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  • Yoquisieraestarentrevacíastinieblas,p

    orqueelmundolastimacruelmentemis

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    Ramos Sucre y la Angustia del Yo En la búsqueda del fantástico asilo

    E. J. Ríos

  • Ramos Sucre y la Angustia del Yo En la Búsqueda del Maravilloso y Fantástico Asilo

  • E. J. Ríos Ramos Sucre y la Angustia del Yo

    En la Búsqueda del Maravilloso y Fantástico Asilo

    Annus Domini

    MMVII

  • Introducción

    La obra de Ramos Sucre se inscribe en un lineamiento del acervo cultural que propició el

    romanticismo y las diversas ramificaciones que tomó el modernismo, además de esto hay

    que considerar su concreción ecléctica que gracias a su potentado intelectual y vasta

    erudición le imprimió un sello personalísimo a su poética. Sin embargo, rastreando las

    prescripciones y preceptos de los movimientos e ideologías que marcaron pauta en su

    desarrollo poético, podemos observar los rasgos más estentóreos de éstos en la dinámica de

    la prosa poética de Ramos Sucre.

    Por tanto, en el presente trabajo nos damos la incauta tarea de perseguir cuales son dichos

    lineamientos en los que se encausa su trabajo, y en la manera de lo posible, ver el correlato

    existente entre ambos. Así pues, ya que se hace un análisis de las filosofías e ideologías que

    sustentan el trabajo de nuestro autor, consecuentemente nos hemos detenido en el aspecto

    de su contenido al cual le hemos dado mayor relevancia. No obstante, comprendiendo que

    dicho contenido se encuentra enmarcado, por así decirlo, dentro de la forma, o sea, viendo

    que los recursos literarios y poéticos utilizados por Ramos Sucre sirven de estratagema o

    incluso de base para su creación, hemos convenido en analizar la forma, siempre

    persiguiendo ese sentido, para desentrañar en qué medida estos recursos ayudaban a la

    tensión y psicología subyacente en los escritos de nuestro autor.

    Uno de los preceptos, a nuestro modo de ver, que sustentan el trabajo de Ramos Sucre es el

    carácter idealista y existencialista de su obra, pues, ambas doctrinas subrayan, aunque de

    un modo distinto, la reflexión en el «Ser», y es precisamente al «Ser» que va dirigida la

    obra de este hombre que busca inagotablemente su trascendencia, y es por ello que se

    vincula a estas ideologías, pues, en un caso porque su anhelo de superación espiritual le

    lleva, inexorablemente, a la búsqueda de la esencia de su Ser (premisa del existencialismo)

    que en su creación poética se prefigura como un Yo que asume identidades diversas que se

    manifiestan en un mundo totalmente propio, un mundo ideal codificado por los símbolos de

    los arraigos más profundos de su Yo que a su vez se manifiesta como una idea acercándolo

    2

  • así al Idealismo; estos preceptos y fundamentos, Ramos Sucre los abriga con el manto de

    su magia literaria, de su quehacer poético; siempre con la mirada puesta en aras a la

    superación de la conciencia, de la evolución espiritual, de la trascendencia donde la poesía

    es ese bastión que lo ampara y donde puede expresar su anhelo y frustración que implica su

    condición humana.

    Siendo de este modo, hemos partido desde una sentencia de Sören Kierkergaard a la

    interpretación de dos poemas ubicando los elementos transcendentales que en ellos

    subyacen, determinando luego o dando respuesta a la propuesta planteada, colocando como

    en una balanza la actitud de ese Yo lírico ante el objetivo que persigue y que nos deslumbra

    o entenebrece entretejido con ese halo misterioso, donde el dolor y el padecimiento

    existencial son el medio catártico para arribar a la luz ansiada por el espíritu en una

    reminiscencia intuitiva. Así pues, se nos devela el Yo en su agonía, en su angustia y

    desesperación por la liberación del Ser de este atribulado poeta.

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  • Apuntes Biográficos

    Considerado como uno de los más excelsos poetas venezolanos, nace en Cumaná el 9 de

    junio de 1890 y muere en Ginebra el 13 de junio de 1930. Hijo de Don Jerónimo Ramos

    Martínez y Doña Rita Sucre Mora, sobrina nieta del Gran Mariscal de Ayacucho, aprende

    sus primeras letras en Cumaná. Más tarde en Carúpano, bajo la tutela del tío, Presbítero Dr.

    José Antonio Ramos Martínez, culto y políglota, se inicia en los estudios del latín. De

    regreso en Cumaná estudia en el Colegio Nacional de Don José Silverio González Varela

    donde se gradúa de bachiller, trasladándose luego a Caracas para iniciar en la Universidad

    Central sus estudios de Derecho y Literatura y continuar aprendiendo idiomas (griego

    antiguo y moderno, sánscrito).

    En el segundo año de su carrera de leyes, clausurada la Universidad, comienza Ramos

    Sucre a estudiar danés, idioma que domina en sólo cuatro meses; estudia también inglés,

    francés, alemán e italiano y las asignaturas correspondientes a los diversos años de la

    carrera, y es así como, en 1916, al establecerse los estudios libres, rinde en sólo tres meses

    los exámenes correspondientes a los cuatro años de derecho, alcanzando en 1917 el título

    de Doctor de Ciencias Políticas. Ya graduado, continúa con el estudio del sueco y del

    holandés (“estudiar para mi es un morbo”, diría en una ocasión a la madre) y trabaja como

    traductor e intérprete en la Cancillería, en la cual permanece hasta finales de 1929 cuando

    viaja a Europa, como Cónsul en Ginebra, donde muere en 1930. Simultáneamente Ramos

    Sucre desempeña las cátedras de Historia y Geografía Universales, Historia y Geografía de

    Venezuela y de latín y de griego, cátedras que gana brillantemente por concurso “no hay

    jurado para él”, comentan los opositores, muchos de los cuales se retiran al saberlo

    concursante). Sólo temporalmente ejerce la carrera de abogado cuando es nombrado juez

    accidental de primera instancia en lo civil. Jurisconsulto preclaro y literato de eximia

    erudición, más partidario de las normas morales que del concepto rígido del derecho,

    produce una sentencia memorable en el campo del Derecho Internacional Privado, al

    disolver el vínculo matrimonial de cónyuges extranjeros, apartándose de la clásica

    obediencia al estatuto personal. “El juez suscrito, sentenciará, no puede acatar el estatuto

    4

  • personal extranjero cuando impone sobre la persona humana el yugo de una situación

    insostenible...”

    La obra literaria de José Antonio Ramos Sucre está condensada en las siguientes

    publicaciones: Trizas de papel en 1921; Sobre las huellas de Humboldt, en 1923; La torre

    de Timón, en 1925; Las formas del fuego y El cielo de esmalte, en 1929.

    En 1956 el Ministerio de Educación edita sus obras en la colección Biblioteca Popular

    Venezolana, pero será hacia los años sesenta cuando llegue el reconocimiento y las nuevas

    generaciones lo convirtieran en una de sus referencias más válidas. Para Juan Liscano,

    Ramos Sucre “es un refinado, un aristócrata del lenguaje, un hombre nutrido de una cultura

    clásica y romántica cuya escritura asume en tono trascendente y suscita sentimientos nobles

    de desespero, soledad y elevación”. Para Francisco Pérez Perdomo “es el más admirado

    por las últimas promociones poéticas del país, es el poeta del dolor, un poeta que siente una

    hipnótica fascinación por lo oscuro y los abismos, un poeta alucinado que sufre en su

    soledad”. Ángel Rama considera que en el proceso fabulador de Ramos Sucre, “el hijo

    dilecto de los equívocos”, se establece una suerte de extraña corriente y reciprocidad entre

    lo real y lo imaginario... y su adjetivación es suntuosa, solemne y muy precisa dentro de la

    intemporalidad e impersonalidad buscadas en sus textos”.

    La obra de Ramos Sucre ha sido publicada por Monte Ávila Editores en 1969 y 1985; por

    la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela en 1979; por la Biblioteca

    Ayacucho en 1980. Pero será en 1988 cuando Ramos Sucre llegue finalmente a Madrid. En

    una edición a cargo de Katyna Henríquez Consalvi, con prólogo de Salvador Garmendia, la

    prestigiosa Editorial Siruela publica su obra bajo el título de Las formas del fuego, “una de

    las obras más interesantes que se pueden encontrar en las letras hispanoamericanas del

    siglo”, según comentario de José García Nieto de la Real Academia Española; en el

    suplemento de libros de El País, de Madrid, Almudena Guzmán crítica española, considera

    que Ramos Sucre es poseedor de “una prosa poética impecable, ejemplo de musicalidad y

    elegancia, llena de construcciones tan insólitamente bellas”... Después de la edición en

    España, donde impactó ese perfecto dominio del lenguaje y su mundo melancólico y

    desolado, su obra es traducida al portugués por el reconocido hispanista José Bento, y

    publicada en 1992 bajo el título As formas do fogo, con prólogo de Eugenio Montejo.

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  • En 1999, el Fondo de Cultura Económica de México publica el libro Obra Poética con

    prólogo de Guillermo Sucre y compilación de Katyna Henríquez Consalvi. La Colección

    Archivo de la UNESCO prepara actualmente la edición de su obra completa.

    En homenaje a su memoria la Universidad de Salamanca creó la cátedra de literatura

    venezolana José Antonio Ramos Sucre.

