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    _____________LA LANZA ROTA

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    (Coleccin: "Warhammer")

    (Serie: "Corazones Negros", vol.02)Nathan Long

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    "The Broken Lance" 2005Traduccin: Diana FalcnDigitalizacin: Ardet

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    PREMBULO`

    sta es una poca oscura, una poca de demonios y de brujera. Es unapoca de batallas y muerte, y de fin del mundo. En medio de todo el fuego,

    las llamas y la furia, tambin es una poca de poderosos hroes, de osadashazaas y grandiosa valenta.

    En el corazn del Viejo Mundo se extiende el Imperio, el ms grande y

    poderoso de todos los reinos humanos. Conocido por sus ingenieros,hechiceros, comerciantes y soldados, es un territorio de grandes montaas,caudalosos ros, oscuros bosques y enormes ciudades. Y desde su trono de

    Altdorf reina el emperador Karl Franz, sagrado descendiente del fundador de

    estos territorios, Sigmar, portador del martillo de guerra mgico.Pero estos tiempos estn lejos de ser civilizados. A todo lo largo y

    ancho del Viejo Mundo, desde los caballerescos palacios de Bretonia hastaKislev, rodeada de hielo y situada en el extremo septentrional, resuena el

    estruendo de la guerra. En las gigantescas Montaas del Fin del Mundo, lastribus de orcos se renen para llevar a cabo un nuevo ataque. Bandidos y

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    renegados asuelan las salvajes tierras meridionales de los ReinosFronterizos. Corren rumores de que los hombres rata, los skavens, surgen de

    cloacas y pantanos por todo el territorio. Y, procedente de los salvajesterritorios del norte, persiste la siempre presente amenaza del Caos, de

    demonios y hombres bestia corrompidos por los inmundos poderes de losDioses Oscuros. A medida que el momento de la batalla se aproxima, el

    Imperio necesita hroes como nunca antes.`

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    _____ 1 _____Un instrumento que anno ha sido puesto a prueba

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    La marca del martillo haba desaparecido. Haban eliminado lasvergonzosas cicatrices que el hierro candente les dej en la carne, alfin, mediante un encantamiento tan doloroso que haca que elproceso por el cual los haban marcado pareciese un recuerdoagradable. Tenan la piel de la mano limpia, perfecta, como si el

    hierro candente jams la hubiese tocado. Pero la sangre que corrapor debajo de la piel era otra historia.

    A Reiner Hetzau y sus compaeros convictos --los piquerosHals Kiir y Pavel Voss; el ballestero tileano Giano Ostini, y FrankaShoentag, la arquera de cabello oscuro de la que slo Reiner sabaque no era el muchacho que finga ser--, las marcas se las habahecho el barn Albrecht Valdenheim para obligarlos a que loayudaran a traicionar a su hermano, el conde Manfred Valdenheim.

    Les haba prometido que se las quitara cuando hubiesen cumplidocon esa misin. Sin embargo, al enterarse de que tena intencin detraicionarlos tambin a ellos, ayudaron a Manfred con la esperanzade que ste cumplira la promesa de Albrecht.

    Y lo haba hecho. Manfred se haba sentido tan impresionadopor la manera poco ortodoxa en que Reiner y sus compaeroshaban logrado escapar de los aprietos en que se encontraban, por

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    su capacidad para adaptarse y sobrevivir a cualquier situacin, y porla absoluta desconsideracin que mostraban hacia lo que loshombres respetables definiran como correcto e incorrecto, que habadecidido convertirlos en agentes del Imperio tanto si lo queran como

    si no. El pas, dijo, necesitaba corazones negros que noretrocedieran ante deberes poco honorables. As pues, habaordenado a su brujo personal que borrara la marca que los sealabacomo desertores contra los que poda dispararse sin ms y que, portanto, los inutilizaba como espas, y a cambio los haba sometido asu voluntad con un mtodo mucho ms sutil.

    Les haba envenenado la sangre.Se trataba de un veneno latente que permanecera dormido en

    su interior a menos que intentaran abandonar el servicio de Manfredo traicionarlo, en cuyo caso se leera un hechizo que lo activara y losmatara all donde estuvieran, dentro o fuera del Imperio.

    Mientras acomodaba su compacto cuerpo en el ajimez de labuhardilla y miraba los tejados de Altdorf iluminados por la luna,Reiner pens que algunos se habran sentido contentos con elarreglo. Manfred los haba instalado en la casa que posea en laciudad y les haba dado plena libertad de movimientos dentro de ella,cosa que les permita leer en la biblioteca y practicar con las espadas

    en el jardn, adems de proporcionarles camas confortables, buenacomida y criados obsequiosos: una vida cmoda en unos tiempos depenurias y guerra, cuando muchos ciudadanos del Imperio estabanmutilados, moran de inanicin y no tenan un techo sobre la cabezaal que poder llamar hogar, pero Reiner la odiaba.

    La casa poda ser un compendio de comodidades, perocontinuaba siendo una prisin. Manfred quera que la existencia delgrupo se mantuviera en secreto, as que no se les permita salir de

    sus muros. A Reiner lo torturaba saber que Altdorf estaba justo alotro lado de la puerta y l no poda salir. Los burdeles y salas dejuego, los fosos de lucha de perros y los teatros que l llamaba hogarestaban a la distancia de un paseo. Algunas noches oa canciones yrisas e incluso el repiqueteo de los dados, pero no poda llegar aellos. Lo mismo habra dado que estuviesen en Lustria. Aquello erauna agona para l.

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    Y para los otros el sufrimiento no era menor. Cuando Manfredhaba reclutado a los Corazones Negros les haba prometido accin--misiones secretas, asesinatos, secuestros--, pero durante losltimos dos meses no haban hecho ms que permanecer sentados

    a la espera de unas rdenes que no llegaban, y esto los volva locospor tener algo de actividad. Reiner no se regodeaba con la idea dearriesgar la vida y la integridad fsica por el Imperio que lo habaacusado falsamente de ser un brujo y un traidor, pero esto deesperar interminablemente a que lo enviaran a la muerte era unsufrimiento, un infinito aburrimiento desquiciante que haca que l ysus compaeros se lanzaran los unos al cuello de los otros. Lasconversaciones intrascendentes estallaban de modo sbito endiscusiones a gritos o acababan bruscamente en malhumoradossilencios. Aunque todos le caan bien, las peculiaridades y manas delos compaeros que en otra poca le haban resultado divertidas,ahora lo irritaban sobremanera: las mordacidades y chanzas de Hals,la costumbre de Pavel de aclararse discretamente la garganta antesde formular una pregunta, las quejumbrosas afirmaciones de Gianorespecto a que todo era mejor en Tilea, y por lo que respectaba aFranka...

    Bueno, sin duda Franka era el autntico problema. Reiner

    haba cometido un terrible error al enamorarse de la muchacha. Nohaba pensado que eso sucedera. Tras rehacerse de la conmocinsufrida al enterarse de su verdadero sexo, no le haba prestado msatencin. La verdad es que no era su tipo --una alborotadora mozaflaca que llevaba el pelo ms corto que l--. No se pareca en nada alas risueas rameras lozanas que sola preferir, con labios pintados ycaderas voluptuosas. Pero aquel da, sobre el risco que dominabaNordbergbruche, cuando haban matado a Albrecht entre los dos, la

    mirada que intercambiaron haba despertado en Reiner una llamaque saba que slo podra apagar entre los brazos de ella. Elproblema era que, aunque la muchacha le haba reconocido quecomparta la misma pasin y de hecho lo haba besado una vez contal fervor que haba estado a punto de arrastrarlos a ambos, senegaba a consumar su deseo. Ella...

    El picaporte de la puerta que tena detrs chasque. Reiner

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    apart los ojos de la ventana en el momento en que entraba Frankacon una vela en la mano. Contuvo el aliento. Ella cerr la puerta, dejla vela sobre una cmoda y comenz a desabrocharse el justillo.

    --Despacio, amada ma --dijo Reiner, mientras se retorca el

    bigote como un villano de teatro--. Es demasiado bonito para hacerlocon prisas.

    Franka lanz una exclamacin ahogada y se cubri, para luegosuspirar con irritacin cuando se dio cuenta de quin estaba sentadoen el banco del ajimez.

    --Reiner. Cmo has entrado aqu?--Klaus estaba dormido otra vez, como de costumbre.--Y tambin deberas estarlo t.Reiner le dedic una ancha sonrisa.--Es una idea excelente. Retira las mantas y metmonos en la

    cama.Franka suspir y se sent en un divn.--Tienes que continuar insistiendo?--Tienes que continuar resistindote?--El ao de mi juramento an no ha terminado. An estoy de

    duelo por Yarl.Reiner gimi.

    --An faltan dos meses?

    --Tres.--Tres!--Slo han pasado dos das desde que me lo preguntaste por

    ltima vez.--Me parece que han sido dos aos. --Se levant y empez a

    pasearse--. Amada ma, podramos estar muertos dentro de tresmeses! Slo Sigmar sabe qu nos tiene reservado Manfred. Por lo

    que sabemos, podra enviarnos a Ulthuan.--Un hombre de honor no insistira en esto --contest Franka

    con los labios tensos.--He dicho alguna vez que fuese un hombre de honor? --Se

    sent en el divn, junto a ella--. Franka, existe una razn para quelos soldados tengan una moral tan relajada. Saben que pueden moriral da siguiente, y por tanto viven cada noche como si fuese la ltima.

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    Ahora t eres un soldado, y sabes que es as. Debes aprovechar loque tienes a tu alcance antes de que Morr te lo arrebate parasiempre.

    Franka puso los ojos en blanco cuando l abri los brazos con

    gesto invitante.--Tus argumentos son muy convincentes, capitn, pero por

    desgracia tengo un honor, o al menos un testarudo orgullo, que bastapara los dos, y por tanto...

    Reiner dej caer los brazos.--Muy bien, muy bien. Me retirar. Pero no puedes al menos

    concederme un beso que me haga soar?Franka ri entre dientes.--Y dejar que te aproveches, como siempre?--Por mi honor, amada ma...--No acabas de decir que no tienes honor?--Eh... s, supongo que lo he dicho. --Reiner suspir y se puso

    de pie--. Una vez ms, me habis derrotado, seora. Pero un da...--Se encogi de hombros y se encamin hacia la puerta.

    --Reiner.Al volverse, vio que Franka se encontraba junto a l. Se puso

    de puntillas, se estir y lo bes levemente en los labios.

    --Ahora, vete a la cama.

    --Torturadora --dijo l, gir el picaporte y se march.`

    * * *

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    Como era de prever, a Reiner le cost dormirse, hechodesafortunado porque lo despertaron muy temprano a la maanasiguiente. Haba estado soando que Franka se desabrochaba el

    justillo y se quitaba la camisa, y fue una conmocin abrir los ojos yver que la fea cara del querido viejo Klaus, el guardia encargado devigilarlos a l y a sus compaeros, se inclinaba sobre l conexpresin feroz.

    --Ponte las botas, holgazn perezoso --ladr Klaus, al tiempoque daba una patada a la cama de estilo imperial de Reiner.

    --Vete a la porra. --Reiner se tap la cabeza con la ropa de

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    cama--. Estaba con una dama.--Basta de impertinencias! --Klaus volvi a patear la cama--.

