Todo lo que necesitasEl asunto de las herencias suele despertar gran interés cuan do se enfoca...

Todo lo que necesitas saber sobre herencias y donaciones en Españay evitar problemas en una herencia
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A Mireia, mi esposa; y a Patricia, Beatriz y Alejandro, mis hijos
Prólogo
Las grandes cuestiones de una herencia son dos: los impuestos que tenemos que pagar y los problemas con el resto de herederos, normalmente familiares. Quizá sea más importante la segunda, aunque no lo parezca. Podemos recibir una herencia de la cual el Estado o la comunidad autónoma correspondiente se nos lleve un pellizco importante: mala suerte. Con un poco de tiempo y habi lidad podríamos haber rebajado mucho o toda la factura fiscal. Pero si en el reparto entre herederos no hay acuerdo de todos y cada uno de los llamados a heredar, el lío está servido. La guerra puede ser destructiva. Podemos acabar con las relaciones fami liares, incluso entre los más cercanos, y la herencia puede demo rarse muchos años ante los tribunales. Eso, a mi entender, es mucho más caro que todos los impuestos que se deban pagar.
El asunto de las herencias suele despertar gran interés cuan do se enfoca desde un punto de vista realista, ya que el descono cimiento sobre la materia es grande. Sorprende mucho decir que el testamento más común (todo para el cónyuge y si no para los hijos) es el que más problemas comporta y, dependiendo de la comunidad autónoma, es de los que suponen que la herencia sea de las más caras desde el punto de vista tributario. La gente no
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conoce las normas más elementales de este impuesto porque na die se las ha explicado. La mayoría de las preguntas que efectúan versan sobre lo mismo: ¿cuánto tendré que pagar por la vivienda de mis padres?, ¿cuánto por un dinero que me han dejado?, etcé tera, sin que tengan la más remota idea de la respuesta.
Muchos muestran alegría al enterarse de que la vivienda don de vivían sus padres prácticamente no paga impuestos y otros muestran desconsuelo al conocer la ingente suma de dinero que tienen que pagar por el «regalo» que reciben de un tío. En la ma yoría de los casos desconocen que una buena parte de sus ahorros se los llevará el Estado si no están bien asesorados y preparan su herencia con la suficiente antelación.
Las instituciones no informan de cómo y de qué forma se pue de hacer un buen testamento para pagar menos al fisco cuando se hereda. Tampoco nadie da las más mínimas directrices en el momento de aceptar una herencia. Nos morimos y los problemas vienen solos.
Se acude al abogado tarde, después del fallecimiento de una persona, cuando todavía se pueden hacer cosas, pero no todas las deseables, y el resultado es que el heredero llega a pagar, si puede hacerlo, cantidades astronómicas que podrían evitarse perfecta mente, o cuando menos reducirse, con una buena información.
Se vive en el convencimiento de que preparar la herencia es efec tuar únicamente un testamento poco antes de fallecer, y se espera demasiado para otorgarlo porque se desconoce que con tiempo su ficiente se puede diseñar una herencia que anule el impuesto o dis minuya su carga fiscal lo máximo posible, y también que evite con flictos y problemas muy normales en este tipo de situaciones.
Conozco muy pocas herencias que no hayan sido conflictivas en las relaciones entre los familiares, y buena culpa de ello la tiene, por desgracia, el pobre fallecido. Los problemas en la herencia nacen en el causante (persona que fallece). Debemos preparar la herencia no sólo para reducir la carga fiscal al máximo, sino para evitar que los herederos acaben en una guerra interminable.
El testamento no debe ser definitivo, tiene que cambiar con forme varían las relaciones personales y los contenidos patrimo niales de las personas, y luego debe revisarse, al menos, una o dos
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veces al año. Eso no significa que tengamos que hacer muchos testamentos; lo que se recomienda es revisar el testamento que tenemos y ver si está acorde con nuestras relaciones familiares, el montante y la composición de nuestro patrimonio. Si no hay va riación, se revisará al año siguiente, y así sucesivamente.
Para esta preparación no debe esperarse a tener noventa años. Tampoco hay que retrasarla hasta haber amasado una gran for tuna. Podemos morirnos mañana mismo, sea cual sea nuestra edad, y simplemente teniendo una propiedad podemos amargar a nuestros herederos si no lo hemos previsto antes. O lo que es peor, sin herederos, se lo puede llevar todo el Estado o la comu nidad autónoma correspondiente. El testamento debe hacerse teniendo sólo una propiedad, sea cual sea la edad del testador.
El lector quedará asombrado al enterarse de que, con un sim ple diseño en el testamento, los herederos podrán ahorrarse una cantidad importante de impuestos, y con tiempo y buena estra tegia, el ahorro podrá ser considerable. Aquéllos lo agradecerán y nuestro patrimonio pasará de generación en generación sin «as tillarse» demasiado.
