Una nación canaria bajo manto inglés

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46 / VIII DOMINICAL Domingo, 17 de abril de 2005 Una nación isleña bajo manto inglés HISTORIA Antonio G. González P En 1809 la Junta Suprema de Canarias decidió que las Islas, ante la invasión napoleónica, se constituyeran en república comercial bajo la protección británica, pero el barco que llevaba el acuerdo a Londres fue hundido El caso de La Habana La reacción de la oligarquía cubana ante la invasión napoleónica de España fue distinta tanto de la caraqueña como de la de Tenerife, recuerda Manuel Hernández. El caso cubano contenía ciertos paralelismos con Canarias, al menos en lo que atañe a su condición de territorio pequeño necesitado de tutela exterior. En La Habana no se constituyó nunca Junta Suprema, ni hubo destituciones. La élite cubana, que vivía de una economía azucarera y temían una sublevación de los esclavos como la de su vecina Haití, optó por no hacer nada hasta ver qué sucedía en la metrópoli y, una vez que Fernando VII llegó al poder, hizo profesión de acendrada españolidad. Vista del Castillo de La Luz y del puerto de Las Palmas durante el siglo XIX. i LA PROVINCIA / DLP E n los primeros meses de 1809 un barco zar- pó del puerto de Santa Cruz de Tenerife con destino a Londres. Llevaba un acuerdo y varias cartas de la Junta Suprema Gubernativa de Ca- narias, con sede en La Laguna, que, ante la inva- sión napoleónica de España, proponía que las Is- las se constituyeran en república comercial bajo la protección británica. Pero no llegó. Fue hundi- do. Del hundimiento del navío fletado apenas se sabe nada, más allá del hecho de que no lle- gó a enfilar el Támesis hasta la capital britá- nica. Pero cabría señalar, con todo, que en aquel entonces Inglaterra estaba siendo objeto de un feroz bloqueo naval por parte de la Francia napoleónica. Ese bloqueo, por lo demás, había convertido a las Islas en el mayor centro in- ternacional de distribución de mercancías en- tre ambas orillas del Atlántico y, en particular, entre los aún recién nacidos Estados Unidos y la Europa continental, cuyos beneficios cen- tralizaba básicamente Tenerife, la isla fuerte desde el siglo XVII a cuenta del vino, que des- pués cedería ese lugar a Gran Canaria entrado el XIX. De modo que cualquier barco que osa- se acercarse a las costas de Inglaterra era ata- cado por la omnipresente armada gala. Y este buque no parece haber sido una excepción. Lo que habría dado de sí aquella misión frustrada sólo puede ser hoy objeto de con- jeturas más o menos entretenidas pero, sin em- bargo, echa luz sobre un periodo de la historia de Canarias del que poco se sabe y mucho se ha es- peculado: la actitud de las Islas ante España a raíz de la emancipación americana, que da comienzo justamente cuando se produce en 1808 la invasión napoleónica de toda la Península. En el caso de Venezuela, que resulta para- digmático de la América hispana, la opción por la independencia se convirtió a partir de entonces en una clara operación defensiva de las posiciones de clase de las oligarquías crio- llas -que hasta ese entonces habían combatido los intentos emancipadores del liberal Fran- cisco de Miranda- ante el completo vacío de poder derivado de la invasión gala de la me- trópoli y la guerra de independencia librada en España hasta 1814. Fue directamente el mie- do a que esa abrupta pérdida del manto pro- tector de la monarquía española (en un mo- mento en que Carlos IV y su hijo, Fernando VII, se hallaban presos en el sur de Francia) condujera a desórdenes y revueltas populares como la de Haití unos años antes -el fantasma que las torturaba- lo que llevó a las élites eco- nómicas hispanoamericanas a tomar el poder para mantener el orden establecido. Claro que, una vez tomado el control del pa- ís en un momento en que se producían las con- diciones de posibilidad para ello, es decir, una vez confirmada la capacidad de las élites eco- nómicas criollas para mantener autónoma- mente el statu quo y, al tiempo, ver ampliado su margen de acción sobre las oportunidades de negocios de manos del creciente dominio británico del Atlántico, obviamente no que- rrían ya dar marcha atrás. Se trata, por lo de- más, de un cúmulo de circunstancias que vie- ne a insistir en el hecho de que la conciencia nacional -y, sobre todo, en el XIX- tiene en nu- merosas ocasiones orígenes relativamente más prosaicos que los que los análisis hagiográfi- cos posteriores vienen a evocar, sin menosca- bo de que con carácter previo se produjeran adelantos de orden intelectuales en esa direc- ción y de que, desde luego, posteriormente la emancipación política resultante diese lugar a la correspondiente destilación sociocultural. El caso de Canarias en ese contex- to constituye, además, una vieja discusión de la historiografía insular, en la que se han solido tras- ladar prejuicios ideológicos de distintos signo acerca de la significación que aquel periodo sin- gular (en el que España, como tal, dejó de existir para pasar a ser un país ocupado por una poten- cia extranjera) pudiera tener en relación con la profesión de españolidad del Archipiélago duran- te los comienzos del periodo contemporáneo. Sin embargo, nuevos datos aportados vienen a insis- tir en la idea de que lo que tuvo lugar en las Islas no fue ni una cosa (brotes criollistas) ni la otra (ausencia de los mismos), sino más, en todo caso, la preeminencia del mantenimiento de un mode- lo económico librecambista, para lo cual las élites isleñas siempre utilizaron la ambigüedad política. Un libro del profesor de Historia de América de la Universidad de La Laguna Manuel Hernán- dez, La Junta Suprema. Canarias y la emancipa- ción americana, recién publicado por Idea Edi- ciones, viene a añadir hallazgos documentales que finalmente despejan algunas conjeturas. Se trata de la exploración de importante documen- tación no estudiada aún de la Junta Suprema de Canarias, con sede en La Laguna, que Hernández ha encontrado entre los informes y correspon- dencia del ilustrado Gaspar de Franchi, Marqués de El Sauzal, miembro de una de las familias mas opulentas de la oligarquía tradicional canaria y también de aquel órgano político. Esta documen- tación se halla en el archivo de los Franchi, inte- grado en el Archivo Zárate-Cólogan. Y da cuenta de ese condición fronteriza, un tanto ambivalente, entre lo americano y lo español que a comienzos del siglo XIX ostentaba el Archipiélago no tanto por razones de orden intelectual como fundamen- talmente por que así lo reclamaba la búsqueda de amparos metropolitanos a unos privilegios fisca- les y comerciales por parte de las élites de un te- rritorio frágil y necesitado de tales protecciones o tutelas y que, en el caso de las Islas, nunca acaba- ron de producir giros políticos de mayor relieve entre otras cosas por su división interna, por el peso del pleito insular desde finales del siglo XVIII. Como se sabe, la Junta Suprema de Canarias se constituye en La Laguna el 11 de julio de 1808 a raíz de la invasión gala de España ante el va-

