Testigos del Dios de Jesucristo del Dios de... · 2007. 5. 30. · TESTIGOS DEL DIOS DE JESUCRISTO...

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TESTIGOS DEL DIOS DE JESUCRISTO No salgo de mi asombro cuando pienso - y lo hago muy frecuentemente- que tengo que preparar una ponencia para contemplativos cualificados; y me afecta tanto que llega a bloquearme cuando me pongo ante el trabajo. Siento que la responsabilidad que entraña esta ponencia excede mis posibilidades, y haberla aceptado es la osadía mayor en la que he incurrido a lo largo de mi vida. Creo que pago con creces el servicio que pedí a Sor Kandi de hablar a las contemplativas de la Diócesis de Vitoria 1 . Me parece que lo pago caro. - Comenzamos situando la ponencia, para lo cual conviene marcar bien sus límites. Señalamos estos hitos: . El guión que me entregaron al encomendarme el trabajo es para mí una referencia muy clarificadora; en él están ya señaladas, de forma indicativa, las líneas a seguir. Me indica que tenga en cuenta estos aspectos: Que se trata de “Testigos, no de cualquier Dios, sino del Dios Vivo revelado en Cristo”; que salga al paso del “Riesgo de falsas imágenes”; y que no olvide la “Necesidad de purificar desde el Evangelio nuestra experiencia de Dios”. Estos puntos, que también yo considero fundamentales, van a marcar nuestro campo de trabajo. . El hecho de que el “ser testigos” sea el hilo conductor de la Semana, su referencia es obligada a cada uno de los ponentes; a todos los ponente nos afecta, pero, en cada ponencia tendrá sus matices y sus diferencias. A mí me interesa de forma especial plantear en nuestra ponencia qué es ser testigo del Dios de Jesucristo, cómo lo somos, cuál es su naturaleza y qué le caracteriza. . El tema “Dios” entra directamente en nuestra ponencia; y puede parecernos que se reduce la complejidad de un tema tan amplio porque queda centrado en el Dios de Jesucristo; pero es inevitable que surja sin más la pregunta: ¿Podremos tratar el tema señalado haciendo caso omiso de las posiciones que actualmente se adoptan ante el tema de Dios? ¿En qué contexto se sitúa nuestro testimonio del Dios de Jesucristo? El ser testigo del Dios de Jesucristo necesita ser contextualizado. . Es irrenunciable llegar al Dios de Jesucristo. No se trata tanto de hablar del Dios de Jesucristo, de presentar lo que se dice de El -de esto pueden hablarnos abundantemente las distintas cristologías que hoy se escriben-; nuestro objetivo va más allá: para ser testigos hay que llegar a El y tener experiencia de El. ¿Esto es posible? - También conviene presentar la metodología que pensamos utilizar. Podemos asegurar que el método está marcado desde el primer momento por las personas a las que me dirijo. No hablamos de un Dios teórico, ni de unos testigos posibles, ni tampoco de unos contemplativos virtuales; tratamos de un Dios real, que es el Dios de Jesucristo, de unos testigos de Dios hoy, y de unos contemplativos concretos cuya vida es solo Dios. En una palabra: no será una ponencia doctrinal, sino fundamentalmente existencial. Recorreremos este camino de la mano de la experiencia. Comprendo que aceptar este planteamiento que, sin dejar lo doctrinal, se centre en la relación viva de Dios con el hombre y hablar de ello está pidiendo un atrevimiento especial. Se necesita mucha fe: “Creemos y por eso hablamos” (2 Cor 3,14) y mucha humildad, porque el discurso de Dios es autoimplicativo ya que siempre tiene su dosis autobiógrafica, como 1 SARATXAGA, K., “Santidad y vida contemplativa”, en Surge 62 (2004), 259-276.

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  • TESTIGOS DEL DIOS DE JESUCRISTO No salgo de mi asombro cuando pienso - y lo hago muy frecuentemente- que tengo que preparar una ponencia para contemplativos cualificados; y me afecta tanto que llega a bloquearme cuando me pongo ante el trabajo. Siento que la responsabilidad que entraña esta ponencia excede mis posibilidades, y haberla aceptado es la osadía mayor en la que he incurrido a lo largo de mi vida. Creo que pago con creces el servicio que pedí a Sor Kandi de hablar a las contemplativas de la Diócesis de Vitoria1. Me parece que lo pago caro. - Comenzamos situando la ponencia, para lo cual conviene marcar bien sus límites. Señalamos estos hitos: . El guión que me entregaron al encomendarme el trabajo es para mí una referencia muy clarificadora; en él están ya señaladas, de forma indicativa, las líneas a seguir. Me indica que tenga en cuenta estos aspectos: Que se trata de “Testigos, no de cualquier Dios, sino del Dios Vivo revelado en Cristo”; que salga al paso del “Riesgo de falsas imágenes”; y que no olvide la “Necesidad de purificar desde el Evangelio nuestra experiencia de Dios”. Estos puntos, que también yo considero fundamentales, van a marcar nuestro campo de trabajo. . El hecho de que el “ser testigos” sea el hilo conductor de la Semana, su referencia es obligada a cada uno de los ponentes; a todos los ponente nos afecta, pero, en cada ponencia tendrá sus matices y sus diferencias. A mí me interesa de forma especial plantear en nuestra ponencia qué es ser testigo del Dios de Jesucristo, cómo lo somos, cuál es su naturaleza y qué le caracteriza. . El tema “Dios” entra directamente en nuestra ponencia; y puede parecernos que se reduce la complejidad de un tema tan amplio porque queda centrado en el Dios de Jesucristo; pero es inevitable que surja sin más la pregunta: ¿Podremos tratar el tema señalado haciendo caso omiso de las posiciones que actualmente se adoptan ante el tema de Dios? ¿En qué contexto se sitúa nuestro testimonio del Dios de Jesucristo? El ser testigo del Dios de Jesucristo necesita ser contextualizado. . Es irrenunciable llegar al Dios de Jesucristo. No se trata tanto de hablar del Dios de Jesucristo, de presentar lo que se dice de El -de esto pueden hablarnos abundantemente las distintas cristologías que hoy se escriben-; nuestro objetivo va más allá: para ser testigos hay que llegar a El y tener experiencia de El. ¿Esto es posible? - También conviene presentar la metodología que pensamos utilizar. Podemos asegurar que el método está marcado desde el primer momento por las personas a las que me dirijo. No hablamos de un Dios teórico, ni de unos testigos posibles, ni tampoco de unos contemplativos virtuales; tratamos de un Dios real, que es el Dios de Jesucristo, de unos testigos de Dios hoy, y de unos contemplativos concretos cuya vida es solo Dios. En una palabra: no será una ponencia doctrinal, sino fundamentalmente existencial. Recorreremos este camino de la mano de la experiencia. Comprendo que aceptar este planteamiento que, sin dejar lo doctrinal, se centre en la relación viva de Dios con el hombre y hablar de ello está pidiendo un atrevimiento especial. Se necesita mucha fe: “Creemos y por eso hablamos” (2 Cor 3,14) y mucha humildad, porque el discurso de Dios es autoimplicativo ya que siempre tiene su dosis autobiógrafica, como

    1 SARATXAGA, K., “Santidad y vida contemplativa”, en Surge 62 (2004), 259-276.

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    escribió R. Bultmann: “El que quiera hablar de Dios ha de hablar necesariamente de sí mismo”. Nos viene bien en este momento inicial recordar lo que dice J. Martín Velasco: “De Dios sólo sabemos en la medida en que hacemos la experiencia creyente de su presencia, y, parafraseando la conocida expresión de Simone Weil, que de dos personas que no han hecho la experiencia de Dios, la que calla está más cerca de él que la que habla”2. Pero tenemos que reconocer que no somos los únicos en el intento. Y es común que quienes escriben de Dios comiencen exponiendo su temor y pidan disculpas. Me ha llamado mucho la atención la postura que han adoptado al hablar de Dios O. González de Cardedal3, F. J. Vitoria4 y J. A. Pagola5; y me identifico con lo que dice la Instrucción pastoral “Dios es Amor” de la Conferencia Episcopal Española en los umbrales del tercer milenio, en el número cinco: “Es necesario tomar de nuevo en los labios la palabra “Dios” para besarla, antes que

    proferirla. Es necesario pronunciarla con el íntimo estremecimiento y con la suprema reverencia que surgen de la entrega total de la propia vida al Misterio sublime que se significa con ella. No es ésta una palabra para ser usada en el juego de las posesiones y de los poderes. “Dios” tampoco es un argumento más en el ágora de las controversias morales o religiosas. Dios es el Señor. No está a disposición de nadie. En cambio, Él se ha puesto a disposición de todos con un señorío que nos hace libres”6.

    I ¿TESTIGOS DE DIOS, HOY? VIABILIDAD DE LA PROPUIESTA Enunciada la ponencia, surge sin más la primera pregunta: ¿Cabe hoy la propuesta de ser testigo de Dios? Si la misma existencia de Dios está tan cuestionada, ¿cómo podemos plantearnos ser sus testigos cuando, además, el testimonio incluye precisamente contar con su experiencia? Desde luego, para nuestra mentalidad actual no hay planteamiento más retador y más provocativo que la propuesta que hacemos: ante una mentalidad que con toda facilidad niega a Dios, nosotros planteamos su testimonio; ¡aquí estamos sus testigos! Como acercamiento al tema, llamamos la atención sobre estos puntos: 1. Una primera sorpresa. En la metodología que actualmente se sigue para iniciar un trabajo, es muy común recurrir a los diccionarios. De esta forma se consigue un primer acercamiento al tema y a la bibliografía más reciente. Acabo de hacer este camino en el tema de Dios, y me he encontrado con la sorpresa de que el término “Dios” como artículo no falta en los diccionarios de filosofía, y en cambio falta en diccionarios de teología y de espiritualidad como: en el Diccionario Teológico El Dios Cristiano; en el Diccionario Teológico de la Vida Consagrada; en el Nuevo Diccionario de espiritualidad; en el Diccionario de Mística; en el Diccionario de Pastoral y Evangelización… No sé explicarme la razón de esta ausencia, que me resulta extraña. Solamente llego a constatarla e intento desechar la duda: ¡No será porque entre los lectores cristianos el tema de Dios ya no sea prioritario ni tampoco porque haya perdido 2 MARTIN VELASCO, J. “Presentación”, en AA. VV. Vivir en Dios. Hablar de Dios, hoy. Estella 2004, 8. 3 GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O., Dios, Salamanca 2004, 9-12. 4 VITORIA CORMENZANA, F. J., “Practicar a Dios con vigor y hablar de él con humildad”, en AA. VV. Vivir en Dios… o. c. 185-188. 5 PAGOLA, J. A. Testigos del Dios de la Vida (pro-manuscripto). 6 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Dios es Amor, Madrid 1998, 5

