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UTILITARISMO Y CONTRACTUALISMO: LA JUSTICIA DISTRIBUTIVA EN RAWLS Y NOZICK Carolina Esguerra Roa * Alberto Castrillón Mora ** RESUMEN Este artículo ofrece una comparación de La teoría de la justicia de John Rawls con Anarquía, estado y utopía de Robert Nozick como respuestas al utilitarismo. La referencia al utilitarismo permite matizar las diferencias metodológicas en ambos autores y mostrar dos visiones neocontractualistas que buscan responder a las críticas del utilitarismo. Se hace énfasis en el criterio leximin de Rawls y en los principios de justicia en la adquisición, la transferencia y la rectificación de Nozick, y se discuten las reglas de decisión que fundamentan sus propuestas contractualistas. La comparación entre ambos autores muestra que el equilibrio entre el Estado y el mercado depende de la relación que se establezca entre la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia. Nota : este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio. 1 * Investigadora de la Universidad Externado de Colombia, [email protected] ** Profesor de la Universidad Externado de Colombia, [email protected]

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UTILITARISMO Y CONTRACTUALISMO: LA JUSTICIA DISTRIBUTIVA EN RAWLS Y NOZICK

Carolina Esguerra Roa*

Alberto Castrillón Mora**

RESUMEN Este artículo ofrece una comparación de La teoría de la justicia de John Rawls con Anarquía, estado y utopía de Robert Nozick como respuestas al utilitarismo. La referencia al utilitarismo permite matizar las diferencias metodológicas en ambos autores y mostrar dos visiones neocontractualistas que buscan responder a las críticas del utilitarismo. Se hace énfasis en el criterio leximin de Rawls y en los principios de justicia en la adquisición, la transferencia y la rectificación de Nozick, y se discuten las reglas de decisión que fundamentan sus propuestas contractualistas. La comparación entre ambos autores muestra que el equilibrio entre el Estado y el mercado depende de la relación que se establezca entre la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia.

Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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* Investigadora de la Universidad Externado de Colombia, [email protected] ** Profesor de la Universidad Externado de Colombia, [email protected]

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INTRODUCCIÓN La discusión acerca del tamaño del Estado y su relación con el mercado sigue siendo fuente de debate no sólo entre los economistas, sino también entre filósofos políticos y demás científicos sociales. Para algunos, “el Estado ha crecido excesivamente a expensas del mercado y ha usurpado derechos y libertades de los ciudadanos no sólo más allá de lo económicamente convincente, sino también de lo políticamente lícito y lo moralmente admisible” (Rodríguez Braun, 2000, 13); mientras que para otros la idea de un Estado mínimo se encuentra revaluada, pues “el atractivo de tal posición minimalista se suele confinar en la periferia de las políticas nacionales en la mayoría de los países del mundo” (Sen, 2000, 30).

En las diferentes perspectivas, el equilibrio entre el Estado y el mercado depende de la relación que se establezca entre la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia, entre otros. La capacidad de expansión del Estado frente al mercado es un problema de economía política que involucra una discusión acerca de la legitimidad de los acuerdos colectivos, las consideraciones de justicia distributiva y la eficiencia de la organización social.

La teoría de la justicia de John Rawls (1971) es considerada “un punto de inflexión importante, que simboliza el resurgimiento de la filosofía política” (Parekh, 1996, 6), al ofrecer una teoría del contrato social que establece las bases de la obligación social y política, exigiendo que los individuos sean libres e iguales. Los principios de justicia de Rawls se ofrecen como un punto de referencia de las discusiones de justicia distributiva. Por su parte, Anarquía, estado y utopía de Robert Nozick (1974) surge como una respuesta al contractualismo de Rawls para defender los derechos de propiedad individuales de cualquier intromisión del Estado. La comparación teórica de ambos autores sirve para comprender cómo la defensa del mercado y del Estado está inmersa en una discusión de justicia distributiva, que implica establecer relaciones entre la libertad y la igualdad para defender la legitimidad de las decisiones colectivas.

En este artículo se presentan ambas teorías como respuestas al utilitarismo, propuesta consecuencialista cuyo criterio de distribución es la maximización de la utilidad. La referencia al utilitarismo, tanto ordinal como cardinal, sirve para matizar las diferencias metodológicas de procedimiento y de resultado en ambos autores. Además, sirve para mostrar dos reacciones contractualistas que buscan responder a los resultados poco intuitivos que exige el criterio de maximización del utilitarismo. La perspectiva metodológica no pretende agotar el debate de las diferentes interpretaciones de Rawls y Nozick. Por el contrario, tiene el objetivo de ofrecer un marco de referencia que muestra las similitudes y diferencias de ambas propuestas en torno a la forma como se concibe la relación entre el Estado y el mercado en cada una de ellas. Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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El texto se divide en seis partes. La primera es esta introducción. La segunda, ubica metodológicamente al utilitarismo, la teoría de Rawls y la propuesta de Nozick. La tercera, muestra las respuestas de Rawls y Nozick al utilitarismo, para lo cual se hace énfasis en el criterio leximin de Rawls y en los principios de justicia en la adquisición, la transferencia y la rectificación de Nozick. La cuarta, muestra las diferencias contractuales en ambos autores, resaltando la idea de igualdad de oportunidades en Rawls, y la aparición de las agencias de protección dominante en Nozick. En la quinta, se discuten las reglas de decisión que fundamentan el contrato, para lo cual se compara la unanimidad en Rawls con la regla de mayoría en Nozick. Y en la sexta, se presentan las conclusiones. LA JUSTICIA DISTRIBUTIVA Según Campbell (2002), la justicia ocupa un lugar central en las teorías sociales y políticas, aunque abunda el desacuerdo en cuanto a qué acciones se consideran justas o injustas. No obstante, hablar de justicia, desde las diferentes ideologías, implica referirse a las relaciones entre el individuo, la sociedad, la equidad y la libertad.

La Teoría de la justicia de John Rawls (1971), expresión del liberalismo igualitarista, concede prioridad a los derechos individuales pero se interesa por la forma cómo se distribuyen las cargas y beneficios en la sociedad, pues no sólo interesan los procedimientos sino también los resultados de las acciones que se conciban como justas. Por otra parte, textos canónicos del libertarismo, como Anarquía, estado y utopía de Nozick (1974), parten de la existencia de individuos autónomos e independientes que tienen la capacidad de elegir lo que más les conviene, y el respeto de sus decisiones es parte fundamental de lo que se concibe como justo. A pesar de sus diferencias, ambas propuestas son una defensa del liberalismo y de la visión contractualista de la sociedad, a la luz de la cual se definen las relaciones entre el individuo y la sociedad.

En particular, la teoría de los derechos de propiedad de Nozick adopta una visión de la justicia como virtud negativa, conservadora y mínima (Campbell, 2002). Es decir, lo justo se refiere a la forma como las personas no deben tratarse las unas a las otras, para garantizar los derechos de los individuos y sancionar su violación. Esto se relaciona con la idea de que los individuos respeten las reglas fijadas por las relaciones sociales establecidas. Así, su visión de justicia es conservadora, en la medida en que busca mantener el statu quo de la sociedad. En contraste, hay autores que defienden la justicia como virtud positiva. En estos casos, la definición de lo justo no sólo se limita a restringir las acciones de los individuos, sino que se exigen acciones que vayan más allá de la corrección de los errores cometidos e incluso requieren de “la promoción de un ideal de las relaciones humanas justas como parte de una sociedad armónica y saludable” (ibíd., 14-15).

En distintos autores que tratan el tema de la justicia existe un acuerdo acerca de las implicaciones de lo justo en cuanto a la distribución de cargas y beneficios entre los individuos y los grupos sociales (Campbell, 2002). En este aspecto, Nozick hace explícito su rechazo a la redistribución, por considerarla una forma de restringir las libertades Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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individuales en la medida en que se obligue a las personas a desprenderse de aquello que han adquirido de forma legítima para darlo a otros. Sin embargo, su definición de lo justo sí contiene elementos de distribución relacionados con la apropiación ilegítima de la propiedad. “Sin mencionar el término de justicia distributiva, Nozick es partidario de lo que llama un enfoque histórico antes que un enfoque finalista de la justicia, una cuestión de cómo la gente llegó a poseer sus propiedades antes que una cuestión relativa a la medición de dichas propiedades con respecto a algunas características de los poseedores…” (ibíd., 30).

De esta forma, Nozick participa en las discusiones acerca de la legitimidad de la distribución de las cargas y beneficios entre los individuos, y a su vez, en el debate de si el concepto de justicia es un valor prioritario, o si es simplemente una virtud entre otras “que podría tener que ceder al paso a lo que, en ocasiones, son valores más importantes y apremiantes, tales como la libertad o la lealtad, especialmente fuera de la esfera del derecho y la política” (ibíd., 17).

