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El Cuaderno teoría y práxis Nº1

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1) Breve introducción a las teorías de crisis

Josep Manel Busqueta. Informes de economía crítica Taifa Nº 6. pp 16-26

2) Resumen para gente con prisa.

Informe de economía crítica Taifa nº 7. pp. 11-24

3) Las crisis del sistema capitalista.

Alejandro Teitelbaum

4) Los Galbraith, la visión keynesiana de las crisis y

la realidad económica del siglo XXI.

José A.Tapia Granados y Rolando astaria

5) El neoliberalismo como arma de destrucción masiva.

David Harvey

6) Una teoría marxista del neoliberalismo.

Gérard Duménil y Dominique Lévy

7) En el origen de las crisis: sobreproducción o subconsumo.

Louis Gill

8) Para seguir leyendo...

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INTRODUCCIÓN A LOS TEXTOS.Necesidad de la formación

Entendemos que la formación teórica es impres-cindible para poder entender qué está pasando hoy en el mundo. Vivimos una crisis económica sin pre-cedentes en la historia del capitalismo y sin embar-go, a pesar de la debilidad de la clase dominante, los de abajo, los trabajadores y trabajadoras, las clases populares, los explotados y las precarias, aún no he-mos sido capaces de organizar la respuesta a nivel general, tan sólo hay pequeñas respuestas atomi-zadas, dispersas. Para poder entender la magnitud de los ataques que nos están lanzando, para poder enfrentar la enorme precariendad a la que nos están sometiendo cada día es imprescindible la lucha, la organización, la respuesta clara y fuerte. Pero esta lucha será de corto viaje si no va acompañada de un estudio riguroso del enemigo, de las condiciones que plantea, de sus herramientas, de sus decisio-nes. Estudiar la crisis, su origen, sus causas, sus consecuencias nos podrá poner en un punto que, junto con la lucha necesaria, permitirá acercarnos cada vez más a la destrucción del capitalismo.

Nos dicen que la crisis es un mal trago para todos por igual, que hay que apretarse el cinturón, sino, ya nos lo aprietan ellos con los recortes salariales, laborales, sociales, etc. Pero sin embargo vemos como se refuerza el gran capital y como nos empo-brecemos cada vez más. Es una trampa argumental que intenta justificar la renuncia a un mundo dife-rente. Nosotr@s, muy al contrario, consideramos que quienes desprecian la posibilidad de que pue-da cambiar el mundo en favor de los explotados, de las desposeidas, quieren justificar vetustas injusti-cias con novísimas máscaras. Nuestra respuesta es apostar por una reapropiación crítica y dialéctica de las ideas de Marx, Engels y Lenin, de las escuelas de pensamiento revolucionario y de las experiencias

de la clase obrera y de los pueblos, así como de las de tantos otros luchadores y luchadoras que dieron su vida por el socialismo.

Desenmascarar la falacia ideológica, construir la crítica radical, la lucha ideológica, por darle el nombre clásico, es, pues, una labor fundamental en nuestra acción. Como decíamos al principio la debilidad es grande y la tarea ardua, pero la nece-sidad histórica de construir una alternativa global al capitalismo es más evidente y urgente que nunca, a pesar de la enorme desarticulación social en la mayor parte de las ciudades y pueblos. Entende-mos que el marxismo no reformista, revolucionario, con todas sus vertientes, tradiciones y escuelas, es y ha sido una herramienta indispensable para comprender el funcionamiento del sistema capita-lista desde la óptica de las personas oprimidas y explotadas, con nuestros propios ojos y no con los de los explotadores. Esta herramienta teórica nos sirve además para analizar la sociedad concreta en que vivimos y poder cambiarla desde la base de manera revolucionaria. Por eso, la formación en la teoría marxista, el debate y la discusión po-lítica, que se enriquece con las aportaciones que hacemos dentro de la organización, forman parte de nuestro código genético.

Los textos que hemos elegido entre muchos otros consideramos que son imprescindibles para poder entender mínimamente la crisis actual y po-der abrir perspectivas de cambio. Sin embargo creemos que sólo es una breve introducción que debe servir de apertura al estudio sistemático, que tiene que encender el apetito intelectual para to-mar con nuestras propias manos e ideas el futuro por el que luchamos.

¡Estudia lo elemental! Para aquelloscuya hora ha llegadono es nunca demasiado tarde.¡Estudia el “abc” ! No basta, peroestúdialo ¡No te canses!¡Empieza! ¡Tú tienes que saberlo todo!Estás llamado a ser un dirigente.

¡Estudia, hombre en el asilo!¡Estudia, hombre en la cárcel!¡Estudia, mujer en la cocina!¡Estudia, sexagenario!Estás llamado a ser un dirigente.

¡Asiste a la escuela, desamparado!¡Persigue el saber, muerto de frío!¡Empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma!Estás llamado a ser un dirigente.

¡No temas preguntar, compañero!¡No te dejes convencer!¡Compruébalo tú mismo!Lo que no sabes por ti,no lo sabes.Repasa la cuenta,tú tienes que pagarla.Apunta con tu dedo a cada cosay pregunta: “Y esto, por qué?Estás llamado a ser un dirigente.

Loa al estudio Bertold Brecht

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Introducción a las teorías de crisisJosep Manel Busqueta

1.INTRODUCCIÓN

El término crisis puede tener distintos significados y aplicaciones. Por lo que se refiere a la economía, uno de los significados posibles del término se referirá a ‘Una situación caracterizada por un conjunto de fallos generali-zados en las relaciones económicas y políticas de la reproducción capitalista’. Esta definición es poco explicativa y resulta excesivamente neutra pues no nos informa ni nos explica de qué tipo de fallos estamos hablando ni de cómo se originan dichos fallos. En el momento de explicar de qué fallos hablamos y como se originan estos deberemos abandonar la neutralidad dado que nuestra interpretación de la crisis dependerá de cuál sea nuestra interpretación del funcionamiento de la sociedad y por tanto de la economía.

¿De qué tipo de fallos estamos hablando?

Podemos definir el Capital como un proceso, como un valor en movimiento que experimenta una expansión continuada por medio de la producción de plusvalía. Este proceso se compone en distintas relaciones sociales que se encuentran resumidas en la fórmula D-M-D’; D’ ha de ser mayor que D (D´>D). En conjunto esta expre-sión nos indica que para funcionar correctamente el capital invertido siempre debe obtener beneficios. Se debe destacar que la relación fundamental que da lugar a la expansión capitalista es la relación de subordinación entre la clase propietaria de los medios de producción, los capitalistas, y la de los trabajadores, caracterizados por el hecho de que sólo disponen de la capacidad de vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para poder subsistir.

Marx define la realización del capital en términos del movimiento exitoso de éste a través de cada una de las distintas fases que ya se han comentado. Para que el ciclo de reproducción del capital funcione de forma satisfac-toria, el capital en forma de dinero (D), debe realizarse comprando materias primas, fuerza de trabajo y la maqui-naria para desarrollar el proceso productivo. El conjunto de toda esta inversión capitalista debe realizarse a través de su combinación y consiguiente conversión en mercancías que deberán dirigirse al mercado. Finalmente, las mercancías (M) deben realizarse transformándose en dinero a través de la venta mercantil (D’). Esta realización en cada fase no se consigue de manera automática por diversas razones, entre ellas resulta fundamentalmente porque las fases de circulación de las distintas formas de capital (dinero, capital productivo, mercancías) se en-cuentran separadas en el tiempo y en el espacio.

Cuando hablamos de fallos en el funcionamiento del capitalismo, y por tanto hablamos de crisis, estamos ha-blando de la ruptura de este ciclo de expansión capitalista. Esto es lo que podríamos llamar crisis de realización. De forma gráfica podemos visualizar el capital como el agua de un río que debe fluir hacia la consecución de beneficios. Así, hablaremos de crisis cuando el capital se encuentra estancado. El capital puede estancarse en forma de dinero en el momento en que las perspectivas de la economía son tales que los inversores prefieren guardarse el dinero antes que invertirlo pues piensan que no obtendrán el nivel de beneficio esperado El capital también puede estancarse en forma de dinero cuando no encuentra las materias primas adecuadas en las que materializarse. El estancamiento también se produces, en las otras fases, por ejemplo cuando existe maquinaria que no se está usando a pleno rendimiento, cuando existen trabajadores en paro. Inventarios excesivos, también encontramos capital estancado cuando existen mercancías que no se pueden vender porque, a un determinado nivel de precios, no encuentran comprador. En todos estos momentos podemos considerar que el capital se en-cuentre en crisis. Dejemos que sea el mismo Marx el que nos explique esta idea:

“Cuando el proceso de producción se estanca y el proceso de trabajo se restringe y, en parte, se paraliza totalmente, se destruye el capital real. La maquinaria que no se usa no es capital. El trabajo que no se explota representa producción perdida. Las materias primas que quedan ociosas no son capital. Los edificios que quedan sin usar (al igual que la maquinaria recién construida) o que quedan sin acabar, las mercancías que se pudren en los almacenes, todo esto es destrucción de capital…

Las condiciones de producción existentes no actúan, no entran en acción realmente como condiciones de pro-

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ducción. Su valor de uso y su valor de cambio se van al diablo. Pero, en segundo lugar, destrucción de capital por las crisis significa depreciación del volumen de valor. Gran parte del valor nominal de la sociedad, o sea del valor de cambio del capital existente, ha quedado destruido para siempre.” (Teorías de la plusvalía. II, pp. 456-457).

Debemos destacar que una característica de la naturaleza de la producción capitalista es la de verse expuesta constantemente a una diversidad importante de “perturbaciones” generadas externa y internamente por el propio modelo. Pero estas “perturbaciones” sólo ocasionalmente hacen que estalle una crisis y se bloquee el proceso de expansión del capital. Mientras el sistema goce de buena salud se recupera rápidamente ante estas situaciones; en el momento en que la situación es más delicada las posibilidades que sobrevenga una crisis aumentan.

El capitalismo se basa en una red social compleja e interdependiente, la reproducción de la cual exige un pa-trón preciso de complementariedad entre distintas actividades productivas que son desarrolladas por centenares de miles de capitalistas individuales a los que sólo interesa su beneficio respectivo. Es una estructura de clases en la que la existencia y permanencia de la clase capitalista necesita de la existencia y permanencia de la clase trabajadora. De este modo vemos que el capitalismo representa una sociedad necesariamente cooperativa que, no obstante, enfrenta de manera permanente a unos contra otros: capitalistas contra trabajadores, capitalistas contra capitalistas e incluso trabajadores contra trabajadores. Llegados a este punto resulta que la pregunta perti-nente que deberíamos formularnos no es por que razones el capitalismo debería desintegrarse sino, al contrario, como es posible que continúe operando.Teniendo en cuanta el punto anterior tenemos que cualquier explicación de cuáles son los mecanismos adecuados para la reproducción del sistema representa al mismo tiempo (implícita o explícitamente) una respuesta sobre cómo y por qué puede suceder la no reproducción, es decir, la crisis.

En la historia del pensamiento económico podemos distinguir tres grandes líneas básicas de análisis en torno a la reproducción capitalista:

1. El capitalismo es capaz de reproducirse a si mismo de manera perpetua. El sistema no tiene crisis, las crisis las ocasionan los factores externos. Es la posiciona de los economistas clásicos partidarios del laissez faire y de la ley de Say según la que “toda oferta crea su propia demanda” y por tanto es imposible el exceso de produc-ción.

2. El Capitalismo bien dirigido (a través de la acción del Estado), puede sobrevivir para siempre. Las crisis se superan con la acción del Estado a través de la llamada “política anticíclica”. Esta es la posición keynesiana.

3. A pesar de que el capitalismo sea capaz de auto expandirse, el proceso de acumulación es un proceso con-tradictorio que de manera sucesiva entra en crisis hasta llegar a un momento en que las contradicciones inheren-tes al sistema pondrán en tela de juicio su capacidad de reproducción. Esta línea de pensamiento es la sostenida por el marxismo. Veamos con un poco más de detalle los argumentos de cada una de estas interpretaciones.

2. EL CAPITALISMO VISTO COMO UN SISTEMA QUE SE AUTOREPRODUCE A SÍ MISMO DE MANERA AUTOMÁTICA

Esta es la idea que ha dominado, desde sus orígenes, en la teoría económica burguesa. Ha evolucionado des-de los origines de la teoría de “la mano invisible” hasta las modernas teorías de la oferta pasando por el equilibrio general. El capitalismo se presenta como el conjunto de normas sociales que permiten la libre expresión de los inevitable e intrínsecos impulsos humanos (avaricia, egoísmo, competencia…).

Representa la solución institucional óptima al eterno conflicto natural. La idea es que el capitalismo, sin ningún tipo de intervención externa, se reproducirá eternamente a sí mismo. Cada persona busca exclusivamente sa-tisfacer su interés particular, pero el conjunto de las acciones dirigidas a favor del interés particular, según estos economistas nos conducirá al bienestar colectivo. Esto es lo que se conoce como la “mano invisible”.

A pesar de la supuesta acción de este presupuesto se producen las crisis. ¿Cómo las explican? En principio las crisis no tendrían porqué producirse dado que, para estos autores, según la ley de Say, siempre existirá demanda para todo aquello que se produzca. Si suceden las crisis es porqué existen factores externos que las provocan: naturales (manchas solares, malas cosechas), de naturaleza humana (errores provocados por el intervencionis-mo político, ciclos psicológicos de optimismo y pesimismo, guerras, revoluciones). Así pues el funcionamiento

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capitalista no es el responsable de la crisis, ésta debe atribuirse a factores externos que actúan desestabilizando el funcionamiento automático del capitalismo.

Es importante destacar que este tipo de explicaciones de la crisis son las que actualmente se están plantean-do como las razones fundamentales de la crisis actual. Según los economistas que ocupan la mayor parte del tiempo en los distintos medios de comunicación, la crisis actual se ha producido porque no se ha sabido gestionar adecuadamente el riesgo. Así pues nos encontramos ante un factor externo, el control del riesgo, como elemen-to que genera la crisis. También se argumenta que los responsables de la crisis son los banqueros avariciosos que ha actuado sin escrúpulos. Nuevamente un factor externo. En ningún momento se contempla, según estos planteamientos, la posibilidad de que sea el mismo funcionamiento del capitalismo el que engendra las crisis, siempre son elementos de fuera del sistema los que están detrás de la crisis. Vemos por tanto como en la base de las teorías actuales sobre la crisis es la misma que tenían algunos economistas clásicos hace más de ciento cincuenta años.

3. EL CICLO ECONÓMICO

El hecho de que, a pesar de las explicaciones anteriores, las crisis se continuaran produciendo y que resultara difícil atribuirlas a las manchas solares o a los biorritmos de los consumidores hizo que la economía ortodoxa introdujera el concepto del “ciclo económico” para explicar las crisis, Se conoce como “ciclo económico” a las fluctuaciones regulares de la actividad económica. Distinguimos diferentes fases del ciclo, con características específicas que se van produciendo de manera sucesiva.

Un “ciclo económico” será aquel período de tiempo en el que tras una fase de expansión se produce una dis-minución en el ritmo de acumulación. A esta situación, que desemboca en una crisis, le sigue un período de rece-sión, la cual toca fondo en un determinado momento de depresión. A partir de este momento se inicia de nuevo la expansión económica. Este proceso puede visualizarse gráficamente como un movimiento ondulado. Cada una de las distintas fases del ciclo económico tiene características bien definidas:

– La recesión: es la fase de disminución de la actividad económica en la que se reduce el consumo y se in-crementan las existencias de las empresas. Éstas reaccionan disminuyendo la producción, lo que provoca un descenso de la ocupación. Disminuyen los beneficios, se reduce la inversión y esto puede conllevar a que se pare el ritmo de crecimiento económico.

– La depresión: es el momento en que la recesión toca fondo. En algún momento de la recesión (que puede durar mucho tiempo) empiezan a recuperarse las variables económicas. La recuperación puede conseguirse a través de mecanismos automáticos (por el agotamiento del stock de capital existente que obliga a su reposición, o por la posibilidad de renovarlo aplicando técnicas más rentables). O gracias a la acción de las políticas eco-nómicas del estado capaces de recuperar la demanda o establecer mejores condiciones para la inversión y los benéficos.

– La expansión: Es un proceso de crecimiento de la economía. La demanda se recupera y aumentan las rentas distribuidas lo que posibilita la nueva inversión y la creación de mayor riqueza. A partir de un determinado momento, los incrementos sucesivos de la producción, de la inversión y del consumo dejan de crecer, lo que lleva a la economía a una situación de crisis.

– La crisis: se reduce el consumo, las empresas disminuyen la producción y se inicia de nuevo el tránsito hacia la recesión económica.

Desde la perspectiva del ciclo económico el sistema se continua entendiendo de manera autorregulada, pero ahora se considera que la regulación es cíclica, no uniforme. Diversos factores internos al funcionamiento del sis-tema generan los ciclos autorregulados. Debe quedar claro que en la teoría ortodoxa un ciclo no es una crisis. De esta forma, la naturaleza cíclica del proceso de ajuste no representa ningún límite a la capacidad de reproducirse del sistema

4. LA TRADICIÓN KEYNESIANA

El crack del 29 representó un golpe casi mortal a las teorías de la regulación automática del capitalismo; re-sultaba inexplicable que el sistema no mostrara ningún indicio de retorno a su equilibrio normal (el paro en los EE.UU., diez años después de la crisis todavía afectaba a diez millones de personas). La hegemonía teórica del

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Laissez Faire fue sustituida por la teoría keynesiana.

Keynes atacó la ley de Say, la noción de que la oferta crea su propia demanda porque era esta creencia la que llevaba a la conclusión de que el capitalismo tendía a utilizar, de manera automática, la fuerza de trabajo y los factores productivos disponibles. Para Keynes, el factor decisivo que marcaba el nivel de actividad a corto plazo era la demanda. La demanda está formada por la demanda de consumo (de los trabajadores y los capitalistas) y la demanda de los medios de producción (inversión) que realizan los capitalistas para el funcionamiento de sus empresas. Como los trabajadores demandan por el importe de sus salarios, es el gasto de inversión planeado por los capitalistas el que se convierte en el elemento fundamental del sistema. Este nivel de inversión depende fundamentalmente de las expectativas de beneficio, de esto se desprenden dos conclusiones:

1. Las expectativas son sumamente volátiles y por tanto es muy probable que la reproducción capitalista re-sulte errática.

2. Dentro del capitalismo no existe no existe ningún mecanismo automático que impulse a los capitalistas a planear la cantidad de inversión necesaria para conseguir la plena ocupación. O sea que el sistema se equilibra por sí mismo pero su equilibrio no excluye que se generen paro e inflación persistentes.

Aceptando que no existía ningún mecanismo automático que hiciera del capitalismo un sistema libre de crisis, los keynesianos vieron en el estado el mecanismo que conseguiría la utopía del Laissez Faire. Si el estado cum-plía su función de regulación de la economía, manipularía la demanda agregada1 para mantener a la economía próxima al nivel de pleno empleo, con poca o ninguna inflación. De este modo es al estado a quién corresponde eliminar las fluctuaciones económicas.

5. LAS TEORÍAS MARXISTAS DE LA CRISIS

La teoría marxista siempre ha tenido presente la crisis como un tema central de estudio. De hecho la con-cepción metodológica propia del marxismo, el materialismo histórico, conlleva que no se pueda plantear el capi-talismo como un hecho inmutable que perdurará eternamente. Por tanto desde esta perspectiva se debe poder analizar cuales podrían ser los mecanismos y las situaciones que generan la crisis en el capitalismo y asimismo la eventual desaparición de éste como sistema rector de la sociedad.

Tal y como ya se ha señalado al inicio del texto, desde la perspectiva marxista se concibe al capitalismo como un sistema incapaz de reproducirse a sí mismo de manera permanente. Al contrario, se plantea que la propia dinámica capitalista es contradictoria y este hecho es el que esta en la base de la generación de la crisis. Así pues, desde la perspectiva marxista las crisis en el capitalismo son inevitables. Es importante tener presente por tanto que desde esta posición teórica el capitalismo no podrá superar nunca la crisis, únicamente podrá conseguir encontrar algunas fórmulas políticas, económicas y sociales que le permitan aplazar la crisis para más adelante. Debemos tener presente que la imposibilidad de superar sus propias contradicciones supondrán que cada vez la crisis se presente de manera más violenta.

Se debe señalar también que desde el análisis marxista además de inevitables las crisis son también necesa-rias para el funcionamiento sano del capitalismo. Esto es así tomando en cuenta la perspectiva del saneamiento que comportan. Las crisis representan la destrucción de todas aquellas actividades que no son lo suficientemente rentables para garantizar su supervivencia en el seno de la sociedad. Podríamos decir que en el capitalismo ope-ra una suerte de darwinismo social que hace que sólo las empresas más fuertes (y más rentables) subsistan.

Tal y como veremos a continuación las explicaciones que se han dado a las crisis desde la teoría marxista son diversas y se podrían resumir en tres grandes explicaciones: las que se basan en el subconsumo, en las desproporcionalidades y en la tendencia al decrecimiento de la tasa de beneficio. La controversia sobre cual de las tres interpretaciones es la adecuada para explicar las crisis ha sido y continua siendo importante, de hecho ha ocupado un lugar central en el debate marxista de los últimos 150 años. Fruto de la calidad y de la intensidad del debate nos resulta difícil decidir cual es la interpretación correcta. Lo que si es cierto es que cada una de las interpretaciones de la crisis nos aporta elementos teóricos que nos pueden resultar útiles para interpretar lo que sucede en la realidad. La crisis actual es un buen ejemplo que nos sirve para demostrar como desde las distintas interpretaciones marxistas alrededor de la crisis se pueden encontrar esos elementos teóricos que nos ayudan a entender mejor que está pasando en nuestra sociedad.

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6. EL CAPITALISMO VISTO COMO UN SISTEMA INCAPAZ DE AMPLIARSE A SÍ MISMO. LAS TEORÍAS DEL SUBCONSUMO

Desde sus orígenes la imagen del capitalismo armónico proyectada por la “mano invisible” ha convivido con otra noción igualmente antigua de un capitalismo incapaz de perpetuar infinitamente su proceso de crecimiento. En el mejor de los casos se afirma desde esta posición teórica, las fuerzas internas del sistema pueden reprodu-cirlo a un cierto nivel de manera estacionaria, con el peligro de degeneración que esto supone para el capitalismo. La competencia sitúa a todos contra todos pero como, según esta posición teórica, no se genera crecimiento nadie puede ganar a no ser que algún otro salga perdiendo.

La teoría ortodoxa siempre ha insistido en que el objetivo fundamental de toda la producción capitalista es pro-ducir para el consumo: lo que no se consume en un cierto momento se vuelve a canalizar hacia la producción con la finalidad de proveer el consumo del futuro. El consumo manda. Según la teoría del subconsumo esta realidad se convierte en un arma para criticar al capitalismo:

La producción capitalista no responde a las necesidades si no al poder de compra (a la demanda “efectiva”, o sea, a la demanda apoyada con dinero). La propia naturaleza del capitalismo es tal que resulta incapaz de gene-rar suficiente demanda efectiva para asegurar la acumulación porque no se puede vender todo lo que se produce. La propia dinámica del sistema lo conduce hacia el estancamiento.

El “gap” de la demanda. ¿Por qué razón el sistema no genera suficiente demanda efectiva?

Partimos de la idea que el producto de una sociedad se distribuye entre los trabajadores y los capitalistas. De las ventas de todas las empresas, tenemos que cierta cantidad de dinero se reserva para reemplazar los bienes de producción gastados durante el proceso productivo. El resto del ingreso, ingreso neto, se divide entre los salarios y las ganancias de los capitalistas. Este ingreso neto es la fuente de demanda efectiva de los bienes y servicios producidos en una sociedad.

El problema básico es que de manera general se puede considerar que los trabajadores gastan todo su sala-rio2. Con él, compran una parte de los bienes y servicios producidos para cubrir su consumo. Los trabajadores no pueden comprar toda la producción destinada a la venta porque producen más de lo que se les paga por el salario (de hecho su consumo siempre determina lo que podríamos denominar como “una escasez de demanda”). Las di-mensiones de esta diferencia entre o producido para la venta y lo demandado por los trabajadores dependerá de cual sea la participación de los salarios de los trabajadores en el reparto del ingreso neto. Así pues, para asegurar que toda la producción dirigida a la venta se acabe vendiendo es necesario que los capitalistas gasten su parte del ingreso, el beneficio, comprando parte de los productos. El hecho es que los capitalistas no gastan toda su parte de beneficios en consumir bienes y servicios sino que destinan una parte a la inversión en bienes de equipo y en emplear trabajadores para poder continuar produciendo más, de manera más eficiente y ser competitivos en el futuro. De este modo una parte de lo que socialmente se ha producido no va al consumo sino a la inversión. Pero como ya hemos visto que es imposible que el consumo continúe siempre vendiendo todo lo que se produce, las inversiones no continuarán indefinidamente, lo que supone que en algún momento se frenarán las inversiones y se parará la reproducción del sistema. El sistema capitalista ha generado su propia crisis.

Así pues, lo que tenemos es que la propia dinámica del capitalismo provoca que los capitalistas deban invertir para poder subsistir y paguen los menores salarios posibles a sus trabajadores, lo que provoca que una parte de los bienes y servicios producidos no pueda venderse. Este problema cada vez será más grave pues los capita-listas, fruto de su creciente inversión, dispondrán de tecnología más y más productiva con lo que el problema del subconsumo se agravará.

No obstante podemos apreciar fácilmente que la historia del capitalismo, lejos de presentar un sistema estan-cado nos muestra que el capitalismo, más allá de los ciclos, ha gozado de importantes momentos de expansión y crecimiento. Este aspecto representa una contradicción importante para la teoría del subconsumo que pretende mostrarnos un capitalismo con una tendencia permanente al estancamiento. Las teorías basadas en el subconsu-mo resuelven este problema planteando que el capitalismo necesita de manera necesaria alguna fuente externa de demanda efectiva para continuar creciendo, una fuente ajena a su propio funcionamiento.

Algunos autores marxistas pensaron que la solución al problema del subconsumo exigía la existencia de

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consumidores fuera de la sociedad capitalista, que de forma continua, absorbieran la producción excedente. De esta forma, el comercio entre las esferas capitalista y no capitalista constituye una necesidad primordial para la historia del capitalismo. De este argumento se deriva que el Imperialismo, y los conflictos que de el se derivaron, surgiría de la lucha entre las naciones capitalistas por las distintas fuentes de demanda efectiva existentes a nivel mundial. Pero a medida que el capitalismo se implanta en todo el mundo las áreas geográficas no capitalistas disminuyen, lo que provoca que las crisis sean más inevitables y más frecuentes.

La explicación de la crisis a través del subconsumo parece una explicación teórica bastante sugerente para entender algunas de las cosas que están pasando en la actualidad. La dinámica basada en la obtención del máxi-mo beneficio para los capitalistas ha representado en los últimos años una disminución importante de los salarios reales de los trabajadores. Debemos tener presente que los salarios son un elemento clave para asegurar la absorción de la producción capitalista. Debido a la contracción salarial la absorción de la producción sólo se ha podido realizar por medio del crédito, que amplia la capacidad de consumo presente a costa de los ingresos que se obtendrán en el futuro. En el momento en que las personas que se habían endeudado no han podido hacer frente sus pagos y los bancos han dejado de proporcionar crédito, una parte importante de las mercancías (auto-móviles, vivienda, electrodomésticos etc..) han dejado de consumirse y se ha desencadenado la crisis.

7. LAS CRISIS VINCULADAS A LA PROPORCIONALIDAD

Existen algunos autores que han atribuido las crisis a la falta de equilibrio entre la producción de los distintos sectores de la economía. Es lo que se conoce como crisis de proporcionalidad. Con el objetivo de enunciar el argumento explicativo de este tipo de crisis utilizaremos el esquema de Marx para modelizar la economía según el tipo de bienes que se producen. Marx utiliza un esquema que se basa en la división de la economía en dos gran-des sectores: Sector II, el que produce bienes de consumo y servicios de primera necesidad para los trabajadores (llamados también bienes salario) y artículos de lujo, y el sector I, que produce bienes de producción (bienes de equipo y maquinaria) y materias primas.

Según este enfoque, para que la economía funcione de manera equilibrada es necesario que el sector que produce bienes de producción produzca exactamente la cantidad de medios de producción necesarios para satis-facer las necesidades de todos los productores, tanto de los productores de maquinaria y materias primas como de los productores de los bienes de consumo. El sector que produce bienes de consumo debe producir exacta-mente la cantidad de bienes necesarios para todo el consumo: tanto para mantener la fuerza de trabajo según su nivel de vida normal y satisfacer las necesidades y los deseos de consumo de la burguesía. En el momento en que el sector de bienes de producción (sector 1) produzca más maquinaria de la que se requiere para producir existirá un excedente de bienes de equipo. Y en el momento en que el sector de bienes de consumo (sector II) produzca por encima de lo que se puede consumir también existirá un exceso, en este caso, de bienes de con-sumo. Porque no se mantienen las proporciones adecuadas entre los dos sectores. En estas situaciones en las que uno de los sectores está produciendo por encima de lo que seria necesario para mantener el crecimiento equilibrado de los dos sectores se producirá la crisis.

8. LA TEORÍA DE LA TASA DECRECIENTE DE GANANCIA

El sistema capitalista esta motivado por la búsqueda del beneficio para el capital, lo que conduce a la creciente acumulación capitalista. Pero, según Marx, el propio proceso de acumulación tiende a reducir la rentabilidad de manera progresiva. El capital se encuentra preso de una importante contradicción interna. El proceso necesario para incrementar sus niveles de beneficio se convierte, a largo plazo, en la fuente que lo hará decrecer. Este he-cho es el que se conoce como la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. El argumento de la teoría de la tasa decreciente de ganancia. Para tratar el tema de la tasa de beneficio del capitalismo debemos enfrentarnos a dos cuestiones fundamentales:

1. ¿Cuál es la base del beneficio y que es lo que determina su nivel?2. ¿Cómo desarrolla el capitalismo esta base y que efectos tiene sobre él?

Para responder a la primera pregunta, Marx parte del proceso de trabajo. Durante el proceso de trabajo, los trabajadores utilizan instrumentos de trabajo (planta y equipos) para transformar las materias primas en productos acabados. El tiempo de trabajo total requerido para la producción está, por tanto, compuesto de dos partes:

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- Primera, el tiempo de trabajo incorporado en los medios de producción empleados. O sea el tiempo de trabajo que ha sido necesario utilizar para producirlos en el pasado. Marx llama a esta parte “Capital Constante” (c) por el hecho de que su valor se traslada íntegramente, sin variaciones, al producto final.

- Segunda, el tiempo de trabajo gastado por los obreros en el propio proceso de trabajo. Este es el que Marx llama “trabajo vivo” (L). Este trabajo vivo está compuesto de dos partes, una corresponde a la cantidad de horas de trabajo (valor trabajo) que serían necesarias para producir todo aquello que consumen los trabajadores (v), lo que consideramos salarios en términos monetarios, y, la otra parte, corresponde al valor trabajo del excedente o plusvalía (p) generado por los trabajadores y del cual se apoderan los empresarios gracias a su derecho de pro-piedad sobre los medios de producción. Marx llama tasa de explotación a la relación entre p y v (p/v).

Es importante ver que la masa de plusvalía (p) y la tasa de explotación (p/v), se pueden incrementar de dos formas.

1. Directamente, incrementando la jornada de trabajo total con lo que se incrementa el excedente de forma directa. Aumenta p

2. Indirectamente, reduciendo el trabajo necesario para reproducir la fuerza de trabajo (v), de manera que una mayor proporción de la jornada de trabajo se destine a la producción de plusvalía. Este método implica que o bien se reducen los salarios reales de los trabajadores o bien se incrementa su productividad (o sea que con menos tiempo de trabajo produzcan la misma cantidad de producto, con lo que serán necesarios menos recursos para reproducir su fuerza de trabajo). Disminuye v.

Los capitalistas, para quienes lo verdaderamente decisivo es su tasa de beneficio, invierten capital en la com-pra de medios de producción y materia primas (c) y en la compra de fuerza de trabajo (v), con la intención de conseguir el máximo excedente (p). El nivel del excedente conseguido (p) en comparación con su inversión total (c+v) es la medida de la ganancia, de su éxito como capitalistas. Así tenemos que la proporción p/(c+v), llamada tasa de ganancia, es la que regula la evolución del capitalismo. Aquí es donde interviene la paradoja.

Los propietarios del capital buscan constantemente todos los métodos para incrementar la tasa de explota-ción, de esto depende su supervivencia. Pero con el tiempo, la fuerza creciente de la clase trabajadora ha limitado los intentos de alargar la jornada de trabajo o reducir de manera significativa los salarios reales para aumentar la plusvalía p3. Así pues el incremento de la productividad se ha convertido en el método más importante para elevar la tasa de explotación. Con el objetivo de enfrentar la competencia y reducir sus costes al máximo los ca-pitalistas intentan extraer el máximo rendimiento de sus trabajadores, por este motivo siempre están dispuestos a incorporar tecnología nueva que garantice la máxima producción por trabajador. Esto introduce a los capitalistas en la espiral de conseguir siempre la tecnología más productiva posible con el objetivo de poder producir más barato que sus competidores.

Esta incorporación de cada vez más maquinaria provoca que se incremente el valor del capital constante usado en el proceso productivo (c). Este hecho, si la tasa de plusvalía no se incrementa de manera proporcional, provoca que la tasa de beneficio (p/(c+v)), decrezca como consecuencia del progreso tecnológico. Esta es la idea que Marx quiere señalar cuando nos habla de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia: Lo paradójico del capitalismo es que los mismos medios por los que consigue incrementar la tasa de explotación (p/v) se convierten en una rémora para la tasa de beneficios.

Las tasas de beneficio decrecientes lleva a una competencia feroz entre los capitalistas (nacionales e in-ternacionales) por los mercados, las materias primas y la fuerza de trabajo barata. A medida que los capitales más débiles son eliminados, la concentración y la centralización económicas, o sea el monopolio se incrementa. Además cada vez se convierte en más necesario para los capitalistas presionar a la baja los niveles salariales, ya sea directamente o mediante la mecanización, o por medio de la importación de fuerza de trabajo barata y la exportación de capital hacia los países mas pobres (o las dos cosas a la vez).

Podríamos plantearnos el hecho de que si el excedente (p) se incrementara proporcionalmente (o más) al incremento de (c), la tasa de beneficio, p/(c+v), no tendría porque bajar. Marx en general sostiene que la tasa de explotación puede incrementarse únicamente a una tasa decreciente porque cada vez son necesarias mayores cantidades de capital fijo (c) para conseguir incrementar los beneficios. Se debe añadir a esto, la creciente difi-cultad para exprimir la fuerza de trabajo, el nivel de la lucha de clases y la necesidad de mantener un nivel de consumo mínimo de la clase trabajadora, como elementos que ejercen una influencia restrictiva sobre la tasa de explotación. Además el impacto de los cambios en la tasa de explotación sobre la tasa de beneficio es cada

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vez menor a medida que se incrementa la introducción de maquinaria, es decir aumenta más c, en el proceso productivo4.

Debemos tener presente que cuando hablamos de la tasa decreciente de ganancia, no hablamos de una ley sino de una tendencia. Esta claro que los capitalistas reaccionaran ante la caída de la tasa de ganancia intentan-do mantenerla o en su caso que vuelva a incrementarse. Como:

– Con medidas directas para incrementar el rendimiento del trabajo (reorganización del trabajo, incremento de los ritmos, disminución del tiempo de descanso…)

– A través del Estado conseguirán una legislación favorable a sus intereses (flexibilización de la jornada de trabajo, reducción del coste de despido, subvenciones a la contratación, reducción de las cotizaciones a la segu-ridad social…)

Es decir, que en el capitalismo asistimos permanentemente a una tensión entre la tendencia decreciente de la tasa de beneficios y los intentos de los capitalistas por recuperarla. Cuando esto último no sea posible estallará la crisis.

Al difundirse la crisis, ya hemos dicho que los capitalistas más débiles y los menos eficientes serán eliminados, y los más fuertes tendrán la posibilidad de comprar los activos de los débiles a bajo coste. Con el incremento del paro derivado del decrecimiento en la actividad económica provocada por la crisis, la posición de fuerza de los trabajadores en la sociedad se debilita. Esta situación llevará a la clase trabajadora a aceptar peores condiciones salariales y laborales en general. Los salarios reales tendrán a reducirse por la presión empresarial y el proceso de trabajo tenderá intensificarse con lo que se incrementará la explotación. Todos esos factores serán de vital im-portancia en el proceso de recomposición de la tasa de beneficio. De esta forma vemos como cada crisis prepara las condiciones para su recuperación a la vez que sienta las bases para la crisis siguiente.

Resulta muy complicado prever el momento en que estallará una crisis en el capitalismo, dado que existen muchos factores que pueden retardar o acelerar los efectos de la tasa decreciente de beneficio. En este sentido, la lucha de clases se convierte en decisiva. Mostrar la necesidad de las crisis dentro del capitalismo significa mos-trar la necesidad, tanto de prepararse anticipadamente para estos períodos objetivamente revolucionarios como de captar el momento de su posible estallido. En esta dirección resulta esclarecedor el siguiente párrafo donde el marxista polaco Henryk Grossman establece una relación imprescindible entre la teoría y la práctica:

“… por debilitado que esté, ningún sistema económico se hundirá por sí mismo de manera automática. Es necesario derribarlo. El análisis teórico de las tendencias objetivas que llevan a la parálisis del sistema sirve para descubrir sus puntos débiles. El cambio sólo será posible mediante la operación activa de los factores subjetivos”.

BIBLIOGRAFÍA

- HARVEY, D. Los límites del capitalismo y la teoría marxista. Ed. Fondo de Cultura Económica.- SWEEZY, P. Teoría del desarrollo capitalista. Ed. Fondo de Cultura Económica.- GILL, l. Fundamentos y límites del capitalismo. Ed Trotta.- SHAIKH, A. Valor, acumulación y crisis. Ed Tercer mundo editores.- GUERRERO, Diego. Una aproximación polémica a la teoría de la crisis económica.- MANDEL, Ernest. Iniciación a la economía marxista. Ed. Nova Terra.

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RESUMEN PARA LA GENTE CON PRISA Extraido del Informe taifa Nº7

1. LA IMPLOSIÓN DEL SISTEMA PRODUCTIVO EN ESPAÑA

El reciente modelo de acumulación de capital en la economía española se ha basado sobre todo en los secto-res de construcción, turismo y automóvil, que tiempo antes de la crisis ya padecían una enorme sobrecapacidad, que los llevó a niveles de sobreproducción preocupantes. Esta estructura productiva se sustenta gracias a un mercado laboral altamente precarizado y una demanda creciente basada en el crédito fácil. A principios del 2007 se llega al límite de la sobreproducción, el sobreendeudamiento y ambos coincidieron en el tiempo con la crisis financiera internacional acelerando su proceso de deterioro económico, llegando al pozo en el que se encuentra hoy la economía en el estado español. La industria y el turismo que parecía que debían ser los sustitutos de la construcción como motor del crecimiento de la economía española se han visto igualmente frenados:

- Por un lado, la congelación del crédito y por el otro, la consecuente disminución de la demanda, están liqui-dando el endeble tejido productivo del estado español, compuesto en gran medida por pequeñas y medianas empresas.

- Las grandes empresas, en cambio, con capacidad para captar recursos financieros, han seguido operando invirtiendo sobre todo en el exterior, en los países emergentes más rentables, ahora que en la economía interior afloran todos los problemas.

No hay, ni habrá en muchos años, ningún sector capaz de absorber los más de 1,5 millones de puestos de trabajo destruidos. La demanda de exportaciones, igualmente afectada por la crisis mundial, tampoco absorbe los excedentes de producción. Muchos de los stocks sobrantes como el parque de viviendas ya no tienen salida entre los no residentes. El sector productivo español lleva ya décadas sufriendo una polarización. Por una parte una enorme concentración de poder empresarial en cuanto a las decisiones y control de producción y, por otro lado, una atomización y crecimiento de pequeñas empresas (por la vía de subcontrataciones, externalizaciones, trabajadores autónomos, etc.). Esta característica ha actuado como vía de contagio rápido de la crisis. La entrada de capital extranjero está invadiendo sectores de la economía del estado que se pueden considerar estratégicos como la energía o recursos básicos como el agua. Es muy probable que de no haberse producido el shock finan-ciero, el avance de los síntomas hubiera sido distinto, quizá menos repentino y de menor intensidad, pero estos efectos hubieran aflorado igualmente al tratarse el sector productivo español de un enfermo crónico. El sistema financiero español, por su parte, se encontró con varios problemas al mismo tiempo: unas ventas ya debilitadas en el sector inmobiliario en el interior y la crisis financiera que llevó a la congelación internacional del crédito.

Fruto de la incapacidad de cumplir los importantes compromisos financieros que las empresas de la construc-ción e inmobiliarias tenían con la banca, así como del aumento de la morosidad de hipotecados ahora en paro, los bancos experimentaron muy sustanciales pérdidas en sus negocios con el sector de la construcción. Los impagos de las constructoras convirtieron a los bancos en grandes inmobiliarias con un enorme stock de pisos invendibles. Lo que ha tenido dos consecuencias principales:

- Por medio de sucesivas refinanciaciones de las deudas, ha permitido a los bancos y cajas utilizar estos in-muebles como activos para tapar el agujero dejado en sus balances por los impagos de los préstamos.