    Su seora exige que te presentes en el patio, a paso ligero.Reiner asom un ojo por encima de la manta.

    --Manfred ha regresado? --Bostez y se sent al tiempo que

    se frotaba los ojos--. Pensaba que se haba olvidado de nosotros.--Manfred jams olvida nada --replic Klaus--. Hars bien en

    recordarlo.`

    * * *

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    --Qu sucede? --pregunt Giano mientras los CorazonesNegros bajaban por la curva de escalera de caoba, arrastrando lospies detrs de Reiner y Klaus, hacia el vestbulo de suelo de mrmol.El tileano de ensortijado cabello an se estaba abrochando loscalzones.

    --No tengo ni idea --replic Reiner. Klaus les indic queatravesaran una puerta de servicio, y entraron en la cocina.

    --De todas formas, es algo diferente --dijo Pavel, que rob unapasta de una bandeja y se la meti en la boca--. Un cambio --aadi,escupiendo migajas.

    Reiner ri entre dientes al verlo. El piquero era tan feo comouna rata mojada, y le importaba un comino: largo cuello flaco, con unparche sobre el perdido ojo izquierdo y una boca maltrecha quehaba perdido tres dientes delanteros.

    --Probablemente no sea ms que otro entrenamiento deespada --dijo Hals, el calvo y corpulento hermano de armas dePavel, con barba pelirroja--. O peor, de equitacin.

    Klaus abri la puerta de la cocina y salieron al patio cubierto de

    grava de los establos.--Tal vez no --dijo Franka--. Mirad eso.Reiner y los dems miraron hacia adelante. Justo detrs de la

    verja trasera aguardaba un carruaje con celosas en las ventanillas, yhaba dos guardias de pie ante l. Los Corazones Negros selamentaron.

    --Otra vez el carruaje, no --dijo Hals.

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    --Nos mataramos unos a otros antes de llegar a destino--asinti Pavel.

    Klaus se detuvo en el centro del patio y les dio la orden decuadrarse. Ellos se irguieron con desgana. Los meses de forzosa

    familiaridad con el hombre haban engendrado desprecio hacia suautoridad. Esperaron. La niebla matutina ocultaba el mundo del otrolado de las murallas de piedra en su abrazo perlado y, aunque eraverano, el sol an no haba ascendido lo bastante para desterrar elhelor de la noche. Reiner temblaba y maldijo por no haber pensadoen ponerse la capa. El estmago le grua. Se haba acostumbrado adesayunar con regularidad.

    Pasado un cuarto de hora, se abri la verja que daba al jardn yel conde Manfred entr en el patio. Alto y corpulento, con hilos deplata en el cabello y la barba, el conde pareca encarnar a un amablerey sabio de leyenda, pero Reiner lo conoca mejor. Manfred podaser sabio, pero era tan duro como el pedernal. Un joven cabo de ojosbrillantes que llevaba uniforme de lancero lo segua de cerca.

    Manfred dedic un breve asentimiento de cabeza a losCorazones Negros.

    --Klaus, abre el carruaje y retrate a la verja con Moegen yValch.

    --Mi seor? --dijo Klaus--. Yo no confiara en estos villanos si

    vuestra seora est cerca...--Obedece mis rdenes, Klaus. Estoy perfectamente a salvo.Klaus salud a regaadientes y se encamin hacia el carruaje.

    Cogi la llave que le entreg uno de los guardias y abri laportezuela. Reiner esperaba que Manfred les ordenara que subieranal vehculo pero, al abrirlo Klaus, del interior bajaron cuatro hombres.Los Corazones Negros intercambiaron miradas inquietas. Los

    hombres estaban mugrientos, sin afeitar y medio muertos de hambre,y llevaban restos de uniformes militares.--A la formacin --dijo Manfred.Los cuatro avanzaron arrastrando los pies y formaron junto a

    los Corazones Negros al tiempo que cuadraban los hombros porreflejo.

    Manfred se encar con los Corazones Negros.

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    --Al fin tenemos trabajo para vosotros --dijo, y luego suspir--.En realidad ha habido numerosos trabajos en los que nos habragustado emplearos. Hay muchos disturbios en Altdorf, en estosmomentos. Demasiados dedos se empean en sealar las bajas que

    sufrimos durante el conflicto reciente, y muchas voces se alzan parapedir cambios en las altas esferas, en particular entre los baronesms jvenes. Habra sido bueno contar con vosotros para calmaralgunas de las voces ms enrgicas, pero dudbamos en usar uninstrumento que an no ha sido puesto a prueba en un lugar tancercano que podra explotarnos en la cara. --Se cogi las manos a laespalda--. Ahora se ha presentado una prueba perfecta. De lamxima importancia para el bienestar del Imperio, pero lo bastantealejada de aqu para que no nos metis en problemas si fracasis.

    --La confianza que nos tenis es una fuente de inspiracin, miseor--dijo Reiner con una mueca.

    --Agradeced que os tenga alguna tras la insubordinacin deGroffholt.

    --Acaso no nos reclutasteis por nuestra tendencia a lainsubordinacin, mi seor? --pregunt Reiner.

    --Basta --respondi Manfred y, aunque no alz la voz, Reinerse sinti inclinado a no continuar con las insolencias.

    Escuchad bien --continu--, porque no repetir las rdenes yno sern escritas. --Se aclar la garganta y los mir a todos a losojos antes de comenzar--. En las profundidades de las MontaasNegras hay un fuerte imperial que guarda un paso aislado y protegeuna mina de oro cercana. Esa mina ayuda al Imperio a pagar lareconstruccin y la defensa en estos tiempos desapacibles, pero enlos ltimos meses la produccin de la mina ha descendido mucho yno hemos recibido del fuerte respuestas satisfactorias a nuestras

    preguntas. Hace dos meses envi un correo que no ha regresado.No s qu le ha sucedido. --Manfred frunci el entrecejo--. Lo nicoque sabemos con seguridad es que el fuerte contina en manosimperiales, porque hace menos de una semana que uno de misagentes vio en Averheim carteles de reclutamiento para el regimientodel fuerte. --Mir a Reiner--. Ese reclutamiento es vuestraoportunidad. Vais a alistaros, instalaros en el fuerte, descubrir qu

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    sucede y, en caso de ser traicin, ponerle fin.--Tenis razones para sospechar que se trata de una

    traicin?--Es posible --replic Manfred--. Se rumorea que el

    comandante del fuerte, el general Broder Gutzmann, est enfadadoporque se le dej en el sur cuando el destino del Imperio se estabadecidiendo en el norte. Podra haberse enfadado lo bastante comopara hacer algo irreflexivo.

    --Y si lo ha hecho?Manfred vacil, pero luego habl.--Si hay un traidor en el fuerte, debe serretirado de all con

    independencia de quien sea. Pero debis saber que Gutzmann es ungeneral excelente y muy querido por sus hombres, que le sonferozmente leales. Si l es la persona que tenis que eliminar, debeparecer un accidente. Si los soldados descubren que ha sido vctimade un juego sucio, se rebelarn, y en estos momentos el Imperioest demasiado necesitado para perder a toda una guarnicin.

    --Permitidme, mi seor--dijo Reiner--, pero no lo entiendo. SiGutzmann es un general tan excelente como decs, por qu notraerlo al norte y dejar que se dedique a cazar a los kurgans, como lquiere? No acabara eso con sus protestas?

    Manfred suspir.--No puedo hacerlo. En Altdorf hay algunos que creen que

    Gutzmann es un general demasiado bueno, que si lograra grandesvictorias en el norte podra empezar a tener ambiciones..., que...podra intentar ser algo ms que un caudillo de soldados.

    --Ah --dijo Reiner--. De modo que lo dejan en el sur apropsito. Tiene motivos para estar enfadado.

    Manfred frunci el entrecejo.--

    Ningunarazn

    puede excusar que se le robe al Emperador.Si es culpable, hay que detenerlo. Todos entendis las rdenes?

    Los Corazones Negros asintieron con la cabeza, al igual quelos recin llegados.

    Manfred mir a los desconocidos y luego volvi los ojos hacialos Corazones Negros.

    --Esta ser una misin difcil, y se pens que deberais contar

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    otra vez con todos los efectivos. Por lo tanto, os he conseguidocuatro reclutas nuevos. Estos cuatro hombres estarn bajo vuestromando, Hetzau. El cabo Karelinus Eberhart --seal al jovensuboficial que tena a la izquierda-- tambin obedecer vuestras

    rdenes, pero slo responder ante m. Ser mis ojos y mis odos, yal final de esta aventura me informar sobre... --Hizo una pausa yluego sonri con afectacin--. Sobre lo efectivos y tiles que vos yvuestros Corazones Negros sois como instrumento. Su informedeterminar si podremos emplearos en el futuro y,consecuentemente, si toleraremos que continuis con vida a partir deentonces. Me entendis?

    Reiner asinti con la cabeza.--S, mi seor. Perfectamente. --Le ech una mirada al cabo

    Eberhart, que estaba boquiabierto mirando a Manfred con grandesojos azules. Reiner ri entre dientes. El pobre muchacho noesperaba que Manfred fuera tan sincero respecto al papel que iba adesempear. No estaba habituado a la brutal franqueza del conde.Reiner s lo estaba. Manfred no tena por costumbre ocultar el candetrs de las rosas.

    --Estos hombres estn sujetos por las mismas ataduras quenosotros, mi seor? --pregunt Reiner al tiempo que sealaba a los

    cuatro reclutas nuevos--. Se les ha...?--S, capitn --replic Manfred--. Han accedido a las mismas

    condiciones. Su sangre contiene lo mismo que la vuestra. --Se echa rer--. Ahora son vuestros hermanos. Corazones Negros hasta elltimo!

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    _____ 2 _____Aqu somos todos villanos

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    An no haban pasado dos horas desde que Manfred les diolas rdenes cuando los Corazones Negros salieron de Altdorf hacia

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    Averheim, la ciudad ms grande de la provincia de Averland, situadaal suroeste y la ms cercana a las Montaas Negras y al paso queguardaba el fuerte del general Gutzmann. El conde, con laminuciosidad habitual, lo haba dispuesto todo: ropa limpia y armas

    para los nuevos reclutas, caballos para los que montaban bien y uncarro para los dems. El carro tambin llevaba los pertrechos delgrupo: armas, armaduras, utensilios de cocina, tiendas, mantas ydems. Daba la impresin de que sera un viaje mucho ms cmodoque el que haban hecho la vez anterior que los reclutaron, pensReiner. Entonces se haban escabullido dentro del territorio enemigodurante la glida primavera de Ostland, pertrechados slo con lo quepodan llevar a la espalda. Ahora viajaban abiertamente por elcorazn del Imperio, con posadas y poblaciones en cada etapa. Talvez eso fuera un buen augurio. Quiz presagiaba una misin fcil.Este trabajo, ciertamente, no pareca tan difcil como el anterior.

