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    El retorno delos magos

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    Descubre el mundo de Kherian y comparte tus opiniones en:http://www.enriquetimon.com/ultimotitan/ultimo_titan.htm

    Foros:http://foro.enriquetimon.com

    Serie: El Último Titán

    Ciclo: La Era de Rankor

     Volumen: El retorno de los magos

     Título de la obra: El Último Titán: 1- El retorno de los magos

    Enrique Timón Arnaiz 2000-2007 Algunos derechos reservados

    3.0 License de Creative CommonsLicencia ReconocimientoNo comercialSin obras derivadas

    http://www.enriquetimon.com

    Ilustración portada: lienzo al oleo 100x81© Enrique Timón, 2007

    Primera Edición en lulu.com, Junio 2007Primera revisión: diciembre de 2007

    ISBN: 978-84-611-7968-8 (Obra Completa)ISBN: 978-84-611-7969-5 (Volumen 1)

    PRINTED IN UNITED STATES OF AMERICA

    Registro de la propiedad intelectual Castellón:Por la Primera Parte: 00/2000/10214  ―  30/05/2000Por la Obra Completa: 09/2003/4142  ―  25/07/2003

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     A mis padres,que me permitieron soñar

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    AGRADECIMIENTOS

    Quisiera aprovechar para agradecer a cuantos han tenidola amabilidad de leer los sucesivos borradores y revisiones de estanovela, algunos incluso con la paciencia de esperar a cada entrega.A todos ellos les agradezco también sus sinceros comentarios, queme han servido para intentar mejorarla con su aportación. Pero porencima de todo agradezco el apoyo y aliento que han supuesto paramí, hasta el punto que creo que fueron sus ánimos más que mis

    fuerzas los que me permitieron concluir esta tarea. Voy a citar sóloa algunos, no por afán de abreviar sino porque mi memoria es fali- ble y estoy seguro que más de uno se me olvida, de otros no re-cuerdo el apellido así que los cito con su localización para que

     puedan identificarse, los hay también que lo leyeron a través deamigos comunes, de ellos sólo sé por referencias pero valgaigualmente mi agradecimiento aunque no se mencionen aquí susnombres. Por orden alfabético son: Eva Andrés, David Balaguer,

    José (Barcelona), Pepe Caballero, Rodrigo Cambronero, MargaCastro, Olaya Lafuente, Jesús Moreno, Blas Navarro, IsabelPedrosa, Jaime Peña, Nel Rodríguez, Sven Valcárcel y FernandoZayas. No quiero olvidar en esta ocasión a quienes desde el otrolado del Atlántico han contribuido con su lectura y aportaciones:Marisol Guzmán, Marc Pedrau y Manuel Peña.

    Mención aparte merece Luis Andrés Holgado, que tras lalectura del primer capítulo y el conocimiento de las característicasgenerales del mundo de Kherian y su historia decidió dedicar

     buena parte de su tiempo libre al oficio de historiador, geógrafo ycartógrafo de ese nuevo mundo y lo hizo tan bien, que su huella

     permanece en múltiples detalles de la obra, a él se debe por ejem- plo la agasta, los nombres y economías de muchas regiones de losreinos kantherios, incluso de algunos reyes y dinastías o personajeslegendarios. En su honor, existe un tipo de criaturas, una especiede gnomos, desconocida para el resto de los habitantes de Kherian,que viven en una pequeña isla perdida en el hemisferio Norte.

    Por último, si importante es el apoyo de los amigos, el dela familia es a este respecto crucial y yo he de confesar he tenidomucha suerte, con una familia que me ha animado y apoyadodesde que puedo recordar. Desde mi madrina Purificación Maté

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    que me regaló una máquina de escribir cuando apenas tenía 12años, con la que llegue a escribir algunos pequeños relatos fruto deaquella mente infantil, en los que el gusto por una épica con dosis

    de romanticismo ya era notorio. A mis padres, que cada vez queterminaba un ensayo de filosofía me preguntaban ¿para cuándo lanovela? No sé bien si me pedían que escribiera algo más inteligibleo que estuviera mejor remunerado, seguramente tan sólo queríanque me embarcara en algo más afín a sus gustos literarios. El casoes que ambos hicieron el esfuerzo de intentar leerla, aunque laliteratura fantástica distaba mucho de ser su género favorito, mi

     padre incluso lo consiguió y hasta según confesó le gustó, apor-

    tando unos valiosos comentarios que tuve muy en cuenta (la apro- bación de un padre puede parecer irrelevante, pero para quienconozca su nivel de exigencia comprenderá por qué para mí fuetan importante). Pasando por mi hermano Oscar, apasionado lectordel género en el que lo inicié hace ya muchos años, que ha seguido

     paso a paso desde la construcción del mundo y los personajes a laredacción de cada uno de los capítulos, aportando su siempreaguda y bien documentada perspectiva. Y llegando hasta la si-

    guiente generación, personificada en mi hija Krystal de 17 años,que tuvo que cargar con el grueso volumen del borrador (más de700 hojas a una cara) en un largo viaje porque quedó enganchadacon la historia y los personajes y ahora me anima a que la con-tinúe; es difícil reseñar cuan gratificantes resultan sus ánimos paramí, baste con añadir al parentesco que nos une el hecho de que ellaestaba muy presente en mis pensamientos en muchos de los pasa-

     jes de la novela.

    Sería injusto concluir sin una mención muy especial aquien sin duda es la artífice de que esta obra sea ya una realidad:me refiero a mi mujer Irma, que desde el cariño y la comprensión,

     pero también desde su perspectiva profesional y rigurosa como profesora de Literatura en la Universidad de Guadalajara, ha ve-lado por el buen desenlace de este proyecto, en el que creyó desdeun principio. Para ella no puedo tener palabras de agradecimiento,tan sólo un amor incondicional.

    Enrique Timón

    Castellón, 18 de mayo de 2005

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    Índice

    NOTA DEL TRADUCTOR  .................................................................................... 11

    C ARTOGRAFÍA (M APAS Y PLANOS ).................................................................. 12

    Prólogo. Historia de los titanes .................................................. 15

    Primera Parte. Bestias Errantes .................................................. 31

    1. Nadia la cínica ................................................................................... 33

    2. Cuando los dioses tiemblan ............................................................ 483. Un alto en el camino ........................................................................ 63

    4. Martheen el mercenario ................................................................... 91

    5. La sombra del rwarfigt ...................................................................121

    6. Caballeros, sanadores y magos ......................................................141

    7. Encuentro en la Senda Real ..........................................................160

    8. Las cartas al descubierto ................................................................178

    Segunda Parte. La batalla de Eriztain .......................................193

    1. El Noclevac de los dioses ..............................................................195

    2. Viejos amigos ..................................................................................210

    3. Emboscada ......................................................................................237

    4. En busca de Escoliano ...................................................................264

    5. El desfile de la partida ....................................................................297

    6. Camino del frente ...........................................................................310

    7. Escaramuza en Philitros ................................................................331

    8. Eriztain .............................................................................................355

    9. Morirás y sin embargo, vivirás ......................................................382

     Apéndice. Glosario .....................................................................412

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    Nota del Traductor:

    La presente obra es una fiel trascripciónde su original escrito en kantherio impe- rial. Me he permitido la libertad de tra- ducir también sus elementos culturales,sus sistemas de medida y giros lingüísti- cos, allá donde lo he creído conveniente,

    ajustándolos a los de nuestro propioidioma y cultura. Siempre con un escru-  puloso respeto al sentido del texto origi- nal y con el único afán de hacer aquelloscomprensibles al lector no familiarizadocon la lengua y civilización kantherio- creona.

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    C

    ARTOGRAFÍA

     

    MAPAS Y PLANOS

    )

    1

     

    1 Mapas realizados por Luis Andrés Holgado. Basados en bocetos del autor.

    1. 

    Reinos de Darlem y Messorgia 

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    2. El mundo “conocido” de K herian. 

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    3. Ciudad de Finash (capital de Messorgia) 

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    P

    RÓLOGO

     

    HISTORIA

     

    DE

     

    LOS

     

    TITANES

    os destellos luminosos de los últimos rayos del atarde-cer traspasaban las amplias vidrieras multicolores delvestíbulo de la Academia Diógenes en Policreos. Elmármol de Jatimlatt, que revestía el pavimento y las

     paredes, brillaba con fulgor blanquecino en las zonas bañadas por los haces de luz. Gruesas columnas de marcadas estrías ydecorados relieves recorrían en hileras la estancia. Varias estan-terías de madera de roudano*  cubrían el fondo Norte; en ellasdescansaban algunos rollos de pergamino, amarillentos y corroí-dos por el paso del tiempo, junto a una selección de códiceslujosamente encuadernados, en cuyos lomos podían leerse títuloscomo “Historia de los Reinos Kantherios” de Dathales, “De la

     Naturaleza de las Cosas” de Tágoras o “Las Pers pectivas delHombre” de Diógenes.

    En la zona central del vestíbulo, junto a una de las co-lumnas, dos hombres discutían acaloradamente sobre la natura-leza de la magia. Las togas de raso azules que vestían los delata-

     ban como maestros de la Academia. Los ribetes granates de sus brazaletes los distinguían además como miembros del Consejode los Diez Sabios, la máxima jerarquía académica de la ciudad.Policreos, capital cultural del mundo civilizado; o, al menos, así

    era vista por los occidentales pueblos kantherios.El mayor de los hombres, casi un anciano, carecía com-

     pletamente de cabello, a excepción de una cuidada perilla queacentuaba sus rasgos; su rostro reflejaba una serenidad escultu-ral. Era Demetrio, un filósofo con fama de extravagante y ex-céntrico. El otro, Urrulus, historiador de reputado prestigio,también pasaba de la cincuentena; mostraba claros signos dealteración, agitaba los brazos arriba y abajo, mientras daba vuel-tas en uno y otro sentido en torno a su interlocutor. Los canosos

    *  Árbol que crece en los bosques de Foreas. En el interior del Reino deBurdomar. Su madera es semejante a la del pino, aunque permite un trabajomucho más fino, por lo que es especialmente utilizada para la construcción demobiliario decorativo.

    L

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    El Último Titán: La Era de Rankor

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    mechones de su arreglada barba se erizaban al compás de susmovimientos.

