Vas que Vuelas / Septiembre 2013

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VAS QUE VUELAS SEPTIEMBRE 2013 WWW.VASQUEVUELAS.MX

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Llegó Septiembre y nosotros seguimos contentos de que ustedes pasen por aquí a leernos desde hace ya unos meses. Este proyecto y lo que hemos logrado no sería posible sin ustedes, nuestros lecto- res. Agradecemos su apoyo incondicional y les queremos comentar que hay vasquevuelas para rato. Hemos aumentado el tamaño del servidor de la página web y poco a poco van ingresando al Staff nue- vas personalidades super talentosas dispuestas a compartir un granito de arena por aquí. Así que esas son todas las noticias por ahora. Los invitamos a disfrutar las siguientes páginas. Los quere- mos, vasquevuelenses.Patricio Molinar Guerresi / @Rascapache
Director GeneralLa lectura de un texto es el medio que utiliza su autor para entablar amistad con su lector.Somos una revista digital con contenidos originales de amor, romance, inspiración, reflexivos, fotografías e ilustraciones que no te puedes perder.

Transcript of Vas que Vuelas / Septiembre 2013

VAS QUE VUELASSEPTIEMBRE 2013

WWW.VASQUEVUELAS.MX

¡LLEGÓ SEPTIEMBRE!

Llegó Septiembre y nosotros seguimos contentos de que ustedes

pasen por aquí a leernos desde hace ya unos meses. Este proyecto

y lo que hemos logrado no sería posible sin ustedes, nuestros lecto-

res. Agradecemos su apoyo incondicional y les queremos comentar

que hay vasquevuelas para rato. Hemos aumentado el tamaño del

servidor de la página web y poco a poco van ingresando al Staff nue-

vas personalidades super talentosas dispuestas a compartir un

granito de arena por aquí. Así que esas son todas las noticias por

ahora. Los invitamos a disfrutar las siguientes páginas. Los quere-

mos, vasquevuelenses.

Patricio Molinar Guerresi / @Rascapache Director General

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CARLOS E. LANG / @CARE_MUCH

Caminé sin rumbo fijo bajo la lluvia, con mis manos metidas en los bolsos del abrigo, y la mirada perdida sobre mis pies. Despejé mi mente y me dediqué a contar mis propios pasos, mirar mis botas humedecerse, y darme cuenta de que, a pe-sar de que mis pies sean compañeros, el rumbo habitual del caminar les impide ir juntos. Deben separarse para poder avanzar.

Pero después no pude evitar volver mis pensamientos hacia Simón. Pensé en sus labios delgados, en sus ojos profundos ocultos detrás de unas ligeras gafas, en su porte misterioso y en su voz tan grave. Pensé también en el café por las mañanas, en los silencios al mirarnos, en todos esos abrazos que reemplazaron un mar de palabras. Todas esas carac-terísticas que me encantaban de él; esos momentos que adoraba vivir a su lado, se marcharían pronto. Lloré un poco. Después simplemente me fue imposible no enfadarme con-migo misma. ¿Por qué me costaba tanto dar una negativa? ¿por qué de pronto era tan egoísta? Parecía inevitable, que al mezclarse los sentimientos, unos con otros, todo comenzara a complicarse. Sigo sorprendida por la capaci-dad que tienen nuestras mentes de hacer nudos que no exis-ten; de pensar demasiado, de dudar tanto.

NOTAS DE UNA GUERRERAEL DESCONOCIDO

LUCY LUNA / @LUCYLUNA

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No pude evitarlo, estaba enfadada por infiltrarme en esa dosis de pensamientos comunes y complicados. Pero ahí estaba, sumergida en ellos por un momento, me era imposible esca-par.

Doblé una esquina. Intenté ubicarme. Sabía la colonia en la que me encontraba, pues a pesar de ser muy grande, en ella vivía. Aún así, tuve la sensación de que pocas veces había andado por esa calle.

Comenzó a llover con más furia, ya no podía mantener los ojos completamente abiertos. Poco tardé en escuchar a mi cuerpo que me decía tener frío. Sin embargo, yo disfrutaba de estar ahí, en una calle que parecía desierta, salvo por unos pocos autos que iban a prisa. Me embrujaba la sensación de sentir que estaba dentro de una especie de pintura impresionista.

El mundo entero es una pintura impresionista cuando llueve, so-bre todo si se mira a través de alguna ventana, de algún cristal. Las gotas que resbalan son los brochazos perfectos.

De pronto llegué a una cafetería que desde afuera me resultó bastante acogedora. Tenía unos ventanales muy grandes, de manera que se veía todo perfectamente, de adentro para afuera, y viceversa.

Sin pensarlo demasiado, entré.

A pesar de que se respiraba una intensa vibra hogareña, no de-posité demasiada atención a los detalles del lugar. Simón y su repentina jugosa oferta de trabajo se atravesaban en mis pensamientos y al parecer, también terminaban por despistar

mi campo visual. No miraba nada en particular con atención, no registraba mucho en mi memoria. Si en aquel momento hubiera decidido salir del lugar, jamás lo recordaría por mucho que lo intentara.

Me senté en una mesa que seleccioné sin pensar. Daba igual, todas estaban vacías. debía ser por la hora, minutos más tarde del medio día. La gente frecuenta más las cafeterías ya sea por la mañana temprano para desayunar o después de comer, para beber algún café con buena compañía. Después quizás, para una dulce merienda.

Me encontraba envuelta dentro de una burbuja que me aislaba del exterior casi en su totalidad; por un momento creí que es-taba sola en el mundo, que todo se había detenido, que sólo mis movimientos eran capaces de producir cualquier sonido.

No sé cuánto tiempo estuve bajo esa sensación, pero de pronto me percaté de que había alguien más ahí conmigo. Después recordé que así debía ser pues estaba dentro de una cafetería.