Sin embargo, siempre que exista este impuesto seguiremos viendo situaciones rocambolescas como la de tener que vender parte del patrimonio familiar para pagar el impuesto, o la del em bargo de bienes de la herencia ante la imposibilidad de pagarlo, y todo ello por recibir una herencia de un hermano, simplemente.
El motivo principal que persigue esta obra es enseñar las di rectrices y normas generales para evitar problemas, tanto fiscales como familiares, en una herencia futura, mediante una lectura fácil y práctica, alejada de referencias legislativas y jurispruden ciales y con un lenguaje lo menos jurídico posible para poder acer car al público a este impuesto tan desconocido. Los hijos deben perder el miedo a hablar de la herencia de sus padres, y los sobri nos de la de los tíos. Hablando se entiende la gente y estoy con vencido de que quien fallece, lo que quiere es dejar a sus descen dientes o familiares cercanos un buen recuerdo, que perdure de generación en generación.
ALEJANDRO EBRAT
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La herencia. Aceptación y repudiación. La partición. La herencia sin testamento. Orden de suceder. Los grados. Herencias
a animales. Cómo castigar a un hijo. Desheredar a un hijo
La herencia
Cuando fallece una persona se abre un proceso hereditario a favor de sus herederos, quienes pueden aceptar la herencia o repudiar la. Si existen varios herederos, esta decisión puede adoptarla cada uno de ellos por separado.
Mediante una herencia se traspasa todo el patrimonio de una persona a otra por causa de muerte. Este derecho a suceder a una per sona se transmite en el momento del fallecimiento. Heredamos de otros, sean o no familiares, bien porque el causante (persona que fallece) así lo ha dejado dicho en un testamento (herencia testada), bien porque, sin testamento alguno, somos nombrados herederos por ministerio de la ley; es decir, somos los herederos legales (heren cia ab intestato o intestada) en virtud de un orden establecido. En algunas comunidades, como en la catalana, existe una tercera vía de heredar que es el llamado «heredamiento» (a través de pactos).
La herencia es universal, se hereda todo del fallecido, tanto bienes y derechos como obligaciones. Si una persona fallece de jando una gran fortuna junto con múltiples deudas, al aceptar la herencia pasaremos a ser propietarios de todo su patrimonio, pero
también asumiremos la obligación de pagar las deudas que el difunto tenía contraídas hasta antes de fallecer. Se entiende que en el momento de la muerte pasamos a ser propietarios de los bienes del fallecido.
En la herencia testada, la persona que ha fallecido, en algún momento de su vida otorgó testamento dictando las órdenes por las que se habría de regir su sucesión. Dentro de estas órdenes figura quién heredará su patrimonio, de qué forma y condiciones, en qué cantidades, etcétera. Puede nombrar herederos suyos a quienes quiera, familiares o no, adjudicándoles los bienes en la parte que estime conveniente. Puede incluso dejarlo todo a la Igle sia, o a las Hermanitas de los Pobres, a sociedades, a personas extrañas, etcétera, a quien y como le venga en gana.
En la herencia intestada nos encontramos ante el fallecimien to de una persona que jamás acudió al notario a plasmar su vo luntad (ni utilizó otros tipos de testamentos); es decir, no ha dicho a quién, ni cuánto, ni cómo se debe repartir su patrimonio. En este caso, la ley nos dirá qué personas heredarán mediante un orden preferente. Es lo que se llama el orden de suceder.
Una vez que fallece una persona se abre el proceso hereditario, que consiste en averiguar si existe o no testamento, definir quiénes son los herederos, dónde tienen que pagar, elevar a público su acep tación de herencia (ir al notario) y pagar los impuestos de sucesio nes. Estos puntos los iremos desarrollando posteriormente.
Lo primero que debemos hacer es comprobar si existe o no testamento. Para otorgar testamento hay que acudir al notario, quien, una vez analizadas nuestras facultades mentales, procede rá a elevarlo a público y a guardarlo en su protocolo. Este proto colo o copia de este testamento siempre estará guardado en la notaría (o en la notaría que le suceda) y, con el transcurso de los años, pasará al Archivo General del Colegio de Notarios.
A su vez, los notarios tienen obligación de remitir a la Direc ción General de Últimas Voluntades, los datos de la persona que ha firmado testamento; existe un archivo general en Madrid don de quedan reflejados todos los testamentos que hemos hecho a lo largo de nuestra vida. Dicho registro pertenece al Ministerio de Justicia.
