Unidad I (Introducción a La Problemática Contemporánea)

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Introducción a la Problemática Contemporánea Unidad I: Temáticas claves: Los países capitalistas metropolitanos. Los Estados nacionales y los imperios multinacionales. Expansión y profundización de la industrialización. La Gran Depresión. El avance de la democracia y la persistencia del absolutismo. La conflictividad social en el mundo urbano y en el rural. La batalla de las ideas. El imperialismo. El reparto de África. Los imperios coloniales de Asia. La crisis de los imperios chino y otomano. La era del Imperio: Eric Hobsbawm plantea 7 características de la economía mundial durante la era del imperio: 1) Su base geográfica era mucho más amplia que antes. Tanto el sector industrial como el sector primario crecieron extraordinariamente. 2) La economía mundial era mucho más plural que antes. El Reino Unido dejo de ser el único país industrializado y la única economía industrial. 3) La revolución tecnológica: se incorporaron a la vida moderna el teléfono, la telegrafía sin hilos, el fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano. También es de destacar la aplicación doméstica de la ciencia y la alta tecnología como la aspirina o la aspiradora. O la mismísima bicicleta. 4) La transformación en la estructura y el modus operandi de la empresa capitalista con la consecuente concentración del capital y el crecimiento de la escala productiva. 5) La extraordinaria transformación del mercado de bienes de consumo, con el incremento de la población, de la urbanización y de los ingresos reales, el mercado de masas, antes limitado a los productos alimenticios y al vestido, comenzó a dominar la industria productora de bienes de consumo. Una de las consecuencias más Página 1 de 30

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Introducción a la Problemática Contemporánea

Unidad I:

Temáticas claves: Los países capitalistas metropolitanos. Los Estados nacionales y los imperios multinacionales. Expansión y profundización de la industrialización. La Gran Depresión. El avance de la democracia y la persistencia del absolutismo. La conflictividad social en el mundo urbano y en el rural. La batalla de las ideas. El imperialismo. El reparto de África. Los imperios coloniales de Asia. La crisis de los imperios chino y otomano.

La era del Imperio:

Eric Hobsbawm plantea 7 características de la economía mundial durante la era del imperio:

1) Su base geográfica era mucho más amplia que antes. Tanto el sector industrial como el sector primario crecieron extraordinariamente.

2) La economía mundial era mucho más plural que antes. El Reino Unido dejo de ser el único país industrializado y la única economía industrial.

3) La revolución tecnológica: se incorporaron a la vida moderna el teléfono, la telegrafía sin hilos, el fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano. También es de destacar la aplicación doméstica de la ciencia y la alta tecnología como la aspirina o la aspiradora. O la mismísima bicicleta.

4) La transformación en la estructura y el modus operandi de la empresa capitalista con la consecuente concentración del capital y el crecimiento de la escala productiva.

5) La extraordinaria transformación del mercado de bienes de consumo, con el incremento de la población, de la urbanización y de los ingresos reales, el mercado de masas, antes limitado a los productos alimenticios y al vestido, comenzó a dominar la industria productora de bienes de consumo. Una de las consecuencias más evidentes de este proceso fueron los medios de comunicación de masas.

6) El importante crecimiento del sector terciario de la economía, tanto el público como el privado. (Oficinas, tiendas y otros servicios)

7) La convergencia entre la economía y la política, donde el papel del Gobierno y el sector público será cada vez más importante. De hecho será uno de los síntomas del retroceso del liberalismo económico. Aunque las economías modernas, controladas, organizadas y dominadas en gran parte por el Estado, serán producto de la Primera Guerra Mundial.

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La expansión imperialista

Un amplio consenso reconoce que la Primera Guerra Mundial fue el hito que marcó el fin del largo siglo XIX. (El del avance y consolidación de la sociedad burguesa y el capitalismo liberal en Occidente) En las últimas décadas del siglo XIX, en el marco de un capitalismo cada vez más global, se desató una intensa competencia por la apropiación de nuevos espacios y la subordinación de las poblaciones que los habitaban. La expansión colonialista se centró en África y el Pacífico y en la consolidación del control sobre buena parte de Asia. América Latina no fue incluida en este reparto pero su dependencia económica se acentuó. Oceanía será la última porción del planeta en entrar en contacto con Europa. Australia y Nueva Zelanda, que llegaron a ser los principales países de la región, fueron ocupadas por los británicos. El oro será un gran polo de atracción para la inmigración británica, pero también se dará un gran desarrollo de la agricultura aprovechando los bajos costos de la tierra.

Este proceso de conquista y reparto coloniales de la década de 1880 estuvo asociado a una nueva fase del capitalismo, que alentaba la rivalidad entre las principales potencias y entrelazaba las economías de distintas partes del mundo. Era necesario abrir nuevos mercados y campos de inversión para evitar el estancamiento de las economías nacionales. También se justificó este expansionismo con la convicción de que era misión de las culturas superiores civilizar a las razas inferiores. Es importante destacar que la expansión colonial tampoco disgustaba a todos los socialistas: algunos dirigentes de la Segunda Internacional adjudicaron a esta expansión europea un significado civilizador. (Eduard David: creía que si se le devolvían las colonias a los nativos iba a triunfar la barbarie. Las colonias también debían atravesar el estadio del capitalismo ya que no era posible saltar de la barbarie al socialismo) De esta forma fue como las nuevas industrias y mercados de masas de los países industrializados absorbieron las materias primas y alimentos de casi todo el mundo. Pero vale aclarar que las colonias no fueron decisivas en el crecimiento económico de los países metropolitanos. El grueso del comercio europeo en el siglo XIX se llevó a cabo con otros países desarrollados.

Gran parte de las áreas dependientes no se beneficiaron con el crecimiento de la economía global y en la mayoría de las colonias se acentuó la pobreza. Portugal en África, Holanda en Asia y el rey belga Leopoldo II en el Congo fueron los explotadores más decididos. El rumbo de las colonias quedará sujeto a los objetivos de las grandes metrópolis. Las experiencias en las que la incorporación al mercado mundial produjo una importante renovación y modernización de la economía se localizaron en áreas de colonización reciente que contaban con la ventaja de climas templados y tierras fértiles para la agricultura y la ganadería. (Argentina, Canadá, Uruguay, Australia y Nueva Zelanda son claros ejemplo de países periféricos donde se dio un auge en las exportaciones de materias primas)

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Dos nuevas potencias en el tablero mundial

Estados Unidos: El país ofrecía condiciones geográficas y sociales óptimas para el desarrollo del capitalismo: un territorio de escala continental con variedad de recursos y un vasto mercado protegido por dos océanos.

El avance de la producción industrial debió afrontar el problema de la escasez de mano de obra, especialmente calificada. Frente a esta cuestión surgirá el taylorismo que permitirá el incremento de la productividad sustituyendo al obrero calificado por un trabajador semicalificado, que sólo tenía que repetir algunas tareas rutinarias impuestas por la máquina.

