Tradicion Los Mosquitos de Santa Rosa de Lima

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TRADICION LOS MOSQUITOS DE SANTA ROSA DE LIMA - RICARDO PALMA - Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando se le viene en antojo revolotear en torno a nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería. ¿Qué reposo para leer ni escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido por el impertinente animalejo? No hay más que cerrar el libro y arrojar la pluma, y coger el plumerillo o abanico para ahuyentar al malcriado. Creo que una nube de zancudos es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea más cachazudo que Job y hacerlo renegar como un poseído. Por eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines. Y ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre el tema tal refiere de los biógrafos de la santa limeña. Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima, hubo un espacioso huerto en el cual se edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miriadas de mosquitos y como la santa no podía pedir a su Divino Esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlmentar con los mosquitos. Así decía: – Cuando me vine para habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo, de que no los molestaría, y ellos de que no me picarían ni harían ruido. Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos politiqueros. Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía: – ¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios! Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía: – Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento. Y los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto. Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles: – Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy. Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía: – A recogerse amigos, formalitos y sin hacer bulla. Eso se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama. No obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen

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TRADICION LOS MOSQUITOS DE SANTA ROSA DE LIMA - RICARDO PALMA -

Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando se le viene en antojo revolotear en torno a nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería.

¿Qué reposo para leer ni escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido por el impertinente animalejo?

No hay más que cerrar el libro y arrojar la pluma, y coger el plumerillo o abanico para ahuyentar al malcriado.

Creo que una nube de zancudos es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea más cachazudo que Job y hacerlo renegar como un poseído.

Por eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines.

Y ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre el tema tal refiere de los biógrafos de la santa limeña.

Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima, hubo un espacioso huerto en el cual se edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miriadas de mosquitos y como la santa no podía pedir a su Divino Esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlmentar con los mosquitos. Así decía:

– Cuando me vine para habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo, de que no los molestaría, y ellos de que no me picarían ni harían ruido.

Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos politiqueros.

Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía:– ¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!

Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía:– Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento.

Y los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto.

Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles:

– Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.

Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:

– A recogerse amigos, formalitos y sin hacer bulla.

Eso se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama.

No obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen comportamiento a sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla en la ermita una beata llamada Catalina, los mosquitos se cebaron en ella. La Catalina, que no aguantaba pulgas, dio una manotada y aplastó un mosquito.

– ¿Qué haces hermana? –dijo la santa–, ¿Mis copañeros me matas de esa manera?

– Enemigos mortales que no compañeros, dijera yo –replicó la beata. ¡Mira éste cómo se había cebado en mi sangre, y lo gordo que se había puesto!

– Déjalos vivir hermana: no me mates a ninguno de estos probrecitos, que te ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz que conmigo tienen.

Y ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.

También la santa en una ocasión tuvo que valerse de sus amiguitos para castigar los

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remilgos de Francisquita Montoya, beata de la Orden Tercera, que se resistía a acercarse a la ermita, por miedo de que la picasen los jenjenes.

– Pues tres te han de picar ahora –le dijo Rosa–, uno en el nombre del Padre, otro en el nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo.

Y simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de los tres mosquitos.

Y comprobado el dominio que tenía Rosa sobre los bichos y animales domésticos; refiere el cronista Meléndez que la madre de nuestra santa criaba con mucho mimo un gallito que, por lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la casa. Enfermó el animal y postrose de manera que la dueña dijo:

– Si no mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado.

Entonces Rosa cogió el ave enferma y acariciándola dijo:

– Pollito mío, canta de prisa, pues si no cantas, te guisa.

Y el pollito sacudió las alas, encrespó las plumas y muy regocijado soltó un

¡Quiquiriquí!(¡Qué buen escape el que dí!)¡Quiquiricuando!(Ya voy, que me están peinando).

¡ARRE, BORRICO! QUIEN NACIÓ PARA POBRE NO HA DE SER RICOTRADICIONES PERUANAS DE RICARDO PALMA

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Unos dicen que fue en Potosí y otros en Lima donde tuvo origen este popular refrán. Sea de ello lo que fuere, ahí va tal como me lo contaron.Por los años de 1630 había en la provincia de Huarochirí (voz que signifi ca calzones para el frío, pues el Inca que conquistó esos pueblos pidió semejante abrigo) un indio poseedor de una recua de burros con los quehacía frecuentes viajes a Lima, trayendo papas y quesos para vender en el mercado.