    ―¡No puedo dar crédito a mis oídos! ―farfulló mien-

    tras hacía un gráfico gesto con sus temblorosas manos―. ¿Estáisnegando que exista o haya existido la magia en Kherian*?― palideció escandalizado ante las palabras que acababa de escu-char a su interlocutor, sus ojos ligeramente verdosos parecíanquerer salirle de las órbitas.

    ― No niego que haya existido o incluso exista lo quevos llamáis magia ―Demetrio permanecía impertérrito mientras

     pronunciaba estas palabras, apenas podía distinguirse el movi-miento de sus labios, ni la menor alteración en el tono―, ¿Cómo

     podría hacerlo? Existen miles de documentos en nuestra historiareciente que lo acreditan. Hombres notables, e incluso sabioscomo Diógenes, han sido testigos, ¿cómo podría dudar de su

     palabra? No niego la magia, sólo su carácter mágico.

    ―¿Sólo decís? ―el rostro de Urrulus había pasado dela estupefacción e incredulidad iniciales a un estado de indigna-

    ción, patente en el nervioso temblor de su bigote―. ¿A quiénqueréis engañar? Eso es tanto como dudar de los dioses.

    ―Seguís sin entenderme ―el filósofo concedió un li-gero movimiento de sus manos, acompañando con gestos bené-volos su explicación―. No se trata de dudar de la existencia delos dioses, tal cosa no puede hacerse. De ser así, por la mismaregla habríamos de poner en tela de juicio la existencia del le-gendario Ealthor o de su no menos grande hijo Oramntheer II.

     Nada más lejos de mi intención, creo firmemente que los dioseshabitaron el mundo, e incluso que con toda probabilidad siguen

     perviviendo hoy en día, lo que cuestiono es su condición divina―Urrulus dejó escapar una leve exclamación―. Pienso, más

     bien, que aquellos a los que llamamos dioses eran seres de carney hueso como nosotros. Con sus particularidades, por supuesto,si atendemos a los antiguos escritos, eran mucho más fuertes,

    *  Kherian es la denominación kantheria para referirse al mundo en suconjunto. Aunque ambos hablaban en fluido creón, en el año 623 después del“Advenimiento”, la denominación imperial se había popularizado hasta tal

     punto, que hacía olvidar otros apelativos del pasado.

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    Prólogo. Historia de los titanes

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    altos y corpulentos, también el color de su piel era distinto, lige-ramente azulado...

    ―E inmortales, eso también figura en los antiguos es-

    critos ―interrumpió el historiador con una risa nerviosa dibujadaen sus labios.

    ―Concedo que debían ser especialmente longevos, pues nadie pareció percibir envejecimiento en ellos y, efecti-vamente, fueron descritos por varias generaciones ―repusoDemetrio con su parsimonia habitual―. Pero nada de esto coligeque fueran inmortales, antes bien tal cuestión ya fue refutada, delmodo más contundente posible, durante la “Guerra de los Dio-ses”, y más tarde también en la “Guerra de los Titanes”. 

    ―¿Creéis tener explicaciones para todo, no es eso?―Urrulus adoptaba ahora una pose más tranquila, pasando a ladefensiva, pero sin poder evitar frotarse nerviosamente las ma-nos―. Bien, decidme, ¿cómo explicáis su increíble poder? Y nome refiero a su fortaleza física, sino al que emanaba de su magia.

    ―¡Veis!, a eso me refiero. Yo no puedo ver nadamágico o místico en su poder. Está claro que éste radicaba en susartilugios, y aunque no comprendamos los mecanismos de sufabricación o funcionamiento, tal vez por limitaciones de nuestracapacidad intelectual, eso no justifica que demos por válida suexplicación irracional ―el temple del filósofo comenzaba acontagiarse de la agitación de su interlocutor ―. Pensadlo. Todoslos documentos lo confirman. Los magos psíquicos utilizabanuna especie de medallón, los lumínicos una varita corta, lostérmicos esos pequeños y extraños tridentes, como el del Museode Bittacreos, y los magos físicos unos brillantes brazaletesmetálicos. Los caballeros sagrados portaban armas y armadurasde titanio, una poderosa aleación sin duda, pero no necesa-riamente mágica. Incluso los sanadores empleaban un instru-mento semejante en su forma a una herradura. Los propios dio-ses, según narran las leyendas, se sirvieron de utensilios seme-

     jantes para demostrar su dominio.

    ― No tratéis de tergiversar la historia, yo también heleído los antiguos textos, y en ellos se habla de medallones que

     permitían controlar las mentes de otros seres y producir alucina-

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    ciones, de varitas que emitían rayos, de tridentes que producíanun frío helado y un calor abrasador, y de brazaletes que permitíanmover objetos o golpear a distancia. Se habla también de ar-

    maduras de titanio, que resistían por igual los rayos o el acero, yde armas de este mismo metal, proporcionado por los dioses,capaces de partir una roca. Y, ciertamente sí, se mencionan unosextraños objetos con forma de herradura, “Simtar”, que permitíancurar las heridas más espantosas. ¿Queréis hacerme creer quetales prodigios son simples obras de un artesano? ¿Qué un arti-lugio mecánico podría hacer cualquiera de estas cosas? Mi que-rido amigo, debéis estar de broma ―Urrulus se permitió una

    ligera sonrisa―. ¿Cómo podría un simple ingenio lanzar rayos, provocar alucinaciones o sanar graves heridas sin el concurso dela magia?

    ― No lo sé. Pero precisamente porque lo ignoro, porquedesconozco cómo es posible que funcionasen tales utensilios, notrato de presuponer que ya lo sé y lo llamo magia ―las faccionesde Demetrio se tornaron graves―. ¿Por qué cuando desconoce-mos algo nos refugiamos de inmediato en el misticismo tratando

     patéticamente de disimular nuestra ignorancia? ¿Por qué noaceptar que quizá no haya nada mágico en todo esto sino tan sólounos seres más avanzados e inteligentes que nosotros? Piensa enlos tupir, por ejemplo, están tan atrasados con respecto a noso-tros, que muchos de nuestros enseres podrían parecerles igual-mente mágicos. Se dice que incluso algunos de ellos considera-ron a Ealthor I como un dios cuando conquistó Burdomar. ¿Porqué no podríamos ser nosotros “los tupir de los dioses”? 

    ― No vais a persuadirme con vuestras falacias. Puedoconcederos ―levantó la palma de su mano derecha, agitándolaadelante y atrás al ritmo de sus palabras―, que el poder de losdioses precisase de algún artilugio, a modo de vehículo, paramanifestarse. Pero de lo que no cabe duda es que fueran mági-cos. Recordad que en los escritos también se relata cómo nadie,salvo los elegidos para ello, podía tocar tales “instrumentos”; losmagos y sanadores, además, debían recitar con perfecta declama-ción sus sortilegios para que estos surtiesen efecto, y ningúnhumano, que no fuese un caballero sagrado, sobrevivía muchotiempo a una prolongada exposición al titanio. Si fuesen sólo eso,meros artilugios, cualquiera debería poder usarlos, pero no era

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    Prólogo. Historia de los titanes

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    así. ¿Por qué? Porque los dioses les habían infundido su magia, para que la utilizaran tan sólo sus elegidos.

    ―Creo que nuevamente buscáis la explicación más

    cómoda, en lugar de deteneros a reflexionar. ¿Por qué sólo loscaballeros sagrados eran inmunes a los efectos nocivos del tita-nio? ¿Por qué atribuirlo a un supuesto carácter mágico de estaaleación? ¿Por qué no pensar en el titanio como una sustanciavenenosa y en los caballeros sagrados como en aquellos que han

     probado el antídoto? Te extrañas de que nadie salvo los magos pudiese tocar sus utensilios; pero, ¿no podrían los dioses, dealguna manera inimaginable, haber dotado a estos instrumentos

    de la capacidad para reconocer a sus amos? Al igual que sucedecon algunos animales, como los halcones, que sólo acuden al

     brazo de su amo, y nadie dice que sean criaturas mágicas. Y,¿qué me dices de las palabras rituales que habían de pronunciar?Ambos sabemos que no fue así desde un principio, sino a partirde que, durante las guerras religiosas de los reinos creones delSur, un guerrero cortara el brazo de un mago lumínico y fuesecapaz de utilizar el miembro amputado aferrado a su varita, para

    utilizarla contra otros magos. Fue entonces, y no antes, cuando sevieron obligados a recitar unas palabras rituales para su activa-ción, para evitar que se produjeran acontecimientos similares. Yesto es lo que más me inclina a creer que tengo razón al suponerque no haya magia alguna en todo ello. Hubo al menos unaocasión, documentada ―enfatizó―, en que un no mago pudoutilizar lo que vos llamáis sortilegios. ¿Cómo hubiese podidohacerlo si los dioses no le habían otorgado la magia? A menos,

    claro, que no haya tal poder mágico y se trate simplemente de potentes ingenios.

    ―¡Blasfemias! Hubo un tiempo en que se quemaba alos que así hablaban ―en su fuero interno Urrulus comenzaba aañorar aquellos tiempos―. Seguís sin comprender nada, osempeñáis en negar las evidencias, ¿por qué elucubrar complica-das teorías que no puedes explicar, cuando todo tiene una razónmás sencilla? Decís no creer en la magia, pero estáis dictando lasnormas por las que debería comportarse. ¿Quién os dice que losdioses no otorgaron inicialmente sus poderes mágicos al instru-mento en lugar de al hombre y que luego enmendaron su errorotorgándoselos directamente a sus elegidos? Vuestra imagina-

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    ción no os permite concebir nada que no sea explicable racio-nalmente ¿no es así? Pero esto es una limitación vuestra, que nosepáis comprender la magia como una emanación del poder

    divino, es una merma vuestra, no de ese poder. La inmensa ma-yoría de los habitantes de todo Kherian creen en el caráctermágico y divino de los dioses. ¿Iban a estar todos ellos equivo-cados y vos en lo cierto? Me temo que os sobrestimáis mi que-rido Demetrio; quizá no creéis en los dioses porque en vuestrosanhelos os gustaría serlo vos. Y como no podéis ser dios, atraéisa los dioses hacia vuestra mortalidad, para sentiros más próximoa ellos. Resultáis pat...