A partir de la defensa de la justicia como virtud negativa, Nozick elabora una teoría de los derechos de propiedad en la que se prioriza la libertad por encima de la igualdad; considerándose así un representante de las posturas libertarias. Argumenta en favor de una igualdad formal de los individuos con respecto a su igual posesión de derechos idénticos, pero no sostiene que esta igualdad se deba reflejar en la posición social o económica de cada uno de ellos. Su teoría se centra en la defensa de los derechos de propiedad que garantizan la libertad de las personas. De allí que su discusión libertaria se enfrente a los argumentos de los liberales del bienestar, comunitaristas y socialistas.

Es precisamente en este marco de referencia que se encuentra la mayoría de las referencias a Nozick, y principalmente su relación con Rawls (1971). Textos como los de Campbell (2002), Gargarella (1999) y Kymlicka (1995), entre otros, dedican un breve capítulo a Nozick, que generalmente es el preámbulo o la continuación del capítulo sobre la teoría de la justicia de Rawls. Se reitera que Anarquía, estado y utopía fue una de las primeras críticas a la Teoría de la justicia, y que la relación que establece entre los derechos individuales y las funciones y legitimidad del Estado es la respuesta de Nozick al Estado de bienestar de Rawls. En buena parte, esto responde a que dos terceras partes del libro se dedican a demostrar que el Estado mínimo es el único legítimo y que un Estado más extenso no es justo.

En Campbell (2002), por ejemplo, el capítulo sobre Nozick se encuentra antes que el de Rawls, con el propósito de evidenciar la poca complejidad de la teoría de la justicia de Nozick y el limitado alcance de sus supuestos individualistas. En Kymlicka (1995), en cambio, la teoría de Nozick se presenta en un capítulo extenso sobre el libertarianismo, posterior al capítulo de Rawls, que destaca la relación entre justicia y propiedad, y los alcances de la consideración de la idea de ser dueño de uno mismo. En los diversos casos, se compara la justicia como derechos con el principio de diferencia de Rawls, según el cual sólo se justifican las desigualdades cuando éstas benefician a las personas menos favorecidas. Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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En Domènech (1996) se plantea la diferenciación entre Rawls y Nozick en cuanto a las características formales de sus teorías normativas. Para él, las pretensiones consecuencialistas de Rawls, derivadas del cumplimiento de sus principios de justicia y el criterio leximin, superan la intención procedimental que se introduce con la posición original, en donde se acepta el carácter cambiante de los principios de justicia y el acuerdo colectivo. Por ello, según Doménech, es posible distinguir en Rawls un distribuendum –aquello que hay que distribuir entre los componentes de la sociedad– que son los bienes primarios, y un criterio de distribución, que es el leximin. En términos generales, “lo que hay que distribuir no son utilidades sino bienes objetivos de uso universal” (Domènech, 1996, 211). Se entiende que la sociedad debe compensar a los individuos por aquellas cosas de las que no son responsables, de tal manera que las desigualdades del azar social justifiquen la distribución de bienes primarios. Dentro de los bienes primarios se incluyen las libertades, las oportunidades, el poder, la riqueza y los ingresos. El criterio leximin implica, primero, una sociedad con máximas libertades públicas e iguales para todos, segundo, una sociedad que garantice la igualdad equitativa de oportunidades, y tercero, una sociedad que distribuya su riqueza de tal manera que se maximicen los ingresos de los más pobres.

Por otro lado, según Domènech (1996), Nozick ofrece una teoría procedimentalista de la justicia distributiva que no contiene esta caracterización normativa. Se sigue de una concepción liberal que se preocupa por entender cómo surgen los acuerdos sociales de forma espontánea. Además, apela a la separabilidad del individuo y deriva la noción de lo justo en un contexto de Estado mínimo que protege los derechos de propiedad.

Como se puede observar, en las referencias a la teoría de la justicia de Nozick se destacan, generalmente, la descripción metodológica de su teoría y la comparación de su propuesta con la teoría de Rawls. En algunos casos, se encuentran comparaciones entre la propuesta de Nozick y el utilitarismo clásico, el cual se contrapone también a la propuesta de Rawls. No obstante, estas discusiones sólo se refieren al intento de Nozick por ofrecer una teoría que sea afín a intuiciones morales que el utilitarismo desconoce.

La relación entre Nozick y el utilitarismo clásico también se puede establecer a través de la comparación de la propuesta procedimentalista o deontológica del primero, y la consecuencialista o teleológica del segundo. Se entiende por procedimentalistas aquellas posturas que “definen un conjunto de derechos y llaman justa a cualquier sociedad que respete esos derechos, sean cuales fueran las consecuencias que el respeto de los mismos traiga consigo” (Domènech, 1996, 192), y se entiende por consecuencialistas aquellas que “determinan substantivamente un resultado al que debe llegar cualquier sociedad que quiera merecer la clasificación de justa” (ibíd.). Es necesario identificar las definiciones de lo justo en cada caso y ubicar la respuesta de Nozick al utilitarismo en una discusión de justicia distributiva, que muestre las diferencias entre el libertarismo y el utilitarismo con respecto a la libertad y la igualdad.

Consideramos pertinente tomar las categorías de Domènech para caracterizar el utilitarismo clásico y, con ello, enfrentar las posturas de Rawls y Nozick desde esta Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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perspectiva. Ello implica que estamos de acuerdo con Doménech en destacar la perspectiva consecuencialista de Rawls y, por tanto, que sus principios de justicia fijan resultados, a pesar de que las condiciones de la posición original abren la renovación permanente del acuerdo colectivo1. Además, nos parece útil la distinción del distribuendum y el criterio de distribución para explicar metodológicamente las relaciones de Rawls y Nozick con el utilitarismo.

Para el utilitarismo clásico, específicamente los desarrollos de la primera economía del bienestar, el distribuendum es la utilidad cardinal, entendida como el grado de satisfacción de las preferencias de los individuos que son cardinalmente medibles e interpersonalmente conmensurables; y el criterio de distribución es maximizar la suma de las utilidades de todos los individuos.

Esta propuesta tiene limitaciones relacionadas tanto con el distribuendum como con el criterio de distribución. El distribuendum presenta tres problemas. Primero, “la información sobre el origen de las funciones de utilidad de los individuos queda por fuera del alcance valorativo de la teoría” (ibíd., 199), es decir que las preferencias se toman como dadas y no es posible reflexionar acerca del origen o la legitimidad de las funciones de utilidad. Segundo, los individuos no son responsables de sus preferencias, haciendo posible que las preferencias de algunos dejen a otros en situaciones precarias. Y tercero, la función de utilidad social se agrega sobre un dominio no restringido, es decir que no se tienen en cuenta los afectos especiales, como la preferencia por el bienestar de los seres queridos. Por su parte, la maximización de la suma de las utilidades puede generar resultados inconsistentes con los deseos de los individuos particulares. Se podría pensar en una sociedad que someta a esclavitud al 10% de la población si así se logra maximizar la función de bienestar social. (De la escasa sensibilidad del utilitarismo por los derechos habla la famosa consideración de Bentham acerca de los derechos humanos como non sense upon stilts).

Estas limitaciones condujeron a la formulación de la propuesta utilitarista ordinal. En esta última, el distribuendum es la utilidad ordinal y el criterio de distribución es la optimalidad de Pareto. En este caso, sólo interesa el ordenamiento de las preferencias de los individuos, se renuncia a obtener información acerca de la intensidad de dichas preferencias, y se deja de lado la posibilidad de sumar las preferencias en una función de utilidad agregada. Por ello, se modifica el criterio de distribución y se introduce la optimalidad paretiana, según la cual se debe mejorar el bienestar de alguien siempre y cuando no se perjudique a otros. No obstante, este criterio tiene problemas metodológicos como criterio de distribución, pues “es compatible con las estructuras socioeconómicas más dispares desde el punto de vista distributivo” (ibíd., 205); no hay forma de escoger entre los diversos resultados óptimos pero divergentes en términos distributivos. En consecuencia, se hace necesario un concepto complementario o alternativo al criterio de Pareto que de solución a los problemas de elección colectiva. Allí, sobresale la

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1 Ver el texto de Jimena Hurtado en esta obra para profundizar en este punto.

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discusión del teorema de imposibilidad de Arrow (1963) que muestra que no es posible encontrar una función de bienestar social que cumpla con las condiciones que se imponen sobre las preferencias de los individuos. La imposibilidad de Arrow abrió un amplio campo de investigación, al hacer evidente las dificultades de una propuesta utilitarista de la justicia distributiva.

En este contexto, es posible utilizar el utilitarismo como punto de referencia tanto de Rawls como de Nozick, para caracterizar dos opciones contractualistas que buscan dar solución al problema de la elección colectiva; en particular, buscan ofrecer una explicación de la legitimidad del Estado y de su interferencia en la esfera de decisión individual.