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Fallecida una persona, lo primero que se debe hacer es averi guar si en algún momento de su vida ha otorgado un testamento y si así es, dónde y ante qué notario. Este procedimiento se lleva a cabo solicitándolo al Registro de Últimas Voluntades, el cual emitirá un certificado en el que constará la relación de notarios que visitó el causante.
En su defecto emitirá informe negativo manifestando que el fallecido no otorgó testamento alguno.
Por razones obvias de seguridad, el notario no podrá autorizar ninguna aceptación de herencia sin que se acompañe el corres pondiente certificado de últimas voluntades. Muchas veces la gente acude al despacho con el temor de que otros familiares le hayan quitado la herencia, y eso es prácticamente imposible. Quien es heredero, ya sea por testamento o sin él, porque le co rresponde por el orden de suceder, tiene el derecho de heredar por encima de los demás y nadie le puede arrebatar ese derecho sin demostrar que es el heredero legítimo. Sólo en los casos en que no se quiere aceptar la herencia o por el transcurso de un largo período de tiempo sin hacer nada, podríamos perder el derecho a heredar.
Para solicitar este certificado de últimas voluntades, única mente se requiere que hayan transcurrido quince días hábiles desde el fallecimiento (para garantizar que estén inscritos los tes tamentos de última hora), y se debe aportar el certificado de de función que expide el Registro Civil.
En caso de que el fallecido hubiera otorgado testamento, el certificado indicará la relación de testamentos existentes, y es válido únicamente el último. Una persona puede acudir al notario y otorgar varios testamentos a lo largo de su vida, pero será sólo el último el que tendrá validez. Debemos entonces acudir al no tario que lo otorgó, o al que le suceda en su protocolo, a pedir una copia del testamento, momento en el cual podremos llevar a cabo la apertura y lectura del mismo para conocer la voluntad del tes tador.
Si por cualquier causa se declara nulo este último testamento (imaginemos que los herederos impugnan el último testamento y la justicia les da la razón declarándolo nulo), el que tendrá validez
será el anterior —es decir, el penúltimo—, y si no existiera otro testamento, será una herencia intestada.
En el supuesto de que el citado certificado de últimas volun tades demuestre que no existe testamento, deberemos proceder de la siguiente manera:
• Si somos ascendientes, descendientes o cónyuge del fallecido, debemos comparecer ante un notario y solicitar una acta de notoriedad, que es el documento en el que manifestamos y demostramos que somos los únicos herederos del fallecido.
• Si no somos ninguno de los parientes citados, pero nos con sideramos herederos por ser resto de parientes de la lista del orden de suceder, tendremos que dejar que sea el juez quien lo diga a través de un procedimiento judicial de declaración de herederos. En este procedimiento judicial deberemos demostrar ante el juez que el pretendido pariente falleció, a través del certificado de defunción; que no hizo testamento, con el certificado de últimas voluntades, y finalmente que somos parientes del finado, a través de las pruebas que es timemos convenientes. Evidentemente, este proceso es mu cho más lento que la simple acta de notoriedad que se soli cita ante el notario. Éste es uno de los argumentos para aconsejar que se haga testamento, ya que sin él, el proceso de la herencia es más largo y costoso. Piénsese que este pro cedimiento judicial puede necesitar la publicación de edic tos (a solicitud del juez) e incluso la presencia de un aboga do, en función de la cuantía.
Aceptación y repudiación
La aceptación
Como ya se ha dicho, podemos aceptar o repudiar la herencia, pero una vez efectuada una de las dos cosas ya no podemos echar nos atrás, o sea revocarla. Si aceptamos la herencia, tiene que ser toda ella; no se puede aceptar una parte y repudiar otra. Sólo
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podremos aceptar la herencia si tenemos capacidad de obrar; es decir, si los herederos son menores de edad deberán acudir acom pañados de sus padres o tutores, que no podrán renunciar a la herencia salvo autorización judicial. Por este motivo tampoco po demos dejar la herencia a los animales, ya que no tienen capacidad para aceptar la herencia.
Una vez que estemos en posesión del testamento, o sin él pero ya definidos quiénes son los herederos, debemos preparar la visi ta a la notaría para aceptar la herencia. Puestos de acuerdo todos los herederos, el proceso normal será redactar una escritura de aceptación de herencia en la que se detallarán y cuantificarán todos los bienes que integran la masa hereditaria, y efectuar el cuaderno particional y su adjudicación. El cuaderno particional es la distribución de los bienes de la herencia en la forma que designen los herederos (si hay acuerdo); son éstos quienes indican qué bienes pasan a pertenecer a cada uno de ellos. Hasta que no se realice esta partición y adjudicación, los bienes de la herencia permanecen en una comunidad hereditaria.
Es muy importante el valor que vayamos a dar a estos bienes en la escritura de aceptación de herencia, ya que estos valores serán los de referencia a efectos de cualquier venta posterior. En el capí tulo de inventario se describe la forma de valorar los bienes.