Los Estados Unidos no se lanzaron a fundar colonias como Europa y Japón salvo la ocupación de numerosas islas como la de Hawái, Cuba, Puerto Rico, Archipiélago de Filipinas, entre otras. (Esto estaba en consonancia con la preocupación yanqui por los océanos que eran sus fronteras) Su principal preocupación frente al expansionismo japonés fue preservar la integridad territorial de China para mantener una relación equilibrada entre ambas potencias. Entonces, los Estados Unidos derrotarán a España en la guerra por la hegemonía y dominio de Centroamérica y el Caribe. Se apoderará del comercio azucarero cubano y alentará la independencia de Panamá para luego tomar el importante y vital “Canal de Panamá”.

Japón: Luego de la revolución Meiji que terminó con el régimen de Tokugawa, en poco más de treinta años, logró convertirse en un pilar importante de la hegemonía británica en Asia oriental y en una potencia imperialista con derecho propio. A la victoria sobre China en 1895, se sumó el triunfo en la guerra contra Rusia en 1904-1905. Esto permitió el desplazamiento de la secular primacía de Pekín sobre Asia Oriental.

La crisis de los antiguos imperios: persa; chino y el otomano

Hasta que en el siglo xix Occidente introdujo formas económicas capitalistas, estos imperios dependían económicamente de la producción agraria, cuyos rendimientos decrecientes imponían un límite a su capacidad de expansión. En los tres prevalecía el espíritu conservador que caracterizó a todas las sociedades premodernas de la época, incluida la europea. Ninguno de los imperios perdió su independencia política, pero su desventaja económica, militar y tecnológica los colocó en una posición dependiente de Occidente.

Persia: asumirá una importancia estratégica en la primera mitad del siglo xix al calor de los juegos de poder entre Rusia y Gran Bretaña. En el marco de esta competencia ninguna intentó hacer de Persia una colonia, pero ambas procuraron obtener privilegios que colocaron a los persas bajo su dependencia. Rusia y Reino Unido impusieron las capitulaciones: privilegios especiales, rebajas de aranceles e inmunidad frente a las leyes locales para los comerciantes rusos y británicos. Pero, a medida que crecía la injerencia económica de los europeos, los comerciantes y artesanos del bazar recurrieron al consejo de los ulemas, quienes legitimaron sus reivindicaciones declarando que si Persia seguía concediendo privilegios a los infieles dejaría de ser una nación musulmana.

Imperio Otomano: El primer signo de su debilitamiento se hizo sentir en el norte de África luego de la campaña de Napoleón en Egipto en 1798, que impulsó la emancipación del bajá de

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Egipto, apoyado por Francia y Gran Bretaña. También retrocedió en los Balcanes en favor del avance austro-húngaro y zarista. Es loable destacar la emergencia de grupos nacionalistas cuyo propósito era crear estados independientes. Ejemplo de esto fue la independencia de Grecia apoyada por Gran Bretaña en 1830.

Ante el resquebrajamiento del imperio, varios sectores de la corte otomana respaldaron un amplio plan de reformas inspiradas en las experiencias occidentales. La expansión europea no solo había resquebrajado la unidad del imperio otomano, sino que puso en tela de juicio la identidad cultural y religiosa islámica, y puso en evidencia las debilidades de la civilización musulmana para competir con los europeos. Un sector de intelectuales se inclinó a favor de la modernización, pero alertando contra la mera imitación: los logros de Occidente debían reelaborarse teniendo en cuenta la identidad islámica. Yamnal Al-Afgani se destacará dentro de esta corriente que no dio lugar a organizaciones duraderas, pero perduró como una corriente de pensamiento preocupada por compatibilizar la revitalización del Islam con la reforma sociopolítica del mundo musulmán.

China: los europeos introdujeron el opio cultivado en la India como parte de su sistema comercial. El emperador trató de impedir el comercio de opio, pero la corona británica respondió con la guerra: las sucesivas derrotas en las llamadas “guerras del opio” de 1839-1842 y 1856-1860 marcaron el principio del fin del imperio manchú. El tratado de Nankin de 1842 significó la aceptación de China de una serie de concesiones al Imperio Británico: apertura de nuevos puertos, rebaja de derechos aduaneros, competencia de los tribunales consulares para juzgar a los ingleses residentes en China y cesión de la isla de Hong Kong durante 150 años. La derrota en la guerra con Japón (1894-1895) imprimió un nuevo giro a la historia de China al provocar una gravísima crisis nacional. En los siguientes años al tratado de paz con Tokio, el loteo de China entre las potencias avanzó rápidamente. También se suscitó la independencia de ciudades-estado como Cantón y Shangai de las autoridades chinas, careciendo éstas últimas de potestad sobre ellas y donde no se aplicaba la legislación imperial. El imperio subsistió hasta 1911 cuando una revolución proclamó la República.

Jeffry Frieden expresa que los fracasos más sobresalientes en el desarrollo eran los de China, el imperio otomano y la India. Como en la Europa pre-moderna, su economía consistía casi enteramente en la pequeña agricultura de subsistencia y las artesanías. Ambas se habían mantenido en un relativo equilibrio durante mucho tiempo, suficiente para vestir y alimentar a la población, aunque no para proporcionar un excedente sustancial susceptible de ser utilizado para la inversión y el desarrollo. Los pocos sectores avanzados de la economía, como las finanzas y el comercio a larga distancia y con el extranjero, o la industria incipiente, corrían a cargo de grupos muy concretos, a veces de etnias distintas. Las clases dominantes de estos tres grandes países temían que el desarrollo económico pudiera provocar cambios sociales que los hicieran ingobernables, o al menos ingobernables por sus elites de la época. Alentar el surgimiento de un próspero sector privado significaba comprometer a los gobiernos a respetar los derechos de sus súbditos de forma desacostumbrada. De esta forma el tradicionalismo terminó bloqueando la modernización. El poder y la estabilidad imperial eran más importantes que el desarrollo.

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Hacia una economía global

Hacia fines del siglo xix se produjeron cambios importantes en el sector industrial ya que su base geográfica se amplió con la industrialización de países como Alemania, Francia, los Estados Unidos, Bélgica, entre otros. También es pertinente destacar el crecimiento económico de Japón y Rusia donde su industrialización partió de economías agrarias atrasadas, casi feudales. Los países de rápida industrialización tuvieron la ventaja de llegar más tarde y así saltear etapas que había recorrido Gran Bretaña.

Entre 1880 y 1914 las economías nacionales fueron insertándose poco a poco en la economía mundial y el mercado global comenzó a influir sobre el rumbo económico de las naciones en un grado desconocido hasta entonces: el sistema de comercio multilateral estimuló un notable aumento de la productividad y, al mismo tiempo, profundizó la brecha entre los países industrializados y el resto de las vastas regiones del mundo que se incorporaban al mercado mundial. El crecimiento económico irá yendo cada vez más de la mano con la lucha económica entre los nuevos centros y viejos centros capitalistas.

Por lo tanto, el siglo XIX tendrá como núcleo fundamental del capitalismo a las economías nacionales: el Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, etc. Pero, la Nación como unidad no tenía un lugar claro en la teoría pura del capitalismo liberal, cuyos elementos básicos eran la empresa, el individuo o la compañía, con el imperativo central de maximizar ganancias y minimizar pérdidas. Actuaban en un mercado que tenía carácter de global. En palabras de Hobsbawm, el liberalismo era el anarquismo de la burguesía y, como en el anarquismo revolucionario, en él no había lugar para el Estado. Es cierto que existían, y existen, actividades económicas como las finanzas internacionales que son fundamentalmente cosmopolitas y que, escapaban a las limitaciones nacionales, en la medida que éstas eran eficaces. Pero incluso esas empresas transnacionales tenían buen cuidado de vincularse a una economía nacional convenientemente importante.