En uno de sus viajes encontróse una piedra que era rosicler o plata maciza. Trájola a Lima, enseñóla a varios españoles, y estos, maravillados de la riqueza de la piedra, hicieron mil agasajos y propuestas al indio para que les revelase su secreto. Este se puso retrechero y se obstinó en no decir dónde se encontraba la mina de que el azar lo había hecho descubridor.

Vuelto a su pueblo, el gobernador, que era un mestizo muy ladino y compadre del indio, le armó la zancadilla.

–Mira, compadre –le dijo–, tú no puedes trabajar la mina sin que los viracochas te maten para quitártela. Denunciémosla entre los dos, queconmigo vas seguro, pues soy autoridad y amigos tengo en palacio.

Tanta era la confi anza del indio en la lealtad del compadre, que aceptó el partido; pero como el infeliz no sabía leer ni escribir, encargóse el mestizo de organizar el expediente, haciéndole creer como artículo de fe que en los decretos de amparo y posesión figuraba el nombre de ambos socios. Así las cosas, amaneció un día el gobernador con gana de adueñarse del tesoro, y le dio un puntapié al indio.

Este llevó su queja por todas partes sin encontrar valedores, porque el mestizo se defendía exhibiendo títulos en los que, según hemos dicho, solo él resultaba propietario. El pastel había sido bien amasado, que el gobernador era uno de aquellos pícaros que no dejan resquicio ni callejuela por donde ser atrapados. Era uno de los que bailan un trompo en la uña y luego dicen que es bromo y no pajita.

Como único recurso aconsejaron almas piadosas al tan traidoramente despojado que se apersonase con su querella ante el virrey del Perú, que lo era entonces el señor conde de Chinchón, y una mañana, apeándose del burro, que dejó en la puerta de palacio, colóse nuestro indio por los corredores de la casa de gobierno, y como quien boca tiene a Roma llega, encamináronlo hasta avistarse con su excelencia, que a la sazón se encontraba en el jardinillo acompañado de su esposa.

Expuso ante él su queja, y el virrey lo oyó media hora sin interrumpirlo, silencio que el indio creía de buen agüero. Al fi n el conde le dio la estocada de muerte, diciéndole que, aunque en la conciencia pública estaba que el mestizo lo había burlado, no había forma legal para despojar a este, que comprobaba su derecho con documento en regla. Y terminó el virrey despidiéndole cariñosamente con estas palabras:

–Resígnate, hijo, y vete con la música a otra parte.

Apurado este desengaño, retiróse mohíno el querellante, montó en su asno y, espoleándolo con los talones, exclamó:

–iArre, borrico! Quien nació para pobre no ha de ser rico.

EL CLARIN DE CANTERAC DE TRADICIONES PERUANAS DE RICARDO PALMARecio batallar el de la caballería patriota y realista en Junín.

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Un solo pistoletazo (que en Junín no se gasto más pólvora) y media hora de esgrima y sable. Combate de centauros más que de hombres.Canterac, seguido de su clarín de órdenes, recorría el campo, y el clarín tocaba incesantemente a degüello.

Ese clarín parecía tener el don de la ubicuidad. Se le oía resonar en todas partes; era como la simbólica trompeta del juicio final. "A la izquierda, a la derecha, en el centro, a la retaguardia, siempre el clarín. Mientras el resonara no era posible la victoria. El clarín español, él solo, mantenía indeciso el éxito". (Capella Toledo).Necochea y Miller enviaron algunas unidades en direcciones diversas, sin más encargo que hacer enmudecer ese maldecido clarín.

Empeño inútil. El fatídico clarín resonaba sin descanso, y sus ecos eran cada vez más siniestros para la caballería patriota, en cuyas filas empezaba a cundir el desorden.Necochea, acribillado de heridas, caía del caballo diciendo al capitán Herrán:-Capitán, déjeme morir, pero acalle antes ese clarín.Y la caballería realista ganaba terreno, y un sargento, Soto (limeño, que murió en 1882 en la clase de comandante) tomaba prisionero a Necochea, poniéndolo a la grupa de su corcel.

