Usted Puede Hablar

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USTED PUEDE HABLAR EN PUBLIC

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_ . N$ 21.00 Francisco u. r u r e a

Todos los modernos recursos que la electrónica ofrece no han sido capaces de sustituir el efecto de la palabra viva en el campo de la comunicación humana. Hablar en público sigue siendo una necesidad en el mundo actual, y de su práctica acertada depende el buen éxito de un gran número de activida­des.

El maestro en su cátedra, el ejecutivo en el mundo de los negocios, el investigador en el canpo de la ciencia y de la técnica comprueoan cada día más que sus ideas y proyectos dependen mucho de la forma en que 'os trasniten a otros en el aula escolar, en las reuniones y asan bleas, en las conferencias y congresos.

Este libro quiere ser un aliado per' >nal de toe os aquellos que deben o desean hablar en público por cualquier motivo. El secreto de este arte no consiste tanto en la técnica de elaborar un buen discurso, cuanto en dar al orador la confianza en sí mismo.

El autor sostiene la tesis de que cualquier persona puede hablar en público, por la sencilla razón de que todo ser humano goza del privilegio de poder comunicar sus ideas a los demás, y hablar bien en público no es más que lograr una buena comuni­cación del propio pensamiento.

El propósito de USTED PUF.DE HABLAR EN PUBLICO es ayu­dar al lector a descubrir el "orador" que lleva dentro. El autor lo consigue en forma inteligente y amena, partiendo de la base de una buena comunicación: ideas y conocimiento del idioma, y exponiendo los elementos que dan al orador confianza para enfrentarse al público. Es de especial importancia el capítulo dedicado a la timidez.

Mediante ejemplos y experiencias aleccionadoras, el autor estimula eficazmente a sus lectores a emprender una tarea que enriquecerá su personalidad, les abrirá nuevos horizontes y les producirá hondas satisfacciones.

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Francisco J. Perea

USTED PUEDE HABLAR EN

PUBLICO

EDITORIAL DIANA MEXICO

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Introducción

En épocas pasadas, y aún en pleno siglo xx, antes de la Segunda Guerra Mundial, la oratoria era todo un arte. Los antiguos lo llamaron retórica ( ^nxoptia), y constituía una materia específica en los programas de estudio de las carreras humanísticas. Es muy común en­contrar en las bibliotecas colecciones de discursos, aren­gas, alocuciones, sermones, panegíricos y mil géneros más de formas consagradas para hablar en público.

La segunda mitad del siglo xx, con el uso de la energía atómica y nuclear, los viajes espaciales y el mundo de la electrónica con sus inagotables recursos, han orientado al hombre con tal fuerza hacia la cien­cia y la tecnología, que lo han hecho despreciar for­mas de cultura y utilización de medios que hace unas décadas consideraba indispensables.

Con lo que podríamos llamar el arte de hablar en público, hemos pasado de un extremo a otro en unas cuantas décadas. Las generaciones de la primera mitad del siglo xx cultivaban el arte del bien decir en tal for­ma que en las piezas oratorias se llegaba a buscar más

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I N T R O D U C C I Ó N

el arte y la elegancia del estilo que el contenido del discurso. Ir a escuchar a un buen orador era una diver­sión más, como podría haber sido leer algún capítulo de un buen libro, presenciar un juego o asistir a una función de circo. Así se explica que la longitud de las alocuciones no pareciera excesiva.

Al entrar en la segunda revolución industrial de la posguerra, la atención se concentra en la ciencia y la téc­nica con tal intensidad, que no hay tiempo ni interés por la palabra hablada. La grabación de los discursos se populariza cada día más. En la radio y la televi­sión, el procedimiento normal es grabar previamente programas y anuncios. El que participa en ellos no su­fre por los errores que comete: lo más sencillo es de­volver la cinta y grabar de nuevo.

En cuanto a la diversión o placer estético que pu­diera proporcionar un buen discurso, sería probablemen­te lo último en que pensaría el hombre moderno. En primer lugar, no tiene tiempo; en segundo, le sobran diversiones mucho más interesantes de que disfrutar. Este hombre, cuando debe oír a un orador, no quiere más que recibir un mensaje. Ni siquiera le interesa si habla bien o mal, con tal que diga "algo" que responda a sus intereses.