- Estos activos tóxicos fuerzan a tener un pacto no escrito entre las propias instituciones financieras, que es el de mantener el precio de la vivienda sin que éste sufra el ajuste natural tras la explosión de la burbuja inmobiliaria. El sector financiero en el estado español está fuertemente endeudado con entidades financieras internacionales, fruto de la época de bonanza en la que necesitaban recursos con los que proveer de créditos al sector de la cons-trucción. Durante esa época buscaron financiación en los mercados internacionales para poder seguir llevando a cabo lo que parecían suculentos negocios. Ahora completamente instalados en la crisis, están pasando graves apuros para hacer frente a los plazos de devolución de los préstamos asumidos con dichas entidades.

El conjunto de todos estos elementos ha conducido al sector financiero español a una delicada situación, que ha necesitado de amplios apoyos públicos. La liquidez con la que han inundado el sector financiero tanto el BCE como el Estado, está sirviendo para que la banca gane tiempo, tape los agujeros de sus debilitados balances, pueda hacer frente a los pagos al sector financiero internacional y recupere la confianza que el mundo ha perdido en ella. En teoría y según la intención manifestada por el gobierno, este dinero se debía destinar a seguir dando crédito a la economía. En lugar de destinar este dinero a seguir dando crédito, la banca ha dedicado las ayudas financieras a dos asignaciones principales:

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- Pagar sus deudas internacionales.- Mejorar sus negocios a través de la compra de deuda pública emitida por el Estado.

Esta situación difícil está llevando al sector a una reestructuración de gran calado donde las fusiones van a ser la estrategia de supervivencia de muchas entidades, especialmente de cajas de ahorro. El gobierno estimula este proceso mediante la creación de un Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB).

Estas fusiones no son meras operaciones contables, sino que conllevan una profunda reestructuración del sector, dado que el mismo está muy sobredimensionado y las fusiones que se van a llevar a cabo serán realiza-das entre entidades cuyos productos y redes de oficinas no eran complementarias sino competidoras.

La reacción a la crisis ha llevado a la proposición de un cambio de modelo productivo por parte del gobier-no, los analistas y los medios de comunicación pero que dista mucho de asegurar una mejora real del sistema productivo que permita salir de la crisis y avanzar realmente en la capacidad competitiva del país. Medidas para reactivar la economía desde la demanda:

- Desde de la administración pública se han llevado a cabo varias medidas, desde ayudas a la compra de au-tomóviles o renovación de electrodomésticos a la ley de economía sostenible, que han tenido escasa repercusión real.

- Desde el sector empresarial ha habido un giro hacia los llamados mercados low cost, dándoles salida en mayor medida a las marcas blancas. Es decir, quienes compran marcas blancas no compran otras, y por lo tanto sólo se mantendrá la demanda de este segmento. Además, es más que probable que el ajuste de los precios se produzca a través de la reducción del coste en mano de obra, ya sea reduciendo los salarios o bien reduciendo las plantillas.

- Se propone salir de la crisis exportando, pero ante la actual coyuntura internacional de baja demanda y de aplicación de medidas proteccionistas y sobretodo el propio modelo productivo español basado en sectores no competitivos internacionalmente, resulta difícil de creer que pueda ser una salida viable a corto plazo.

En la búsqueda de un nuevo modelo productivo hacia el desarrollo de sectores de alto valor añadido, se men-cionan las energías alternativas, las telecomunicaciones y los llamados sectores de la innovación, la información y la tecnología (I+D+i). Pero:

- El cambio de modelo de una economía no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana, ni que se pueda dirigir fácilmente con una ley y unas pocas políticas.

- No es fácil cambiar de modelo sobre todo si nunca ha habido el propósito de seguir unas líneas específicas de desarrollo industrial y el ‘modelo’ existente es el fruto de haber dejado la economía a las fuerzas del mercado, sin ningún intento de conducirlo hacia sectores de mayor interés.

- Si la economía del Estado español se basaba en un sector de la construcción especulativo, un turismo de sol y playa, y un tejido industrial de pequeñas y medianas empresas dependientes de una gran empresa matriz central y de una demanda creciente gracias al crédito fácil era porque la estructura empresarial, las característi-cas del mercado laboral y la legislación que atañe al desarrollo económico (comercio, inversión, fiscalidad, etc.) han hecho que así sea.

- La búsqueda de sectores rentables por parte del capital fue lo que hizo que se iniciara una burbuja que mien-tras no dejaba de crecer daba suculentos beneficios a los inversores y a las administraciones públicas y creaba puestos de trabajo, aunque estos fueran precarios.

- No se ha producido una ruptura de la forma de acumulación de capital.

El discurso económico dominante para avanzar hacia el nuevo modelo se basa en mejorar la formación, la flexibilización del mercado laboral, impulsar la investigación y las nuevas tecnologías para mejorar la productivi-dad y la competitividad, desarrollar nuevos sectores y mejorar el sector exterior. Aún no están claros qué sectores serán los nuevos espacios para el capital pero ya se vislumbran ciertas pistas como las energías renovables, la tecnología y el coche eléctrico, aunque éstos aún hoy son inciertos. Sin embargo:

- Son recomendaciones muy genéricas que no parecen abordar precisamente los asuntos centrales de la cuestión.

- La mejora en I+D, si se logra, lo que en sí mismo no es nada sencillo, no consigue un nuevo modelo de forma automática sino que requiere y sólo puede asentarse en un potente tejido de estructura empresarial y educativo y de formación tecnológica que todavía no existe y no se puede conseguir en el corto plazo. Y que requiere fuertes inversiones que a su vez necesitan las expectativas de beneficios para que se lleven a cabo. Aspectos que no

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están nada claros en las propuestas de creación del nuevo modelo productivo.- Asimismo, si las rentas salariales no participan de los incrementos de la productividad general del trabajo,

el nuevo modelo no generará mejoras en el nivel de vida de las clases populares,conduciendo a una falta de demanda que acabará estrangulando el nuevo modelo. Las propuestas para revertir esta situación son débiles básicamente porque desde hace muchos años se careció de un proyecto productivo e industrial sólido, con unas líneas directrices desde la administración que lo orientaran.

Finalmente, el modelo productivo que se pretende promover, basado en las nuevas tecnologías y orientado a las exportaciones, es la receta generalizada para todos los países. Es un modelo bien conocido, ampliamente experimentado y no aplicable a todos los países en su conjunto. Por otro lado, el desarrollo de la productividad del trabajo mediante un uso más intensivo de la tecnología y del capital significa producir más con menos trabajo. Y esto tiene consecuencias contradictorias porque implica desplazamiento de mano de obra al desempleo si no se aumenta la escala de producción o si no se crean nuevas ramas de la producción que absorban las pérdidas de empleo ocasionados por la introducción de las nuevas técnicas de producción. Hay ya 4,5 millones de parados, y no parece haber en este nuevo modelo ningún sector económico capaz de ocupar ni siquiera a los parados que perdieron su trabajo durante la crisis, para volver al también preocupante nivel estructural de paro de unos 2 millones de trabajadores. La gran mentira que se ha podido oír últimamente es el llamado fenómeno del Jobless recovery (crecimiento sin creación de empleo). Pero el crecimiento sin creación de empleo es humo. Si la salida de la crisis no se basa en una transformación profunda de los mecanismos sistémicos que mueven la economía capitalista lo único que se conseguirá será aplazar el problema. Hace falta dirigirnos a un sistema de producción, distribución y consumo democrático, donde los medios de producción sean de propiedad colectiva y la población sea quién decida qué producir y cómo hacerlo en función de sus necesidades sociales, de lo contrario, estamos condenados a sufrir y vivir en crisis.

2. EL EFECTO DE LA CRISIS EN EL MERCADO DE TRABAJO

Se hunde el empleo…

se observa una drástica caída de la contratación tanto temporal como indefinida. Aumentan los despidos, en su mayor parte en la modalidad de despido improcedente e individualizado

…y estalla el paro:‘España genera en un solo año la mitad de los parados de Europa’. Cebándose en la construcción, los jóvenes

y los hombres. Al mismo tiempo, las empresas del IBEX, el índice de Bolsa que agrupa a las mayores compañías, reparten entre sus accionistas 18.000 millones en beneficios, mientras siguen despidiendo gente.

Por otra parte, la desprotección frente el desempleo es alarmante: 1.106.550 de parados registrados no reci-ben prestaciones por desempleo, que según la EPA ascenderían a 1.534.703, con un ritmo de crecimiento inte-ranual del 46%, 494.600 familias que no reciben ningún tipo de ingreso (ni salarios, ni pensiones ni subsidios de paro), un 44,1% más que en el 2007. El mercado de trabajo es un terreno de la lucha de clases, en el que la clase trabajadora ha de conquistar las condiciones del empleo y los salarios. Con la crisis:

- Se intensifica la asimetría de poder y de clase entre los participantes que acuden al mercado de trabajo asalariado.

- En esta crisis concreta, los objetivos de la clase capitalista, arropada por gobiernos y sindicatos, por políticos y académicos de todo pelaje, se centran en alterar los elementos esenciales que inciden en la compra de la fuerza de trabajo.

Hacia el absolutismo del empresario: disciplina salarial y laboral. La moderación salarial y el desmantelamiento de la negociación colectiva son las recetas que la Unión Europea recomienda al Estado Español, que achaca el paro a la “mala reacción de los salarios durante la crisis” y los “inadecuados mecanismos de negociación colec-tiva”. Se prevé, y ya nos advierten de ello, que en la recuperación económica que suceda a esta crisis persistirá el desempleo. El impacto de la crisis en la situación de los trabajadores y los intentos de desregulación de las relaciones laborales que se están dando, podemos observar las siguientes tendencias generales de retroceso de las condiciones laborales:

- El papel central de las crisis en el mercado de trabajo es engrosar el ejército de reserva, expulsando de los procesos productivos a los trabajadores innecesarios y haciendo una limpieza que prepara el terreno para una reestructuración de las fuerzas productivas.

- Se está acentuando una tendencia a la conversión del trabajo en un coste variable con aumentos en la ex-plotación, exclusión y disciplina.

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- El ejército de reserva viene a reforzar el papel disciplinador que ya venía imponiéndose en los últimos tiem-pos mediante la precariedad laboral y el “workfare”.

En la reforma laboral que se avecina, todo indica que:- El gobierno apuesta por una reforma laboral estructural.- El clima en el que se contextualizan estas negociaciones está marcado por una evidente desmovilización de

los trabajadores y una pasividad y permisividad sin precedentes de los sindicatos.- Se ha puesto en evidencia la prepotencia con la que la patronal aborda el pacto de reforma laboral.- Se presenta el problema del paro como una falta de adecuación de los trabajadores para poder ser emplea-

dos.

El problema de la economía española es que no genera los puestos de trabajo necesarios para emplear a su mano de obra activa. El mercado laboral refleja los cambios en las relaciones de poder. Si consideramos el desarrollo de las relaciones laborales y la lucha de clases en los últimos tiempos, creemos que la crisis actual no va a suponer un punto de inflexión sino una profundización del neoliberalismo. Difícilmente puede tener lugar una salida a la crisis debilitando la capacidad adquisitiva de los trabajadores. Pero, a juzgar por los acontecimientos, la disminución de salarios amenaza con materializarse, lo que significa un permanente empeoramiento de las condiciones de vida de las clases populares. Es realmente sorprendente que los trabajadores que dieron mues-tras de un gran espíritu de lucha durante todo el franquismo y especialmente en los sesenta y setenta se hayan convertido en una clase tan dócil que hasta merecen felicitaciones por parte del jefe del gobierno. No podemos permitirnos perder la voluntad de lucha, no podemos consentir que se trate de implantar una paz social que oculta consecuencias fatales; las clases populares han sufrido ya un fuerte empeoramiento en sus condiciones de tra-bajo, situación que se ha agravado extremamente con la crisis.

Pero el empleo no lo es todo. Es cada vez más reconocido y aceptado que la producción es cada vez más el resultado de la actividad del conjunto de toda la sociedad:

- ¿Quién es capaz de valorar la aportación individual de un trabajador en una empresa, sin tener en cuenta quien ha contribuido a su sobrevivencia, a su educación, formación, a la tecnología o la infraestructura sobre la que trabaja?

- ¿Quién es capaz de valorar el papel de las familias que generan individuos sanos y afectivamente equilibra-dos con sus cuidados?

- ¿Cuál es el valor de la medicina y el investigador que contribuye a que estén sanos?- ¿Cuánto vale el político que dice representarnos?

La asignación de un salario distinto y específico a cada tarea es puramente una cuestión de tradición y, una vez más, del poder de las distintas clases y capas sociales, justificada con una supuesta teoría económica abso-lutamente obsoleta (la teoría de la distribución de la renta es una parte de la economía que nadie sostiene desde hace muchos años). Si de verdad se pretende plantear el camino a las sociedades del futuro es inevitable este planteamiento: la producción, las múltiples formas del trabajo necesarias en una sociedad moderna son el pro-ducto del esfuerzo conjunto y no es posible medir la aportación de cada cual. La distribución de la renta no puede basarse sólo en el trabajo, sino que se han de lograr diseños alternativos de distribución del producto social, don-de el trabajo no sea el elemento más importante. El avance en esta línea es imprescindible si se pretende encarar las sociedades del futuro con un mínimo de armonía social. Es imperativo señalar que el trabajo no puede seguir siendo el instrumento principal de distribución de la renta. De hecho ya no lo es. Ni para los capitalistas, ni en las familias, ni en los sistemas de asistencia social, el trabajo es el elemento distribuidor. Hay que diseñar otros sistemas. El avanzar en esta línea, sí que sería avanzar hacia la construcción de un nuevo modelo social. Seguro que la mayoría de trabajadores no estarían en contra de esta Reforma Laboral.

EL IMPACTO DE LA CRISIS SOBRE LA POBLACIÓN INMIGRANTE

Aunque las consecuencias de la crisis para la población inmigrante son similares a los de la población espa-ñola, existen ciertas consecuencias, resultado del modelo económico y migratorio que hacen que la población extranjera, en determinados campos, se vea afectada en mayor medida por la crisis. Las consecuencias para los inmigrantes en situación regular:

- La ocupación de la población inmigrante se concentra en sectores económicos que han sido fuertemente golpeados por la crisis: la tasa de desempleo es mayor que la de la población española.

- La pérdida del empleo conlleva consecuencias respecto a la renovación de los permisos de residencia: la posibilidad para el inmigrante de residir en España depende, casi exclusivamente, de lo deseable que sea para el mercado laboral y la legislación de extranjería, consecuentemente, renueva los permisos de residencia y trabajo

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sólo en la medida en que el inmigrante haya cotizado a la Seguridad Social. Las consecuencias para los inmi-grantes en situación irregular:

- los inmigrantes en situación irregular no tienen la cobertura social de la prestación por desempleo, ni posibi-lidad de acceder a la renta mínima de inserción u otras ayudas o servicios sociales. Todas éstas medidas están ligadas a que el inmigrante se encuentre a paz y salvo con la administración de extranjería.

- La situación de los inmigrantes en situación irregular resulta más dramática. La explotación laboral, inestabi-lidad y violación de derechos a la que son sometidos tiende a incrementarse con la crisis; bajo este panorama no resulta descabellado deducir que ante la crisis serán más vulnerables a la explotación laboral, las redes de trafico y trata de personas, de prostitución y demás.

Cabe señalar que los inmigrantes en su mayoría carecen de vínculos familiares en España y si los tienen se encuentran en una situación igual o peor y, por lo tanto, de cara a enfrentar todas las consecuencias de la crisis no pueden acudir a la red familiar, teniendo únicamente a las ayudas del sector público y del tercer sector. Así mismo, la crisis ha traído una disminución de las remesas, el cual venia siendo un elemento característico de la inmigra-ción. La perdida del empleo cierra también las puertas a la reagrupación familiar, pues es necesario poseer una vivienda adecuada y un nivel de ingresos mínimos para solicitar que la familia del inmigrante pueda reunirse con éste en España. La respuesta del estado español ha buscado:

- La reducción de los nuevos inmigrantes laborales y de las reagrupaciones familiares- Fomentar el retorno Mientras que la Reforma a la ley de extranjería de 2009 parece desentenderse o ignorar

las consecuencias que la crisis tiene sobre la inmigración. Con pequeñas modificaciones como permitir la renova-ción con independencia de la cotización en la seguridad social o extender el acceso a los servicios sociales más allá de los básicos se hubiese mejorado ligeramente la posición del inmigrante.

En conclusión, la actual situación de crisis económica ha evidenciado el conflicto que presenta la compati-bilización entre las cuotas de entrada de mano de obra y los desequilibrios, temporales o de largo plazo, de la economía; así como el mantenimiento de la población inmigrante en el territorio

en momentos de caída del empleo. En estos momentos Europa y España parecen tener dos horizontes cla-ros:

- La entrada de inmigrantes cualificados: es ingenuo pensar que las características del modelo económico español sean compatibles con la entrada de inmigrantes doctores e investigadores de alta cualificación.

- Respecto a la integración de la inmigración su éxito es más que dudoso porque el modelo exige al mismo tiempo la integración y que se controlen los flujos migratorios en función de las necesidades del mercado; un con-trol que es más efectivo favoreciendo las redes de tráfico de seres humanos y causando la muerte de cientos de personas al intentar cruzar nuestras fronteras que impidiendo la llegada de nuevos inmigrantes no deseados.

3. RESPUESTAS A LA CRISIS DESDE EL SECTOR PÚBLICO

Los tres años de crisis que reseñamos en este Informe han sido prolíficos en políticas económicas. Sin em-bargo:

- La política neoliberal que se ha llevado a cabo desde los 80 ha despojado al Estado de los recursos financie-ros y de los instrumentos que le permitían incidir sobre la economía

- La falta de instrumentos es más severa puesto que la pertenencia a la UE y a la Eurozona condiciona fuerte-mente la política económica que se puede hacer en el estado En este contexto la política económica del gobierno en los dos últimos años se ha caracterizado por ser - Confusa y errática: El ejecutivo ha ido reaccionando ante los acontecimientos con retraso y las políticas seguidas pueden tildarse de improvisadas e imprevistas

- Buena intención pero dudosa realización, se presentan muchas medidas ‘inconclusas’ que no se explicita como se llevaran a cabo o son difícilmente realizables en el plazo

previsto.- Cortoplacistas respecto a la crisis, da la impresión que el Gobierno confía en que la situación mejorará en

cuanto las economías ‘importantes’ se recuperen y ahora simplemente se van poniendo ‘parches’ para pasar el bache.

- Largoplacistas respecto a las condiciones de trabajo, las medidas recientes tienen un carácter más perma-nente, estructural, especialmente las propuestas para la reforma de las pensiones y la reforma laboral, que son más duras para la población.

- Profusión de medidas pero cuantitativamente limitadas, da la impresión que el Gobierno quiere poner conti-nuamente de manifiesto que ‘está haciendo algo’ para salir de la crisis

- La excepción financiera. Aquí parece que la línea es clara (ayuda incondicional) y dotación financiera muy

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generosa, aunque la revitalización del crédito que estas instituciones debían conceder a las empresas y familias ha sido prácticamente nula.

Respecto a la política fiscal, el gobierno ha decidido subir los impuestos (al consumo) principalmente para cubrir parte del déficit presupuestario y satisfacer las demandas de los financieros internacionales y la UE. Esta subida generalizada de los impuestos al consumo no es justa: en las condiciones de España y de Europa hay que subir los impuestos a los ricos, y no subirlos a los grupos de ingresos modestos y mucho menos a los más pobres, que sin embargo, es lo que supone la subida del IVA y es contradictoria con una estrategia de salida de la crisis recuperando la demanda. El aumento del impuesto sobre las rentas del capital es totalmente insuficiente: en este país hay todavía mucho margen para tasar a los más ricos y hay que considerar también la magnitud del fraude fiscal. En 2008 se ingresaron 8.054 millones de euros debido a expedientes contra el fraude pero su magnitud es mucho mayor

En cuanto a la Ley de Economía sostenible, que parece ha de resolver todos los problemas de la economía es-pañola por una década, cuenta sólo con una aportación de 20.000 millones de euros, que aunque parece mucho dinero es muy poco para cumplir todos los objetivos que se le asignan. El giro radical de las políticas del gobierno en invierno 2010: En enero de 2010 se produce un cambio en la orientación de las políticas públicas. Parece que este nuevo programa de reformas planteado por el gobierno se ha hecho principalmente con el objetivo de mostrar a las instituciones internacionales, la UE y los mercados globales su predisposición a hacer ‘todo lo que sea necesario’ para satisfacerles.

- El miedo que genera la crisis se está usando para que las clases populares acepten medidas altamente impopulares.

- Con estas medidas se ponen en cuestión muchas de las disposiciones que se habían tomado anteriormente y que hemos comentado aquí.

Si los cinco millones de trabajadores que están sufriendo tan tremendamente necesitan las políticas que hay que financiar con ese déficit público no hay más remedio que pagar la deuda a tipos de interés más altos dado que no se plantea ninguna política más radical como una reforma fiscal progresiva, recuperar las ayudas a la banca o dejar caer a empresas privadas que se han endeudado hasta niveles inasumibles.

Pero es que, además, estas medidas son muy incoherentes con los demás objetivos que dicen estar intentan-do potenciar desde el 2008. Por muchas razones:

- con un gasto público decreciente en infraestructuras y empleo y salarios públicos, es imposible incentivar la demanda y crear empleo;

- si las personas mayores han de trabajar dos años más, ¿Cómo crearán empleo para los jóvenes que tienen altas tasas de paro y que, además se dice que quieren potenciar concentrando en ellos las bonificaciones a su contratación? Incoherencia completa;

- ¿es posible creer que no se tocará el gasto social si los ayuntamientos, que ya están muy ahogados por falta de fondos, y las CC.AA. sobre los que recaen muchos servicios sociales han de reducir su gasto?;

- no se puede mantener el gasto social si se recorta el empleo, cosa que no podrá dejar de suceder con el recorte del gasto;

- trabajar hacia un nuevo modelo de crecimiento exige tiempo y mucho dinero, ¿Qué va a pasar con la inves-tigación, la educación, el conocimiento necesario para intentarlo? o, ¿queda todo en papel mojado?

En esta crisis la pertenencia a la UE no ha facilitado su solución, sino que esta forzando una política económi-ca trasnochada, ineficiente y muy dura para la población, que empeora las condiciones de una solución: Somos rehenes de la UE con su Pacto de Estabilidad y Crecimiento y de los mercados financieros internacionales.

El rescate de los poderosos

Si se revisan todas las medidas en su conjunto se perciben las importantes y graves diferencias entre las dirigi-das a favorecer los intereses del capital y las que pueden beneficiar a los trabajadores. No solo las ayudas mone-tarias dirigidas a las instituciones financieras son mucho mayores que las dirigidas a ayudas a la población, sino que otras medidas de política afectan a la población de forma muy desigual: eliminar la deducción de 400 euros no afecta a todos por igual, ni eliminar el impuesto de Patrimonio o de Sucesiones; por otra parte. ya veremos cual será el resultado final del llamado Diálogo Social y la Reforma Laboral, cuya idea ya ha sido aceptada por el ejecutivo, o la diferencia entre las ayudas a los inquilinos y la ley de Desahucios Express para los propietarios, etc. Además, se acaban de proponer medidas que tiran por la borda todo lo legislado hasta ahora para recuperar la

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economía y mejorar el empleo. Lo más grave es que a medida que se avanza en el tiempo, el gobierno va siendo más y más audaz en sus ataques y toma medidas más duras para los trabajadores y las clases populares. Es de temer que en vez de una Economía Sostenible, acabemos avanzando hacia una Economía ‘Sumergible’ (por la importancia en España de la economía sumergida) a la que tenga que recurrir cada vez una mayor parte de la población española para sobrevivir.

La crisis de las pensiones públicas:

- Es un problema creado artificialmente aprovechando el argumento de la presión demográfica y que hay mu-chas otras soluciones al mismo además de retrasar la edad de jubilación y aumentar los años de cómputo para las pensiones.

- Es un estupendo negocio que para el sector financiero constituyen las pensiones privadas que se estimulan de esta manera.

- Aunque fuese cierto que corren peligro, no parece tan inmediato como para intentar resolver sus problemas en medio de una crisis económica con 4,5 millones de parados

En cuanto al déficit público:- El déficit se ha disparado este año por el coste del apoyo a la crisis (ayuda a los capitales financieros y sub-

sidio de paro), como se han disparado los déficits de otros países ricos y por la caída de la recaudación fiscal del estado.

- La Deuda Pública en España, aunque ha aumentado también con gran rapidez está situada en niveles rela-tivamente bajos, incluso debajo de la de muchos otros países más ricos de la UE

- Desde las organizaciones internacionales y mercados financieros mundiales se está ejerciendo una fuerte presión sobre la deuda pública utilizándola como argumento para la aplicación de duras medidas de ajuste que afectan directamente a la población. Cuando la mayor parte del problema de nuestra deuda se basa en el alto endeudamiento privado y no público.

4. CALIDAD DE VIDA Y DESIGUALDAD

En el ámbito mundial España está considerada como un país donde se vive mejor que en otros muchos paí-ses. Sin embargo:

- El 20% de la población con mayores ingresos recibe más de cinco veces lo que recibe el 20% con menores ingresos.

- Entre 2003 y 2007 el 60% de la población más pobre había perdido renta real y, el 10% más rico de la pobla-ción se apropia ya de más del 31% de la riqueza.

- El 10% más rico de la población se apropia del 70% de la riqueza financiera.- El 40% de la población vive con ingresos inferiores a los mil euros al mes mientras que 1,4 millones de asa-

lariados en 2006 cobraban más de 4.925 euros al mes.- Se observa una evolución negativa con una disminución del salario medio entre 1994 y 2006. Si esta era la

situación en 2006 no hay duda que la desigualdad es bastante mayor en 2009. La crisis está teniendo un efecto devastador sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora.

- En un año –enero 2008 a enero 2009-, la pérdida experimentada en los salarios reales de los convenios pactados ha sido del 5,5% (a pesar de ello la patronal no los ha ejecutado en un gran número de casos), mientras que la pérdida en los convenios de empresa pactados ha sido del 12,88%. Los ricos, beneficios y altos salarios en la crisis

Aunque no se puede negar que con la crisis los beneficios empresariales han disminuido mucho:- Quedan todavía 127.100 personas que poseen más de mil millones de dólares.- En España, la retribución media por trabajo de los consejeros y altos directivos de las empresas españolas

que cotizan en bolsa, acumula cinco años de subidas ininterrumpidas.- Las cifras que cobran los cargos directivos de las empresas son injustificadas, escandalosas y totalmente

injustas.

Más cuando estos mismos directivos están permanentemente insistiendo en la necesidad de la moderación salarial. Pero no debemos perder de vista que, incluso estas altísimas cifras, son una reducida parte de los benefi-cios empresariales, que son los que verdaderamente constituyen el eje crucial del capitalismo. Las desigualdades también son profundamente significativas respecto a la acumulación de riqueza y al endeudamiento.

- A medida que las rentas aumentan, aumenta también el patrimonio que poseen las familias, llegando a

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625.000 euros el patrimonio de las familias más ricas.- Los más ricos recurren más al crédito (la proporción de hogares con cargas aumenta a medida que son más

ricos, de 18,8 al 65,4%), pero son los más pobres a quienes sus deudas pesan más (49,2 en lugar de 10% de los más ricos).

La pobreza es la manifestación extrema de la desigualdad. La población que se puede considerar pobre oscila entre el 18 y el 20% de la población total. Con la crisis, este porcentaje está aumentando.

- Los únicos países de la UE con unas tasas de riesgo de pobreza más elevadas que España son Letonia, Rumania y Bulgaria, con Grecia y Lituania con el mismo porcentaje que España.

- Los trabajadores parados son los más fuertemente afectados por la pobreza. Para las familias donde ninguna persona tiene empleo, es decir, todos sus miembros están en paro, la tasa de pobreza llega al 50%. En las fami-lias en las que trabaja sólo una persona pero sin contrato indefinido, la tasa de pobreza llega al 30%.

- Cada vez hay más trabajadores que a pesar de trabajar a jornada completa no llegan a cubrir sus necesida-des con su salario (‘trabajadores pobres’).

- Los costes de la vivienda tienen mucha importancia en el nivel de pobreza. El impacto del pago de las hipo-tecas y alquileres es considerable, y más en las familias con niños. Por ejemplo, el hecho de descontar los costes de vivienda en las que viven los niños de 3 a 5 años, aumenta las tasas de pobreza del 20 al 29%.

- Los inmigrantes son otra categoría importante: Un 29% de familias autóctonas señalan que tienen dificulta-des para llegar a fin de mes, mientras que en las familias inmigrantes esta cifra llega al 43%.

5. REFLEXIONES FINALES. LA DIFÍCIL SALIDA DE LA CRISIS

La crisis actual, hasta ahora, se está saldando sin haber resuelto ninguno de los problemas de fondo de las economías que llevaron a la crisis actual, desde el punto de vista del propio capitalismo. La actual ‘recuperación’ es debida principalmente a las ingentes ayudas públicas a la economía financiera y las grandes industrias. Estas ayudas no podrán continuar indefinidamente. Pero, ¿de donde va a llegar la demanda en una situación de cre-ciente paro, precariedad laboral y austeridad salarial? ¿Puede esto considerarse una ‘recuperación’? Sólo si los únicos intereses que importan son los de los capitales financieros y las grandes empresas

Si todo lo anterior puede afirmarse para el ámbito mundial, cuanto más para la débil y vulnerable economía española: El PIB no crece, la demanda no mejora, el inmobiliario no va a recuperarse, la inversión industrial es difícil que se reinicie ya que tiene exceso de capacidad en casi todos los sectores, mientras la producción indus-trial cae, ¿pueden las exportaciones absorber los excedentes? No parece probable. No hay tampoco voluntad de políticas fiscales progresistas que permitan financiar los déficits fiscales. El problema de la demanda de una población empobrecida por la crisis es uno de los puntos clave para lograr una recuperación. ¿No se les ocurre a los poderes fácticos que lo único que facilitaría el aumento de la demanda sería un aumento de los salarios? Ya hay 4.500.000 parados, los salarios bajan, la precariedad laboral y la economía informal aumentan.¿No es puro cinismo, sino sarcasmo, llamar a esto recuperación?

Además, la recuperación, aun si se produjera como nos dicen, ¿a dónde nos conduce? A una sociedad todavía más capitalista, más explotadora, más injusta. Si se analizan las tendencias que se están perfilando en lo que consideran la salida de la crisis, el panorama que se observa es altamente preocupante. Si la recuperación en la que se insiste ya estamos enfilados tiene lugar, ¿que tipo de sociedad nos espera?

Se está dando un triunfo durísimo del capital sobre los trabajadores y la población en general, con una explo-tación creciente en los lugares de trabajo, un paro que nos dicen tardará más de diez años en resolverse (si se resuelve), unas prestaciones del bienestar disminuidas, unos poderes financieros prepotentes y unas empresas productivas extremando la explotación de sus trabajadores. ¿Es una vuelta al capitalismo salvaje del siglo XIX? Pero, este sistema ‘recuperado’ ¿puede ser un sistema estable? Por un lado, fruto de la intensificación de la explotación aumentarían los beneficios del capital, pero ¿quién comprará las mercancías fabricadas? Los traba-jadores no, pues sus salarios y precariedad laboral no les permiten consumir siguiendo el ritmo de los aumentos de producción.

¿Serán China y los demás países emergentes quienes podrán tirar del carro del consumo mundial? Es verdad que podrían tener una gran capacidad para aumentar su consumo, pero no olvidemos que, aunque su población es mayoritaria en el mundo, su peso económico es mucho menor que el de los países centrales, por lo que es difícil que puedan arrastrar el carro de la economía mundial. Además, estos países están vertidos a crecer por

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medio de las exportaciones, con lo que agravan el problema del consumo mundial en lugar de resolverlo. ¿Qué países podrán ser exportadores netos en un mundo global orientado a la exportación? Quedan sólo los gobiernos de los países ricos, que volverán a ser los salvadores de sus economías convertidos en grandes compradores para la producción de cada estado.

Pero descartado el gasto en el estado del bienestar por exigencias del capitalismo, ¿qué pueden comprar? Obras públicas, armas y poco más. El tema reside en cómo financiarían tal gasto, ya que no quieren hacer una reforma fiscal que afecte a quienes más tienen. La financiación de dicho gran gasto (hará falta mucho gasto para evitar las recurrentes situaciones de subconsumo) sólo se puede hacer bien mediante la Deuda Pública, que muy probablemente es muy difícil que continúe teniendo compradores en tales cantidades si los beneficios privados se recuperan y presentan menores riesgos. Asimismo, es dudoso que compren nuestra deuda pública los grandes inversores institucionales o incluso los fondos soberanos. Standard & Poors, una de las tres agencias de evalua-ción más importantes del mundo, ha rebajado recientemente la evaluación de la deuda pública española, lo que supone un mercado más difícil y tener que pagar intereses más altos por la misma. La otra fuente de financiación es el aumento de la presión fiscal sobre la población, pero si no se quiere grabar a los ricos, habrá que grabar a las poblaciones. Lo que, junto al resto de todas las medidas que estamos comentando aquí, supone que la distri-bución perversa –contra el trabajo y a favor de los beneficios- que ha presidido todo el periodo desde la crisis de 1970 continuará vigente y potente.

¿Quién consumirá entonces? Sólo las élites económicas y políticas verán aumentada su capacidad de aho-rro y consumo, mientras que las poblaciones del mundo entero tendrán que aprender a vivir en condiciones de salarios más bajos, empleos precarios y reducidas prestaciones sociales. En una palabra, el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de las poblaciones.

Sabemos que la salida de las grandes crisis siempre implica un cambio del modelo de la etapa anterior. Cabe preguntarse si ‘la salida de la crisis’ va a suponer este ‘nuevo modelo’ de un capitalismo, como siempre duro y cruel, ahora de enormes empresas e instituciones financieras oligopólicas globales, financiadas y apoyadas en fondos públicos, sirviéndose de una miríada de empresas satélites totalmente subordinadas a las primeras, en el que sólo podrán tener niveles de vida adecuados las élites económicas y políticas, que consumirán sin tasa, ahorraran e invertirán con abundancia, en connivencia con estados imprescindibles para sostener la economía del modelo. Estados cada vez menos democráticos, obligados a recurrir cada vez más a la represión, y con un desprecio total por los problemas de su población y los ambientales aunque los reconozcan retóricamente. ¿Vamos hacia un capitalismo corporativo e institucional de esta naturaleza? Es de temer. ¿Aguantaremos las poblaciones este capitalismo, o esta ‘salida de la crisis’ será una etapa en la que las poblaciones percibiremos la irracionalidad y el absurdo del sistema en el que vivimos y seremos capaces de plantarle cara? Esta parece ser la gran disyuntiva de las próximas décadas.

LAS RESISTENCIAS SOCIALES ANTE LA CRISIS.

Hasta el momento, las reacciones sociales ante el fuerte deterioro social y económico que viene producién-dose en el conjunto de las condiciones de vida de la clase trabajadora están siendo muy débiles. El descontento social existente no se ha manifestado con fuerza ni ha conducido a la potenciación de un movimiento “anti-crisis” como sujeto político de envergadura con capacidad de intervención social. El papel de los sindicatos mayoritarios ante la crisis (CCOO y UGT) hasta el momento ha sido extremadamente débil:

- Sólo se ha concretado en respuestas puntuales y absolutamente atomizadas en cada una de las industrias dónde sus afiliados están teniendo problemas laborales.

- Sólo ha habido una manifestación durante el mes de diciembre en Madrid dónde aproximadamente 50.000 personas mostraron su malestar ante la crisis

- Sólo en relación con las pensiones públicas se ha convocado, en varias ciudades del estado una manifesta-ción, sin mucho éxito.

La respuesta ha sido mayor desde sindicatos de carácter minoritario (CGT, Co.bas, IAC por ejemplo), de nivel regional (Centrales vascas o SAT en Andalucía, o el sector del metal en Galicia) o en ciertas empresas (como TMB en Barcelona o UPS-Vallecas), La reacción sindical se produce, como mucho, a nivel de empresas particu-lares, más bien fruto de los EREs, en los que los trabajadores responden ante el riesgo de perder su empleo y su nivel de consumo (o bienestar) más que como una respuesta de clase. Algunos intentos de coordinación ante la crisis:

- Desde la izquierda transformadora: el alcance de las acciones propuestas por estas coordinadoras ha sido

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más bien escaso y con poca capacidad de incidir en los sectores sociales no politizados.- De las personas afectadas directamente por la crisis (por ejemplo, la plataforma de afectados por la hipoteca

o las distintas asambleas de parados)- De la economía social: la cooperativa es la formula empresarial que más ha crecido durante el 2009 en

Cataluña. Este aumento de creación de cooperativas contrasta con la caída experimentada por la fórmula de la sociedad mercantil que durante el 2009 sufrió un descenso del 32% respecto al año anterior.

Pero resulta evidente que las reacciones a la crisis, cuando han existido, se han concentrado más en generar dinámicas concretas de respuesta, con un marcado carácter local, que en intentar construir un sujeto político con capacidad de intervención social.

Hasta el momento no existen ni las propuestas ni la estrategia de transformación capaz de aglutinar el des-contento social y que puedan hacer creíble, ante la mayoría de la opinión pública, que existe una posibilidad alternativa de enfrentarse a la crisis.

Para la mayoría de la población la crisis se está viviendo como una enfermedad curable, como un mal sueño que tarde o temprano llegará a su fin. En esta dirección apunta de manera clara el mensaje que se lanza a la ciu-dadanía desde el consenso mediático. Para la mayoría de la clase trabajadora resulta difícil aceptar un discurso, el proveniente de la izquierda, que a menudo plantea la mejora de las condiciones individuales de vida a través de la mejora colectiva y mediante un proceso de sacrificio y de lucha. La lección que la izquierda debe sacar de esta crisis es repensar la importancia de generar resistencias más permanentes y más precavidas contra la integración en las esferas del poder, en parte, para evitar la tentación de entrar en el ámbito de las instituciones del sistema y ser víctimas de la cooptación como lo han sido y son los grandes partidos y las centrales sindicales mayoritarias.

La izquierda, o las izquierdas, han de considerar que ahora es el momento de potenciar y reforzar las resis-tencias constantes, por lo que no debemos olvidar los compromisos y las luchas específicas y temáticas que diariamente se realizan en el ámbito local: barrios, municipios y pueblos. Aún a sabiendas que son pequeñas y realizadas por colectivos minoritarios, estos grupos forman parte de los movimientos

sociales que continúan manteniendo de manera persistente la tensión dentro del sistema. Son el embrión so-bre el que construir las alternativas al capitalismo. Porque la lucha contra el sistema no puede continuar basada en la defensa coyuntural de los derechos de los trabajadores en particular y de los ciudadanos en general cuando el capitalismo ataca ferozmente como ahora, sino que es imprescindible desarrollar alternativas en las que incar-dinar estas acciones locales, ampliarlas y coordinarlas contra los poderes dentro de un ámbito más horizontal.

Reivindicaciones específicas que han de formar parte de un plan de ataque contra el sistema y que se desarro-llarán dentro de un espacio concreto, pero que han de constituir los procesos contra el capitalismo con desarrollo prolongado e indefinido en el tiempo.

POST-DATA

Durante los últimos días de enero la situación de la economía española, por lo menos su reflejo en los medios, ha experimentado un fuerte sobresalto. Las autoridades de las instituciones internacionales, con la Unión Euro-pea al frente, y los mercados financieros mundiales parecen haber concluido que la economía española y, sobre todo, el déficit público y el aumento previsible de la Deuda Pública para financiarla, indican que la economía del país está en graves dificultades.

La evaluación negativa de las instituciones internacionales no es nueva. Llevan ya bastantes meses insistien-do en los graves problemas de la economía española y requiriéndole un cambio de rumbo. La cuestión es que da la impresión que el gobierno ha entrado en una ola de pánico ante estas opiniones y presiones y ha reaccionado con las medidas de fin de enero, con el objetivo fundamental de controlar el déficit público ignorando que el pro-blema de fondo del país es el endeudamiento exterior privado. De un plumazo se eliminan dos años de políticas, por lo menos en principio, anti-crisis. Nadie que estudie seriamente la situación de la economía puede llegar a otra conclusión. Los agentes internacionales han salido al paso y han revelado la verdadera gravedad del problema: una muy débil situación financiera y una carencia profunda de posibilidades de recuperación productiva. Además de la preocupación por el déficit, los evaluadores internacionales insisten en nuestra falta de competitividad. ¿Qué podemos producir en este país que proporcione empleo a tantos millones de parados?

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Al mismo tiempo, los comentarios internacionales empeoran la situación, a modo de círculo vicioso, ya que llevan a que poderosos agentes económicos que operan en el país, tomen medidas de salida del mismo deterio-rando todavía más la situación. En el capitalismo financiarizado actual los países y las poblaciones de los mismos son rehenes de los capitales globales que exigen que las economías se orienten por donde a ellos les conviene. En pocas palabras, si estábamos mal, ahora estaremos peor en razón de la alarma sembrada por estas institu-ciones. Pero aunque la situación sea tan difícil hay que afirmar también que podrían haber otras medidas, que sin hacerla sencilla, permitirían paliar la situación con otros medios. El principal entre ellos nos parece que sería un plan integral de emergencia, que comportase:

- una ayuda a los directamente afectados por la crisis (parados, desahuciados, etc),- una reforma fiscal de envergadura que hiciese pagar más a los que más tienen,- una presencia pública importante en el sistema financiero (bancos o cajas públicos),- una enérgica política de empleo público –aunque aumentase el déficit a corto plazo–, y- una línea modesta pero bien diseñada de moderno desarrollo productivo (agrícola, industrial y de servicios).

Estos elementos no harían posible una inmediata salida de la crisis, pero podrían avanzar hacia una economía más sólida, eficiente y un poco menos injusta. Aunque no podemos olvidar que esta injusticia y las crisis periódi-cas tan destructivas como la actual, son el fruto habitual del capitalismo.