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    actualidad! Pero también hay lugar para la duda, ya que el diagnóstico de que nuestra crisis no es solamente crisis de Iglesia, sino, en expresión de Metz, es una crisis de Dios, está compartido por teólogos de distintas tendencias7. 2. Dios como problema que preocupa. De esto hoy se habla mucho, y resulta común recurrir a explicaciones fáciles para explicar la marginación a la que Dios está hoy sometido en la conciencia de nuestro mundo, pero esta situación es más honda y más compleja de lo que parece. Es más honda, porque está anidando en el mismo corazón de la gente, y es más compleja, porque su explicación resulta polifacética. Se constata que la secularización moderna implica al mismo cristianismo que en una imagen absolutista de Dios provocó la reacción en nombre de la libertad; y está ligada absolutamente a la subjetividad moderna que funda su autonomía, no sobre una base teónoma, sino sobre una base inmanente recurriendo hasta el humanismo más antiguo8. En este mundo secularizado, la hipótesis de Dios como explicación de fenómenos intramundanos aparece, cada vez más como algo superfluo. Resulta impactante este juicio de Kasper: “La fe en Dios se va alejando así de la intuición sensible, de la experiencia y de la realidad; Dios se hace cada vez más irreal. Al final, la frase ‘Dios ha muerto’ puede convertirse en la interpretación plausible de la existencia y de la realidad humanas”9. 3. Un agnosticismo dominante. No podemos pasar por alto el mapa del agnosticismo y ateismo que está dibujándose contemporáneamente10. Es verdad que el agnosticismo y el ateismo no pueden confundirse, pero no dejan de estar muy cercanos. Les es común no contar con lo divino y lo absoluto que no se identifique con el hombre y con el mundo de nuestra experiencia empírica y de sus principios inmanentes; y la diferencia del ateismo está en la negación de su existencia. El paso de un agnosticismo increyente a un agnosticismo ateo o incluso manifiestamente antiteista lo tenemos entre nosotros en G. Puente Ojea11, G, Bueno12 y F. Savater13. Pero, ¿qué es más preocupante: La negación de Dios y lo divino o que no haya que negarlo porque ni se plantea su existencia? Se trata de una mentalidad que se va generalizando entre nosotros. Si queremos buscar las raíces de esta mentalidad agnóstica y atea que parece dominar nuestro ambiente se impone recurrir a la doble interpretación de la autonomía moderna: la autonomía de la naturaleza y de las esferas profanas (ciencia, cultura, economía, política), para cuyo funcionamiento el principio de Dios es una hipótesis inútil, y la autonomía del sujeto, cuya dignidad y libertad excluye el supuesto de Dios. El proceso viene desde muy atrás, y hoy experimentamos los resultados. La preocupación va a más. ¿Cuál será el paso siguiente?

    7Recomendamos todo el artículo de DEL CURA ELENA, S. “A tiempo y a destiempo, elogio del Dios (in)tempestivo”, en Burgense 43 (2002) 323-378, para nuestro punto: 349-350 8 Cf KASPER, W. El Dios de Jesucristo. Salamanca 1985, 29-65; FENANDEZ TRESGUERRES, A. “Dios en la filosofía de Gustavo Bueno”, en CABRIA, J. L. - SANCHEZ-GEY, J. (ed.), Dios en el pensamiento hispano del siglo XX, Salamanca 2002, 291-331. 9 KASPER, W. o. c. 22. Cf DE LUIS FERRERAS, A. (ed.), Pensar a Dios en el umbral del s. XXI, Astorga 2000. 10 Cf DEL CURA ELENA, S. “Ateismo e increencia como tema de la teología. Algunas características de su desarrollo en España (1965-1987)”, en Salmanticensis 35 (1988) 201-241; MARTINEZ GORDO, J. “El silencio elocuente de Dios”, en Lumen 52 (2003) 473-502; Id. “La veta agnóstica del cristianismo” en Lumen 53 (2004) 125-167. 11 Cf. MARTINEZ GORDO, J. “El silencio…”, a. c. 475. 12 Cf FERNÁNDEZ TRESGUERRES, A. a. c. 13 Cf REVILLA CUÑADO, A. “El discurso religioso de un ateo practicante: Fernando Savater”, en CABRIA, J. L. – SÁNCHEZ-GEY, J. o. c. 421-446.

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    4. Prospectivas del quehacer teológico. La preocupación que va a más adquiere tonos alarmantes: no se puede esperar que, una vez eliminado Dios, todo siga como antes. La palabra “Dios” significa en la historia de la humanidad el fundamento último y el fin último del hombre y de su mundo. Si desaparece, el mundo y el hombre se quedan sin fin y sin fundamento, con la amenaza del absurdo. Escuchamos a Benedicto XVI reafirmar “Sin Dios el mundo no puede vivir… el hombre se autodestruye”14. Se repite mucho: “La muerte de Dios lleva a la muerte del hombre”, “Con el misterio desaparece también el misterio del hombre”. Y también me resulta llamativa la afirmación de L. Kolakowski: “Al perderse la autoconfianza de la fe, se rompe la autoconfianza de la increencia”15, que es lo mismo que decir: que la increencia se movió tranquila apoyada en la autoconfianza de la fe, pero que, ahora, en cambio, sin el apoyo de la fe, se verá desamparada y débil. Y en medio de la dificultad aparece una vez más la esperanza: “La esperanza no defrauda” (Rom 5,1), y no faltan voces que la sostienen y la alimentan16. Y poniendo los ojos en la teología, nos preguntamos: ¿Qué podemos esperar de la teología?17 ¿Qué acercamiento cabe entre el Dios revelado y el hombre de hoy? Tengamos presentes estos puntos: - ¿Cambio antropológico?- No es difícil intuir un cambio que haga superar el subjetivismo que estamos viviendo. La situación, que se ha vivido y se vive, de una concentración antropológica, haciendo de las necesidades y esperanzas del hombre la clave de la única lectura de la realidad, está pidiendo un cambio fuerte, de ruptura, que conlleve la apertura al tú y a los otros. No se trata de un cambio que suponga el olvido del hombre, sino de potenciar su relacionalidad, su relación con los otros y con el Otro, obligándole a no verse como el absoluto. - El vuelco antropológico está suponiendo nueva pregunta teológica.- La nueva mirada teológica incluye poner en el centro la gloria de Dios y la libertad del hombre. Es un error manifiesto situar a Dios en los fallos de la vida, como remedio a su indigencia y a su muerte; por el contrario hay que situarlo en el horizonte de plenitud divina y de plenificación humana. Tiene sentido la afirmación de Zubiri: “El punto de coincidencia entre el hombre actual y el cristianismo no es la indigencia de la vida sino la plenitud”18. Está claro que “Ya no hay pensamiento sobre Dios que no nazca de la conciencia de la propia identidad, necesidad, deseo, memoria, amor y libertad del sujeto pensante; pero justamente ese sujeto pensante ha descubierto que en la raíz de sí hay elementos que lo llevan a trascenderse como condición a sí mismo; que el pensamiento y deseo de Dios no son el pensamiento y deseo de sí mismo, pero que ambos son inseparables”19. Esta realidad obliga a plantear cómo se puede llegar a reconocer a Dios no como alternativa a la libertad del hombre sino como amor incondicional que la funda y la realiza absolutamente.

    14 BENEDICTO XVI, “Discurso improvisado a los sacerdotes de la diócesis de Aosta”, 25 Julio, 2005. 15 Tomado de KASPER, W. o. c. 23 16 BLÁZQUEZ, R. La esperanza en Dios no defrauda, Madrid 2004. 17 Cf GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O. “Avistamiento de Dios en el siglo XXI”, cap. o. c. 79-106; AMENGUAL, G. “El hombre, un ser trascendente”, en AA. VV. Vivir en Dios… o. c. 15-65. 18 ZUBIRI, X. El problema teologal del hombre: cristianismo, Madrid 1997, 19. 19 GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O. o. c. 82.

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    - Toda revelación teológica conlleva una antropología20.- El punto de partida es que no puede plantearse la religión (búsqueda del hombre) y la revelación (búsqueda de Dios) como elementos heterogéneos; como obra humana la primera, impulsada por la necesidad de encontrar sentido y salvación en el mundo, y la segunda, como pura condescendencia de Dios. Pero la realidad es que la religión y la revelación no existen sucesivamente ni se superponen sino que se interrelacionan: no hay religión sin alguna forma de revelación; ni revelación sin posibilitación previa y explicitación posterior de la religión. Tiene pleno sentido la frase de San Agustín: “Tu Hijo, mediador tuyo y nuestro, por quien nos buscaste cuando no te buscábamos y nos buscaste para que te buscásemos”21. Encontramos en la cristología la confirmación de todo lo que acabamos de decir. En Cristo encarnado tenemos la definición real de Dios, así es Dios como fue Cristo. Y en Él también tenemos la definición real del hombre vivible: así está llamado a ser el hombre, como fue Cristo, hijo en el Hijo22. 5. La experiencia de Dios. Nos preguntamos por la experiencia de Dios hoy porque no se puede ser testigo de Dios sin su experiencia. Hay que partir de que, aun en medio de las dificultades, no puede negarse su posibilidad23. Es real la situación en la que se está perdiendo la dimensión del misterio, necesaria a la fe, y es también real que nuestra capacidad para la experiencia se va reduciendo a lo sensible, a lo que se puede contar y manipular. Esta situación obliga al replanteamiento de la fe en su racionalidad, sabiendo que no es sólo un acto del entendimiento, ni una mera decisión de la voluntad, ni simple asunto del sentimiento, sino un acto personal de todo el hombre. Por todo esto, la fe está necesitada hoy de una atención especial. Pero, con todo, recordamos que la experiencia religiosa entra dentro de la vida de fe, como lo afirmó J. L Ruiz de la Peña: “Si es lícito hablar de una inmanencia de lo sobrenatural en las estructuras del ser humano, y no sólo de su trascendencia, su presencia tiene que resonar de algún modo en dichas estructuras, ha de hacerse psicológicamente experienciable, y ello, no a título excepcional, sino de forma general u ordinaria”24. Esta posición incluye una visión completa de la experiencia que abarca el encuentro objetivo y la impresión subjetiva. No se puede reducir la experiencia en sentido objetivista ni en sentido subjetivo, debe abarcar ambas cosas. Y la experiencia de Dios es necesaria. Ante la responsabilidad que los cristianos podemos tener ante la negación actual de Dios, estoy de cuerdo con las dos tareas que Santiago Del Cura nos propone: “Rehacer el discurso teológico y la praxis vital, para que Dios pueda aparecer como plenitud existencial del ser humano; dejarse habitar por la experiencia religiosa, pues solamente los ‘habitados’ por ella serán capaces de transmitir y de comunicar el gusto por la realidad de Dios”25. 6. ¿Testigos de Dios hoy? Nos falta decir una palabra sobre ser testigo de Dios hoy, pero ¿debemos hacerlo? Pensamos que la pregunta está de más después de haber escuchado la ponencia de José Cristo Rey García Paredes; pero está bien que tengamos delante:

    20 La preocupación de la teología por la antropología es permanente, y se puede considerar como una de las aportaciones significativas de la teología del siglo XX, como lo demuestra la obra de K. RAHNER. 21 SAN AGUSTIN, Confesiones XI, 2,4. 22 GONZALEZ DE CARDEDAL, O. o. c. 98-99. 23 Cf KASPER, W. o. c. 89-142; GAMARRA, S. “Fe y experiencia”, en Surge 60 (2002) 203-228. 24 RUIZ DE LA PEÑA, J. L. El don de Dios, Santander 1992, 395. 25 DEL CURA ELENA, S. a. c. 330.

