Un Arqueólogo en la ciudad: en los inicios de un ensayo

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CuPAUAM 37-38, 2011-12, pp. 39.52 Un Arqueólogo en la ciudad: en los inicios de un ensayo A Manolo BENDALA, zoon politikon Lauro OLMO ENCISO ([email protected]) Resumen La arqueología como ciencia histórica y social debe incrementar su participación en el debate sobre la caracteriza- ción de la ciudad actual, que es también el debate sobre la sociedad actual. Este artículo defiende la oferta de lo que nuestra ciencia genera para el conocimiento de la realidad urbana a partir de una praxis que, partiendo de la Memoria, se construye en la contemporaneidad. Palabras clave: Arqueología y Paisaje urbano, arqueología social, urbanismo y arqueología, ciudad histórica, arqueología como investigación. Summary Archaeology as historical and social science should increase their participation in the debate on the characterization of the present city, which is also the debate about our social model. This paper defends the offer of what generates our science for understanding urban reality from a praxis that, based on the Memory, is constructed in the contemporaneity. Keywords: Archaeology and Urban Landscape, Social Archaeology, Urban planning and Archaeology, Historical City, Archaeology as Research. 1. TIEMPO Y ESPACIO “La ciudad esta hecha de relaciones entre las dimensiones de su espacio y los acontecimien- tos de su pasado” (Italo Calvino, Las ciudades invisibles) La asunción para el tratamiento del paisaje urbano, de estas dimensiones de espacio y tiempo, permite también presentar la Memoria urbana desde la perspectiva de la arqueología, argumen- tada, por tanto, desde la propia praxis actual de esta ciencia histórica. Se trata de defender y refle- xionar sobre el concepto de ciudad histórica, como ese espacio que supera los límites reduccio- nistas impuestos sobre la consideración de lo “histórico” en la ciudad actual, a través de los cuales se sacralizan espacios convencionalmente definidos así –cascos o centros históricos- o luga- res aislados de su contexto –monumentos-. Es decir, de como se ha ido construyendo una ima- gen histórica del pasado a través de las preguntas generadas desde el presente, desde los diferentes presentes. Todo ello se inscribe en el proceso de desarrollo y transformación de nuestra concep- ción del Patrimonio Histórico asociada al paso del Tiempo en un determinado Espacio. Desde el ori- gen de esta concepción, a partir de la formulación de estos dos grandes principios del conocimiento kantiano –espacio y tiempo-, esta se ha ido abriendo a nuevas dimensiones espaciales y tem- porales. Y es así como a partir de estos presu- puestos se construyó una idea de ciudad que fue cambiando y transformándose. Se desarrolló dia-

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CuPAUAM 37-38, 2011-12, pp. 39.52

Un Arqueólogo en la ciudad: en los inicios de un ensayoA Manolo BENDALA, zoon politikon

Lauro OLMO ENCISO([email protected])

Resumen

La arqueología como ciencia histórica y social debe incrementar su participación en el debate sobre la caracteriza-ción de la ciudad actual, que es también el debate sobre la sociedad actual. Este artículo defiende la oferta de lo quenuestra ciencia genera para el conocimiento de la realidad urbana a partir de una praxis que, partiendo de la Memoria,se construye en la contemporaneidad.

Palabras clave: Arqueología y Paisaje urbano, arqueología social, urbanismo y arqueología, ciudad histórica,arqueología como investigación.

SummaryArchaeology as historical and social science should increase their participation in the debate on the characterization of thepresent city, which is also the debate about our social model. This paper defends the offer of what generates our sciencefor understanding urban reality from a praxis that, based on the Memory, is constructed in the contemporaneity.

Keywords: Archaeology and Urban Landscape, Social Archaeology, Urban planning and Archaeology, Historical City,Archaeology as Research.

1. TIEMPO Y ESPACIO

“La ciudad esta hecha de relaciones entre lasdimensiones de su espacio y los acontecimien-tos de su pasado”(Italo Calvino, Las ciudades invisibles)

La asunción para el tratamiento del paisajeurbano, de estas dimensiones de espacio y tiempo,permite también presentar la Memoria urbanadesde la perspectiva de la arqueología, argumen-tada, por tanto, desde la propia praxis actual deesta ciencia histórica. Se trata de defender y refle-xionar sobre el concepto de ciudad histórica,como ese espacio que supera los límites reduccio-nistas impuestos sobre la consideración de lo“histórico” en la ciudad actual, a través de los

cuales se sacralizan espacios convencionalmentedefinidos así –cascos o centros históricos- o luga-res aislados de su contexto –monumentos-. Esdecir, de como se ha ido construyendo una ima-gen histórica del pasado a través de las preguntasgeneradas desde el presente, desde los diferentespresentes. Todo ello se inscribe en el proceso dedesarrollo y transformación de nuestra concep-ción del Patrimonio Histórico asociada al paso delTiempo en un determinado Espacio. Desde el ori-gen de esta concepción, a partir de la formulaciónde estos dos grandes principios del conocimientokantiano –espacio y tiempo-, esta se ha idoabriendo a nuevas dimensiones espaciales y tem-porales. Y es así como a partir de estos presu-puestos se construyó una idea de ciudad que fuecambiando y transformándose. Se desarrolló dia-

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crónicamente reinterpretando sucesivamente unespacio histórico, un pasado a partir de resignifi-caciones de las diferentes formas de abordar laMemoria construidas desde las sucesivas contem-poraneidades. Concepto éste de contemporanei-dad que encuentra su primera formulación conAlois Riegl quien indicó, cómo el cambio de pers-pectiva patrimonial en el culto a los monumentosestá fuertemente condicionado por la mirada sub-jetiva de una época y de su historia en relacióncon el pasado. Algo en lo que, unas décadas mástarde, incidió Maurice Halbwachs, al señalarcomo la Memoria es una reconstrucción parcial yselectiva del pasado, cuyos puntos de referenciaestán definidos por los intereses y por la confor-mación de la sociedad presente y, por tanto, comohay que recordar estamos ante una acción que seproduce en el presente y que del presente depen-de (Halbwachs, 1987: 23 y 28, citado en Ricci,2006: 73-74). Es esencial entender que la propiaconcepción sobre el origen de la ciudad europea,convencionalmente construida a partir de unareinterpretación de los espacios urbanos de Greciay Roma, y, posteriormente, de la ciudad medieval,transmite algo también de extrema importancia, ysiempre a ser tenido en cuenta: nuestro conceptoactual de ciudad es un concepto europeo que nacede la Ilustración, y que representa nuestra formade interpretar, de aproximarnos, al paisaje urbano.Y todo ello a partir de la fecunda reflexión de laciudad producida a lo largo de la modernidad,desde los utopistas de principios del XIX (Owen,Fourier….) hasta lo implícito en el pensamientodel movimiento moderno. De hecho cuando, en laactualidad, proclamamos la crisis de la ciudad,estamos determinando la crisis de la ciudad euro-pea, de la ciudad de la Razón, de la construcciónespacial a partir de la cual se define una ciudad enla que es imprescindible enunciar y precisar ésta,en tanto que Historia y Memoria (Anny Vrychea,en Tsiomis, 1998:76).