Frente a mí, un joven desconocido me miraba fijamente. Era mayor que yo sin duda alguna, pero tan sólo por dos o cuatro años. Por encima de todas las cosas que pudiera poseer, resal-taba de manera violenta su gran carisma, que acompañaba a una mirada fija y a una ligera sonrisa casi invisible. De hecho, no estaba segura de que sus labios estuvieran sonriendo en sí, pero era un hecho de que toda su persona lo hacía.

Era alto, pero no más alto que Simón, en realidad, pocos hom-bres logran ser más altos que Simón.

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¿Simón? ¿Qué tenía que ver él en todo esto? Lo magnífico del momento, fue que mis pensamientos anteriores desaparecieron con la llegada del joven muchacho de veintiséis años, quizá, parado frente a mí. Así es, Simón también se desvaneció por unos largos segundos dentro de mi memoria. De mi vida.

Sé que suena descabellado, pero tuve la sensación de que ese momento, era mi vida. Y que, de existir un minuto que pudiera describirla, sería ese.

Yo, había enmudecido. Intenté recordar, pero no conseguí traer a mi mente algún recuerdo en el que hubiera enmudecido an-tes a lo largo de mis veintitrés años. Mi total atención le perte-

necía ahora a un hombre joven, moreno, delgado, de ojos negros, increíblemente profundos. Su persona resplandecía tanto, que una gran curiosidad de pronto comenzó a hacer ru-ido dentro de mi cabeza.

Me sentí cautivada.

El desconocido me miraba fijamente como esperando alguna respuesta. Bajé un poco mi mirada y pude ver que en sus ma-nos sostenía un lápiz y una pequeña libreta y sobre cada una de las mesas había un pequeño menú. ¡Claro! Estaba tomando mi orden, seguramente. Aún así, no le había escuchado en ab-soluto.

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Él sonrió. Pareció darse cuenta de que efectivamente, yo me en-contraba en cualquier parte, menos ahí. Su sonrisa fue amable, y pensé que probablemente me encontraba en el mismo sitio del que provino dicha sonrisa. Del origen de todas esas sensa-ciones que le daban calor a mi cuerpo a pesar de estar envu-elta en líquidos lluviosos.

– ¿Disculpa? – pregunté, sintiéndome un poco torpe.

– Preguntaba si había algo que pudiera ofrecerte – dijo él.

Pero en su tono, había algo más allá de las palabras. Era un hecho que se refería a algún alimento o bebida, pero su frase hizo eco dentro de mi cabeza un par de veces, en las cuales, intentaba acentuar y subrayar su verdadero significado.

«Preguntaba si había algo que pudiera ofrecerte». «Preguntaba si había algo que pudiera ofrecerte».

Ese algo, a mi parecer fue bastante amplio, y me hubiera encan-tado poder responder que sí, pues era un hecho que en cuanto me perdí mirándolo, me olvidé de Simón y de todo lo que su nombre arrastraba. Sentí un extraño alivio al verme perdida en la esencia de un desconocido. Eso era lo que necesitaba. Salir de la presión del momento, olvidarme de todo, aunque fuese tan sólo por un segundo. Despejar mi mente, mis sentidos, mis verdaderos deseos. Escucharme a mí misma.

Logré sentir los latidos de mi corazón, les presté atención. «Preguntaba si había algo que pudiera ofrecerte» me había di-cho él. «Por supuesto que sí, y te aseguro, que va más allá de un café» pensé. Reí con mis pensamientos.

Pero de pronto caí en cuenta de que esos segundos eran, como cualquier segundo que se escurre en la vida; efímeros. Sin importar las sensaciones que de pronto hicieron fiesta den-tro de mi cuerpo y mi cabeza, no iba a vivir de ellos. Debía volver a poner orden en mi vida. Era mi obligación reprender un poco a mis preocupaciones.

– No, gracias – respondí.

Me levanté. Era una pena que no pudiera quedarme más, pero debía marcharme.

Salí sin mirar atrás, me detuve en el umbral de la puerta por unos momentos mientras me aseguraba de que mi abrigo estu-viese bien abrochado. Ya tenía una respuesta. En realidad, todo el tiempo la había tenido, pero la valentía para llevarla a cabo me hacía falta.

Muy extraño fue volver a salir a la lluvia, sintiéndome valiente y segura. Un gran alivio invadía mi pecho.

¿Cuál era el origen tan repentino de ese par de sensaciones que no todos los días me acompañaban con tan fuerte poten-cia?

Luego me di cuenta de que en realidad, eso no importaba. Aún.

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Nos encontramos por primera vez caminando a lados opues-tos de la calle. No necesité tu nombre, tampoco tu apellido. Nos miramos fijamente y decidimos detener el camino.

– ¿Una copa?

– Que sean dos que tres, mejor.

Una sonrisa tuya me dijo que te siguiera; que el camino era incierto, pero divertido. No tenía idea de que ahí encontraría mi perdición, entre esas dos piernas.

-Espero que no te espante el lugar al que venimos, es sólo que tengo que trabajar un poquito.

– ¿En serio es este tu lugar de trabajo?

– Este y muchos más.

– ¿A qué te dedicas?

– A crear vidas.

Luces de colores, cuartos obscuros, música estruendosa, be-bidas van y vienen, caballeros con sus chicas, chicas con sus chicas y algo parecido a la harina en una que otra mesa en alguna que otra esquina.

VIVIENDO VIDAS

HELENA BORGIA / @LACKATRINA

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– ¿Cómo te llamas?

– ¿Qué nombre te gusta?

– ¿A qué te dedicas?

– ¿Qué profesión te gusta?

– ¿A qué hemos venido a este lugar?

– A que vivas esta noche una vida.

Bebimos varios tragos, hablamos de lo que veíamos en aquel tugurio, que si el gordo sudoroso de la esquina sufre de disfun-ción eréctil, que si el delgado del pasillo parece que viene a confirmar su sexualidad, que si el rubio del pasillo habla dema-

siado del tamaño, que si todas sus acompañantes ganaban lo suficiente para el maravilloso trabajo de fingir que esos hom-bres las hacen tremendamente felices.