Así es como hemos pasado del culto al desprecio de la palabra viva. Es lógico que también los que tienen que hablar en público no pongan mayor empeño en la forma en que lo hacen, pero el resultado de esa actitud acaba por ser la inseguridad y el temor, porque de to­das maneras, el orador tiene delante a un auditorio más

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I N T R O D U C C I Ó N

o menos numeroso, cuya sola presencia es impresionan­te. Además, el que toma la palabra, sabe que ese público espera un mensaje.

¡Cuántos hombres valiosos han lamentado no poder comunicar lo que piensan o sienten, por no creerse ca­paces de hablar en público! ¡Cuántos tienen la necesi­dad o el deber de hacerlo y su misión resulta pobre o definitivamente un fracaso, por la deficiencia de su ac­tuación en esas circunstancias!

A todos los que desean hablar en público o necesitan una ayuda para hacerlo con más confianza y satisfac­ción, va dirigido este libro, que no es más que un aná­lisis de ese arte y una guía para descubrir los talentos personales adecuados.

Otras obras sobre el tema, quizá mucho más exten­sas, le dirán lo que debe hacer y lo que debe evitar para lograr un buen discurso. Le explicarán cómo ela­borarlo, qué medios puede emplear para prepararse y causar mejor impresión en el auditorio. Le darán nor­mas sobre la manera más conveniente de presentarse, de hablar, de manejar los recursos oratorios y técnicos modernos, sobre la manera de retirarse. En pocas pala­bras, le proporcionarán el "instrumental" necesario y un "instuctivo para su uso".

Este breve libro quiere ser su "aliado personal". Lo invita a descubrir lo que usted mismo ya tiene. Lo es­timula a desarrollar facultades propias, más que a ma­nejar herramientas externas. El verdadero "orador" está dentro de usted, hay que ayudarlo a salir y manifestarse libremente.

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I N T R O D U C C I Ó N

La razón de este enfoque diferente es muy clara: los elementos esenciales para hablar en público son hu­manos, no tecnológicos. Estos serán valiosos si encuen­tran apoyo en aquéllos, pero nunca podrán sustituirlos. Lo fundamental en la oratoria es desarrollar persona­lidad de orador, no volverse un técnico de la voz, de los medios de comunicación o de los recursos audiovisuales.

Si usted quiere o necesita hablar en público, el fac­tor esencial es la seguridad interior y la confianza en sí mismo. A los fundamentos humanos del arte de hablar en público puede aplicárseles muy bien esta frase debida al genio de Honorato de Balzac: "Nada es mayor im­pedimento para estar bien con los demás, que estar mal consigo mismo".

El orador inseguro, temeroso, está "mal consigo mis­mo" cuando sube a la tribuna, porque no ha descubierto o desarrollado los talentos y cualidades interiores capaces de darle confianza en su propia persona. En esas condi­ciones, de poco puede servirle el dominio de todas las técnicas exteriores. A ese "estar mal consigo mismo", sentir que la tarea "le queda grande", se debe el que no logre "estar bien con los demás", con su auditorio; a eso se debe que tema estar ante él y que cuando debe hacerlo, sea un martirio.

Este libro quiere ayudar a usted, lector o lectora, a estar bien consigo mismo cuando tenga que hacer frente a un auditorio. Lo invita y lo acompaña a en­contrar seguridad y confianza en sí mismo, le dice que cualquiera que haya sido su experiencia pasada, si quiere, U S T E D P U E D E H A B L A R E N PÚBLICO.

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1 Hablar en público

una experiencia humana de comunicación

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S A B E R

C O M U N I C A R E I primer paso en el arte de hablar en pú­blico tiene que ser entender en qué consiste,

qué es lo que en realidad se hace cuando se ejercita. Solo así pueden concentrarse desde un principio los es­fuerzos en lo importante, sin permitir que lo secundario y circunstancial distraiga de la finalidad principal.