    Ramos Sucre, superficialmente juzgado por los críticos de su época, estaba consciente de la

    trascendencia de su obra poética, y el reconocimiento actual viene a confirmar la certeza de

    su pensamiento, cuando en carta a su hermano Lorenzo el 25 de octubre de 1929, afirma:

    “Creo en la potencia de mi facultad lírica. Sé muy bien que he creado una obra inmortal y

    que siquiera el triste consuelo de la gloria me recompensará de tantos dolores”. Y así,

    Ramos Sucre ya no podrá, como escribiera en su poema “El maldito”, escapar de los

    hombres hasta después de muerto.

    Isabel Cecilia Ramos González1

    1 Estos datos biográficos y sus diferentes ediciones fueron tomados a modo de suplemento informativo de “La Fundación José Antonio Ramos Sucre” http://www.fundacionramossucre.org/

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    http://www.fundacionramossucre.org/

  • Fuentes y Antecedentes Literarios

    Merced a este propósito se debe tomar en cuenta primero el vasto caudal de conocimientos

    que adquirió Ramos Sucre casi durante toda su vida, pues fue un investigador inagotable, y

    los comienzos de ese espíritu de investigación lo heredó, a muy temprana edad, de su tío:

    un clérigo que investía un puesto de vicario en Cumaná y quien le impartió al joven José

    Antonio clases de latín y lo adentró en todo el mundo de la tradición clásica, elementos que

    luego serían una constante en su obra, además el joven continuó por su propia cuenta el

    curso de una larga peregrinación por el mundo del saber, llegando a acumular una sabiduría

    extraordinaria. Así pues toda esa sabiduría que, llegaba incluso a ser abrumadora, se ve

    reflejada en sus escritos, los cuales eran cincelados y pulidos como por el más riguroso de

    los orfebres, de modo que se hallan referencias a todas las culturas humanas, cuestión que

    lo distingue como ese ciudadano del mundo tan en boga por sus contemporáneos y que

    sustentaba, de algún modo, el verdadero espíritu de pluralidad que se desarrolla en la

    persona de Ramos Sucre; hacemos énfasis en esto ya que algunos de sus críticos lo han

    señalado como un poeta aislado e indiferente al nacionalismo en cuanto a lo literario se

    refiere. Sin embargo, ambos señalamientos no son del todo ciertos, pues quizá pueda

    decirse que lo que diferenciaba a nuestro poeta con el resto de su generación, es decir,

    aquella caterva de poetas que nacieron a principio del siglo XX, es aquella manifiesta

    incompatibilidad entre su mundo y aquel que le tocó vivir.

    Pero de ninguna manera, puede considerársele un caso aislado y hasta “insólito” dentro de

    la producción poética nacional, puesto que las raíces poéticas de Ramos Sucre ciertamente

    provenían de un arraigo de nuestra poesía, y las secuelas expresivas de ésta, se puede

    incluso rastrear en su obra. Precisamente de esa incompatibilidad entre su realidad es de

    donde provienen las diferencias que puedan marcarse; así pues podríamos señalar o dividir

    a aquellos poetas de su grupo generacional de los cuales Ramos Sucre difiere y aquellos en

    que converge. Entre los primeros, sólo por nombrar algunos, encontramos a Andrés Eloy

    Blanco, Fernando Paz Castillo, Enrique Planchart, Enrique Soublette, Sergio Medina, José

    Tadeo Arreaza Calatrava y algunos otros que representan la palestra principal de aquella

    generación; y entre los segundos, Jacinto Gutiérrez Coll, Juan Miguel Alarcón, Luis

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  • Enrique Mármol y Cruz María Salmerón Acosta quienes asumen una voz poética que se

    acerca, por su contenido, a la de nuestro poeta. Además los poetas parnasianos inscritos en

    esa generación, fuera del sentido que adquirieron posteriormente éstos donde se les acusa

    de prestar más atención a la forma que al contenido, se asimilan mucho, precisamente en

    cuanto a contenido, a Ramos Sucre. Aunque bien es cierto que el estigma más marcado y de

    mayor protuberancia en su obra es todo lo adjunto al romanticismo y modernismo, hay que

    hacer la acotación que toma su asidero desde cualquier identidad que estas corrientes

    adquirieran, y no solamente de aquel talante europeo que se le adjudica, recuérdese que uno

    de los máximos exponentes del modernismo se dio en esta parte del mundo: Rubén Darío y

    aunado a él tantos cientos de poetas que siguieron estos mismos adoctrinamientos y

    escuelas generadas de aquellos movimientos, que incluso hoy en día, no pueden

    considerarse extintos ya que muchas voces poéticas actuales le deben muchísimo a estos

    propulsores de una nueva visión y lucha en los valores humanos que han tenido voz a través

    de la elevada sublimidad de las Musas inmortales.

    Por otro lado, en cuanto al otro señalamiento que se le hace a Ramos Sucre de ser

    indiferente al nacionalismo, además de estar muy alejado de la verdad, ciertamente no se le

    puede calificar menos que infundamentado, puesto que en toda su obra, aparte de lo que ya

    mencionamos acerca de la voz poética, siempre hay referentes inmediatos a su identidad

    nacionalista, sólo basta mencionar escritos tales como: Tiempos Heroicos, A Propósito de

    Boyacá, Alabanza a Bermúdez, Sobre las Huellas de Humboldt, Laude, Epicedio, etc. Para

    refutar tales acusaciones que no podrían imputarse a tan insigne venezolano como lo fue

    Ramos Sucre, quien en su adolorida correspondencia, aquejada por la inestabilidad de su

    salud, desde aquella vieja y culta Europa no dejaba de imprimir ese tilde nostálgico por su

    país.

    Una vez hecha esta oportuna enmienda, prosigamos ubicando los contactos que la escritura

    de Ramos Sucre mantiene con las diferentes ideologías y movimientos literarios que de una

    manera u otra subyacen en su poética.

    Como ya habíamos comentado una de las corrientes más acuciantes en la obra de nuestro

    autor resulta ser el Romanticismo alemán y francés, además el precedente inmediato de éste

    el Sturm und Drang, movimiento al que Ramos Sucre dedicó una apología, los cuales se

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  • fundamentaban, en lo demandante, ante los criterios estéticos del clasicismo, así como las

    ideologías del racionalismo y la ilustración, pues los principales expositores del

    movimiento: August Wilhelm y Friedrich Schlegel, Novalis, A. Müller, Wilhelm Grimm,

    etc. Valoran menos la razón que el sentimiento, ponen énfasis en lo irracional, lo vital, lo

    particular e individual, por encima de lo abstracto y general, en el arte, la literatura, la

    historia y la filosofía, y buscan sus modelos de vida y pensamiento en la Edad Media y la

    cultura popular.

    Por otro lado, del romanticismo surge una nueva concepción de la naturaleza, concebida

    como un organismo en devenir, y un renovado interés por la religión y por formas de

    misticismo naturalista, donde se mezcla Dios y naturaleza, muy en consonancia con una de

    las características románticas más propias, el Sehnsucht, o «anhelo» de lo indefinido, lo

    infinito, o lo absoluto lo que supone un acercamiento o vuelta hacia la religión en todas sus

    manifestaciones.

    En Ramos Sucre vemos todos estos elementos cuando analizamos el contenido esencial de

    su obra, así observamos aquellos mundos de ensueño, inconexos de una realidad tangible

    donde la irracionalidad se halla subrepticiamente anclada al mundo onírico y es que

    precisamente la concepción de Novalis en cuanto al relato poético, o como últimamente se

    le ha denominado “prosa poética”, está caracterizada por ese mundo de los sueños, es decir,

    el relato se lleva sin una coherencia aparente, el encadenamiento de las acciones sucede

    más bien por asociaciones que por la relación causa-consecuencia donde prevalece los

    hechos maravillosos pero sin significaciones precisas, el hilo del tiempo es inexistente y

    fragmentario además ha de estar impregnado de un aire profético, así pues se prefigura el

    estado en que, algún día, se hallará nuestra conciencia profunda y el mundo revele su

    misterio, asimismo, debe tener la facultad de liberar al hombre de la presencia y existencia

    de un mundo alienante y lo retorne a la prístina naturaleza, es decir, evocando aquella edad

    de la inocencia de los tiempos inmemorables y difuminados en nuestro subconsciente,

    herencia ancestral de nuestra humanidad de un otrora que estrechaba las manos con la

    divinidad.

    Esta concepción novaliana del relato se adapta completamente a la poesía de Ramos Sucre

    el cual entreteje en su prosa elementos míticos y mágico-religiosos, donde los tiempos

    9

  • históricos se entremezclan, pues van de un pasado arcaico a las luchas y fragores del

    medioevo hasta la edad del progreso “cuyo horror aumenta la industria con el negro aliento

    de sus fauces” Hace pues un calidoscopio de imágenes latentes en un tiempo indefinido y

    este es precisamente la forma en que se presenta el tiempo en los sueños. Aunque hay que

    señalar que no solamente los relatos se desarrollan dentro de ese margen onírico, sino que

    tienen la capacidad de vacilar alternativamente entre el mito y la realidad, es pues como

    señala Ilis M. Alfonzo en “La Búsqueda Secreta de José A. Ramos Sucre”

    “El estudio atento de la poesía de Ramos Sucre ratifica que historia y mito no son realidades

    separadas de un modo tajante sino que las mismas están hondamente entrelazadas en la

    mente”2

    Por citar otro ejemplo, vemos en Gérard de Nerval, poeta preferido por Ramos Sucre, estas

    mismas codificaciones entre sueño y realidad. Así comienza Nerval su obra más

    representativa “Aurelia”.

