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¿Diseñar un dios? Presentamos a los ganadores del V Concurso ASCIINúmenor Universidad Complutense Madrid

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S c i · F d I - R e v i s t a d e C i e n c i a F i c c i ó n - # 0 8 - 0 9 / 2 0 1 3 - F a c u l t a d d e I n f o r m á t i c a - U C M - I S S N 1 9 8 9 - 8 3 6 3

Sci·FdI: Revista de Ciencia Ficción

de la Facultad de Informática

de la UCM

¿Diseñar un dios?Presentamos a los ganadoresdel V Concurso ASCII­NúmenorP o r t a d a p o r Ó s c a r L a z o M e r c a d o | h t t p : / / w w w . u c m . e s / s c i - f d i | s c i f d i @ f d i . u c m . e s

· Deus ex machina · Eva desencadenada · Rosas rojas ·· Solipsys · Chips de nuestros padres · Patrulla nocturna ·

· El mensaje extrasolar · Rastrillo de lecturas #2 ·

UniversidadComplutense

Madrid

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Esta revista ha sidomaquetada consoftware l ibreusando Scribus

Comité EditorialRafael Caballero RoldánEnrique Eugenio Corrales MateosHéctor Cortiguera HerreraSamer HassanSalvador de la Puente GonzálezIsmael Rodríguez LagunaFrancisco Romero CalvoFernando Rubio DiezDavid Sigüenza TortosaGumersindo Villar García-Moreno

PortadaÓscar Lazo Mercado

MaquetaciónBeatriz Alonso CarvajalesEnrique Eugenio Corrales MateosSalvador de la Puente González

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EditorialComité Editorial

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Edición on-l ine:http://www.ucm.es/sci-fdi/

Envíos, dudas o sugerencias:[email protected]

Deus ex machina................................................................5Eva desencadenada......................................................... 1 0Rosas rojas....................................................................... 1 6Sol ipsys............................................................................ 1 9El universo de Metro 2033 necesita tu contribución......... 23Chips de nuestros padres................................................. 25Patrul la nocturna............................................................. 30El mensaje extrasolar....................................................... 38Rastril lo de lecturas #2.................................................... 40

Queridos amigos,

Tenemos el placer de presentaros elnúmero 8 de Sci-FdI. El pasado númeroanunciábamos un concurso de ilustracionescon la temática de ciencia ficción. La calidadde los envíos nos lo ha puesto realmentedifícil, pero al fin había que tomar una decisióny en la portada del número actual podéisencontrar la ilustración ganadora, Duty, quenos envió Óscar Lazo Mercado.

También, y seguimos con ganadores deconcursos, nos alegra incluir entre los relatosde este número el primer y el segundo premiodel concurso anual que organizan lasasociaciones ASCII y Númenor. El ganador,Deus ex machina, nos recuerda entrereferencias filosóficas y mucho sentido delhumor que los sacrificios en aras de la cienciano siempre se ven recompensados. Elsegundo, Eva desencadenada, se nutre de losorígenes de la ciencia ficción, dejando unregusto a relato clásico que nos hace recordara E.T.A. Hoffmann.

Por supuesto, nuestro número incluyetambién los relatos que los amantes delgénero nos envían a [email protected]. Esta vezla mayor parte de los relatos tienen la virtudde inquietar mientras entretienen. Así ocurreen Rosas Rojas, con sus terribles destinosencadenados, en la incierta realidad deSolipsys, o en los desazonadores futuros deChips de nuestros padres y Patrulla nocturna.Por supuesto no hay revista de ciencia ficciónsin extraterrestres (El mensaje extrasolar).Completa este número la segunda entrega delRastrillo de lecturas que nos lleva de nuevo apasear entre libros conocidos y no tanconocidos del género.

Esperamos que tras leer este númeropodáis dormir a pesar de esos ruidossospechosos en el pasillo, que no sintáis lanecesidad de mirar para atrás cuando camináispor la calle, y que no acabéis dudando sobrequiénes sois realmente o acerca de quiénseréis mañana.

Aprovechamos para desmentir que lalectura de estos relatos haya resultado fatalpara el equilibrio mental de algunos miembrosde nuestra redacción. Y, por favor, dejad deespiarme. Sé que ahora mismo, mientrasescribo, me observáis a través de la cámara delordenador. Parad, sabed que escucho vuestrascarcajadas a través de los altavoces. No puedomás.

Índice

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Deus ex machinaMiguel Ángel Rubio Moraleda

El Doctor Steiner avanzaba, intentandodarse prisa, por el largo pasillo blanco delcomplejo de laboratorios. Lo habían llamadocon urgencia del laboratorio 009 mientrasesperaba a que se enfriase la taza de café demáquina que acababa de comprar (bastantemalo, todo sea dicho; tres siglos después delas primeras máquinas de café no eransuficientes para mejorar el producto, por lovisto), e intentaba llevarlo consigo lo másrápido posible sin que se derramase, pues notenía ninguna intención de tirarlo o de dejarloen cualquier mesa de la cafetería. Siempre quehabía hecho algo así, el café habíadesaparecido a su vuelta. Y esta vez no iba apasar. De ninguna manera.

Al cruzar la puerta del laboratorio 009, lametálica mirada acusadora de Tom (enrealidad se llamaba Unidad de Procesamientode Nivel Próximo nº de serie 233409, peroSteiner se dirigía a él con un nombre máscorto y práctico para el trabajo diario) hizo quese parase de golpe, derramando un poco decafé hirviendo.

—¿Puede saberse por qué ha tardadotanto, Steiner? Le dejé bien claro en elmensaje que este asunto tiene prioridadmáxima —dijo Tom, levantándose de suescritorio.

—No lo entenderías. Un robot nuncasería capaz de entender la importancia delcafé de las once. Bueno, sea lo que sea, yaestoy aquí. ¿De qué se trata?

Suspirando, Tom se acercó a la pantallaprincipal del laboratorio y tecleó rápidamenteuna serie de órdenes. Una serie de númerosaparecieron en la pantalla, para desaparecer,sustituidos por otra serie nueva, y otra nueva,y otra nueva, tan rápido que sólo se podíadistinguir una confusa bruma.

—Nos han llegado unos resultados desdelos Ordenadores Centrales. Interpretarlos hasido muy difícil. Las Unidades deProcesamiento de Nivel Medio han tardado

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unos segundos, ¿se lo puede imaginar? Yomismo he tardado un minuto y diecisietesegundos en hacerlo —diciendo esto, Tom segiró, mirando con los ojos como platos a sucolega humano—. Estamos ante el hallazgomás importante de toda la Historia, Steiner.

Steiner dejó su café sobre el escritoriomás cercano, manchando con él algunospapeles. Miraba a Tom con impaciencia.

—Doctor, los últimos cálculos acerca deltejido profundo y fundamental del Universoindican empírica e indudablemente que…—Tom vaciló—… que Dios no existe.

Steiner dejó caer los hombros, con unaire de decepción en su mirada.

—Oh, es eso —dijo—, bueno, sí, muchosde nosotros ya lo sospechábamos. Casi todos,de hecho. Pero bueno, supongo que esto darápara un artículo… Pero no sé si será publicado,no sé si hay un interés en la…

—Doctor Steiner —dijo Tom, interrum-piéndole—, párese a pensar un momento.Estos datos dan una respuesta fiable a lamayor y más trascendente incógnita de lahumanidad desde su mismo origen.

—Vale, vale. De acuerdo. Dios no existe.Supongo que alguien se llevará una sorpresa—dijo, retomando su café y dándole unsorbo—. Bien. Explícame por qué.

—No puedo hacer tal cosa, doctor. Ladivinidad está más allá del alcance delintelecto humano. Es por esa razón por la quepara investigar el tejido básico y fundamentaldel Universo han creado los OrdenadoresCentrales, tan complejos que para interpretarsus hallazgos crearon las Unidades deProcesamiento de Nivel Medio, tan complejosasimismo que nos crearon a nosotros, lasUnidades de Procesamiento de Nivel Básico—Tom levantó una ceja—. ¿Es que nunca haleído a Kant?

—Inténtalo. Soy el físico más prestigiosodel planeta por una razón —Steiner se sentó ymiró fijamente a Tom—. Intenta explicármelocomo si se lo explicases a un pequeño niñorobot.

Tom gruñó.

—Sea serio, doctor. Sabe que no existenniños robot. Y no insista, es imposible. Sólopuedo decirle que los cálculos se derivan de

una ecuación cuya formulación tardaríacincuenta y siete generaciones humanasestándar en leer, pero cuyo resultado es, sinlugar a dudas, cero. ¡Cero! El valor de Dios escero. Dios no existe —dijo mientras se sentabaen su silla y se cubría la cara con las manos.

Steiner se revolvió incómodo en su silla.No sabía que un robot pudiera tenersentimientos religiosos. ¿Debía levantarse yconsolar a Tom? ¿Guardar un respetuososilencio? ¿Volver más tarde? Le dio un sorbo asu café. Aún quemaba. Al final se animó ahablar.

—Bueno, Tom, no es el fin del mundo.Aquí estamos de todas maneras, ¿no? Detodas formas, no creo que en las escriturasaparezca nada acerca de la resurrección de losrobots…

—No lo entiende, doctor. Sí que puedeser el fin del mundo —Tom se levantó yregresó a la pantalla. Tecleó otra serie deórdenes y una nueva bruma apareció. Era,evidentemente, una bruma distinta a laprimera, aunque Steiner no podría jurarlo—.Según esta otra ecuación, la existencia de Dioses una condición necesaria para la existenciadel Universo. ¿No lo ve? —Señaló a un puntoindeterminado de la bruma y miró a Steiner—.Esa incógnita debería tener valor uno. No memire así, esto no es nada nuevo. ¿Es que nuncaha leído a Tomás de Aquino?

—Lo que dices no tiene sentido, Tom. Si elmundo es imposible, ¿qué hacemos aquíexactamente? ¡Sería imposible que estuviéramosaquí, ahora mismo, hablando! Los cálculosdeben estar mal. Quizá los interpretaste mal.¡Aparta un momento!

Steiner se acercó a la pantalla y tecleó auna velocidad irrisoria comparada con la deTom. La bruma desapareció, y en su lugarapareció una máquina enorme y rectangular,de un cegador color blanco, salvo por unaranura en la parte central de color negro en laque un círculo de luz roja, parecido a un ojototalmente abierto, miraba fijamente desdeuna lejana habitación.

—Aquí la Unidad de Procesamiento deNivel Medio número de serie 678. ¿Qué desea,doctor Steiner? —dijo la máquina con un tonode voz algo molesto. Para las Unidades deNivel Medio, tratar directamente con humanoses una complicación y una interrupción de su

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trabajo.

—¿Cuál es el resultado de la ecuación…—consultó las pantallas secundarias— númerotreinta y siete con fecha de hoy?

—Cero, doctor Steiner —dijo la máquinarápidamente.

—Bien, ¿y qué significa ese resultado?

—Que Dios no existe, doctor Steiner.

—Ajá —Steiner miró de reojo a Tom, quele observaba con los brazos cruzados—, ¿y elde la número treinta y ocho con fecha de hoy?

—Cero con una serie de cuatro milquinientos treinta y siete ceros seguidos de unseis, doctor Steiner.

—Ya. Y… ¿qué significa eso?

—En principio, doctor, que el Universono puede existir. Esta ecuación sólo deberíapermitir uno o cero como resultado: existenciao no existencia. El ser no tiene gradación. Porlo tanto, un resultado cero significa la noexistencia del Universo. Sin embargo, comoacabo de decirle, el resultado es mínimamentemayor que cero. Esta anomalía, de lo másinteresante, indica que la existencia delUniverso es tan improbable que podría dejarde existir en cualquier momento. De hecho,creemos que, ahora que lo hemos descubierto,el cese del Universo es más probable. El hechode que indagáramos en el tejido básico yfundamental es también una variable de laecuación, doctor Steiner.

El físico no contestó. Esta información síque era grave. Le daba miedo moverse, por siel más mínimo cambio fuera también unavariable en la ecuación. Si te quedas de pie, elUniverso sigue existiendo. Si mueves un clipen una mesa, todo desaparece.

—¿Algo más, doctor Steiner? —dijo lamáquina, impaciente.

—No, no. Eso será todo. Muchas gracias.

La pantalla quedó negra. Un escalofríorecorrió la espalda de Steiner al ver aquellanegrura repentina. Tan vacía.

—Supongo que ahora comprende lagravedad del asunto —dijo Tom con el clásicotono de “te lo dije”.

Steiner suspiró y cerró los ojos, paravolverlos a abrir rápidamente. No cambies

nada, no cambies nada, no cambies nada,estamos perdidos, no cambies nada, sicambias algo, puedes… cambiar las variables.Steiner dio un salto.

—Tom, abre una petición a losOrdenadores Centrales. Prioridad máxima.Quiero que formulen la programaciónnecesaria para que la primera ecuación déuno. Yo voy a dirección a solicitar el proyecto—Miró a Tom, al ver que no se movía—.¡Vamos! Tenemos que crear a Dios.

Unas horas más tarde, Tom y Steinerestaban garabateando diversos diseños. Erauna cuestión de una dificultad notable: ¿quéaspecto físico debe tener Dios? La primeraidea era, evidentemente, la de un robot conaspecto de anciano, con una larga barbablanca y una majestuosa túnica, pero era unavisión demasiado simple y llena de problemas(¿Por qué un hombre? ¿Por qué viejo? ¿Por quécon barba? ¿Dios sufre de alopecia o no?). Porlas pantallas circulaban miles de imágenesreligiosas de todas las culturas de la Historia,pero eran tan diferentes unas de otras quellegar a un término medio entre todas eratotalmente imposible. ¿Una serpienteemplumada? ¿Un hombre con cabeza dehalcón? ¿Una bola de luz con lo que parecíandecenas de tentáculos? ¿Un elefante danzarín?¿Un hombre esquelético y cubierto de heridasclavado a una cruz de madera? Recurrir a estasimágenes era muy poco fructífero: cualquierrepresentación podría ofender a mucha gente.Por esta razón, el siguiente paso fue el dediseñar un aspecto totalmente original. Steinerestudió cuidadosamente, en numerosasrevistas de diseño y tecnología, el último gritoen menaje, ordenadores, coches, barcos,aviones privados, naves espaciales, aceleradoresde partículas, generadores atómicos ytransmutadores de materia; es decir, objetoscotidianos, cercanos para la gente de la calle.Después de horas de intensa lectura, dibujóunos detallados planos para el cuerpo. Diossería una enorme máquina ligeramenteantropomorfa, llena de vivos colores, con unacabeza esférica que cambiaría continuamentede color, con enormes alerones amarillos, unamajestuosa capa roja y un panel de luces en elpecho. Su presentación en sociedad seríarecibida con grandes ovaciones: erasencillamente precioso. Tom, sin embargo,rechazó tajantemente el diseño, alegando que

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los alerones amarillos y las capas rojas habíanpasado de moda tres años antes; las esferasmulticolores y los paneles de luces, si bien erande rabiosa actualidad y prácticamente todo losincorporaba ahora, seguramente quedasentambién démodé tarde o temprano, y algocomo Dios debería tener un aspectoatemporal. Tras acaloradas discusiones,llegaron a un acuerdo: el hardware de Dios,finalmente, sería una enorme esfera blanca deuna aleación de 4-metasilicateno aumentadocon fibras de triaureargino, totalmente lisa,salvo por una pequeña bombilla roja comoindicador y, por supuesto, el enchufe y elinterruptor de encendido. Admirando losplanos, Steiner y Tom se miraron con unasonrisa de satisfacción y asintieron con lacabeza.

En seguida se pusieron manos a la obra.Los martillazos, golpes, ruidos metálicos ysoldaduras que salían del laboratorio 009hacían que la gente que pasaba por lospasillos girara la cabeza con curiosidad. Unaspocas horas más tarde, el trabajo estabahecho. La enorme esfera blanca, con supequeño indicador rojo, ocupaba la mayorparte del laboratorio, por lo que Steiner y Tomhabían tenido que retirar algunas mesas yamontonar algunos archivos. El softwaredivino (tras haber sido repasado varias vecesen busca de cualquier bug) estaba terminandode transferirse. Steiner estaba sentado, con lasmangas de la bata arremangadas, secándoseel sudor de la frente y jadeando. Tom, de pie,miraba impasible su reflejo en la superficie dela esfera. Una aguda campanilla indicó el fin dela transferencia. Steiner se levantó y se acercóal enchufe. Cogió el cable, lo desenredógruñendo en voz baja, preguntándose cómose había hecho un nudo así si nadie lo habíatocado, y lo enchufó.