Una de las consecuencias de la industrializa-ción y la determinante aparición de nuevos espa-cios urbanos, produjo a mediados del siglo XIXuna sensibilización por una parte del mundo inte-lectual sobre la protección de los conjuntos urba-nos preindustriales. Esto supuso que la nacientenoción de patrimonio histórico urbano se constru-yera a contracorriente del proceso de urbaniza-ción dominante, por tanto, que la percepción de laciudad como objeto de valor histórico se desarro-llara a partir de la transformación del espaciourbano que provocó la industrialización (Choay,

2007:164). Construcción histórica que se inscri-bió y formó parte del debate y reflexión sobre elfuturo de la ciudad industrial, constituyendo unaspecto interesante de este debate la relación con-flictiva entre la sacralización de espacios históri-cos urbanos y la naciente teoría del urbanismo,desarrollada a partir de la obra de IldefonsoCerdá. Y todo dentro de un contexto, no exento depolémica, sobre la consideración y estrategias deactuación en los espacios históricos de las ciuda-des que se fue desarrollando a lo largo de todo unsiglo. A partir de la idealización de una nostalgiapor el pasado, esta se abordará desde diferentesópticas que reflejan tomas de posición ante lastransformaciones sociales que se estaban produ-ciendo y como éstas afectaban y se expresaban enlos nuevos paisajes urbanos de la ciudad indus-trial. Así las primeras controversias surgirán entreJohn Ruskin y Eugéne Viollet-le-Duc, defensor elprimero de la conservación integral de la estruc-tura de la ciudad antigua, poseedora de un valoridentitario, mientras que el segundo abogaba porel mantenimiento de espacios del pasado en lanueva realidad urbana industrial a través de larevisión de esa herencia urbana. Esta atención alvalor histórico, generó un impulso para una refle-xión más operativa sobre el futuro de las ciudadesindustriales que iba adquiriendo forma concien-zuda en los estudios de los urbanistas. Así,Ildefonso Cerdá planificó un desarrollo urbano denueva planta preservando el espacio histórico máscaracterístico del total que había constituido, ensu caso, la ciudad antigua de Barcelona; CamilloSitte, que no militó a favor de la conservación delos centros históricos (Choay, 2007: 163-168),defendió la necesidad de un estudio morfológicode las ciudades antiguas a la búsqueda de princi-pios y configuraciones espaciales que mantenidosa través del tiempo constituyeran herramientasheurísticas imprescindibles para el urbanista;Gustavo Giovannoni (ibidem: 175-180), otorgó alos conjuntos urbanos antiguos un valor de uso yun valor museal, considerando a los centros histó-ricos como un tejido viviente, que debía ser inte-grado en los planes de ordenación. Junto a estoshabría que incluir la obra de Arturo Soria y Mata,Josef Stübben, Otto Wagner, Tony Garnier(Tsiomis, 1998: 137-138). Ejemplos todos estosque responden a diferentes perspectivas sobrecómo la sociedad de la modernidad se fue abrien-do a nuevas dimensiones espaciales y cómo se lasconceptualizó. Sin embargo, hay que notar comotodas partían de un mismo supuesto, la considera-

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ción de un espacio urbano con límites espacialesy cronológicos precisos, el centro histórico, al quese le otorgaba el valor de histórico, de monumen-to, habrá que esperar a bien entrado el siglo XXen que se desarrolla la crítica del espacio entendi-do con un sentido estrictamente geométrico,entendiendo éste como una construcción social(Lefebvre, 1991).

Nuestra preocupación por fijar un origen, unpunto de partida, ha llevado a establecer el, yacitado, nacimiento de la ciudad europea a partirde la interpretación de la Polis griega y la Civitasromana. La investigación arqueológica ha sidofundamental para investigar y explicar la organi-zación y estructuración de estos espacios asícomo para establecer el marco evolutivo de suurbanismo - en el que la construcción taxonómicaha tenido un papel primordial - y su relación conla sociedad que lo generó. Pero también es cierto,que se podría haber profundizado más en la dife-rencia y caracterización de cada una de ellas.Porque lo que es evidente es que si queremos bus-car un origen, entonces habría que concluir que lanoción europea de ciudad se construye a partir dela interpretación de la idea romana. De esa idea deciudad, argumentada por Cacciari, como lugar enel que personas de diversos orígenes convergen yconvienen en aceptar una Ley, de una idea de ciu-dadanía romana que no tiene ninguna raíz étnico-religiosa “es grandiosa la idea de que aquelloque nos une, que nos junta, no se basa en un ori-gen, sino más bien en un fin” (Cacciari, 2009: 10y 21). Pero también, como argumenta este autor,portamos la nostalgia de la Polis, de la ciudad conorigen que entra en conflicto con la tensión haciala universalidad. De la Polis como la morada, ellugar donde una gente determinada tiene su sede,su propio éthos (ibidem: 8-10). Cual es la idea deciudad por la que optamos ¿ésta? O la gran idearomana de gente diversa de diferentes proceden-cias, con diferentes lenguas y religiones, perotodos bajo la misma ley ¿Qué referencia escoge-mos? ¿El origen o el fin? ¿Los lazos de estirpe ola Ley? Este es el debate actual, la ciudadaníafrente a la etnia, la ciudadanía frente a la particu-laridad, la inclusión frente a la exclusión, el uni-versalismo de la modernidad frente a la decons-trucción de la postmodernidad. Debate de ya largatradición en nuestro modelo social, pero quecomo en otros periodos, se proyecta en el paisajeurbano y como consecuencia, sobre la considera-ción del espacio patrimonial. Y claro, todo ello

obliga a escoger opción, ya que asistimos en laactualidad a un cambio radical de perspectiva

La ciudad, el tratamiento del paisaje, como loentendemos en Occidente, en Europa, en la tradi-ción del “Buon Governo” de AmbrogioLorenzetti, estaba siendo destruida por el ímpetuconjunto de la industria y del mercado, dando ori-gen a la Metrópoli (Cacciari, 2009:27). Bien esverdad que ahora, cuando prácticamente ya noqueda ni la industria, nos encontramos ante lahegemonía del mercado. De un mercado que,desde su acepción más conservadora, parecehaber encontrado solución a una ciudad que le eraincómoda desde hace ya varias décadas. Dehecho, ya Henri Ford había marcado una direc-ción hace casi un siglo cuando dictaminó“Solucionaremos el problema de las ciudadesabandonándolas”. La revitalización actual de estaconcepción, la crítica al modelo de ciudad convi-vencial, se inscribía, por tanto, dentro de una líneainterpretativa defensora de otro paisaje urbano, endefinitiva, de otro paisaje social. Dentro de ella,quizás una de la expresiones más significativassobre este proceso es la manifestada por el ideó-logo conservador George Gilder, “nos encamina-mos hacia la muerte de las ciudades, el equipajesobrante de la era industrial” (1995: 56).

En la actualidad en nuestro ámbito social, ennuestro modelo social occidental, el mundo es laciudad. Todo el territorio se encuentra urbaniza-do, desde las megalópolis, a las áreas periurbanasque se extienden a través de los sistemas velocesde transporte y de comunicación por unas zonasrurales que cada vez lo son menos. El nuevo teji-do urbano configura un escenario territorialmetropolitano, constituido por un continuum queconecta ciudades grandes, pequeñas, pueblos,campo, nuevas ciudades. Ahora bien, este espacioilimitado desde el punto de vista físico y funcio-nal está lleno de límites desde el punto de vistasocial, cultural y administrativo. Porque esta pre-tendida ciudad difusa, es también la ciudad frag-mentada socialmente y administrativamente, laciudad sin límites es, entonces, la ciudad de loslímites (Nel-lo, 1998, 47). Es una ciudad que seensancha al espacio global, deviene megalópolis,invade la naturaleza, se constituye en un entornoautosuficiente, la plaza y la calle, sustituidos porparques temáticos, shopping malls, enlazandosolo a través de la autopista y el automóvil (SolerAmigó, 1998). El cambio es cualitativo e interesatanto a la ciudad tradicional como a la nueva ciu-

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dad. Ya que el espacio dejado libre en la ciudadtradicional por la población y las empresas, cons-tituye un valioso recurso para la construcción dela ciudad nueva, postmoderna, en las formas de laciudad tradicional, o cómo diría Amendola (2000,28-32) en la cáscara física de la ciudad tradicio-nal. En ésta, los viejos edificios son rehabilitadosy lanzados al mercado para un público dotado deun capital financiero adecuado a una residencia deservicios de tipo superior.