    “El sueño es otra forma de vida. No podría traspasar, sin estremecerme, esas puertas de nácar

    o marfil que nos separan de ese mundo invisible. Desde los primeros instantes en que el

    sueño nos domina, realmente es la sombra de la muerte quien se apodera de nosotros, un

    velado ensueño arrebata nuestro pensamiento y ya no podemos determinar el instante preciso

    donde el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia”3

    Claro está en el caso de Ramos Sucre no se trata de narraciones oníricas en sí , sino que sus

    narraciones se comprometen con el mundo onírico, es decir, estructura el relato de forma tal

    que toman las características del sueño y esto lo logra a través de diversos recursos

    sintácticos y retóricos, los cuales analizaremos más adelante; pero por ahora enfoquémonos

    en este rasgo característico que encontraremos frecuentemente en todos aquellos

    movimientos antagónicos, entre los cuales el romanticismo y las diversas formas de

    modernismo tienen el abanderado, que marcaron la pauta entre los siglos XIX y XX.

    2 I. M., ALFONZO en La Búsqueda Secreta de José A. Ramos Sucre, Venezuela 1988, p. 17 3 Le Rêve est une seconde vie. Je n’ai pu percer sans frémir ces portes d’ivoire ou de corne qui nous séparent du monde invisible. Les premiers instants du sommeil sont l’image de la mort;un engourdissement nébuleux saisit notre pensé, et nous ne pouvons déterminer l’instant précis où le moi, sous une autre forme, continue l’œuvre de l’existence. G., NERVAL. Aurélia, París 1963, Cap. I. p.3 (traducción propia)

    10

  • Así pues si observamos el poema titulado precisamente “Sueño” nos daremos cuenta la

    afinidad que tiene con el principio de la narración de Nerval donde el sueño es el principal

    protagonista:

    “Mi vida había cesado en la morada sin luz, un retiro desierto, al cabo de los suburbios. El

    esplendor débil, polvoso, de las estrellas, más subidas que antes, abocetaba apenas el

    contorno de la ciudad, sumida en una sombra de tinte horrendo. Yo había muerto al mediar la

    noche, en trance repentino, a la hora misma designada en el presagio. Viajaba después en

    dirección ineluctable, entre figuras tenues, abandonado a las ondulaciones de un aire gozoso,

    indiferente a los rumores lejanos de la tierra. Llegaba a una costa silenciosa, bruscamente, sin

    darme cuenta del tiempo veloz. (...)”

    Como se ve está presente en ambos poetas el rasgo predominante de la muerte y

    consecuentemente la idea ancestral de la continuación de otra existencia después de ésta;

    idea que retomaron los románticos siguiendo el caudal místico de antiguas culturas como la

    egipcia y por supuesto la griega sobre todo con Platón quién la determina en su teoría de la

    metempsicosis o trasmigración de las almas y que se ve estrechamente relacionada con la

    palingenesia «παλινγγενεσία», y en cuanto a la relación existente entre sueño y muerte

    que en ambos se refleja, aunque de forma distinta, pues mientras que Nerval parte del sueño

    Ramos Sucre parte de la muerte4, sin embargo, lo que los unifica es el sentido del “trance”

    el “arrebato de nuestro pensamiento” que es el estado que ciertamente acerca el sueño a la

    muerte, sintagma ya cristalizado en la antigüedad con el apotegma que hermana el uno a la

    otra «ὁ ὕπνος θάνατου ἀδελφός ἐστί»5, es pues la discontinuidad de la existencia real y

    empírica para dar paso a una realidad otra que ineludiblemente reposa sobre un velo de

    misticismo y encanto que sólo a través del arte y la poesía pueden “traspasarse esas puertas

    de nácar o marfil que nos separan de ese mundo invisible” y quedar “abandonado a las

    ondulaciones de un aire gozoso, indiferente a los rumores de la tierra” lo que ratifica el

    tránsito hacia un mundo desconocido y por ende misterioso y fascinante que permite el

    escape de una realidad opresora y desconcertante hacia otra quizás prometedora y donde se

    resguardan todas las esperanzas de los atribulados. 4 Pero no hay que dejar de tomar en consideración el título que R.S. le coloca al citado poema. 5 «El sueño es hermano de la muerte»

    11

  • Así pues, se desprende de todo esto el hecho de que el lenguaje poético es por excelencia el

    lenguaje que es capaz de acercarnos a ese mundo místico y maravilloso de los sueños, en

    este respecto hay opiniones que centran la creación poética en una aptitud del poeta para la

    meditación autoinducida que le permite entrar en un estado de trance sensorial de

    características casi mediumnicas, ciertamente fundamentadas también en las teorías de las

    Ideas de Platón, y que lo asimilan a esa idea de la muerte y el sueño.

    Pero sea como sea que se lleve a cabo el trabajo poético, este siempre comprenderá el

    lenguaje simbólico, es decir, debe valerse de símbolos para expresarse. Así tenemos que el

    símbolo representa para algunos “un intento de definición de toda la realidad abstracta,

    sentimiento o idea, invisible a los sentidos, bajo la forma de imágenes y objetos”6 otros lo

    ven como “un agente de comunicación con el misterio” 7 “una representación que hace

    aparecer un sentido secreto; es la epifanía de un misterio”8 y es que si nos atenemos a las

    diversas concepciones del símbolo, en todas ellas vemos que su rasgo preeminente es la

    facultad de síntesis que aportan al mundo del subconsciente y en consiguiente a los arcanos

    del alma humana.

    Sin embargo hay opiniones más complejas como las del investigador de mitos y religiones

    Mircea Eliade, el cual considera que el fundamental es el símbolo del centro del mundo;

    símbolos que permiten distinguir el tiempo sagrado del profano; símbolos de la naturaleza y

    su relación con el ser humano que establecen una relación entre el macrocosmos y el

    microcosmos. De esta manera, concibe el símbolo como un instrumento de conocimiento

    que forma parte de una esfera pre-lingüística: precede al lenguaje y a la razón discursiva.

    Los símbolos, según Eliade, constituyen aperturas hacia un mundo transhistórico:

    “imágenes, símbolos y mitos no son creaciones irresponsables de la psique, sino que

    responden a una necesidad: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser. (...) Si el

    espíritu se vale de las imágenes para aprehender la realidad última de las cosas es,

    precisamente, porque esta realidad se manifiesta de un modo contradictorio y, por

    consiguiente, no puede expresarse en conceptos”.9

    6 O. BEIGDEBER. La Simbología. Barcelona 1971, p. 5 7 R. GUILLÓN. Simbolismo y Modernismo en I. M. ALFONZO, 1988. p. 56 8 Ídem 9 M. ELIADE. Imágenes y Símbolos, Madrid 1979, p.12

    12

  • Así se reafirma lo que ya habíamos mencionado acerca de la ruptura del tiempo-espacio a

    través de los escritos de Ramos Sucre, característica que adquiere, desde las propuestas de

    los Simbolistas, quienes en su estética ofrecen una curiosa asociación de lo antiguo y lo

    moderno, así como también la relación entre elementos opuestos como son la concepciones

    de lo sagrado y lo profano, de la belleza y la bondad con su contrario y el mal. Y es que

    ciertamente el movimiento simbolista francés, y en mayor grado los movimientos contiguos

    a éste, como el pre-rafaelismo y los pintores nazarenos ingleses tienen como premisa

    rescatar los valores del Medio Evo, aunque como lo expresa Rama “subrayando solamente

    los valores arquetípicos de medievalismo con mayor sagacidad, desviándose del mero color

    local”10 fueron ellos quienes resucitaron la alegoría la cual está sustentada sobre una base

    intelectual-sensorial que coloca al hombre ante sus dos naturalezas o, dicho con otras

    palabras, el pensamiento racional y la sensibilidad e intuición. Y en el caso de Ramos Sucre

    ambas facetas se hallan presente, a este respecto Ángel Rama escribe:

    “El componente intelectual de su personalidad se registrará de modo notorio en su creación

    artística: ésta no quedará situada exclusivamente en el plano sensorial, o en el registro de

    ritmos y músicas o en la connotación de las vivencias individuales, sino que imbricará

    también significados generales y procurará traducir un complejo intelectual de validez

    universal. Más aún: la percepción de que el comportamiento artístico es dual, tanto sensorial

    como intelectual, será una de las claves de su meditación sobre el arte y un sostén de su

    poética”11

    En cuanto a la relación que coloca Mircea Eliade entre el Ser humano visto como

    microcosmo y su correspondencia con el macrocosmo, se halla en abundantes textos de

    todas las épocas y de culturas diversas. Así, aparece en los albores de la filosofía

    presocrática, pero también en textos de la filosofía hindú, de la filosofía china, en el Avesta

    y en los Upanishads. Por otro lado, durante el Renacimiento, y en el contexto de un resurgir

    de las concepciones organicistas y mágicas, fue defendida, entre otros, por Nicolás de Cusa,

    Tomás Campanella, Pico della Mirandola, Giordano Bruno, y Paracelso. Dichos autores,

    como, por otra parte, los gnósticos, los seguidores de la cábala y todos los astrólogos,

    supusieron la existencia de complejas relaciones de correspondencia entre los astros y

    10 A. Rama. El Universo Simbólico de José Antonio Ramos Sucre, Cumana 1967, p. 35 11 Op. cit p.8

    13

  • determinadas partes del cuerpo humano. Estas tesis estuvieron también presentes entre

    muchos artistas renacentistas que veían en el número áureo una manifestación de esta

    relación. No obstante, el triunfo de la revolución científica y la nueva mecánica, afianzaron

    el paradigma mecanicista que sustituyó el anterior modelo organicista, que estaba en las

    bases de las creencias en la correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos.

