TEXTOS NUEVOS 2011

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UN PAÍS DESCONCENTRADO Maruja Torres. Perdonen que no me levante. Varios amigos míos, padres de niños y niñas muy inteligentes, han sido sorprendidos por la noticia, proporcionada por las escuelas a las que acuden, de que sus hijos carecen de capacidad de concentración y son, además, hiperactivos. Los portadores de la noticia han añadido que es algo que ocurre con frecuencia. Me preocupa este tema, porque creo que es la consecuencia, que pagan los más jóvenes, de la sociedad que hemos creado uniendo nuestras respectivas desidias. La desidia es un hecho tan social como lo es la rebelión ante las injusticias o la estupidez. Pero para esta última se necesita una aportación imprescindible: la de la inteligencia de cada uno. La desidia se nutre de la abdicación. Que inventen otros, que enseñen otros, que se esfuercen otros. Tengo entre mis manos el último libro de Ana María Moix. La autora catalana se aleja, por una vez, de la narrativa de ficción, y lo hace para sentar acta del estado, del mal estado de las cosas. Es un libro contundente como una mueca de asco. Lo llama Manifiesto personal, y me complace señalar que es un texto beligerante e inconformista, de los que ahora necesitamos para realimentarnos con verdades, por amargas que resulten. Moix no deja sin señalar parcela alguna de cuantas han contribuido a que nos encontremos desvalidos, desnudos y perplejos frente al actual descalabro económico y moral. Entreverado de anécdotas recogidas a pie de calle, y escrito con una amenidad que se agradece, deliberadamente alejado del ensayo sesudo, pero sin perder jamás la agudeza del pensamiento, este Manifiesto dedica atención a todos los estamentos sociales y los problemas que les aquejan. Lo hace Moix con esa socarronería tan suya que puede provocarnos una sonrisa, pero que nunca nos descabalga de la indignación. Y motivos para indignarnos tenemos: con los políticos, con los financieros… y con nosotros mismos. Es en las páginas que dedica a los niños y a los jóvenes –a estos niños y jóvenes que “nos están saliendo”- de donde saco el nervios que pretende alimentar este artículo. Me pone frenética que se despachen esa hiperactividad y esa falta de concentración con que crecen nuestras criaturas –a las que se cría, pero no se

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UN PAÍS DESCONCENTRADO

Maruja Torres. Perdonen que no me levante.

Varios amigos míos, padres de niños y niñas muy inteligentes, han sido sorprendidos por la noticia, proporcionada por las escuelas a las que acuden, de que sus hijos carecen de capacidad de concentración y son, además, hiperactivos. Los portadores de la noticia han añadido que es algo que ocurre con frecuencia. Me preocupa este tema, porque creo que es la consecuencia, que pagan los más jóvenes, de la sociedad que hemos creado uniendo nuestras respectivas desidias. La desidia es un hecho tan social como lo es la rebelión ante las injusticias o la estupidez. Pero para esta última se necesita una aportación imprescindible: la de la inteligencia de cada uno. La desidia se nutre de la abdicación. Que inventen otros, que enseñen otros, que se esfuercen otros.

Tengo entre mis manos el último libro de Ana María Moix. La autora catalana se aleja, por una vez, de la narrativa de ficción, y lo hace para sentar acta del estado, del mal estado de las cosas. Es un libro contundente como una mueca de asco. Lo llama Manifiesto personal, y me complace señalar que es un texto beligerante e inconformista, de los que ahora necesitamos para realimentarnos con verdades, por amargas que resulten. Moix no deja sin señalar parcela alguna de cuantas han contribuido a que nos encontremos desvalidos, desnudos y perplejos frente al actual descalabro económico y moral. Entreverado de anécdotas recogidas a pie de calle, y escrito con una amenidad que se agradece, deliberadamente alejado del ensayo sesudo, pero sin perder jamás la agudeza del pensamiento, este Manifiesto dedica atención a todos los estamentos sociales y los problemas que les aquejan. Lo hace Moix con esa socarronería tan suya que puede provocarnos una sonrisa, pero que nunca nos descabalga de la indignación. Y motivos para indignarnos tenemos: con los políticos, con los financieros… y con nosotros mismos.

Es en las páginas que dedica a los niños y a los jóvenes –a estos niños y jóvenes que “nos están saliendo”- de donde saco el nervios que pretende alimentar este artículo. Me pone frenética que se despachen esa hiperactividad y esa falta de concentración con que crecen nuestras criaturas –a las que se cría, pero no se educa, denuncia Moix- como algo casi inevitable, tipo maldición bíblica que “ya pasará”. No es así. Esos críos se convertirán en adolescentes, y luego, en jóvenes a medio cocer: lo que la autora bautiza como “invertebrados”. Ya nos los encontramos. Desmotivados y con la mente vaporosa: son los que responden con monosílabos o mugidos bovinos a cualquier pregunta que requiera un mínimo esfuerzo neuronal.

Señala Ana María Moix, como causa principal de este retroceso educativos, la dejación que la mayoría de los padres han hecho al confiar a sus hijos, desde la más tierna edad, a la hipnosis de la pantalla del televisor. Esto viene de lejos. De hecho, esos “invertebrados” con los que nos encontramos ya han sido deformados por los mensajes de la televisión, la publicidad, el zapping, la inducción a sentir falsos deseos de inmediata y efímera satisfacción y, por encima de todo, la ausencia de inteligencia.

Ahí está el niño o la niña, con un mando a distancia en la mano, fijando su atención en historias cortas. ¿Quién sentará a leer un libro?¿Quién sentará a hacer lo propio a los adultos que le crían y cuyo narcisismo considera una pérdida de tiempo todo lo que no conduzca a una

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satisfacción inmediata?¿Dónde está el anuncio que culpabiliza al usuario por no haber leído a tiempo un buen libro? Qué va: lo que tenemos es una machacona campaña en la que todo el mundo pone a parir al infeliz que no se decidió por un auto de determinada marca. Imaginen lo hermoso que sería que, en ese anuncio, el protagonista despertara de su pesadilla y, en lugar de encontrarse al volante del coche de marras, se viera en la biblioteca de su casa, rodeado por sus amados volúmenes. Uf, soy un lector. Menos mal que mi analfabetismo funcional ha sido solo un mal sueño.

Éste es un libro amargo, cierto. Pero por una buena razón. Porque el final feliz tenemos que aportarlo entre todos. Aquí: en este país. En la realidad, en la vida.

El País Semanal. 2 de Octubre de 2.011.

EL FIN DE LA REVOLUCIÓN

Javier Cercas. Palos de ciego

Una de las consecuencias positivas de esta crisis económica es que muchos ignorantes nos hemos puesto a leer economía (la más positiva son desde luego los chistes: un amigo tiene una prima loquita a la que adora y a la que llama “mi prima de riesgo”). ¿Quién nos iba a decir que algún día abriríamos el periódico por las páginas de economía y leeríamos a Krugman y Stiglitz como leemos a Vargas Llosa o Enzensberger, y que Keynes acabaría convirtiéndose en lectura de verano? Por supuesto, la ignorancia no se cura en tres años, así que seguimos siendo más o menos igual de ignorantes que cuando empezó la crisis. De todos modos, algunas cosas sí hemos aprendido; por ejemplo. Que la economía está casi tan cerca de las ciencias ocultas –incluida la psicología- como de las ciencias exactas; o también: que, como casi todas las disciplinas intelectuales, ésta es extraordinariamente compleja y a la vez extraordinariamente simple, de forma que cualquiera con un mínimo de ganas y sentido común debería ser capaz de entender lo esencial. Y una última cosa: aunque no haya salido de mi ignorancia, a mí este periódico me paga por decir lo que pienso, así que paso a cumplir con mi obligación.

Y lo que pienso: después de seguir con tanta perplejidad como cualquiera la reforma de la Constitución –referida a la estabilidad presupuestaria y la limitación del déficit público-, es que quizá estamos confundiendo lo esencia con lo accesorio. “Si la casa está en llamas”, ha escrito Agustín Díaz Robledo en este diario, “no se le puede exigir a los bomberos que consigan un mandamiento judicial para entrar”. Puede que sea verdad. Puede que la única forma de evitar la catástrofe del rescate y calmar a unos mercados que en agosto estuvieron a punto de llevársenos por delante, y en otoño intentarán rematar la faena, sea solemnizar, constitucionalizándola, la promesa de que vamos a pagar nuestras deudas. Pero mi impresión es que, entre tanto humo y tanto ruido, corremos el riesgo de olvidar que el cambio en la constitución no es el centro del problema. El centro del problema es quién incendió la csa. Y que algunos de los que permitieron el incendio son los actuales bomberos. Y que los pirómanos siguen sueltos. Una noticia pasó bastante inadvertida a finales de agosto, justo mientras se anunciaba la reforma constitucional. Resulta que la agencia de calificación Standard & Poor’s dio la máxima nota (AAA) a un bono hipotecario llamado Springleaf

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Morgage Loan Trust 2011-1, respaldado por un 59% de hipotecas concedidas a clientes de dudosa solvencia; es decir: tres años después del estallido de la crisis, S&P avalaba exactamente el mismo tipo de operación financiera que provocó la crisis, inundando el mercado de hipotecas basura. Y nadie lo ha impedido. Y, lo que es peor, nadie parece dispuesto a impedirlo. A principios de julio, cuando las agencias de calificación hicieron otra de sus gamberradas –rebajar a bono basura y sin justificación la deuda soberana de Portugal-, el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, amenazó con crear una agencia de calificación europea para romper el monopolio salvaje de las tres norteamericanas; el Parlamento Europeo le apoyó, y Merkel, y no sé quién más. Todos estaban muy enfadados. ¿Han vuelto a oír hablar del asunto? Yo sí: el 6 de septiembre Durão Barroso afirmó que no hay planes de crear una agencia europea de calificación. ¿Se le pasó el enfado?¿Recibió de las agencias norteamericanas una oferta Corleone, de esas que no se pueden rechazar? No lo sé; lo que sí sé es que ése es el auténtico problema, y no una reforma de la Constitución que, aunque sea una chapuza y se haya aprobado con métodos dignos de Cantinflas, en el fondo es más simbólica que sustancial (y además su sustancia, como todo en la Constitución, de penderá de quién y cómo la interprete): el auténtico problema es que esta crisis la provocó un sistema financiero sin control apoyado a muerte por las agencias de calificación y que, cuando hace tres años lo salvamos del desastre con nuestro dinero, lo hicimos a condición de que se le impusieran unas reglas, para que la crisis no volviera repetirse. Tres años después, nadie ha puesto reglas, la crisis sigue aquí y los pirómanos también. Ése es quizá, insisto, el auténtico problema.

Y, si lo es, la única solución son las reglas. A finales de de los setenta y principios de los ochenta, cuando Tatcher y Reagan llegaron a poder, arrancó en todo el mundo una revolución conservadora cuya primera premisa económica afirmaba que un mercado sin reglas era un seguro de prosperidad para todos; ahora hemos visto que eso es una fantasía. Necesitamos recuperar las reglas. Necesitamos volver a Keynes. Los sabios, incluidos Krugman y Stiglitz, no se cansan de decirlo. Y si vuelven las reglas acabará la revolución y, quizá, volverá la paz. Y entonces los chistes pasarán a ser la segunda consecuencia más positiva de esta crisis.

El País Semanal. 2 de octubre de 2011

NOVENTA Y NUEVE PATADAS Y MEDIA

Javier Marías. La zona fantasma.

Hace siete años y medio publiqué aquí una columna titulada “Noventa y ocho patadas”. Estaba escrita dos semanas antes de su aparición, como todas, pero salió exactamente le 14 de marzo de 2004, es decir, el día de las elecciones y tres después del mayor atentado terrorista de la historia europea, que nadie había podido prever. En aquel artículo mostraba mi incomprensión hacia quienes se abstienen o votan en blanco, sobre todo hacia estos últimos, ya que, si se toman la molestia de llegarse hasta las urnas, eso indica que la política no les es indiferente. El problema del voto en blanco es que, por mucho que se intente presentar como un rechazo a cuantos partidos concurren o incluso al sistema mismo, se trata por fuerza de una protesta muda que no computa. Computan sólo los votos “positivos”, y serán éstos los que determinen

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quiénes van a gobernarnos, por escasa que sea la participación. Es así y no hay vuelta de hoja, no al menos mientras no se enmiende la delirante ley Electoral que sufrimos y que ninguno de los grandes partidos ha tenido el menor interés en modificar y por tanto no lleva trazas de ir a cambiarse jamás. Es lo que hay.

En aquella vieja columna –no era ni imaginable que Zapatero fuera a ganar, qué lejos queda aquello-, aludía la dicho de nuestra lengua “Me da cien patadas”, con el que expresamos nuestra profunda aversión o antipatía hacia algo o alguien, y reconocía que no había ninguna formación política que no me diera noventa y ocho como mínimo, lo cual era muy grave para quien siempre se ha interesado por la cosa pública y además vivió el suficiente franquismo para anhelar la existencia de la democracia, del derecho a voto y de las elecciones. Supongo que es por esa razón por la que nunca me he abstenido ni he votado en blanco, pese a haber estado tentado de hacerlo ya varias veces. Siempre se me impuso, al final, un particular sentido del deber, así como el reconocimiento íntimo de que, por mucho que me reventaran todos los partidos y candidatos, había alguno que me daba ciento veinte patadas y algún otro que me daba “solo” noventa y ocho. Muchas son, en todo caso. Admito, así pues, que llevo unas cuantas elecciones –qué remedio- votando más contra quienes me horripilan que a favor de quienes “solamente” me resultan desagradables, incompetentes e imbéciles. Me temo que estoy lejos de ser el único en semejante situación.

Pero estos políticos nos lo ponen cada vez más difícil, y ya tiene mérito. Los últimos años de gobierno del PSOE (deberían impedirse las segundas legislaturas en nuestro país, porque todos nuestros Presidentes enloquecen en ellas sin falta) han sido tan torpes y desastrosos, y tan antipáticos, y tan ridículos, que ese partido me alcanzó las cien patadas y aun me las sobre pasó. Los que se dicen a su izquierda sólo han crecido en simpleza y ceguera. Los nacionalistas jamás crecen ni decrecen: son iguales a sí mismos, monolíticos, reiterativos, llevan toda una vida encerrados con un solo juguete. En cuanto a los de la derecha, en nada se distinguen de aquel gobernante llamado Aznar que a una gran parte de la población acabó dándole no cien, sino mil patadas. Así que preveía yo que en esta ocasión –estamos a mes y medio de las elecciones- podía ser de los que se quedaran en casa o depositaran una papeleta impoluta en la urna, en contra de mis convicciones. Nada bueno espero del PSOE ni del PP, menos aún tras su indecente acuerdo para reformar la Constitución, del que hablé hace dos domingos.