    El ruido de un objeto chocando contra el embaldosado,interrumpió bruscamente la conversación. Ambos se giraron. Enel suelo, junto a una columna próxima, había un tomo con cu-

     biertas de cuero. Desde donde estaban no podían leerse las letras plateadas que lo identificaban. Hicieron el ademán de aproxi-marse, cuando vieron a una mano emerger tímidamente desdedetrás de la columna en dirección al volumen caído. A la manosiguió un brazo y al brazo todo lo demás. Llevaba una especie de

    túnica ocre, de las utilizadas por los estudiantes de la Academia;tenía la capucha echada por lo que no pudieron distinguir susrasgos. Si bien, al agacharse a recoger el libro, su prenda se abrióligeramente a la altura del pecho, poniendo al descubierto partede su anatomía femenina. Las pupilas de los oscuros ojos deDemetrio se dilataron al contemplarla furtivamente. Urrulus, porsu parte, giró la vista, enrojeciendo avergonzado.

    Consciente de que había sido sorprendida espiando, la joven se irguió, ajustando pudorosamente los pliegues de sutúnica. La capucha descendió levemente sobre sus hombros,

     permitiendo reconocer sus rasgos. Sus cabellos castaños claros,muy cortos, sus ojos, algo más oscuros, grandes y brillantes, asícomo la multitud de pecas que salpicaban sus pómulos, no deja-

     ban lugar a dudas. Ambos la conocían muy bien, se trataba de Fi-lias, una discípula reciente venida de Akaleim, pero que en sucorta estancia había sabido llamar la atención de sus mentores,

     por sus preguntas y comentarios cargados con una mezcla desagacidad e ingenuidad, también por su descaro a la hora deexpresar sus opiniones.

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    Prólogo. Historia de los titanes

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    ―Iba a llevarlo a la biblioteca ―trató de justificarse,señalando al preciado códice, en un defectuoso creón con acentokantherio.

    ―¿Sí? ―inquirió el filósofo sonriente, hablando ahoraen kantherio― ¿Y cuanto tiempo hacía que llevabas el libro a la

     biblioteca detrás de la columna?

    ―Bueno... esto... yo... ―contestó alternando confu-samente los idiomas creón y kantherio. No pudo evitar rubori-zarse, mientras ensayaba como salir del paso. Sus pecas se mar-caron con mayor contundencia en su rostro enrojecido―. Verámaestro, me dirigía allí... pero al escuchar, accidentalmente lo

     juro ―matizó―, tan elevada discusión, no pude evitar quedar prendida como una tonta de sus palabras ― pensó que un poco decoba no perjudicaría su causa―. En las clases no se escuchancosas tan interesantes...

    ―¡Nos cerrarían la Academia si lo hiciéramos! ― pensóel historiador en voz alta.

    ―Hay algo en todo eso que discutían, sobre la existen-cia de los dioses, que me tiene algo desconcertada ―Filias en-tendió que si distraía la atención de nuevo hacia los temas enliza, quizá olvidarían su indiscreción―. Si los dioses, se supone,han existido desde siempre, ¿porqué no hay ninguna mención aellos previa al “Advenimiento”? Es más, ¿por qué antes sehablaba de otros dioses?

    ―Yo me he hecho muchas veces esa pregunta ―co-

    mentó Demetrio.―Estoy seguro de que ambos conocéis bien la res-

     puesta, pero no me importará repetíroslo una vez más. Antes loshombres, en su ignorancia adoraban a los Arcanos, a los antiguosdioses, que no eran más que mitos, fruto de olvidadas supersti-ciones ―explicó con tono académico Urrulus a la muchacha, quelevantaba la mirada hacia él absorta en sus palabras, su nariz,algo respingona, ayudaba a destilar esa sensación de devoción―.

    Hasta que los verdaderos dioses descendieron de los cielos sobreuna ciudadela flotante, manifestación palmaria de su poder, pararedimir los pecados de los hombres y darse a conocer. Por eso sele llama a este acontecimiento el “Advenimiento” y marca el año

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    El Último Titán: La Era de Rankor

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    0 de nuestra Era. El hombre vivía en la oscuridad y nada sabía delos dioses, pero vinieron a nosotros y se hizo la luz.

    ―¿Vinieron a redimir los pecados de los hombres?

    ―una sonrisa irónica se dibujó en los labios del filósofo, quedaba muestras de una inquietud desacostumbrada―. Claro, porsupuesto, por eso se dedicaron los años siguientes a esclavizar yconvertir a los pueblos próximos. Por eso los obligaban a ren-dirlos culto y servirlos so pena de ser destruidos. Ciertamentetrajeron la salvación al mundo ―el sarcasmo de su comentarioresultó evidente.

    ―Jamás mis oídos escucharon una tergiversación de lahistoria más ruin ―intervino ligeramente encolerizado el histo-riador, mirando ahora fijamente a su colega e ignorando a la

     pupila que había emitido la cuestión―. Los dioses ofrecieron aaquellos pueblos su salvación y la de sus almas, al miserable

     precio de un mínimo reconocimiento y respeto. En su inconmen-surable generosidad, los dioses ofrecieron la salvación incluso aquienes, manipulados seguramente por las antiguas castas sacer-dotales de los arcanos, no la querían. Hubieron de mostrar su

     poder para convencer a los descreídos; pedirles una fe ciegahubiese sido injusto, ya que entonces nada hubiese podido dis-tinguirlos de los charlatanes de feria o los sacerdotes de los Ar-canos, y sólo los tontos hubiesen acudido a ellos. Hubo muertos,sí, pero qué son unos centenares, unos miles de vidas a cambiode la salvación de la humanidad. Aquellos infelices perdieron susvidas, pero en compensación recibieron la eternidad para susalmas.

    Demetrio dejó escapar una sonora risotada. El sem- blante de su interlocutor se ensombreció notablemente. La mu-chacha miraba a uno y a otro con evidente curiosidad.

    ―¿Salvaron sus almas? ―replicó burlón el filósofo―.Menudo eufemismo, ahora va a resultar que el asesinato, cuandoes bendecido por los dioses, es una redención de la víctima.¡Salvaron sus almas! Eso es como decir: ¡salvaron sus ñutts!

    ―¿Qué es un ñutt? ― preguntaron al unísono.

    ―Lo mismo que un alma; o sea, nada ―declaró con suflema habitual―. ¿Qué es un alma? Nunca he visto ninguna por

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    ahí. Es tan sólo un mito de los arcanos para explicar la muerte ylos cuerpos inertes, que algunos filósofos han explotado y hacalado hondo entre las gentes. Yo, confieso, sólo veo cuerpos

    vivos y cuerpos inanimados. Cuando una vida se apaga, no veoun alma que se libera, sino un cuerpo exánime. Tal vez debamosllamar a alguna de esas “almas eternas” para que pueda contar -nos su versión de la historia...

    Antes de que Urrulus pudiera replicarlo, Filias tomó denuevo la palabra. El discurso estaba llegando a unos derroterosdemasiado profundos, para los que aún no se sentía preparada atransitar. Además no soportaba dejar de ser el centro de atención;

    a riesgo de recordar su transgresión, trató de reencauzar la con-versación con una nueva pregunta.

    ―Perdón Maestros, pero en mi ignorancia no acabo deentenderlo. Si los dioses sólo se preocupaban de la salvación denuestras almas. ¿Por qué tuvo lugar la “Guerra de los Dioses”?―ambos se volvieron hacia la muchacha perplejos.

    ―Pocos años después del Advenimiento, según cuentan

    los anales ―el historiador volvió a adoptar una pose magistral―,hubo una escisión entre los dioses. Magrud, que en aquélentonces era su líder, desesperó de convertir a los hombres, a losque acusaba de ser impuros. Bulfas, por el contrario, en su bon-dad, seguía creyendo en los humanos y se opuso a las órdenes deMagrud de aniquilar a la especie de la faz del mundo, y...

    ―Sí claro, y en el Este te dirán que era Bulfas el pérfidoque quiso exterminarnos y Magrud quien se opuso ―interrumpióDemetrio mirando a la estudiante―. Yo conozco otra historiamucho más plausible, claro que no es oficial, pero la oficial varíasegún la autoridad que la oficializa. Existen documentos de laépoca que hablan de un rumor, según el cual Bulfas se entendíacon la mujer de Magrud y fue sorprendido en pleno adulterio.Yo, sinceramente, creo mucho más probable que ésta fuera lacausa de la Escisión.

    ―¿Vuestras irreverencias no tendrán fin? ―le reprobóUrrulus antes de volverse hacia la muchacha― Tras la Escisión,los dioses y el mundo vivieron una época de paz que duró algomás de medio siglo. Ambas facciones se habían repartido Khe-

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    rian en áreas de influencia. Pero Magrud no pudo contenerse,quiso ser el único dios e imponerse a los pueblos que quedaron

     bajo la protección de Bulfas, quien, en su benevolencia, no podía

     permitir semejante atropello. Así comenzó la famosa “Guerra delos Dioses”. 

    ― Nuevamente mostráis a nuestra alumna la versiónoficial, que ya conocerá y que sin duda es la inversa de la que seenseña en las escuelas del Este. Pero nada de esto es cierto. Lasleyendas en torno al Bien y el Mal sirven para exacerbar a lasmuchedumbres, pero el Bien o el Mal no existen, son tan sólo la

     personificación de nuestras apreciaciones. Nada es blanco o

    negro, en su lugar hay una variedad casi infinita de tonalidadesde gris. Yo te contaré cómo sucedió todo ―el filósofo se sujetóla barbilla con la mano, acompañando el tono grave de sus pala-

     bras―. En su afán de proselitismo, de someter a su credo a todoslos pueblos, los dioses fueron engañados por los amónidas, fielese inquebrantables en su culto a los arcanos. De este modo, pidie-ron por su cuenta ayuda a cada bando, a quien decían adorar,contra las injerencias del otro. Estalló un conflicto localizado en

    el que, por primera vez, murió un dios. Aquella muerte desenca-denó la más funesta guerra que se haya conocido en el mundo.

    ―¿Unos simples humanos, amónidas además, iban aengañar a los propios dioses? ―el historiador se permitió unasonora carcajada― Ridículo, la próxima vez invéntate algo máscreíble.

    ―Esperen, podemos leerlo aquí ―Filias abrió el grueso

    tomo que aún llevaba entre las manos. Los maestros pudieron ver por primera vez lo que rezaba el epígrafe plateado del mismo:“La Guerra de los Dioses y sus consecuencias” por Dathales.Con una voz un tanto aguda comenzó a leer:

    >>...Corría el año 63 desde el “Advenimiento”, cuandolos distintos bandos en que se habían dividido los dioses y susseguidores se enfrentaron violentamente en todos los rinconesdel mundo; haciendo gala de un ensañamiento y crueldad sin

     precedentes en la historia conocida. Las grandes batallas sesucedieron por tierra y mar. Pueblos, ciudades, reinos enterosfueron arrasados, razas exterminadas o sometidas, como losgraph. Cientos de miles de seres murieron en combate y en un

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    número aún superior fueron asesinados o deportados. Millonesde personas se vieron forzadas a abandonar sus hogares y lasenfermedades hicieron estragos entre desplazados y sitiados. Los

     propios dioses no fueron ajenos a aquellas masacres y cuatro decada cinco encontraron la muerte en aquel absurdo enfrenta-miento fratricida. (...)