    Pero a su vez, la crisis del mecanicismo y su crítica por parte del romanticismo, reavivaron

    aquella antigua creencia que de nuevo encontramos en autores como Novalis y Schelling,

    asimismo, se aviva y se abre camino hacia una nueva espiritualidad basada en estas ideas;

    las cuales conformándolas todas, se podría sintetizar como pensamiento analógico,

    teniéndose como tal el carácter distintivo de una edad dorada de la humanidad en la que el

    hombre aún no distinguía entre el mundo exterior y el mundo interior y el cual es sustento

    indudable del sistema poético de Ramos Sucre, que como hombre culto que era, acumuló

    todos aquellos focos de pensamientos y los fermentó (así como lo hiciera el romanticismo

    y las corrientes del mismo lineamiento) en su vasta erudición, dando lugar a todo un

    sistema de convicciones que constituirían su espíritu poético.

    Para Ricoeur, los símbolos son el “indicio de la situación humana en el corazón del ser, por

    ello tienen valor ontológico”12, y manifiestan una doble dependencia: dependen del

    inconsciente y, a la vez, de lo sagrado. Pero, cada símbolo sagrado es un símbolo pueril o

    arcaico que está en la base de una estructura profunda que nos relaciona con lo real y, de

    este orden simbólico, surge el lenguaje. Por ello, no todo el lenguaje es de tipo conceptual

    sino que a su lado se encuentra el lenguaje simbólico que es requisito innegable del

    lenguaje poético y del arte en general. Asimismo, para Ernst Cassirer, que concibe al

    hombre como “animal simbólico”,13 el mundo no es sustancia, sino forma simbólica, y el

    símbolo permite abarcar la totalidad de los fenómenos en los que algo sensible se presenta

    como manifestación de sentido, es decir, es capaz de traducir todos los paradigmas de

    nuestro mundo interior al mundo exterior, lo que equivale decir el símbolo al servicio del

    mundo real, del mundo tangible; esto lo reafirma Michael Gibson cuando se pregunta:

    12 P. RICOEUR. Le Conflit des interprétations. Essais d'herméneutique. París 1969, pp.283-284. 13 E. CASSIRER. Antropología filosófica, México D.F., pp. 47-49.

    14

  • “Uno puede preguntarse a qué se opone el símbolo, que es el núcleo mismo del Simbolismo.

    Para eso tenemos una respuesta: a lo «real», determinado y delimitado por la época, a lo dado,

    a lo profano. En efecto, todo símbolo se refiere a una mera realidad. Si designa en las

    matemáticas una cantidad desconocida, podría decirse que en religión, en poesía o en arte

    aporta una cualidad desconocida susceptible de volverse tangible ─ un valor codiciado.”14

    “Aprender y escribir en un idioma es meter el universo en ese idioma” ha escrito Ramos

    Sucre en Los Aires del Presagio , así pues la estética ramosucreana necesariamente

    comprende la naturaleza hermética y sincrética del símbolo, siendo pues el exponente

    principal del contenido de su poética se puede decir que el símbolo en Ramos Sucre, se da

    como la expresión del universo de su vida de atribulado por la verdad, transformada en

    ensueño poético signado por la agonía de existir en un mundo lacerante, pero a su vez, por

    la esperanza de la superación espiritual.

    Otra de las ideologías influyentes, o por lo menos, en consonancia con la poética de nuestro

    autor es el idealismo alemán que fue concebido y desarrollado de un modo progresivo por

    Fichte, Schelling y Hegel; que ciertamente vienen a ser el término final a donde van a parar

    aquellas identidades y mezclas entre naturaleza, divinidad y absoluto, que promulga el

    romanticismo, y donde la naturaleza es creadora y el absoluto se halla en devenir. Por otro

    lado, siguiendo este mismo discurso de la ideas del romanticismo, el manifiesto expresa el

    deseo de hallar un sistema de pensar que elimine la distinción entre sujeto y objeto, y entre

    yo y mundo, distinción que se vive como una contradicción. Esto último viene

    estrechamente vinculado con la concepción macrocosmo-microcosmo donde dislocar la

    contradicción significa la homologación entre los sujetos, así pues, el hombre se asimila a

    Dios. Los poemas de Ramos Sucre al tener como norte, aunque de forma emblemática y

    dentro de un hermetismo velado por la sagacidad literaria, la superación de la conciencia y

    nutrir las fuentes de la espiritualidad, claro está siempre por la vía del sufrimiento y la

    abnegación de la voluntad, busca precisamente la sincronización y correspondencias entre

    las oposiciones: objeto-sujeto, yo-mundo, microcosmo-macrocosmo y es de allí que parte

    14M. GIBSON. El Simbolismo. Alemania 1997, p.19

    15

  • su creatividad poética hacia esos mundos indefinidos e independientes, fabulosos y

    maravillosos, míticos y religiosos enmarcados en los más variados espacios y tiempos,

    como también la apertura al diálogo entre los opuestos o matrimonium opositorum que se

    halla en su decadentismo y su iluminación; así vemos a diversos personajes envestidos en

    los diferentes símbolos que conforman el elenco que coprotagonizará la narración con el

    protagonista principal que no es otro que el Yo en diálogo con sus diferentes aspectos o con

    los elementos que lo afectan, comprendiendo de este modo un mundo aparte, rayano en el

    solipsismo, donde no existe nada más que el yo, o uno mismo y sus ideas. Así pues, en este

    orden de ideas, se llega al postulado del existencialismo el cual entiende por existencia, no

    la mera actualidad de unas cosas o el simple hecho de existir, sino aquello que constituye la

    esencia misma del hombre.

    Su principal exponente fue Sören Kierkegaard quien señala el momento de la rebelión

    contra el idealismo de Hegel y su espíritu de sistema, frente al cual esgrime el valor del

    pensamiento subjetivo y del «singular». Además no son puntos de referencia existencialista

    menores su sentido de la angustia y de la soledad humanas, pues para el existencialismo el

    hombre Dasein, «ser ahí», Existenz, «ser para sí», es el único que propiamente existe, o el

    único cuya esencia consiste en preguntarse por su existencia y ésta no es algo dado y

    acabado, sino sólo proyecto, o posibilidad que se cumple a lo largo del tiempo, no sin la

    angustia que proviene del desamparo en el que se siente el hombre para lograr hacerlo y

    donde la temporalidad y la historicidad son esa misma existencia.

    A través de la obra de Ramos Sucre no encontramos otro anhelo que ese: el de encontrar el

    diapasón de su propio existir simbolizándolo, sincretizando sus vivencias en su poética,

    tratando así de alcanzar el objetivo de la superación , tomando ésta el carácter de una

    verdadera guía del subconsciente para la liberación, como libro de la vida donde se escribe

    con la tinta amarga del propio existir el desencanto de un mundo que “lastima cruelmente

    los sentidos” y del cual es necesario abrigarse y determinar siempre la búsqueda de un

    maravilloso asilo.

    16

  • Ramos Sucre y la Angustia del Yo

    El mundo es “Voluntad y Representación” según Shopenhauer15, y la voluntad vista desde

    una perspectiva filosófica, nos lleva por un hilo conductor hacia el tuétano del «Ser», es

    decir, va vinculada intrínsicamente a el «Yo»; puesto que el «Yo» viene dado en todos los

    actos intelectuales del hombre como punto unitario de referencia; o como sustentador y

    fuente activa de los mismos. Ciertamente, se revela primeramente en la implícita conciencia

    de sí mismo, o lo que comúnmente llamamos “autoconciencia” la cual acompaña a todos

    los actos dirigidos a otros objetos, o sea, es inherente a la mirada de nuestro espíritu

    proyectada hacia lo exterior a nosotros; para decirlo con otras palabras, el espíritu nunca se

    pierde enteramente en los objetos del mundo externo, sino que, por decirlo de algún modo,

    se funde con ellos, los interioriza al recogerlo hacia las profundidades del propio «Yo». Así

    pues, el acto volitivo dependerá siempre del estado del «Yo», esto concibiéndolo como

    estado anímico, y este estado anímico estará circunscrito al mundo externo y a las

    circunstancias que atañen a nuestra vida.

    Ahora bien, la capacidad humana de aprehensión de los fenómenos, y con esto queremos

    abarcar al universo fenomenológico que circunda la humanidad tanto físicos, que son los

    más comunes y aceptados, como a los fenómenos tácitos que subyacen en la psiquis

    colectiva o individual, no sólo se suscitan en lo que podríamos llamar naturaleza física de lo

    empírico «φύσις», de lo sustancial, de lo material, en fin de lo tangible sino que éstos

    también se suscitan en nuestra interioridad, o mejor será preferible decir que surgen, brotan

    emergen o aparecen en nuestra interioridad, pues etimológicamente corresponde a estos

    mismos términos. Sin embargo, para que tal proceso se produzca debe haber siempre un

    detonante que lo suscite, y de modo irremisible el Yo se encontrará condicionado en su

    actuación según sean éstos, así pues, la escala valorativa del hombre se ve afectada por una

    15 “No hay otra verdad más cierta, más independiente ni que necesite menos pruebas que la de que todo lo que puede ser conocido, es decir, el universo entero, no es objeto más que para un sujeto, percepción del que percibe; en una palabra: representación” A. SHOPENHAUER: El Mundo Como Voluntad y Representación, México D.F. 1998 p.19

    17

  • ráfaga de configuraciones externas e internas que acusan a su voluntad y que ésta profiere

    como un eco en la conciencia y ésta a su vez en la conducta.