Cuando alguien "habla en público", aparecen tres elementos: un orador, un discurso y un auditorio. O sea, el que habla, lo que dice y a quién lo dice. L a relación entre los tres podría esquematizarse en esta forma:

ORADOR DISCURSO PÚBLICO (el que habla)

i ^* (lo que dice) (el que escucha)

E l que habla en público no hace otra cosa que re­lacionarse con un grupo de personas, trasmitiéndoles un mismo mensaje. Hablar en público es, en esencia, lo mismo que hablar con otro; por ejemplo, en una con-

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HABLAR EN PUBLICO ES UNA EXPERIENCIA HUMANA

versación: es establecer una comunicación. Por eso, el secreto básico de poder hablar en público no es más que el de saber comunicar a los demás lo que se piensa y lo que se siente. Las normas de un buen discurso son las mismas de una buena comunicación.

Son las circunstancias peculiares en que suelen pro­nunciarse los discursos, y ciertas ideas erróneas sobre ellos, las que aumentan la dificultad de la comunicación y hacen de ella una experiencia sicológica ardua para el orador en general.

Saber conversar también es un arte, pero en general no nos cuesta trabajo comunicar nuestras ideas y senti­mientos en una conversación, aunque sea delante de un grupo de varias personas. E n cambio, el orador se en­cuentra en circunstancias muy especiales y no es tan sen­cillo obtener comunicación.

E n primer lugar, sabe que es el centro de atención. Ese grupo de personas más o menos numerosos se ha re­unido allí para escucharlo, para recibir su mensaje.

Se le ha preparado un lugar especial, de modo que todos puedan verlo. Él sabe que al subir al estrado, las miradas de todos estarán clavadas en su persona, y los oídos de todos estarán pendientes de sus labios. Por añadidura, es de suponer que a su discurso le hayan precedido anuncios y que a su entrada en escena le preceda una presentación. Todo esto lo pone más en evidencia. E l micrófono, sobre todo si se sabe que habrá grabación, es para muchos casi un trauma. Pero si no lo hay, el esfuerzo de hacerse oír es un problema adi ­cional.

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U S T E D P U E D E H A B L A R E N P U B L I C O

Todos estos factores, que rodean de solemnidad al acto, son los que hacen que hablar en público resulte una experiencia de comunicación muy peculiar y difícil.

E n esa situación, hay el peligro de que los esfuerzos del orador se diri jan hacia las circunstancias, olvidando lo esencial. Puede suceder que el estrado, el micrófono, el número de los oyentes se apoderen de toda su aten­ción y no lo dejen concentrarse como conviene en lo­grar una buena comunicación.

Los detalles no deben descuidarse, pero lo fundamen­tal es tener presente que para hablar en público hay que saber comunicar. L o demás viene por añadidura. De muy poco sirve dar reglas sobre medios, métodos y re­cursos prácticos, si se descuida la experiencia humana, la sicología de la comunicación.

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C O M P A R T I R I D E A S

Y E M O C I O N E S Comunicarse quiere decir "poner en común", compartir algo con otros. E n

su forma más simple, la comunicación es un puente que une dos extremos: el emisor, que manda el mensaje y el receptor, que lo capta. Cuando se trata de hablar en público, el emisor es el orador, y el receptor el audi­torio. E l discurso es el puente, tendido a base de pala­bras, pero en realidad, un medio para trasmitir algo más profundo y valioso: ideas y sentimientos.

E l orador que se comunica con su público mediante las palabras está compartiendo con los que lo escuchan 14 ~

H A B L A R E N P U B L I C O E S U N A E X P E R I E N C I A H U M A N A

una serie de ideas, y se propone despertar en ellos sen­timientos tan parecidos como sea posible a los que él mismo tiene. Se propone convencerlos de algo, impul ­sarlos a tomar determinada actitud, a sentir interés por ciertos valores, a emprender una acción.

