Católica. Las múltiples dimensiones –religiosa,
social, económica y política– del fenómeno.
Ignacio Cabello Llano
Grupo 110
MÚLTIPLES DIMENSIONES –RELIGIOSA, SOCIAL, ECONÓMICA Y
POLÍTICA–
DEL FENÓMENO.
Resumen:
El nombre de Martín Lutero viene asociado, casi por naturaleza, al
concepto de Reforma Protes-
tante. Es bien sabido que este monje alemán protagonizó una
“revolución religiosa” en el seno
de la Iglesia que dio lugar a la división de la Cristiandad
Occidental en dos realidades político-
religiosas: la Europa que permaneció fiel a la Iglesia de Roma, por
un lado; y los territorios y
comunidades protestantes que secundaron esa Reforma iniciada por
Lutero –e imitada por otros
reformistas– y que dejaron de obedecer al Pontificado para
organizar su vida religiosa en torno a
realidades alternativas a la Iglesia católica –las llamadas
“Iglesias protestantes”–. En este ensa-
yo trataré, de manera global y coherente, de trazar sobre el lienzo
algunas pinceladas que puedan
servir para reflexionar acerca de algunas de las cuestiones
centrales de la Reforma Protestante
del siglo XVI, tales como la naturaleza de la misma, las
principales ideas doctrinales del lutera-
nismo, los diferentes factores que favorecieron el éxito del mismo
–cuestión también sometida a
debate–, la importancia de la figura de Lutero, la influencia que
tuvo sobre otras reformas meno-
res, y las principales consecuencias que tuvo la Reforma entendida
como un fenómeno global,
prestando atención a la Reforma Católica y la Contrarreforma.
Palabras clave:
Abstract:
The name of Martin Luther is associated, almost by nature, to the
concept of Protestant Refor-
mation. It is well known that this German monk staged a “religious
revolution” within the
Church that led to the division of Western Christendom into two
political and religious realities:
the Europe that remained loyal to the Church of Rome, on one hand;
and the territories and
protestant communities who supported the Reformation begun by
Luther –and imitated by other
reformists– and stopped obeying the Papacy to organize their
religious life around alternative
realities to the catholic Church –the so-called “protestant
Churches”–. In this essay I will try, in
a global and coherent way, to draw on the canvas some hints which
may serve to reflect on some
of the central issues of the Protestant Reformation of the 16
th
century, such as its own nature, the
main doctrinal ideas of Lutheranism, the different factors that
favored its success –matter also
subject to debate–, the importance of the figure of Luther, the
influence it had on other minor
reforms, and the major consequences of the Reformation understood
as a global phenomenon,
paying attention to the Catholic Reformation and the
Counter-Reformation.
Keywords:
3
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
El nombre de Martín Lutero viene asociado, casi por naturaleza, al
concepto de Reforma Protes-
tante. Es bien sabido que este monje alemán protagonizó una
“revolución religiosa” en el seno
de la Iglesia que dio lugar a la división de la Cristiandad
Occidental en dos realidades político-
religiosas: la Europa que permaneció fiel a la Iglesia de Roma, por
un lado; y los territorios y
comunidades protestantes que secundaron esa Reforma iniciada por
Lutero –e imitada por otros
reformistas– y que dejaron de obedecer al Pontificado para
organizar su vida religiosa en torno a
realidades alternativas a la Iglesia católica –las llamadas
“Iglesias protestantes”–. En este ensa-
yo trataré, de manera global y coherente, de trazar sobre el lienzo
algunas pinceladas que puedan
servir para reflexionar acerca de algunas de las cuestiones
centrales de la Reforma Protestante
del siglo XVI, así como de la Reforma Católica y la
Contrarreforma.
Lutero no fue el único ni el primero en protagonizar un intento de
reforma dentro de la Iglesia y
de retorno a las esencias originarias del cristianismo; muchos
personajes anteriores y posteriores
a él han logrado profundas renovaciones dentro la Iglesia
persiguiendo una religiosidad más ver-
dadera. Pero no pensemos sólo en las distintas herejías surgidas en
la Edad Media; pensemos,
más bien, en todos los santos y santas, clérigos y laicos, hombres
y mujeres de todos los tiempos
que lograron infundir un espíritu nuevo a la constantemente
descarriada y semper reformanda
Iglesia, desde dentro de la misma y sin romper en ningún momento
los lazos ni la obediencia a
las autoridades. Sin duda alguna, personajes como San Francisco de
Asís, Santa Teresa de Je-
sús, San Ignacio de Loyola, San Filippo Neri, San Juan Bosco, Santa
Teresa de Calcuta, o como
el propio Papa Francisco –y se podrían citar a tantísimos otros–
que con su testimonio de vida
han constituido, a lo largo de la historia, pequeños destellos de
luz en medio de una realidad tan
frágilmente humana como es la Iglesia. «La Iglesia se ha hecho
siempre y se hace objeto a sí
misma de una continua renovación, que nunca cesa a lo largo de los
siglos. Reformata, semper
reformanda. Purificada de los defectos de quienes la componen en un
momento histórico deter-
minado, la Iglesia se dispone de inmediato a dar un nuevo paso en
el camino de una renovación
que nunca termina y que nunca terminará mientras viva en la tierra.
Puede decirse que en su
impulso permanente de reforma, la Iglesia es incorregible. No vive
sino reformándose conti-
nuamente, y la intensidad de su esfuerzo por reformarse señala la
eficacia de su tono vital. Este
fenómeno ha sorprendido a todos los historiadores del Papado y de
la Iglesia, tanto católicos
como protestantes». 1 En definitiva, gracias a Dios, de vez en
cuando aparecen, en mitad de esta
realidad tan frágilmente humana, ciertos personajes que,
conscientes del pecado, el mal y la co-
rrupción existentes dentro de la Iglesia, emprenden la ardua tarea
de reformarla desde dentro,
pues reconocen que los defectos que podemos encontrar en la Iglesia
no corresponden a ésta sino
a los que la componen. 2 La principal diferencia existente entre
estos “autorrenovadores” católi-
cos y Lutero –y el resto de movimientos ‘protestantes’ que
siguieron sus planteamientos– radica
precisamente en reconocer o no a la Iglesia como “pueblo de Dios” o
“cuerpo misterioso de Cris-
to”. En cualquier caso –ya estaba dispersándome demasiado–, lo que
quería expresar es que la
voluntad de reformar la Iglesia y de retornar a las primicias del
cristianismo no fue algo exclusi-
vo de Lutero, sino que la Iglesia ha vivido constantemente intentos
de reforma desde dentro. Por
tanto, la Reforma de Lutero más que una reforma de la Iglesia, fue
una ruptura total con la mis-
ma, lo cual, desde cierto punto de vista, deslegitima la propia
voluntad de reforma; ya que el
amor inicial hacia la Iglesia que escondía la voluntad de Lutero de
reformarla –pues toda volun-
tad de reforma o crítica positiva implica un deseo de perfeccionar,
y por tanto, un amor o afecto
positivo hacia esa res reformanda– se perdió al producirse no una
reforma sino una ruptura y una
desvinculación total con respecto de esa realidad reformanda. De
hecho, me atrevería a decir que
Lutero nunca había imaginado que sus revolucionarios planteamientos
iban a desencadenar una
1 José Morales, Los Santos y Santas de Dios, Ediciones Rialp,
Madrid, 2009, p. 73.