—Todo listo, Tom —dijo—, vamos aencender a Dios.

Tom le contestó con un movimientoafirmativo de cabeza. Steiner, sin embargo, sedemoró un poco en pulsar el interruptor.Pensaba que iba a protagonizar un momentoenormemente trascendente y que, como tal,debía saborearlo. Sin embargo, sólo sentía unligero nerviosismo. Tragó saliva y pulsó elinterruptor.

Un ligero zumbido se hizo apenas audible

mientras la máquina se ponía en marcha,haciéndose cada vez más fuerte. Steiner, ahoraal lado de Tom, observaba cómo el indicador seencendía poco a poco con una débil luz roja.Tanto la luz como el zumbido se hacían másintensos, más intensos, más intensos, elzumbido ahora era un rugido ensordecedor, dela bombilla salía una cegadora luz roja queinundaba el laboratorio, Steiner se llevó losbrazos a la cara…

De golpe, el laboratorio quedó en calma.Steiner, vacilando, apartó los brazos y miróintentando no abrir mucho los ojos. La esferahabía desaparecido. Tras unos segundos con laboca abierta, miró a Tom, y comprobó que elrobot mostraba la misma expresión deincredulidad.

—Tú estabas mirando, ¿qué ha pasado?—dijo Steiner.

—No… no lo sé. De repente no estaba.No vi ningún estado intermedio. Primeroestaba, después ya no.

Los dos quedaron en la misma posturaun par de minutos. Entonces, Steiner echó acorrer hacia la pantalla principal. Tecleó unasórdenes y en la pantalla apareció la mismamáquina de antes.

—Aquí la Unidad de Procesamiento deNivel Medio número de serie 678. ¿Qué desea,doctor Steiner?

¡Dime el resultado de la ecuaciónnúmero treinta y siete con fecha de hoy!

—Uno, doctor Steiner.

Steiner y Tom se miraron. El doctor volvióa dirigirse a la pantalla.

—¿Y el de la número treinta y ocho?

—¿De qué día, doctor Steiner?

—¡De hoy, evidentemente!

—Uno, doctor Steiner.

Los dos dieron un salto. Rieron, seabrazaron, bailaron torpemente, canturrearon.La máquina de la pantalla fingió aclararse lagarganta que no tenía.

—¿Desea algo más, doctor Steiner?

—¡Ya lo creo! —Steiner dejó de bailoteary se concentró—. Esto me va a valer el Nobel.¡Qué digo! ¡Todos los galardones científicos deaquí a diez años como poco! ¡Voy a escribir un

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libro detallando todo esto que va a ser el librode cabecera de todos los que se dignen allamarse científicos de aquí en adelante!Quiero que me mandes a mi ordenadorpersonal todos los detalles acerca de lasecuaciones treinta y siete y treinta y ocho, conlos distintos resultados que han tenido,haciendo un informe detallado de las variablesque han cambiado, indicando la hora exactadel cambio, y quiero…

—Disculpe que le interrumpa, doctorSteiner —dijo bruscamente la máquina—. Lasecuaciones treinta y siete y treinta y ocho nohan sufrido ningún cambio desde su primeraformulación hasta el momento presente.Ambas han tenido siempre el resultado uno.

Steiner enmudeció. Tragó saliva y dijo:

—¡Eso es imposible! ¡Esta misma mañanate he preguntado los resultados y me dijisteque eran cero y cero coma no-sé-cuantos seis!

—No es correcto, doctor Steiner. Misbases de datos lo confirman. Uno y uno.

Steiner apagó la pantalla. Suspiróprofundamente y miró a Tom.

—Con que diseño atemporal, ¿no?

—¡A mí no me culpe! Aunque lehubiésemos puesto una estética del siglo XXI,hubiera pasado lo mismo. ¡La atemporalidades uno de los factores de la programación deDios! ¿Es que nunca ha leído a Agustín deHipona?

El físico se sentó en el suelo, apoyándosecontra la consola de la pantalla, y se llevó lasmanos a la cara. Tom, tras vacilar un momentoy consultar los manuales de psicologíahumana que tenía instalados, se acercó a él yle consoló, diciéndole que aunque no puedaescribir una tesis brillante, y aunque nadiesupiera jamás que habían sido ellos, al menoshabían salvado el Universo de la desaparición.

—Tienes razón, Tom. Tienes razón —dijoSteiner incorporándose—, hemos hecho unbuen trabajo. Enhorabuena.

Steiner fingió una sonrisa y le dio unapalmadita en el hombro a Tom. Se dio la vueltay se dirigió a la salida del laboratorio 009. Enun escritorio vio su olvidada taza de café. Larecogió y salió del laboratorio. En el umbral dela puerta, se giró hacia Tom.

—¿Por qué crees que la Unidad de Nivel

Medio no recordaba nada de nuestraconversación anterior, pero nosotros lorecordamos todo?

—No lo sé. ¿Agradecimiento, quizás?

—¡No sé si llamarlo así, la verdad! —dijoSteiner volviéndose.

La puerta del laboratorio 009 se cerró asus espaldas. Steiner echó a andar por el largopasillo blanco. Dio un sorbo a su café, pusocara de asco y miró hacia arriba con gesto dereproche.

El café estaba helado.

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Eva desencadenadaGerardo Martín Arobes López

Me veo en la obligación moral deexplicar por escrito los extraños sucesos de losque fui testigo y partícipe durante mi huida dela justicia francesa, cuando llegué a aquellaremota finca perdida en medio de la selvavirgen, a un día de viaje desde Iquitos. Quizá sirelato lo que viví durante mi estancia en aquelsuntuoso palacete, alguien pueda dar por finun sentido a todo aquello, o acaso ese alguienpueda por fin certificar mi locura. Aundemostrándose mi demencia, hallaría ciertaserenidad para mi espíritu, puesto que loacontecido no sería algo distinto de unapesadilla que se hubiera filtrado hasta miconciencia durante la vigilia. Mi locura seríauna respuesta consoladora, pues de locontrario sería horrendo no solo para mí, sinopara cualquiera de nosotros pensar en lanaturaleza de los componentes del alma detodo ser humano.

(I)

Comenzaré mi historia contando cómome convertí en un fugitivo. Yo era miembroactivo de la sociedad ocultista más ligada alpoder político que hay en París. Dentro de estasociedad ocultista dedicada al estudio de lafilosofía hermética, había miembros de distintasideologías; estos miembros pertenecientes a laaristocracia pugnaban en su vida pública por elpoder sobre la ciudad y sobre toda Francia. Lasluchas políticas terminaron trasladándosesoterradamente también a nuestra sociedad.Durante las reuniones secretas que nuestrahermandad celebraba en las húmedascatacumbas con el noble propósito de avanzaren el conocimiento humano, se empezaron atejer las conspiraciones más aviesas y ladinas.Entre murmullos dichos al oído se tramabantraiciones y chantajes hacia otros miembrosde la sociedad. Con el tiempo todos tuvimosque posicionarnos dentro de alguna de lasfacciones que mantenían una lucha intestinaque acabaría teniendo resultados fatídicos. Yome encontré entre los perdedores cuando lasituación por fin estalló. Tres de miscompañeros y aliados fueron asesinados pornuestros enemigos. La escena del crimen fue

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manipulada de tal manera que todo meseñalaba a mí como autor de los asesinatos.Nuestros poderosos enemigos tenían a suservicio a algunos policías corruptos que loorganizaron todo para inculparme. Así meconvertí en un fugitivo. Tenía que huir deFrancia, incluso abandonar Europa si queríaseguir con vida. Uno de mis aliados que aúnno había sido capturado me aconsejó quehuyera a América, y que allí buscara a undistinguido científico que veinte años atráshabía formado parte de nuestra malogradasociedad.

El doctor Athanasius Lemoine podríaproporcionarme protección y quizá unaidentidad nueva en América.

Así dejé París rumbo a un mundo nuevo.Me embarqué como pasajero de tercera claseen el primer barco que partía hacia Guayana.Una vez allí tendría que buscar el medio dellegar hasta Perú y, finalmente, encontrar lafinca del doctor Lemoine. Todo pareció irsegún lo previsto hasta que llegué a la etapafinal de mi viaje. El día que me dispuse a partirdesde Iquitos hasta mi destino final sucumbí aunas fuertes fiebres, mi débil organismoeuropeo no estaba preparado para el climatropical. La fiebre empezó a manifestarse, cadavez lo hacía con mayor virulencia segúnavanzaba el trayecto, y conforme la diligenciaque me trasladaba a la aldea donde vivíaLemoine se adentraba más en la jungla, yosentía que me dirigía hacia un mundo atávicoy extraño. Mi percepción de lo que merodeaba conforme avanzaba la diligencia setornaba cada vez más irreal, tenía la sensaciónde que mi largo viaje no solo me habíadesplazado en el espacio, sentía que habíaretrocedido en el tiempo a una época en laque el mundo aún estaba inacabado. La selvatenía un aspecto virgen y primitivo, sentía queme adentraba en una región del mundo queaún no había sido pisada por hombre alguno.

Estaba adentrándome en la tierra quehabitaron los primeros hombres. El jardín delEdén se extendía ante mí con una frondosidadque nunca hubiera imaginado, extrañas ycoloridas aves poblaban los árboles. Loscolores vivos de la selva —en particular elverde con miles de tonos— y las estilizadasformas de los infinitos árboles saturaban misfatigados sentidos, y en mi conciencia seconfundían percepciones y pensamientos.Sonidos, imágenes y fragancias que propalaba

ese mundo intenso se amalgamaban en mienfebrecido cerebro. La naturaleza parecíahablarme de una forma severa, con un rugidode vida capaz de fulminarme en un instante.Entonces, reparé en la mirada que me dirigíauno de los pasajeros que me acompañaba enla diligencia. Se trataba de un indígena quepareció preocupado por mi evidente estadode aturdimiento. El hombre, de una edadindeterminable para mí, me sonrióamablemente y me dirigió unas palabrasdirigidas a iniciar una conversación.

—Nosotros llamamos Cayahuari anuestra tierra. Es el país donde Dios noterminó su creación. Muchos creemos quecuando los hombres hayan desaparecido de lafaz del mundo, Dios regresará y terminará aquísu creación.

Las palabras de este hombre parecíanconfirmar mi particular aprehensión de aquelarcaico lugar. Mi respuesta a este hombre sevio frustrada en ese momento cuando la vozdel cochero anunció que había llegado a midestino. El palacete de Lemoine ya se dibujabaante mí, como un espejismo en medio de lanaturaleza, a apenas unos 500 metros. Bajé dela diligencia con mi escaso equipaje. Elvehículo partió con inustada presteza trasapearme de él. Anduve con lentitud por lasenda que conducía hacia la edificaciónsolitaria de suntuoso estilo versallesco. Nopodía ver ninguna otra cosa más allá de mispasos. Cuando llegué a la puerta llamégolpeando pesadamente la aldaba. Tras haceresto perdí el conocimiento.

(II)

Tras mi desvanecimiento se sucedieronuna serie de pesadillas y delirios durante losque tuvo lugar mi primer contacto con eldoctor Lemoine, y también con aquellacelestial criatura que fue Eva. Lo siguiente querecuerdo tras mi desmayo fue encontrarmetendido en una cama cubierta con un dosel defina seda azul cielo. Allí fui atendido por lossirvientes de Lemoine, quienes con rostrostemerosos y palabras atribuladas se esforzaronen decirme que el propio doctor me atenderíacuando le fuera posible. Pronto tuve la ocasiónde ver por primera vez a mi terrible anfitrión.Un hombre de aspecto repulsivo y ojos cruelesme auscultaba, el tacto de sus manos era fríocomo el de un cadáver. Luego me administrósobre la piel un fétido ungüento que mequemaba desde la epidermis hasta las

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entrañas. El terrible Galeno se presentó,efectivamente era Lemoine. Aquel personajesiniestro estaba lejos de parecerse al hombresabio y bonachón que mis compañeros de lasociedad me habían descrito cuando tuve quehuir de París. Me fijé en su rostro macilento ycubierto de supurantes úlceras. Su sonrisa,lejos de demostrar cordialidad, parecía ser unaburla hacia mí y mi destino. Dijo que sabíaquién era yo y que me acogería con gusto. Noobstante, su voz era cavernosa y carecía dehumanidad. Había encontrado al que iba a sermi protector, sin embargo me sentía más enpeligro que nunca. Sentía que me habíaconvertido en huésped del mismísimodemonio.

Las pesadillas y una febril vigilia sesucedían, de manera muchas vecesindistinguible para mí, durante mi convalecenciaen los primeros días de mi estancia en aquellamorada. Por las noches presentía la visita deterribles criaturas infernales, de íncubos,súcubos y grotescos duendes. Aquellos seresme acechaban durante mis pesadillas, de lasque a veces despertaba sobresaltado al oír enla noche la carcajada de Lemoine cuyo ecoreverberaba, como un terrible trueno, portodas las estancias del oscuro palacete hastallegar a mi alcoba.

Finalmente la fiebre remitió; según medijo uno de los sirvientes de Lemoine a quienle había encomendado mi cuidado habíantranscurrido tres días desde mi llegada. Estesirviente me dijo que el doctor seguía mirecuperación con todo el interés que susinvestigaciones le permitían, y que apenas mehabía visitado unos minutos al día desde millegada. Sin embargo, yo tenía la certeza dehaber sido acechado en mis pesadillas a cadainstante por aquel hombre que mehospedaba, y pensaba que mi enfermedad sehabía agravado hasta casi matarme desde elmomento en que él se había hecho cargo demí.

Observé el rostro de mi taciturnocuidador, se llamaba Benavides y habíaempezado a estar al servicio de Lemoinedesde hacía un par de años. Supe que aquelhombre de rostro triste y ojos turbados era elsirviente más antiguo que quedaba en aquellacasa. Me contó cómo a su llegada el resto delservicio se había ido poco a poco, espantadopor la figura de su amo; otros simplementedesaparecieron un día sin llegar a dar

explicación alguna sobre sus intenciones deabandonar el lugar. Aquella revelación sobre elincierto destino de algunos de los sirvientes,fue entendida por mí como una solapadainsinuación que me heló la sangre por unosinstantes. Pregunté a Benavides quiénesvisitaban y abastecían el lugar. Me dijo queregularmente llegaban suministros, no solo dealimentos, sino también de lujosas mercancíasprocedentes de los lugares más dispares delmundo. Lemoine era un buen cliente paraaquellos intrépidos comerciantes de objetoslujosos que se atrevían a adentrarse hasta supalacio. Lemoine era asiduo comprador detelas y cerámicas procedentes de China.

Compraba también lujosos muebles alos mismos comerciantes que vendían a losaristócratas parisinos y que ahora, en América,habían encontrado en los nuevos potentadosdel caucho de Manaos una nueva y generosaclientela. También eran periódicamentevisitados por vendedores de piedras preciosasque encontraban allí un magnifico cliente, yaque rara vez el doctor regateaba con ellos.Benavides dijo que las piedras preciosas erancelosamente guardadas por su amo en ellaboratorio en el que pasaba la mayor partedel tiempo. Le pregunté por el trabajo deldoctor, pero Benavides solo pudo decirme quesu laboratorio era abastecido también porcomerciantes que le traían extraños aparatos,minerales preciosos, algo que llamó“productos sulfurosos” y recipientes de cristalque tenían las formas más inverosímiles.

—¡Ese hombre hace trabajos para eldemonio en su laboratorio —dijo por finBenavides—, le entregó su alma a cambio desus secretos!

Pregunté a mi cuidador qué le deteníaen aquel lugar, por qué no se había ido comohabían hecho casi todos.

—Alguien tiene que cuidar a la señoritaEva —me dijo.