U n ejemplo muy claro del complejo fenómeno que se produce cuando alguien habla en público lo tenemos en aquel famoso discurso de Cicerón contra Cati l ina, en presencia del Senado romano. E l orador tiene la idea de que Cati l ina es un traidor que está aprovechando la situación para llevar a cabo sus planes. Las emociones de Cicerón son intensas y al subir a la tribuna se exa­cerban más con la presencia del culpable. ¿Qué hace el orador? Expone sus ideas con admirable facilidad de palabra, con elocuencia elegante, pero sobre todo con pasión vehemente. ¿Qué logra? Compartir con el audi­torio sus ideas: Cat i l ina es un peligro, hay que hacer algo al respecto. Pero sobre todo comparte con el pú­blico sus emociones profundas: temor, ante una grave amenaza para la patria, sentimiento de urgencia y deseo de actuar sin tardanza. Su discurso tiene éxito. ¿Por qué? Porque ha logrado una verdadera comunicación.

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A C E R C A M I E N T O O

D I S T A N C I A M I E N T O Es ley fundamental de la comunica­ción que exista entre las dos partes

una actitud de acercamiento, de deseo de entenderse y de compartir. E l público que acude a oír a un orador nor-

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malmente va animado del deseo de recibir un mensaje y de compartir actitudes vitales. E l orador, por su parte, debe presentarse impulsado por el deseo de trasmitir ideas y sentimientos que considera valiosos y que lleguen al auditorio.

Sobre esas bases previas, al ponerse el orador ante el público, se establece el primer contacto vivo por am­bas partes. Se inicia la C O M U N I C A C I Ó N . Este primer con­tacto, con las reacciones correspondientes del orador y del auditorio, es muy importante para los buenos efectos de la comunicación. Si el público se muestra hostil, hará más difícil la tarea del orador. S i este, de primer intento ofende o desagrada al público, crea una barrera entre los dos, que tendrá que derribar para lograr que su men­saje llegue como él quiere.

Experiencias de contacto humano, favorable o des­favorable, las vivimos a diario en el trato con los demás. E l joven recién recibido, que solicita una entrevista al empresario para ofrecerle sus servicios profesionales, va a tener una experiencia de comunicación. Procurará ha­cer buena impresión al probable jefe. E l primer mo­mento de la entrevista, la primera mirada que inter­cambian, antes de decir una palabra, son de importancia capital. E l agente de ventas que ofrece su mercancía a un posible cliente, tiene mucho cuidado de que este se forme de él una buena imagen. Como suele decirse, antes de "vender el producto", procura "venderse a sí mis­mo", es decir, se esfuerza por ser aceptado sin reservas; y sabe que los primeros instantes del encuentro pueden ser decisivos en pro o en contra.

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H A B L A R E N P U B L I C O E S U N A E X P E R I E N C I A H U M A N A

Entre el orador y el público, el fenómeno humano o sicológico es idéntico. E l primer contacto entre ellos puede ser un acercamiento o un distanciamiento, y siem­pre será decisivo para el resultado de la comunicación.

Esto nos revela una realidad de la máxima impor­tancia para quien se propone hablar en público: el fe­nómeno de la comunicación humana es algo mucho más profundo y vital que un simple intercambio de palabras. Presupone actitudes, sentimientos, disposición interior en­tre los que van a comunicarse.

Por eso, el orador necesita acercarse a su público con una actitud benévola, el interés sincero por darle algo que considera bueno y valioso. Este será el primer paso para conquistar al auditorio, para despertar en él sen­timientos y actitudes parecidas, para sentir que este acoge al orador, que le da la bienvenida.

E l efecto de esta aceptación recíproca es doble: en primer lugar, usted como orador se sentirá mucho más tranquilo, mucho más " a agusto" en medio de un grupo de personas que ha sabido conquistar. E n segundo lugar, su comunicación será mucho más efectiva, porque ya se ha tendido un buen puente entre una parte y la otra.

L a situación de un orador ante su auditorio es como la de dos personas que hablan por teléfono. Si la línea es buena, la comunicación es clara, se disfruta de la conversación. Si la línea es mala, las palabras no se oyen bien, los dos interlocutores tienen que hacer un esfuerzo para trasmitirse los mensajes, lo hacen en un am­biente de tensión desagradable y los resultados no pueden ser tan positivos. Por lo menos, es seguro que no dejan

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a ninguno de los dos con la sensación de bienestar de una comunicación bien lograda.