    Reiner inspir profundamente cuando tomaron el camino haciael sur a la salida de Altdorf y comenzaron a cabalgar a travs de lasgranjas y feudos francos que rodeaban la ciudad. Qu maravillavolver a estar en el exterior! El simple paisaje que pasaba ante susojos le resultaba emocionante. El sencillo acto de moverse lecausaba una sensacin tan fantstica que por un momento casi se

    sinti libre.Tan embelesado estaba por estas nuevas sensaciones que no

    se dio cuenta de que nadie haba hablado hasta que las murallas deAltdorf comenzaron a desvanecerse en la bruma matinal y la oscuralnea del Drakwald se alz ante ellos. Un silencio incmodo flotabasobre el grupo mientras los Corazones Negros veteranos y losnuevos se miraban con incomodidad unos a otros. Reiner suspir.Eso no era bueno.

    --

    Decidme, seor--

    pregunt girndose hacia el nuevo reclutaque cabalgaba detrs de l, a la derecha, un tipo menudo con unamata de pelo ratonil de color marrn que pareca un sombrero deseta sobre una cara afeada y triste--. Cmo habis llegado a estalamentable situacin?

    --Eh? --se sobresalt el hombre--. Por qu os metisconmigo? Para qu necesitis saberlo?

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    Reiner ri entre dientes con todo el buen humor de que fuecapaz.

    --Bueno, seor, si debo comandaros, parece aconsejable quesepa algo de vos. Y no os preocupis por la posibilidad de

    escandalizarnos. Aqu somos todos villanos, no es cierto,muchachos? --Se volvi a mirar por turno a cada uno de los viejoscompaeros--. Pavel y Hals mataron a su capitn cuando demostrser un incompetente.

    --Pero no lo hicimos --dijo Pavel.--Lo mataron los kurgans --intervino Hals.

    Ambos rieron con aire siniestro.--Franz asesin a su compaero de tienda por hacerle

    proposiciones deshonestas.Franka se sonroj.--Giano vendi armas a los kossars.--Quin sabe es delito? --pregunt Giano al tiempo que

    desplegaba las manos con las palmas hacia arriba.--Y yo --dijo Reiner, que se llev una mano al pecho--, estoy

    acusado de brujera y del asesinato de una sacerdotisa. --Le dedicuna ancha sonrisa al hombre, que los miraba a todos yparpadeaba--. As que, como veis, estis en buena compaa.

    El hombre se encogi de hombros con sbita timidez.--Yo... me llamo Abel Halstieg. Soy... eh... era el suboficial de

    suministros de la unidad de caones del seor Belhem. Dicen quecompr plvora de mala calidad y me qued con lo que ahorr, cosaque provoc la aniquilacin de la unidad.

    --Cmo fue eso? --pregunt Reiner.--Eh... los caones fallaron y tomaron nuestra posicin. Pero

    ese da haba llovido. Puede que la plvora se humedeciera.--

    Y puesto que era plvora mala, para empezar...--

    comentPavel desde el carro, arrastrando las palabras.--No era plvora mala! --insisti el suboficial de suministros.--Por supuesto que no lo era --dijo Reiner, conciliador--. As

    que podis apuntar y disparar con una pieza de artillera?Abel vacil.--Con ayuda, en caso necesario. Pero mi talento es ms

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    adecuado para la provisin de suministros.--As parece --dijo Reiner, y apart la mirada antes de que Abel

    pudiera contestar--. Y vos, seor? --le pregunt al otro desconocidoque iba a caballo, un corpulento veterano de rostro ptreo, con el

    largo pelo oscuro recogido en una coleta trenzada.El hombre le dirigi a Reiner una breve mirada y volvi a posar

    la vista sobre el cuello de la montura, donde la haba mantenido fijadesde el comienzo del viaje. Tena las cejas tan espesas que lesuman los ojos en sombras a pesar de la brillante luz del da.

    --Yo acept dinero para matar a un hombre.La concisin del soldado pill a Reiner por sorpresa, y lo hizo

    rer.--Qu? No alegis inocencia? Ni circunstancias

    atenuantes?--Soy culpable.Reiner parpade.--Ah. Eh... bueno. Me diris vuestro nombre y en calidad de

    qu servais al Imperio?Se produjo una larga pausa, pero al final el hombre habl.--Jergen Rohmner. Maestro de armas.--Instructor de esgrima? --pregunt Reiner--. Tenis que ser

    todo un espadachn.Rohmner no respondi.Reiner se encogi de hombros.--Bueno, sed bienvenido a nuestra compaa, capitn. --Se

    volvi hacia el carro, donde los otros dos nuevos reclutas ibansentados entre los pertrechos--. Y t, muchacho --le dijo a unsonriente arquero desgarbado que tena una mata de pelo rojo yorejas enormes que parecan dos banderas a los lados de la

    cabeza--

    , cmo has llegado hasta aqu?El muchacho lo mir.--Yo tambin mat a un hombre --respondi--. Pero nadie tuvo

    que pagarme para que lo hiciera. --Lanz un guijarro contra el postede una cerca ante la que pasaban, y asust a dos vacas--. Yo y miscompaeros estbamos destinados en una fangosa colina de Kislev,bebiendo ese meado de vaca que ellos llaman licor, cuando ese

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    estpido piquero de Ostland va y me da con el codo y me tira labebida. As que yo...

    Reiner alz los ojos al cielo. Era una historia muy vieja.--As que t y tus compaeros le pegasteis un poco demasiado

    fuerte y l tuvo la mala educacin de morirse.--Nah, nah --dijo el muchacho, con una ancha sonrisa--. Mejor

    que eso. Lo segu hasta su alojamiento, lo empaquet en las mantasy le pegu fuego a la tienda. --Ri con deleite--. Berre como uncerdo desollado antes de morirse.

    Se hizo el silencio mientras el resto de la compaa mirabafijamente al joven que, sin darse cuenta, continuaba lanzandoguijarros hacia el campo de trigo que tenan a la izquierda.

    Al final, Reiner carraspe para aclararse la garganta.--Eh... cmo te llamas, muchacho?--Dag --respondi el joven--. Dag Mueller.--Bueno, Dag, gracias por esa instructiva historia.--S, capitn. Ha sido un placer.Reiner se estremeci y luego se volvi a mirar al ltimo de los

    reclutas, un viejo veterano con una barriga redonda, mejillas demanzana y bigote extravagante que haba encanecido un poco.

    --Qu me decs de vos, seor? Cul es vuestra historia?

    --No puede compararse ni de lejos con la ltima, os lo aseguro,

    capitn --dijo el hombre al tiempo que le echaba una mirada de reojoa Dag--. Me llamo Helgertkrug Steingesser, pero podis llamarmeGert. La oficialidad me llam desertor e instigador, y supongo que laacusacin es bastante ajustada a la realidad. --Suspir, pero los ojosle destellaban--. Veris, haba una muchacha, una muchachacorpulenta y hermosota. Viva en una granja cercana al lugar dondeyo me alojaba en Kislev, con los ballesteros de la ciudad de

    Talabheim. Su hombre haba muerto en la guerra. De hecho, habanmuerto todos los hombres de su pueblo. Era un pueblo de mujeres.Mujeres que se sentan solas. Mujeres corpulentas y hermosotas. Aun hombre podan pasarle cosas peores, me dije, que echar racesall y criar hijos grandotes y hermosotes. --Se recost contra elequipaje mientras rea entre dientes--. Y tal vez se lo dije a alguienms que a m mismo porque, cuando decid marcharme, una

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    veintena de mis muchachos se march conmigo para reemplazar,por decirlo de alguna manera, a los difuntos maridos de esasmujeres. Por desgracia, el Imperio no pareca estar de acuerdo connosotros. Cuando los oficiales nos dieron alcance, nos acusaron de

    huir porque estbamos asustados. Debo objetar eso ltimo. Noestbamos asustados. Estbamos... eh... ansiosos por tenercompaa.

    Los Corazones Negros soltaron una carcajada, en parte porqueera una historia graciosa, pero sobre todo de alivio por que no setratara de otro hecho horrible.

    Reiner le dedic una ancha sonrisa.--Bienvenido, Gert. Y si encontris otro pueblo de mujeres

    solitarias por el camino, no lo guardis en secreto, eh?Franka lanz a Reiner una mirada penetrante, pero los dems

    rieron. Por ltimo, Reiner se volvi a mirar al cabo rubio de rostrojuvenil, Karelinus, que cabalgaba junto a l.

    --Y vos, cabo, cmo habis acabado haciendo de niera desemejante hatajo de malvados? Estis en la lista negra deManfred?

    --Eh? --dijo Karel. Haba estado mirando fijamente a Dag ypareci costarle bastante apartar los ojos de l--. Eh... en realidad,

    no. Yo... eh... me ofrec voluntariamente.Reiner estuvo a punto de atragantarse.--Que vos...?--S --le asegur al tiempo que se volva sobre el caballo para

    mirar a los otros--. Veris, estoy comprometido, o al menos lo estarasi fuese posible, con la hija del conde Manfred, Rowena. Pero la hijade un conde no puede casarse con un modesto cabo de lanceros.Debo convertirme en caballero como mnimo, sabis? Por

    desgracia, mi padre ha sufrido algunos reveses ltimamente, y nopoda pagar el diezmo necesario para conseguir una plaza en una delas rdenes de caballera. --Hizo una mueca--. Me temo que perd lacabeza cuando descubr que no poda ingresar; maldije mi suerte y le

    jur a Rowena que ganara los galones en el campo de batalla omorira en el intento. --Se anim--. Pero luego, mi seor Manfred,para facilitarme las cosas, sugiri que aceptara esta misin. Me

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    prometi que tendra abundantes oportunidades de lograr mi objetivoantes de que regresramos, que era la misin perfecta. Es unverdadero caballero, el conde Manfred. No todos los padres harantanto por el prometido de su hija.

    Reiner tosi convulsivamente y oy que Pavel y Hals apenaslograban contener la risa. Incluso a Franka, que saba ocultar muybien sus pensamientos, le costaba reprimir una sonrisa.

    --Os pido disculpas, cabo --dijo Reiner cuando se recobr--. Unpoco de congestin. Ha sido realmente muy considerado por partedel conde daros una misin tan venturosa.

    Continuaron cabalgando por las onduladas tierras de cultivo y,al haberse roto el hielo, la conversacin comenz a fluir por fin. Hals,Pavel y Giano intercambiaban historias de guerra con el ballesteroGert, mientras Reiner y Franka escuchaban con divertido asombro al

    joven Karel, que continuaba parloteando sobre su ntima relacin conel conde Manfred y sobre lo bueno que era todo el mundo en Altdorf.

    Abel, el suboficial de suministros de artillera, permaneca al margende la conversacin aunque intentaba desviarla con preguntas sobreel acuerdo que tenan con Manfred y qu se esperaba de ellos. Elespadachn Jergen cabalgaba en silencio sin apartar los ojos delarzn mientras que, sobre el carro, Dag, el desgarbado arquero a

    quien se le haban acabado los guijarros, se haba tumbado deespaldas y contemplaba las nubes que pasaban como si no tuvierauna sola preocupacin en el mundo.

    `

    * * *

    `

    Esa noche acamparon en el bosque, aunque haba abundantesposadas a lo largo del camino, pues Manfred les haba prohibido

    dormir bajo techo durante el viaje. Quera que pareciesenhambrientos perros de guerra cuando llegaran a Averheim,desesperados por enrolarse en un lugar tan alejado del centro delImperio como fuese posible, y los perros hambrientos no tenandinero para pagar una cama junto al fuego.