Aceptar una herencia significa que alguien se adjudica los bienes que le han sido dejados en testamento. Si no hay testamen to, aceptamos la herencia por ser herederos legales. Cuando acep tamos una herencia también nos adjudicamos las deudas del cau sante.
Ejemplo
José, viudo, fallece y deja a su único hijo, Pedro, heredero universal (de toda la herencia). La herencia se compone de dos viviendas valoradas en 300.000 euros cada una de ellas. Una de las viviendas tiene una hipote ca de 200.000 euros. Igualmente, José dejó por pagar el cargo de la Visa por 50.000 euros.
Al aceptar la herencia de su padre, José toma posesión de las dos viviendas y queda obligado al pago de la hipoteca, o sea, se subroga en ella y deberá abonar el cargo de la Visa pendiente de pago.
Imaginemos que las deudas son superiores a los bienes que componen la masa hereditaria; entonces, para no heredar más deudas que bienes, deberíamos renunciar a la herencia, ya que, si la aceptamos, tendríamos que pagar las deudas, incluso con nues tros bienes (con los bienes que teníamos antes de heredar).
Para evitar esta situación o simplemente en el supuesto de que no sepamos (o dudemos) la realidad de la herencia, debemos acep tarla «a beneficio de inventario». Esta manera de aceptar la he rencia significa que si hubiera en ella más deudas que bienes, sólo responderíamos con los bienes de la misma y no con los nuestros; es decir, que en el peor de los casos perderíamos lo heredado.
Ejemplo
Armando, jugador empedernido, fallece dejando heredera universal a su esposa, Lourdes. Los bienes que componen la herencia son una casa en Benavente, con una hipoteca, y un apartamento en la playa. Como Lour des sabía de las aficiones de su marido, acepta la herencia a beneficio de inventario. Al cabo de unos meses de la aceptación, empieza a llegar al domicilio de Lourdes una ingente cantidad de reclamaciones por impago de deudas que había contraído su difunto marido debido a las pérdidas en el juego. Estas deudas sobrepasan en mucho el valor de la casa y del apartamento.
Gracias a que Lourdes aceptó la herencia a beneficio de in ventario, las deudas se pagarán con los bienes de la herencia de su marido (con las dos casas) hasta donde alcance y Lourdes man tendrá intacto su patrimonio personal. El resto de deudas que no se puedan pagar, porque no alcance el patrimonio del fallecido, no podrá ser reclamado a la esposa por los acreedores.
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La repudiación
La repudiación de una herencia sólo se puede hacer ante notario o mediante un escrito al juez. Repudiar una herencia significa renunciar a ella. Repudiamos una herencia porque no deseamos ser herederos de la misma; jamás seremos propietarios de los bie nes del fallecido.
Ejemplo
Lucas, empresario de artes gráficas, posee una empresa en Jaén valo rada en 200.000 euros. Debido a la crisis del sector, Lucas debe salarios a los trabajadores, facturas a proveedores, tiene deudas con los bancos, etcétera, todo ello por un montante de 600.000 euros. Aparte de la empre sa, Lucas posee únicamente un piso en Jaén por valor de 400.000 euros, con una hipoteca cuyo saldo pendiente de pago es de 100.000 euros.
Por lo tanto, deberemos calcular el saldo de la herencia:
Activos:
Deudas:
Deudas de la empresa: 600.000 euros Hipoteca del piso: 100.000 euros Total: 700.000 euros
Saldo final: 600.000 – 700.000 = –100.000 euros
Desgraciadamente para los herederos de Lucas, si aceptaran la herencia probablemente deberían sacar de su bolsillo 100.000 eu
ros, además de quedarse una empresa totalmente endeudada y un piso hipotecado. Para evitar esta situación podrían repudiar la herencia, con lo que no heredarían nada y se ahorrarían pro blemas, o, como he dicho anteriormente, aceptar la herencia a beneficio de inventario para ver si al final podrían quedarse con algo, pero sin perjudicar su patrimonio personal.
Desde un punto de vista fiscal puede ser muy conveniente esta renuncia (renunciamos a nuestra herencia y pasan a heredar nues tros hijos), ya que evitamos la progresividad del impuesto. Esto es, como en las herencias cuanto más se recibe más se paga, si dividimos la herencia entre más personas, al ser menos cantidad la que recibirá cada una, la suma del impuesto que pagarán todas ellas será inferior a lo que pagaría una sola si recibiera la herencia íntegramente. Dicho de otra manera: cinco más cinco pagan, por ejemplo, tres, mientras que diez pagarían cuatro. De esta manera la herencia pasa a los herederos del que repudia y como normal mente los hijos son más, pagan menos impuestos por la suma de todos ellos que si hubiera heredado sólo una persona (el que re pudia).