Ha aparecido, sin embargo, un candidato que me parece inteligente, oh milagro. Su partido lo considero completamente idiotizado desde hace tiempo, pero a él lo veo inteligente, a años luz de todos los demás. Y tampoco creo estar solo en esa apreciación, dado que es siempre el político mejor valorado en los sondeos –o el menos denostado, si se prefiera-. Sin duda es artero ocasionalmente demagógico, pero nadie que se dedique a su profesión está a salvo de eso, y quizá no deba estarlo, más le vale. Lo cierto es que Rubalcaba argumenta y razona y explica, lo cual se diría lo mínimo que ha de exigírsele a un candidato y sin embargo es casi insólito en España. No chilla, no se desgañita, no suelta una tras otra frases hueras y altisonantes. No da la impresión de tener la cabeza vacía, como les sucede a Rajoy y a Cayo Lara, o llena sólo por una idea fija hipertrofiada, como les ocurre a Urdullu, Mas, Rosa Díez y otros cuantos. Da la sensación de ser un hombre flexible y hábil, con capacidad de maniobra y de diálogo y poco proclive a las ocurrencias “ornamentales” que han jalonado los dos mandatos de Zapatero (y es de agradecer que se abstenga de la cantinela pedestre del “todos

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y todas” a la que están abonados casi todos –y todas- los de su partido). Tampoco parece alguien falto de escrúpulos, y eso es fundamental. Su gran inconveniente es que ha formado parte de los últimos Gobiernos. Es mala cosa, no lo voy a negar. Pero, qué quieren, visto el panorama: Rajoy formó parte de todos los Gobiernos de Aznar, lo cual no es ya mala, sino pésima cosa. Si el principal argumento contra Rubalcaba es que es “el pasado”, habría que decir que, por desgracia, Rajoy es “el pasado remoto”, aquel que nos llevó a la Guerra de Irak con falacias y nos mintió –sin escrúpulos, precisamente- sobre la autoría de los atentados de 11-M, sucedidos tres días antes de que yo publicara aquí aquel artículo desesperado. Este de hoy lo es todavía más, no se crean, de ahí su título.

El País Semanal. 2 de octubre de 2011

GUERRERAS DE LA LIBERTAD Y ‘MISSES’ ÑOÑAS

Rosa Montero. Maneras de vivir.

Pocas cosas me parecen tan irritantes como los concursos de misses. Tan bobamente machistas, tan antiguos, tan cursis, tan cutres por debajo del recargado oropel y la purpurina. Son la apoteosis de la falsedad, empezando por los diamantes de culo de vaso que adornan las coronas y terminando por los supuestos valores que encarnan las muchachas: ya sabe, esa tontuna de hacerles repetir en el escenario “lo que yo más deseo es la paz en el mundo”, mientras sacan caderita y pestañean muy lánguidas. Por no mencionar que estas supuestas bellezas naturales están cada día más recauchutadas, con las narices remodeladas, los pechos inflados con prótesis de silicona, los glúteos apuntalados quirúrgicamente y las carnecillas pespunteadas por todas partes.

Pero la realidad, claro, es relativa, y basta con cambiar de perspectiva para verlo todo muy diferente. Hace un par de semanas se celebró en Brasil la final de Miss Universo. Ganó una angoleña y en segundo lugar quedó una ucraniana; y, mientras contemplaba la foto de ambas en el momento del premio, con los pelos tiesos de laca y las sonrisas exageradas y teatrales, me acordé de otra chica de Ucrania que también fue miss o quiso serlo. Se llamaba Katya Koren, tenía 19 años, era musulmana y participó en un concurso de belleza en la región de Crimea. Quedó la séptima. Poco después su cadáver apareció chamuscado en un bosque: un grupo de chicos musulmanes la habían lapidado y quemado por entrar en un certamen de este tipo. Detuvieron a tres jóvenes; uno de ellos, de 16 años, se mostró orgulloso de haber aplicado la sharía a una pecadora semejante. Hay una foto de katya dando vueltas por Internet, una instantánea de mala calidad; era una chica preciosa, de rostro redondo y muy simpático. Todo esto sucedió a finales mayo, hace apenas cuatro meses.

De modo que Katya fue una mártir del progreso, del feminismo y de la libertad por el mero hecho de querer ser miss. Y no es sólo su caso: en la última década, los concursos de belleza se han convertido en una punta de lanza de la lucha por la modernización en las sociedades más fanatizadas del islam. Recordarán que en el año 2002 se iba a celebrar la final de Miss Mundo en Nigeria, pero los disturbios de protesta organizados por los integristas musulmanes fueron tales (hubo un centenar de muertos) que tuvieron que trasladar la gala a Londres. Más aún: la

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pobre Isioma Daniel, una periodista especializada en moda del periódico nigeriano This Day, que había escrito sobre el certamen de Miss Mundo, fue condenada a muerte por una fatwa y tuvo que abandonar a toda prisa su país (ignoro si aún continua en el exilio). En fin, hoy vemos a esas misses de sonrisa blanqueadas y trajes horribles y nos parece todo un montaje banal y ridículo, pero lo cierto es que hasta conseguir llegar a esa ridiculez ha habido siblos de luchas sociales. Que esas chicas estén hoy en un escenario en bañador ha costado mucho sufrimiento y mucha sangre. Es extraordinario lo despacio que avanza el mundo y lo fácil que es perder en un momento los pequeños avances conseguidos por generaciones de héroes.

Todo es relativo, en efecto, y los paladines del progreso pueden ser personas que realicen actividades en apariencia idiotas. Por ejemplo, hay jóvenes turcos que re reúnen para hacer botellón en las calles, y al parecer son los más activos socialmente, los más concienciados, unos militantes de la modernidad que quizá incluso sean abstemios, pero que utilizan el botellón como arma política. Y hace unas semanas vi en El Mundo un perfil de la actriz y directora afgana Saba Sahar, que desde el año 2002 produce y protagoniza en su país unas probablemente espantosas películas de kung-fu en las que la heroína, ella, se dedica a repartir golpes de karate a todo quisque. Basta con ver la foto de Saba vestida de guerrera en uno de sus filmes, con unos 120 kilos de maquillaje sobre el rostro, para imaginar el tono de la cosa; pero en sus películas, ambientadas en todas ellas en Afganistán y muy populares en su país, las mujeres conducen motos, son policías y se remangan el burka para dar patadas a los violadores. Serán cinematográficamente horribles, seguro, pero también son efectivas, liberadoras, didácticas y subversivas. La vida es así de rara y se va escribiendo con renglones torcidos.

El País Semanal. 2 de octubre de 2011

NO ME QUIERAS TANTO

Elvira Lindo. Don de gentes.

De un tiempo a esta parte quedo con personas que, en realidad, no tienen un gran interés en charlar conmigo. Esto podría minar mi autoestima pero una suerte de optimismo insensato me lleva a pensar que amar y no hacer ni puto caso pueden ser compatibles. Yo sé que esas personas que no muestran mucho interés en hablar conmigo me quieren. Si no fuera así, entendámonos, no quedaría con ellas. Esas personas me escriben mensajes rebosantes de cariño: por e-mail, por sms, por Whatsapp, por Facebook, por activa y por pasiva. Y en esos mensajes hay frases tan apasionadas que parecen extraídas de un bolero. Son frases que antes en España no se decían pero que, ahora, gracias a la revitalización del género epistolar propiciado por las nuevas tecnologías, están en auge. Esas personas me dicen que me adoran.

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Que me adoran y que cuentan los días para verme. Que cuentan los días y que me quieren. Que me quieren y que nos va a faltar tiempo en una cena para contarme todo lo que me tienen que contar. Que nos va a faltar tiempo y que están deseando conocer mi opinión. Que desean conocer mi opinión y que nadie como yo para compartir este y otro secreto. ¿Y por qué? Porque soy adorable. Eso me dicen. El mundo de la tecnología ha bolerizado el género epistolar. Ha generalizado el lenguaje de las postales románticas y ahora lo que toca es escribirse con palabras de novios antiguos de los años cuarenta. Y, aunque yo soy de esa generación en la que si tus padres te decían "te quiero" es porque o se iban a morir ellos o te ibas a morir tú, tengo el corazón débil y, cuando una persona me pide una cita con palabras tan melosas, soy incapaz de no creerme un poco la pasión que sienten hacia mí. Esas personas son las que te reciben con los brazos abiertos en un restaurante, te dan un beso apretado y unen sus pechos sin pudor contra tus pechos, por no hablar de otras partes que también entran en contacto, en estos abrazos actuales; sean hombres o mujeres los que intervengan en ellos. Esas personas son las que acto seguido de desdoblar la servilleta y ponerla sobre sus piernas, sacan el móvil del bolso o de la chaqueta y lo colocan al lado del plato. Esas personas de las que hablo, las mismas que me adoran por escrito, suelen tener un iPhone o una Blackberry, a través de los cuales me escriben a mí esos deliciosos mensajes. El problema es que mientras están conmigo no renuncian a comunicarse con terceras personas. Con un ojo me miran a mí, que estoy situada a la izquierda, por ejemplo, y por el rabillo del otro, miran a su querido aparatito. Suena una campanilla. Les ha entrado un mensaje. Lo leen tan rápido que casi no lo noto. Entonces, sonríen. Sonríen como si alguien les hubiera contado un secreto, o algo picante, o como si les acabara de llegar una información crucial. Pero, desde luego, no sonríen por la conversación que tiene lugar en la mesa. Esas personas, las mismas que, con desesperación, anhelaban verte, te dicen, perdona, perdona un momentito, y se ponen a teclear un mensajito con un solo dedo. Qué dedo más rápido tienen esas personas. Es un dedo entrenado para escribir como si a uno le hubieran amputado la mano izquierda. Una vez terminado el mensaje la conversación continúa. Continúa hasta que vuelve a sonar de nuevo la campanilla: el amante, el amigo, el jefe, el cómplice, el plasta, ha contestado. Nueva sonrisa de esas personas que nos quieren tanto. Y como poco a poco van perdiendo la vergüenza, toman el iPhone o la Blackberry con las dos manos y teclean entonces con los dos pulgares. Qué maravilla de pulgares. Parece que han ido a una academia de mecanografía con pulgares para iPhones. Viene el camarero a tomar nota de la comanda y como las personas que tanto me quieren están ya apoyadas en el plato escribiendo a velocidad de vértigo mensajes tan apasionados, imagino, como los que me pusieron a mí, soy yo la que encarga el vino, el picoteo del principio y, si se me ha informado antes, el plato elegido por las personas que tanto deseaban este encuentro. No siempre una se siente ignorada, en lo absoluto. Hay ocasiones en las que los dueños de la Blackberry o el iPhone te hacen partícipe de los mensajes recibidos, y tú puedes aportar algo en las contestaciones. A veces se trata de los amantes y entonces ya vives con excitación delegada. Ha habido ocasiones en las que las personas que me quieren se intercambian fotos con dichos amantes. No fotos a lo Scarlett Johansson, porque no son horas. Imagino que ese tipo de instantáneas de corte más íntimo las dejan para cuando están encerrados en el cuarto de baño de su hogar, mientras sus maridos o sus mujeres están acostando a los niños. El móvil ha supuesto una revolución en el universo de la infidelidad. Quiero decir con esto que no soy uno de esos espíritus rancios que discuten las ventajas que para muchos ciudadan@s ha supuesto la irrupción de la nueva telefonía. Solamente quisiera

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expresar el desconcierto que me produce el que personas que tanto me adoran y desean compartir una hora y media de mesa y mantel conmigo no sean capaces de olvidarse del puto móvil durante un tiempo ridículo de sus hiperconectadas vidas. Que lo comprendo todo, sí, ¡que yo también tengo iPhone!, pero que lo dejo metido en el bolso. Joé.

El País.com. 2 de octubre de 2011

CINE, CINE, CINE

Maruja Torres. Perdonen que no me levante.

Sin nostalgia y con una vitalidad tremenda en el montaje, y en la concepción de la obra desde l principio, nos está llegando, a través de La 2 –de lunes a viernes, a las ocho y media de la tarde/noche-, una serie que tiene el don de alegrarnos el cuerpo a las persona que amamos el cine: Una historia de Zinemaldia. Que no es sino la historia del Festival de cine de San Sebastián, desde que empezó en 1956 hasta nuestros días.

Creada y dirigida por Diego Galán –cuyo libro sobre el mismo tema, Jack Lemmon nunca cenó aquí, estaba pidiendo a gritos imágenes; pero esta serie da más-, Una historia… evidencia el sello inconfundible de su autor, a quien ustedes conocen no sólo por lo que escribe –siempre con tino-, sino mucho más –supongo, porque así es la tele- por sus apariciones en canales diversos, la TCM últimamente, pero llenaría el suplemento si les anotara todas las colaboraciones que ha realizado este hombre desde que –cuando yo le conocí, con el Paco aún muy vivo- se trajinaba, a medias con Fernando Lara, la sección de cine de Triunfo (quepa aquçi un recuerdo para la fina inteligencia de Haro Tecglen: ambos se querían mucho).

A pesar de mi disfrute con las recomendaciones de Diego en pantalla, y con su defensa del cine español en las páginas culturales de este mismo diario, siempre he echado en falta al hombre que nos aportó aquellas deliciosas e instructivas series: Memorias del cine español y Querido cómicos. Diego posee algo que pocos autores de documentales tienen, sobre todo cuando se enfrentan a un material tan ingente. Ese algo se llama garbo narrativo. No crean que es un don fácil de encontrar.

Según el diccionario de la RAE (DRAE), las cualidades contenidas en la palabra “garbo” son, en primer lugar, “gallardía, gentileza, buen aire y disposición de cuerpo”. Aplicadas a una narración –sea literaria o en imágenes-, estas cualidades (bastante en desuso: han sido sustituidas por la brocha gorda) hacen que siempre te diviertas con la obra sin tener que avergonzarte por ello. Sigue el DRAE: “Gracia y perfección que se da a las cosas”. Esta frase sintetiza lo que podríamos llamar el toque Galán. Su trabajo es redondo, brillante, y carece de pedantería. Para terminar, dice el diccionario: “Bizarría, desinterés y generosidad”. Eso es lo que caracteriza las entregas de Diego: la gentileza con que nos ofrece sus conocimientos, su memoria, sus juicios, su humor.

Si tanto la palabra garbo como los términos que la explican pueden parecer hoy día un tanto anticuados, ello no es porque hayan perdido su valor, sino porque, por desgracia, la esencia y la belleza de las cosas –entre ellas, el cina- han sido encubiertas y falseadas por una espesa

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capa de cinismo y de oportunismo, de chanza fácil y de cotilleo infecto, cuando no de vaciead pomposa que sólo oculta más vacío. Pero admirando esta serie, viendo y escuchando a personas que hicieron grande nuestra cinematografía en tiempos más difíciles que estos –nunca lo olvidéis-, recuperando a gente como Juan Luis Borau o Basilio Martín Patino o Elías Querejeta o Manuel Gutiérrez Aragón –entre tantísimos como poblaron las noches y los días de los festivales de Donostia-, se ve claramente que fuimos afortunados quienes tuvimos las dicha de conocerles, de compartir sus hallazgos y de gozar de su sentido del humor y generosidad. Productores, directores, intérpretes, directores de fotografía, músicos… por nombrar sólo a los que más se ven… Generaciones de cineastas que también garbeaban por los circuitos del Festival, que con los años se fueron haciendo más ricos e insustituibles a nivel popular.

Que el recuerdo de esta Festival –en el que tanto disfruté, tanto aprendí, tanto recibí en mis años de reportera- nos llegue ahora, y además, en la televisión pública, es una de esas escasas oportunidades para el deleite que nos depara la pequeña pantalla. Una joya.

Personalmente, disfruto además reconociendo los rincones –la cancha de frontón en el casco antiguo, el bar del María Cristina-, los salones, la alfombra, en donde durante tantas ediciones hice de todo y me ocurrió de todo, cruzándome siempre con mi querido amigo el periodista gallego Albino Mallo, ahora retirado y convertido en amiguito Facebook.

