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1 ITINERARIO ESPIRITUAL Y APOSTOLICO DE TERESA DE LA Cruz CANDAMO (Fundadora de las Canonesas de la Cruz) Juan Esquerda Bifet Introducción 1. La vocación como sorpresa de Dios y declaración de amor 2. La respuesta generosa como seguimiento esponsal 3. Intimidad con Cristo a partir del encuentro con él 4. En familia espiritual y misionera 5. Bajo el amor materno de María * * * Introducción Querer trazar el itinerario espiritual y apostólico de una figura histórica, equivale a entrar en sintonía con su biografía y sus escritos, respetando objetivamente su propia identidad. Porque no se trata de un análisis psicológico ni tampoco de una narración simplemente cronológica, sino de una reflexión sobre los datos de una historia de gracia y de huellas de Jesús en una vida dedicada a él y al servicio de la Iglesia. Los datos que M. Teresa de la Cruz Candamo (Lima, 1875- 1953) nos ha dejado en su autobiografía son suficientes para trazar los rasgos más salientes de su vida espiritual. Estos datos se pueden corroborar con sus otros escritos, donde se hace patente la autenticidad de lo que vivió y de lo que enseñó. El itinerario que vamos a trazar está basado en los datos y doctrina de M. Teresa de la Cruz, con una cierta interpretación por parte de quien intenta entrar con respecto en el corazón de esa gran mujer que se enamoró de Cristo Esposo

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ITINERARIO ESPIRITUAL Y APOSTOLICO DE TERESA DE LA Cruz CANDAMO(Fundadora de las Canonesas de la Cruz)

Juan Esquerda Bifet

Introducción

1. La vocación como sorpresa de Dios y declaración de amor

2. La respuesta generosa como seguimiento esponsal

3. Intimidad con Cristo a partir del encuentro con él

4. En familia espiritual y misionera

5. Bajo el amor materno de María

* * *

Introducción

Querer trazar el itinerario espiritual y apostólico de una figura histórica, equivale a entrar en sintonía con su biografía y sus escritos, respetando objetivamente su propia identidad. Porque no se trata de un análisis psicológico ni tampoco de una narración simplemente cronológica, sino de una reflexión sobre los datos de una historia de gracia y de huellas de Jesús en una vida dedicada a él y al servicio de la Iglesia.

Los datos que M. Teresa de la Cruz Candamo (Lima, 1875-1953) nos ha dejado en su autobiografía son suficientes para trazar los rasgos más salientes de su vida espiritual. Estos datos se pueden corroborar con sus otros escritos, donde se hace patente la autenticidad de lo que vivió y de lo que enseñó.

El itinerario que vamos a trazar está basado en los datos y doctrina de M. Teresa de la Cruz, con una cierta interpretación por parte de quien intenta entrar con respecto en el corazón de esa gran mujer que se enamoró de Cristo Esposo y gastó la vida por él, para amarle y hacerle amar.

Los escritos no son muchos, pero sí suficientes para trazar los rasgos más salientes de un camino que inicia como respuesta generosa a una llamada, y se traduce en intimidad con Cristo y en fraternidad espiritual y apostólica, con profunda dimensión eclesial y mariana. Es, pues, un itinerario de vocación, perfección, contemplación, fraternidad y misión,

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siempre con una referencia muy explícita al "corazón maternal" de la Santísima Virgen.

1. La vocación como sorpresa de Dios y declaración de amor

Teresa Candamo (nacida en Lima, año 1875) resume su infancia y primera juventud, como arraigada en una auténtica piedad, que consistía en "huir con terror del pecado mortal" y "rezar el rosario todos los días", además de comulgar con frecuencia, especialmente los primeros viernes y los sábados. Ella, con sinceridad y humildad, califica su vida de piedad como "pequeñísimo bagaje espiritual". Y no deja de reconocer sus defectos en esos años primerizos ("yo los pasé en vanidades"), hasta manifestar una santa envidia por "tantas almas más felices, que han sido fieles a las llamadas del Amor".1

Al leer estas notas autobiográficas, se observa su convicción de que toda su vida estaba orientada por una llamada del Señor, que ella no sabía cómo describir, puesto que era como algo embrionario que iría madurando paulatinamente. Lo que sí le consta es que era una llamada que reclamaba una entrega de amor.

Un año después de la muerte de su padre, presidente de la república del Perú (desde 1903), la familia realizó un viaje a Europa. Fue durante los años 1905-1906. En París, iba diariamente con su hermana María a participar en la Misa de la parroquia de Saint Pierre de Chalot. Fue allí, "ante el Tabernáculo", donde ella experimentó en su corazón una llamada que no sabe cómo describir: "Tuve por primera vez el conocimiento absolutamente claro de que el Señor me pedía mi amor para El. No sé cómo fue esta comunicación... no me ocurrió todavía ninguna idea de vocación religiosa" (Autob. p.47).

Este primer atisbo de vocación se origina, pues, en el hecho de haber descubierto que su vida tenía que dedicarse plenamente al amor. Es como un eco de la expresión de San Juan en su primera carta: "Hemos conocido el amor" (1Jn 3,16). Este hecho sirve para recordar la vocación de Santa Teresa de Lisieux, con quien Teresa Candamo se sentía muy ligada

1    ? Autobiografía, p.45-46. Tomamos los datos biográficos de: Teresa de la Cruz Candamo - Fundadora - Canonesas de la Cruz (Lima, Canonesas de la Cruz, 2000). Citamos: Autob., con la página correspondiente a la edición anotada. Las otras fuentes doctrinales se irán indicando en cada caso.

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espiritualmente: "Mi vocación es el amor" (Historia de un alma, cap.IX).

Desde esta experiencia vocacional, todavía no muy definida, Teresa, juntamente con su hermana María, durante el viaje por Francia, Suiza e Italia, irá buscando, asesorándose de personas prudentes, leyendo libros de espiritualidad (Tissot, "La vida interior"), como intentando descifrar en los acontecimientos los signos de una voluntad divina, tan misteriosa como exigente, pero que, juntamente con un santo temor, infundía paz y confianza en el corazón.

Un jalón más en el itinerario vocacional lo detalla ella misma, recordando el día 19 de marzo de 1906, fiesta de San José, así como alguna circunstancia significativa: el confesonario de la iglesia Santa Maria Novella, en Florencia. Después de confesarse sencillamente y sin haber hecho ninguna pregunta al respecto, el confesor le dijo: "No se inquiete Vd. por saber lo que Dios quiere de Vd. Cuando llegue el momento, él se lo dará a conocer" (Autob. p.48). Teresa, tan atenta siempre a los signos sencillos de la vida ordinaria, escribe "le agradecí su consejo", y reconoce que era una gracia concedida por intercesión de San José.

La visita a Roma (que describe como "monumentos llenos de recuerdos santos") y concretamente al Santo Padre San Pío X, en el mismo viaje de 1906, fue un eslabón más para discernir la propia vocación. Este contacto con la Iglesia, dice ella, "aclaró, como era de esperarse, la idea de la vocación en mi alma" (Autob. p.49). Pero también matiza un aspecto fundamental para ella y para su futuro Instituto: "Se despertó en ella un gran deseo de servir a la Iglesia en algo que estuviera a mi alcance" (ibídem).

No faltaron dificultades y pruebas, como sucedería posteriormente para ir purificando el camino vocacional. Ella misma anota, de este viaje, una experiencia muy personal: "Yo consulté sobre mi vocación con un Padre Capuchino con quien me confesaba, y me contestó secamente que no me conocía bien, que podría ser que todo en mí fuera una impresión por la visita de Roma" (Autob. 49-50). Comentando el caso con su hermana María, decidieron esperar para encontrar luz en la peregrinación al Santuario mariano de Lourdes.

De nuevo, en estos altibajos del camino vocacional, el Señor dejó sentir su voluntad. Esta vez fue por medio de una fuerte inspiración (o locución interna), parecida a la de San Francisco de Asís. Fue durante el verano de este mismo año de 1906, en un pueblito cerca de Génova, llamado Alassio. De este

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pueblito recuerda la iglesia de los Capuchinos, donde iban "todas las tardes al rezo del Rosario", y también indica que la inspiración fue "en una Catedral en cuyo altar principal lucía solo un gran Crucifijo" (Autob. p.50).

Más que comentar este hecho, es mejor leerlo tal como lo describe ella misma: "Un día que entré allí, al mirarlo comprendí que me decía: Si buscas ideal, aquí me tienes, si quieres amor, aquí tienes, si quieres modelo, aquí tienes" (Autob p.50).

Los autores espirituales llamarían a esta locución "intelectual" o "conceptual", la cual ofrece más garantías que una locución imaginativa o auditiva. Teresa da una explicación sencilla, sin querer interpretar el fenómeno en sí mismo, sino sólo sacar la lección vocacional: "No puedo decir que oyera palabras. Solamente los conceptos o sentido de esas palabras se me clavaron en la inteligencia, cuasándome mucho temor, porque comprendí toda la amplitud de su sentido, y todo un programa de austeridad para la cual estaba muy poco preparada; y tanto más austera, como que comprendí que allí estaba mi verdadera vocación" (Autob p.50).

Es importante notar cómo se trata de una llamada que es, al mismo tiempo, sorpresa y declaración de amor. Para Teresa, quedaba trazado el camino vocacional de responder al amor de Cristo con un amor de totalidad, contando con las exigencias de la llamada y, al mismo tiempo, con la propia debilidad. El ideal y el modelo era Cristo crucificado por amor; la posibilidad de seguir este modelo e ideal, estaba precisamente en el amor.