    Cuando tales configuraciones son externas, los fenómenos se suscitan en nuestra conciencia

    trastocando nuestra voluntad hacia la remodelación de rasgos externos, o por lo menos es lo

    que cabría esperarse, no obstante todo depende de la perceptibilidad y capacidad de

    aprehensión por parte del individuo para que estos fenómenos externos susciten un cambio

    interno, y esta capacidad estriba en la facultad de concebir los hechos externos como

    aleccionadores para la experiencia interna, para la fortificación del espíritu y la elevación

    de la conciencia, y una de las vías de la aprehensión “centrípeta” no es otra que convertir la

    vivencia empírica en símbolos, que son por excelencia el lenguaje de nuestra psiquis

    profunda y profusa en su universo misterioso.

    Ahora bien, el hombre en su concepción de «Ser», más allá del mero existir (aunque en

    realidad estos términos son indivisibles) concibe, o es capaz de concebir, el mundo que le

    proyecta su propia interioridad, sin embargo, a esta afirmación cabría hacer la pregunta

    ¿quién sujeta el “proyector” de ese mundo intrínseco? Intuitivamente todos evocamos la

    misma respuesta a tal interrogante: ¡la conciencia! La cual percibimos como nuestro guía

    en los actos volitivos tanto internos como externos, es pues lo que de ordinario

    denominamos “la voz de la conciencia” lo cual podría traducirse perfectamente como “voz

    interior”, “espíritu” y en consecuencia «λόγος», «πνεῦμα» que son términos que

    determinan el principio rector de la vida y la creación y que corresponde a la síntesis del

    «Yo» en su estrato superior e impoluto en contraposición al «Yo» distorsionado y

    corrompido, al Yo teatral del día a día, lo que el psicoanálisis vino a denominar como el

    ego «ἑγώ». Así pues, según todo esto, hay diferentes estadios y relaciones que revelan

    nuestra concepción de sí mismos, además la confrontación con nuestros “mundos”

    circundantes, es decir, el mundo externo e interno, o lo que vendría siendo igual el mundo

    de la lógica y la razón y el mundo de los afectos y la intuición; algo de esto se subraya en el

    siguiente pensamiento del danés Sören Kierkegaard en su Tratado de la desesperación:

    18

  • “El hombre es espíritu.¿Pero qué es el espíritu? Es el Yo. Pero entonces ¿qué es el Yo? El yo es

    una relación que se refiere a sí misma o, dicho de otro modo, es en la relación la orientación

    interna de esa relación de dos términos. Desde ese punto de vista el Yo todavía no existe.”16

    Puede deducirse que esa relación viene expresada como ese monólogo interior que

    preconiza las acciones humanas y claro está, como es de suponer, en toda relación existen

    conflictos y diferencias, que en este caso se ven traducidas como conflictos internos o

    desavenencias consigo mismo; de este precepto surgen pues las bases para la clasificación

    de la desesperación o tipos de desesperados que señala en su tratado Kierkegaard:

    “Enfermedad del espíritu, del Yo, la desesperación puede adquirir de este modo tres figuras: el

    desesperado inconsciente de tener un Yo (lo que no es verdadera desesperación), el desesperado

    que no quiere ser él mismo, y aquel que quiere serlo”

    Llama la atención que el citado autor ramifique los tipos de desesperación dependiendo de

    la condición del espíritu al cual denota bajo un padecimiento producto, sin duda, de los

    diversos elementos que lo conmueven y que hemos venido abordando someramente en las

    líneas anteriores; es pues la angustia del espíritu la condenación del Yo, el cual reaccionará

    hacia diversas posturas del Ser y por ende de la conducta del individuo.

    Ahora bien, en qué grado de desesperación se podría ubicar a nuestro poeta, aquel hombre

    atribulado por el abrumador peso de la vida, “impertinente amada que me cuenta

    amarguras”, como él mismo decía; acaso se trataba de un espíritu lúcido capaz de ver más

    allá del velo aparente de la realidad y que rehuía de la incandescente luz que refulgía en los

    arcanos tesoros de la vida interior y el cual temía descubrir por temor a no soportar tales

    fulgores así como en la mítica leyenda de Semele que por el ardid de la celosa Juno, la

    hermosa mortal a quien Júpiter había consagrado su amor prometiéndole el cumplimiento

    de cualquier deseo que requiriese, pidió al rey de los dioses que se mostrase en toda su

    gloria y esplendor, el cual éste no pudo negarle, y los relámpagos del dios amado 16 S. KIERKEGAARD. Tratado de la Desesperación, Madrid 1994, pp. 23-24

    19

  • terminaron fulminándola; o más bien se trataba de un hombre que iba en pos de la búsqueda

    de su propio Yo superior conciente que para ser coronado con los laureles del esplendor de

    la conciencia, del apoteosis del espíritu, de la deificación humana, debía primero padecer

    bajo “una corona de martirio” asimilándose así más bien al mítico héroe que debió afrontar

    afanosos trabajos para conquistar un puesto en el radiante Olimpo.

    Sería muy aventurado establecer de momento cualquiera de estos dos grados de

    desesperación del yo en la humanidad de Ramos Sucre, es pues tarea que iremos realizando

    desentrañándolo del legado de su espíritu que no es otro que su obra imperecedera. No

    obstante, lo que sí podemos afirmar con propiedad es que aquel hombre no pertenecía a

    aquellos que sólo tienen por norma las riquezas y los placeres mundanos encausados por la

    sentencia «Vanitas vanitatum, et omnia vanitas», aquellos, pues, cortos de espíritu y

    despreocupados de la angustia del Ser oculto, el cual se hace imperceptible para éstos.

    Ciertamente el sentido de trascendencia en los escritos de Sucre están inmersos en la

    profundidad de un océano de símbolos y en la mar serena o tempestuosa de su superficie

    navegan los barcos de su imaginación hacia horizontes desdibujados por la niebla del

    ensueño; navío que parte de puertos seculares donde rústicos marineros, viejos lobos de

    mar, se embriagan con las meretrices en los antros negros de la vacuidad de la vida.

    Así pues, es necesario analizar sus poemas, a la manera de los alquimistas, dándole una

    lectura atenta , con ojos suspicaces, para así develar el aparente velo de superficialidad

    libresca y literaria de modo que se logre conseguir su “piedra filosofal”, es decir, su sentido

    profundo y trascendental, siendo este un sentido oculto para los ojos del profano puesto que

    sólo puede considerarse como un anhelo hacia la espiritualidad superior, es pues un viaje

    interior hacia las cumbres de la perfección correspondida con la divinidad, es decir, el

    hombre análogo a Dios, en fin la correspondencia entre macrocosmo y microcosmo, así

    como todos los lineamientos ideológicos que esbozamos en sus antecedentes.

    20

  • Pasemos pues a tomar como ejemplo el poema “El fugitivo”, que si bien no es el único,

    donde se puede captar este sentido alquímico de su obra es uno de los más significativos.

    EL FUGITIVO

    Huía ansiosamente, con pies doloridos, por el descampado. La nevisca mojaba el suelo negro.

    Esperaba salvarme en el bosque de los abedules, incursados por la borrasca.

    Pude esconderme en el antro causado por el desarraigo de un árbol. Compuse las raíces manifiestas para defenderme del oso pardo, y despedí los murciélagos a palmadas.

    Estaba atolondrado por el golpe recibido en la cabeza. Padecía alucinaciones y pesadillas en el escondite. Entendí escaparlas corriendo más lejos.

    Atravesé el lodazal cubierto de juncos largos, amplectivos, y salí a un segundo desierto. Me abstenía de encender fogata por miedo a ser alcanzado.

    Me acostaba a la intemperie, entumecido por el frío. Entreveía los mandaderos de mis verdugos metódicos. Me seguían a caballo, socorridos de perros negros, de ojos de fuego y ladrido feroz. Los jinetes ostentaban, de penacho, el hopo de una ardita.

    Divisé, al pisar la frontera, la lumbre del asilo, y corrí a agazaparme a los pies de mi dios. Su imagen sedente escucha con los ojos bajos y sonríe con dulzura.

    La Torre del Timón

    El poema comienza desde su título a señalar su sentido trascendental, pues se trata de un

    hombre que se pone en condición de fugitivo, lo que da a entender un escape desesperado

    de un ambiente opresor que no es otro que el mundo materialista y desenfrenado.

    El fugitivo va con los pies adoloridos y por un terreno descampado, es decir, cansado de

    recorrer por las diferentes vías y medios que suponen la trascendencia y a merced de los

    errores que puedan tener, que es lo que viene a significar el terreno descampado y la

    “nevisca que mojaba el suelo negro” Luego prosigue con una decepción producida,

    obviamente, por la escasez de respuestas espirituales que (en nuestro caso) se encuentran en

    la religión tradicional simbolizada por el “bosque de abedules” que se ve “incursados por

    la borrasca”, o sea, las discrepancias, oprobios y calamidades que recaen sobre ésta.