    El da siguiente pas de modo muy similar al primero,cabalgando a paso rpido aunque no extenuante por leguas y ms

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    leguas de espesos bosques de robles cuya penumbra los oprima yhaca que la conversacin careciese de fluidez. All se cruzaron conmenos viajeros: una caravana de comerciantes acompaados por unelevado nmero de guardias que viajaban juntos para contar con una

    mayor proteccin; una compaa de caballeros que iban al trote, endoble fila, con los pendones ondeando en el extremo de las lanzas;un grupo de fanticos sigmaritas que peregrinaban de Nuln a Altdorfy recorran de rodillas todo el camino. El hecho de que aquellossantos locos an no hubiesen sido atacados por los horrores queacechaban entre los rboles era para Reiner una prueba de quecontaban con la gracia de Sigmar.

    Al tercer da, justo cuando el sol comenzaba a evaporar labruma matinal, salieron por fin del Drakwald y entraron en Reildand,territorio que conformaba el corazn del Imperio, una planicieinterminable cuadriculada por campos de cultivo y huertas. Despusde pasar tanto tiempo en el bosque, constitua una hermosa vista deverdor. Pero la impresin inicial de frtil abundancia result ser unailusin cuando se acercaron ms. Los campos eran verdes, s, perohaba tantas malas hierbas como cultivos. El Imperio haba tenidoque alimentar un ejrcito muy numeroso durante los ltimos aos, ylos campos que en tiempos felices podan dejarse en barbecho para

    que recuperaran nutrientes, ahora haban quedado agotados alintentar los campesinos satisfacer las demandas de forraje. Lasplantaciones que crecan eran magras y raquticas, y las porqueras ypasturas para vacas ante las que pasaron los Corazones Negrosestaban casi despobladas.

    Era todo tan frgil..., pens Reiner. Y tan valioso! Porque siesto mora, si los campos se agostaban y el ganado se converta enpiel y huesos, el Imperio morira. Las rdenes de caballeros podran

    parlotear sobre sangre y acero y afirmar que el Drakwald era la duraalma de roble del Imperio, pero los caballeros coman carne de vaca,pan y coles, no bellotas y ardillas, y para defender un bosque nadieluchaba jams con la misma ferocidad con que un granjero defendasus tierras.

    `

    * * *

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    `

    A ltima hora de aquella tarde pasaron por un tramo de caminoflanqueado por huertos de perales. Las peras no estaban del todomaduras ya que slo se hallaban a mitad del verano, pero bajo los

    rayos del sol poniente su tonalidad rosada resultaba apetitosa.Reiner sinti que el estmago le grua.

    En el carro, Dag se sent y olfate el aire.--Peras --dijo. Y sin pronunciar una sola palabra ms, baj de

    un salto y ech a correr hacia los rboles.Reiner gru con irritacin.--Tenemos provisiones en abundancia --dijo--. No hay

    necesidad de coger nada.--Slo quiero una o dos --replic Dag mientras atravesaba la

    primera hilera de rboles.Reiner suspir.--No es muy proclive a obedecer rdenes --coment Hals.--Bueno, est loco, no? --observ Pavel.Gert se aclar ostentosamente la garganta.--Eso no es excusa.Un momento despus se oyeron ladridos en el huerto. La

    compaa alz la mirada y vio a Dag riendo y corriendo entre los

    rboles con los brazos cargados de peras y un gran perro guardintras l. Tropez con una raz y el perro lo atrap y le clav los dientesen una pantorrilla.

    Dag cay dando un grito y solt las peras. Rod sobre laespalda y, antes de que Reiner supiera qu tena intencin de hacer,sac una daga y apual al perro en el vientre. El animal aull yretrocedi, pero Dag lo sujet contra el suelo para apualarlorepetidas veces en los ojos y el cuello.

    --

    Sigmar!--

    dijo Karel con voz ahogada--

    . Qu esthaciendo?--Mueller! --bram Reiner--. Basta!Los otros tambin le gritaron, pero antes de que pudieran

    desmontar se oy otra voz.--Eh, ladrn! --se oy que gritaba alguien--. Qu le ests

    haciendo a mi perro?

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    Seis trabajadores de la granja salieron de entre los rboles,armados con horcas y garrotes, y rodearon al arquero. Entre elloshaba un muchacho que miraba con perplejidad al perro muerto. Unode los trabajadores le dio a Dag un garrotazo en la espalda.

    Reiner maldijo.--Vamos all. --Desmont y entr a paso ligero en el huerto

    con los otros detrs--. Eh! --grit.Los campesinos no le hicieron caso. Dag se haba levantado y

    sonrea como un demente mientras avanzaba amenazadoramentehacia el que lo haba golpeado.

    --Por qu has hecho eso, patn? --Sujetaba la ensangrentadadaga sin apretarla.

    --Por qu? Pues porque has matado a mi perro, pedazo deloco!

    --En ese caso, t tambin necesitas que te maten por dejarlomorder. --Y antes de que el hombre pudiese responder, Dag lesalpic de sangre los ojos. El trabajador dio un respingo y Dag loatac con la daga.

    --Quieto, Mueller! --grit Reiner--. Quieto!El hombre retrocedi con paso tambaleante mientras se

    aferraba un hombro que le sangraba, pero los dems trabajadores se

    lanzaron al ataque blandiendo los garrotes. Reiner ech a correr.Maldito muchacho! La cosa acabara en asesinato y el trabajo quetenan que hacer para Manfred se estropeara antes de empezar.

    Oy el chirrido del acero a su lado, y Jergen lo adelant a todavelocidad. De un tirn sac a Dag del cerco de granjeros con unamano mientras blanda la espada en crculo con la otra. Pinchos dehorca y puntas de bastones cayeron al suelo, cortados como floresde diente de len. Acab detenindose en posicin en guardia. Dag

    lanz un grito detrs de l y la punta de la espada toc el cuello deltrabajador herido. El hombre qued petrificado, al igual que suscompaeros, que miraban fijamente las truncadas armas.

    Reiner y los dems tambin tenan los ojos fijos en la escena,pasmados ante la velocidad, fuerza y aterrorizadora precisin deJergen.

    --Bien... Bien hecho, Rohmner--dijo Reiner, que trag con

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    dificultad--. Ahora, quietos todos. No quiero ms conflictos, si tenisla gentileza. Yo...

    --Quin me ha puesto las manos encima? --grit Dag, altiempo que se levantaba de un salto--. Ningn hombre me pone las

    manos encima y vive para contarlo!--Basta, Mueller! --grit Reiner mientras se volva hacia l con

    aire amenazador--. Cierra la estpida boca!Dag le lanz una mirada feroz con los ojos encendidos, pero

    Reiner, ms por instinto que por voluntad, le devolvi la mirada y seoblig a no parpadear ni apartar los ojos. La furia de Dag pareciaumentar. Gru y alz la daga pero, pasado un momento, seencogi de hombros y solt una carcajada.

    --Lo siento, capitn --dijo--. No estoy furioso con vos. --Dedicuna mueca burlona a los trabajadores por encima del hombro--. Sonestos patanes atontados que no saben tener controlados a suschuchos...

    --Estabas robndonos peras, ladrn asesino! --grit el hombreal que Dag haba herido, aunque no se movi porque an tena laespada de Jergen contra el cuello--. No es ya bastante malo quetengamos que enviar toda nuestra cosecha al norte para alimentar alejrcito de Karl-Franz por un precio de miseria, que ahora los

    bandidos uniformados vens al sur a quitarnos la comida de la boca?--Y matar a nuestros perros? --dijo otro.--Quitaros la comida de la boca? --intervino Hals--. Mirad toda

    la abundancia que tenis alrededor. Vivs en el lujo mientras nuestrostraseros han estado congelndose en un banco de nieve de Kislevpara proteger vuestro indigno pellejo. Eso es gratitud paravosotros?

    Los hombres de Reiner, que hasta ese momento haban

    estado de parte de los campesinos y en contra de Dag, comenzabanahora a ponerse a favor de Hals.--Y por qu no cogisteis una pica? --pregunt Pavel.--Eso --dijo Abel desde detrs de l--. Cobardes.--Porque alguien tena que quedarse atrs para alimentaros,

    capullo!Los dos bandos comenzaron a avanzar lentamente al tiempo

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    que desenvainaban dagas y alzaban garrotes.--Alto, maldicin! Alto! Todos! --grit Reiner--. No nos

    volvamos todos locos. Ya se ha vertido bastante sangre. Aumentar elderramamiento no solucionar nada.

    --Pero l ha matado a mi perro --dijo el campesino--. Me ha

    herido!--S --gru Hals--. Entonces, emprndela con l. No tiene

    nada que ver con el capitn Reiner y...--Tiene que ver conmigo --lo interrumpi Reiner--, porque, por

    mucho que preferira lo contrario, soy vuestro capitn, y si no puedocontrolaros debo hacerme responsable.

    --Igual que l con su perro --declar Dag, triunfante--. Si lohubiese mantenido bajo control...

    Reiner se volvi hacia Dag.--El perro estaba haciendo su trabajo. T, cabeza de chorlito,

    estabas desobedeciendo rdenes. Eres t quien haca lo que nodeba, me entiendes?

    Dag frunci el entrecejo durante un momento mientrasdesplazaba la mirada desde Reiner a los trabajadores de la granja yla devolva al capitn, y entonces pareci entender. Sonri y lededic a Reiner un guio ostentoso.

    --Ah, s, capitn. Os entiendo perfectamente. He sido malo,

    muy malo, y no volver a hacerlo.Reiner gimi. Era como hablar con una pared.--Me asegurar de que as sea. --Se volvi a mirar a los

    campesinos--. As pues, dado que asumo la responsabilidad, ser yoquien os compense. S que nadie puede ponerle precio a la lealtadde un perro ni al dolor de una herida, pero oro es lo nico que tengo,y no demasiado, me temo. As pues, cunto peds como

    indemnizacin? `* * *

    `

    Reiner estaba preocupado por la posibilidad de que surgierandificultades respecto a quin compartira la tienda con quin, ya queestaba seguro de que nadie querra dormir junto a Dag, pero, cosa

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    sorprendente, Jergen se ofreci voluntariamente con un gruidomonosilbico, y el resto de la compaa suspir de alivio.

    Reiner y Franka compartieron la tienda; una bendicin paraFranka porque as no tendra que guardar da y noche el secreto de

    su sexo, pero una tortura para Reiner porque tendra que soportar laproximidad de la muchacha sin poder tocarla ni besarla.

    Cuando se acurrucaron en lechos separados, Franka seincorpor y se apoy en un codo.

    --Reiner.l alz la mirada cuando la joven no continu.--S?Ella suspir.--Ya sabes que no soy de los que abogan por el asesinato a

    sangre fra..., pero ese muchacho es peligroso.--S --consinti Reiner--. Pero no puedo.--Pero por qu no? Est loco. Matar a alguien.--Est loco? --pregunt Reiner.Franka alz una ceja.--Qu quieres decir?Reiner se inclin hacia ella y baj la voz.--Crees que Manfred es estpido?

    --Qu tiene que ver eso?

    --Cuando partimos, Manfred admiti que este trabajo era unaprueba, verdad?