El ideal de los teóricos del capitalismo era la división internacional del trabajo que asegurara el crecimiento más intenso de la economía. Rechazaban cualquier tipo de argumento local o regional opuesto a sus conclusiones. El poco o nulo crecimiento económico de ciertas regiones o localidades se justificaba por el crecimiento global de la economía. (Mirada ecuménica del crecimiento económico) El único equilibrio que reconocía la teoría económica liberal era el equilibrio a escala mundial.

En la era del imperialismo, la economía atravesó dos períodos: la larga depresión (1873-1895) y la belle époque (1895-1913).

1) La larga depresión no consistió en un colapso económico sino en un declive continuo y gradual de los precios mundiales. La competencia inducía a bajarlos, lo que provocaba una merma en las ganancias. Como bien lo dice Hobsbawm, lo que estaba en juego no era la producción sino su

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rentabilidad. Para contrarrestar este obstáculo a la rentabilidad, se desarrollaron varias estrategias: barreras aduaneras para frenar importaciones, concentración de capitales para eliminar a los productores más débiles e incremento de la productividad de la fuerza laboral. (Conformación de trust y la gestión científica del trabajo conocida como taylorismo) La tendencia hacia el monopolio u oligopolio fue indudable en las industrias pesadas, en las industrias estrechamente dependientes del Gobierno, en las industrias que producían y distribuían nuevas formas revolucionarias de energía como el petróleo y la electricidad, así como el transporte y algunos productos de consumo masivo como el jabón y el tabaco. La concentración avanzó a expensas de la competencia de mercado, las corporaciones a expensas de las empresas privadas, los grandes negocios y grandes empresas a expensas de las más pequeñas. En la banca, un número reducido de grandes bancos, sociedades anónimas con redes de agencias nacionales, sustituyeron rápidamente a los pequeños bancos. El típico hombre de negocios, al menos en los grandes negocios, no era ya tanto un miembro de la familia fundadora, sino un ejecutivo asalariado.

La gran depresión puso fin a la era del liberalismo económico, al menos en el capítulo de los artículos de consumo. El movimiento de mano de obra y las transacciones financieras internacionales quedaron exentos. Las tarifas proteccionistas, que comenzaron a aplicarse en Alemania e Italia, pasaron a ser un elemento permanente en el escenario económico internacional. Solo el Reino Unido defendía la liberad de comercio sin restricciones. Las razones eran evidentes, al margen de la ausencia de un campesinado numeroso y por tanto, de un voto proteccionista importante. El Reino Unido era por mucho, el exportador más importante de productos industriales, orientando cada vez más su actividad a la empresa exportadora. Además el Reino Unido era el mayor exportador de capital, de servicios invisibles financieros y comerciales y de servicios de transporte. Además era el mayor receptor de exportaciones de productos primarios del mundo y dominaba el mercado mundial de algunos de ellos, como la caña de azúcar, el té o el trigo. Por ello era tan importante evitar las restricciones al laissez-faire que permitía reforzar la simbiosis entre el Reino Unido y el mundo subdesarrollado. En conjunto, el proteccionismo industrial contribuyó a ampliar la base industrial del planeta, impulsando a las industrias nacionales a abastecer los mercados domésticos que crecían a un ritmo vertiginoso. En consecuencia entre 1880-1914 el incremento global de la producción y el comercio fue mucho más elevado que durante las décadas en el que estuvo vigente el librecambio.

Otra innovación, explorada centralmente en Estados Unidos, fue la gestión científica del trabajo que incrementaría la productividad y debilitaría el poder de los sindicatos que defendían el valor de la fuerza de trabajo de los obreros calificados. Por último, un conjunto de Estados nacionales y grandes grupos económicos se lanzaron al reparto del mundo en pos de mercados, fuentes de materias primas y nuevas áreas donde invertir los capitales. La industrialización y la depresión hicieron de las economías nacionales un grupo de economías rivales, donde los beneficios de una parecían amenazar la posición de las otras. No solo competían las empresas, sino también las naciones.

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La agricultura fue la víctima más espectacular de esa disminución de los beneficios y constituía el sector más deprimido de la economía y aquel cuyos descontentos tenían consecuencias sociales y políticas inmediatas y de mayor alcance. La reacción de los agricultores, según la riqueza y la estructura política de sus países, varió desde la agitación electoral a la rebelión, por no mencionar la muerte por hambre, como ocurrió en Rusia en 1892. Los países que no necesitaban preocuparse por el campesinado porque ya no lo tenían, como el Reino Unido, podían permitir que la agricultura se atrofiara. El Reino Unido era el único país en el que incluso los políticos conservadores, a pesar de la tradicional postura de esos partidos a favor del tradicionalismo, estaban dispuestos a abandonar la agricultura. Hobsbawm remarca que el sacrificio era más fácil porque las finanzas de los ricos terratenientes descansaban ahora no tanto en las rentas procedentes de los campos de maíz como en los ingresos que obtenían de las propiedades urbanas y de las inversiones.

No obstante, las dos respuestas más habituales entre la población fueron la emigración masiva y la cooperación, la primera protagonizada por aquellos que carecían de tierras o que tenían tierras pobres, y la segunda fundamentalmente por los campesinos con explotaciones potencialmente viables. Hobsbawm resalta que esto fue una válvula de seguridad que permitió mantener la presión social por debajo del punto de rebelión o revolución.

Problemas en el mundo de los negocios

El período deflacionario de 1873-1896 implicó fuertes pérdidas gananciales para los empresarios. Una gran expansión del mercado podría compensar esta situación pero, lo cierto es que el mercado no creció con la suficiente rapidez. En parte porque la nueva tecnología industrial posibilitaba y exigía un crecimiento extraordinario de la producción, en parte porque aumentaba el número de competidores en la producción y de las economías industriales, incrementando fuertemente la oferta de productos en un mercado de bienes de consumo que crecía todavía muy lentamente.

Otra gran dificultad fue que los costes de producción eran más estables que los precios a corto plazo, pues los salarios, en general, no podían ser reducidos proporcionalmente, al tiempo que las empresas tenían que soportar la carga de importantes cantidades de maquinaria y equipo obsoletos o de nuevas máquinas y equipos de alto precio que al disminuir los beneficios, se tardaba más de lo esperado en amortizar.

Sin embargo, Hobsbawm relativiza el impacto de esta crisis arguyendo que más allá algunas depresiones muy agudas que se dieron en el período transcurrido entre 1873-1890 la producción de hierro en los cinco países productores más importantes fue de más del doble, producción de acero, que se convirtió en un índice adecuado de industrialización en su conjunto, se multiplicó por veinte. El autor agrega que el comercio internacional continuó aumento de forma importante, aunque a un ritmo menos vertiginoso que antes. También las economías industriales norteamericanas y alemanas

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avanzaron a pasos gigantescos y la revolución industrial se trasladó a países como Suecia y Rusia. La inversión extranjera en Latinoamérica alcanzó su cúspide en el decenio de 1880 y países como Argentina o Brasil absorbían más de trescientos mil inmigrantes por año. Entonces, el autor pregunta: ¿puede calificarse de Gran Depresión a ese período de espectacular incremento productivo?