La arqueología como ciencia social debeincrementar su participación en el debate sobrela caracterización de la sociedad actual, intervi-niendo en él desde su propia reflexión epistemo-lógica y práctica científica. Debate que vieneencontrando, en occidente y más particularmen-te en los países mediterráneos, una de sus expre-siones más significativas en el aspecto relativo ala configuración de la ciudad actual. Así pues,hablar de arqueología y modelos de ciudad sig-nifica hablar y defender una opción objeto, enlos tiempos actuales, de discusión. Significatomar postura en un debate que se podría resumiren dos posiciones:1) - Defensa de la existencia de un concepto, de

un modelo de ciudad que sirva de criterio dereferencia. La existencia de un modelo haceposible resumir la ciudad en una visión deconjunto y establecer lo que cabe en dichomodelo y lo que se aleja de él.

2) - Defensa de una ciudad carente de punto devista o de control desde los cuales unificarlay gestionarla. Una ciudad llena de confusio-nes, diversidades, desviaciones, actividades,sin límites…

La segunda posición, de gran éxito, viene ailustrar lo que ya desde hace algunas décadas, seempezaba a definir como ciudad postmoderna queprotagonizaba, de forma inexorable, el paisajeurbano de cada vez más amplias zonas de España.Ya señalé cómo nos encontrábamos ante unmodelo de ciudad, porque contrariamente a lo queargumentaban sus defensores, respondía a un con-junto de pautas ordenadas y establecidas, quedefinían al modelo de ciudad de la globalización.Un modelo de ciudad que de triunfar y consoli-darse, supondría el paso de un espacio social con-vivencial y colectivo, definitorio de la ciudadmediterránea, a un espacio definido por criteriosindividualistas (Olmo Enciso, 2002: 254). Unmodelo de ciudad que ignora el pasado, a excep-

ción de lo que se decide que conviene a las leyesdel mercado, a partir de una resignificación delconcepto de valor, y, por tanto, de la utilizacióndel Patrimonio como pretexto. Algo radicalmentediferente de lo que ha caracterizado el modelourbano generado a partir de la Ilustración y lasrevoluciones burguesas, que confería un papeldestacado a los espacios históricos como contene-dores simbólicos y materiales de la Memoria y,por tanto, como espacios a conservar.

Nuestros nuevos paisajes urbanos, en lo que serefiere a la planificación urbanística, se banalizan,son más uniformes y más aculturales, se han glo-balizado a través de la imagen de la “ciudad post-moderna”. Quizás nos encontramos ante la crisisde una idea de Patrimonio que se ve amenazadapor lo global y por la evanescencia del dominiopostmoderno. No es que sea el fin de la Historia,sino más bien de una concepción de la Historia,de la Memoria, en la que la idea de Patrimonio setorna, de forma interesada, más abstracta. Y estacrisis de la ciudad europea conlleva una mutaciónconcomitante de la noción de “ciudadanía urba-na”: si su espacio de expresión privilegiada – laciudad – no se reconoce, la ciudadanía se con-vierte en una simple abstracción (Anny Vrychea,en Tsiomis, 1998:77-78).

Pero también la articulación de los espaciosurbanos contemporáneos están reflejando loscambios de una sociedad que en sus inicios yadenominamos como del conocimiento, de las nue-vas tecnologías, de la ciudad de la e-topía(Mitchell, 2001). Nuestros intercambios se produ-cen cada vez más a través de una dimensióncomunicativa que evita la mediación corpórea(Cacciari, 2009: 67), y a la vez que la dimensióncorpórea se va diluyendo la ciudad va adelgazan-do en sus contenidos. Debemos preguntarnos si sepuede hablar de ciudadanía sin un espacio convi-vencial, materializado a través de espacios deMemoria y socialización. Ya Lewis Munfordadvertía de los peligros del “caos” debido a la fase“neotécnica”, lo que venía a incidir en un debateintrínseco al proyecto de Modernidad, la presen-cia y preocupación o defensa de lo “técnico” en laciudad, esa constante que, entre otros, ya habíapreocupado a Ruskin, Morris, o posteriormenteinspirado la “Mecanópolis” de Unamuno o la“Metrópolis” de Fritz Lang. Debate nunca aban-donado, siempre presente, que en estos tiemposde la “Sociedad del Conocimiento” vuelve teneruna importante presencia y reflexión debido a la

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hegemonía que en la vida cotidiana ha adquiridoel uso de las nuevas tecnologías. Se defiendecómo el sistema digital de interconexión en redjugará el papel que desempeñaron sus predeceso-res –calzadas y acueductos romanos, canales delsiglo XVIII, ferrocarril en el XIX, red eléctrica,autopistas…- como hitos significativos de meta-morfosis a través de los avances tecnológicos enépocas anteriores (Mitchell, 2001: 19). Es revela-dor de todo este proceso la llamada de atención deeste autor: “Ahora ya es evidente. La ciudad, tal ycomo la entendieron los teóricos urbanos desdePlatón y Aristóteles hasta Lewis Mumford y JanJacobs, ya no es capaz de mantener su cohesiónni de cumplir su función como ocurría anterior-mente. Es a causa de los Bits: ellos la han mata-do. El modo urbano tradicional no puede coexis-tir con el ciberespacio. No obstante, ¡viva lanueva metrópolis unida por la red de la era elec-trónica digital!” (Mitchell, 2001: 7). Esta afirma-ción, contenedora de una verdad parcial, aunque“in crescendo”, se antoja algo naif, pero a todasluces inexacta. Los Bits no han matado a la ciu-dad, a nuestro modelo de ciudad convivencial laintentan, más que matar -que es algo inmediato-eliminar, un proceso progresivo y paulatino y, portanto, más sofisticado, la especulación, las leyesde mercado, y ante todo una cierta indiferenciasocial. Esta interpretación de los Bits, ciberespa-cio, no forma parte de una determinada concep-ción dominante, en la actualidad, de lo que en rea-lidad son infraestructuras, porque el problema essuperestructural. Y este si que es el que define elmodelo de ciudad actual.

Asépticamente esto es una clara evidencia que,sin embargo, hay que conectarla con una realidadsocial y así este sistema y sus indudables avancestecnológicos, contextualizando con una sociedadactual que apunta a un modelo de individualiza-ción y retraimiento de lo público, conlleva tam-bién graves riesgos de pérdida de capacidad con-vivencial y de abandono de la necesidad de espa-cios para la socialización. Porque el indudablesalto cuantitativo comunicacional y su mejora denuestra capacidad y calidad informativa, contie-nen como límite el que éstas se realizan mayorita-riamente, desde espacios físicos individualizados.Es cierto que el citado autor, apuesta por la crea-ción de un tejido urbano que ofrezca oportunida-des a los grupos sociales para que se mezclen enlugar de mantenerse aislados “El portátil en elcafé de la plaza, en lugar del ordenador en laurbanización protegida” (ibidem: 88). Pero tal y

como advirtió Manuel Castells, podríamos termi-nar con “ciudades duales: sistemas urbanos” pola-rizados espacial y socialmente entre grupos y fun-ciones de alto valor añadido, por un lado, y gru-pos sociales devaluados y espacios degradados,por el otro (Castells, (1998: 33). Y en cualquiercaso, nos estamos encaminando hacia una ciudadregulada por formas de derecho privado del quese van excluyendo lenta pero progresivamente losespacios públicos convivenciales, generados apartir de la densificación histórica, por espaciosprivados donde se consume y se socializa al dic-tado de las leyes de Mercado.