2 Respondía en 1721 el cardenal de Noailles a Zizendorf: «Atribuís
a esta Iglesia, que es esposa de Jesucristo, siem-
pre pura, siempre santa por sí misma, las faltas de sus ministros:
llora por ellas, las castiga, pero no es responsable
de ellas. Condenad cuanto os plazca la mala conducta de los
obispos, de los cardenales, de los papas, aun cuando
sus actos no respondan a la santidad de su condición, mas respetad
a la Iglesia que les ha dado unas reglas santas
y a la que guía el Espíritu de santidad y de verdad […]». Cit.
Ibíd. p. 76.
Ignacio Cabello Llano
4
ruptura con la Iglesia, y que, probablemente, siempre sintiera una
gran pena por no haber conse-
guido su objetivo inicial, que era el de reformar la Iglesia a fin
de mejorarla y de recuperar las
primicias y esencias del cristianismo originario, y no el de romper
radicalmente los vínculos que
le unían a ésta, para crear una realidad alternativa que no tuvo en
cuenta los casi mil quinientos
años de historia del cristianismo.
Pero lo que realmente aquí nos ocupa es analizar las dimensiones de
la Reforma de Lutero, los
distintos factores que confluyeron en ella y el papel que jugó el
propio Lutero en la misma. Natu-
ralmente, Lutero desempeñó un papel importantísimo dentro de esta
Reforma de la Iglesia que él
mismo preconizó en el seno del Imperio, ya que fue él quien
estableció los principios dogmáticos
o ideológicos de la mencionada Reforma. Es decir, Lutero fue el
responsable de formular, plan-
tear y reivindicar una serie de ideas de índole estrictamente
religiosa –aunque, ciertamente, en la
época que estamos estudiando hablar de religión implica
necesariamente hablar de política, so-
ciedad y economía– con las que pretendía acometer una reforma de la
corrupta y adulterada Igle-
sia de Roma; pero no así el responsable último del éxito de la
Reforma, ya que aquí deberíamos
tener en cuenta una serie de factores no religiosos, precisamente,
sino más bien sociales, econó-
micos y políticos que favorecieron mucho el éxito de la misma. Así
pues, Lutero sería responsa-
ble de desencadenar un proceso que él en primera instancia planteó
como una reforma pero que
terminó convirtiéndose en una ruptura con respecto de la Iglesia;
pero no lo fue del exitoso se-
guimiento que tuvieron sus planteamientos y de las sobrecogedoras
dimensiones que adquirió el
fenómeno, lo cual se vio fuertemente favorecido por unas
circunstancias históricas determinadas.
Partamos primero de analizar el contenido teológico del pensamiento
de este monje agustino.
Todas sus teorías e ideas se desarrollaron a partir de una pregunta
elemental que obsesionó a
muchos teólogos, pensadores y personas del momento, y ésta era
¿cómo conseguir la salvación
del alma? Lutero inicia su análisis partiendo del estudio de la
Biblia, y llegó a la conclusión de
que buena parte de las enseñanzas que la Iglesia llevaba
proponiendo varios siglos no se corres-
pondían con lo que las Escrituras estipulaban. La doctrina oficial
decía que el hombre sólo podía
alcanzar la salvación del alma dentro de la Iglesia –«Extra
Ecclesiam nulla salus»–, entendida
como el lugar privilegiado de encuentro con Cristo, pues el hombre,
incapaz de salvarse y de
alcanzar la plenitud de la Vida Eterna por sí mismo, necesitaba de
las buenas obras y del conjun-
to de prácticas, instituciones y sacramentos que la Iglesia le
ofrecía. La Iglesia, pues, era conce-
bida como la institución que ofrecía al hombre los instrumentos
necesarios para obtener la salva-
ción del alma, siendo fundamentales los sacramentos –muy
especialmente el sacramento de la
penitencia– y las indulgencias –cuestión que analizaremos más
adelante–. En este sentido, la
Iglesia se convertía en una conditio sine qua non para alcanzar la
salvación del alma, y el hom-
bre sólo podía salvarse dentro de la misma. Esto es lo que no gustó
a Lutero, que al tomar con-
ciencia de la corrupción existente dentro de la Iglesia en el siglo
XVI y al no encontrar en las
Escrituras referencia alguna al dogma «Extra Ecclesiam nulla
salus», se negó a aceptar el carác-
ter necesario de la Iglesia. Ello le llevó a decir que para
salvarse, el hombre únicamente tenía que
creer en Dios y en que Jesucristo había muerto para salvar a toda
la humanidad –dogma de la
«Sola Fide»– de forma gratuita e inmerecida, de manera que el
hombre no tenía que hacer nin-
gún mérito ni realizar buenas obras –aunque éstas eran
convenientes, puesto que, aunque no eran
requisito para ser buen cristiano, sí eran su consecuencia
inmediata– 3 para obtener la salvación,
porque ésta es concedida por la «Sola Gratia». De este modo, para
alcanzar la salvación el hom-
bre sólo tenía que creer –«Sola Fide»– y esforzarse en la lucha
contra el pecado, independiente-
mente del resultado, porque la salvación no es algo que se consiga
por méritos humanos, sino por
un acto de generosidad divina –«Sola Gratia»–. 4 Otro de los
grandes pilares del pensamiento
3 «Las obras buenas y justas jamás hacen al hombre bueno y justo,
sino que el hombre bueno y justo realiza obras
buenas y justas. […] Las malas obras nunca hacen al hombre malo,
sino que el hombre malo ejecuta malas obras».
Martín Lutero, De la libertad del cristiano. 4 «Toda vez que las
obras a nadie justifican, sino que el hombre ha de ser ya justo
antes de realizarlas, queda cla-
ramente demostrado que sólo la fe, por pura gracia divina, en
virtud de Cristo y su palabra, justifica a la persona
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
5
luterano era la teoría de la «Sola Scriptura», que establecía que
la única autoridad para los cris-
tianos podía ser la Biblia, perdiendo valor toda la doctrina
tradicional contenida en los textos
conciliares, papales y de los Padres de la Iglesia. 5 Una vez más,
se acentúa el carácter innecesa-
rio y prescindible de la Iglesia y de los sacerdotes, siendo la
única fuente de verdad la Biblia,
sujeta a la interpretación personal de cada cristiano.