(III)

Cuando me disponía a preguntar quiénera esa señorita Eva, llamaron a la puerta. Trasresponder Benavides que pasaran, entró en laestancia una mujer de excepcional belleza. Sepresentó, dijo que se llamaba Eva y que era lahija del doctor. Al escuchar esto me sentíturbado. ¡Cómo era posible que aqueldecrépito demonio fuera el padre de un ángel!Se trataba de una joven adolescente de piel

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nívea, toda ella parecía irradiar una suave luz.Sus cabellos parecían dorados, como los de lasprincesas de los cuentos de hadas, y sus ojoseran de un azul intenso que brillaba como elde dos verdaderos zafiros. Sus rojos labiosdibujaban una boca de rubí finamente tallada.En su rostro percibí las facciones que habíapercibido en el rostro de su padre; sinembargo, en ella formaban una expresiónbondadosa y dulce. Me pareció increíble queaquel ángel que acababa de aparecer en mialcoba tuviera la misma sangre que eldemonio que me acogía y que me habíaatormentado durante mi enfermedad, en misdelirios y pesadillas.

Advertí que ella iba vestida con prendasazul marino de finos tejidos, estas prendaseran la última moda entre las mujeres máselegantes poco antes de que huyera de París.Eva, con su dulce voz, expresó su sinceraalegría por mi recuperación y deseó que meencontrara plenamente restablecido para queyo pudiera explicarle cosas de Europa y detodos los lugares que había recorrido en miviaje. Ella se comprometió a enseñarme todaslas estancias del palacete que su padre lepermitía transitar y los degradados jardinesque habían sucumbido sin remedio alhostigamiento de la selva.

Aquella promesa pareció acelerar mitotal restablecimiento, ya que esa misma tardeme encontraba recorriendo la suntuosamansión acompañado por aquella encantadorajoven. Desde el primer momento me quedéimpresionado al recorrer los salones de aquellacasa, parecía que alguien hubiera arrancadoun trocito del París más opulento paraesconderlo en medio de aquella selva.

Hermosos tapices cubrían las paredes decasi todas las salas. Aunque el abandono de lacasa se hacía evidente por la falta de servicio,el esplendor y la opulencia de aquel palacioera evidente. Pude ver los refinados mueblesde los que me había hablado Benavides.Mirara donde mirara encontraba objetosvaliosos procedentes de los lugares másremotos del mundo: porcelanas orientales,ornamentos tallados en marfil africano, varioshuevos de Fabergé cuya autenticidad quedabafuera de toda duda, y un valioso cuadro deWatteau.

Todos estos objetos compartían espacioen los salones de esa casa perdida en la selva.Maravillado por tanto lujo, pregunté a mí guía

cómo era posible algo semejante en un lugarque a mí se me antojaba tan alejado de lacivilización. Ella no pareció entender mifascinación y me respondió que cualquiera delos grandes terratenientes y empresariosvecinos poseían casas más grandes y riquezasaún mayores. Sin embargo, fue al volver afijarme en Eva cuando comprendí que ella eralo más valioso de aquel lugar, y quién sabe sitambién era lo más valioso de este mundo. Setrataba de un ser dulce, de una exquisitabondad. En aquel momento tuve la ocurrenciade pensar que un ángel a su lado parecería unser tosco y sin gracia. La pureza de su alma serevelaba a través de su mirada azul. Mi corazónse estremeció pues descubrí entonces queexistía una salvación para mí, entre los brazosde aquella mujer existía un verdadero cielo,una auténtica promesa de gloria.

Me pregunté si mi debilitado corazónhabía sucumbido a aquella mujer. Mi sospechase vio confirmada cuando pasaron pocos días.

(IV)

En las jornadas que siguieron mantuvebreves entrevistas con el aborrecible Lemoine.Mis conversaciones con aquel hombre girabanen torno a las intrigas de la sociedad teosóficaa la que ambos habíamos pertenecido. Lasrespuestas que yo le daba eran lacónicas a finde contener mi hostilidad y no revelarle nadaque pudiera usar en mi contra. Me sentíacomo un títere a su merced, él parecíaregocijarse en el temor que me inspiraba. Ensus palabras marcadas por un burlón tonoirónico expresaba su deseo de ayudarme, ysonreía maliciosamente diciéndome que,como pago, bastaba con que yo trabajarafielmente a su servicio en sus investigaciones yoperaciones comerciales. De sus palabrashipócritas y condescendientes deduje quetenía la intención de chantajearme para queme convirtiera en su incondicional esbirro. Sino hacía lo que ordenaba me entregaría a lajusticia, o quizá me tuviera preparado uncastigo peor. En cada entrevista quemanteníamos, las palabras que usaba eranmenos ambiguas que en la anterior, y cada vezexpresaba más a las claras que tendría queestar a su merced si no quería terminar ante lajusticia y, por tanto, ante el cadalso.

El chantaje que aquel monstruo mepropuso en sus breves apariciones diarias, meprovocó una ansiedad y un odio queatenazaron en silencio mi alma. Ante Eva

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procuraba ocultar en la medida de lo posibleel odio que me inspiraba su ruin padre. Sinembargo, ella parecía capaz de adivinar en mirostro mis temores, e intentaba a través dedulces palabras convencerme para que ledijera qué me atribulaba. No quise perturbar aun ser tan puro como Eva revelándole lapérfida coacción a la que me quería sometersu padre.

Eva nunca hablaba de su padre, cada vezque yo le preguntaba algo sobre su vida o susexperimentos, ella esbozaba una melancólicasonrisa y permanecía en silencio desviando sumirada hacia el vacío.

Me parecía inconcebible que ella fueraajena a la naturaleza perversa de su padre, eracasi tan inconcebible como asumir que ellafuera realmente la hija de ese monstruo. Entodo el tiempo que llevaba en aquella casanunca los había visto juntos, de hechotambién parecía inconcebible que seres tanopuestos pudieran llegar a cruzarse uno allado del otro. Sin embargo, entre ambos habíaun parecido físico, sus rostros tenían en comúnunas facciones que evidenciaban el parentescoentre ellos.

Hasta que llegó una tarde en la que porfin aconteció ante mí el encuentro entre padree hija. Eva y yo nos encontrábamos en labiblioteca de la mansión, conversando sobrelibros de viajes, sobre los lugares lejanos ymisteriosos a los que ambos quisiéramos viajaralgún día. Yo soñaba con complacerla, conrecorrer el mundo de la mano de aquella ninfaa la que amaba más a cada instante. Queríallevarla lejos de su padre, de su prisión enaquella prisión de mármoles y oropeles en laque siempre había vivido. Tuve la audacia decoger su blanca y fina mano y acariciarla, mefijé en sus uñas entre diamantinas y nacaradas.Ella parecía ruborizarse a la vez que secomplacía con mi tacto y el cariño que migesto le transmitió. Sus mejillas se tiñeron dearrebol y su respiración se aceleró. Supe quemi amor era correspondido, y que el destinome había llevado hasta allí para cumplir sussueños. Fue entonces cuando irrumpiósúbitamente su padre en la biblioteca y con suvoz cavernosa nos espetó un saludo que aambos nos pareció una maldición.

—Veo que Eva profesa hacia usted elcariño que tanto escatima a su… padre.

Al escuchar estas palabras, Eva se apartóde mí dando unos pasos hacia atrás mientras

clavaba sus ojos en la mirada de su padre. Miréa Lemoine, este dirigía una mirada lujuriosa yabyecta hacia su propia hija. Él parecíadominar con su pensamiento la aterradavoluntad de su hija, ejercía sobre ella un poderhipnótico que controlaba sus movimientos ysu conciencia. Eva se retiró de la biblioteca conel paso de un sonámbulo, sin reparar ya en mí.Pero fue la lúbrica mirada de Lemoine lo quemás me sobrecogió. Él fijó entonces los ojos enmí y, al reparar en mi rostro desencajado por elterror, profirió una escabrosa carcajada queme heló una vez más la sangre.Inmediatamente se retiró de la biblioteca,dejándome postrado allí por el terror. Una ideaatroz cruzó mi mente y la sacudió como unrelámpago. ¿Acaso era posible que aquelmonstruo perpetrara el incesto con su propiahija? La mirada lujuriosa de aquel demonio, elterror que su presencia inspiraba en Eva… Sí,sin duda Lemoine era un monstruo capaz decometer semejante pecado con su propia hija.Lejos de la civilización y de cualquier coacciónmoral, aquel sátiro se sentía libre para darrienda suelta a su sadismo.

Supe entonces que tenía que matar aLemoine. Debía librar a Eva y a mí mismo delos designios de aquel diablo. Si lo hacía, elmundo se vería librado de un monstruo quepersonificaba el mal. Mis escrúpulos antecometer semejante acto contra el padre de miamada se vieron pronto disipados cuandopensé en el sufrimiento de Eva. Ella empezaríauna vida feliz, una auténtica vida, una vez quela hubiera salvado del monstruo de la que eraprisionera y cuya paternidad parecía unaabominación. Juntos huiríamos a cualquierlugar exótico y alejado donde nuestro pasadono nos persiguiera.

No me importaba cometer un asesinato,ya era perseguido injustamente por habercometido semejante crimen en París. Si eraapresado mi sentencia sería la misma tanto sihabía matado a Lemoine como si no.

(V)

Aquella mañana hablé con Benavides, ledije que nuestra vida en aquella casa peligrabay que era mejor que abandonara la casa antesdel anochecer. Le dije que buscara trabajo enIquitos, que por su propio bien no le hablara anadie de mí o de Lemoine y que yo cuidaríabien de la señorita Eva. El hombre no quisosaber nada del plan que yo me proponía, perome deseó suerte. Pasadas un par de horas

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Benavides abandonó sigilosamente la mansióncon su petate para no regresar jamás.

Pedí a Eva que no abandonara su alcobahasta que volviera a visitarla, le pedí quedescansara hasta que se recobrara de laimpresión que había sufrido el día anterior alsorprendernos su padre. Por su propio bien leocultaría la verdadera suerte de su padrediciéndole que había fallecido comoconsecuencia de uno de sus experimentos. Lashoras se sucedieron lentamente a la espera deque Lemoine abandonara su laboratorio ysaliera a mi encuentro para mantener conmigouna de esas conversaciones diarias con las quepretendía demostrar su poder sobre midestino.

Cuando vi su silueta asomarse en elumbral de la biblioteca, sin mediar palabra meabalancé sobre él, hundiendo en su pecho unpuñal hasta la empuñadura. Justo entoncesescuché el grito de dolor de Eva procedentede su alcoba. El doctor Lemoine, aún de pie, sellevó la mano hasta la herida de la que brotabala sangre a borbotones. Me miró, y entreestertores me dijo sus últimas palabras:

—¡Infeliz… también las ha matado a ella!—dijo antes de desplomarse sobre el suelo demármol cubierto por un charco de su propiasangre.

Corrí entonces angustiado al encuentrode Eva. La encontré tendida muerta sobre sulecho, con una herida sangrante en su pecho,justo en el mismo sitio donde había clavado elpuñal a Lemoine. El llanto y la desesperación seapoderaron de mí, ya que incomprensiblementeella yacía sin vida pero aún bella. Creí habermevuelto loco hasta que perdí el conocimientodurante horas.

Cuando me recobré, aún embargado porel dolor, me propuse averiguar qué habíasucedido. Así, por primera vez me adentré traslas puertas del laboratorio de Lemoine. Allí,entre recipientes de cristal, un horno deatanor, instrumentos científicos inverosímiles ypiedras preciosas, encontré el diario de susinvestigaciones. Lo que leí en él supera elsaber de cualquier alquimista o científicomoderno y explicaba todo lo que en aquellacasa había sucedido.

Las investigaciones de Lemoine habíancomenzado con el estudio de los tratadosalquímicos de Paracelso, Cornelius Agrippa,David Christianus y John Dee sobre la creación

de homúnculos. Un Lemoine, muy distinto delque yo conocí, había investigado yperfeccionado hasta un punto insospechadolos procesos de creación de estos engendrosantinaturales. Así, a partir de ciertos ingredientescomo su propia sangre, algunos metalespreciosos como el oro y la plata; algunaspiedras preciosas como rubíes, diamantes,zafiros y perlas, había sido capaz de crear unser perfecto, muy distinto de los grotescoshomúnculos que describieron los sabiosalquimistas en sus obras. Aquel ser era Eva. Sinembargo, el experimento tuvo consecuenciastrágicas e inesperadas para el sabio. En elproceso alquímico que fue la concepción deEva se produjo una escisión en el ser deLemoine. A través de la propia sangre quehabía extraído para su experimento, en unacto que solo encuentra parangón con el deAdán cediendo su costilla para la creación dela Eva bíblica, se habían transmitido todos loselementos puros y asociados al bien queintegran el alma humana. Por el contrario, enel cuerpo del científico quedó todo lo abyectoy corrupto, el mal que también habita entodos los hombres. Como en una reacciónquímica de descomposición que separa lasmoléculas y los átomos que estaban unidos,los elementos del alma del sabio sufrieron unproceso análogo. El bien y el mal de la mismaalma se habían disgregado hasta encontrarseen un estado puro, respectivamente en Eva yen Lemoine. Quizá este sea el castigo divinoque aguarda a todos aquellos que quierenemular el poder creador de Dios. Eva yLemoine no eran exactamente padre e hija,eran un mismo ser escindido por el prodigioque había obrado una arcana ciencia. Lamuerte de uno implicaba la de ambos.

Dejé caer el diario de mis manos. Me fijéentonces en unos zafiros azules que habíasobre la mesa de trabajo. A partir de unaspiedras similares a esas se habían creado losojos de Eva. Sus labios estaban hechosrealmente a partir de rubíes, su cabello fueuna vez oro fundido en aquel horno alquímico.Eva era en sí misma un tesoro, una metáfora yun ángel.

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Rosas rojasGonzalo Salesky

En la puerta del hospital de urgencias,donde estacionan las ambulancias, había unapelea entre dos hombres. Me llamó la atenciónporque solamente uno de los dos golpeaba alotro, que no caía al piso a pesar de lostremendos puñetazos que le aplicaban en elrostro.

Habían comenzado dentro de un taxi ybajado de él dando tumbos. Quien recibía losgolpes ni siquiera sacaba las manos de susbolsillos, como si en ellos estuvieraprotegiendo algo valioso. No ofrecía ningúntipo de resistencia, sólo buscaba evitar losimpactos. Pero no lograba hacerlo del todo yel que golpeaba de manera feroz —que por suropa parecía ser el taxista— le asestó variastrompadas más hasta que el agredido, al fin, sedecidió a correr.

Me pareció extraño que no hubieraintentado defenderse o, al menos, alejarsecuanto antes.

Perdí de vista a los dos hombres y seguícaminando. Entré al hospital por una de laspuertas laterales. Venía bastante apurado,como siempre. Iba a visitar a un parienteinternado y sólo llevaba un ramo de rosasrojas en mi mano derecha.

Unos segundos después sentí que meempujaban desde atrás. Trastabillé y casi caigoal suelo. En una de las galerías, cerca de laterapia intensiva, el mismo hombre que habíarecibido los golpes me tomó del brazo y conun arma pequeña apuntó a mi pecho.

Haciendo ademanes me obligó aacompañarlo. No dudé un segundo. Estabamuy lastimado y de su ojo izquierdo parecíacaer sangre. Su camisa blanca, llena depequeñas manchas de color oscuro. Y susdientes...

Corrimos un largo trecho. La gente sehorrorizaba al ver su cara destrozada y elrevólver que llevaba en su mano derecha.Parecía algo grotesco, un hombre dese-quilibrado corriendo al lado de otro que

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seguía sosteniendo, como si fuera un trofeo,un ramo de flores. No entiendo por qué en esemomento no pude soltarlo.

Subimos a un pequeño ascensor. Allíbajó su arma y me miró a los ojos por primeravez. Sacó de su bolsillo una pequeña caja decolor blanco, cerrada con cinta adhesiva, y mela entregó sin decir nada.

Al detenernos en el segundo piso, volvióa tomarme del brazo y así corrimos hasta elborde de un balcón que se encontraba unospasos delante de nosotros.