En el diagrama 1 se dividen los problemas de justicia distributiva, metodológicamente, en dos: los consecuencialistas y los procedimentalistas. Dentro de los primeros está el utilitarismo clásico, y sus versiones ordinales posteriores, y la teoría de la justicia de Rawls, cuyo distribuendum y criterio de distribución difiere de los anteriores. Nozick entre los procedimentalistas, con su propuesta contractual basada en la defensa de los derechos individuales, se enfrenta, tanto al utilitarismo carente de derechos, como a la propuesta de Rawls basada en la distribución de bienes primarios. Diagrama 1

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Fuente: elaboración propia a partir de Domènech (1996). RESPUESTAS AL UTILITARISMO La teoría utilitarista clásica es un punto de referencia de las propuestas de Rawls y Nozick porque ofrece una teoría informativa que selecciona de un conjunto infinito de mundos sociales posibles aquél que maximiza la función social de utilidad agregada, excluyendo todos los demás (Domènech, 1998, 193). El utilitarismo cardinalista logró proponer una regla única de decisión a partir de una construcción axiomática de las preferencias individuales. Con ello, se constituyó en una teoría sólida capaz de enfrentarse a la crítica con argumentos fuertes, sustentados en la coherencia de su construcción lógica. Como teoría social normativa, tiene “el importante mérito de haber afinado la definición de una única regla de decisión, la cual indica que el agente optará por la maximización de las utilidades… La construcción de esta regla ha supuesto un arduo trabajo dirigido, en primer

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lugar, a la búsqueda de una definición de la estructura primitiva de la teoría de la utilidad” (Barragán, 1998, 146).

Así, la métrica de la justicia distributiva, la utilidad cardinal, es el punto central de discusión. La utilidad cardinal se puede entender de dos maneras: “a) como el grado de satisfacción de los deseos o preferencias de los individuos, o b) como la cantidad de placer de los individuos” (Domènech, 1996, 193). En la economía normativa se impuso la primera interpretación. Con esta alternativa, la utilidad se refiere al grado de satisfacción de los deseos de los individuos, y lo que se debe “distribuir entre los miembros de la sociedad es el bienestar o la felicidad así entendidos” (ibíd.).

Además, la utilidad tiene dos propiedades: es cardinalmente medible, e interpersonalmente conmensurable. Es decir, se puede establecer qué tanto un individuo prefiere un bien a otro, y, con esta medida, comparar su preferencia frente a la de otro individuo por el mismo bien, o por otro distinto. Con estas mediciones, se define como justa una “sociedad que consigue maximizar la suma de las utilidades de todos los individuos, es decir, maximizar la felicidad del conjunto de la sociedad” (ibíd., 194).

Cabe mencionar que el criterio de maximización depende de las propiedades métricas atribuidas a la utilidad. La maximización de la suma de utilidades, o de cualquier operación de agregación, sólo se puede obtener si las utilidades individuales son medibles y comparables entre los individuos. Por ello, la medida de la utilidad es central. “Aunque el distribuendum sea la utilidad, no se puede ir distribuyendo y redistribuyendo directamente utilidades; hay que hacerlo indirectamente mediante recursos generadores de utilidad” (ibíd.). De allí surge una relación entre la utilidad subjetiva y los recursos objetivos, de donde se desprende el concepto de marginalidad: mientras más recursos se tengan, menos utilidad generará una unidad adicional de ellos, y viceversa. La cardinalidad se convierte en una guía redistributiva donde “la maximización de la felicidad de la sociedad es posible porque las utilidades marginales son diferentes. Para que se cumpla el axioma fundamental es necesario hacer transferencias de recursos a favor de los menos afortunados” (González, 2003, 101). En este caso, “por una partícula de riqueza, si se agrega a la riqueza del que tiene menos, se producirá más felicidad que si se agrega a la riqueza del que tiene más” (Bentham, 1786, 186). Con este resultado siempre existirá la posibilidad de alcanzar un punto más alto en el bienestar social, y la asignación redistributiva parece no tener límite. La redistribución es indispensable para alcanzar la máxima felicidad y, por ello, cualquier aumento marginal del bienestar de los menos favorecidos aumentará la felicidad total.

Los supuestos y las definiciones que sustentan la utilidad cardinal hicieron de esta teoría una propuesta sólida en términos de informatividad, logrando caracterizar un mundo ético-socialmente deseable. Con ello, además, se ofrecía una teoría de la elección colectiva coherente con los argumentos individualistas que fundamentan la propuesta. No obstante, al cambiar la utilidad cardinal por la ordinal, el utilitarismo perdió su atractivo como teoría informativa. El cambio de distribuendum implicó modificar el criterio de distribución e introducir un concepto ordinal de las preferencias individuales.

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A pesar de la pérdida de informatividad, el utilitarismo ordinal mantiene su carácter consecuencialista, lo que le permite proveer un método consistente para resolver cuestiones morales. “Encontrar la respuesta moral correcta se convierte en una cuestión de medir cambios en el bienestar humano, no de consultar a líderes espirituales, ni de apoyarse en oscuras tradiciones. En su formulación más válida, el utilitarismo constituye un arma muy poderosa contra los prejuicios y la superstición, ofrece un criterio y un procedimiento que desafía a aquellos que, en nombre de la moralidad, reclaman tener autoridad sobre nosotros” (Kymlicka, 1995, 23).

No obstante, el criterio de maximización deja de lado la referencia a los derechos individuales y a todo tipo de acuerdo colectivo dentro del cual se manifiestan las preferencias de los individuos. Esto conduce a resultados que fácilmente pueden estar en contra de intuiciones “ético-personales y ético-sociales que parecen básicas. Y aunque una buena teoría normativa puede legítimamente aspirar a encauzar, a reformar o aún a podar alguna de nuestras intuiciones éticas espontáneas, ninguna teoría normativa que choque frontalmente con el grueso de esas intuiciones puede ser correcta, pues precisamente es tarea central de cualquier teoría normativa capturarlas conceptualmente y articularlas consistente y sistemáticamente” (ibíd., 196).

Además, en términos de consistencia interna, el utilitarismo no es una teoría estable porque produce algunos incentivos que llevan a los agentes a violar los principios básicos de la teoría. Por una parte, la exigencia moral de la maximización social requeriría que los individuos actuaran a favor del colectivo sacrificando incluso sus más sentidas preferencias. El ejemplo clásico de esta exigencia se presenta cuando un individuo se enfrenta a la siguiente situación: su hijo, que tiene problemas físicos, y un amigo, dotado con altas capacidades físicas y mentales, se ahogan en el mar. ¿A quién debe salvar? La regla utilitarista exigiría, en el contexto de las decisiones colectivas, que el individuo salve al niño mejor dotado y deje morir a su hijo, puesto que ésta sería la mejor solución para la sociedad. ¿Quién actuaría realmente de esta manera? Cabe aclarar que, en términos de la elección individual, la regla utilitarista admitiría que el padre salve a su hijo enfermo, puesto que se busca maximizar el bienestar individual. No obstante, la maximización social sí requeriría un sacrificio individual a favor del colectivo.

La carencia de estabilidad también se observa en el utilitarismo de la regla, según el cual la maximización de la utilidad social se realiza sobre determinadas reglas y no de la realización de determinados actos. En este contexto, se evalúan las reglas, y la maximización de la utilidad social podría plantear la posibilidad de cumplir o violar determinada regla. Aunque las reglas son el objeto de análisis, su cumplimiento está sujeto al criterio de maximización. Con ello, las reglas no son absolutas y están sujetas al proceso de elección colectiva. No obstante esta es la característica distintiva del utilitarismo de la regla, la misma teoría –en términos de consistencia– produce incentivos para la violación de sus principios. “La teoría consecuencialista del utilitarismo de las reglas no parece estable, pues cualquier sospecha bien fundada de que una regla no promueve la utilidad social es un incentivo para violarla” (ibíd., 197). Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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LA RESPUESTA DE RAWLS: EL LEXIMIN A pesar de la coherencia informativa del utilitarismo, su exigencia moral, en cuanto al criterio de maximización, produjo la reacción de los intuicionistas, quienes proponían una explicación del comportamiento individual y colectivo con “un conjunto de anécdotas basadas en intuiciones particulares acerca de problemas particulares” (Kymlicka, 1995, 63). Sin embargo, “el intuicionismo nunca fue más allá de dichas intuiciones iniciales para mostrar cómo están relacionadas entre sí, ni para ofrecer principios que las apoyasen o les diesen una estructura” (ibíd., 64).