En el desarrollo de su pensamiento teológico, Lutero llegó a la
conclusión de que el hombre no
necesita a la Iglesia para salvarse, sino que, gracias al acto de
misericordia infinita que tuvo Je-
sucristo en la Cruz –«Sola Gratia»–, tan solo se requiere creer en
Dios –«Sola Fide»–, y tener
acceso a la Palabra de Dios –«Sola Scriptura»–, para lo cual, y
según los planteamientos de
Erasmo de Rotterdam, era necesario traducir la Biblia a las lenguas
vernáculas y acercarla al
pueblo. Así, el único intermediario existente entre el hombre y
Dios era Jesucristo –«Solo Chris-
to»–, al cual se accedía mediante una fe personal e intimista en la
cual ni la Iglesia, ni los sacer-
dotes, ni los sacramentos tenían cabida. Lutero proponía liberar al
pueblo de Dios de esa «cauti-
vidad babilónica de la Iglesia»: los cristianos se hallaban
esclavizados por la Iglesia y era preci-
so eliminar este obstáculo para que los fieles pudiesen
experimentar una fe más verdadera y
acorde con el cristianismo original. En todos sus escritos
contraponía la «Iglesia de Cristo» a la
«Iglesia del Papa», acometiendo duros ataques contra el
Pontificado, que a lo largo de los siglos
había pervertido la Cristiandad. 6
Pero, sin duda alguna, lo que en última instancia había empujado a
Lutero a enfrentarse con la
Iglesia fue la cuestión de las indulgencias y toda la corrupción y
los abusos económicos que, en
virtud de éstas y a costa del pueblo, se estaban produciendo. Las
indulgencias son gracias que se
conceden a los fieles que cumplan unas condiciones concretas, y que
suponen la remisión ante
Dios de la pena temporal correspondiente a los pecados ya
perdonados. La indulgencia, a dife-
rencia del sacramento de la penitencia, no perdona el pecado en sí
mismo, sino que exime de las
penas de carácter temporal que de otro modo los fieles deberían
purgar, sea durante su vida te-
rrenal, sea luego de la muerte en el purgatorio. Las indulgencias
pueden ser concedidas por el
Papa y otras autoridades eclesiásticas a quienes, por ejemplo,
recen determinada oración, visiten
determinado santuario, utilicen ciertos objetos de culto, realicen
ciertos peregrinajes, o cumplan
con otros rituales específicos.
El problema es que con el paso de los siglos y con el engrosamiento
del poder de la Iglesia, las
altas jerarquías eclesiásticas se habían corrompido en muchos
aspectos. Es bien sabido que las
minorías religiosas suelen ser más persistentes en lo que respecta
a su fe, es decir, suelen mante-
nerse más puras y fieles al origen y esencia de sus creencias y
prácticas; mientras que es más
fácil que una religión se corrompa cuanto más extensa y poderosa
sea. En el siglo XVI la Iglesia
de Roma había alcanzado un enorme poder, acumulado durante toda la
Edad Media, y en mu-
chos aspectos se había desvinculado de sus orígenes y se había
corrompido en muchos niveles,
sobre todo en las altas esferas. En la Edad Media se había
producido una feudalización de la
suficientemente y la salva, sin que el cristiano precise de obra o
mandamiento alguno para lograr su salvación.
Porque el cristiano está desligado de todos los mandamientos, y en
uso de su libertad hace voluntaria y desintere-
sadamente todo cuanto haga, sin buscar nunca su propio provecho y
su propia salvación, porque por su fe y la
gracia divina está ya harto y es también salvo, sino que busca
únicamente cómo complacer a Dios». Ídem. 5 Todo lo que hizo, dijo y
escribió Lutero estuvo basado en este elemental principio de la
Sola Scriptura. De hecho,
antes las presiones del emperador y de la Iglesia para que se
retractase, formalizadas en la Dieta de Worms de 1521,
Lutero contestó: «I can not submit my faith either to the pope or
to the council, because it is as clear as noonday
that they have fallen into error and even into glaring
inconsistency with themselves. If, then, I am not convinced
by
proof from Holy Scripture, or by cogent reasons, if I am not
satisfied by the very text I have cited, and if my judg-
ment is not in this way brought into subjection to God’s word, I
neither can nor will retract anything; for it can not
be right for a Christian to speak against his country. I stand here
and can say no more. God help me. Amen». 6 «Con gran habilidad los
romanistas se circundaron de tres murallas, con las cuales se
protegían hasta ahora, de
modo que nadie ha podido reformarlos y con ello toda la cristiandad
ha caído terriblemente. […] Se hicieron fuer-
tes detrás de la protección de estas tres murallas para practicar
toda clase de villanías y maldades, como lo vemos
ahora». Lutero, A la Serenísima, Poderosísima Majestad Imperial y a
la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana.
6
Ignacio Cabello Llano
Iglesia: los altos cargos de la jerarquía eclesial se habían
convertido en importantes focos de po-
der y en objeto de pugna de las grandes familias nobiliarias. La
mayoría de los clérigos se habían
ordenado sin vocación –sobre todo aquellos que ocupaban cargos de
más poder–; y la simonía, el
nepotismo, el concubinato y el nicolaísmo eran prácticas muy
corrientes. Esta degradación moral
que vivió la Iglesia en este periodo es lo que escandalizó a
Lutero.
Desde finales de la Edad Media, el sistema de indulgencias había
convertido la salvación del
alma en un objeto de compra y venta: los cristianos vulgares,
pobres desconocedores de la teolo-
gía cristiana y fácilmente manipulables mediante embustes
artificiosos que suscitasen en ellos el
temor de Dios 7 , percibían que para salvar su alma bastaba con
obtener una indulgencia que pur-
gase sus penas a cambio de pagar una cantidad de dinero a la
Iglesia para “contribuir a la cons-
trucción de la Civitas Dei”. En la práctica, la Iglesia llenaba sus
arcas para financiar sus ambicio-
sos y caros proyectos políticos a costa del pueblo mediante esta
concesión –que se había conver-
tido en comercialización y venta– de bulas de indulgencias. Como si
fuesen “vales por la salva-
ción de un alma”. Como si de verdad la salvación se pudiese
comprar. Los abusos y el tráfico
económico al que dieron lugar las indulgencias en el siglo XVI
constituyeron el motivo principal
que indujo a Lutero a enfrentarse con la Iglesia. La prédica de
indulgencias ya había sido denun-
ciada por John Wickliffe (1320-1384) y Jan Hus (1369-1415), que
cuestionaron los abusos que
su práctica originaba. ¿Cómo la Iglesia, “Santa Presencia viva de
Cristo”, había podido llegar a
tales niveles de putridez para engañar así a los fieles? Para
Lutero la respuesta estaba clara: las
autoridades eclesiásticas no eran más que seres corruptos y ávidos
de poder.
Los hechos de mayor significación histórica en relación al problema
de las indulgencias tuvieron
lugar en los primeros años del siglo XVI. La construcción de la
Basílica de San Pedro, iniciada
por Julio II y continuada por León X demandaba cuantiosas
inversiones de oro y plata, metales
agotados en las arcas de la Iglesia de Roma y que había que obtener
mediante tributos especiales
y recaudaciones extraordinarias. Agobiados los Estados Pontificios
por las cada vez más abulta-
das medidas fiscales, León X acudió al socorrido recurso de la
venta de indulgencias, y publicó
la Bula Sacrosanctis salvatoris et redemptoris el 31 de marzo de
1515, solicitando los donativos
de los fieles cristianos para la obra, a cambio de una indulgencia
plenaria que les abriese las
puertas del Cielo. Pero el verdadero detonante fue el escándalo que
surgió en el Imperio a raíz de
la campaña organizada por Alberto de Brandemburgo, arzobispo de
Maguncia, y llevada a cabo
por el predicador de indulgencias Johann Tetzel. 8 Merece nuestra
atención lo que Lutero dijo,
veinticuatro años después, acerca de éste y de lo ocurrido en
1517:
«Aconteció el año 17 que un fraile predicador por nombre Johann
Tetzel, un gran vociferador, a quien el
duque Federico en Innsbruck le había salvado del saco (bien podéis
pensar que a causa de sus grandes vir-
tudes), cosa que el duque se la hizo recordar cuando empezó a
afrentarnos a los wittenbergenses, y él lo re-
conoció francamente; ese mismo Tetzel paseaba sus indulgencias de
un lugar a otro, vendiendo la gracia por
dinero a tan caro precio como podía. Era yo entonces predicador en
el monasterio y doctor joven, recién sa-
lido de la fragua, fogoso y entusiasmado con la Sagrada Escritura.