Abajo, la gente había empezado acongregarse. Extrañamente, a pesar de todo,yo me encontraba tranquilo y seguro de queno iba a lastimarme. Algo en su mirada lodecía. Pero aún no llegaba a entender por quéme había dado la caja.

—No la abras todavía. Sólo después queme vaya. No cometas los mismos errores queyo —habló como si estuviera leyendo mimente.

No tuve tiempo de preguntarle nada.Acercó la punta del revólver a su garganta,debajo de la nuez de Adán, y disparó.

Se desplomó sobre mí. Y la sangre... ¡porDios! Tanta sangre a borbotones sobre mi ropa,mis zapatos y el ramo de flores.

Me lo saqué de encima. Sentía vergüenzade pensar más en el asco que me producíaensuciarme que en la locura y el drama de esepobre hombre.

En pocos minutos llegó la policía. Tarde,como en las películas. Sólo atiné a quedarmesentado, apoyado contra la pequeña paredque nos rodeaba.

Guardé la caja en el bolsillo. Tuve latentación de dejarla tirada o de esconderla enel pantalón del suicida, pero preferí respetar suúltimo deseo. Cuando todos se fueran, laabriría.

Ya en mi departamento, cerca de lascinco, aún no había podido almorzar. Seguíaasqueado por la horrible sensación de lasangre caliente sobre mi cuerpo. Volvía a verla,manando con violencia, mojando mis manos ymis pies.

Me senté en el living. Acababa de llamarla policía para pedir algunos datos y ver sipodía aportar algo más. De paso, me avisaron

que el psicópata no había muerto todavía.Estaba muy grave, internado en el mismohospital de esta mañana. Era prácticamenteimposible que sanara o despertara, según elcomisario a cargo de la investigación.

Sin embargo, algo me impulsó a ir averlo. Para saber más de él o de su vida.Además, me tentaba la idea de dejar la cajitablanca de bordes plateados entre suspertenencias.

Pero no iba a poder hacerlo.

Unos minutos más tarde estaba encamino del hospital, por segunda vez en pocashoras.

Llegué a la sala de terapia intensiva perodos oficiales me impidieron el paso. Estabanparados al lado de la puerta, uno de cada lado.

Me preguntaron si tenía relación con él,si era familiar o pariente. No quise decirles minombre, sólo contesté que lo había conocidohacía poco tiempo. El más joven me dio elpésame por anticipado y me informó quepodía quedarme por allí para esperar el obviodesenlace.

Les agradecí. Di media vuelta y busqué lasalida. Había sido un día bastante largo.

Después de subir a un taxi para volver acasa, tomé la caja y me decidí a abrirla. De unavez por todas.

Nunca hubiera podido imaginarme loque contenía.

Tenía que entregársela a alguien. Pero noa cualquiera. Alguien que fuera capaz de llevara cabo lo que la caja pedía.

Vi por el espejo retrovisor que el taxistahabía observado lo mismo que yo. Y supe quecomenzó a desearla, con todas sus fuerzas.

Estacionó a los pocos metros, cerca delsector de entrada y salida de ambulancias, ygiró hacia mí. Me exigió la caja y no quisedársela. Por eso mismo comenzó a golpearme.En el rostro, en los oídos, en el estómago…pero no la solté. La guardé en mi bolsillo, asalvo de todo.

Tratando de esquivar sus trompadas,bajé del auto. Sin saber hacia dónde iba,empecé a buscar al próximo destinatario.

Advertí que desde lejos nos estabanmirando. Era un hombre calvo, como yo, que

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parecía llevar algo pesado en sus manos.

Lo seguí. Enceguecido por el impulso decompartir con alguien especial el contenido dela caja, fui hacia la galería donde seencontraba. Aún sin saber cómo iba aconvencerlo de que aceptara.

Se me ocurrió quitarle el arma a unguardia del hospital. Lo hice y corrí con todasmis fuerzas por uno de los pasillos. Mi corazónlatía cada vez más rápido. La sangre ensuciabami camisa. Tenía el ojo izquierdo semicerrado ymis dientes…

Encontré al calvo y lo tomé del brazo.Con la pistola apunté a su pecho y lo obligué acorrer junto a mí, para alejarnos de todo.

Nos refugiamos en un ascensor. Cuandobajamos en el segundo piso, casi sin aliento, ledi la caja y le indiqué:

—No la abras todavía. Sólo después queme vaya. No cometas los mismos errores queyo.

No tuvo tiempo de preguntarme nada.Allí mismo, cerca del balcón, acerqué la puntadel pequeño revólver a mi garganta y disparé.

Caí sobre él. Y mi sangre... por Dios, tantasangre a borbotones sobre su ropa, suszapatos y el ramo de rosas rojas que él seguíasosteniendo entre sus manos, como si fuera unmaldito trofeo.

Blog del autor:

http://gonzalosalesky.blogspot.com.ar

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SolipsysDaniel González

Cada vez que escucho el rechinar de lapuerta me estremezco. Siento mi corazónestrujándose aprisionado en una extrañasensación entremezcla de ansiedad ydesolación. Es estúpido… especialmentedespués de haber escuchado ese sonidocientos de veces, docenas de veces al día.

La habitación donde trabajo es unarepulsiva recámara estrecha y pequeña… o almenos así me parece a mí. Puede que sea másgrande pero el hecho de que sea mi prisiónquizás influye en mi percepción de ella y lasiento como una celda asfixiante yclaustrofóbica.

Allí recibo incontables clientes todos losdías. Nos obligan a trabajar entre doce ydiecisiete horas diarias, dependiendo de lacantidad de clientela, especialmente los finesde semana. Como trabajo todos los días sóloreconozco los fines de semana porque laafluencia de clientes aumenta.

Una escucha esas historias dramáticassobre tráfico sexual de personas pero nopuede imaginar lo que significa vivirlas encarne propia…

Los que me explotan son unospandilleros amenazadores. Unos sujetosturbios, fornidos y peligrosos. Me secuestraronhace ya varios años, no recuerdo cuántos, yme golpean con frecuencia, como a las otraschicas. Al principio las palizas respondían a susesfuerzos por doblegarme, luego fueroncorrectivos cada vez que intentaba escapar odesobedecía a un cliente en alguna de susperversas peticiones… ahora no sé a quéresponden, ni me interesa. Desde hace añossoy como un autómata sin pensamiento nivoluntad que sólo sigue órdenes silen-ciosamente. Quizás es sólo una forma derecordarme que pueden matarme o hacermecosas peores cuando lo deseen y no quierenque me olvide del dolor.

El último cliente se fue y empiezo asentir esa ansia insoportable y tortuosa por

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droga. Mi cuerpo me pide a gritos la dosis decocaína así que la pido de la forma másrespetuosa posible. A veces olvidan darnosagua o comida, pero nunca olvidan la drogapues saben bien que tenernos adictas es parteimportante del sistema.

Yo no era adicta antes de sersecuestrada. De hecho nunca había probadodrogas, pero ellos me las inyectaron a la fuerza.Aunque admito que hace más soportable estavida miserable.

Trato de dormir la mayor parte de mitiempo libre, pero aún eso es imposible.Cuando no estamos atendiendo clientes senos permite deambular por el burdel. Es unlugar oscuro y sucio, o así lo veo. La mayoría delas chicas como yo se sientan a ver televisiónen la sala principal, observando idiotizadas lapantalla con rostros demacrados y lastimeros.Hace años que no me veo en el espejo, yomisma no deseo hacerlo… ¿estaré igual queellas? ¿Así, toda ojerosa, pálida y ajada?

Me senté en el sofá. Algunas chicas sonamigas entre ellas, pero yo nunca lo intenté niellas jamás trataron de socializar conmigo.

En la televisión aparece un tipo pelóncon una toga roja. Parece un monje budista oalgo así, hablando sobre vidas pasadas ykarma en un empalagoso programa deentrevistas.

—¿Y qué tal si todo lo que perciben tussentidos es mentira? ¿Qué tal si el universoentero es una ilusión? ¿Si tu mente es la queproduce el mundo en el que vives? —Luegome miró fijamente y dijo: —Sí, te hablo a ti.

Miré atónita la televisión. ¿Me hablaba amí?

Uno de los matones se levantó y apagóla televisión.

—¡A trabajar putas! ¡Suficiente descanso!

Traté de suplicarle que me dejara ver elprograma pero sólo recibí un manotazo comorespuesta y que me lanzaran al cuarto dondetrabajo con más violencia de la usual.

Pero mientras cumplía mi insoportablelabor ese largo día (como todos los días que seme hacían interminables) seguía pensando enlas palabras del monje. ¿Y si es este mundosólo es una amarga pesadilla?

Debo estarme volviendo loca… ¿Pesadilla?

¡Imposible! ¿Qué pesadilla podría ser tanhorrible? Además… el monje no hablabaconmigo a través de la televisión, seguramentesólo hablaba con la audiencia. ¡Qué estúpidasoy!

Las semanas transcurrieron. A vecespienso en mi familia, o al menos tengoresabios en mi memoria sobre ellos. Recuerdoque tenía toda una amorosa familia que mequería, de la que fui cruelmente separada, alparecer para siempre.

En una ocasión en que me encontrabaatendiendo a uno de tantos clientes (no lopuedo describir, con el tiempo se vuelventodos iguales) escuché de nuevo la voz delmonje. ¡Pero esta vez en el cuarto!

—El universo es una ilusión. La creaciónde nuestras mentes. Sólo estamos soñando yno nos damos cuenta. Ayer soñé que era unamariposa. ¿Soy un hombre que sueña que esuna mariposa o una mariposa que sueña quees un hombre?

—¿Qué? ¿Qué…? ¿Quién eres? —comencéa gritar histérica— ¿Qué me quieres decir?¿Cómo puede ser este infierno creación de mimente? ¡Cállate! ¡Cállate maldito! ¡Maldito seas!

Sobra decir que mi reacción espantó alque estaba conmigo. Esa noche me golpearony torturaron durante horas como castigo pormi irrespeto y por arriesgar el negocioahuyentando a un cliente. Mientras meapaleaban estando esposada a unos tubos enel sótano llegué a la conclusión de que estabaloca. ¿Cómo podía ser todo esto producto demi mente? Ni siquiera la más enfermamasoquista podría imaginar un purgatoriocomo este, mucho menos querer vivir en él.

Allí, con los ojos casi cerrados por losgolpes y el sabor de la sangre en mi bocaobservé una rata moviéndose entre losescondrijos del sótano y vi cómo se lanzócontra una cucaracha y comenzó a devorarla.

—¿Crees que la rata quiere ser una rata?—dijo la voz del monje— ¿o la cucaracha unacucaracha? Ellas también crean el universo enque viven. Nadie quiere vivir en el Samsara,pero el Samsara nos obliga a vivir en su ilusión,ilusión que creamos nosotros mismos. Comoun círculo vicioso e interminable.

El monje estaba sentado en posición deloto sobre un bote de basura cerca de mí.

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—¡¿Quién es usted y que quiere!?

—El inconsciente del neurótico esresponsable de su sufrimiento, como lo es lacaótica mente alucinadora del psicótico. Ellossufren, como tú. ¿Crees que el esquizofrénicoatormentando por las horribles imágenes queobserva o las voces que lo torturan es feliz? No.¡Sufre! ¿Quién provoca su sufrimiento? Supropia mente. ¿Y qué tal si ese es el infierno?¿Qué tal si al morir quedamos atrapados enuna interminable pesadilla?

—El que muere, muere. Descansa. Dejade existir y está en paz. Yo quiero morir…

—¿Cómo lo sabes? ¿Y si la mentesobrevive indefinidamente tras la muerte ycrea un nuevo universo personal?

—¿Estoy muerta? ¿Estoy en el infierno?

Uno de los matones me escuchóhablando sola y bajó las escaleras parapropinarme otra tunda… sólo que esta vez susgolpes me llevaron a la inconsciencia.

Pero desperté en una camilla dehospital… o eso parecía. Tenía un extrañoaparato en la cabeza que me cubría los oídos ylos ojos e instintivamente me lo arranqué. Alquitármelo me percaté de algo extrañísimo…mis brazos no parecían mis brazos, sino queeran brazos masculinos. Mostraban laanatomía y vellosidad de dos brazos dehombre con un extraño tatuaje en elantebrazo derecho. ¿Qué diablos?

Me levanté de la camilla... solo que noera una camilla de hospital normal. Parecía unaenorme máquina de encefalogramas dondeintroducen a los pacientes para hacerlestomografías en la cabeza. Vestía la típica batade hospital pero… no sé cómo explicarlo…era un hombre.

—Todavía hay activistas que se oponen aeste tipo de sanciones. Aseguran que soninusualmente crueles… —dijo una voz en lasafueras de la habitación. Reaccioné escon-diéndome tras el marco de la puerta y agucé eloído para escucharlo todo.

—Todo comenzó con aquel tipo, creoque era alemán, el que descubrieron quehabía retenido a su hija por quince años en susótano para abusar de ella. Decían que laprisión no era suficiente, que debían hacerlevivir exactamente lo mismo que él había

hecho sufrir a su víctima. Entonces la empresaSolipsys, que era especialista en realidadvirtual, se ofreció a brindar el servicio. Es unbuen negocio.

—¿Entonces todas estas personascometieron algún crimen?

—Sí. Fueron encontrados culpables.Tenemos de todo; proxenetas, golpeadores deesposas o de hijos, abusadores sexuales. Untipo que prostituía a sus hijas, una madre queapaleaba a sus hijos, hasta un sujeto que habíatorturado disidentes en alguna prisión duranteuna dictadura militar.

—¿Todos viven lo que hicieron sufrir asus víctimas?

—Exacto. Durante los años que dure lacondena, que suelen ser muchos en la mayoríade los casos.

—¿Hay alguien con cadena perpetua?

—Sí, el tipo de la habitación doce.Manejaba un anillo de tráfico sexual y trata depersonas. Forzó a la prostitución a docenas demujeres. El juez lo condenó de por vida.

Allí estaba… claro como pocas veces pudever un número… un enorme doce grabado en lapuerta… aquellos hombres hablaban de mí.

Escuché entonces una alarma.

—¡El de la doce despertó! —dijo una vozen las afueras. Pronto varios tipos entraron a lahabitación, todos vestidos de blanco pero noeran médicos ni enfermeros, sino guardias deseguridad. Intenté defenderme pero usaronun aturdidor eléctrico que en segundos mesometió y me convirtió en un cuerpoconvulsionante.

Luego me drogaron y me colocaronencima de la máquina. Por algunos momentospude ver el logo de la empresa constructora,que en verdad decía “Solipsys”.

—¿Esto es común? —preguntó uno delos custodios, reconocí su voz como eladvenedizo joven que estaba siendo instruidopor un compañero más experimentado.

—A veces pasa que se despiertan, peroes muy inusual. Toma en cuenta quetrabajamos con sus mentes. En ocasiones susinconscientes empiezan a enviarles mensajespara que se percaten de que están en unmundo virtual… en una especie de sueño... o

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más bien pesadilla. Lo llaman “síndromegnóstico”.

—¿Gnóstico?

—Una antigua religión que creía que eluniverso entero era el verdadero infierno y unaprisión donde nos metió un dios cruel ymalvado. Ahora conecta eso y eso… y luego…

No escuché más de lo que dijeron. Sólodesperté, en la cama de siempre. Era unamujer de nuevo y un cliente horrendo ymaloliente esperaba ansioso por mis servicios.Tuvo que ser un sueño… nada más que unsueño…

¿Verdad?

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El universo de Metro 2033necesita tu contribución

José Luis Vázquez-Poletti

Porque el universo imaginado porDmitry Glukhovsky no debe limitarse al metrode Moscú ni ser obra de un solo escritor.

Cuando el escritor ruso DmitryGlukhovsky usó la red de redes en 2002 parasometer su obra a la crítica directa de susprincipales destinatarios, no se dio cuenta deque había hecho detonar una bomba nuclearcon más megatones delos que podrían tenerlas que en su obrabarren del mapa a lasprincipales ciudades dela Tierra en algúnmomento del año en elque estamos.

Y es que la obra deGlukhovsky ha evolu-cionado al denominado"Universo Metro 2033",en el que sus habitanteshan pasado de unaactitud pasiva, propo-niendo cambios a lasnovelas publicadas porel autor ruso, a una másactiva, contribuyendocon más títulos parasaciar la acuciante sedde contenidos.