Desde este momento, los signos recibidos se van aclarando por el recuerdo y el discernimiento sobre los mismos: el Sagrario de París donde Dios le pedía amor, el consejo del confesor en Florencia indicando que Dios dejaría entrever su voluntad en el momento oportuno, la experiencia romana con el fuerte deseo de servir a la Iglesia y la "voz" del Crucifijo en Génova. Faltaba sólo la concretización: dónde, cómo, cuándo...

Dios deja entender su llamada por los signos ordinarios de todos los días. Teresa, con su hermana María, irá observando estos signos, sin poner en ellos el corazón, sino sólo en el Señor, que también puede escribir recto con líneas torcidas. Las personas que se Cruzan en el camino, todas son portadoras de un signo de la voluntad divina. La cuestión es acertar con un buen discernimiento.

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En Teresa y en su hermana se nota una actitud habitual de prestar atención a la gracia, respetando los instrumentos (es decir, las personas) sin necesidad de atarse a los mismos. Las personas que se Cruzaron en este camino vocacional fueron honestas y sensibles a la gracia; el modo cómo expresaron el consejo, no siempre era el más adecuado. La actitud de docilidad, cuando nace de una actitud de oración e intimidad con Cristo, sabe acertar en las indicaciones de la gracia, sin dejar de agradecer y valorar positivamente los instrumentos débiles.

Su viaje por Europa se convertía en una verdadera peregrinación vocacional. De hecho, los tres o cuatro días que pudieron estar en Lourdes, tenían como objetivo pedir luz a la Santísima Virgen o, como dice ella misma, "la solución de nuestros problemas espirituales" (Autob. p.51).

De Francia vuelven a Italia y concretamente a San Remo. Teresa nos da muchos detalles sobre esta estadía. Se alojaron en una pensión tenida por religiosas Agustinas francesas, que habían huido de la persecución contra las Congregaciones religiosas. El Sagrario era siempre como el centro de su vida, asistiendo a la Eucaristía diariamente.

En estas circunstancias, aparecen en escena dos señoras francesas bretonas, las cuales les hablaron de una estigmatizada (María Julia), dirigida por un santo sacerdote, Abate Daurelle, a quien Teresa describe con estos trazos: "Este sacerdote, ya anciano, había pasado muchos años en Roma, empleado en la Biblioteca del Vaticano. Era no sólo santo, sino cultísimo, teólogo místico y Consultor de la Santa Sede" (Autob. p.53).

Sobre María Julia, la estigmatizada que, según se decía, recibía mensajes de la Santísima Virgen, Teresa nos da también unas notas de garantía por parte de personas eclesiásticas autorizadas. Lo importante era encontrar algún signo para seguir el camino vocacional o, como dice ella misma, "con la esperanza de obtener algún dato seguro sobre nuestra vocación" (Autob. p.54).

En este contexto, es importante notar cómo Teresa encuentra signos seguros de vocación, que son anteriores al contacto con las noticias sobre la estigmatizada y con el P. Daurelle. Dice así: "Entre tanto, ya a la vuelta de Lourdes y antes de estar enterada de estas cosas, sintiendo ya bien clara y segura la llamada de Dios para la vida religiosa, me dirigí a un religioso Capuchino que tenía fama de santo y le pedí me dirigiera, consultándole sobre mis deseos de vida religiosa"

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(Autob. p.54).

El resultado de esta consulta fue una nueva aprobación por parte del confesor, quien, al mismo tiempo, indicó unas pautas de discernimiento (invitando a leer la doctrina de San Jerónimo sobre la virginidad, escrita para su discípula Eustóchium). El confesor le había sugerido también la posibilidad de ingresar en alguna comunidad de San Remo, entre las que habían inmigrado de Francia.

Cabe notar, por una parte, la firmeza en seguir la vocación y, por otra, la prudencia en cuanto a escoger el dónde y el cómo. Ella experimentó su propia debilidad, ante la eventualidad de tener que dejar, en aquellas circunstancias, su familia y su patria, pero se puso en contacto con diversas comunidades; no obstante, todo le parecía, dice, como "echarme en un abismo... todos los conventos en que ponía los ojos me parecían sobrepasar mis fuerzas y apretarme el espíritu". Prefirió continuar el discernimiento, preparándose con lecturas, oración y consultas.

En estas circunstancias, y de viaje por Niza, Ginebra y París, recibieron (ella y su hermana María) un mensaje de la estigmatizada María Julia: "La Santísima Virgen bendice a estas dos hijas, pero va a poner a prueba su vocación" (Autob. p.55-56). En realidad, todos esos mensajes eran con palabras un tanto generales.

Teresa nos deja descrita su situación interior. Se nota en sus palabras que la decisión de seguir la vocación no dependía del mensaje (puesto que se constata una decisión tomada anteriormente). No obstante, ella valora relativamente el mensaje y, al mismo tiempo, lo juzga como insuficiente: "La impresión que recibimos fue profunda; por un lado el consuelo, pero por el otro la terrible interrogación sobre la prueba anunciada. Y nuestra pregunta sobre la vocación, lo que más nos interesaba, quedaba sin respuesta" (Autob. p.56).

En estas búsquedas de orientación vocacional, la preocupación de las dos hermanas no pudo pasar desapercibida por su madre, la cual intuía todo, pero nunca les quiso condicionar: "Dios le puso en el alma una especie de respeto por al asunto y no nos interrogó absolutamente" (Autob. p.56).

Un segundo mensaje de la María Julia aconsejaba consultar con algún director espiritual. Entonces dice Teresa: "Caímos en la cuenta de la imprudencia con que estábamos procediendo, al querer prescindir de la dirección sacerdotal, en momentos tan delicados para el alma" (Autob. p.57). En realidad, como hemos

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visto, ya había consultado con varios confesores.

Es entonces cuando escribe, en carta firmaba por las dos hermanas, al Abate Daurelle, pidiéndole que las dirigiera espiritualmente. El Padre les contestó pidiendo más detalles sobre cómo había surgido en cada una de ellas el deseo vocacional, dada su edad y su situación social. Es entonces cuando se da un paso más: cada una personalmente tenía que escribir su situación interior, puesto que el camino vocacional es personal e irrepetible: "Nos pusimos en la noche, para hacerlo en secreto, a escribir lo que entendía cada una ser necesario para mostrar nuestra conciencia al santo anciano, que supo apuntar tan seguro y certero para dar en el punto que nos obligaba a revelar toda el alma" (Autob. p.58).

No faltó la visita a la estigmatizada María Julia, que vivían cerca de Not, en Bretaña (Francia), acompañadas de las dos señoras bretonas, que habían encontrado en San Remo. Se nota en la autobiografía de Teresa una gran capacidad de intuición objetiva, para valorar las actitudes de las personas que las aconsejaban. Una de las señoras tenía intención de fundar una obra que se inspirara en las revelaciones de la estigmatizada. Teresa lo captó enseguida, y el tema fue objeto de consulta con el P. Daurelle, quien desaconsejó este camino.

Los mensajes de la estigmatizada eran de contenido sano espiritualmente y de gran equilibrio, aunque con afirmaciones un tanto generales, instando siempre a aconsejarse con el P. Daurelle. Se las invitaba a no dejar la costumbre de la visita al Sagrario y se las calificaba de "flores del Calvario, flores del Jardín de la Cruz". Teresa, reconociendo la influencia de los mensajes y su orientación espiritual válida, afirma: "Nada concreto ni claro vimos de la vocación, que era el objeto principal de nuestro interés" (Autob. p.61).

De nuevo, Teresa hace referencia a la discreción de su madre, quien no hizo ninguna pregunta, aunque constataba el cambio que se había operado en sus dos hijas.

Los consejos acertados y prudentes del Abate Daurelle les ayudaron a asumir una actitud de serenidad y a adoptar unos pasos posibles y certeros. El buen sacerdote, a pesar del aprecio que tenía por María Julia, no era partidario de apoyarse en fenómenos extraordinarios. Tampoco se notaba en él la actitud de condicionarlas. "La santidad y sabiduría del santo sacerdote", según afirma Teresa, les hizo llegar a la conclusión de que ellas empezarían una fundación, cuando aparecieran los signos claros de la voluntad de Dios. Mientras tanto, desde Lima irían carteándose con el Abate, que las

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consideraba como "las dos ovejitas de mi altar" (Autob. p.63).

Ya en el Perú (1906ss), las dos hermanas se dedicaron intensamente a diversas obras de apostolado, formando un grupo apostólico con otras jovenes, y recibiendo frecuentemente consejos epistolares del Abate Daurelle, ya octogenario. Este les iba insinuando que les ayudaría en una "gran prueba" que tendrían que soportar (Autob. p.7), pero que en cuanto a la fundación, "todo se haría por la voz de la Iglesia" (Autob. p.64). Teresa y María se iban aconsejando de diversos padres de Lima, especialmente del P. Cipriano Casimir, canónigo regular de la Inmaculada Concepción, así como por parte del confesor de Teresa que era el P. Luís Tezza (de los Padres Camilos).

En estas circunstancias espirituales y apostólicas, llegó la noticia de que el Abate Daurelle había fallecido, con fama de santidad y en suma pobreza material, la noche del 14 al 15 de diciembre (año??), octava de la fiesta de la Inmaculada. Teresa pidió al P. Luís Tezza, su confesor, que quisiera reemplazarlo en la dirección espiritual.