    --S.--As pues, si t fueras Manfred y quisieras saber qu

    hacemos, qu tal capitn soy yo, si te traicionamos a ti o al Imperio,sera Karelinus Eberhart el hombre al que le pediras que te hicieraun informe?

    Franka frunci el entrecejo durante un momento y lacomprensin aflor a su cara.--Piensas que hay un espa?--Tiene que haberlo. Karel no puede ser ms que un cebo. Es

    un cordero entre lobos. Uno de los otros tiene que trabajar tambinpara Manfred.

    --Y t crees que es Dag? Piensas que slo finge estar loco?

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    --No, pero no estoy seguro. Podra ser cualquiera de ellos, y sies l y llega a odos de Manfred que yo lo mat...

    --Pensar que descubriste que era un espa y lo mataste poreso --acab Franka, y luego inspir profundamente--. Cualquiera

    de ellos? Tendremos que tener cuidado con lo que decimos.--S --asinti Reiner--. Nada de hablar de huir, de matar a

    Manfred ni de quitarnos el veneno de las venas.Franka suspir.--Tienes que averiguar quin es, y pronto.Reiner asinti con la cabeza.--S.Se quedaron con los ojos clavados en los rincones oscuros de

    la tienda durante un momento, pensando, y entonces Reiner reparen que los hombros de ambos se tocaban. Se volvi y sus labiosrozaron el pelo de Franka. Le acarici el cuello con la nariz.

    --Bsame.Franka se apart de l y le dio un puetazo en el hombro.--No seas tonto. Quieres que nos pillen? --Rod hacia un lado

    y se subi la manta por encima de los hombros--. Durmete.Reiner suspir y se dej caer de espaldas. Ella tena razn, por

    supuesto, pero eso no haca que le resultara ms fcil controlarse.

    Iba a ser un viaje muy largo.`

    `

    `

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    _____ 3 _____El mejor ejrcito del Imperio

    `

    Llegaron a Averheim sin ms incidentes. Tanto si Dag estabaacobardado por la regaina de Reiner, como si su actitud se deba aque por el camino no haba surgido nada que lo incitara a laviolencia, el caso es que el muchacho se mantuvo tranquilo y alegrey se dedic a observar las nubes y silbar canciones de taberna.

    En el crepsculo del cuarto da pasaron lo bastante cerca de

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    Nuln para ver el anaranjado resplandor de las grandes fundicionesque iluminaba el humo negro que vomitaban los muchos centenaresde forjas. Reiner pens en que haba habido una poca en que laciudad conocida como el yunque de Karl-Franz, la ciudad que

    fabricaba las armas de fuego, espadas y devastadores caones queprotegan al Imperio y que albergaba el Colegio de Ingenieros y susmaravillosas armas de guerra, lo haba llenado de orgullo. Susuperioridad en la industria blica situaba al Imperio por encima detodas las otras naciones. Ahora, sin embargo, aquel lugar slo leprovocaba un escalofro de pavor. El humo y las llamas le hacanevocar demasiado vvidamente la ltima ocasin en que haba vistohornos y forjas semejantes. Casi poda sentir que el calor y lasparedes de aquella terrible caverna roja se cerraban otra vez entorno a l.

    Tras otros dos das de caminos polvorientos y cuellosquemados al sol, vieron por fin las grises murallas de piedra de

    Averheim que se alzaban detrs de glorietas de ramas desnudas ycampos de trigo. Las agujas de las torres de los templos de Sigmar yShallya y las torres del castillo del conde elector sobresalan porencima de las murallas y destellaban al sol de medioda.

    Reiner hizo que los Corazones Negros se detuvieran antes de

    llegar a la vista de la puerta principal.--Bien, muchachos --dijo--. Aqu es donde nos separamos. No

    quiero que los reclutadores se enteren de que nos conocemos. Serademasiado sospechoso que entrramos en grupo. Enrolaos deacuerdo con vuestros conocimientos. Pavel y Hals como piqueros,Karel como lancero, y as todos los dems. Franz har las veces demi ayuda de cmara. Cuando lleguemos al fuerte, hablad convuestros camaradas, escuchad y, si os algo interesante: rumores de

    motn, traicin y dems,trabad amistad

    con Franz en el comedor ycontadle lo que hayis odo, y l me lo transmitir a m. Est claro?

    Le respondi un coro de afirmaciones.--Entonces, que la suerte sea con vosotros. Y recordad

    --aadi--, por muy tentador que pueda ser escapar en cuanto no osvea, el veneno de Manfred contina dentro de nuestras venas. Antenemos la tralla alrededor del cuello. Os frenara en seco si

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    huyerais. Os estrangulara hasta mataros.Los Corazones Negros asintieron, ceudos.Reiner sonri e hizo todo lo posible por parecer el comandante

    valiente.

    --Ahora, largaos. Cuando vuelva a veros seremos otra vez

    honrados soldados.`

    * * *

    `

    Una hora ms tarde, Reiner y Franka entraron a caballo pollaancha puerta de Averheim y comenzaron a recorrer lasserpenteantes calles adoquinadas hacia la plaza Dalken, el granmercado del centro de la ciudad. All, a la sombra de la prisin, seextenda un mar de coloridos tenderetes y tiendas donde se podacomprar fruta, verdura, carne fresca y animales vivos.

    Haba afiladores de cuchillos, fabricantes de velas, curtidores yvendedores de telas, granjeros, pescaderos, alfareros y hojalateros.Se venda pan y pastelera, adems de confituras, sidra y cerveza.Rotundos halflings del Territorio de la Asamblea llevaban rodandoentre la multitud ruedas de queso casi tan altas como ellos, cuyavisin hizo que Reiner sintiera hambre.

    --Franz --dijo al tiempo que agitaba una mano--. Ve a comprar

    unas empanadas de carne y una jarra de sidra para los dos.--Qu es esto? --pregunt Franka al tiempo que alzaba los

    ojos y le lanzaba una mirada penetrante--. Se te estn subiendo loshumos?

    Reiner sonri con afectacin.--Si vamos a ser seor y sirviente deberamos practicar un

    poco, no crees?

    Franka alz los ojos al cielo.--Debera haber imaginado que te aprovecharas de la

    situacin. --Desmont y le hizo una extravagante reverencia--. Comovuestra seora desee. --Luego le sac la lengua y desapareci en ellaberinto de tiendas.

    Cuando hubieron acabado con el tentempi buscaron a losreclutadores de Gutzmann, que no resultaron difciles de encontrar.

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    Haban ocupado una taberna situada en un lateral de la plaza, unedificio de dos plantas con tejado inclinado y ventanas con parteluz.Haban enarbolado altos estandartes a ambos lados de la puerta --elgrifo del Imperio y el oso blanco sobre campo azul oscuro que era el

    distintivo de Gutzmann--, y en el exterior vieron a un jovial hombrebarbudo ataviado con un brillante peto y calzones y jubn azules quemiraba a los ojos y se diriga a todos los hombres jvenes quepasaban.

    --Oye, mocetn --les deca--. No te gustara tensar el arco porel bueno de Karl-Franz?

    O bien:--Tres buenas comidas en el ejrcito del general Gutzmann y

    un extra slo por firmar.Quedaba una cantidad alarmantemente escasa de gente en la

    poblacin local, que pareca casi toda compuesta por mujeresataviadas con el gris del luto, nios y ancianos. A pesar de eso, porla puerta de la taberna entraba una lenta pero constante corriente devoluntarios. Algunos eran jvenes de verdad --los haba que lo eranincluso demasiado--, pero en muchos casos se trataba de curtidossoldados profesionales que vestan los colores de todas las ciudadesdel Imperio, hombres a los que les faltaba un ojo, una oreja o

    algunos dedos, hombres de rostro curtido y espadas muy usadasque llevaban la chaqueta de cuero, el abollado casco y losavambrazos como si hubiesen nacido con ellos puestos. Y los habade un tipo an ms duro, villanos de espesa barba ataviados conpieles de carnero y harapos y que no llevaban ms armas que arcosy dagas, hombres con las orejas y narices cortadas que distinguan alos delincuentes, y chapuceras quemaduras destinadas a ocultar elhecho de que los haban marcado a fuego por asesinato, desercin o

    cosas peores.Cuando Reiner y Franka llegaron a caballo hasta la taberna, elcordial sargento los salud y les sonri.

    --Bienvenido, mi seor. Vens a echarnos una mano?--S, sargento. A eso he venido.--Sois un oficial, mi seor?--Suboficial --respondi Reiner mientras Franka desmontaba--.

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    Cabo Reiner Meyerling. Antes, de los Pistoleros de Boecher. Enbusca de un servicio activo.

    --Muy bien, mi seor. Por aqu.Reiner le entreg a Franka las riendas del caballo.

    --Espera aqu, muchacho.

    --Esperar...? --Franka apret los puos y luego se relaj alrecordar cul era su papel--. S, mi seor.

    El sargento lo condujo a travs de la puerta de la taberna yapart con el codo a los reclutas menos importantes que l. Reinervio a Pavel y a Hals en la cola y les hizo un guio. Ellos disimularonuna sonrisa.

    La cola de piqueros llegaba hasta una mesa donde otrossonrientes soldados de pulimentada armadura hablaban con cadarecluta por turno y le preguntaban dnde haba luchado antes y porqu haba abandonado el servicio anterior. Los reclutadores noparecan demasiado quisquillosos. A la mayora de los hombres lespedan que levantaran la mano derecha y juraran servir al Imperiohasta la muerte, y luego firmaran con su nombre en un gran libroencuadernado en cuero, o al menos trazaran una X si no sabanescribir. Una vez hecho el juramento y estampada la firma, se lesentregaban unas cuantas monedas y una insignia azul y blanca para

    que se la prendieran en la gorra. Muy pocos hombres eranrechazados. A algunos se los llevaban encadenados mientrasmaldecan.

    El sargento hizo que Reiner rodeara esta escena hasta unamesa que haba al fondo de la taberna, donde descansaba un cabode lanceros con las botas con espuelas encima de la mesa que sedaba golpecitos en los dientes con la pluma de escribir. Al acercarseReiner, se sent correctamente a toda velocidad y le dedic una gran

    sonrisa.--Cabo Bohm --dijo el sargento--, permitidme que os presente

    al cabo Reiner Meyerling. Pistolero.--Bienvenido, cabo! --declar Bohm, al tiempo que le tenda la

    mano--. Matthais Bohm, trompeta del tercero de lanceros del generalGutzmann. --Era un joven apuesto con una mata de pelo castaosobre brillantes ojos vivaces. Tena la estatura y la musculatura de

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    un caballero, pero careca de la dureza y gravedad que llega con laexperiencia.

    --Bien hallado, seor--respondi Reiner al estrecharle lamano.

    Bohm le seal una silla a Reiner, y se sentaron a ladosopuestos de la mesa.

    --Bien --dijo el joven mientras abra un pequeo libroencuadernado en cuero--. Queris alistaros con nosotros?

    --As es --replic Reiner--. No puedo permitir que mis pistolasdejen de ladrar y se oxiden, verdad?

    Bohm ri para manifestar su conformidad.--Bueno, me parece que en eso podemos ayudaros. Pero si no

    os importara hablarme de vuestro servicio anterior y... eh... de lasrazones que os han trado hasta aqu.