En fin, una gran serie sobre un festival estupendo. ¡Y este año viene Glenn Close!.

El País Semanal. 11 de septiembre de 2011

DOS BANDOS

Ray Loriga. Con guantes.

Recientemente recibí la llamada de una prestigiosa revista alemana que me proponía escribir un texto acerca de los enfrentamientos entre los jóvenes cristianos y los jóvenes indignados durante la visita del Papa a Madrid. Bueno, no era exactamente eso; se trataba, según la editora que amablemente me contactó, de partir de ese asunto para tratar de explicar a los lectores alemanes el alcance del Movimiento 15-M y la división en dos actitudes, en apariencia antagónicas, de la juventud española. Me disculpé lo mejor que supe para no tener que cumplir con dicho encargo, aludiendo a la falta de tiempo y ami previa implicación otros compromisos, lo cual era cierto a medias. La verdad, y no me quedó otro remedio que reconocerlo a solas y una vez colgado el teléfono, es que no tenía absolutamente nada que opinar ni que decir al respecto. Y no por falta de interés, pues como cualquier hijo de vecino he seguido las noticias de estas concentraciones de indignados y también desde mi exilio veraniego las notas publicadas en la prensa nacional y extranjera sobre la visita de Su Santidad y la masiva concentración de jóvenes cristianos, así como las distintas reacciones por parte de otros colegas columnistas ante uno y otro asunto. Pero el haber atendido puntualmente al desarrollo de ambos acontecimientos no me ha permitido, y reconozco aquí mi torpeza, sacar nada en claro, no establecer los parámetros mínimos para enmarcar nada parecido siquiera a

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una opinión con la cual presentarme ante los lectores, sean estos alemanes, españoles o lituanos. Lo cual me ha servido en cambio para aclararme a mí mismo un par de cosas.

La primera es que no tengo ningún contacto con eso que se da en llamar el sentir de la calle, y menos aún con aquello otro para lo que los amables redactores alemanes me requerían, algo que podríamos denominar el sentir de la juventud española. Me consta que alguien, muchos, están indignados, pues así lo manifiestan, y que otros tantos encuentran en Dios motivos para la esperanza y el consuelo, pues así nos lo hicieron saber con su entusiasmo frente a Benedicto XVI, pero no encuentro en la confluencia de ambos sectores juveniles ni el tejido de una paradoja, ni los mimbres de un enfrentamiento. Más bien podría hablarse de cierta disparidad evidente y me atrevería a decir que saludable entre ciudadanos por lo demás igualados en derechos y obligaciones, e igualmente sensibles a motor de sus decepciones y aspiraciones.

Sí que me ha sorprendido, aunque no debería, pues es algo habitual, el distinto tratamiento que se ha otorgado a estos supuestos dos bandos de jóvenes según el medio al que uno se acercara. Una vez más las dos Españas. Si en unas cabeceras los laicos indignados aparecen adornados siempre con un aroma heroico y nostálgicamente revolucionario, en las cabeceras opuestas se les pinta de vándalos, vagos y radicales, o como mucho y tirando de paternalismo de inanes. Lo mismo sucede con el tropel de cristianos, pero a la inversa; en los medios progres no representan otra cosa que la continuación de la charada vaticana, y poco o ningún respeto se muestra hacia sus creencias más profundas, mientras que en la otra orilla representan lo mejor de una juventud no abducida por los virus del consumismo, el sexo o las drogas.

Sin haber pasado por la Puerta del Sol, ni siquiera de visita, desde que empezaron las lícitas e indignadas concentraciones, ni haber participado en la también lícita demostración de fervor religioso, presumo, así desde lejos, que algo más o algo menos debe de haber en todo este asunto y me fatigo al observar cómo en este país siempre y todo se divide en dos nada más nacer, y cómo una y otra vez nos condenamos a partir a cada niños en dos con una espada para descubrir a la madre verdadera. Y me pregunto si algún día se podrá asistir a una noticia, la que sea, sin que nos recen un cura de pueblo y un marxista de pega, simultáneamente, dos salmos diferentes, pero sospechosamente parecidos en su trivialidad, uno en cada oreja.

Bien es cierto que tenemos una oreja a la izquierda y otra a la derecha, pero no lo esmenos que ese cerebro que tan a menudo se desprecia está justo en medio.

El País Semanal. 11 de septiembre de 2011

HASTA QUE SE AGOTEN LAS LÁGRIMAS

Javier Marías. La zona fantasma.

La reciente visión de la serie televisiva Carlos, de Olivier Assayas, sobre el terrorista que se apodó con ese nombre y cometió numerosos atentados y crímenes entre los años setenta y su tardía detención en 1994, me ha provocado tal sensación de extrañeza o “ajenidad” que, una de dos: o mi memoria flaquea, y he olvidado cómo era el mundo en mi juventud, o la velocidad con que cada presente actual desplaza al inmediatamente anterior se ha hecho tan vertiginosa

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que todo, hasta lo más cercano, se convierte al instante no ya en antiguo, sino en remoto. Seguramente es una mezcla de las dos cosas. Lo cierto es que en diciembre de 1975 yo tenía veinticuatro años, no era ningún niño. En esa fecha, el terrorista Carlos dio uno de sus golpes más audaces, y, visto en la película de Assayas (bien documentada al parecer), su ejecución o escenificación resulta completamente inverosímil desde el punto de vista de hoy, en efecto “ajena” a nuestro mundo: Carlos, disfrazado de guerrillero (con una boina a lo Che Guevara, para dar más pistas), se dirige, junto con cinco compinches muy malcarados y también sospechosamente ataviados, al edificio vienés en que se está celebrando una cumbre de la OPEP, Organización de Países Exportadores de Petróleo. Entran, le preguntan a una recepcionista si aún están reunidos los miembros de la conferencia, la mujer les responde que sí, que están “arriba”; sin más ni más, el ominoso grupo sube las escaleras portando varias bolsas de las que sacan armas granadas, en un pasillo, con toda tranquilidad. A continuación irrumpen en la sala, se cargan a algún escolta –o similar-, secuestran a los delegados de la OPEP, se hacen fuertes allí y empiezan con sus exigencias. Sólo más tarde hay un tiroteo entre ellos y las fuerzas del orden, que tratan de entrar por las bravas y sin mucha preocupación por la suerte de los rehenes.

En una época hipervigilada e hipercontrolada como la actual, la escena parece marciana. Y no es que aquel fuera el primer golpe de aquellos años: ya había frecuentes secuestros de aviones y barcos, y se había producido la matanza de los atletas israelíes en Múnich, en 1972. Es de suponer –la verdad es que aquí mi memoria falla, o ha borrado, o me engaña- que el mundo no estaba dispuesto a ceder a los terroristas más espacio del que ocupaban, ni a brindarles el triunfo de vivir en permanente estado de pavor. Quizá prefería correr riesgos antes que renunciar enteramente a su espontaneidad y a su libertad, o, por así decir, a la normalidad.

Esto cambió radicalmente hace hoy diez años, con los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Hemos aceptado y nos hemos acostumbrado convivir con el miedo, a llevarlo incorporado cada vez que viajamos, no sólo en avión, sino en tren –desde los atentados madrileños de 2004-, autobús o metro –desde los londinenses posteriores-; es decir, en todo momento. Nuestra seguridad es y será siempre relativa, pues es muy difícil para a quien está resuelto a matar y no le importa perder la vida en su acción. Nuestro miedo, en cambio, es absoluto. Nuestra libertad y nuestra privacidad, infinitamente menores.

Diez años es poco y mucho. Nadie olvidará lo sucedido en Nueva York y Washington en 2001, ni lo acaecido en Madrid y Londres algún tiempo después. Pero nadie puede pensar en ello continuamente, eso tampoco. Except, quizá, los familiares y allegados de los muertos, marcados para siempre, asimismo “muertos” por su desgracia. ¿Continuamente? No sé. Sí en un día como hoy, desde luego, cuando se conmemora oficialmente a las víctimas, y “oficialmente” quiere decir con artificialidad y no excesiva sinceridad, como quien cumple con un deber de calendario. En 1658, el médico inglés Sir Thomas Browne, a quien traduje al español, escribió lo siguiente (y sé que he citado estas frases muchas veces, pero es que acuden a mi mente a menudo): “Apenas recordamos nuestras dichas, y los golpes más agudos de la pena nos dejan tan sólo punzadas efímeras. El sentido no tolera las extremidades, y los pesares nos destruyen o se destruyen. Llorar hasta volverse piedra es fábula: las aflicciones producen callosidades, las desgracias son resbaladizas, o caen como la nieve sobre nosotros; lo cual, sin embargo, no es un infeliz entumecimiento. Ignorar los males venideros, y olvidar los

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males pasados, es una misericordiosa disposición de la naturaleza, por la cual digerimos la mixtura de nuestros escasos y malvados días; y, al no recaer nuestros liberados sentidos en hirientes remembranzas, nuestras penas no se mantienen en carne viva por el filo de las repeticiones”.

En los más de tres siglos y medio transcurridos desde estas palabras, no creo que su verdad haya cambiado, pero nos afanamos por desmentirla. Artificialmente y con no mucha sinceridad, como una obligación, o la expiación de una culpa. Las víctimas de cualquier atentado merecen nuestra compasión y merecen ser recordadas, mientras las recordemos efectivamente y de veras, sin forzarnos a ello. Pero es cierto que toda pena se aleja, que hasta las más terribles tragedias se hacen remotas y “no se mantiene en carne viva”. Cada vez, sin embargo, somos menos capaces de aceptar la “misericordiosa disposición”; de pensar y decirnos: “Tuvieron mala suerte, como tantos otros desde la noche de los tiempos, de la que nada sabemos. Sí, fueron asesinados cruel y cobardemente, como tantos otros a lo largo de la historia, que jamás se detiene ni espera, y se suplanta a sí misma sin pausa. Llorémoslos, sí, hasta que se agoten las lágrimas, o nuestras vida. Pero ya no después”.

El País Semanal. 11 de septiembre de 2011

EL JARDÍN DEL AVENTURERO

Almudena Grandes. Escalera interior

Cuando terminó de hacer la maleta, a Manuel todavía le quedaba una tarea pendiente. La abuela estaba en la cocina, el abuelo estrenando la Liga ante el televisor con una cerveza y una bolsa de patatas fritas. Al escuchar que iba a dar una vuelta, los dos le pidieron que no fuera muy lejos. Cada día anochece un poco antes, apuntó ella, tus padres no tardarán ya, remató él. El chico contestó a todo que sí y rodeó el jardín por el camino más largo, como si necesitara intimidad para despedirse de las esterlicias.

Recordaba muy bien el día que llegaron a la casa. Su padrino, el más misterioso y aventurero de los hermanos de su padre, el único al que nunca había visto con traje y corbata, había alquilado un camión para traerlas. Manolo se ha vuelto loco… Aquel susurro, que viajó de boca en boca hasta alcanzar a todos los adultos que tomaban el fresco en el porche de atrás, le llamó la atención lo suficiente como para acercarse a un hombre que contaba, entre sus muchas cualidades, con la virtud de contestar a sus preguntas. ¿Qué es eso? Son flores, Manuel, y le cogió en brazos para que las viera bien, o mejor dicho, plantas que al crecer darán unas flores muy grandes y muy bonitas, con unos pétalos naranjas, alargados, que parecen plumas de pájaro. Por eso las llaman aves del paraíso… Lo único que él vio fue un montón de bolsas de plástico negro de las que emergían unas hojitas verdes muy sosas, pero como estaba aturdido, ayudó a su tío a llevarlas hasta más allá del huerto, a una parcela de tierra sin cultivar donde las fueron colocando en orden, una junto a otra.

Entonces tenía cinco años y las plantas eran mucho más pequeñas que él. Pero no les cogió cariño por eso, sino porque creyó que obrarían el milagro de mantener a su tío Manolo cerca de él. Esa era la idea, desbrozar y acondicionar un campo que no se sembraba desde hacía

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años, plantar allí las esterlicias, y forrarse. Eran plantas muy duras, le explicó su dueño, que producían varias veces al año unas flores muy caras, un negocio redondo, resumió. Y tendrás que quedarte a vivir aquí, ¿no?, razonó el niño. Bueno, el adulto sonrió, tendré que venir más a menudo, para estar pendientes de ellas…

El tío Manolo sabía pilotar una avioneta y tripular un velero. Lo primero lo había aprendido en la mili. Lo segundo, apuntándose desde pequeño al primer barco que saliera del muelle del pueblo y haciendo un examen después. Además, sabía hacer muchas otras cosas que ignoraba el resto de la familia, hablar alemán, podar las viñas, montar a caballo y avistar ballenas, hacer vino y guiar excursiones por el desierto. Por eso, a Manuel le sacaba de quicio que su madre dijera que era un vago. ¡Un vago, con todas las cosas que sabe hacer!, protestaba él, pues yo, de mayor, quiero ser como él. Pues no, replicaba ella, tú, de mayor, irás a la universidad, igual que tu padre. A la universidad, ¡sí, hombre!, pensaba él, para ser abogado, como tú, o ingeniero, como papá, ni hablar… Pero no se atrevía a decirlo en voz alta, porque sólo tenía diez, once, doce años.

Ya le faltaba poco para cumplir catorce, y las esterlicias, inmensas y frondosas, con sus hojas enormes de un tono verde intenso, formaban una selva tupida más alta que él, en el mismo lugar donde las habían puesto cuando las bajaron del camión. Aquel emplazamiento provisional se había convertido en definitivo porque antes de que terminara de preparar el campo al que iban destinadas, el tío Manolo aceptó un trabajo irresistible, y se fue a cruzar el Atlántico para llevar un barco hasta Buenos Aires. El verano siguiente estaba en la selva de Bolivia, echando una mano a unos cooperantes muy majos que, en realidad, debían de necesitar las dos, porque un año más tarde seguía allí. Entretanto, las raíces de las esterlicias habían roto el plástico, para empezar a crecer al lado del huerto. Si no las trasplanta este año, comentó el abuelo a principios del verano siguiente, yo creo que ya no va a poder ser… Y no fue, porque entonces su dueño estaba en Sidney, Australia, nadie sabía por qué, ni para qué, ni cómo, ni con quién.

Las esterlicias se quedaron allí, en aquella tierra que no era buena para ellas, sin espacio suficiente para cecer bien, sus hojas enredándose entre sí como los brazos de una tripulación de náufragos desesperados. El abuelo las regaba y, al principio, recogía las flores a las que tenía acceso, pocas en comparación con las que le desafiaban desde el centro de aquella selva infranqueable. Hasta que la abuela se cansó, y desde entonces su marido dejó que se secaran en su rama.

En su última tarde de vacaciones, Manuel siempre iba a despedirse de las esterlicias que le habían enseñado el mecanismo de la melancolía, el pareció por las cosas que se van, los amores que siempre permanecen. Seguía echando de menos a su tío Manolo, aunque ya no estaba muy seguro de lo que quería ser de mayor.

El País Semanal. 11 de septiembre de 2011

SANIDAD PÚBLICA: EL BUQUE FANTASMA.

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Maruja Torres. Perdonen que no me levante.