Lejos de querermonopolizar la propa-gación del fenómenoMetro 2033, el autor havisto con muy buenosojos las expansionesincluso más allá del papel, hasta el extremo depromocionarlas en la página web oficial. Deesta manera, se lanzó un videojuego consecuela en camino y hasta se han vendido losderechos para una película, a cuyo estrenomás de uno acudirá sin duda con sus mejoresgalas de stalker.

Además, con motivo del próximolanzamiento de la secuela del videojuego (Metro:

Last Light), la distribuidora THQ está regalando laversión para PC de la primera. Ésta se puedeobtener en http://www.freemetrogame.com/ yes necesario disponer de una cuenta enFacebook.

Volviendo a la publicación de nuevostítulos, podemos afir-mar que si a la visiónde Glukhovsky sobre lalibre difusión de suobra se le une el uso deInternet como plata-forma de puesta encomún de contenidos yopiniones, no se puedeobtener una fórmulamás ganadora. El pro-pio autor ha estimuladola proliferación de nue-vos títulos del universoMetro 2033 sin restrin-gir el género de lasobras, pero exigiendoque cada nueva apor-tación complemente alas ya existentes, asícomo algo que para míes una excelente idea.Dicha idea consiste enque el protagonistacuyas aventuras narreel libro no debe tenermás conocimientos quelos que pueda tener elautor. Esto garantiza

una gran dosis de realismo, haciendo que elrelato se vuelva más atractivo todavía.

Y si encima es el propio Glukhovsky elque elige los relatos que más le gustan para supublicación en una importante editorial rusa,el reto es doblemente atractivo.

La Gran Vía de Madrid post apocalíptica imaginada

porMarina Ortega. Fuente: Web de la artista.

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Han sido numerosos autores los que sehan unido a esta iniciativa y ya hay novelasambientadas en otras ciudades, incluso defuera de Rusia. Y es que el fenómeno Metro

2033 hace ya tiempo que ha traspasadofronteras. De esta manera, ya haycontribuciones de países como Reino Unido (laprimera en lengua no rusa), Italia, India, Cuba yJapón.

Llegados a este punto, ¿no va siendohora de que aparezcan más contribuciones enlengua hispana?

Por ello, me gustaría contribuir aluniverso Metro 2033 con un pequeño relato,siguiendo por supuesto las reglas impuestaspor Dmitry Glukhovsky. En esta historia megustaría mostrar un aspecto que todavía no hevisto abordado en las novelas del universoMetro 2033 que han pasado por mis manos:¿en qué consistirá la educación de las nuevasgeneraciones de la red de metro?

Así que espero sin más que disfruten dela siguiente historia, ambientada en Madrid ypara más señas, en lo que antes del apocalipsisde 2013 se llamaba “Ciudad Universitaria”.

(Nota editorial: este artículo hace

introducción al relato siguiente, Chips denuestros padres, del que lo hemos separado

para mejor ajuste a nuestras guías de contenido,

y cuya lectura a continuación aconsejamos a los

lectores que no estén siguiendo el orden del

índice. Asimismo, lamentamos comunicar que la

promoción de regalo del videojuego Metro 2033a la que hace referencia el artículo ha caducado

desde la redacción delmismo.)

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(Nota editorial: El siguiente relato es

originalmente parte de la misma contribución

que el artículo anterior, El universo de Metro2033 necesita tu contribución, del que lo

hemos separado para mejor ajuste a nuestras

guías de contenido, y cuya lectura previa

aconsejamos a los lectores que no estén

siguiendo el orden del índice.)

—¡Venga, arriba! —nos gritó el stalker—.

Ya hemos estado tumbados lo suficiente.

Ese era el procedimiento estándar quenos habían enseñado en innumerablesocasiones, tantas que ya me lo repetía en micabeza con cantinela y todo: “si una sombrapor encima de tu cabeza ves pasar, túmbateboca abajo, quédate quieto y ponte a rezar”.

Nos levantamos del suelo casi a la vez.Noté que el agarrotamiento del dedo quetenía puesto en el gatillo de la pistoladesaparecía por momentos, así como laadrenalina que hacía un momento me habíainvadido por completo. También dejé demorder compulsivamente la boquilla de mimáscara antigás.

Hacía casi una hora que habíamos salidodel metro en la boca de Ciudad Universitaria ynos habíamos movido de cobertura encobertura para evitar desagradables sorpresas,como el ser alado que nos había estado

Chips de nuestros padresJosé Luis Vázquez-Poletti

Cartel de uno de los accesos a la estación de Ciudad

Universitaria. Fuente: archivo personal.

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acosando en la zona deportiva, llamadaParaninfo según el mapa que nos entregaron.

Pensaba que conseguir la autorizaciónpara salir al exterior iba a ser menosproblemático. Al fin y al cabo, teníamos laobligación de realizar una expedición comomínimo en nuestra vida para ver con nuestrospropios ojos aquello de lo que había estadoescondiéndose el ser humano en los últimos20 años.

El problema es que siendo CiudadUniversitaria la última estación de la líneallamada Universitaria (valga la redundancia) yhabiéndose duplicado en el último mes losencuentros con lobos mutados, el jefe deestación quería ser precavido a la hora de abrirlas puertas. Ciudad Universitaria es la últimaestación de la línea que proviene del granconmutador de Cuatro Caminos. Dicha líneaera circular hace 2 décadas, pero las bombasse encargaron de seccionarla por lo menos enNuevos Ministerios por el norte y Moncloa porel sur. De hecho, la radiación es muy alta enMoncloa debido a que allí se encuentra elMinisterio del Aire… o lo que queda de él.

—Eso sí que ha estado cerca, ¿eh? —medijo mi compañero, intentando ocultar sunerviosismo con una sonrisa—. Te apuesto loque quieras a que ese bicho tiene el nido en elCIEMAT, ¡ahí sí que se debe haber puesto tibiode radiación!

El CIEMAT estaba ubicado a 300 metrosde nuestra posición y lo que nos explicaron enclase es que se trataba de un centro deinvestigación relacionado con la energíaatómica, la misma que nos ha condenado porgeneraciones a vivir en el subsuelo.

Pero efectivamente, antes he dicho clase.Y es que tras superar el shock de losbombardeos de 2013, la gente de la sección

norte del metro de Madrid comprendió que lasituación iba para largo y que pasarían variasdécadas hasta que pudiéramos caminar por elexterior sin protección. Una vez asegurada laproducción de energía y comida (mis padresson unos de tantos cultivadores de setas enCanal), llegó el momento de pensar en laformación de las nuevas generaciones.

El día de la catástrofe muchos profesorespudieron refugiarse en el metro y fueron éstoslos que conformaron el rectorado de la quepasó a llamarse la “Nueva Universidad deMadrid”. El rector tuvo inmediatamente poderabsoluto en toda la línea Universitaria, inclusopor encima de los jefes de estación. De hecho,nosotros pudimos saltarnos el cierre gracias auna orden firmada por él.

Las caras de nuestros compañeros cuandodesfilamos ceremoniosamente hasta lacompuerta fueron de tanta envidia como lofue de fastidio la del stalker que teníamosasignado, y que por tanto, haría de nuestraniñera.

—¿Ya hemos llegado? —preguntó micompañero al stalker que nos habían asignadoy que ni se había dignado a decirnos sunombre—. Esas son las facultades del este delparaninfo.

—Eso es —me adelanté yo mirando elmapa y con un cierto aire de superioridadautoconferido, a lo que nuestra niñera selimitó a gruñir—. Ahí está la Facultad deFilosofía, donde estudiaba la mujer delprofesor.

—Nunca la llegó a encontrar, y eso queha ido pidiendo excedencias para recorrertodo el metro en su búsqueda —afirmó miamigo.

—Yo he oído que llegó hasta Metrosur y

Zona de deportes norte de la Universidad

Complutense de Madrid. Fuente: archivo personal.

Fachada de la Facultad de Filosofía de la Universidad

Complutense de Madrid. Fuente: archivo personal.

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allí la gente era caníbal.

—Metrosur no existe —me interrumpiósecamente el stalker—. Las bombas cayeronen Cuatro Vientos y la zona de los cuartelesbarriéndolo todo. —Y antes de que pudierareplicar, añadió: —He estado allí, yo loacompañé.

Una vez que el poder académico fueinstaurado y sus límites definidos, se proclamóque todos los chicos de 14 años que supieranleer, escribir y hacer operaciones matemáticassencillas (esto corría a cargo de tus padres)realizarían una estancia de dos años en la líneaUniversitaria para formarse. Son dos añosduros porque no ves a tu familia, pero acambio estrechas amistad con gente de otrasestaciones que está en igualdad decondiciones contigo.

Porque claro, sololos llamados “univer-sitarios” podíamos estaren esa línea, a excepcióndel personal de segu-ridad cuyos costes sonsufragados por el restode estaciones. Somosunos privilegiados por-que disponemos de másespacio que los demás(de camino a esta línea vicómo dormía la gentehacinada en ciertasestaciones) y nuestrasbombillas lucen tantoque a los novatos se les debe dar gafas de solque no deben quitarse durante los dos primerosdías bajo ningún concepto. Además, losalimentos son de primera, cortesía del resto delmetro.

A cambio debemos cursar una serie deasignaturas que son impartidas por losprofesores y dejarnos la piel en el estudio. Aldía tenemos 10 horas de clase, dedicándole elresto a tareas de limpieza y mantenimiento, asícomo al descanso. La disciplina fuera de lasaulas, improvisadas con biombos en losandenes de las estaciones de Metropolitano yCiudad Universitaria, es muy dura. Para colmo,tenemos algún que otro profesor con malaidea.

Aunque oficialmente íbamos a cumplircon nuestra obligación de salir al exterior para

complementar nuestra formación y de pasorecoger material que pudiera ser de utilidadpara las clases, era de todos conocidos que elrector había firmado aquella orden porquetenía un interés personal en nuestraexpedición.

—¿Te acuerdas cuando aquel zopenco lepreguntó al profesor a santo de qué debíamosestudiar Informática si la energía disponible enel metro es mínima? —me preguntó micompañero sonriendo.

—¡Vaya si me acuerdo! —Tuve quecontener una carcajada para evitar la reprimendadel stalker por hacer demasiado ruido—. Lerespondió que por esa regla de tres, ¿por qué ibavestido? Al fin y al cabo, si estamos abocados ano progresar, el metro acabará en la oscuridad y

llevar ropa ya no seránecesario para escondernuestras vergüenzas.

—Lo mismo decíade la asignatura deFilosofía, ¿verdad? —re-plicó mi amigo.

—Cierto —afirmésolemnemente y citan-do casi de memoria—:él siempre citaba a untal Von Braun, el cualescribió que la Filosofíaera la reina de todas lasciencias y, por tanto,nuestra mejor arma ante

la indeterminación que nos rodea.

—Chicos, cambiad los filtros de aire—nos ordenó el stalker—, hemos llegado.

Nuestra misión oficial era clara: ir a loslaboratorios de la segunda planta y recuperartodo el material electrónico que puedautilizarse para las clases. Chips, cables,herramientas de precisión… Hasta la fecha sehabía saqueado la Facultad de Físicas por estarmás cerca y por tanto, la de Informática eraterreno casi virgen.

La misión extraoficial se basaba en unacorazonada del rector. Hacía una semana quenuestro profesor de Informática habíaabandonado la estación y todavía no habíavuelto. Esto sería hasta cierto punto normal,considerando que empleó los últimos 20 añosen buscar a su familia por toda la red de metro,

Facultad de Informática de la Universidad

Complutense de Madrid. Fuente: retoque propio a

partir de imagen de la web oficial.

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si no fuera porque abandonó la estación porarriba con un “vuelvo al origen” como únicadespedida.

Así que ahí estábamos, entrando en laFacultad de Informática, el posible origenmencionado por nuestro querido profesor.

Accedimos a la segunda planta no sincierta dificultad, puesto que parte del techo sehabía venido abajo en el descansillo entre laplanta baja y la primera y nos tocóquitar escombros. Me di cuentade que el plan de evacuaciónhabía funcionado a la perfecciónaquí porque no encontramos niun solo cadáver en nuestrocamino. Todo lo contrario de laAvenida Complutense, dondemuchos hallaron la muerte en unabsurdo atasco de coches odirectamente, a las puertascerradas del propio metro.

Reventamos los armarios delos técnicos de laboratorio yllenamos nuestras mochilas conmaterial. En particular, di con unmultímetro que estaba enperfecto estado salvo por el hechode que la batería necesitaba unarecarga. También hicimos el llenode destornilladores de precisión.

—Bien —nos dijo elstalker—, es hora de marcharnos.

—Un momento —replicó micompañero—. ¿Dónde puede estar el origenque dijo nuestro profesor?

Enseguida lo entendí.

—¿Esta facultad no tiene un museo?—pregunté al stalker.

—Mmmm... —Se quedó pensativo hastaque de repente se dio la vuelta y corrió hacialas escaleras—. ¡Seguidme!

Embargados por la emoción fuimoscorriendo detrás del stalker. Nos dirigimosnuevamente a las escaleras pero esta vez parasubir a la tercera planta.

Enseguida recordé que nuestro queridoprofesor nos hablaba de un museo de laInformática donde descansaba ni más nimenos que el primer ordenador que se fabricóen España. Se trataba del Analizador

Diferencial Electrónico y siempre era usadocomo ejemplo sobre el instinto de superaciónque teníamos que demostrar en tiemposdifíciles.

Nos decía en clase una y otra vez apropósito de tan insigne máquina: “¿Qué hizo elHombre cuando no pudo resolver problemas ala velocidad que quería? ¿Rendirse y quedarseescondido en el subsuelo de la Ciencia? ¡Jamás!

(Aquí se despertabasobresaltado más de uno.)Decidió usar su ingenio, fabricarsus propias herramientas… ¡sufuturo! Porque vosotros, misqueridos alumnos, vosotros soislos vectores del futuro yheredaréis el mundo que haysobre nuestras cabezas. Cadauno de vosotros está destinado,¡a algo grande!”

Siempre había alguno quese tomaba a pitorreo estosraptos de nuestro profesor, peroen general se le profesaba ungran respeto y, en mi caso, unaenorme admiración.

—¡Venid aquí! —oí alstalker escaleras arriba—. ¡Lo heencontrado!

Mi compañero y yoaceleramos más todavía elpaso. Llegamos sofocados a la

planta de arriba.

Y efectivamente, ahí estaba.

Reposaba sentado en el suelo, con laespalda apoyada contra la máquina de la quetantas veces nos había hablado.

Llevaba puesto su birrete de doctor, yadestrozado por el paso del tiempo, pero quesiempre se ponía ceremoniosamente paraimpartirnos su asignatura.

En la mano sujetaba una foto. En ellaaparecía la que sin duda era su esposa, unamujer bellísima, que posaba sonriente paraquien la había retratado. Su dulce y cómplicesonrisa me cautivó, y eso que nunca la llegué aconocer.

Enseguida entendí la energía innata quehabía acompañado a nuestro profesor durantesu búsqueda infructuosa. Esa imagen de su

Detalle del AnalizadorDiferencial

Electrónico, primer ordenador

fabricado en España y conservado en

elMuseo de la Informática García

Santesmases de la Universidad

Complutense de Madrid. Fuente:

archivo personal.

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mujer se la había estado comunicando y él laguardaba como su objeto más preciado, hastael extremo que nadie conocía su existencia.

Pero la melancolía se había apoderadode él. Años aleccionando a las nuevasgeneraciones del metro de Madrid sobre elfuturo y él había decidido que pertenecía alpasado… un pasado que ya no tenía cabida enel mundo actual, como tampoco su propiafelicidad junto a la mujer que tanto amó yjamás pudo encontrar. Por eso, se habíaarrancado voluntariamente la máscara antigásy había dejado que los gases tóxicos hicieranlentamente su trabajo en este lugar tan llenode significado.

Nos quedamos un buen tiempo sinapartar la mirada de nuestro profesor y muchomenos sin decir nada.

El stalker fue el primero que rompió elhechizo que nos había sumido, retirándosehacia el descansillo.