    --Desde luego --replic Reiner, al tiempo que se relajaba yrecostaba en el respaldo de la silla. Manfred le haba ordenado queasumiera una identidad falsa para la misin, y Reiner haba dedicadola mayor parte del viaje a pensar en la historia que resultara msagradable a los odos de Gutzmann--. Antes de la invasin de

    Archaon estaba acuartelado con los Pistoleros de Boecher en FuerteDenkh, y cuando ese monstruo de Haargroth atraves corriendo el

    Drakwald camino de Middenheim, nos unimos al ejrcito deLeudenhof para detenerlo. Fue todo un combate, como podisimaginar.

    --Hemos odo historias --reconoci Bohm con envidia.Reiner suspir.--Pero aunque cumpl con mi parte --Reiner tosi--, y

    modestamente puedo decir que hice ms de lo que me tocaba,continuaron sin ascenderme.

    --

    Por qu?Reiner se encogi de hombros.--Detesto hacer acusaciones de nepotismo contra un nombre

    tan augusto como el del seor Boecher, pero parece que su hijo y elcrculo de su hijo se llevaron la parte del len de los honores yascensos. Y cuando fui lo bastante estpido para presentar unaqueja, la cosa no hizo ms que empeorar. --Abri las manos ante

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    s--. Los Meyerling somos una pequea familia rural. No tenemosinfluencia en la corte, ni dinero suficiente para comprar lo que nopuede obtenerse de modo honorable, as que cuando me di cuentade que no ascendera mientras continuara a las rdenes de Boecher,

    me licenci.Bohm neg con la cabeza.--No creerais con cunta frecuencia oigo esa misma historia.

    Hombres buenos a los que se deja de lado para favorecer a otrosmalos. Bueno, habis acudido al lugar adecuado. El generalGutzmann conoce muy bien los peligros de la poltica y los tratos defavor, y ha jurado que el mrito ser el nico camino para ascenderdentro de su ejrcito. Recibimos con los brazos abiertos a todos losque se han sentido menospreciados en otros regimientos ycompaas. Somos el hogar de los desposedos.

    --Por eso os he buscado --asinti Reiner--. Se habla por todoel Imperio de la justicia del general Gutzmann.

    Bohm sonri.--Es gratificante saberlo.Gir el pequeo libro y lo situ delante de Reiner.--Si tenis la amabilidad de escribir en esta lnea vuestro

    nombre y rango, y juris servir al general Gutzmann, a Sigmar y al

    Imperio lo mejor que podis hasta la muerte, entraris a formar partedel ejrcito de Gutzmann con vuestro rango, privilegios y paga.

    --Excelente. --Reiner levant la mano derecha e hizo eljuramento mientras sonrea para s al reparar en que el generalGutzmann preceda a Sigmar y al Imperio.

    Despus de que firmara el libro, el joven cabo le estrech lamano, sonriente.

    --Bienvenido al mejor ejrcito del Imperio, cabo Meyerling. Es

    un placer teneros con nosotros. Saldremos maana por la maanadesde la puerta sur. Debis estar all al amanecer.Reiner salud.--Es un placer encontrar un hogar, cabo. All estar sin falta.Cuando sala, Reiner se dio de bruces con Karel, que a su vez

    entraba. El atontado muchacho le sonri y estuvo a punto de hablar,pero Reiner le pate una espinilla y el joven grit de dolor. Un espa

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    nato, pens Reiner.`

    * * *

    `

    A la maana siguiente, miserablemente encorvado sobre ellomo del caballo, Reiner recorri las serpenteantes callesadoquinadas hasta la puerta sur de Averheim, con Franka junto a l.La hmeda bruma previa al amanecer haca que parecieran enormeslos entrevistos monstruos de ladrillo y casas de viviendas hechas demadera cuyos pisos superiores se inclinaban sobre las calles. Labruma del exterior era un reflejo de la bruma del interior de Reiner.Haba esperado que, dado que l y Franka se haban separado delos dems, podran por fin tener una habitacin para ellos solos, perono haban encontrado habitaciones vacantes y eso lo enloqueca.Con todos los reclutas que haba en la ciudad, y al ser da demercado, Averheim estaba abarrotada. A pesar de todos los marcosde Manfred, Reiner y Franka haban tenido que conformarse concompartir una habitacin con cuatro espadachines de Talabheim quepasaron la noche cantando marchas militares. Reiner haba ahogadola frustracin en demasiadas jarras de vino, y ahora tena la cabezaespesa como las gachas del ejrcito y le lata de dolor.

    No era el nico. El bono de reclutamiento de Gutzmann estababien calculado; bastaba para emborracharse pero no era suficientepara despertar la tentacin de abandonar la ciudad. As pues, loshombres que formaron ante la alta puerta blanca bajo los estandartesde Gutzmann y entre carretas de provisiones cargadas de sacos detrigo, barriles de carne curada, manzanas, aceite de cocina, sacos deavena y balas de heno, constituan un lamentable grupo silenciosode reclutas que se agarraban la cabeza y vomitaban detrs de

    barriles de agua de lluvia. Los sargentos, tan amistosos y alegres latarde anterior, mostraban ahora otra cara; sacaban a los reclutasapenas conscientes de casas de huspedes baratas y tabernas y losempujaban y pateaban para que formaran. Otros soldados conducana reacios grupos de hombres que, tras haber cambiado de opininrespecto a enrolarse, haban intentado escabullirse a travs de otraspuertas pero no haban sido lo bastante listos para quitarse la

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    insignia azul y blanca de la gorra.Cuando atravesaban la concurrida plaza, Reiner vio a algunos

    de los otros Corazones Negros. Giano le dedic un guio y Abelmovi apenas la cabeza. Pavel y Hals se aferraban a las picas como

    si fueran lo nico que los mantuviera de pie. Hals tena un ojoamoratado.

    En la vanguardia de la formacin, Reiner se reuni conMatthais, Karel y los dems suboficiales.

    --Buenos das, Meyerling! --lo salud Matthais alegremente.--Lo nico que tiene de bueno --respondi Reiner mientras se

    frotaba las sienes--, es que acabar en algn momento.--Os sents indispuesto, seor? --pregunt Karel, preocupado.Reiner le dedic una mirada feroz.--Reiner Meyerling --dijo Matthais--, os presento al capitn

    Karel Ziegler, de Altdorf.--Es un placer conoceros por primera vez, seor--canturre

    Karel.Reiner cerr los ojos con desespero.Pasado un cuarto de hora durante el cual Reiner permaneci

    con los ojos fijos en la nada, los sargentos lograron por fin que lascarretas de provisiones y los nuevos reclutas formaran ms o menos

    en orden de marcha.--Adelante! --bram Matthais junto al odo de Reiner, y la

    columna sali a trompicones por la puerta a la niebla exterior. Reinerdese estar muerto.

    `

    * * *

    `

    Reiner se recuper considerablemente despus de la primera

    parada que hicieron para comer. Tanto si era cierta como si no laafirmacin de Matthais respecto a que el ejrcito de Gutzmann era elmejor del Imperio, lo cierto es que el general se ocupaba bien de sushombres por lo que al rancho respectaba. Reiner no saba qu lesestaban dando de comer a los soldados de infantera, pero Franka lesirvi jamn fro, queso y pan negro con mantequilla, adems decerveza para remojarlo, todo de mejor calidad que lo que haba

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    comido y bebido en otros regimientos. La belleza del da tambintena efectos curativos. Cabalgaron por onduladas tierras de cultivocon el zumbido de los insectos en torno y el trigo joven agitado por labrisa. En lo alto se extenda un cielo azul por el que navegaban

    blancas nubes algodonosas.Cuando por fin se sinti lo bastante humano para hablar con

    frases completas, Reiner hizo avanzar el caballo hasta la vanguardiade la columna, donde Matthais les cantaba las alabanzas deGutzmann a los nuevos suboficiales con el fervor de un fantico.

    --El Imperio an no lo ha aprovechado en todo su potencial--deca Matthais--, pero podis tener la seguridad de que el generalGutzmann es el mejor de los comandantes en el campo de batalla.Sus victorias sobre los orcos de Ostermark y sobre el condeDurthwald de Sylvania son tenidas como modelos de estrategia entrelas rdenes de caballera, y la toma de la fortaleza de Maasenberg,en las Montaas Grises, llevada a cabo por l cuando el traidorBrighalter se rebel, nunca ha sido igualada en rapidez e inteligencia.

    --En efecto --coment Karel--. Yo mismo la he estudiado. Elmodo en que hizo salir al descubierto a Brighalter fue magistral.

    Matthais sonri.--Consecuentemente, se ha ganado la imperecedera lealtad de

    sus hombres, porque su brillante inteligencia hace que las bajas seanmnimas. Nadie muere innecesariamente en las batallas del generalGutzmann, y los hombres lo adoran por eso. Adems, compartemagnnimamente el botn. Sus hombres estn mejor pagados ycuidados que cualesquiera otros del Imperio.

    --Hay algo en lo que no destaque ese hombre? --preguntReiner secamente mientras le daba un manotazo a un mosquito quetena en la mueca.

    Matthais no percibi la irona.--Bueno, el general no es bueno con el arco ni la pistola, pero

    con la espada y la lanza es prcticamente invencible. Sus proezas devalor marcial dentro y fuera del campo de batalla son legendarias.Derrot al jefe orco Gorslag en combate singular, y encabez lacarga que desbarat el frente de Stossen en Zhufbar.

    Reiner gimi para s. Y se era el hombre que tendra que

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    matar si se demostraba que tena intencin de traicionar al Imperio?Para detener la marea de elogios, decidi cambiar de tema.

    --Y cules sern nuestros cometidos cuando lleguemos?Cul es la situacin en el paso?

    Matthais bebi un sorbo del pellejo de agua.--Me temo que de momento hay pocas oportunidades para

    alcanzar la gloria, aunque eso podra cambiar. Un pequeo paso notiene la misma importancia estratgica que el paso del Fuego Negro.Es mucho ms pequeo y permanece cerrado durante la mayor partedel ao por la nieve y el hielo. Y de las tierras yermas del otro lado loprotege el pequeo principado de Aulschweig, que ha sido un buenvecino del Imperio durante quinientos aos y queda completamenteencerrado dentro de un valle. Tambin protegemos la mina de oroque est situada en el extremo norte del paso.

    --Hay oro en la mina? --pregunt Reiner, que se fingisorprendido.

    Matthais frunci los labios.--Eh... s. La mina es una importante fuente de ingresos para el

    tesoro del Imperio.Reiner se ech a rer.--Y el fondo de jubilacin de los oficiales, sin duda!

    --Seor--dijo Matthais, ahora rgido--. Nosotros no bromeamos

    con ese tipo de cosas. El oro pertenece a Karl-Franz.Reiner se puso serio. El muchacho estaba fingiendo o lo

    deca de verdad?--No, no, por supuesto que no. Os pido disculpas. Ha sido una

    broma de mal gusto. Pero si es lo nico que tenemos que hacer,parece un poco aburrido. Cuando me enrol, me prometisteis quepodra darles algn uso a mis pistolas.