Puede escribirse que la derrota estaba consumada. El Sol de los Incas se eclipsaba y la estrella de Bolívar palidecía.De pronto cesó de oírse el atronador, el mágico clarín. ¿Qué había pasado?

Un escuadrón peruano de reciente formación, recluta, digámoslo así, al que por su impericia había dejado el general relegado, carga bizarramente por un flanco y por retaguardia a los engreídos vencedores y el combate se restablece. Los derrotados se rehacen y vuelven con brío sobre los escuadrones españoles.El general Necochea se reincorpora.-¡Victoria por la patria! - dice al pelotón de soldados realistas que lo conducía prisionero.

-¡Victoria por el rey! - contesta el sargento Soto.-¡No¡ - insiste el bravo argentino -. Ya no se oye el clarín de Canterac, están ustedes derrotados.Y así era, en efecto. La tornadiza victoria se declaraba por el Perú y Necochea era rescatado.

-¡Vivan los húsares de Colombia! - gritaba un jefe aproximándose a Bolívar.-¡La pin. pinela! - contestó el libertador, que había presenciado los incidentes todos del combate - ¡Vivan los húsares del Perú!-El capitán Herrán había logrado tomar prisionero al infatigable clarín de Canterac, y en el mismo campo de batalla lo presentaba rendido al general Necochea. Éste, irritado aún con el recuerdo de lasx recientes peripecias o exasperado por el dolor de las heridas dijo lacónicamente:

-Que lo fusilen.-General. - observó Herrán interrumpiéndolo.-O que se meta fraile - añadió Necochea, como completando la frase.-Mi general, me haré fraile - contestó precipitadamente el prisionero.-¿Me empeñas tu palabra? - insistió Necochea.-La empeño, me general.

-Pues estás en libertad. Haz de tu capa un sayo.Terminada la guerra de independencia, el clarín de Canterac vistió en Bogotá el hábito de fraile, en el convento de San Diego.La Historia lo conoce con el nombre de el padre Tena.¡IJURRA! ¡NO HAY QUE APURAR LA BURRA! - TRADICIONES PERUANAS DE

RICARDO PALMA

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I¿No saben ustedes quién fue Ijurra? ¡Pues es raro! Don Manuel Fuentes Ijurra era, por los años de 1790, el mozo más rico del Perú; como que poseía en el Cerro de Pasco una mina de plata, que durante quince años le produjo mil doscientos marcos por cajón. Aquello era de cortar a cincel.

Ijurra era de un feo subido de punto, tenía más fealdad que la que a un solo cristiano cumple y compete, realzada con su desgreño en el vestir.

En cambio era rumboso y gastador, siempre que sus larguezas dieran campo para que de él se hablara. Así, cuando delante de testigos, (sobre todo si estos eran del sexo que se viste por la cabeza) le pedían una peseta de limosna, metía Ijurra mano al bolsillo y daba algunas onzas de oro, diciendo: –Socórrase, hermano, y perdone la pequeñez–. Por el contrario, si una viuda vergonzante u otro necesitado acudía a él en secreto, pidiéndole una caridad, contestaba Ijurra: –Yo no doy de comer a ociosos ni a pelanduscas: trabaje el bausán, que buenos lomos tiene, o vaya la buscona al tambo y a los portales.

No quiero hablar de las conquistas amorosas que hizo Ijurra, gracias a su caudal, porque este tema podría llevarme lejos. Como que le birló la moza nada menos que al regidor Valladares, sujeto a quien no tuve el disgusto de conocer personalmente, pero del cual tengo largas noticias, que por hoy dejo en el fondo del tintero.

Visto está, pues, que a Ijurra le había agarrado el diablo por la vanidad, y que para él fue siempre letra muerta aquel precepto evangélico de no sepa tu izquierda lo que des con tu derecha. El lujo de su casa, su coche con ruedas de plata y la esplendidez de sus festines, formaron época.

En esos tiempos en que no estaban en boga las tinas de mármol ni el sistema de cañerías para conducir el agua a las habitaciones, acostumbraba la gente acomodada humedecer la piel en tinas de madera. Las calles de Lima no estaban canalizadas como hoy, sino cruzadas por acequias repugnantes a la vista y al olfato.