2. ¿Y LA ARQUEOLOGÍA..., ESTADO DE LACUESTIÓN O UNA CUESTIÓN SIN ESTADO?

Es en relación a esta ciudad actual, concatena-ción de lugares y de “no lugares”, para la que hayque plantearse como se define el carácter del pro-yecto de investigación de la arqueología urbana,máxime cuando la ciudad ya supera los límites deuna estructuración urbana objeto del pasado. Todoello obliga a que para hablar de arqueología y desu relación con los modelos de ciudad sea necesa-rio establecer el marco de relaciones que sitúan aesta ciencia social dentro de las dinámicas de lasociedad actual.

Es cierto que la arqueología ha generado unaabundante investigación y literatura sobre la ciu-dad en las diferentes épocas del pasado, que hasido fundamental para que el conjunto de la socie-dad elaborara toda una idea de pertenencia. Sinembargo, la participación de la arqueología en eldebate sobre la ciudad actual y sus estrategias defuturo, tiene que basarse en la oferta de lo quenuestra ciencia genera para el conocimiento de larealidad urbana a partir de su construcción y refle-xión epistemológica.

¿Qué aporta la arqueología a todo esto?. Desdeluego no solo taxonomías, no solo tipologíasurbanas, sino manifestaciones sociales como ele-mento transformador de un paisaje, en este caso,urbano. Para ello es necesario profundizar en losparadigmas urbanos que como fruto de nuestrainvestigación interpretamos, pero también enten-der y reflexionar sobre la base epistemológica apartir de la cual el proyecto de la modernidad haido construyendo su visión, nuestra visión, sobrela ciudad. Diferentes aspectos han confluido encómo la arqueología española ha comenzado atratar la cuestión urbana a partir de los años 80 del

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pasado siglo, que se resumen en una renovaciónconceptual y metodológica y en la implantaciónde un nuevo marco legal y normativo.

Es cierto que en España el concepto de urba-nismo tiene una acepción en lo que se refiere alpasado de nuestras ciudades, fuertemente funcio-nalistas que no se detiene a reflexionar sobre laprofundidad histórica de estas. Ya Bendala (2009:23), señaló como en el contenido de la “urbanísti-ca”, subyace la idea de que la proyección materialde la ciudad se da prioritariamente, con casiexclusión de todo lo demás, en la urbe construida.En la urbanística, en la acepción indicada, se ago-taría la materialidad de la ciudad, como si se esta-bleciera una total identificación entre urbanismomaterial y urbe. Y esta ecuación insuficiente paraentender la concepción de la ciudad en laAntigüedad, como ha sido puesto de relieve por lainvestigación moderna (ibidem), se revela, igual-mente, insatisfactoria a la hora de definir el espa-cio urbano histórico desde la actualidad. Quizáséste sea uno de los aspectos centrales de la citadadebilidad conceptual de la arqueología que no halogrado generar una alternativa a la regulaciónurbanística y a las “trampas” del centro históricocomo único espacio sacralizado a preservar. Dehecho, desde la arqueología hemos aceptado ycolaborado en la zonificación de la ciudad desdeunos criterios que, por definición, son, o deberíanser, “exógenos” a nuestra ciencia, dado que otor-gan un único valor referencial a los centros histó-ricos. De esta forma, se han perpetuado espaciossacralizados por un concepto fosilizado, o que seprefiere fosilizado, el de Centro Histórico, lugarque se preserva y fuera del cual surge un excitan-te territorio pretendidamente “no-histórico” comocampo de experimentación supuestamente librede ataduras patrimoniales.

De hecho, el Centro Histórico visto desde laactualidad y desde la perspectiva de lo que apor-ta la arqueología al conocimiento del procesohistórico de las ciudades, es un anacronismo. Unanacronismo que debe ser superado, puesto queprivilegia, fundamentalmente una visión elitistay en las últimas décadas interesada por la vora-cidad constructiva, del pasado urbano. Visiónsegún la cual se prioriza para la investigación ytutela, todo lo que está situado en el interior delos perímetros de estos Centros Históricos, queen la mayoría de las ocasiones sacralizan espa-cios urbanos monumentales anteriores al sigloXIX. Quedan, por tanto, fuera de esta considera-ción legal de centro histórico definitorio de las

señas de identidad de una ciudad, las áreas his-tóricas del siglo XIX y XX que albergan losespacios productivos y de habitación ligados a laformación y consolidación de la sociedad indus-trial, o enteras zonas arqueológicas. Por el con-trario, la arqueología, que no estudia monumen-tos sino espacios históricos - protagonistas de losprocesos de cambio social a lo largo de la histo-ria -, espacios que se han ido transformando yque han ido modificando el paisaje urbano, con-textualiza todos estos espacios y de ahí la consi-deración de la ciudad como un yacimiento únicoy no jerarquizado. Yacimiento único que, gene-ralmente, supera los limites declarados de loscentros históricos españoles (Olmo Enciso,2002: 248).

Para esta nueva consideración del espacio yel tiempo han sido fundamentales la consolida-ción de la arqueología como ciencia histórica,favorecida por la profunda renovación auspicia-da por el procesualismo y el postprocesualismo,la renovación metodológica impulsada por laarqueología estratigráfica, así como la amplia-ción del tiempo histórico competencia de lainvestigación arqueológica. Factores todos estosque posibilitaron el desarrollo de otra orienta-ción que permitía la superación del obsoletoconcepto de centro histórico y su sustitución porel más verídico de Ciudad Histórica.

Todo esto, hay que relacionarlo con un proce-so ya acometido en el ámbito europeo que propi-ció la ampliación del concepto de Bien Culturala todo aquello que constituían “los testimoniosdel pasado”, lo que motivó la modificación delconcepto de valor así como un crecimientoexponencial de gran calado de los elementos yespacios a proteger (Ricci, 1996: 15). El paso deuna valoración basada en el carácter artístico deobjetos y monumental de edificios y conjuntos, auna más amplia concepción del patrimonio queintegraba todos aquellos bienes muebles einmuebles y espacios que conservan testimoniosde la actividad humana, supuso un positivo cam-bio de gran calado. En el caso de España éste seprodujo tardíamente, en la década de los años80, con la consolidación democrática y quedóexpresado en la Constitución de 1978(Preámbulo y arts. 44.1 y 46) y la Ley 16/1985de Patrimonio Histórico Español, que conteníandisposiciones que estimulaban su conservación,su acrecentamiento y su disfrute, dentro delderecho a la Cultura, explicitado claramente en

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la Constitución como un derecho social (GarcíaFernández, 2008: 92). A este respecto, hay querecordar, como el Preámbulo de la Ley dePatrimonio Histórico señala como “Los Bienesque lo integran se han convertido en patrimo-niales debido exclusivamente a la acción socialque cumplen, directamente derivada del apreciocon que los mismos ciudadanos los han idorevalorizando”. Como consecuencia se desarro-lló un concepto de patrimonio arqueológico en elque su investigación, conservación, tutela y difu-sión se encuadraban en línea con su carácter dedominio público emanado del mandato constitu-cional y de la legislación que subrayaba el, yacitado, carácter social de todo el PatrimonioHistórico. Todo ello formaba parte de la volun-tad de construir un Estado de Bienestar y repre-sentaba una época –finales de los años 70 prin-cipios de los 80- caracterizada por la transicióndemocrática y el consenso político y social detodos los sectores de la sociedad española.