Nunca había reído tanto y hablado tan poco de todo y de nada, nunca había desnudado mi alma, dejado un mundo afuera, cre-ando uno nuevo con extraños como nueva familia.

– Eres asombrosa.

– Y tú.

– ¿Nos vamos?

– Sí, pero recuerda, sólo por esta noche.

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– ¿Por qué?

– Porque mañana inicia un nuevo día y con él, una nueva vida.

Después de muchas discusiones, ri-sas y especulaciones (que quizá fueran completamente falsas) decidi-mos caer en un mejor hotel del que yo ya prevenía.

No había terminado de abrir la puerta cuando me besas de sorpresa, me re-corres el cuello con tus brazos, nos quitas la ropa, ahí, en la puerta, sin mesura, con prisa.

Ya desnudos y tú con tus tacones puestos y los ligueros negros a la vista, me tomas por fuerza y tus pier-nas se abrazan a mi cadera. No sé quién penetró a quién, quién se cogió a quién o dónde aprendiste ese vaivén.

Me dejo guiar por tus manos, por tus caderas, por tus piernas largas y tor-neadas, por tu piel dorada y los lu-nares de tu espalda.

– ¡Vaya mujer que eres!

– Espero que no te disguste que sepa qué quiero, dónde, cómo y cuándo lo quiero.

– Todo lo contrario

Aún guardo algunas de las marcas de sus tacones en el pecho y de sus uñas en la espalda, quizá ella todavía tenga alguna de las marcas de mis di-entes o de las ataduras de sus ma-nos.

– Empieza a salir el sol.

– Lo sé, sólo por esta noche ¿no?

– Así es, sólo por esta noche.

– ¿Qué va a pasar con eso de vivir una vida?

– Nunca dije que sería tu vida la que vivirías.

No sé realmente si hicimos el amor o sólo fue una tremenda cogida, sólo sé que la recodaré toda mi vida y espero algún día volverla a ver.

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ALEX VILLEGAS/@LLEGASPACHECO

Cerraste de golpe la puerta, saliendo para siempre de mi vida.

Cargabas tan solo un viejo abrigo que cubría el peso del do-lor sobre los hombros.

Te has ido. Te perdí. Me perdiste. Nos perdimos el mañana juntos para siempre.

No fuimos suficiente.

Nos rebasó la rutina; sabernos necesarios en el otro, de-jando el amor para los sábados por la noche.

Qué hacer con toda la tristeza guardada bajo las uñas de tanto morderlas, con los desiertos bajo los párpados por llorarte.

No amaré a nadie de esta manera. Estoy seguro.

Qué mañanas tan grises desde tu ausencia, cariño.

Los colores se han desgastado y en el jardín no nacen flores que regalarte. Ya no bastan las letras impresas sobre mis

UN CORAZÓN EN DESHIELO

MARTA GUERRESI / @MARTANATOLOGA

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labios para intentar regresarte a mi lado; ni las promesas ni los contratos, ni las alianzas entrelazadas en nuestros dedos.

Llevaré atados a mi cuello, tus besos tempraneros con sabor a para siempre.

Mi castigo será este espacio vacío; sin un nosotros, en todo lo que miro.

Ya no habrá pan recién horneado ni mensajes en la contesta-dora, plantas por regar, ni dos cepillos juntos en el baño.

Te veo desaparecer de todos mis recuerdos, quedando un fan-tasma de ti.

Cuántas palabras podrá nombrar el silencio sobre estos seis meses vividos y este invierno sobre las sábanas, que ya no en-tibia mi corazón enlutado.

Saliste de mi vida, haciendo de tu recuerdo mi bandera.

Si el tiempo corriera de nuevo, mis brazos no te soltarían, ni la cadencia de nuestras olas dejarían de formar espuma sobre la arena.

Hacer arder corazones parecía juego de niños y sin embargo, el mío está en deshielo desde entonces.

En este amor no hay muerte; sólo se ha mudado de lugar y allá, a donde ha llegado, no quepo yo.

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Los cementerios de esta ciudad son como en todas partes del mundo, lugares en donde las flores se riegan con la brisa del recu-erdo y las lágrimas ante lo inevitable. El silencio no es casualidad, cuando se respeta se calla y cuando se calla se busca tocar con el pensamiento al que ha partido.

Esa tarde el sol perdía la batalla contra las nubes y en los cuatro pun-tos cardinales solo se divisaban cruces solitarias haciéndose com-pañía unas a otras, menos una. Al pie de una cruz pintada de gris oscuro, un hombre curtido por los años y a duras penas en lucha con-tra la mujer de negro, lloraba como un niño perdido. La dignidad no sirve como escondite para el dolor y a aquel hombre el dolor se le deslizaba por sus arrugas en estado líquido y sin vergüenza, le llor-aba con los ojos cerrados al nombre de una mujer muerta 35 años atrás, según se leía en las fechas grabadas en el travesaño de la cruz en la que recargaba su brazo, como si la abrazara a ella; la mujer a la que había dejado de ver mucho tiempo hacia atrás.

Sus labios se movían aparentemente, sin que se pudiera escuchar lo que de ellos brotaba. Sus piernas estaban dobladas grotescamente, como si hubiese pedido que lo aventaran donde estaba enterrado un pedazo de su corazón y lo hubieran dejado caer desde gran altura y sin consideración alguna, como quien arroja un muñeco de trapo a la caja de juguetes. La tela de su pantalón estaba manchada de polvo en las rodillas, como lo estaban las puntas de sus zapatos y su camisa mojada a la altura del pecho. De su cabello blanco se había desprendido un mechón rebelde que aún se agitaba de un lado a

EL ANCIANO EN EL CEMENTERIO

RENKO / @ARKRENKO

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otro como lo había hecho media vida atrás cuando el color negro matizaba la cabeza del dueño.

Perdóname, amor mío, perdóname — se escuchó salir ronco, pero en tono bajo de su garganta emocionada.