    Finalmente el fugitivo resuelve ocultarse en “un antro causado por el desarraigo de un

    árbol” que no es otro que el antro de su propia interioridad donde el árbol representa “la

    vida del cosmos”17 o su “naturaleza humana”18 donde haciendo uso de la templanza

    17 Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos ed. Siruela. 1997

    21

  • manifiesta por la conciencia se defiende de los impulsos instintivos que es el “aspecto

    peligroso del inconsciente” representados por el simbolismo del oso “atributo de hombre

    cruel y primitivo” 19 y espantó la dubitaciones que es lo que corresponde al murciélago.

    El siguiente párrafo manifiesta la confusión y aturdimiento que produce acercarse a la

    “verdad reveladora” , es decir, a la convicción interna de la supremacía de la “voz de la

    conciencia” que deslumbra las verdades del Ser, las cuales, debido a su profundidad pueden

    ocasionar “alucinaciones y pesadillas” que no tienen otra connotación que las luchas

    internas entre el Ser superior e inferior y la forma de superar tales tiranteces, no es otra que

    ser firmes en el camino de la superación y “escaparse más lejos”.

    “Atravesar el lodazal” representa la superación del ego y todas las cosas que a él van

    vinculadas como las bajas pasiones, la gula, la envidia, la pedantería, la vanidad, la cólera,

    la soberbia, la avaricia, en fin todos los vicios humanos. Después de la superación del ego

    el iniciado se enfrenta “a un segundo desierto” 20 el cual representa el terreno de la

    espiritualidad y todo lo que implica mantenerse en ese estado de beatitud, que se confirma

    con la líneas siguientes “Me abstenía de encender fogata por miedo a ser alcanzado” y

    “Me acostaba a la intemperie, entumecido por el frío” el primero se refiere a la actitud

    modesta que debe adoptar quien ha arribado a ese punto cuidándose de no “ser alcanzado”

    por los hostigamientos del ego, en cuanto el segundo párrafo el sentido es claro: las

    diversas pruebas y trabajos que debe soportar el iniciado para mantener la templanza y su

    condición de santidad. “Los verdugos metódicos” vienen a simbolizar todas aquellas

    personas de malas influencias que, con diferentes ardides, arrastran al camino del vicio y la

    corrupción, los cuales están alentados por un espíritu maligno simbolizado por los “perros 18 Para mayor comprensión del símbolo me voy a permitir citar a Cirlot al respecto:“El árbol representa, en el sentido más amplio, la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración. Como vida inagotable equivale a la inmortalidad Según Eliade, como ese concepto de «vida sin muerte» se traduce antológicamente por «realidad absoluta», el árbol deviene dicha realidad (centro del mundo). El simbolismo derivado de su forma vertical transforma ese centro en eje. Tratándose una imagen verticalizante,(...) se comprende su asimilación a la escalera y a la montaña, como símbolos de la relación más generalizada entre los «tres mundos» (inferior, ctónico o infernal; central, terrestre o de la manifestación; superior, celeste). (...) Según Rabano Mauro, en “Allegoriae in Sacram Scripturam” también simboliza la naturaleza humana (lo que, de otra parte, es obvio por la ecuación: macrocosmo-microcosmo). Idem, cita.8 pág. 89. 19 Idem, cita 8 pág. 351 20 “Dice Berthelot que los profetas bíblicos, (...) no cesaban de presentar su religión como la más pura de Israel. Esto confirma el valor específico del desierto como lugar propicio a la revelación divina.(...) Ello es causa que, en cuanto paisaje en cierto modo negativo, el desierto es el «dominio de la abstracción», que se halla fuera del campo vital y existencial, abierto sólo a la trascendencia .bis cita 8 pág. 170

    22

  • negros” y “sus ojos de fuego y ladrido feroz” representan, por un lado, la destrucción de la

    espiritualidad cognado con el simbolismo del ojo y el fuego y, por otro lado, el peligro y la

    asechanza, los instintos y los placeres mundanos. 21

    “Los jinetes” aluden a los “mandaderos de los verdugos metódicos” que ya mencionamos;

    pero se menciona un particular bastante interesante: la contraposición de dos símbolos

    encontrados “el penacho” que en correspondencia con el símbolo de la corona, la cual

    según Cirlot toma su sentido esencial de la cabeza vista como emblema y conlleva la idea

    de la superación puesto que ésta está más arriba de la cabeza, en el «plano celeste», y e un

    sentido más amplio el logro de una empresa; 22 y “el hopo de una ardita”que Ramos Sucre

    le imprime un toque de ironía al coronarlos con un gorro hecho de un material tan burdo y

    que alude, como símbolo, “a conceptos infantiles subconscientes relacionados con el

    cumplimiento del deber desde una perspectiva de inseguridad”23 lo que equivale a la

    insensatez, a la negligencia y por ende el fracaso en la senda espiritual quedando así por

    completo eliminado la marca positiva que entraña el símbolo anterior.

    Luego, finalmente, se sigue el campo semántico de la coronación, es decir, el triunfo pero

    esta vez del penitente que ya superando todos los obstáculos puede percibir su puerto

    seguro, hacia el refugio de la interioridad desarrollada por el espíritu, es decir surge ese

    Dios interior de la iluminación de la conciencia, el esplendor del Yo: “Divisé al pisar la

    frontera, la lumbre del asilo” “corrí a agazaparme a los pies de mi dios.”; hasta llegar al

    estado supremo o trascendencia total hacia lo superior, que te coloca en un plano análogo a

    la divinidad, lo que en las culturas orientales representa el nirvana o evanescencia de los

    sentidos en el corazón del mundo: “Su imagen sedente escucha con los ojos bajos y sonríe

    con dulzura.” Que se traduce en la subordinación del ego, el «Yo inferior» a la conciencia

    superior y la correspondencia o complacencia con la divinidad.

    21 Según Armando Carranza los ladridos simbolizan tres formas de inquietudes, sin embargo, a efectos de este contexto sólo citaré las dos primeras: “La primera es alarma sobre peligros que acechan en lo personal a quien sueña o al terreno en que se desenvuelve. La segunda es manifestación de la parte animal, (...) la sexualidad, el interés por las cosas de la vida material más placentera, ámbito de influencia del nahual. A. CARRANZA. “Comprender y Usar los Sueños” Barcelona 2.002, p.361. 22 Op. cit 9 p.150. 23 Op. cit. 13 p 193.

    23

  • Así pues de esta interpretación se desprenden factores que dan a entender una

    susceptibilidad de parte del protagonista, que no es otro que el eco de la psiquis profunda

    del autor, una búsqueda hacia la elevación y por tanto hacia un refugio del Ser de las

    amenazas y peligros que lo circundan, así viene a confirmar la segunda tesis que

    proponíamos, es decir, Ramos Sucre como hombre que trata de hallar su propio Yo, un

    hombre que huye de las tinieblas del espíritu hacia la elevación de la conciencia; siendo de

    este modo, vemos al personaje alcanzar su objetivo y complacerse en ello, vemos pues el

    triunfo de la luz sobre las tinieblas.

    Sin embargo, con miras a conseguir las trazas de la primera tesis, es decir, determinar en

    qué medida Ramos Sucre se acerca al “desesperado que no quiere ser él mismo”

    observemos otro poema donde el desenlace es inverso al anterior.

    LA CUITA

    La adolescente viste de seda blanca. Reproduce el atavío y la suavidad del alba. Observa, al caminar, la reminiscencia de una armonía intuitiva. Se expresa con voz jovial, timbrada para el canto de una fiesta de primavera.

    Yo escucho las violas y flautas de los juglares en la sala antigua. Los sones de la música vuelan a zozobrar en la noche encantada, sobre el golfo argentado.

    El aventurero de la cota roja y de las trusas pardas arma asechanzas y redes contra la doncella, acerbando mis dolores de proscrito.

    La niña asiente a una señal maligna del seductor. Personas de rostro desconocido invaden la sala y estorban mi interés. Los juglares celebran, con una música vehemente, la fuga de los enamorados.

    La Torre del Timón

    Comencemos por destacar que los títulos de la poesía de Ramos Sucre funcionan

    efectivamente como texto macro de los poemas que contienen, es decir, funcionan como

    primeros comentarios del discurso que comienza con la voz de la persona poética. En este

    caso el título alude dentro de su campo semántico al dolor del poeta que yace entre líneas,

    transparentado en el poema y que canta su congoja por medio de su narración y esta vez se

    vale del simbolismo de la virgen o la doncella que viene a significar la “representación del

    24

  • alma y del ideal”24 encarnada en “la adolescente”que viste de seda blanca” la indumentaria

    no en vano se trata de un material tan terso y suave como la seda que alude a la sensualidad,

    a la vanidad característica de esa etapa de la vida , asimismo el color, que representa la

    pureza y la luz y en este contexto termina significando el estado de la inocencia ; así pues,

    la adolescente entraña esa condición de fragilidad, de la posibilidad de ser corrompida por

    el vicio.