Al ver, pues, que grandes multitudes co-
rrían de Wittenberg hacia Jüterbog y Zerbst en pos de la
indulgencia, no sabiendo yo (como es verdad que
7 Encontramos un ejemplo muy ilustrativo en el “Tratado quinto:
Cómo Lázaro se asentó con un buldero, y de las
cosas que con él pasó” de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus
fortunas y adversidades (1554): «Cuando por
bien no le tomaban las bulas, buscaba cómo por mal se las tomasen.
Y para aquello hacía molestias al pueblo, y
otras veces con mañosos artificios. Y porque todos los que le veía
hacer sería largo de contar, diré uno muy sutil y
donoso, con el cual probaré bien su suficiencia. […] Y a tomar la
bula hubo tanta prisa, que casi ánima viviente en
el lugar no quedó sin ella: marido y mujer, y hijos y hijas, mozos
y mozas. Divulgóse la nueva de lo acaecido por
los lugares comarcanos y, cuando a ellos llegábamos, no era
menester sermón ni ir a la iglesia, que a la posada la
venían a tomar, como si fueran peras que se dieran de balde. De
manera que, en diez o doce lugares de aquellos
alrededores donde fuimos, echó el señor mi amo otras tantas mil
bulas sin predicar sermón». 8 Pronto se hizo famoso un dicho
atribuido a Johann Tetzel, uno de los mayores vendedores de
indulgencias, que
decía así: «As soon as a coin in the coffer rings, the soul from
purgatory springs». Lutero le dedicó dos de sus 95
Tesis de 1517: «27. Mera doctrina humana predican aquellos que
aseveran que tan pronto suena la moneda que se
echa en la caja, el alma sale volando. 28. Cierto es que, cuando al
tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la
avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia
depende sólo de la voluntad de Dios».
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
7
Cristo, mi Señor, me ha salvado) qué cosa fuese la indulgencia, ni
lo sabía nadie, comencé cautamente a
predicar que había otras obras mejores y más seguras que el comprar
indulgencias. Este sermón contra la
indulgencia lo había yo predicado antes en el palacio, acarreándome
con ello el disfavor del duque Federi-
co, el cual amaba mucho a su santuario. Viniendo ahora a la
verdadera causa del tumulto luterano, digo que
dejé ir las cosas como iban; pero a mis oídos llegaron los
abominables y espantosos artículos que Tetzel
predicaba, algunos de los cuales quiero poner aquí, a saber:
Que él tenía del Papa esta gracia y potestad: que, si alguien
hubiese llegado a violar a la santa virgen Ma-
ría, Madre de Dios, podía él perdonarle con tal que depositase en
el arca los derechos correspondientes.
Ítem, que, si uno echa en el arca un dinero por un alma del
purgatorio, apenas la moneda cae y suena en el
fondo, sale el alma hacia el paraíso.
Ítem, que la gracia indulgencial es la misma gracia por la que el
hombre se reconcilia con Dios.
Ítem, que, si uno compra o paga una indulgencia o carta
indulgencial, no es menester que tenga arrepenti-
miento, dolor ni penitencia por los pecados. Él vende también
indulgencias para los pecados futuros.
Todo esto lo promovía él de un modo abominable y todo lo hacía por
dinero. No sabía yo en aquel tiempo a
qué bolsillos iba a parar aquel dinero. Salió entonces un librito
muy lindo, adornado con las insignias del
obispo de Magdeburgo, en el que se mandaba a los cuestores predicar
algunos de estos artículos. Y se hizo
público que el obispo Alberto había alquilado a este Tetzel porque
era un gran vocinglero […]. Yo entonces
le envié una carta con las tesis al obispo de Magdeburgo,
exhortándole y pidiéndole que quisiese atajarle los
pasos a Tetzel y prohibir la predicación de cosas tan
inconvenientes, pues de ello podían originarse grandes
males […]; mas no recibí respuesta alguna. Lo mismo escribí al
obispo de Brandeburgo, mi ordinario […].
Me contestó que yo atacaba el poder de la Iglesia». 9
Dejando de lado las duras críticas que Lutero pronunció contra este
gran vociferador y vocingle-
ro, nos interesa algo que dice al principio del texto: «grandes
multitudes corrían de Wittenberg
hacia Jüterbog y Zerbst en pos de la indulgencia». Aquella
multitudinaria emigración de wit-
tembergenses a dichas localidades –la primera, enclave de
Magdeburgo entre el Ducado de Sajo-
nia-Wittenberg y el Margraviato de Brandemburgo, y, la segunda,
perteneciente al Principado de
Anhalt– se debía al acuerdo tomado por los dos príncipes sajones
–Jorge, duque de la Sajonia
Albertina, y su primo Federico, príncipe elector de la Sajonia
Ernestina– de prohibir en todos sus
dominios la predicación de aquella indulgencia, que había sido
convocada para financiar la in-
vestidura de Alberto de Brandemburgo –de la casa Hohenzollern,
rival de la casa de Wettin sajo-
na– como arzobispo de Magdeburgo y de Maguncia. Ninguno de los dos
príncipes sajones estaba
en contra de la práctica de las indulgencias –el tesoro de
reliquias que Federico el Sabio había
reunido y las indulgencias que se había hecho conceder por su culto
son prueba de ello–; pero no
querían que el dinero de sus súbditos fuera a parar a manos del
rival de su casa, Alberto de Bran-
demburgo, y por ello prohibieron la venta de esa indulgencia en
Sajonia.
Fue entonces cuando Lutero, indignado por los discursos de Tetzel y
por la forma en que el pue-
blo alemán estaba siendo engañado con falsas promesas de salvación
mediante la compra de esas
letras de perdón, desviando la atención del cristiano de lo que era
verdaderamente importante;
publicó, el 31 de octubre de 1517, un texto llamado «Disputatio pro
declaratione virtutis indul-
gentiarum», más conocido como Las 95 Tesis de Wittenberg, que
cuestionaban el verdadero va-
lor de las indulgencias y que reafirmaban los principales dogmas
–las Solae– del pensamiento de
Lutero. Veamos cuáles son esas ideas básicas del luteranismo que
nos enseñan las 95 Tesis.
La doctrina luterana sobre las indulgencias se presenta confusa,
insegura, contradictoria y pró-
xima a la heterodoxia. ¿Por qué? Sencillamente, porque en la mente
de Lutero ha surgido un
concepto nuevo de la justificación por la fe y de la penitencia
cristiana, concepto que parece in-
compatible con las ideas teológicas tradicionales que el fraile
agustino había aprendido en las
escuelas. Con todo, muchas de sus 95 Tesis son perfectamente
ortodoxas, o admiten un sentido
rectamente católico, y eran defendidas por los mejores teólogos de
su tiempo.
Como hemos dicho, Lutero se muestra contradictorio, en ocasiones,
en su postura acerca del va-
lor de las indulgencias. Él mismo confiesa estar afrontando una
cuestión muy difícil de resolver,
incluso para los teólogos más brillantes. Lo que quería Lutero no
era erradicar las indulgencias –
9 Martín Lutero, Wider Hans Worst [Contra Hans Worst], 1541 (WA
51,538).