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    - El ser testigo está muy en línea con la libertad individual y colectiva del hombre, la gran adquisición de los últimos tiempos. El reconocimiento de esta libertad supone conceder a los demás que se digan y se den, que es la base del testigo. - Está exigido por el diálogo, que consiste, no en llegar a un mismo sentir y a un mismo pensar -lo cual sería más bien un monólogo-, sino en aportar lo propio desde una perspectiva propia para el bien común. En este caso el diálogo supone poder contar con aportaciones hechas desde posiciones propias y definidas, aunque no fijas e inamovibles; y aquí radica su riqueza. - El testigo, presente en la configuración de una sociedad plural, está siendo reclamado con urgencia por la Iglesia: Se le ve necesario en la evangelización, como afirmó ya Pablo VI, al considerar el testimonio como “elemento esencial, por lo general el primero absolutamente para la evangelización”26; se le ve imprescindible para un nuevo modelo de pastoral que plantea un nuevo modo de entender y de vivir la transmisión de la fe; es inherente a la misión del acompañamiento, de la que no se puede prescindir en la nueva evangelización; y es la base para la presentación del Evangelio hoy en los medios de comunicación social. - El ser testigo está en el ser de creyente. Es de la identidad cristiana; por eso, al cristiano no se le añade el testimonio, sino que ser testigo está en su ser cristiano. La consecuencia es obvia: no se es testigo para algo ni en razón de algo, sino que se es testigo porque sí. Se es testigo de Dios en Cristo. Llamamos la atención de este punto, porque va a ser clave en el desarrollo del tema. A la pregunta: ¿Testigos de Dios, hoy?, nuestra respuesta: En Cristo, testigos de Dios ayer, hoy y siempre. II TESTIGO EN CRISTO Puede parecer que el paso que nos correspondería dar ahora es presentar al Dios de Jesucristo para finalizar la ponencia hablando del testimonio que se debe dar. Es la primera lectura que sugiere el título de la ponencia. Pero no seguimos este orden que, a primera vista, podría parecer más lógico. Si lo hiciéramos así, irían por separado el conocimiento de Dios y el testimonio; se estudiaría al Dios de Jesucristo desde lo que tenemos en los Evangelios, desde lo que se ha conservado en ellos sobre la relación de Jesús con Dios y desde lo que nos dicen sobre el tema, e incorporaríamos al final el testimonio que corresponda a lo tratado. Nuestro intento es otro: priorizamos el ser testigos en Jesucristo para presentar a continuación al Dios de Jesucristo, de quien somos sus testigos. Este es nuestro objetivo.

    1. Cristo revelador del Padre. Pensamos que este punto de partida es del todo

    necesario para nuestro trabajo, porque para el testigo del Dios de Jesucristo no le es indiferente quién sea el revelador del Padre. No es lo mismo para el testigo del Dios de

    26 PABLO VI, EN, 21.

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    Jesucristo que lo revele el mismo Cristo o que sea otro. Nos interesa ver hasta qué grado Cristo es revelador del Padre. Para ello, recordamos:

    - El Amén del Padre. Llama la atención que Isaías hable de Dios del Amén (Is

    65,16), que en el Apocalipsis se le defina a Jesús como el “Amén” junto a “testigo fiel y veraz”: “Así habla el Amén, el testigo fiel y veraz” (Ap 3,14), y que San Pablo nos sitúe implicados en el Amén de Jesús: “Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido un sí en él. Y por eso decimos por él amén a la gloria de Dios” (2 Cor 1,20). La lectura de estos textos nos hace ver que el Amén, que nos habla de cumplimiento, corrobora al testigo fiel y veraz. Así lo expresa M. Legido:

    “El inmenso Padre del Amén, que hizo pasar en la cerrada noche oscura la nada del vacío a la gracia germinal de la primer aurora, la pasó por estas manos tuyas, ya entonces marcadas, para darse a muerte. / Tú eras el Amén suyo, testigo fiel y verdadero, principio de la creación inaugurada. / Amén suyo en tu Amén, propósito sellado en el Amor común, aliento irrastreable”27.

    Partimos de esta relación de Jesucristo con el Padre de obediencia filial en el

    Amor común. - “La Palabra se hizo carne” (Jn 1,14).- El Amén del Padre es el “Verbo encarnado”: “La Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). La revelación de Dios se nos hace visible, cercana y tiene rostro, el rostro de Cristo. Cristo es realmente el rostro de Dios. Así nos lo presenta el Vaticano II: “Pues envió a su Hijo, es decir al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (Jn 1, 1-18); Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, ‘hombre enviado a los hombres’, habla palabras de Dios (Jn 3, 34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (Jn 5, 36; 17, 4)” (DV 4). Ante este tema de tanta importancia en el momento actual, queremos subrayar esta llamada de atención. Podemos olvidar que la Palabra la tenemos encarnada y que encarnada sigue siendo Palabra. Lo decimos porque cabe que no tomemos en serio la encarnación de la Palabra y que estemos esperando y pidiendo otra palabra; y cabe también que ante el verbo encarnado estemos más pendientes de su presencia y cercanía que de su misión reveladora, que es propia de ser Palabra. La Palabra encarnada no deja de ser Palabra y sigue teniendo su función reveladora. La presentación que el Padre hace del Hijo tiene pleno sentido hoy: “Este es mi hijo amado, escuchadle” (Mc 9, 7). Y, ¿cuál es su revelación? - La revelación de la Palabra hecha carne.- Partimos de una evidencia que queremos hacerla presente: que la revelación es de la identidad de Jesucristo. No tenemos a Cristo, encarnación de la Palabra del Padre, sin revelación. Esto quiere decir que aceptar a Cristo implica aceptar su revelación. Las evidencias también requieren atención. No es nuestro cometido referirnos en este momento hasta dónde llega y qué abarca la revelación de Jesús; pero está a la vista de todos que su revelación tiene como objetivo prioritario el Padre con el Espíritu y el hombre con sus múltiples relaciones y el

    27 Tomado de GAMARRA, S. Cristo, jubileo del Padre, Madrid 1997, 35.

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    más allá; en una palabra, el objetivo de la revelación de Jesús es el Padre y el Reinado del Padre. Pero nuestra atención tiene hoy un punto de mira especial. La revelación de Cristo no se reduce al conocimiento nuevo que puede darnos de Dios, del hombre y del mundo por lo que El mismo nos habla de todo ello -que para nosotros sería un conocimiento recibido desde fuera, desde lo que nos habla-, sino es más, mucho más: Cristo nos hace vivir en Él su relación de Hijo y de Hermano, que es el nuevo conocimiento propio de quien es y vive en Cristo. Es la revelación del Padre y de los hermanos desde dentro, en su relación de Hijo y de Hermano.

    Creemos que precisamente este aspecto que acabamos de subrayar es la clave para la comprensión de la revelación de Cristo y, sobre todo, para comprender el conocimiento que entraña ser testigo en Cristo del Dios de Jesucristo. - La centralidad de Cristo Revelador.- Tenemos dos motivos que nos mueven a subrayar la centralidad de Cristo: por un lado, la tendencia a “puentear” a Cristo, es decir: pasar de un lado a otro, de una postura a otra, de un extremo a otro sin contar con Jesucristo, por encima de Él, en los planteamientos que hoy se hacen de la vida del hombre, del futuro del mundo, de los valores ético-morales-religiosos en el hoy y también de la espiritualidad actual. Funciona el “todo vale” y “vale igual”. La relativización de la mediación única de Cristo es un elemento importante de la nueva religiosidad; está presente y la tenemos cerca. Y por otro lado, es frecuente pensar que el desconcierto que nos envuelve es tan grande que nos hace expectantes de algo nuevo, de tener que crear algo nuevo, de pensar en planteamientos nuevos, de necesitar una palabra nueva. Precisamente en este momento debe imponerse la certeza28 de que contamos con la Palabra de Dios hecha carne, recordando la frase de San Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo -que es una Palabra suya, que no tiene otra- todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (2S 22,3). En esta situación proclive a las ambigüedades, reconocemos la necesidad de reafirmar la centralidad de Cristo Revelador, que se ve confirmada por ser el Mediador. Así le vemos: “Cabeza de la humanidad” (Rom 5, 14), “Cabeza de la Iglesia” (Ef 1, 22), “Señor de vivos y muertos” (Rom 14,9), “Señor de todo lo creado” (Col 1, 15-22), es “todo y en todos” (Col 3, 11), “Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1 Tim 2,5); “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6) e “intercede por nosotros” (Hb 2, 14-16). Después de poner este fundamento de Cristo Revelador, básico para nuestro tema, damos un nuevo paso adelante. 2. El cristiano es en Cristo. No nos apartamos de nuestro objetivo, que no es otro que ser “Testigos del Dios de Jesucristo”. En razón de este objetivo nos detenemos a recordar qué es ser cristiano, porque como entendamos el ser cristiano así será el conocimiento que podamos tener de Dios para ser sus testigos. Pondría como ejemplo: si ser cristiano se redujera a seguir a Cristo a base de actitudes para hacerme como El, no pasaría de ser testigo de su espalda y cada vez de forma más confusa, por encontrarnos cada vez más lejos de Él. 28 Cf BENEDICTO XVI, en su “Discurso improvisado…” reafirma en varias ocasiones la necesidad de la certeza en puntos fundamentales.