    --

    Y as ser--

    asinti Matthais, cuyo rostro se anim--

    ,perderis los callos de jinete bajo el mando del general Gutzmann,no temis. En las montaas hay bandidos que perseguir, caravanascomerciales que escoltar hasta el otro lado de la frontera, y disputasentre los gobernantes de Aulschweig que deben vigilarse. Y--sonri--, cuando no queda nada ms que hacer, hay juegos.

    Reiner alz una ceja.

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    --Juegos?`

    `

    `

    ``

    _____ 4 _____Siempre es el general

    `

    Cuatro das ms tarde, cuando por fin llegaron al paso delfuerte, Reiner supo a qu se refera Matthais al hablar de juegos.

    El viaje haba transcurrido sin novedad, un lento trayectoaburrido hacia el sur desde Averheim, a travs de tierras de cultivo ypasturas que durante todo el recorrido tenan como teln de fondolas Montaas Negras que se alzaban como una hilera de dientescariados. A la tercera jornada, justo despus de medioda, llegaron alas estribaciones y sintieron las primeras brisas glidas quedescendan desde las alturas. Al anochecer, cuando se detuvieronpara acampar en un espeso bosque de pinos, el verano habaquedado completamente atrs y Reiner sac del equipaje la capa yse la ech sobre los hombros.

    --Por qu Manfred no poda enviarnos a algn sitio clido?

    --le murmur a Franka cuando, aquella noche, ambos estabantumbados dentro de la tienda--. Primero, las Montaas Centrales.

    Ahora, las Negras. Acaso en las llanuras no hay problemas?Al da siguiente an hizo ms fro a medida que la larga

    columna de reclutas se adentraba en la cadena montaosa por eltortuoso sendero. Al menos el cielo continuaba azul y el sol loscalentaba cuando no marchaban a la sombra de algn desfiladero.

    Aquella tarde, el sendero descendi hasta un pequeo valledespejado y se ensanch para transformarse en un camino biencuidado. Algunos feudos pobres aparecan a derecha e izquierda,donde reses esquelticas se alimentaban de hierba raqutica. Al finaldel valle la columna atraves el pueblo minero de Brunn que, aunquepequeo, era capaz de sustentar un gran burdel llamativamentepintado. Reiner sonri para s. Eso, por s solo, demostraba que

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    haba una guarnicin en las proximidades.En el camino al otro lado del pueblo comenzaron a encontrarse

    con grupos de hombres que llevaban picos al hombro. Los que sedirigan al sur iban silbando y charlando. Los que se encaminaban al

    norte estaban cubiertos de suciedad y caminaban penosamente ensilencio. Por todo ello, Reiner no se sorprendi cuando, pocodespus, Matthais seal un sendero que se bifurcaba del caminoprincipal, muy desgastado por ruedas de carros, y dijo que era elcamino que llegaba hasta la mina de oro.

    Menos de un kilmetro y medio despus, las empinadasladeras de la hondonada, cubiertas de espeso bosque, se separaronpara dejar lentamente a la vista el lugar de destino de la columna. Alaproximarse a l desde el norte, el fuerte tena un aspecto extraoporque estaba fortificado por un solo frente. Por el lado del Imperiono haba casi defensas, salvo una muralla baja y una ancha puertaallende la cual se alzaban barracas, establos y almacenes, con unaimponente roqueta situada a la derecha, donde Matthais dijo que sealojaban los oficiales superiores. Al otro lado estaban las enormesfortificaciones del sur: una gruesa muralla de piedra gris casi tan altacomo la roqueta, que abarcaba todo el ancho del paso. La partesuperior estaba cubierta de almenas con troneras para los arqueros y

    canales para el aceite hirviendo. Unas catapultas anchas y bajas,todas dirigidas hacia el sur, descansaban sobre cuatro torrescuadradas. En el centro haba un ancho tnel que atravesaba elgrueso de la muralla, con macizas puertas de madera provistas debandas de hierro y un rastrillo de acero en cada extremo.

    Al aproximarse ms, los nuevos reclutas se sobresaltaron al oruna tremenda aclamacin que resonaba en el paso. Los ojos deReiner se vieron atrados hacia la amplia zona cubierta de hierba del

    fuerte que abarcaba todo el paso por el lado delI

    mperio. A laderecha haba ordenadas hileras de tiendas de infantera, muchasms de las que eran necesarias para albergar a la guarnicinoriginal. La parte izquierda del terreno estaba dedicada a loscaballos, con una zona vallada para que pastaran en libertad, uncrculo para entrenamiento y una palestra, con calles para las justasy muecos de paja con los que practicar la carga con lanza. Era de

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    all de donde proceda la aclamacin.Reiner y los otros nuevos suboficiales dirigieron miradas

    interrogativas a Matthais.l sonri.

    --Los juegos. Queris verlos?

    --Desde luego --respondi Karel.As pues, mientras los veteranos conducan a los soldados de

    infantera hasta sus nuevos alojamientos y les aseguraban quedentro de poco les daran de comer y les entregaran los pertrechosnuevos, Matthais condujo a los recin incorporados sargentos ycabos hacia una gran multitud de soldados de todos los cuerpos querodeaban la liza, silbaban y gritaban.

    A un lado haba una tribuna con palio hacia la cual sedirigieron, y entregaron los caballos a unos escuderos antes de subira la plataforma de madera. Un puado de hombres ocupaban loslargos bancos --capitanes de infantera, por el uniforme--, pero adiferencia de los reclutas que observaban con tanta avidez bajo elsol, los oficiales hablaban entre s en voz baja sin apenas mirar a lapalestra.

    --Os saludo, seores --dijo Matthais, y les hizo unareverencia--. Regreso con sangre nueva.

    Los oficiales se volvieron a mirarlo y asintieron con la cabeza,pero no hubo alegres exclamaciones de bienvenida.

    --Alguno para nosotros? --pregunt uno de ellos.--S, capitn. --Matthais seal a tres de los nuevos--. Dos

    sargentos de piqueros y un sargento de artillera.--Y diez cabos de lanceros --coment otro capitn con tono

    seco.Matthais sonri con humildad a los nuevos y les indic que

    deban sentarse en el primer banco.Una vez acomodados, Reiner se volvi a mirar hacia la liza ydescubri que el juego de Matthais era el de la estaca, una viejaprctica de entrenamiento en que los jinetes se turnaban paraintentar recoger del suelo una estaca de tienda pintada de coloresbrillantes con la punta de la lanza al pasar a galope tendido. Setrataba de algo difcil porque las estacas eran cortas y finas como

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    palos de escoba; adems, resultaba ms peligroso de lo que parecaen un principio, porque si uno bajaba la lanza ms de lo necesario,poda clavrsele en el suelo y catapultarlo fuera de la silla de montar.

    Esto sucedi en el preciso momento en que Reiner lo pensaba.

    Un caballero sali volando por el aire y cay en medio de una nubede polvo sobre la tierra compactada. La multitud de soldados estallen aclamaciones y chanzas, y el caballero se puso rgidamente depie, salud a los soldados y condujo su caballo fuera del campo.

    Reiner frunci el entrecejo, desconcertado, porque el hombreno era un lancero joven sino un caballero endurecido de medianaedad que ya haca mucho que haba dejado atrs la poca deentrenamiento. Mir a los otros hombres que haba en el campo.Haba muchos jvenes entre ellos, pero una cantidad similarparecan ser oficiales superiores.

    Reiner se volvi a mirar a Matthais.--Quines son los participantes en este juego?--Pues todos los mandos de tropa de cabo para arriba. El

    general insiste en que todos los hombres estn en forma para luchar.--Se sent junto a Reiner--. Corremos en rondas de cinco estacascada una, y los que consiguen la puntuacin ms baja quedaneliminados para la vuelta siguiente. Cualquier hombre desarzonado

    tambin queda fuera. Competimos hasta que slo queda uno. --Seech a rer--. Y siempre es el general.

    Reiner estuvo a punto de atragantarse.--El general tambin participa? --Entrecerr los ojos para

    mirar hacia el campo porque el sol que descenda por el cielo lodeslumbraba.

    Matthais seal con un dedo.--El de las mangas azul oscuro. Lo veis? El de pelo muy

    corto y peto abollado?Reiner se qued mirndolo fijamente. El hombre que habasealado Matthais no poda ser el general. Apenas pareca mayorque Reiner, un apuesto caballero risueo que llevaba una armadurasencilla, daba palmadas en la espalda de los que haban recogido laestaca y bromeaba con los que haban perdido. Capitn o coronel?,sin duda. Pero general? Careca de la solemnidad necesaria.

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    Se colocaron nuevas estacas y se oy el toque de salida.Gutzmann y otro caballero ocuparon sus sitios en las calles. Unsoldado baj la bandera y ambos espolearon a los caballos para quese lanzaran al galope y bajaron las lanzas al mismo tiempo. Cuando

    llegaron al final de la calle se oy un golpe y Gutzmann alz en altola lanza en cuya punta haba clavada una estaca pintada de rojobrillante, mientras que el otro hombre la alz sin nada. La multitud desoldados lanz un clamor atronador. Resultaba obvio quin era elfavorito. Reiner decidi que aquel tipo era un general, despus detodo, y al que vala la pena tener en cuenta. Aquellos muchachos loseguiran al interior de las fauces del Caos sin vacilar. Pobre delestpido que lo matara y permitiera que los soldados lo descubrieran.Reiner se estremeci y dese fervientemente que no fueseGutzmann el que estaba robando el oro.

    Cuando Gutzmann gir en redondo para regresar al principiode la calle, vio a los hombres nuevos que estaban en el palco y trothacia ellos. Los oficiales de infantera guardaron silencio alaproximarse el general y lo observaron.

    --Bien hallado, cabo Bohm --dijo al tiempo que frenaba alcaballo--. As que stos son nuestros nuevos compaeros?

    Matthais le hizo una reverencia.

    --S, mi seor. Y son todos prometedores, preparados para

    cualquier cosa.--Excelente --dijo Gutzmann. Desde el lomo del caballo salud

    a los nuevos reclutas, con ojos alegres--. Bienvenidos, caballeros.Nos alegramos de teneros aqu.

    Al tenerlo cerca, Reiner vio mejor la edad que tena el general.Aunque estaba tan en forma como un hombre de la mitad de susaos, con la piel tensa como la de un tambor sobre los marcados

    msculos, tena profundas arrugas en torno a los ojos gris plido ehilos de plata en la bien recortada barba y las sienes.Un caballero lo llam desde la liza y l gir la cabeza, pero

    luego volvi a mirarlos.--Si alguno de vosotros, muchachos, quiere probar su suerte,

    ser ms que bienvenido. Hace poco que hemos comenzado.Matthais ri y levant una mano.

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    --Mi seor, hemos estado cabalgando desde antes delamanecer. Creo que los caballeros estn ms interesados endescansar y tomar una comida caliente que en recoger la estaca.

    --Por supuesto --dijo Gutzmann--. He sido un necio por

    preguntarlo siquiera.--No, no --protest Karel--. A m, por ejemplo, me encantara

    participar.Reiner y los otros nuevos miembros de la caballera lanzaron al

    muchacho miradas asesinas. Si no hubiese dicho nada, no habrahabido vergenza ninguna en dejar que la excusa presentada porMatthais hablara por ellos, pero ahora que uno se haba ofrecido aparticipar, los otros pareceran dbiles si declinaban la invitacin.