Ignacio Cabello Llano
8
probablemente del mismo modo que nunca quiso efectuar una ruptura
respecto de la Iglesia de
Roma, sino que pretendía reformarla con el deseo de purificarla y
mejorarla–, sino rectificar la
doctrina de las indulgencias, que se había desviado demasiado. Así,
en ningún caso niega su va-
lor o su verdad, puesto que constituyen un anuncio de la remisión
divina; sino que sostiene que
es necesario reconsiderar, de una forma más realista, el verdadero
alcance, importancia y virtud
de las indulgencias, a fin de acabar con la hipertrofia que habían
padecido, y de, entonces, liberar
al pueblo cristiano de esa obsesión impuesta que les hacía pensar,
equivocadamente, que para
salvarse era estrictamente necesario comprar indulgencias.
«24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente
engañada por esa indiscriminada y jac-
tanciosa promesa de la liberación de las penas.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes,
ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo, la prodi-
galidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el
Papa no han de menospreciarse en manera
alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la
remisión divina.
69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda
reverencia a los comisarios de las indulgencias
apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y
escuchar con todos sus oídos, para que esos
hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de lo que el
Papa les ha encomendado.
71. Quien habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas,
sea anatema y maldito.
72. Mas quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de
los predicadores de indulgencias, sea
bendito».
En las primeras cuatro tesis, Lutero se refiere al significado
verdadero de la penitencia.
«1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced
penitencia…”, ha querido que toda la vida de
los creyentes fuera penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia
sacramental (es decir, de aquella relacio-
nada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el
ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia
interior; antes bien, una penitencia interna
es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la
carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al
propio yo (es decir, la verdadera penitencia
interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en
el reino de los cielos».
Puesto que el único intermediario existente entre el hombre y Dios
es «Solo Christo», Lutero
hace hincapié en el hecho de que quien perdona los pecados es Dios,
no los sacerdotes, de modo
que éstos únicamente confirman lo que Dios ya ha hecho.
«6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y
testimoniando que ha sido remitida por Dios,
o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si
éstos fuesen menospreciados, la culpa subsis-
tirá íntegramente».
Entre las tesis que más escandalizaron entonces están aquellas que
niegan la realidad del Thesau-
rus Ecclesiae, formado por los méritos de Cristo y las
satisfacciones de los santos, o desvirtúan
su naturaleza; rechazan la potestad del sumo pontífice para
administrar debidamente ese tesoro, y
pervierten el concepto católico de indulgencia, limitándolo a la
remisión de las penas canónicas
impuestas por la Iglesia. Lutero afirma que las indulgencias del
Papa no absuelven ni eximen del
pecado, sino que sólo perdonan las penas instituidas por el hombre
–los ministros de la Iglesia–;
y que no existe remisión del pecado sin arrepentimiento. De este
modo, nadie puede caer en el
error de considerarse ya salvado por el simple hecho de haber
obtenido una indulgencia del Papa.
«5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella
que él ha impuesto, sea por su arbitrio,
sea por conformidad a los cánones.
20. Por tanto, lo que el Papa entiende por indulgencia plenaria no
es la remisión de todas las penas en abso-
luto, sino tan sólo de las impuestas por él
21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias
que afirman que el hombre es absuelto a
la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del
Papa.
32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos
que crean estar seguros de su salvación
mediante una carta de indulgencias.
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
9
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las
indulgencias del Papa son el inestimable
don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de
la satisfacción sacramental, las cuales
han sido establecidas por los hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no
es necesaria la contrición para los que
rescatan almas o confessionalia.
52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de
indulgencias, aunque el comisario y has-
ta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda56. “Los tesoros
de la Iglesia de donde el papa da
las indulgencias no son bastante nombrados ni los conoce el pueblo
cristiano”.
58. Esos tesoros no son los méritos de Cristo y de los santos,
porque éstos, sin intervención del papa, siem-
pre obran la gracia del hombre interior y tienen por efecto la
cruz, la muerte y el infierno del hombre exte-
rior.
62. El verdadero tesoro de la Iglesia es (solamente) el sacrosanto
Evangelio de la gloria y de la gracia de
Dios».
En este sentido, dado que la indulgencia no es una condición
exigida para obtener la salvación,
sino que la salvación se alcanza por la «Sola Gratia», es decir,
por ese acto de misericordia infi-
nita que Dios tuvo con la humanidad en la Cruz. El cristiano
verdaderamente arrepentido tiene
derecho al perdón completo aún sin cartas de indulgencias.
«47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias
queda librada a la propia voluntad y no
constituye obligación.
36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a
la remisión plenaria de pena y culpa,
aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto,
tiene participación en todos lo bienes de Cris-
to y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por
Dios, aun sin cartas de indulgencias».
Lutero afirma que no puede aceptarse que se impongan penas para
cumplir en el Purgatorio, y
que la pena por la culpa debe cumplirse en la vida terrena. Estas
penas solo se aplican a los vivos
puesto que los muertos, estando muertos, ya no se encuentran
ligados a los decretos canónicos,
son libres de las leyes de la Iglesia. Como resultado, es la idea
misma del purgatorio que resulta
cuestionada. Lutero acusa así a la Iglesia de instrumentalizar el
miedo al infierno.
«8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los
vivientes y nada debe ser impuesto a los
moribundos basándose en los cánones.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los
moribundos penas canónicas en el purga-
torio.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la
muerte y ya son muertos para las leyes
canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del
purgatorio que, según los cánones, ellas de-
bían haber pagado en esta vida».
Lutero también defiende que la indulgencia no hace mejor al hombre,
y que en ningún caso susti-
tuye a la caridad o a las buenas obras. Así, dice que es preferible
hacer obras de caridad y suplir
las necesidades del propio hogar que comprar indulgencias.
«41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para
que el pueblo no crea equivocadamen-
te que deban ser preferidas a las demás buenas obras de
caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del
Papa, en manera alguna, que la compra de in-
dulgencias se compare con las obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al
pobre o ayuda al indigente, realiza una obra
mayor que si comprase indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre
llega a ser mejor; en cambio, no lo es por
las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y,
sin prestarle atención, da su dinero para
comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las
indulgencias papales, sino la indignación de
Dios. 46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados
de bienes superfluos, están obligados a retener
lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo en
indulgencias».
Ignacio Cabello Llano
10
Asimismo, Lutero sostiene que las indulgencias no pueden sustituir
a las oraciones, que resultan
mucho más útiles y necesarias que las otras.
«48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias,
el Papa tanto más necesita cuanto desea
una oración ferviente por su persona, antes que dinero en
efectivo.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar
indulgencias, ordenan suspender por completo
la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
54. Oféndese a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se
dedica tanto o más tiempo a las indulgen-
cias que a ella.
55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que
muy poco significan) se celebran con una
campana, una procesión y una ceremonia; el Evangelio (que es lo más
importante) deba predicarse con cien
campanas, cien procesiones y cien ceremonias».
Lutero también sostiene que la indulgencia, al considerarse una
forma muy fácil de conseguir la
salvación, hace perder a los fieles el temor de Dios.
«49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales
son útiles si en ellas no ponen su con-
fianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de
Dios».
En las 95 Tesis también queda recogida la idea de que el hombre se
salva mediante el ejercicio
continuo de lucha contra el mal.
«94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por
seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas,
muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas
tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad
de paz».
Con todo ello, critica severamente a los predicadores de
indulgencias que engañan al pueblo para
llenarse los bolsillos con artimañas y artificios; incurriendo, en
muchas ocasiones, en blasfemia,
al afirmar que las indulgencias son el inestimable don de Dios y
que son el único modo de alcan-
zar la salvación. Algunas de sus críticas van claramente dirigidas
a Johann Tetzel.