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46 / VIII DOMINICALDomingo, 17 de abril de 2005

Una nación isleña bajomanto inglés

HISTORIAAntonio G. González

P En 1809 la Junta Suprema de Canarias decidió que las Islas, ante la invasión napoleónica, se constituyeranen república comercial bajo la protección británica, pero el barco que llevaba el acuerdo a Londres fue hundido

El caso deLa Habana

La reacción de laoligarquía cubana ante lainvasión napoleónica deEspaña fue distinta tantode la caraqueña como dela de Tenerife, recuerdaManuel Hernández. Elcaso cubano conteníaciertos paralelismos conCanarias, al menos en loque atañe a su condiciónde territorio pequeñonecesitado de tutelaexterior. En La Habanano se constituyó nuncaJunta Suprema, ni hubodestituciones. La élitecubana, que vivía de unaeconomía azucarera ytemían una sublevaciónde los esclavos como lade su vecina Haití, optópor no hacer nada hastaver qué sucedía en lametrópoli y, una vez queFernando VII llegó alpoder, hizo profesión deacendrada españolidad.

Vista del Castillo de La Luz y del puerto de Las Palmas durante el siglo XIX. i LA PROVINCIA / DLP

En los primeros meses de 1809 un barco zar-pó del puerto de Santa Cruz de Tenerife condestino a Londres. Llevaba un acuerdo y variascartas de la Junta Suprema Gubernativa de Ca-narias, con sede en La Laguna, que, ante la inva-sión napoleónica de España, proponía que las Is-las se constituyeran en república comercial bajola protección británica. Pero no llegó. Fue hundi-do. Del hundimiento del navío fletado apenasse sabe nada, más allá del hecho de que no lle-gó a enfilar el Támesis hasta la capital britá-nica.Perocabría señalar, con todo,queenaquelentonces Inglaterra estaba siendo objeto deun feroz bloqueo naval por parte de la Francianapoleónica. Ese bloqueo, por lo demás, habíaconvertido a las Islas en el mayor centro in-ternacional de distribución demercancías en-tre ambas orillas del Atlántico y, en particular,entre los aún recién nacidos Estados Unidos yla Europa continental, cuyos beneficios cen-tralizaba básicamente Tenerife, la isla fuertedesde el siglo XVII a cuenta del vino, que des-pués cedería ese lugar a Gran Canaria entradoel XIX. Demodo que cualquier barco que osa-se acercarse a las costas de Inglaterra era ata-cado por la omnipresente armada gala. Y estebuque no parece haber sido una excepción.