Cuando la repudiación se hace de forma simple y gratuita de toda la herencia, se entiende que el renunciante nunca la ha acep tado y, por lo tanto, no tributa por el impuesto de sucesiones; la herencia pasará entonces a los restantes herederos, que pagarán el impuesto por la parte renunciada en concepto de beneficiarios. Estos beneficiarios pagarán calculando el grado de parentesco que quien renunció a la herencia tenía con el causante.
Además, el que hereda tiene unas reducciones generales que se aplican en todas las herencias. Si al repudiar heredan cuatro personas, se podrán aplicar cuatro reducciones generales.
Ejemplo
Teófila, viuda y de edad muy avanzada, fallece dejando una sola hija lla mada Mercedes. Teófila tenía en el momento de fallecer una casa en la montaña valorada en 500.000 euros y 300.000 euros en bancos. Total de su patrimonio: 800.000 euros. A su vez, Mercedes tiene cuatro hijos.
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Si Mercedes aceptara la herencia, tendría que pagar la suma de 195.271,59 euros (con una reducción general). Supongamos que, en el momento de la herencia, Mercedes renuncia a la misma; entonces se convertirán en herederos (beneficiarios) sus cuatro hijos, que tendrán que pagar la suma de 28.250 euros cada uno, lo cual nos dará un total de 113.000 euros. El ahorro por haber renunciado es de 82.271,59 euros. Este aho rro será mayor cuanto más elevada sea la reducción por hijo, que depende de la comunidad autónoma. (Más adelante expli caré las formas de evitar que estos hijos puedan disponer del dinero.)
En cambio, si renunciamos a la herencia en favor de una per sona, se entenderá que primero se aceptó la herencia y después se donó la parte que se ha repudiado a favor del beneficiario desig nado; o sea, que pagaremos dos veces, una por la herencia y otra por las donaciones.
Imaginemos que un señor hereda cuatro pisos, y en la acep tación de herencia renuncia a ella a favor de uno de sus tres hijos. Por una parte, deberá pagar el impuesto de sucesiones por haber recibido la herencia (por los cuatro pisos), y por otra, el hijo que re cibe la herencia a causa de la renuncia de su padre tendrá que pagar el impuesto de donaciones.
Si renunciamos una vez prescrito el impuesto —es decir, cuan do ya han pasado más de cuatro años y seis meses desde la fecha de fallecimiento del causante—, no tendremos que pagar impues to de sucesiones al haber prescrito la herencia. Sin embargo, se entiende que la renuncia es una donación a favor de los beneficia rios y que está realizada en el momento mismo de la repudiación; por lo tanto, el beneficiario de la renuncia pagará por la donación del renunciante.
Ejemplo
El señor Juan falleció en el año 2003 y su hijo único, Carlos, no ha hecho nada hasta el día de hoy. Como la herencia de su padre ya ha prescrito, ha ido a la notaría para aceptar la herencia, pero antes de ello se ha per catado de que renunciando a la misma a favor de sus cinco hijos, coloca
rá el patrimonio a éstos ya dividido en cinco partes, de modo que no tendrá que pagar nada.
Pues bien, es correcto que Carlos no pagará nada por la he rencia de su padre, pero los nietos deberán pagar por la donación de su padre al haber renunciado a la herencia. Es decir, la renun cia se entiende que es una donación hacia los favorecidos.
Pero puede darse el caso de que no queramos renunciar a toda la herencia, sino que deseemos mantener la propiedad de algo, como, por ejemplo, la vivienda habitual. Ello no podría ser, como he dicho antes, por cuanto se debe renunciar o aceptar toda la herencia, ya que si no el coste fiscal sería altísimo. Existe para ello una solución y es que el testador, previendo esta situación, efectúe un legado de la citada vivienda a su hijo y que lo nombre, a su vez, heredero universal del resto de sus bienes. Llegado el momento, el hijo heredero renunciará a la herencia a favor de sus hijos (nie tos del causante), pero no así al legado de la vivienda habitual, que podrá seguir conservando. No hemos hecho una renuncia a una parte de la herencia, sino que simplemente hemos aceptado un legado renunciando a toda la herencia.
A veces se utiliza la repudiación con el fin de que los acreedo res no puedan cobrar de los bienes de la herencia, pero esto no es así. Estos acreedores pueden subrogarse en el heredero y así to mar los bienes para cobrarse las deudas; el acreedor se pone en el lugar del heredero, acepta los bienes y se los queda como pago de la deuda que el heredero original le debía.