La primera vez que estuve en el edificio de traumatología del hospital Vall d’Hebron de Barcelona fue hace poco menos de diecisiete años, para una consulta que dio lugar a una exitosa operación en la rodilla y una excelente relación con el doctor Joan Nardi, jefe del servicio y una de las personalidades más sensatas y divertidas que he conocido, con o sin bata. Tengo fe ciega en él y sus diagnósticos: nunca engaña, ni pone paños calientes, ni permite que uno pida milagritos. Ayuda mucho a encajar la realidad y a torearla.

Mi rodilla –y mis huesos, en general- encontraron en ese edificio azul y blanco, grande y sólido, emblemático, una especie de hogar sanitario. No, una especie, no: un hogar sanitario real, serio. Entrar y salir, tanto por urgencias, con muletas –porque no tiene peldaños-, como subiendo la escalera principal con un bastón o ya sin él y casi bailando, entrar allí, digo, nunca fue para mí motivo de desazón o recelo. Me abría paso por entre los pacientes internos que, en silla de ruedas o más o menos perjudicados, tomaban el sol a la entrada y fumaban. Me metía como podía en los atiborrados ascensores, concebidos para albergar holgadamente una camilla, me arriesgaba a subir y bajar y viajar en el ascensor, con tal de no perderlo. Cuando frecuentaba la sala de rehabilitación, en donde tantas lecciones humanidad recibí –tanto sufrimiento verdadero, entre aquellas paredes-, me sentía segura, como en todo el edificio y, más adelante, en la construcción principal. Tuve hospitalizados a parientes, a amigos, pasé angustias, me deprimí saliendo y dejando atrás tanto dolor, tantos dolores, tantas vidas que, en su momento de máxima fragilidad, encontraban en la sanidad pública, al menos, la seguridad de recibir aquello por lo que habían estado pagando durante años, décadas de trabajo.

Ayer volvía pasar consulta. No había ido desde abril: antes de iniciar la gira de mi último libro, mi traumatólogo predilecto me echó una ojeada y me dijo que podía afrontarla. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces?¿Cuatro, cinco meses?

Me cuesta referir aquí lo que ayer hallé, cómo ha arrasado la política de recortes –aquí y ahora de la Generalitat convergente; aunque ya antes empezó a moverse el piso- aplicada sin piedad y a rajatabla. Las cifras sobre Vall d’Hebron, conocidas públicamente –como las que afectan a todos los cientos sanitarios públicos- gracias a filtraciones y a sindicatos, se convierten en un rudo mazado cuando se encuentra una frente a sus consecuencias. Algo que ha costado tanto construir puede destruirse por decreto en dos días. El esfuerzo de médicos, enfermeros, celadores, camilleros, de todo el personal sanitario: a tomar por saco. Qué satisfechos deben de sentirse los gobernantes globales. Vosotros os esforzasteis por levantar cabeza durante siglo y pico, nosotros os achantamos de hoy para mañana. Así. Sin complejos. ¿Hay grandeza en esa manera de gobernar? No me lo parece. Ser un mandado es ser un mandado, aunque quien pague los platos rotos y los recados servidos sea el ciudadano raso.

De modo que las 7.000 operaciones que dejarán de realizarse este año en el complejo Vall d’Hebron, las 56 camas eliminadas definitivamente, y las que caerán; y los cierres que vienen, y lo que está sucediendo en ambulatorios, en otros hospitales… Todo ello se materializó ante mis ojos. Y el edificio vacío de traumatología de Vall d’Hebron se convirtió en la metáfora viviente de la ruina moral y social en que hemos entrado en este invierno de nuestro

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descontento que se inició con la crisis más grande, sí, pero también gestionada por los inútiles más audaces y despiadados que hemos conocido.

No había enfermos ni había camillas ni había enfermeros ni había prácticamente luz en la planta del servicio, cuando salí del vacío ascensor. Han desaparecido las personas de recepción que nos acogían. Nadie circula por los pasillos, nadie espera en la salita.

Y nadie tuvo que contarme lo que contemplé, lo que sentí. La impresión de naufragio de algo mucho más grande que nosotros, algo que nos unía. Yo me resisto a llamarlo Estado de bienestar, y lo definiría más bien como estado de reparación de injusticias, de redistribución de la riqueza que hemos generado.

Cómo duele ese edificio a media luz. Pero sólo a quienes nos importa.

El País Semanal. 25 de septiembre de 2011

UNA LARGA NOCHE

Ray Loriga. Con guantes.

“Es solo miedo, miedo lento y largo, dentro de una larga noche… cuando la noche debiera ser una sábana bordada”.

Así le cantaba Chabuca Granda a una noche como otra cualquiera. Una como ésta en la que crece la deuda y sube la prima y lo mejor que se puede decir de un país es que no es tan malo como el otro. Cuando alguien con cara de mandatario, o mandatario en ciernes, nos dice que hay que estar tranquilos porque no somos Grecia, parece evidente que hay que preocuparse. En noches de tal pelo, conviene recordar con Chabuca que es solo miedo, lento largo y dentro. Las malas noticias destruyen el ánimo y el ánimo destruido no genera sino malas noticias, y así a esa pescadilla infernal se le va acabando primero la cola y después el cuerpo de tanto meterlo en la boca.

Vale que no es todo ilusión, pero la ilusión cuenta. Y no me refiero a la ilusión de los susodichos mandatarios, sino a la de cada uno y cada cual.

A pesar de lo que nos quieren hacer creer en sus discursos, la vida de cada uno la ha resuelto siempre cada uno desde que un momo le dio por estirar las piernas, y es la capacidad individual la que fortalece o desintegra un colectivo. Pregúntenle a Guardiola.

A Kurt Vonnegut, autor de Matadero cinco entre otras muchas brillantes novelas, le preguntaron en una entrevista para The París Review cómo había sido su experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Empezó diciendo que al verse en el frente se dedicó a imitar lo que había aprendido en algunas películas bélicas. Cuando le preguntaron directamente si había disparado a alguien, se limitó a responder: “Lo pensé”.

Cabría pensar leyendo esa entrevista y leyendo a Vonnegut en general que no hay experiencia que aniquile de manera definitiva el sentido del humor. Poco más se puede hacer durante una noche larga que restarle al problema del miedo.

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Un famosísimo escritor chino cuyo nombre no recuerdo recomendaba ante el abismo del miedo pensar en jirafas.

¿Por qué jirafas? Preguntó entonces ese discípulo que todos los grandes escritores chinos no parecen tener siempre convenientemente a mano.

Porque las jirafas no asustan a nadie. Respondió el chino sin inmutarse.

Claro está que no vamos a incrementar el producto interior bruto pensando en jirafas, pero pensar en monstruos tampoco parece mejora solución. E insultar a Grecia, menos aún.

A poco que uno se fije, resulta curioso comprobar cómo el principio del fin comenzó cuando las noticias de economía saltaron desde el centro de los periódicos (eso que se llamaba el salmón de los negocios) al primera página. La primera lectura de esta dato nos permita establecer de manera creo que sensata que los bancos, la gran empresa y todas esas extrañas agencias de calificación escondían entonces sus beneficios con un rubor opuesto a la gallardía con la que ahora presumen de sus deudas. La explicación a este fenómeno es bastante clara, en el reparto del desastre tocamos a más de lo que nos correspondió en su día en el reparto de beneficios.

Cualquier economista recién salido de donde sea que salen los economistas les confirmará inmediatamente que esta pequeña operación de cálculo corresponde al territorio impune (e inane) de la más ramplona demagogia, y no puedo sino estar de acuerdo, de ahí que aquello de pensar en jirafas resulta tan saludable.

Anudados por las lianas de una jungla que no acertaremos nunca a entender, y que nadie parece dispuesto a explicarnos, no queda otra que salvarse uno a uno. Pensando en jirafas o en lo que a ustedes les da la real gana.

Después de esta guerra, con un poco de suerte, tal vez podamos responder algún día como vonnegut a la pregunta de si le disparamos o no a alguien durante la contienda.

“Lo pensé”.

Es lo más cerca que podremos llegar a estar de una conciencia tranquila.

No es una sábana bordada, pero servirá para conciliar el sueño.

El País Semanal. 25 de septiembre de 2011.

EL FIN DE UN IDILIO

Javier Marías. La zona fantasma.

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Son tantas las librerías que he visitado a lo largo de mi vida, en diferentes países, que me he encontrado en ellas con toda clase de individuos, a menudo pintorescos o excéntricos, sobre todo en las de viejo, lance, anticuario o segunda mano. Lo que nunca me había ocurrido, hasta el pasado agosto, es que me echaran de uno de estos establecimientos por mí tan queridos.

Durante mis años en Inglaterra conocí a numerosos libreros extravagantes o maniáticos, y de algunos he hablado en otras ocasiones. Recuerdo a una mujer que solía viajar de feria en feria –de esas que se celebran en vestíbulos de hoteles o en claustros de iglesias-, con su preciado cargamento selecto. Tanto apego le tenía que se debatía entre su necesidad de venderlo, para ganarse la vida, y su aversión a desprenderse de él. Era como si quisiera poner impedimentos los compradores que por otra parte le resultaban vitales, de manera que, antes de separarse algún volumen, interrogaba a fondo al cliente sobre sus conocimientos del autor por el que se interesaba. Y, si veía que eran escasos o si interés espúreo (sí, yo escribo “espúreo”, como Galdós y otros; me da igual lo que diga la DRAE), si percibía un ánimo especulativo, iba subiendo el precio sobre la marcha, una vez y otra, hasta disuadir al pretendiente. Más delirante era el dueño –un hombre elegante- de una librería sin mota de polvo llena de grandes tesoros (ediciones firmadas por Sterne o Dickens o Henry James, rarezas bibliográficas descomunales). Cada vez que uno inquiría el precio de alguna joya, respondía invariablemente: “Ah, ese volumen no está en venta”. Cuando le pregunté, desesperado, exactamente cuáles estaban en venta, para así acabar antes, me respondió ofendido: “Oh, la mayora, la mayoría, ¿usted qué cree? No voy a atentar contra mi negocio”. Pero, al intentarlo de nuevo con dos o tres ejemplares más, me decía: “Está visto que hoy no es su día de suerte. Ese tampoco está en venta”. Supe luego por un amigo de Oxford que el hombre era un impostor: un coleccionista que había adquirido un local y fingía ser librero porque, tras hacerse con una magnífica y costosa biblioteca, no soportaba que nadie se la admirara, envidiara y codiciara. Su mayor disfrute era ver cómo sus ingenuos clientes anhelaban sus posesiones, para dejarlos siempre con un palmo de narices.

La librería de este agosto no era anticuaria, sino normal, y está en la calle Kohlmarkt de Viena. Aunque n leo alemán, no me sé resistir a entrar en esos locales. Quería ver si se había publicado algo nuevo de o sobre el austriaco Thomas Berhard, uno de mis autores favoritos, y hacerme, si lo encontraba, con un DVD de entrevistas con él –una rodad en Madrid, otra en Palma-, para verlo y oírlo hablar, aunque no fuera a entender lo que decía. Me constaba que se vendía sólo en librerías. El dueño era un individuo que en seguida me recordó a Monóstatos, como era adecuado en Viena. Monóstatos (disculpe quien lo recuerde) es un personaje secundario de la ópera de Mozarta La flauta mágica, quizá el más malvado y grotesco. Se lo suele representar calvo y torvo, y es el carcelero de la heroína, Pamina, a la que mantiene cautiva y desea callada e inútilmente. Este librero era completamente calvo, torvo y con larga barba, y parecía el carcelero de su propia tienda. Le pregunté si hablaba inglés. Respondió altanero: “¡Por supuesto!” (lo hablaba, pero mal, por cierto). Inicié mi segunda pregunta: “¿Tiene usted por casualidad un DVD…?” No me dejó terminar, y con desprecio me soltó: “Aquí no vendemos DVDs. Sólo libros”. “Ya, pero es que iba a preguntarle por un DVD de un escritor…” Me volvió a cortar en seco y con malos modos: “Ya le he dicho. ¡No DVDs! Sólo vendemos libros”. No pude reprimirme: “Dudo que vendan ninguno, si ni siquiera deja terminar sus preguntas a los clientes”. Busqué los libros de Bernhard y saqué un volumen que me llamó la atención, del estante. Estaba retractilado, así que ni siquiera lo hojeé, miré sólo la

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contraportada. Se acercó feroz, devolvió el libro a sus sitio y me abroncó: “¡No coja nada!¡Pregúnteme a mí antes!”. No daba crédito: “¿Es que aquí no se pueden mirar los libros?””¡No, no se puede!¡Me pregunta a mí antes de tocar ninguno!”, respondió colérico. La primera librería del mundo en la que no se permitía echar un vistazo. No era posible, me pregunté si le había caído y fatal por algún motivo. “Pero ¿a usted qué le pasa?”, no pude por menos de decirle. “¡No!¿Qué le pasa a usted?”, me contestó al borde de la apoplejía, y enseguida añadió: “¡Mejor se marcha!¡Márchese, márchese, márchese!” Y me señaló la salida con su rígido dedo monostático. Aunque lo vi muy histérico, no estaba por largarme sin más (soy combativo), pero Carme, mi acompañante estupefacta, me convenció de dejarlo correr. Así que cogimos la puerta y me despedía con un sarcástico: “Ha sido usted muy amable”. Monóstatos le había tomado gusto a repetir mis palabras, porque absurdamente me respondió: “¡No, usted ha sido muy amable!”.

Remoloneé ante su escaparate, dudando si entrar de nuevo y preguntarle –como exigía- por todos y cada uno de sus intocables libros, y hacerle así perder la tarde, además de sacarlo aún más de quicio. Lo dejé estar. Pero para mí fue un día de luto: a partir de esa fecha sufro el insólito agravio de haber sido expulsado de una librería. No sólo me permitan ganarme la vida, vendiendo lo que escribo (y me he dejado una fortuna en ellas), sino que tal vez sean los lugares del mundo que más venero. El librero vienés Monóstatos me ha arrojado un baldón y ha terminado con mi inacabable idilio con esos establecimientos, en los que me había sentido tan a gusto siempre.

El País Semanal. 25 de septiembre de 2011.

EL TRIUNFO DEL PROFESOR SALGADO

Almudena Grandes. Escalera interior.

Cuando se quedó viuda creyó que nunca podría volver a interesarse por la vida.

Era eso lo que había perdido, no a su marido, porque sin él no tenía ganas de nada, desde el zumo del desayuno hasta el sueño de cada noche. Le sobraban todos los segundos de cada día, y así fue durante semanas, luego meses, por fin un año entero. Sus hijos, su hermana, sus amigos no lo entendían. Ya había perdido la cuenta de todos los gimnasios, todos los balnearios, todos los viajes que la habían aconsejado, cuando aquel icono apareció en la pantalla de su ordenador. ¡Que arda Troya! Y esto, ¿qué será?

Era un juego, un juego de estrategia, en apariencia tonto, en realidad dificilísimo, y fue su salvación. Su marido, Miguel Salgado, catedrático de Filología Clásica, traductor y editor de La Ilíada, habría estado orgulloso de ella, porque no fue fácil. Tardó dos semanas en lograr que Agamenón se rindiera, pero salvó Troya y, entretanto, volvió a comer, a pasear, a acostarse a su hora. Migue y ella siempre habían ido con los troyanos. Por eso, cuando tuvo que ponerse un nombre, escogió Andrómaca.