El camino vocacional continuaría, ahora ya con los primeros pasos fundacionales, guiada por buenos directores, atenta siempre a los signos de la voluntad de Dios. La vocación de vida religiosa estaba ya decidida con anterioridad, como hemos visto. Sólo faltaban las circunstancias concretas de cómo, cuándo y dónde. Teresa no partió de presupuestos, sino de la realidad de todos los días, en una entrega total al apostolado, aconsejada por buenos sacerdotes, formando un grupo de amigas que serían el embrión de la primera comunidad y de la Congregación definitiva.

Las pruebas de todo género quedan descritas en la autobiografía, de modo sencillo, sin amargura, y dejando siempre la impresión de serenidad y de entrega, con una actitud permanente de fidelidad a la Iglesia y a sus representantes. Todo, también los contratiempos, sirvió para aquilatar y definir concretamente la vocación, en un itinerario que se deja sorprender por el amor de un Dios crucificado, que vivió y murió por amor. Amando profundamente a la Iglesia en sus representantes, encontraron el camino de la Cruz y de un sepulcro que parecía sellado, para llegar, de modo imprevisto, a la resurrección.

El día 14 de septiembre de 1919, fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, fue el día señalado para la fundación. Se superaron todas las dificultades y acudieron "las doce compañeras que habían permanecido fieles" (Autob. p.95). La autoridad eclesiástica se hizo presente por el nuevo Nuncio de

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su Santidad, Mons. Lorenzo Lauri. Y comenzó de modo sistemático la formación para la vida consagrada, bajo la dirección del P. Casimir. Un año después hicieron la primera Profesión religiosa. El día 3 de mayo de 1924 hizo su Profesión perpetua junto con las doce compañeras. En 1925 dio el Sr. Arzobispo de Lima la aprobación de las Constituciones con la denominación de "Canonesas de la Cruz".

M. Teresa tenía toda la razón cuando escribía: "Prefieran mil veces tener pocas vocaciones, pero sólidas y verdaderas" ((La Obra de la Cruz, n.138). El camino vocacional es de continuo discernimiento, con sinceridad de corazón, también con la ayuda del director espiritual, salvando siempre la dependencia principal respecto al mismo Cristo que llama (cfr. ibídem, n.76; Clases, II, p.25). A M. Teresa le ayudaron también las lecturas de libros de espiritualidad, que ella leía, comentaba y recomendaba.

Una nota característica para discernir y seguir con fidelidad la vocación es la alegría, como "compañera inseparable de la religiosa de la Cruz", que ayuda a cubrir "con serenidad todas las pruebas y dolores íntimos" y es como "la flor de la esperanza" (Lux et Dux, n.13). El tema lo explica M. Teresa como "santa alegría", que se vive en caridad fraterna y que deriva de la "confianza en Dios", de quien "todo lo recibe con amor", con "sencillez infantil" (La Obra de la Cruz, nn.77-81). En las "clases" instaba con frecuencia a vivir esta alegría de la vida consagrada (Clases, II, pp.2, 3, 60; III pp.34, 39).

La vocación se vive en la perspectiva del amor con que Cristo llama "a los que quiere" (Mc 3,13). El camino vocacional es de "desprendimiento" y de "holocausto", pero esta renuncia tiene como objetivo el que "el amor de Nuestro Señor Jesucristo, no encontrando obstáculo en su corazón, lo una al suyo divino" (La Obra de la Cruz, n.11). El tono de las explicaciones de M. Teresa es siempre de amor, tan auténtico como exigente (cfr. Clases, II, p.23; III, pp.13, 17, 38).

Naturalmente que para las Canonesas de la Cruz, la vocación es camino hacia el Clavario, donde Cristo Esposo las espera: "Vivirá la religiosa de este Instituto en su espíritu, en su corazón, en su cuerpo". Todo lleva a la unión con Cristo, en medio de las tribulaciones, "que el alma mortificada sabe convertir en otros tantos lazos de unión con Jesús Crucificado" (Lux et Dux, n.9). La Cruz "es el libro donde leemos con claridad el amor infinito de un Dios hacia sus creaturas" (Reflexiones, p.33). "La distancia que hay entre Jesucristo y nosotros la salva la Cruz" (ibídem, p.66).

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En todo el camino vocacional, que es camino de amor, juntamente con la presencia de Jesús, está la luz y acción del Espíritu Santo. El alma "delicada" se hace "instrumento dócil a las vibraciones del Espíritu Santo, principal generador de todas las armonías, y por lo mismo que ese principio es AMOR, la armonía entre los seres libres e inteligentes no puede ser sino amor" (Audi Filia, n.7; cfr. Clases, II, pp.2, 13, 51).

2. La respuesta generosa como seguimiento esponsal

El itinerario espiritual de Teresa consiste en una transformación lenta y segura. Ella, al resumir su primera juventud, se describe como "roca dura y árida, de donde salió o por donde brotó el hilo de gracia de nuestra vocación... árida, porque no tenía virtudes que pudieran ser una preparación, siquiera remota... dura porque carecía de esa piedad sensible que hace brotar lágrimas dulces y produce suaves emociones en el corazón" (Autob. p.45). Así era su "pequeñísimo bagaje espiritual" (ibídem).

Reconoce sus defectos de aquellos años jóvenes, según ella pasados "en vanidades, en aprender música y pintura, sin más fin que dar gusto a mis aficiones". Pero también reconoce que sus familiares y amigas "todas eran buenas y piadosas y su trato muchas veces me sirvió para acercarme más a Dios" (Autob. p.46).

En realidad, esta descripción indica una gran capacidad de conocerse objetivamente, que recuerda el lema que era como el autorretrato de su padre: "Amo la justicia aunque sea en mi contra"2. Precisamente a partir de este conocimiento propio, Teresa fue descubriendo que el Señor le pedía su amor: "Me pedía mi amor para El" (Autob. p.47).

La transformación, lenta pero segura, se fue realizando por un proceso de autenticidad. No solamente reconoce sus defectos y limitaciones, sino que busca ayudas: confesión, consejo espiritual, lecturas... Algo influiría en ella la actitud que caracterizaba a su madre, la cual decía: "No me gusta que me alaben".

2    ? Algunos datos no autobiográficos se encuentran en la publicación que hemos citado anteriormente: Teresa de la Cruz Candamo - Fundadora... Describe a sus padres en las pp.27-29.

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Es verdad que Teresa se dio a la música, a la literatura y a la poesía, que serían luego sus medios de apostolado. Había en ella algo que le hacía inconformista, en cuanto que aspiraba a algo más, que ella misma no sabía describir. Decía de pequeñita: "Hasta los siete años, no más, aguanto ser mujer" (Autob., infancia p.32). Después de las fiestas, le quedaba la impresión de vacío y decía: "¿Esto no más es?" (infancia p.35). Hasta se nota un deseo de superarse y de buscar algo más allá de las tareas domésticas.

Una lectura espiritual ("La Vida Interior", de Tissot), durante el viaje a Europa en 1905-1906, le abrió amplios horizontes en la vida espiritual. Ella misma afirma: "Lo leí con avidez, encontrando en él la espiritualidad que convenía a mis alma, y su lectura orientó mi espíritu hacia el último fin" (Autob. p.48). Muchas de sus pláticas posteriores a sus religiosas ("Clases") se inspiran precisamente en este libro que ha sido calificado de clásico de espiritualidad (en el contexto de su época). Entre otras lecturas que ayudaron a transformar su vida, hay que destacar también el libro de San Jerónimo, escrito precisamente sobre la virginidad a su discípula "Eustóchium", cuya lectura le aconsejó a Teresa un confesor en San Remo, invitándola ya a escoger la vida religiosa allí mismo.

Ya hemos recordado anteriormente su experiencia de encuentro con Cristo crucificado en Génova. Era una llamada al amor de totalidad: "Si buscas amor, aquí tienes" (Autob. p.50).

Estas experiencias y lecturas, así como la relación con la estigmatizada María Julia, hizo despertar en Teresa y en su hermana María, la necesidad de encontrar "un director que las guiara en las vías espirituales" (Autob. p.57).

El tema de la Cruz, como fuente amor, iba penetrando su vida. No sólo fue aquella fuerte inspiración ante un crucifijo en Génova, sino la persona de María Julia, la estigmatizada de Bretaña, quien había calificado a las dos hermanas como "flores del Calvario, flores del Jardín de la Cruz". Es interesante el comentario de Teresa a estas palabras: "El porvenir se encargó de explicarnos esto" (Autob. p.61).

No se quedó todo en palabras e impresiones, sino que se manifestó en cambio concreto de vida. Efectivamente, al regresar a Lima (1906), dice Teresa, "rompimos con los compromisos sociales, sin tener en cuenta para nada lo que se dijera de nosotras". El cambio lo notó su madre, que mostró siempre una gran discreción: "Verdad es que nos sentimos siempre protegidas por la actitud de nuestra madre, quien veía

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con respeto y sin hacernos una pregunta, el cambio que se había operado en nuestro espíritu" (Autob. p.61).

El amor esponsal a Cristo conlleva el compartir su misma suerte. Desde la llegada al Perú y ya desde los inicios de las obras apostólicas, comenzaron las dificultades. El Abate Daurelle les había indicado la pista de "la voz de la Iglesia", pero sin detallar el género de vida, los componentes del grupo, los responsables. El dolor se hizo presente en la misma familia, "con tres duelos entre los miembros íntimos del hogar, y sobre todo por la muerte de nuestro Manuel". Teresa comenta: "Nos envió Dios unas cruces gravísimas" (Autob. p.64).