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Las crisis del sistema capitalistaAlejandro Teitelbaum

I. CARACTERÍSTICAS ESPECÍFICAS DEL SISTEMA HOY En el período premonopolista y concurrencial del sistema capitalista, se distinguían tres procesos relativa-

mente autónomos: a) el proceso de producción; b) el proceso de circulación y c) el proceso de realización de la producción, regidos cada uno por sus propios capitales: el capital industrial, el capital comercial y el capital ban-cario, los dos últimos obteniendo su parte de beneficios de la plusvalía extraída a los trabajadores en el proceso de producción[1].

Pero con el surgimiento del capitalismo monopolista a fines del siglo XIX y comienzos del XX, que se consolida

en la segunda mitad del siglo XX con la llamada revolución científica y técnica (electrónica, informática, etc.) se producen dos hechos fundamentales en la economía mundial: el papel hegemónico que asume el capital financie-ro en el sistema capitalista y la desaparición de la competencia como mecanismo autorregulador (o relativamente autorregulador) del mercado. Las sociedades transnacionales pasan a ser las estructuras básicas del actual sistema económico-financiero mundial y sustituyen al mercado como método de organización de la economía internacional [2]. Sin que por ello deje de existir la competencia entre los grandes oligopolios, que suele ser en-carnizada y sin cuartel.

Las relaciones entre las sociedades transnacionales son una combinación de una guerra implacable por el

control de mercados o zonas de influencia, absorciones o adquisiciones forzadas o consentidas, fusiones o en-tentes y el intento permanente pero nunca logrado de establecer reglas privadas y voluntarias de juego limpio entre ellas. Porque la verdadera ley suprema de las relaciones entre las sociedades transnacionales es “devorar o ser devorados”.

De modo que cuando actualmente se oye hablar del mercado y de que “el funcionamiento de la economía

debe quedar librado a las fuerzas del mercado” debe entenderse que el funcionamiento de la economía (y de la sociedad en general) debe quedar sometido a la estrategia decidida por el capital monopolista transnacional, cuyo objetivo básico es maximizar sus beneficios, apropiándose por cualquier medio del fruto del trabajo, de los ahorros y de los conocimientos tradicionales y científicos de la sociedad humana.

El proceso de constitución del capital monopolista es el resultado de la concentración y acumulación del ca-

pital, que dio lugar a la formación de grandes oligopolios y monopolios cuya base financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX con la fusión del capital industrial y el capital bancario. Los grandes monopolios transnacionales también consolidaron su base financiera constituyéndose como sociedades anóni-mas, que absorbieron el ahorro popular a través de la emisión de acciones (participaciones en el capital y en los beneficios -o pérdidas- de la empresa) y obligaciones (título de crédito contra la empresa que además devenga un interés). Pero sobre el fondo de una tendencia permanente, y a ritmo cada vez más acelerado, de concentra-ción y acumulación del capital a escala mundial, la preeminencia del capital financiero es actualmente el rasgo dominante del sistema.

Esta preeminencia del capital financiero sobre el capital productivo es el resultado de un cambio profundo de

la economía mundial a partir del decenio de 1970, momento que marca el fin del Estado de bienestar, caracteriza-do por la producción en masa y el consumo de masas, impulsado este último por el aumento tendencial del salario real y por la generalización de la seguridad social y de otros beneficios sociales. Es lo que los economistas llaman el modelo económico “fordista”, de inspiración keynesiana. El agotamiento del modelo del Estado de bienestar obedeció a varios factores, entre ellos: llegó a su término la reconstrucción de posguerra, que sirvió de motor a la expansión económica, el consumo de masas tendió a estancarse o a disminuir lo mismo que los beneficios empresarios. También incidió el “shock” petrolero de comienzos de los 70.

Para dar un nuevo impulso a la economía capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios,

se hizo necesario incorporar la nueva tecnología (robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios

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y eso requirió grandes inversiones de capital. Alguien tenía que pagar la factura y comienza entonces la época de la austeridad y de los sacrificios (congelación de los salarios, deterioro de las condiciones de trabajo y aumento de la desocupación) que acompañaron a la reconversión industrial. Al mismo tiempo, la revolución tecnológica en los países más desarrollados impulsó el crecimiento del sector servicios y se produjo el desplazamiento de una parte de la industria tradicional a los países periféricos, donde los salarios eran –y son- mucho más bajos.

En esas condiciones toma cuerpo la llamada “mundialización neoliberal”: el pasaje de un sistema de econo-

mías nacionales a una economía dominada por tres centros mundiales: Estados Unidos, Europa y Japón y un grupo constituido por los que se llamaron los “cuatro tigres de Asia”: Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singa-pur. Después se produjo el ingreso impetuoso de China y, en cierta medida de India, en los primeros rangos de la economía mundial. Con la incorporación de las nuevas tecnologías aumentó enormemente la productividad del trabajo, es decir que con la misma cantidad de trabajo humano la producción de bienes y servicios pasó a ser mucho mayor.

Se presentaron entonces dos posibilidades: 1) O se incitaba el consumo masivo de los bienes tradicionales y de los nuevos bienes a escala planetaria

con una política salarial expansiva, una política social al estilo del Estado de bienestar, se reducía la jornada de trabajo en función del aumento de la productividad para tender a una situación de pleno empleo y se reconocían precios internacionales equitativos a las materias primas y productos de los países pobres

2) O se tendía a mantener y a aumentar los márgenes de beneficio conservando bajos los salarios, incre-

mentando la jornada laboral y la intensidad en el trabajo y se mantenían bajos los precios de los productos de del Tercer Mundo.

La primera alternativa hubiera sido factible en un sistema de economías nacionales, en las que la producción

y el consumo se realiza fundamentalmente dentro del territorio y es posible el pacto social de hecho entre los capitalistas y los asalariados en tanto consumidores. Pero en el nuevo sistema “mundializado” la producción se destina a un mercado mundial de “clientes solventes” y ya no interesa el poder adquisitivo de la población del lu-gar de producción. En las condiciones de la mundialización acelerada, los dueños del poder económico y político a escala mundial con su visión de “economía-mundo” y de “mercado global” apostaron a la segunda alternativa.

Predominó entonces un ritmo lento de crecimiento económico, a causa de que un mercado relativamente

estrecho imponía límites a la producción y surgió el fenómeno de grandes masas de capitales ociosos (incluidos los petrodólares), puesto que no podían ser invertidos productivamente. Pero para los dueños de dichos capitales (personas, bancos, instituciones financieras) no era concebible dejarlos arrinconados sin hacerlos fructificar.

Es así como el papel tradicional de las finanzas al servicio de la economía, interviniendo en el proceso de pro-

ducción y del consumo (con créditos, préstamos, etc.) quedó relegado por el nuevo papel del capital financiero: producir beneficios sin participar en el proceso productivo.

Esto se fue concretando de varias maneras: -Mediante la compra de acciones de empresas industriales, comerciales y de servicios por parte de los ges-

tores de fondos de pensiones, de las compañías de seguros, de los organismos de inversión colectiva y de los fondos de inversión.

-Mediante la compra directa de empresas por los fondos de inversión, que las que conservan si son muy

rentables o por razones estratégicas o las “sanean” despidiendo personal y luego las venden con un margen de ganancia considerable. Los fondos de inversión compran las empresas mediante el sistema llamado Leverage Buy-Out (LBO) que podría traducirse como “operaciones con efecto de palanca”, que consiste en financiar la compra con una parte de capital propio (generalmente el 30%) y otra parte (el 70% restante) con préstamos bancarios, garantizados con el patrimonio de la empresa adquirida.

Los grupos financieros pasan así a intervenir en las decisiones de política de las empresas con el objeto de

que su inversión produzca la alta renta esperada, imponiéndoles estrategias a corto plazo, cuyo eje principal es la reducción del personal y la degradación de las condiciones de trabajo, en materia de salarios, de intensidad del trabajo y de incremento de la jornada laboral.

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Pero además los inversores financieros que participan en actividades productivas exigen una renta anormal-

mente elevada y la logran mediante una repartición inequitativa de los beneficios con el capital productivo, en detrimento de este último.

-Otra manera en que crece el papel del capital financiero especulativo es que las mismas empresas industria-

les, comerciales y de servicios invierten parte de sus beneficios en diversos títulos y papeles financieros especu-lativos, en lugar de hacerlo en la producción.

De modo que a través de la intensificación de la explotación del trabajo humano el capital transnacional (y so-

bre todo el capital financiero parasitario) mantuvo y mantiene una alta tasa de beneficios a pesar del crecimiento económico lento y de la existencia de un mercado restringido.

Entonces surgió la ilusión y hasta se teorizó acerca de que el dinero y los productos financieros, circulando en

los mercados, son por sí mismos creadores de valor. Pero lo cierto es que el dinero y los productos financieros no crean valor sino que representan un valor. Esa supuesta creación de valor y generación de beneficios por el dinero y los productos financieros no es otra cosa que la apropiación del valor creado por el trabajo humano en el proceso productivo de la economía real.

Partiendo del supuesto de que el dinero y los productos financieros circulando en los mercados crean valor,

para enriquecerse no hay otra cosa que hacer que crear productos financieros o adquirir los ya existentes y ha-cer que se reproduzcan mediante adecuadas operaciones especulativas. La consecuencia de esto ha sido la autonomización e “inflación” de productos financieros (burbujas financieras).

Además de los productos financieros tradicionales (acciones y obligaciones) se han creado muchos otros.

Entre ellos los productos financieros derivados, que son papeles cuyo valor depende o “deriva” de un activo subyacente y que se colocan con fines especulativos en los mercados financieros. Los activos subyacentes pue-den ser un bien (materias primas y alimentos: petróleo, cobre, maíz, soja, etc.), un activo financiero (una moneda) o incluso una canasta de activos financieros. Así los precios de materias primas y de alimentos esenciales ya no dependen sólo de la oferta y la demanda sino de la cotización de esos papeles especulativos y de ese modo los alimentos pueden aumentar (y aumentan) de manera inconsiderada en perjuicio de la población y en beneficio de los especuladores.

Por ejemplo cuando se anuncia que se fabricarán biocombustibles los especuladores “anticipan” que el pre-

cio de los productos agrícolas (tradicionalmente destinados a la alimentación) aumentará y entonces el papel financiero (producto derivado) que los representa se cotiza más alto, lo que repercute en el precio real que paga el consumidor por los alimentos.

Las inversiones en productos financieros implican diversos niveles de riesgo. Con la esperanza de cubrir di-

chos riesgos se han inventado una compleja serie de productos financieros que inflan cada vez más la burbuja y la alejan aun más de la economía real.

Chesnais escribe: ...”los inversores financieros, así como también los bancos centrales creyeron tener final-mente una técnica milagrosa que garantizaba al sistema bancario contra el riesgo: la titulización generalizada. ¿Qué es esta titulización (en francés “titrisation”, aunque la expresión original en inglés es “securitization”)? Pues consiste en “transformar las acreencias en manos de establecimientos de crédito, sociedades financieras, com-pañías de seguros o sociedades comerciales (las cuentas-cliente) en títulos negociables”. Estos títulos tienen nombres estrafalarios pero es obligado mencionarlos. Están en primer lugar los RMDS (Resiential Mortgage Backet Securities), adosados a los préstamos inmobiliarios. Se encuentran luego los CDS (Credit Default Swaps), derivados de crédito que conllevan la transferencia con intereses y elevadas comisiones del riesgo ligado a la posesión de obligaciones de empresas (estos CDS eran instrumentos de cobertura de riesgo, pero pasaron a ser instrumentos de colocación especulativa). Están finalmente los CDO (Collateralized Debt Obligations), que son “títulos derivados de títulos” que suponen dos operaciones sucesivas de titulización y una total opacidad sobre la composición del “producto sintético” (El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera).

Michel Drouin, por su parte, escribe: “El desarrollo de los flujos de capitales internacionales, impulsado por la

desregulación y la descompartimentación casi general de los mercados financieros, hizo de los años 80 el de-cenio de la mundialización financiera… Las operaciones financieras, cuyo volumen estaba ya desconectado del

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volumen de las transacciones en bienes y servicios, se hicieron autónomas, es decir movidas no por la lógica de las transacciones corrientes sino por la de los movimientos de capitales. La esfera financiera basó su desarrollo sobre ella misma a partir de la búsqueda de un beneficio surgido de la variación de los precios de sus propios ins-trumentos. El carácter especulativo de esta lógica de crecimiento permite hablar del surgimiento de una economía internacional de la especulación”. (Le système financier international).

Los Estados Unidos y una parte de la población de dicho país son los primeros beneficiarios del proceso de

mundialización financiera, la que les permite apropiarse del producto del trabajo y de los ahorros de los pueblos de todo el planeta.

Con esta “economía internacional de la especulación”, como la llama Drouin, se aceleró la acumulación de

grandes capitales en pocas manos a expensas sobre todo de los trabajadores, de los jubilados y de los pequeños ahorristas. Aunque los pequeños ahorristas participan de la ilusión de que el dinero y los productos financieros se reproducen (crean valor) por si solos. Hasta que la burbuja financiera estalla. De modo que a la tradicional expropiación del fruto del trabajo que practica el capital en el proceso productivo (obtención de plusvalía), se ha venido a sumar la que realiza el capital financiero especulativo sin participar en el proceso de producción.

El capital financiero, además de estos mecanismos “legales” destinados a obtener una tajada cada vez ma-

yor de los valores creados en la esfera productiva, se apropia directamente de los bienes de los trabajadores, jubilados y pequeños ahorristas, cometiendo verdaderas estafas. Por ejemplo en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía Enron se declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejó en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia empresa. En otras quiebras de grandes bancos o grupos financie-ros transnacionales, miles de pequeños ahorristas han visto evaporarse el fruto de muchos años de esfuerzos e incluso de privaciones.

Después de Enron se sucedieron otros casos similares como el de WorldCom y resultaron implicados los dos

más grandes bancos estadounidenses: Citygroup y JP Morgan Chase [3] . En el caso de WorldCom, un pequeño ahorrista que en marzo de 2000 compró 10.000 dólares en acciones se encontraba en julio de 2002 con que sus acciones valían sólo 200 dólares (Despacho de AFP del 21/07/02 ).

Una situación similar se produjo también en algunas transnacionales basadas en otros países, como Vivendi

y otras en Francia. La acción de Vivendi llegó a cotizarse a 141,60 el 10 de marzo de 2000 y valía sólo 9,30 el 16 de agosto de 2002. Los escándalos financieros revelados en el curso de 2002 causaron enormes pérdidas a los más grandes fondos de pensión estadounidenses, los que decidieron iniciar juicios contra los responsables, entre ellos Enron y su auditor Arthur Andersen, WorldCom y otros. Calpers, que administra el dinero de 1.300.000 funcionarios californianos , CalSTRS (687000 docentes del mismo Estado) y Lacera (132000 empleados de Los Angeles) han perdido 318 millones de dólares a causa de la quiebra de WorldCom (más de 7 mil millones de dó-lares evaporados). El fondo de pensión de los funcionarios del Estado de Nueva York (112 mil millones de dólares de activos) perdió 300 millones de dólares en la quiebra de WoldCom.

La reacción ex post facto del gobierno estadounidense, adoptando, el 25 de julio de 2002, la Corporate Audi-

ting Accountability Act, con la sola finalidad de frenar el “krach” bursátil, se hizo necesaria para restablecer míni-mamente la confianza de la población, después que Bush dijera públicamente: “Los escándalos han traicionado al pueblo americano. Los inversores han perdido su dinero, los jubilados su seguridad y los trabajadores sus empleos. La práctica de negocios deshonestos equivale a robo y fraude...”.

Como se puede apreciar, en 2002 el Gobierno estadounidense tomó medidas aparentemente destinadas a evitar que se repitieran ese tipo de situaciones, pero en realidad sólo para calmar a la opinión pública. Y las crisis se siguen repitiendo...

Otras formas que permiten al capital financiero transnacional apropiarse en forma parasitaria del fruto del tra-

bajo ajeno, es decir sin intervenir en el proceso productivo, son la privatización de la seguridad social, de la que se han hecho cargo fondos privados de pensiones, la sustitución de parte del salario o de otras remuneraciones de que es acreedor el personal de las grandes empresas por acciones o por opciones sobre acciones de la misma empresa (stock-options), etc., que son distintas formas de robar o estafar, como dicen los economistas Labarde y Maris[4].

En síntesis, el capital financiero transnacional está funcionando como una bomba aspirante de las riquezas

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producidas por el trabajo a escala mundial, riquezas que de esta manera se concentran en pocas manos y en ciertas regiones del planeta, particularmente en los Estados Unidos.

El pago de la deuda externa (real o supuesta) por parte de los países periféricos contribuye en no poca medi-

da a alimentar las caja del capital financiero transnacional. II. LA DESREGULACIÓN DEL SISTEMA FINANCIERO En julio de 1944, la Conferencia Monetaria y Financiera de Bretton Woods acordó la creación del Fondo Mo-

netario Internacional (FMI) y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRD). Ya en 1943, cuando comenzaba a vislumbrarse el fin de la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses y los ingleses comenzaron a discutir las bases de la organización de la economía mundial en la posguerra.

John Maynard Keynes, encargado por las autoridades británicas de participar en las deliberaciones, propugna-

ba la creación de una cámara de compensación mundial (Clearing Union) que permitiría hacer todas las transac-ciones internacionales a un tipo de cambio fijo referido a una moneda internacional emitida por la Clearing House, el “bancor”. Se trataba de un verdadero sistema monetario internacional regulador de las finanzas internaciona-les, que conservaba la simetría entre las partes, con mecanismos de control y eventualmente de financiación para los países deficitarios y una participación de cada país en función de sus capacidades financieras. Sería una especie de Banco a escala internacional en el que los “clientes” serían los Estados.

Pero esta propuesta no fue aceptada por los Estados Unidos, en ese momento en la cumbre de su poderío

económico como único gran beneficiario de la Segunda Guerra Mundial, que impuso en Bretton Woods sus pun-tos de vista: un sistema de cambios fijos (con una elasticidad del uno por ciento en más o en menos sobre la pa-ridad establecida entre las monedas) y la paridad establecida en relación con el oro o con el dólar de los Estados Unidos (artículo IV de los Estatutos del FMI, antes de la reforma de 1978).

Así es como en la práctica el dólar pasó a ser moneda internacional, obligando a todos los países a acumular

reservas en dólares para hacer frente a las fluctuaciones de sus respectivas monedas, resultante del estado de su balance de pagos. El sistema de Bretton Woods estableció pues un privilegio exorbitante a favor de los Estados Unidos en materia de pagos internacionales, que en los hechos, sirvió para que el resto del mundo financiara su déficit presupuestario. Esta fue la base de un desorden creciente del sistema monetario internacional que se institucionalizó en 1975 con el abandono del sistema de tipos de cambios fijos (reforma, vigente desde 1978, del artículo IV de los Estatutos del FMI,).

Es decir, se abandonó un principio ordenador del sistema monetario (el sistema de cambios fijos) pero se

mantuvo en los hechos al dólar como moneda internacional, de manera que todo el resto del mundo continuó subvencionando la economía de los Estados Unidos, pues los Bancos centrales de los otros países siguieron interviniendo para evitar la baja del dólar.

Es cierto que las intervenciones de los Bancos centrales son cada vez más inocuas, pues poco pueden hacer

frente a las sumas fenomenales puestas instantáneamente en juego en el mercado financiero internacional para especular con las monedas nacionales. Este es el sistema financiero – cuyas ideas centrales son la desregulación y la libre circulación de capitales- que acompañó un cambio profundo de la economía mundial a partir del decenio de 1970. Hasta entonces había existido una neta separación en las facultades atribuidas a las distintas institucio-nes que se ocupan de servicios financieros.

Pero desde comienzos de los 80 se produce un amplio movimiento de desregulación. Se borra la diferencia

entre moneda y activos financieros, desaparecen los límites entre los diferentes segmentos del mercado: merca-do monetario, mercado de crédito a mediano plazo, mercado financiero, etc. Desaparece la especialización de los agentes financieros.

Se hacen cada vez más difusas, cuando no se borran, las fronteras entre los bancos comerciales, cuya función

principal consiste en recibir depósitos y conceder préstamos y los Bancos de inversión, que se dedican a sacar empresas a Bolsa, diseñar y ejecutar OPA’s, fusiones, ventas de divisiones enteras entre empresas, emisiones de bonos, operaciones de trading de gran volumen en los mercados financieros, etc. La tradicional separación entre agentes de cambio e intermediarios financieros desaparece y se achica la clásica intermediación bancaria para la obtención de capitales en préstamo pues éstos se pueden obtener emitiendo títulos de distinto tipo que

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se colocan directamente en el mercado. Se produce así una verdadera hipertrofia, totalmente incontrolada, de la esfera financiera y se crea un enor-

me capital ficticio, como lo denominó Marx en El Capital. En pocos años los productos financieros derivados ( futuros, opciones, forwards, swaps,etc.) con fines especulativos o supuestamente destinados a cubrir riesgos se multiplicaron exponencialmente y su monto de hizo astronómico y totalmente despegado de la economía real[5]. Todos esos productos financieros circulan, en los hechos, como moneda, de manera que el papel de la moneda de representar los valores creados en el proceso de producción se ha distorsionado totalmente, pues la relación entre los valores reales creados en el proceso productivo y los ficticios que circulan en el mercado financiero es del orden de entre 10 a 1 y 20 a 1, según diferentes estimaciones.

Walden Bello, refiriéndose a la crisis de los préstamos hipotecarios escribe: ...”la crisis hipotecaria no resultó

de una oferta superior a la demanda real. La “demanda” estaba, por mucho, fabricada por la manía especulativa de promotores y financieros empeñados en conseguir grandes beneficios a partir de su acceso al dinero foráneo que inundó a los EEUU de la última década. Ingentes volúmenes hipotecarios fueron agresivamente ofrecidos y vendidos a millones de personas que, normalmente no habrían podido permitírselo, ofreciéndoles unos tipos de interés ridículamente bajos, pero ajustables para sacar después más dinero de los propietarios de casas... los activos pasaron a ser “segurizados”: quienes habían generado las hipotecas, procedieron a amalgamarlas con otros activos en complejos productos derivados llamados “obligaciones de deuda colateralizada” (CDO, por sus siglas en inglés), lo cual resultó relativamente fácil dado que trabajaban con diversos tipos de intermediarios que, sabedores del riesgo, se deshacían de esos títulos de valores lo más rápidamente posible, pasándolos a otros bancos e inversores institucionales. Esas instituciones, a su vez, se deshacían del producto, pasándolo a otros bancos y a instituciones financieras foráneas”. (Bello, Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo).

III. LA CRISIS ACTUAL Es en ese marco que se producen las crisis financieras como la actual que son diferentes de las crisis cícli-

cas clásicas del capitalismo en las que después de un período más o menos largo de crecimiento económico la producción sobrepasaba las posibilidades del mercado (sobreproducción). Esta modalidad especial de crisis específicamente financieras, no son crisis de sobreproducción pero producen graves “efectos colaterales” sobre la industria y el comercio.

Estas crisis tienen como centro de gravitación el capital-dinero y que, por tanto, se mueven dentro de la órbita

de los Bancos, de la Bolsa y de las finanzas. Aunque las consecuencias son similares: empresas que quiebran, los despidos se generalizan y aumenta la desocupación, se acentúa la concentración monopolista hasta que le economía se recompone sobre los escombros de la crisis que deja un tendal de víctimas entre los trabajadores y los empresarios. Los actuales choques financieros, dice Chesnais (La mondialisation financière, cap. 8) es el re-sultado de una configuración específica del capitalismo en su etapa actual. No es el resultado, como en las crisis capitalistas “clásicas” hasta mediados del siglo XX, de una caída brutal de la producción y del comercio.

Se estaría en presencia -sigue diciendo Chesnais- de una interacción particular entre la esfera de la produc-

ción y la esfera de las finanzas. Por un lado existe una disminución regular y durante un largo período de la tasa de crecimiento en los países más industrializados, que se puede describir como una sobreproducción crónica que los grandes grandes grupos oligopólicos logran por lo general controlar con medidas en la esfera de la producción e HIPERTROFIANDO LA ESFERA FINANCIERA.

Dicho de otra manera: si la producción no aumenta a un ritmo elevado y el desempleo aumenta, la tasa de

ganancia que obtienen los capitalistas en la esfera de la producción tiende a estancarse o a disminuir y si la gente se empobrece (desocupación y salarios congelados) consume menos, es decir que el mercado, donde los capi-talistas realizan el beneficio, se achica.

La “solución” capitalista a estos dos problemas (descenso de la tasa de ganancia y amenaza de crisis de

sobreproducción por achicamiento del mercado consumidor) consiste en la hipertrofia y desregulación del siste-ma financiero que les permite, por un lado, despojar a los trabajadores y a los pequeños ahorristas en la esfera financiera compensando así el descenso de la tasa de ganancia en la esfera productiva y, por otro lado, expandir enormemente el crédito a fin de crear un poder adquisitivo artificial en las clases más modestas que viven endeu-dadas y se endeudan cada vez más.

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Hasta que no pueden responder por sus deudas y en ese momento las “soluciones” capitalistas a las contra-

dicciones inherentes al sistema dejan de funcionar y se producen las crisis financieras, porque el sistema real, es decir la esfera de la producción y del intercambio y su contradicción fundamental (la apropiación privada en forma de plusvalía que se interpone entre la producción social y el consumo social) resurge: se acaba el espejismo de la prosperidad y los pobres están más pobres que antes.

Las crisis financieras no son una enfermedad curable del capitalismo, debida a la irresponsabilidad de los

“capos” de las finanzas (aunque las operaciones riesgosas de los “traders” y de sus patrones contribuyen a su agravación) : son parte estructural del capitalismo en su etapa actual, mundializado y totalmente privatizado en la esfera de la producción y de las finanzas, con las clases dirigentes y gobernantes totalmente a su servicio.

En realidad los dirigentes políticos y los dirigentes económicos son intercambiables y a veces son los mismos,

especialmente en Estados Unidos: pasan del directorio de las grandes corporaciones a funciones de gobierno y viceversa.

De modo que los líderes políticos no tienen el interés ni la posibilidad de restablecer los criterios económicos

y las formas de regulación (muy limitados) que existieron en la inmediata posguerra. A pesar de que ahora no cesan de denostar contra la desregulación financiera (que ellos mismos promovieron y consintieron) y pre-conizan y practican el intervencionismo estatal. Intervencionismo que durará hasta que las aguas financieras vuelvan a su cauce y todo se reprivatice, para mayor gloria y beneficios del capital monopolista. La función de los líderes políticos se limita en lo esencial a engañar e intentar calmar a la opinión pública y a poner todos los recursos del Estado (es decir las riquezas creadas por el trabajo humano) al servicio del capital financiero y de la preservación del sistema.

EL PLAN DE CINCO PUNTOS ANUNCIADO EL VIERNES 10 DE OCTUBRE POR LOS MINISTROS DE FI-

NANZAS DEL G7 no es otra cosa que un plan para salvar al capital financiero. Ni una palabra sobre medidas anticrisis en el marco del sistema del tipo del New Deal de Roosevelt, destinadas a incrementar la capacidad adquisitiva de las masas populares: aumento de los salarios y las jubilaciones, realización de obras públicas y mejoras (indispensables) en los servicios públicos, promoción de nuevas formas de empleo por ejemplo en tra-bajos sociales, etc.

Como dice Galbraith refiriéndose a la crisis del 29: “Entonces como ahora, la intervención del Estado para

ayudar a esas instituciones (Bancos y otras instituciones financieras) era aceptable. A diferencia de la ayuda a los pobres para los gastos sociales, no se veía en ello una carga financiera”. (Voyage dans le temps économique, cap. 8, La grande dépression). En esa misma línea no pudo ser más claro el Ministro de Presupuesto de Francia Eric Woerth cuando después de reconocer por televisión el mismo viernes 10 de octubre la gravedad de la situa-ción y justificar la ayuda al capital financiero, concluyó afirmando que había que limitar el gasto público.

Pero si bien el New Deal pudo restablecer la situación durante cierto tiempo no podía terminar con las crisis

cíclicas que, como todo el mundo sabe, son inherentes al sistema capitalista: en 1938 Estados Unidos se en-contraba ya en los umbrales de una nueva crisis de la que lo “salvó” la Segunda Guerra Mundial. Las crisis y las guerras, máxima expresión de la “destrucción creativa”, como diría Schumpeter.

Pero la realidad de los hechos es que las clases dirigentes NO QUIEREN NI PUEDEN ofrecer soluciones per-

durables en el marco del sistema capitalista y por eso se limitan ahora a hablar vagamente de reformar el sistema financiero y de establecer ciertos controles sobre el mismo.

No quieren ofrecer verdaderas soluciones porque forman parte de las clases que gozan de las ventajas y privi-

legios del sistema y no pueden porque dichas soluciones tendrían que poner en cuestión al sistema capitalista mismo. Ello es así porque en los últimos 50 años las fuerzas productivas se han desarrollado de una manera tal que ya no son aplicables las viejas recetas socialdemócrates reformistas y menos aun las actuales recetas seudorreformistas: la enorme productividad actual impide absorber, en las condiciones de la explotación capita-lista, la fuerza de trabajo disponible (cada vez más numerosa) y por consiguiente la desocupación tiende a au-mentar rápidamente. Esa misma explotación y la desocupación provocan el empobrecimiento relativo y absoluto de las clases trabajadoras que se ven obligadas a consumir menos, de modo que una parte de la producción no encuentra salida en el mercado.

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Así se cierra el círculo infernal y a esta altura el sistema capitalista no tiene otra solución que las burbujas financieras para crear, durante cierto tiempo, un clima artificial de prosperidad. Pero la realidad del sistema termi-na por imponerse y las crisis se repiten. Keynes, que no era un revolucionario, escribía hace ya 80 años: “Estoy convencido que algunas de las cosas que se requieren urgentemente en el terreno práctico, tales como el control central de las inversiones y una distribución distinta de la renta, de manera tal de proporcionar un poder adquisi-tivo que garantice una salida al enorme producto potencial que permite la técnica moderna, tenderán también a producir un mejor tipo de sociedad... la técnica productiva ha alcanzado un tal nivel de perfección que ha hecho evidentes los defectos de la organización económica que siempre ha existido” (John Maynard Keynes, El Dilema del socialismo moderno (Society for Socialist Inquiry, 13 de diciembre de 1931) en L’assurdità dei sacrifici, Ed. Manifestolibri, Roma, junio de 1995).

Y hace exactamente 160 años, Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista: “Las fuerzas producti-

vas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo... Las condiciones sociales burguesas resultan ya dema-siado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada”.

El estado actual de desarrollo de las fuerzas productivas podría permitir estar vislumbrando la sociedad que

previó Marx hace un siglo y medio: el ser humano liberado de la necesidad, de los trabajos físicos y del trabajo alienado y disponiendo de más tiempo libre para dedicarlo a su realización personal [6].

Pero la tendencia actual es totalmente opuesta y las elites político-económicas, con su cortejo de economistas,

“politólogos” y otros especialistas y los medios masivos de intoxicación, como los llama el español Fernández Buey, presentan como inevitables políticas sociales injustas, económicamente irracionales y ecológicamente leta-les. Cuando lo que habría que hacer sería disminuir el tiempo de trabajo con miras al pleno empleo y aumentar los salarios y las pensiones en función del aumento de la productividad del trabajo, los dueños del poder, con el pretexto de combatir la crisis y la desocupación y de “salvar” la seguridad social, congelan o disminuyen los salarios, aumentan la jornada de trabajo, introducen la “flexibilidad laboral”, aumentan la edad de la jubilación y reducen las pensiones y jubilaciones. Y mientras se gasta cada vez más en armamentos y se reducen o se limitan los impuestos a las grandes ganancias (cuya magnitud astronómica a nivel de la elite más rica escapa al entendi-miento común) se dice que no hay recursos para la salud pública, la vivienda popular decente y la educación.

Las supuestas “pérdidas” del capital financiero causadas por la crisis no son tales. Son pérdidas “virtuales”:

se desvalorizan papeles cuyo valor nominal representa en su conjunto entre el cinco y el diez por ciento de los valores reales existentes. Hay, es cierto, un proceso de concentración del capital: en estas semanas se producen casi a diario fusiones y absorciones de bancos y otras instituciones financieras.

Pero los más ricos no tienen que vender sus jets privados, sus yates, sus viviendas superlujosas en los luga-

res más exclusivos del mundo o sus islas particulares. Al contrario, siguen acumulando fortunas y bienes. Por ejemplo la venta de automóviles en general disminuyó pero la de los autos más caros (entre 150.000 y un millón de euros la unidad) aumentó significativamente. Warren Buffet, el hombre más rico del mundo, quien según tanto Obama como McCain sería un ministro del Tesoro ideal, acaba de inyectar de su peculio personal en setiembre último cinco mil millones de dólares en Goldman Sachs, cuatro mil setecientos millones en Constellation Electric y tres mil millones en la General Electric. Buffet conoce el refrán: hay que comprar cuando suena el cañón y vender cuando suena el violín.

Mientras tanto los de abajo pierden sus casas y sus empleos, tienen que gastar menos en sus necesidades

elementales y sufrir cada vez más privaciones. Y cuando se termine la crisis, mejor dicho cuando haya una pausa ascendente hasta la próxima crisis, será como después del tsunami: quedarán a la vista los estragos provocados en la economía: innumerables empresas cerradas o absorbidas y las víctimas se contarán por decenas o cen-tenas de millones, sin trabajo, sin los servicios públicos esenciales, con poco o nada para comer y sin vivienda. En otras palabras, en los momentos de crisis como el actual se acentúa aún más la distribución desigual de las riquezas.

EN CONCLUSIÓN Esta crisis tiene la virtud de poner claramente de manifiesto la irracionalidad y la injusticia del sistema capi-

talista vigente. La crisis no sólo es financiera sino económica, social y política y la gente sencilla está cada vez más descontenta. Pero ese descontento de las clases populares, que comienza a manifestarse en protestas

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sociales, parece estar lejos de transformarse en conciencia de la necesidad de un cambio radical. Porque no existen fuerzas políticas y corrientes ideológicas ponderables como para ayudar a transformar ese descontento y la protesta social en conciencia y en organización suficientes como para provocar un cambio político mayor.

A escala mundial el espacio político está casi totalmente ocupado por el partido único del sistema, formado

por la derecha tradicional, por las distintas variantes de la socialdemocracia reconvertidas desde hace tiempo a la gestión del sistema capitalista, las que se alternan en el Gobierno (y a veces lo comparten, como en Alemania) y por una “sociedad civil” (dirigentes de organizaciones sindicales y de distintos tipos de organizaciones no guber-namentales, etc.) mayoritariamente contaminada por el sistema.

Hay todo un camino que recorrer hasta que la gente conozca en todos sus aspectos el sistema de poder vi-

gente y su intrínseca injusticia, inhumanidad e irracionalidad y de que cada individuo tome conciencia del lugar que ocupa en el mismo, el que para la inmensa mayoría de los seres humanos es el de víctima, aunque forme parte de las clases alienadas al consumismo.

Y que comprenda que la solución no es individual, defendiendo su “status” de consumidor o tratando de al-

canzarlo (el espejismo de la “movilidad social”) sino que es colectiva y consiste en transformar radicalmente el sistema. Pero aunque ese cambio radical es necesario no se producirá de manera espontánea: el capitalismo no se derrumbará por sí sólo ni sus usufructuarios abandonarán pacíficamente la escena, como lo demuestran ex-periencias pasadas y presentes, siempre que se intenta recortar aunque sólo sea algunos de sus privilegios.

---------------------------------------- Nota del autor: El artículo precedente está basado en fragmentos de mi libro publicado en Buenos Aires en

2003 con el título “El papel de las sociedades trasnacionales en el mundo contemporáneo” y en Bogotá en 2007 (edición corregida y actualizada) con el título “Al margen de la ley. Sociedades Transnacionales y Derechos Hu-manos”. Además consulté, entre otros, los siguientes libros y artículos:

Bello, Walden: Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo. http://

www.tni.org/detail_page.phtml?act_id=18770. Chesnais, François: -Como la crisis del 29, o más… Un nuevo contexto mundial http://www.iade.org.ar/modu-

les/noticias/article.php?storyid=2643 -El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera. http://crisis-economica.blogspot.com/2008/01/franois-chesnais-alcance-y-rumbo-de-la.html. -Tobin or not Tobin, ed. L’Esprit frappeur, Paris, 1998. -Le capital rentier aux commandes, en Les Temps Modernes nº 607, Paris, janvier-février 2000. -La mondialisation du capital, Ed. Syros, 1994. -La mondialisation financière, genèse, coût et enjeux. (co-ordinado por F. Chesnais) Ed. Syros, Paris, 1996.

Drouin, Michel : Le système financier international. Ed. Armand Colin, Paris, 2001. Galbraith, John Kenneth : Voyage dans le temps économique, témoignage de première main, Seuil, Paris,

1995. Fuente: http://www.argenpress.info

[1] Christian Palloix, L’économie mondiale capitaliste et les firmes multinationales, T. II, edit. François Maspero, Paris, abril 1975, pág. 103.

[2] Palloix, op. cit. págs. 106 y 107, quien cita a Stephen Hymer (The efficency (contradictions) of multinational corporations en The American Economic Review, mayo 1970, nº2, pág. 441).

[3] En agosto de 2005 el ex jefe financiero de la firma Worldcom, Scott Sullivan, fue sentenciado a cinco años de cárcel por su participación en el mayor fraude contable en la historia corporativa de los EE.UU.

Sullivan desempeñó también un papel importante como testigo “clave” contra el ex presidente de Worldcom, Bernie Ebbers, quien a su vez fue condenado a 25 años de prisión. Sullivan fue declarado culpable de conspi-ración, fraude con títulos valores y falsas declaraciones financieras.

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La compañía de telecomunicaciones Worldcom colapsó en 2002 luego de un fraude contable de US$ 11.000 millones. “Sullivan fue el arquitecto del fraude en Worldcom”, dijo la juez federal estadounidense Barbara Jones al entregar el veredicto. El colapso de Worldcom fue la mayor quiebra corporativa en la historia de los EE.UU. Cerca de 20.000 trabajadores perdieron sus empleos luego de la declaración de bancarrota. La compañía salió de la quiebra en 2004 y hoy se conoce como MCI.

[4] Philippe Labarde y Bernard Maris, La bourse ou la vie, la grand manipulation des petits actionnaires, edit. Albin Michel, Paris, mayo 2000. Véase también Michel Husson, Les fausses promesses de l’épargne salariale, en Le Monde Diplomatique, febrero 2000 y Whitney Tilson, Stock options, perverse incentives, en www.fool.com/news/foth/2002/foth020403.htm, 03/04/02.

[5] En 1997 Robert Merton y Myron Scholes recibieron el premio Nóbel de economía. Scholes fue el creador, junto con Black, de un método matemático “infalible” para prevenir los riesgos financieros. Merton y Scholes eran asesores de Long-Term Capital Management (LTCM) un gestor de hedge funds de primera línea. Pero el método Scholes-Black no impidió que LTMC quebrara en 1998 y fuera salvado en última instancia por un aporte de 3500 millones de dólares proveniente de 14 grandes bancos. Por eso hablamos de los productos financie-ros “supuestamente” destinados a cubrir riesgos. Los hedge funds son una canasta de valores mobiliarios de alto rendimiento y riesgo elevado que se coloca en el mercado financiero. Se estima que actualmente hay unos 10.000 de esos fondos que manejan 6 billones de dólares de activos. El Banco de Suecia, que elige a los premios Nóbel de Economía, sabe lo que hace: acaba de conferírselo a Paul Krugman quien aprueba el plan actual de inyecciones de liquidez al sistema financiero: “es lo que había que hacer”.

[6] Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). [Contradicción entre la base de la producción burguesa (medida del valor) y su propio desarrollo. Máquinas, etc.]. Siglo XXI Edi-tores, 12ª edición, 1989, tomo 2, págs. 227 y ss.

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Los Galibraith, la visión keynesiana de las crisis y

la realidad económica del siglo XXI

Tapia Granados y Rolando Astaria

The Washington Post publicó el 12 de mayo de este año una entrevista del periodista Ezra Klein con el eco-nomista estadounidense James Galbraith. La entrevista, traducida por R. F. Nyerro con el título «El peligro que representa el déficit público es cero», ha aparecido publicada en SinPermiso y en Rebelión. La visión de James Galbraith es muy típica de la perspectiva poskeynesiana que tanta difusión está adquiriendo en nuestros días. La crisis económica mundial que comenzó a finales del 2007 ha puesto al descubierto las enormes incoherencias de la teoría económica estándar de los Milton Friedman, Robert Lucas y Larry Summers, y ha dado alas al key-nesianismo y, sobre todo, a la visión poskeynesiana, en décadas recientes marginada o totalmente ignorada en los departamentos universitarios de economía. Por ello es conveniente ver hasta qué punto la perspectiva poske-ynesiana supone una ruptura con la visión económica estándar y en qué medida es compatible con los hechos. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de saber cómo funciona la sociedad, para poder cambiarla en beneficio de las mayorías. A eso se destina este comentario: Aumento del déficit presupuestario: ¿la solución para salir de la crisis? Quizá convenga comenzar con una aclaración para quienes hayan leído la traducción española de «El peligro que representa el déficit público es cero», en la que James Galbraith dice lo siguiente: Desde el comien-zo de la crisis, yo he venido abogando por una nómina de vacación fiscal, de modo que todos experimenten un incremento en sus ingresos netos y pueden acortar sus hipotecas...