Los vecinos, para impedir que las tablas se resecasen y descendieran de su armazón, hacían po ner las tinas en la acequia durante un par de horas.

Pues el señor Ijurra tenía la vanidosa extravagancia de hacer re mojar enla acequia una tina de plata maciza.

Cuéntase de él que un día mandó aplicar veinticinco zurriagazos a un español empleado en la mina. El azotado puso el grito en el cielo y entabló querella criminal contra Ijurra. El proceso duraba ya dos años, presentando mal cariz para el insolente criollo. Este comprendió que, a pesar de sus millones, corría el peligro de ir a la cárcel, y para evitarlo pidió consejo a la almohada, que, dicho sea de paso, es mejor consejero que los de Estado.

Presentósele al otro día el escribano a notificarle un auto judicial, y después de firmar la diligencia, fi ngiendo Ijurra equivocar la salva dera,vertió sobre el proceso el enorme cangilón de plata que le servía de tintero.

El escribano, al ver ese repentino diluvio de tinta, se tomó la cabeza entre las manos, gritando:

–¡Jesús me ampare! ¡Estoy perdido!–No se alarme –le interrumpió Ijurra–, que para borrón tama ño, uso yo de esta arenilla.

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Y cogiendo un saco bien relleno de onzas de oro las echó encima del proceso, recurso mágico que bastó para tranquilizar el espíritu del cartulario, quien no sabemos cómo se las compuso con el juez.

Vaya si tuvo razón el poeta aquel que escribió esta redondilla:El signo del escribano, dice un astrólogo inglés, que el signo de Cáncer es, pues come a todo cristiano.

Lo positivo es que el de los azotes, viendo que llevaba dos años de litigio y que era cuestión de empezar de nuevo a gastar papel sellado, se avino a una transacción y a quedarse con la felpa a cambio de peluconas.

No sin fundamento, dice un amigo mío, que todo anda metalizado: desde el apretón de manos hasta los latidos del corazón.

IIEn la calle de Bodegones existía un italiano relojero, el cual ostentaba sobre el mostrador un curioso reloj de sobremesa. Era un reloj con torrecillas, campanitas chinescas, pajarillo cantor y no sé qué otros muñecos automáticos.

Para aquellos tiempos era una verdadera curiosidad, por la que el dueño pedía tres mil duretes; pero el reloj allí se estaba meses y meses sin encontrar comprador.

La tienda de Bodegones era sitio de tertulia para los lechuguinos contemporáneos del virrey bailío Gil y Lemos, a varios de los que dijo una tarde el relojero:

–¡Per Bacco! Mucho de que el Perú es rico y rumbosos los peruleros, y salimos, ¡Santa Madona de Sorrento!, con que es tierra de gente roñosa y cominera. En Europa habría vendido ese relojillo en un abrir y cerrar de ojos, y en Lima no hay hombre que tenga calzones para comprarlo.

Llegó a noticia de Ijurra el triste concepto en que el italiano tenía a los hijos del Perú, y sin más averiguarlo cogió capa y sombrero, y seguido de tres negros, cargados con otros tantos talegos de a mil, entró en la relojería diciendo muy colérico:

–Oiga usted, ño Fifi rriche, y aprenda crianza para no llamar tacaños a los que le damos el pan que come. Mío es el reloj, y ahora vea el muy desvergonzado el caso que los peruanos hacemos del dinero.

Y saliendo Ijurra a la puerta de la tienda tiró el reloj al suelo, lo hizo pedazos con el tacón de la bota, y los muchachos que a la sazón pasaban se echaron sobre los destrozados fragmentos.

A uno de los parroquianos del relojero no hubo de parecerle bien este arranque de vanidad, o nacionalismo, porque al alejarse el minero le gritó:–¡Ijurra! ¡Ijurra! ¡No hay que apurar la burra! –palabras con las que quería significarle que al cabo podría la fortuna volverle la espalda, pues tan sin ton ni son despilfarraba sus dones.

La verdad es que estas palabras fueron para Ijurra como maldición de gitano; porque pocos días después, y a revientacaballos, llegaba a Lima el administrador de la mina con la funesta noticia de que esta se había inundado.