***

La sombra de un hombre se proyectaba en las paredes gastadas y despintadas de los edificios que acompañaban en sentido in-verso su caminar. Sus pasos eran silencio-sos, cautos como de gato de callejón. Se desplazaba en forma elegante, pero sin ex-ceso de energía, llamaba la atención por el conjunto de todas esas cosas que pasan desapercibidas en la gente común y que a él lo hacían ver como un hombre seguro y resuelto. La mirada la mantenía varios met-ros al frente de sus pasos, sin voltear a ver nada a su alrededor, cubriéndolo todo con la periferia de sus ojos café. Sus brazos se movían uniformemente con sus piernas y los tacones de sus zapatos no hacían ruido al rozar el pavimento, como si estuviera des-calzo y no le costara trabajo alguno cami-nar. Quien lo observaba, determinaba que era un hombre que sabía a donde se dirigía y a qué iba.

Así era en efecto, Gabriel iba al encuentro del Amor, con su conocido temple había es-perado el cobijo de la noche para empren-der el recorrido hacia la morada de su amada. Desde una hora antes se había es-merado en el detalle de su arreglo personal con el propósito de ofrecer su mejor retrato a esos ojos grandes a los que les cabía tanto amor por él. Un mechón de pelo ne-gro se balanceaba en la sien derecha, dán-dole un porte casual a su peinado, Gabriel pensó en acomodárselo pero desistió de inmediato, adoraba sentir los dedos de Án-gela tratando de acomodarlo entre los demás cabellos y acariciando, como sin querer, el suelo de su cabellera para luego soltar la risa y una queja sobre la indomabili-dad del cabello y su dueño.

Por sus venas se desató un viento cálido, recorrierlo de un rincón a otro, tan solo de pensar en el efecto de las manos de ella.

— Tranquilo corazón — le dijo al sentirlo pal-pitar por todo su cuerpo. — pronto estare-mos bajo el efecto de su cercanía.

Del otro lado de la mirada de Gabriel, a muchas cuadras de distancia, una mujer terminaba de pintarse los labios de rosa te-nue. Vestía una falda plisada de color rosa pálido como su boca y una blusa de un blanco liso, sus piernas blancas asomaban

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delgadas y torneadas a partir de ocho centímetros por encima de las ro-dillas, su cintura era delgada, su vientre plano como de muñeca de aparador y sus pechos eran dos duraznos pequeños que daban a su si-lueta un aire virginal. Su cabello era castaño y estaba peinado con una coleta pequeña en el centro y el resto suelto por debajo de los hombros. Su cara delicada era la viva imagen de una esposa devota y fiel. Nin-guno de los vecinos de Ángela habría imaginado los secretos que se es-condían en el corazón de esa mujer angelical. Cualquier hombre debería temer más a los secretos de una mujer que a su pasado. Ella echó un úl-timo vistazo a su rostro en el espejo y se sentó a esperar al amante en la salita de su casa, cerca de la foto de bodas que reposaba en la mesita del té a su mano derecha.

Seis meses atrás, el rayo de los amores y las pasiones clandestinas cayó entre Ángela y Gabriel, y sus vidas cambiaron por accidente y para siem-pre, como sucede con las grandes tragedias de la vida. Con tres años de un matrimonio convencional y la chispa apagada, ella encontró hasta en la forma de mirarla, que Gabriel podía sacudirla por debajo del pecho y por en medio de las piernas sin tocarla siquiera, con solo olerlo, con su aroma a hombre intenso y apasionado, con sus manos de mapa rústico y caricias desconocidas, con su sonrisa franca y destellante, con la pre-monición de que esa boca firme no se iría de este mundo sin hacerla suya mil veces y sin hacerla río infinito otras mil más.

Hay Amores a los que se llega tan tarde, que no pasan por la fase del cortejo, como si el destino les recompensara la equivocación y los lle-vara de la mano por encima de la zozobra de la mente enamorada y la inquietud de la piel sin entregar. Basta una sonrisa para decirse “bienven-ido a mi vida” y una mirada para responder “bienvenida al resto de la mía”. Ninguno de los dos supo cómo fue, ni tampoco les importó demasi-ado; a la semana de conocerse, la piel de él ya había estado dentro de la piel de ella y el nombre de uno navegaba por los siete mares de las venas del otro. Como no podían verse en público, acordaban lugares dis-

cretos donde verse y dar rienda suelta a la charla sin fin de sus bocas y sus cuerpos; la ciudad donde ambos residían era pequeña, el más ligero desliz, podía con acabar con el secreto de su Amor y la reputación de ella. Cuando no estaban platicando con palabras, estaban gritándose en silencio con las manos y los sexos. En todo su tiempo de casada, Ángela no había conocido jamás un éxtasis como el que encontraba en la mente sensual de Gabriel, en la pureza de su corazón y sobre en el tope de sus ganas. Ahora no entendía cómo hasta entonces se había podido confor-mar con tan poco en su hogar, y con tristeza pensaba que tampoco po-dría seguir haciéndolo por el resto de sus años. Pero se lo callaba, como callan muchas cosas los amantes furtivos para no herirse con el filo de la realidad.

El marido de Ángela era un hombre chapado a la antigua, demasiado. De sentimientos silenciosos y demostraciones glaciales, a quien le resul-taba más fácil llenar la nevera, que los oídos de su mujer con un “Te quiero”. ¿Qué si la quería? No había una palabra que lo probara, pero tampoco había un gesto que lo desmintiera. Buscaba el cuerpo de Án-gela bajo las sábanas cuando lo necesitaba y respetaba cuando éste no estaba disponible, en público jamás tomaba de la mano a su esposa por iniciativa propia, pero tampoco retiraba la suya si era ella quien lo sostenía. Tenía un carácter áspero, temperamental y de arranques, pero solo a veces y jamás había encontrado motivo para levantar el brazo en una discusión con su mujer, quizá porque ella sabía, con esa sabiduría milenaria de algunas mujeres, que con un marido necio se gana más ce-diendo que contendiendo. Trabajaba de día en un pequeño negocio propio de ferretería y algunas noches estaba de supervisor en guardia para una fábrica de material de plomería, para complementar el ingreso familiar. En las noches de trabajo, se marchaba alrededor de las seis de la tarde para atravesar la ciudad con calma y llegar a tiempo de su hora de entrada a las siete en punto, para volver a casa alrededor de las siete de la mañana, descansar un rato, alimentarse y llegar casi al mediodía a

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relevar al esposo de una prima que le hacía el favor de levantar la cortina de acero y atender a los clientes en lo que él se presentaba.