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    - Conciencia de mi ser cristiano.- No nos corresponde detenernos ahora para desarrollar lo que en san Pablo significa “ser en Cristo”, en San Juan “nacer de Dios” y “ser de Dios”, y en ambos, con Pedro, la koinonía o comunión con Jesucristo, con el cuerpo y la sangre de Cristo y con la naturaleza divina. No nos detenemos en ello, pero lo tenemos muy presente porque lo consideramos como lo radical de la vida cristiana29. Recordamos también que la realidad de “ser en Cristo”, de “nacer de Dios” y “ser de Dios” y la “comunión” con Cristo y con el Espíritu es participación de la Pascua del Señor: “muertos con Cristo” (Rom 6,8), “sepultados con Cristo” (Rom 6, 4), “resucitados con Cristo” (Col 3, 1), “resucitados y glorificados con Cristo” (Ef 2, 6), “hijos y herederos con Cristo” (Rom 8,17). Todas estas expresiones no pueden quedar en meras formulaciones que terminan gastándose con el uso, sino que se necesita llegar a su contenido que es de gran riqueza: indican un cambio radical de la condición humana, tanto en el nivel ontológico como en el operativo, como nos lo presenta J. L. Ruiz de la Peña: “La comunión de vida incluye una connaturalidad ontológico-existencial. No es posible comulgar en la vida de un ser que resulte totalmente otro, porque suscitaría una radical extrañeza”30. Pero del reconocimiento de la riqueza que contiene la realidad de ser en Cristo, hay que pasar a su experiencia. Si soy en Cristo, en Cristo vivo su Vida, que es Trinitaria. Al ser en Cristo, participo de su ser de Hijo, de su relación de filiación, y soy hijo en el Hijo. Pero hay que pasar de serlo a vivirlo. Y si lo propio del cristiano es vivir con el Padre la relación de hijo en el Hijo (Jn 1, 12-13; 11, 52; 1Jn 3, 1-2), no basta con reconocer doctrinalmente y de cabeza que Dios es nuestro Padre, sino que se trata de vivirse hijo en el Hijo. Aquí está el nuevo conocimiento de Dios Padre, y es la referencia que no podemos perder en nuestro trabajo. - Su aceptación y experiencia. Estamos insistiendo en la necesidad de llegar a la experiencia de lo que es “ser en Cristo”, pero el paso previo es su aceptación. ¿Y dónde está el punto de partida de la aceptación de lo que es ser cristiano? ¿Está en la visión que cada uno tiene de su vida y de sus aspiraciones, y que, consecuentemente, pide al cristianismo que le cubra sus demandas o está en acoger todo lo mucho que Dios nos brinda? ¿Se trata de vernos como cristianos desde nuestro lado o desde el lado de Dios? ¿Se reduce todo a una búsqueda personal de Dios o es más búsqueda de Dios sobre mí? No negamos la importancia que tiene la búsqueda del hombre, pero hoy, a mi juicio, debe dársele mayor espacio e importancia a la búsqueda de Dios sobre mí y mirarnos desde su lado. No deja de ser llamativa la frase de Benedicto XVI a los jóvenes en Colonia el 18 de Agosto: “Dadle derecho a hablaros”. De hecho, la realidad de lo que es ser cristiano en las dimensiones señaladas sólo se entiende desde la autodonación de la Trinidad en Jesucristo, de donde parte el cambio de relación entre Dios y el hombre. Desde esta relación propia de la autodonación de la Trinidad se entienden la inhabitación, la divinización y la filiación del hombre, que es una profunda realidad que se vive desde la Trinidad y en la Trinidad. Llegados a este punto, no podemos silenciar lo que es para el cristiano vivir la misma relación que nos ofrece Cristo, y en Él la del Padre y la del Espíritu, que, además, es relación de comunión, con todo lo que implica. La tendencia, tan fuerte en nosotros, a plantear la relación con Cristo desde uno mismo debe dejar paso a acoger la relación que de Él me viene y vivirla en todo momento de la vida. Se hace

    29 Cf GAMARRA, S. Teología espiritual, Madrid 2004. Todo el manual está girando entorno al capítulo “La vida cristiana. Vida en Cristo”. 30 RUIZ DE LA PEÑA, J. L. El don de Dios. Antropología teológica especial. Santander 1991, 372-373. 378.

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    particularmente visible al vivir la vocación -siendo en Él su enviado y su consagrado-; al vivir la conversión -que es conversión en su relación-; al vivir la oración -en su oración-; al vivir la Eucaristía -sentados a su Mesa-; al vivir la misión -actuando en su Nombre-; al vivir la relacionalidad -en su relación de Hijo y de Hermano-. La vida nos dice que cuando se da una aceptación conscientemente viva y progresiva de todo lo que es ser cristiano, le acompañará la experiencia única de lo que es ser en Cristo. Y salta a la vista que desde esa experiencia, también en Cristo, es cuando se puede ser testigo del Dios de Jesucristo. 3. “Seréis mis testigos” (Hech 1, 8). Testigos en Él. A nadie puede extrañarnos que hayamos llegado a este punto con el recorrido que estamos haciendo. Tras las etapas “Cristo Revelador” y “El cristiano en Cristo”, se podía esperar la tercera: “Testigos en Él”. Pero aunque el planteamiento esté claro, nos interesa confirmarlo, presentar su fundamentación y explicitar su contenido. - Cristo testigo. No debemos pasar por alto que Cristo es testigo. Así lo hemos visto más arriba: “Testigo fiel y veraz (Ap 3,14) y el “Amén del Padre” (2 Cor 1,20). Para su mejor comprensión conviene, como primer paso, situar el testimonio de Cristo en la Trinidad. No hay que forzar las cosas: en la Trinidad hay testimonio, o mejor, la Trinidad es testimonio. Merece la pena indicarlo. Aparece claramente en el N. Testamento que el Padre da testimonio del Hijo (Jn 5, 31-38; 1 Jn 5,9); Cristo, que es la Palabra del Padre (Jn 1,1), es el “testigo fiel y veraz” (Apc 3,14), es el Sí a las promesas hechas por Dios, es el Sí de Dios (“ Cor 1,20; Apc 1,2; 3,14; 19,11) y el Espíritu, a quien le corresponde dar testimonio (Jn 15,26; 16, 13-14; 1 Jn 5,6-7). El hecho de encontrarnos con el testimonio en la Trinidad nos suscita una cuestión de interés: ¿Son separables la relación trinitaria y el testimonio? ¿Qué tiene la relación en la Trinidad para que se convierta en testimonio? Creemos que no son separables; y esto nos lleva a pensar que la mejor relación, también, entre nosotros -yo-tú- incluye testimonio; diríamos más: la relación de ida y vuelta se convierte en testimonio, es testimonio. No puede ser de otra manera. Apuntamos el dato. El segundo paso a dar es mirar el papel que la experiencia juega en Cristo testigo. Es obligado ver lo experiencial como dato base del testigo: ¿Qué ha visto? ¿Qué sabe? ¿Cómo lo sabe? No hay testigo sin el dato de la experiencia. ¿Y en Cristo? Cristo, “testigo fiel” y “veraz”, habla de lo que ha visto (Jn 1,18; 3,11.32; 5,19; 8,38), habla de lo que ha oído (Jn 3,32; 5,30; 8,28.40); obra como el Padre le ha ordenado (Jn 14,31) y da a conocer lo que el Padre le ha comunicado (Jn 15,15). Su experiencia es singular y única, y su testimonio del Padre es también singular y único. - En Él, testigos. Puede venirnos bien esta nota previa. Aunque es bastante común hablar indistintamente de testigos y de enviados, sin embargo conviene distinguirlos para poder utilizarlos juntos. El enviado tiene margen para actuar con más libertad, puede actuar en el momento concreto según su buen entender. El testigo, en cambio, tiene un actuar más determinado, debe responder a lo visto, debe actuar desde su ser testigo. Ser un enviado-testigo es distinto a ser sólo enviado; y, aunque suele ser más apetecible ser sólo enviado para poder actuar más por libre, sin embargo, debemos tomar conciencia de que somos enviados como testigos. Volvemos al tema. En Él testigos. Pero, ¿cómo lo somos?

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    . Con su experiencia. Nos acompaña la afirmación de Jesús: “Seréis mis testigos” (Hech 1,8), dirigida a los apóstoles. Si queremos ver dónde descansa el ser sus testigos, debe plantearse sin más dónde está la experiencia. En primer lugar, está la experiencia que tienen de Él; la experiencia de morar con Él: “Les llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos” (Mc 3,13-14); “También vosotros daréis testimonio de mí porque estáis conmigo desde el principio” (Jn 15,27. Cf Lc 21,13; Mc 13,9). Y está, también, la experiencia que el mismo Jesús les transmite, que es precisamente su misma experiencia del Padre: “Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15), y, además, les da la experiencia del Padre dándoles su Espíritu: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí” (Jn 15,26). Desde esta experiencia se entiende el testimonio de Juan, en 1 Jn 1, 1-3. Cada vez se entiende mejor y se ve más claro que vivir su experiencia nos hace sus testigos. . En su relación. Sabemos muy bien que toda relación tiene su propia experiencia, la cual debe ser respetada, porque siempre es peculiar. Si esto es así, ¿qué diremos de la experiencia de la relación de Cristo con cada uno de nosotros, de su relación? Presentamos unos datos: .. Recordamos que es propio de una vida cristiana pasar cuanto antes de plantear la relación con Dios desde nosotros, como si se tratara sólo de mi relación, a verla desde Él, como su relación, como así es. Todos sabemos que este cambio afecta a toda la vida del cristiano y es el punto de partida de la nueva vida cristiana. .. Recordamos, también, que somos en Cristo, como lo hemos visto más arriba. Es la referencia necesaria para la comprensión del ser cristiano y para su relacionalidad. .. La consecuencia directa es que somos en su relación. Si somos en Cristo, participamos de su ser en relación. En su relación de Hijo somos hijos en Él (Gál 4,6-7); en su llamada, somos vocacionados (Jn 15,16); en su Espíritu somos consagrados (Jn 20,21). Y debemos añadir algo más: su relación es relación de comunión, con el significado esponsal que entraña: llamados a la comunión con su Hijo (1Cor 1,9) participamos de su comunión en sus padecimientos y en su resurrección (Filp 3,10-11; Rom 6,4). .. Y recordamos que la relación verdadera, en la que el tú pasa de ser mero término en la relación a ser sujeto en ella, convierte a ambos en testigos. Vivir su relación es convertirse en su testigo. Tiene pleno sentido “Recibiréis la fuerza del Espíritu y seréis mis testigos” (Hech 1,8). . Simple consecuencia. Con lo que venimos diciendo se impone que seamos lúcidos en nuestra vida de cristianos consagrados. Seamos conscientes de que a cada planteamiento de vida cristiana y consagrada le corresponde su testimonio de Cristo. A una vida entendida y llevada desde uno mismo, y en la que a Cristo sólo se le incorpora, el testimonio será el de mi vida compartida con Cristo, no da para más; y, en cambio, en una vida que se entiende y se vive en Cristo, el testimonio será ser testigo de su vida en mí. Terminamos esta segunda parte con la impresión de que, según la línea de reflexión que llevamos, el título de la ponencia resultaría más ajustado si añadiéramos: “Testigos en Cristo del Dios de Jesucristo”.