Lo que habría dado de sí aquellamisión frustrada sólopuede serhoyobjetodecon-jeturas más o menos entretenidas pero, sin em-bargo, echa luz sobre un periodo de la historia deCanarias del que poco se sabe ymucho se ha es-peculado: la actitud de las Islas ante España a raízde la emancipación americana, que da comienzojustamente cuando se produce en 1808 la invasiónnapoleónica de toda la Península.En el caso de Venezuela, que resulta para-digmático de la América hispana, la opciónpor la independencia se convirtió a partir deentonces en una clara operación defensiva delas posiciones de clase de las oligarquías crio-

llas -que hasta ese entonces habían combatidolos intentos emancipadores del liberal Fran-cisco de Miranda- ante el completo vacío depoder derivado de la invasión gala de la me-trópoli y la guerra de independencia libradaen España hasta 1814. Fue directamente el mie-do a que esa abrupta pérdida del manto pro-tector de la monarquía española (en un mo-mento en que Carlos IV y su hijo, FernandoVII, se hallaban presos en el sur de Francia)condujera a desórdenes y revueltas popularescomo la de Haití unos años antes -el fantasmaque las torturaba- lo que llevó a las élites eco-nómicas hispanoamericanas a tomar el poderparamantener el orden establecido.Claro que, una vez tomado el control del pa-ís enunmomento enque se producían las con-diciones de posibilidad para ello, es decir, unavez confirmada la capacidad de las élites eco-nómicas criollas para mantener autónoma-mente el statu quo y, al tiempo, ver ampliadosumargen de acción sobre las oportunidadesde negocios de manos del creciente dominiobritánico del Atlántico, obviamente no que-rrían ya dar marcha atrás. Se trata, por lo de-más, de un cúmulo de circunstancias que vie-ne a insistir en el hecho de que la conciencianacional -y, sobre todo, en el XIX- tiene en nu-merosasocasionesorígenes relativamentemásprosaicos que los que los análisis hagiográfi-cos posteriores vienen a evocar, sin menosca-bo de que con carácter previo se produjeranadelantos de orden intelectuales en esa direc-ción y de que, desde luego, posteriormente laemancipación política resultante diese lugar ala correspondiente destilación sociocultural.

El caso de Canarias en ese contex-to constituye, además, una vieja discusión de lahistoriografía insular, en la que se han solido tras-ladar prejuicios ideológicos de distintos signoacerca de la significación que aquel periodo sin-

gular (en el que España, como tal, dejó de existirpara pasar a ser un país ocupado por una poten-cia extranjera) pudiera tener en relación con laprofesión de españolidad del Archipiélago duran-te los comienzos del periodo contemporáneo. Sinembargo, nuevos datos aportados vienen a insis-tir en la idea de que lo que tuvo lugar en las Islasno fue ni una cosa (brotes criollistas) ni la otra(ausencia de los mismos), sino más, en todo caso,la preeminencia del mantenimiento de unmode-lo económico librecambista, para lo cual las élitesisleñas siempre utilizaron la ambigüedad política.Un libro del profesor de Historia de Américade la Universidad de La LagunaManuel Hernán-dez, La Junta Suprema. Canarias y la emancipa-ción americana, recién publicado por Idea Edi-ciones, viene a añadir hallazgos documentalesque finalmente despejan algunas conjeturas. Setrata de la exploración de importante documen-tación no estudiada aún de la Junta Suprema deCanarias, con sede en La Laguna, que Hernándezha encontrado entre los informes y correspon-dencia del ilustrado Gaspar de Franchi, Marquésde El Sauzal, miembro de una de las familias masopulentas de la oligarquía tradicional canaria ytambién de aquel órgano político. Esta documen-tación se halla en el archivo de los Franchi, inte-grado en el Archivo Zárate-Cólogan. Y da cuentade ese condición fronteriza, un tanto ambivalente,entre lo americano y lo español que a comienzosdel siglo XIX ostentaba el Archipiélago no tantopor razones de orden intelectual como fundamen-talmente por que así lo reclamaba la búsqueda deamparos metropolitanos a unos privilegios fisca-les y comerciales por parte de las élites de un te-rritorio frágil y necesitado de tales protecciones otutelas y que, en el caso de las Islas, nunca acaba-ron de producir giros políticos de mayor relieveentre otras cosas por su división interna, por elpesodelpleito insulardesde finalesdel sigloXVIII.Como se sabe, la Junta Suprema deCanariasse constituyeenLaLagunael 11 de juliode 1808a raíz de la invasión gala de España ante el va-