2) La belle époque fue una etapa de crecimiento económico e integración; fueron los años dorados del capitalismo cada vez más global. Entre 1896-1914, las economías nacionales se integraron al mercado mundial a través del libre comercio, la circulación de capitales y la movilidad de la fuerza laboral en virtud de las migraciones, principalmente desde Europa hacia América. Hubo protección a la industria incipiente, pero en general el mercado de productos agrícolas e insumos intermedios siguió siendo libre y fluido.

Los historiadores de la economía del período tienden a centrar su atención en dos aspectos: la redistribución del poder y la iniciativa económica, es decir, el declive relativo del Reino Unido y en el progreso relativo y absoluto de los Estados Unidos y sobre todo de Alemania. Aunque la supremacía industrial de Gran Bretaña había menguado, sus servicios como transportista, agente de seguros e intermediario financiero se volvieron indispensables.

Las inversiones internacionales aumentaron rápidamente con los capitales británicos a la cabeza y su afán de tender líneas férreas para abaratar el traslado de alimentos y materas primas requeridas por el taller del mundo. Los principales receptores fueron los países de rápido desarrollo industrial, los de reciente colonización europea y algunas colonias claves: los Estados Unidos, Australia, la Argentina, Sudáfrica y la India. Algunas de las economías satélites nombradas más arriba, conseguían mejores resultados que otras, pero cuanto mejores eran esos resultados, mayores eran los beneficios para las economías del núcleo central, para las cuales ese crecimiento significaba la posibilidad de exportar una mayor cantidad de productos y capital.

Los avances en el transporte y las comunicaciones –el ferrocarril, las turbinas de vapor, la telegrafía a escala mundial y el teléfono-posibilitaron la consolidación del mercado mundial. El comercio internacional se rigió principalmente del patrón oro, es decir, la libre conversión de las monedas locales al oro. (Referente monetario seguro y estable) De esta forma, ya no podía devaluarse la moneda para mejorar la competitividad de los productos nacionales, ni tampoco imprimir dinero o reducir los tipos de interés para estimular la inversión. El patrón oro era un duro corsé para los trabajadores, puesto que sujetaba la producción nacional a las oscilaciones del mercado mundial sin que los gobiernos pudieran intervenir en la reactivación industrial devaluando la moneda o manipulando el gasto público.

En este capitalismo laissez-faire -positivo para el crecimiento económico global-hubo ganadores y muchos perdedores. Se vieron beneficiados los banqueros londinenses, los fabricantes alemanes, los ganaderos argentinos y los productores de arroz indochinos, unidos por el hecho de haberse dedicado a una actividad altamente competitiva en el mercado mundial y abiertamente

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opuesta a la intervención del Estado. Frieden expresa que pese a la revolución económica de la Edad de Oro, la mayor parte del mundo permanecía horrorosamente pobre. Aunque las regiones de rápido desarrollo iban trepando por la escalera del éxito industrial, gran parte de África, Asia y Oriente Medio, e incluso partes de Rusia, del este y el sur de Europa y de Latinoamérica se deslizaban a niveles cada vez más bajos. Hobsbawm remarca la cuestión salarial del período donde el rápido crecimiento de los salarios reales característico del período anterior, disminuyó notablemente entre 1899-1913. Esto explica en parte el incremento de la tensión social y los estallidos de violencia en los últimos años anteriores a 1914. Esto en el contexto de un cambio en las relaciones de intercambio entre la agricultura y la industria donde el aumento de la productividad de la primera (basada en la incorporación de nuevos territorios) iba más lento que la segunda. (Basada en las nuevas tecnologías) De esta forma a partir de mediados de los 90’ se produce un importante aumento de precios que se extenderá hasta 1914. Este cambio de relaciones de intercambio supuso una presión sobre los costes de producción de la industria y en consecuencia, sobre su tasa de ganancia. De ahí que fueron los beneficios de los trabajadores los que se vieron trastocados ante esta situación.

La clave de este crecimiento entonces estará en el núcleo de países industriales o en proceso de industrialización, como Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, Francia, Bélgica, Suiza; Escandinavia, los Países Bajos, el norte de Italia, Hungría, Rusia e incluso Japón. Este conjunto de países eran grandes importadores de bienes y servicios del mundo y por ello eran cada vez menos dependientes de las economías rurales tradicionales. Más aún, determinaban el desarrollo del resto del mundo.

Teoría de Josef Alois Schumpeter

Este autor asocia cada fase descendente con el agotamiento de los beneficios potenciales de una serie de innovaciones económicas y la nueva fase ascendente con una serie de innovaciones fundamentalmente tecnológicas, cuyo potencial se agotará a su vez. Así las nuevas industrias, que actúan como sectores de punta del crecimiento económico –el algodón en la primera revolución industrial, el ferrocarril en el decenio de 1840 y después de él- se convierten en una especie de locomotoras que arrastran la economía mundial del marasmo en la que estaban envueltas.

Consumo de masas

A partir del descenso de precios que se dio en la Gran Depresión los consumidores disponían de más dinero para gastar. (Más allá del descenso de salarios a partir de 1900) La industria de la publicidad, que tuvo un desarrollo importante en el período, los tomó como punto de mira. La venta a plazos, que apareció durante esos años, tenía como objetivo permitir que los sectores de escasos

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recursos pudieran adquirir productos de alto precio. El arte y la industria del cine también creció en ésta época de auge compitiendo seriamente con la ópera.

Colonias e imperios en Asia

India: En la década de 1870 aproximadamente la mitad del continente indio quedó bajo el control directo de Londres. El resto, continuó gobernado por alrededor de quinientos príncipes indios asesorados por consejeros británicos. La India se transformó así en la pieza central del imperio británico y la economía de la región fue completamente trastocada. La ruina de las artesanías textiles conllevó al empobrecimiento generalizado de los campesinos. La administración colonial, por su parte, utilizó los ingresos de la colonia para el financiamiento de sus gastos militares. La estrategia británica en la región (África y Oriente Medio) estuvo guiada por el afán de controlar las rutas que conducían al sur de Asía. Desde su base en India reducirá el poder de los manchúes en China y establecerá su supremacía en la costa arábiga y controlará el canal de Suez.

A fines del siglo XIX, contrarrestando la expansión de Rusia sobre Asia Central, Gran Bretaña rodeó a la India de una serie de “estados tapones”: Cachemira, Beluchistán y Birmania, entre otros. La rivalidad entre ambas potencias permitió que Afganistán preservara su independencia como estado amortiguador. La dominación francesa en Indochina (Vietnam, Laos, Birmania, Tailandia y Camboya) fue similar a la de los británicos en la India. Ambos estados europeos se establecieron en el seno de antiguas y sofisticadas culturas, y además las divisiones políticas locales facilitaron la empresa colonizadora.

