, la interpretación física que hace funcionar la cosmovisión del Estagirita:
La esfera terrestre está compuesta por las cuatro substancias básicas, sometidas a todo tipo de cambio y transformación, y la esfera celeste, por la quinta esencia, sólo capaz de movimiento circular.
Así pues, las esferas giran sobre sí mismas de forma natural sin que eso suponga ninguna fuerza externa; las esferas, por otra parte, no son meras fórmulas geométricas, sino que tienen existencia y realidad física:
La medicina hipocrática y galénica
Otra de las grandes aportaciones de la ciencia griega fue la medicina. Su idea general era que la salud consistía en la armonía entre las cuatro substancias básicas que forman el organismo y las operaciones de los órganos que los producen. Se adapta pues, al pensamiento aristotélico. Fue sistematizada primero por Hipócrates (460370) y sus discípulos en el Corpus Hippocraticum, y ya, definitivamente, por el médico romano Galeno (129200) en el Ars Medica. Fijémonos, a través de la siguiente ilustración, que acaba desarrollando toda una teoría filosófica del carácter humano:
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Fíjate en este curioso fragmento de la omnipresente El nombre de la rosa, en el que Severino, el herbolario de la abadía, proporciona a Adso de Melk unas nociones básicas de la farmacología y la teoría médica de su tiempo. Se aprecia perfectamente como la salud consiste en una armonía y un equilibrio entre substancias y cualidades contrarias y a la vez complementarias. Los síntomas serían precisamente las secreciones expulsadas por el cuerpo, que nos indicarían lo que a éste le sobraría o faltaría:
"Pero también tenéis plantas que sólo sean buenas para comer? pregunté. Has de saber, potrillo hambriento, que no hay plantas buenas para comer
que no sean también buenas para curar, sirmpre y cuando se ingieran en la medida adecuada. Sólo el exceso las convierte en causa de enfermedad. Por ejemplo, la calabaza. Es de naturaleza fría y húmeda y calma la sed, pero cuando está pasada provoca diarrea y debes tomar una mezcla de mostaza y salmuera para astringir tus vísceras. ¿Y las cebollas? Calientes y húmedas, pocas, vigorizan el coito, naturalmente en aquellos que no hayan pronunciado nuestros votos [de castidad, se entiende]. En exceso, te producen pesadez de cabeza y debes contrarrestar sus efectos tomando leche con vinagre. Razón de más añadió con malicia para que un joven monje guarde moderación al comerlas. En cambio, puedes comer ajo. Cálido y seco, es bueno contra los venenos. Pero no exageres, expulsa demasiados humores del cerebro".
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