Hay que destacar cómo desde entonces, enestos últimos treinta años, la situación del patri-monio arqueológico ha cambiado positivamente,aunque todavía se esté lejos de alcanzar el niveldeseable. Se puede argumentar que, en términosgenerales, en una parte apreciable de las ciudadesespañolas con un patrimonio arqueológico impor-tante, se ha progresado de forma notable en lainvestigación, tutela, conservación e integraciónde los restos arqueológicos y, por tanto, en elconocimiento de su evolución histórica. Pero apesar de estos avances, también es cierto que seha asistido a una considerable pérdida de patri-monio como consecuencia de una poderosa polí-tica de expansión y renovación urbana, así comode construcción de infraestructuras en el territo-rio, ejecutada entre finales de los años 80 y lapasada década.

Las necesidades derivadas del planeamientourbanístico y de infraestructuras produjeron laampliación del campo de actuación arqueológicacon el desarrollo obligatorio, tal y como marcabala legislación, de intervenciones de carácter diag-nóstico previas a la ejecución de las diferentesobras. Desde sus inicios se analizaron las expe-riencias europeas de Inglaterra, Francia e Italia,así como las diferentes normativas y cartas inter-nacionales, a la hora de desarrollar estas estrate-gias. Sin embargo, la incapacidad de los nuevosdepartamentos de Patrimonio de las administra-ciones autonómicas y municipales, debido a sus

escasos recursos humanos y materiales, para ges-tionar el volumen de intervenciones arqueológi-cas consecuencia de la citada eclosión produjo laexternalización de la incipiente política de pre-vención. Todo ello provocó que se optara porderivar el modelo de intervención arqueológicapreventiva a empresas privadas de arqueologíaque comenzaron a surgir en este momento impul-sadas, en un principio, por parte de laAdministración, cuyo papel quedó reducido, apartir de ese momento, a una labor centrada en latramitación administrativa, control y resoluciónsobre la actividad arqueológica realizada. Portanto, a finales de la década de los 80 se pasó delmodelo de intervención pública, que había defini-do la gestión y la propia investigación arqueoló-gica, a la creciente privatización de dicho modelode intervención preventiva que supuso la apari-ción de la Arqueología Comercial (Olmo Enciso,2012: 43). En definitiva, se asumió el modelo neo-liberal anglosajón que prioriza la privatización delservicio (Parga Dans, 2011: 126), basándose paraello en las experiencias de Estados Unidos en losaños 80 e Inglaterra a comienzos de los 90. Nodeja de llamar la atención cómo estas administra-ciones, a pesar de las diferentes ópticas autonó-micas, basadas en una tradición de gestión y con-cepción pública del Patrimonio, acentuada por elmandato constitucional y legislativo ya citado, yen sintonía con otros modelos públicos como elfrancés o el italiano, optaran, sin embargo, porimpulsar estas medidas privatizadoras y dieranorigen al nacimiento de esa ArqueologíaComercial. Nacimiento que, por tanto, supuso laaparición de un nuevo nicho de mercado vincula-do a la explotación de los recursos arqueológicos.

Hay que mencionar que gracias al despegue dela Arqueología Comercial, la arqueología ha teni-do en España un desarrollo espectacular en losúltimos años. Sin embargo, este mayor peso, encuanto a número de intervenciones, ha venidoimpulsado por coyunturas de oportunidad y con-veniencia, generalmente ajenas a una planifica-ción racional de necesidades y objetivos de dichasintervenciones o a programas de investigaciónconcretos. Las intervenciones arqueológicas deeste tipo se han convertido en una codiciada piezadentro de un mercado realmente incontrolado.Desgraciadamente, en la mayoría de las ocasioneseste tipo de intervenciones quedan como merajustificación administrativa, que no contempla sufinalidad de investigación y enriquecimiento his-tórico, y se han plegado a las exigencias y presión

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del mercado inmobiliario, convirtiéndose, prácti-camente, en un mero trámite administrativo.(AAVV, 2000, p. 69). Y esto ha producido otrograve problema al que se enfrenta la arqueologíaespañola, como es la disociación entre la investi-gación arqueológica y la arqueología comercial.

Este conflicto entre la ArqueologíaAcadémica, o de investigación, y la ArqueologíaComercial, que no sólo es característico de la rea-lidad española, dado que también se ha producidoen Estados Unidos, Reino Unido o Italia, es enrealidad un falso e interesado conflicto. El divor-cio entre dichas “arqueologías”, se fundamentasobre la supuesta base de que sus profesionalestienen diferentes objetivos en el tratamiento de lapráctica arqueológica, dentro del proceso dedeconstrucción, en este caso arqueológica, propi-ciado por las políticas neoliberales. Este modelo,ya fue en su momento criticado y cuestionado,desde la defensa y la consideración de que todo loque amplía el conocimiento histórico es investi-gación (AAVV, 2000, p. 65-72; Olmo Enciso,2002: 245). Se investiga no solo para conocer elpasado, sino también para restaurarlo, conservar-lo, difundirlo y presentarlo de forma didáctica,favoreciendo, por tanto, el disfrute de la sociedadsobre su Patrimonio Histórico.

La escasa tradición en la reflexión sobre laarqueología urbana, el desinterés en reclamar supapel en un proyecto de tanto alcance social comoes la discusión sobre el modelo de ciudad, hay querelacionarlos, en gran parte, con el insuficientetratamiento que se le otorga en el ámbito acadé-mico universitario. En este sentido, la debilidadconceptual de la arqueología a la hora de tratar lacuestión urbana procede de su práctica ausenciaen los programas universitarios de grado y post-grado. En la gran mayoría de ellos sigue priman-do la concepción tradicional de la enseñanza deuna arqueología basada en la periodización histó-rico-cultural, y más concretamente en épocasdeterminadas de esta, y motivada por los interesescientíficos individuales de los docentes. En ellosse observa un escaso tratamiento de la arqueolo-gía medieval y una clamorosa ausencia de la rela-tiva a épocas posteriores y recientes, fundamenta-les para entender los depósitos arqueológicos denuestras ciudades, al representar la gran mayoríade su potencialidad arqueológica. Todo ello haderivado en un problema de formación con caren-cias en una estructura curricular que no desarrollacompetencias acordes con las nuevas necesidades

científicas y de tutela. Se ha abandonado la ciu-dad como objeto de investigación y, por tanto, laactuación arqueológica ha recaído exclusivamen-te en manos de una Administración, que comohemos analizado, ha impulsado y dirigido estahacia otro tipo de actores. También es cierto quedesde gran parte de las administraciones se havisto con cierto recelo la participación de laUniversidad en las estrategias y ejecución de laplanificación urbana.

Todo lo hasta aquí expuesto se fundamenta enla necesidad de iniciar una reflexión y su transmi-sión a la práctica académica y docente sobre elfuturo de nuestras ciudades. Reflexión que debebasarse y sustentarse en un análisis que inserte elconocimiento del pasado de nuestros paisajesurbanos y lo combine con toda la reflexión ydebate sobre el modelo de ciudad. Porque unacosa es evidente, la posición ante el Patrimoniono es inocente ni aséptica, requiere un compromi-so claro acerca de su función, su tutela, su divul-gación y su disfrute. En relación con toda la cargaepistemológica que caracteriza a este debate en elcampo del urbanismo, la arqueología no debeseguir anquilosada aceptando ser solo “un estudioprevio”, esa “pesada carga”, que hay que soportarpor imperativo legal. La Universidad debe invo-lucrarse más en los organismos de tutela y favo-recer e impulsar la investigación. Porque solodesde la Universidad, desde la práctica intelectualque ésta representa, se puede y se debería generare impulsar una reflexión pausada y científica, a lalarga mucho más beneficiosa y productiva para lasociedad y libre de las ataduras y presiones a lasque se ven sometidas la arqueología comercial y,en cierta forma, también la Administración.