Lo que Galbraith decía en el original inglés era «I’ve supported a payroll tax holiday so everyone gets an in-crease in their after-tax earnings». Galbraith está entonces proponiendo algo así como «unas vacaciones en las retenciones fiscales de las nóminas» o bien «una suspensión de las retenciones impositivas sobre los salarios». Esa «nómina de vacación fiscal» no es una traducción muy buena. En la traducción, Galbraith dice también lo siguiente: Desde 1790, ¿con qué frecuencia ha dejado el gobierno federal [de EEUU] de incurrir en déficit? Seis cortos períodos, todos seguidos de recesión. ¿Por qué? Porque el gobierno necesita el déficit, es la única manera de inyectar recursos financieros en la economía. Si no incurres en déficit, lo que haces es vaciar los bolsillos del sector privado.

Realmente, viendo el original inglés, lo que dice Galbraith no es que el gobierno necesite que haya déficit fis-cal, sino que se necesita que el gobierno incurra en déficit para que no haya recesión, ya que esa sería la única manera de inyectar recursos financieros en la economía.

En estas y otras partes del artículo Galbraith aboga entonces por gasto público financiado con déficit, es decir, gastos gubernamentales que exceden la recaudación de impuestos y que, por tanto, hacen aumentar la deuda pública acumulada. En la visión de Galbraith, que en esto es la visión general keynesiana, la economía capitalista tiene tendencia a producir menos demanda de la necesaria para que haya poder adquisitivo («demanda efectiva» en la jerga económica) suficiente para comprar todo lo que se produce. Por ello es en general necesario que el gobierno se endeude y cree demanda. Esa visión tiene muchos puntos de contacto con las ideas que defienden los políticos de fuerzas más o menos de izquierda, por usar una terminología convencional. Por lo general esos políticos o sindicalistas reclaman reducciones de los impuestos a los salarios y aumentos a los impuestos al capi-tal, como forma de redistribuir el ingreso y conseguir a la vez justicia social y una mayor demanda agregada que facilite la salida de la crisis. Es muy cuestionable que realmente eso facilite la «salida de la crisis», como veremos más adelante. De todas formas, no es ese el argumento de James Galbraith en este caso. Lo que Galbraith enfa-tiza aquí es que el Estado puede incurrir en cualquier nivel de déficit, sin que ello genere problemas. Se aumenta el déficit y así se reactiva la demanda y se «da un empujón a la economía» para salir de la crisis. En definitiva, usando sabiamente el gasto fiscal, la emisión monetaria, o ambas cosas juntas, se evitarán las recesiones o se facilitará una salida no traumática de la crisis si esta se ha presentado. El déficit es una manera de «inyectar di-nero» en el bolsillo de la gente. El Estado puede hacerlo tranquilamente.

Pero veamos los razonamientos de Galbraith un poco más en detalle. En primer lugar, Galbraith dice que un

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aumento del déficit no tiene por qué afectar a los tipos de interés y afirma que si los mercados pensaran que hay un riesgo serio, los tipos de interés sobre los bonos del Tesoro a 20 años no estarían al 4% y empezarían a cam-biar ahora mismo. Si los mercados pensaran que los tipos de interés sufrirán presiones al alza por problemas de financiación dentro de 10 años, eso se reflejaría ya en un aumento en los tipos a 20 años. Y, en cambio, lo que ha ocurrido es que [los tipos de interés] han bajado a consecuencia de la crisis europea.

La realidad es, sin embargo, que los problemas de la deuda griega no tienen por qué reflejarse mecánicamen-te en los tipos de interés de los bonos del Tesoro estadounidense. Muchas veces en los mercados de activos financieros (como bonos de deuda pública o bonos de empresas) se dan movimientos contrapuestos, como se vio durante los momentos álgidos de la crisis financiera de finales del 2007 y comienzos del 2008. En esa época en EEUU los tipos de interés de los bonos de empresas aumentaron, pero los tipos de referencia de la Reserva Fe-deral y de los bonos del Tesoro bajaron, porque los capitales, cuyo valor se estaba desplomando en todas partes, buscaban refugio en esos bonos. De hecho, los tipos de interés de los bonos del Tesoro llegaron a ser negativos en plena crisis, cuando Lehman Brothers se estaba hundiendo, la tasa interbancaria se había ido a las nubes y algunos economistas keynesianos comentaban con júbilo que el Gobierno se podía endeudar cuando y cuanto quisiera y luego financiar su deuda a interés negativo.

Algo similar está ocurriendo ahora en la crisis griega. Los tipos de interés sobre la deuda griega y de otros países han aumentado porque los inversores temen que Grecia finalmente no pague sus préstamos. A corto plazo esto puede empujar los flujos de capital hacia EEUU y el dólar y facilitar que bajen los tipos de interés en EEUU. Lo interesante aquí es, sin embargo, que los prestamistas del mercado financiero internacional no quieren seguir prestando a países como Grecia, especialmente endeudados, a menos que mejoren las cuentas públicas. Pero «los mercados» saben que esas mejoras de las cuentas públicas pasan por aumentos de impuestos o reduccio-nes de los servicios públicos que contraerán más la demanda, en especial porque los están haciendo muchos países al mismo tiempo. Todo eso profundiza la recesión.

El caso de Irlanda es ilustrativo, porque el «ajuste» se hizo antes que en el resto de Europa. Al estallar la crisis, el gobierno aplicó la receta del Fondo Monetario Internacional y de la ortodoxia económica: aumentó los impuestos y redujo los salarios de los empleados públicos más del 20%. Pero la demanda siguió cayendo, y la economía se contrajo en 2009 más de un 7%, con lo que el balance fiscal pasó de ser positivo en el 2007, a incurrir en un déficit de 13,4% en el 2009. Por lo cual Irlanda tuvo que seguir endeudándose; los precios de los bonos de deuda pública irlandesa siguieron bajando y hoy Irlanda paga 3 puntos de porcentaje más que Alemania para financiarse. Algo similar ocurrirá con los ajustes en Grecia, España, Portugal y otros países. Esto es como la «paradoja del ahorro» que propuso Keynes y que sale en los manuales de macroeco-nomía. Los ciudadanos de un país aumentan el ahorro, para bajar, por ejemplo, su nivel de endeudamiento. Pero al gastar menos disminuye la demanda; por lo tanto bajan la producción y el ingreso; razón por la que finalmente también baja el ahorro, y el problema del endeudamiento no se alivia. En este caso lo que quiere el Gobierno irlandés es reducir el déficit y para ello recorta el gasto público y aumenta los impuestos; pero la contracción de la demanda que se deriva de ello hace bajar el ingreso, por lo que baja todavía más la recaudación de impuestos y se incrementa el déficit.

El déficit fiscal enorme en muchos países se suma a la falta de demanda en gran parte de la economía mun-dial, lo que crea presiones para una caída de precios, es decir, un proceso deflacionario que parece estar ya en marcha en Japón, iniciándose en Europa y posiblemente también en EEUU. Por eso un sector de la clase domi-nante y sus economistas, temerosos de que la demanda se desplome y aumente aún más el desempleo, están pidiendo que se mantenga el gasto público. Pero, por otra parte, el aumento del déficit fiscal lleva al aumento de las tasas de interés y a la inestabilidad de los mercados financieros en muchos países. Primero fue Dubai, luego Grecia, después Hungría, ahora Irlanda, España y Portugal. Y el riesgo es que el incendio se extienda a todo el sistema financiero mundial. El dilema que se presenta es cómo transitar entre el abismo de una caída de la demanda efectiva internacional, que llevaría a una depresión mundial, y el abismo de una crisis financie-ra internacional generalizada, que podría desembocar también en una gran depresión. Eso evidencia que las contradicciones de la economía, que están en la base de la crisis, no se solucionan ni con mayor gasto fiscal, ni aplicando el ajuste generalizado. A corto plazo el déficit fiscal crea demanda, pero a medio y largo plazo ese déficit tiene que ser cubierto con ingresos fiscales (impuestos) que, caigan sobre las ganancias o los salarios, a su vez reducirán la demanda. Tras decenios de aplicar la fórmula keynesiana y aumentar la deuda pública, los gobiernos se encuentran ahora con que «inventar» demanda mediante el aumento del déficit crea inestabilidades macroeconómicas importantes y exige «apretarse el cinturón». Pero esto, ¡mala suerte!, reduce la demanda. Salir del fuego para caer en las brasas...

Todo esto debería ser el centro de la crítica a los planes de ajuste recomendados por el FMI y la ortodoxia

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económica. Sin embargo, la crítica se debilita si se sostienen recetas irrealistas, o si se piensa que las contradic-ciones profundas del capitalismo se superan fácilmente generando deuda. Del hecho cierto que la receta del FMI –hacer ajuste fiscal en medio de una depresión— agrava los problemas, no debería deducirse que, «en general», la deuda puede aumentar indefinidamente, como hace James Galbraith. Galbraith afirma que si los tipos de in-terés a corto plazo no suben y la inflación aumenta, la deuda pública no será «tan grave». La realidad es que, si hay déficit fiscal, hay dos maneras de financiarlo.

En primer lugar, se puede resolver el déficit mediante señoraje, es decir, imprimiendo dinero. Hay larga expe-riencia en este método. Mientras que en la visión keynesiana la inflación, es decir, la devaluación de la moneda —que es lo mismo que la disminución del poder adquisitivo del dinero— está básicamente determinada por la relación entre oferta y demanda agregadas y por la situación del mercado de trabajo, de forma que mientras haya desempleo no es previsible que haya inflación, Marx pensaba que «el valor de los billetes en circulación depende inversa y exclusivamente de su propia cantidad», de tal forma que la impresión de billetes tenderá a reducir el valor adquisitivo de los mismos. En Argentina fue un método típico de financiamiento en décadas pasadas. Y por supuesto, termina en inflación creciente que hace que los salarios se reduzcan por devaluación de la moneda. Los ejemplos se podrían multiplicar.

En segundo lugar, puede financiarse el déficit mediante emisión de deuda: bonos del Estado que se venden a los particulares, las empresas y los bancos. Pero en la medida en que el déficit crece, el tipo de interés que el Gobierno ha de pagar por esa deuda, sube. En EEUU puede haber cierta cobertura frente a este efecto, ya que ese país tiene señoraje sobre la moneda internacional. Sin embargo, es dudoso que los demás países estén dispuestos a seguir aceptando indefinidamente una moneda crecientemente devaluada por el señoraje. China, con enormes reservas denominadas en dólares estadounidenses (por ejemplo, en bonos del Tesoro de EEUU), ya ha manifestado su oposición a esa perspectiva. En última instancia, se buscarán otros activos que puedan funcionar como reservas de valor. Ya desde hace tiempo se especula que China podría jugar «la carta del oro», deshaciéndose en todo o en parte de sus reservas en dólares para adquirir reservas en oro.

Pero Galbraith va mucho más allá en sus asombrosas ideas sobre cómo liquidar la crisis. Sostiene que, para pagar, el gobierno no necesita dinero. Así le dice al periodista del Washington Post: Hay una sola autoridad presu-puestaria y crediticia, y lo único que cuenta es lo que esta autoridad paga. Suponga que yo soy el gobierno federal y quiero pagarle a usted, Ezra Klein, mil millones de dólares (...) Lo que hago es transferir dinero a su cuenta ban-caria. ¿Se preocupará de eso la Reserva Federal? ¿Tendrá que contar con una firma del Servicio de Impuestos Internos? Para gastar, el gobierno no necesita dinero: tan obvio como que un carril de bolos nunca descarrila.

Resulta pues, según esta fantástica visión de Galbraith, que la Reserva Federal no se preocupa si el Tesoro le paga a Fulano mil millones de dólares. ¿De dónde cree Galbraith que saca el dinero el Tesoro? El Tesoro tiene una cuenta en la Reserva Federal y paga sus cuentas girando cheques contra esa cuenta. Para eso, la cuenta tiene que tener fondos. Para cubrir esos fondos hay dos salidas, de nuevo. O bien el Tesoro coloca títulos en el mercado y se endeuda; o bien el Tesoro vende un bono a la Reserva Federal. Esto aparece en los balances mu-chas veces como un «adelanto», que en la práctica es la forma que asume la emisión monetaria.

Galbraith afirma de seguido que lo que preocupa a la gente es que el gobierno federal no sea capaz de vender títulos de deuda. Pero el gobierno federal no puede tener nunca problemas para vender su deuda. Al revés. El gasto público es lo que crea demanda bancaria de títulos de deuda, porque los bancos quieren mayores rendi-mientos para el dinero que el gobierno pone en la economía. Mi padre decía que este proceso es tan sencillo, que la mente se bloquea ante su simplicidad.

Como el padre de James Galbraith fue el famoso economista John Kenneth Galbraith, nos encontramos aquí ante un argumento de autoridad. Pero veamos el argumento de padre e hijo. La idea de los Galbraith, padre e hijo, según la cual los bancos siempre quieren títulos de deuda de los gobiernos, contrasta con la realidad ob-servable en los últimos dos o tres siglos. Cuando los bancos ven peligrar sus préstamos a un Estado —sea por probable default de la deuda o por inflación de la moneda correspondiente que devalúe el préstamo—, su actitud es exigir mayores tipos de interés para compensar el mayor riesgo y, en última instancia, si las cosas «se ponen feas», se niegan a prestar al gobierno correspondiente. Eso es lo que ha sucedido en todos los países cuando los gobiernos han experimentado dificultades para financiarse. Es lo que está ocurriendo ahora en muchos países europeos.

Sobran las pruebas contra el aserto de los Galbraith de que los bancos siempre están deseosos de dar dinero

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por bonos de deuda pública. ¿Acaso no es evidente que hoy muchos gobiernos, por ejemplo de Argentina, Gre-cia, Portugal, México o España, tienen o podrían tener serios problemas para colocar sus bonos de deuda? ¿Por qué, si no, está Grecia al borde de la quiebra y se teme por las finanzas de países como Irlanda, España o Portu-gal, seriamente endeudados? ¿En qué mundo vive Galbraith? Y eso por no mencionar el problema inverso, el que se dio en EEUU y en otros muchos países a finales del 2007 y comienzos del 2008, cuando fueron los gobiernos a través de sus bancos centrales los que tuvieron que respaldar a los bancos privados para que no quebraran.

El caso del Japón James Galbraith parece usar el caso del Japón como ejemplo ilustrativo de que un go-bierno no ha de tener problemas para financiar su déficit fiscal y su deuda nacional. Así afirma que pese a los déficits enormes ininterrumpidos desde el crash de 1988, el gobierno japonés no ha tenido el menor problema en financiarse y que el tipo de interés de la deuda pública japonesa desde entonces ha sido cero. Parecería como si la economía japonesa estuviera boyante, según lo que dice Galbraith. La realidad es, sin embargo, que Japón está pasando por una dura recesión, agravada por una enorme deuda pública. A los keynesianos no les gusta comparar las economías nacionales con las economías de empresas o de hogares (véase por ejemplo el artículo reciente de Randall Wray). La justificación para decir que un gobierno no es lo mismo que una familia es que el gobierno que puede imprimir su propia moneda, el yen en el caso japonés, no tiene problema alguno para pagar su deuda. Ciertamente, así es. Pero a medio plazo eso reducirá el valor adquisitivo de la moneda nacional y podrá llegar un momento en que el gobierno tenga que aumentar los impuestos, reduciendo así la demanda efectiva. Además, si el gobierno paga sus deudas con una moneda devaluada, los acreedores sufren las pérdidas. Que el Gobierno pague con una moneda devaluada es como un impuesto implícito y siempre habrá ―alguien que pague o que sufra una pérdida. Y no siempre la pérdida la sufren los ―parásitos especuladores y los ―rentistas. Por ejemplo, el gobierno puede pagar en moneda devaluada las pensiones a los jubilados; o puede pagar con mone-da devaluada los salarios, que han quedado estancados, etc. La idea de Galbraith y de Randal Wray de que la deuda puede aumentar indefinidamente sin costos, no tiene sentido. Además, frente a la idea de que el gobierno puede imprimir moneda para pagar sus deudas, se da la realidad de muchos gobiernos que tienen préstamos en una moneda que no pueden imprimir. Es el caso de los préstamos en dólares o en euros a gobiernos latinoame-ricanos. Pero tampoco los gobiernos de países del área del euro pueden imprimir euros.

Además, el caso del Japón no es el caso de Irlanda, Grecia o Portugal. De hecho, hay muchas diferencias entre la situación fiscal y económica del Japón y la de esos países. Ciertamente, el déficit presupuestario japonés se aproxima al 10% de la renta nacional y la deuda nacional acumulada llega casi a dos veces la renta nacional. Sin embargo: a) el 93% de esa deuda está en yenes; b) el Gobierno japonés es el primer acreedor neto del mun-do; c) las empresas privadas japonesas también son acreedores netos; d) Japón tiene un superávit en cuenta corriente (o sea, un exceso de exportaciones sobre importaciones) equivalente al 3% de la renta nacional; e) a pesar de la recesión, los pagos de la deuda japonesa en 2009 fueron solo 1% de la renta nacional, los más bajos de todos los países desarrollados. Todo esto es muy distinto a lo que ocurre por ejemplo en Grecia o España, que importan más de lo que exportan y cuya deuda está denominada en una moneda, el euro, que sus gobiernos no pueden imprimir.

Por otra parte, el estancamiento económico del Japón desde principios de los años noventa es ilustrativo de cómo las políticas de estímulo económico pueden ser completamente inefectivas. La economía japonesa lleva ya casi dos décadas estancada a pesar de que el gobierno inyectó dosis masivas de liquidez y aumentó el gas-to fiscal. Pero la inversión sigue sin recuperarse. Si los capitalistas no ven condiciones favorables para invertir –condiciones que tienen que ver con la rentabilidad y las perspectivas de demanda—, los efectos multiplicadores previstos por la macroeconomía keynesiana no funcionan. El gobierno aumenta la demanda vía gasto público; los capitalistas reducen sus inventarios y aumentan su liquidez, pero no vuelven a invertir, por ejemplo, porque utilizan la liquidez para bajar su nivel de endeudamiento. Los bancos, a su vez, se aprovisionan de liquidez para hacer frente a posibles caídas de sus activos y la economía sigue estancada.

La deuda pública y la riqueza nacional

Marx tenía una visión sobre la deuda pública muy distinta a la que hoy difunden muchos economistas que son considerados de izquierdas y progresistas. En El Capital, Marx dice lo siguiente: Como la deuda pública tiene que ser respaldada por los ingresos del Estado, que han de cubrir los intereses y demás pagos anuales, el sistema de los empréstitos públicos tenía que tener forzosamente su complemento en el moderno sistema tributario. Los empréstitos permiten a los gobiernos hacer frente a gastos extraordinarios sin que el contribuyente se dé cuenta de momento, pero provocan, a la larga, un recargo en los tributos. A su vez, el recargo de impuestos que trae consigo la acumulación de las deudas contraídas sucesivamente obliga al gobierno a emitir nuevos empréstitos,

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en cuanto se presentan nuevos gastos extraordinarios.

Por ello, continúa Marx, el sistema fiscal moderno, que gira en torno a los impuestos sobre los artículos de primera necesidad y tiende a encarecerlos, es decir, a generar inflación, lleva en sí mismo la tendencia general a expandirse más y más: El sistema del crédito público, es decir, de la deuda del estado, cuyos orígenes descu-bríamos ya en Génova y en Venecia en la Edad Media, se adueñó de toda Europa durante el período manufac-turero. El sistema colonial, con su comercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de acicate. Por eso fue Holanda el primer país en que arraigó. La deuda pública (...) imprime su sello a la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos es... la deuda pública.

Afirmación de Marx que los ciudadanos trabajadores griegos, españoles y de otros países sentirán en sus carnes —si no consiguen evitarlo con sus protestas— en estos tiempos en los que, tras salvamentos millonarios a los bancos, los Estados necesitan que los ciudadanos «se aprieten el cinturón». Tampoco Keynes, autor que inspira a los Galbraith, mantenía que los gobiernos pudieran endeudarse indefinidamente y que la demanda se sostuviera por esta vía. Lo que planteaba Keynes era que en medio de una recesión no deben aplicarse ajustes presupuestarios –como hoy recomienda un sector del establishment económico– y que un aumento del déficit, con vistas a activar la demanda de inversión, puede ayudar a sacar a la economía de la recesión. En su esquema, el gasto estatal impulsaría la demanda, lo que aumentaría el ingreso, lo que a su vez permitiría aumentar el ahorro (entre otros factores, aumentando la recaudación fiscal), que financiaría el aumento del gasto. Se puede discutir acerca de la eficacia de estos remedios para salir de una depresión. Desde la teoría marxista se puede explicar por qué las crisis son inherentes al sistema capitalista y no pueden evitarse ni con políticas monetarias, ni con po-líticas fiscales. La «sintonía fina» macroeconómica, la política económica «sabia» que predican los keynesianos no parece haber servido para prevenir las recesiones en el último medio siglo. De todas maneras, volviendo a las ideas de James Galbraith, no se puede sostener con un mínimo de seriedad que desde la perspectiva de Keynes el déficit fiscal permanente no constituya problema alguno.

La realidad de las crisis en la «economía de mercado»

Galbraith dice que los déficit fiscales «le ponen dinero en el bolsillo a la gente», una idea atractiva, similar en cierto sentido a la de los economistas conservadores, que siempre insisten en recortar impuestos al consumo y a las rentas para aumentar el ingreso y así estimular la economía. Desde la perspectiva de los seguidores actuales de Keynes el déficit fiscal es a menudo la forma de resolver el desempleo, la pobreza y prácticamente todos los males de nuestra «economía de mercado». Una política económica adecuada mediante restricción crediticia e impuestos altos en los periodos de expansión y estímulo durante los periodos de recesión —mediante recortes de impuestos, tipos de interés bajos y gasto público elevado, financiado mediante déficit— conseguirá un creci-miento económico sin altibajos y con pleno empleo. En unas pocas décadas seremos así tan ricos que la jornada laboral se habrá reducido a cuatro o cinco horas y el principal problema de los seres humanos será qué hacer con el tiempo libre. Esa era la previsión de Keynes hace casi ochenta años. Lástima que esa previsión no se haya cumplido, que la economía haya seguido teniendo recesiones cada pocos años y que desde que la jornada labo-ral se redujo a unas ocho horas por las luchas obreras a finales del siglo XIX, apenas haya habido ninguna mejora ulterior. De hecho, en países como EEUU o Japón las estadísticas prueban que antes de la recesión actual la jornada laboral promedio pasaba con mucho de las ocho horas diarias. Muchas veces se hacen chistes sobre las profecías fallidas de Marx, que a mediados del siglo XIX pensaba que en pocos años se llegaría a una sociedad sin clases sociales. Pero no fue Marx el único economista cuyas profecías no se cumplieron.

Sin embargo, Marx pensaba que en el sistema económico actual las crisis (o sea, las recesiones o depresio-nes, en terminología actual), son un fenómeno habitual y todo indica que en eso estaba bastante atinado. James Galbraith y Randall Wray nos dicen que desde finales del siglo XVIII hasta el presente ha habido seis periodos en los que el gobierno federal de EEUU no ha tenido presupuestos deficitarios y que esos seis periodos de gasto pú-blico equilibrado han llevado todos ellos a la recesión. Y bien, se les podría preguntar, ¿qué prueba eso? Porque, ¿cuántas recesiones ha habido desde finales del siglo XVIII hasta el presente en EEUU? Desde luego, no seis, sino muchísimas más. Por ejemplo, Diebold y Rudebusch contabilizan 30 recesiones solo en el casi siglo y medio transcurrido entre 1855 y 1991. Esto es aproximadamente una recesión cada cuatro o cinco años. Y desde el final de la segunda guerra mundial, cuando la teoría económica keynesiana se hizo predominante y se aplicaron polí-ticas económicas keynesianas en general, en la economía estadounidense se registraron según la cronología del National Bureau of Economic Research recesiones (de muy diversa duración) iniciadas en los años 1948, 1953, 1957, 1960, 1969, 1973, 1980, 1981, 1990, 2001 y la recesión prácticamente mundial del 2007, de la que hay

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serias dudas que la economía mundial esté ahora saliendo. Y, por cierto, las recesiones en décadas recientes, ni en EEUU ni en otros países han estado precedidas de periodos de presupuesto no deficitario. Tanto durante los mandatos presidenciales de los dos Bush (1989-1993 y 1993-2001) como de Clinton (1993-2001) el gasto público en general excedió la recaudación fiscal, salvo un par de años durante la expansión de los años noventa. Durante la presidencia de Bush II el déficit presupuestario del gobierno federal estadounidense se disparó cuando el go-bierno gastó a manos llenas en sus aventuras militares en Irak y Afganistán (aventuras en las que hoy continúa la administración Obama). Pero todo eso no previno la crisis que comenzó a finales del 2007.

¿Cómo se sale de las crisis económicas?

Actualmente el FMI, algunos gobiernos como el de Alemania y una parte de los economistas «de derechas» proponen reducir drásticamente los gastos sociales y el subsidio de desempleo, recortar salarios, hacer que el despido sea libre y que se pueda contratar a todo el mundo en precario (esto suelen llamarlo flexibilización del mercado laboral) y que no haya regulación alguna de los mercados. Otro sector de la economía académica, conformado entre otros por los economistas vinculados a la administración de Obama, los articulistas del Finan-cial Times y la influyente revista The Economist, critica la política de la Merkel y sostiene que los países más fuertes, como Alemania, Francia y EEUU, deben seguir aumentando el gasto público con una política monetaria expansiva. Este sector también está de acuerdo en imponer mayor regulación a los mercados financieros y a los bancos. Frente a estas alternativas del establishment económico, los economistas «de izquierdas», como Gal-braith y Wray, piden en cambio que aumenten los salarios para que haya más demanda, que se aumente el gasto público para que se creen puestos de trabajo y que haya subsidio de desempleo y se aumenten las medidas de protección social. Cualquiera que tenga dos dedos de frente y cierta «sensibilidad social» diría que esto último es mucho mejor, ¿no?

La cuestión aquí, es separar dos cosas que aunque tienen relación, son distintas. Por una parte, está la rea-lidad económica, cómo funciona el sistema de producción y distribución de la «economía de mercado» y si lo que dicen sobre ese funcionamiento distintas escuelas de pensamiento es cierto o es falso. Por otra parte, está la cuestión de qué es lo que favorece a unos sectores de la sociedad, a unas clases sociales, y qué favorece a otras.

Por ejemplo, desde una perspectiva de defensa de los intereses de los asalariados es evidente que hay que defender medidas como el subsidio de desempleo, porque los desempleados tienen que poder vivir. Pero es ilu-sorio decir, como se dice a veces desde posiciones supuestamente progresistas, que el subsidio de desempleo crea demanda y por tanto favorece la salida de la crisis. Ciertamente, el dinero del subsidio que se paga a los desempleados crea demanda, pero si, por ejemplo, la cuantía total anual del subsidio es 2000 millones, como los subsidios son siempre menores que los salarios que reemplazan, la demanda de bienes de consumo que puedan crear esos 2000 millones siempre será menor que la demanda anual que creaban los salarios de los emplea-dos antes de que comenzara la crisis que, supongamos, eran 3000 millones. Si con una demanda de consumo de 3000 la demanda era insuficiente para cubrir la oferta, con 2000 millones la insuficiencia de la demanda será mucho mayor.

Lo clave para que se recupere la demanda son las inversiones. En el mundo hay ahora enormes masas de dinero que antes o después necesita encontrar «oportunidades de inversión». Y oportunidades de inversión signi-fica empresas con buenas perspectivas de producir ganancia. Como las ganancias empresariales son la diferen-cia entre ventas totales y costos, y un componente importante de los costos son los costos salariales, para que aumente la inversión es clave que aumente la rentabilidad, por ejemplo, mediante la reducción de los salarios. Como el subsidio de desempleo al menos en alguna medida reduce la presión a la baja que el desempleo masivo pone sobre los salarios, dificulta la recuperación de la rentabilidad empresarial y, por tanto, la recuperación de la rentabilidad. Decir simplemente que se puede salir de la crisis porque el subsidio de desempleo o los aumentos de salarios aumentan la demanda agregada y de esa forma estimulan la economía es ignorar el mecanismo básico del capitalismo, que es la explotación del trabajo asalariado. Las empresas obtienen mayor rentabilidad cuanto menores son los salarios y estos son tanto menores cuanto más presione la necesidad sobre los asala-riados, forzándoles a aceptar cualquier trabajo y cualquier ingreso. Si los salarios son muy bajos las ganancias serán muy altas y la economía no solo recibirá un estímulo sino que se acelerará sobremanera, por la afluencia de inversiones de capital, atraídas por esa alta rentabilidad. En una ocasión Marx citó con aprobación al sindicalista inglés Thomas Dunning, quien afirmaba que el capital

tiene horror a la ausencia de ganancia o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza tiene horror

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al vacío. Conforme aumenta la ganancia, el capital se envalentona. Asegúresele un 10% y acudirá adonde sea; un 20%, y se sentirá ya animado; con un 50%, positivamente temerario; al 100%, es capaz de saltar por encima de todas las leyes humanas; el 300%, y no hay crimen a que no se arriesgue aunque arrostre el patíbulo. Si el tumulto y las riñas suponen ganancia, allí estará el capital encizañándolas.

Las crisis económicas son periodos de baja rentabilidad del capital, en los que muchas empresas dan pérdidas y quiebran, mientras otras tratan de sobrevivir recortando gastos, para lo cual los despidos son a menudo el me-canismo fundamental. Ambas cosas aumentan el desempleo y esto a su vez pone presión a la baja sobre los sala-rios. Las quiebras de empresas y la baja de los salarios hacen que, poco a poco, las empresas restantes mejoren las perspectivas de negocio por disminución de la competencia, aumento de la cuota de mercado y reducción de los costos, tanto salariales como no salariales, ya que los insumos de las empresas tienden a abaratarse en las crisis, en las que en general caen todos los precios.

El argumento poskeynesiano según el cual el aumento del gasto público y la «inyección de dinero» en la economía son el método ideal para resolver la crisis tiende a ocultar un aspecto central, que la «solución» de las crisis en el capitalismo siempre pasa por el aumento de la explotación, por la desvalorización de los capitales improductivos y la concentración del capital. De hecho, si mediante el aumento del gasto público el gobierno in-yecta liquidez en la economía (por ejemplo, mediante subsidios de desempleo, pagos para hacer obras públicas o adquisiciones a empresas nacionales de portaviones o tanques para el ejército) y las empresas, los capitalis-tas individuales y bancos deciden guardar las ganancias que obtienen a partir de esa actividad en forma líquida porque no ven perspectivas de inversión, la economía no se reactivará o se reactivará muy poco. Se podrían dar muchos ejemplos, como el que ya mencionamos del Japón, que muestran que no se sale de una recesión simplemente creando demanda a través de la inyección de dinero en la economía por parte del banco central. La razón de fondo es que el elemento clave en la dinámica del capitalismo es la acumulación del capital, es decir, la inversión, que a su vez depende de la rentabilidad de los capitales individuales, es decir, las empresas. El núcleo de la dinámica económica es la decisión del capitalista individual o colectivo de inyectar dinero en la circulación, es decir, invertir. El gasto estatal puede complementar, o facilitar esa inversión privada, pero no es lo decisivo.

En cada crisis económica la caída de los salarios, el aumento de la explotación vía incrementos de los ritmos de trabajo y el aumento de la «disciplina laboral» en los centros de trabajo son componentes claves para la re-cuperación de las ganancias empresariales y del crecimiento económico. En eso la visión de la economía están-dar, neoclásica, de los economistas generalmente ligados a las instituciones financieras internacionales y a los gobiernos más conservadores, es mucho más realista que la de los economistas keynesianos. Los economistas conservadores defienden claramente los intereses de las empresas y los bancos, piden recortes de impuestos a las ganancias empresariales y reducción de salarios y servicios sociales y descalifican como tonterías las ideas keynesianas de reforzar la demanda.

La lucha de los asalariados contra la reducción de los salarios y contra la supresión de servicios sociales es parte general de la defensa de los intereses de quienes producen la riqueza o, lo que es lo mismo, de la lucha contra la explotación del trabajo. Por ello es reaccionario no apoyarla aunque, de hecho, esa lucha bloquea los mecanismos habituales de superación de la crisis mediante el aumento de la explotación. En resumidas cuentas, en las crisis o se defienden medidas para aumentar la explotación que favorecen la «vuelta a la normalidad» del crecimiento económico, o se lucha contra esas medidas y entonces se está interfiriendo con los mecanismos del sistema e, implícitamente, empujando hacia soluciones de la crisis que van más allá del sistema capitalista. Las ideas de muchos intelectuales y políticos o economistas poskeynesianos que desde la izquierda proponen refor-mas y políticas «para superar la crisis y que no la paguen los trabajadores» reflejan una profunda confusión sobre cómo funciona el sistema. Y, de hecho, aunque algunos economistas poskeynesianos consideran el aumento salarial como favorable por la creación de demanda que podría generar, otros como Dean Baker dicen sin tapujos que los salarios deben reducirse, aunque para ello proponen el medio sutil de la inflación.

Lo ocurrido en Japón en años recientes es un ejemplo ilustrativo de cómo un componente clave de las crisis es el aumento de la explotación de los trabajadores. En todo ese periodo los salarios estuvieron estancados o se redujeron y la situación general de los trabajadores empeoró, especialmente durante el 2009, año en el que, según informa The Economist, los bonos que se pagan a los trabajadores en las grandes empresas bajaron aproximadamente un 15%. Los trabajadores jóvenes que son admitidos a las empresas reciben salarios mucho menores que los trabajadores con antigüedad y los puestos permanentes, de por vida, tradicionales en las empre-sas japonesas, son cosa del pasado, ya no se garantizan, los puestos temporales y precarios son cada vez más frecuentes. Quienes tienen esos puestos carecen de seguridad laboral, no reciben los bonos que representan un

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20% del ingreso de los trabajadores regulares, no disponen de vacaciones pagadas ni subsidios para pagar la seguridad social. Muchas empresas están además imponiendo jubilaciones anticipadas, a edades de alrededor de 50 años, para disminuir costos.

Algo similar ha sucedido en EEUU, donde la recesión que comenzó a finales del 2007 ha hecho que se reduz-can los salarios y aumente la productividad. Así, según estadísticas oficiales del Bureau of Labor Statistics entre el 2008 y el 2009, de cuarto a cuatro trimestre el producto por hora de las personas empleadas aumentó casi un 6% mientras que la compensación real por hora se redujo casi 2% y los costos laborales unitarios disminuyeron 5,2%.

Todo esto, sin embargo, no es ninguna novedad. Son las medidas tradicionales que se proponen en cada país cada vez que el capitalismo hace crisis. Las soluciones que se proponen implican defender el valor de las propiedades de quienes tienen el poder económico (y político) y aumentar las ganancias del capital mediante reducciones de salarios. De todas formas, aunque los recortes de salarios no se propongan, el sistema los pro-mueve automáticamente en cada crisis. No hay propuesta más convincente para reducir salarios que la masa de desempleados en busca de trabajo que se multiplica en cada recesión.

Capitalismo, socialismo, crisis económicas y el futuro de la humanidad

El aspecto clave del capitalismo, persistente mostrado por los hechos y tercamente negado por los políticos y los economistas conservadores o reformistas es que el fundamento del sistema es conseguir y aumentar la ganancia empresarial, la rentabilidad del capital a corto plazo. Bajo el capitalismo, a ese objetivo se subordina todo lo demás.

A comienzos del siglo XIX, cuando la revolución industrial en Inglaterra estaba poniendo las bases de un enorme sufrimiento de los campesinos expulsados de sus tierras y convertidos en trabajadores industriales, se crearon muchas utopías sociales. Las utopías comunistas de Campanela y Thomas Moro eran antiguas, las de Fourier y Saint.

Simon surgieron precisamente en aquellos tiempos. Era cuando Adam Smith y David Ricardo predicaban las virtudes de la moderna economía de mercado y el cura Malthus culpaba a los obreros de sus propios males, por no ser castos y tener demasiados hijos. Federico Engels comenzó su crítica social atacando las teorías de Smith, Ricardo y Malthus. Fue en parte a partir de la lectura de esas críticas que Marx se hizo comunista y se interesó en los fenómenos y las teorías económicas. Pronto la labor de ambos, aparte del estudio de los fenómenos so-ciales y la labor directa en organizaciones obreras, se centró en la crítica de las ideas económicas y sociales de otras corrientes y autores. Frente a quienes como Proudhom en Francia, los fabianos ingleses, o los partidarios del Henry George en EEUU pretendían reformar la sociedad para así mejorarla y hacerla menos injusta y menos hiriente para los trabajadores, Marx enfatizó que la lucha por reformas solo podría conseguir mejoras transitorias y efímeras, y que la lucha clave era la de transformar la organización económica y social de la sociedad. Quie-nes pocos años tras la muerte de Engels todavía defendían esas ideas en el movimiento socialista, como Karl Liebnecht, Rosa Luxemburg o Vladimir Ilich Lenin, pronto se vieron forzados a oponerse a una gran carnicería, la guerra mundial de 1914-1918. Quienes habían enfatizado la necesidad de ser realistas y de luchar por las re-formas inmediatas como medio de cambiar la sociedad participaron gustosos en esa carnicería. Mucho ha llovido desde aquel entonces y las experiencias socialistas y comunistas del siglo XX han sido diversas, variadas y en gran medida decepcionantes. Eso exige aprender de todas esas experiencias y, más que nunca, que quienes se oponen al capitalismo convenzan con argumentos, no con inventos y soluciones fáciles.

James Galbraith y muchos otros economistas keynesianos han hecho valiosas críticas de la política social y económica conservadora. Frente a las tonterías reaccionarias de la economía neoclásica de los Milton Friedman y los Robert Lucas (que con su ―tasa natural de desempleo, su mundo de consumidores que optimizan entre el ocio y el trabajo y sus mercados financieros eficientes que tienden al equilibrio niegan las realidad del desempleo masivo y las crisis financieras recurrentes), los poskeynesianos han enfatizado a menudo la incertidumbre y la inestabilidad de los mercados financieros y las lacras de la desigualdad social y la desocupación que el mercado no resuelve. Pero ni James Galbraith ni su padre, el mundialmente conocido John Kenneth Galbraith, autor de tantos libros interesantes y embajador estadounidense en la India, fueron nunca más allá de buscar un capitalis-mo reformado, y por eso sus críticas a la derecha se debilitan. De hecho John Kenneth Galbraith, afirmo una vez, lúcidamente, lo siguiente: Yo soy una persona conservadora y por tanto tengo tendencia a buscar antídotos para las tendencias suicidas del sistema económico. Pero gracias a la típica inversión del lenguaje esta predisposición

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suele ganarle a uno la reputación de ser un radical.

Algo similar ocurre con Keynes, a quien muchos derechistas consideran un radical de izquierda. Pero Keynes nunca ocultó que su principal objetivo era salvar al capitalismo del socialismo, a eso iban dirigidas sus propuestas de reforma. Con plena conciencia, el aristocrático Lord Keynes tomaba partido por la burguesía y sostenía que «puedo estar influido por lo que me parece justicia y buen sentido, pero la guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada».

Quienes suscribimos este comentario también estamos convencidos como John Kenneth Galbraith de que existen «tendencias suicidas» en el sistema capitalista. Pero en vez de dejar que el capitalismo y sus persisten-tes intentos suicidas sigan sometiendo a la humanidad al sufrimiento de la pobreza, la desigualdad y las crisis económicas, al riesgo permanente de la guerra y a la creciente destrucción ambiental, preferimos que el paciente se suicide de una vez para que los demás podamos vivir. Y, si hace falta, haremos lo posible por propiciarle una buena eutanasia.

REFERENCIAS CITADAS

Baker, Dean, «La crisis griega y los economistas», SinPermiso, 9/V/2010 (www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3308, trad. de M. Estrella, originalmente publicado en Counterpunch, 5/V/2010, www.counterpunch.org/baker05042010.html)

Diebold, Francis X., Rudebusch, G. D. Business cycles — Durations, dynamics, and forecasting (Princeton University Press, 1990).

Galbraith, John Kenneth. The great crash, 1929 (Nueva York, Yime, 1962).Keynes, John M. Essays in persuassion (Nueva York, Norton, 1963, p. 324). La cita en la versión en castellano

(Ensayos de persuasión, Barcelona, Crítica, 1988, trad. J. Pascual) está en la p. 300).Marx, Carlos. Contribución a la crítica de la economía política [1859] (trad. J. Merino, Madrid, 1970, Alberto

Corazón, p. 159).Marx, Carlos. El Capital—Crítica de la economía política [1867] (trad. W. Roces, México, FCE, 1989, cap. 24,

pp. 643 y 646 ).Wray, L. Randal. «No se dejen engañar: el presupuesto público no tiene nada que ver con el presupuesto fa-

miliar» SinPermiso, 4/IV/2010 (trad. C. Altisench, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3227)

Rolando Astarita es docente en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires, donde ha dictado clases sobre macroeconomía, desarrollo económico y comercio internacional. Es autor de los libros Valor, mercado mundial y globalización (Buenos Aires, Kaicron, 2006), Keynes, poskeynesianos y keynesia-nos neoclásicos (Buenos Aires, Edic. Univ. de Quilmes, 2008), El capitalismo roto (Barcelona, Fundación Andreu Nin, 2009) y Monopolio, imperialismo e intercambio desigual (Madrid, Maia, 2009). José A. Tapia es economista especializado en salud pública e investigador en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Ha publicado trabajos en Social Science & Medicine, Journal of Health Economics, Ensayos de Economía, Revista Panamericana de Salud Pública, International Journal of Political Economy, Proceedings of the National Academy of Sciences y otras revistas.