Después, volvió a empezar. Perdió su segunda guerra, ¡maldito Aquiles!, y se juró a sí misma nunca más volvería a ver los muros de Troya ardiendo en la pantalla de su ordenador. El juego

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se hizo famoso. Aparecieron artículos en los periódicos, reportajes en la televisión y un nuevo reclamo en el menú principal. Modo torneo, decía ¡Que arda Troya! Ahora puedes enfrentarte con jugadores de todo el mundo…

Y todos iban con los griegos, menos uno, que se llamaba Héctor, pero a ella le daba igual. A la hora de la partida, cogía una foto de Miguel, le daba un beso, la colocaba a su lado, sobre la mesa, y… ¡Toma ésta!¡Y ésta, aqueos del demonio…! Una noche, después de su enésima victoria, se abrió una ventana inesperada en la pantalla. Era una invitación a un torneo presencial que se celebraría en un hotel de la Gran Vía. Se puso tan nerviosa que salió a la calle, caminó hasta cansarse y, al volver a casa, se excusó. No podía ir con sus setenta y dos años a jugar en públicos con unos críos, aunque ardiera Troya. Pero, por fortuna, Troya no ardió, porque Héctor ganó el torneo.

Seis meses más tarde perdió ante Aquiles para que las llamas redujeran a cenizas el palacio de Príamo en millones de pantallas de todo el mundo. ¡Héctor, qué has hecho!, musitó con los ojos llenos de lágrimas. Pues al Campeonato Nacional voy, se dijo. Y fue.

- Perdone, señora, no puede pasar, aquí se celebra un torneo de videojuegos y…- cuando volvió a mirarla ya se había colgado del cuello la identificación que había recibido por correo-. ¿Andrómaca? –y aquel chico estaba tan pálido como si llevara una túnica blanca y al nieto de Príamo en los brazos -. ¿Usted es Andrómaca?

- Sí, yo soy Andrómaca.

- ¡Arturo! –entonces salió corriendo -. No os lo vais a creer…

Una semana después, en la final, le llegaría a ella el turno de la palidez y el asombro. No había perdido ninguna batalla, pero tampoco se había quedado ningún día a celebrarlo, porque, a su edad, irse con aquellos muchachos a tomar unas cañas… La otra manga se jugaba en una sala diferente, y no conocía a su contrincante, pero tampoco le tenía miedo. Ocupó su silla frente a la pantalla gigante, sacó la foto de Miguel del bolso, la besó y la puso a su lado. Un segundo después, alguien la cogió y no se la devolvió.

- Hola, abuela –su nieto le sonreía con la foto en la mano.

- ¡Héctor! –le miró y sintió sobre todo miedo -. ¿Qué haces aquí? Tú… Tú… ¿Lo sabe tu madre?

- Abu, ¿por quién me tomas? –él se echó a reír, se acercó a ella, la besó -. Por supuesto que no.

Héctor era el mayor de sus nietos. Tenía 26 años, una novia japonesa y una licenciatura en Informática. Además, tocaba el acordeón, pero nada de eso le importaba al juez que se acercó a darles una mala noticia.

- Tenemos un conflicto –proclamó.

- ¡Uy!, si fuera sólo uno… -apuntó ella.

- Ya –Héctor sonrió -. No pasa nada, yo seré Grecia.

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- De ninguna manera, yo tengo mucho gusto en cederte…

- Que no, abuela. Tú tienes mejor historial que yo. Tú eres Troya.

Cuando cesaron los aplausos, antes de que comenzara la batalla, Héctor se acercó a Adrómaca y le habló al oído.

- ¿A que estás pensando en dejarme ganar, abuela? –ella negó con la cabeza -. Como lo intentes, me suicido.

- Pero, Héctor, si a mí me da igual…

- ¿Y a él? –señaló la foto que estaba entre los dos -. Troya no puede arder, abuela, no puede arder, ¿entendido? No tengas piedad.

- Tranquilo, cariño –ella se inclinó hacia él, le besó en la mejilla -. No la tendré.

Tres horas más tarde, los griegos se rindieron. Héctor nunca había celebrado tanto una derrota.

El País Semanal. 25 de septiembre de 2011.

CONFIANZA EN LA CIENCIA

Pere Puigdomenech. Tribuna.

Este verano ha aparecido una encuesta de Metroscopia en la que se preguntaba a los ciudadanos en qué medida les inspiran más confianza distintas instituciones o grupos sociales. En primer lugar con un 7,4 sobre 10 aparecían los científicos y los médicos, seguidos con un 6,8 por la universidad y la sanidad pública y muy por delante de otros colectivos sociales y políticos. De hecho, en las encuestas europeas, científicos y médicos acostumbran a aparecer en los primeros lugares cuando se hacen este tipo de preguntas. Para los que trabajamos en ciencia es sin duda de agradecer esta opinión de los ciudadanos y representa una gran responsabilidad cuando nos dirigimos a ellos.

Los resultados de las encuestas suelen depender de cómo se formulan las preguntas y se pueden interpretar de muchas formas. En este caso, al decir que los ciudadanos confían en la ciencia, lo que probablemente estamos diciendo no es más que una tautología: los ciudadanos confían en el método que hemos desarrollado para tener respuestas de confianza. Cuando los humanos se comenzaron a hacer preguntas sobre el movimiento de las estrellas, sobre el ciclo de las estaciones, sobre cómo cultivar plantas para comer o por qué alguien se enfermaba, se desarrolló un método que se explicitó en el entorno grecolatino, floreció en el Renacimiento y la Ilustración y que los siglos XIX y XX codificaron. A este método y al cuerpo de conocimiento generado lo denominamos ciencia. Con ella pretendemos adquirir un conocimiento que sea lo más cercano a lo objetivo y de la mayor validez universal posible. La filosofía ha diseccionado la ciencia a fondo durante el siglo pasado y explorado sus limitaciones, pero sus métodos y resultados siguen siendo aquello que construimos para dar respuestas de confianza sobre el mundo que nos rodea, y sobre nosotros mismos.

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Evidentemente como en cualquier otra actividad de nuestra sociedad, la ciencia la realizan hombres y (cada vez más) mujeres. Igual que encargamos a los panaderos que produzcan pan que sea nutritivo, saludable y a buen precio, a los científicos les encargamos que desarrollen para todos esta actividad que denominamos ciencia y que lo hagan con rigor y a un coste proporcionado. Las funciones de los científicos son diversas. En primerlugar se les pide que aumenten nuestro conocimiento sobre temas que no están resueltos y que son de interés. Este interés en último término lo define la sociedad y por eso hay investigación orientada, pero también se da una autonomía en el desarrollo de la ciencia, porque a menudo solo quien está en la frontera del conocimiento se da cuenta de cuáles son las preguntas importantes. Además de esto, a los científicos se les llama también para responder a preguntas que pueden ser muy concretas y urgentes como, por ejemplo, qué hacer cuando aparece una nueva bacteria en alimentos, para saber si hay cambio climático o para discutir de dónde podemos sacar energía.

También necesitamos que el entorno donde se forman los jóvenes esté lo más cerca posible de la ciencia que se genera. Por eso cada país avanzado, si quiere que sus universidades estén al mejor nivel, necesita que en ella se lleve a cabo actividad investigadora, y algo parecido puede decirse de los hospitales y las empresas.

La formación que se da al nivel superior tiene que ser de la mejor calidad disponible, si las empresas quieren tener un nivel tecnológico avanzado o si nuestros hospitales quieren estar al día de los tratamientos más modernos.

Pero la misma importancia que tiene la ciencia para la sociedad y la economía hace que se produzcan conflictos de interés en la actividad científica y si estos conflictos se dan, la confianza del ciudadano puede perderse. Los más comunes provienen de las relaciones de los científicos con las industrias. Estaremos de acuerdo en que los investigadores tienen que procurar que sus resultados lleguen lo más pronto posible a quienes pueden beneficiarse de ellos.

Que las inversiones en ciencia sirvan para promover empleo es algo que nadie discute. Por ello se crean estímulos para relacionar a los científicos con las industrias. Esto, que se suele estimular desde los poderes públicos, puede tener como efecto colateral que la objetividad de algún científico pueda ser sospechosa, por tener interés en alguna aplicación industrial. Igualmente puede haber un cierto conflicto si un científico está muy cercano a un tema determinado y puede tener interés en promoverlo. La solución a este problema no es fácil, pero la formación de comisiones amplias y el aumento de la transparencia son imprescindibles para reducir ese tipo de conflictos. Esta cuestión es también un argumento para que una investigación pública esté desligada de intereses sectoriales y también para que los investigadores tengan ingresos comparables a los privados.

En términos generales, cuando alguien se dedica a la ciencia no suele ser por grandes intereses materiales, y si es así pronto descubriría su error. Mi amigo Javier López Facal me recordaba que Einstein decía aquello de que "la ciencia es una cosa maravillosa si uno no tiene que ganarse la vida con ello". Si su trabajo tiene la calidad que nos interesa, el científico debe ser un profesional del mayor nivel posible, capaz de manejar recursos importantes y que debe poder actuar con independencia de poderes políticos y económicos.

Otro tipo de conflicto puede darse si el científico no actúa con la integridad profesional que se le supone. Casos de fraude, plagio o engaño los hay en todas las profesiones, y en ciencia se han dado históricamente. La presión que puede haber sobre los profesionales para obtener resultados de los que puede depender su carrera o nuevos contratos, se ha demostrado muy

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negativa, si es excesiva. Por esta razón han aumentado los controles en las instituciones de investigación, las agencias financiadoras y las revistas científicas. Todas ellas han redactado códigos de buenas prácticas que deberían ayudar al investigador a llevar a cabo su trabajo en las condiciones adecuadas para que la confianza entre científicos y de estos con la sociedad no desaparezca. Y también han desarrollado sistemas para investigar, y si es necesario castigar, a aquellos que incumplen las reglas que se supone debe seguir la investigación científica.

Quizá se podría pensar que cuando alguien busca alguna respuesta de la ciencia basta leer la abundante literatura científica o encargar un estudio si se necesita. La realidad suele ser otra. Cada país tiene su forma de resolver los problemas y necesita que gente cercana analice lo que ocurre. Por ello los distintos países tienen su propia comunidad de científicos que debe ser relativamente variada, ya que hay temas de energía, del origen del universo, de ordenadores, de ecología, biomedicina o de historia para los que necesitamos respuestas. Y estas tienen que estar lo suficientemente informadas, por lo que la calidad de la ciencia es un mayor requerimiento que su cantidad.

Pasamos por momentos de desorientación en muchas cuestiones de nuestra sociedad. Las limitaciones de lo que se ha llamado Ciencias Sociales son evidentes. Llevamos décadas de análisis de las limitaciones que tiene la actividad científica. Sin embargo, el análisis científico de la materia y de la vida nos proporciona una referencia inescapable en la construcción de la realidad. Por ello la ciencia emerge más que nunca en estos momentos como una fuente de confianza para los ciudadanos.

Está claro que en época de dificultades definir las prioridades de la actuación pública es una gran urgencia. En nuestro país existe la conciencia de que es necesario reconstruir nuestro sistema de ciencia. Una reforma eficaz y medios para llevarla a cabo permitirían responder a la demanda de nuestra sociedad de obtener las respuestas de confianza que reclama a los científicos. Un sistema científico de calidad es un componente sustancial para construir una sociedad que tenga confianza en sí misma.

El País.com 3 de octubre de 2011.

¿SOLO CADA CUATRO AÑOS?

Daniel Innerarity. Tribuna.

La democracia es un sistema político que inflama nuestras expectativas; nos hace creer en cosas tan irrenunciables e imposibles como que una sociedad libre se gobierna por sí misma, que son idénticos los que gobiernan y los gobernados. Este ideal de autodeterminación forma parte de las ficciones útiles para la democracia, lo que no significa que sea un ideal del que debamos prescindir, pero que tampoco refleja un hecho cierto o un derecho literalmente exigible. Es, como tantas propiedades por las que definimos una democracia, un horizonte, un principio crítico o normativo, o sea, como siempre, algo más complejo de lo que pudiera dar a entender su mera formulación.

Buena parte de los debates que ha suscitado el movimiento del 15-M han puesto de manifiesto las paradojas de la soberanía popular. Se trata de una tensión que atormenta desde sus inicios a las teorías de la democracia. Por un lado, el ideal de una democracia plena (para muchos, pensada sobre el modelo de una democracia directa), el deseo de participación, la

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exigencia de una ratificación popular de las decisiones, que la representación refleje con la mayor precisión posible a lo representado, mandatos más rígidos por parte de los electores, reivindicación de que los representantes cumplan lo que prometen... Desde esta aspiración, votar parece muy poco.

Estas pretensiones no son nuevas y frente a ellas hay posiciones más realistas que sostienen, con distintos matices, que la mayor democracia a la que podemos aspirar es una oligarquía competitiva. Al mismo tiempo, no es fácil adivinar cómo puede ser una democracia sin organismos que intervienen en las decisiones políticas y que no hemos elegido o solo de manera muy indirecta (como los jueces, las autoridades independientes o determinados organismos internacionales). Por otro lado, la experiencia nos enseña que la democracia no está hecha siempre por demócratas, sino por jacobinos y férreos aparatos, defendida por leyes de excepción y sostenida por una opinión pública que detesta a los partidos, pero especialmente a aquellos que no están unidos, es decir, en los que hay crítica y libertad de expresión.

Para comprender la inocencia de las primeras formulaciones de la autodeterminación democrática hay que tener en cuenta que la democracia representativa surgió en un momento en el que era pensable la armonía de intereses y valores en la sociedad. La democracia moderna se concibe con anterioridad a los grandes conflictos sociales de la era contemporánea y al actual pluralismo político. De ahí el antipartidismo de los fundadores de la democracia inglesa y americana, que ha tenido su continuidad en las democracias orgánicas del XX y en los actuales populismos (o en la generalizada aversión hacia los partidos). Supuesta la posibilidad y la conveniencia de que todos quieran vivir bajo las mismas leyes, los partidos eran entendidos como facciones, artificios que rompían la unidad natural de las sociedades. Incluso la idea misma de oposición carecía de sentido. Si el autogobierno del pueblo es literal, si coinciden los que gobiernan con los gobernados, no existe derecho de oposición. La idea de que la gente pueda oponerse a un gobierno elegido mayoritariamente tardó en abrirse paso.

¿Cómo definimos el ideal de autodeterminación en sociedades grandes, complejas y con preferencias heterogéneas, en las que no parece posible evitar que, al menos algunos y durante algún tiempo, vivan bajo leyes que no les gustan? La solución a este dilema ha sido la idea de representación, condensación institucional de una experiencia que nuestra retórica tiende a ocultar: que la democracia es un sistema representativo significa que los ciudadanos no gobiernan, que es inevitable ser gobernados por otros. No hay elecciones todos los días y en lo que elegimos hay cosas que nos gustan menos, los mandatos son vagos, los electores dejamos ciertos márgenes de maniobra a los elegidos, la exigencia de unanimidad (en la que se realizarían los deseos de todos) es imposible y bloquea...

De entrada, si en las sociedades complejas los ciudadanos no gobiernan -no gobiernan todo, ni continuamente, ni todos los detalles- es porque hay una dimensión de delegación: los Gobiernos deben ser capaces de gobernar. Si los Gobiernos únicamente hicieran aquello a lo que están autorizados expresamente por las elecciones, esto supondría muchas limitaciones a la hora de gobernar. Cualquier liderazgo tiene costes inevitables en términos de autorización democrática, distanciamientos exigidos por la adopción de decisiones (especialmente de algunas, que solemos llamar "impopulares"). O justificamos democráticamente esa "distancia" o no tenemos argumentos para oponernos al populismo plebiscitario, que cuenta, a derecha e izquierda, con impecables defensores.