LA PROVINCIA/DIARIO DE LAS PALMAS

DOMINICAL IX / 47

“El estado de la España es fatal, su gobierno se ha dejadosorprender, Napoleón la amenaza muy de cerca con suconquista y esta Isla nos ha nombrado para que, en estadesgraciada crisis, velemos a su buen orden, tranquilidad,fidelidad y seguridad. Nosotros nos hallamos enmedio delos mares, lejos de todo auxilio; es preciso prevenirlo contiempo para no dejarnos sorprender. Supongamos paraello en el últimomal, que es de la conquista de la España ymeditemos desde ahora lo que para entonces debemosprevenir.“Las Islas Canarias tienen privilegios que no deben ja-más abandonar, y por lomismo deben tener los presentesen toda proposición a que se hallen obligadas por las cir-cunstancias del día.“Suponiendoporun instantequeeste fatal golpedeusur-pación se verifique, ¿qué arbitrio nos quedará para con-servar nuestros privilegios o la libertad en que ellos nosconstituyen? Esto es lo que se debe bienmeditar.“Para conservarlos, hallándonos ya separados de la Es-paña, es indispensable el ponernos bajo la protección deuna Nación poderosa, o como protegidos, formando unarepública, o haciendo parte integrante de la referida na-ción, de aquella quemás se acerque a la conservación delos referidos privilegios.“En este fatal caso no tenemos otras potencias a quienes

recurrir sino a la Inglaterra, a los EstadosUnidosdeAmérica, al nuevoReinodelBra-sil o a nuestras Américas, si resuelven ha-cerse potencia independiente.“Si como protegidos o independientesnos ponemos bajo el amparo de una omu-chas potencias, podíamos vivir bajo el sis-temaenqueactualmentenoshallamos, conpoca alteración en las leyes que nos gobier-nan y formaríamos enmedio del mar unapequeña república comerciante, como lade Génova, con la diferencia de que ésta sehallaba en contacto con las potencias beli-gerantes y que nosotros no lo estamos.“El gasto para la subsistencia de nuestra República nosería mayor que el actual. Vemos que el producto de lasRentas Reales en el día es suficiente para nuestra conser-vación; el comercio libre doblaría a lomenos este produc-to; los establecimientos que podríamos formar en todaslas Américas nos haría aprovechar lo que la sed del oro haabandonado durante el mal gobierno de la España (...). Au-mentarían de tal modo la población, y especialmente losfondos públicos que éstos excederían conmucho a todo loque pudiese costar el fomento de la industrial, la instruc-ción, aseo, puertos, y todo cuanto pudiese ser útil y agra-

dable a estos naturales.“(...) Estos y otros muchos beneficios

resultarían a estas Islas de este nuevo Sis-tema. ¿Pero el carácter de nuestros paisa-nos, siempre quisquillosos y partidarios,serían por ventura capaces de conservarseen la unión que debía ser la base de estafelicidad?¿Cuánto inventaría el encono, la vengan-za, el espíritu de partido, para abatirse losunosa losotrosyacabarprontocon lanue-va república?Pero este indubitable mal, hijo del ca-rácter de los canarios, puede con todo te-

ner un seguro remedio. Éste es el de una buena y generaleducación e instrucción relativa a su nueva suerte, una ins-trucción general fundada en estas ideas patrióticas (...).“La Inglaterra, que es lamás fuerte, parece lamás a pro-pósito para esta protección, ínterin las cosas vuelvan a suantiguo ser [se restablezca la monarquía española], y unaparece ser debe solicitarse contribuían tres naciones quese han nombrado arriba [sic], y si esto no se pudiera con-seguir como protección amistosa, sino con recompensa denuestra parte, se podrían ofrecer por año de gratificaciónal gobierno inglés de seis a diezmil libras esterlinas (...)”