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www.sinpermiso.info, 11 julio 2010

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El neoliberalismocomo destrucción creativa

David Harvey

The ANNALS of the American Academy of

Political and Social Science 2007

El neoliberalismo se ha convertido en un discurso hegemónico con efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto de que ahora forma parte del sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo. ¿Cómo logró el neoliberalismo una condición tan augusta, y qué representa? En este artículo, el autor afirma que el neoliberalismo es sobre todo un proyecto para restaurar la dominación de clase de sectores que vieron sus fortunas amenazadas por el ascenso de los esfuerzos socialde-mócratas en las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Aunque el neoliberalismo ha tenido una efectividad limi-tada como una máquina para el crecimiento económico, ha logrado canalizar riqueza de las clases subordinadas a las dominantes y de los países más pobres a los más ricos. Este proceso ha involucrado el desmantelamiento de instituciones y narrativas que impulsaban medidas distributivas más igualitarias en la era precedente.

El neoliberalismo es una teoría de prácticas políticas económicas que proponen que el bienestar humano pue-de ser logrado mejor mediante la maximización de las libertades empresariales dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, libertad individual, mercados sin trabas, y libre comercio. El papel del Estado es crear y preservar un marco institucional apropiado para tales prácticas. El Estado tiene que preocuparse, por ejemplo, de la calidad y la integridad del dinero. También debe establecer funciones militares, de defensa, policía y judiciales requeridas para asegurar los derechos de propiedad privada y apoyar mercados de libre funcionamiento. Además, si no existen mercados (en áreas como la educación, la atención sanitaria, o la contaminación del medioambiente) deben ser creados, si es necesario mediante la acción estatal. Pero el Estado no debe aventurarse más allá de esas tareas. El intervencionismo del Estado en los mercados (una vez creados) debe limitarse a lo básico porque el Estado no puede posiblemente poseer suficiente información como para anticiparse a señales del mercado (precios) y porque poderosos intereses inevitablemente deformarán e influen-ciarán las intervenciones del Estado (particularmente en las democracias) para su propio beneficio.

Por una variedad de razones, las prácticas reales del neoliberalismo discrepan frecuentemente de este mode-lo. Sin embargo, ha habido por doquier un cambio enfático, dirigido ostensiblemente por las revoluciones de That-cher/Reagan en Gran Bretaña y EE.UU., en las prácticas político-económicas y en el pensamiento desde los años setenta. Estado tras Estado, los nuevos que emergieron del colapso de la Unión Soviética a socialdemocracias y Estados de bienestar de antiguo estilo tales como Nueva Zelanda y Suecia, han abrazado, a veces voluntaria-mente y a veces como reacción a presiones coercitivas, alguna versión de la teoría neoliberal y han ajustado por lo menos algunas de sus políticas y prácticas correspondientemente. Sudáfrica post-apartheid adoptó rápidamen-te el marco liberal e incluso China contemporánea parece orientarse en esa dirección. Además, propugnadores de la mentalidad neoliberal ocupan ahora posiciones de considerable influencia en la educación (universidades y muchos think-tanks), en los medios, en las salas de los consejos de las corporaciones y de las instituciones financieras, en instituciones estatales clave (departamentos del tesoro, bancos centrales), y también en aquellas instituciones internacionales como ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización

Mundial de Comercio (OMC) que regulan las finanzas y el comercio globales. El neoliberalismo, en breve, se ha convertido en hegemónico como un modo de discurso y tiene efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto en que se ha incorporado al sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo. La neoliberalización se ha extendido, en efecto, por el mun-do como una vasta marea de reforma institucional y ajuste discursivo. Aunque abundante evidencia muestra su desarrollo geográfico irregular, ningún sitio puede pretender una inmunidad total (con la excepción de unos pocos Estados como ser Norcorea.) Además, las reglas de enfrentamiento establecidas a través de la OMC (que rigen el comercio internacional) y por el FMI (que rigen las finanzas internacionales) amplifican el neoliberalismo como un conjunto de reglas internacionales. Todos los

Estados que se afilian a la OMC y al FMI (¿y cuál puede permitirse no hacerlo?) aceptan acatar (a pesar de

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un “período de gracia” para permitir un ajuste tranquilo) esas reglas o enfrentar severos castigos. La creación de este sistema neoliberal ha involucrado mucha destrucción, no sólo de previos marcos y poderes

institucionales (tales como la supuesta soberanía previa del Estado sobre los asuntos políticos-económicos) sino también de divisiones laborales, de relaciones sociales, provisiones de seguridad social, mezclas tecnoló-gicas, modos de vida, apego a la tierra, costumbres sentimentales, formas de pensar, etc. Se justifica una cierta evaluación de los aspectos positivos y negativos de esta revolución neoliberal. En lo que sigue, por ello, esbozaré en algunos argumentos preliminares cómo comprender y evaluar esta transformación en el modo en el que tra-baja el capitalismo global. Esto requiere que arrostremos las fuerzas, intereses, y agentes subyacentes que han impulsado esta revolución neoliberal con tan implacable intensidad. Para usar la retórica neoliberal contra ella misma, podemos preguntar razonablemente:

¿Qué intereses particulares llevan a que el Estado adopte una posición neoliberal y en qué forma han utilizado esos intereses el neoliberalismo para beneficiarse en lugar de beneficiar, como pretenden, a todos, por doquier? La “naturalización” del neoliberalismo Para que algún sistema de pensamiento llegue a ser dominante, requiere la articulación de conceptos fundamentales que se arraiguen tan profundamente en entendimientos de sentido común que lleguen a ser tomados por dados e indiscutibles. Para que esto suceda, no sirve cualquier concepto viejo. Hay que construir un aparato conceptual que atraiga casi naturalmente a nuestras intuiciones e instintos, a nuestros valores y a nuestros deseos, así como a las posibilidades que parecen ser inherentes al mundo social que habitamos. Los personajes fundadores del pensamiento neoliberal tomaron por sacrosantos los ideales polí-ticos de la libertad individual – así como los valores centrales de la civilización. Al hacerlo, eligieron sabiamente y bien, porque son ciertamente conceptos convincentes y muy atractivos. Esos valores fueron amenazados, argu-yeron, no solo por el fascismo, las dictaduras, y el comunismo, sino también por todas las formas de intervención estatal que sustituyeron los juicios colectivos por los de individuos dejados en libertad de elegir. Luego concluye-ron que sin “el poder diseminado y la iniciativa asociada con (la propiedad privada y el mercado competitivo) es difícil imaginar una sociedad en la que la libertad pueda ser preservada efectivamente.”(1)

Dejando de lado la pregunta de si la parte final del argumento resulta necesariamente de la primera, no puede caber duda de que los conceptos de libertad individual son poderosos por sí mismos, incluso más allá de aquellos terrenos en los que la tradición liberal ha tenido una fuerte presencia histórica. Semejantes ideales dieron fuerza a los movimientos disidentes en Europa Oriental y en la Unión Soviética antes del fin de la guerra fría así como a los estudiantes en la plaza Tiananmen. El movimiento estudiantil que recorrió el mundo en 1968 – de París y Chicago a Bangkok y la Ciudad de México – fue animado en parte por la búsqueda de más libertades de expre-sión y de decisión individual. Esos ideales han demostrado una y otra vez que constituyen una poderosa fuerza histórica por el cambio.

No es sorprendente, por lo tanto, que los llamados por la libertad rodeen retóricamente a EE.UU. a cada vuelta y que pueblen todo tipo de manifiestos políticos contemporáneos. Eso ha valido particularmente para EE.UU. en los últimos años. En el primer aniversario de los ataques conocidos ahora como 11-S, el presidente Bush escribió un artículo editorial para el New York Times en el que extrajo ideas de un documento de Estrategia Nacional de EE.UU. publicado poco después. “Un mundo en paz de creciente libertad,” escribió, incluso mientras su gabinete se preparaba para lanza la guerra contra Iraq, “sirve a largo plazo a los estadounidenses, refleja ideales perdura-bles y une a los aliados de EE.UU.” “La humanidad,” concluyó, “tiene en sus manos la oportunidad de ofrecer el triunfo de la libertad sobre sus enemigos de siempre,” y “EE.UU. abraza sus responsabilidades de dirigir en esta gran misión.” De modo aún más enfático, proclamó más adelante que “la libertad es el regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer en este mundo” y “como la mayor potencia del mundo [EE.UU. tiene] una obligación de ayudar a la extensión de la libertad.” (2)

De modo que cuando todas las demás razones para lanzarse a una guerra preventiva contra Iraq resultaron ser falaces o por lo menos deficientes, el gobierno de Bush apeló crecientemente a la idea de que la libertad conferida a Iraq era intrínsicamente una justificación adecuada para la guerra. ¿Pero qué clase de libertad estaba prevista en este caso, ya que, como señaló seriamente hace mucho tiempo el crítico cultural Matthew Arnold: “La libertad es un excelente caballo para cabalgar, pero para cabalgar a alguna parte, (3) ¿Hacia qué destino, enton-ces, se esperaba que el pueblo iraquí cabalgara sobre el caballo de la libertad que le fue conferido de modo tan desinteresado por la fuerza de las armas?

La respuesta de EE.UU. fue dada el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó cuatro órdenes que incluían “la plena privatización de empresas públicas, plenos derechos de propiedad de empresas iraquíes para firmas extranjeras, repatriación total de los beneficios

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extranjeros… la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, el tratamiento nacional para compañías extranjeras y… la eliminación de casi todas las barreras comerciales.” (4) Las órdenes debían ser aplicadas a todas las áreas de la economía, incluyendo a los servicios públicos, los medios de información, la manufactura, los servicios, los transportes, las finanzas, y la construcción. Sólo exceptuaron el petróleo.

También fue instituido un sistema tributario regresivo favorecido por los conservadores, llamado un impuesto de tipo único. El derecho de huelga fue ilegalizado y los sindicados prohibidos en sectores clave. Un miembro iraquí de la Autoridad Provisional de la Coalición protestó contra la imposición forzada del “fundamentalismo de libre mercado,” describiéndolo como “una lógica defectuosa que ignora la historia.” (5) Sin embargo, el gobierno iraquí interino nombrado a fines de junio de 2004 no obtuvo ningún poder para cambiar o escribir nuevas leyes – sólo pudo confirmar los decretos que ya habían sido promulgados.

Lo que evidentemente trataba de imponer EE.UU. a Iraq era un aparato estatal neoliberal hecho y derecho cuya misión fundamental era y es facilitar las condiciones para una acumulación rentable de capital para todos, iraquíes y extranjeros por igual. Se esperaba, en breve, que los iraquíes cabalgaran su caballo de la libertad directamente al corral del neoliberalismo. Según la teoría neoliberal, los decretos de Bremer son necesarios y suficientes para la creación de riqueza y por lo tanto para el bienestar mejorado del pueblo iraquí. Constituyen el fundamento apropiado para un adecuado estado de derecho, la libertad individual, y el gobierno democrático. La insurrección que siguió puede ser interpretada en parte como resistencia iraquí a ser presionados hacia el abrazo del fundamentalismo de libre mercado contra su libre voluntad. Es útil recordar, sin embargo, que el primer gran experimento en la formación de un Estado neoliberal fue Chile después del golpe de Augusto Pinochet, casi exac-tamente treinta años antes de la promulgación de los decretos de Bremer, en el “pequeño 11 de septiembre” de 1973. El golpe, contra el gobierno socialdemócrata, democráticamente elegido e izquierdista, de Salvador Allen-de, fue fuertemente respaldado por la CIA y apoyado por el Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger.

Reprimió violentamente a todos los movimientos sociales y organizaciones políticas a la izquierda del centro y desmanteló todas las formas de organizaciones populares, como ser centros comunitarios de salud en vecin-darios pobres. El mercado laboral fue “liberado” de restricciones reguladoras o institucionales – el poder sindical, por ejemplo. Pero, en 1973, las políticas de sustitución de importación que habían dominado anteriormente en los intentos latinoamericanos de regeneración económica, y que habían tenido un cierto éxito en Brasil después del golpe de 1964, se habían desprestigiado. Con la economía mundial en medio de una seria recesión, se nece-sitaba evidentemente algo nuevo. Un grupo de economistas de EE.UU. conocido como “los Chicago boys,” por su apego a las teorías neoliberales de Milton Friedman, que entonces enseñaba en la Universidad de Chicago, fueron llamados para ayudar a reconstruir la economía chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre mercado, privatizando activos públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada, y facilitando inversiones ex-tranjeras directas y el libre comercio. Garantizaron el derecho de las compañías extranjeras a repatriar beneficios de sus operaciones chilenas. Favorecieron el crecimiento basado en las exportaciones por sobre la sustitución de importaciones. La subsiguiente reanimación de la economía chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital, y altas tasas de rentabilidad para las inversiones extranjeras suministró evidencia sobre la cual se pudo modelar las políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) y EE.UU. (bajo Reagan).

No fue por primera vez en que un brutal experimento en destrucción creativa realizado en la periferia se con-virtió en modelo para la formulación de políticas en el centro. (6) Que dos reestructuraciones obviamente simila-res del aparato estatal hayan ocurrido en tiempos tan diferentes en partes bastante diferentes del mundo bajo la influencia coercitiva de EE.UU. podría ser tomado como indicativo de que el sombrío alcance del poder imperial de EE.UU. podría encontrarse tras la rápida proliferación de formas de Estado neoliberal en todo el mundo a partir de mediados de los años setenta. Pero el poder y la temeridad de EE.UU. no constituyen toda la historia. No fue, después de todo, EE.UU., quien obligó a Margaret Thatcher a emprender el camino neoliberal en 1979. Y a comienzos de los años ochenta, Thatcher fue una propugnadora mucho más consecuente del neoliberalismo que lo que llegó alguna vez a ser Reagan. Ni fue EE.UU. el que obligó a China en 1978 a seguir el camino que con el tiempo la llevó a acercarse más y más al abrazo del neoliberalismo. Sería difícil atribuir los avances hacia el neoliberalismo en India y Suecia en 1992 al alcance imperial de EE.UU. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo en la escena mundial ha sido un proceso muy complejo que involucró múltiples determinaciones y más que un poco de caos y confusión. ¿Por qué, entonces, ocurrió el giro neoliberal, y cuáles fueron las fuer-zas que lo hicieron avanzar hasta el punto en que ahora se ha convertido en un sistema hegemónico dentro del capitalismo global?

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¿A qué se debe el giro neoliberal?

Hacia fines de los años sesenta, el capitalismo global iba cayendo en una situación caótica. Una recesiónimportante ocurrió a comienzos de 1973 – la primera desde la gran crisis de los años treinta. El embargo del

petróleo y el aumento de los precios del crudo que sobrevinieron posteriormente durante ese año después de la guerra árabe-israelí exacerbaron problemas críticos. El capitalismo arraigado del período de posguerra, con su fuerte énfasis en un pacto difícil entre el capital y el trabajo realizado gracias a la mediación de un Estado intervencionista que prestó mucha atención a lo social (es decir a los programas de asistencia) y a los salarios individuales, ya no funcionaba. El acuerdo de Bretton Woods establecido para regular el comercio y las finanzas internacionales fue finalmente abandonado en 1973 a favor de tasas de cambio flotantes.

Ese sistema había producido altas tasas de crecimiento en los países capitalistas avanzados y generado al-gunos beneficios indirectos – de modo más obvio en Japón pero también diferentemente a través de Sudamérica y algunos otros países del Sudeste Asiático – durante la “edad dorada” del capitalismo en los años cincuenta y a comienzos de los sesenta. Al llegar la década siguiente, sin embargo, los sistemas previamente existentes es-taban agotados y se necesitaba urgentemente una nueva alternativa para reiniciar el proceso de la acumulación de capital. (7) Cómo y por qué el neoliberalismo emergió victorioso como respuesta a ese dilema es una historia compleja. En retrospectiva, puede parecer como si el neoliberalismo hubiera sido inevitable, pero en esos días nadie sabía o comprendía realmente con alguna certeza qué clase de reacción daría resultados y cómo.

El mundo trastabilló hacia el neoliberalismo a través de una serie de virajes y movimientos caóticos que ter-minaron por converger en el así llamado “Consenso de Washington” en los años noventa. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo, y su aplicación parcial y asimétrica de un país a otro, testimonia de su carácter vacilante y de las maneras complejas en las que fuerzas políticas, tradiciones históricas, y configuraciones insti-tucionales existentes influyeron todas en por qué y cómo el proceso ocurrió realmente en el terreno. Existe, sin embargo, un elemento dentro de esta transición que merece una atención coordinada. La crisis de la acumulación de capital de los años setenta afectó a todos a través de la combinación de creciente desempleo e inflación ace-lerada. El descontento se generalizaba, y la combinación de movimientos sociales laborales y urbanos en gran parte del mundo capitalista avanzado auguraba una alternativa socialista para el compromiso social entre capital y trabajo, que había cimentado la acumulación de capital de un modo tan exitoso en el período de posguerra. Los partidos comunistas y socialistas ganaban terreno en gran parte de Europa, e incluso en EE.UU. las fuerzas po-pulares agitaban por amplias reformas e intervenciones estatales en todo, desde la protección del entorno a la se-guridad en el trabajo y la salud y la protección del consumidor contra los abusos corporativos. Esto representaba una clara amenaza política para las clases gobernantes por doquier, tanto en los países capitalistas avanzados, como Italia y Francia, así como en numerosos países en desarrollo, como México y Argentina.

Más allá de los cambios políticos, la amenaza económica a la posición de las clases gobernantes se hacía palpable. Una condición del acuerdo de posguerra en casi todos los países fue la restricción del poder económico de las clases altas y que el trabajo recibiera una parte mucho mayor de la torta económica. En EE.UU., por ejem-plo, la parte del ingreso nacional recibida por el 1% superior de los asalariados cayó de un máximo previo a la guerra de un 16% a menos de un 8% a fines de la Segunda Guerra Mundial y se quedó cerca de ese nivel durante casi tres décadas. Mientras el crecimiento era fuerte semejantes limitaciones parecían carecer de importancia, pero cuando el crecimiento se derrumbó en los años setenta, y las tasas de interés pasaron a ser negativas y los dividendos y beneficios se redujeron, las clases dirigentes se sintieron amenazadas. Tenían que actuar deci-sivamente si querían proteger su poder contra la aniquilación política y económica. El golpe de estado en Chile y la toma del poder por los militares en Argentina, fomentados y dirigidos internamente en ambos casos por las elites dirigentes con apoyo de EE.UU., suministraron una especie de solución. Pero el experimento chileno con el neoliberalismo demostró que los beneficios de la acumulación de capital resucitada fueron presentados de un modo altamente sesgado.

Al país y a sus elites dirigentes junto con los inversionistas extranjeros les fue bastante bien mientras a la gente en general le iba mal. Con el pasar del tiempo, esto ha sido un efecto tan persistente de las políticas neo-liberales como para que sea considerado como un componente estructural de todo el proyecto. Dumenil y Levy han llegado a argumentar que el neoliberalismo fue desde su propio comienzo un esfuerzo por restaurar el poder de clase a las capas más ricas de la población. Mostraron como desde mediados de los años ochenta, la parte del 1% superior de los devengadores de ingresos en EE.UU. aumentó rápidamente para llegar a un 15% a fines del siglo. Otros datos muestran que el 0,1% superior de los devengadores de ingresos aumentaron su parte del ingreso nacional de un 2% en 1978 a más de un 6% en 1999. Otra medida más muestra que la ratio de la com-

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pensación media de trabajadores a los salarios de responsables ejecutivos máximos aumentó de sólo un poco más de treinta a uno en 1970 a más de cuatrocientos a uno en 2000. Es casi seguro que, con los recortes de im-puestos del gobierno de Bush, la concentración de ingresos y de riqueza en los niveles superiores de la sociedad sigue su ritmo. (8).

Y EE.UU. no se encuentra solo: el 1% superior de los devengadores de ingresos en Gran Bretaña duplicó su parte del ingreso nacional de un 6,5% a un 13% durante los últimos veinte años. Si miramos más lejos, vemos extraordinarias concentraciones de riqueza y poder dentro de una pequeña oligarquía después de la aplicación de la terapia de choque neoliberal en Rusia y un aumento asombroso en las desigualdades de los ingresos y de la riqueza en China al adoptar prácticas neoliberales. Aunque hay excepciones a esta tendencia – varios países del este y del sudeste de Asia han contenido las desigualdades en los ingresos dentro de modestos límites, así como

Francia y los países escandinavos – la evidencia sugiere que el giro neoliberal se asocia de alguna manera y en un cierto grado con intentos de restaurar o reconstruir el poder de las clases altas. Podemos, por lo tanto, examinar la historia del neoliberalismo sea como un proyecto utopista que provee un patrón teórico para la reor-ganización del capitalismo internacional o como un ardid político que apunta a reestablecer las condiciones para la acumulación de capital y la restauración del poder de clase. A continuación, argumentaré que el último de estos objetivos es el que ha dominado. El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acu-mulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase. Como consecuencia, el utopismo teórico del argumento neoliberal ha funcionado más como un sistema de justificación y legitimación. Los principios del neoliberalismo son rápidamente abandonados cada vez que entran en conflicto con el proyecto de clase.

El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase

Hacia la restauración del poder de clase

Si hubo movimientos para restaurar el poder de clase dentro del capitalismo global, ¿cómo fueron implemen-tados y por quién? La respuesta a esa pregunta en países como Chile y Argentina fue simple: un rápido, brutal golpe de estado, seguro de sí mismo, respaldado por las clases altas. y la subsiguiente feroz represión contra todas las solidaridades creadas dentro de los movimientos sociales sindicales y urbanos que habían amenazado tanto su poder. En otros sitios, como en Gran Bretaña y México en 1976, fue necesario el amable espoleo de un Fondo Monetario Internacional, que todavía no era un feroz neoliberal, para empujar a los países hacia prácticas – aunque de ninguna manera un compromiso político – de recortar gastos sociales y programas de asistencia para reestablecer la probidad fiscal. En Gran Bretaña, por supuesto, Margaret Thatcher empuñó más tarde con tanta más furia el garrote neoliberal en 1979 y lo blandió con gran efecto, a pesar de que nunca logró superar por completo la oposición dentro de su propio partido y nunca pudo cuestionar efectivamente temas centrales del Estado de bienestar como el Servicio Nacional de Salud. Es interesante que recién en 2004 el gobierno laborista haya atrevido a introducir una estructura de pagos en la educación superior. El proceso de neoliberalización fue entrecortado, irregular desde el punto de vista geográfico, y fuertemente influenciado por estructuras de clase y otras fuerzas sociales que se mueven a favor o contra sus propuestas centrales dentro de formaciones estatales particulares e incluso dentro de sectores en particular, por ejemplo, la salud o la educación. (9)

Es informativo considerar más de cerca cómo el proceso se desarrolló en EE.UU., ya que este caso fue car-dinal como influencia en otras y más recientes transformaciones. Varias líneas del poder se entrecruzaron para crear una transición que culminó a mediados de los años noventa con la toma del poder por el Partido Republica-no. Ese logro representó de hecho un “Contrato con EE.UU.” neoliberal como programa para acción en el interior. Antes de ese desenlace dramático, sin embargo, se dieron muchos pasos, que se basaban y reforzaban mutua-mente. Para comenzar, en 1970 o algo así, hubo un creciente sentimiento entre las clases altas de EE.UU. de que el clima contrario a los negocios y antiimperialista que había emergido hacia fines de los años sesenta había ido demasiado lejos. En un célebre memorando, Lewis Powell (a punto de ser elevado a la Corte Suprema por Richard Nixon) instó en 1971 a la Cámara de Comercio de EE.UU. a montar una campaña colectiva para demos-trar que lo que era bueno para los negocios era bueno para EE.UU. Poco después, fue formada una tenebrosa pero influyente Mesa Redonda Empresarial que todavía existe y que juega un importante papel estratégico en la política del Partido Republicano. Comités corporativos de acción política, legalizados bajo las leyes de finan-ciamiento de las campañas electorales post Watergate de 1974, proliferaron como un reguero de pólvora. Con actividades protegidas bajo la Primera Enmienda como una forma de libertad de expresión por una decisión de la

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Corte Suprema de 1976, comenzó la captura sistemática del Partido Republicano como instrumento de clase del poder corporativo y financiero colectivo (más que particular o individual).

Pero el Partido Republicano necesitaba una base popular, y lograrlo fue más problemático. La incorporación de líderes de la derecha cristiana, presentada como mayoría moral, junto con la Mesa Redonda Empresarial, suministraron la solución a ese problema. Un gran segmento de la clase trabajadora resentida, insegura, y en su mayor parte blanca, fue persuadido para que votara regularmente contra sus propios intereses materiales por motivos culturales (antiliberales, antinegros, antifeministas y antigays), nacionalistas y religiosos. A mediados de los años noventa, el Partido Republicano había perdido casi todos sus elementos liberales y se había convertido en una máquina derechista homogénea que conecta los recursos financieros del gran capital corporativo con una base populista, la Mayoría Moral, que era particularmente fuerte en el sur de EE.UU. (10)

El segundo elemento en la transición de EE.UU. tuvo que ver con la disciplina fiscal. La recesión de 1973 a 1975 disminuyó los ingresos tributarios a todos los niveles en una época de creciente demanda de gastos socia-les. Aparecieron déficits por doquier como un problema crucial. Había que hacer algo respecto a la crisis fiscal del Estado; la restauración de la disciplina monetaria era esencial. Esa convicción otorgó poder a las instituciones financieras que controlaban las líneas de crédito del gobierno. En 1975, se negaron a refinanciar la deuda de Nueva York y llevaron a esa ciudad al borde de la bancarrota. Una poderosa cabala de banqueros de unió al Es-tado para reforzar el control sobre la ciudad. Eso significó refrenar las aspiraciones de los sindicatos municipales, despidos en el empleo público, congelación de salarios, recortes en las provisiones sociales (educación, salud pública y servicios de transporte), y la imposición de pagos por los usuarios (los gastos de matrícula fueron intro-ducida por primera vez en el sistema de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY).

El rescate trajo consigo la construcción de nuevas instituciones que tenían prioridad en los ingresos de im-puestos de la ciudad a fin de pagar a los poseedores de bonos, lo que quedaba iba al presupuesto de la ciudad para servicios esenciales. La indignidad final fue un requerimiento de que los sindicatos municipales invirtieran sus fondos de pensión en bonos de la ciudad. Esto aseguró que los sindicatos moderaran sus reivindicaciones para evitar el peligro de perder sus fondos de pensión debido a la bancarrota de la ciudad. Acciones semejantes representaban un golpe de estado de las instituciones financieras contra el gobierno democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York, y fueron tan efectivas como la toma del poder militar que había ocurrido anterior-mente en Chile. Gran parte de la infraestructura social de la ciudad fue destruida, y los fundamentos físicos (por ejemplo, el sistema de tránsito) se deterioraron considerablemente por falta de inversión o incluso mantenimiento. La administración de la crisis fiscal de Nueva York allanó el camino para prácticas neoliberales tanto en el inte-rior bajo Ronald Reagan como internacionalmente a través del Fondo Monetario Internacional durante todos los años ochenta. Estableció el principio de que, en el evento de un conflicto entre la integridad de las instituciones financieras y los poseedores de bonos por una parte y el bienestar de los ciudadanos por la otra, los primeros tuvieran la preferencia. Dejó en claro el punto de vista de que el papel del gobierno es crear un buen clima para los negocios en lugar de velar por las necesidades y el bienestar de la población en general. En medio de una crisis fiscal generalizada hubo redistribuciones fiscales en beneficio de las clases altas.

Queda por ver si todos los agentes involucrados en la producción de este compromiso en Nueva York lo vieron en la época como una táctica para la restauración del poder de las clases altas. La necesidad de mantener la disciplina fiscal es un asunto de profunda preocupación en sí mismo y no tiene que conducir a la restitución de la dominación de clase. Es poco probable, por lo tanto, que Felix Rohatyn, el banquero mercantil de importancia crucial en el acuerdo entre la ciudad, el Estado, y las instituciones financieras, haya pensado en la reimposición del poder de clase. Pero ese objetivo fue probablemente importante en los pensamientos de los banqueros de inversiones.

Fue casi con seguridad el objetivo del Secretario del Tesoro de aquel entonces, William Simon, quien habiendo observado con aprobación el progreso de los eventos en Chile, se negó a ayudar a Nueva York y declaró abierta-mente que quería que la ciudad sufriera tanto que ninguna otra ciudad en la nación se volviera a atrever a aceptar otra vez obligaciones sociales similares. (11) El tercer elemento en la transición de EE.UU. conllevaba un ataque ideológico contra los medios de información y las instituciones educacionales. Proliferaron los “think tanks” inde-pendientes financiados por acaudalados individuos y donantes corporativos – ante todo la Heritage Foundation para preparar una acometida ideológica orientada a persuadir al público del sentido común de las propuestas neoliberales. Una inundación de documentos y propuestas políticas y un verdadero ejército de lugartenientes bien pagados, entrenados para promover ideas neoliberales, en combinación con la adquisición corporativa de canales mediáticos transformaron efectivamente el clima discursivo en EE.UU. a mediados de los años ochenta.

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Proclamaron estruendosamente el proyecto de “sacar al gobierno de por sobre las espaldas de la gente” y de reducir el gobierno hasta que pudiera ser “ahogado en una bañera”. A este respecto, los promotores del nuevo evangelio encontraron una audiencia dispuesta en el ala del movimiento de 1968 cuyo objetivo era lograr más li-bertad individual del poder estatal y de las manipulaciones del capital monopolista. El argumento libertario a favor del neoliberalismo resultó ser una poderosa fuerza a favor del cambio. Hasta el punto que el capital se reorganizó para abrir un espacio para el empresariado individual y desvió sus esfuerzos para satisfacer innumerables merca-dos nicho, particularmente los definidos por la liberación sexual, que fueron generados por un consumismo cada vez más individualizado, para que los hechos correspondieran a la teoría.

Este cebo del empresariado y del consumismo individualizados fue respaldado por el garrote blandido por el Estado y las instituciones financieras contra la otra ala del movimiento de 1968 cuyos miembros habían buscado justicia social mediante la negociación colectiva y las solidaridades sociales. La destrucción por Reagan de los controladores aéreos (PATCO) en 1980 y la derrota por Margaret Thatcher de los mineros británicos en 1984 fue-ron momentos cruciales en el giro global hacia el neoliberalismo. El ataque contra instituciones, como sindicatos y organizaciones de derechos asistenciales, que trataban de proteger y favorecer los intereses de la clase tra-bajadora fue amplio y profundo. Los salvajes recortes en los gastos sociales y del Estado de bienestar, y el paso de toda responsabilidad por su bienestar a los individuos y sus familias avanzaron a paso acelerado. Pero esas prácticas no se detuvieron en las fronteras nacionales, y no podían hacerlo. Después de 1980, EE.UU., ya com-prometido firmemente con la liberalización y claramente respaldado por Gran Bretaña, trató, mediante una mez-cla de liderazgo, persuasión – los departamentos de economía de las universidades de investigación de EE.UU. jugaron un papel importante en la capacitación de muchos de los economistas de todo el mundo en los principios neoliberales – y la coerción para exportar la neoliberalización por todas partes. La purga de economistas key-nesianos y su reemplazo por monetaristas neoliberales en el Fondo Monetario Internacional en 1982 transformó el FMI dominado por EE.UU. en un agente de primera clase de la neoliberalización mediante sus programas de ajuste estructural impuestos a cualquier Estado (y hubo muchos en los años ochenta y noventa) que requería su ayuda en el repago de la deuda. El Consenso de Washington, que fue forjado en los años noventa, y las reglas de negociación fijadas bajo la Organización Mundial de Comercio en 1998, confirmaron el giro global hacia las prácticas neoliberales. (12)

El nuevo concordato internacional también dependía de la reanimación y de la reconfiguración de la tradición imperial de EE.UU. Esa tradición había sido forjada en Centroamérica en los años veinte, como una forma de dominación sin colonias. Repúblicas independientes podían ser mantenidas bajo la dominación de EE.UU., y actuar efectivamente, en el mejor de los casos, como testaferros de los intereses de EE.UU. a través del apoyo de hombres fuertes – como Somoza en Nicaragua, el Shah en Irán, y Pinochet en Chile – y un séquito de segui-dores respaldados por la ayuda militar y financiera. Se disponía de ayuda clandestina para promover el ascenso al poder de dirigentes semejantes, pero al llegar los años setenta se hizo evidente que se necesitaba algo más: la apertura de mercados, nuevos espacios para inversiones, y que se abrieran campos en los que los poderes finan-cieros pudieran operar con seguridad. Esto implicaba una integración mucho más estrecha de la economía global, con una arquitectura financiera bien definida. La creación de nuevas prácticas institucionales, tales como las que fueron fijadas por el FMI y la OMC, suministró vehículos convenientes a través de los cuales se podía ejercer el poder financiero y de mercado. El modelo necesitaba la colaboración entre las principales potencias capitalistas y el Grupo de Siete (G7), llevando a Europa y Japón a alinearse con EE.UU. para conformar el sistema financiero y comercial global de maneras que obligara efectivamente a todas las naciones a someterse. “Naciones proscritas,” definidas como las que no se ajustaban a esas reglas globales, podían entonces ser encaradas mediante san-ciones o la fuerza coercitiva o incluso militar si resultaba necesario. De esta manera, las estrategias imperialistas neoliberales de EE.UU. fueron articuladas a través de una red global de relaciones de poder, uno de los efectos de la cual fue permitir que las clases altas de EE.UU. hicieran pagar tributos financieros y dispusieran de rentas del resto del mundo como un medio para aumentar su control ya hegemónico. (13)

Neoliberalismo como destrucción creativa

¿Cómo resolvió la neoliberalización los problemas del debilitamiento de la acumulación de capital? Sus ante-cedentes reales en el estímulo del crecimiento económico son pésimos. Las tasas de crecimiento agregado eran de unos 3,5% en los años sesenta e incluso durante los atribulados años setenta cayeron a sólo un 2,4%. Las tasas subsiguientes de crecimiento global de 1,4% y de 1,1% para los años ochenta y noventa, y una tasa que apenas llega a 1% desde 2000, indican que el neoliberalismo ha fracasado ampliamente en el estímulo del creci-miento global. (14) Incluso si excluimos de este cálculo los efectos catastróficos del colapso de la economía rusa y de algunas centroeuropeas después del tratamiento de terapia neoliberal de los años noventa, el rendimiento

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económico global desde el punto de vista de la restauración de las condiciones de acumulación general de capital ha sido débil.

A pesar de su retórica sobre la cura de economías enfermas, ni Gran Bretaña ni EE.UU. lograron un elevado rendimiento económico en los años ochenta. Esa década perteneció a Japón, a los “tigres” del Este Asiático, y Alemania Occidental como motores de la economía global. Esos países fueron tuvieron mucho éxito, pero sus sistemas institucionales radicalmente diferentes dificultan la identificación de sus logros con el neoliberalismo. El Bundesbank (Banco Central) alemán había tomado una fuerte línea monetarista (concordante con el neoliberalis-mo) durante más de dos décadas, un hecho que sugiere que no existe una conexión necesaria entre el moneta-rismo per se y la búsqueda de la restauración del poder de clase. En Alemania Occidental, los sindicatos siguieron siendo fuertes y los niveles de salario se mantuvieron relativamente elevados junto a la construcción de un Estado de bienestar progresista. Uno de los efectos de esta combinación fue que se estimuló una alta tasa de innovación tecnológica que mantuvo a Alemania Occidental en las primeras filas en el terreno de la competencia internacio-nal. La producción impulsada por la exportación hizo avanzar al país como líder global. En Japón, los sindicatos independientes eran débiles o inexistentes, pero la inversión estatal en el cambio tecnológico y organizativo y la estrecha relación entre las corporaciones y las instituciones financieras (un sistema que también demostró ser acertado en Alemania Occidental) generó un sorprendente desempeño impulsado por la exportación, en gran par-te a costas de otras economías capitalistas como ser el Reino Unido y EE.UU. Un tal crecimiento, como lo hubo en los años ochenta (y la tasa de crecimiento agregado en el mundo fue incluso más baja que la de los atribulados años setenta) no dependió por lo tanto, de la neoliberalización. Muchos Estados europeos, por ello, se resistieron a las reformas neoliberales y encontraron cada vez más modos de preservar gran parte de su patrimonio social-demócrata mientras se movían, en algunos casos con bastante éxito, hacia el modelo alemán occidental. En Asia, el modelo japonés implantado bajo sistemas autoritarios de gobierno en Corea del Sur, Taiwán y Singapur, demostró que era viable y concordante con una razonable igualdad de distribución. Recién en los años noventa, la neoliberalización comenzó a producir frutos tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña.

Esto sucedió en medio de un prolongado período de deflación en Japón, y un relativo estancamiento en la recién unificada Alemania. Queda por ver si la recesión japonesa ocurrió como simple resultado de presiones competitivas o si fue ingeniada por agentes financieros en EE.UU. para postrar la economía japonesa. De modo que ¿por qué entonces ante estos antecedentes desiguales si no pésimos, tantos fueron persuadidos de que la neoliberalización es una solución exitosa? Además y más allá de la corriente persistente de propaganda que ema-na de los think tanks neoliberales y recarga los medios de información, se destacan dos razones materiales.

Primero, la neoliberalización ha sido acompañada por una creciente volatilidad dentro del capitalismo global. El que el éxito se materializara en algún sitio oscureció la realidad de que el neoliberalismo fracasaba en general. Episodios periódicos de crecimiento se entremezclaron con fases de destrucción creativa, registradas usual-mente como severas crisis financieras. Argentina fue abierta al capital extranjero y a la privatización en los años noventa y durante varios años fue la favorita de Wall Street, sólo para derrumbarse hacia el desastre cuando el capital internacional se retiró a fines de la década. El colapso financiero y la devastación social fueron rápidamen-te seguidos por una prolongada crisis política. La turbulencia financiera cundió por todo el mundo en desarrollo y en algunos casos, como en Brasil y México, repetidas olas de ajuste estructural y austeridad llevaron a la parálisis económica.

Por otra parte, el neoliberalismo ha sido un inmenso éxito desde el punto de vista de las clases altas. Ha res-taurado la posición de clase de las elites gobernantes, como en EE.UU. y Gran Bretaña, o creado condiciones para la formación de la clase capitalista, como en China, India, Rusia, y otros sitios. Incluso países que sufrieron ampliamente por la neoliberalización han presenciado el masivo reordenamiento interno de las estructuras de clase. La ola de privatización que llegó a México con el gobierno de Salinas de Gortari en 1992, generó con-centraciones de riqueza sin precedentes en las manos de unos pocos (Carlos Slim, por ejemplo, que se hizo cargo del sistema telefónico estatal y se convirtió instantáneamente en multimillonario). Con medios dominados por los intereses de la clase alta, podía propagarse el mito de que ciertos sectores fracasaron porque no fueron suficientemente competitivos, preparando así la escena para aún más reformas neoliberales. Se necesitaba más desigualdad social para alentar el riesgo y la innovación empresariales, y éstas, por su parte, confieren ventajas competitivas y estimulan el crecimiento. Si las condiciones entre las clases bajas se deterioraban, era porque no mejoraban su propio capital humano mediante la educación, la adquisición de una ética protestante de trabajo, y su sumisión a la disciplina y flexibilidad laboral por defectos personales, culturales y políticos. En un mundo spenceriano, decía el argumento, sólo los más aptos debían y podían sobrevivir. Los problemas sistémicos fue-ron camuflados bajo una tempestad de pronunciamientos ideológicos y una plétora de crisis localizadas. Si el

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principal efecto del neoliberalismo ha sido redistributivo en lugar de generativo, había que encontrar modos de transferir activos y canalizar la riqueza y los ingresos sea de la masa de la población hacia las clases altas o de países vulnerables a los más ricos.

En otro sitio presento un informe sobre estos procesos bajo la rúbrica de acumulación por desposeimiento. (15) Con eso, quiero decir la continuación y proliferación de prácticas de acumulación que Marx había designado como “primitivas” u “originales” durante el ascenso del capitalismo. Estas incluyen (1) la conmodificación y priva-tización de la tierra y la expulsión forzada de poblaciones campesinas (como recientemente en México e India); (2) la conversión de diversas formas de derechos de propiedad (común, colectiva, estatal ,etc.) en derechos ex-clusivamente de propiedad privada; (3) la supresión de derechos a las áreas públicas; (4) la conmodificación del poder laboral y la supresión de formas alternativas (indígenas) de producción y consumo; (5) procesos coloniales, neocoloniales, e imperiales, de apropiación de activos (incluyendo los recursos naturales); (6) la monetización de los intercambios y de la tributación, particularmente de tierras; (7) la trata de esclavos (que continúa, particular-mente en la industria del sexo); y (8) la usura, la deuda nacional y. lo más devastador de todo, el uso del sistema crediticio como un medio radical de acumulación primitiva.

El Estado, con su monopolio de la violencia y de las definiciones de la legalidad, juega un rol crucial en el respaldo y la promoción de estos procesos. A esta lista de mecanismos, podemos agregar ahora una armadía de técnicas adicionales, tales como la extracción de rentas de patentes y derechos de propiedad intelectual y la dis-minución o cancelación de varias formas de propiedad comunitaria – tales como pensiones estatales, vacaciones pagas, acceso a la educación y a la atención sanitaria – conquistadas en una generación o más de luchas social-demócratas. La propuesta de privatizar todos los derechos a la pensión estatal (aplicada por primera vez en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet) es, por ejemplo, uno de los objetivos predilectos de los neoliberales

en EE.UU.En los casos de China y Rusia, podría ser razonable referirse a recientes acontecimientos en términos “primi-

tivos” y “originales”, pero las prácticas que restauraron el poder a elites capitalistas en EE.UU. y otros sitios son mejor descritas como un proceso continuo de acumulación mediante el desposeimiento que creció rápidamente bajo el neoliberalismo. A continuación, aíslo cuatro elementos principales.