Casi a la vez, mi compañero y yodepositamos en los bolsillos del chaleco denuestro profesor una bala cada uno como actode ofrenda.

A continuación, nos pusimos la manoderecha en el corazón y mirando siempre anuestro querido profesor, comenzamos acantar en su honor el himno de la líneaUniversitaria:

“Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus…”

MÁS INFORMACIÓN

Portal oficial de Metro 2033:

http://metro2033.ru/

Universidad Complutense de Madrid:

http://www.ucm.es/

Plano interactivo del Metro de Madrid(indispensable en un relato del universo Metro

2033):

http://prs.metromadrid.es/metro/mapametrofull.asp

Museo de la Informática GarcíaSantesmases:

http://www.fdi.ucm.es/migs/

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Patrulla nocturnaJosé Luis Carrasco Sánchez-Algaba

Pantalla uno: Polonio traba amistad conPantalla dos: Disturbios en distrito cuartoPantalla tres: Claudio evita en público aPantalla cuatro: El sindicato de futbolistaspublicita sus documentos sobre su estrategiacomercial y reconoce que los cambios en su"volumen de negocio" han influido en susambiciones. Muy positivamente Pantalla uno:Polonio Pantalla dos: Ronelda confiesa que ensu juventud fue discriminada por su condiciónde inteligencia artificial Pantalla tres:

—Esta mañana hablamos con Malkiel, elfamoso viajero de los diez milenios.

—Hola... acércame tu insignia, mi vista seha vendido a los conspiradores de la vejezjunto a las canas y este dolor en los huesos...Linda. Sigo sin acostumbrarme a vuestraspeculiares formalidades. Nadie me recriminaráque no he aprendido vuestra manera de sersinceros.

—¡Y a mí hacerme a tus frases tan largas!Guau, Malkiel. Perdona, Pater Operator, ¿lo hedicho bien?

—Vive Dios que sí, Linda, y observa laligereza con que uso el término Dios. Quieroque la gente lo entienda sin ambigüedades.Me considero uno más.

—Lo sabemos. ¡Bueno, mírame hablar,representando a una ciudad de cien millonesde habitantes!

—Que no te extrañe. De donde yo vengo,una tribu era muy reducida, tanto como nopuedes imaginar, pero nos unían lazos tanestrechos como a ti con tus compatriotas. Elconcepto de prole es de lo más flexible.

—Muchos de ellos se van a preguntareso. ¿De dónde vienes?

—De todo lo lejos que he podido. Laprimera vez que me perdí en esta zona contéuna chumbera y dos erizos peleando por susombra. ¿Qué te parece?

—¿Nada más?

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—Hablamos de varios miles de años,querida. ¿Te hace eso ampliar tu reflexiónsobre mi procedencia?

—¡No, no me da la imaginación paratanto!

—Calcula si quieres: treinta y seismillones quinientos mil días. No los he vividotodos, por supuesto.

—¿Hablas de viajes en el tiempo?

—Correcto, corazón, así llegué a laciudad. Una buena alternativa para jubilarse, sibien involuntaria. Los impulsores fallaron.Llevo una eternidad tratando de arreglarlos.Por desgracia, vuestros ingenieros no parecencapaces de echarme un cable. Quizá me llegueen sueños la solución.

Las cámaras recogían en abierto y conrango para todas las familias, humanas yartificiales, las declaraciones de Malkiel, con lasque esperaba difuminar la fama de secreto deestado que lo perseguía desde su aparatosodescenso en la torre del gobierno central. Nole resultó demasiado arduo, para su sorpresa,resumir diez mil años en un par de horas. Losmeandros de su existencia, en perspectiva,repetían un puñado de esquemas, centradosen la persecución, la guerra y la supervivencia.Una singladura empapada en sangre a travésde civilizaciones de diferente madurez ycultura, un máximo de cuatro o cinco años porestancia y una serie de bajas irremplazables,consecuencias de sus enfrentamientos conotras bandas. Su embarcación, al final de suúltimo viaje, casi se pilotaba sola. Losintervalos de tiempo mermaron con el cumplirde los años. Acabó por perder la cuenta de supropia edad, olvidadas las referencias desiempre: lugar de nacimiento, los meses o añosvividos en cada lugar, el cálculo de los añosbisiestos... en su juventud lo registraba todo enel diario de bitácora pero en un arranque defuria y medio borracho de un licor amargo, loborró sin detenerse a pensarlo. April habíaescapado de la nave para verse a hurtadillascon un chico. La ausencia de una madre nuncafacilita una educación. A su regreso anuncióque se quedaba. Su amor y su deseo de formaruna familia eran las razones, pero si él dejabade viajar, encontraba o soñaba con nuevosenemigos. Tuvieron que despedirse.

Solo, sin edad ni un documento que leacreditara en las naciones que visitó, en su

mayoría ultratecnificadas, no se decantó porninguna. La elección le vino impuesta cuandoen su última travesía despertó rodeado por unequipo de emergencias que le informó quellevaba horas inconsciente. Un jet lag de cienaños no se aconseja a personas mayores.

Por cierto, cuando despertó, April sehallaba con él. Era idéntica a ella, por lomenos.

Dedicaron el final de la conversación asus envejecidas piernas mecánicas, un par debastos ingenios hidráulicos que parecíandiseñados por un ingeniero de la prehistoriacon más prisa que instrumentos. Malkiel, queligó su sobrenombre, Pater Operator, a suspiernas, explicó de corrido que un androide deun clan rival le mutiló en su niñez. Luegoexplicó entre risitas pícaras cómo lo destruyó.Con un mohín, la periodista rehuyó fijarse enellas.

Linda, una IA de dos años de edad,declamaba sus frases con encanto para elcanal 14. Incluso de haber tenido una edadacorde a su imagen, Malkiel hubiera podidoseguir siendo su abuelo ciento cuarenta veces.Un reflejo de la chica era nuevo para él, laconexión mental con las noticias locales. Sabíael segundo exacto en que su mente recibía elimpulso electrónico para desviar su concienciaa otro programa. Sonrió educado. ¿Quéimportaba, ni siquiera compartían el mismoespacio? Linda y Malkiel no se habían movidode los salones de sus respectivos pisos. Unatarde de perros afuera. Relámpagosresplandecían en la superficie opaca de lacúpula de un barrio de gestores, demandandola atención de la brigada de conflicto ycomunicaciones, según los teletipos que Lindacompartía con él entre frase y frase. A veces sedespistaba y le colaba un bloque decomentarios no destinados a él. Las IAoptaban voluntariamente por una imagen máshumana gracias a los fallos deliberados en suprogramación.

—Esto es el futuro. El primero que va pordelante de mí. Sabía que no me quedabanoportunidades. Se me hace muy duro viajar.Linda, me recuerdas a un oso de peluche. Unpoco como mi hija...

—Se nos acaba el tiempo. Para vosotros,suscriptores, en dos minutos saldrá por escritoen los canales de texto. Un honor, señor

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Malkiel, de verdad.

Al apagarse las luces de los proyectoresla habitación encogió, como si los fondosfalsos le hubieran transportado a un verdaderoplató de televisión. El ambiente recuperótambién su temperatura cuando los potentesfocos dejaron de emitir su calor. Bajo lasetéreas mallas tridimensionales apareció unajovencita de rostro de cuento de hadas, ligerade pies, manos, hombros y muñecas, miradadigna de ser mirada y perfume de otroplaneta.

Le invitó a tomar asiento. Las paredes seestremecieron con las noticias de la tarde. Laniña esquivó a la pata coja los proyectores delsuelo, flexionó sus piernas sobre el sofá y bajoellas se ocultaron sus pies. El cojín vibrósuavemente al notar la presión sus sensores.Un gato acompañaba a April en la casa,siempre dormido entre ellos. Escándalo detráfico de influencias afecta a estrellamediática. Sigue una película.

A la niña le perdía la ropa de fiesta, quellevaba con poca comodidad en cualquiersituación, preparada para el exterior sin másprolegómeno que una sombra de rímel. Elambiente mismo olía a calle, a comida rápidapara llevar, aún cálida, que transmitía su olor asalsa y pan tostado, a sonidos deconversaciones. Hasta el silencio del pisosonaba a silencio de carretera surcada por unacombinación de discretos vehículos eléctricosy livianos ciclistas. Los neones de la callemaquillaban su rostro.

—Esta noche hay conciertos gratis en elauditorio, ¿recuerdas?

—No conviene, gorrión —dijo él, y entorno suyo cavilaron siervos mecánicos—. Mepreocupa tu seguridad.

—Solo por esta vez. Cuéntame, ¿quiénva a salir un martes?

Eso, ¿quién?, reflexionó. ¿Un agente delorden, un periodista en busca de una crónicacon gancho, un testigo potencial con lacámara del teléfono a mano?

—Pequeña, un día cederé, y meromperás el corazón.

April aparecía por triplicado en dosespejos; con una boa de plumas superpuesta,que colgaba detrás en un armario, otra medio

escondida tras una caja de cartón con ellogotipo amarillo de una empresa de comidarápida, la tercera aún frente a él, en el sofá.

Guardó silencio, absorto en sus ojos.¿Correría a encerrarse en su cuarto según sucostumbre? Y si no, ¿le expondría una vez mássus impresiones, tan vagas, sobre la realidadde su condición, la que le obligaba apreservarla en casa? Un buen montón derecuerdos le asaltaban al hablar con ella. Sucompañía en los viajes, tantos como lasmuescas de su cuchillo en las paredes de lacabina de su nave. Un salto en el tiempo, unsiglo, un fogonazo en los interfaces, una edad,un parpadeo que le muestra un nuevohorizonte, una era. Dure lo que dure eseambiguo término. April estaba tan imbuida detiempo como él, separada del fondo: unhermoso cuadro en una pared de plástico.Antes era distinto. Al principio disfrutó al igualque cualquiera de un padre y una madre. Aella, contra todo pronóstico en una vida depiratas, se la llevaron unas fiebres. Para él,bueno, era distinto. Seguía adelante, cargandocon el fardo de la perpetuidad.

Una escala de notas graves se coló entreellos, y la niña lo aprovechó para marcharse.Malkiel descolgó mientras se frotaba los ojoscon índice y pulgar. Siempre veía motasborrosas después de cada encontronazo conApril la díscola, April la niña eterna.

Al otro lado Claim espetó sus frases sinrespiros ni saludos. Le urgió que sin retrasarloun segundo se pusiera lo más parecido a untraje de gala que durmiera en su armario. Si nolo tenía, cualquier prenda de negro daría elpego. Que volara a la avenida de la Concordia.Se esperaba una manifestación de IA por latarde. Que no pensara ni por un minuto en supropio coche. El taxi iría de su cuenta. Paraevitar reacciones programadas, la inauguraciónde bosque Gea se adelantaba, casi porsorpresa, al día de hoy. Que corriera. Quecorriera ya. Avisó a April que debía marcharsepor un rato a través de la puerta de madera yque cenarían algo rico aquella noche.

El taxista era un prototipo de aficionadoa los deportes de inteligencia artificial, músicade radio alta, brazos musculosos, gafasgruesas de muchos aumentos, habituales enlos que han quemado sus pestañas encompeticiones virtuales de varias horas al día y

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en la noche, que protegían unos ojos que através del retrovisor intuyó como de losmejores del mercado. El hombre no lereconoció, y Malkiel agradeció los minutosextra de no-tengo-comentarios sobre las lucesnocturnas y proyecciones amorfas en loscallejones y otras zonas mal iluminadas. Lasvisitas de la policía no habían pasadodesapercibidas para cualquier vecino con unmínimo interés. Desechó aquellos pensamientostratando de sustituirlos por otros, pero éstos noduraban mucho en su fuero interno, y enseguida recuperaban su lugar aquellasimágenes de patrullas policiales y ciudadanas,barriendo la ciudad de lo que llamaban, sinpercatarse de la redundancia, "contaminaciónlumínica residual".

Con un roce del mapa, el conductoraceptó las coordenadas para aparcar delordenador de a bordo. Un despliegue ensemicírculo de furgonetas y equipos móvilesse dibujaba en torno a una vasta zonasalpicada de árboles, en cuyo umbral se alzabaun estrado rectangular, separado de lavegetación por un voluminoso cartel con ellogotipo de la b minúscula y la G mayúscula.Malkiel distinguió enseñas triunfales pordoquier: fotos del presidente, brazos alzados,dedos con la señal de la victoria, su sonrisa y lade una fotogénica masa a sus espaldas, todosvestidos con ropa colorida y caracterizadoscon el aura de la esperanza, que los rodeabacon un hilo invisible, en pública comunión.Como su reflejo pálido, otra masa se habíaagolpado, según la radio del taxista, alrededordel estrado, tan pronto vieron alzado estesobre unos andamios. Los agoreros vivían a laespera de un nuevo conflicto entre las IA yhumanos. Malkiel bajó la ventanilla y aspiró abocanadas un perfume embriagador.

Al fondo de la avenida asomaban losárboles más altos, aquellas recreacionesgenéticas en las que había colaborado losúltimos meses. Ocupaban una serie de solaresque se extendían, para él, hasta el infinito,donde ya el horizonte no lograba interponernuevos edificios. Diversas fuentes luminosasde led rojos, verdes y azules ensartaban lascopas de los abedules, y por encima de ellos eltejido de la ciudad superior con las viviendasde la clase alta.

Pagó con tarjeta. Nada más pisar el suelose topó con las primeras filas de fanáticos. ¿Le

reconocerían incluso en pleno trance? No eranposibles los equívocos. La cirugía hidráulicaera mucho más sutil entonces que en sujuventud. Muchos asistentes respiraban conpulmones de silicona, aplaudían con manosmecánicas y escuchaban con oídosconectados al satélite de comunicaciones de lacomunidad. La otra mitad no había nacido demujer. Una bonita muestra de humanidad,pero ni sus explicaciones como héroe deguerra convencían a las ancianas para nocambiarse de acera. Al fin y al cabo, ellostampoco habían conocido combates tal ycomo él los recordaba.

El sonido de la voz, la música, a todapotencia, saturaba el aire y a sus oídosacostumbrados al silencio de las fronteras y losdesiertos, les dificultaba atender al discurso.Desprendido del significado de las frases, latransmisión de los altavoces se transformópara él en un continuo melódico, unafluctuación sedosa que envolvía a la audienciacomo un hilo. Atendió a las palabras: que unnuevo espacio para la naturaleza, que unreencuentro con las raíces, que un lugar deliberación personal en estos tiempos en queno merecía la pena mirar por la ventana.

Entre empellones y disculpas, Malkiel sehizo paso por el gentío hasta la plataforma sinque los guardias de seguridad movieran undedo para allanarle el camino.

—Zafarrancho de combate.

El presidente mostraba su acostumbradomagnetismo verbal. Su figura espigada florecíaentre la marea de periodistas como un cirionegro. Señaló a sus espaldas para describir nolo que la gente veía, sobresaliendo del cartelhacia un horizonte verde, sino lo queconformaría su futuro en el barrio, un proyectoal que sucederían otros, fuentes de oxígeno yhábitats animales desconocidos para lasúltimas generaciones. Formaba parte de lahistoria la competición prolongada entre laindustria química, erigida en salvadora de lasociedad civilizada tras la debacle de losvehículos eléctricos, con los petrolíferossintéticos, que contraatacaron con medidasmuy similares al chantaje, de resultas que todoel continente se vio en una encrucijada.Ofertas de precios bajos, crisis financiera,promesas privadas de desarrollo acelerado...un bonito caldo de cultivo para la expansión

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en el que los grupos ecologistas tenían todaslas de perder, hasta el punto de ser tachadosprácticamente de brujos. Una nueva inquisicióncorporativa había nacido, y con la sombra de lamiseria acechando en cada estado, sederribaron las últimas fronteras éticas. Adiós,bosques y valles, cuencas mineras, proteccionesdel patrimonio, adiós.

A la vez, la creación de vida inteligentede la nada en masa y sin control disparó elcrecimiento de la población. Las inteligenciasartificiales eran el recurso perfecto para manode obra barata y como soldados en las guerrastransoceánicas, hasta que se reconocieron susplenos derechos. Para entonces el abismoentre clases se mostraba insalvable y de lanaturaleza sólo quedaban estériles rescoldos.