Desde una óptica general, habría que concluircómo la situación de la arqueología urbana secaracteriza por la diversidad de circunstanciasexistentes, como consecuencia de varios factores.Entre éstos cabría destacar: los diferentes gradosde aplicación, y de cumplimiento, de la normati-va legal por parte de las diferentesAdministraciones (Nacional, Autonómica,Local); la carencia de una política, por parte deestas mismas administraciones, basada en proyec-tos de gestión homogéneos a la hora de plantearlas estrategias de prevención, investigación, con-servación o eliminación, y divulgación del patri-monio arqueológico urbano; la falta de coordina-ción entre las diferentes administraciones parauna correcta gestión del patrimonio arqueológico;

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una asombrosa escasez de planes de investigacióny de formación en arqueología preventiva y urba-na por parte de la Universidad. La insuficiente oinexistente presencia de ésta y otras institucionescientíficas en este tipo de proyectos y la ausenciade intervención de la Administración como garan-te de unas condiciones mínimas en materia definanciación de los proyectos, así como de lascondiciones laborales de los trabajadores de laarqueología. En este sentido, conviene remarcarla existencia de un consenso generalizado entrelos especialistas a favor de una estandarizaciónlegal y metodológica que desarrolle unas directri-ces básicas homogéneas emanadas desde el pro-pio entorno administrativo (Parga Dans, 2010:183). Todo ello formaría parte de un debate gene-rado en los últimos años sobre el futuro de lo quese ha venido denominando arqueología preventi-va en España, defendiendo la necesidad de incidiry ampliar dicho carácter preventivo (AA.VV,2000; Salvatierra, 2004, y e.p ; Olmo Enciso,2002 y 2012; Quirós, 2005).3. ARQUEOLOGÍA URBANA ES INVESTIGA-CIÓN O NO ES ARQUEOLOGÍA.

Se iniciaba este trabajo expresando cómo laasunción para el tratamiento del paisaje urbano,de los conceptos de espacio y tiempo, permitetambién presentar la Memoria urbana desde otraperspectiva valorada desde la arqueología, el con-cepto de Ciudad Histórica. Por tanto, desde unespacio más verosímil y que supera los límitesimpuestos a partir de los cuales se ha sacralizadoy fomentado la consideración de lo “histórico” dela ciudad actual. Todo ello, significa entrar en eldebate sobre el urbanismo, aportando la reflexiónteórica ofrecida desde la arqueología. Porque esevidente que la arqueología forma parte de unaintervención global sobre el tejido urbano, portanto, participa con pleno derecho, en el debatesobre el modelo de ciudad y tiene que ser inscritaen los proyectos de desarrollo urbano formandoparte de sus procesos de investigación y planifi-cación. Esta planificación urbanística, en tantoque opera sobre un espacio social, la ciudad, defi-niendo proyectos de futuro, es un campo de tra-bajo interdisciplinar en el que confluyen variosespecialistas. Por tanto, es necesario dirigirnoshacia una figura de urbanista colectivo que inte-gre a todos aquellos profesionales arquitectos,arqueólogos, historiadores, sociólogos, ingenie-ros, economistas….competentes en la articula-ción de las líneas de futuro de un determinado

espacio social. Todo ello muy alejado de la mayo-ría de los proyectos de planificación urbanísticaque, salvo valiosas excepciones, adolecen de unfuerte funcionalismo.

La realidad transmite la ausencia, ya mencio-nada, de un debate teórico en profundidad yextensión sobre la presencia de la arqueologíaurbana dentro del contexto de la ciencia arqueoló-gica en general, pero también partícipe en la dis-cusión sobre el modelo de ciudad que en la actua-lidad se dirime en la esfera social y científica.Esto supone apostar por un proyecto interdiscipli-nar que, promovido, apueste por la coordinacióny el trabajo conjunto de universidades, organis-mos públicos de investigación y las administra-ciones competentes. El desafío debe conducir ahacer partícipe a la arqueología de los procesosconceptuales, proyectuales y normativos rectoresde la transformación del medio urbano y territo-rial. Esto supone la reivindicación de la arqueolo-gía como una actividad científica que se constru-ye desde la contemporaneidad y, por tanto, inmer-sa y partícipe en el debate sobre la configuraciónde la sociedad actual. Supera el marco reduccio-nista de una arqueología supeditada a las directri-ces marcadas por la planificación urbanística yterritorial, así como por las necesidades del mer-cado, que es el que ha caracterizado a la arqueo-logía urbana española en su mayor parte. La solu-ción no se encuentra en la reprobación a las con-secuencias del modelo, sino en la crítica a los orí-genes de éste. No hay que centrarse en los instru-mentos sino en los fines que los crearon (OlmoEnciso, 2012: 46).

Evaluación y Selección.A partir de este carácter de investigación, la

arqueología debe participar en la conceptualiza-ción del espacio urbano, mejorando las estrategiase instrumentos de evaluación y selección en laprimera fase del proyecto. Para la buena ejecu-ción de éstas, constituye un requisito fundamentalel rigor y solidez de su carácter preventivo. Hayque partir de la premisa fundamental de que unprograma de intervención nunca podrá conside-rarse completo si no forma parte de un verdaderoproyecto de investigación que defina en todos susaspectos las estrategias precisas de intervención ydesarrolle los interrogantes que plantea el inhe-rente proceso de evaluación del depósito arqueo-lógico. Este proyecto de investigación tiene que

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contemplar como uno de sus aspectos fundamen-tales, la evaluación del depósito arqueológicodestinada a mostrar antes de intervenir, la poten-cialidad y valor de dicho depósito. A este respec-to M. Carver, autor de referencia con una fecunday dilatada reflexión sobre la arqueología urbanadesde los años 80, había advertido sobre los peli-gros de la acumulación de informaciones y mate-riales, así como de la imposibilidad de transfor-mar éstos en conocimiento histórico, consecuen-cia de un elevado número de intervenciones, lainmensa mayoría de las cuales no habría aportadoprácticamente nada al conocimiento de la ciudad(Carver, 1983: 52; 1990; 2003: 111-112). Seponía el dedo en la llaga sobre la imposibilidad detransformar la mayoría de la información y mate-riales obtenidos por la arqueología urbana en unafuente arqueológica productora de conocimientohistórico. Tema especialmente preocupante ennuestro país, donde la enorme cantidad de inter-venciones arqueológicas y la subsiguiente acumu-lación de materiales, la inmensa mayoría sin estu-diar, bien poco han aportado al conocimiento his-tórico de nuestras ciudades. Esta acumulación dedatos se justificaba desde una coartada neopositi-vista, mediante la cual la mera recolección deéstos ya proporcionaba por sí misma conocimien-to histórico, lo que por otra parte conllevaba laeliminación, de un plumazo, de la complejidad dela construcción histórica (Quirós, 2005: 116;Salvatierra, e.p.). Se borraban así décadas derenovación arqueológica y su propio caráctercomo ciencia. Se deconstruyó la consideración dela ciudad como yacimiento único, fragmentándo-se su estudio en solares, con diferencias en laintensidad y rigor de las aplicaciones metodológi-cas, y la arqueología retrocedió a su considera-ción como “estudio previo” y carga necesaria porimperativo legal antes de abordar un proyecto derenovación urbana. Esta visión fragmentada eincompleta de la ciudad, unida a una mínima, oinexistente, divulgación, se hace especialmentemás dolorosa si nos detenemos a pensar las enor-mes inversiones, en millones de euros, que hasupuesto todo este quehacer.