Imaginemos que Julio, empresario, tiene contraídas deudas por un importante valor con el señor Roberto. Su herencia con siste en una empresa compuesta de maquinaria por un valor muy superior a las deudas que tiene. Fallecido Julio, su único herede ro, su hijo Mateo, decide repudiar la herencia en su totalidad, con lo que pasará a sus tres hijos. De esta manera Mateo piensa que se salvará de tener que pagar las deudas que su padre dejó al no haber aceptado la herencia. Pues bien, esto no es así. El acreedor señor Roberto podrá acudir al juez y ponerse en el lugar de Mateo
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para aceptar la herencia de Julio. Una vez aceptada, podrá co brarse con estos bienes y así cancelar la deuda existente.
Otras veces ni se acepta ni se repudia la herencia con el fin de no pasar los bienes a nombre del heredero, ya sea por motivos económicos (deudas) o personales (no pagar legítimas, ocultar bienes en procesos de separación matrimonial, etcétera). Es decir, se dejan los bienes a nombre del fallecido, porque como suelen ser de familiares cercanos (por ejemplo, los padres) se está en el con vencimiento de que así no los tocará nadie.
Pues tampoco en estos casos es fácil escaparse, ya que la ley establece que podemos exigir a un señor que acepte o repudie la herencia (evidentemente, debemos tener un interés legítimo en la herencia para hacer esta exigencia) y será el juez quien, en un plazo de treinta días, le exigirá que la acepte o la repudie, ya que si no lo hace se entenderá que la acepta, de modo que ya habremos conseguido el fin buscado.
Tanto el derecho a aceptar la herencia como a repudiarla pres criben a los treinta años.
La partición
Una vez que tengamos toda la relación de bienes de la herencia, descontados todos los gastos, procederemos a partirla y adjudi carla a los herederos. Es lo que se llama el cuaderno particional. Es muy importante definir exactamente los bienes que componen la herencia, ya que si el fallecido estaba casado en régimen de gananciales, antes de efectuar la partición deberemos disolver ese régimen y adjudicar al cónyuge viudo su parte de la sociedad conyugal para apartarla del caudal relicto. Así, nos quedarían los bienes del fallecido procedentes de la disolución de su sociedad de gananciales (normalmente la mitad de todos los bienes), a los que tendremos que sumar los bienes privativos que el fallecido tenía (los que poseía antes del matrimonio o los que hubiera he redado). Éstos son los bienes que deberemos partir y adjudicar.
Gracias a la partición conseguimos deshacernos de la propie dad indivisa de todos los herederos (comunidad hereditaria), ad
judicando a cada uno de ellos unos bienes en concreto; o sea, se hacen propietarios de algo en concreto.
Éste es el paso más delicado en la herencia. Es el reparto del pastel, que no suele ser del agrado de todos. A partir de aquí es cuando nacen los problemas en una herencia, ya que los herederos tienen que ponerse de acuerdo en repartirse la masa hereditaria. De no haber acuerdo, todos tendrán que aceptar la parte indivisa de cada uno de los bienes que les corresponda. De ahí la impor tancia de llegar a un acuerdo. Nadie quiere indivisos que no le sirven para nada, todos quieren bienes concretos y si es dinero, mejor. Si acuden al reparto cuatro hermanos y son tres las casas que se deben repartir, el problema está a la vista. Difícilmente se llegará a un acuerdo consensuado por todos.
Si no hay acuerdo en la partición, lo recomendable es ponerse en manos de un experto en el asunto (un abogado normalmente) para que busque una solución a toda costa. No conviene aceptar la herencia sin partirla. Los problemas vendrán posteriormente con toda seguridad. La mayoría de la gente no se imagina que si la partición no se arregla de inmediato, podremos entrar en una dinámica de difícil solución. Piénsese en el caso de una herencia que reciben cinco hermanos, todos ellos casados y con hijos; en total son catorce sobrinos. La herencia se compone de terrenos y varias viviendas que, por ser de difícil partición, los herederos deciden aceptar proindiviso. Transcurren diez años y resulta que de los cinco hermanos han fallecido tres; es decir, que para vender cualquiera de los bienes de la herencia deberán ponerse de acuer do los dos hermanos que viven más nueve sobrinos, hijos de los tres hermanos fallecidos. En total serán once personas que ten drán que ponerse de acuerdo en la decisión de vender, en el precio, en la forma de pago, etcétera. Es seguro que dos o tres, como mínimo, impedirán la operación. Dado que la ley señala que nadie está obligado a permanecer en la indivisión de la herencia, podrán acudir al juez para que la divida, lo cual acabará probablemente en una venta de bienes en subasta pública, con las consiguientes adjudicaciones a un valor muy inferior al normal de los bienes.