La noción de autogobierno no es incoherente ni impracticable salvo que se formule de una manera débil: una democracia no es un régimen en el que se hace lo que todos queremos sino

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un régimen en el que las decisiones individuales tienen alguna influencia en la decisión colectiva final. La democracia es el sistema que mejor refleja las preferencias individuales, nada más y nada menos.

Toleramos que otros nos gobiernen porque es posible la alternancia, que es el procedimiento que permite realizar el ideal de autogobierno en sociedades complejas. Aunque estemos gobernados por otros, podemos estar gobernado por otros diferentes si así lo queremos. Como dice Bernard Manin, la libertad democrática no consiste en obedecerse únicamente a uno mismo, sino en obedecer a alguien en cuyo lugar puede encontrarse uno mañana. Por eso las elecciones son el instrumento fundamental del autogobierno. En ellas se trata de elegir a quien gobierna por mandato del pueblo. Entre todos los instrumentos de participación política, las elecciones son el más igualitario. Aunque la participación electoral no sea perfecta, son un mecanismo político más importante que cualquier otro procedimiento de participación, que privilegian frecuentemente a quienes tienen más recursos para participar.

En virtud de las elecciones, quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados de él mediante unos procedimientos establecidos; quien está en el Gobierno se ve obligado a anticipar esa amenaza. En ese momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidar, que la política no da más que oportunidades a plazos.

Por supuesto que las elecciones, siendo muy importantes, no deberían ser idealizadas como si la democracia no tuviera ninguna otra exigencia. Pero gracias a esa institución se mantiene viva y se reitera la promesa de autodeterminación democrática. Al final va a resultar que algo tan corriente y poco extraordinario, que nos sabe a poco y que apenas interesa a una mitad de la población, es lo que mejor refleja el ideal de autogobierno y nos protege frente a la apropiación del nosotros por cualquier mayoría triunfante.

Nuestra condición política es algo que nos permite a los seres humanos hacer un gran número de cosas pero que plantea no pocas limitaciones. Ahora bien, ser conscientes de los límites es fundamental para poder empujar esos límites todo cuanto se pueda; así no criticaremos a la democracia por no proporcionar lo que no debemos esperar de ella y estaremos a salvo de los llamamientos demagógicos que prometen lo que no se puede prometer.

Habrá quien considere que esta disquisición es poco ilusionante y que arroja un jarro de agua fría sobre nuestras mejores expectativas en relación con la calidad de la democracia. Pero estoy convencido de que la experiencia política incluye una cierta desmitificación de la democracia, lo que no nos impide ni apreciarla, ni defenderla ni abandonar el trabajo por mejorarla. Más bien al contrario: son las expectativas desmesuradas lo que más puede cegarnos frente a las reformas posibles. La cuestión es distinguir qué insatisfacciones corresponden a defectos que deben corregirse y cuáles son consecuencia de la limitación de la condición humana y de nuestras formas de organizarnos. Saber en qué, cómo y cuándo no existen alternativas es fundamental para desenmascarar a quienes apelan interesadamente a que no hay alternativas cuando puede y debe haberlas.

El País.com. 3 de octubre de 2011.

AGUJETAS

Almudena Grandes

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Vivimos tiempos crueles. Las noticias injustas, escandalosas, patéticas, se desbordan a diario para dejarnos en el paladar un regusto de amargura hastiada, casi domesticada. Cospedal no paga a los farmacéuticos ni el IBI de los hospitales, pero el espesor de su maquillaje no se resiente mientras aclara que ella no recorta, sino que ajusta para garantizar el futuro del sistema. Al escucharla, la carcajada se congela, y duele. Nos hemos acostumbrado tan deprisa al cinismo, a la demagogia, a la degradación de las instituciones democráticas, que ya tenemos agujetas en los músculos de la risa, en los del escándalo.

La actualidad es una pura risa helada, desde el Bundestag hasta el Parlamento catalán, pasando por el desparpajo rancio y achulado de Aguirre, que el día menos pensado dejará de maquillarse porque sus poros de piedra berroqueña no podrán absorber ya ningún cosmético. Pero la crueldad de esta crisis que no es una crisis desborda día a día sus consecuencias para invadir, y contaminar, y desvirtuar nuestra percepción de la realidad.

Patxi López se ha subido a una tribuna para dar por sentado el fin de ETA. De este discurso, anhelado durante décadas, apenas han transcendido, sin embargo, las críticas electoralistas a su oferta de acercamiento de presos. Eso sí que es cruel. Hasta hace muy poco, el júbilo, aun controlado, sujeto a condiciones, se habría desbordado en todos los titulares. No habría sido para menos después de tanto miedo, tanto sufrimiento, tantas víctimas.

Pero, resignémonos, la humanidad ha pasado a un segundo plano. ¿A quién le importa la paz, mientras las Bolsas fluctúan, y la prima de riesgo sube, y la deuda soberana se estrella? Lo que importa es cómo conviven las cifras, no las personas. Pero no se preocupen. Dentro de poco, cuando ya no tengamos agujetas ni en el corazón, todo será más fácil.

El País.com. 3 de octubre de 2011.

NOTICIAS BAJO SOSPECHA

Milagros Pérez Oliva. Tribuna.

"Niños obesos pierden peso con Kinect". La noticia aparecía en la sección de Tecnología el pasado 22 de agosto. Sin duda el titular llamaba la atención y era de interés para cualquier lector preocupado por el grave problema de la obesidad infantil. Tres semanas más tarde, el 13 de septiembre, otra extensa información publicada en la sección de Sociedad llamaba la atención sobre las grandes ventajas de una nueva técnica quirúrgica que se aplica en una clínica privada a pacientes obesos y que consiste en grapar, por vía endoscópica, "la zona que produce la hormona del apetito". Aparte de compartir un tema que preocupa, y mucho, estas dos noticias tienen algo más en común: ambas han sido consideradas sospechosas de incurrir en publicidad encubierta y plantean una problemática sobre la que creo que debemos reflexionar.

Respecto al último caso, es el lector Jorge Bela Kindelán quien me escribe para pedir explicaciones. "Más que una noticia parece un publirreportaje", dice. "Se describe una operación en la que mediante una endoscopia se grapa el estómago de los pacientes y no se hace mención alguna de posibles riesgos o complicaciones. 'Casi la mayor pega es el precio: unos 12.000 euros', afirma el artículo. Es obvio que la información no se ha contrastado, se basa tan solo en datos suministrados por la empresa que comercializa la intervención y por un paciente satisfecho. No soy médico, pero es sabido que todas las operaciones tienen riesgos".

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El lector tiene razón: aunque sea por endoscopia, suturar el estómago del paciente con hasta 13 grapas no es una intervención menor. "Todas las informaciones deben estar contrastadas, pero con más razón todavía las relacionados con la salud", concluye. Aunque en el texto se informa de que la misma intervención se realiza también en otra clínica, toda la información está basada en una sola fuente: el cirujano que la promueve.El autor, Emilio de Benito, responde al lector: "Soy consciente de que muchas veces quienes facilitan la información buscan publicidad. Por eso siempre aplico un criterio: aparte de que sea algo novedoso -si no, no sería noticia-, pido que me muestren publicaciones (o congresos) donde se avale la técnica, referencias del tiempo que lleva usándose y por quién. El testimonio de un paciente en este sentido ayuda. También suelo pedir la opinión de algún médico especialista en el campo. En este caso concreto, es una técnica que lleva algo de tiempo en el mercado. No he encontrado noticias de complicaciones y, por su naturaleza, lo esperable es que tenga menos problemas que otras intervenciones. Los expertos consultados no le vieron pegas; si acaso, que era una vuelta de tuerca a lo que ya se hace sin demasiadas complicaciones".

Si el trabajo se hizo, ¿por qué entonces el lector llegó a la conclusión contraria? Porque no se refleja en el texto. Al llegar al final del artículo, al lector no le consta que se haya consultado a otros especialistas, porque no aparecen, y tampoco que haya publicaciones científicas que certifiquen la seguridad y la eficacia de la nueva técnica, porque no se citan. El hecho de que el tono sea elogioso, que no se tengan suficientemente en consideración los posibles riesgos y que la única fuente sea el médico que la realiza en la sanidad privada son factores que contribuyen a una sospecha que podría haberse evitado. Constantemente llegan a las redacciones noticias sobre nuevas técnicas experimentales que no están avaladas todavía por resultados concluyentes en estudios controlados. Muchas de ellas no confirman luego las expectativas y algunas tienen incluso efectos adversos. En estos casos, es muy importante exponer con claridad al lector si hay o no evidencia científica, y si la hay, cómo se ha obtenido.

La sospecha de engaño publicitario llevó también a dos personas, que prefieren no hacer pública su identidad, a dirigirse a la Defensora para que aclare las circunstancias que han rodeado la publicación de la noticia Niños obesos pierden peso con Kinect, publicada el 22 de agosto. En ella se expone un estudio de ocio terapéutico, dirigido por el investigador Bartolomé Burguera, del Instituto Universitario de Ciencias de la Salud de Baleares, cuyos primeros resultados, se dice, demuestran que el sistema de videojuegos Kinect, de Microsoft, ayuda a los niños a adelgazar. La información explica que las pruebas comenzaron "tras las vacaciones de Semana Santa", que "1.200 niños de entre 6 y 14 años de colegios en las islas Baleares comenzaron a hacer ejercicio con Kinect" y que "ya se han observado algunos cambios", pues "con tres horas de juegos semanales se pierden 500 calorías".

El problema es que no podía hablarse de resultados porque el estudio ni siquiera ha comenzado. La sección de Tecnología del diario recibió una llamada al día siguiente, no del investigador o su equipo, sino de otra persona que advertía de un posible engaño. Alertada la autora de la información, Rosa Jiménez Cano, esta se puso en contacto con Lidia Pitzalis, relaciones públicas de Microsoft, que le había facilitado la noticia y el contacto con el investigador. El 25 de agosto, Rosa Jiménez recibió, en copia compartida con varias personas más y sin ningún comentario, el correo que Burguera había remitido a Joan Bargay, presidente del Comité Ético de Investigación Clínica de las Islas Baleares, en el que atribuía los errores a un "malentendido" y se ofrecía a aclarar lo sucedido. Al final del correo especificaba: "Tras leer la noticia en EL PAÍS hablé con Lidia Pitzalis (relaciones públicas de Microsoft), pero decidimos que ya era demasiado tarde para clarificar el mensaje y que lo haríamos en la próxima oportunidad".

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Rosa Jiménez Cano admite que pudo equivocarse "al interpretar las explicaciones que el investigador y su equipo le dieron en una conferencia telefónica múltiple". "Si es así, lo lamento muchísimo", dice. Por su parte, el doctor Burguera, en conversación con la Defensora, acepta que tal vez no se explicó del todo bien a la hora de diferenciar el estudio que está aún por comenzar y otro que tiene en curso, con 1.200 alumnos implicados. Como quiera que fuera, el error se produjo y ambos expresan su pesar por lo sucedido. "Lo que sí quiero dejar claro", añade Burguera, "es que fui yo quien se dirigió a Microsoft para proponer el estudio, y no al revés. El único interés que me mueve es el científico".

Más allá del error, creo que lo relevante de este caso es una cuestión previa: si se debía publicar una información suministrada por Microsoft sobre un estudio que no ha concluido y cuyo mero enunciado tiene un evidente interés comercial para la compañía. En mi opinión, el tema era de alto riesgo, pues podía ser interpretado fácilmente como un publirreportaje dirigido a un público por otra parte muy receptivo: los muchos padres preocupados por el sobrepeso de sus hijos. En todo caso, el estudio sería noticia cuando efectivamente hubiera demostrado que el citado artilugio es útil para reducir la obesidad, no antes.

Creo que debemos ser muy cuidadosos a la hora de evaluar la oportunidad de publicar técnicas o estudios en los que media un interés comercial tan evidente. Toda cautela es poca en los estudios sobre salud que nos llegan de la mano de las compañías que los financian con fines comerciales. En estos casos, hemos de preguntarnos cuál es el interés de los lectores. Servir ese interés incluye, en mi opinión, no inducir expectativas de resultados o beneficios que no están probados.

Cómo garantizar al lector una información fiable y no sesgada por intereses comerciales es algo que se ha debatido extensamente en los foros de periodismo científico. Puesto que este es un reto que se nos plantea cada vez con mayor intensidad, recopilaré documentación sobre los posibles criterios que aplicar y los someteré a su consideración en un próximo artículo.

El País.com. 3 de octubre de 2011.

BASES PARA UN NUEVO MODELO EDUCATIVO

Antonio Baquero. Análisis: Aula libre.

La principal asignatura pendiente que tiene nuestra democracia es, sin duda, la educación. Son muchas las voces que claman por un nuevo modelo educativo, cada una arrimando el ascua a su sardina. Yo me temo que, si no olvidamos nuestras sardinas y juntamos todas las ascuas, no llegaremos a aprobar esta asignatura, crucial para asegurarnos un futuro digno.

El modelo actual, regido por leyes como la LOGSE y la LOE, impulsadas por pedagogos encabezados por José María Maravall y Álvaro Marchesi, ha dado resultados claramente insatisfactorios, como demuestran todas las evaluaciones objetivas efectuadas. Los pedagogos promovieron la creatividad, asociada a la libertad del alumno.

Del centro derecha liberal se oyen voces que claman por terminar con el modelo actual para imponer otro que otorgue más autoridad al profesor frente al alumno y más libertad a los padres para elegir el tipo de educación de sus hijos. Entre esas voces sobresale la de Esperanza Aguirre, que fue ministra de Educación, Cultura y Deportes en el primer gobierno de Aznar.

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No vamos a detenernos en los rifirrafes continuos a que nos tienen acostumbrados, porque nos aburren unos y otros. Sabemos de memoria lo que van a decir antes de decirlo.

Parece como si hubiera un modelo educativo de izquierdas y otro de derechas. Así fue En España durante la última República, con un modelo educativo inspirado en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza, que preconizaban una educación pública igual para todos, gratuita y libre, dejando para el ámbito familiar y privado la formación en creencias religiosas y de otros valores personales. Exactamente igual que hoy en países como Alemania, salvo que allí los padres pueden elegir para sus hijos la asignatura de religión, bien católica, bien protestante, o ninguna.

Pero la educación que hoy tenemos aquí no ha recuperado la igualdad, elemento esencial en la doctrina socialista clásica. Hay en la oferta educativa actual muy diversas ideologías cívico-religiosas a elegir, financiadas por el estado, de manera que lo que hoy se discute es el grado de ayuda estatal a los padres, pero no la potestad de los padres frente al estado para elegir la educación de los hijos. No es poco, ni mucho menos, pero no disfracemos hipócritamente de diferencias ideológicas las diferentes posturas. En Alemania, por no cambiar de país, la educación preuniversitaria se financia al cien por cien por el estado. Se acabó la discusión. Si quieres elegir un colegio especial, págalo tú, no el estado.