Las hemerotecas digitales contaban lasconsecuencias: al principio los líderesenarbolaron la bandera de lo temporal.Cuando recuperemos los niveles deciudadanos con empleo, cuando superemos ladecadencia, regresaremos a la normalidad.Generaremos, mientras tanto, agua y oxígenocon filtros. Nada más fácil. Luego lanormalidad, dejó de ser un término consentido para formar una nueva variablefinanciera. Inversión en normalidad. Losabuelos aún recordaban una vida entreextensiones salvajes. Para ellos se concibió elproyecto Bosque Gea; un bosque dentro de laciudad. El mundo al revés.

El público estaba en manos delpresidente y él, envuelto en una música y lucescelestiales, se elevaba sobre ellos como uncampeón olímpico. Claim subió a escena paraleer un desordenado legajo de papeles queresumían la experiencia de resucitar variashectáreas de árboles, y las necesidadestécnicas y de infraestructura que habían sidonecesarias para plantar los primeroscentímetros de abono. La figura de Malkiel seasoció al proyecto ecológico en calidad deconsultor. Prácticamente no quedaba nadieque hubiera recorrido un bosque salvo él. Lacinta inaugural fue cortada; más aplausos,apretones de manos, saludos a cámara y laclausura.

El fragor de las calles abarrotadasretrotrajo a Malkiel a los tiempos de la pólvoray el hollín. Cuatro coches oficiales se llevaron ala cohorte política. Claim entró en uno, sin

llegar a divisarle entre el gentío. Los nuevosmodelos antigravedad despegaban en verticaly sin aceleración previa. Antes de que laaudiencia volviera a sus casas, el vehículo delpresidente flotó hacia el cielo para confundirseentre nubes.

Dar un paso a través de la aglomeraciónresultaba todo un logro. Ni en susexpediciones por parajes yermos ni ahora enla ciudad, donde rehuía a las masas, hubierasoñado con algo así. Una oleada de taxis decarretera y antigravitatorios acudió al rescate,pero la parada quedaba lejos de su alcance, yni siquiera los refuerzos lograron despejar laplaza: un racimo de brazos se alzaban paraocuparlos antes de que tomaran tierra. Amitad de camino renunció y buscó el atajomás próximo a la acera.

Quince minutos más tarde se alejaba porfin del evento, guiándose con el mapa de latableta. Vehículos pululaban por la granavenida como moscas. Atravesó una marañade luces eléctricas, una espesa mezcla dealumbrado urbano, publicidad y trabajadoresurbanos a los que la pobre luz natural nobastaba ni para reconocer la punta de susdestornilladores. Pasado el mediodía lassuperestructuras tentaculares de las clasesaltas y los conglomerados de la restauraciónde lujo, a varios kilómetros del suelo, seapropiaban de los rayos del sol.

El distrito centro siete quedaba atrás. Ladistancia entre farolas fue aumentando y laintensidad de su luz, disminuyendo. Yaescaseaban los paneles móviles publicitarios, yal entrar en las pobladas zonas residenciales,éstos limitaron sus avisos y rebajaron su tono.Sólo el zumbido de estática de algún cochesolitario se impuso al silencio. Luces lejanas deposición para el tráfico aéreo al fondo.Entrevió más allá, tapada por livianos bloquesde viviendas, la callada actividad de una basemilitar, su pista de despegue desierta. Le hizogracia aquel espacio vacío. En la avenidaprincipal desembocaba un sinfín de callejonesadyacentes de cuyas tinieblas surgíanpaseantes apresurados. Abajo siempre era másde noche que arriba. Miró a su espalda: nirastro del bosque. Llegaría en cinco minutos, acasa, a sus recuerdos y a April, y no estabaseguro de si los primeros pertenecían a ella oal revés.

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Sobre las lunas de los pocos comerciosque daban a la calle, y en los cristalesesmerilados de los edificios, Malkiel no vio losdestellos propagarse en línea recta. Pequeñoschispazos zigzaguearon en vertical de arribaabajo, como zánganos brotados de lascápsulas de luz de las farolas. Los hacesparpadearon, hambrientos de nuevosespacios, y en sus reflejos escalaron losedificios, a tramos gualdas, otros bermellones,y cada aparato de mantenimiento ambientalanclado en la pared rugió e hizo temblar suestructura viga por viga. Costó medio segundoque tomaran las terrazas, y en armoníacapturaron las antenas parabólicas,envolviéndolas como serpientes con suscuerpos.

Mientras la sombra de Malkiel giraba enuna esquina, el enfrentamiento de la pléyadealambicada de formas luminosas desafiaba a lanoche. Unas, semejantes a grandes nubes degas, tornaban de color, mudando del negro algris al blanco y viceversa, para enredarse conunas palmas blancas y extensas, que surcabanel aire. Tomada la casa, el zigzag indómito seextendió como una sábana, suave y fría, sobrelas colindantes, en busca de terreno dondealimentarse de más luz, hacia el centro de laciudad.

La voz mecánica de William le dio labienvenida. Un tono electrónico anunció laregulación de la temperatura, el tinteespecífico de las ventanas de acuerdo a losneones de fuera, de cuyas emisiones sebeneficiaban las células eléctricas externas y elmurmullo de ruido blanco que aislaba lasestancias en su propia quietud. El ancianosilbó para April una melodía de dibujosanimados:

—¿Quién quiere pescado fresco de lassimas subterráneas?

Su perfume invadía el cuarto, eldespacho mismo vibraba de ausencia, pero setrataba de algo transitorio. De los dispositivosmóviles sólo quedaban los cargadores, decuyas entradas manaban los cables como hilosde petróleo. Con un gesto de barrido losarmarios entendieron que debían abrirse. A lasperchas les faltaba bailar de pura sensación deapremio. En la cocina, una taza de té aúncaliente. Corrió a la ducha: los sensores delsuelo no habían terminado de secar el vaho en

el espejo. Se había marchado. Cerró de unportazo mientras se preguntaba si Aprilesquivaría con éxito las patrullas nocturnas.Cómo culparla, discurrió, si apenas él lograbasacar conclusiones.

—April, tienes edad para enfadarte, perono para comprender, ¡y yo tampoco! Unstrangelet... ominoso término. Suena a espírituconvocado de las profundidades. La bibliotecade la nave apenas lo menciona. He leído lopoco que hay, y aún me sorprende. Unamanifestación de materia nuclear generadapor los motores de la Tejedora. Obviamenteestable y racional, y provista de memoriatambién. ¿Podría preguntar a los investigadoresdel gobierno? No, antes muerto. Ladiseccionarían como Newton al espectroluminoso. Algún día entenderás, de verdad,por qué debes permanecer en casa. Sólonecesitamos tiempo, lo que siempre he tenidoa placer. Además, la teoría no lo es todo. Lomás importante es que siempre te he querido.

Caminaba con lo puesto. Conocía lascalles como si las hubiera diseñado. Quizá lohizo en sueños; la alineación en cuadrícula tanperfecta, tan simétrica, no parecía producto deunas manos humanas, aunque sus vecinos loasumían con tranquilidad. Letreros sociales depantalla de aire avisaban:

“Congestión de tráfico avenidasPerelman y Koshiba”

“Itinerarios recomendados por avenidaspares”

“Colapso en estaciones intermodalesdistritos centro 1 a 9”

“Disturbios en bosque Gea”

“No confíe en su software: conduzca conprudencia”

Leyó en diagonal hasta la penúltimalínea. Llamó por teléfono y de las alturasdescendieron dos luces de focos amarillos yuna señal de alarma, el clásico sonido declaxon de los coches antiguos. Los vehículoshicieron paso en la carretera, y unoestacionado sin permiso en una parada detransporte público se esfumó a toda prisa. Elambiente se llenó del humo de la nobleza. Losaerotaxis de la zona de clase alta eran caros,pero para eso estaba el dinero. Pidió que lellevaran a bosque Gea.

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A lo lejos cantaba un ronroneo agudo.Bajó la ventanilla para oír mejor. Sirenas depolicía. El viento despejaría sus nervios, pero elúltimo al que se le ocurrió asomarse salió enlas fotos del periódico con sólo dos dedos enla mano izquierda.

Las luces de bosque Gea en la oscuridadproducían el efecto de un jardín de plástico enun acuario. Un puñado de ciudadanos sealejaba de sus lindes como pececillosasustados. Al ras de las copas de los árboles,las visiones se imbricaban como adornos deNavidad, y coloreaban su ramaje de unamezcla de añil y oliva. Desde lejos el ambienteera casi hogareño. Vehículos de la guardianacional abrazaban el perímetro. Apuntabansus focos al centro de la actividad; un manojodenso de parpadeos de unos diez metroscúbicos. Dos mitades partían el cúmulo en unying y yang de tonalidades opuestas, que seintercambiaban en cada latido.

Tajima controlaba los accesos con undisuasorio nervioso con una potente luz en elextremo. Seis o siete guardias a su espaldacalentaban un generador del que manabanvarios cables y que murmuraba una ásperaletanía desde las entrañas de su motor comoun airado dios hindú. El más largo de esosbrazos, bifurcado en muchas extensiones,alimentaba varios trajes aislantes deescafandra gruesa y opaca. Los hombresesperaron su turno y cuando la luz de cadaextensión pasó del rojo al verde, desactivaronlos cerrojos, desenroscaron las mangueras y sefueron vistiendo sobre sus uniformes.

—Da media vuelta, Malkiel. Esta nocheson peores, agresivos. Los habremos disueltoen media hora.

El anciano se apoyó en su brazo y sonriótiernamente.

—Se me ha olvidado el paraguas, hijo.Dame un minuto y será como si nunca hubieravenido.

Tajima protestó con energía. Él ejerciópresión sobre su brazo mientras su sonrisa sevolvía más y más edulcorada.

—Todavía guardo recomendaciones parati, Tajima. Con el alcalde, el gobernador, la jefade prensa...

La luz del guardia bajó hasta iluminar susbotas, que emergieron de la oscuridad como

cabezas de cocodrilo. El hombre titubeaba.Malkiel palmeó su hombro y le dejó mientraspensaba su respuesta. Una gran nube servíade bandeja de plata a la luna. Con la precisiónde un alfiler, solo Polaris atravesaba lasregiones de polvo y suciedad en el cielosilueteado de edificios. Sus zapatos seembarraron en una senda iluminada bajo elcarnaval de luces eléctricas. Los seis o sieteguardias habían mirado a otro sitio mientraspasaba. Mantuvo la cabeza gacha, sin fijarseen la acción allá arriba. En su penúltimo viajehabía descubierto lo mismo a menor escala.Una fuga de reflejos bailarines en dos bandos,feroces, alimentándose de la energía de suopuesto. A veces, entre las llamaradasreconocía rostros familiares.

April se acurrucaba entre los brazos deun olmo. La noche profunda enfangaba elsendero, pero bajo las manifestacionesnucleares vio su imagen oscilar a saltos, con lacadencia estroboscópica de los jóvenes en lasdiscotecas. Abrazaba sus piernas, reducida aun cuerpo diminuto, se mordía el pulgar,pasaba su larga melena por detrás de sus finasorejas. Faltaba poco para que a sus ojos seasomara el llanto. Una vez más, los guardias nola habían reconocido.

Él la vio primero. La niña se levantó concuidado de no rozar las ramas más bajas. Latomó de la mano y hubo un largo abrazomientras sobre sus cabezas una fiera deMalasia y la figura moribunda de su padre,herido por arma blanca, se fundían en undesfile de colores. Rompió su regla y miróarriba. El paisaje de todos los pueblos por losque había pasado, los vecinos que seencerraban en su casa, temerosos de lallegada de la Tejedora y su tripulación, lamáscara metálica burlona del Gran Yrram, elmaldito engendro que le había arrancado laspiernas, se abocetaban un momento nadamás, luego sus trazos desviaban sus ángulos einclinaciones, los círculos se abrían a las líneas,las paralelas se despedían y otra pequeñaparcela de la memoria se ocupaba.

Sí, navegaban allá arriba como él en laTejedora, primero de grumete a órdenes de supadre, luego de capitán, al final de remolcadorde un aparato destartalado y descolorido,espejo de sus años. Partículas extrañascabalgando ondas de choque que sacudían elaire con la potencia de un reactor. No faltaba

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ni April, la excepción fundamental, elstrangelet que respiraba y caminaba como élmismo. Sólo de cerca uno apreciaba lasalteraciones de materia que volvían su piel tanfina y delicada que temía atravesarla como unfantasma. Por mucho que deseara acudir aconciertos o bailar en fiestas, una fuerza máspoderosa la reuniría siempre junto al resto destrangelets, los fotogramas que definían supropia vida.

Se separó de su hija y le revolvió el pelocon cariño.

—Perdona. Al ver los agentes busqué unescondite, como tú me enseñaste.

—Perdona. Prometo buscar unasolución.

Hablaron al unísono, y unas sirenasinterrumpieron lo demás. Tajima no podíaseguir reteniendo a los nuevos efectivos.

Al registrar el perímetro la guardia sóloencontró unas huellas estampadas en el barroreseco. Por la distancia entre pasos y la formaen que se imprimían, un experto dictaminóque se habían alejado a la carrera.

La cabeza del Gran Yrram, la Tejedora, losvecinos de tiempos pasados, aún resplandecíanen el cielo nocturno, a imitación de los neonesinformativos del departamento de tráfico, lapublicidad estática y móvil y la brillanteseñalización urbana que no dejaba que lanoche lo fuera por completo. La metamorfosiscontinua de bosquejos permaneció en lo altoun rato más, hasta que las fuerzas especialescumplieron al fin su cometido. Fue la últimavez que la ciudad los divisó en el horizonte.

Dos horas después un juez autorizaba elregistro de su casa. Dentro, a la policía lesorprendió un aroma indistinguible. Losenseres del piso caídos por el suelo, la mayoríarotos, la ropa hecha jirones, no daban cuentade sus habitantes. En el recibidor, humeaba uncráter de dos metros de diámetro, signo deuna combustión que había consumido lamadera del suelo hasta mostrar el materialaislante de debajo. Según la hipótesis másplausible, los strangelets nucleares de losmotores de la Tejedora, que también faltabaen el hangar, se habían llevado a Malkiel a latumba, pero siguieron buscando. Al principioel presidente dirigió el operativo en persona,hasta que otros asuntos le requirieron. Sólo los

más beligerantes miembros del congresoreclamaron explicaciones. Luego hasta ellos seaburrieron, y cuando los medios decomunicación cubrieron otras noticias, tansólo uno o dos jóvenes investigadoresrecopilaron en sus archivos las pruebas yconclusiones de la policía científica.

Quizá alguno de ellos, en el futuro,razone, según los datos obtenidos, que encontra de las tesis de su época, el viaje hacia elpasado es factible. Y que Malkiel y April sehabían ido, juntos, a un lugar y un momentoen que ella vivía con su marido y éldescansaba en compañía no de un espectroatómico, sensible pero ilusorio, sino de su hija,encarnada y real. Todavía con fuerzas para eljet lag del último viaje.

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El mensaje extrasolarAldo Gal indo

Sencillamente era increíble que estuviesesucediendo… El radiotelescopio de Arecibohabía recibido un mensaje que proveníadesde más allá de los límites del Sistema Solar,en las adyacencias de una lejana estrella,situada a unos 15.3 pársec de nuestro planeta.El proyecto SETI había rendido sus frutos, lahumanidad había hecho contacto con otracivilización inteligente en el cosmos. Despuésde todo, no estábamos solos en el universo.

Paradójicamente, no había sido muydifícil desencriptar el lenguaje del mensaje,puesto que venía trascrito en un idiomacomputacional que atendía a una nomenclaturamatemática no tan compleja. Los superor-denadores terrestres necesitaron solo unaspocas horas para realizar la labor dedesencriptarlo. Además, el mensaje era breve:tan solo contenía un saludo amigable de unalejana civilización. La cual, como supimosposteriormente, era mucho más antigua ymucho más avanzada intelectualmente quenosotros. Todo ello fue determinado por losdiversos especialistas que estudiaron elcontenido del prodigioso mensaje extrasolar.