El reparto de África

Antes de la llegada de los europeos, el continente africano se caracterizaba por la ausencia de fronteras definidas, el nomadismo, los intensos movimientos de población y la consiguiente mezcla étnica. La incorporación de África al mercado mundial y su dominación por las potencias europeas constó de dos grandes momentos: desde el siglo XV hasta comienzos del siglo XIX prevaleció el comercio de esclavos. El tráfico de hombres y mujeres fue acompañado por una ideología racista que negó a los negros su condición de seres humanos. Y en segundo lugar, el período de acelerada colonización a partir de la conferencia de Berlín en 1885.

El principal interés de Gran Bretaña y Francia se concentró en los territorios del norte de África. Si bien desde Egipto hasta Túnez eran provincias del imperio otomano, la debilidad de Estambul posibilitó a los gobernantes locales ganar una creciente autonomía. Los grupos económicos y los gobiernos europeos vieron en estas zonas amplias oportunidades lucrativas: préstamos a los gobiernos, construcción de ferrocarriles e inversión para la explotación de productos locales. En el vertiginoso reparto de África a partir de la década de 1880, se conjugaron la decisiva importancia del

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canal de Suez, la resignificación del papel de África del Sur como productora de diamantes y oro, y las presiones de los nuevos actores: Italia, Alemania y el rey belga Leopoldo II.

En 1875, con excepción de África del Sur, la presencia europea seguía siendo periférica: las naciones occidentales controlaban únicamente el 10% del continente. En 1914 sólo quedaban dos estados independientes –Liberia y Etiopía-, en tanto Francia y Gran Bretaña habían sido las principales beneficiarias del reparto africano. El imperialismo destruyó numerosas economías autosuficientes. Los intercambios internos fueron desmantelados o subordinados a la economía global. Los estados colonialistas se aliaron a los capitales privados para coaccionar a las poblaciones autóctonas y explotar sus recursos. Los objetivos de la colonización eran mantener el orden, evitar grandes gastos y organizar una mano de obra productiva a través del trabajo forzado o la esclavitud encubierta.

América Latina

A partir de su independencia, a principios del siglo XIX, los países de América Latina atravesaron un período de guerras civiles, en las que se dirimieron las fronteras, las formas de organización institucional y los predominios en los estados en proceso de formación. Con la sola excepción de Brasil, se impulsó la reforma republicana y hacia 1880, en la mayoría de los países, los estados se habían asentado., y en todos los casos predominó el objetivo de orden y progreso.

Desde 1810, Gran Bretaña adquirió una posición preponderante en el comercio latinoamericano, desplazando a España y Portugal. A fines de siglo este proceso de incorporación al mercado mundial se acelerará: las economías latinoamericanas se especializaron en la exportación de materias primas y alimentos, y recibieron inversiones de capital y, en muchos casos, contingentes densos de inmigrantes. Gran Bretaña tuvo un papel clave en esta transformación productiva, por las inversiones en ferrocarriles y puertos, indispensables para acercar la producción al mercado, por el desarrollo de mecanismos financieros y crediticios y, finalmente, como proveedor de productos manufacturados y mercado consumidor de los bienes producidos en la región. En este proceso de expansión crecieron notablemente las ciudades, especialmente las capitales y los puertos, como Buenos Aires, Río de Janeiro, Guayaquil, Valparaíso, La Habana o Montevideo. En el amplio y variado mundo del trabajo se fue perfilando el mundo obrero. Surgieron los sindicatos, y comenzaron a predominar las corrientes de izquierda como el anarquismo, el anarcosindicalismo y el socialismo. Estos estados nacionales harán un gran esfuerzo para la construcción de la ciudadanía a través de los sistemas educativos como el objetivo primordial de crear una sociedad nacional.

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El caso del Congo y el Rey Leopoldo II

Leopoldo sabía que Bélgica no podría nunca conquistar por sí misma una colonia, ya que no tenía armada ni marina mercante, y el propio Leopoldo era prácticamente el único belga destacado con ambiciones imperiales, por lo que se presentó como un benefactor que pretendía llevar el cristianismo a la población africana. Su éxito en obtener el control del Congo no fue consecuencia de su capacidad ni de la influencia geográfica de Bélgica, ambas ínfimas. Para las potencias europeas que se estaban dividiendo África, el nuevo Estado Libre del Congo, era un útil amortiguador que separaba las colonias francesas, británicas, alemanas y portuguesas de la región. Además Leopoldo aceptó permitir a todos los extranjeros por igual el acceso a las riquezas del área, así que los europeos no tenían necesidad de preocuparse de que la región quedara fuera de sus ambiciones. El Congo exportaba crecientes cantidades de caucho y marfil por los que, teniendo en cuenta las estadísticas de importación, los nativos no recibían nada o prácticamente. A los africanos del Congo no se les permitía utilizar dinero, así que, si no se les pagaba en especie, es que no se les pagaba en absoluto por el suministro de marfil y caucho. A mediados de la década de 1890 el cauchó sustituyó al marfil como producto más importante de la colonia. La demanda mundial de caucho crecía rápidamente a medida que las innovaciones técnicas hacía el material más versátil y que inventos como la bicicleta y el automóvil multiplicaban la necesidad de neumáticos de caucho.

Los soldados del Estado Libre utilizaban infinidad de métodos para obligar a la población a cosechar el caucho crudo. A veces secuestraban mujeres y los niños de las aldeas, manteniéndolos como rehenes hasta que los varones entregaban la cuota establecida de caucho. A veces sobornaban a los caciques locales para que obligaran a sus súbditos a proporcionar el caucho. Cuando todo eso fallaba, los soldados quemaban y arrasaban las aldeas recalcitrantes hasta los cimientos y masacraban a sus habitantes como escarmiento para las aldeas vecinas.

La Asociación de Reforma del Congo de Morel movilizó a la opinión pública mundial contra el saqueo del Congo. El movimiento ganó fuerza rápidamente, recibiendo el apoyo de anti-imperialistas. Hasta convencidos imperialistas se unieron al clamor contra Leopoldo II porque sus desmanes desacreditaban el dominio colonial responsable. El poderoso Partido Obrero y otros reformadores belgas se unieron al ataque, pidiendo que el imperio africano del rey quedara bajo administración del gobierno belga para ser regido de forma más responsable por un poder colonial adecuado. Frieden dice que el Estado Libre del Congo de Leopoldo II fue el epítome de los males coloniales modernos. Agrega: los veinticinco años de desgobierno, saqueo y crueldad de Leopoldo II causaron la muerte violenta de millones de congoleños, pero provocaron un daño aún mayor: la destrucción de gran parte de la estructura social de la región. Los amos coloniales devastaron a las comunidades locales, exacerbaron los conflictos entre los habitantes del área y no dieron a los congoleños la oportunidad de adoptar y adaptar lo que les pudiera ser útil de la metrópoli. De esta forma, se extraían recursos valiosos sin dejar tras ellos ninguna riqueza, tecnología o formación.