Analicemos ahora el tema, tan debatido, de la libertad del alumno frente a la autoridad del profesor. Lo primero es impedir la contraposición entre ambas, porque sin respeto mútuo desaparece la posibilidad de aprender. Pero la autoridad no se puede imponer, con leyes o sin ellas, coactivamente. La autoritas ha de emanar de la superior formación del profesor, pero esta supuesta superioridad ha de ser responsabilidad del estado. Ningún gobierno en democracia se ha hecho cargo de esta responsabilidad. Por tanto menos discusiones ideológicas y más responsabilidad.

Se trata no de debatir desde posturas irreconciliables sino de unir fuerzas para ganar eficacia en la formación de las nuevas generaciones. La madurez de nuestros jóvenes habrá que contrastarla con la de los jóvenes de los países desarrollados de nuestro entorno. ¿Cómo nos ven los países de nuestro entorno hoy? Todos los indicadores de competitividad e innovación ponen a España en la cola de Europa y nos consideran en consecuencia. Como ejemplo analicemos una noticia que recogieron los medios en portada, aunque no en grandes titulares, como merecía. La noticia era que la Comunidad Económica Europea decidió que no se podrán presentar en español propuestas de patentes técnicas en el ámbito europeo, de manera que Europa sólo admite el inglés, el alemán y el francés como idiomas tecnológicos de orden superior. Después no ha habido reacción mediática resaltable. Merece la pena no pasar de puntillas por esta noticia ya que atañe a asuntos trascendentales, como nuestra educación, nuestra ciencia, nuestra tecnología y nuestro idioma, que hay que tomar con la debida consideración ante la necesidad de un cambio en nuestro modelo educativo. Hagamos frente a nuestros problemas con conocimiento, tanto de nuestras carencias como de nuestras necesidades, para afrontar el futuro.

Aquí preocupa el estado de nuestra educación entre los científicos con prestigio. Así, por ejemplo, Santiago Grisolía confiesa su preocupación por el hecho de que la sociedad española vive de espaldas a la ciencia y, para remediar la repercusión de esta desidia, propone acercar el lenguaje científico a los jóvenes desde bien pronto, haciendo los cambios educativos que hagan falta. Viene a confirmar esta apreciación el reciente informe Enciende, elaborado por un comité de expertos de la COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España), que representa a más de 30.000 científicos. En dicho informe se detecta que la educación

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secundaria en España tiene una importante carencia en docencia científica y se propone un replanteamiento del sistema educativo y de la formación del profesorado en materia científica.

Otra carencia importante es el lenguaje. Desde la RAE nos alertan: Los estudiantes españoles escriben cada vez peor. Indiquemos que el lenguaje científico está dentro del lenguaje, tanto porque la lingüística es una ciencia como porque la ciencia se describe y se transmite desde el lenguaje. Por tanto puede decirse que la carencia fundamental en nuestra educación es el lenguaje. Nuestros alumnos carecen de método científico para tener ideas y lenguaje para saberlas expresar. Pero seamos conscientes de que nuestra sociedad nunca ha apreciado la ciencia, en particular la nuestra, de manera que nuestros gobernantes nunca se han visto obligados por la opinión pública a atenderla adecuadamente. Este déficit es consustancial en nuestra cultura y educación tradicionales.

Educación, lenguaje, conocimiento, ciencia y tecnología conforman un conglomerado inseparable. Sin embargo tradicionalmente en este país los tratamos por separado y sin coordinación. Como muestra actual de esta desagregación basta poner el ejemplo de dos ministerios para todo ello: de Educación por un lado y de Ciencia e Innovación por otro. La cultura anda suelta en otro ministerio más. Como si la cultura pudiera separarse de la educación y de la ciencia.

Además de coordinación cuidadosa, también se necesita atención financiera y recursos humanos competentes para intentar subsanar ese déficit, esperando los resultados con tesón y paciencia. Aquí, la verdad, tesón y paciencia no hemos puesto. La cantidad de leyes educativas que hemos sufrido desde que estamos en democracia han perjudicado a la educación, que debe ser planificada a largo plazo. Antes de cambiar una ley, hay que ver los efectos de la anterior y reflexionar a fondo sobre el futuro. Obviamente han faltado, entre otras cosas, pactos de estado en educación. Es evidente que la educación debe tener una coordinación estatal. Es claro que la transferencia de las competencias educativas a las CCAA no ha contribuido a la coordinación necesaria.

En cuanto a apoyo financiero, no se han apoyado las leyes educativas de acuerdo con los objetivos pretendidos. Es ilustrativo observar que los rendimientos escolares son inversamente proporcionales al presupuesto que cada autonomía dedica a educación secundaria. Andalucía es una de las autonomías que gasta menos por alumno y tiene un rendimiento escolar pésimo en todos los informes estadísticos fiables. Pero es un problema general, independientemente de la región autonómica de que se trate.

Basta un ejemplo reciente para ilustrar esta falta de apoyo general. El modelo catalán de informatización escolar, por el que cada alumno debe recibir un portátil, se ha dado de bruces con la cruda realidad: las finanzas catalanas no dan para más, de manera que el proyecto, iniciado hace más de dos años, queda parado. Lo iniciado se mantiene de momento, pero no habrá nuevo material, a pesar de que el gobierno tiene consignada la partida en sus presupuestos. ¿Cómo plantear ahora el desembarco anunciado de la pizarra electrónica y otras goyerías? ¡Qué bonitos son los sueños! Algo parecido pasa en las demás comunidades autónomas.

También el ex presidente Aznar se hizo la foto de la informática en el aula. ¡Cómo se presta la I+D+i a hacerse fotos! Lo difícil es mantener la palabra mediante el cheque correspondiente. Pero no es sólo cuestión de financiación de tecnología en el aula. Se ha constatado una enorme resistencia al cambio introducido por las nuevas tecnologías en la educación. En la sociedad española siempre ha sido proverbial esa resistencia al cambio, a la modernidad.

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En el debate sobre el necesario cambio educativo se acentúa la separación tradicional que en España se ha mantenido entre ciencias y humanidades, entendiendo por humanidades el latín, la lengua, la historia, etc.; es decir, parcelando los saberes humanistas. No se plantea la necesidad de una visión integrada de todas esas parcelas con la ciencia y la tecnología, que es una de las bases de partida irrenunciables para cualquier nuevo modelo educativo. Veamos.

Por una parte se dice que hay que aumentar el contenido en humanidades de las enseñanzas y, por otra, que hay que llenar las aulas de computadoras y conectarlas a Internet. ¿Son contradictorios ambos propósitos? No. Lo que ocurre es que es difícil encajar los propósitos contenidos en ambas declaraciones en la tradición humanística española. La historia sigue pesando demasiado en este país. Así por ejemplo, de la palabra Letras se puede seguir leyendo en el diccionario de la RAE la siguiente acepción: "Conjunto de ciencias humanísticas (sic) por oposición a ciencias exactas, físicas y naturales". Son ciencias, hasta ahí podríamos llegar, pero humanísticas; es decir opuestas a lo que en el mundo se llama Ciencia. Los humanistas españoles suelen denominarlas ciencias humanas. Parece ser, según ellos, que las ciencias experimentales, o sea el conocimiento que se alcanza del mundo a través de la observación, la experimentación y la razón, son inhumanas.

Hay que dejar a un lado nuestra tradición ignorante de la ciencia y separadora de los saberes. La cuestión es organizar el saber, que es uno, para enseñarlo con provecho. ¿Qué son las humanidades hoy? ¿Qué son las humanidades hoy separadas de la ciencia y la tecnología? ¿Puede hoy una persona entender el mundo sin una mínima cultura científica y tecnológica? Sin embargo en nuestra sociedad siempre ha florecido el llamado 'anumerismo'; es decir la cultura humanista ignorante de los números e incluso orgullosa de su ignorancia, aunque cada vez menos, todo hay que decirlo.

Es necesario integrar la cultura científica en la cultura global del individuo. ¿Hemos atendido este tipo de formación integral en nuestros formadores? Sigamos. Tras dos años de desarrollo del proyecto educativo con el modelo catalán, se constata que el profesorado no está debidamente preparado para tratar con los alumnos usando el material informático como un material educativo más. Ello es consecuencia tanto de nuestro 'anumerismo' como de que nunca se ha contemplado por los poderes públicos el suficiente apoyo a la formación y reciclaje del profesor, pieza esencial en el tablero educativo.

Se echa en falta un modelo educativo bien pensado, debatido, consensuado y respaldado por una financiación adecuada. Este modelo, además, debe ser coherente con el modelo educativo universitario. El espacio común europeo en educación universitaria también debe ser tenido en cuenta a la hora de abordar el modelo educativo en la enseñanza secundaria.

La magnitud del problema educativo no ha sido percibida por nuestra sociedad. En las encuestas periódicas sobre los problemas que nos preocupan, el problema educativo simplemente no aparece nunca. Sin embargo es éste el problema más importante que tiene ante sí España. Naturalmente los gobernantes tienen en cuenta las encuestas. Así para el ministerio de economía es conveniente un ministro que entienda de economía y que dure lo máximo posible, pero para educación da igual. Este gobierno ha puesto muchos ministros de educación, demasiados para el debido sosiego necesario en materia educativa, desde Mª Jesús San Segundo, recientemente fallecida y que fue sustituida muy pronto, hasta el actual, Ángel Gabilondo. Tampoco Aznar hizo bien sus deberes en materia educativa. La prueba es Esperanza Aguirre, que es capaz y luchadora, nadie lo duda, pero que cuando fue nombrada en 1996 ministra de Educación, Cultura y Deportes tenía una experiencia nula en materia educativa.

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Nuestra sociedad sigue abundando en la idea de que antes que la educación y la investigación existen otras necesidades más perentorias, como el paro. Pero el paro de hoy es consecuencia de la educación recibida, independientemente de otras causas más coyunturales. Así que démonos prisa para coger el tren de la sociedad del conocimiento cuanto antes.

De acuerdo a este análisis es imperioso establecer un nuevo modelo educativo, basado en unas premisas claras, como las siguientes:

1- Reconocimiento de la educación como nuestro principal problema pendiente de resolver.

2- Nombramiento de una comisión de expertos, de reconocida solvencia científica en las diversas áreas del conocimiento, fundamentalmente lingüistas y científicos, sin ingerencia de partidos políticos, para establecer el nuevo modelo educativo.

3- Coordinación a nivel estatal, para asegurar la unidad de contenidos, de métodos y de aplicación territorial, aunque contemplando la diversidad cultural.

4- Financiación adecuada a los objetivos pretendidos, como consecuencia del punto 1. Esta financiación debe contemplar necesariamente el apoyo al profesorado, no sólo para atender la formación previa a su incorporación sino también a lo largo de toda su vida activa.

El País.com. 2 de octubre de 2011.

NO TODOS SON NAÚFRAGOS

Maruja Torres. Perdonen que no me levante.

Despierto con un ataque de vértigo, en el martes que sigue a uno de los ya habituales lunes negros bursátiles. Optimista voluntaria –soy de las que ven la parte buena de naufragar en el Titanic: barra libre -, pienso en la suerte que tengo de ejercer el oficio de escribir, en lugar de ser limpiador de ventanas encaramado a un andamio en la planta veinte de un edificio repleto de asesores financieros. Ingiero un Dogmatil y, mientras aguardo a que surta efecto, escucho la radio, zapeando como es debido. Se preguntarán ustedes por qué la radio, en pleno vértigo. La respuesta es simple. Los ruidos radiofónicos cubren en parte el de la taladradora de los obreros que están cambiando las tuberías del gas de la casa donde habito.

Leo los diarios en el iPad, ideal para la cama, mientras las inquietantes voces de los conductores de programas matinales en las emisoras decentes trepidan, una tras otra, o a la vez- uso dos aparatos más Internet -, en mi cama. He escrito el adjetivo inquietantes porque, últimamente, a los profesionales de la radio les estoy empezando a notar el mismo tono perplejo que usan los políticos cuando hacen ver que saben lo que está ocurriendo y que son capaces de solucionarlo, a sabiendas de que nosotros hace ya un rato que les hemos clasificado como incapaces. Encuentro a todo el mundo desvalido –menos a la pareja de domadoras circenses del PP, que ésta es otra: Madame Manostijeras y Madame Guillotina, cada cual en su autonomía a modo de carpa -, y eso me desazona.

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En esencia: hundimiento financiero; de nuevo, la absurda e idiota polémica del castellano –catalán (con la que les está cayendo en recortes a los enseñantes; y la que les caerá); los cientos de miles de muertos por hambruna que ya se dan por futuribles seguros en el Cuerno de África (a principios de los noventa anduve por allí: no han arreglado nada desde entonces, al contrario), y mucho blablablá de expertos que suenan, también, inseguros. Palabras que se repiten: Europa (más), gobernanza (más), educación (menos).

Abandono la radio y agarro Le Monde diplomatique, en español y en ese bonito papel tan claro que tiene. El artículo de Ramonet: Generación sin futuro. ¡Cielos! Hay también una interesante aportación sobre el debate abierto por el prestigioso mensual – tranquilos: ni los políticos ni los financieros lo leen –sobre la necesidad de que nos desmundialicemos de una puñetera vez, o aunque sea poco a poco. Hay un escrito sobre el que me arrojo porque el título promete entretenimiento –Orejas de burro para el FMI -, pero la lectura de los errores básicos de dicho ente mundial del prestamismo, así como su institucional cerrazón de mollera, ponen los pelos de punta.

Así las cosas, y ya un poco mejor de mi trastorno, abro la revista El Temps –en catalán: soy bilingüe, como saben, y nunca me he sentido de más en la mejor Catalunya –, y veo un reportaje a todo color sobre Eivissa (Ibiza). El trabajo es excelente y muestra un universo tan obsceno, de multimillonarios, de súper yates, de limusinas, de servicios al cliente al momento cueste lo que cueste, de habitaciones de hotel a 3.000 euros la noche, con piscina y jacuzzi privados, de mafiosos rusos, de jeques árabes, de VIPs descendientes de aquella santa que fue actriz buena en Hollywood y bastante peor en Mónaco… Y de nuevos ricos españoles que no se cortan a la hora de pedir lo más grande, lo más ostentoso, lo más más de lo más.

Cielos, me repito, pero ahora ya con poca esma (ánimo). ¡Tiene razón Jorge Drexler! Más o menos: “Tu hipoteca se hizo calor, luego el calor movimiento, luego gota de sudor, luego ya de 90 metros de eslora provisto con helicóptero en cubierta y amarrado al embarcadero por 2.000 euros al día”. Sí, todo se transforma, y el dinero está por ahí y se pega la vida padre.

Continúo en la cama reflexionando acerca de si lo que me aqueja es vértigo de oído, como creía al principio, o más sencillamente, asco.

Ahora que lo pienso, en el Titanic sólo tuvieron acceso al bar los que viajaban en primera. Pinche parábola neocapitalista, ya a principios del siglo pasado.

El País Semanal. 18 de septiembre de 2011.

RINGO Y YO (‘UNPLUGGED’)

Javier Cercas. Palos de ciego.