El anciano Abate Daurelle, desde Francia, les iba enviando algún mensaje. El más concreto se refiere a las dos hermanas con la imagen de una barca zarandeada por las olas del océano. Pero el trasfondo de la Cruz era siempre el amor, según el mensaje puesto en la boca de Jesús: "Para hacerlas navegar por todos los mares, por todos los océanos, por todos los ríos, por todos los torrentes de mi divino amor" (Autob. p.65).

Teresa califica el estilo del Abate Daurelle como "sencillo, pero bellísimo, y muy exigente en cuanto a la fe y a la confianza y al abandono en manos de la Providencia Divina, pero sin descubrirnos el más pequeño dato de orden práctico y concreto de lo que había de ser nuestra vida" (Autob. p.69). Parece como si el santo anciano sacerdote intuyera una Providencia misteriosa que él debía respetar sin anticiparse.

En realidad, el grupo inicial de la comunidad, guiada por Teresa con la ayuda de su hermana, se fue dedicando a diversos apostolados, según se iba presentando la necesidad, especialmente en el catecismo y en la ayuda a los párrocos. No faltaron los malentendidos y las críticas, que originaron nuevas cruces.

Entre quienes orientaban al grupo con sus consejos, tampoco había mucha claridad, especialmente por quien quería orientar el grupo hacia una propia fundación, apoyándose en la autoridad del Nuncio. La tormenta fue muy dura, debido a la sensibilidad de Teresa que sólo buscaba la voluntad de Dios, manifestada siempre por medio de signos de Iglesia.

Se conserva una carta de M. Teresa a una de sus compañeras del grupo (Mercedes Cobián), que se refiere a las dificultades y cruces del año 1914: "Si la persecución y el desprecio son signo de la divinidad de una Obra, la nuestra la tiene como ninguna". Le alentaba el celo de las almas y la docilidad a las indicaciones del director espiritual: "Delante de Dios, yo miro

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las cosas y mi conciencia me dice que no puedo volver atrás... Allí está también la obediencia que debo a mi actual Director que me manda seguir adelante. Yo haré, pues, lo que pueda, aunque hablen, aunque se rían, porque Nuestro Señor no me manda que haga buena figura ante el mundo, ni aún ante los sacerdotes, sino que haga su voluntad, cueste lo que cueste. El éxito nos lo dará El, si conviene; eso no depende de nosotros" (Autob. p.79).

Teresa se dirigía bajo la orientación del P. Tezza, quien le aseguraba con sano criterio evangélico: "Si tu Obra es de Dios, aunque no la apoyemos saldrá bien, y si no es de Dios, aunque todos la apoyáramos, se hundiría" (Autob. p.81).

Precisamente cuando la autoridad eclesiástica (el nuncio) iba a enviar a Roma un informe muy negativo sobre la Obra, un padre de buen criterio a quien se le había informado previamente, respondió: "Todo esto estará muy bien, pero la voluntad de Dios está por encima de todo" (Autob. p.91).

De todas sus dificultades, Teresa iba dando cuenta a su confesor espiritual y a otros consejeros de la Obra, especialmente al P. Casimir, por entonces párroco en Chiclayo. Este contestó con una carta que Teresa califica de "profecía", y que no hace más que poner de relieve el carisma fundacional de la espiritualidad de la Cruz: "Lo que me han contado Uds. el otro día, me ha impresionado bastante, y me ha parecido que todo ello no es sino la cera blanda donde le Señor va a imprimir su Cruz" (Autob. p.87).

Se puede observar en toda la redacción de la autobiografía, referente a estos años difíciles de la fundación, una actitud permanente de obediencia y confianza. Esta actitud queda reflejada con esta expresión respecto a su confesor y director espiritual, el P. Tezza (sobre quien alguien había dicho que las engañaba): "Si el Padre trataba de engañarme, yo no me engañaba obedeciéndole" (Autob. p.79).

La actividad apostólica de Teresa, así como el espíritu de la comunidad, todo pasaba por la obediencia. Sus idas y venidas para tratar con la autoridad eclesiástica, se movían también la obediencia de sus directores. Muchas veces sintió la tentación de dejarlo correr todo ("lo dejaré"). El P. Eugenio Hengbart (a quien acudió por consejo de su confesor) le dijo: "Mire, de seguir, se expone Ud. a un fracaso puramente humano, pero de dejarlo, se expone a dejar una obra de Dios. Acepte las responsabilidades humanas" (Autob. p.81).

Esta actitud de obediencia era garantía para moverse en el

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seguimiento evangélico de Cristo. Cuando el P. Tezza le aconsejó ir al Sr. Arzobispo, ella deja constancia de su diálogo con el director: "Iré donde el Sr. Arzobispo sólo si V. Rvcia. me lo manda por obediencia. Sin esa garantía no iré. «Anda por obediencia», fue la respuesta" (Autob. p.82). Así era su actitud habitual.

Una de sus últimas palabra, a la hora de su muerte, fue: "El único camino seguro es el de la voluntad de Dios". Recomendó a su hijas: atención a los pobres, caridad, unión, docilidad, "el cumplimiento del deber y la caridad" (Autob. p.114).

Cuando Jesús llama al seguimiento evangélico, ofrece "la gracia de su intimidad" y también "el honor de seguirle hasta el Calvario" (La Obra de Cruz, n.1).

M. Teresa indica el camino de seguir sencillamente, sin condicionamientos, "caminando por la vía espiritual que Dios le trace a cada una, con la sencillez que es el distintivo de su vocación simplemente siguiendo a Jesucristo" (La Obra de la Cruz, n.32).

Se trata de "marchar en pos de El hasta la inmolación y el sacrificio total de sí mismas" (La Obra de la Cruz, n.55), tomándole a El como "modelo ideal" (ibídem, n.133). Ello tiene lugar en "su entrega total a Jesucristo, consagrándosele definitivamente en la profesión de los votos perpetuos" (ibídem, n.153), para entrar en el "huerto cerrado de su amor" (ibídem, n.154).

En este seguimiento se realiza la vida de santidad, puesto que "el fin de la Obra será alcanzar la propia santificación en la observancia de la vida religiosa y en la extensión del reino de Jesucristo" (La Obra de la Cruz, n.3). La llamada a la santidad era tema muy frecuente en las clases de M. Teresa.

Seguimiento y santidad se concretan en el cumplimiento de la voluntad de Dios, también hasta el sacrificio de la Cruz: "La Cruz es el compendio de la vida cristiana y el símbolo del holocausto" (La Obra de la Cruz, n.2). Se busca siempre la gloria de Dios, en la unión íntima con Jesucristo, porque "la gloria de Jesús y nuestra dicha son una sola cosa" (ibídem, n.84). Ver el tema de la gloria de Dios expuesto frecuentemente en las Clases: I pp.64, 70-71; II pp.6, 18-20, 27, 50, 54, 61, 63; III pp.5, 50.

La castidad consagrada (virginidad) tiene sentido de desposorio con Cristo. Se trata de "desposorios divinos" y

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"alianza sagrada" con Cristo. Por esta "mirada" hacia Cristo, la persona consagrada "le guardará fidelidad indefectible en lo más profundo de sus afectos, en los más delicado de sus ternuras, en lo más íntimo del corazón". Es una vida que ya pertenece totalmente a Cristo Esposo: "Sean para el Esposo divino las primicias de todas las expansiones, busque en El, el primer consuelo de sus penas y por conservarle entero su corazón ponga medida aun a su mutua amistad religiosa" (Lux et Dux, n.4; cfr. La Obra de la Cruz, nn.26-27).

Esta "total consagración de todos los sentimientos" hace de las personas consagradas una transparencia de Cristo también en "lo exterior", puesto que son "como hostias consagradas, penetradas totalmente de la vida divina, como lámparas de cristal que dejen pasar la luz de la llama que contiene" (La Obra de la Cruz, n.28).

La vida de castidad se refleja en la modestia de los modales, puesto que la persona consagrada está continuamente "delante de los ojos de Cristo" (La Obra de la Cruz, n.57), y no puede olvidar que "la ha elegido para ser suya íntegramente y digna de El". Y esta modestia debe reflejarse "hasta en los más pequeños detalles de su vida" (Lux et Dux, n.10; cfr. La Obra de la Cruz, n.57-60).

En el seguimiento evangélico de Cristo, se aprende a "amar... la santa pobreza como un tesoro, como una fortuna, como la única riqueza de la verdadera religiosa" (Lux et Dux, n.2).

El punto de referencia de esta pobreza evangélica no es una simple negación, sino la adhesión a la persona de Cristo pobre: "Este desapropiamento y despego voluntario ha de ser general y absoluto, como fue absoluta la pobreza y desnudez de Cristo en el pesebre donde nació para nuestro bien y en la Cruz donde murió por nuestro amor" (Lux et Dux, n.2)). A partir de este amor, se entienden mejor las concretizaciones de la vida religiosa: "Será pobre en su traje, pobre en su habitación y en su mesa, pobre en sus deseos, pobre en sus preferencias, pobre en sus amistades" (ibídem, Cfr. La Obra de la Cruz, n.13-20).

Esta actitud de pobreza, como "renuncia a la propiedad" y con el uso moderado de los bienes necesarios, lleva a "la santa liberad de corazón y la confianza total y gozosa en la Providencia" (La Obra de la Cruz, n.20; cfr. Clases, I, pp.16, 119; II pp.9-10,60).