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Colonialismo y subdesarrollo:

El trust de las bendiciones de la civilización: Leopoldo II al igual que sus colegas, extraía todos los recursos que podía en enclaves cerrados con minas de cobre u oro o plantaciones de bananas o caña de azúcar. Con cierta frecuencia, cuando las explotaciones necesitaban trabajadores, como en el Congo, las autoridades coloniales imponían trabajos forzados a los residentes locales. Leopoldo II en el Congo y los portugueses en sus colonias fueron los principales explotadores coloniales.

Las concesiones comerciales fueron sólo un poco menos perniciosas que los enclaves extractivos. En estos casos, el poder colonial le asignada el control de una región prometedora a un concesionaria comercial. Pero su objetivo era el mismo que el enclave extractivo: obtener ganancias y no desarrollar la economía local.

Este colonialismo era fundamentalmente diferente de la emigración en masa de europeos a áreas escasamente pobladas como las praderas de Canadá o la Pampa Argentina, donde los inmigrantes y su descendencia constituían prácticamente la totalidad de la población local. Un asentamiento de colonos, en cambio, era gobernado por una casta importada que dominaba y controlaba grandes poblaciones indígenas. Los colonos perturbaban a veces deliberadamente las actividades tradicionales a fin de obligar a los nativos a trabajar para ellos en las nuevas explotaciones. Pero muchos colonos sólo tenían éxito en la agricultura comercial gracias a las subvenciones de las autoridades: créditos, reducciones de impuestos, infraestructura barata, acceso privilegiado a mercados, expropiación de los propietarios locales. Los colonos rodeados por sociedades indígenas populosas exigían un tratamiento distinto y desigual al de los nativos; si se hubieran concedido iguales derechos al resto de la población, la situación privilegiada de los colonos se habría visto amenazada por la competencia de árabes y africanos dispuestos a trabajar más duro por menos salario. Lo que muchos colonos querían no era el desarrollo general de la agricultura indígena sino una fuerza de trabajo cautiva y barata. La oposición de los colonos a la integración de los nativos en el sistema colonial bloqueaba a menudo una integración económica internacional de amplia base y en general el desarrollo económico. Cuando los colonos bloqueaban la democratización, también bloqueaban el desarrollo social y económico de la región, prefiriendo un trozo más grande de una tarta más pequeña.

Algunas potencias imperiales modernas utilizaban políticas de estilo mercantilista para obligar al comercio y la inversión a utilizar los canales coloniales, con lo que negaban a las colonias un acceso pleno a las mercancías, capital y tecnología de una economía mundial en auge. Algunos gobernantes coloniales a menudo hacían poco para facilitar el acceso de las colonias a los mercados internacionales por diversos motivos: a veces se debía a que la potencia imperial había adquirido el territorio por razones no económicas, como acuartelar tropas o guarecer y avituallar sus barcos. Otras veces se debía al abismal retraso de la potencia colonial, como en el caso de las colonias portuguesas

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y españolas, y otras a que el poder en la colonia dependía de gobernantes locales que temían los efectos de la economía internacional sobre su control social. En algunos casos cabía culpar al saqueo colonial; en otros, el peso acumulado de siglos de tradicionalismo que sofocaba el desarrollo económico moderno; en otros, la producción de las plantaciones y minas que sustentaba el bienestar de una elite hostil o indiferente a las medidas necesarias para un desarrollo generalizado. En los casos más escandalosos, la desigualdad social y política daba a las clases dominantes tradicionales pocas razones para alentar el desarrollo e incapacitaba a las masas para superar los obstáculos creados por sus amos corruptos e incompetentes.

Algunas grandes potencias también obligaron a países subdesarrollados independientes a firmar tratados desiguales que proporcionaban a los países industriales un trato preferente. Más allá de ésto, Frieden resalta que más allá de la evidente manipulación del comercio con los países pobres por parte de las potencias imperiales, tal manipulación no era tan radical como para retrasar de forma importante el crecimiento económico local. De hecho el autor subraya que, la mayoría de las potencias imperiales pretendían que sus colonias participaran en la economía internacional, y no por pura benevolencia imperial, sino más bien porque hacer llegar los recursos de las colonias al mercado solía requerir una participación local activa. Por todo esto es que construían vías férreas, carreteras y puertos, establecían un orden judicial y monetario, y alentaban a los comerciantes a buscar productores y consumidores tierra adentro. El colonialismo era uno de los muchos factores que afectaba al crecimiento en el mundo subdesarrollado, y no era siempre negativo. El dominio colonial eficaz aceleraba el avance económico, del mismo modo que la explotación colonial corrupta la retrasaba. Con excepción de casos de saqueo directo del estilo del Congo o del asentamiento de colonos privilegiados, el colonialismo no solía ser un obstáculo insuperable para el desarrollo económico.

Mal gobierno y subdesarrollo

Las sociedades pobres de finales del siglo XIX y principios del XX eran en su cuatro quintas partes agrícolas y su agricultura estaba extraordinariamente atrasada. Un requisito del crecimiento económico era la infraestructura, servicios que facilitaran la actividad económica. Los agricultores necesitaban información sobre técnicas y mercados, medios de transporte que les hicieran llegar maquinaria y en los que pudieran expedir sus cosechas, y crédito. (En palabras claves: transporte, comunicaciones, finanzas y una moneda fiable) También fue importante la protección de la propiedad privada, la formación para mejorar las habilidades de los trabajadores y su alfabetización a través de los sistemas educativos modernos. Los gobernantes tradicionales eran a menudo reacios a garantizar los derechos de los inversores ya que, después de todo, respetar los derechos de propiedad privada significaba restringir las prerrogativas del gobierno. La higiene y la sanidad pública también fueron importantes, por razones sociales y porque permitían a la gente convertirse en miembros

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fructíferos de la sociedad. (Muchos gobernantes, ya sean independientes, coloniales o neocoloniales, se despreocupaban de proporcionar educación básica, saneamiento o salud pública)

Los escenarios políticos

En el último cuarto del siglo XIX los estados europeos presentaban fuertes contrastes. Las diferencias se encontraban, en parte, en la sociedad, la economía, en la industrialización y su impacto sobre el orden agrario tradicional. Pero también se debían al tipo de regímenes políticos y a las tensiones surgidas entre la identidad nacional asumidas por los estados y la presencia de otras identidades que aspiraban a ese estatus nacional y estatal. Sobre la base de estos criterios, se puede distinguir dos grandes espacios: el Este europeo y Europa Occidental. En el primero se pueden distinguir los grandes imperios multinacionales como el de los Habsburgo en Austria-Hungría y el de los Romanov en Rusia. También se puede distinguir al ex Reino de Polonia que estaba dividido entre Austria, Prusia y Rusia. Y por último hay que remarcar a la conflictiva zona de los Balcanes. En cuanto al frente Occidental, allí se encontraban los principales centros industriales y los Estados Nacionales más asentados como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, entre otros. Luego tendremos en el sur de Europa a países como España y Portugal con un desarrollo industrial muy fragmentario y con una fuerte presencia del antiguo régimen. El caso italiano es ambiguo ya que, poseía un norte industrial muy afirmado pero un sur agrario semejante a la Península Ibérica.