La tarea de Rawls (1971), en La teoría de la justicia, consiste en aproximarse a una teoría política que estructure nuestras intuiciones, de tal manera que se establezca algún orden de prioridad entre las distintas intuiciones relacionadas con la igualdad, la libertad y la eficiencia. “La justicia de los principios de la organización social básica no provienen sino del procedimiento a través del cual se ha llegado a un acuerdo acerca de ellos” (Massini Correas, 2004, 24). Para Rawls, todos los bienes primarios sociales –libertad y oportunidad, ingresos y riqueza, y los fundamentos de la propia estima– tienen que distribuirse de modo igual a menos que una distribución desigual de alguno de estos bienes o de todos ellos resulte ventajosa para los menos favorecidos (Kymlicka, 1995, 65-66). Esta interpretación de la justicia acepta cierto tipo de desigualdades, aquellas que benefician a todos. De esta forma, la idea central es el reparto de distintos bienes, los cuales deben obedecer a un orden lexicográfico, compuesto por los siguientes principios:

Primer principio: cada persona ha de tener un derecho igual al más amplio y total sistema de libertades básicas, compatible con un sistema similar de libertades para todos. Segundo principio: las desigualdades económicas y sociales se tienen que estructurar de manera que redunden en: 1. mayor beneficio de los menos aventajados, de acuerdo con un principio de ahorro justo, 2. unido a que los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa

igualdad de oportunidades (ibíd., 67). El primer principio corresponde a la prioridad de la libertad, la cual sólo se puede limitar a favor de la libertad en sí misma. El segundo principio corresponde a la prioridad de la justicia sobre la eficacia y el bienestar, y se conoce como el principio de diferencia, el cual rige la distribución de los recursos económicos. “De acuerdo con estos principios, algunos bienes sociales son más importantes que otros y, por lo tanto, no pueden ser sacrificados a favor de una mejora de esos otros bienes. La igualdad de libertades tiene prioridad sobre la igualdad de oportunidades, que a su vez tiene prioridad sobre la igualdad de recursos” (ibíd.). Así, la desigualdad sólo se puede admitir cuando se beneficia a los menos favorecidos.

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Como resultado, la distribución de cargas y beneficios en la sociedad es una de las principales preocupaciones de Rawls. Esta perspectiva tiene “algunas afinidades con la teoría moral del utilitarismo, de acuerdo con la cual el criterio moral último es la utilidad máxima, de modo que las decisiones morales se reducen a calcular que es lo que produce la mayor felicidad del mayor número, que en la práctica significa priorizar el alivio del sufrimiento” (Campbell, 2002, 19). No obstante, la propuesta de Rawls es agnóstica en el sentido de que supone “la existencia de múltiples concepciones del bien conflictivas e inconmensurables, cada cual compatible con la plena racionalidad de los seres humanos” (Rawls, 1996, 43), mientras que el utilitarismo defiende una concepción única del bien, donde el propósito de la filosofía moral es definir su naturaleza.

La idea del reparto equitativo de recursos económicos tiene bastantes opositores, y quienes la aceptan difieren en la forma en que se debe llevar a cabo. Esta propuesta es central en la discusión frente al utilitarismo, puesto que el objeto de distribución ya no son las utilidades sino los bienes sociales prioritarios. LA RESPUESTA DE NOZICK: LA ADQUISICIÓN, LA TRANSFERENCIA Y LA RECTIFICACIÓN La teoría de la justicia de Robert Nozick, en particular su obra Anarquía, estado y utopía (1974), ofrece una visión del deber ser de la sociedad desde una perspectiva individualista que hace énfasis en la libertad y la igualdad. Nozick (1938-2002) fue profesor de filosofía de la Universidad de Harvard, y es reconocido como uno de los pensadores más influyentes del siglo XX en el campo de la filosofía política, al menos en el mundo angloamericano. Traspasó las barreras académicas de las disciplinas y enseñó en las facultades de derecho, sicología y economía, de allí sus trabajos sobre la propiedad, la racionalidad y el mercado. Sus propuestas hacen parte de la tradición estadounidense que deriva la noción de lo justo de la protección y respeto de los derechos de propiedad, y en la que la relación entre el Estado y los individuos se limita a garantizar estos derechos. Se contrapone, así, a las concepciones de justicia distributiva, como la de Rawls (1971), y al criterio de maximización del utilitarismo.

En Nozick (1974), la justicia tiene tres elementos constitutivos: la adquisición, la transferencia y la rectificación. El principio de justicia en la adquisición consiste en caracterizar la adquisición original de las pertenencias. Se considera justo un proceso de adquisición original cuando la apropiación de un objeto por una persona no viola el derecho de otra a adquirirlo. Logrado esto, se supone que el objeto adquirido de forma justa puede ser transferido a otra persona, con el mismo requisito de no violar en la transferencia los derechos de propiedad establecidos. Se supone que “los medios de transición de una situación a otra especificados por el principio de justicia en la transferencia tienen la característica de conservar la justicia; y cualquier situación que surja realmente de transiciones repetidas a partir una situación justa es también justa” (ibíd., 155). Además, para Nozick, la justicia de las transferencias es histórica, en la medida en que depende de lo que ha ocurrido con anterioridad. Esto implica la necesidad de un tercer principio, el de

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“rectificación” de injusticias, que proporciona un criterio frente a aquellas situaciones en las que la adquisición o transferencia no fue justa.

Esta conceptualización de la justicia deja varios interrogantes. ¿Cómo llevar a cabo el principio de rectificación? ¿Hasta dónde nos debemos remontar para corregir los acontecimientos del pasado? ¿Bajo qué procedimientos es posible reconstruir los daños causados por la violación de los derechos de propiedad? ¿Cómo determinar a quién pertenecen los bienes en una situación original?

Aunque la metodología que utiliza Nozick para articular su teoría se basa en la historia conjetural, estas preguntas son fundamentales para entender la aplicación de sus principios de justicia. Parece viable suponer que lo que se adquiera de forma legítima, se puede transferir de igual manera, manteniendo en el proceso de transferencia su carácter justo. Sin embargo, pensar en las posibilidades de rectificar las adquisiciones pasadas para que contengan el carácter de justicia necesario para poderlas transferir, parece inviable. El mismo Nozick afirma que no conoce ningún tratamiento teórico para abordar estos problemas, sólo nos invita a suponer que la investigación teórica produce un principio de rectificación.

En este punto, se presentan las críticas más contundentes a la consistencia de su teoría2, puesto que además de inviable, el principio de rectificación supone la utilización de información perfecta sobre los acontecimientos de las injusticias presentes y pasadas; un supuesto que va en contravía de su idea descentralizada de justicia. No parece que exista coherencia entre la aplicación de este principio y sus argumentos individualistas de protección de los derechos de propiedad.

Nozick califica su teoría de justicia como una teoría retributiva, para diferenciarla de las teorías distributivas; entre ellas el utilitarismo. El propósito de esta distinción es mostrar que hablar de justicia no necesariamente implica hablar de distribución. Primero, la teoría retributiva es histórica, pues el carácter justo de la distribución depende de cómo ésta se produjo. En contraste, los principios de justicia distributiva “sostienen que la justicia de una distribución está determinada por cómo son distribuidas las cosas (quién tiene qué) juzgando de conformidad con algún(os) principio(s) estructural(es) de distribución justa” (ibíd., 157). Para Nozick, los utilitaristas utilizan un principio de justicia distributiva de porciones actuales; es decir, juzgan sobre los resultados de la aplicación de su criterio de maximización. Lo único que se necesita tener en cuenta al juzgar la justicia de una distribución es quién termina con qué. Con esto, Nozick evidencia las diferencias metodológicas entre ambas teorías. Su teoría de justicia es procedimentalista, mientras que el utilitarismo es consecuencialista.

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Lo que se busca resaltar con esta diferenciación es que las teorías distributivas utilizan principios de justicia de estado final, que son ahistóricos; mientras que las teorías

2 Según Campbell (2002), el principio de justicia en la rectificación que propone Nozick es atractivo en relación con los ejemplos simples de devolución de cosas robadas, pero presenta grandes problemas cuando se trata de reponer bienes que han sido destruidos o cuando se ha producido un daño contra la vida humana y la libertad.

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retributivas utilizan principios históricos caracterizados por la adquisición, transferencia y rectificación que se encuentren implícitos en ellas. Se establece que los principios de justicia distributiva siguen una pauta “a cada quien según su mérito moral, o sus necesidades, o su producto marginal; o según lo intensamente que intenta, o según la suma de pesos de lo anterior, etc.” (ibíd., 160); mientras que el principio retributivo no tiene una dimensión de estado final sobre la cual juzgar los resultados.