    Los maestros se miraron interrogativamente entre sí,mientras la muchacha leía. No se atrevían a interrumpirle, nitampoco a cuestionar la autoridad de Dathales. Pasó algunas

     páginas y luego continuó leyendo:

    >>...Tras once largos años de sangrienta y despiadadaguerra, en la que no había llegado a proclamarse ningún vence-dor, los dioses de ambos contingentes, reunidos en el “Conciliode Goblio”, decidieron poner fin a tantos sufrimientos y hostili-dades. Con aquel acuerdo, recordado hoy como “La Paz de losDioses”, se selló una tregua indefinida, en la que ambos bandosrenunciaban a toda forma de proselitismo, así como a cualquiercontacto con los humanos ―a los que responsabilizan de laguerra―, obligándose a vivir en el subsuelo y dentro de loslímites de sus dominios en el momento de firmarse el pacto. (...)

    ―A esto me refiero ― protestó Filias, sintiéndose in-comprendida―. ¿Cómo es posible que una guerra tan cruel sehiciese para salvar a los hombres? ¿Cómo es posible que quienes

     predican amor sólo nos legasen armas e instrumentos de destruc-ción? En otros pasajes del libro explica cómo al comienzo de laguerra sólo habían creado magos, más tarde crearon a los caba-

    lleros sagrados a lomos de gigantescos reptiles voladores paracombatir a los magos del bando contrario, después llegó el turnoa los archimagos, que combinaban los cuatro poderes de la ma-gia, a los que se entrenó a su vez para hacer frente a los caballe-ros sagrados. Finalmente se crearon los sanadores, pero no porun deseo altruista de curar las enfermedades del hombre, sino

     para minimizar las bajas en sus propios ejércitos. Y junto a ellosuna larga lista, que no he podido memorizar, de artilugios mortí-

    feros y sirvientes guerreros...―Comprende hija que los designios de los dioses son

    muy complejos para que los podamos entender los simples mor-tales ― Urrulus trató de justificar la actuación divina―. Ni creo

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    que nos corresponda a nosotros reprobarles por sus actos. Encualquier caso, olvidas que también debemos mucho a los diosesen otras materias no bélicas, la mayor parte de las innovaciones

    de que disfrutamos desde el “Advenimiento”, como los molinos,son un legado suyo y que, sin embargo, aquellos otros instru-mentos más bélicos han quedado relegados a la historia.

    ―Caramba, no lo sabía. ― balbuceó la muchacha per- pleja―. Nunca lo había visto así.

    ―Pero ella tiene razón ―intervino Demetrio señalán-dola―. El comportamiento de los dioses fue desmedidamentecruel y despiadado. Incluso después de la “Guerra de los Dioses”y su confinamiento tras los acuerdos del “Concilio de Goblio”.La prueba más palpa ble la tenemos en la “Guerra de los Titanes”. 

    ―Dathales habla también de ella en este libro ―voci-feró emocionada golpeando suavemente la cubierta del tomo queaún tenía entre sus brazos―. Dice que fue una consecuenciaindirecta de la propia “Guerra de los Dioses”. Pero no lo en-tiendo, comenzó sesenta años más tarde, ¿cómo puede ser su

    consecuencia?―Quizá no deberías interpretarlo en un sentido estric-

    tamente literal―comenzó a explicar el historiador con su habi-tual tono académico―. Más que ser su consecuencia, la “Guerrade los Titanes” tuvo su origen en acontecimientos que sucedieronen aquella época: Los dioses y los mortales habían convividomuy estrechamente durante la “Guerra de los Dioses”. En ocasio-nes este contacto tan íntimo fue también de carácter..., de carác-ter... ―empezó a ruborizarse, miraba hacia la estudiante y sesentía incapaz de continuar. El filósofo lo hizo por él.

    ―De carácter sexual. Urrulus quiere decir que lasuniones carnales entre dioses y humanos abundaron en aquellosaños. Y además, resultaron ser extraordinariamente fértiles; deestos apareamientos nacieron los titanes, palabra que en creónsignifica “hijos de los dioses”, a los que se llamó así utilizando

    una vieja expresión, proveniente de los ritos arcanos, que signifi-caba precisamente eso. De la misma raíz etimológica viene ladenominación “titanio” ― precisó―. Los titanes, como recor-darás, heredaron las principales características de sus progenito-

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    res. Su aspecto era semejante a ambos, poseían una fuerza ytamaño que rivalizaba con el de los dioses, aunque no su longe-vidad; su pigmentación también era claramente humana. Con el

    tiempo se demostró que, como los dioses, eran capaces de evitarel control psíquico, e inmunes también a los efectos letales deltitanio. Su creciente poder en el mundo, en ausencia de los pro-

     pios dioses, alertó a éstos, que, temerosos, decidieron extermi-narles.

    ―Pero ¿cómo pudieron? ¡Eran sus propios hijos!― protestó indignada Filias.

    ― No te dejes engañar por este tramposo ―intervino elhistoriador ―. Las cosas no eran tan simples. Con los diosesreplegados en el subsuelo, los titanes se habían hecho dueños delmundo, dirigían ejércitos, ocupaban tronos, renegaban de sussagrados padres. Su fecundidad era muy superior a la de losdioses y sus periodos de gestación, propiamente humanos, muyinferiores a los divinos. Todo esto provocó que en poco más demedio siglo hubiese más titanes que dioses en Kherian. Pocoimportaba que cuando resultaban de aparearse con humanos,heredaran aquellas cualidades algo mermadas. Aún así, debesentender que, para los dioses, los titanes eran una consecuenciano deseada de su propio conflicto civil, hostiles a ellos, y seestaban apoderando del mundo. De haberlos dejado vivir sehabrían hecho más fuertes y, quizá en su día, hubieran terminado

     por aniquilar a los propios dioses, erigiéndose a sí mismos fal-samente como tales. Este fue el peligro que los dioses vieron yque, con gran dolor de su parte, se vieron abocados a atajar. Asífue como comenzó la “Guerra de los Titanes”. 

    ―Mi buen amigo Urrulus, no te quedes a medias,cuéntaselo todo, dile cómo empezaron los dioses esa guerra―apuntó Demetrio irónico―. Háblale de cómo crearon a loscampeones, unos luchadores de élite entrenados con las poten-cialidades combinadas de un caballero sagrado, un archimago yun sanador; y no olvides mencionar cómo los utilizaron para ir

    “supr imiendo” discreta y selectivamente a los titanes uno a uno.Pero les salió mal, los titanes, que habían heredado su inteligen-cia de los propios dioses, pronto advirtieron la purga de queestaban siendo objeto y contraatacaron. Liderados por Grozmer,

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    Rey de Akaleim, tu tierra ―añadió dirigiéndose a la mucha-cha―, asestaron duros golpes a los dioses, antes de que fuesenderrotados en la batalla de “Dom” y exterminados definiti-

    vamente años más tarde en estas mismas islas en que ahoraestamos.

    Se hizo un tenso silencio en el que Filias derramó algu-nas lágrimas. No lloraba por lo titanes asesinados. Sabía muy

     poco de ellos para sentir esta compasión. Lo hacía por los pro- pios dioses.

    Urrulus permaneció pensativo. No era un hombre espe-cialmente religioso, pero siempre había sentido un gran respeto ydevoción por los dioses. Como historiador nunca había podidodar crédito a aquellos textos que hablaban de atrocidades gratui-tas u otras infamias atribuidas a ellos, no podía entender que la

     bondad y la generosidad no fuesen las cualidades primarias deaquellos seres superiores. Quizá su propio fervor le había cegado

     para comprender lo que ya sabía. En boca de Demetrio las accio-nes de los dioses parecían terribles, pero en su fuero internoestaba convencido de que siempre tuvieron una buena razón paraactuar así, aunque su limitación humana le impidiera comprendercuál. No le importaba perder o ganar en su batalla dialéctica conel filósofo. Quería tan sólo saber la verdad; pero, traicionándose,no podía admitir que ésta fuese otra que la que él ya sabía yesperaba.

    Demetrio, a su vez, se sentía vencedor de su particularduelo con el historiador. No había sido capaz de demostrar el

    carácter no mágico del poder de los dioses, de hecho Urrulus parecía haberlo vencido a este respecto, pero providencialmentela aparición de la muchacha, incidiendo en la crueldad de losdioses, había conseguido lo que no pudieron sus argumentos, queUrrulus se replantease sus convicciones; pues la mente de este

     buen hombre, pensó, no es capaz de concebir un comportamientoabyecto en la divinidad. En realidad le importaba muy poco laexistencia o no de la magia, como en general todos los temas

    relativos a los dioses. Tan sólo quería recibir la satisfacción deuna victoria dialéctica frente a su testarudo colega.

    Ambos mentores se miraron entre sí, sostuvieron la mi-rada unos instantes y, sin necesidad de decirse nada, se volvieron

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    hacia la discípula que acababa de secar sus lágrimas. El filósofohabló en nombre de los dos:

    ―Ahora nos corresponde a nosotros preguntar y a ti

    responder, puesto que has asistido a toda la discusión ¿Qué postura te parece más aceptable? ¿Es mágico el poder de losdioses? Habla libremente, esto no es un examen, ni hay unarespuesta acertada, tan sólo nos gustaría conocer tu opinión.