No pasaron muchas semanas de verse a escondidas en la calle y recorrer todos los lugares que podían servir de refugio para su amor, para que los amantes empezaran a considerar la posibilidad de verse en la casa de ella. Si por sus miedos hubiera sido, Ángela jamás se habría atrevido a meter a su adorado amante entre sus piernas bajo el techo de su casa. Fue el encuentro casual con un amigo de su marido lo que aceleró la decisión. Cuando solo estaba a 3 metros de reunirse con Gabriel que el entrometido sujeto estuvo a punto de atraparlos juntos y esa fue la última palada que necesitó para enterrar sus recatos y sus miedos. Prefería mil veces profanar el voto matrimonial que renunciar a la adicción y el hechizo de la boca de Gabriel. Esa noche se les fue en planear cada detalle de su próximo encuentro y solo hasta que estuvieron de acuerdo en cada punto hicieron el amor de manera apresurada y frenética tratando de llevarse el recuerdo de cada beso y de cada caricia. Él tenía prohibido, sin necesidad de mencionarlo, marcarle la piel con las uñas, los labios o los dientes; así que ella era la encargada de marcarlo a él por los dos. Esa madrugada, le dejó diez surcos en carne viva en la espalda y en respuesta, él la penetró con toda su fuerza y empuje, marcándole las entrañas con cada embestida y con toda su potencia de macho necesitado de dejar su marca en algún lado. Alcanzaron el orgasmo entre lágrimas de placer y “Te Amos” de felicidad. Se despidieron con un último beso animal y se encomendaron al dios de los ladrones y los amantes.

Esa fue la segunda trampa que les puso el demonio en el camino, una vez al cobijo de los curiosos, su amor y pasión se encontraron con la libertad que da la privacidad y los amantes se entregaron sin límites a reconocerse uno al otro en todas las formas posibles de la piel, a vivirse al tope en esas horas y agonizar cuando estaban lejos

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hasta volverse a reunir. Contaron con tanto tiempo y espacio para acarici-arse por dentro y por fuera, que era imposible que no acariciaran tam-bién la idea de hacerlo todos los días por el resto de sus vidas, esa fue la tercera trampa del Diablo: La posibilidad de un mejor futuro.

****

A pocos metros de llegar a casa de Ángela y de colarse al interior por la puerta de atrás, previo cerciorarse que la pañoleta blanca acordada es-taba en la maceta de siempre, Gabriel había tomado la determinación de fugarse juntos de la ciudad esa misma noche, cambiar de residencia e irse a un lugar donde nadie los conociera, donde pudieran amarse a la luz del día y entregarse al ruido de sus cuerpos a cualquier hora de la noche. Ángela ya esperaba la propuesta y sabía en el fondo de su co-razón cuál sería su respuesta, nada ansiaba más en el mundo que ser su mujer en forma exclusiva. Llevaba meses rehuyendo las manos de su marido por debajo de las sábanas y solo se rendía a su acecho cuando ya no encontraba más pretextos para no hacerlo o porque su trato cotidi-ano se volvía insoportable, cargado de reproches y de tensión sexual hasta por cosas tan insignificantes como la temperatura de la comida o el que ésta o aquella camisa estuviese sucia o sin planchar.

Esa noche no había tiempo para hacerse el Amor, la decisión estaba to-mada, su historia merecía escribirse en el día a día. Ángela estaba pre-parando su maleta y Gabriel se había marchado a su casa a hacer la suya, estaría de regreso en una hora. Un ruido en la puerta principal puso a ladrar desesperado el corazón de Ángela, no hubo tiempo ni de esconder la maleta antes que un marido iracundo y ciego de rabia en-trara a la recámara buscando algo con la mirada.

¿Dónde está ese hijo de puta con el que te revuelcas en mi ausencia, puta maldita? — bramó con toda la furia del animal que se sabe herido de muerte, pero aún con fuerzas para acabar con su enemigo.

No sé de qué hablas. —le dijo Ángela, pero no hubo forma que no viera la maleta ni que de ignorar su nerviosismo ante el regreso inesperado de su marido.

¡Perra del infierno! Pensabas largarte con él. —escupió con odio las palabras, con una frialdad que jamás le había visto en toda su vida jun-tos.

El energúmeno levantó la mano y le cruzó a Ángela dos veces la cara de ángel con su manaza de piedra, la sangre brotó de inmediato de los labios rotos, inclemente le golpeó de nuevo en ambas mejillas, atur-diéndola y poniendo a zumbar su cabeza con cada golpe, ella no al-canzaba a pensar, a entender qué estaba sucediendo, por qué había lle-gado de sorpresa, dónde estaba Gabriel, qué podía hacer para cal-marlo, para evitar los golpes, sintió un miedo inmenso por ella, por su amante, por el futuro incierto que se partía bajo la mano vengativa de su marido.

—Quiero saber quién es el bastardo con el que me has engaña-do—atacó de nuevo, golpeándola en una oreja y jaloneándola de la co-leta. — ¿Cómo se llama ese desgraciado? Porque hoy mismo lo voy a buscar y matar como a un perro con mis propias manos. —Gritó cegado de bilis y celos.

Ángela comprendió que pasara lo que pasara no podía exponer a Gab-riel, no podía condenarlo a una muerte certera. Desesperada buscaba una salida, una manera de escapar y poner distancia entre los golpes y la furia de su esposo, pero se sentía débil y atontada. En ese instante, el miedo la paralizó por completo, pues en la mano derecha de él vio que empuñada una pistola. Mil preguntas pasaron por su mente en un se-gundo, ahora más que nunca se sintió perdida.