M. Teresa une este tema de la confianza en la Providencia con el "optimismo" o esperanza cristiana, que se apoya en el

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"conocimiento de la bondad de Dios, de las delicadezas de su paterna Providencia y de la propia fidelidad para tratar de corresponder a ellos en cuanto está a su alcance". Es una "convicción firmísima de que lo que El ordene o permite, es lo mejor para ella, es su bien, es... puro amor al cual debe corresponder con su alegre sumisión, como el niño recibe de su madre un paquete cerrado". Y concluye: "Así el santo optimismo nos presenta las penas y las pruebas de esta vida como regalo de nuestro Padre" (Audi Filia, n.2).

Siguiendo como modelo a Cristo, la religiosa de la Cruz se decide a caminar por el camino de la obediencia, que es actitud de escucha de los diversos signos de la voluntad de Dios, especialmente manifestados por medio de los superiores, que son "intérprete de la voluntad de Dios" (La Obra de la Cruz, n.21).

Se sujeta el corazón a "la palabra y la voluntad soberana de nuestro Señor". Es obediencia con "amor", "filial, humilde y de corazón", "uniendo con un nuevo lazo, el corazón obediente al corazón de nuestro Señor". Por esto, "la obediencia recoge y unifica para unir la totalidad de nuestra voluntad a la voluntad divina". Así se recobra "la libertad perdida... en la plenitud de la voluntad de Dios" (Lux et Dux, n.3). Por esto, hay que ver en la obediencia "la liberación y no el sacrificio de su voluntad", a modo de "unificación de todas sus energías perdidas por el pecado" (La Obra de la Cruz, n.24).

Esta obediencia se convierte en "cauce del celo" apostólico, para garantizar su fecundidad (Lux et Dux, n.8; cfr. La Obra de la Cruz, n.45). El espíritu de sacrificio se garantiza con el "sello" de la obediencia, para realizar "el sacrificio total de sí mismo" (ibídem, n.9; cfr. La Obra de la Cruz, nn.21-25,55; ver otros textos en: Clases, I, p.11; II pp.14-16, 53, 58, 70, 75; III p.1, 103.

Se nota en todos escritos de M. Teresa el amor y la obediencia filial al Papa. Este amor y adhesión lleva a rogar por "el éxito de sus iniciativas, la extensión de su influencia en todos los pueblos de la tierra y por su santidad personal" (Lux et Dux, n.9; cfr. La Obra de la Cruz, nn.50, 171).

La obediencia "es la flor de la humildad" (La Obra de la Cruz, n.56). Es un trabajo de toda la vida, porque "nunca llegarán a poseerla en su perfección" (ibídem, n.61). Ello sirve para afianzarse en la humildad. Si "la caridad es el licor precioso de la vida divina..., la humildad es el vacío que permite a la caridad penetrar en el vaso de nuestra alma" (ibídem, 62; cfr. Lux et Dux, n.11).

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Hay que amar la humildad, que "es la vida del Corazón de Cristo" (La Obra de la Cruz, n.65). Es "nobleza e hidalguía" porque se reconoce con sinceridad la propia nada (ibídem). "De ahí la tranquilidad y el reposo del corazón que nuestro Señor ha vinculado a la humildad" (ibídem, n.66; cita Mt 11, 29: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón"...).

Estas virtudes del seguimiento de Cristo quedan salvaguardadas gracias a la fidelidad a la Regla, por "el cumplimento exacto, riguroso y minucioso de las constituciones" (Lux et Dux, n.9).

3. Intimidad con Cristo a partir del encuentro con él

En todo las etapas del itinerario espiritual de M. Teresa prevalece un aspecto relacional: la intimidad con Cristo, especialmente en relación con la Eucaristía. Ya cuando ella resume los años de infancia y primera juventud, a pesar de las notas negativas según su parecer, constata que hubo un cierto progreso respecto a su devoción eucarística: "Poco a poco fue mi devoción aumentando... comulgaba todos los sábados" (Autob. p.45).

Precisamente cuando en la parroquia de Saint Pierre de Chaillot sintió la llamada a una amor de totalidad hacia el Señor ("me pedía a mi amor para El"), ella precisa que fue "delante del Tabernáculo", aunque no se acuerda si fue después de comulgar (Autob. p.47). En toda la autobiografía deja constancia de ser un alma profundamente eucarística.

También cuando en Florencia (1906) el confesor le dio una pista de discernimiento indicándole que el Señor le daría alguna señal en el momento oportuno, ella anota que se había ido a confesar "a fin de comulgar en la fiesta de San José" (Autob. p.48).

La experiencia espiritual más profunda de itinerario vocacional que, como hemos visto anteriormente, la fuerte inspiración ante el crucifijo (Alessio, Génova). Las palabras del Señor parecen centrarse en el amor de intimidad: "Si quieres amor, aquí tienes" (Autob. p.50).

Vivir en una casa tomando conciencia de la presencia del Señor en el Sagrario y de la orientación respecto al puesto que uno ocupa, no es tan frecuente como parece. Es un detalle de verdadera amistad e intimidad. En su viaje de Lourdes a Italia, se alojaron en San Remo en una pensión regentada por Agustinas

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francesas. Teresa es muy detallista, pero sólo subraya lo siguiente: "Estábamos felices, porque vivíamos bajo el mismo techo que Nuestro Señor, y porque el Tabernáculo de la Capilla quedaba justamente encima del dormitorio que ocupábamos las dos" (Autob. p.51).

Esta relación íntima con Jesús Eucaristía la notó el Abate Daurelle, con quien trataban sobre su vida espiritual. El les aseguró que las tendría presentes en la celebración eucarística ("en su altar") y las calificó de "las dos ovejitas de mi altar" (Autob. p.63).

Sólo a partir de este encuentro e intimidad con Cristo en la Eucaristía, se llega a tener un fino sentido y amor de Iglesia, que aflora en todos sus escritos. Los ministros de la Iglesia, por encima de sus limitaciones, representan al Señor. Por esto, no quiso nunca "prescindir de la dirección sacerdotal" (Autob. p.57). Le había asegurado que "todo se hará por la voz de la Iglesia" (Autob. p.64) y ella se atuvo a las consecuencias, que siempre son de obediencia por espíritu de fe en el Señor que guía a su Iglesia.

Las comunicaciones de la estigmatizada María Julia, siempre matizadas por el discernimiento prudente del Abate Daurelle, iban por la línea del amor e intimidad con Cristo. Con la comparación de la barquita zarandeada por el mar, sobresale la expresión de Jesús: "¿Ves mi amor?" (Autob. p.65).

La "confianza y abandono en manos de la Providencia Divina" ((Autob. p.69), sólo son posibles cuando hay una oración profunda. Teresa, en medio de sus ocupaciones apostólicas y familiares, no dejaba estos momentos de encuentro con Cristo: "Prefiriendo dedicar a la vida contemplativa el tiempo que podía y que me dejaban libre las obras y las atenciones obligatorias de la familia" (Autob. p.69).

En realidad, se nota un gran equilibrio entre vida interior y acción, a modo de unidad de vida. El ideal era "ser Martas y Marías" (Autob. p.72). Entonces es más fácil descubrir que se está trabajando en "una obra de Dios" (Autob. p.82) y, por tanto, se tiene tiempo para orar y para evangelizar, siguiendo los signos de la voluntad divina.

El misterio de la Cruz se deja entrever por personas que tengan mirada contemplativa. Las dificultades y tribulaciones no son más que astillas de una Cruz que debe hacerse donación. Pero Dios, que respeta siempre nuestra libertad, quiere imprimir su Cruz en corazones que se dejen moldear. En lugar de tomar una actitud de agresividad o de desánimo, hay que adoptar

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una línea de fidelidad confiada. Entonces cualquier situación se convierte en una ocasión de gracia para el apóstol, es decir, "la cera blanda donde el Señor va a imprimir su Cruz" (Autob. p.87).

A veces, el camino de vida apostólica y consagrada se bloquea, a modo de muro infranqueable y de "losa sepulcral" (según la expresión de una autoridad eclesiástica en los primeros intentos de aprobara la Congregación). El fracaso parece inminente e insoluble. Pero la actitud de oración, humildad, caridad, espera y consulta, hace posible lo imposible. Cuando parecía todo perdido, se abrió otra puerta para aprobar la fundación: "Nuestro Señor había mandado que si quitara la losa sepulcral" (Autob. p.92).

Bien pudo decir, en los últimos momentos de su vida terrena, en confidencia al P. Pablo Guzmán, Misionero del Espíritu Santo, que la asistía: "Padre, una buena noticia: Dios está contento". El P. Félix Alvarez, también Misionero del Espíritu Santo y Director espiritual suyo, fue testigo de una constante serenidad que nace de la entrega generosa a la propia vocación. Su hermana María afirmaba de ella: "La fortaleza de su fe (en las pruebas) me servía de apoyo" (Autob. p.115).

Repetidas veces, en los escritos de M. Teresa aparece la palabra "Betania", como símbolo de su misma vida y carisma, y salvaguarda la relación entre contemplación y acción apostólica, como imitación de la vida de Jesús: "La Obra de la Cruz, será una Congregación religiosa inspirada en el modelo de la casa de Betania, donde Nuestro Señor Jesucristo era amado y servido por las dos hermanas, Marta y María, cada cual según su vocación; y a quienes él dispensó la gracia de su intimidad, el honor de seguirle hasta el Calvario y la misión de ser después apóstoles de su doctrina" (La Obra de la Cruz, n.1). Se trata, pues, de la "unión de la vida contemplativa y de la vida apostólica" (ibídem, n.4; cfr. n.82).