    --Y yo --dijo Reiner con los dientes apretados.Los otros tambin siguieron su ejemplo, y les trajeron caballos

    frescos y lanzas. Cuando Reiner trotaba hacia las calles de justa, sedio cuenta de que aquello se haba convertido en una prueba. Tantosi Gutzmann y Matthais lo haban preparado con antelacin como sino, ellos y los otros mandos estaran observando a los nuevos para

    juzgar su destreza marcial, por supuesto, pero lo ms importante,segn pensaba Reiner, para ver cun dispuestos estaban, cuntoentusiasmo y energa podan reunir ante un desafo inesperado e

    indeseado. Para ver lo bien que jugaban.Se trataba de un juego que Reiner necesitaba ganar. Si

    deseaba enterarse de las intrigas del fuerte tendra que formar partedel crculo ms ntimo, y con una guarnicin tan aficionada a las

    justas, ganar pareca el mejor modo de conseguirlo. Por fortuna,aunque Reiner era slo un espadachn correcto, cabalgar siempre sele haba dado bien de modo natural y haba sido an ms diestro conla lanza que con la espada. nicamente su constitucin menuda le

    haba impedido convertirse en lancero en lugar de ser pistolero.Esperaba superar al menos a Karel. El muchacho necesitaba unaleccin.

    Mientras el general asignaba calles a los recin llegados, losoficiales de Gutzmann los observaban. Eran hombresimpresionantes, todos altos y anchos de hombros, con rostrosorgullosos y porte regio. Aunque Reiner era de la misma edad que

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    muchos de ellos, se senta como un jovencito a su lado. Y aunqueles dieron la bienvenida con cordialidad, la expresin de sus rostrosera reservada.

    Reiner err a la primera estaca, cosa que no era de sorprender

    puesto que ni el caballo ni la lanza eran suyos y desconoca elterreno, pero acert la segunda y el impacto le produjo unaplacentera sacudida en el brazo y el hombro. Luego, tras errar en lascarreras tercera y cuarta, clav la quinta en el mismsimo centro.Resultaba satisfactorio ver cmo las antiguas habilidades volvan amanifestarse. No se haba entrenado con la lanza desde antes de laguerra, pero lo que la mente haba olvidado lo recordaba el cuerpo, yal cabo de poco ya cabalgaba como le haba enseado el viejomaestro Hoffstetter: se alzaba de la silla de montar antes del impactoy haca que la lanza se deslizara sobre el suelo a la altura adecuadade modo que, en lugar de clavarla con desesperacin en el ltimosegundo, la guiaba con facilidad hasta la posicin correcta.

    Muchos de los nuevos oficiales recogieron una sola estaca, yalgunos erraron todos los intentos. As pues, Reiner y Karel, con doscada uno, entraron en la segunda ronda con varios de los otros. Sinembargo, tendran que mejorar si queran permanecer dentro del

    juego durante mucho rato. Los caballeros de Gutzmann cogan tres o

    cuatro estacas. Gutzmann recoga las cinco.Despus de otras tres carreras, Reiner y Karel eran los nicos

    que quedaban de los recin llegados. Y tras dos ms, Karel tambinfue eliminado cuando recogi del suelo una estaca que lo habrahecho empatar con Reiner pero no logr que permaneciera clavadaen la punta de la lanza.

    Gutzmann le dedic a Reiner un asentimiento de aprobacin alcomienzo de la siguiente ronda, y los dems oficiales comenzaron a

    fijarse en l con ojos calculadores. Un caballero corpulento como unoso, con negra barba erizada, se detuvo a su lado. Reiner habareparado antes en l. Era un tipo cordial y vocinglero, con una risaatronadora y un constante torrente de bromas, el tipo de hombre quehabra hecho que Reiner se marchara de una taberna para evitarlo.

    --Lo hacis bien, seor--dijo el caballero al tiempo que letenda una mano de dedos gruesos--. Capitn de lanceros Halmer,

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    tercera compaa.Reiner reconoci el nombre.--Es un placer, seor. Sois el capitn de la compaa de

    Matthais. Me ha hablado muy bien de vos. --Reiner estrech la mano

    del hombre e hizo una mueca cuando el otro se la apret con fuerzademoledora--. Meyer... ling. Pistolero.

    --Bienvenido, cabo. No es frecuente que alguien nuevo lleguetan lejos en este juego. Suerte.

    --Lo mismo digo.Habr que vigilar a se, pens Reiner, mientras mova la

    mano para librarse del dolor.Reiner permaneci en el torneo durante dos rondas ms, al

    recoger tres estacas por vez mientras otros obtenan dos o menos.Pero en la ronda siguiente ensart una sola estaca en las primerascuatro carreras. Mientras observaba a los caballeros que hacan lacuarta carrera y lograban tres o cuatro aciertos, supo que seraeliminado. Halmer slo tena dos, pero an no haba recogido menosde tres y siempre pareca lograrlo en el ltimo momento.

    Pero esta vez no fue as. En la quinta carrera, el caballo deHalmer tropez ligeramente y la punta de la lanza se desvi. Slohaba recogido dos estacas. A Reiner le lata con fuerza el corazn.

    Ahora le tocaba el turno a l. Si ensartaba la ltima estaca que lequedaba, dejara a Halmer en ltimo lugar y ambos seran eliminados--una venganza mezquina por el apretn de manos de Halmer--,pero Reiner nunca haba afirmado estar por encima de lasvenganzas mezquinas. Sinti los ojos del capitn de lanceros sobrel al dar media vuelta para regresar al principio de la calle. Conocala situacin tan bien como Reiner y su enojo era palpable.

    Reiner apenas logr reprimir una sonrisa. De repente, supo

    que poda recoger la estaca. Nunca se haba sentido tan vivo ydueo de sus capacidades como en ese momento. Entonces secontuvo. Le haban ordenado que se escabullera dentro del fuerte yaveriguara los secretos que all haba. Ganarse enemigos entre losoficiales no sera bueno para ese propsito. Tendra que fallar y dejarque Halmer ganara. La tentacin de hacer la ltima carrera con lalanza en posicin de desfile tambin tuvo que ser reprimida. Halmer

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    no quedara encantado con l por dejarlo ganar, y Gutzmanntampoco. El general no era el tipo de hombre que tolerara que unsoldado no intentara hacer lo mejor que pudiera. As pues, Reinertena que hacer que pareciese un fallo autntico.

    Cuando el soldado baj la bandera, Reiner espole al caballo ybaj la lanza, que susurr entre las escasas hierbas de la pista comoun tiburn a travs de un mar somero dirigida hacia la estaca. Sabaque acertara. Saba que poda ensartar la estaca justo en el centro.Necesit hasta la ltima pizca de control de s mismo para desviar lalanza un poco hacia el interior, y de todos modos estuvo a punto depinchar la estaca, que salt del suelo al recibir el golpe justo en elborde.

    Reiner fren al caballo mientras rea y maldeca, y luegoregres con tristeza al principio de la pista.

    --La tena, mi seor--dijo--. La tena de verdad. Fue el alientode mi caballo lo que la desvi a un lado.

    Gutzmann y los caballeros se echaron a rer y Halmer se uni aellos, pero Reiner sinti que el capitn lo observaba con ojos fros ysuspicaces cuando entreg la lanza y sali del campo.

    Franka lanz una mirada feroz hacia la liza cuando cogi lasriendas que l le entregaba y lo ayud a desmontar.

    --Ojal lo hubieses derrotado. Matn jactancioso.

    --Ojal hubiese podido permitirme ese placer.Franka lo mir con los ojos muy abiertos.--Lo dejaste ganar?--Dej ganar a Manfred --replic Reiner con acritud--. Incluso

    desde Altdorf me hace bailar al son de su msica.`

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    _____ 5 _____Paradigmas de virtud marcial

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    Despus de que Gutzmann ganara entre las aclamaciones de

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    los soldados, los oficiales se retiraron a la roqueta del fuerte paracenar en el gran comedor. Los sargentos y cabos recin llegadosfueron invitados a comer con sus nuevos camaradas, y Reiner,puesto que haba aguantado ms tiempo que los otros en el juego,

    fue escogido por Gutzmann para que se sentara con l y los oficialessuperiores en torno a una mesa situada sobre una plataforma quehaba en un extremo del comedor. La mesa era larga pero, a pesarde eso, apenas si bastaba para dar cabida a todos los oficialespresentes. Daba la impresin de que Gutzmann casi haba dobladola guarnicin original de hombres, muchos ms de los que erannecesarios para guardar el paso. Tanto los capitanes de caballeracomo los de infantera se encontraban entre ellos, pero Reiner reparen que los de caballera ocupaban los asientos centrales, ms cercade Gutzmann, mientras que los de infantera quedaban relegados alos extremos.

    El general dej sitio para Reiner junto a l, a su izquierda, ypara ello oblig a desplazarse a un caballero de pelo gris y barbacuadrada.

    --Cabo Reiner--dijo mientras ste encajaba la silla en el sitio ytrataba de mantener los codos pegados al cuerpo--. Permitidmepresentaros al comandante Volk Shaeder, mi mano derecha.

    El venerable caballero inclin la cabeza.--Bienvenido, cabo. Habis aguantado nueve rondas, segn

    me han dicho. Todo un logro. --Tena la voz suave y grave de unerudito y llevaba un asctico ropn gris sobre el uniforme, pero eratan alto y ancho como el resto. Un martillo sigmarita de plata pendade su cuello mediante una cadena. A Reiner le pareci que pesabatanto como un ancla.

    --Yo estara perdido sin Volk --dijo Gutzmann--. Se ocupa de

    los asuntos cotidianos del fuerte, y me deja en libertad para jugar asoldados. --Sonri--. Tambin es nuestro gua espiritual y nosmantiene siempre dirigidos hacia Sigmar.

    Shaeder volvi a inclinar la cabeza.--Hago, humildemente, todo lo que puedo, general.--A la izquierda de Volk --continu Gutzmann--, est el coronel

    de caballera Halkrug Oppenhauer, o Hallie, como lo llamamos

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    nosotros, Caballero Templario de la Orden de la Rosa Negra.Un gigante calvo de rostro arrebolado le dedic a Reiner un

    saludo cordial y una ancha sonrisa entre las largas barbas doradas altiempo que los azules ojos destellaban. Reiner recordaba que haba

    sido uno de los ltimos eliminados de los juegos. Era un jineteasombrosamente gil para el tamao que tena.

    --Un buen espectculo el de hoy, pistolero --dijo--. Es unaverdadera lstima que no tengis el peso necesario para ser lancero.

    Reiner le devolvi el saludo.--Maldigo mi suerte cada da, coronel.--Y a mi derecha --prosigui Gutzmann--, se encuentra el

    coronel de infantera Ernst Nuemark, campen de los Espadones deCarrolsburgo y hroe del asedio de Venner.

    Un hombre bronceado y completamente afeitado, con elcabello corto tan rubio que pareca blanco, se inclin hacia adelantey le hizo un solemne gesto de asentimiento a Reiner.

    --Es un placer conoceros, pistolero --dijo, aunque no parecamuy complacido.

    --El placer es mo, coronel --respondi Reiner formalmente.Era la primera vez que vea al coronel Nuemark, ya que no habaasistido a los juegos.

    --Y dnde est Vortmunder?