1. Privatización

La corporatizacion, conmodificación, y privatización de activos públicos anteriormente públicos han sido ca-racterísticas emblemáticas del proyecto neoliberal. Su principal objetivo ha sido abrir nuevos campos para la acumulación de capital en terrenos que anteriormente eran considerados como fuera de límites para los cálculos de rentabilidad. Servicios públicos de todo tipo (agua, telecomunicaciones, transporte), suministro de asistencia social (viviendas sociales, educación, atención sanitaria, pensiones), instituciones públicas (tales como univer-sidades, laboratorios de investigación, prisiones), e incluso la guerra (como lo ilustra el “ejército” de contratistas privados que operan junto a las fuerzas armadas en Iraq) han sido todos privatizados en algún grado en todo el mundo capitalista.

Derechos de propiedad privada establecidos a través del así llamado acuerdo ADPIC (Aspectos de los Dere-chos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio) dentro de la OMC, define como propiedad privada a materiales genéticos, plasmas de semillas, y a todo tipo de otros productos. Entonces se pueden extraer rentas por su uso de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel crucial en el desarrollo de esos materiales gené-ticos. La biopiratería es rampante, y el pillaje de las reservas de recursos genéticos del mundo ha avanzado en beneficio de unas pocas grandes compañías farmacéuticas. La escalada del agotamiento de los bienes comunes medioambientales del globo (tierra, aire, agua) y la proliferación de las degradaciones del hábitat que imposibi-litan todo lo que no sean modos de requerimiento intensivo de capital para la producción agrícola han resultado asimismo de la conmodificación de la naturaleza en todas sus formas.

La conmodificación (a través del turismo) de las formas culturales, historias, y de la creatividad intelectual, involucra desposeimientos generalizados (la industria de la música es tristemente célebre por la apropiación y explotación de la cultura y la creatividad de base). Como en el pasado, el poder del Estado es utilizado frecuen-temente para imponer esos procesos incluso contra la voluntad popular. El retroceso de los marcos reguladores diseñados para proteger a las fuerzas laborales y al entorno contra la degradación ha conllevado la pérdida de derechos. La reversión hacia el dominio privado de los derechos de propiedad común conquistados durante años de duras luchas de clase (el derecho a una pensión estatal, a la asistencia, a atención sanitaria nacional) ha sido una de las políticas de desposeimiento más atroces proseguidas en nombre de la ortodoxia neoliberal.

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El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase La corporatización, conmodificación, y privatización de lo que hasta ahora eran activos públicos han sido características insignes del proyecto neoliberal. Todos estos procesos equivalen a una transferencia de activos de los campos público y popular a los dominios privados y de privilegios de clase. La privatización, argumentó Arundhati Roy respecto al caso indio, involucra “la transferencia de activos públicos productivos del Estado a compañías privadas. Los activos productivos incluyen recursos naturales: tierra, bos-ques, agua, aire. Estos son los activos que el Estado mantiene en fideicomiso para el pueblo que representa... Arrancárselos y venderlos como valores a compañías privadas es un proceso de bárbaro desposeimiento en una escala que no tiene paralelo en la historia.” (16)

2. Financialización

La poderosa ola financiera que comenzó después de 1980 ha estado marcada por su estilo especulativo y predatorio. El volumen diario de transacciones financieras en los mercados internacionales, que era de 2.300 millones de dólares en 1983, había aumentado a 130.000 millones de dólares en 2001. Este volumen anual de 40 billones de dólares en 2001 se compara con el cálculo de 800.000 millones de dólares que serían necesarios para apoyar el comercio internacional y los flujos de inversiones productivas. (17) La desregulación permitió que el sistema financiero se convirtiera en uno de los centros principales de actividad de redistribución mediante la especulación, la depredación, el fraude, y el robo. Las promociones de acciones; estafas Ponzi; destrucción de productos financieros estructurados mediante la inflación: liquidación de activos mediante fusiones y adquisicio-nes; y la promoción de incumbencias de deuda que redujo a poblaciones enteras, incluso en los países capitalis-tas avanzados, a la esclavitud por deudas – para no hablar del fraude corporativo y el desposeimiento de activos, tales como el robo de fondos de pensiones y su aniquilamiento por colapsos de acciones y de corporaciones mediante manipulaciones crediticias y bursátiles – son todas características del sistema financiero capitalista.

El énfasis en los valores de acciones, que surgieron después de juntar los intereses de propietarios y ad-ministradores de capital mediante la remuneración de estos últimos con opciones en acciones, condujo, como sabemos ahora, a manipulaciones en el mercado que crearon inmensa riqueza para unos pocos a costas de los muchos. El espectacular colapso de Enron fue emblemático para un proceso general que privó a muchos de su subsistencia y derechos a pensión. Más allá de eso, también debemos considerar los robos especulativos reali-zados por fondos de alto riesgo y otros importantes instrumentos del capital financiero que formaron la verdadera vanguardia de la acumulación por desposeimiento en la escena global, incluso aunque supuestamente conferían el beneficio positivo para la clase capitalista de “repartir los riesgos.”

3. La administración y la manipulación de crisis

Más allá de la espuma especulativa y a menudo fraudulenta que caracteriza gran parte de la manipulación financiera neoliberal, se halla un proceso más profundo que involucra accionar la trampa de la deuda como un medio primordial de acumulación por desposeimiento. La creación, administración y manipulación de crisis en la escena mundial se ha convertido en el fino arte de la redistribución deliberada de riqueza de los países pobres a los ricos. Al aumentar repentinamente las tasas de interés en 1979, Paul Volcker, en aquel entonces presidente de la Reserva Federal de EE.UU. subió la proporción de beneficios extranjeros que los países prestatarios tenían que invertir en los pagos por intereses por deudas. Forzados a la bancarrota, países como México tuvieron que aceptar el ajuste estructural. Mientras proclamaba su papel como un noble líder que organiza rescates para man-tener la estabilidad y la dirección de la acumulación global de capital, EE.UU. también pudo abrir la puerta para el saqueo de la economía mexicana mediante el despliegue de su poder financiero superior bajo condiciones de crisis local.

El complejo Tesoro de EE.UU./Wall Street/FMI se convirtió en experto en hacerlo por doquier. El sucesor de Volker, Alan Greenspan, recurrió varias veces en los años noventa a tácticas similares. Las crisis de la deuda en países individuales, poco común en los años sesenta, se hizo frecuente durante los años ochenta y noventa. Casi ningún país en desarrollo dejó de ser afectado y en algunos casos, como en Latinoamérica, tales crisis fueron suficientemente frecuentes como para ser consideradas endémicas. Esas crisis de la deuda fueron orquestadas, administradas y controladas tanto para racionalizar el sistema como para redistribuir activos durante los años ochenta y noventa. Wade y Veneroso capturaron la esencia de esa tendencia cuando escribieron sobre la crisis asiática de 1997 y 1998 – provocada inicialmente por la operación de fondos de alto riesgo basados en EE.UU.:

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Las crisis financieras siempre han causado transferencias de propiedad y poder a los que mantienen intactos sus propios activos y están en la posición de crear crédito, y la crisis asiática no es una excepción... no cabe duda de que las corporaciones occidentales y japonesas son los grandes ganadores... La combinación de ma-sivas devaluaciones impulsó a la liberalización financiera, y la recuperación facilitada por el FMI incluso podría precipitar la mayor transferencia de activos de propietarios nacionales a extranjeros en tiempos de paz de los últimos cincuenta años en cualquier parte del mundo, eclipsando las transferencias de propietarios nacionales a estadounidenses en Latinoamérica en los años ochenta o en México después de 1994. Se recuerda la declara-ción atribuida a Andrew Mellon: “En una depresión los activos vuelven a sus legítimos dueños.” (18) La analogía con la creación deliberada de desempleo para producir una fuente de mano de obra excedente mal remunerada, conveniente para la acumulación ulterior, es exacta. Valiosos activos pierden su uso y su valor.

Yacen inertes y durmientes hasta que capitalistas en posesión de liquidez deciden apoderarse de ellos e insu-flarles nueva vida. El peligro, sin embargo, es que las crisis pueden descontrolarse y generalizarse, o que surgirán revueltas contra el sistema que las crea. Una de las funciones primordiales de las intervenciones estatales y de las

instituciones internacionales es orquestar crisis y devaluaciones de manera que permitan que ocurra la acu-mulación por desposeimiento sin provocar un colapso general o una revuelta popular. El programa de ajuste estructural administrado por el complejo Wall Street/Tesoro/FMI se ocupa de la primera función. Es tarea del apa-rato comprador estatal neoliberal (respaldado por la ayuda militar de las potencias imperialistas) asegurar que no ocurran insurrecciones en el país que ha sido atracado. Sin embargo, emergieron señales de revuelta popular, primero con el levantamiento zapatista en México en 1994, y después con el descontento generalizado que infor-mó a los movimientos contra la globalización como el que culminó en Seattle en 1999.

4. Redistribuciones estatales

El Estado, una vez que se ha convertido en un conjunto neoliberal de instituciones, se convierte en un agente primordial de las políticas redistribuidoras, invirtiendo el flujo de las clases altas hacia las bajas que había sido implementado durante la era precedente socialdemócrata. Lo hace en primer lugar mediante esquemas de priva-tización y recortes en los gastos gubernamentales que debían apoyar el salario social. Incluso si la privatización parece ser beneficiosa para las clases bajas, los efectos a largo plazo pueden ser negativos. A primera vista, por ejemplo, el programa de Thatcher para la privatización de las viviendas sociales en Gran Bretaña pareció ser un regalo a las clases bajas cuyos miembros ahora podían pasar de ser arrendatarios a ser propietarios a un coste relativamente bajo, obtener el control de un activo valioso, y aumentar su riqueza. Pero una vez que fue comple-tada la transferencia, entró en juego la especulación con la vivienda, particularmente en ubicaciones centrales de primera, terminando por sobornar u obligar a las poblaciones a partir a la periferia en las ciudades como Londres, y convirtiendo a lo que eran barrios de viviendas de clase trabajadora en centros de intenso aburguesamiento. La pérdida de viviendas asequibles en áreas centrales resultó en la falta de viviendas para muchos y en viajes extremadamente largos para los que tenían trabajos mal remunerados de servicio. La privatización de los ejidos (derechos de propiedad común de la tierra bajo la constitución mexicana) en México, que se convirtió en un componente central del programa neoliberal establecido durante los años noventa, tuvo efectos análogos en el campesinado mexicano, obligando a muchos habitantes rurales a irse a las ciudades en busca de trabajo.

El Estado chino creó toda una serie de medidas draconianas mediante la cual activos fueron conferidos a una pequeña elite en detrimento de las masas. El Estado neoliberal también busca redistribuciones mediante una se-rie de otras medidas como ser revisiones en el código tributario para beneficiar a los rendimientos de inversiones en lugar de ingresos y salarios, la promoción de elementos regresivos en el código tributario (como ser impuestos a la venta), el desplazamiento de gastos estatales y el libre acceso para todos mediante tarifas de usuarios (por ejemplo en la educación superior), y la provisión de una vasta gama de subsidios y beneficios tributarios a las corporaciones. Los programas de asistencia que ahora existen en EE.UU. en los ámbitos federal, estatal y local, equivalen a una vasta reorientación de los dineros públicos para beneficiar a las corporaciones (directamente como en el caso de subsidios a la agroindustria e indirectamente como en el caso del sector militar-industrial), de un modo muy parecido a como opera la deducción de los impuestos de la tasa de interés hipotecario en EE.UU., como un masivo subsidio para los propietarios de casas de altos ingresos y para la construcción industrial.

El aumento de la vigilancia y del mantenimiento del orden y, en el caso de EE.UU., el encarcelamiento de elementos recalcitrantes en la población, indican un rol más siniestro de intenso control social. En los países en desarrollo, donde la oposición al neoliberalismo y a la acumulación por desposeimiento puede ser más fuerte, el papel del Estado neoliberal asume rápidamente el de represión activa incluso hasta el punto de la guerra de baja

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intensidad contra movimientos opositores (muchos de los cuales pueden ahora ser convenientemente califica-dos de terroristas para obtener la ayuda militar y el apoyo de EE.UU.) tales como los zapatistas en México o los campesinos sin tierras en Brasil.

En efecto, informó Roy: “La economía rural de India, que sostiene a setecientos millones de personas, está siendo agarrotada. Agricultores que producen demasiado están necesitados, agricultores que producen demasia-do poco están necesitados, y los jornaleros agrícolas sin tierra están sin trabajo porque grandes propietarios y ha-ciendas despiden a sus trabajadores. Todos atestan las ciudades en busca de empleo.” (19) En China, se calcula que por lo menos la mitad de 1.000 millones de personas tendrá que ser absorbida por la urbanización durante los próximos diez años si se quiere evitar el caos y la revuelta en el campo. No se sabe lo que esos itinerantes ha-rán en las ciudades, aunque los amplios planes de infraestructura física que están siendo implementados logren llegar a absorber en algo los excedentes laborales liberados por la acumulación primitiva.

Las tácticas redistribuidoras del neoliberalismo son amplias, sofisticadas, frecuentemente marcadas por estra-tagemas ideológicos, pero devastadoras para la dignidad y el bienestar social de poblaciones y territorios vulnera-bles. La ola de neoliberalización por destrucción creativa que ha recorrido el globo no tiene paralelo en la historia del capitalismo. Con razón ha generado resistencia y una búsqueda de alternativas viables.

Alternativas

El neoliberalismo ha generado un conjunto de movimientos opositores tanto dentro como fuera de su radio de acción, muchos de los cuales son radicalmente diferentes de los movimientos basados en los trabajadores que dominaron antes de 1980. Digo muchos, pero no todos. Los movimientos tradicionales basados en los trabaja-dores no están de ninguna manera muertos, ni siquiera en los países capitalistas avanzados en los que han sido muy debilitados por el ataque neoliberal. En Corea del Sur y Sudáfrica, vigorosos movimientos sindicales apare-cieron durante los años ochenta, y en gran parte de Latinoamérica florecen los partidos de la clase obrera

En Indonesia, un putativo movimiento sindical de gran importancia potencial lucha por ser escuchado. El po-tencial de malestar laboral es inmenso aunque impredecible. Y no es evidente tampoco que la masa de la clase trabajadora en EE.UU., que durante la última generación votó consistentemente contra sus propios intereses materiales por motivos de nacionalismo cultural, religión, y oposición a múltiples movimientos sociales, perma-necerá para siempre bloqueada en una política semejante por las maquinaciones por igual de republicanos y demócratas.

No hay motivos para excluir en el futuro la resurgencia de una política basada en los trabajadores con una fuerte agenda antineoliberal. Pero las luchas contra la acumulación por desposeimiento están fomentando líneas bastante diferentes de lucha social y política. En parte debido a las condiciones peculiares que dan origen a esos movimientos, su orientación política y modos de organización se diferencian fuertemente de los que son típicos en la política socialdemócrata. La rebelión zapatista, por ejemplo, no buscó la toma del poder estatal o la realiza-ción de una revolución política. En su lugar postuló una política inclusiva para trabajar a través del conjunto de la sociedad civil en una búsqueda abierta y fluida de alternativas que consideraran las necesidades específicas de diferentes grupos sociales y les permitiera mejorar su suerte. Desde el punto de vista organizativo, tendió a evitar el vanguardismo y se negó a adoptar la forma de un partido político. En su lugar prefirió seguir siendo un movi-miento social dentro del Estado, intentando formar un bloque de poder político en el que las culturas indígenas fueran centrales en lugar de ser periféricas.

Con ello trató de lograr algo similar a una revolución pasiva dentro de la lógica territorial del poder estatal. El efecto de tales movimientos ha sido transferir el terreno de la organización política lejos de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales tradicionales hacia una dinámica política menos enfocada de acción social a tra-vés de todo el espectro de la sociedad civil. Pero lo que perdieron en enfoque lo ganaron en relevancia. Sacaron sus fuerzas del arraigo en los trabajos diarios de la vida y lucha de todos los días, pero al hacerlo a menudo les fue difícil salirse de lo local y de lo particular para comprender la macropolítica de lo que fue y es la acumulación neoliberal por desposeimiento. La variedad de tales luchas fue y es simplemente sorprendente. Es difícil llegar a imaginar conexiones entre ellas. Fueron y son parte de una mezcla volátil de movimientos de protesta que reco-rrieron el mundo y ocuparon crecientemente los titulares durante y después de los años ochenta. (20)

Esos movimientos y revueltas fueron a veces aplastados con una violencia feroz, en la mayor parte por pode-res estatales que actuaban en nombre del orden y la estabilidad. En otros sitios produjeron violencia entre etnias

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y guerras civiles cuando la acumulación por desposeimiento condujo a intensas rivalidades sociales y políticas en un mundo dominado por tácticas de dividir para gobernar por parte de fuerzas capitalistas. Los Estados clien-tes apoyados militarmente o en algunos casos con fuerzas especiales entrenadas por las principales potencias (encabezadas por EE.UU., y Gran Bretaña y Francia con un rol menor) lideraron en un sistema de represiones y liquidaciones para bloquear implacablemente los movimientos activistas que cuestionaban la acumulación por desposeimiento.

Los propios movimientos han producido una abundancia de ideas respecto a alternativas. Algunos tratan de desvincularse total o parcialmente de los poderes abrumadores del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Otros buscan justicia social y medioambiental globales mediante la reforma o disolución de poderosas institucio-nes tales como el FMI y la OMC, y el Banco Mundial. Otras destacan una recuperación de los bienes comunes, mostrando con ello profundas continuidades con luchas de hace tiempo, así como con luchas libradas a lo largo de la amarga historia del colonialismo y el imperialismo. Algunas conciben una multitud en movimiento, o un mo-vimiento dentro de la sociedad civil global, para enfrentar a los poderes dispersos y descentrados del orden neoli-beral, mientras otros buscan de un modo más modesto experimentos locales con nuevos sistemas de producción y consumo animados por diferentes tipos de relaciones sociales y prácticas ecológicas. También existen las que confían en estructuras más convencionales de partidos políticos con el objetivo de obtener el poder del Estado como un paso hacia la reforma global del orden económico. Muchas de estas diversas corrientes se juntan ahora en el Foro Social Mundial en un intento de definir su misión compartida y edificar una estructura organizativa ca-paz de enfrentar las numerosas variantes del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Hay mucho que admirar y para inspirar en esto. (21)

Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase. Pero ¿qué tipo de conclusiones pueden ser extraídas de un análisis del tipo que hemos estructurado? Para co-menzar, toda la historia del compromiso socialdemócrata y el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo indica el papel crucial jugado por la lucha de clases para limitar o restaurar el poder de clase. Aunque ha sido efectivamen-te disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase. Esto ocurrió durante décadas en las que muchos progresistas fueron teóricamente persuadidos de que la clase era una categoría falta de significado y en las que las instituciones desde las que se había librado la lucha hasta entonces por cuenta de las clases trabajadores estuvieron bajo un ataque feroz. La primera lección que debemos aprender, por lo tanto, es que si algo parece lucha de clase y actúa como lucha de clase, tenemos que llamarla por lo que es. La masa de la población tiene que resignarse a la trayectoria histórica y geográfica definida por el abrumador poder de clase o responder en términos de clase. Decirlo de esta manera no es deshacernos en nostalgia por alguna era dorada en la que el proletariado estaba en movimiento. Tampoco significa necesariamente (si alguna vez debiera haberlo hecho) que podamos apelar a alguna simple concepción del proletariado como el agente primordial (para no decir exclusivo) de la transformación histórica. No existe un campo proletario de fantasía utópica marxiana a la que podamos apelar.

Señalar la necesidad e inevitabilidad de la lucha de clase no es decir que la forma en la que la clase está constituida es determinada o incluso determinable anticipadamente. Los movimientos de clase se hacen a sí mis-mos, aunque no bajo condiciones de su propia elección. Y el análisis muestra que esas condiciones están actual-mente bifurcadas en movimientos alrededor de la reproducción expandida – en la que la explotación del trabajo salariado y las condiciones que definen el salario social son temas centrales – y los movimientos alrededor de la acumulación por desposeimiento – en los que todo desde las formas clásicas de acumulación primitiva median-te prácticas destructoras de culturas, historias, y entornos, hasta las depredaciones producidas por las formas contemporáneas del capital financiero constituye el centro de resistencia. El encuentro del vínculo orgánico entre esas diferentes corrientes de clase es una tarea teórica y práctica urgente. El análisis también muestra que esto tiene que ocurrir en una trayectoria histórico-geográfica de acumulación de capital que se basa en una creciente conectividad a través del espacio y del tiempo, pero marcada por acontecimientos geográficos disparejos cada vez más profundos.

Esta desigualdad debe ser entendida como algo que es activamente producido y sostenido por procesos de acumulación de capital, no importa cuán importantes puedan ser las señales de residuos de configuraciones pa-sadas establecidas en el paisaje y en el mundo social. El análisis también destaca contradicciones explotables dentro de la agenda neoliberal. La brecha entre lo retórico (por el beneficio común) y la realización (por el benefi-cio de una pequeña clase gobernante) aumenta en el espacio y el tiempo, y los movimientos sociales han hecho

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mucho por concentrarse en esa brecha. La idea de que el mercado tenga que ver con una competencia honrada es negada cada vez más por la realidad del extraordinario monopolio, centralización e internacionalización por parte de los poderes corporativos y financieros. El alarmante aumento en las desigualdades de clase y regionales tanto dentro de los Estados (como en China, Rusia, India, México, y en Sudáfrica) así como a escala internacio-nal, posa un serio problema política que ya no puede ser ocultado como algo transitorio en el camino al mundo neoliberal perfeccionado. El énfasis neoliberal en los derechos del individuo y el creciente uso autoritario del poder estatal para sostener el sistema se convierten en un punto álgido de discusión. Mientras más se reconoce que el neoliberalismo es un proyecto fracasado, si no insincero y utópico, que oculta la restauración del poder de clase, más se crea la base para un resurgimiento de movimientos de masas que expresen reivindicaciones políti-cas igualitarias, buscando justicia económica, comercio justo, y mayor seguridad y democratización económica.

Pero la naturaleza profundamente antidemocrática del neoliberalismo debería seguramente ser el principal centro de la lucha política. Instituciones con enorme influencia, como ser la Reserva Federal de EE.UU., están fuera de cualquier control democrático. Internacionalmente, la falta de una responsabilización elemental, para no hablar de control democrático, sobre instituciones como el FMI, la OMC, y el Banco Mundial, para no hablar del gran poder privado de las instituciones financieras, convierten en una burla cualquier preocupación verosímil por la democratización. Volver a presentar exigencias de gobierno democrático e igualdad y justicia económica, política y cultural no es sugerir algún retorno a un pasado dorado ya que los significados tienen que ser rein-ventados en cada instancia para encarar condiciones y potencialidades contemporáneas. El significado de la democracia en la Atenas de la antigüedad tiene poco que ver con los significados que le tenemos que conferir en la actualidad en circunstancias tan diversas como las prevalecientes en Sao Paulo, Johannesburgo, Shangai, Manila, San Francisco, Leeds, Estocolmo, y Lagos. Pero a través de todo el globo, de China, Brasil, Argentina, Taiwán, y Corea a Sudáfrica, Irán, India, y Egipto, y más allá de las naciones en apuros de Europa oriental hasta los centros del capitalismo contemporáneo, grupos y movimientos sociales se unen a reformas que expresan valores democráticos. Es un punto esencial de muchas de las luchas que emergen actualmente. Mientras mejor reconozcan los movimientos más claramente opositores que su objetivo central tiene que ser enfrentar el poder de clase que ha sido tan efectivamente restaurado bajo la neoliberalización, mejor será la probabilidad de que tengan coherencia.

Arrancar la máscara neoliberal y denunciar su retórica seductiva, utilizada tan apropiadamente para justificar y legitimar la restauración de ese poder, tendrá un papel importante en las luchas contemporáneas. A los neolibe-rales les costó muchos años establecer y realizar su marcha por las instituciones del capitalismo contemporáneo. La lucha que viene no será menor cuando presionamos en la dirección opuesta.

Notas

1. Vea el sitio en la Red: http://www.montpelerin.org/mpsabout.cfm.2. G. W. Bush, “Securing Freedom’s Triumph,” New York Times, 11 de septiembre de 2002, p. A33. The Natio-

nal Security Strategy of the United State of America can be found on the Web site www.whitehouse.gov nsc/nss. See also G. W. Bush, “President Addresses the Nation in Prime Time Press Conference,” 13 de abril, 2004, http://www.whitehouse.gov/news/releases/2004/0420040413-20.html.

3. Matthew Arnold es citado en Robin Williams, Culture and Society, 1780-1850 (London: Chatto and Windus, 1958), 118.

4. Antonia Juhasz, “Ambitions of Empire: The Bush Administration Economic Plan for Iraq (and Beyond),” Left Turn Magazine 12 (February/March 2004): 27-32.

5. Thomas Crampton, “Iraqi Official Urges Caution on Imposing Free Market,” New York Times, 14 de octubre de 2003, p. C5.

6. Juan Gabriel Valdez, Pinochet’s Economists: The Chicago School in Chile (New York: Cambridge University Press, 1995).

7. Philip Armstrong, Andre Glynn, and John Harrison, Capitalism since World War II: The Making and Breaking of the Long Boom (Oxford, UK: Basil Blackwell, 1991).

8. Gerard Dumenil and Dominique Levy, “Neoliberal Dynamics: A New Phase?” (Manuscript, 2004), 4. Vea también: Task Force on Inequality and American Democracy, American Democracy in an Age of Rising Inequality (Washington, DC: American Political Science Association, 2004), 3.

9. Daniel Yergin and Joseph Stanislaw, The Commanding Heights: The Battle between Government and Mar-ketplace That Is Remaking the Modern World (New York: Simon & Schuster, 1998).

10. Thomas Byrne Edsall, The New Politics of Inequality (New York: Norton, 1984); Jamie Court, Corporatee-ring: How Corporate Power Steals Your Personal Freedom (New York: Tarcher Putnam, 2003); y Thomas Frank,

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What’s the Matter with Kansas: How Conservatives Won the Heart of America (New York, Metropolitan Books, 2004).

11. William K. Tabb, The Long Default: New York City and the Urban Fiscal Crisis (New York, Monthly Review Press, 1982); y Roger E. Alcaly and David Mermelstein, The Fiscal Crisis of American Cities (New York, Vintage, 1977).

12. Joseph Stiglitz, Globalization and Its Discontents (New York: Norton, 2002).13. David Harvey, The New Imperialism (Oxford, Oxford University Press, 2003).14. World Commission on the Social Dimension of Globalization, A Fair Globalization: Creating Opportunities

for All (Geneva, Switzerland: International Labor Office, 2004).15. Harvey, The New Imperialism, chap. 4.16. Arundhati Roy, Power Politics (Cambridge, MA: South End Press, 2001).17. Peter Dicken, Global Shift: Reshaping the Global Economic Map in the 21st Century, 4th ed. (New York:

Guilford, 2003), chap. 13.18. Robert Wade and Frank Veneroso, “The Asian Crisis: The High Debt Model versus the Wall Street- Tre

sury- IMF Complex,” New Left Review 228 (1998): 3-23.19. Roy, Power Politics.20. Barry K. Gills, ed., Globalization and the Politics of Resistance (New York: Palgrave, 2001); Ton Mertes,

ed., A Movement of Movements (London: Verso, 2004); Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London: Zed Books, 2002); Ponna Wignaraja, ed., New Social Movements in the South: Empowering the People (London: Zed Books, 1993); and Jeremy Brecher, Tim Costello, and Brendan Smith, Globalization from Below: The Power of Solidarity (Cambridge, MA: South End Press, 2000).

David Harvey es profesor distinguido en el Centro de Postgrado de la Universidad de la City University of New York. Es autor de varios libros, entre ellos: “A Brief History of Neoliberalism,” “ The New Imperialism,” “Spaces of Hope,” “ The Limits to Capital,” y “The Condition of Postmodernity.”

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UNA TEORÍA MARXISTA DEL NEOLIBERALISMO

Gérard DUMÉNIL y Dominique LÉVY

1.- ¿Anacronismo? ¿Qué es el neoliberalismo?

¿Podríamos valernos para el estudio del neoliberalismo de un análisis del capitalismo de hace más de 150años? Todo cambia y el capitalismo contemporáneo es profundamente diferente de aquél del que Marx fue testigo (en Inglaterra y, en menor medida, en Estados Unidos del siglo XIX). ¿Y qué pensar de las interpretaciones desarrolladas por Rudolf Hilferding y Vladimir Lenin a principios del siglo XX? Se nos acercan, sí, unas décadas, sin embargo aún nos separa casi un siglo de la teoría de El Capital Financiero.

Pero el tiempo no es la cuestión. Curiosamente, es mucho más fácil descifrar los rasgos característicosdel ca-pitalismo de finales del siglo XX y principios del XXI a la luz de El Capital, que de aplicar este marco analítico a los primeros decenios siguientes a la 2ª Guerra Mundial. La paradoja sólo es aparente. Se puede fechar el neolibe-ralismo de la transición de 1970 a 1980; él restableció con particular viveza ciertos rasgos capitalistas específicos de nuestras economías y sociedades otorgando a El Capital su evidencia.

¿De qué se trata? Hablar de restablecimiento supone que ha habido una decadencia previa. Por lo tanto te-nemos que volver un poco atrás. A pesar de las características imperialistas de los años 1950 y 1960, los de las guerras coloniales y la caliente ‘guerra fría’, la posguerra dio ocasión a notables avances en los países del centro: progreso del poder adquisitivo de la gran masa de asalariados, ampliación del sistema de seguridad social, po-líticas favorables al empleo y avances en materia de educación y salud pública. En América Latina, modelos de desarrollo propios permitieron el mantenimiento de tasas de crecimiento del 6 y 7 %, por ejemplo, en Méjico o Bra-sil; en Asia, algunos países como Japón o Corea emprendieron trayectorias de crecimiento muy rápidas… Todas estas experiencias coincidieron con un retroceso de las prerrogativas e ingresos de los propietarios del capital; retroceso que estuvo acompañado de una cada vez mayor autonomía de los cuadros1, lo mismo en el ámbito de la gestión de las empresas que en el de las políticas. Los rendimientos japoneses, por ejemplo, se lograron en medio de un desprecio profundo de los intereses financieros y mediante una fuerte intervención del Estado. En el centro de este ‘modelo’ se encontraban cuadros de las empresas y de los ministerios.

Con el neoliberalismo, las clases propietarias del capital recobraron sus prerrogativas y el capitalismo, muchos de los aspectos de la violencia que le son propios. Y esta vuelta impetuosa se realizó a menudo con maneras particularmente arrogantes y extrañas. El nuevo rumbo de las cosas se arraiga en los engranajes más profundos del modo de producción, se trate de mecanismos ya económicos ya políticos (difícilmente separables, por otra parte). La lucha de clases determina la dinámica del capitalismo, como siempre, pero ahora de manera más evi-dente. Y en asuntos de imperialismo, si algunas formas indudablemente han cambiado, la violencia económica, la corrupción, la subversión y la guerra están al orden del día.

Para nosotros, analistas que nos reclamamos de los principios enunciados por Marx hace 150 años, ¿cómo formular esta paradoja? ¿Es el neoliberalismo o es Marx quien nos facilita la tarea? La respuesta es evidente: los dos. Y es esta extraña convergencia la que impregna este artículo. En una brevísima síntesis podemos dar una definición sintética del nuevo orden social: el neoliberalismo es una etapa del capitalismo, la última hasta la fecha, cuyo rasgo principal es el reforzamiento del poder y de la ganancia de la clase capitalista. Una cuestión de instituciones financieras y de clase. Esta recuperación es el resultado de una entidad social híbrida que nosotros bautizamos como las finanzas.

Engloba la parte superior de la clase capitalista y ‘sus’ instituciones financieras. Por esta razón podemos de-signar este orden social como una segunda hegemonía financiera, que hace eco a la primera (la de comienzos del siglo XX a la depresión de los años 30). Este es nuestro marco analítico. La terminología cambia de un autor a otro, y el término ‘finanzas’ se reserva a menudo para las instituciones financieras. Sin embargo existen mu-chas y fuertes convergencias entre los marxistas2. Todos ponen el acento en un proceso de financiarización y la importancia de los mecanismos financieros; todos subrayan la intensificación de la explotación y la dimensión imperialista es siempre crucial. David Harvey se ha alineado ahora con la tesis que ve en el neoliberalismo el res-

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tablecimiento del poder de las clases dominantes cuyos aspectos teóricos, históricos y empíricos hemos señalado en sus publicaciones3. Pero subsisten ciertas divergencias.

Conciernen a la relación entre capitalismo, mundialización y neoliberalismo (como testifica la discusión al prin-cipio de este informe).

¿Banal? Por supuesto que no. Sin hablar de la economía al servicio de las clases dominantes, las problemá-ticas keynesianas abordan estas cuestiones de manera muy distinta. Hay toda una gradación. En un extremo del abanico político encontramos un keynesianismo ingenuo que ve en la entrada del neoliberalismo el resultado de una lucha de titanes, el mercado contra el Estado, como dos actores sociales. Esta visión tuvo un peso fuerte en los primeros años de la toma de conciencia del giro neoliberal. En el otro extremo, está el keynesianismo político que se acerca considerablemente a una problemática marxista, sin que la frontera esté bien definida. Son sobre todo las clases lo que plantea el problema a los keynesianos. La jerarquías sociales están pensadas en términos de desigualdad; el Estado muy a menudo se percibe aún como una entidad autónoma por encima de las clases; los malos son la multinacionales, olvidando que éstas tienen amos, exactamente las clases capitalistas.

Este artículo tiene como objeto el neoliberalismo; deja a un lado un importante aspecto del análisis de Marx como pensador de la mundialización. Desde el Manifiesto la idea de la formación del mercado mundial está de-finida como característica fundamental del capitalismo. Tiene implicaciones políticas importantes de las que se hace eco la famosa proclama: ¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Esta visión lleva a Marx muy lejos políti-camente, ya que en su Discurso sobre el libre-cambio (contemporáneo del Manifiesto), no duda en declararse a favor del libre-cambio, cuyos estragos estigmatiza, porque piensa que la mundialización del capitalismo acelerará la revolución.

Un primer campo en el que la contribución de Marx es esencial para el análisis del neoliberalismo es el de los modos de constitución de la clase capitalista como agente en la lucha de clases, a través del Estado y las institu-ciones financieras (sección 2). La cuestión de la periodización del capitalismo define un segundo campo (sección 3). ¿Existe una teoría marxista de las etapas o estadios (dos términos que nosotros consideramos equivalentes?) ¿Cómo caracterizarla? Sabemos sin embargo que en Marx la idea de una progresión histórica es inseparable de su visión de la gran periodización que le motiva, la de la sucesión de los modos de producción que culmina con la superación del capitalismo. Entonces ¿por qué tenemos el neoliberalismo? Este artículo pone el acento en el marco analítico marxista, no sobre el estudio de la historia como tal, lo que hacemos más extensamente en otra contribución en este informe.

TEORÍA MARXISTA DEL NEOLIBERALISMO

2.- La clase capitalista organizada

El análisis del neoliberalismo pone en escena un actor histórico, la clase capitalista, y particularmente su frac-ción superior (los grandes más que los pequeños). Pero el poder y las acciones de la clase capitalista no son la simple suma de intervenciones individuales. Se expresan mediante cuadros institucionales. Es este actor en la historia al que se ha convenido en llamar clase para sí por oposición a una determinación más estructural de la clase capitalista en tanto que clase en sí que remite directamente a las relaciones de producción.

En este apartado vamos a presentar las dos modalidades institucionales principales de este empoderamiento capitalista sobre la sociedad: (1) el poder estatal que encarna un Estado de clase en una sociedad de clase. (2) el poder financiero, expresión de otras formas de organización colectivas mediante las instituciones financieras.

2.1 Poder de EstadoEn el lenguaje corriente, y tratándose de nuestras “democracias”, la noción de Estado se refiere a un conjunto

de instituciones en cuyo centro se encuentran unas asambleas, un gobierno y un jefe de Estado, rodeados de un amplio conjunto de órganos: administraciones varias, policía, ejército… Podemos considerar este Estado en el plano nacional (incluidos el regional y el local) en su relación con los ciudadanos, o internacional donde los estados interactúan, cooperan y rivalizan. No es ésta la visión de Marx. Él define directamente el Estado en su relación con la estructura de clase, con el poder de clase. Se trata sí de un conjunto de instituciones, pero que no son aprehendidas desde el punto de vista de sus funciones organizativas. En primer lugar, en él se configuran las relaciones de poder entre clases y fracciones de clase; en segundo lugar, el Estado es el agente del ejercicio del poder así constituido, consciente de que este ejercicio no puede ser sino colectivo (por muy minoritarios que sean sus apoyos).

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Sin duda alguna que las cosas son más complicadas pues más allá de estos asientos fundamentales de la es-tructura de clase, el Estado es también portador de un movimiento histórico, propio de las sociedades humanas, a la búsqueda de cuadros de eso que Marx llamaba “socialización”. Este movimiento tiene un alcance nacional e internacional. Esta perpetua “dialéctica” de lo mejor y de lo peor es una característica de la orientación del pen-samiento de Marx4.

¿Cuáles son los entresijos teóricos de estas distinciones? La concepción del neoliberalismo como oposición entre Estado y mercados arrasa aún incluso entre aquellos que se reivindican marxistas. Sin embargo no hay Estado por encima de las clases; el pretendido reflujo del poder estatal desde los decenios keynesianos a los decenios neoliberales, no es más que la expresión de la alteración de la configuración de las relaciones de poder entre clases y fracciones de clase, desde un periodo al otro (más adelante precisaremos su contenido). Reducir el Estado a sus instrumentos conduce a conclusiones radicalmente erróneas. Hace perder al análisis su unidad: la de lo político y de lo económico. Debido precisamente a la naturaleza del neoliberalismo, el Estado neoliberal no es un Estado débil. Al contrario, es muy fuerte. ¿Cómo se puede decir que el Estado estadounidense es un Estado débil? ¿De qué estamos hablando?: ¿en los planos político y económico, nacional o internacional? Sí, este Estado se ha desentendido de algunas funciones, expresiones del orden social anterior en materia de pro-tección social, de política industrial…, pero globalmente se ha reforzado. Notemos de paso que la convicción de la importancia del papel del Estado en el neoliberalismo (que parece contradecir la omnipotencia del mercado) lleva a algunos analistas a volver a cuestionar el concepto de este periodo del capitalismo, cuando la compro-bación debería ser solamente la del carácter parcialmente inapropiado del término neoliberalismo utilizado para caracterizarlo [este periodo].

Sea cual sea el empoderamiento de la clase capitalista de las instituciones estatales, las clases dominantes no gobiernan independientemente de un tejido de relaciones que ellas establecen con otras clases. Para dar cuenta de estas configuraciones de las relaciones de poder, nosotros utilizamos la palabra compromiso. Entendemos por ello no sólo los “apaños” ideológicos y políticos, sino las alianzas que se basan en fundamentos económicos: una especie económica particular, por ejemplo en materia de ingresos. Típicamente se trata de clases medias, pero no debemos contentarnos con esta noción vaga. Nosotros hablamos del compromiso keynesiano y del compromi-so neoliberal cuyos rasgos son definidos en nuestro segundo artículo. De un periodo al otro, el Estado vivió esta metamorfosis de los compromisos de clase. Las cronologías y los contenidos fueron más o menos distintos según cada país, en Francia o Estados Unidos, por ejemplo. Sin embargo, esta transformación no fue una disolución del Estado sino una reconfiguración de los compromisos. La conclusión, en dos palabras, es: enlazar con la teoría de Marx sobre el Estado para comprender el neoliberalismo.

2.2.- Propiedad y gestiónEl análisis del neoliberalismo se conecta directamente con otro aspecto de la obra de Marx. Se trata de la teo-

ría de las transformaciones de la relación de propiedad capitalista en el libro III de El Capital. Este análisis lo lleva al estudio de eso que podemos designar en un lenguaje contemporáneo como la separación de la propiedad y de la gestión, una de las claves de interpretación de la dinámica del capitalismo desde principios del siglo XX. En el capitalismo del que Marx fue testigo, la propiedad es aún individual o familiar, pero las formas preliminares de las transformaciones que van a revolucionar el modo de producción en el paso de los siglos XIX y XX ya están en marcha; y Marx capta su alcance histórico. Podemos distinguir dos etapas en el proceso que él describe:

1.- El financiador y el empresario. A partir del capitalista individual que adelanta el capital y lo administra, Marx señala la aparición de una nueva categoría de capitalistas que contribuyen con el adelanto [del capital] sin implicarse en la gestión. Se trata del capitalista del capital que produce interés, categoría que incluye también al accionista. Es, en resumen, lo que nosotros llamamos capital de financiación (del financiador). Paralelamente, el capitalista implicado aún en la gestión es rebautizado por Marx como capitalista activo. Si el financiador recibe su interés o dividendo, el capitalista activo recibe el beneficio de la empresa; literalmente, el beneficio del empresa-rio. Este empresario por ello se considera a sí mismo con doble título: 1) por su contribución al adelanto, en pie de igualdad con lo otros financiadores, y 2) como agente que se encarga de eso que Marx llama las funciones capitalistas, es decir, la gestión en sentido amplio.