Nozick aclara que su teoría de justicia procedimentalista obedece a un criterio de distribución conforme a los beneficios que percibe cada individuo al garantizarse sus derechos de propiedad. Aunque se supone que “la distribución de acuerdo con los beneficios para los demás es una línea pautada principalísima en una sociedad capitalista libre”3 (ibíd., 162), ésta sólo actúa como un hilo del sistema de derechos que lo sustenta, pero no es una pauta completa que se expresa como una norma que la sociedad debe seguir. Con esta aclaración, Nozick insiste en que el carácter procedimental no se puede mezclar con el consecuencial, respondiendo a autores, como Sen (1976), que buscan salir de esta disyuntiva proponiendo una teoría que contenga ambas visiones. Su propósito es defender la idea de que ningún principio de estado final se puede realizar sin intervención continua en la vida de las personas; este tipo de intervención en la libertad individual se considera ilegítima.

El énfasis en los derechos individuales obedece a la idea de excluir de su teoría de la justicia las pautas de organización social. Los derechos individuales “no determinan un ordenamiento social sino que establecen los límites dentro de los cuales una opción social debe ser hecha excluyendo ciertas alternativas, fijando otras, etc.” (ibíd., 168). Así, desde esta perspectiva, las personas tienen el derecho de decidir qué hacer con lo que tienen, y esto perfila su defensa de la libertad. Por el contrario, los principios de justicia distributiva “concentran su atención en las normas para determinar quién debe recibir las pertenencias: consideran las razones por las cuales alguien debe tener algo y, también, el cuadro completo de las pertenencias” (ibíd., 170). Como resultado, la justicia en las teorías distributivas es receptiva; lo que interesa es definir la forma de recibir, no de dar; lo que supone la apropiación de las acciones de otras personas con el propósito de alcanzar la pauta establecida.

Nozick rechaza la idea de que los resultados del trabajo de alguien sean apoderados por otros. El proceso mediante el cual el cumplimiento de una pauta le impide al individuo tomar decisiones sobre los resultados de su trabajo, es una forma de ceder la propiedad sobre sí mismo. De allí, que los derechos de propiedad que él defiende se originen en el trabajo que lleva implícita dicha apropiación. Nozick sigue a Locke en su consideración de que los derechos de propiedad sobre un objeto son originados por el trabajo incorporado en él.

La idea de derechos de propiedad, originados en el trabajo, se extiende para conceptualizar el derecho sobre uno mismo, y con él, todo lo que se relacione con el

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3 Esta idea es tomada de Hayek (1976).

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espacio de decisiones individuales. Se supone que uno es dueño de su propio trabajo y, con ello, se puede apropiar de otras cosas en la medida en que las mejora y les introduce un nuevo valor. El individuo, por tanto, tiene derecho a poseer el objeto que adquiere un mayor valor gracias a su trabajo. La propiedad se extiende a todo el objeto, y no sólo al valor agregado, en la medida en que su adquisición no empeore la situación de otros individuos.

Nozick aclara que la situación de empeoramiento de otros, por la adquisición de un bien no poseído, no incluye “el empeoramiento debido a oportunidades más limitadas de asignar” (ibíd., 181); es decir, que las restricciones en las oportunidades derivadas de la competencia, por ejemplo, no son consideradas como impedimentos para la apropiación y transferencia de bienes. En este caso, las desigualdades generadas por las diferencias en las capacidades de las personas, que les permite aprovechar ciertas circunstancias, no son limitantes de los derechos de propiedad.

Esta postura se enfrenta a la de Rawls (1971), quien plantea una preocupación por disminuir las diferencias que surgen a causa de la distribución inicial –de bienes y capacidades– que posee cada individuo. De aquí que Rawls proponga una situación originaria, en donde los individuos están bajo un velo de ignorancia acerca de la posición que ocuparán en la sociedad, y de sus ventajas y desventajas frente a otros individuos. La idea es buscar qué tipo de sociedad diseñarían estos individuos para que, sea cual fuere su situación, minimicen el riesgo de estar entre los menos favorecidos.

Nozick considera que este tipo de preocupación es una invasión a la privacidad, y por ende no es legítima en su esquema de justicia distributiva. Piensa que Rawls se equivoca en beneficiar a un grupo en particular, y defiende a quienes estarían en la mejor situación que se tendrían que sacrificar para mejorar el bienestar de los menos favorecidos. Considera que la propuesta de Rawls no es factible, porque los individuos en la mejor situación no estarían dispuestos a llegar a un acuerdo sobre un tipo de sociedad que los esclaviza. Para él, es más importante la defensa de la libertad individual que las condiciones que puedan atravesar los menos favorecidos.

Este resultado parece desconcertante cuando se piensa que la libertad va más allá de las decisiones individuales. ¿Por qué pensar que el bienestar del individuo es ajeno a la situación de otros? ¿Por qué atribuirle tan alto precio a la libertad? En nuestro concepto, la defensa de Nozick por los espacios individuales es fundamental para reconocer que el individuo es dueño de sus decisiones y de los resultados que ellas producen. Es indispensable para entender que el individuo es responsable de sus actos y que sólo en él radican las posibilidades de crecer y mejorar. Pero suena facilista desconocer la situación de quienes por diversas circunstancias no pueden ejercer su libertad. Es facilista, además, suponer que el individuo no necesita de alguien para superarse, pues tratar de explicar las formas de interacción es más complejo. Compartimos su defensa de la individualidad, incluso la idea de que “los talentos y las habilidades de las personas son un haber para la sociedad libre” (ibíd., 224), y que quienes los poseen no se deben sentir culpables por ello. Pero no estamos de acuerdo en que la obtención de la libertad individual se alcance a tan Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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alto costo: el desconocimiento de que existen personas que requieren de la ayuda, no sólo caritativa, de quienes tienen los medios para hacerlo.

Nozick, incluso, reconoce que pueden existir momentos en que un Estado más que mínimo se justifique. “Aunque introducir el socialismo como castigo por nuestros pecados sería ir demasiado lejos, las injusticias pasadas podrían ser tan grandes que hicieran necesario, por un lapso breve, un Estado más extenso con el fin de rectificarlas” (ibíd., 227). Pero, al ser su principio de rectificación sólo un supuesto, esta afirmación muestra la debilidad de su argumentación, pues el resultado final no parece convencerlo tampoco a él4. CONTRATO SOCIAL HIPOTÉTICO RAWLS: LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES Para Rawls, sus principios de justicia son el resultado de un contrato social hipotético que tendría lugar en un Estado presocial, en donde las personas los elegirían para regular la cooperación social. En otras palabras, se supone que estos principios representan los intereses de los individuos y justifican la distribución de recursos basada en la igualdad de oportunidades.

La idea de la igualdad de oportunidades se fundamenta en la libre elección de los individuos, de tal manera que el “destino de las personas está determinado por sus elecciones, y no por sus circunstancias. En una sociedad en la que nadie se encuentra privilegiado o desfavorecido por sus circunstancias sociales, el éxito de la gente será el resultado de sus propias elecciones y esfuerzos” (Kymlicka, 1995, 69).

Como resultado, se considera justo “que los individuos tengan porciones desiguales de bienes sociales, en la medida en que dichas desigualdades hayan sido ganadas y merecidas por los individuos, esto es, en la medida en que sean el resultado de sus acciones y decisiones” (ibíd., 69-70).

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Rawls adopta esta idea para permitir la existencia de desigualdades económicas. No obstante, existen otras fuentes de desigualdades que no se tienen en cuenta, como por ejemplo, las discapacidades físicas. Para Dworkin (2000), la eliminación de las desigualdades sociales permite que cada persona adquiera beneficios sociales como resultado de sus elecciones individuales. No obstante, quienes presenten alguna discapacidad no tienen esta oportunidad y su desgracia no está relacionada con sus elecciones individuales. Para Rawls, quienes tienen mayores aptitudes podrán disfrutar de sus mayores recursos siempre y cuando esto mejore a los menos favorecidos. Esta respuesta ha sido objeto de crítica y discusión entre quienes sostienen que las discapacidades físicas impiden cualquier forma de igualdad de oportunidades.

4 “Anarquía, estado y utopía fue algo accidental. Lo escribí entre 1971 y 1972, año que pasé en el Centro de Estudios Avanzados de las Ciencias de la Conducta, anexo a la Universidad de Stanford, y mis planes para ese año consistían en escribir acerca del tema del libre albedrío. La filosofía social y política tenía para mí un interés importante, pero no predominante” (Nozick, 1999, 12).