Una de las recomendaciones en la que más insisto al diseñar los testamentos es que se deje todo el patrimonio ya dividido y
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adjudicado en el propio testamento y, si no puede ser, señalar las normas para la división o encargar a un tercero que lo haga. Todo menos dejar en manos de los herederos el reparto y la adjudi cación.
Es muy aconsejable que el testador (en el momento de redac tar el testamento) deje indicada la partición de los bienes o por lo menos de la parte de bienes más conflictiva:
Ejemplo
Juanjo deja testamento en el que indica que la vivienda de Sotomayor será para su hijo Pedro, la de Murcia para su hijo Carlos y la empresa in dividual para su hija Encarna, con la obligación de pagar a sus hermanos la diferencia en dinero.
De esta manera, cuando Juanjo fallezca no habrá problemas de división y adjudicación de bienes entre ellos y, por otra parte, conseguimos mantener intacta la empresa familiar.
Sabemos que es difícil realizar una partición sobre unos bienes futuros; no podemos partir y adjudicar los bienes que tengamos cuando muramos porque ni sabemos cuándo moriremos, ni sa bemos qué bienes tendremos, pero lo que sí se puede hacer es dejar unas normas de partición escritas en el testamento. Así, por ejemplo, podemos decir que los bienes inmuebles se adjudicarán a los hijos tal y tal, y el dinero y los bienes muebles a otros hijos.
Otra solución muy acertada es dejar en manos del albacea esta función de partir la herencia. El albacea deberá contar y partir la herencia siguiendo las instrucciones que le dejó el causante.
Lo que sí es tremendamente importante es que haya acuerdo en la partición. Ya sea a sacrificio de unos, ya a base de compensar económicamente a los más perjudicados, ya con cualquier pacto, pero tiene que haber partición, porque si no la hay saldrán per diendo todos los herederos y los costes económicos y de tiempo serán incalculables. Piénsese que cualquier heredero que no esté de acuerdo con la partición y adjudicación de un bien podrá, él
solo, pedir la venta de este bien en pública subasta, a la que podrá acudir cualquier licitador. Es decir, la partición será judicial.
Ello significa:
• Paralizar el proceso normal hereditario. • Eternizar la toma de posesión de los bienes en cuestión. • Costear gastos judiciales. • Adjudicarse y repartirse los bienes posteriormente, con los
consiguientes costes de impuestos. • Perder los bienes que van a subasta porque se recibe el valor
por el que se hayan adjudicado, que probablemente sea muy inferior a su valor normal.
Como iremos viendo más adelante, no solamente es necesario un acuerdo de todos los herederos en la partición, sino en la va loración de los bienes, en el reparto final, en la declaración a la comunidad autónoma correspondiente, en el pago de impuestos, etcétera. Es indispensable que todos estos pasos se lleven a cabo con la más absoluta unión entre los herederos, ya que de lo con trario el desastre está garantizado y la pérdida para todos ellos será ineludible.
Soy contrario absolutamente a la tramitación contenciosa de las herencias. Estos pleitos pueden ser eternos (duran fácilmente entre cinco y siete años, o más) y a veces el acuerdo no es fácil. Piénsese que si uno de los herederos no acepta la partición, la cosa se complica muchísimo, ya que se necesita el voto favorable uná nime (de todos los herederos) para que la partición se apruebe.
El acuerdo, cueste lo que cueste, tiene que llegar. Ganarán todos los herederos.
La partición se efectuará mediante una relación concreta y detallada de los bienes que van a entrar en la herencia. Estos bienes estarán valorados por su valor real (véase el capítulo «El inventario y la valoración»). A la suma de los bienes restaremos las deudas y los gastos de la herencia y añadiremos los bienes colacionables (explicados más adelante). El siguiente paso será hacer lotes o adjudicaciones concretas a cada heredero y expresar el valor de su parte.
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La herencia sin testamento. Orden de suceder
La parte que no es la legítima —que analizaremos más adelante— es la llamada «de libre disposición»; es decir, la que el testador decidirá libremente a quién va destinada. Sabemos que al otorgar testamento se determinan las personas llamadas a heredar; sin embargo, cuando una persona fallece sin haber otorgado testa mento, la ley indicará quién tiene que heredar esa parte de libre disposición —lo que no es la legítima—, a partir de una lista de personas, y su orden de preferencia, que es la llamada «sucesión intestada».
Pero hay otros casos en los que también debe acudirse a esta lista de personas que la ley señala que son los herederos, aunque exista testamento; es como si éste no existiera. Estos casos son:
• Cuando el testamento sea nulo (por ejemplo, si se hizo sin estar en plenas facultades mentales, etcétera). Si no existe un testamento anterior, estaremos ante una herencia intestada.
• Cuando el testamento no dispone de todos los bienes del testador, sino sólo de una parte de ellos. En este caso, la sucesión intestada será sólo para la parte de bienes no dis puesta.