    Más adelante se sigue describiendo el avance de la senda de la espiritualidad transitado por

    el alma en estado inmaculado la cual se proyecta como imagen prístina de aquella edad de

    oro que comentábamos más arriba sobre la ruptura del tiempo y el mundo trans-histórico de

    Eliade, esto se presenta en el párrafo:“Observa, al caminar, la reminiscencia de una armonía

    intuitiva”; luego señala que tal reminiscencia es ciertamente la clave para el desarrollo del

    alma, es pues la guía, la voz de la conciencia que indica el camino recto hacia la felicidad

    espiritual “se expresa con voz jovial, timbrada para el canto de una fiesta de primavera”

    A este punto se salta del personaje lírico al personaje que entraña la psiquis del autor, es

    decir, el Yo que aquí se infiltra como un personaje-narrador “Yo escucho las violas y las

    flautas de los juglares en la sala antigua” donde los instrumentos musicales equivalen a un

    sesgo a la conciencia, una interrupción a su serenidad, es decir, comprenden simplemente

    una distracción que luego se reafirma con “los sones de la música vuelan a zozobrar en la

    noche encantada, sobre el golfo argentado” Ahora bien, el simbolismo de los juglares

    adquieren una importancia crucial pues como representación de la actividad originaria en el

    hombre a su poder creativo y por ende alude a su capacidad de procreación, viene dado

    como el elemento que promueve la exaltación de la psiquis, y como a los cambios internos

    se corresponden los externos, también simboliza el llamado de la sensualidad y el despertar

    de los instintos que son en realidad nuestros primeros indicios biológicos de la vida o

    actividad primaria; “la sala antigua” es así otro símbolo de la estancia espiritual y de la

    pureza en su estado original e incorrupto.

    El siguiente párrafo inserta otro personaje “el aventurero de la cota roja y de las trusas

    pardas” en primera instancia se refiere a la personificación de los juglares, aparece ceñido

    de una cota roja, es decir de una armadura embadurnada del rojo de los impulsos

    24 Op.cit.20, p. 285

    25

  • pasionales, símbolo similar entraña la otra prenda; luego se puntualiza: “arma asechanzas

    contra la doncella” lo que confirma el sentido que le hemos venido connotando de elemento

    desestabilizador, luego se asoma de nuevo el Yo psíquico del poeta reafirmándolo

    “acerbando mis dolores de proscrito” y el cual se define como condenado por la debilidad

    de ceder ante la tentación que se le presenta, o sea, los bajos instintos por esto mismo dirá

    luego “la niña asiente a una señal maligna del seductor” Entonces comienzan los elementos

    perturbadores de la pureza, el Yo se ve invadido por las asechanzas de la vida mundana

    que lo apartan del objetivo que se ha trazado, la meta de la superación “personas de rostro

    desconocidos invaden la sala y estorban mi interés” El párrafo que culmina el poema señala

    el triunfo de los sentidos sobre la templaza “Los juglares celebran, con una música

    vehemente, la fuga de los enamorados.”

    Así vemos que, a juzgar por estos dos análisis, la balanza entre los dos tipos de angustia

    descrita por Kierkegaard se mantiene en equilibrio, ya que se comprende una angustia

    precipitada hacia el existir, ya sea que triunfe la templanza o el vicio; lo que se marca

    incisivamente es la búsqueda de la liberación plena de la conciencia humana, pues su

    angustia se refiere a la condición esencialmente humana, es decir, al pleno existir y es por

    esto que el Yo psíquico o poético, así como lo llama Ilis M. Alfonzo, tiene una condición

    universal que toca la fibra del hombre como Ser ontológico:

    “(...) el Yo poético de Ramos Sucre es un signo móvil que sólo puede ser aprehendido en la

    instancia del discurso creativo que lo contiene, visto éste como parte integrante de un

    universo más amplio. Es decir, ese Yo constituye una categoría psíquica que trasciende la

    individualidad del poeta y se convierte en espejo de una conciencia humana de carácter

    colectivo, asumida por el emisor a través de su discurso y desde la perspectiva de su espacio

    interior”25

    Así pues el acto poético pasa a ser una vía de liberación transitoria o un subterfugio para

    huir de la aparatosa “ciudad enemiga” del alma, también es el trampolín hacia el mundo del

    ensueño, de la fantasía, en fin es el refugio espiritual de un alma compungida por las

    25 Op. cit.2, p. 75

    26

  • embestiduras de la vida en cuanto a su faceta externa, pero además también en cuanto a la

    carga de las cadenas del mero existir, a la prisión del Ser y su consecuente angustia de estar

    aprisionado en una cárcel de carne y hueso, que por la debilidad de la condición humana en

    relación con los diversos factores contaminantes a los que está expuesto el Yo, no le

    permite escalar hacia la cumbre, hacia la elevación de sí mismo; por esto es frecuente en la

    obra de nuestro autor la llamada incesante al valor de la voluntad ante la impericia, el vicio

    y los instintos pasionales; de allí que en sus poemas aparezca siempre ese ascetismo

    pronunciado en sus personajes que encarna el Yo de la humanidad del poeta, el cual se

    ramifica en una multiplicidad de caracteres y símbolos, pues la característica de estos

    últimos es precisamente su pluralidad, la apertura del universo sincretizado en el mundo

    literario de la poética de Ramos Sucre.

    Pasemos ahora a revisar de manera sucinta otros rasgos presentes que no dejan de ser

    importantes a la hora de considerar su contenido.

    La melancolía viene a ser una constante en la obra de este insigne poeta, y es que la

    melancolía encierra en sí misma un estado de frustración y a la vez de nostalgia, la

    nostalgia, en este caso, de la reminiscencia de aquella época dorada en alianza con la

    divinidad, claro está este fenómeno se produce siempre en el marco de la interioridad y de

    los sentidos de manera inconsciente o aflora, por lo menos, de manera fortuita a la

    conciencia, o en palabras del mismo poeta como “reminiscencia de una armonía intuitiva” o

    quizá la melancolía está más bien asociada a la subordinación del ánimo del hombre, único

    animal consciente de su extinción, quizá sea más bien ese fervor humano por sobrepasar los

    límites de su propia humanidad, de conseguir la liberación de la tumba de los sentidos

    como ya lo anunciaba el pensamiento platónico «σωμα σεμα εστι»26 y del que también se

    nutrieron los estoicos. Es en este sentido que Eloy Valero concibe la estética de Ramos

    Sucre dentro de lo saturneano:

    “Saturno ha descendido hasta nosotros como una idea a la manera platónica: una entidad que

    posee cierta plasticidad y función (...) Tan antigua como la civilización misma, es esta idea de

    la melancolía. Idea que nos identifica un temperamento y revela una paradoja: reflexionamos

    sobre nuestra existencia precisamente porque la sabemos finita, sólo podemos apreciarla

    26 «El cuerpo es una tumba»

    27

  • contra el horizonte de la muerte. Nos inclinamos meditativos sobre un misterio que por una

    parte nos supera y por la otra nos niega: de la presencia plena del ser a la ausencia muda de la

    muerte. Quizás sea por esta razón, entre otras, que se le atribuya a Saturno el ser mensajero de

    una edad arcádica y feliz previa a la hecatombe primigenia de la que surgió el mundo”27

    Pero antes de la muerte se encuentra la agonía, el dolor que se traduce como la lucha

    interna entre el mundo espiritual y el mundo de los sentidos, es pues la agonía de un

    hombre que se debate entre las dos lanzas en ristre de los lados opuestos de su Yo así como

    la dualidad del mundo que no deja de sumir el espíritu al duro juicio del libre albedrío, a la

    cuerda floja del existir que no es otra que la duda, la hesitación del camino a seguir, es pues

    la agonía de batirse en cierto tipo de infierno maniqueísta de donde sólo se logra escapar

    por medio del afianzamiento de la voluntad hacia la templanza del ánimo en ese trabajo de

    anacoreta que se resigna a su padecer con tal de arribar a su objetivo. Buena parte de este

    sentido lo encontramos en poemas como: Entonces, Cansancio, La Tribulación del Novicio,

    La Cuita, El Solterón y entre otros tantos Elogio a la Soledad, que a propósito trae a

    colación el sentido de ésta en el acervo poético de Ramos Sucre que no es otro que el del

    asilo, la guarnición del espíritu, el desierto propicio para la revelación divina, donde los

    “santos que renegaron del mundo (...) tuvieron escala de perfección y puerto de ventura”.

    Así pues si la soledad es el asilo mágico para aquellos espíritus sensibles al suburbio “al

    signo molesto de la realidad” y al desenfrenado materialismo alegando que “siempre será

    necesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se

    acojan al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época,

    desconcertados con el progreso” Entonces la muerte pasa a ser el alivio de todos los

    sufrimientos padecidos en el ejercicio ascético y en la soledad, pues la muerte en la poética

    de Ramos Sucre va asimilada a la liberación del espíritu más que a la fatalidad que pueda

    comportar el hecho de la muerte, así lo corrobora Ilis Alfonzo con lo siguiente:

    “Sólo enfocada desde una perspectiva simbólica se podrá comprender la vivencia de la

    muerte confrontada por el sujeto lírico del poema, pues únicamente entendida la muerte como

    27 M. E. VALERO. El Legado de Saturno en la Obra de José Antonio Ramos Sucre. 1997, p. 15

    28

  • rito de tránsito de un estado del ser puede el Yo contar dicha experiencia, es decir, rememorar

    una metamorfosis de orden espiritual. Toda transformación implica el fin de algo existente y

    para alcanzar un nuevo estado de vida es preciso morir (...) 28

    Tal es pues el sentido de la muerte, y en general todos los rasgos que hemos señalado

    acaban convergiendo en un solo punto: la trascendencia. Y esta se ve abordada desde la

    perspectiva de los símbolos que subraya el carácter psicológico del poeta en su

    comprensión de la vida como un tramo existencial donde se debe afrontar las penas y

    dolores que provoca dicha existencia para así resurgir a una nueva conciencia, asimila por

    tanto, las viejas concepciones religiosas de la antigüedad en cuanto a la trascendencia de un

    nuevo mundo , una vez conquistadas las pruebas que impone este; así pues se entiende el

    camino misterioso que se vislumbra en ese Yo poético de su obra, que no es más que el Yo

    herido y sublimado por la balanza del bien y del mal, camino que sólo se comprende como

    la guía que lleva hacia ese estado de la sublimación y la muerte es precisamente la

    liberadora, “la blanca Beatriz” que lo llevará de la mano hacia ese mundo del esplendor

    espiritual, es la muerte el constante símbolo que subyace en su poesía bajo diferentes

    aspectos y personalidades que lo ayudará a encontrarse con su Ser verdadero, al igual que

    todos los personajes forman parte de ese universo trascendental que, magistralmente,

    Ramos Sucre ha sabido inmortalizar en su obra.