«27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan
pronto suena la moneda que se echa en
la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja,
el lucro y la avaricia pueden ir en aumento,
más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de
Dios.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan
eficaces como para que puedan absolver,
para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la
madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no
pueden borrar el más leve de los pecados ve-
niales, en concierne a la culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder
mayores gracias, constituye una blasfemia
contra San Pedro y el Papa.
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales
llamativamente erecta, equivale a la cruz de
Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al
permitir que charlas tales se propongan al
pueblo».
Por último, algunas de sus tesis son críticas directas –con un tono
sarcástico y mordaz– al Papa.
«81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni
siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil
salvar el respeto que se debe al Papa, frente a las calumnias o
preguntas indudablemente sutiles de los lai-
cos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa de
la santísima caridad y la muy apre-
miante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas
las razones si él redime un número infinito
de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de
la basílica, lo cual es un motivo comple-
tamente insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por
los difuntos y por qué el Papa no de-
vuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en beneficio
de ellos, puesto que ya no es justo orar por
los redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa,
según la cual conceden al impío y
enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga
de Dios, y por qué no la redimen más
bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma
alma pía y amada?
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
11
85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho
y por el desuso desde hace tiempo es-
tán abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta
hoy por la concesión de indulgencias,
como si estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más
abundante que la de los más opulentos ri-
cos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su propio
dinero, en lugar de hacerlo con el de los
pobres creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y qué
participación concede a los que por una perfecta
contrición tienen ya derecho a una remisión y participación
plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si
el Papa, como lo hace ahora una vez,
concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a
cualquiera de los creyentes?
89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la
salvación de las almas que el dinero,
¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente
concedidas, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la
fuerza, sin desvirtuarlos con razones, signi-
fica exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos y
contribuir a la desdicha de los cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu
y la intención del Papa, todas esas objecio-
nes se resolverían con facilidad o más bien no existirían».
Karl August Meissinger, un importante luterano, crítico e
independiente, se pregunta acerca de
las 95 Tesis de Lutero:
«¿De dónde le viene tan de improviso al piadoso monje, al
apasionado escrutador de la Biblia, al profesor
infatigablemente fiel, este endiablado gusto por las antítesis
agudas como cuchillos, los maliciosos juegos de
palabras y los bruscos cambios de máscara? ¿Cómo un hombre alejado
del mundo llega repentinamente a
un conocimiento cabal y tan siniestro de los instintos de las
muchedumbres? […] Uno de los mayores pole-
mistas de la literatura mundial se descubre a sí mismo. Se descubre
a medias; sólo en los escritos alemanes
de los próximos años mostrarán sus armas toda su terribilidad. Pero
es a un sabio de la ciencia divina a
quien se le han dado esos tremendos talentos. Aquí late una trágica
contradicción. La tarea propia de un
santo está en manos de un hombre cuyas más brillantes cualidades se
desplegarán en la lucha. […] En las
narraciones ordinarias de los protestantes suele leerse que Lutero
se atiene todavía a las ideas tradicionales
sobre las indulgencias, esforzándose todo lo posible por salvarlas
fundamentalmente. […] Quien así entien-
de las tesis comete un ingenuo error, y los historiadores no deben
ser ingenuos. Todos los esfuerzos que pa-
rece hacer Lutero en esa dirección no son más que una finísima
treta de polemista. El objetivo que las tesis
persiguen es, lisa y llanamente, el de aniquilar las indulgencias.
[…] A la Iglesia le faltaba entonces un san-
to. Los santos reaparecerán cuando haya pasado la tormenta. Quizá
era necesaria la purificación del aire
por el furor de los elementos para que aquéllos aparecieran de
nuevo. ¿Podría haber sido Lutero el santo
que se echaba de menos si hubiese logrado domar los aspectos
demoníacos de su ser, que acaso tienen que
existir en todo hombre grande? Sería aventurado y de todos modos
ocioso hacer tal pregunta». 10
Con todo ello, podríamos establecer cuáles fueron las
contribuciones doctrinales más significati-
vas de Lutero a la Reforma. Varias de las ideas fundamentales de la
doctrina luterana ya se han
comentado con anterioridad: las Cinco Solae.
En primer lugar, el dogma de la Sola Scriptura, que enseña que la
Biblia, verdadera Palabra de
Dios, es la única fuente de doctrina cristiana, y que debe ser
accesible para todos de modo que
cada cristiano pueda entenderla con claridad e interpretarla por sí
mismo sin necesidad de con-
trastarla con la tradición apostólica ni con ninguna autoridad, ya
que la única autoridad son las
propias Escrituras. Es lo que el teólogo italiano Luigi Giussani ha
denominado «una iluminación
interior»: «la postura protestante es profundamente religiosa y,
como tal, percibe con claridad
la distancia inmensa que hay entre el hombre y Dios: Dios, el
distinto, el Otro, el Misterio. […]
Esto es el núcleo de la actitud protestante. Al contacto con el
texto que Dios quiso que el hombre
realizase como memoria de sus relaciones con él, la Biblia […] el
corazón del hombre se infla-
ma y entiende lo que es justo y lo que no lo es acerca de Jesús.
Así, el método protestante para
acercarse al hecho lejano de Cristo […] consiste en una relación
interior y directa con el espíri-
tu. Es un encuentro interior». 11
De aquí se desprende una primera consecuencia: las
autoridades
eclesiásticas ya no son necesarias, porque, dado que la Biblia está
al alcance de todos, cada suje-
to puede autoridad para sí mismo. Pero tiene una segunda
consecuencia, probablemente no
10
Karl August Meissinger, Der katholische Luther, Münich, 1952, pp.
154-55. 11
Luigi Giussani, Curso básico de cristianismo. III. Por qué la
Iglesia, Ediciones Encuentro, 2007, pp. 375-376.
Ignacio Cabello Llano
12
deseada por Lutero, que es la subjetividad con la que se vive la
fe: al estar sujeta la Biblia a la
libre interpretación de cada individuo, se puede caer en un
profundo relativismo o subjetivismo
en el que toda interpretación cabe. Ello explica la existencia de
tantísimas “iglesias” y confesio-
nes “protestantes” surgidas en diferentes momentos posteriores a la
Reforma de Lutero a partir
de múltiples interpretaciones.
Otra idea central de la doctrina luterana es el dogma de la Sola
Fide o de la justificación –en el
sentido teológico de “ser declarado justo por Dios”– por la fe, que
dice que la salvación sólo se
obtiene por la fe, sin necesidad de ninguna otra cosa. Es decir,
que un cristiano se salva sólo por
el hecho de creer en Dios, sin tener que realizar buenas obras ni
cumplir otras reglas o prácticas.
Nuevamente se refuerza la innecesaridad de la Iglesia como lugar
privilegiado de encuentro con
Cristo o como institución que proporciona al fiel los instrumentos
necesarios y adecuados para
alcanzar a Cristo y la salvación. Así pues, todos los medios de
salvación ofrecidos por la Iglesia
son negados por Lutero. De los Siete Sacramentos que propone la
Iglesia como «signos sensibles
y eficaces de la gracia, instituidos por Jesucristo para santificar
nuestras almas, y confiados a la
Iglesia para su administración» –Bautismo, Confirmación,
Eucaristía, Penitencia, Unción de los
enfermos, Orden y Matrimonio–, Lutero sólo aceptará el Bautismo y
la Eucaristía, por no encon-
trar referencias en la Biblia a los otros cinco.