Ejemplo
Lego a mi hija Isabel la casa de la Sierra de Cazorla.
Dado que en el testamento no se ha instituido heredero uni versal ni se ha dispuesto nada sobre el resto de los bienes, se abri rá la herencia intestada para el resto de bienes de la herencia; es decir, se heredará según el orden de suceder estipulado.
• Cuando el heredero fallezca antes que el testador (o repudie la herencia) y no tenga sustituto.
Ejemplo
Luis deja en testamento heredero universal a su hermano Alejandro, que no tiene cónyuge ni descendencia alguna. Alejandro fallece antes que Luis.
En este caso también se abrirá la herencia intestada al no existir herederos posibles según el testamento válido. Dado que la herencia es intestada, heredarán los herederos legales de Luis. Alejandro no tiene a nadie que le sustituya (por ejemplo, hijos).
• Cuando el heredero que está nombrado en testamento es incapaz de suceder. En estos casos no existirá sustitución posible al incapaz. La herencia será intestada.
Como hemos dicho anteriormente, si una persona fallece sin haber otorgado testamento, la ley indicará quién tiene que here dar esa parte de libre disposición —lo que no es la legítima—, a partir de una lista de personas, y su orden de preferencia. Es lo que llamamos el orden de suceder.
Cada legislación foral o autonómica establece el orden de su ceder, y en su defecto el Código Civil es el que indica este orden, que es el siguiente:
1. Si hay hijos, éstos se repartirán la herencia por partes iguales.
2. Si hay cónyuge junto con hijos, le corresponde el usufructo de un tercio de la herencia.
3. Si no hay hijos, les corresponde a los padres por partes iguales.
4. Si no hay hijos ni padres, corresponde a los abuelos y al cónyuge el usufructo de la mitad de la herencia.
5. Si no hay hijos, padres ni abuelos, corresponde al cónyuge. 6. Si no hay ninguno de los anteriores heredarán los herma
nos, los hijos de éstos, tíos, primos, etcétera. Es decir, her manos y familiares hasta el cuarto grado.
La herencia · 31
7. Si no tiene ninguno de los parientes citados, heredará el Es tado o la comunidad autónoma que gestione el impuesto.
En virtud de este orden legal, si fallecemos con hijos, serán éstos los herederos universales de nuestra herencia, y éstos here darán por partes iguales entre ellos.
Si en la herencia, junto con los hijos, existe cónyuge viudo, éste tendrá derecho al usufructo de un tercio de la herencia.
Si tras la defunción no existen hijos ni nietos, heredarán nuestro patrimonio los ascendientes (padres, abuelos, bisabue los, etcétera) a partes iguales, si los hay, y si sólo vive uno de los dos, heredará éste la totalidad de la herencia. Si sólo hay abuelos y cónyuge, a éste le corresponde el usufructo de la mitad de la herencia.
Si no hay hijos, padres ni abuelos, la herencia corresponde al cónyuge.
Si no hay nadie de los citados, heredarán los hermanos, los hijos de éstos y los parientes hasta el cuarto grado.
Este orden de suceder es con carácter excluyente; es decir, si existen hijos, ya no heredará el siguiente (padres, cónyuge…). En ese caso, los abuelos y el resto de parientes no entrarán en la he rencia.
Es muy importante no olvidar que si existe testamento no opera este orden de suceder que hemos detallado, puesto que pre valece la voluntad del causante manifestada en el testamento.
En lo que se refiere al cónyuge viudo, sin lugar a dudas es uno de los episodios más complejos que tienen las herencias sin tes tamento. En el régimen general, el cónyuge viudo tiene derecho al usufructo de un tercio de la herencia si concurre con los hijos, y si no hay hijos ni padres del fallecido, el cónyuge tiene derecho al usufructo de la mitad de la herencia.
En algunas comunidades autónomas se considera al cónyuge legitimario de una parte determinada de usufructo y en otras, se le tiene como usufructuario de toda la herencia, en las herencias intestadas.
En cualquier caso, esta figura del cónyuge con usufructo sue le ser bastante conflictiva, ya que ni el usufructuario ni los nudos propietarios podrán encontrar a nadie que les compre su partici
Agradecimientos
Expreso mi especial agradecimiento a las letradas Mireia Ramón Rona y Olga Rovira Torres por su amable colaboración desinte resada.
Todo lo que necesitas saber sobre herencias y donaciones en España Alejandro Ebrat Picart ISBN edición en papel: 978-84-234-2798-7
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Diseño de portada: El taller Interactivo
© Alejandro Ebrat Picart, 2011
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Agradecimientos

Todo lo que necesitasEl asunto de las herencias suele despertar gran interés cuan do se enfoca...

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