La contemplación consiste en la misma intimidad con Cristo, a quien se quiere amar, seguir y hacerle conocer y amar. Los momentos de contemplación serán el sostén de toda la acción apostólica, "buscando a las almas para enseñarles la doctrina de Jesucristo" (La Obra de la Cruz, 4). Cuando inició la Congregación, M. Teresa pensaba en dedicar hermanas para una u otra ocupación; pero luego prefirió que aparecieran los dos aspectos en todos los miembros de la Congregación (cfr. La Obra de la Cruz, nn.1-5).

M. Teresa aconseja meditar los textos evangélicos en torno a la persona de Jesús, aplicándolos a la propia vida, "a fin de

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tenerle presente en el espíritu" (La Obra de la Cruz, n.128). Es contemplación de dimensión eucarística y eclesial, para llegar a ser "hostias... inmoladas y consumidas por Cristo Sacerdote eterno, que transformándolas en El las hará aceptables ante la Majestad de Dios" (La Obra de la Cruz, n.171). Así se consigue la armonía entre "la oración y el trabajo bajo la mirada del Señor" (ibídem, 178). Jesús es siempre el centro de la propia vida (cfr. Lux et Dux, nn.1, 2, 10, 14).

En el ejercicio de la meditación, el alma "recibe la luz del Verbo" (Lux et Dux, n.6). M. Teresa ofrece pautas concretas para hacer esta meditación, que es "ejercicio de la mente para elevarse a Dios" (La Obra de la Cruz, n.31). En la oración mental se va aprendiendo a pensar y a callar, siempre bajo la moción de la gracia del Espíritu Santo (cfr. ibídem, nn.31-34).

La oración se hará algo habitual, "continua e incesante", como "la palpitación de la vida, como la respiración de las almas de las religiosas de la Cruz". Esta actitud habitual no consiste en la multiplicación de los actos de piedad, sino en "la orientación invariable del corazón" que nace de los mismos actos bien realizados (cfr. La Obra de la Cruz, n.30). El tema de la oración (como unión con Dios) es de los más explícitos en M. Teresa: Lux et Dux, nn.5, 6, 15); La Obra de la Cruz, nn.29-37); Clases: I pp.32, 128; II p.20; III pp.40-41). Sobre el recogimiento y el silencio: Lux et Dux, n.12; La Obra de la Cruz, nn.71-76.

Esta vida de oración y de piedad, "se alimenta de la Liturgia Sagrada y de la meditación del Santo Evangelio" (Lux et Dux, n.1). Así se llega a "vivir de la vida de la Iglesia, sufrir en sus dolores, gozarse en sus triunfos porque son los dolores y los triunfos de Jesucristo" (ibídem). Ver este amor y fidelidad a la Iglesia en: Lux et Dux, nn.1, 9; La Obra de la Cruz, nn.11, 50, 171-2.

La intimidad con Cristo se concreta en confianza y unión con su Corazón, hasta tomar "en su Corazón divino la medida de todos sus afectos" (Lux et Dux, n.1). El celo apostólico es así: "Saliendo del Corazón de Cristo, pasa a sus almas y las enciende en un deseo insaciable de salvar las de sus hermanos y las mueve a trabajar sin descanso" (ibídem, n.8). Del Corazón de Cristo se aprende especialmente la humildad (cfr. ibídem, n.11). Por esto, "la devoción al Sagrado Corazón es la expresión sensible de la Eucaristía" (ibídem, n.14). Sobre el Corazón de Jesús, ver también: La Obra de la Cruz, nn.23, 43, 65, 178, 232; Clases: I p.72, 81: II p,42; III pp.17, 127.

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La Cruz es la expresión del amor de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia él. No es tanto una manifestación de dolor, cuanto el hecho de darse como Cristo se dio, afrontando los sacrificios de la vida espiritual y apostólica. "Vivirá la religiosa de este Instituto, crucificada en su espíritu, en su corazón y en su cuerpo, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, sufriendo gozosa por El" (Lux et Dux, n.9). Por esto, cuando tenga que afrontar pruebas y sufrimientos, los sabrá "convertir en otros tantos lazos de unión con Jesús Crucificado" (ibídem).

El término "hostia" aparece con cierta frecuencia en los escritos de M. Teresa. Indica la oblación de amor o la unión con el amor oblativo de Jesús crucificado. La Congregación "se llamará de la Cruz, porque la Cruz es un compendio de la vida cristiana y el símbolo del holocausto" (La Obra de la Cruz, n.2). El lema "Omnia pro Christo" (todo por Cristo) no estará sólo grabado en su crucifijo, sino "sobre todo en su corazón" (ibídem, n.6).

Es, pues, una vida crucificada por amor al Señor. Ver: La Obra de la Cruz, n.2, 6, 11, 12, 14, 28, 49-56 (sacrificio), 112, 125, 147, 173, 186; Clases, I pp.5, 35, 45, 72; II pp.16-18, 20, 25; III pp.38, 41, 116, 145.

Todos los temas del seguimiento evangélico, con sus renuncias y sus exigencias, quedan encuadrados y centrados en el misterio eucarístico, como unión con el Señor y expresión de "intimidad con El, que está al alcance de todos en el Santísimo Sacramento, haciendo de El el principio, el medio y el fin de la vida espiritual" (Lux et Dux, n.1). La religiosa busca en la Eucaristía "el contagio divino" (ibídem, n.11). La Eucaristía "ha de ser el sol de esta institución" (ibídem, n.14). La espiritualidad eucarística se aprende con María, como "Madre de la Eucaristía", porque "proporcionó su sangre inmaculada" (ibídem, n.16). En la Eucaristía se aprende actitud de adoración, celebración, oblación, unión, celo de almas, práctica de todas las virtudes. Ver: La Obra de la Cruz, nn.9, 76, 84, 144, 177-8; Clases: I, p.15; II pp.2, 46.

4. En familia espiritual y misionera

Se nota en la biografía y escritos de M. Teresa de la Cruz una gran predisposición a convivir, primero en su familia y amistades, luego en los grupos apostólicos y finalmente en la Congregación. Esta capacidad de convivencia comunitaria se convertía en capacidad de animar al grupo apostólico y de vida consagrada, en vistas a la misión encomendada.

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Procura ver siempre el lado bueno de todas personas, incluso cuando también hay que reconocer defectos. De sus primeros tiempos y refiriéndose a familia y amistades, dice: "Todas eran buenas y piadosas y su trato mechas veces me sirvió para acercarme más a Dios" (Autob. p.46).

Las personas que se Cruzaban en su camino, le servían para descubrir algún signo de la voluntad de Dios, también en el campo apostólico. Durante el viaje a Europa, ya en Roma (1906), aprovechó la ocasión para entrevistarse, acompañada de su hermana María, con la Condesa Ledochoska, fundadora de las Religiosas de San Pedro Claver. Las dos hermanas se ofrecieron a entrar en su comunidad misionera, a condición de que la fundación fuera a Perú, donde, escribe Teresa, "también hay salvajes y Misiones que ayudar". Y anota a renglón seguido: "La Condesa se sonrió al oírnos; pero rehusó, diciendo que su permiso para fundar estaba limitado a la Misiones de Africa" (Autob. p.49).

Es una especie de sentido de Iglesia, que le hace vivir mejor los problemas misioneros en toda circunstancia. Los problemas espirituales estaban en relación directa con la convivencia comunitaria y con la misión apostólica. Es el trasfondo de Maria y María, pero con la armonía de la convivencia y del equilibrio entre oración y misión.

Los problemas espirituales se viven en comunidad, para compartir y ayudarse, salvando siempre lo que es estrictamente personal. Cuando las dos hermanas, con el resto de la familia, fueron a Lourdes, Teresa habla de pedir "a la Sma. Virgen la solución de nuestros problemas espirituales" (Autob. p.51; nótese la expresión en plural).

Incluso la relación con su madre indica esta armonía de convivencia. Ella respetó siempre su camino vocacional y apostólico (cfr. Autob. 56, 61) e incluso, a veces, les ayudaría más tarde en sus penurias económicas durante los primeros momentos de la fundación (cfr. Autob. p.95). Había aprendido la convivencia desde dentro de una familia profundamente cristiana.

Los campos de apostolado se fueron presentando en abundancia, como indicando el camino del carisma fundacional, siempre como grupo apostólico, sin dejar los momentos de oración, de convivencia y de formación: catecismo, ayuda a los párrocos, animación y cooperación misionera. Empezaron por la propia parroquia, la del Sagrario (cfr. Autob. p.65).

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Teresa, en este apostolado inicial, se acuerda con agrado de la organización del apostolado que había observado en las parroquias de Niza, Francia. Y el constatar la diferencia, se reafirma en el apostolado parroquial, con una certera visión de futuro: "¡Y sin embargo en la Parroquia está el foco de la vida de la Iglesia" (Autob. p.66). Y añade: "Por eso, a la invitación del Señor Cura del Sagrario acudimos inmediatamente, y nos dedicamos a esa obra, que iba a ser la de nuestra vida entera. Era a fines del año 1907, o a principios de 1908, y no la dejamos hasta que entramos a la vida religiosa, a mediados de 1919" (Autob. p.66).