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    III EL DIOS DE JESUCRISTO Es urgente que abordemos ya el punto del Dios de Jesucristo, y sin ninguna dilación. Lo haremos siguiendo el camino ya iniciado. Pero antes conviene que explicitemos la posición en la que ahora nos encontramos. - Está claro que no nos basta con recoger lo que otros están diciendo hoy sobre el Dios de Jesucristo. De hacerlo, se trataría de una síntesis apretada de lo que se ha escrito más recientemente sobre el Dios de Jesucristo. Este trabajo resultaría fácil, porque el material está al alcance de todos31. No cabe duda de que lo que se escribe debe tenerse en cuenta y resulta necesario, pero buscamos un más. - Nuestro intento es otro. Se trata de de ser testigos en Cristo del Dios de Jesucristo; con lo cual queremos dar realce tanto a lo de ser testigos como a la experiencia propia de ser y vivir en Cristo, que cualifica al testigo. Nos gustaría desde la relación vivida en Cristo, siendo hijos en el Hijo, llegar al conocimiento de Dios de Jesucristo y vernos sus testigos. Para ello, nos vendría bien seguir lo que nos dice San Buenaventura:

    “Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísimo y ardentísimos afectos”32.

    - ¿Cómo garantizar este proceso? ¿Qué aspectos deben estar especialmente presentes para llevar a cabo la propuesta? Señalamos los siguientes: . En primer lugar, debe evitarse el subjetivismo que convierte la fe en estado de ánimo. Para ello es necesario reconocer que la experiencia religiosa necesita los contenidos de la fe. Me parece muy acertada la afirmación de Bernardo Olivera: “Cuanto más rica sea la realidad objetiva revelada, más honda y transformante será la experiencia subjetiva de la misma”33. Añadimos un dato más: la experiencia religiosa, además del contenido revelado, necesita para su garantía la referencia a la fe, como lo afirmó San Bernardo que valoró y vivió tanto la experiencia: “No juzguéis por impresiones… guíate por el juicio de la fe, no por tu experiencia, porque la fe es veraz y tu experiencia engañosa”34.

    31 Citamos la bibliografía más cercana: La Carta pastoral “Creer hoy en el Dios de Jesucristo” de los Obispos de Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, publicada en 1996, cuya tercera parte (nn. 29-50) está dedicada a “El Dios de Jesucristo”; XXV Semana de Estudios Trinitarios “Dios es Padre”, Salamanca 1991; XX Simposio internacional de Teología “El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”, Pamplona 2000; los libros de: JEREMIAS, J. Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca 1989; KASPER, W. El Dios de Jesucristo, Salamanca 1985; SCHLOSER. J. El Dios de Jesús, Salamanca 1995; los artículos recientes de: GONZÁLEZ FAUS, J. I. “¿’El idota o Emmanuel’?. De Jesús al Dios de Jesús”, en FUNDACION SANTA MARÍA, Jesús de Nazaret. Perspectivas, Madrid 2004, 214-243; GUIJARRO, S. “El Dios de Jesús”, en AA. VV. Vivir en Dios…, o. c. 139-173; RODRIGUEZ CARMONA, A. “Dios revelado en Jesucristo”, en XX Simposio… o. c. 31-60. 32 SAN BUENAVENTURA, Opúsculo sobre el itinerario de la mente hacia Dios, 7, … 33 OLIVERA, B. “Solus Deus, vacare Deo. Hacia una mística cristiana renovada”, en XXVIII Semana de estudios Monásticos, Loyola 12-VIII-2001, 115. 34 SAN BERNRDO, Sermones de tiempo. En el principio del ayuno, 5,5 (Madrid 1953, 360).

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    . El dato complementario: el valor de la experiencia. Los contenidos de la fe necesitan ser vividos y de forma integral, pasando a toda mi persona. Si no vivo lo revelado, no puedo llegar más que a tener creencias; pero con sólo creencias no soy cristiano. Y si la fe, además de contenidos, es adhesión a la persona de Jesús con toda la revelación que incluye, esta adhesión es experiencia. Todo dependerá de la implicación de la persona en la adhesión. Resulta muy claro que la experiencia de la vida cristiana no se da sin fe, es fe; y que la fe es experiencia de vida cristiana. . La eclesialidad de la experiencia. La referencia a la Iglesia tiene mucho mayor calado que el verla como mero recurso que regule y controle la experiencia. Necesitamos absolutamente situar al cristiano en la Iglesia también en su experiencia de vida cristiana. El cristiano es en Cristo, y es y vive en la Iglesia, y no se pueden separar. En la Iglesia Misterio, Comunión y Misión vivirá la presencia salvífica de la Trinidad y la Comunión real con todos los hermanos. La referencia del cristiano en su experiencia de vida cristiana a la Iglesia es obligada. Y nos corresponde, además, tener en cuenta la experiencia de vida de los demás, porque se es cristiano en Iglesia35. . La libertad ante las imágenes de Dios. Este punto es de mucha actualidad. Todos sabemos que hoy se busca afanosamente la revisión de las imágenes de Dios. No entramos a estudiar el criterio con que se actúa; solamente indicamos el triple criterio que seguimos: -No planteamos el cambio de imagen de Dios a priori y desde fuera, es decir: sin entrar en el significado teológico-pastoral-experiencial que ha podido tener y tiene dicha imagen. -Es necesario contar con una imagen y ser fiel a ella; la constitución de la persona lo requiere. -La libertad ante la imagen, es decir: la imagen no tiene por qué ser fija, sino que desde la misma vida en Cristo podrá y deberá enriquecerse y ampliarse. Es la postura que defendemos. La realidad del misterio de Dios sobrepasa toda imagen, categoría, concepto o símbolo representativo. . La presencia del Espíritu. Es del todo necesario contar con el Espíritu. Solamente con Él es posible abrirse paso y entrar más adentro: “Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado” (1 Cor 2,10-12). Está claro que sin el Espíritu no se puede intentar moverse en la experiencia de la relación de Cristo. La presencia del Espíritu resulta imprescindible por un doble motivo: Por la capacitación que nos proporciona: “Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Cor 2,16), y con ella sí podemos movernos y entrar más adentro; y por la ayuda que puede ofrecernos, ya que la función del Espíritu es de actualizar, como lo afirma Kasper: “La acción del Espíritu Santo consiste en actualizar de modo incesante a Jesucristo en su perpetua novedad”36; y de interiorizar , haciendo que la persona de Jesús y su mensaje resuenen por dentro: “Mientras las palabras producen estrépito por

    35 Cf BERNARD, Ch. A. Le Dieu des Mystiques I : Les voies de l’interiorité, Paris 1994 ; II : La conformation au Christ, Paris 1998 ; MARTIN VELASCO, J. Testigos de la experiencia de la fe, Madrid 2002; Id. (ed.), La experiencia mística, Madrid 2004. 36 Tomado de URIARTE, J. M. Seguidores y testigos, San Sebastián 2003, 100.

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    fuera, el Maestro interior (el Espíritu Santo) ‘intus docet’, enseña por dentro”37. Con todo esto, resulta evidente que la compañía del Espíritu es irrenunciable. - Dados estos presupuestos, entramos en el tema. ¿Quién es el Dios de Jesucristo del que somos testigos en Cristo? Es la pregunta clave de la tercera parte. Intentaremos dar la respuesta, pero lo haremos desde la posición que hemos ya adoptado: desde lo que Dios es para Cristo y que nosotros conocemos desde la relación en Él. 1. Dios Padre. a. Lo es para Cristo. En la presentación que hoy se hace del Dios de Jesucristo, es frecuente ver que, quizás buscando un primer acercamiento, se utilizan términos como: el Dios de la vida; el Dios que busca al hombre; el Dios fiel y seguro; el Dios de la gratuidad38. Pero nadie duda de que para Jesús, Dios es ante todo Padre39; y vinculadas a Dios Padre están las enseñanzas de Jesús: Dios viviente, poderoso y fiel; Dios bondadoso, libre y gratuito; Dios que actúa en la Historia; Dios que salva y juzga. Durante los últimos años, el estudio sobre Dios Padre de Jesús se ha centrado en sus oraciones y en sus palabras, y no se ha detenido en la conciencia de filiación que refleja el comportamiento de Jesús. Es sorprendente que hoy se afirme: “El estudio de la experiencia religiosa es una de las grandes lagunas de la reciente investigación sobre el Jesús histórico”40, pero esa conciencia de filiación ha estado presente en la actuación de Jesús41. Cuando se reconoce que Jesús actúa desde su conciencia de filiación y que su vida es totalmente filial, se explica que sólo Él pueda comunicar a los hombres esa experiencia íntima, profunda, total y única que el Hijo tiene del Padre: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). El conocimiento que Jesús tiene del Padre parte de la relación del Padre. Esa es su revelación. b. En nuestra vida filial en Cristo. ¿Cómo puedo ser testigo del Dios de Jesucristo? ¿Cómo puedo conocer a Dios Padre de Jesucristo? Aquí está la respuesta: desde nuestra vida filial en Cristo. Jesús, el Hijo, conoce al Padre; nosotros somos hijos en el Hijo -como hemos visto más arriba-, y permaneciendo, morando en esa relación llegamos al conocimiento propio de hijos en el Hijo. Esto nos llevaría a programar la vida filial siguiendo lo que nos pide el Evangelio, e incluiríamos: “conocer al Padre” (Jn 14,67), “amar al Padre” (Jn 14,31), “glorificar al Padre” (Jn 17,4); “confiar en el Padre” (Mt 6,25), “vivir en comunión con el Padre” (Jn 17,21), “cumplir la voluntad del Padre”

    37 SAN AGUSTÍN, Exposición de la 1ª ep. De S. Juan, tr. III, 13 y IV, 1, en Obras de San Agustín, t. XVIII, BAC, Madrid 1959, 245-247 (PL 35, 2004-2005). 38 Carta Pastoral, o. c. 34-35; JUAN PABLO II, Novo milenio inneunte, 6-7; PAGOLA, J. A. a. c.; SCHLOSER, J. o. c. 79-103. 39 La bibliografía es amplia, citamos: CAPDEVILA, V. Mª. “El Padre en el cuarto Evangelio”, en XXV Semana… o. c. 101-139; ESTRADA, B. “Bendito el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. El inicio de la Eulogía en Ef 1, 3, en XX Simposio… o.c. 87-98; GUIJARRO, S. “Dios Padre en la actuación de Jesús”, en Estudios Trinitarios 34 (2000) 33-69; RODRÍGUEZ CARMONA, A. a. c.; SCHLOSSER, J. o. c. 127-213; SCHNEIDER, G. “El Padre de Jesús. Visión bíblica”, en XXV Semana ... o. c. 59-100. 40 GUIJARRO, S. “El Dios de Jesús”, o. c. 142. 41 Cf GUIJARRO, S. “El Padre…”, a. c.