La comunidad científica internacional sedispuso inmediatamente a realizar estudiosespectrales sobre la estrella de donde parecíaemanar el mensaje. De igual forma, muchosastrónomos se dedicaron a recabar la mayorinformación científica posible sobre losexoplanetas que orbitaban aquella remotaestrella, mientras que muchos otrosespecialistas se dedicaron a la importantelabor que significaba dar una oportunarespuesta a la inusitada civilización espacial. Larespuesta de la humanidad tardaría casi 50años, viajando a la velocidad de la luz, parapoder llegar a sus destinatarios. Resultabaobvio que nuestra respuesta debía serenviada en el mismo lenguaje encriptado: estacuestión había quedado delegada en lossuperordenadores terrestres y era un asuntoaparentemente sencillo.

Para responder al saludo de las estrellas

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un gran número de eruditos, técnicos ypolíticos se dedicaron a redactar un sinnúmerode posibles respuestas para el mensaje deaquella desconocida raza inteligente. Pasaronvarios meses antes de que los especialistas sepusieran de acuerdo en el contenido quedebía llevar el mensaje, puesto que esta seríala carta de presentación de la humanidad y,como tal, debía representar a todos y cada unode los seres humanos; sus culturas, credos,posturas políticas, entre otros tantos asuntosparticularmente relevantes a la hora de enviarun mensaje que simbolizase a todas las razas.Al final, se designó una comisión multilateralque redactó un mensaje sencillo de paz ycordialidad. Pero días antes de remitir elmensaje, se acordó anexar un conglomeradode inquietudes y preguntas dirigidas aaquellos seres espaciales. La mayor parte delas preguntas versaban sobre asuntos deinterés científico.

El mensaje humano fue enviadosatisfactoriamente. Nuestra carta de presen-tación viajó a través del cosmos en forma deondas electromagnéticas para arribar a sudestino al cabo de 50 años desplazándose a lavelocidad de la luz. Alegres y satisfechos,estimábamos que en otros 50 añosobtendríamos un segundo mensaje denuestros vecinos racionales que habitabanaquel apartado astro en la inmensidad delcosmos.

Trascurrieron los años y al fin llegó el díaen que la civilización foránea dio respuesta a lahumanidad expectante. Todos los habitantesen la Tierra estaban muy excitados porconocer las respuestas a las preguntas que sehabían formulado. La comunidad científica sepreparaba para sus labores, una vez que losseres espaciales revelaran algunos de susdesarrollos tecnológicos. Los políticos debatíanintensamente sobre las posturas y los idealesque posiblemente operaban en aquel lejanosistema planetario: algunos afirmaban que allíimperaba la democracia, otros considerabanque unas mentes tan adelantadas solo podríanvivir en régimen comunitario, mientras quealgunos esperaban que nos sorprendieran conun nuevo sistema político y que éste fuese útilo de alguna manera aplicable a la sociedadhumana. Por otra parte, el clero se preocupabapor las connotaciones religiosas que podríadesencadenar la respuesta de los seres

espaciales: ¿se atreverían a contradecir lapalabra revelada?, ¿adorarían falsas deidades?,¿serían agnósticos o ateos?

Los seres espaciales tuvieron laamabilidad de responder a todas y cada unade nuestras preguntas. Revelaron algunosconocimientos científicos, que para nosotrosresultaron ser maravillas tecnológicasdesmesuradamente innovadoras. Expusierondetalladamente un complejo sistema políticoque nadie comprendía en la Tierra, ahora lospolitólogos tenían el compromiso profesionalde desentrañarlo, y hacerlo potable o digeriblepara el entendimiento del ciudadano común.En lo referente a las cuestiones de índoleespiritual, los seres espaciales no supieroncomprender nuestros “extraños” interrogantes.Esto fue interpretado de diversas formas porlas distintas iglesias y creencias de nuestroplaneta, pero todas ellas, rápidamente,expresaron que aquellos pueblos espacialesdebían ser evangelizados. Pastores, reverendos,rabinos y obispos se consagraron al estudio dela radioastronomía, con el objeto de predicarel evangelio a través del cosmos.

Finalmente, y antes de cerrar con unpacífico mensaje de despedida, los seresespaciales juzgaron oportuno plantear unaserie de preguntas a la humanidad, tal y comonosotros lo habíamos hecho con ellos. En estesentido, aquella recóndita civilización sedirigió a nosotros con las siguientes palabras:

“Vemos que la humanidad se interesapor asuntos práctico-tecnológicos, y tambiénpor asuntos de orden social, a los que esperamoshaber dado respuestas satisfactorias. Ahora bien,nosotros atesoramos la esperanza de queustedes nos puedan orientar con las preguntasque nos aquejan desde el principio denuestros tiempos, a saber: ¿Por qué existe algoen vez de nada? ¿Qué es el universo? ¿Quésentido tiene la vida? ¡Ayúdennos, por favor…ESTAMOS DESESPERADOS!”

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Cuando, casi al final del libro, mesorprendí a mí mismo intentando recordardónde había oído hablar previamente acercade la leyenda marinera de los peces rojos conrostro humano, caí en la cuenta de que estabadisfrutando de una buena lectura. Eviden-temente, se trata de unasuperstición inventada por elpropio autor al principio de lasegunda parte de la historia,pero que había resultado tancautivadora que yo la habíaincorporado a mi acervo y, alvolverla a encontrar 150páginas después, me produjola curiosa sensación defamiliaridad benigna que paramí es el signo de algo bienescrito. No lo esperaba, puestoque en la tienda el libro mehabía producido una impresiónmás bien mala. Por ejemplo, enla solapa se resume de manerapoco reconfortante como: “unlibro que se compone a sí mismo cuenta supropia historia”. Además, el diseño de laportada es más propio de una edición juvenil,con su muchacha semidesnuda y todo. Aunasí, pagué 5 euros por él, un poco por purovicio de coleccionista y otro poco porqueencuentro cierto placer en destripar un mallibro como lo parecía éste.

Al principio me provocó cierta muecamental de disgusto el ir encontrando losnombres que el autor había elegido para suantroponimia y su toponimia, por ser algoridículos. Sin embargo, conforme avanzaba,me vi envuelto en un mundo construido conalegría y oficio. No se trata de una historia dehard scifi ni lo pretende; sino que más bien eltexto fluye como el relato de un romancerofuturo... Una vez terminadas sus nada pesadas261 páginas, sólo puedo concluir que hedisfrutado de lo lindo con El libro de la TierraNegra de Carlos Gardini. Ahora incluso megustan los nombres de los personajes... Lorecomendaré a aquéllos que disfruten de

historias de fantasía pobladas con mutantes,tiranuelos tecnológicos y científicos excén-tricos; novelas donde nuestra aburridasociedad ha sido abolida por poderesparanormales, pasiones extrañas y distopíasmesiánicas.

Muchos de estos elemen-tos aparecen también en elclásico El mundo de los No-A (yohe leído la versión inglesa: Theworld of Null-A), de Alfred E.van Vogt. El estilo, en cambio,es muy distinto: en lugar dellenguaje juguetón y el ambien-te fantástico, encontramosacción a raudales en diversosescenarios surrealistas y miste-riosos, descritos en un tonoque pretende ser riguroso ycasi técnico. La dotaciónpertinente de retorcidos mal-vados hace valer su ambiguaética dentro de una trama en la

que nuestro incomprensible héroe resulta tanpatético como Prometeo encadenado. Susgiros argumentales terminan despistando atodos menos al lector más absolutamenteconcentrado. De pronto, llega el final y, ahoraque lo pienso, no soy capaz de explicaros muybien qué es lo que sucede. Pero no está mal.Creo que la novela pierde mucho de suimpacto al leerse hoy en día, cuando yaestamos hartos de leer a Philip K. Dick o almenos de ver Desafío Total, Memento, Matrix ysimilares.

¡Ah, libros anticuados! Ahora que se hapuesto de moda lo retro, puedo hablaros sintapujos de cierto tipo de novelitas que devorocon placer. La última de éstas que la críticamás ataráxica denominaría quizás “textos coninterés meramente histórico” ha sidoWanderers of time, de John Wyndham. Se tratade una colección de historias cortaspublicadas al inicio de la carrera de este autorimprescindible, más conocido por la genial Eldía de los trífidos. El ejemplar que tengo mecostó un euro y luce en la primera página la

Rastrillo de lecturas #2David Sigüenza

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cartilla de la King's College Library, con sellosentre 1981 y 1984. No parece que la gente loleyese mucho antes de ser descatalogado entan prestigiosa institución. Es una lástima, ellosse lo perdieron.

A través de las capas de aventura yacción que usa con destreza Mr. Wyndham,encontramos ideas realmente impactantes.Como la de la historia que da título a lacompilación: una singularidad del Universo, unlugar donde van a parar quienes, viajando enel tiempo, sufren la mala suerte de atravesarciertas coordenadas espacio-temporales. Estoda pie a la convivencia de individuos de laprocedencia más divergente. No es que eltema esté estrujado hasta exprimir la últimagota filosófica o humanística posible; más bienlos personajes tienen encuentros graciososcon otros seres y corren de aquí para alláhuyendo de diferentes peligros y conjuras. Esosí, todo está contado de manera amena y congrandísimas dosis de imaginación y artesanía.

Otras de las historias cortas, todaspublicadas entre 1933 y 1939, prefiguran loque serán las grandes novelas de Wyndham apartir de los años cincuenta. Hay quereconocer que las últimas son mejores queestas obritas escritas por un principiante contantas restricciones editoriales; pero, tomadasen sí mismas o con la perspectiva adecuada,resultan como deliciosos canapés que nisobran ni empachan ni tienen por qué guardarrelación con el plato principal.

Transferir nuestro zeitgeist a otrasociedad, ya sea en el futuro o en lasantípodas, es el principal error que hace que,con el tiempo, una historia quede anticuada.Cuentan que en una entrevista le preguntarona Gene Roddenberry, el creador de Star Trek, sino le parecía ridículo que en el siglo XXIV no sehubiese encontrado aún una cura contra lacalvicie, en referencia al aspecto del actorPatrick Stewart, quien da vida al capitán Picarden la serie. A lo cual respondió que él esperabaque para entonces ya no le importase a nadie.

Como ejemplo, tómese este fragmento:

«Pedro soltó un suave silbido al ver a lamuchacha.

—Vaya una hurí —dijo por lo bajo.

—En estos tiempos —manifestó Jerry—,hay muchos adelantos, pero me parece, Triks,que tú eres el único que ha conseguidoarrancar el grabado de una portada de modas

y hacerlo revivir.

Rona se sintió halagada ante lasgalanterías que le dedicaban. Triks soltó unosgruñidos.»

Así describe Louis G. Milk en Agencias delfuturo el encuentro entre cuatro de losmejores operativos de la más grande agenciade información mundial con la hija del ex-director de la agencia rival, también unaagente a su vez. Por supuesto, ella es la quesirve el café mientras preparan una operaciónsecreta que cambiará el rumbo de la historia. Atan importante reunión, Rona (la chica) acudeataviada con «una simple blusita, anudada a laaltura del estómago, y unos shorts muyceñidos a sus generosas caderas». A Rona legusta vestir así: en todas sus escenasselecciona ropa tal que no sea «suficiente paraocultar las generosas proporciones de supecho bien contorneado, de un talleincreíblemente delgado y flexible y de unascaderas de ánfora». En realidad, la otra agenteque aparece en la historia, Lucy, comparte sugusto por los modelitos descocados, así quesupongo que debe ser cosa de la moda delfuturo.

De los personajes masculinos nosabemos apenas nada más que su nombre.Cincuenta años después de su publicación,sorprende imaginar que sobre los hombros deestos gañanes de barra se encontrabadepositado el futuro de la humanidad. Peroera otra época y Luis García Lecha (verdaderonombre del autor) salía a más de una novelapor semana para poder vivir de esto. Llegó apublicar más de dos mil “bolsilibros” en Toray yBruguera, casi un tercio de ellos con temáticade ciencia ficción. Utilizó los pseudónimos deClark Carrados, Glenn Parrish y Louis G. Milk,tan conocidos para los aficionados a laliteratura de baratillo.

A través de la urdimbre de susentimemas obsoletos se teje una trama demujeres descritas con profusión de detalleslujuriosos, una y otra vez, aun cuando no hayespacio para otra cosa en el bolsilibro deturno; un futuro siempre igual al presentesoñado por todos los dictadores de su época,excepto por tres o cuatro juguetitostecnológicos que simplemente reemplazanobjetos ya existentes por sus versionesmejoradas pero igualmente familiares; un finalen el que sus castos protagonistas literarios secasan como Dios manda, nada más ser

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rescatados del resquebrajamiento delasteroide donde sobrevivían como náufragosen sus escafandras de emergencia...

Diez años más tarde escribía Ursula K.LeGuin su novela política Los desposeídos. Laseñora inspira más o menos simpatía, según,pero está claro que piensa en profundidad,planea en detalle y produce cariñosamente suslibros. Su impresionante trilogía fantástica(luego aumentada a penta o incluso hexalogíacon menos fortuna) sobre Terramar (Earthsea)es su obra más conocida en España. Losdesposeídos no ha sido construida consimbología tan rica ni su significado se hundetan profundamente en las teorías psicológicasdel siglo XX: se trata de una utopía anarquista,sin tapujos, sin relecturas. No es un ensayodialogado al estilo de Walden Dos: su forma hasido pulida mucho más allá. Sin embargo sícomparte con B. F. Skinner la honestidad o elpundonor de mostrar, junto con el ideal, lasgrietas de la “Ciudad del Sol” construida en suspáginas.

Eran los años setenta y los buenosescritores se dedicaban a meditar sobre estascosas y a trabajar en lo que escribían... A todoesto, se me plantea una duda: ¿qué nos dicesobre la sociedad actual la novelacontemporánea, sabiendo, por las lecturas derastrillo, que las obras de otras décadasreflejan su tiempo tan a las claras?Concretamente estoy pensando en RealityDysfunction, de Peter F. Hamilton, un tocho demás de 1200 páginas. ¡Y resulta que sólo es laprimera parte de una trilogía! Empieza comouna entretenidísima historieta del espacio,llena de acción y descripciones imaginativasde una sociedad futura no tan diferente como

para resultar alienadora, pero lo suficientementeintrigante. La trama se va hinchando conpersonajes más o menos prescindibles, desituaciones que recuerdan una y otra vez acapítulos de Star Trek, de enigmas aburridos,de acción descerebrada... Infla que te inflahasta que aparecen los zombis (¡¿!?) y elinvento revienta y la lectura aletarga hasta allector más crédulo.

No voy a decir que sea mala. Supongoque si hubiera tenido alguna ligera idea de loque me esperaba me lo tomaría de otramanera. Porque oficio tiene. Exactamente elmismo tipo de oficio que Louis G. Milk. Soloque a uno le publicaban un bolsilibro cada 150páginas tecleadas, todas las semanas, y al otrole encuadernan diez de esos de una tacada. Enel texto, la misma pornografía descafeinada,los mismos garrulos astronáuticos y losmismos correcalles. Levanto la cabeza y miro ami alrededor: ¿en qué año estamos?

Personalmente prefiero el chocolateespeso, el café ristretto y mis diversionesescapistas en tomitos pequeños, que quepanen el bolsillo. Y una dosis de Ursula LeGuin devez en cuando.

Otro día os cuento más.

Libros mencionados

Carlos Gardini, El libro de la Tierra Negra,Equipo Sirius – Colección Tau, 2001.

Peter F. Hamilton, The reality dysfunction. Pan,1997.

Ursula K. LeGuin, The dispossessed, GraftonBooks, 1975 (reimpresión de 1989). La únicaedición española que he encontrado es Losdesposeídos: una utopía ambigua, Minotauro,1974 (con varias reediciones/reimpresioneshasta 2002 al menos).

Louis G. Milk (Luis G. Lecha), Agencias delfuturo, Toray – Colección Espacio Extra, 1964.

Alfred E. van Vogt, The world of Null-A, SphereBooks, 1971 (reimpresión de 1974). Parece serque la edición española es El mundo de los No-A, Acervo Ciencia/Ficción, 1975.

John Wyndham, Wanderers of time, Coronet,1973 (sexta reimpresión de 1979).