Esa dedicación de "vida entera" indica un sentido de totalidad en la misión, sin condicionamientos. El P. Casimir les explicó el fin de la Congregación: "La vida religiosa en (ayuda de) el clero parroquial" (Autob. p.67). Los campos de apostolado se fueron abriendo, especialmente cuando veían tantos sacerdotes solos y sin ayuda apostólica, como se lo indicaba el P. Casimir, personalmente o por cartas muy expresivas (sobre obras caritativas y sociales), que hacían exclamar a Teresa: "¡A este Padre lo tenemos que ayudar!" (ibídem). En el P. Casimir vieron como una continuación del espíritu del Abate Daurelle, "la misma elevación y el mismo desprendimiento y entrega total a Nuestro Señor" (Autob. p.68).

Las obras apostólicas se fueron multiplicando, también en el campo estrictamente misionero que ahora llamamos "ad gentes". Efectivamente, colaboraron con cargos de responsabilidad en la Obra de la Propagación de Fe. María era la presidenta y Teresa era miembro del Consejo Central. Así fueron enviando limosnas a misioneros y, al estilo de Santa Teresita, sostenían correspondencia con ellos.

Teresa va detallando otras obras apostólicas en las que colaboraban: la "Obra de Nazaret" para ayudar a las vocaciones sacerdotales, fundación de becas para el Colegio Pío Latino de Roma, asistencia a seminaristas pobres, "Unión Católica de Señoras" (obra precursora de la Acción Católica), etc. Todo ello sin dejar los momentos especiales de oración y otras obligaciones familiares (cfr. Autob. p.69).

Durante cinco años, las dos hermanas iban colaborando en las obras apostólicas todavía sin formar un grupo estructurado de jóvenes. Providencialmente se les fueron juntando algunas compañeras, en número cada vez más elevado. Dice Teresa: "Se fueron adhiriendo a nuestras esperanzas y decían sentir en su alma, cada cual a su modo, que Nuestro Señor la llamaba a seguirnos en este nuestro camino sin rumbo y sin más estrella para orientarnos que la palabra del santo anciano (Abate

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Daurelle) que desde Francia nos sostenía, y nos daba la garantía de que todo ser haría por la voz de la Iglesia" (Autob. p.71).

Las reuniones iban siendo más de verdadera vida comunitaria, llegando a ser unas veinte que se llamaban "las Hermanitas". El jueves era día de reunión en casa, orientadas por alguna lectura espiritual y por algunos contenidos de las cartas del P. Daurelle (salvo aquello que era más de vida privada). Esta vida fraterna no impedía la peculiaridad de "cada una" en las cosas más personales (cfr. Autob. p.71).

Poco a poco se fue perfilando la fisonomía del grupo. Teresa anota que fue en el año 1912 (no recuerda si fue durante la acción de gracias de la comunión o en la meditación), cuando comprendió que debían ser, a la vez, "Marias y Martas, ayudar a las Parroquias, ser como las Santas mujeres que secundaban a los Apóstoles en los primeros tiempos de la Iglesia" (Autob. p.72). Consultó con el Abate Daurelle y llegó a la conclusión de que "la Obra de la Cruz sería una obra apostólica" (ibídem, p.73). El consejo del Padre concretaba que, tratándose ya de un grupo numeroso, ella tenía que ser la "cabeza".

Luego aparece ya un "plan" o un "proyecto de vida", al que adhirieron todas. Este proyecto de vida era objeto de lectura espiritual, juntamente con el libro de Tissot ("La Vida Interior") y el del P. Rodríguez ("Camino de perfección"). Esta dinámica de reuniones de los jueves, "con toda puntualidad" duró durante los años 1912 y 1913 (cfr. Autob. p.73).

No era todo camino de rosas, pues, al llegar las pruebas a que hemos aludido anteriormente, originadas en algún eclesiástico que quería desviar al grupo por otros derroteros, "varias se asustaron (dice Teresa) y comenzaron a huir de nosotras" (Autob. p.80). Hasta en estas dificultades se nota el espíritu comunitario, pues, al decir "nosotras", supone un grupo que se va purificando y perfilando, hasta aceptar las nuevas orientaciones provenientes de la autoridad legítima, bajo el patrocinio del Superior General de los Canónigos Regulares de la Inmaculada Concepción (P. Delaroche). Quedaba en pie la orientación del carisma fundacional: "Ayudar a los párrocos en sus trabajos por la salvación de las almas" (Autob. p.88).

"Las doce compañeras que habían permanecido fieles" (Autob. p.95) fueron las que acudieron al momento fundacional el día 14 de septiembre de 1919, y permanecerían fieles hasta el final (cfr. Autob. p.95s). Las primeras actividades como naciente Congregación tuvieron lugar en la Parroquia del

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Cercano y en la de Mercedarias (Lima), especialmente desde 1922: catecismo y atención a los pobres, cercanía a las familias y especialmente a las mujeres en dificultad, estableciendo lo que luego se llamaría "La Obra del Hogar", clases de religión en los Colegios Fiscales... (cfr. Autob. p.98-99). Se reflejaba el carisma de vivir la liturgia y transmitir el mensaje evangélico especialmente por medio de la catequesis.

En sus últimos momentos y en medio del dolor, diría M. Teresa: "Por las almas, por mi Congregación, por los Párrocos del Perú y de todo el mundo". Su vida fue como ella deseaba respecto a sus hijas, cuyo testimonio tenía que ser "como una predicación muda, como el perfume que emane de la divina esencia que tiene guardada en el interior de su alma" (La Obra de la Cruz, n.60).

La sed y celo de almas es inherente al itinerario espiritual de M. Teresa y de su institución. Son las almas redimidas por Cristo, "que reclaman sus sacrificios" (La Obra de la Cruz, n.7). El celo apostólico es "una fuerza que saliendo del Corazón de Cristo, pasa a sus almas y las enciende en un deseo insaciable de salvar las de sus hermanos" (ibídem, n.43). Este celo, cuando es auténtico, va acompañado del "desprendimiento" y se concreta en trabajar "por amor" (ibídem, n.48). "El cauce del celo será la obediencia... la eficacia del celo depende de la prudencia"; es el celo "que se insinúa suavemente sin herir, ni atacar los males que no puede remediar" (Lux et Dux, n.8). Ver también: Clases, I, pp.89, 93; II p,43; III, pp.23, 48.

El apostolado de la Congregación tiene como objetivo "la extensión del reino de Jesucristo por medio de la oración, del sacrificio y del apostolado, ayudando al clero, especialmente al clero parroquial en su sobras apostólicas" (La Obra de la Cruz, n.3). Ver la explicación del carisma en esta faceta apostólica: La Obra de la Cruz, nn.3, 6-10, 51, 97, 171; Clases: I pp.18, 28, 46, 51, 89, 92, 118, 120; II p.65; III pp.17, 23, 156.

Para darlo "todo sin reservas por las salvación de las almas", M. Teresa ha dejado normas muy concretas de actuación apostólica, armonizadas con la vida comunitaria, con la oración y con la prudencia en el modo de actuar (cfr. La Obra de la Cruz, cap.VI, de la vida apostólica). Ver también: Clases, II p.44; III p.32.

El campo del apostolado lo ejerció M. Teresa también por medio de algunas publicaciones sintéticas. Además de las que

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hemos citado, en vistas a la formación de las religiosas de la Congregación, hay que recordar especialmente: "Cartas a Rosita" (trata de imitar el estilo de Santa Teresita para dirigir unos mensajes espirituales y apostólicos a la juventud); "La Ciudadela de Dios" (curso sobre los contenidos de la catequesis, que ella dictó en la Universidad Católica, aunque el texto ha quedado incompleto).

Este apostolado, aunque se vive en un lugar concreto y especialmente en las parroquias, no olvida el universalismo de la misión eclesial, "en todos los pueblos de la tierra" (La Obra de la Cruz, n.50). Por esto se pide "por la extensión de su reino espiritual sobre todas las naciones y sobre todas las razas y pueblos de la tierra" (ibídem, n.171). M. Teresa tenía una gran devoción a Santa Teresita del Niño Jesús (cfr. Audi Filia n.1 y las Cartas a Rosita).

Para recorrer el camino espiritual y para realizar la labor apostólica, es necesario ahondar en la vida común (cfr. La Obra de la Cruz, cap.IV, nn.167-170). Consiste en la "caridad expansiva y comunitaria que hará uno solo de todos los corazones" (ibídem, n.167), como recordando a la Iglesia primitiva donde todos eran "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32).

En esta fraternidad se aprende a orar, a celebrar la Eucaristía, a amar a la Iglesia, armonizando contemplación y acción. La "armonía" de la comunidad se fundamenta en el amor de Jesucristo". "De esa fraternidad, de esa unidad, se formará el tipo perfecto de la Institución, la Betania amada de Jesús, el celo fecundo y la oración apostólica" (La Obra de la Cruz, n.169). Ver también: Clases, II pp.7, 34, 86.

La caridad fraterna es la clave de la vida comunitaria, donde Jesús se hace presente "en medio" de los hermanos (Mt 18,20). Así se vive el ideal del Corazón de Jesús: "ser con todas UNA, como su Padre y El son uno" (Lux et Dux, n.7). No sería posible esta unidad y caridad, sin la humildad, que es como "el vacío que permite a la caridad entrar en el vaso de nuestra alma" (ibídem, n.11; cfr. La Obra de la Cruz, n.62).