Estracto del acuerdo de la Junta Suprema de Canarias

Imagen de La Orotava, con el Teide al fondo, durante la segunda mitad del siglo XIX. i LA PROVINCIA / DLP

cío de poder, quedando como órgano depen-diente de la Junta Central constituida en Sevi-lla, hasta entonces libre de los franceses, quela reconoció como su delegación isleña. Y bá-sicamente representaba a un sector de las éli-tes tinerfeñas, por entonces volcadas plena-mente en un boyante comercio exterior delque Gran Canaria estaba menos presente. Pe-ro la discordia interinsular viciará su corta vi-da. Lo primero que hace la Junta, presidida porel ilustrado Alonso de Nava, marqués de Vi-llanueva del Prado, es destituir a la máximaautoridadmilitar, marqués de Casa-Cagigal, yarbitrar un sistema de gobierno para el Archi-piélago en el que La Laguna retomaba su vo-luntad hegemónica regional y aparecía comola capital (hasta entonces esa capitalidad defacto no estaba definida, pues Las Palmas deGran Canaria lo era de la sede de la Real Au-diencia y del Obispado, y Santa Cruz de Te-nerife de la Capitanía General). A su vez, laJunta otorga a Gran Canaria una representa-ción ínfima (tres de casi treinta miembros)que obviamente esta isla rechaza, mantenien-do su Cabildo Permanente, a diferencia delresto de las islas, que se suman a la Junta Su-prema. De modo que ya en sus orígenes, el re-brote del pleito insular preside esta etapa in-cierta, en la que realmente no se sabía qué

sucedería en España pero, en todo caso, se da-ba por hecha la casi imposibilidad (luego re-vocada por los hechos) de zafarse de la domi-nación napoleónica. En ese escenario, laprincipal preocupación de la Junta Suprema -al igual que la de Caracas- fuemantener el or-den social (el tinerfeño Alonso de Nava eradueño, por ejemplo, de toda la Aldea de SanNicolás, que luego se rebelaría violentamenteen su contra) y, sobre todo, preservar un sis-tema económico que estaba haciendo entraren las Islas raudales de dinero a cuenta del yacitado bloqueo naval galo a Inglaterra.

Es por ello que, a iniciativa del men-cionado Gaspar de Franchi, y tras algunos retra-sos y vacilaciones por parte del marqués de Vi-llanuevadel Prado, la Junta analiza las perspectivasde futuro y opta finalmente por solicitar a Ingla-terra protección para constituirse en repúblicacomercial, almododeGénova,bajosumanto.Otrasde las opciones, que finalmente descarta, eranasociarse como estado a EEUU, unirse a la Amé-rica hispana en caso de que ésta optase por cons-tituirse en una nación o, por último, unirse al Bra-sil colonial, a donde había huido el rey portugués,sellando un pacto con las élites locales por el queéstas lograban plena libertad de comercio y el am-

paro determinante de Londres, activo aliado dePortugal. No se trataba por parte de la Junta Su-prema de Canarias de una reacción contra Espa-ña sino contra Napoleón, que era entonces su do-minador. Fue una iniciativa, por lo demás, de laque estuvo por completo ausente Gran Canaria,no tanto porque la apoyase o no (en realidad, ledaba relativamente igual, pues el comercio exte-rior era entonces un capítulo sobre todo tinerfe-ño), como por su rechazo frontal al hegemonismotinerfeñista y, por ello, a todo lo que viniera de laJunta Suprema. La Laguna interpretó la posturagrancanaria como un signo de afrancesamiento,casi de traición a la monarquía española, arguyen-do que esa isla nunca se pronunció con claridadcontra los franceses desde que la goleta LaMoscallegó al puerto de Las Palmas desde Bayona con lafalsa noticia de la abdicación de Fernando VII enfavor de José I, hermano de Napoleón. Era, sin du-da, una argumentación falsa, pues tampoco fueun signo muy amistoso con la monarquía espa-ñola la inmediata destitución de sus autoridadesmilitares un año antes. Sea como fuere, la JuntaSuprema fue suprimida en junio de 1809 por supropio presidente sin convocarla, lo que produjotensiones internas. Alonso de Nava obedeció ór-denes de Sevilla a cambio de un cargo en la JuntaCentral, que nunca llegó. La guerra de la indepen-dencia devolvió el poder a FernandoVII en 1814...

P La propuestano fue un actocontra España,sino una salidapensada por lasélites tinerfeñas,dominantes enlo económico,para garantizarunos privilegioscomercialesque temíanperder bajo eldominio galo