Sin embargo, la ciudad es un yacimientoúnico, un único contexto arqueológico y como taltiene que ser tratado. Carver ya había defendidocómo el éxito de la arqueología urbana dependíade una estrategia regional de planificación de lainvestigación. Estrategias que se basaban en la

evaluación de la potencialidad de los depósitosarqueológicos, y todo ello a partir de una aproxi-mación teórico-metodológica sistemática en lasque la estratificación debía condicionar la investi-gación, ya que consiente, siempre y cuando fuerabien muestreada, construir una historia indepen-diente de otras fuentes. Por tanto, se trata de cons-truir una historia de la ciudad fundamentada porlos procesos de estratificación. Un conocimientoeficaz de las referencias históricas de la ciudad nopuede realizarse sino es a partir de una planifica-ción, de un proyecto, que implique una evalua-ción y también una selección. Evaluación ySelección, constituyen dos etapas fundamentalesde la investigación sobre las que hay que tomardecisiones científicas que se trasladen no solo a lageneración de conocimiento histórico, sino tam-bién al desarrollo normativo.

El mejor instrumento para aplicar este procesoevaluativo y selectivo lo constituye la CartaArqueológica de Riesgo. Es verdad que estas car-tas desde su origen y aplicación inicial enInglaterra han ido evolucionando y su conceptoha sido sometido a numerosas interpretaciones yreevaluaciones. Pero constituyen valiosos instru-mentos que no tratan de documentar solo lo cono-cido, sino de identificar lo previsible, lo posible,lo desconocido. Supone obtener una base quecontenga todos los parámetros reconocibles yevaluables a partir de los cuales determinar lasjerarquías que nos sintamos en disposición deestablecer. Este pasaje es el momento más difícilya que presupone el principio de elección y portanto de selección. Pero es un pasaje ineludible,por lo que es necesario abrir un debate de natura-leza cultural, que defina, o redefina, la relaciónque queremos instituir con el Pasado, con suMemoria, y, en nuestro caso, con el fósil de talMemoria (Gelichi, 2008: 11).

Con ello entramos en un campo insuficiente-mente tratado en España, al igual que en otros paí-ses de nuestro entorno, el de la selección. Ya hasido puesto de manifiesto por A. Ricci cómo todaestrategia de conservación implica una más can-dente y dolorosa, como es la selección. Seleccióndestinada a establecer la convivencia entre pree-xistencias y nuevas intervenciones, desde la pers-pectiva que investigar el patrimonio arqueológicosupone producir un descarte y alejar la tentación,tan asentada en la profesión, de creer que acumu-lar fragmentos de preexistencias equivalga, perse, a acumular una memoria (Ricci, 1996: 25 y

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54; 2006: 74). Hay que reconocer que esto noconstituye algo novedoso para los arqueólogos,puesto que estamos acostumbrados a realizarconstantes selecciones en las que optamos por pri-mar o favorecer en los yacimientos el estudio deunos periodos frente a otros, o privilegiar el aná-lisis de determinados materiales, etc. Sin embar-go, no deja de ser sorprendente cómo la comuni-dad científica haya eludido el problema de gober-nar el descarte, la selección, en el ámbito urbano(Gelichi, 2008: 11). Y es que esta selección esfundamental en la conciliación del patrimonioarqueológico urbano con el desarrollo urbano.Máxime cuando la intervención arqueológica ori-gina un estancamiento producido por el bloqueodel equilibrio entre lo que se genera -nuevos res-tos y materiales para conservar- y la imposibili-dad de absorción de estos en términos de investi-gación y de valoración dirigida al disfrute ciuda-dano. Como consecuencia, la arqueología quedaasí atrapada entre los procesos de transformaciónde nuestras ciudades y la utopía de congelar einmovilizar todo el ámbito patrimonial (Ricci,1996: 24; 2006: 70). Andreina Ricci en un suges-tivo libro (2006) ha incidido en este aspecto sobrela diferente visión de profesionales que operan enla ciudad, señalando cómo los arqueólogos nosjustificamos a menudo lamentando la indiferenciaque a veces muestran los arquitectos en relacióncon la Historia de los lugares donde pretendenconstruir. Así en los nuevos desarrollos urbanísti-cos, esta actitud viene relacionada con una“Utopía del arquitecto” que sueña con un espaciocomo un “no-lugar” neutro que pueda ser rellena-do por las formas extraídas del inmenso reperto-rio de su memoria personal y, por tanto, define unproyecto de cualquier manera realizable. En elotro tipo de espacios, aquellos protegidos patri-monialmente, se presenta otra impenetrabilidadopuesta a la anterior. Esta es la “Utopía delConservador del Patrimonio”, negadora de lasnecesidades de una ciudad viva, que debe trans-formarse, y que se defiende como un modelo teó-rico puro. Por tanto, a la Utopía del Arquitecto,con su no-lugar neutro se opone la “Utopía delConservador del patrimonio”, que opera sobre un“no-lugar”, opuesto al precedente, tan denso dememoria que resulta impenetrable. Una distinciónque recuerda la expuesta por Lewis Mumford,con su Utopía de la Reconstrucción, que repro-yecta en el mundo externo una nueva visión de larealidad; y la “Utopía de la Fuga”, refugio en elque nos retiramos cuando entramos en contacto

con una realidad dura, demasiado complicada desuperar y demasiada áspera de afrontar (Ricci,2006:61-62).

Estas utopías, en el fondo esconden una faltade elaboración conceptual y de reivindicación delurbanismo en espacios históricos como una prác-tica científica y también cultural, así como nues-tro papel como científicos sociales. Porque laarqueología participa y defiende un modelo deciudad, pero esta argumentación debe ir acompa-ñada, de una reflexión generada a partir de nues-tra disciplina, sobre cómo a partir del conoci-miento histórico se ahonda en un análisis de laciudad como construcción social, y cómo a partirde él se aportan ideas al debate sobre un modelode ciudad, y se defiende el ya citado papel delurbanista como un sujeto colectivo.

Divulgación.Un aspecto esencial de todo este proceso,

generalmente olvidado o tratado tangencialmente,y en cualquier caso fuera del proceso de construc-ción de la planificación urbanística, es el de ladivulgación. Es cierto que en nuestro país en losúltimos treinta años se han ejecutado innumera-bles y valorables acciones de musealización derestos arqueológicos urbanos, pero también escierto que, salvo destacables excepciones, éstashan consistido en la presentación del final de unproceso y en la puesta en valor de zonas ya social-mente evaluadas por su importancia histórica.Como bien ha señalado A. Ricci, en nuestra socie-dad la asociación entre monumentos, restos delpasado e identidad, se da por descontada, es algonatural y sedimentado en la opinión pública, sinembargo, cuando pretendemos documentarla enlos restos patrimoniales urbanos nos enfrentamosante realidades inesperadas y contradictorias(Ricci, 2006: 109). Por tanto, ha llegado elmomento de extender la estrategia pedagógica atodo el proceso, máxime cuando estamos defen-diendo el carácter del espacio urbano, de laCiudad Histórica, como yacimiento único sinlímites espaciotemporales.