2.- El gestor asalariado. Nueva etapa: la persona del empresario, en tanto que gestor, cede el cargo a undirector asalariado: … el simple director que, sin tener título alguno ni de poseedor del capital ni de empresario

ni de nada, cumple todas las funciones efectivas que necesita el capital activo como tal; de ello se sigue que sólo queda el funcionario (el que ejecuta las funciones, es decir, el gestor), y el capitalista desaparece del proceso de producción (más precisamente, del proceso del capital: su valorización y su circulación) por superfluo.5

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Al final, la gestión es transferida a asalariados. En el citado párrafo, se trata del director, pero esta delegación se hace en orden a una pirámide de tales asalariados. El marco institucional en que se inscribe la “propiedad” del capital queda pues metamorfoseado. En su integridad, esta noción incluye la propiedad en sentido estricto, la llamada a veces “jurídica”, es decir, por una parte, el derecho de transmisión de esta propiedad y de disfrutar de los ingresos que genera, y por otra, el ejercicio del control, es decir, la gestión. Este capitalismo de financiadores y de gestores asalariados, cuya génesis remonta a principios del siglo XX, es característica de la economía con-temporánea.

Esta ruptura en la relación de propiedad suscita unas tensiones considerables que Marx no analizó. Los pro-pietarios y los gestores de alto nivel se encuentran en un lugar social que nosotros llamamos la interfaz propie-dad- gestión, el mundo de la alta gestión, llamada en nuestros días gobierno de empresa, como en los consejos de administración. Es en buena medida ahí, donde se regulan los problemas de cooperación entre estos sectores de las clases dominantes.

2.3 La banca administradora de la financiación del capitalEl análisis de las instituciones financieras en El Capital es en principio el del capital bancario, la principal insti-

tución financiera del capitalismo, sobre todo en vida de Marx. Este análisis remite a dos campos teóricos. En pri-mer lugar, la teoría de la circulación del capital y, segundo, la de la financiación del capital. El libro II está dedicado al circuito del capital. En el circuito completo, el del capital industrial, el capital pasa por el taller. Reviste pues las formas dinero, D, mercancía, M, y capital productivo, P : D – M…P…M’ – D’, el apóstrofe (‘) significa el aumento del valor resultado de la apropiación de la plusvalía. Ciertos tramos de este circuito son confiados a empresas particulares: el comercio de las mercancías y el “comercio del dinero”. Por esta última expresión Marx entiende las operaciones de mantenimiento de registros y las de recogida de operación y de cambio que requiere el capital en su forma D. Son los bancos los que aseguran estas operaciones, lo que les permite reunir los activos ociosos de las empresas; a los que se añaden los haberes de las familias y del Estado.

Incluso si estos haberes son individualmente efímeros, su centralización alimenta una masa de fondos más o menos estable. Una segunda función de la banca es la centralización del capital de financiamiento y su puesta a disposición de los agentes que la usan:

Hemos visto en el punto anterior que la guarda de fondos de reserva de los hombres de negocios, las operacio-nes técnicas del cobro y del pago de dinero, de los pagos internacionales y de ahí del comercio de lingotes, se en-cuentran concentrados en manos de los banqueros. Unido a este comercio de dinero se desarrolla el otro aspecto del sistema de crédito: la gerencia del capital portador de interés o del capital-dinero [capital de financiamiento], en tanto que funciones propias de los banqueros. Prestar y pedir prestado viene a ser su área particular.6

Así la propiedad del capital, o al menos una buena parte de ella, se encuentra mediatizada por el sistema bancario. Es su administrador: … de manera que son los banqueros quienes, en vez del prestamista individual, afrontan, en cuanto representantes de todos los prestamistas de dinero, el capitalista industrial y el comerciante. Son los administradores generales del capital-dinero [de financiamiento]7

2.4 El capital financiero de Hilferding y las finanzas contemporáneasEstamos aquí ya muy cerca del análisis de El Capital Financiero de Hilferding. El capital financiero es ese

dispositivo en el que el capital de financiamiento es acumulado por los bancos y puesto a disposición de las em-presas. Lenin le pisa los talones. El capital financiero no es un sector financiero que se oponga a un sector no financiero como se cree a menudo. El capital financiero es el gran capital; la banca es uno de los elementos del dispositivo que permite a los grandes capitalistas, a los “magnates” según la terminología de Hilferding, controlar las grandes empresas del sistema productivo.

Si la industria cae así bajo la dependencia del capital bancario, no quiere decir por eso que los magnates de la industria dependan por su parte de los magnates de la banca. Más bien, como el mismo capital, en su nivel más elevado, viene a ser capital financiero, el magnate del capital, el capitalista financiero, acumula cada vez más la disposición del conjunto del capital nacional bajo forma de dominación del capital bancario.8

Hilferding y Lenin continúan la idea de Marx de esta reconfiguración de poderes de los grandes capitalistas - eso que llamamos “sector superior de la clase capitalista”- en las instituciones financieras. Pensamos que es una de las claves de la interpretación de la dinámica histórica del capitalismo desde el siglo XIX. En nuestro con-cepto de ‘finanzas’, esta articulación entre el sector superior de la clase capitalista e instituciones financieras, es crucial. En el capitalismo contemporáneo, hay que dar a las instituciones financieras toda su extensión: bancos

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(en adelante, en Estados Unidos, financial holding companies, instituciones financieras diversificadas), fondos de inversión, banco central, Fondo monetario internacional, etc. En el neoliberalismo, todas estas instituciones (in-cluidas las de carácter estatal) son los agentes de los poderes de las grandes familias capitalistas, y los garantes de sus recursos.

Podemos pues resumir así las tres grandes claves de la interpretación del neoliberalismo que nos da la teo-ría marxista: 1) un análisis del Estado en la estructura de clase, 2) la elaboración de la teoría del capital hasta la separación de la propiedad de la gestión, y 3) la concentración de la relación capitalista en las instituciones financieras.

3 – ¿Qué etapas?

Otro campo en el que se puede apreciar el aporte de una problemática marxista al análisis del neoliberalismo es el de la periodización. ¿Cómo distinguir etapas en la historia del capitalismo? No existe en Marx una teoría de periodos largos. Podemos pensar en su análisis de la acumulación originaria del capital al final del libro I, como una etapa preliminar. Pero es el único caso. En el Capital encontramos diversas periodizaciones concernientes a los cuadros institucionales de los procesos técnicoorganizativos.

Un ejemplo muy conocido es el de la sucesión de fases: la cooperación, la manufactura y el maquinismo y la gran industria que se superpone a otra distinción de alcance cronológico, la que opone subsunción formal y sub-sunción real al capital. Cuando los trabajadores, reunidos por los capitalistas, trabajan en condiciones técnicas y organizativas inalteradas, su subsunción al capitalismo se dice que es formal. El maquinismo introduce un lazo de dependencia directa del trabajador con la dinámica creada por la máquina, instrumentada por el capitalista (de hecho por sus representantes).

Nosotros no pensamos que exista una periodización del capitalismo, como un criterio que se impusiera cla-ramente sobre los otros. Es verdad que el capitalismo se transforma y, en muchos casos, podemos identificar rupturas muy bruscas. Pero el problema se crea por la multiplicidad de los puntos de vista. Las grandes tenden-cias del cambio técnico se subvierten; las tasas de ganancia pueden crecer o decrecer; las estructuras de clase se alteran; las formas que reviste la propiedad y del capital se modifican: la competencia puede atenuarse o acentuarse; o, según la periodización privilegiada en este estudio, los poderes de clase se expresan en configu-raciones diversas, etc. Las transiciones pueden coincidir con acontecimientos espectaculares, generalmente dra-máticos, como las crisis o las guerras. Como estas circunstancias son impulsoras de cambio, las periodizaciones más triviales, del tipo “antes” o “después” de la guerra o de la crisis, son a menudo muy pertinentes, y no por azar muchos analistas coinciden en esto.

3.1 CompetenciaUn tema central de la periodización del capitalismo por parte de los marxistas es el de la competencia; precisa-

mente de su desaparición a favor de la monopolización. En Estados Unidos estas teorías surgieron en la segun-da mitad del siglo XIX, a consecuencia de la fase de bajada de la tasa de ganancia (que desembocó en la gran crisis de los años 1890). Esta bajada fue achacada por sus contemporáneos a la excesiva competencia, llamada “coupe-gorge” [emboscada, con peligro de degüello. (N. del T.)]. Las empresas reaccionaron organizándose en trusts y cartels, donde se repartían la demanda o los beneficios, fijaban los precios, etc.

Estas prácticas fueron prohibidas por una ley federal en 1890. A la vuelta del siglo, se produjo una formidable ola de fusiones en sociedades holding, autorizadas igualmente en 1890 por otras leyes. Varias empresas se cons-tituían en una sociedad única. Esta ola es conocida como la revolución de las sociedades (Corporate revolution)9. La literatura sobre este tema es enorme, y esta supuesta pérdida de competencia fue invocada como la principal explicación de la crisis de 1929 (a la par que el sub-consumo, teoría rival). La oposición a los monopolios, por parte de los agricultores y sobre todo de los obreros fue considerable, tanto que los capitalistas del sector menos avanzado de la economía instrumentalizaron este movimiento popular para defender sus propios intereses.

Europa fue campo de parecidas tensiones por la misma época. No es pues de extrañar que Hilferding y sobre todo Lenin, que escribían respectivamente en 1910 y 1916, hicieran de los monopolios la mayor característica de la nueva fase del capitalismo, junto con el capital financiero10. Lenin sostuvo que si había que definir el imperia-lismo con un solo trazo, éste sería “el estadio monopolista del capitalismo”.

Reducida a una teoría de la concentración, la tesis del capitalismo monopolista, como etapa del capitalismo

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tiene fuerza de evidencia. Pero en cuanto teoría del fin de la competencia o, incluso, de su moderación, es erró-nea. Y sin embargo ha venido impregnando el pensamiento económico que se reclama de Marx desde principios del siglo XX. Un ejemplo es la tesis de El capitalismo monopolista de Paul Baran y Paul Sweezy11. En Francia es conocido el análisis del Partido Comunista de El capitalismo monopolista de Estado12. En nuestros días las opiniones son diversas. A pesar de la insistencia en el crecimiento de la talla de las empresas, hay quienes su-brayan el vigor de la competencia.

No hay una especificidad del neoliberalismo que corresponda a la concentración y la competencia. Las ten-dencias anteriores, llamadas de la “mundialización”, y la confrontación de los gigantes continúan en el plano mundial. Uno de los componentes del neoliberalismo fue la modificación de los procedimientos antitrust, en la práctica más que en la legislación. No está claro que haya que hablar de aceleración de la concentración, a pesar de la multiplicación de las fusiones y adquisiciones. Se observa aquí un ejemplo de las innumerables confluencias entre criterios de periodización, aunque su superposición rigurosa sea imposible.

3.2 Ondas largas: acumulación y crecimiento, cambio técnico y rentabilidadEl marco analítico de las ondas largas se viene desarrollando desde los años 1920 tras la ingente labor de

Nicolas Kondratieff13 (éste se fijó en los precios, pero los estudios más recientes han vuelto a centrar los análisis en el crecimiento). Esta problemática se impuso a los marxistas como un correctivo a las visiones escatológicas en las que la acumulación de las contradicciones del capitalismo y sus crisis lo enterraban demasiado pronto. El capitalismo se hunde periódicamente en crisis profundas y duraderas, pero renace, de manera fugaz, si se con-sidera que treinta años pasan pronto.

Esta corriente está muy presente en el marxismo contemporáneo. Una lectura como ésta, en términos de ci-clos largos, es la que hizo Ernest Mandel14. Articula esta periodicidad en fases ascendentes y descendentes de la rentabilidad del capital retomando así un aspecto central de la teoría de Marx: la tendencia a la bajada de la tasa de ganancia. La relación con el neoliberalismo es muy estrecha ya que la transición entre las fases ascendentes y descendentes es referida por los autores a un proceso de financiarización15 con un desplazamiento de la inver-sión “de la esfera productiva a la esfera financiera” como escribe Immanuel Wallerstein16. En el neoliberalismo las derivas financieras contemporáneas serían la expresión del agotamiento de una fase ascendente.

Los marxistas se orientan como mejor pueden en esta complejidad factual en la que se combinan acumulación y crecimiento por una parte y, por otra, técnica y rentabilidad. Es uno de los campos en que su contribución es más interesante y sin rival en la economía dominante17.

3.3 Relación de producción y estructuras de clase.Las periodizaciones pueden, o podrían, referirse a la transformación de las relaciones de producción. Se trata

principalmente de formas en las que se expresan la propiedad capitalista y las estructuras de clase. Como hemos dicho, Marx analiza las transformaciones de la propiedad capitalista de manera muy minuciosa. Pero nunca de-duce explícitamente de ello la noción de las etapas. Se pasa de un capitalismo de propiedad individual o familiar a un capitalismo en que propiedad y gestión están separadas, la propiedad está concentrada en las instituciones financieras y la gestión encomendada a asalariados. Sin embargo, Marx no ve la necesidad de periodizar: el ca-pitalismo evoluciona hacia su madurez.

Nosotros pensamos, al contrario, que estas transformaciones perfilan fases claramente distintas. Tal vez se trate de una de las periodizaciones más pertinentes del capitalismo. Y esta convicción se refuerza si se toma en consideración las transformaciones concomitantes, sobre todo la revolución de la gestión y la aparición de las finanzas modernas. El otro terreno es el de las clases. Está estrechamente ligado al precedente debido a la correspondencia estricta, u homología, entre relaciones de producción y estructuras de clase. Aquí el punto determinante es la aparición de las clases de cuadros y de empleados. Es el pensamiento no-marxista el que ha producido el concepto de capitalismo gerencial, una vieja tradición en Estados Unidos. Aquí los marxistas están aterrorizados.

En el análisis del capitalismo contemporáneo, esta aprensión tiene las más graves consecuencias. Pensamos que es imposible comprender el sentido verdadero del neoliberalismo sin ver en los cuadros la clave maestra del compromiso social de los primeros decenios de la posguerra, a menudo llamado compromiso keynesiano. Es a esto a lo que ha respondido el neoliberalismo. Nosotros caracterizamos el capitalismo contemporáneo, a pesar del neoliberalismo, como un capital-cuadrismo18. Si se quiere, se puede asimilar este concepto al del capitalismo gerencial, a despecho de la diferencia profunda de sus problemáticas.

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3.4 Poderes de clase y rivalidades internacionalesLo que define el neoliberalismo en materia de periodización, sin embargo, es de otra naturaleza. El neolibera-

lismo es una configuración de relaciones de poder en el seno de una estructura de clase, y no una estructura de clase particular o una forma institucional de la propiedad y del capital. Es lo que describe la fórmula hegemonía financiera, teniendo en cuenta la definición que se ha dado anteriormente de las finanzas. Se trata del poder, y correlativamente de los ingresos, de la fracción superior de la clase capitalista, en su relación privilegiada con las instituciones financieras. Esta dominación no excluye alianzas, en este caso, con lo más alto de la jerarquía de los directivos en Estados Unidos.

Los conceptos de hegemonía financiera, la primera y la segunda, o de compromiso keynesiano, exceden cla-ramente las alianzas políticas temporales que Marx describe en El 18 Brumario. Aunque ignoremos la duración de la segunda hegemonía financiera, se trata de fases que se dilatan durante algunos decenios. Son las grandes coyunturas políticas, pero que descansan sobre una base económica: ciertas modalidades de funcionamiento del capitalismo. Estas modalidades fundamentan las relaciones internas del compromiso entre los diversos sec-tores. Por ejemplo, en el neoliberalismo (con un cuarto de siglo de vida), los modos de gestión de las empresas, los políticos y los cuadros institucionales (libre cambio, libre circulación de capitales,…) han sido profundamente modificados. Los sectores superiores de los cuadros están asociados a algunos de los beneficios del nuevo orden social.

3.5 Más allá del capitalismoMarx no era hombre de la periodización del capitalismo. Se pueden dar dos razones. La primera, sin duda, es

su comprensión de la complejidad de la evolución del modo de producción: En Marx encontramos, por supues-to, periodizaciones como las de los cambios técnico-organizativos; vemos con qué cuidado examina algunas transformaciones como las de las formas de la propiedad y del capital. Pero no intenta nunca hacer una síntesis, encajar los módulos pequeños en los grandes.

La segunda razón es política. Marx tiene la vista puesta sobre lo que para él es la periodización: aquella que conduce a la superación del capitalismo. Ya se ha dicho que Marx concentra su atención en la maduración del capitalismo que él concibe como un proceso contradictorio: los progresos de lo que él llama la “socialización”, pero también el caos potencial que resulta del carácter aún privado de mecanismos de alcance social. En lugar de una nueva fase del capitalismo, esta maduración prepara su abolición. ¡Revolución obliga!

Al tratar de la concentración del capital en unas pocas manos, Marx escribe, por ejemplo: Es la supresión del

modo de producción capitalista en el interior mismo del modo de producción capitalista, por tanto, una contra-dicción que se destruye a sí misma y que de toda evidencia se presenta como simple fase transitoria hacia una nueva forma de producción.19

4 - Marx y los marxistas frente a la historia

La historia de la teoría marxista muestra una permanente adaptación. Habrán hecho falta dos cambios. Los dos se sitúan en la continuidad de la constante “aplazamiento” de la superación del modo de producción:

1.-El capitalismo sí que ha producido la violencia de su propia eliminación. Pero la edificación de una sociedad nueva, sin clases, se ha esfumado. Muy pronto se manifestaron en ella los caracteres de la restauración de un or-den social de clase, un cuadrismo burocrático; después estas sociedades se mostraron incapaces de reformarse; su clase dominante no supo conquistar su democracia (de clase); hasta la gran pelea por la apropiación privada individual de los medios de producción en la Unión Soviética (lo que China parece llevar más tranquilamente). Durante este tiempo, el capitalismo proseguía su curso, de manera menos tranquila, incluso a veces caótica. Los marxistas se vieron así obligados a reconocer constantemente la renovación del capitalismo, su paso a nuevas etapas. Había que aprender a pensar simultáneamente cambio y continuidad. La competencia desaparece, ¡pero sobrevive! ¡La tasa de ganancia baja, pero sube! Así se elaboraban las interpretaciones marxistas más fecundas de la historia, al imperativo de los acontecimientos.

2.-Pero con el neoliberalismo, la necesidad de innovar se hace sentir aun con mayor agudeza. La confronta-ción de los teóricos del marxismo contemporáneo con el orden neoliberal es un fenómeno ambivalente. Por un lado, el neoliberalismo les hace un enorme servicio como analistas, porque resucita muchas de las características del capitalismo en sus formas más crudas; por otro, les confronta a un nuevo periodo, extraño a las tradiciones

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de periodización propias de su corriente teórica. De ahí el repliegue hacia procesos que Marx, Hilferding y Lenin habían identificado perfectamente: la mundialización y el monopolio.

Sin embargo, Marx había visto los bancos como los administradores del capital de financiamiento, e Hilferding estuvo muy cerca de la descripción de una primera hegemonía financiera. Pero las jerarquías se seguían pen-sando dentro de la clase capitalista: el camino hacia un paroxismo en preparación del gran vaivén. Ni Marx, ni sus grandes continuadores, han preparado a los marxistas para la revolución de pensamiento requerida por la noción de una atenuación de las prerrogativas de la clase capitalista y de su restablecimiento. Así pues, lo que aparece como más preciado en el cumplimiento de esta puesta al día, no es una indicación específica de Marx, sino la herencia de los grandes marcos analíticos, sobre todo la teoría del Estado y – no habría que sorprenderse- ¡la del capital!

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Citas y notas1 Mantenemos la traducción literal del término francés ‘cadre’ por ‘cuadro’, así como el neologismo utilizado en el artí-

culo ‘cadrismo’ por ‘cuadrismo’, en el sentido que le da el Dictionnaire Encarta de “empleado asalariado con funciones de dirección…, con un nivel de cualificación superior”, que coincide más o menos con el del Diccionario de la Real Academia Española en su acepción 12: “En el Ejército, en una empresa, en la Administración Pública, etc., conjunto de mandos”. Ambas acepciones quedan más precisadas en el libro de los autores “Crisis y salida de la crisis” (2007) FCE, en el que se dice:” “Los responsables de las instancias económicas públicas y los administradores de las empresas habían adquirido, en el compromiso keynesiano, cierta autonomía con respecto a los propietarios capitalistas”. [N. del T.]

2 Así lo atestiguan este número y la obra en preparación del Séminaire d’Études Marxistes, La finance capitaliste, París: Presses Universitaires de France (2006). [Los autores se refieren al número de la revista en la que publican este artículo. N. del T.]

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3 D. Harvey, A Brief History of Neoliberalism, Oxford : Oxford University Press (2005), p. 16.4 G. Duménil, D. Lévy, “Les trois champs de la théorie des relations financières de Marx. Le Capital financier d’Hilferding et Lénine”, p. 181-219”, in Séminaire d’Études Marxistes, La finance capitaliste, Paris: Presses Universitaires de France, 2006 5 K. Marx, El Capital, Libro III, Tomo 2,[citado de] Paris (1967): Éditions sociales (1894), p. 52-53.6 K. Marx, ibid., p. 66.7 K. Marx, ibid., p. 67.8 R. Hilferding, Le capital financier. Étude sur le développement récent du capitalisme, Paris (1970): Éditions de Minuit (1910), p. 318 9 G. Duménil, M. Glick, D. Lévy, “The History of Competition Policy as Economic History”, TheAntitrust Bulletin, XLII (1997), p. 373-416.10 R. Hilferding, Le capital financier, op. cit. note 7; V. Lénine, “El imperialismo, fase superior del capitalismo”.11 P. Ba-ran, P. Sweezy, Le capitalisme Monopoliste. Un essai sur la société industrielle américaine,Paris: Maspero (1970).12 P. Boccara, Études sur le capitalisme monopoliste d’ État, sa crise et son issue, Paris: Éditions Sociales (1974)13 N.D. Kondratieff, “The Static and Dynamic View of Economics”, Quarterly Journal of Economics, 34 (1925), p. 575-583.14 E. Mandel, Les ondes longues du développement capitaliste. Une interprétation marxiste, Paris : Èditions Page deux (1999).15 G. Arrighi, The Long Twentieth Century: Money, Power and the Origins of our Times, Londres: Verso (1994).16 I. Wallerstein, “Mondialisation ou ère de transition? Une vision à long terme de la trajectoire du système monde”, in Séminaire Marxiste, Unenouvelle phase du capitalisme?, Paris: Syllepse, 2001, p. 71-94, p. 78.17 Se podría pensar, por ejemplo, en la tan trivial como conocida periodización de Walt Rostow: (1) la sociedad tradicional, (2) los preliminaresdel despegue (3) el despegue, (4) la era del gran consumo de masas, y (5) “más allá del consumo”, esta última etapa aún imprevisible.(W.W. Rostow, The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifesto, Cambridge: Cambridge University Press (1960)).18 El neologismo se construye sobre el modelo de socio-económico, y no social-económico. El rechazo a tener en cuenta estastransformaciones del capitalismo conduce a la incapacidad para caracterizar las sociedades de eso que se ha convenido en llamar “los paísessocialistas” (G. Duménil, D. Lévy, R. Lew, “Cadrisme et socialisme. Une comparaison URSS-Chine”, Transitions, 40 (1999), p. 195-228; G.Duménil, “L’absolutisme bureaucratique selon Moshe Lewin”, Actuel Marx, 39 (2006), p. 167-172).

19 K. Marx, El Capital, III.2, op. cit. nota 4, p. 104.

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EN EL ORIGEN DE LAS CRISIS SOiBREPRODUCCIÓN O SUiBCONSUMO?

Louis GillEconomista, jubilado de la Université du Québec à Montréal (UQAM)

Publicado en la revista Carré Rouge, abril 2009

INTRODUCCIÓNEn un artículo titulado “La recesión mundial: el momento, la interpretación y los entresijos de la crisis”1, François

Chesnais critica la interpretación en boga de la actual crisis como una crisis de subconsumo causada por una contracción de los salarios que se intentó compensar mediante una mayor expansión de los créditos. Concreta-mente trata de la variante que de esta interpretación hizo Alain Bihr en un artículo titulado “El triunfo catastrófico del neoliberalismo”2 y expresa su desacuerdo con la tesis que desarrolla Bihr, de una “plusvalía excesiva”. La define como un vuelco completo de la comprensión del capitalismo heredada de Marx, según la cual el capital choca no contra sus excesos sino contra una insuficiencia crónica de plusvalía cuya manifestación es la tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

El hecho de que esta escasez de plusvalía sea percibida bajo la forma de dificultades de realización, “traduce una ceguera ante las contradicciones del sistema”, escribe Chesnais, que remite a mi libro Fondements et limites du capitalisme3 para “una presentación muy clara de estas contradicciones y de esta ceguera”. Muy sensible a esta referencia elogiosa, me sentí invitado al desafío de hacer una exposición sintética de los desarrollos perti-nentes de este libro con el fin de contribuir al debate. Es el objetivo de este artículo. Comprende tres secciones.

La primera establece que las crisis tal y como las concibió Marx son crisis de sobreacumulación de capital y sobreproducción de mercancías y no crisis de subconsumo cuyo origen sería la insuficiencia de los salarios. La segunda muestra que la crisis actual es efectivamente una crisis de sobreproducción y que su dimensión finan-ciera no puede reducirse a un asunto de créditos a las familias para compensar ingresos salariales insuficientes. La tercera plantea la siguiente pregunta: si el origen de las crisis no está en el subconsumo, ¿puede basarse su reabsorción en la estimulación de la demanda global, hoy en el centro de los actuales planes de relanzamiento de los gobiernos? La respuesta a esta pregunta, que se deriva de la naturaleza improductiva para el capital de los gastos públicos, permite comprender la timidez de los planes de relanzamiento de la economía real y las dudas a la hora de ponerlos en marcha, justo cuando el sector financiero se ha beneficiado espontáneamente de una colosal

generosidad.

I - Sobreacumulación del capital y sobreproducción de mercancías

Antes de nada hay que recordar las consecuencias contradictorias de un aumento de la productividad en la producción de valores de uso y en la producción de valores. El progreso de la técnica, que da lugar a una susti-tución por los medios de producción de la fuerza de trabajo, aumenta la productividad del trabajo vivo y su poder material de producción de valores de uso, pero limita al mismo tiempo su poder social de creación de nuevo valor al reducir su peso relativo en la producción del valor, del que una parte cada vez mayor es del valor transmitido bajo la forma de trabajo pasado, incorporado en los medios de producción. La bajada del peso relativo de la fuen-te de plusvalía, el trabajo vivo, se traduce así para el capital en una creciente dificultad para valorizarse.

Subrayemos pues de entrada este fenómeno particular de la producción capitalista, en la que un aumento de la productividad material que permite una producción acrecentada de valores de uso, toma la forma social espe-cífica de una producción restringida de plusvalía. Y ello a pesar de un alza de la tasa de plusvalía, es decir, de un aumento de la plusvalía con relación al capital variable (el plustrabajo con relación al trabajo necesario) o, a la inversa, de una reducción de la parte del capital variable en el valor nuevo creado por la fuerza de trabajo, lo que Alain Bihr llama una reducción de la participación de los salarios en el “valor añadido”. Este aumento de la parte de la plusvalía en el nuevo valor creado no significa de ninguna manera que sea “en exceso” como sostiene Bihr. El hecho de que aumente a un ritmo decreciente a medida que la productividad aumenta, pone, al contrario, en evidencia la dificultad creciente del capital de valorizarse, en otros términos, la escasez de plusvalía.

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En suma, para valorizarse, el capital debe transformarse en medios de producción y acrecentar la productivi-dad del trabajo, pero su valorización, que está determinada por la relación entre trabajo necesario y plustrabajo, cada vez se hace más difícil a medida que la capacidad productiva se desarrolla, como escribe Marx:

[…] “Por consiguiente, cuanto más desarrollado sea ya el capital, cuanto más plustrabajo haya creado, tanto más formidablemente tendrá que desarrollar la fuerza productiva para valorizarse a sí mismo en ínfima propor-ción, vale decir, para agregar plusvalía, porque su barrera es siempre la proporción entre la fracción del día –que se expresa en trabajo necesarioy la jornada entera de trabajo. Únicamente puede moverse dentro de este límite. Cuanto menor sea ya la fracción que corresponde al trabajo necesario, cuanto mayor sea el plustrabajo, tanto menos puede cualquier incremento de la fuerza productiva reducir perceptiblemente el trabajo necesario […]. La autovalorización del capital se vuelve más difícil en la medida en que ya esté más valorizado” [G, I, 283-284]4

Esta realidad de la producción capitalista que aquí se muestra al nivel de abstracción del Libro I de El Capital, el del “capital en general” que contempla el “trabajo en general”, se manifiesta, al nivel de abstracción del Libro III, el de los capitales particulares y de la competencia, bajo la forma de una tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Una tasa de ganancia suficiente para que la producción tenga lugar es el punto de partida de una acu-mulación cuyo resultado es una tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Ésta provoca a su vez una aceleración de la acumulación cuyo objetivo es restablecer las condiciones de una producción rentable, pero que arrastra una nueva tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Si la baja no se realiza permanentemente como tal en la reali-dad, aparece al contrario continuamente bajo la forma de una tendencia a acumular. Caída de la tasa de ganancia y acumulación acelerada, como escribe Marx, “sólo son diferentes expresiones del mismo proceso en la medida en que ambas expresan el desarrollo de la fuerza productiva” [K, VI, 309].

Esto pone a la luz el hecho singular de que la tasa de ganancia tiende a bajar, no porque el trabajo sea menos productivo, sino porque es más productivo. La tendencia progresiva a la baja de la tasa de ganancia es, como dice Marx, “una expresión, peculiar al modo capitalista de producción, al desarrollo progresivo de la fuerza productiva social del trabajo” [K, VI, 271]. La dificultad creciente de valorización del capital se expresa en último término en una caída efectiva de la tasa de ganancia, en una disminución o una parada de la acumulación, en “la sobrepro-ducción, la especulación, las crisis y el capital superfluo, además de la población superflua” [ídem, 310].

Escasez de plusvalía y superabundancia de mercancías

El punto de partida de la comprensión de las crisis según Marx se encuentra en su análisis al nivel de abstrac-ción del “capital en general”, desarrollado en los Manuscritos de 1857-1858 o “Grundisse”. Estos son sus rasgos esenciales. La circulación del capital D – M – D’ es la unidad contradictoria de dos momentos distintos de la pro-ducción y la circulación, cuya separación abre la posibilidad de una crisis. El proceso de valorización del capital, que no se cumple hasta que no termine su ciclo completo, es decir, sus fases de producción y de circulación, pasa en primer lugar, en su fase de producción, por una desvalorización del capital. Transformado de capital-dinero en medios de producción materiales y en fuerza de trabajo, es decir, en capital productivo, ha perdido por este hecho la forma del valor, la de la riqueza universal que es el dinero. Al término de la fase de producción, el capital existe en forma de capital mercancía, una mercancía que posee idealmente un precio, pero el valor añadido que contiene debe aun realizarse por medio de la venta, lo que permitirá al capital recobrar la forma de dinero de la riqueza universal. “Supongamos – escribe Marx– que este proceso fracasa y la sola separación basta para hacer este fracaso posible… entonces el dinero del capitalista se habrá transformado en un producto sin valor, no sólo no habrá acrecentado su valor, sino que habrá perdido su valor inicial” [G, I, 342]. En el proceso de producción como tal, la valorización del capital aparecía como solamente dependiente de la relación entre trabajo vivo y tra-bajo objetivado o trabajo muerto, entre trabajo asalariado y capital. En el proceso de circulación, la valorización aparece como una simple relación entre la cantidad producida de una mercancía y la necesidad social solvente de esta mercancía.

La cuestión que se plantea es entonces la siguiente: ¿la valorización del capital en la producción implica su valorización en la circulación? [idem, 350]. En su respuesta a esta pregunta, explica Marx, la economía política clásica se divide en dos campos: el de Ricardo5 para quien está en la naturaleza del capital superar los obstá-culos a su fructificación, obstáculos que él considera como puramente contingentes; y el de Sismondi para quien estos obstáculos son debidos al mismo capital e intuye que las contradicciones que de ello derivan conducen necesariamente al capitalismo a su pérdida. Sismondi, escribe Marx, “ha captado más profundamente el carácter limitado de la producción fundada sobre el capital”, mientras que Ricardo ha “comprendido la esencia positiva del capital con mayor justeza y perspicacia”, incluso si él nunca llegó a “comprender las crisis modernas reales”

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[ídem, 350]. Para Marx, que de alguna manera tiene en cuenta las aportaciones positivas de las dos escuelas, la producción capitalista es la unidad del proceso de trabajo y del proceso de valorización, una unidad que no es di-recta o inmediata, sino que ella misma es un proceso [ídem, 346] por el que las contradicciones entre producción y valorización son al mismo tiempo superadas (“la esencia positiva” del capital puesta en evidencia por Ricardo) y continuamente reproducidas a una escala más amplia, expresión del carácter limitado, histórico y transitorio del capitalismo (presentido por Sismondi). Este límite, inherente no a la producción en general sino a la producción basada en el capital, se manifiesta periódicamente en crisis de sobreproducción [idem, 354]. Su origen está en la relación fundamental de la producción capitalista, el intercambio entre capital y trabajo asalariado, y con la sola finalidad de este intercambio, la extracción de plusvalía. El trabajo asalariado no existe más que en función de la plusvalía que genera, el trabajo necesario no existe más que como condición del plustrabajo; el capital no tiene necesidad del trabajo más que en la medida en que le permita ponerse en valor, producir plusvalía. Tiene por tanto tendencia a restringir el trabajo necesario para aumentar el plustrabajo y la plusvalía que es su expresión en valor, a restringir el trabajo vivo y en consecuencia la creación de valor.

Resulta de aquí una tendencia simultánea a restringir tanto la esfera del intercambio como la creación de valor. La insuficiencia de plusvalía, causa última de la crisis localizada en la producción, se manifiesta sobre el mercado de manera inversa, bajo la forma de una superabundancia de mercancías (invendibles). La tendencia del capital a valorizarse sin límites “es idéntica al hecho de poner límites a la esfera del intercambio… a la realización del valor planteada en el proceso de producción” [ídem, 362]. Más allá de un cierto punto, el estallido de la crisis realiza una “desvalorización general o destrucción de capital”, provoca una disminución de la producción, hasta que vuelva a ser “reconstituida la relación entre trabajo necesario y plustrabajo que, en última instancia, está en la base de todo” [ídem, 385-386].

¿Rentabilidad deficiente o desequilibrio del mercado?

En el nivel de abstracción del libro III de El Capital, en el que el problema de la valorización es tratado no en los términos abstractos del “capital en general” y de la relación entre trabajo necesario y plustrabajo, sino en los términos de los capitales particulares y de los beneficios que obtienen, las crisis se presentan como momentos necesarios de la acumulación del capital y de la evolución de la tasa de ganancia que es su principio motor.

Son la expresión de la carrera contrarreloj entre la bajada tendencial de la tasa de ganancia, el alza de la tasa de plusvalía y de la composición orgánica del capital. Son la manifestación periódica de una valorización insuficiente del capital. Marcan una parada o ralentización de la acumulación cuya función es restablecer las condiciones de una rentabilidad suficiente del capital y permitir una nueva puesta en marcha de la acumulación. Por retomar la caracterización de John Fullarton7, citado por Marx, las crisis son “el correctivo natural y necesario de una opulencia excesiva e hipertrofiada, la vix medicatrix (la virtud medicinal, el medicamento), que permite a nuestro sistema social tal y como está constituido actualmente, de aliviarse de una plétora que vuelve sin cesar a amenazar su existencia, y recobrar un estado sano y sólido” [G, II, 343].

Entendidas de esta manera, como acabamos de ver, son un fenómeno cuyo origen se sitúa en el nivel de la producción de plusvalía y no en el nivel del mercado donde se venden las mercancías y se realizan los valores producidos, incluso si se manifiestan necesariamente como un fenómeno de mercado. Esta comprensión de la teoría marxista de las crisis no es compartida unánimemente. Se enfrentan diversas interpretaciones que se expli-can sobre todo por el hecho de que Marx analiza las crisis a distintos niveles de abstracción que son otras tantas etapas sucesivas de una explicación única y cuya posibilidad general él localiza, dentro de la producción capita-lista, en la separación de la producción y de la circulación. Sin embargo, muchos autores han creído descubrir en Marx varias teorías sobre las crisis. Marx las explicaría, bien como resultado de una caída de la tasa de beneficio, bien como la imposibilidad de realizar la totalidad de la producción en el mercado. Por su parte, las crisis de este último tipo o “crisis de realización”, se explicarían bien por una capacidad de consumo muy débil en relación a la producción existente, bien por las desproporcionalidades que dan lugar a producciones excedentarias para cier-tos productos, y para otros deficitarias.

Pero las crisis no pueden explicarse así. Desproporcionalidad entre los sectores y desequilibrio entre produc-ción y consumo no son hechos excepcionales en una economía de mercado, desregulaciones momentáneas que precipitaran la economía en crisis. Son, al contrario, la regla y existen permanentemente. Es más bien excepcio-nalmente y por puro azar que se consigue el equilibrio en una economía en la que se impone “la relación de la producción global, como una ley ciega, a los agentes de la producción, y no sometiéndose a su control colectivo como una ley del proceso de producción captada por su intelecto asociado, y de ese modo dominada”. En un

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marco así, “la proporcionalidad entre los diversos ramos de la producción se establece como un proceso constan-te a partir de la desproporcionalidad” [K, VI, 329-30]. Crisis “parciales” causadas por las desproporcionalidades entre los sectores ciertamente pueden sobrevenir. Este tipo de crisis, que pueden reabsorberse por la simple redistribución del capital y del trabajo entre sectores [TPV, II, 479], es sin embargo diferente de la crisis general de sobreproducción cuya reabsorción necesita un reequilibrio de otra naturaleza, el restablecimiento de otro tipo de proporcionalidad, que “en última instancia está en la base de todo”, es decir, la relación entre trabajo necesario y plustrabajo, como hemos visto anteriormente El subconsumo, como fenómeno permanente que es, no puede explicar las crisis

La debilidad del consumo de la masa de la población tampoco puede ser entendida como la causa de las crisis capitalistas. Como explicaba Engels en el Anti- Dühring:

Desgraciadamente, el menor consumo de las masas […] no es un fenómeno nuevo; subsiste desde que hay clases explotadoras y explotadas. […] el menor consumo es un fenómeno histórico permanente desde hace mi-llares de años, y si, por otra parte, el estancamiento general de las salidas señalado violentamente por las crisis debidas al excedente en la producción, se manifiestan sólo desde hace 50 años […] el bajo consumo de las ma-sas […] nos dice tan poco respecto de las causas de la actual existencia de la crisis como de su ausencia en el pasado [A.D. 310]8.

En la producción capitalista, escribe Marx, el subconsumo es un fenómeno permanente engendrado por el proceso mismo de la acumulación del capital: Puesto que el fin del capital no es la satisfacción de las necesida-des, sino la producción de ganancias, […]debe producirse constantemente una escisión entre las restringidas dimensiones del consumo sobre bases capitalistas y una producción que tiende constantemente a superar esa barrera que le es inmanente [K, VI, 329].

Un fenómeno permanente de la producción capitalista no puede ser invocado como explicación de incidentes transitorios como son las crisis. El subconsumo es, no la causa de la crisis, sino una condición de la acumulación. Se constata a partir del doble papel de los trabajadores asalariados, como productores de plusvalía y como con-sumidores. Por un lado, el aumento de su poder adquisitivo aparece como una garantía de venta de los productos en el mercado. Por otra parte, la restricción salarial es condición de la valorización del capital:

Cada capitalista sabe, respecto de sus obreros, que no se les contrapone como productor frente a los cons midores y desea reducir al máximo el consumo de ellos, es decir, su capacidad de cambio, su salario. Desea, naturalmente, que los obreros de los demás capitalistas consuman la mayor cantidad posible de sus propias mer-cancías. Pero la relación entre cada capitalista y sus obreros es la relación general entre el capital y el trabajo, la relación esencial. Ello no obstante, la ilusión –correcta para el capitalista individual, a diferencia de todos los demás- de que a excepción de sus obreros todo el resto de la clase obrera se le contrapone como consumidores y sujetos del intercambio, no como obreros sino como dispensadores de dinero, surge precisamente de allí. [G, I, 373-374]

Dado que la relación esencial es la correlación del capital con el trabajo asalariado, la proporcionalidad, cuyo restablecimiento por la crisis tiene por objeto asegurar la recuperación, es la que establece la cantidad apropiada de plustrabajo suministrada por una cantidad dada de trabajo necesario. La relación entre trabajo y capital es, pues, una proporcionalidad de un género particular, diferente de la que caracteriza el equilibrio entre producción y consumo o el intercambio entre sectores de producción y el reparto de capitales invertidos en ella (y del trabajo correspondiente). La crisis se manifiesta pues como el medio de restablecer por la fuerza una proporcionalidad adecuada entre trabajo necesario y plustrabajo [G, II, 238].

La explicación de las crisis de sobreproducción por la insuficiencia del consumo final, es decir, del consumo de bienes de consumo, equivale a considerar sobreproducción y subconsumo como dos expresiones equivalentes de un mismo fenómeno Ahora bien, la sobreproducción general de mercancías que caracteriza la crisis no es úni-camente una sobreproducción de bienes de consumo, es igualmente sobreproducción de medios de producción. El subconsumo de bienes de consumo no es por tanto más que una de las dimensiones de la sobreproducción general que es al mismo tiempo sobreproducción de medios de trabajo:

[…] periódicamente se producen demasiados medios de trabajo y de subsistencia como para hacerlos actuar en calidad de medios de explotación de los obreros a determinada tasa de ganancia. Se producen demasiadas mercancías para poder realizar el valor y el plusvalor contenidos o encerrados en ellas, bajo las condiciones de distribución y consumo dadas por la producción capitalista y reconvertirlo en nuevo capital, es decir para llevar a cabo este proceso sin explosiones constantemente recurrentes [K, VI, 331].