    Filias permaneció callada. Asombrada de que dos repu-tados maestros le pidiesen su parecer. Halagada, confusa, la

     palabras no salían de su garganta. Miró a uno y a otro, ambos parecían ansiosos por escucharle. Finalmente habló:

    ―Pues yo... esto..., a decir verdad..., el poder de losdioses no puede ser sino mágico ―Urrulus sonrió emocionado,una mueca de decepción invadió el rostro de Demetrio―, ...en lamedida ―continuó―  en que hay mucha gente que lo vive así.Pero al mismo tiempo no lo es, en tanto existan otros, como se havisto aquí, que no encuentran nada mágico o divino en su actua-ción ―la sonrisa del historiador se congeló―. ¿Cómo podríamos

     probar que es de una u otra manera? ― pensaba en voz alta―.Creo que era Diógenes quien decía que cada cual habita sumundo particular, con sus propios pobladores, aunque todoscreamos vivir en un mundo compartido. De hecho, me parecerecordar que atribuía a esto la intransigencia, como cada unovive en su propio mundo, como si fuera un mundo compartido,no puede aceptar que los demás no reconozcan los ingredientesde su mundo, los cree errados con respecto a la verdad, que

    siempre es la de su mundo particular. Lo mismo, considero, puede decirse de la magia, la magia existe si uno vive en unmundo mágico y no existe si se vive en un mundo técnico. ¿Cuáles el mundo verdadero? ¿Hay alguna forma de dirimirlo? ¿Esmás cierto que el poder de los dioses es mágico que su inversa?Habríamos de ser dioses para poder responder, y aún en este casolo haríamos desde nuestra particular visión divina. Con respectoa su pregunta, creo sinceramente que ambos tienen razón ―esta

    vez no era coba, pero le ayudaría a quedar bien pensó―, perotambién que la discusión es inútil. Si un mago lanza un rayocomo muestra de su poder, ¿En qué afectará al rayo el hecho deser mágico o fruto de una depurada técnica? ¿Será menos dañino

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    su poder? ¿En qué cambia los hechos una u otra interpretación?Se lo adelantaré, en mi humilde opinión, en nada.

    Ambos mentores la contemplaron impresionados, se mi-

    raron entre sí y sonrieron. Esta chica promete, pensaron. Luego,Demetrio se inclinó haciendo una reverencia, “algún día se darácuenta de que no puede haber magia en el mundo”, se dijo a símismo el filósofo. Urrulus, a su vez, le dio unas suaves palma-ditas en la espalda; “algún día se dará cuenta de que el poder delos dioses sólo puede ser mágico”, pensó el historiador… 

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    P

    RIMERA

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    ARTE

     

    B

    ESTIAS

    E

    RRANTES

     

    oco se sabe de Cromber con anterioridad a la Era deRankor. (...). La leyenda lo sitúa como hijo del titánBrisack, a su vez hijo de Grozmer, Rey de Akaleim y líder

    de los titanes, y la diosa Adana, esposa de Bulfas. Según estasantiguas fábulas, Adana capturó a Brisack durante uno de losúltimos episodios de la “Guerra de los Titanes”, pero fue incapazde asesinarlo, como era su cometido, y en su lugar se enamoró deél. Se convirtieron en amantes, viéndose furtivamente durantealgo más de dos años, hasta que un día el titán fue finalmentedescubierto y muerto en una emboscada. Pero Adana llevaba ya,en su vientre, el fruto de aquel amor. Durante todo el período degestación, que en los dioses dura algo más de veinte años, supotener la habilidad y la paciencia para ocultárselo a los demásdioses.

    En el año 152 después del “Advenimiento” nacióCromber, considerado el último de los titanes. Tras el alum-

     bramiento, él bebe fue entregado a Arlius, Archimago de suconfianza y testigo mudo de su idilio, para que lo cuidara y

     protegiera entre los humanos. Y así lo hizo, lo instaló en el seno

    de una familia modesta en un poblado de Arrack, la más sureñade las semicivilizadas naciones virianas, con quienes habría decompartir sus primeros quince años de vida. Aquí termina laleyenda.

    En los comienzos de la Era de Rankor, aquel fruto delamor y del odio, contaba 29 inviernos, había recorrido ya de

    P

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    Oeste a Este todo el Gran Continente y las islas del Norte, domi-naba más de cinco idiomas y sabía escribir en al menos dos deellos. Durante esos años se dice que fue aventurero, soldado,

    ladrón, mercenario, pirata, gladiador e, incluso, filósofo. Su vidaera entonces la de un vagabundo errante, sin patria a la que ser-vir, ni dios al que adorar, ni mujer a la que amar...

     Filias de Akaleim.

    “Historia de la Era de Rankor”. 

    Bittacreos 656 D.A., vol. II. pp.234-236.

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    C

    APÍTULO

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    NADIA,

     

    LA

     

    CÍNICA

     

    n hombre descabalgó junto a un arroyo. Sus pies,calzados con anchas botas de piel, se hundían en latierra húmeda bajo su peso. Era extraordinariamentealto y fornido. Vestía una completa armadura lamina-

    da de color pizarra, que despedía reflejos obsidiana al recibir losrayos del sol. Sobre su espalda colgaba enfundada una gran

    espada de ancha hoja. Sobresalía la empuñadura, surcada degráficos e incrustaciones, y forrada con finas tiras de cuero. Unadaga colgaba discretamente de su cinturón. Con una mano suje-taba firmemente las riendas de su cansada montura, un impresio-nante corcel negro que respondía al nombre de Saribor. Acercabala bestia al arroyo para que pudiera abrevar. Tenía la costumbrede dar siempre de beber primero a su caballo, su experiencia deaventurero le había enseñado que estos animales tenían un ins-

    tinto especial para detectar cualquier tipo de corrupción en lasaguas.

    Soltando las riendas se acuclilló junto al arroyo, se quitólos guantes de piel que cubrían sus manos e hizo un cuenco conellas, a fin de traer hacia sí el preciado líquido. En la mochila,que colgaba de su silla de montar, llevaba un cazo y una cantim-

     plora, pero los dejó ahí; por el momento sólo quería despejarse, y

    así empujó el agua hasta su cara varias veces, profiriendo es- pontáneos gruñidos al hacerlo.

    Cuando las aguas dejaron de agitarse, se dibujó sobre susuperficie el rostro de un hombre no mayor de treinta años, sediría que apuesto, aunque un par de cicatrices superficiales sur-caban su mejilla. Sus ojos azul zafiro refulgían como el acero.Sus cabellos, lisos y despeinados, eran oscuros como el carbón yle caían desordenadamente por detrás de los hombros. Una barba

    sin rasurar de varios días contribuía a darle un semblante másfiero y desaliñado. Por unos instantes, Cromber, pues así sellamaba, se quedó contemplando aquel rostro, que era el suyo, sureflejo. La imagen de un titán... el último de los titanes.

    Durante los últimos diez años, desde el día en que losupo, había caminado con aquella losa a sus espaldas. No era

    U

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     para dar saltos de alegría ― pensaba―  descubrir que no eres propiamente humano, que perteneces a una raza de seres extin-guidos, sobre los que pesa además una orden de exterminio,

    dictada por los propios dioses. No, no fue agradable, pero habíaaprendido a vivir con ello.

    Su temple, habitualmente impulsivo, se había serenado.Veinte meses de retiro en un refugio de las Islas Bitta, estudiandofilosofía con el maestro Diógenes, habían contribuido a ello. Yaún continuaría en aquel ambiente de reflexión y recogimiento,de no ser por los rumores, que habían llegado a sus oídos, sobrela destrucción de la ciudad Azunzei de Bel-Zar, con cuyo go-

     bernador le unía una vieja amistad. Según esos mismos comenta-rios, todo el Imperio Azunzei habría sucumbido a manos delnuevo integrismo que, al parecer, gobernaba en Hamersab.

    Recordó entonces a Tao-Gim y como se vio involucradoen la revuelta que llevó a éste al poder en Bel-Zar, destronandoal tirano-mago Gem-Sao. Una sonrisa se dibujó en su rostro alevocar el episodio en el que los rebeldes lo capturaron creyén-dole un agente del dictador; pero pronto se transformó en unamueca de dolor, cuando sus recuerdos le llevaron hasta la adora-

     ble Mi-Sun, hermana de Tao-Gim, que encontró la muerte en eltranscurso de aquella rebelión.

    Apartó su mente de las sendas del pasado, que tanto loafligían, para centrarse en los acontecimientos que lo habíanguiado hasta allí. No podía dar crédito a los crecientes rumores,que hablaban acerca de cómo el Imperio Hamersab se hallaba

    inmerso en un feroz integrismo expansionista, en el curso delcual habría declarado la Guerra Santa al resto del mundo. Élmismo había servido, durante varios años, como mercenario

     primero, como oficial después, en las filas de los Hamersab. Dehecho, su “aventura” en Bel-Zar tuvo lugar en el transcurso deuna misión diplomática para este gran Imperio del Este. Había dereconocer, ciertamente, que los Hamersab no eran precisamenteajenos a ciertas veleidades de conquista y, también, que eran

    unas gentes, por lo general, muy devotas; pero aquello de some-ter a todos los demás pueblos a su credo, por la fuerza, era unachaladura muy difícil de digerir, completamente impropia― pensó― del Emperador Solimán.

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    Capítulo 1. Nadia la cínica

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    Todo aquello le resultaba muy extraño, hacía ya algomás de cinco años que sus pies no pisaban las tierras del Este,

     pero se preguntaba si podían haber cambiado tanto las cosas.

    ¿Podían ser tan diferentes de cómo las dejó la última vez queestuvo allí? ¿Tanto? En todos sus años de estancia con losHamersab, no recordaba haber oído hablar de Rankor, la su-

     puesta divinidad única y omnipotente, en cuyo nombre se estabaorganizando todo ese jaleo; claro que, para ser justos, había dereconocer también que él nunca prestaba una excesiva atención alos asuntos relativos a los dioses.

    Si las noticias que llegaban del Este eran ciertas, el pa-

    sado verano, tras Bel-Zar, cayó todo el Imperio Azunzei bajo elyugo Hamersab. Y ahora, con la llegada de la primavera, unimpresionante ejército estaría avanzando a través del Goblio*,dispuesto a invadir el reino kantherio de Messorgia. Se hablabaincluso del retorno de los magos y los caballeros sagrados, decómo los seguidores de Rankor contarían con el antiguo poder deguerra de los dioses.

    Cromber se mostraba escéptico sobre todo aquello, teníala impresión de que, como acontece habitualmente con los rumo-res, éste había ido exagerándose a medida que iba creciendo.Aún recordaba cuando, en sus tiempos de pirata junto aScherska, lograron ―con más fortuna que mérito― derrotar conun único barco a los tres navíos del también pirata Aldert.Cuando se extendió la noticia, como si de por sí no fuese ya sufi-ciente proeza, el número de buques tomados se incrementaba acada narrador. Al volver a puerto pudo escuchar por sí mismo elrelato en boca de un borracho, en la cantina habitual; para enton-ces, la hazaña había alcanzado ya dimensiones épicas y elnúmero de embarcaciones capturadas a Aldert había ascendido acincuenta. El hecho de que el bucanero nunca hubiese poseídosemejante flota, no pareció preocupar a los avezados narradores.