    Hasta este punto hemos tratado el contenido de la obra, pero todos estos elementos que

    acabamos de perfilar se ven enmarcados en una forma, que como ya lo habíamos

    comentado, el poeta se esforzaba de tal manera en bruñir su obra que muy difícilmente se le

    pueda encontrar un punto de fisura en su escritura. Sin embargo, queda siempre un tipo de

    duda y más que duda se podría decir que se trata de una verdadera perplejidad entre sus

    críticos, y es el hecho ¡innovador!, por lo menos en las letras hispanoamericanas, de la

    composición de la obra de nuestro poeta, es decir, el hecho de que se presente un texto

    aparentemente prosado con todas las características del más cincelado de los sonetos y con

    la sensibilidad de la más apasionada lira. Es un hecho innegable, no obstante, que se trata

    de legítima poesía, pues tiene características y cuenta con recursos poéticos precisos que así

    lo confirman, pero también es una prosa, en todo caso exquisita, que lleva un lineamiento

    sintáctico y prosódico que lo acerca a las estructuras de los clásicos greco-latinos, cuestión 28 Op. Cit. 24. p. 132-133

    29

  • que en el caso de este insigne cumanés es totalmente comprensible gracias a su abnegación

    al cultivo de las letras clásicas y a su vasta erudición, se presenta, pues, si se quiere, como

    un híbrido a los ojos de sus contemporáneos, que lo colocan como un caso excepcional en

    la poesía latinoamericana y que lo coloca como figura vanguardista de punta de lanza.

    Sin embargo, este tipo de escritura ya venía aflorando en el seno del romanticismo y

    modernismo francés en figuras como Baudelaire que tenía como ejercicio literario el apunte

    prosado de sus “cohetes” o “destellos”, como él les denominaba, de sus poemas; una

    especie pues de esbozo literario que fundamentaron muchas de sus poesías; las cuales

    Baudelaire luego publicó bajo el nombre de “Pequeños Poemas en Prosa” pero la

    diferencia entre éstos y la “Torre del Timón”, “El Cielo de Esmalte”o “Las Formas del

    Fuego” es que fueron escritos deliberadamente en ese estilo tan particular que lo

    caracteriza, quizás, se pueda creer, haciendo una ingenua inferencia, que Ramos Sucre

    condensó aquellos estilos remozados por el romanticismo y las estructuras poéticas y

    estructuras del simbolismo de Baudelaire o de Nerval, y las fusionó con su particularísima

    voz poética que le imprime ese tono tan único que es, sin duda alguna, el Yo existencial de

    nuestro poeta. Observemos otra opinión al respecto para que sirva de colofón a esta idea.

    «En todo caso es evidente que Ramos Sucre no eligió la forma aparencialmente prosística

    porque careciera “del dominio de la rima” como se ha pretendido sino porque optó a

    conciencia por una forma que ya tenía historia (desde Baudelaire al menos) y que ni puede

    definirse como “poema en prosa” ni como “cuento”, pues maneja recursos de ambos. Cuando

    los instrumentos lingüísticos y estilísticos que pone en funcionamiento Ramos Sucre se

    adecúan mejor al narrar, nos encontramos claramente en la órbita de un “cuento”, pero

    cuando voluntariamente los dificulta, rompe o escamotea, nos aproximamos al “poema en

    prosa” sin abandonar por eso una cierta ilación narrativa que no es específica del cuento, sino,

    diríamos del relato (del récit) en lo que a éste tiene de expresión indistinta de múltiples

    géneros, pues está en la poesía, aún en aquella más lírica y concentrada, en la novela, en el

    teatro, en las series de imágenes que componen un film, en cualquier manifestación

    secuencial donde los distintos elementos componentes funcionan como eslabones que se

    articulan lógicamente entre sí para formar una cadena, ya sea de causa a efecto, ya sea

    meramente de antecedente a consecuente.» 29

    29 Op. cit.10, p. 42

    30

  • Toda esa concatenación de elementos se suceden y desarrollan en ese movimiento casi

    fílmico, que Ángel Rama tan puntualmente ha señalado, a través de recursos literarios que

    lo hacen posible.

    Para entrañar estas consideraciones literarias y la estructura poética de Ramos Sucre hay

    que discurrir en la prosodia que comprenden sus escritos, la cual no se ve como una mera

    acentuación rítmica lograda por estribillos, hemistiquios o cualquier otro recurso poético

    tradicional de trabamiento de rimas asonantes o consonantes, pues su prosodia no se

    encuentra en estos elementos sino en el ritmo que marca su escritura apodíctica, llena de

    aposiciones y calificativos exactos, todos estos recursos enmarcados en una secuencia de

    oraciones y párrafos quasi-simétricos delimitados con una puntuación determinante, estos

    elementos intensifican el ritmo de la prosa de manera que se acerca por su forma

    cuantitativa del tratamiento de las sílabas a la poesía rimada y por otro lado, el uso de las

    aposiciones le confiere al texto ese tono reflexivo constante que tan acorde se presenta con

    el contenido. Además existe una relación sintáctica entre las oraciones dadas por

    repeticiones de formas verbales personales, igualmente guiadas por una secuencia, sino

    matemática, sí numérica; con escasas formas perifrásticas, recursos que le confieren al

    escrito ese sincretismo y condensación.

    Otro de sus tratamientos son el uso de la primera y tercera persona, casi siempre del

    singular, que otorgan ese sentido de la introspección y de la expectación que son,

    esencialmente, las posturas del contemplativo y del hombre reflexivo de talante filosófico.

    Por otro lado, está el uso preferente de los tiempos en pretérito y con mayor frecuencia el

    pretérito imperfecto, el cual por su propio aspecto de prolongación del pasado, le da esa

    facultad al escrito de traer a la memoria un pasado eternizado en el presente, consiguiendo

    de esta forma la concepción que sustenta el pasado trans-lingüístico o la reminiscencia,

    estos mismos efectos los consigue con el uso del presente histórico pero a diferencia de

    traer a colación el tiempo pretérito al presente, con éste el Yo poético se traslada hacia

    aquel pretérito u otrora, que equivale a la búsqueda de “paraíso perdido” del mismo, es

    decir, a la era mítica de la edad de la inocencia; asimismo, estos recursos encajan con el

    mundo onírico y fantástico expresado en su obra.

    31

  • Así pues vemos a un escritor que escribe con la premura, con el aplomo, con la fuerza, con

    el desconcierto, con la serenidad de estar convencido de que él es el único testigo de una

    realidad que le es profundamente extraña y que él comprende atroz. La comprende atroz

    como sólo puede hacerlo quien se ve prisionero en las ergástulas del cuerpo,

    «σωμα σεμα εστι » había dicho Platón, y Ramos Sucre quería abandonar esa tumba morir

    y renacer a una nueva conciencia, y todo dictado por la Voz de esa alma misteriosa y

    profunda del Yo que alcanza ver intuitivamente, borrosamente, como un sueño o lúcida e

    incandescentemente, aquel pretérito que se asoma al presente como por un presagio y con

    el cual practica un rito que ignora, que nadie le transmitió pero que pertenece a épocas

    ancestrales. Su invención literaria es radical. Se empecina en subvertir las claves puestas

    en sus textos, sin embargo, todo posee significado, cada frase parece conducir a la

    realización de la fábula , a un maravilloso universo que surge desde las más abismales

    profundidades de su Ser, al mundo de un ensueño lírico proveniente de un único anhelo: la

    trascendencia; pero que tiene siempre su referente en el mundo real, en el mundo de la

    injusta acrimonia en contra de los débiles, un mundo aborrecible para el poeta abismado en

    su Yo, que se presenta sañudo y con mirada adusta, alejado de la muchedumbre, que se

    declara amante del “dolor, la belleza y la crueldad, sobre todo esta última, que sirve para

    destruir al mundo abandonado al mal”. Sin embargo, como un hombre que interiormente

    abriga la esperanza de la superación del Ser a través del esplendor de la conciencia y por

    ende da un voto de confianza a la humanidad, pues reconoce la hermandad que conviene

    con el prójimo, comprende la humildad como penitente que es, se ve pues como un hombre

    sencillo que tiene la capacidad de decir: “tomo el periódico, no como el rentista para tener

    noticias de su fortuna, sino para tener noticias de mi familia, que es toda la humanidad”;

    un hombre pues que escuchó el llamado de su corazón y sintió el amalgama del universo

    en su Ser y que como deber de sagrado profeta , debía comunicar a su familia el arcano de

    ese tesoro olvidado, compartido con todos, pero imperceptible para los insensatos, así que

    se valía de su magia poética, para comunicar, con pericia de alquimista, la enseñanza de los

    ancestros que viven en la conciencia del mundo.

    32

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