Gabriel estaba a unas cuadras de distancia cuando se escuchó el primer disparo, al que siguió casi de inmediato otro más y después el

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sonido de una sirena policial que se acercaba rápidamente por una calle lateral. Un vecino había llamado a la policía unos minutos antes, cuando había escuchado los gritos del marido y el llanto de Ángela. Gabriel em-pezó a correr a toda velocidad de regreso, preocupado, maldiciéndose por no haberse quedado. El camino se le hizo eterno y los metros los re-corrió sin la elegancia de hacía unas horas, desesperado e inquieto, sentía que algo malo pasaba y tenía que ver con ellos.

Cuando terminó su carrera desaforada, dos policías contenían ya al marido de Ángela y lo cargaban esposado hacia el interior de una pa-trulla. Sus peores temores se volvieron realidad y la desesperación hacía presa de Gabriel, los agentes de la policía no lo dejaron entrar y tuvo que esperar hasta la llegada de la ambulancia para poder subirse a ella, alegando ser familiar y poder acompañar a una Ángela agonizante y ap-enas consciente en una camilla.

El primer disparo había dejado una mancha roja a un costado del estómago de Ángela y el segundo había dejado otra mancha en medio del pecho. La pesadumbre hizo presa de Gabriel, sostenía su mano y las lágrimas habían empezado a correr por sus ojos.

—Pedacito de mi vida— le susurró ella —Gregorio quería saber tu nom-bre y no pudo sacármelo ni a balazos. No llores, esto no ha sido tu culpa, ya se nos terminó el tiempo para amarnos —Hablaba haciendo pausas, el dolor le cercenaba el vientre y respiraba con mucha dificul-tad, ahogándose entre frases.

—No hables, pedacito de mis fantasías —le dijo Gabriel— No te vas a ir a ningún lado, no me vas a dejar, no ahora que te he encontrado y no cuando al fin vamos a vivir juntos.

—No quiero que te culpes, amor mío—continúo diciéndole— ni que me guardes luto en tu corazón. Quiero que seas feliz y hagas algo de provecho con los años que estas balas te han regalado, dales a tus hijos todo ese amor que estaba reservado para nuestros hijos. No me olvides,

pero tampoco vivas esclavizado a la frustración de lo que no pudo ser... Te Amo, dulce amor de mi vi…— los ojos de Ángela fueron cambiando del dolor al asombro, se fueron empañando lentamente con la resigna-ción y finalmente solo mostraron el reflejo de la llegada de la muerte. Gabriel le besaba sin descanso la muñeca con la intravenosa clavada y cuando levantó la vista Ángela ya se había ido, toda su energía se la había gastado en expresar sus últimos deseos, en dejarle claro su testa-mento de amor, su carta de libertad para el futuro.

***

Perdóname, Ángel de mi vida, perdóname por dejarte sola aquella no-che— se escuchó al anciano repetir entre lágrimas ante la cruz gris —Dime que hice algo de provecho con la vida que me regalaste, que he sabido darle a mi familia todo el amor que tenía reservado para ti y nues-tros hijos. Yo te sigo amando y no he dejado de hacerlo un solo instante de mi existencia, pronto, por fin me reuniré contigo allá donde estás.

Va en contra de las leyes del amor que un hombre sepulte al amor de su vida. No es justo decirle adiós para siempre y tragarse el dolor de su ausencia por el resto de su vida.

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YADO ODAY @YADOCORP

Voy a escribir un texto; de esos que a veces a las chicas hace suspirar, pero no es para ti, o tal vez sí lo es pero no quiero que lo sepas. Tal vez es de esas líneas que suelo te-ner en mi cabecilla para decírtelas aunque mi cobardía no me deje; aunque me esté desgarrando el interior y por fuera veas solo una mirada que penetra la tuya y ría sin motivo.

Te contaré un secreto, ya sabes, de esos que solo soy capaz de contarte a ti y a nadie más, y te pido que ignores al papel como testigo inerte; he intentado olvidarte, y vaya de qué forma, no es que me sienta realmente orgulloso, pero el ver-dadero secreto (sí, a veces me gusta darle muchas vueltas al asunto) no es si te quise olvidar, sino en lo que me intenta hacerte olvidar. Ignoro cuánto tiempo te llevó leer mis últimas líneas, quiero suponer que un par de semanas. La verdad es que el tiempo ahora ya no importa, pues hay un modo de no olvidar a las personas aun cuando estén ausentes, y prueba de ello es la forma en que ahora lees estas líneas. No tienes idea de cómo me gustaría saber qué pasa justo ahora por tu cabeza, mirar tu expresión o si de pronto, por arte de magia (ya sé, ya sé que la magia no existe) apareciera justo ahora a tu lado e intentara besarte.

EL MOTIVO

CÉSAR CERVANTES / @CSSCERVANTES

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Ese motivo es lo que me trajo hoy a ti, a estar justo ahora a tu lado, aunque no esté, aunque creas que estoy lejos, aunque pi-enses que estás sola.

Sí, yo siempre he tenido ganas no solo de besarte (y deja de una buena vez atrás que me refiero a besarte solo en la mejilla), sino también a sentir que soy especial en tu vida, sentir que puedo tocar tu alma, que no soy uno más del montón. Verás, ese día que te dije que te quería, no solo esperaba algún tipo de reciprocidad (sí, ya sé que sigo pidiendo algo que tú no pue-des darme); me quedé esperando ese beso que nunca llegó. Me quedé esperando que un día hiciéramos el amor. Me quedé esperando verme en tu futuro.

Así que, luego de estas líneas, espero hayas comprendido el motivo, porque sinceramente ya me harté de enviarte toda clase de señales sin sentido, y porque si no lo has entendido y me preguntes el porqué, tendré que besarte en los labios para ver si de una buena vez entiendes este motivo. ¿Verdad que fue uno de esos textos que hacen suspirar a más de una? Vale, comprendo que no, pero ahora sabes que no todo lo que es-cribo es lindo, hermoso, romántico ni mucho menos halagador. No te confundas, no quiero decir que no estoy siendo todo lo que acabo de escribir.