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    (Mt 7,21), “imitar al Padre” (Mt 5,48). Pero, ¿no puede resultar un planteamiento un tanto teórico, de mera lógica teológica? Debemos evitarlo, y para ello introducimos un dato importante: Si queremos llegar al conocimiento del Padre, no equivoquemos el camino. No se trata de intentar verle Padre desde nosotros, sino de vernos hijos desde el Padre, verme hijo en el Padre, viéndole Padre conmigo. Desde ese conocimiento-experiencia de Dios Padre conmigo en Cristo, surgirá el “Abbá” como reconocimiento. Se ve claro que no se trata de mi relación con el Padre, sino de su relación de Padre en el Hijo con los hijos. Y esta relación, cuando se ha iniciado, ya no se detiene, sino que va a más. Las connotaciones de esta posición ya adoptada son claras. Por un lado, ha debido superarse la tendencia de querer dominar la relación de Dios, que no es creación mía, sino que es de Dios Padre en Cristo; y, por otro, la persona está ya bajo la acción del Espíritu. Es la relación que en el Espíritu, -siendo Él es quien nos hace exclamar “Abbá, Padre” (Rom 8,15)- va adueñándose de toda la persona y la introduce en la comunión-unión con Jesucristo (1 Cor 1,9)42. Nuestra vida filial en el Hijo -no como proyecto, sino como realidad vivida- es la base del conocimiento que podemos tener de Dios y Padre de Jesucristo, y del testimonio que podemos dar. No sólo podemos ser testigos de Dios Padre de Jesucristo, sino que lo somos. c. ¿La imagen de Dios Padre, hoy? El interés que hoy existe por el cambio de imágenes y de representaciones de Dios puede explicarse simplemente desde el deseo de dar con el dios que responda a las expectativas del hombre actual y a las necesidades personales que cada uno puede tener. Pero es un criterio insuficiente, que necesita con urgencia su matización. El hecho es que la revisión de imágenes de Dios está en marcha y no se para, con debate incluido43. Para quien vive la relación de Dios, el panorama es otro. Se acepta con mucho agrado lo que la teología va aportando, porque responde al momento actual; pero se sabe, además, que la tentación de proyectarnos sobre Dios está siempre al acecho y que la verdadera relación de Dios la excluye totalmente. Volvemos a insistir en que la relación de Dios -su relación- está más allá de nuestras representaciones y que no acepta ningún tipo de manipulaciones. La relación se vive en lo profundo de la persona y puede vivirse como filial y como esponsal; no está aferrada a las representaciones, aunque puede contar con ellas. La relación no se programa, se vive. d. ¿Necesidad de purificación? Podemos quitar, sin más, los signos de interrogación, porque la necesidad que nuestra experiencia de Dios tiene de purificación es evidente. Y lo es, porque en la propia carne se vive esta doble tentación: la de priorizar nuestra relación con Dios, la creada desde nosotros y regulada por nosotros; y la de querer dominar la relación de Dios, teniendo algún tipo de dominio sobre ella. La purificación que se nos impone –porque no cabe otra solución que pasar por ella- no es otra que prescindir de nuestras proyecciones en la relación con Dios, y vivir en fe la 42 DE PABLO MAROTO, D. “Experiencia mística de la paternidad de Dios”, en XX Simposio… o. c. 547-558. 43 Cf ELIZONDO, F. “Imágenes de Dios en la experiencia y reflexión de las mujeres”, en AA. VV. “Vivir en Dios…” o. c. 229-265; TORRES QUEIRUGA, A. El Dios de Jesús. Aproximación en cuatro metáforas, Santander, 1991. En las publicaciones actuales que tratan el tema Dios está presente el artículo sobre Dios Padre-Madre, como: BURGGRAF, J. “¿Dios es nuestra Madre?”, en XX Simposio… o. c. 277-314; DEL CURA ELENA, S. “Dios Padre/Madre. Significado e implicaciones de las imágenes masculinas y femeninas de Dios”, en XXV Semana… o. c. 277-314.

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    relación de Dios con nosotros. Se trata de la purificación propia de una vida en fe. ¿Cabe mayor purificación? 2. El Reinado de Dios a. Cristo y el Reinado de Dios. La idea que Jesús tiene de Dios no es completa si no presenta el proyecto del Padre. Este Dios que es Padre tiene un proyecto, y para conocerlo tenemos que acercarnos a la predicación y a la persona de Jesús. Recordamos que la relación entre el Padre y el Reino está en el Padrenuestro: “Padre,… venga tu reino”. El anuncio de este proyecto del Padre es un anuncio encarnado en las situaciones de su pueblo, que responde a la situación de desamparo de los pobres, a una realidad estructural basada en unos valores culturales que Jesús critica y al dominio de Satanás44. Es bueno recordar que “Reino de Dios” es lo mismo que decir que Dios va a reinar o que Dios reina. Se trata de que sobre cada situación se dé la soberanía de Dios desterrando los poderes esclavizadores y de dominio. El anuncio del reinado de Dios contiene de hecho la propuesta de valores alternativos; así lo vivió y lo presentó Jesús. Y Cristo, ¿ante el Proyecto del Padre? Jesús no sólo conoce y anuncia el reino, sino que es consciente de que en él y en su actuación está llegando el Reino. Kasper lo presenta preciosamente en estos términos: “En él se hace concretamente palpable lo que quiere decir su reino; en él se revela lo que es el reino de Dios. En su pobreza, obediencia y carencia de patria representa la explicación concreta de la voluntad de Dios. En él se ve claro lo que significan la divinidad de Dios y la hominidad del hombre… En Jesús de Nazaret son inseparables su persona y su ‘asunto’; él es su asunto en persona. Es la realización concreta y la figura personal de la llegada del reino de Dios”45. En Cristo se hace palpable lo que quiere decir el reino de Dios; en él se revela lo que es su reino. b. La experiencia del Reinado del Padre en nosotros. Me parece importante acercarnos a la vivencia del reinado del Padre, experimentar su realidad, para que ya no sepa a doctrina ni a meros comportamientos. No faltan ocasiones en las que se plantea el Reinado del Padre urgiendo a salir de uno mismo para verlo y realizarlo fuera; pero, por lo que hemos visto más arriba, para Jesús Dios es Padre y su reinar es hacer partícipes de la filiación del Hijo amado a los hombres: “eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad” (Ef 1,5), con todo lo que entraña de relaciones nuevas en todo y con todos. Subrayamos lo de relaciones nuevas en todo y con todos. Y es verdad que vivir la relación de Dios Padre en Cristo nos lleva a vivir en su Comunión; lo cual nos hace verlo todo de forma distinta y de vivirlo de forma nueva. Cambia el planteamiento de la vida, que ya no está en razón de uno mismo: “Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven” (2 Cor 5,15); cambian los valores fundamentales para los que se vive: “Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo” (Flp 3,7); cambia el estilo de vida, que se caracteriza por el servicio hasta dar la vida: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,45); cambia la vocación, que no parte del proyecto de uno mismo sino desde su relación: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn 15,16); cambian las relaciones 44 GUIJARRO, S. a. c. 168-170. 45 KASPER, W. Jesús, el Cristo, Salamanca 1976, 123.

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    con los hombres, que no se plantean de sujeto a objeto, sino en la igualdad de hermanos (Col 3,12-13). El Reinado de Dios Padre es una profunda realidad cuando se vive en Cristo; y por eso encontramos pleno sentido en que el Reinado de Dios se presente desde la comunión con Jesucristo, que nos hace partícipes de su filiación y de su fraternidad con todos. Se trata de vivirlo con todas sus consecuencia. De donde se deduce que viviendo en Cristo se es testigo del Reinado de Dios Padre. c. La imagen del Reino de Dios. No me he detenido en el tema, y supongo que no será fácil la aceptación del término por las sensibilidades que se perciben en el momento actual sobre este punto. Pero también es verdad que para la Sagrada Escritura es un tema clave y fundamental, y los estudios que lo abordan no ofrecen ningún resquicio de duda sobre su importancia. La teología asume el término y el tema, y les da tal ampliación que en el Reinado de Dios pueden acogerse las situaciones más diversas del compromiso cristiano. Si partimos de lo que es “ser en Cristo”, el Reinado de Dios aparece más como resultado de lo que “se vive en Cristo” que como programa de vida al que hay que tender. En este caso, aunque el término no tenga tanta importancia, sí interesará el Reinado del Padre como la realidad vivida en Cristo. d. Presencia de la purificación. No puede no hablarse de purificación cuando el Reinado de Dios me habla de la soberanía del Padre en todos y en todo. Llegar a que la persona en sus múltiples relaciones se encuentre liberada de las distintas esclavitudes no puede hacerse sin una praxis purificatoria. Pero nos referimos a la situación del cristiano que “es” en Cristo y “vive” en Cristo, que venimos presentando, y a la que le corresponde un tipo de purificación. En este caso, cuando el Reinado de Dios, más que planteamiento como programa, es vivir en el Hijo, siendo él el Reinado del Padre, la purificación más radical está en estructurar la vida y la persona del cristiano desde su ser en Cristo. Nos referimos, pues, a la purificación, que de forma permanente y radical debe acompañar al cristiano para estructurar su vida y su persona desde la relación del Hijo. Nos percatamos de la importancia que tiene llegar a dicha estructura y de lo mucho que hoy supone; por todo ello, la consideramos irrenunciable. La conclusión a la que llegamos nos parece obvia: desde la vivencia del Reinado de Dios en Cristo, somos testigos del Dios Padre de Jesucristo. 3. Dios amor-misericordia a. El amor en el Hijo. Es obligado partir de la expresión “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16), que resulta clave para la comprensión de la Trinidad. Entre las tres Personas, precisamente en virtud de sus relaciones personales de origen, hay un amor, una caridad infinita y eterna, que es la misma vida de Dios. En el principio se encuentran las personas, el Padre que genera al Hijo, el Hijo engendrado y la comunión del Espíritu. Más allá de este encuentro de amor no existe nada. Dios es amor46. Pero hay más, mucho más. La Trinidad-Amor llega a nosotros por Jesucristo. Nos es muy conocido que Jesús ama y que ama con pasión, padece el amor; y que su amor es un amor de donación -da todo lo que ha recibido del Padre en su condición de