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¿TIMIDEZ? j je conocido por lo menos tres casos de per­sonas en cuya profesión hablar en público era

parte esencial. Los tres sufrían de un temor tan grande al auditorio, que no podían verlo mientras le hablaban. Dos de ellos clavaban los ojos en la mesa o el atri l que tenían delante. E l otro, lo primero que hacía al subir a la tribuna era cerrar los ojos. Este último, en una ocasión en que la tribuna era de forma circular, des­cubrió con vergüenza que, debido a los movimientos he­chos durante el discurso, ¡había terminado de hablar casi de espaldas al público!

Aparte lo ridículo de situaciones de este género, hay un defecto de base en semejante oratoria: el que habla en público está perdiendo la oportunidad de un con­tacto vivo con sus oyentes. Los priva a ellos y se priva a sí mismo de la mitad de la realidad encerrada en el fenómeno humano de la comunicación. Reduce a meras palabras lo que debían ser conceptos, emociones y fuer­za de persuasión. Y él en lo personal, aunque busque en ese "aislarse" del público un refugio para su timidez, lo que de hecho hace es fomentarla. Por ese camino, nunca llegará a convencerse de que el público lo acepta, que está allí para establecer con él una relación mutua de calor humano y de participación de intereses. Para pronunciar semejante discurso, valdría más que lo gra-18 ~

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bara previamente y luego conectara la grabadora a la corriente eléctrica. A l menos así, el público ya sabría que tiene delante una máquina, de la que no espera más que sonidos. Pero si tiene ante sí a un ser humano, ¡con todo derecho espera de él algo más humano!

A u n cuando sea tímido, si quiere o debe hablar en público, aprende a ver en su discurso un fenómeno de comunicación humana en toda su compleja y rica rea­lidad. Preséntese ante el auditorio con el ánimo de acer­carse a él para compartir, para darle algo de usted mismo.

Este es un esfuerzo inicial un tanto arduo, si se quie­re, pero que una vez hecho, facilita todo el resto del trabajo, porque crea la atmósfera auténtica, derriba ba­rreras que no tienen razón de ser, y tiende la "línea telefónica" buena, el puente apto para que pasen por él no solo palabras, sino sobre todo ideas, conceptos, sentimientos vivos capaces de suscitar actitudes, de i m ­pulsar a la acción.

Todos los demás recursos oratorios, por más valiosos que se consideren, por más brillo que den a la actua­ción del orador, no pueden tener la sencilla y natural eficacia del que se pone ante el público decidido a esta­blecer con él una comunicación real, y no descuida los aspectos que la hacen fructuosa.

T a l vez por falta de esta comunicación genuina oímos ;i cada paso alocuciones y discursos que nos dejan tan vacíos e indiferentes como si no se nos hubiese dicho nada. L o único que queda en esos casos es enojo, si son suficientemente malos, o cansancio y sueño si ni siquiera han tenido la virtud de exasperarnos. Resulta indig-

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nante pensar en la inutilidad y falsedad de la típica demagogia política, que debiendo dar al ciudadano con­ciencia de su dignidad y obligaciones, no hace más que confundirlo y tratarlo como un tonto. Es triste oír dis­cursos sobre temas religiosos, que parecen hechos para un público que quizá vivió hace siglos, pero que no tiene nada en común con el actual. Es una pérdida lamen­table de tiempo oír a ejecutivos que, para estimular a su personal, no tienen más que frases hechas y citas de autores. N o son capaces de encontrar un motivo per­sonal para dar sentido al trabajo.

L o que falta en todos estos casos es precisamente un propósito sincero de comunicar, de compartir con el auditorio ideas, sentimientos, convicciones capaces de i m ­pulsar a la acción.