¡Qué cierto es que las desdichas caen por junto, como al perro los palos, y que el mal entra a brazadas y sale a pulgaradas! Ijurra gastó la gran fortuna que le quedaba en desaguar la mina, empresa que ni él ni sus nietos, que aún viven en el Cerro de Pasco, vieron realizada. Y este fracaso, y pérdidas de fuertes sumas en el juego, lo arruinaron tan completamente, que murió en una covacha del hospital de San Andrés.

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Aquí es el caso de decir con el refrán: –Mundo, mundillo, nacer en palacio y acabar en ventorrillo.

Desde entonces quedó por frase popular, entre los limeños, el decir a los que derrochan su hacienda sin cuidarse del mañana:

–¡Ijurra! ¡No hay que apurar la burra!

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HISTORIA DE UN CAÑONCITO - TRADICIONES PERUANAS

Según Palma no a habido peruano que conociera bien su tierra y a los hombres de su tierra como don Ramón Castilla. Para él la empleomanía era la tentación irresistible y el móvil de todas las acciones de los hijos de la patria.

Estaba don Ramón en su primera época de gobierno, y era el día de su cumpleaños (31 de agosto de 1849). Corporaciones y particulares acudieron al gran salón de palacio a felicitar al supremo mandatario. Se acercó un joven a su excelencia y le obsequió, en prenda de afecto, un dije para el reloj.

Era un microscópico cañoncito de oro montado sobre una cureñita de filigrana de plata: un trabajo primoroso, en fin, una obra de hadas.

El presidente agradeció, cortando las frases de la manera peculiar muy propia de él. Pidió a uno de sus edecanes que pusiera el dije sobre la consola de su gabinete. Don Ramón se negaba a tomar el dije en sus manos por que afirmaba que el cañoncito estaba cargado y no era conveniente jugar con armas peligrosas.

Los días transcurrieron y el cañoncito permanecía sobre la consola, siendo objeto de conversación y curiosidad para los amigos del presidente, quien no se cansaba de repetir: “¡Eh! Caballeros hacerse a un lado…, o hay que tocarlo… el cañoncito apunta…, no se si la puntería es alta o baja…, no hay que arriesgarse,…, retírense… no respondo de averías. Y tales eran las advertencias de don Ramón, que los palaciegos llegaron a persuadirse de que el cañoncito sería algo más peligroso que una bomba o un torpedo.

Al cabo de un mes el cañoncito desapareció de la consola, para formar parte de los dijes que adornaban la cadena del reloj de su excelencia, por la noche dijo el presidente a sus tertulios: ¡Eh! Señores… ya hizo fuego el cañoncito…, puntería b aja… poca pólvora… proyectil diminuto… ya no hay peligro… examínenlo.

Lo que había sabido es que el artificio del regalo aspiraba a una modesta plaza de inspector en el resguardo de la aduana del Callao, y que don Ramón acababa de acordarle el empleo.

La tradición finaliza con una moraleja en la que Palma manifiesta que los regalos que los chicos hacen a los grandes son, casi siempre, como el cañoncito de don Ramón. Traen entripado y puntería fija. Día menos, día más. ¡Pum!, lanza el proyectil.

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LA ÚLTIMA FRASE DE BOLIVAR - TRADICIONES PERUANAS-La escena pasa en la hacienda San Pedro Alejandrino, y en una tarde de diciembre del año 1830.En el espacioso corredor de la casa, y sentado en un sillón de baqueta, veíase a un hombre demacrado, a quien una tos cavernosa y tenaz convulsionaba de hora en hora. El médico, un sabio europeo, le propinaba una poción calmante, y dos viejos militares, que silenciosos y tristes paseaban en el salón, acudían solícitos al corredor.-Más que de un enfermo se trataba ya de un moribundo, pero de un moribundo de inmortal renombre.Pasado un fuerte acceso, el enfermo se sumergió en profunda meditación, y al cabo de algunos minutos dijo con voz muy débil:- ¿Sabe usted, doctor, lo que me atormenta al sentirme ya próximo a la tumba?- No, mi general.-- La idea de que tal vez haya edificado sobre arena movediza y arado en el mar.Y un suspiro brotó de los más íntimo de su alma y volvió a hundirse en su meditación.Transcurrido gran rato, una sonrisa tristísima se dibujó en su rostro y dijo pausadamente:- ¿No sospecha usted, doctor, quiénes han sido los tres más insignes majaderos del mundo?- Ciertamente que no, mi general.-- Acérquese usted, doctor., se lo diré al oído. Los tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote y. yo.