    46 GAMARRA, S. Teología…, o. c. 125-139.

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    Mediador- ; que es amor de autodonación: Jesús amó hasta el extremo (Jn 13,1) dando la vida por nosotros (Jn 15,13; 1 Jn 3,16); y que es amor de misericordia (Lc 6,35; 15,11-32; Mt 20,1-15): amó con entrañas de misericordia47. Y nos falta por señalar que Cristo es el Amor del Padre, entregado por el Padre a los hombres. En Cristo, amor entregado del Padre, está la autodonación de la Trinidad. El amor, ágape divino, es el don de las mismas Personas de la Trinidad48. La experiencia que tuvo Cristo del amor de la Trinidad fue básica en su vida y en su misión. Sabe lo que es el amor de la Trinidad en su amor: en el amor que vive y que nos ofrece. Añadimos al amor la misericordia. Está a la vista que se hace referencia al texto “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación” (2 Cor 1,3). Está clara la referencia al Padre de las misericordias. El amor del Padre tiene la connotación de la misericordia con nosotros (Rom 11,32) y también con Cristo, como lo afirma Juan Pablo II: “El Hijo de Dios en su resurrección ha experimentado de manera radical en sí mismo la misericordia, es decir, el amor del Padre que es más fuerte que la muerte”49. b. El amor en los hijos. Cuando nos planteamos el amor del cristiano, salta a la vista sin más la condición de hijos en el Hijo, donde debe situarse nuestro amor, ya que los nacidos de Dios aman: “El amor es de Dios; y todo el que ama ha nacido de Dios” (1 Jn 4,7)50. El hijo no puede entenderse sin el amor de hijo, y nuestra filiación compartida implica participar del Amor del Hijo; y ésta es la realidad que vivimos cuando se nos da el Espíritu del Hijo para llamar a Dios “Abbá: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ‘Abbá, Padre’” (Gál 4,6; cf Rom 8,14-15). El punto delicado es vivir ese amor y ser testigo de él. ¿Cómo se vive? Pensamos que deben compaginarse dos aspectos que son tan inseparables como irrenunciables en una vida cristiana. Está, por un lado, el ser objeto del amor misericordioso de Dios en Cristo, lo cual se acoge de forma vivencialmente intensa. No se trata de una experiencia que se debe vivir como condición para pasos ulteriores, sino que es más bien una realidad que se vive permanentemente. Es la experiencia del amor de Dios que te busca cuando te has perdido (Mt 18,12-14), que se deja encontrar de quienes no le buscan: “Me he hecho el encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban” (Is 65,1-2; Rom 10,20-21); es la experiencia donde se cumple: “El pecado se descubre cuando ha sido vencido por la misericordia”51. Estamos en el punto de cómo conocer a Dios, y el modo de conocerle es verle amándome en su perdón: “Todos me conocerán… cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme “(Jer 31,34). Para conocer a Dios no basta saber que me quiere, es necesario verle amándome, es vivir yo su relación de amor. Esto es lo que se vive en su relación de perdón. Hay un segundo aspecto, relacionado con el anterior, que es la experiencia de comunión -perdón y comunión se viven conjuntamente-. La relación de Jesús, que es de perdón, es también de comunión. Así presenta Oseas a Dios en medio de la infidelidad

    47 LEGIDO, M. Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres, Salamanca 1987. 48 GAMARRA, S., cap. III “Jesucristo, amor entregado del Padre”, en Cristo, jubileo… o. c. 49-68. 49 JUAN PABLO II, Dives in misericordia, 8 50 SCHNACKENBURG, R. Cartas de San Juan, Barcelona 1980, 252-256. 51 LEGIDO, M. o. c. 269.

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    de Israel: “Yo te desposaré conmigo… y tú conocerás a Yahveh” (Os 2,21-22). Esta relación de Cristo, que es de comunión y de perdón, de perdón y de comunión, nos hace participar del ser del Hijo, de su Vida de Hijo y de su Amor de Hijo. ¿Cómo vivir esa experiencia de amor de hijo? Pues muy fácilmente: en el Hijo; morando en la relación del Hijo, permaneciendo en ella, dejándote llevar por ella. Es la experiencia del morar, del permanecer, del dejarte llevar en la relación del Hijo. La consecuencia es clara: Hay base para ser testigos, desde la vida en Cristo, del Dios de Jesucristo como Amor-Misericordia. c. La imagen de Dios amor-misericordia. Es fácil que, aunque de entrada agrade ver a Dios como amor, no guste tanto el complemento “Misericordia”, que de alguna manera evoca culpabilidad. Pero no puede olvidarse que la garantía de todo amor es el perdón. El perdón garantiza al amor y le da estabilidad; y esta experiencia está dentro de cada uno. Y la vida cristiana es inteligible sin el amor-misericordia; por eso mismo, la imagen de Dios Amor-Misericordia, al mismo tiempo que educa, indica el realismo en que se vive. d. ¿Qué purificación hay que vivir? ¿Qué proceso se debe seguir? Está claro que si preguntamos por la purificación a la que hay que llegar, la que se debe vivir, la respuesta tiene fácil contestación: la purificación está en el mismo amor de perdón: “Sí, quiero, queda limpio” (Mc 1,40). No cabe otra purificación más radical y más total que la que me da la relación de perdón. Pero si nos preguntamos por el proceso a seguir para estar atentos a la comunión que supone la relación del Hijo y morar en ella, es totalmente imprescindible una apertura receptiva, difícil de comprender humanamente. Tengamos muy presente que en el momento actual el punto de salida está muy atrás, como lo indica la consigna de Benedicto XVI a los jóvenes en Colonia el 18 de Agosto: “Dadle derecho a hablaros”. ¿Este es el punto de partida en el que nos encontramos? El proceso de apertura con una receptividad progresiva a la relación de Cristo sólo puede entenderse desde la presencia activa y operante del Espíritu. 4. Dios en la Pascua del Hijo Es impensable plantear el testimonio del Dios de Jesucristo sin la referencia a Dios en la muerte y en la resurrección de Jesús, cuando es el momento culminante de la revelación de Dios. Sabemos que la distintas posturas cristológicas tienden o a poner el acento en la pasión y hablan del “Dios crucificado en las víctimas” olvidando la resurrección, o a ponerlo en la resurrección olvidando la pasión del Hijo y la de los hijos. Somos partidarios de referirnos a la Pascua del Hijo que incluye la muerte y la resurrección. a. La visión desde el Hijo. Ante la pasión y muerte del Hijo, nos atrevemos -nuestro atrevimiento es altísimo- a subrayar la cercanía del Padre en este momento y la aceptación por parte del Hijo del Plan de salvación del Padre. En cuanto a la cercanía, está claro que cuando parece que el Padre abandona al Hijo, es el Padre quien se abandona en el Hijo: “En Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo” (2 Cor 5,19), y teniendo presente el relato del sacrificio de Isaac (Gen 22,1-19), el Padre aparece como el sacrificado, el que lo da todo en el Hijo. Jesús es

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    precisamente en este momento de la pasión rostro del Padre: “El que me ve, ve al Padre”. Esta cercanía del Padre vivida por el Hijo está expresada de forma peculiar por el “Abbá”. ¡En la situación tan dramáticamente vivida en el Huerto de los Olivos, llamarle “Abbá”! En este contexto se entiende la afirmación de Kasper: “El volverse de Jesús al Padre presupone ciertamente el dirigirse y el comunicarse del Padre a Jesús”52. Y el segundo aspecto, la aceptación del Plan de salvación del Padre en la muerte de Jesús debe quedar muy subrayado. Llega a consumar su vida de entrega por amor. Reconoce su situación final viéndose amor entregado del Padre a los hombres, y lo acepta. Ante la resurrección, es muy clara la relación del Hijo con el Padre: es relación de Paternidad y de Filiación, como lo expresa la exclamación: “Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hech 13,33). El Padre, cuyo rostro se ve en el Cristo pascual, es a la vez inmolado y omnipotente. La pascua del Hijo manifiesta a las miradas de los hombres el misterio eterno del Padre en el Hijo por el Espíritu53. b. Desde los hijos. No miramos la Pascua del Señor desde fuera, sino que la vemos desde dentro. Participamos de ella: “muertos con Cristo” (Rom 6,8), “sepultados con Cristo” (Rom 6,4), “resucitados con Cristo” (Col 3,1), “resucitados y glorificados con Cristo” (Ef 2,6), “hijos y herederos con Cristo” (Rom 8,17). La participación de la Pascua es el dato radical del ser cristiano. Esta participación, que podría entenderse como algo estático, como la estructura de un edificio, encuentra su elemento vital en la Comunión en sus padecimientos y en su resurrección (Flp 3,10). Esta comunión tan total, que parte de Él, nos lleva a ser en Él amor entregado del Padre. Ahí está la comunión en su Pascua. Esta es la forma de que se cumpla la llamada: “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rom 8,29). Este comentario puede ayudarnos a comprender su contenido: “No nos extraña que el Padre que nos eligió para incorporarnos a su misma vida, nos eligiera también para configurarnos con su imagen para ser en verdad en todo nuestro ser hijos según la forma del Hijo, en el mismo camino del Hijo”54. La situación de Pascua, que es permanente a lo largo de toda la vida, supone, al vivirse en Cristo, una referencia al Padre, propia de hijo, hondamente confiada y sinceramente agradecida. La mirada está puesta en Dios Padre, a quien siempre se experimenta fiel, tanto en la kénosis más profunda, como en la exaltación más gloriosa. c. ¿La imagen de Dios en la Pascua? Es verdad que la imagen responde al planteamiento que en cada momento se hace, en nuestro caso, de Dios; y, por esta razón, el cambio suele quedar justificado. No se acepta fácilmente que la imagen me enseñe o me catequice sobre mis sensibilidades o intereses; aceptamos la imagen que expresa lo que en el momento vivimos. El “Dios humillado”, el “Padre lloroso” o “el desvalido en el centro de la Trinidad” son imágenes que hoy atraen. Creemos que es acertado que la imagen de la Pascua incluya el contraste de la muerte y de la vida -como lo expresa el Cristo de San Damián55-, el contraste de la humillación y del poder. La imagen queda adulterada cuando desaparece uno de los elementos integrantes de la Pascua. Valoramos como buena imagen la que re-presente la muerte y la vida del Señor; y ésta es la imagen que debe estar presente en nuestros testimonios.

    52 KASPER, W. o. c. 136. 53 DURWEL, F. X. Nuestro Padre. Dios en su misterio, Salamanca 1990, 153-182. 54 LEGIDO, M., o. c. 40. 55 CONTRERAS, F. El Cristo de San Damián, Madrid 2004.