S i usted quiere saber hasta qué punto el orador ha dicho un discurso con verdadera intención de comuni­carse con sus oyentes; sobre todo, si quiere saber si usted mismo se pone ante el auditorio con ese deseo, someta el discurso al examen crítico de estas dos series de preguntas:

1. Dónde se dijo; 2. por qué; 3. a quiénes; 4. qué les interesaba.

a) ¿El orador tuvo en cuenta todo esto? b) ¿Dio la sensación de saber qué decía, a quién, cómo

y por qué? c) ¿Se vio claro que tenía algo qué decir y que era cons­

ciente de ello? 20 ~

HABLAR EN PUBLICO ES UNA EXPERIENCIA HUMANA

(Si usted es el orador, una tercera persona puede hacer la encuesta entre algunos de los oyentes y entregársela).

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L o que en otras épocas hizo difícil la oratoria, vol ­viéndola una tarea temible, fue precisamente el haberse alejado del concepto esencial del hablar en público, que es la comunicación humana, para poner todo el acento en los fenómenos accidentales, como la presentación del orador, los juegos de palabras, el lucimiento de la cul­tura personal, la complicada elaboración del discurso, etcétera.

Por fortuna, como se dijo en la introducción, lo que el hombre de hoy pide y espera de una pieza oratoria es un mensaje, o sea, el orador debe ser capaz de esta­blecer con él una comunicación vital de ideas, senti­mientos, actitudes, convicciones.

Esto simplifica y facilita la tarea. L e devuelve el carácter espontáneo que siempre debió tener. Esto hace que el que desea hablar en público no necesite ocuparse más que de lograr una verdadera comunicación. Y al mismo tiempo, que cualquiera que sepa comunicar algo a los demás, pueda con razón tener la confianza de que es capaz de hablar en público.

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2 Exige ideas

claras y precisas

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Si hablar en público es comunicar, y lo que se co­munica son ideas y sentimientos, o ideas matizadas de emociones, es evidente que lo primero que un orador necesita tener son I D E A S .

Las palabras, en cualquier idioma, son signos de ideas, así como el humo es signo del fuego. Podrá haber fuego sin humo, pero es absurdo querer que haya humo sin fuego. Así también puede haber ideas sin que haya pa­labras, pero es absurdo que haya palabras sin ideas en que apoyarse.

Existe una relación muy interesante entre las ideas y su expresión en palabras, que el orador debe tener muy presente. Primero se conciben o se tienen las ideas, luego se expresan en palabras. Cuando pedimos a a l ­guien que nos explique una cosa, nos dirá: "primero necesito entenderla yo". Pero es un hecho que cuando alguien trata de poner en palabras las ideas que tiene, su mente se aclara y sus ideas se vuelven más precisas 24 ~

E X I G E I D E A S C L A R A S Y P R E C I S A S

al hacer el esfuerzo de decirlas a los demás. E n forma esquemática podríamos presentarlo así:

engendran enriquecen a las I D E A S i P A L A B R A S ,

que a su vez ^ las I D E A S

Esto es tan cierto, que cuando un individuo no puede expresar lo que piensa, su creatividad mental disminuye. U n gran pensador que debe expresar —de viva voz o por escrito— sus reflexiones, en un idioma que no domina, insensiblemente va condicionando su pensamien­to a las palabras que conoce y, como es natural, lo em­pobrece. E n vez de hablar como piensa, acaba pensando como habla.

E n el otro extremo está el que tiene gran facilidad de palabra, puede enhebrar frases y eslabonar párrafos magníficos, sin peocuparse de que contengan ideas. Este se esfuerza por producir humo, sin cuidarse de saber si hay fuego.

Por esto, E L A R T E D E H A B L A R E N P U B L I C O descansa sobre dos pilares esenciales e imprescindibles: tener ideas claras y precisas y conocer el idioma para poder expre­sarlas. L a falta de cualquiera de estos dos pilares es lo que engendra la inseguridad que atormenta a la ma­yoría de quienes deben hablar en público, y que en vano tratan de remediarla con otros medios, que pueden ser muy efectivos una vez que se tienen aquéllos, pero que sin ideas n i lenguaje, resultan impotentes.

¿De qué me sirve un curso sobre desarrollo de la personalidad, relaciones humanas o impostación de la voz,

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