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Todo lo bueno empieza con un poco de miedo, ¿no? Tienes verbo de conquistador, actitud de guerrero y unas piernas de animal que vive entre las sábanas. Sí, la razón es el juego de los espejos y las leyes universales funcionan a la inversa de la atención. Es por eso que he decidido ignorarte, evi-tarte, eludirte, obviarte.

Pero sólo te digo: En caso que andes de humor, cuando ven-gas por estos rumbos pasa por mi cama, canta ópera en la regadera y prepárate unos huevos revueltos mientras yo siga dormido. No te daré por sentado ni calentaré tu lugar en tu ausencia. Ve y sé libre que yo pretenderé no querer domesti-carte. No esperaré que estés ahí cuando amanezca, no me ilusionaré con ninguna llamada devuelta.

A todos aquéllos que escupan en mis palabras les respon-deré con la versión oficial: Que ya me cansé de hacerle a los cuentos de hadas y que esto es así, que ustedes llegaron de-spués y aún se están tragando la mentira; pero que yo no comulgo con ese juego torcido de ser propiedad y propie-tario, que por eso te dejo ir.

Sí, no te llamaré mío y así tú tampoco podrás reclamarme como tuyo. ¡Claro! Ésa es la versión oficial y obviamente no

PROPIEDAD Y PROPIETARIO

LUIS BRACAMONTES / @ LAHBDOTCOM

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“Yo no busco ser tu ideal, busco ser tu real. Y la realidad es que nadie somos perfectos el uno para el otro y tarde o temprano, nos cansamos de buscar en uno solo la llave que complazca to-das las combinaciones de nuestro candado del deseo.”

es gratuito que esta estrategia sea mi seguro anti-decepciones; tú sabes, para salir bien parado sin importar los resultados.

Yo no busco ser tu ideal, busco ser tu real. Y la realidad es que nadie somos perfectos el uno para el otro y tarde o temprano, nos cansamos de buscar en uno solo la llave que complazca todas las combinaciones de nuestro candado del deseo.

Pero cuando no hagamos caso al yugo de los formalismos y los títulos nobiliarios que se desgastan más que el hierro a la intem-perie, creo que lo nuestro podría aguantar un muy buen rato. Lo admito: Sí, sí me po-dría acostumbrar a decir tu nombre, pero no en voz alta.

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ERICK SÁNCHEZ MARROQUÍN @MONO_CROMÁTICO

Esta mañana me decidí a no preparar café, quería que al-guien más lo hiciera por mí después de tanto tiempo; pero por razones de soledad, mi solución fue salir a comprar uno.

Me vestí, camisa de cuadros, pantalón, zapatos, lo de siem-pre; olvide a propósito mi reloj, no me interesa conocer como corre el tiempo si no lo puedo alcanzar y si lograra ganarle sé que no vas estar ahí esperándome en la meta para lle-narme de besos. Al contrario, si pudiera competir, yo iría en el camino contrario para ver en qué minuto fallé.

Conduje a la cafetería más cercana, veo continuamente el asiento trasero por el espejo retrovisor, ese testigo de nues-tros cuerpos alborotados y mezclando las ganas con la pa-sión, pero no sabe de nosotros, como lo sabe la cama. Enci-endo la radio tratando de cubrir el ruido de esos recuerdos, pero cantan más fuerte. Me alegro de haber llegado y poder bajarme del auto.

YO SÓLO QUERÍA QUE ME PREPARARAN UN CAFÉ

EZEKIEL / @CAPITAN_ANONIMO

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Mientras pedía mi café, la mujer que me preguntaba como lo iba a querer se le escapaban unas sonrisas acompañadas de una mirada fugitiva, yo le respondía las sonrisas en cada palabra; aproveché la oportunidad para decir uno que otro comentario para poder escuchar su risa, volteó a verme fija-mente y en su mirada estaba el brillo y calor que no había po-dido percibir del sol cuando desperté.

Pasé a esperar a que estuviera listo mi café, vi entrar a muchas mujeres, unas con ropa deportiva, otras con sus hijos en sus co-checitos para bebés robando espacio, las que van vestidas for-males y llevan mucha prisa; ellas, que se despertaron igual que yo, solo con las ganas de que alguien más nos hiciera el café, no importaba la diferencia ni qué tan rápido iban, fui víctima de algunos disparos de sonrisas. Por fin estuvo listo, tomé el vaso y la servilleta, me fui a sentar a una silla, no entiendo el por qué esa costumbre de poner dos sillas en las mesas, las cafeterías deberían saber que hay gente que nos queremos olvidar, que la vida de repente es egoísta y quiere que la goces solo, por más que la quieras compartir.

Ahí estábamos, mi café, la silla y yo. Di un primer sorbo que calentó mis labios, ¡maldita sea! casi lograba olvidarte por este día si no fuera por ese sabor que fallidamente intentaba imitar a tus besos por la mañana.

Las mujeres seguían entrando y saliendo, yo solo las veía, in-tentaba distraerme de esa silla tan intimidante frente a mi; si pudiera sacarme tu recuerdo de mi cabeza, le pediría a tu ausencia que marchara y dejara la silla libre; lo invitaría a sen-tarse ahí, que me hiciera la platica, así como se da de vueltas

todo el tiempo tal vez tenga mucho que decir, ya que no se puede estar en paz.

Algunas se quedan, vienen con sus amigas, otras están ahí como esperando a alguien, pero hay una en especial que esta en la compañía de un cuaderno abierto en una pagina en blanco, una pluma con la que juguetea entre sus dedos, ella esta ahí como esperando una idea.

Mi café ya esta un poco frió, ya no sabe igual, es como el amor mientras dura caliente es muy rico, te abriga, lo tomas con calma, disfrutándolo; pero si lo dejas enfriar empieza a tomar un sabor extraño y te da igual tomártelo con calma o de golpe, incluso no te importa siquiera acabarlo. Pero siempre hay más café.