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En la posición original de Rawls, el Estado presocial, “cada persona vive por su cuenta propia, en el sentido de que no existe una autoridad superior con el poder de exigir obediencia a los demás, ni con la responsabilidad de proteger sus intereses o posesiones” (Kymlicka, 1995, 73). En este contexto, Rawls se pregunta qué tipo de contrato aceptarían estos individuos para organizarse socialmente. La idea no es suponer si este contrato existe o no, sino ¿qué tipo de reglas elegirían las personas libremente? ¿Cómo se legitima el Estado? “Por supuesto que la posición original no está pensada como un estado de cosas históricamente real, y mucho menos como una situación primitiva de la cultura. Se considera como una situación puramente hipotética, caracterizada de tal modo que conduzca a una cierta concepción de la justicia” (Rawls, 1971, 12). Desde la perspectiva liberal, herencia de Locke, se supone que los individuos se sienten indefensos frente a las agresiones de otros y, por tanto, deciden “ceder ciertos poderes al Estado, pero sólo si dicho Estado usa tales poderes en fideicomiso, para la protección de los individuos frente a tales incertezas” (Kymlicka, 1995, 74). Así, “el objeto del contrato es determinar principios de justicia desde una posición de igualdad” (ibíd., 75). “La función general del contrato social en Locke, Rosseau, Kant y Rawls consiste en mostrar claramente lo que exigen la igualdad y la libertad en materia de justicia política y social. Si las personas libres pudieran, o quisieran, ponerse todas de acuerdo a partir de una posición de igualdad convenientemente definida, las normas que aceptarían representarían las exigencias de la justicia democrática que se nos aplica hoy, por lo que trataríamos de vivir unidos en condiciones de libertad y de justicia iguales para todos” (Canto-Sperber, 2001, 328). Para lograr esta posición de igualdad, Rawls introduce la idea del velo de ignorancia, el cual cubre a todos los individuos y supone que nadie sabe cuál es su lugar o status social, en la sociedad; esto para garantizar que “los resultados del natural azar o de las contingencias de las circunstancias sociales no darán a nadie ventajas ni desventajas al escoger los principios” (Rawls, 1971, 12). De esta forma, los individuos elegirán los principios de justicia de Rawls, en la medida en que desearán protegerse en caso de resultar entre los menos favorecidos; tal que se garantice el mayor beneficio para los menos aventajados y las condiciones de igualdad de oportunidades. NOZICK: LA AGENCIA DE PROTECCIÓN DOMINANTE “La naturaleza del Estado, sus funciones legítimas y sus justificaciones” (Nozick, 1974, 7) son el tema central de la teoría de Nozick, la cual ofrece una respuesta a las inquietudes anarquistas que se fundamentan en la imposibilidad de concebir un Estado legítimo. “Algunos anarquistas han afirmado no sólo que estaríamos mejor sin un Estado, sino que cualquier Estado viola necesariamente los derechos morales de los individuos y, por tanto, es instrínsecamente inmoral” (ibíd., 19).

El autor muestra cómo puede surgir un Estado legítimo de una situación anárquica sin violar los derechos individuales. Su metodología se basa en proporcionar una historia Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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hipotética acerca de la organización social; es decir una descripción abstracta de las acciones que emprenden los individuos para vivir en sociedad.

Nozick sigue la línea de Locke, en la medida en que supone que los individuos en el estado de naturaleza se encuentran en “perfecta libertad para ordenar sus actos y disponer de sus posesiones y personas como juzguen conveniente, dentro de los límites del derecho natural, sin requerir permiso y sin depender de la voluntad de ningún otro” (Locke en Nozick, 23). Así, el individuo tiene la capacidad de exigir sus derechos de propiedad, que le son propios en el estado de naturaleza. Como consecuencia, se puede defender de quienes violen sus derechos y, por ende, castigar a los infractores.

Este escenario inicial le sirve al autor para delimitar su discusión del origen del Estado a un contexto de elecciones individuales, en donde los derechos juegan un papel fundamental. La idea del individuo autónomo capaz de defender lo que es suyo, en particular, lo que ha conseguido por medio de su trabajo, es el eje central de la teoría. De allí, se desprenden las acciones que los individuos deben emprender para proteger estos derechos.

Aparece, entonces, la conformación de agencias de protección mutua, que se caracterizan por ser asociaciones de individuos que buscan proteger los derechos de sus integrantes, frente a las posibles trasgresiones de otros. La asociación entre individuos para defender los intereses particulares se muestra más efectiva que la defensa individual de los mismos. Cada agencia actuará a favor de sus afiliados, respondiendo a los intereses de cada grupo. Esto implica que los conflictos de intereses se resolverán en el enfrentamiento, ya no de individuos, sino de agencias. Nozick describe tres escenarios que se podrían derivar de la lucha de poder entre las organizaciones.

Primero, una de las agencias, en un territorio determinado, gana prestigio en la medida en que resulta vencedora en la mayoría de los casos. Los clientes de las demás agencias desearán afiliarse a dicha agencia para garantizar la protección de sus derechos, y la fuerza de la agencia ganadora irá mermando la aparición de nuevas organizaciones. Segundo, las agencias más fuertes encuentran predominancia en áreas geográficas delimitadas, volviéndose representativas de su área de influencia. Y tercero, dos grandes agencias pelean fuertemente y ninguna logra superar a la otra de manera permanente. En este caso, para evitar los costos del enfrentamiento, acuerdan someterse a la decisión de un tercero (un tribunal) cuando sus veredictos difieran.

A pesar de que los individuos establecen un contrato con su agencia de protección, Nozick muestra que la aparición de la agencia de protección dominante se desarrolla de forma espontánea, sin una pauta o diseño deliberado por un individuo o grupo particular. En este argumento, el autor apela al concepto de mano invisible, según el cual el proceso de fortalecimiento de las agencias de protección se logra mediante la interacción descentralizada de los intereses de cada asociación.

De esta forma, las agencias de protección que ganan representatividad y se convierten en dominantes son también legítimas, puesto que congregan las necesidades de todos sus afiliados y su poder se deriva únicamente de ellos. Así, aunque la dinámica de Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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interacción entre las diversas agencias conduzca al fortalecimiento de una sola, ésta no adquiere más poder que el que le otorgan sus afiliados. Por ello, el monopolio es una de las características distintivas de la agencia de protección dominante, que se adquiere de forma espontánea sin sobrepasar las funciones que los individuos le han adjudicado.

En suma, la aparición de una agencia de protección dominante obedece a la necesidad de protección contra la violación de los derechos –en especial los derechos de propiedad– de los individuos. Nozick denomina Estado ultramínimo al que surge de una agencia de protección dominante. Los defensores del Estado ultramínimo están “interesados en proteger los derechos contra su violación, hacen de ésta la única función legítima del Estado y proclaman que todas las otras funciones son ilegítimas porque implican en sí mismas la violación de derechos” (ibíd., 40). El Estado mínimo, que Nozick defiende, requiere incluir un principio de compensación para quienes no pertenecen a la agencia de protección dominante, pues ellos se verán restringidos por las acciones de la agencia de forma involuntaria.

Vale la pena comparar la concepción de los derechos de propiedad de Nozick con la del utilitarismo5. El criterio de maximización utilitarista se puede presentar como un problema de minimización de la violación de derechos en el estado final que se desea alcanzar. Según Nozick, la no violación de los derechos reemplazaría a la felicidad como fin último a alcanzar. Sin embargo, esto permitiría que se violaran “los derechos de algunos cuando al hacerlo así, minimizáramos la cantidad total de la violación de derechos en la sociedad (ibíd., 41). Nozick rechaza la idea de que la sociedad acepte “castigar a un hombre inocente para salvar a todo un vecindario de una venganza violenta” (ibíd.).

Por ello, el autor sugiere que los derechos se incorporen en la teoría como restricciones indirectas a la acción por realizar, y no en el estado final por alcanzar. Con ello, las restricciones indirectas prohíben “violar las restricciones morales en la consecución de nuestros fines” (ibíd.). Así, hace evidente el carácter procedimentalista de su propuesta, haciendo énfasis en las restricciones más que en los resultados de la acción conjunta de los individuos.

Además, las restricciones indirectas a la acción reflejan la idea de que los “individuos son fines no simplemente medios; y no pueden ser sacrificados o usados sin su consentimiento, para alcanzar otros fines (ibíd., 43). Nozick reitera continuamente la necesidad de respetar los espacios individuales y la violación en que se incurre cuando se usa a uno de ellos en beneficio de otros. Su postura es radical en contra de las ideas de sacrificar a uno en función de muchos. Defiende la separabilidad de las personas, en cuanto seres únicos que no tienen por qué someterse a un colectivo que tome las decisiones por ellos. En esto, critica al utilitarismo por subordinar las decisiones individuales al criterio de maximización, y por exigirle al individuo supeditar sus decisiones individuales al bienestar

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5 Las referencias al utilitarismo se establecen a través de su carácter consecuencialista, sin discriminar los diferentes énfasis que de él existen (ver Guisán, 1992). La comparación apela a los aspectos metodológicos y las principales conclusiones generales de la perspectiva utilitarista.

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colectivo. Para Nozick, la esfera individual se debe defender de cualquier tipo de intromisiones que condicionen las decisiones individuales.