En tercer lugar la doctrina de la Sola Gratia sostiene que la
salvación viene sólo por la gracia de
Dios: Cristo murió por nosotros, y a través de su sacrificio en la
Cruz, entendido como un acto
inmerecido de amor y misericordia infinitos, y por medio de la fe,
el hombre puede salvarse.
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que
nos amó, aun estando noso-
tros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por
gracia sois salvos), y junta-
mente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los
lugares celestiales con Cristo Jesús,
para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su
gracia en su bondad para
con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por
medio de la fe; y esto no de vo-
sotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe. Porque somos hechura su-
ya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas» (Efesios 2:4-10). En este sentido, el hombre
no alcanza la salvación por
sus obras y por sus méritos, sino por la Sola Gratia Dei.
El cuarto pilar de la doctrina luterana es el dogma de Solo
Christo, que sostiene que Jesucristo es
el único mediador entre Dios el hombre, de modo que ni la Iglesia
ni los sacerdotes no son nece-
sarios. Esto sería contrario a la doctrina de la intercesión del
Concilio de Trento que dice que los
Santos y la Virgen, por formar parte de la corte celestial, son
intermediadores. 12
Por último, Lutero propone el dogma de la Soli Deo gloria, que
enseña que toda la gloria es sólo
para Dios, puesto que la salvación sólo se obtiene a través de su
voluntad y acción.
Es sabido por todos que el arte occidental es mayoritariamente
expresión del hecho religioso, y
que, como tal, puede ser utilizado como una fuente para el estudio
del mismo. El caso luterano
no es una excepción, y encontramos numerosas obras de arte que son
un perfecto reflejo de las
principales propuestas de Lutero. Lucas Cranach el Viejo
(1472-1553) fue uno de los artistas que
más propaganda hizo de Lutero y sus postulados a través de sus
cuadros. Fue un grabadista y
pintor de corte de los Electores de Sajonia, famoso por sus
retratos de príncipes alemanes y de
los líderes de la Reforma Protestante, cuya causa abrazó con
entusiasmo, convirtiéndose en un
cercano amigo de Lutero, e incluso en padrino de su primer hijo.
Suyos son, por ejemplo, los
12
«Los santos, que reinan junto con Cristo, ofrecen a Dios sus
propias oraciones por los hombres. Es bueno y útil
invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones y ayuda para
obtener beneficios de Dios, a través de su Hijo
Jesucristo Nuestro Señor, quien es nuestro único Redentor y
Salvador. Hay personas que piensan impíamente, y
niegan que se deba invocar a los santos, los cuales disfrutan de
felicidad eterna en el cielo; o quienes afirman que
ellos no oran por los hombres, o que nuestra petición por sus
oraciones es idolatría, o que es repugnante a la pala-
bra de Dios, y es opuesto al honor del único Mediador entre Dios y
el hombre, Jesucristo». C. de Trento, Ss. XXV.
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
13
más famosos retratos de Lutero, las ilustraciones de la traducción
de Lutero de la Biblia, nume-
rosos frontales de altar, y una infinidad de obras religiosas
puestas al servicio de la Reforma.
Aquí queremos destacar la predela del retablo de la iglesia de
Santa María de Wittenberg (1547),
conocido como el «Reformation Altar», no sólo porque se encuentra
en la cuna del luteranismo,
sino porque refleja muy bien las principales ideas de la
Reforma.
El retablo –ver imagen de la portada– se compone de cuatro paneles,
tres en la parte superior y
uno en la base. El tríptico de la parte superior representa, de
izquierda a derecha, el Bautismo, la
Eucaristía y la Confesión. De izquierda a derecha el espectador ve
el Bautismo, la Eucaristía y la
Confesión. Visual y teológicamente, el panel del Bautismo inicia el
camino de salvación por So-
la Fide, recalcando que la salvación es un regalo inmerecido y
gratuito de Jesús para los hom-
bres, y no algo que los fieles hayan conseguido mediante sus buenas
obras.
En el panel izquierdo Philipp Melanchthon, uno de los principales
teólogos de la Reforma, bauti-
zando a un niño de una comunidad luterana. El panel central
representa la consagración de la
Eucaristía en la Última Cena, siendo los doce apóstoles pintados
como si fuesen los principales
líderes de la Reforma –el propio Lutero, pintado como Junker Jörg,
está recibiendo, en primer
plano, la sangre de Cristo–. Por último, en el panel derecho
encontramos a Johann Bugenhagen,
otro importante teólogo y cercano amigo de Lutero, presidiendo el
Oficio de las Llaves o Schlüs-
selamt, en el concepto luterano de la Confesión: sujetando una
llave en cada mano, con la dere-
cha golpea la cabeza de un hombre arrodillado que muestra
arrepentimiento y que acoge la gra-
cia del perdón –representada por la llave, que libera al hombre de
su pecado y le ofrece el per-
dón–, mientras que a su izquierda vemos a un hombre pomposamente
vestido y con expresión de
desprecio, que con las manos atadas –en señal de que este hombre
seguirá atado a su pecado–, le
da la espalda, rechazando la gracia de la Confesión.
Por último, la predela del retablo muestra a Martín Lutero
predicando a Cristo crucificado a la
comunidad de fieles de Wittenberg, entre los que se encuentran el
propio Cranach el Viejo –con
esa larga barba que le caracteriza–, algunos de los principales
líderes de la Reforma y, probable-
mente, Catalina de Bora con alguno de sus hijos. Lutero, subido en
un púlpito en la parte dere-
cha, aparece con una mano sobre la Biblia –Sola Scriptura– y
señalando, con la otra, a la imagen
de Jesucristo en la Cruz como único verdadero camino para alcanzar
la Salvación –Solo Christo
y Sola Gratia–. Jesús, en un acto de misericordia y amor infinitos
por el hombre, «ha derramado
Su sangre por nosotros» y «nos ha liberado y redimido de nuestros
pecados». Lutero, a fin de
retornar a las primicias del cristianismo originario, redirige la
mirada de los cristianos hacia esa
verdad primordial: que Cristo murió y resucitó por nosotros, para
nuestra Salvación; queriendo
recalcar que no es necesario nada más que creer en Dios. Así pues,
este cuadro refleja la esencia
del luteranismo: Sola Fide, Sola Scriptura, Sola Gratia, Solo
Christo y Soli Deo Gloria. Por ello
es conocido como el Reformation Altar de Wittenberg, porque refleja
magníficamente las princi-
pales ideas del pensamiento de Lutero.
Ignacio Cabello Llano
Habiendo ya analizado exhaustivamente el planteamiento teológico de
la Reforma, podemos, por
fin, introducirnos en la cuestión a la que queríamos llegar: ¿hasta
qué punto se puede considerar
a Lutero como el responsable del éxito de la reforma en el Imperio?
Pues bien, para responder,
debemos tener en cuenta varios factores que engloben la totalidad
de la realidad social, económi-
ca y social del momento, que determinó, en gran medida, el éxito de
la Reforma. Lutero desem-
peñó un papel de suma –e innegable– importancia para la Historia de
la Cristiandad occidental,
puesto que fue este monje agustino quien inició el movimiento
teológico reformador que terminó
provocando la ruptura de la Cristiandad latina en dos realidades
religiosa y políticamente dife-
rentes. No obstante, en este momento histórico preciso, se dieron
una serie de circunstancias so-
ciales, económicas y políticas que favorecieron y determinaron el
éxito de la Reforma, hasta el
punto de que podríamos afirmar que si la coyuntura hubiese sido
diferente, las propuestas de
Lutero no habrían tenido tanto éxito y seguimiento como el que
tuvieron en realidad.