Ahí sigue ella, me intriga mucho saber qué idea está esperando exactamente, en qué piensa. Esa mujer, su espalda cubierta por su cabello, piel blanca, manos tan finas que parecen que

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fueron moldeadas con mucho detalle al igual que su rostro; esa lengua que se asoma de vez en cuando remojando sus labios, alcanzo a percibir un camino de lunares en su cuello ¿a dónde llevará ese recorrido? No puedo apartar mi vista de ella.

Voltea y dirige su mirada a mí, me ve fijamente, tratando de ob-servar si soy un rostro conocido para ella, mi intento de apartar la vista para ser discreto es nulo, al ahogarme en su mirada, me regala una sonrisa que no merezco, pero aprovecho esa curva de dientes blancos para poder dirigirme a ella, me acerco a su mesa y torpemente me ofrezco a invitarle un café, lo rechaza y con voz llena de sensual valentía, me pregunta el por qué la veía, una vez más tomo ventaja y me siento en la silla que so-braba en su mesa.

Qué bien se siente ocupar un lugar vacío.

Ahora la tengo de frente, muy cerca de mí y a la vez tan lejos por ser un par de desconocidos. Cierra su cuaderno, coloca su pluma a un lado. Me concentro en su mirada y en hablar, in-tento que mis ojos no se desvíen en querer conocerla un poco más. Intentando ser honesto le explico que me intrigaba su mis-teriosa espera, suelta una risa delicada que se convierte en una sinfonía para mis oídos y me dice que solo quiere escribir, se niega a contarme sobre que. No insistí y le conté un poco de todo, hicimos un viaje de palabras que parecía no tener fin, ella sonreía con mas ganas y su risa empezaba a tener más fuerza, sus manos se deslizaban sobre la mesa, me estaba ganando su confianza.

Yo la veía, así como cuando ves una nueva ciudad y te sor-prende cada rincón, y la escuchaba como cuando escuchas la nueva canción de tu grupo favorito y ya la cantas aún sin saber bien la letra.

Sin avisar me tomó la mano, entrelazó sus dedos con los míos y delineaba delicadamente las venas que se marcaban, en ese momento la sangre empezó a fluir muy rápido en mí mezclada con sensaciones, ella decía algo pero no la escuchaba, yo solo podía escuchar ese inocente roce de piel que estaba sucedi-endo, tuvo que subir la voz para que lograra aterrizar en sus palabras, le pedí una disculpa y amablemente me repitió que tenía que irse porque debía encontrarse con «alguien más» en una hora, me agradeció el agradable momento que le hice pasar (así fue como lo etiquetó ella), me pidió si intercambiába-mos números de teléfono para estar en contacto, sin dudarlo le dije que sí, me regalo un beso en la mejilla y se marchó.

Y es que las mujeres, son la trampa más hermosa en la vida; creen que pueden hacer de nosotros lo que sea a su manera y es verdad. Quisiera entenderlas. Cuando el hombre logre en-tender a las mujeres, eso será el descubrimiento más impor-tante en la historia. Me encanta perderme en sus encantos, ser víctima de su inteligencia, de esa locura interminable que las distingue, el universo está en ellas, de lo inexplicable ellas son la respuesta. Para escribirles se necesita un lenguaje perfecto, el cual no existe. Ellas, ellas, ellas. Tan maravillosas. Jamás se olvidan.

Yo solo quería un café, y termine bebiéndome un recuerdo más.

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Ayer estaba haciendo cuentas y creo que ya van poco más de dos meses, quizá tres; al contrario de lo que creí, cada día es más difícil. Nunca imaginé todo lo que me iba a costar sacarte de mí. Tus besos, tu olor, tus caricias, tus pechos, tus brazos, tus pier-nas, tú… todo lo recuerdo como si nos hubiésemos visto por última vez hace un par de minutos.

Ha sido poco el tiempo, pero para mí ha sido una eternidad. Porque me quedé amando solo.

A veces me salgo al balcón y me siento a ver a las personas pasar, y pienso. Y vaya que pienso. Y me confundo. Y a veces por eso no quiero volver a salir al balcón a ver a las personas pasar. Porque a veces estoy muy seguro pero luego no sé lo que siento con claridad, no sé si amo los recuerdos, a ti como persona o como pareja. Es complicado, confuso, a veces siento que me podría volver loco.

Aunque mi día transcurra con normalidad, siempre llega la noche con tu recuerdo. La maldita noche. Cada tanto me grita tu nom-bre y me hace añorar tus abrazos, anhelar tus labios. Te confieso que aún apareces en mis sueños; y si no duermo, porque me ha

HAY NOCHESPATO MOLINAR / @RASCAPACHE

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“Aunque mi día transcurra con normali-dad, siempre llega la noche con tu recu-erdo. La maldita noche. Cada tanto me grita tu nombre y me hace añorar tus abrazos, anhelar tus labios.”

pasado, aparece tu recuerdo y se pasea bailando de un lado a otro por mi cabeza.

No sé cómo olvidarte, y vaya que lo he intentado. Pero creo que así tiene que ser, supongo. Guardar los recuer-dos y seguir adelante. Porque aunque me encantaría esperarte, me pediste que no lo hiciera. En ocasiones maldigo el que no lo hayas hecho, ojalá hubieras sido tan egoísta como para pedirme que te esperara. Lo hu-biera hecho. Quizá hubiera sido todo más fácil. O no.

Me aconsejaron que le diera vuelta a la página y lo hice. Como ocho veces. Como ocho veces pensé que ya había escrito el final de este cuento. Y sin embargo a tantas sonrisas, tanta felicidad y tanto amor no es fácil decir-les adiós.

Pero bueno, me despido de ti, espero que por última vez, porque ya no tar-das en llegar junto con la noche y sus ganas de no dejarme dormir.

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UNA NOCHE EN LA CIUDADERNESTO ZARUR / @ERANZARUR

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