La convivencia fraterna se hace de pequeños detalles: "El espíritu de caridad fraterna gobernará y presidirá las relaciones de las religiosas entre sí, haciéndose ostensible y como palpable, en la amabilidad del trato, en la dulzura de las palabras... para ayudarse unas a otras" (La Obra de la Cruz, n.39). "El espíritu peculiar de la religiosa de la Cruz ha de ser el espíritu de sencillez, de simplicidad, de unidad, caridad, sintetizado en las palabras siguientes: Omnia in

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Christo" (Lux et Dux, n.1). Sobre la sencillez, ver: Lux et Dux, n.12; La obra de la Cruz nn.7-10, 32, 115.

La corrección fraterna, realizada con prudencia y respeto (especialmente por parte de las superioras) es también un factor imprescindible de la vida comunitaria, en vistas a corregir los defectos. Así llegarán a ser "todas unas" imitando la unión de Jesús con su Padre (La Obra de la Cruz, 41; Jn 17,22). Ver también: Clases, I pp.62, 122; II pp.15-18, 52, 61, 72; III pp.15, 28, 142-143.

El Espíritu Santo, como Espíritu de Amor, hará posible esta armonía de caridad, expresada en la delicadeza que "es la cualidad del corazón": "Es la delicadeza instrumento dócil a las vibraciones que imprime el Espíritu Santo, principal generador de todas las armonías y por lo mismo que ese principio es Amor, la armonía entre los seres libres e inteligentes no puede ser sino amor" (Audi Filia, n.7).

En la comunidad se aprende el diálogo fraterno (cfr. La Obra de la Cruz, n.99), la moderación (cfr. Audi Filia n.5), el orden (cfr. ibídem, n.8), el espíritu de trabajo (cfr. La Obra de la Cruz, nn.187-196), las "virtudes pequeñas" como la "serenidad" (Audi Filia, n.3).

La acción de las superioras es fundamental para crear ese clima de fe y de caridad fraterna, según las normas de las Constituciones. "A las superioras corresponde dictar las medidas de prudencia que se deben adoptar, como hace una madre de familia sensata y amante de sus hijos" (La Obra de la Cruz, n.152). Las superioras ejercen su servicio con espíritu maternal, como "copia fiel del gobierno y la autoridad de Jesús... por lo sobrenatural, por la bondad, por la firmeza, por la prudencia, por la rectitud, por la abnegación total" (ibídem, cap.V, nn.224ss).

5. Bajo el amor materno de María

Los escritos de M. Teresa dejan entrever una profunda y, a la vez, sencilla devoción a la Santísima Virgen. El día de sábado, dedicado a María, le había servido de aliciente, en su primera juventud, para comulgar con más frecuencia (cfr. Autob. p.45). El viaje a Lourdes, para orar por el discernimiento de la vocación, tiene el matiz, según su afirmación, de acudir a María como "la solución de nuestros problemas espirituales" (Autob. p.51).

En la visita a la estigmatizada de Bretaña, María Julia,

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dejó constancia de las palabras atribuidas a la Santísima Virgen: "mi corazón maternal" (Autob. p.56). Es el espíritu maternal que M. Teresa ejerció para con sus hijas e instó a que fuera también así por parte de las superioras.

Su devoción mariana la expresaba especialmente con el rezo del Rosario. De los pocos recuerdos piadosos que nos ha dejado de su infancia, anota el de "rezar el rosario todos los días" (Autob. p.45-46). Con su hermana, durante el viaje a Génova (1906), iba con su hermana María "todas las tardes al rezo del Rosario" en la Iglesia de los Capuchinos del pueblito llamado Alassio (Autob. p.50).

Fue la última oración de su vida y la que recomendó a sus hijas: que "diariamente ofrecieran este homenaje a la Madre del Cielo". La fiesta de la Asunción la hacía celebrar siempre con gran fervor. Ella cantaba siempre en este día: "Llévame al Cielo en este hermoso día". En la fiesta de la Asunción de 1953, todavía cantó la vísperas de la fiesta. Recibió la visita de la imagen peregrina de la Virgen de Fátima en el lecho de muerte. La Virgen la llevó al cielo nueve días después, el día 24 de agosto de 1953.

M. Teresa presenta a María en relación con el misterio de la Encarnación y de la Eucaristía. La unión con Cristo tiene modo modelo a María: "En unión tan íntima y estrecha, que sólo puede compararse con María en el misterio de la Encarnación" (Lux et Dux, n.14; cfr. La Obra de la Cruz, n.82).

La importancia y necesidad de la devoción mariana aparecen por ser ella medianera materna y modelo. "Después del amor al Santísimo Sacramento, la devoción a la Santísima Virgen será el gran medio de santificación a que ha de apelar incesantemente la religiosa de la Cruz para adelantar en la ciencia y en la práctica del amor divino" (Lux et Dux, n.16; cfr. La Obra de la Cruz, n.91).

Se invita a "honrarla en los diversos misterios" y, de modo especial, "en su Concepción Inmaculada" (Lux et Dux, n.16). Entre sus fiestas, M. Teresa señala especialmente "la de su Asunción gloriosa y coronación como Reina de todas las criaturas" (ibídem). Añade un deseo interesante (año 1917), teniendo en cuenta que la Asunción sería declarada dogma posteriormente, el año 1950: "Implorarán al Cielo las hermanas para que la Santa Iglesia defina el dogma de la Asunción, que será la coronación de las glorias de María en la Iglesia militante" (La Obra de la Cruz, n.96).

Se trata de ir relacionando la propia vida espiritual y

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apostólica con la Madre de Jesús y nuestra. El modo de relacionarse con María es la misma oración, entendida como imitación de sus actitudes internas cuando lleva a Jesús en su seno: "En la horas de oración todas las religiosas se unirán a ella en la Encarnación del Verbo" (Lux et Dux, n.16).

El mismo apostolado recobra su dinámica contemplativa, a modo de unidad de vida: "Cuando salen al apostolado, la honrarán y se unirán a ella en su vida en Efeso, cuando acompañaba a San Juan y ayudaba a la difusión del Evangelio" (Lux et Dux, n.16).

En las dificultades y pruebas, la presencia de María, como "buena Madre", recuerda la Cruz y también la venida del Espíritu Santo. El sacrificio, pues, se hace fecundo espiritual y apostólicamente: "En los momentos de aflicción en el Calvario; y en el Cenáculo para implorar de ella la difusión de la obra y la santificación de sus miembros; así como esta buena Madre atrajo en breve tiempo al Espíritu Santo sobre los Apóstoles para que difundieran el Evangelio" (Lux et Dux, n.16).

La devoción mariana se ha de propagar en el apostolado, especialmente con ocasión de la catequesis y por medios devocionales concretos: "En los catecismos difundirán la devoción a la infancia y a la adolescencia de la niña Inmaculada y propagarán la práctica de las Tres Avemarías y del Santo Rosario" (Lux et Dux, n.16; cfr. La Obra de la Cruz, n.93). Sobre el Rosario, ver además: Reflexiones, III, pp.93-96; La Obra de la Cruz nn.35, 37, 93.

Para las religiosas de la Cruz, M. Teresa recomienda: "la recitación del oficio de la Virgen, el rosario y la salve cantada y tres veces al día la recitación del ángelus" (La Obra de la Cruz, n.37). Da también unas indicaciones prácticas: "Cada grupo, cada clase la honrará en uno de sus misterios o en uno de los pasos de si vida. La novicias en su Concepción Inmaculada, las conversas en su vida de Nazaret, las contemplativas en la Encarnación del Verbo, las apostólicas en su vida en Efeso cuando acompañaba a San Juan y ayudaba a la difusión del evangelio" (ibídem, n.92). El texto de Lux et Dux, n.16, que es posterior, retocó la redacción (lo hemos citado más arriba).

Da mucha importancia a que la devoción mariana se practique asiduamente ya desde novicias: "Se fomentará en ellas la devoción tierna y profunda a la Sma. Virgen, se les propondrá como modelo y como guía; se les aconsejará acudir a ella en las luchas y en las tribulaciones, se tendrá su imagen

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en un pequeño altar ,presidiendo todas las reuniones en la sala del noviciado; será una recompensa cuidar de él y adornarlo" (La Obra de la Cruz, n.134).

María, pues, en todo el camino de la perfección y del apostolado, se hace presente como Madre, intercesora y maestra: "María será para la religiosa de la Cruz la gran maestra. Se acostumbrará a invocarla con confianza filial, a buscar en ella consuelo y sostén en las penas íntimas, en las arideces del espíritu y en las agitaciones del corazón" (Lux et Dux, n.16; cfr. La Obra de la Cruz, n.94). Ver también: Clases: I pp.53, 67, 99; III pp.34, 39.

La maternidad espiritual de María está en relación con la Eucaristía: "La mirará como la Madre de la Eucaristía que proporcionó en su sangre inmaculada el Sacramento del altar" (Lux et Dux, n.16).

Todas las virtudes se puede poner práctica tomando a María como Madre y modelo, puesto que ella es "la Madre de la unión mística que concibió en su seno al Hijo de Dios, la Madre de la obediencia, de la virginidad y de la pobreza; y a ella acudirá continuamente para aprender de ella la perfección de la vida religiosa, la santificación escondida a los ojos de los hombres, la simplicidad de corazón, la modestia y dignidad del porte" (Lux et Dux, n.16; cfr. La Obra de la Cruz, n.95).

----------------------Añadir unas hojitas más:

CRONOLOGIA (fechas importantes)

BIBLIOFRAFIA (Escritos de M. Teresa, estudios sobre ella)