En política, hasta el último cuarto del siglo xix los conservadores fueron los principales rivales de los liberales. El avance del capitalismo, además de fortalecer el movimiento obrero, le dará impulso al surgimiento de una alta burguesía que enfrentará al orden monárquico y a la aristocracia. El proyecto liberal entonces, incluía la defensa de los derechos humanos y civiles, la creación de un sistema constitucional que regulara las funciones del gobierno y las instituciones, que garantizara la libertad individual y redujera al mínimo la intervención del Estado en la economía.

Debate con respecto al acceso de las masas al voto:

Mientras socavaban los principios y las practicas del antiguo régimen, los liberales levantaron una serie de barreras económicas y culturales para impedir el voto de las mayorías y asegurar que los asuntos públicos quedasen en las manos de los notables. Según esta óptica, la grandeza de una nación seguramente no puede depender de los votos emitidos por elementos inferiores que detentan solamente la fuerza del número. Esta concepción liberal estaba basada en la lógica francesa pregonada por Luis Felipe, sobre la existencia de un país real y un país legal. El orden social comenzó a verse amenazado desde el momento en que el país real comenzó a penetrar en el reducto político del país legal o político, defendido por fortificaciones consistentes en exigencias de

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propiedad y educación para ejercer el derecho de voto y, en la mayor parte de los países, por el privilegio aristocrático generalizado, como las cámaras hereditarias de notables. (Voto calificado)

Pese a todo, lo cierto es que a partir de 1870 se hizo cada vez más evidente que la democratización de la vida política de los Estados era absolutamente inevitable. No obstante, el avance de la industrialización, el debilitamiento de las aristocracias terratenientes, el fortalecimiento de la burguesía y la creciente gravitación de los sectores medios y la clase obrera, gestaron el terreno propicio para el avance de la democracia. Esto significó un aumento notable del número de votantes, la aparición de nuevos actores, los partidos políticos, el papel de los medios masivos de comunicación y la introducción de reformas sociales desde el Estado. Este último punto es clave ya que la creciente movilización de los sectores populares y el temor a la revolución social, fueron el catalizador para la promoción de reformas sociales con sesgo paternalista con los sectores más débiles del nuevo electorado. Pero estos procesos eran contemplados sin entusiasmo por los gobiernos que los introducían, incluso cuando la convicción ideológica les impulsaba a ampliar la representación popular. Ciertamente, las agitaciones socialistas de la década de 1890 y las repercusiones directas e indirectas de la primera revolución rusa, aceleraron la democratización. En consecuencia, el problema era como conseguir manipularla. (Clientelismo político, fraude, el colegio electoral, entre otros) Cuando los gobernadores querían decir lo que realmente pensaban tenían que hacerlo en la oscuridad de los pasillos de poder, en los clubes, en las reuniones sociales privadas, etc. Así la era de la democratización se convirtió en la era de la hipocresía política. O en un lenguaje más coloquial, en la era de la demagogia de masas.

La democratización, aunque estaba progresando, apenas había comenzado a transformar la política. Pero sus implicaciones, explicitas ya en algunos casos, plantearon graves problemas a los gobernantes de los Estados y a las clases en cuyo interés gobernaban. Se planteaba el problema de mantener la unidad, incluso la existencia, de los Estados, problema que era ya urgente en la política multinacional confrontada con los movimientos nacionales. ¿No interferiría inevitablemente la democracia en el funcionamiento del capitalismo y –tal como pensaban los hombres de negocios-, además, de forma negativa? Se planteaba, incluso la supervivencia de la sociedad tal como estaba constituida, frente a la amenaza de los movimientos de masas deseosos de realizar la revolución social. Fue la súbita aparición en la esfera internacional de movimientos obreros y socialistas de masas en los años 1880 y posteriormente, el factor que pareció situar a muchos gobiernos y a muchas clases gobernantes en unas premisas básicamente iguales. En realidad, el único desafío real al sistema procedía de los medios extraparlamentarios, y la insurrección desde abajo no sería tomada en consideración, por el momento, en los países constitucionales, mientras que los ejércitos, incluso en España, país típico de pronunciamientos, conservaron la calma. Y donde, como en los Balcanes o como en la América latina, tanto la insurrección como la irrupción del ejército en la política fueron

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acontecimientos familiares, lo fueron como partes del sistema más que como desafíos potenciales al mismo.

Antes o después –en el caso de los socialistas después de su caída en 1889-, los gobiernos tenían que aprender a convivir con los nuevos movimientos de masas. En general, el decenio de 1890, que conoció la aparición del socialismo como movimiento de masas, constituyó el punto de inflexión. Comenzó entonces una era de nuevas estrategias políticas. Pero si (a diferencia de lo que ocurrió en los decenios posteriores a 1917) la sociedad burguesa en conjunto no se sentía amenazada de forma grave e inmediata, tampoco sus valores y sus expectativas históricas decimonónicas se habían visto seriamente socavadas todavía. Se esperaba que el comportamiento civilizado, el imperio de la ley y las instituciones liberales continuaran con su progreso secular.

El objetivo básico de la clase dirigente era el movimiento obrero y socialista. Éste sería más fácil de controlar que los movimientos nacionalistas que aparecieron en este período que, aunque habían aparecido anteriormente, entraron en una fase de nueva militancia, autonomismo o separatismo. En cuanto a los católicos, salvo en los casos en los que se identificaron con el nacionalismo autonomista, fue relativamente fácil integrarlos, pues eran conservadores desde el punto de vista social –este era el caso incluso entre los raros partidos socialcristianos como el de Lueger- y, por lo general, se contentaban con la salvaguarda de los intereses específicos de la Iglesia.

Ciertamente, era impensable todavía incluir a los socialistas en el Gobierno. No se podía esperar tampoco que toleraran a los políticos y gobiernos “reaccionarios”. Sin embargo, podía tener buenas posibilidades de éxito la política de incluir cuando menos a los representantes moderados de los trabajadores en un frente más amplio en favor de la reforma, la unión de todos los demócratas, republicanos, anticlericales u “hombres del pueblo”. Lo que impulsaba a los hombres sensatos de las clases gobernantes era, más bien, el deseo de explotar las posibilidades de domesticar a esas bestias salvajes del bosque político. La estrategia reportó resultados dispares según los casos, y la intransigencia de los capitalistas, partidarios de la coacción y que provocaban enfrentamientos de masas, no facilito la tarea, aunque en conjunto esa política funcionó, al menos en la medida en que consiguió dividir a los movimientos obreros de masas en un ala moderada y otra radical de elementos irreconciliables –por lo general, una minoría-, aislando a esta última.

Lo cierto es que la democracia sería más fácilmente maleable cuando menos agudos fueran los descontentos. Así pues, la nueva estrategia implicaba la disposición a poner en marcha programas de reforma Hay asistencia social, que socavo la posición liberal clásica de mediados de siglo de apoyar gobiernos que se mantenían al margen del campo reservado a la empresa privada y a la iniciativa individual. Pero ¿acaso no era posible conseguir la lealtad de las masas sin embarcarse en

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una política social de grandes gastos que podía reducir los beneficios de los hombres de negocios de los que dependía la economía? Como hemos visto, se tenía la convicción no solo de que el imperialismo podía financiar la reforma social, sino también de que era popular. La guerra, o al menos la perspectiva de una guerra victoriosa, tenía incluso un potencial demagógico mayor. El imperialismo norteamericano consiguió movilizar con éxito la popularidad de las armas para la guerra contra España en 1898.