    Pero si conocía bien la naturaleza inflacionista del ru-mor, también sabía que tales historias o leyendas no nacían

    nunca de la nada, detrás de ellas, indefectiblemente, siempre

    *  Gran extensión desértica que separa los Reinos Kantherios del ImperioHamersab.

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    La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes

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    había un acontecimiento real o una maniobra interesada. Cualfuese este trasfondo, era lo que estaba dispuesto a averiguar; poreso abandonó su retiro y cruzaba ahora el reino de Darlem, en-

    caminándose hacia la frontera con Messorgia. Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta. Allí esperaba hallarlas.

    ◙ ◙ ◙ 

    Se encontraba sumido en estos pensamientos, mientrasdistraídamente trataba de llenar la cantimplora, cuando Saribor,

    su montura, comenzó a resoplar inquieto. Al principio no le dioimportancia, a menudo las culebras y otros animales de río con-seguían incomodar al equino. Entonces, sus resoplidos se hicie-ron más intensos, comenzó a agitarse y a relinchar. Sus ojos seencontraron con los de su amo y éste vio terror en ellos. No eraninguna culebra.

    Cromber, tensando sus músculos, se incorporó mientrasaguzaba sus sentidos, la adrenalina galopaba en su interior. Pudooler el peligro, se aproximaba a gran velocidad por su izquierda.Con la celeridad de un felino se echó a un lado, mientras sudiestra desenvainaba su ancha espada. Podía sentir el aliento desu agresor a su espalda. Girándose sobre sí mismo atacó confuria. Apenas pudo distinguir la silueta de su atacante antes dedecapitarlo de un único y certero golpe. Un chorro de sangre lesaltó sobre la cara y el pecho, empapando su brazo. Tan sólotenía una certeza: aquella criatura sin cabeza, que se convulsio-naba a sus pies, no era humana. Su aspecto velludo, su dentaduraafilada, así como las garras en que terminaban sus extremidadesrecordaban más a una fiera salvaje.

     No pudo entretenerse en examinarlo, dos nuevos seres,semejantes al anterior, se abalanzaron sobre él rugiendo fe-rozmente. En una reacción casi instintiva, atravesó con su espadael pecho del más próximo, el cual cayó fulminado. Se maldijo a

    sí mismo por idiota. La otra criatura se arrojó sobre él antes deque pudiera extraer su arma del cadáver, que había quedado lite-ralmente empalado. Ambos cayeron rodando al arroyo.

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    Desarmado y mojado, sus esfuerzos se centraban enevitar que las enormes fauces lobunas de su contrincante alcan-zaran su rostro. Mientras, las garras de aquel ser arañaban furio-

    samente su armadura, buscando carne que despedazar. Alejando,con gran esfuerzo, aquellas mandíbulas sedientas de sangre, pudoobservar mejor a la criatura que babeaba sobre él: Su hocico yorejas eran marcadamente caninos, pero no así otros detalles desu faz, como la melena que la cubría o sus fríos ojos rasgados,más semejantes a los de los leones que había conocido en eldesierto.

    Fue, no obstante, su fétido aliento lo que primero avivó

    sus recuerdos. Aquellas criaturas eran rwarfaigts, subhumanos deGalineda, salvajes bestias antropomorfas de escasa o nula inteli-gencia y gran fortaleza. Se había enfrentado ya a ellos en la arenadel Circo de Tirso, cuando oficiaba de gladiador, cuatro añosatrás. A su memoria vino entonces un detalle importante, aque-llos seres eran extraordinariamente fuertes pero tenían un cuellofrágil. Sin perder tiempo giró bruscamente la testa del rwarfaigt,que desesperado daba zarpazos ahora al aire, hasta que se oyó un

    chasquido de huesos rotos. Las garras de la criatura interrumpie-ron su frenesí y cayeron pesadamente inertes.

    Apartó con rapidez el cadáver, que cayó chapoteando enel arroyo. Con la misma celeridad se incorporó, como si nohubiese llevado armadura, y recogió su arma del cuerpo del otrosubhumano. Se giró alerta en todas las direcciones esperando veraparecer más enemigos, pero no había nadie más a la vista. Un

     pajarillo se posó en las inmediaciones. El titán dejó escapar unsoplido de alivio. Si hubiese habido más bestias podrían haberlodespedazado cuando cayó al suelo. De haber pensado que en susuerte habían jugado algún papel los dioses, se lo habríaagradecido.

    Algo más tranquilo, pero sin dejar de empuñar la es- pada, comenzó a limpiarse el barro y la sangre, que lo cubrían por doquier. Mientras hacía esto no dejaba de contemplar los

    cadáveres de los tres rwarfaigts y se preguntaba: ¿Qué hacíanaquellos seres sueltos tan lejos de su lugar de origen? Con ante-rioridad sólo los había visto en la arena del circo, y allí los traíanen jaulas desde el continente de Galineda de donde eran oriun-

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    dos. Tal vez, pensó, se habrían escapado de alguna caravana, alfin y al cabo Tirso estaba a tan sólo unos días de distancia. Encualquier caso, de algo no cabía duda, estaban sucediendo cosas

    muy extrañas.En un esfuerzo, tan desesperado como inútil, por des-

     prenderse del fétido aliento de los rwarfaigts, escupió sobre unode los cadáveres; mientras terminaba de limpiar la hoja de suespada “Mixtra”, un arma legendaria forjada por los propiosdioses. A pesar de su antigüedad sobre su superficie no se obser-vaba la más minúscula mella; una de las muchas cualidades deltitanio. Se contempló a sí mismo empuñándola. Llevaba muchos

    meses sin entablar un combate real. El ritmo acelerado de sucorazón acusaba esa falta de práctica.

    ◙ ◙ ◙ 

    Tras recuperar a su asustada montura y llenar la cantim- plora, se tendió un rato junto al arroyo, para descansar y permitirun merecido reposo a Saribor. Algunas horas más tarde reanuda-

     ba la marcha, aliviado por abandonar el olor putrefacto quecomenzaban a destilar aquellos cadáveres. Pensó en incinerarlos,

     pero pronto descartó esta idea, no sería justo privar a los buitres,que habían comenzado a acercarse, de su festín.

    Conforme se aproximaba a la Senda Real** ―había esti-mado que quizá fuese más prudente cabalgar por zonas más

    transitadas―, se hacían más evidentes las huellas de nuevosrwarfaigts. El viento le venía de cara, aunque suave fue sufi-ciente para que pudiera olerlos y sentir su presencia antes de quese hicieran visibles. Despacio, desenvainó a Mixtra, acercándose

     paulatinamente en la dirección desde donde provenía el pesti-lente aroma. Por fin pudo verlos, estaban semiocultos en uncampo de trigo, junto a la Senda Real; aunque se encontrabanseparados avanzaban rápidamente en la misma dirección, hacia

    **  Camino empedrado que une las capitales de los reinos kantherios. En elcaso de este tramo las ciudades de Tirso (capital de Darlem) y Finash (capitalde Messorgia).

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    la propia Senda, donde una figura encapuchada descansabaapaciblemente sobre una roca. Un solo pensamiento cruzó sumente: las bestias habían elegido a su víctima, era preciso actuar

    rápido.Espoleando con fuerza a su caballo, se lanzó al galope

    sobre los rwarfaigts. El viento golpeaba su cara y extendía suscabellos, una honda excitación embriagadora recorrió todo sucuerpo. Sintió como se anticipaba al olor de la sangre, como estole hacía hervir la suya, mientras el furor bélico se apoderaba desus actos. El mundo entero se desvanecía, tan sólo existía uncometido: acabar con aquellos seres. Los subhumanos apenas si

    lograron apercibirse de lo que se les venía encima, con el vientoen su contra no notaron más olor que el de su pretendida víctima,tan sólo su agudo oído les advirtió de la presencia del jinete,cuando ya se encontraba casi a su altura.

    El primer golpe partió en dos a una de las criaturas,ahogando sus estertores. La ensangrentada hoja golpeó de nuevo,ahora a otro rwarfaigt, que profirió un grito desgarrador al recibirun profundo corte en el pecho, un nuevo mandoble sobre la basedel cráneo finalizó sus lamentos. Mientras, Cromber, en plenofrenesí sangriento, les gritaba: “Como decía mi maestro en laarena: ¡Sólo hay una cosa mejor que un rwarfaigt muerto.., dosrwarfaigts muertos!”. Un tercer subhumano cayó bajo los cascosde Saribor, siendo luego rematado por el arma del titán. El cuartoy último se alejó, visiblemente aterrado. Pero no hubo cuartel

     para aquellas bestias asesinas. Tras una corta persecución murióatravesado por la espada del jinete.

    Todavía bajo los efectos de la euforia del combate,Cromber contemplaba los cadáveres sembrados en el campo detrigo, luego examinó su arma teñida con la sangre de los rwar-faigts y exclamó una maldición. Lo más odioso de combatir aaquellas criaturas, concluyó, era limpiar después la sangre quedejaban en la espada, era muy espesa y se adhería firmemente ala hoja. Para colmo de su desdicha, ahora no había ningún arroyo

     próximo. Decididamente no estaba hecho para esta fase de la batalla. Mientras se afanaba en limpiar el arma, sus gestos evi-denciaban el retorno del guerrero.

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    ◙ ◙ ◙ 

    Enfundando su espada, se encaminó hacia la Senda

    Real. Allí, la figura encapuchada, a la que supuso iban a atacarlos rwarfaigts, continuaba sentada sobre la roca, sin dar muestrasde inmutarse por lo acontecido. Al aproximarse, ésta, con ungesto despreocupado, se giró hacia él. La capucha descendiólentamente sobre sus hombros. Tal como había supuesto se tra-taba de una mujer y joven además. Sus cabellos, lisos y enreda-dos, le caían en cascada por un costado; se diría que eran doradoso al menos eso parecía adivinarse bajo la espesa capa de mugre

    que los cubría. Vestía una sencilla túnica ocre a la que la sucie-dad acumulada no permitía adivinar su tonalidad original. Pese asu aspecto desaliñado, o precisamente por ello, no pudo evitardetenerse a contemplarla. Y entonces sucedió. Sus ojos se en-contraron con los de ella. Eran rasgados y de color negro pro-fundo, como el abismo, en contraste con el blanco cristalino desu superficie. También eran los más bonitos que recordase habervisto. Cautivado por aquella mirada, se encontró embelesado

    observándola, sin saber reaccionar. Hasta que finalmente ellahabló, en perfecto kantherio, aunque con un fuerte acento creón:

    ―¡Quítate de en medio! Me tapas la luz. ―su voz so-naba dulce y firme a un tiempo.