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    d. ¿Y el proceso? Todo proceso debe mirar el objetivo hacia el que se camina. En la vida cristiana el objetivo está marcado por la Pascua. Ella misma es su objetivo. Por la participación de la Pascua somos hijos en el Hijo en su relación con el Padre; y morando en su filiación y viviendo en ella, nos corresponde necesariamente en Cristo ser amor entregado del Padre a los demás. Esta es la situación, la misma que la del Hijo, que nos corresponde vivir con el Padre de la Pascua. ¿Podemos señalar el proceso? Subrayamos: Morar de forma consciente y viva en la relación de hijo en el Hijo; vivir la relación de hijo en el Hijo con el Padre; ser sensibles a la acogida del Espíritu; avivar la actitud martirial como constitutiva de la vocación cristiana; alimentar un alma apostólica de Iglesia. No se piense que con esto nuestra pretensión es la de aunar elementos, aunque dispares, pero ricos en contenido; nuestro intento es presentar que estos elementos son integrantes de nuestra identidad de Pascua y que por lo tanto deben ser atendidos desde la Pascua. 5. Dios es Trinidad Es frecuente que entre los libros que llevan como título “El Dios de Jesucristo” tengan como contenido el estudio de la Trinidad, como, por ejemplo son el de Kasper56 y el de Ratzinger57. Con esto queremos indicar que no se trata de algo accidental y secundario, sino constitutivo y fundamental. No se puede pensar que hablar de la Trinidad es el resultado final de una reflexión teológica, sino que, muy al contrario, está en estrecha relación con Jesucristo en su vida y en su enseñanza, y particularmente en su muerte y en su resurrección. a. En la vida de Jesús. Ya hemos apuntado cómo la relación de Jesús con el Padre es el corazón de su experiencia religiosa, pero no la comprenderíamos bien sin la certeza que le suponía actuar movido por el Espíritu. Esta certeza aparece en momentos decisivos de la vida de Jesús, como el bautismo, también en algunas de sus palabras, pero sobre todo en su lucha contra el dominio de Satanás58. Pero es en Jesucristo crucificado y resucitado donde se nos revela de manera definitiva y plena el misterio de un Dios que es amor trinitario. Así nos lo presenta la carta pastoral de nuestros obispos: “En la cruz, el Padre abandona a su Hijo Jesús y lo entrega sólo por amor. Al resucitarlo, le comunica su vida y lo acoge en su amor infinito. En la cruz, el Hijo, por su parte, obedece al Padre hasta el final, le deja al Padre ser Padre, para ser resucitado de manera definitiva a su vida divina. Este misterio de amor entre el Padre y el Hijo se realiza y consuma en el Espíritu. Al morir, el Hijo ‘entrega su Espíritu’ al Padre (Jn 19,30). El Padre lo resucita infundiendo en El su Espíritu (Rom 8,11)”59. b. ¿En la vida cristiana? La referencia a la Trinidad está siendo constante en nuestro trabajo, porque siempre que presentamos al cristiano en su dato radical de “ser” y de “vivir” en Cristo, se está planteando la incorporación a la Trinidad. Al participar el

    56 KASPER, W. El Dios de Jesucristo, o. c. 57 RATZINGER, J. El Dios de Jesucristo, Salamanca 1979. 58 Cf. BORDONI, M. “El Espíritu y Jesús. Reflexión bíblico-sistemática”, en Estudios Trinitarios 34 (2000) 3-31; DUNN, J. D. G. Jesús y el Espíritu, Salamanca 1981, especialmente 91-121; GUIJARRO, S. “El Espíritu Santo en la vida de jesús y de los primeros cristianos”, en Cuestiones Filosóficas y Teológicas 72 (2002) 295-318; especialmente 301-305. 59 Carta pastoral…o. c. 47.

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    cristiano del ser del Hijo, participa de su relación con el Padre y con el Espíritu. Y todo parte de la Pascua; si la identidad del cristiano pasa por la Pascua, no puede no ser trinitaria. Se puede proclamar que la identidad cristiana es trinitaria. Este planteamiento que acabamos de hacer -que no es teoría- se visualiza viéndonos sentados a su mesa, presidida por Cristo muerto y resucitado, en relación con el Padre y el Espíritu. Así nos lo describe un contemplativo de hoy: “Empezamos viéndolo en el camino, sentado a la mesa con nosotros. Nos llamó hermanos y puso a los pequeños en primer lugar. Nos sentó a todos a la mesa común, y puso en nuestros corazones el aliento de su amor, que nos hizo gritar en él “Abbá, Padre”. Ahora al adentrarnos en su rostro, hemos descubierto que esta mesa y esta familia proceden del abrazo que desde antes de la creación del mundo el Padre le dio a él y él al Padre en la unidad del Espíritu”60. Todo esto nos hace ver que la vida cristiana es ya vida trinitaria, y que su permanencia en ésta dejará huella en la experiencia cristiana, donde radicará el testimonio que demos del Dios de Jesucristo. Desde la vida en Cristo podemos ser testigos del Dios trinitario de Jesucristo. c. La imagen de Dios Trino. Si en la teología hay un tema que es central como es la Pascua y en ella se hace presente la Trinidad, es normal que las imágenes de la Trinidad se centren en la Pascua, y que también cambien según sean los datos que se prioricen de la realidad pascual61. Hay un cambio entre el Padre que acoge a Cristo muerto y el Padre que sostiene al Hijo entregado y que muere con el rostro vuelto a Él. Imagen preciosa, pero en la que el Espíritu sigue bajo la figura de la paloma. Tiene buena acogida la imagen de la Trinidad en la que el Espíritu tiene forma de persona –y deja de ser reducido a fuerza, aliento, brisa, luz, amor que dimana de Dios- como en el cuadro de Rublew, estando los tres en torno a la Mesa, que es Mesa de Bodas, e implicados en ella. Estamos necesitados de buenas representaciones de la Trinidad. d. ¿Y el proceso? El camino no tiene otro punto de partida que trascenderse. Es verdad que el espíritu de la trascendencia es constitutivo de la persona, que es imagen de Dios; y hay que partir del cultivo de ese espíritu de trascendencia. Pero no basta con mi ver a Dios Trinidad y verlo desde nosotros, sino que hay que dar el paso de vernos desde la Trinidad. Y precisamente en este paso está la clave de la vida del cristiano, y a este paso deben dirigirse nuestras atenciones que deben ser muy cuidadas y muy oradas. Superadas estas primeras dificultades y dado el paso, el camino es más sencillo; parece que el viento está a favor y que el Espíritu lleva. Conclusión Terminamos convencidos de que esta aportación es modesta para esta Semana Monástica, que no es más que un comienzo de ponencia que necesita un desarrollo ulterior; y nos conforta que al estar puesta al comienzo, otras intervenciones la completarán.

    60 LEGIDO, M. o. c. 307-308. 61 RAMOS DOMINGO, J., “Tipología Trinitaria en el arte español”. En Estudios Trinitarios 34 (2000) 487-513.

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    Nuestro objetivo no ha sido otro que presentar la gran riqueza que es la vida cristiana, la vida en Cristo, también en el tema de la ponencia que trata de ser testigos del Dios de Jesucristo. Con este motivo, hemos subrayado tres aspectos que consideramos básicos y fundamentales: - Que el cristiano, al ser en Cristo, es testigo del Dios de Jesucristo. El ser testigo no se añade al ser cristiano. También es verdad, y así ha quedado patente, que todo depende de cómo se entienda al ser cristiano; y nuestro planteamiento no se ha quedado en meros comportamientos y en actitudes. - Que la vida del cristiano en Cristo conlleva el testimonio del Dios de Jesucristo, y que satisface plenamente vivirse testigo del Dios de Jesucristo. En este caso, el testimonio es más que la irradiación del encuentro con Dios; es irradiación del ser en Cristo. - Que el cristiano en Cristo vive la relación filial con el Padre, el Reinado del Padre, el Amor misericordioso de Dios, la Presencia del Padre en la Pascua del Hijo y en la de los hijos, y vive la Vida Trinitaria. En la vida que uno vive, se es testigo. No lo olvidemos. Si me preguntan el porqué de este objetivo y la razón de este planteamiento, les diría, en primer lugar, que me acompaña muy dentro lo que hemos dicho al comienzo: “Solamente los ‘habitados’ por la experiencia religiosa serán capaces de transmitir y de comunicar el gusto por la realidad de Dios” y, en segundo lugar, que estoy cada vez más convencido de la mucha experiencia de Dios que hay en la vida consagrada contemplativa -de esto doy fe- y que se vive en lo secreto y en lo oculto. Pero esta situación choca frontalmente con lo que hoy se habla de “secularizar” la teología y que la petición se haga en razón de su supervivencia; choca con la “autosecularización” de quien busca la acomodación de la fe cristiana a la cultura secular dominante; y choca con lo que se llama “ateismo eclesial” que se daría en el caso de que el “funcionamiento” de los grupos, parroquias, comunidades sea lo preferente, olvidando el misterio fascinante de la realidad de Dios62. En este contexto nos movemos, siendo Testigos del Dios de Jesucristo. Saturnino Gamarra

    62 Cf DEL CURA ELENA, S. “A tiempo…” a. c.

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    TESTIGOS DEL DIOS DE JESUCRISTO

    Introducción I ¿TESTIGOS DE DIOS, HOY? VIABILIDAD DE LA PROPUESTA 1. Una primera sorpresa 2. Dios como problema que preocupa 3. Un agnosticismo dominante 4. Prospectivas del quehacer teológico 5. La experiencia de Dios 6. ¿Testigos de Dios, hoy? II TESTIGO EN CRISTO 1. Cristo revelador del Padre - El Amén del Padre - “La Palabra se hizo carne” - La revelación de la Palabra hecha carne - La centralidad de Cristo revelador 2. El cristiano es en Cristo - Conciencia de mi ser en Cristo - Su aceptación y experiencia 3. “Seréis mis testigos” - Cristo testigo - En Él, testigos III EL DIOS DE JESCRISTO Nota previa 1. Dios Padre - Lo es para Cristo - En nuestra vida filial en Cristo - ¿La imagen de Dios Padre, hoy? - Necesidad de purificación 2. El Reinado de Dios - Cristo y el Reinado de Dios - La experiencia del Reinado del Padre en nosotros - La imagen del Reino de Dios - Presencia de la purificación

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    3. Dios amor-misericordia - El amor en el Hijo - El amor en los hijos - La imagen de Dios amor-misericordia - ¿Qué purificación hay que vivir? 4. Dios en la Pascua del Hijo - La visión desde el Hijo - Desde los hijos - ¿La imagen de Dios en la Pascua? - ¿Y el proceso? 5. Dios Trinidad - En la vida de Jesús - ¿En la vida cristiana? - La imagen de Dios Trino - ¿Y el proceso? Conclusión