Su individualismo extremo ha causado rechazo6 por insistir en que el individuo siempre puede tomar distancia de las prácticas sociales y considerarse incluso anterior a ellas7. Pero su preocupación por defender la libertad individual y la asociación voluntaria todavía se mantiene vigente, especialmente cuando se discuten las políticas tributarias y redistributivas de los Estados de bienestar. Por ello, la teoría de Nozick, aunque extrema, es útil para defender la libertad de elección e impedir que los condicionamientos sociales traspasen ciertos límites que se consideran legítimos.

Esta afirmación, además de crear bastante controversia, es una respuesta directa a la propuesta de Rawls (1971), en particular a su principio de diferencia, según el cual sólo se justifican las desigualdades cuando éstas benefician a las personas menos favorecidas; y al utilitarismo, en la medida en “la teoría parece requerir que todos nosotros seamos sacrificados para incrementar la utilidad total” (ibíd., 52). Su visión procedimentalista se sobrepone a cualquier perspectiva de resultado final, e incluso rechaza la visión de Amartya Sen de superar esta disyuntiva para construir una teoría que incluya tanto los procedimientos como las consecuencias. UNANIMIDAD Y MAYORÍA RAWLS: LOS BIENES PRIMARIOS Como se mencionó, el contrato hipotético en Rawls permite introducir la igualdad de oportunidades en la elección de los principios de justicia, suponiendo, además, que los individuos elegirán estos principios de forma unánime. Para Rawls (1996, 34) “las personas libres e iguales, deben alcanzar el acuerdo en circunstancias equitativas, y ninguna de ellas debe contar con mayor poder de negociación que las demás”. A pesar de que los acuerdos se realizan dentro de un marco institucional definido, la tarea de Rawls “es extender la idea del acuerdo para que también abarque el proceso de definición de los principios que regularán el marco básico” (ibíd.). No obstante, la dificultad está en encontrar un punto de vista desde el cual se pueda alcanzar el acuerdo. La posición original, junto con el velo de ignorancia, definen dicho punto de vista.

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Según Rawls, el velo de ignorancia garantiza que los individuos, a pesar de sus diferencias en cuanto a su concepción de la buena vida, reconozcan algunas cosas que son necesarias para alcanzar su objetivo. “Los contrayentes conocen los hechos generales de la existencia y de la sociedad humana, pero les está vedado el conocimiento de su situación particular en la sociedad y de sus dotes personales” (Rubio Carracedo, 1990, 184).

6 Ver Coleman (1976), Frankel (1976) y Vallespín (1985), entre otros. 7 Los comunitaristas rechazan la idea liberal de que los individuos son libres de cuestionar su participación en las prácticas sociales; para ellos, el yo se encuentra enmarcado en las prácticas sociales existentes y no siempre pueden tomar distancia de ellas (Kymlicka, 1995, 329).

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Para Rawls, estas cosas se denominan bienes primarios, los cuales se clasifican en sociales y naturales.

1. Bienes primarios sociales: bienes que son directamente distribuidos por las instituciones sociales, como los ingresos y la riqueza, las oportunidades, los poderes, los derechos y las libertades.

2. Bienes primarios naturales: bienes como la salud, la inteligencia, el vigor, la imaginación, y las aptitudes naturales, que resultan afectados por las instituciones sociales, pero que no son directamente distribuidos por ellas (Kymlicka, 1995, 78).

La idea de unanimidad en la elección de estos bienes se fundamenta en la posibilidad de que los individuos, bajo el velo de ignorancia, se pueden poner en el lugar de cualquier persona en la sociedad para decidir qué es lo que más les conviene; tal que el acceso a los bienes primarios les garantice una buena vida. Según Rawls, el principio utilitarista de la maximización de la utilidad no es viable, en la medida en que permitiría que algunos resultaran sacrificados a favor de un bien común; lo que no sería deseable por ninguno en la posición original. El utilitarismo, a pesar de defender la maximización de la elección individual, en el ámbito público exige que el individuo actúe a favor del resultado colectivo, incluso sacrificando sus más sentidas preferencias.

Así, la mejor estrategia que los individuos pueden adoptar para elegir los principios de justicia es aquella que maximiza lo que se recibirá en el caso de estar en la peor posición. Con esto, el proyecto de Rawls “aspira a unificar moral y derecho, política y sociedad, sobre el horizonte utópico del consenso público sobre la ‘sociedad bien ordenada’” (Rubio Cariacedo, 1990, 154).

NOZICK: EL PRINCIPIO DE COMPENSACIÓN En Nozick, por el contrario, la introducción del principio de compensación para realizar la transición del Estado ultramínimo –una agencia de protección dominante con el monopolio de la fuerza– al Estado mínimo –el único legítimo– se fundamenta en una elección por mayoría, en donde lo que se busca es que la agencia de protección dominante proteja a los independientes; es decir, que los deseos de la mayoría se impongan a los grupos minoritarios.

Para hacer la transición desde el Estado ultramínimo hacia el Estado mínimo, Nozick debe responder al siguiente problema. En el Estado ultramínimo existe una agencia de protección dominante que posee el monopolio de la fuerza, ejerciendo su poder para defender a sus asociados en contra de quienes violen sus derechos. Cabe esperar que existan personas independientes que no estén asociadas a dicha agencia, y que se deban someter de forma involuntaria a las decisiones que ella imponga. Se presenta, entonces, la necesidad de introducir algún tipo de compensación para las desventajas en que incurren los independientes, al no poder ejercer su autoayuda en contra de los clientes de la agencia.

Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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La compensación, según Nozick, implica definir qué se entiende por prohibición, y qué actos se deben considerar prohibidos, de tal forma que si se cruzan los límites, las personas deben ser compensadas por los perjuicios que esto les pueda causar. Para entender los límites de la prohibición, Nozick introduce el concepto del miedo. Afirma que existen actos de los cuales tenemos miedo de que nos ocurran a nosotros, “aún si sabemos que seríamos compensados completamente por ellos. Para evitar tal agresión y miedo generales, estos actos son prohibidos y declarados punibles” (Nozick, 1971, 73-74).

Con esto, Nozick proporciona un argumento para distinguir entre los daños privados y los daños que tienen un componente público. Los daños privados “son aquellos en que únicamente hay que compensar a la parte agraviada. Los daños públicos son aquellos a los que las personas les tienen miedo, aún cuando sepan que serán compensados por completo si el daño ocurre” (ibíd., 74). Así, no basta aceptar cualquier traspaso de límites con tal que se indemnice a la persona perjudicada. De hecho, el principio de compensación que Nozick desea introducir no obedece a una transacción entre el daño y el castigo del trasgresor. No se trata de establecer parámetros que permitan comparar los castigos óptimos para quienes cruzan el límite, y las compensaciones para quienes se ven afectados. Nozick se niega a equiparar la infelicidad del castigo con la infelicidad de la víctima, pues considera que esta forma de solucionar las infracciones es arbitraria.

Por ello, afirma que las consideraciones de eficiencia, que abordan el problema desde una perspectiva de minimización del delito y maximización de la pena, son insuficientes “para justificar traspasos de límites no penalizados por beneficios marginales, aún si la indemnización es más que completa, de manera que el beneficio del intercambio no redunde solamente a favor de aquel que cruce el límite” (ibíd., 79-80). Además, “hacer efectivamente el pago y determinar el riesgo preciso que se crea en los demás, así como la indemnización apropiada, parecería implicar enormes costos de transacción” (ibíd., 83). La información requerida para tal fin y los procedimientos para llevar a cabo una compensación de este tipo serían muy costosos.

De esta forma, para llegar al principio de compensación deseable para la transición hacia el Estado mínimo, Nozick delimita el tipo de acciones que pueden ser cubiertas por la reclamación, para concretar su cumplimiento. El principio de compensación se formula de la siguiente manera: “cuando una acción se prohíbe a alguien porque podría causar daño a otro, y es peligroso cuando la realiza, entonces aquellos que prohíben con el propósito de obtener un incremento en su seguridad tienen que indemnizar a la persona a la que se le prohíbe dicha acción, por la desventaja en que la sitúan” (ibíd., 88).

Como resultado, el principio de compensación se introduce para ampliar el ámbito de poder de la agencia de protección dominante, para que quienes se encuentran por fuera de la asociación también estén protegidos por la agencia. La compensación se refiere a extender este derecho a los independientes, quienes al verse sometidos a las decisiones de la agencia de protección pierden su derecho a ejercer la fuerza por sus propios medios. Esto resulta menos costoso que pretender indemnizar a cada uno de ellos por los daños causados.