    ―¿Qué? ―respondió atónito, sin dar mucho crédito asus oídos.

    ―Te digo que te apartes, tu enorme corpachón decarnívoro no me deja ver el sol. ¿O es que estás sordo además detonto?

    ―¿Eso es todo lo que tienes que decirme? ―el propiotono empleado por Cromber delataba su perplejidad: ¿No sesuponía que él era el héroe que la había salvado de las mismísi-mas garras de la muerte? Definitivamente, sus años de estudiohabían sido inútiles. Seguía sin comprender a las mujeres. Antes,

     pensó, entendería a un rwarfaigt―. ¿Acaso no has visto lo queha sucedido aquí?

    ―¿Tal vez esperabas otra cosa? ―una sonrisa se dibujóen sus labios, adelantándose a su comentario jocoso―. ¿Que

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    cayera rendida en tus brazos, quizás?... ¡Sueña despierto, cariño!―añadió mientras guiñaba provocativamente el ojo derecho.

    ―¿Qué tal un simple: gracias? A fin de cuentas acabo

    de salvarte la vida.―¿De verdad? ¿Eso crees? ¿Y qué es esa vida que

    según tú me has salvado?

    Resultaba obvio que aquella muchacha tan sólo quería burlarse de quien probablemente consideraba un patán muscu-loso y descerebrado. Lo más inteligente habría sido ignorarla ycontinuar el camino. Cromber sabía esto y seguramente lo habría

    hecho en cualquier otro caso, pero no ahora, no con ella. Unafuerza superior le impelía a aceptar su reto. Hasta el momentoella parecía dominar la situación, pero lo había pillado por sor-

     presa, él también sabía jugar al juego dialéctico y se lo iba ademostrar.

    ―¿Qué es la vida? ¿Acaso alguien puede definirla concerteza? Podría decirte mucho al respecto ―le respondió en unruidoso creón, por deferencia a los patentes orígenes de la mu-chacha―. Para unos, como Arbolius, la vida es la facultad quelos dioses otorgaron a algunos entes para que pudieran actuar porsí mismos. Otros, entre los que se encuentran si no recuerdo malAlcien y Beronisa, sostienen que la vida no es más que un estado

     pasajero del alma atrapada en la materia. Pero mi favorita es ladoctrina de Diógenes, para la que la vida es tan sólo el cúmulo decuanto experimentamos y sentimos, de modo que el propiomundo no sería más que un fragmento de nuestra vida, existiríacon ella y moriría con ella. De modo que habría tantos mundoscomo vidas ―carraspeó algunos segundos, no podía creer quetanta pedantería hubiese salido de sus labios―. Podríamos hablary discutir sobre estas y otras materias filosóficas durante días,

     pero ni tengo tiempo, ni es eso lo que buscas. Me has visto em- puñar una espada y me has prejuzgado por ello.

    ―¡Caramba!... No sé qué decir ―respondió la mujer en

    un creón impecable―. Has olvidado mencionar a Tágoras y suconcepción de la vida como ilusión, pero he de reconocer que mehas dejado impresionada... ―Cromber quedó estupefacto porunos momentos, nunca hubiese esperado que aquella muchacha

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    desaliñada supiese de qué hablaba, luego comenzó a sonreírsatisfecho de su aparente victoria, mientras ella agachaba lacabeza pensativa, después la mujer volvió a mirarlo, con aquellos

    ojos que lo desarmaban, su rostro se había iluminado y se detec-taba un atisbo de malicia en él―. Claro, que lo que no entiendoes porque no has utilizado esa retórica con esos “perros” ―dijoseñalando a los cadáveres de los subhumanos.

    ―Para tu información no son “perros”, sino rwarfaigtsy, créeme, no se puede razonar con ellos. ―  la sonrisa del titánse había congelado, dejando lugar a una mueca que se le antojabamás bien ridícula.

    ―¿Eso eran rwarfaigts? ¿Los famosos aborígenes deGalineda? Nunca había visto ninguno hasta ahora ― profirió unsuspiro― ¡Lástima que no estén vivos!

    ―¿Lástima? ¡Por Bulfas! ―comenzaba a advertir queaquella mujer tenía una capacidad especial para exasperarle― ¡Iban a matarte! ―Gritó.

    ―¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Ni siquierame habían atacado ― protestó la muchacha―  Podríamos pre-guntárselo a ellos, pero, ¡ah claro!, lo olvidaba, no pueden hablar

     porque los has asesinado ―Cromber abrió la boca para protestar,mas ella lo interrumpió―. No te escudes en mi seguridad. Vi elresplandor de tus ojos mientras tu espada les acuchillaba una yotra vez. Disfrutabas con la carnicería, no puedes negarlo.

    El titán no podía comprender lo que estaba pasando.

    ¿En qué momento había perdido el control de la situación?¿Dialogar con los rwarfaigts? En la vida había escuchado un planteamiento tan absurdo. Pero, pensó, si ni siquiera sabenhablar, al menos no en ningún idioma conocido. Y, sin embargo,ella tenía razón ―sintió como si un puñal ardiendo atravesara su

     pecho―. No en lo relativo a los subhumanos, que ―él los co-nocía bien― son asesinos natos. Sino en lo que hacía referenciaa sí mismo. Había sentido placer al acabar con aquellos seres,

    aunque le costara había de reconocerlo, y no un simple goce,sino algo más próximo al paroxismo.

    Había vivido los dos últimos años en un ambiente cultoy civilizado, comprendía el punto de vista de aquella mujer de

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    ―Yo también vengo de las Bitta, aunque soy arrakio―añadió el guerrero en un tono conciliador ―  y también medirijo a Messorgia, concretamente a Finash.

    ―¡Vale! Aceptaré que me acompañes ―dijo Nadia yacto seguido hizo ademán de subir a lomos de Saribor, pero lamano del jinete se lo impidió con firmeza―  ¡Eh! ¿Qué sucedeahora?

    ―Sucede, que no te he dado permiso para montar a micaballo ―le reprendió enérgicamente Cromber.

    ―¿Acaso pretendes dejarme aquí sola? ¿Con esas

    criaturas rondando por ahí? ―su tono sonaba a súplica― No loharás... ¿Verdad?

    Crom cerró los ojos en un esfuerzo por contenerse, fi-nalmente lo consiguió, aunque algo le decía que iba a arrepen-tirse.

    ―De acuerdo, sube. Pero extiende esto sobre mi arma-dura ―añadió ofreciéndole una manta―. ¡No debes tocarla!

    ―¡Vaya! Ahora resulta que eres fetichista, o ¿es quetemes que la ensucie? ¿Acaso te excita que la toque?

    ― Nada de eso, ¿has oído hablar del titanio? ―apenassalieron de su garganta estas palabras se maldijo por idiota.Muchos de sus allegados desconocían su auténtica naturaleza yahora le estaba revelando a una perfecta desconocida, imperti-nente por lo demás, detalles que podrían descubrirle.

    ―¿Es de titanio? ¿Eres un caballero sagrado o algo así?― preguntó alterada.

    ―Haces demasiadas preguntas ―fue su lacónica res- puesta.

    ― No te preocupes, no la necesitaré ―le contestó elladevolviéndole la manta mientras subía ágilmente al caballo, sindesprenderse del pequeño macuto que en todo momento llevaba

    sujeto.―¿Eres Inmune a los efectos del titanio? ― preguntó él

    asombrado―  ¿Acaso eres una caballero sagrado o algo pare-cido?

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    ―Haces demasiadas preguntas ―con una sonrisa ledevolvió su propia respuesta.

    ◙ ◙ ◙

     

    Una hora de camino más al Sur, atravesaron uno de los puentes más antiguos de la Senda Real, el que cruza el río Hiuso.Ya en la otra orilla, Cromber abandonó el camino empedrado

     para seguir la ribera hacia el Este. Fue vadeando las aguas hastadetenerse junto a una zona poco profunda.

    ―¿Qué sucede? ― preguntó Nadia algo alarmada― ¿Por qué hemos abandonado la Senda Real? ¿Qué hacemos aquí

     parados junto al río?

    ―¡Necesitas un buen baño! ―fue toda la respuesta que brindó el guerrero. Acto seguido la arrojó sin miramientos sobrelas tranquilas aguas.

    La muchacha chapoteó y pataleó con expresión de in-

    dignación exacerbada. Su mirada, fija en el jinete, destilaba sufuria contenida.

    ―¡Eres un cerdo! ―le increpó iracunda―  ¡Un asque-roso aborto babeante de gusano! ¡Excremento de rata de alcanta-rilla capada! ¡Boñiga pisoteada de rwarfaigt!... ¡Maldito hijo deramera barata! ¡Me las pagarás!

     Nadia cerró los ojos y tapándose la nariz con una mano

    se dejó sumergir en el Hiuso. Segundos después emergía incor- porándose súbitamente. Giró su cabeza repetidamente a uno yotro lado, centrifugando así la humedad. Unos reflejos plateadosse descubrían entre las doradas hebras de su agitada melena.Mantenía los ojos cerrados. Sus manos recorrieron su hermosacabellera, apartándola hacia atrás, revelando la belleza de surostro, la suavidad de sus curvas, sus labios carnosos ahora en-treabiertos. La delgada túnica que la cubría, empapada como

    estaba, se adhería a la superficie de su cuerpo, mostrando níti-damente su exuberante figura. Sobre la tela se dibujaba la firmeredondez de sus generosos senos, la perfecta curvatura de suscaderas. El sueño de un escultor.

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    Las facciones de su rostro se habían suavizado. Nadaquedaba del exaltado enfado anterior, sonreía y la expresión desus ojos tan sólo delataba dulzura. Con la misma ternura elevó su

    mano para que el jinete la ayudara a montar de nuevo.Cromber no supo cuánto tiempo había permanecido

    embelesado mirándola. Comenzaba a pensar que, después detodo, no había sido tan mala idea traerla consigo. Estiró su mano

     para recoger la que le tendía la mujer. Pero lo que ésta hizo, nose lo esperaba. Tomando su mano con las dos suyas, a modo deapoyo, la muchacha realizó un impresionante salto con el queatrapó la cabeza del titán entre sus piernas, a modo de tijera.