En consecuencia, este fue el momento en que los gobiernos, los intelectuales y los hombres de negocios descubrieron el significado político de la irracionalidad. La vida política se ritualizó, pues, cada vez más y se llenó de símbolos y de reclamos publicitarios. Conforme se vieron socavados los antiguos métodos –principalmente religiosos-para asegurar la subordinación, la obediencia y la lealtad, la necesidad de encontrar otros medios que los sustituyeran se cubría por medio de la tradición utilizando métodos antiguos y experimentados capaces de provocar la emoción, como la corona y la gloria militar y otros sistemas nuevos como el imperio y la conquista colonial. Así por ejemplo el 14 de julio francés se impuso como auténtica fiesta nacional porque recogía tanto el apego del pueblo a la gran revolución como los deseos de contar con una fiesta institucionalizada.

Así, pues, los regímenes políticos llevaron a cabo, dentro de sus fronteras, una guerra silenciosa por el control de los símbolos y ritos de la pertenencia a la especie humana, muy en especial mediante el control de la escuela pública (sobre todo la escuela primaria, base fundamental en las democracias para “educar a nuestros maestros” en el espíritu “correcto”) y, por lo general, cuando las Iglesias eran poco fiables políticamente, mediante el intento de controlar las grandes ceremonias del nacimiento, el matrimonio y la muerte. De todos estos símbolos, tal vez el más poderoso era la música, en sus formas políticas, el himno nacional y la marcha militar y, sobre todo, la bandera nacional. Los Estados y los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad emocional con los movimientos de masas no oficiales, que muchas veces creaban sus propios contra símbolos, como la “Internacional” socialista, cuando el Estado se apropió del anterior himno de la revolución, la Marsellesa.

Los partidos socialistas que aceptaron la guerra lo hicieron, en muchos casos, sin entusiasmo y, fundamental mente, porque temían ser abandonados por sus seguidores, que se apuntaron a filas en masa con celo espontáneo. En el Reino Unido, donde no existía reclutamiento militar obligatorio, dos millones de jóvenes se alistaron voluntariamente entre agosto de 1914 y junio de 1915, triste demostración del éxito de la política de la democracia integradora. De cualquier forma, en el período que transcurre entre 1880 y 1914, las clases dirigentes descubrieron que la democracia parlamentaria, a pesar de sus temores, fue perfectamente compatible con la estabilidad política y económica de los

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regímenes capitalistas. Ese descubrimiento, así como el propio sistema, era nuevo, al menos en Europa.

Movimientos de masas

¿Quiénes formaban las masas que se movilizaban ahora en la acción política? En primer lugar, existían clases formadas por estratos sociales situados hasta entonces por debajo y al margen del sistema político, algunas de las cuales podían formar alianzas más heterogéneas, coaliciones o “frentes populares”. La más destacada era la clase obrera, que se movilizaba en partidos y movimientos con una clara base clasista.

Hay que mencionar a continuación la coalición, amplia y mal definida, de estratos intermedios de descontentos, a los que les era difícil decir a quién temían más, si a los ricos o al proletariado. Era esta la pequeña burguesía tradicional, de maestros artesanos y pequeños tenderos. Naturalmente, hay que hablar también del campesinado, que en muchos países constituía todavía la gran mayoría de la población, y el grupo económico más amplio en otros. Aunque a partir de 1880 (la época de depresión), los campesinos y granjeros se movilizaron cada vez más como grupos económicos de presión y entraron a formar parte, de forma masiva, en nuevas organizaciones para la compra, comercialización, procesado de los productos. Si los grupos sociales se movilizaban como tales, también lo hacían los cuerpos de ciudadanos unidos por lealtades sectoriales como la religión o la nacionalidad. La Iglesia se opuso a la formación de partidos políticos católicos apoyados formalmente por ella, aunque desde la década de 1890 reconoció la conveniencia de apartar a las clases trabajadoras de la revolución atea socialista y, por supuesto, la necesidad de velar por su más importante circunscripción, la que formaban los campesinos.

Catalizadores del movimiento de masas

Si la religión tenía un enorme potencial político, la identificación nacional era un agente movilizador igualmente extraordinario y más efectivo. Cuando, tras la democratización del sufragio británico en 1884, Irlanda votaba a sus representantes, el Partido Nacionalista Irlandés consiguió todos los escaños católicos de la isla. En segundo lugar, los nuevos movimientos de masas eran ideológicos. Eran algo más que simples grupos de presión y de acción para conseguir objetivos concretos, como la defensa de la viticultura.. La religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideologías precursoras del fascismo de entre guerras constituían el nexo de unión de las nuevas masas movilizadas, cualesquiera que fueran los intereses materiales que representaban también esos movimientos. En tercer lugar, de cuánto hemos dicho se sigue que las movilizaciones de masas eran, a su manera, globales. Quebrantaron el viejo marco local o regional de la política, minimizaron su importancia o lo integraron en movimientos mucho más amplios. Para quienes lo

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apoyaban, el partido o el movimiento les representaban y actuaba en su nombre. De esta forma, era fácil para la organización ocupar el lugar de sus miembros y seguidores y a sus líderes dominar la organización. En resumen, los movimientos estructurados de masas no eran, de ningún modo, republicas de iguales. Pero el binomio organización y apoyo de masas les otorgaba una gran capacidad: eran Estados potenciales. De hecho, las grandes revoluciones de nuestro siglo sustituirían a los viejos regímenes, Estados y clases gobernantes por partidos y movimientos institucionalizados como sistemas de poder estatal.

Dos obstáculos frente al proyecto liberal

La clase obrera: no solo creció numéricamente sino que las experiencias compartidas en los lugares de trabajo, en los barrios obreros, en los espacios de recreación o públicos, así como la organización sindical o la misma interpretación política de los socialistas impulsaron la creación de una identidad como clase obrera. (no fue un fenómeno homogéneo a nivel europeo; en Estados Unidos en parte por la heterogeneidad cultural y por otra por las sucesivas reorganizaciones del sistema productivo como también por el espectacular crecimiento económico impidió la conformación de partidos obreros sólidos.)

La Nueva Derecha Radical: Desarrolló una política novedosa que desechaba la lógica de la argumentación y apelaba a la emocionalidad de las masas, recogiendo las quejas e incertidumbres suscitadas por los cambios sociales y el impacto de la crisis económica. Desde su perspectiva la democracia liberal no era capaz de defender las glorias de la nación y era la responsable de las injusticias económicas y sociales que producía el capitalismo.

Una tercera vía entre Capitalismo y Socialismo

La Iglesia Católica: Rechazó de plano el liberalismo y el mundo moderno. La propuesta de atender los justos reclamos de los trabajadores tuvo como corolario la creación de partidos políticos y sindicatos católicos, organizados con carácter laico. Los sindicatos católicos lograron mayor arraigo en las pequeñas ciudades y en el campo en detrimento de los grandes enclaves industriales urbanos donde tuvieron dificultades para competir con los socialistas.

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