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La agencia de protección dominante se convierte en un Estado legítimo cuando satisface dos condiciones necesarias: “posee el tipo requerido de monopolio del uso de la fuerza en el territorio y protege los derechos de cualquiera en el territorio, aún si esta protección universal se pudiera proporcionar únicamente a través de una forma redistributiva” (ibíd., 117). Con ello, se hace frente a la crítica anarquista que considera que este proceso de conformación del Estado mínimo es ilegítimo. La combinación del proceso de mano invisible que hace posible la aparición de una agencia de protección dominante, de carácter monopólico, junto con el principio de compensación aplicado al ejercicio de dicho poder, legitima, según Nozick, la aparición de un Estado cuyas funciones se limitan “a la protección contra la violencia, el robo, el fraude, etc.” (ibíd., 7).

El Estado legítimo, según Nozick, no se puede extender más allá de las funciones del Estado mínimo, pues un Estado más extenso violaría “el derecho de las personas de no ser obligados a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justifica” (ibíd.). Con ello, continúa Nozick, no se desconoce que seamos productos sociales beneficiarios de unas normas e instituciones sociales que configuran nuestras formas de hacer las cosas. Lo que se destaca es que dichos condicionamientos sociales no crean “en nosotros una deuda pública que la sociedad presente puede cobrarnos y usarla como quiera” (ibíd., 101). Es precisamente la defensa de la individualidad lo que caracteriza el concepto de libertad de Nozick. Sólo un Estado mínimo garantiza los espacios de libertad que requieren los individuos para desarrollarse como personas.

La consideración de obligatoriedad frente a la situación de los menos favorecidos se deja de lado, y no hace parte de las funciones que un Estado legítimo debe cumplir. En este resultado recaen varias dudas sobre la viabilidad de la propuesta de Nozick. Por un lado, las situaciones de pobreza y precariedad son evidentes en las diversas épocas y lugares y, aunque conceptualmente se pueden evadir, estas situaciones prevalecen. En mi concepto, la preocupación por las condiciones de los menos favorecidos es tan válida como la defensa de los espacios individuales, y requiere de la misma atención. Para Nozick la protección de los derechos de propiedad individuales prima sobre estas consideraciones, y es por esto que su propuesta del Estado mínimo no se considera apta para ser aplicada en la práctica8.

Además de las dudas sobre la aplicabilidad de la teoría de Nozick, hay dos puntos críticos en su argumentación del Estado mínimo. El primero se refiere a la utilización de la mano invisible, como elemento que garantiza la legitimidad de la transición hacia el Estado mínimo. El paso del estado de naturaleza hacia el Estado ultramínimo se legitima por el carácter espontáneo que se le adjudica a la agencia de protección dominante. Algunos

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8 Según Vallespín (1985), Nozick no se refiere a la naturaleza institucional del Estado, como tampoco a su procedimiento de elección y control, y sólo caracteriza al Estado como el resultado de un proceso sometido a determinados postulados de libertad. Por esto, se considera que “nos encontramos ante una exploración filosófica de temas, pero no ante una coherente teoría contractual, ni sobre el Estado ni sobre los derechos individuales, pues éstos son incomprensibles sin una específica delimitación del otro compañero de viaje: el pequeño o gran Leviatán” (165).

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críticos9 afirman que la transición hacia el Estado mínimo parece desconocer las virtudes de descentralización de la mano invisible, y la introducción del principio de compensación no es compatible con el elemento legitimador de la primera transición10. No es claro cuál es el campo de acción de la espontaneidad, y por qué sí es legítimo introducir la compensación para el uso de la fuerza y no para ayudar a los individuos menos favorecidos.

Segundo, la legitimidad del Estado mínimo no parece convencer a los anarquistas. Según Barnett (1977) la propuesta de Nozick carece de una teoría de los derechos que establezca las bases morales y defina su naturaleza. Sin esto, tanto el recurso de la mano invisible como el principio de compensación carecen de sentido, pues se fundamentan en un carácter objetivo de los derechos, que no ha sido explicado.

A pesar de las inconsistencias mencionadas, lo que interesa destacar de la teoría de Nozick es su propuesta individualista de legitimidad del Estado, cuyo proceso de conformación no requiere de un acuerdo unánime, ni de un contrato social; así como tampoco de un diseño preestablecido. Su defensa del individualismo como soporte de la creación del Estado es la idea central que vale la pena rescatar, para identificar los alcances de su propuesta. Para ello, es necesario examinar la definición de justicia que subyace en su argumentación, lo que a su vez es el fundamento de su teoría normativa. CONCLUSIONES La reflexión sobre la legitimidad del Estado evidencia las tensiones entre los espacios individuales y colectivos de decisión, así como los criterios de justicia que la sustentan. Esto conduce a preguntarnos sobre el funcionamiento de la sociedad, y sus formas de intromisión en los espacios individuales de acción.

La teoría de Nozick se sitúa en las discusiones de la justicia como virtud negativa, ofreciendo una perspectiva conservadora y mínima. El individualismo plasmado en su teoría defiende la separabilidad del individuo frente a la sociedad, rechazando los resultados anti-intuitivos del utilitarismo. La relación que establece Nozick entre justicia, individualismo y Estado muestra el predominio del pensamiento liberal de mediados de los años setenta, y el resurgir de una tradición política que establece las relaciones entre el individuo y la sociedad desde una perspectiva que defiende el predominio de la libertad individual en un contexto de libre mercado, limitando las funciones del Estado a proporcionar seguridad y proteger los derechos de propiedad. La argumentación de la legitimidad del Estado mínimo defiende la libertad individual ante cualquier intromisión de la colectividad, ofreciendo una perspectiva procedimentalista fundamentada en la garantía de los derechos de propiedad. Los principios

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9 Entre ellos, Vallespín (1985), Frankel (1976) y Coleman (1976). 10 Además, “la descripción del mercado debe incluir una descripción de la asignación inicial de las dotaciones, y la teoría de Nozick (y de Locke) arroja escasa luz sobre la determinación de tal asignación (Varian, 1986, 289). La relación entre eficiencia y equidad de Varian (1986), responde a esta inconsistencia de la teoría de Nozick.

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de justicia en la adquisición, la transferencia y la rectificación, a pesar de no ser muy consistentes, sientan las bases procedimentales que diseñan el marco de garantías de los derechos de propiedad, y articulan la defensa de la libertad individual con el rechazo a las posturas consecuencialistas, como el utilitarismo, que dan prioridad al resultado colectivo. Por su parte, la teoría de Rawls se fundamenta en la distribución de bienes de uso universal, dentro de los cuales se incluyen las libertades, las oportunidades, el poder, la riqueza y los ingresos. Con su criterio leximin, busca diseñar una sociedad con máximas libertades públicas que garantice la igualdad equitativa de oportunidades y que distribuya la riqueza de tal manera que se maximicen los ingresos de los más pobres. Su preocupación por la distribución de cargas y beneficios lo acerca al utilitarismo; sin embargo, Rawls ofrece una teoría que permite múltiples concepciones del bien, evitando la defensa de un único criterio como el de la maximización. Rawls concibe la sociedad como un sistema de cooperación entre individuos libres e iguales, cuya unidad no supone que todos aceptan la misma concepción del bien, sino “que todos aceptan públicamente una concepción política de la justicia que regula la estructura básica de la sociedad. El concepto de justicia es independiente de, y previo a, el concepto del bien en el sentido de que sus principios limitan las concepciones del bien que son permisibles” (Rawls, 1996, 44). El velo de ignorancia que cubre a todos los individuos en la posición original garantiza, para Rawls, que los individuos elegirán el principio del mayor beneficio para los menos afortunados, con el propósito de protegerse en el caso de resultar entre los menos favorecidos. Así, Rawls logra garantizar las condiciones de igualdad y libertad que son el fundamento de su concepción de la justicia, la cual requiere de una regla de decisión unánime que legitime la elección de dichos principios. Con ello, se separa del utilitarismo, para el cual es justo el sacrificio de algunos para lograr el bienestar social. Con respecto a la igualdad, Rawls da prioridad a la justicia y no a la libertad, por lo que la equidad debe regir las relaciones entre los hombres. Para Nozick, en cambio, la libertad es el bien supremo, y la búsqueda de la equidad socava la libertad, en la medida en que la redistribución de bienes supone un atentado contra las personas, por cuanto la propiedad es una extensión de las mismas.

La comparación entre ambos autores, y a su vez su referencia frente al utilitarismo, muestra que el equilibrio entre el Estado y el mercado depende de la relación que se establezca entre la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia, entre otros. La reflexión sobre la legitimidad del Estado evidencia las tensiones entre los espacios individuales y colectivos de decisión, así como los criterios de justicia que la sustentan. Esto conduce a preguntarnos sobre la relevancia de las doctrinas económicas como teorías normativas, cuya visión de justicia y orden social se debe comparar con propuestas metodológicas alternativas. La prioridad hoy en día, según Sen (1999, 12) debe ser la responsabilidad social, y las preguntas relevantes son: ¿el Estado de bienestar es un Estado racional? ¿por qué es necesario? ¿qué forma ha de tener? REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir por ningún medio.

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