    Luego, las giró y se dejó caer, el peso del hombre y su armadurahicieron el resto. Ambos cayeron sobre las aguas en medio de ungran estruendo. Un guerrero sorprendido y colérico se incorporó

     presto, espada en mano, dispuesto a repeler el próximo ataque, pero éste no llegó.

     Nadia estaba sentada a horcajadas junto a la orilla, conel dedo índice señalando hacia él y riendo a carcajadas. Habíacumplido su venganza, ahora él también había recibido un bañode impresión. La faz del guerrero comenzó a enrojecer cons-ciente de lo ridículo de su pose. Después se unió a la mujer en suhilaridad. Rieron durante un largo rato antes de reanudar el viaje.

     Nada se dijeron en las siguientes horas. Ambos parecíanensimismados en sus propios pensamientos. Cromber se encon-traba desorientado. ¿Quién era Nadia? Hasta donde alcanzabansus conocimientos, sólo dioses y titanes eran inmunes a los

    efectos letales de un prolongado contacto con el titanio y, por suestatura claramente humana, resultaba obvio que ninguno deellos era su caso. Podría ser tal vez un caballero sagrado, a losque los dioses habían otorgado la bendición para poder usar sin

     perjuicio este tipo de armas, pero por lo que él sabía los pocosque aún quedaban eran sexagenarios y, en cualquier caso, no selos imaginaba así. Lo cierto era, sin embargo, que aquella mujerlo había derribado de su montura, a él, un experimentado guerre-

    ro. Todo delataba que estaba muy lejos de ser la chica desampa-rada e indefensa que aparentaba ser. Por otra parte, no obstante,si ella tuviese intenciones hostiles podría haber disimulado sindificultad sus cualidades, lo que le inclinaba a pensar que, fuese

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    cual fuese su secreto, no representaba ningún peligro inmediato.Tan sólo esperaba que no lo estuviese cegando el deseo.

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    C

    APÍTULO

    2

    CUANDO

     

    LOS

     

    DIOSES

     

    TIEMBLAN

    os pasillos inferiores de Thombarnathaid*, habi-tualmente desiertos, se encontraban inmersos en el

     bullicioso ir y venir de dioses, reptilianos**  y guä-sids***. La ciudad subterránea era enorme y se extendía

     por un intrincado laberinto de niveles y pasadizos. Las cotas más bajas estaban dedicadas a los aposentos privados de Magrud y laSala del Consejo, por lo que su acceso era muy restringido.Aquel día, sin embargo, el ajetreo era patente, y no era paramenos, Magrud había convocado al Consejo para una reunión deurgencia. Hacía diez años que no había reuniones en la Sala delConsejo, y ninguna había sido convocada con tanta premuradesde la “Guerra de los titanes”. 

    Hacia allí se encaminaban Jakinos y Thiria, más cono-

    cidos por los humanos como el dios de la Fiesta y la diosa de laMuerte respectivamente. El varón, de cabellos rojizos, era algoachaparrado para pertenecer al divino colectivo; no obstante, eltinte azulado de su piel delataba su condición. Una cuidada

     perilla suavizaba las facciones de su rostro; aunque, lo que más

    * Sede oculta de los dioses leales a Magrud. Los acuerdos de la “Paz de los

    dioses” obligaban a ambas facciones a retirarse del mundo de la superficie. ** Seres humanoides de piel escamosa, conocidos como “los servidores de losdioses”, presentes ya en el Advenimiento. Estuvieron próximos a serexterminados durante de “Guerra de los Dioses”. Existen varios tipos dereptilianos: los Pug-Ar, magos de aspecto muy humanoide; los Bal-Ar,guerreros sagrados de enorme fuerza y gran cola; los Fit-Ar , sanadores de

     prolongado pico y pequeñas alas; los Tar-Ar, de nula inteligencia, gigantescosy voraces; y, finalmente, los Grai-AR, dóciles y de enorme tamaño, conamplias alas que les permitían volar cruzando largas distancias, fueron

    utilizados como montura de guerra por los caballeros sagrados durante lasgrandes guerras.*** Mutantes antropomorfos de gran fortaleza y nula inteligencia. Incapaces derespirar el aire de la superficie, viven en el subsuelo. Cuando los dioses sevieron obligados a replegarse a las profundidades, los reptilianos estaban casiextinguidos y los humanos no podían seguirles; así pues, crearon a los guäsid

     para que les sirvieran y obedecieran.

    L

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    Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan

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    llamaba la atención, era la extraña vestimenta de mangas anchasy exageradamente coloreada, que llevaba puesta. La diosa, por elcontrario, era alta y robusta, superior incluso a la media de los

    dioses. Vestía una pesada armadura de guerra, que emitía reflejosde ébano en respuesta a la iluminación artificial de los pasillos.Tenía el pelo rapado a los lados y una gran cresta de color verdeen el centro. Los guardias reptilianos ―Bal-Ar ―, que vigilan losaccesos a los niveles inferiores, les flanquearon el paso, arro-dillándose e inclinando la cabeza en señal de devoción.

    ―¡Mira que llegan a ser feos estos reptilianos! ―co-mentó Jakinos arrugando el entrecejo, mientras dedicaba con

    desprecio una mirada de soslayo a los reverentes centinelas―.¿Por qué no creamos en su lugar unas bellas y exuberantes ninfasque atiendan a todos nuestros caprichos y necesidades? ¡Glimaino tiene imaginación! ¡Ah! ―suspiró―  Si me dejaran hacer amí.

    ―¡Eres un pervertido Jakinos! ―le reprendió Thiriacon la vista fija al frente, sin ni siquiera girarse a mirarlo―. Esosguardias son nuestros más fieles súbditos y unos excelentesguerreros. No deberías burlarte así del trabajo de Glimai; hacecuanto puede. No es omnipotente, ninguno lo somos.

    ―¿Y qué si soy un pervertido? ―contestó el dios―.Por lo menos me divierto y trato de disfrutar de la vida, si es quese le puede llamar así a deambular por esta madriguera en que seha convertido nuestro autoexilio. No como otros ―había unanota de sarcasmo en su tono―, que aún siguen sumergidos en las

    glorias del pasado. ¿Te has mirado bien Thiria? Con esos ade-manes y esa altivez de “divina” majestad. ¡Resultas patética!

    ―Te divierte lo que está pasando, ¿verdad Jakinos?―la diosa se detuvo para encararse con su interlocutor, el brilloesmeralda de sus ojos se iluminaba con la furia contenida de suinterior. No esperó a su respuesta, con un gesto despectivo giróde nuevo la mirada al frente y aceleró el paso. Luego añadió:

    ― No pareces consciente de la gravedad del asunto, pe-ligra nuestra propia existencia en este...

    ―Disculpa que disienta contigo querida ―le interrum- pió Jakinos con una maliciosa sonrisa―. Desde que descendimos

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    a este mundo nuestra existencia no ha dejado de estar en peligro,y no precisamente a causa de los indígenas. Nada ha sido tandañino para nosotros como nosotros mismos y nuestras veleida-

    des de dominio. Y, en respuesta a tu pregunta, sí, me divierte ymucho. Me entusiasma que ese tal Rankor, quien quiera que sea,haya decidido ejercer de dios en nuestra ausencia, quizá así nosolvidemos de una vez de esos estúpidos humanos y podamossalir de este maldito agujero.

    ―¡Eres imposible! ―sentenció Thiria, sin alterar lagélida expresión de su rostro.

    Continuaron caminando por los corredores que condu-cían a la sala del consejo. Jakinos dirigió una distraída mirada alas paredes: siempre iguales, siempre las mismas, lisas, sin ador-nos, ni ornamentos, tan sólo las luces, que situadas a distanciasregulares iluminaban el trayecto a su paso. Aquello resultabatremendamente aburrido, pensó. Casi cien años sin ver las estre-llas, salvando el breve lapso de la “Guerra de los Titanes”, erandemasiados a su juicio.

    Al doblar un recodo se cruzaron con dos guäsids, queaparentemente volvían de disponer los preparativos para el“Consejo”. Con un gesto, el dios detuvo al primero de ellos. Elaspecto de aquel ser recordaba al de un humano, aunque absolu-tamente deforme; una multitud de bultos irregulares le recorríanlas extremidades y el rostro, que emergía del centro de su pecho.Su ojo derecho era enorme y sin párpados, su opuesto pequeño ysemicerrado.

    ―¿Cómo te llamas? ―le interrogó Jakinos―  ¿Quéhacíais por aquí?

    ―O... Ooorr... Oring-id, Señor ― balbuceo, visi- blemente nervioso, el mutante―. Maa... Magrud nos mandóllamar, Sseee... Señor.

    ―Bien Oring-id, escucha atentamente ―le ordenó eldios en un tono que rezumaba amabilidad―. Quiero que subas

    corriendo a buscarme a mis habitaciones, y si estoy allí me re-cuerdes lo terriblemente estúpido y feo que eres. ¿Lo has enten-dido?

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    Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan

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    ―Eerrr... yyooo... ―el guäsid se mostraba confuso. Fi-nalmente reaccionó―. Sssii... ¡Sí Señor! ―saludando mar-cialmente el llamado Oring-id salió corriendo hacia las estancias

    superiores.Apenas hubieron desaparecido de la vista los guäsids,

    Jakinos soltó una ruidosa carcajada. Hasta la glacial Thiria no pudo reprimir una leve sonrisa.

    ―Seguro que la próxima vez que me encuentre con eseOring-id se disculpará por no haberme localizado hoy ―comentóel varón―. Podrás decir lo que quieras de tu amiga Glimai, perono me negarás que sus criaturas son acreedoras del premio a laestupidez, si alguien lo convocase.

    ―Definitivamente eres incorregible, querido ―apos-tilló la diosa, ahora ya con una sonrisa en los labios y la mirada

     puesta en él―. No sé qué habré visto en ti.

    ―Sin duda, mi irresistible atractivo físico ―respondióJakinos, haciendo una horrible mueca con la cara. Ambos rieron.

    ◙ ◙ ◙ 

    Entraron en una gran sala. Sus dimensiones eran consi-derables para aquel submundo, apenas se alcanzaba a ver eltecho. La iluminación era tan intensa y agradable, que daba lasensación de un día soleado en la superficie. La abundante ve-