A mediados de julio un amigo me dejó un piso en Londres durante una semana. El día en que nos reunimos par que me diera las instrucciones de uso, mi amigo acababa de llegar de África y estaba desanimado por lo que había visto y debía contar por escrito; queriendo animarlo cité

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una frase atribuida a Agustín de Foxá, quien aseguraba que Colón no era un caballero porque “si un caballero va a América y ve lo que ve, vuelve y se calla”. Luego pasamos a las instrucciones. Mi amigo dijo que su casa estaba en el barrio de Chelsea, junto a Duke of York Square, mencionó supermercados, librerías y restaurantes próximos, habló de los porteros. “Por cierto”, recordó. “Parece que Ringo Starr tiene un piso en el mismo edificio”. “¿Quién?”, pregunté. “Ringo Starr”, repitió. “El batería de los Beatles”. “Ah”, dije. Mi amigo siguió hablando, pero a partir de ese momento no me enteré de una palabra de lo que dijo.

No soy mitómano, o no demasiado, aunque una vez me crucé por la calle con Johan Cruyff me pasé una semana hablando exactamente igual que él. No soy mitómano, pero Ringo Starr es Ringo Starr. Yo nací –perdonadme – en la década del rock and roll, y los Beatles son al rock and roll más todavía de lo que Cruyff es al fútbol. Es verdad que siempre se ha considerado a Ringo como el menos talentoso de los Beatles; no voy a discutir aquí ese juicio: sólo diré que, aunque mi soberbia sea diabólica y mi vanidad realmente insufrible, sé muy bien que no soy digno de besar el suelo que pisa el más humilde de los Beatles. Dicho esto, comprenderán ustedes que, en cuanto supe que iba a alojarme en un edificio donde tiene un piso Ringo Starr, tomase la decisión de escribir un artículo titulado Ringo y yo. Se trataba de un artículo kafkaiano y conjetural. Kafkiano porque, como sabía que era casi imposible que viese a Ringo Starr, sería un artículo sobre Ringo Starr en el que Ringo Starr brillaría por su ausencia, igual que en El castillo brilla por su ausencia el castillo y en El proceso el proceso; y también porque la mitad del artículo constaría de las estrategias que yo desplegaría en vano para tratar de ver a Ringo, tales como montar guardia día y noche a la puerta del edificio o como hacerme amigo del portero para que me dijera en qué piso vive y luego llamar a su puerta para pedirle un sacacorchos. Conjetural porque la otra mitad del artículo constaría de conjeturas: ¿qué haría si me encontraba a Ringo en el ascensor, por ejemplo?¿Silbar Ob-la-di Ob-la-da mirando al techo?¿Fingir que toco la batería agitando las manos y petardeando con la boca?¿Blocarlo para que no escape?¿Ser víctima de una lipotimia?

El día en que llegué a Londres aún no había escrito el artículo, pero ya casi me lo sabía de memoria. Aquella tarde, después de tomar posesión del piso, quise contestar mi correo electrónico y, como mi amigo me había dicho que no había Wifi en su casa pero sí en hall del edificio, bajé al hall con mi iPad y me puse a escribir. Llevaba un rato haciéndolo cuando, justo al levantar la cabeza de mi iPad, le vi; era él: pequeño, delgado, con gafas de sol, saliendo del ascensor y perdiéndose por la puerta trasera del edifico, precedido por una mujer. Me quedé sin respiración. Cuando la recuperé (parcialmente), comprendí que, si no hubiera sabido que tenía un piso allí ni hubiera llevado una semana dándole vueltas a mi artículo sobre él, quizá no le hubiese reconocido. Lo primero que se me ocurrió fue escribir un sms a mi amigo, un sms donde le juraba por mi padre que acababa de ver a Ringo; resumía: “No me llega la camisa al cuerpo”. Mi amigo me contestó de inmediato: “Mientes como un bellaco. Yo no o he visto en años y tú o ves a la primera”. Todavía anonadado por la aparición de Ringo, me di cuenta de que acababa de meterme en un lío: ya no podía escribir “Ringo y yo”, no al menos como planeaba escribirlo, sencillamente porque había visto a Ringo; pero, si escribía “Ringo y yo” contando que había visto a Ringo, la mitad de la gente no me creería y la otra mitad me odiaría a muerte por haber visto a Ringo. Entonces me acordé de Foxá y de Colón y me dije que cabía otra posibilidad: callarme, hacer como si no hubiese visto a Ringo. ¿Podía hacerlo?¿Sería capaz de guardar de por vida ese secreto terrible? Un momento, me dije: ¿y si me he equivocado?¿Y

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si al fin y al cabo el tipo no era Ringo? Lo era: al día siguiente los diarios británicos trían la noticia de que, la noche anterior, Ringo había recibido en Londres el Icon Award de la revista Mojo. Así fue como comprendí que Ringo Starr había arruinado mi artículo sobre Ringo Starr. ¿Qué hacer?, me pregunté. En realidad, me lo he preguntado durante todo este tiempo, y al final no me quedó más remedio que recurrir otra vez –perdonadme – a mi soberbia diabólica y a mi insufrible vanidad y decirme que qué carajo, que a mí no me arruina un artículo sobre Ringo Starr ni el mismísimo Ringo Starr. Y aquí lo tienen.

El País Semanal. 18 de septiembre de 2011.

ICONOCLASTAS A HURTADILLAS

Javier Marías. La zona fantasma.

No lo recuerdo con precisión, pero lo recuerdo. Se estaba redactando el borrador de la Constitución cuando se produjo una filtración de su contenido a la prensa. A mi padre, Julián Marías, le pareció erróneo y aun disparatado, lleno de detalles impropios de un texto tan fundamental, y escribió un artículo al respecto dando la voz de alarma. Dicho artículo no sólo tuvo mucho eco, sino que el mismo día de su publicación mi padre recibió una llamada del entonces Presidente Adolfo Suárez, que, sumamente preocupado, lo invitó a visitarlo para que le expusiera sus objeciones en persona y más por extenso. La redacción de la Constitución –hubo luego más reacciones – se inició de nuevo, o poco menos. Quedó libre de adherencias absurdas o interesadas y lo bastante presentable para ser sometida al refrendo de los españoles en 1978. La actitud de Suárez contrasta sobremanera con la de Zapatero, Rajoy y el resto de políticos actuales. ¿Se los imaginan sobresaltándose por lo que opine un intelectual y convocándolo en seguida para escuchar su parecer y sus posibles consejos? Quienes tengan estima por Julián Marías podrán argüir que tampoco hay hoy ninguna figura equivalente a la suya. Es cierto que no la hay idéntica, pero en cada época hay figuras equivalentes a las de cualquier pasado. Fernando Savater, de quien discrepo a veces, lo es a todas luces en cuanto a su capacidad de razonamiento y su argumentación, su independencia y su impredecibilidad. Pero ni Zapatero ni Rajoy creen precisar de su concurso ni del de nadie, o les basta con lo que les dictan Merkel y Sakozy, cuya altura intelectual nadie pone en duda porque carecen de ella.

Desde su aprobación en 1978 –treinta y tres años -, la Constitución ha sido intocable, y tanto el PSOE como el PP se han esforzado al máximo porque lo fuera. A ambos partidos se les ha llenado la boca diciendo defenderla, en incontables ocasiones. Hasta el punto de que ni siquiera se ha tramitado una enmienda que ya clama al cielo, a saber: que en esta Monarquía Constitucional les sea posible reinar a las mujeres. Modificación tanto más necesaria cuanto que la descendencia del Príncipe Felipe es, por ahora, exclusivamente femenina. (Eso por no hablar de la injusta Ley Electoral que padecemos desde hace tres décadas.) Y de pronto, en pleno agosto y por vía sospechosamente urgente, esos dos partido se ponen de acuerdo –nunca lo están en nada – para reformar la Constitución de manera poco democrática, dada su anterior y proclamada inviolabilidad. Y, pese a los centenares de millares de firmas reclamando un referéndum, se saltan éste a la torera e imponen la reforma desde el Congreso. Rajoy ha tenido la desfachatez –en fin, su partido se caracteriza por ser falaz casi siempre – de asegurar

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que, puesto que una abrumadora mayoría de diputados ha votado a favor de ella, también lo ha hecho una brumadora mayoría de españoles, olvidando, o más bien escondiendo, que dicha reforma no figuraba en el programa del PP ni del PSOE cuando hubo elecciones por última vez, en 2008. Ningún español, por tanto, ha aprobado nada de lo que ellos se han sacado de la manga a última hora, cuando la presente legislatura está agotada y el Presidente del Gobierno no va a seguir siéndolo.

No tengo conocimientos para saber si conviene o no que se limite el déficit y se establezca un techo de gasto mediante enmienda constitucional. Puede ser. Aunque juraría, desde el sentido común, que hay otras formas de conseguir eso - ¿decreto ley, aplicación y cumplimiento de las leyes ya existentes? – sin necesidad de tocar el texto fundamental. Y, en todo caso, creo imprescindible que la modificación se someta a referéndum. Han salido voces, a menudo inteligentes, como las de Peces Barba y otros, que sin embargo han soltado inesperadas sandeces en contra de ese referéndum, como “¿Para qué hacer una consulta popular si ya se cuenta en el Parlamento con una mayoría suficiente?” O les da lo mismo, o no han caído en la cuenta de que es posible – sólo posible – que dentro de unos meses el PP goce de mayoría absoluta en dicho Parlamento y que, con este precedente peligrosísimo y os argumentos de Peces Barba y sus colegas por bandera, se sienta facultado para cambiar la Constitución a su antojo y cuantas veces le plazca, dejándonos a merced del criterio y el provecho de un solo partido que jamás se ha distinguido por su respeto a la ciudadanía. Con esta reforma impuesta se ha abierto, asimismo, la caja de Pandora: ya ha salido uno reclamando que se incluya en la Constitución el derecho a la “autodeterminación”; otro, el federalismo; un tercero, que si Monarquía o República; un cuarto, que se reconozca la “singularidad” de su pueblo, y así hasta el infinito.

¿Cómo pueden ser nuestros políticos tan obtusos? En un momento en que hay una creciente y manifiesta aversión hacia ellos; en que se ha producido un movimiento que no debe tomarse a la ligera, el del 15-M, el cual ha subrayado las imperfecciones de nuestra democracia y el progresivo distanciamiento entre nuestros representantes y sus representados; justo entonces, no se les ocurre otra cosa que reformar a hurtadillas – es “a hurtadillas” todo lo que no sea consultar a la población al respecto – el texto que hasta ahora era intocable y sacrosanto. Es como si los obispos se hubieran convertido en iconoclastas de sus veneradas efigies de Semana Santa. Esto es lo que han hecho el PP y el PSOE: dinamitar lo que se han pasado treinta y tres años jurando que defendían y reverenciaba. ¿Quién va a creerles a partir de ahora una palabra? Lo de “a partir de ahora” es sólo un decir, no me tomen por tan tonto.

El País semanal. 18 de septiembre de 2011.

CONTRA LA SOLEDAD.

Rosa Montero. Maneras de vivir.

Qué desoladora la noticia de esos tres niños discapacitados de 3, 9 y 14 años que aparecieron muertos en un centro de acogida de Valladolid. En el momento en que escribo estas líneas, la monitora, que se intentó suicidar, parece ser la presunta asesina de los críos. Tal vez por un

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desequilibrio mental, tal vez por un equivocado impulso compasivo. El centro, de Mensajeros de la Paz, hace un meritorio trabajo acogiendo a los niños que, además de padecer alguna minusvalía, han sido abandonados por sus familias o no tiene quien se pueda hacer cargo de ellos. De manera que el destino ya se había cebado de modo redundante en esas víctimas: no sólo sufrían cerca de un 80% de discapacidad y necesitaban silla de ruedas, sino que además venían de hogares rotos. Y ahora los han asfixiado hasta la muerte, y, por sus condiciones físicas, no pudieron correr, no pudieron escapar ni defenderse.

La vida puede ser de una crueldad feroz, aún más aterradora por lo indiferente. Uno de los sucesos más tristes que he leído en mi vida ocurrió en España hace dos o tres décadas. Una empleada de la limpieza de una guardería infantil se llevaba al trabajo a su hijo discapacitado mental, porque no tenía con quien dejarlo. Y un día este chico, creo recordar que tenía unos diez años, prendió fuego a uno de los pequeños de la guardería y lo mató. He aquí otra tragedia redundante, un crimen sin culpables y sólo con víctimas. El ciego y negro rayo de la desdicha destrozándolo todo. Y lo peor es que se podría haber evitado. Si esa limpiadora hubiera tenido alguna ayuda, si ese niño hubiera estado en un centro de día mientras su madre trabajaba, esa desgracia no hubiera ocurrido. La soledad, la falta de apoyo social, eso es lo más duro, lo más asfixiante para tantas familias con hijos discapacitados o enfermos.

Hace unas semanas publiqué en estas mismas páginas un artículo sobre los ángeles que a veces veo cuando voy a pasear por el parque del Retiro: esos niños en sillas de ruedas y esos adultos que siguen siendo niños: seres puros, luminosos, felices; verdaderos ángeles, esto es, los únicos ángeles en cuya existencia creo. Y a raíz del artículo se ha producido una carambola bellísima: me han escrito varios padres de ángeles, mandando fotos de sus niños, explicando sus historias. Todas las aportaciones han sido hermosas, pero hay una que me ha dejado especialmente tocada; es de la madre de un niño con el síndrome de Sanfilippo, cosa que ni siquiera sabía que existiera y que al parecer es conocido como el alzhéimer infantil. Por desgracia he perdido la carta y no tengo el nombre de la madre ni de su hijo, pero recuerdo bien lo que decía. Los críos afectados por este síndrome crecen normales hasta los tres o cuatro años, y después empieza una vertiginosa degeneración neurológica: pérdida de movilidad, agresividad, trastornos de sueño, demencia y una muerte temprana en la adolescencia. Este trayecto aterrador lo contaba esa mujer con entereza admirable, con sobrecogedora y hermosa sabiduría. Y añadía que su hijo tenía cinco años, que era un niño feliz y adorable y que lo estaba disfrutando cada hora, cada segundo. Pero también pedía que se halara de la enfermedad, que la tuvieran en cuenta, que por favor estudiaran su cura aunque hubiera pocos afectados por el mal. Ya digo, la sensación de estar solos y abandonados es lo peor. Cuando la vida te golpea con sus rayos negros, la ayuda del entrono puede ser la salvación.

Esto queda muy claro en un libro fascinante que han editado en España hace unos pocos meses: Un amigo como Henry, de la escocesa Nuala Gardner (KNS Ediciones). Es la historia de un chico, Dale, con autismo grave. Dale nació en 1988, cuando se sabía mucho menos del síndrome (algunos hasta sostenían que las culpables eran las madres por su frialdad emocional). El libro de Nuala es un relato espeluznante de su épica lucha contra la enfermedad; de la falta de apoyo, de la incomprensión; de la imposibilidad material de sacar adelante a un niño así en soledad, hasta el punto de que Nuala pensó en suicidarse. Y lo más

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maravilloso es que la ayuda salvadora vino, en efecto, del exterior, pero no de una persona, sino de un perro. De un golde retriever sabio y estoico llamado Henry que resultó esencial para poder conectar con el angustiado Dale: incluso consiguieron establecer comunicación verbal con el niño gracias a fingir que era Henry quien hablaba. Hoy se sabe que, en efecto, los animales tienen un formidable efecto terapéutico en el autismo y otras dolencias, y están empezando a ser utilizados de manera más o menos habitual (por cierto, el 10% de las ventas de este libro va a parar a la ONG española PAAT, que adiestra Perros de Asistencia y Animales de Terapia). Y es que la vida puede ser feroz y aterradora, pero también tiene estos pequeños milagros.

El País Semanal. 18 de septiembre de 2011.