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TRADICIONES PERUANAS DE RICARDO PALMA- LOS CACIQUES SUICIDAS -

La provincia de Cotac-pampas (llano de mineros) estaba en los tiempos del último inca dividida en dos cacicazgos, cuyos límites mar caba la cordillera de Acca-cata.

El más importante de los cacicazgos era conocido con el nombre de Yanahuara, y su vecino con el de Cotaneras. Aún existen, en ruinas, los dos palacios que habitaron los respectivos señores feudales.

El cacique de Yanahuara tenía ya reunida inmensa cantidad de oro para contribuir al rescate de Atahualpa, cuando recibió la noticia de que los españoles habían dado muerte al soberano. El cacique mandó construir entonces una escalera de piedra, que le sirvió para transportar el tesoro a la empinada cueva de Pitic; luego hizo destruir la escala y se enterró vivo en aquella inaccesible altura.

Los naturales agregan que en ciertos aniversarios fúnebres se ve, en medio de las tinieblas de la noche, un ligero resplandor, que para ellos representa el espíritu de su cacique vagando en el espacio.

En la época de los Incas se sacaba mucho oro de los terrenos auríferos de Cotac-pampas, y aún es fama que en 1640 trabajaban cuatro portugueses.

IMAGEN: Joseantonioavalos.comla mina Hierba uma con pingüe provecho. Una noche armóse entre ellos grave pendencia, recurrieron a las armas, murieron tres, acudió la justicia, y el portugués que quedó con vida, para no caer preso, acercó la lámpara a un barril de pólvora, cuya explosión ocasionó el derrumbe de la mina.

En el primer año de la fundación de Lima, dispuso don Francisco Pizarro que se trajesen en traílla indios de los alrededores de la ciu dad para que sirviesen de albañiles.

El cacique de Huansa y Carampoma se negó tenazmente a cum plir una orden que humillaba la dignidad de los suyos; y en la impo sibilidad de oponer resistencia al despótico mandato prefi rió, a ser tes tigo del envilecimiento de sus súbditos, enterrarse en una cueva, cuya boca hizo cubrir con una gran piedra labrada.

Hoy mismo, siempre que los indios de la provincia de Huarochirícelebran sus fi estas, llevan fl ores y provisiones que colocan sobre dicha piedra, y consideran el nombre del cacique como el de un genio protector de la comarca.

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AL RINCON QUITA CALZON- TRADICIONES PERUANAS

El obispo Chávez de la Rosa era rector de un convento en Arequipa. Un día tubo que suplir a un maestro ausente y se dedico a recordar algo de latín con los alumnos; propuso una pregunta: ¡quid est oratio!, pero ningún alumno le supo contestar. Molesto el cura ordenó a cada uno que vaya ¡Al Rincón Quita Calzón!

Así ocurrió hasta que le pregunto al más pequeño de la clase. El niño se burló del cura demorando una respuesta que no sabia.

El cura iracundo le ordeno también AL RINCÓN QUITA CALZÓN, pero como el niño se retiraba refunfuñando algo entre dientes, el sacerdote insistió por el que murmuraba.

Entonces el niño le propuso una interrogante al maestro: ¿Cuantas Veces Se Repite En La Misa El Dominues Vubis Cum? Y por mas que el cura trató de recordar no pudo hacerlo; entonces el niño también lo envió a el ¡al rincón quita calzón! La burla de los estudiantes fue total.

El cura no tubo más remedio que perdonar a todos el castigo propuesto y se retiro completamente avergonzado.

Tiempo después el cura retorno a su natal España y se llevo al pequeño travieso como pupilo, aya lo educo esmeradamente para que años después retornara al Perú convertido en un intelectual erudito: don Francisco Javier de Luna Pizarro, presidente de la primera asamblea constituyente del Perú.