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La interrupción de la acumulación del capital en sus componentes constante y variable, que conduce a una caída de la demanda de medios de producción y de bienes de consumo, aparece así a nivel de mercado como una insuficiencia de la demanda global, intermediaria y final, y no de los solos bienes de consumo. La cuestión se resume de hecho en determinar si las crisis son el resultado de un desequilibrio del mercado, superables median-te un reajuste apropiado, es decir, por medio de un equilibrio de la oferta y la demanda y de las proporcionalida-des entre los sectores, o si son el resultado de las dificultades crecientes de valorización del capital, superables solamente por medio del restablecimiento de la rentabilidad, por una producción suficiente de plusvalía. Aunque siempre se manifiesten exteriormente como fenómenos de mercado, las crisis se explican a partir de las condi-ciones de fructificación del capital, es decir, de la producción de plusvalía; sin ser inmediatamente perceptibles, ellas son, sin embargo, el motor de la producción capitalista. Se confirma así de nuevo la reflexión de Marx según la cual “toda ciencia sería superflua si la forma de manifestación y la esencia de las cosas coincidiesen directa-mente” [K, VIII, 1041].

Subconsumo y exceso de plusvalía: los precursores.

Para la economía política clásica, así como para la teoría neoclásica, las crisis son incidentes cuya existencia se atribute al azar o a causas exteriores al funcionamiento normal de la economía de mercado. El principio eco-nómico básico de estas dos escuelas es el equilibrio del mercado. Para los clásicos, especialmente para Ricardo, éste se encarna en la ley de Say9 según la cual la economía de mercado es un sistema de equilibrio en el que la oferta induce la correspondiente demanda. Según esta concepción, una oferta o una demanda excedentaria de tal mercancía o en tal sector puede evidentemente producirse de manera momentánea, pero en ese momento provoca un reajuste de los precios que tiende a restablecer el equilibrio, de manera que una sobreproducción generalizada se considera imposible. Como de todas formas tales crisis se producen, a pesar, por así decir, de la teoría, algunos teóricos se han visto forzados a dar la espalda a la teoría clásica y a su explicación de las crisis como resultado de causas externas al funcionamiento del sistema.

Para Sismondi, las crisis de sobreproducción son causadas por el subconsumo generado por un reparto desigual de la ganancia. Se le puede pues considerar como el fundador de la teoría subconsumista de las crisis capitalistas. El análisis de Sismondi fue retomado por su contemporáneo Thomas Robert Malthus (1766-1834), y después, casi cien años más tarde, a principios del siglo XX, por John Hobson en el contexto del capitalismo que entraba en su fase avanzada, en una obra de 1902 titulada “Estudio del imperialismo”, en inglés “Imperialism: A Study”. Según él, la voluntad de conquistar nuevos mercados para dar salida tanto a la producción excedentaria como al ahorro que no podía invertirse en el mercado interior, está en el origen del imperialismo. La producción y el ahorro excedentarios se explican por su parte por un subconsumo obrero que no es capaz de absorber toda la producción y ello supone un límite a las inversiones rentables y origina crisis periódicas. Al enunciar las tesis de John Maynard Keynes, Hobson ve la intervención del Estado a favor de una redistribución de los ingresos y de una estimulación de la demanda como el medio de superar las dificultades de la economía capitalista.

En el interesante debate que tuvo lugar en el seno de la Socialdemocracia internacional en el tránsito del siglo XIX al XX, la interpretación subconsumista de la teoría marxista de las crisis también tuvo sus defensores. Aun admitiendo que la falta de proporcionalidad entre los sectores de producción pueda estar en su origen, Karl Kautsky (1854-138)10 defendía el punto de vista según el cual la razón última de las crisis se encuentra en el subconsumo. Otros participantes en el debate, entre los cuales Conrad Schmidt y Henri Cunow, defendieron también esta tesis. Es sin embargo Rosa Luxemburg (1871-1919) la que sigue siendo la principal defensora de la corriente subconsumista de la época. Según ella, el valor producido al no poder ser realizado en su totalidad en un mercado capitalista incapaz de absorberlo, debe ser realizado mediante un intercambio con “el sector no capitalista” (artesanos, campesinos,…) dentro de los países capitalistas, y por la exportación de las mercancías hacia países donde el capitalismo aún no está implantado.

La explicación de las crisis por el subconsumo también ha tenido sus defensores modernos. Se encuentra enunciada particularmente por Paul Baran (1910-1964) y Paul Sweezy (1910-2001), sobre todo en una obra titulada Monopoly Capital11, publicada en 1966 y que conoció una amplia difusión. El papel predominante de los monopolios en la fase avanzada del capitalismo y su influencia sobre el nivel de los precios tienen en su opinión como efecto acrecentar la masa de valor captado bajo la forma de plusvalía, cuya cantidad excedería en conse-cuencia las capacidades de acumulación. Estaríamos aquí en presencia de dificultades de acumulación atribui-bles no a una insuficiencia, sino a una sobreabundancia de plusvalía, término que los autores prefieren sustituir por el de superávit. Encontramos aquí una anticipación de la tesis de la “plusvalía en exceso” enunciada por Alain Bihr. Para Baran y Sweezy, la reabsorción de la crisis y del estancamiento reposa sobre la absorción de ese su-

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perávit por diversos medios entre los cuales el gasto público, “el esfuerzo de venta” o los gastos de publicidad, el derroche puro y simple, el militarismo y el imperialismo, entre otras maneras de utilizar las capacidades exceden-tarias para resolver el problema de la insuficiencia de la demanda global, de crear empleo y generar ganancias. Llegan así a conclusiones que en el fondo coinciden con las del análisis keynesiano.

II La naturaleza de la crisis actual

Más allá de las variantes, la interpretación subconsumista de la actual crisis puede resumirse como sigue:- su origen se encuentra en un reparto de los ingresos cada vez más desfavorable a los salarios y favorable a

los beneficios.- falta de inversiones rentables en la industria y el comercio, estos beneficios han sido invertidos masivamente

en los mercados financieros.- la insuficiencia de ingresos salariales ha empujado a las familias a endeudarse en proporciones excesivas

sobre estos mercados financieros, en particular para acceder a la propiedad de su vivienda, lo que ha llevado a la crisis.

- una modificación del reparto de los ingresos a favor de los salarios permitiría resolver este problema de sub-consumo.

Así queda expresada, en lo esencial, por Alain Bihr en su mencionado artículo “El triunfo catastrófico del neo-liberalismo”, que se apoya en particular sobre la tesis formulada por Michel Husson de una tasa de acumulación “que no alcanza la tasa de beneficio”12. En estos términos se expresa también Jean-Jacques Chavigné en “El sistema capitalista en crisis. El pretendido plan de relanzamiento de Sarkozy”13, así como Eric Pineault, en Que-bec, en un artículo titulado “Los orígenes profundos de la crisis”14.

Si es incontestable que el relanzamiento de la economía de Estados Unidos, por medio del sector inmobiliario y de las bajísimas tasas de interés, estimuló artificialmente la demanda por el endeudamiento de las familias des-pués del estallido de la burbuja tecnológica de 2001-2002, y que los préstamos hipotecarios de alto riesgo han sido el detonante de la crisis financiera actual, una simple ojeada sobre los procesos que han llevado al desastre no puede sino conducir al rechazo de la hipótesis que sitúa su origen en la insuficiencia de ingresos y en el en-deudamiento que de ello se ha derivado.

Lejos de ser la expresión de una aspiración legítima de los consumidores incapaces de adquirir este bien de consumo esencial que es la vivienda, al precio de un endeudamiento hipotecario a largo plazo, la formidable burbuja inmobiliaria que se desarrolló en Estados Unidos desde 2001 hasta 2006, pero también en otros países como Inglaterra, España e Irlanda y que estalló en 2007, es el resultado de una poderosa especulación que trans-formó la vivienda de residencia en activo financiero con posibilidad de reventa con beneficio. Esta especulación dio lugar a un fuerte exceso de inversión en la construcción de viviendas y, en consecuencia, a una enorme so-breproducción que no puede ser equiparada a cualquier subconsumo derivado de una contracción, por otra parte muy real, del poder de compra de los asalariados.

Bajo una fuerte incitación de los proveedores de crédito y promotores inmobiliarios, depredadores en un uni-verso desregulado, un número cada vez más grande de familias, en particular familias no solventes, se dejaron convencer de que viviendas sin relación con su poder adquisitivo, ahora les eran accesibles, que sus precios no iban a dejar de subir, que si querían podían revender rápidamente con beneficio su vivienda recientemente adqui-rida e inmediatamente comprar otra más espaciosa, más lujosa y más cara, en un movimiento de enriquecimiento sin fin; y que, en caso de que fueran incapaces de rembolsar la hipoteca, siempre podían librarse vendiendo con beneficio su propiedad. Cuando llegó la saturación, la sobreproducción se manifestó en una caída de los precios de las viviendas y un colapso masivo de los préstamos hipotecarios de riesgo.

Habiendo ya descendido un 23% a principios de 2009, después de haber alcanzado su tope en 2007, los precios de las viviendas disminuirían aun un 15% en Estados Unidos antes de estabilizarse, según un estudio de Merrill Lynch15, debido a lo que ella califica como el nivel insostenible de los stocks de viviendas nuevas no vendidas, que no se venderían sino después de un plazo de casi un año. Para liquidar los enormes restos de esta sobreproducción, la autora evoca la hipótesis draconiana de una reducción de la oferta de viviendas nuevas mediante la imposición de una moratoria de la construcción.

La crisis inmobiliaria derivó en crisis financiera, después en crisis de la economía real, mientras que la so-

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breproducción se manifestó mediante una reducción general de la producción manufacturera mundial que cayó a un ritmo anual del 20 % en el curso del último trimestre de 200816. Comentando la situación particular de la industria del automóvil, en la que la General Motor y Chrysler afrontan hoy una quiebra inminente, al tiempo que Toyota, Nissan y Mazda están considerando reclamar también la ayuda gubernamental para superar la crisis, el semanario The Economist caracteriza la situación de “supercapacidad crónica”, ya que la industria puede producir 94 millones de coches al año a escala mundial mientras que la demanda apenas alcanza unos 60 millones de coches y, a pesar de ello, se planteaban recientemente la construcción de nuevas fábricas en los países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China)17. Y lo mismo ocurre con la industria electrónica cuya gloria ostentan las japonesas Sony, Panasonic, Hitachi, Toshiba, NEC, Canon y Sharp; todas están forzadas a proceder a numerosos cierres de fábricas y a despidos masivos por haber fabricado inmensas sobrecapacidades de producción en una carrera desenfrenada por la conquista de mercados y la eliminación de competidores.

¿Se puede concebir tal sobreproducción general como la imagen inversa de un subconsumo y caracterizar la actual crisis como, tomando la expresión de Alain Bihr, una “crisis de sobreproducción por subconsumo relativo de los asalariados”18? Es justamente lo contrario lo que la realidad pone en evidencia. La primera potencia económi-ca del mundo, Estados Unidos, donde la crisis actual se desencadenó, ha sido desde al menos los últimos quince años el lugar del impulso, no de un subconsumo, sino de un fortísimo sobreconsumo, sobre todo de productos de importación, que motivó un déficit crónico de su balanza corriente de pagos con el extranjero. Este déficit alcanzó un 6 % del PIB en 2006 y fue financiado por los abundantes excedentes de países como Japón y China a los que les llegaron ingresos de las mercancías exportadas sobre todo a EEUU, fruto de su capacidad de producción, parte ella misma de la sobrecapacidad mundial.

Desde 2000 a 2008, 5,700 billones de dólares, es decir, el 40% del PIB de 2007, entraron de esa manera en EEUU, donde vieron cómo el ahorro extranjero financiaba su enorme consumo excedentario. Gran Bretaña, Es-paña e Irlanda, golpeadas por las burbujas inmobiliarias, conocieron también importantes déficits corrientes, fruto de un consumo excedentario que el ahorro extranjero hizo posible. En el mismo periodo, 2000 a 2008, se benefi-ciaron del aporte de fondos extranjeros que representaban respectivamente el 20%, el 50% y el 20% de sus PIB de 200719. Ni que decir tiene que el ahorro extranjero que financió el sobreconsumo de estos países se realizó en detrimento del consumo en los países cuya economía está fundada en las exportaciones. China es el mejor ejemplo con exportaciones que representan el 35% de su PIB. Por esto mismo llegó a ser, a finales de 2008, el primer acreedor de Estados Unidos por delante de Japón. Lejos de ser un obstáculo que evitara la crisis, los bajísimos salarios y el débil consumo al que dan acceso, han sido más bien , como es natural en el capitalismo, un poderoso factor de crecimiento y acumulación. Más aun, la participación de los salarios en el PIB de China ha caído de un 53% en 1998 a un 40% en 200720, periodo en el curso del cual la tasa de crecimiento del PIB pasó de un 8% a un 13%.

Atraídos por estos bajos salarios y su capacidad de compensar la escasez de plusvalía a la que se enfrenta-ban los países desarrollados, los capitales extranjeros invirtieron masivamente en estos países en medios de pro-ducción, multiplicando el PIB por diez en treinta años, después del viraje hacia el capitalismo emprendido bajo la dirección de Deng Xiaoping en 1978 que propulsó a China al rango de tercera potencia económica mundial. En el centro de la crisis actual, decenas de miles de cierres de fábricas y millones de pérdidas de empleos que alimen-tan en esos países una crisis social, son la manifestación local evidente de que esta componente, en adelante factor superior de la economía global, está en el corazón de la crisis mundial de sobreproducción de mercancías y sobre acumulación de capital.

Esta situación de sobreproducción de mercancías y de sobre acumulación de capital bajo forma de medios de producción, que alcanza a todos los sectores y a todos los países, no puede sino plantear interrogantes sobre la conclusión de Michel Husson según la cual “la baja continua de la parte de las riquezas producidas que revierte en los salarios […] ha permitido un restablecimiento espectacular de la tasa de beneficio a partir de la mitad de los años 1980, pero ese acrecentamiento de beneficios no ha sido utilizado para invertir más”21.

Es tan poco creíble como la hipótesis corolario que sitúa la fuente de la crisis financiera sólo en el crédito a ries-go concedido a las familias. El capital invertido en el crédito a las familias no constituye efectivamente más que la mínima parte de lagigantesca masa de capital ficticio que circula libremente en el mundo según las perspectivas de beneficio y de la especulación. Es en este capital hinchado artificialmente y en todo momento amenazado de liquidación donde se encuentra la fuente profunda de la crisis financiera. Expresión de este gigantismo es el valor mundial de los productos derivados de cualquier tipo de transacción que a finales de 2008 era del orden de 700 billones de dólares22, es decir, alrededor de 14 veces el producto mundial bruto. Recordando que el valor de los

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activos de los fondos comunes de inversión perdió 2400 millones de dólares en Estados Unidos en 2008 y que la capitalización bursátil mundial cayó 30 billones, el semanario The Economist del 6 de diciembre de 2008 escribe que pérdidas de tal magnitud dejan en la sombra las pérdidas originadas por los títulos ligados al crédito a las familias que desencadenaron la crisis financiera en 2007.

En un número especial titulado “The World in 2009”, el mismo semanario preveía que el año 2009 estaría marcado por las quiebras masivas de empresas y de bancos a causa sobre todo de su recurso en gran escala a préstamos hipotecarios de alto riesgo (bonos basura) que son para las empresas el equivalente de los préstamos hipotecarios de alto riesgo contraídos por las familias. Al igual que las familias, las empresas han cedido en el curso de los últimos años al atractivo de los bajos tipos de interés y la instigación de los prestamistas para finan-ciar sus préstamos. Dos tercios de los préstamos concedidos a las empresas en 2007 eran préstamos a riesgo, según el semanario. Una vez vencido su plazo, la gran mayoría en 2009, se prevén fuertes tasas de quiebra. Esto tendrá, entre otras, una incidencia severa en el mercado de 55 billones de dólares de los títulos de garantía con-tra el riesgo de fracaso de los prestatarios (credit default swaps), transformándose en multiplicadores de la crisis cuando su función era prevenirla. Ello con las evidentes consecuencias sobre la economía real.

III – ¿Relanzar la acumulación mediante el consumo?

Si el origen de la crisis no está en el bajo consumo, ¿puede basarse su reabsorción en la estimulación de la demanda global, eje de la política económica keynesiana avanzada por el conjunto de gobiernos y organismos internacionales para intentar superar la crisis actual? Efectivamente en todas partes se vienen anunciando pro-gramas de relanzamiento fundados en estímulos monetarios y fiscales destinados a promover el crecimiento de la producción y del empleo por medio de la demanda de bienes de consumo y la inversión pública y privada: ba-jadas de las tasas de interés, reducción de impuestos, subida del salario mínimo, ayuda a los parados, a los más desfavorecidos, subvenciones a las empresas en dificultad y obras de infraestructura.

¿Son adecuados estos medios para alcanzar el fin que se les asigna? Para que lo fueran haría falta que pu-dieran resolver el problema que motiva su utilización, es decir, el bloqueo de la acumulación. Los gastos públicos estimulan la actividad económica. La producción inducida por ellos, en particular vía trabajos públicos como construcción de carreteras, escuelas, hospitales, etc., aumenta la demanda global por medio de compras a la empresa privada y le aporta beneficios. Los otros gastos públicos, al crear ingresos que serán gastados, tienen también una incidencia en el sistema productivo al aumentar la demanda global. Todo hace pensar que estos gastos tendrán como efecto aumentar la cantidad global de beneficio que revierte en el capital privado y le aporta los ingredientes necesarios para superar sus dificultades de acumulación. Pero antes de sacar conclusiones, tenemos que preguntarnos sobre la fuente del financiamiento de los gastos públicos y sobre el uso, productivo o improductivo, al que están destinados.

La financiación de los gastos públicos proviene de los ingresos gubernamentales que, directa o indirectamen-te, se reducen todos, más allá de sus formas particulares, a dos fuentes: las imposiciones sobre las rentas del capital y sobre los ingresos del trabajo asalariado, es decir, en un sentido amplio, sobre los beneficios y sobre los salarios; los préstamos son equivalentes a los impuestos diferidos. Todo impuesto sobre los beneficios supone una reducción de su parte acumulable (capitalizable). Las sumas obtenidas de los impuestos sobre los beneficios pueden, total o parcialmente, revertir en el capital por la vía de las subvenciones a las empresas en dificultades. Globalmente, el capital recupera así, nuevas sumas disponibles para la acumulación. Las sumas extraídas del im-puesto sobre los beneficios les vuelven igualmente de manera indirecta por medio de los servicios que el Estado encarga a las empresas privadas. Pero la aportación neta es la que le llega del impuesto sobre los salarios.

La producción promovida por el Estado no mejora la situación desde el punto de vista del beneficio global más que cuando su financiamiento proviene de la sangría de los salarios. De hecho, la condición que permite la mejora es esencialmente aquella de la que depende en general la producción y la acumulación capitalistas, a saber, la relación entre trabajo asalariado y capital, entre salario y beneficio; en otros términos, la posibilidad para el capital de explotar cada vez más la fuerza de trabajo por medio del Estado. El gasto público y el aumento de la demanda global a la que da lugar, no juegan más que un papel de intermediario; su efecto, si tiene que ser positivo, descan-sa sobre fundamentos situados fuera de ellos. La producción inducida por el Estado es, por sí misma, inadecuada para remediar las dificultades de acumulación.

Pero esto no es más que la primera dimensión de un proceso que, a fin de cuentas, no será necesariamente favorable a la acumulación. Todo depende de aquello a lo que será asignado el dinero percibido por el Estado.

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Devuelto a las empresas privadas en subvenciones directas o bajo forma de ayuda de diverso tipo a su actividad rentable, el dinero influirá favorablemente en la acumulación. Invertido en asignaciones para los desempleados, los jubilados, ayudas sociales, o asignado a la financiación de servicios públicos (sanidad, educación, transporte, red viaria, instalaciones sanitarias, defensa, seguridad pública, etc.) y de obras públicas, en una palabra, gastado improductivamente, es un lastre para la acumulación. Para ser productivo en el sentido capitalista del término, el gasto público no tiene que ser productivo “en general” o productor de bienes útiles, sino productivo para el capital, generador de beneficio.

Gastos públicos improductivos para el capital

Pagados a una población excluida de la actividad productiva, los subsidios de ayuda a los desempleados, a asistencia social, a jubilados, etc., no son el equivalente a los salarios utilizados en cuanto capital variable, esto es, como salarios activos cuya función es hacer fructificar el capital. Son gastados por el Estado directamente de los ingresos percibidos por el impuesto sobre los salarios y los beneficios del sector activo de la población. Al final servirán para la compra de bienes de consumo, compensando así la reducción del consumo final e intermedio, que resulta de los impuestos percibidos de los salarios y los beneficios. Pero desde el punto de vista del capital y de su acumulación, los gastos públicos que propician este consumo no tienen la misma incidencia que la suma equivalente invertida en salarios a trabajadores activos.

Consumidos de manera improductiva, son perdidos para la acumulación. Y para el capital, ninguna otra cosa cuenta. Desde el punto de vista del capital son improductivos. Lo mismo ocurre con los gastos asignados a la financiación de los servicios públicos y obras públicas. Una inversión pública en infraestructuras es una inversión en el sentido general del término, en la medida en que el Estado pone en pie equipamientos material y socialmen-te necesarios. Pero si entendemos el término “inversión” no en este sentido general y social, sino en el sentido propio de la economía capitalista, el de la inversión del capital, es decir, inversión cuya finalidad consiste en fruc-tificar, ya no se puede hablar del gasto público en infraestructuras como de una inversión, porque tal “inversión” es improductiva para el capital, es decir, no productora de beneficio. Una vez efectuada, la inversión inducida por el Estado, como por ejemplo en una nueva carretera, es puesta a disposición del público. En cuanto bien de consumo público, es de accesibilidad general y gratuita. El gasto público efectuado para ejecutarla, no origina ningún ingreso.

Una inversión productiva es una inversión que fructifica. Multiplicándose, llega a ser capaz de “pagar por sí misma”, de producir ella misma los fondos necesarios para la amortización de su coste inicial, para su conserva-ción y funcionamiento y, venido el caso, para su propia reproducción a una escala mayor. No es éste el caso del gasto público que ocupa nuestra atención; éste es improductivo. La inversión pública a que da lugar no fructifica. No “se paga por sí misma”. Su amortización lo mismo que sus gastos corrientes de funcionamiento, de manteni-miento y reparación, tienen que ser financiados a partir de los ingresos anuales del Estado provenientes de otras fuentes: los impuestos y los préstamos. Evidentemente otra cosa sería el caso de una autopista de peaje cuyos gastos de utilización estarían fijados de manera a asegurar no sólo su autofinanciamiento, sino también la ren-tabilidad de un gasto que sería así una inversión en sentido propio. Estaríamos en este caso en presencia de un consumo de tipo privado, rentable, y no de un consumo público.

La única actividad generadora del aumento del beneficio global es la que proviene del relanzamiento de la inversión privada o de la inversión pública rentable, de la creación de nuevas capacidades productivas cuyos pro-ductos están destinados no al consumo público no rentable, sino al consumo privado rentable. Ahí está la colum-na vertebral de la actividad en el régimen capitalista. El fin último de la política keynesiana y de los gobiernos que recurren a ella es precisamente lograr esos objetivos por medio de la intervención estatal en el restablecimiento de las condiciones de rentabilidad privada y la preservación del statu quo ante [dejar las cosas como estaban antes]

Un control necesario del Estado

Jurando, ayer mismo, no más que por el mercado, hoy los gobiernos intervienen masivamente a golpe de millones de euros de los fondos públicos, sobre todo para adquirir, sobre una base temporal y sin reivindicar el derecho de inspección sobre sus decisiones, una parte del capital de los grandes bancos, de compañías de seguros y de otros establecimientos privados, con el fin de asegurarles el rescate a costa de la colectividad y de poner las bases de una vuelta total a la iniciativa privada rentable y, por tanto, a la anarquía que es su fundamento y a futuras crisis que inevitablemente se derivan de ello. Para hacerlo invocan el argumento del “too big to fail”

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(una expresión consagrada de la jerga financiera anglófona que significa “demasiado grande para que caiga”) y agitan el espantajo de los riesgos, aun mayores par la economía y el empleo, que resultarían de una negativa de los poderes públicos a intervenir.

Estas intervenciones del Estado no tienen nada de la “socialización” que algunos les atribuyen, lo que sí ponen claramente en evidencia es el punto muerto al que conduce el sistema de propiedad privada cuando es dejado a su propia dinámica, y la obligación que se le impone de buscar la vía de salida de este impás al exterior de su propio escenario, es decir, fuera del marco de la iniciativa privada, apelando al Estado. La crisis actual pone sobre todo en relieve los límites de este sistema, la incompatibilidad, como decía Marx, entre el tamaño cada vez más grande, es decir, cada vez más social, de los medios producción y el carácter cada vez más privado y concentrado de su propiedad. Una incompatibilidad que indica la necesidad de propiedad y control público para su planifica-ción democrática en cuanto que bienes colectivos puestos al servicio público, pero que apunta también con el dedo, dramáticamente, al grado actual de desculturización política, fruto de treinta años de neoliberalismo, y la falta de preparación de la población trabajadora para hacer frente a este desafío. De ahí la urgencia de ponerse manos a la obra.

De cara al futuro, hay en primer lugar que tomar conciencia de que una empresa privada reputada “too big to fail” y cuya sobrevivencia reposa en el sostén del Estado debería ser considerada “too big to remain private”, demasiado grande para seguir siendo privada, bajo gestión privada y fuente de beneficios privados. La política mínima que se deduce de este corolario debería ser el rechazo de cualquier donación de fondos públicos que no vaya acompañada de una toma de posesión al menos parcial, si no completa, por parte del Estado, sobre una base permanente y con un control determinante de la gestión de las empresas a cuya ayuda acude.

Hay que destacar en este punto que hasta el muy conservador Finacial Times23 de Londres consideraba en noviembre último un eventual necesario control del Estado de los grandes bancos rescatados con fondos públi-cos y que sigan rehusando jugar su papel social de dispensadores de crédito a la población, destinando a otros usos el dinero público puesto a su disposición. Esta idea no ha cesado de ser tenida en cuenta por dirigentes políticos y medios financieros ante la constatación de fracaso de los planes de salvamento ya puestos en marcha, precisando claramente, sin embargo, su punto de vista según el cual la nacionalización, si hubiera que recurrir in extremis a ella, debería ser un rescate por parte del Estado al “precio justo de mercado” y no una expropiación, con la perspectiva expresa de devolver, en cuanto sea posible, a manos del capital privado, las empresas que vuelvan a ser rentables gracias al reflotamiento público.

La puesta bajo propiedad pública de los grandes bancos e instituciones de crédito garantizaría el ejercicio de esta función social que es la suya y haría desaparecer la especulación, el fraude y las indecentes remuneracio-nes de los dirigentes que gangrenan el sistema. Sería una herramienta clave a conquistar por la colectividad, el control sobre la organización general de la actividad productiva y distributiva. Por emplear los términos de Engels en el Anti-Dühring, este proceso constituye una “necesidad económica objetiva” que empuja al “representante oficial de la sociedad capitalista, el Estado”, a tomar la dirección de las grandes empresas en esta etapa de su desarrollo, cuando llegan a ser “realmente demasiado grandes para ser dirigidas por las sociedades anónimas”. Una tal estatalización, precisaba Engels, “significa un progreso económico, incluso si las lleva a cabo el Estado actual”. Esto significa, “que se ha alcanzado una nueva etapa, previa a la toma de posesión de todas las fuerzas productivas por la misma sociedad”24

La timidez de los planes de relanzamiento

Las conclusiones precedentes en cuanto a la naturaleza, improductiva para el capital, de los gastos públicos, no deben interpretarse como una sugerencia de que no deban ser puestas en marcha las medidas a las que dan lugar. Al contrario, los programas de reciclaje y de formación de los obreros despedidos con ocasión de la crisis, de ayuda a los parados, a los más desfavorecidos y a los jubilados cuyos regímenes de pensión capitalizados se han ido depreciando con la caída del mercado de valores, así como subidas de los salarios y obras públicas de gran envergadura, deberían ser la prioridad de los gobiernos. Amplios programas de renovación y remplazo de las infraestructuras deberían particularmente dar ocasión a un cambio importante fundado en objetivos de protección del medio ambiente y de la calidad de vida en general. El análisis hecho del carácter improductivo de los gastos públicos permite precisamente comprender por qué los programas de gasto público orientado al relanzamiento de la economía, que han sido anunciados hasta hoy con gran apoyo de publicidad, son igualmente tímidos y tardan en ponerse en ejecución, mientras que el apoyo financiero a los bancos y al sector financiero en general ha sido concedido abundantemente y con toda la urgencia.

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En Estados Unidos, compromisos acumulados del orden de 8,400 billones de dólares25, es decir, más del 50 % del Producto Interior Bruto (PIB), fueron anunciados desde el momento del estallido de la crisis financiera en el curso del año 2008. El “Plan de estabilización financiera” de dos billones y medio de dólares hecho público el 10 de febrero de 2009 por el secretario del Tesoro de Barak Obama, añadió a esto un billón de los fondos públicos26, el resto debía provenir del capital privado. Adoptado tras un laborioso proceso, el Plan Obama de relanzamiento de la economía real, de 7,87 billones de dólares en dos años, de los que 282 mil millones de (el 36%) en benefi-cios fiscales y 150 mil millones (19 %) en inversiones públicas, sólo representa el 9,4 % del plan de salvamento del sector financiero.

Las proporciones son del mismo orden en Francia, donde el plan de relanzamiento es de 26 mil millones de euros en dos años, 11 mil millones en inversiones públicas mientras que los bancos se beneficiaron de 360 mil millones de euros. Su amplitud, de 0,7 % del PIB de media por año27, es de todos modos netamente menor, en proporción al tamaño de la economía, que el de Obama que es del 2,8 %. Tanto más cuanto que la administración Obama ha anunciado por su parte para los años 2009 y 2010 importantes gastos presupuestarios suplementa-rios que van a acarrear un déficit de más del 12 % del PIB durante el primer año y casi lo mismo en el segundo. Alemania, después de haber anunciado, en un primer momento, un plan de 31 millones de euros en dos años, se vio obligada a aumentarlo en 50 mil millones en enero de 2009, el nuevo plan de 81 mil millones de euros que representan de media cada uno de ellos el 1,7 % del PIB anual. Gran Bretaña, que invirtió masivamente en el salvamento de los bancos, se distingue por la debilidad de sus medidas de relanzamiento de la economía real.

El montante total al que se comprometieron los países de la Unión Europea ha sido evaluado por la Comisión Europea en 400 mil millones de euros para 2009 y 2010, es decir, un porcentaje anual medio del 1,65 de su PIB para los dos años. Este montante incluye los planes nacionales de relanzamiento de diferentes gobiernos, pero también el aumento de los gastos sociales inducidos por la crisis, por el efecto de lo que se llaman “estabiliza-dores automáticos”, como el seguro-desempleo y la asistencia social. A pesar de los llamamientos a favor de un esfuerzo presupuestario suplementario lanzado a principios de marzo en vistas a la cumbre del G20 del 2 de abril en Londres por Estados Unidos, preocupados sobre todo por poner en marcha medidas de apoyo a la actividad mundial, los países de la Unión Europea declararon que no se podía hacer más, afirmando que querían sobre todo centrar la cumbre de Londres en una reforma del sistema financiero internacional. En Canadá, no fue sino con ocasión de una crisis parlamentaria que amenazaba la caída del minoritario gobierno conservador, después de haber negado la necesidad de un programa de relanzamiento, tuvo que presentar un programa de 40 mil mi-llones de dólares canadienses para dos años, 12 mil millones destinados a infraestructuras y el resto a diversos paliativos fiscales. Este programa cuyo montante real sería de 32 y no de 40 mil millones, según el Director par-lamentario del presupuesto28, no representa más que el 1,3% del PIB de media por año, mientras que 200 mil millones fueron destinados al “reforzamiento del sistema financiero”.

Después de haber expuesto un primer plan de relanzamiento de 120 mil millones de dólares en agosto de 2008, Japón sacó un segundo plan en octubre y más tarde, en diciembre, un tercero, sumando a esa fecha un total de 550 mil millones de dólares. En cuanto a China, en noviembre de 2008 lanzó un plan de 585 mil millones de dólares, es decir, el 16 % de su PIB de 2007, que comprendía inversiones en infraestructuras repartidas en varios años de las que una buena parte ya estaban previstas. A continuación anunció un suplemento de 125 mil millones de dólares en tres años para mejorar los cuidados sanitarios, así como varias medidas destinadas a favorecer el consumo. Aunque el montante real del plan de relanzamiento fue valorado a la mitad del montante oficial29, su amplitud testimonia la viva preocupación de los dirigentes políticos ante la subida del descontento social. En Estados Unidos el plan Obama tiene como objetivo crear o salvaguardar entre tres y cuatro millones de puestos de trabajo lo que resulta a todas luces insuficiente cuando se sabe que en el curso de los cuatro últimos meses de 2008, el número de pérdidas de empleo se elevó a 2 millones y que se prevén cinco millones más en 2009. La insuficiencia de los medios puestos en marcha por Obama ha sido señalada por numerosos economis-tas entre los cuales Paul Krugman, premiado en 2008 con el “premio del Banco de Suecia en ciencias económicas en memoria de Alfred Nobel”30,

en un artículo aparecido en el New York Times el 13 de enero de 2009. Apoyándose en las previsiones del Congressional Budget Office de Estados Unidos, evalúa el montante mínimo necesario para que la producción se mantenga en el nivel de su potencialidad en 2,100 billones, es decir, más de dos veces y media los 787 mil mi-llones del plan Obama. El premiado con el mismo premio en 2001, Joseph Stiglitz, expresó las mismas reservas, subrayando particularmente que una tercera parte del plan de relanzamiento consiste en reducciones fiscales de las que la mayor parte será economizada, más que gastada, por una población amenazada por un paro en rápido

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aumento, por un creciente endeudamiento y el efecto pobreza causado por la caída del mercado bursátil y del valor de la vivienda31.

Con fines comparativos, es bueno recordar la experiencia del New Deal durante la depresión de los años treinta. Bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, el gobierno había empleado un 60 % de los parados del país en vastos trabajos públicos como la plantación de mil millones de árboles, la construcción o restauración de decenas de miles de escuelas, miles de hospitales, aeropuertos, puentes y parques, más de un millón de kilóme-tros de carreteras sin contar importantes proyectos como el de la Tennessee Valley Authority (trabajos de regadío, lucha contra la erosión, producción hidroeléctrica, desarrollo industrial, etc.). Sabemos que a pesar de la amplitud de estas medidas la tasa de desempleo en Estados Unidos, que era de más del 30% en 1933 y que había sido reducida al 13 % en 1936, seguía en un 10 % en 1940. Fue solamente ‘gracias’ a la segunda Guerra Mundial como el paro fue finalmente eliminado, cayendo al 1 % y la actividad económica vigorosamente relanzada.

Traducción: José Mª Fernández CriadoNotas y Citas:

1 Carré rouge, número 39, diciembre 2008.2 À Contre-courant, número 199, noviembre 2008.3 Montréal, Boréal, 1996. Traducido en castellano con el título: Fundamentos y límites del capitalismo, Ma-

drid,Trotta, 2002.4 Para reducir el número de citas a pie de página, las numerosas referencias a los trabajos de Marx se in-

corporan en el texto según la siguiente anotación: Los dos tomos de los Manuscritos de 1857-1858 conocidos como “Grundisse”, (publicación en castellano: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858.

8 ed. México: Siglo XXI, 1980), se indican con la letra G seguida del número del tomo o volumen en números romanos (I o II) y la página: así [G, I, 280] remite a la página 280 del tomo I de los Grundisse. El mismo principio para los ocho tomos de El Capital: crítica de la economía política (Ed. Siglo XXI, 1975), identificado con la letra K; Las teorías sobre la plusvalía «libro IV» de El capital. (Ed. FCE, 1980) como TPV y con A.D. el .Anti-Dühring: o la revolución de la ciencia de Eugenio Dühring (Introducción al estudio del socialismo), de F. Engels, ed. Ciencia Nueva, Madrid,1968,

5 David Ricardo (1772-1823): uno de los principales representantes de la economía política clásica.6 Jean-Charles Sismonde de Sismondi (1773-1842): oponente de Ricardo.7 John Fullarton (1780-1849) fue, en el debate sobre los mecanismos de la expansión monetaria en el siglo

XIX, un representante del “principio del crédito bancario” (banking principle), en oposición a los que sostenían el “principio monetario” (currency principle), influenciados por Ricardo y los antecesores del actual monetarismo

8 Véase nota 4 para la referencia del Anti-Düring en castellano [Disponible en: Les Classiques des sciences sociales: http://classiques.uqac.ca/ Jean-Marie Tremblay.]

9 Jean-Baptiste Say (1767-1832) : representante de la economía política clásica. [Ver las obras de este autor en Les Classiques des sciences sociales: http://classiques.uqac.ca/ Jean-Marie Tremblay.]

10 Dirigente de la II Internacional, es junto con Eduard Bernstein y Rudolf Hilferding un representante de la corriente «revisionista » que se desarrolló en el quicio de los siglos XIX y XX.

11 Publicado en francés con el título Le capitalisme monopoliste, París, Maspero, 1970.12 Ver « La finance et l’économie réelle », en la pág.web husso-net.free.fr/attacris.pdf.13 Artículo aparecido en Démocratie et socialisme. Mensuel pour ancrer le Parti socialiste à gauche, número

159- 160, París, diciembre 2008, p. 25.14 Aparecido en La Presse, Montréal, 20 diciembre 2008.15 La Presse Affaires, Montréal, 19 enero 2009, p. 2.16 The Economist, Londres, 17 enero 2009, p. 13.17 Idem, p. 68.18 « Le triomphe catastrophique…», p. 10.19 The Economist, Londres, 24 enero 2009, « A special report on the future of finance », p. 3, 4.20 The Economist, Londres, 31 enero 2009, « Troubled tigers », p. 77.21 « La finance et l’économie réelle », artículo citado, p. 1, 2.22 The Economist, Londres, 31 enero 2009, p. 83. Esta suma se multiplicó por 9 en diez años23 Edición du 21 noviembre 2008.24 Anti-Dühring, obra citada p. 314.25 Es decir, 5,555 billones de diversas medidas de la Reserva Federal, 1,4 billones de la Sociedad federal

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de garantía de depósitos bancarios, 300 mil millones de garantías de préstamos hipotecarios y 1,145 billones de fondos del Tesoro de los que 700 mil millones, del Plan Paulson de la administración Bush (Fuente: Desjardins Études économiques, La courbe de rendement, Montreal, 28 noviembre 2008, p. 5)

26 Estos nuevos fondos públicos consisten en 100 mil millones de contribución a un partenariado público-pri-vado derescate de activos tóxicos, 75 mil millones destinados a poner fin a las ejecuciones hipotecarias y a favo-recer la renegociación de préstamos hipotecarios, y 800 mil millones a añadir a un programa de 200 mil millones ya previsto de estímulo de la demanda por el endeudamiento titulizado de los consumidores, de las pequeñas empresas y de las hipotecas comerciales, lo cual es destacable cuando sabemos el rol que ha jugado este tipo de endeudamiento en el desarrollo de la crisis actual.

27 En principio, tres cuartos del montante de 26 mil millones deben ser gastados durante el primer año.28 Oficina del Director parlamentario del presupuesto, Les perspectives économiques et financières du budget

2009 – enjeux principaux, Ottawa, 5 febrero 2009, p. 2.29 The Economist, Londres, 31 enero 2009, p. 79.30 Este premio comúnmente se llama « Premio Nobel de Economía », pero no es correcto pues no es conce-

dido, como los premios de Ciencias, por la Academia Real de Ciencias de Suecia, sino por el Banco de Suecia.31 Joseph Stiglitz, « Comment rater la relance », La Presse, Montréal, 10 marzo 2009, p. A23.

Para seguir leyendo: recomendaciones de Red Roja

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1895 Conceptos clave: El capital productor de interés, el capital financiero y el capital ficticio

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1999 “Salida de la crisis y nuevo capitalismo”: Gérard Duménil y Dominique Lévy

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1849 “Finanzas, hipercompetencia y reproducción del capital” Mi-chel Husson

- http://www.correntroig.org/spip.php?article126 “1 - ¿ Por qué una teoría del valor ? 2 - Acumulación y crisis” Michel Husson

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1932 “¿Crisis de la finanza o crisis del capitalismo?” Michel Hus-son

- http://www.correntroig.org/spip.php?article981 “Entrevista a Michel Husson: “La dictadura de la economía se volverá más brutal” Bolpress

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1575 “Tasa de ganancia – Tasa de plusvalía – Composición orgá-nica del capital, Estados Unidos” Marçel Roelandts

- http://www.correntroig.org/spip.php?article103 “Acumulación del capital y teoría marxiana de la crisis” Paul Mattick

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1300 “Capital o dominio de trabajo muerto sobre el trabajo vivo: El aumento capitalista de la productividad” Alejandro Valle Baeza

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1242 “Desempleo, keynesianismo y teoría laboral del valor” Diego Guerrero

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1240 “La crisis estructural actual y la reestructuración del capitalis-mo mundial. Una perspectiva desde Estados Unidos” Sergio Cámara

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1227 “Capitalismo tardío, ¿Quo Vadis?: Problemas contemporá-neos para la teoría de las ondas largas” Daniel Albarracín

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1431 “La crisis económica española: entre la tiranía de los merca-dos financieros, el déficit fiscal, el paro, y el recorte de las pensiones.” Daniel Albarracín

- http://www.correntroig.org/spip.php?article1556 “Causas de las crisis: burbujas, machismo y otras explicacio-nes económicas de nuestra penuria” José A. Tapia Granados

- http://www.correntroig.org/spip.php?article634 “El capital ficticio como categoría económica de El Capital de C. Marx” Ulises Pacheco Feria

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