Testimonio Cronicas Gloria Fernandez farías La Serena

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Relato para la memoria colectiva. .

Era Octubre de 1973. Ante la represión desatada contra los que trabajábamos en la Reforma Agraria, o cambio de tenencia de la tierra, decidimos con una amiga argentina partir hacia el Perú. Desde los primeros días en Lima nos dedicamos a buscar trabajo en los organismos relacionados con nuestra experiencia en el tema agrario.Recorrimos muchos lugares. Casi en todos la única respuesta era que no había presupuesto ni espacio. Como estábamos en una pensión, pronto se nos terminó la plata. Mi amiga Aurora decidió volver a Argentina y yo seguir mi camino en busca de superación política. Pronto supe que existía un Comité de Universitarios, quienes junto a las Iglesias estaban atendiendo a los refugiados chilenos en Perú. Los universitarios ofrecían sus casas y luego el Comité nos ubicaba.A mí me correspondió el hogar de un sociólogo, llamado César,con quien nos hicimos bien amigos. Sus padres eran amables y hospitalarios, lo mejor era una gran biblioteca que tenían en el tercer piso, donde intercambiábamos opiniones políticas de lo que sucedía en nuestros países. Ningún rencor ni sentimiento discriminatorio se traslucía en esa convivencia; lo único extraño era el asombro del padre de César de que una mujer universitaria y trabajadora, se encontrara en esa difícil situación, y lo más paradojal era que se trataba de un ex militar. Pronto decidí asilarme en la Embajada de Cuba, ya que ningún resultado tuvieron mis gestiones para conseguir trabajo. Sin embargo, en medio de la tristeza por haber dejado a mis compañeros, a mi familia, a todo lo conocido y con los proyectos quebrados, tuve la alegría de encontrar nuevos amigos peruanos y de sentir su acogida y su cálida amistad. Estos encuentros se multiplicarían. Llegué a La Habana en Febrero de 1974. En los hoteles en que nos ubicaron los primeros días encontré no solamente a chilenos, sino también a brasileños y uruguayos. Almorzábamos en una Tasca, tortillas y fabadas, en mesitas que nos permitían conversar y relajarnos. Luego empezamos a trabajar: nos distribuyeron por especialidades en las que tuviéramos experiencia. A mí me tocó en un Plan de Producción llamado Valle del Perú, junto a Bernardita, también chilena. Allí empezamos a

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conocer en forma más cercana a los cubanos: recuerdo a Blanquita, a Monzote el director del Plan, al ingeniero Lage y también a un profesor, todos sumamente acogedores, era como si trabajáramos juntos mucho tiempo. En los Consejos de dirección era notable la vitalidad con que abordaban los problemas y el entusiasmo con que trabajaban, te contagiaban de su fuerza. El trabajo ideológico con los campesinos era difícil, ya que ellos estaban en una etapa muy distinta del proceso social y económico de la tierra,ya que sus pequeñas áreas de autoconsumo estaban programadas para formar parte de un nuevo proceso productivo en los planes estatales, y además se estaban construyendo sus nuevas viviendas en unos edificios en medio del campo, entonces algunos no querían dejar sus bohíos y llamaban “pajareras” a los departamentos. En fin, tratábamos de comprender las necesidades de los cubanos, en su contexto histórico. Con el tiempo fuimos conociendo a otros latinoamericanos, nos encontrábamos en los trabajos voluntarios recogiendo café, eran mexicanos que vivían hacía años en Cuba, o también nicaraguenses, muy trabajadores y organizados. Por ahí aparecían también los gringos en su Brigada internacionalista. Recuerdo a dos amigos cubanos, Braulio, un fotógrafo , quien me regaló dos enormes fotos del Che y de Fidel, y Sergio que hablaba mucho de Martí, pero que criticaba al gobierno, con mucha inmadurez. El no entendía para nada mi nuevo trabajo en una microbrigada de la construcción , en ese entonces el Partido nos tenía “proletarizándonos “y apoyando a los cubanos en hacer sus propias viviendas. Algún tiempo después, cuando ya trabajaba con otros juristas en el Ministerio de Justicia, conocí también a Roberto, profesor de historia, a Ana la bibliotecaria que escribía unos cuentos hermosos, a Martín del Junco, a Ada la secretaria de la Dirección jurídica, a varios más que no recuerdo ahora los nombres, pero sí recuerdo a Xenia Rodríguez. Ella entendió muy bien mis nostalgias, compartíamos en su casa de Marianao, con su padre y sus dos hijas, me gustaba mucho estar con ellos. Fue quien comprendió cuando en uno de esos líos que teníamos los chilenos por dejar el antiguo Partido y empezar en otro, me ví de repente sin vivienda en La Habana, entonces el Ministerio decidió que ocupara un departamento, pero al principio no tenía ningún mueble, porque me había salido de las reglas del Comité chileno y no podía en ese momento pedir nada al Icap, que era el Instituto cubano de Amistad con los pueblos.

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Ella entonces me prestó una cama de campaña, y con sus relatos de su marido en la guerilla del Che me ayudó a comprender mucho más. Nunca antes había escrito estos recuerdos, ahora que Fidel cumplió 80 años, va en este relato mi reflexión y homenaje. Al decidir hacer realidad la solidaridad entre los latinoamericanos, ha permitido que nos conozcamos, surgiendo entre nosotros la comprensión, el cariño, fortaleciendo así sentimientos que apenas son nombrados en nuestros aislados países. Al compartir proyectos, ideas, estudios, tácticas y estrategias, o discrepar de algunas, se disipan las diferencias y crece en cambio lo fraternal, acercando los caminos que trazamos para liberarnos.

Escrito en La Serena en Agosto del 2006. Gloria Fernández Farías.