Hay que desarrollar proyectos que favorezcany permitan transferir con enorme rapidez losresultados de la investigación al ciudadanohaciéndoles partícipes del propio proceso deconocimiento, que es la investigación. Y es estadivulgación una fase fundamental que se debe irconstruyendo a la par que las de evaluación y

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selección. Si, como decía Benjamin, la calle es lamorada del ciudadano, si la ciudad es un espacioconvivencial, si es un ámbito de producción cul-tural, habrá que convenir que la divulgación delpasado es una parte ineludible de nuestro queha-cer y se constituye en uno de los pilares centralesde nuestra labor como interpretes de la ciudad. Yesto significa entrar en un debate de actualidad enOccidente, el de la progresiva separación entre laInvestigación Histórica y el Uso Público de laHistoria (Ricci, 2006:10-12 y 27-31). Esto obligaa una transformación radical de la perspectiva delarqueólogo obligándole a una relación más seriacon la contemporaneidad, ya que la arqueologíaofrece una potencialidad extraordinaria desde elpunto de vista didáctico-pedagógico, pero es tam-bién un instrumento peligroso si se utiliza inapro-piadamente ya que genera modificaciones osten-sibles de la ciudad y de su percepción como espa-cio histórico, y a veces poco meditadas (ibidem:29-30). Porque todo esto hay que relacionarlo conuna época en la que la mayoría de la produccióncultural es cada vez más efímera y evanescente.Proceso que afecta claramente a la CiudadHistórica, contenedora simbólica y material de laMemoria, donde actualmente se ignora el Pasadoa partir de una resignificación del concepto devalor a través del cual se hacen las excepcionespertinentes que convengan a las leyes del merca-do. Y surge así, la ciudad escaparate, porque lamutación de la ciudad histórica no es sólo estruc-tural, sino que es en primer lugar cultural. Se pro-duce así la “tematización de la ciudad”, proyectosegún el cual las ciudades tradicionales, nuestrasciudades históricas, sirven cada vez menos paravivir y se proponen como destinos turísticos, fac-torías de producción de experiencias, aventuras,visiones. Algo que ya se venía anunciando “Laciudad ya no existe, salvo como espejismo cultu-ral para turistas” (McLuhan, 1967). Desde estaconsideración, la más extremista de nuestra socie-dad del ocio y de nuestra economía terciarizada,habría llegado el momento de explotar a la ciudadhistórica como el parque temático más excitante(Verdú, 2001). En este modelo encaja la triviali-zación postmoderna, en la que el espacio ha sidosustituido por el símbolo, por el icono simbólico,ha significado una alteración del tiempo, de lapercepción del pasado. Al desaparecer el espacioy permanecer el icono, el tiempo, el pasado, se hareconstruido y se han eliminado las referenciassociales. Se ha construido así una nueva referen-cia cultural a partir de la banalización.

Sin embargo, por la propia esencia de laarqueología, por su caracterización, una de suslabores dentro de la planificación del modelo deciudad debe ser la participación en las estrate-gias educadoras, haciendo partícipe a la ciudada-nía de todo un proceso de construcción y des-arrollo de la interpretación del pasado. Significainvolucrarse en un proyecto interdisciplinar,también urbanístico, sobre la ciudad educadora,una ciudad con personalidad propia, que reco-nozca y reivindique, ejerza y desarrolle, ademásde las funciones tradicionales –económica,social, política y de prestación de servicios –también una función pedagógica en el sentido deasumir una responsabilidad y una vocación en elobjetivo de la formación, la promoción y el des-arrollo de todos sus habitantes, de toda la socie-dad (Soler Amigó, 1988), a través de la plasma-ción, en este caso, de la memoria colectiva. Endefinitiva, tal y como transmitía Halbwachs(1987: 147): No hay memoria colectiva que nose despliegue en un cuadro espacial; es en elespacio, en nuestro espacio […] al que tenemosque dirigir nuestra atención: es sobre él en elque se debe fijar nuestro pensamiento para queesta o aquella categorías de recuerdos puedanreaparecer.

Nuestras ciudades, expresión de una realidadhistórica compleja y diversa, constituyen el ámbi-to más importante de intervención sobre elPatrimonio y, a menudo más de lo deseado, dedegradación y destrucción de éste. La arqueologíaen la ciudad, tal y como se ha venido defendien-do, debe ser el planeamiento del conjunto deacciones destinadas a preservar los restos arqueo-lógicos, o a definir las estrategias y criterios dedescarte de estos, una vez que hayan sido exhaus-tivamente documentados, y es, asimismo, lainvestigación e integración del pasado arqueoló-gico urbano en el urbanismo del futuro. Porque noexiste una ciudad homogénea e inmutable, sinomás bien diferentes modelos de ciudades que,compartiendo un mismo espacio en el tiempo, hanproducido un ámbito de memoria que hemos con-venido en llamar Ciudad Histórica.

Hay un aspecto fundamental sobre el que con-viene reflexionar, como es el relativo al valor dereivindicación que se otorga al patrimonioarqueológico urbano, como consecuencia de unacierta instrumentalización a partir de su funciónsimbólica de producción de Memoria. La arqueo-logía en la ciudad desarrolla un debate entre el

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concepto de identidad y el de ciudadanía. La ree-laboración postmoderna del concepto de identi-dad, ha encontrado un campo abonado en laarqueología ya que ha permitido recuperar -¿algu-na vez se había abandonado?- uno de los paradig-mas de la escuela histórico-cultural, la identidadetnicista. La crisis económica actual fomenta laaparición de tendencias excluyentes y, por tanto,la apropiación de la ciudad por parte de un sectorque reivindica para si la ciudad como espacioidentitario-etnicista. Sin embargo, la prácticaarqueológica nos refleja la ciudad como un espa-cio histórico en el que integrar la diversidad, a tra-vés de la realidad pluriestratificada que la investi-gación ofrece. Por tanto, desde la arqueología¿Qué tipo de ciudad se defiende? ¿La ciudadidentitaria o la ciudad de ciudadanos?

Sin embargo, no hay que olvidar que trabaja-mos sobre espacios históricos y, por tanto, social-mente concebidos. Que cuando se proyecta sobreespacios históricos, se proyecta sobre espaciospatrimoniales y sociales, y ahí el papel delarqueólogo –como el de otros muchos profesiona-les- es fundamental, dentro de ese ámbito inter-disciplinar que debe ser el urbanista colectivo. Eneste sentido, a la hora de acometer proyectos deplaneamiento urbano es tarea de los responsables,tal y como acertadamente expresó G. CarloArgan, sincronizar los fenómenos urbanos actua-les en relación con el desarrollo diacrónico,desde el remoto pasado hasta el futuro, de unadeterminada situación urbana. Porque los espa-cios “vividos”, objeto de nuestra investigación,memoria de la cotidianeidad urbana, deben inte-grarse en el planeamiento urbano desde la pers-pectiva que la identidad de una comunidad es lasuma de los elementos que conforman el pasado yel presente de los ciudadanos y que deben ser con-servados y proyectados para el futuro (AA.VV,2000: 72; Olmo Enciso, 2002: 255). Por la propiaesencia de la arqueología que, fundamentalmente,aporta conocimiento histórico pero que ademásposee una función social, es fácil deducir por quetipo de ciudad debe apostarse. Se participa en ladefensa y aplicación de un modelo de ciudad quetenga profundidad histórica, que preserve ladiversidad y peculiaridad, frente a las homogenei-dades y globalizaciones que definen modelos deciudad fuertemente funcionalistas y sujetos a inte-reses especulativos y contrarios a una diversidadurbana que tanto desde la diacronía como de lasincronía ha caracterizado y debe seguir caracte-

rizando el espacio ciudadano. En definitiva, tal ycomo transmitió Italo Calvino en “Las ciudadesinvisibles” se trata de: Buscar y saber reconocerque y cuales cosas, en medio del infierno, no soninfierno y hacerlas pervivir dándoles su espacio.

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