Pero antes de todo, siendo riguroso con los conceptos y siguiendo
el planteamiento desarrollado
en el presente ensayo, me atrevo a decir que la Reforma de Lutero
no tuvo éxito alguno. Cero.
Fue un rotundo fracaso. ¿Por qué? Porque, como he sostenido al
inicio de esta disertación, no fue
una reforma sino una ruptura. Porque Lutero no vio realizado
ninguno de sus objetivos iniciales.
Porque no consiguió lo que en un principio quiso. No reformó la
Iglesia. No logró ser escuchado
por las –corruptas y acomodadas– autoridades eclesiales –que no
quisieron escucharle–. Y por
tanto no logró reformar la Iglesia. No enmendó los graves problemas
que veía dentro de la Igle-
sia. Sino que se salió de ella. Se desvinculó. Se desligó. No hubo
reforma sino ruptura. Por ello,
como denuncia de la desvirtuación que había padecido la Iglesia,
Lutero triunfó. Pero como vo-
luntad reformadora, fracasó. No reformó nada. Se desmarcó y creó
una realidad nueva.
Al margen de esta divagación acerca de si fue una reforma o una
ruptura, lo cierto es que, fuese
lo que fuese, el movimiento que inició Lutero con la voluntad de
realizar cambios sustanciales en
la Iglesia y de retornar a las primicias originales del
cristianismo, tuvo un enorme seguimiento.
No fue una herejía o una secta como las que habían existido durante
la Edad Media, que gene-
ralmente se circunscribían a áreas locales y regionales o a ciertos
grupos de la sociedad. Fue un
fenómeno ‘global’, seguido por una enorme cantidad de príncipes,
soberanos y territorios euro-
peos, y que adquirió unas imponentes dimensiones, llegando a
dividir Europa en dos realidades
político-religiosas disociables y que, a partir de entonces,
emprenderían rumbos diferentes. Pero,
¿es acaso posible que un solo monje en el siglo XVI lograse, con
tan sólo unos pocos escritos
criticando a la Iglesia y unos sermones –que sin duda debieron de
tener un gran poder de convic-
ción, propio de los grandes oradores–, un alcance tal? ¿Tan
atractivas resultaban sus propuestas e
ideas teológicas acerca de las indulgencias, los sacramentos, el
Papa y la Salvación? ¿Estaban
todos tan comprometidos con el ‘esclarecimiento de la verdad
cristiana’? ¿Tanto preocupaba al
pueblo y a los príncipes poder alcanzar una certeza última acerca
de los planteamientos doctrina-
les de la Iglesia? ¿O hubo algo más?
Sinceramente no creo que el tremendo seguimiento que tuvo el
movimiento iniciado por Lutero
se debiera a la originalidad o a la ‘veracidad’ de sus postulados
teológicos. No creo que las pro-
blemáticas y cuestiones teológicas que planteó Lutero quitasen el
sueño a Federico de Sajonia,
Felipe de Hesse o Jorge de Brandemburgo. No creo que estuviesen tan
comprometidos con la
búsqueda de la verdad y del conocimiento verdadero acerca de las
enseñanzas de Jesús de Naza-
ret. Me parece más razonable creer que detrás de la actitud que
tomó cada príncipe respecto del
movimiento iniciado por Lutero había unas fuertes motivaciones de
carácter político y económi-
co, y no religioso. ¿De verdad podemos pensar que unos príncipes
tan poderosos, cuyas preocu-
paciones y deberes como aristócratas dirigentes de amplios y
complejos territorios eran enormes,
secundarían las ideas de un “revolucionario” monje agustino por
motivos simplemente religiosos
o teológicos? ¿Qué interés tenían en quebrantar el statu quo? ¿Qué
posibilidades de aplicación
práctica al terreno de la política y la economía vieron en las
propuestas de Lutero? ¿De qué for-
ma las autoridades teutonas se veían beneficiadas al secundar a
este teólogo alemán?
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
15
Los príncipes alemanes andaban desde hacía siglos revueltos contra
todo aquel poder que restaba
ingresos a sus arcas. Más de doscientos años antes habían apoyado
con beligerancia los escritos
de Guillermo de Ockham y de Marsilio de Padua contra el poder
terrenal del Papado. El Imperio
y Roma, restaban no sólo poder, sino, sobre todo, recursos a los
príncipes alemanes.
De todas las propuestas de Lutero contra los excesos de Roma, la
corrupción de los tribunales, la
enajenación de indulgencias, la divinidad de la Virgen María, el
papel del sacerdocio, etc.; la que
más entusiasmo despertó a los príncipes alemanes fue la crítica al
flujo pecuniario alemán a Ro-
ma y la elección de prelados extranjeros en la Iglesia
alemana.
Por lo tanto, por cuestiones especialmente fiscales, los príncipes,
a quienes probablemente les
importasen más bien poco las diversas interpretaciones sobre el
culto y la fe, tomaron un papel
entusiasta en contra de Roma y de todos aquellos que pudieran
reducir su poder económico. El
gobierno secular teutón –los príncipes, la aristocracia, los
gobernadores…– jugó entonces a favor
de Lutero, y la alianza del poder político con la estructura
religiosa nacional se convirtió en un
motor que hizo tambalear a Roma.
Los reformadores percibieron que su subsistencia –en un mundo
dominado por la Iglesia– de-
pendía únicamente de su alianza con los príncipes, y supieron
ganarse la confianza y simpatía de
aquellas autoridades que mantenían disputas muy serias con el Papa.
El propio Lutero llevó con
éxito la Reforma en Alemania cuando obtuvo la ayuda del príncipe
elector Federico de Sajonia,
pues éste le mantuvo a salvo de la mano de las autoridades
eclesiales. A esto hay que añadir que
la sumisión de Lutero al poder de los príncipes alemanes era
evidente, favoreciendo de esta ma-
nera la colaboración interesada de éstos en el triunfo de la
Reforma como instrumento de auto-
nomía política. Lutero criticaba, con contundencia, la resistencia
a la autoridad civil, pues consi-
deraba que la obediencia cívica era una virtud cristiana ordenada
por Dios. Lutero llegó a decir
que «Los príncipes de este mundo son dioses, el vulgo es Satán, por
medio del cual Dios obra a
veces lo que en otras ocasiones realiza directamente a través de
Satán; esto es, hace la rebelión
como castigo de los pecados del pueblo. Prefiero soportar a un
príncipe que obra mal antes que
a un pueblo que obra bien» 13
y que «No es de ningún modo propio de un cristiano alzarse
con-
tra su gobierno, tanto si actúa justamente como en caso contrario.
No hay mejores obras que
obedecer y servir a todos los que están colocados por encima de
nosotros como superiores. Por
esta razón también la desobediencia es un pecado mayor que el
asesinato, la lujuria, el robo y la
deshonestidad y todo lo que éstos puedan abarcar» 14
.
Si aplicamos, en términos generales, esta consideración a la
política diaria, sea en asuntos reli-
giosos o más profusamente en otros asuntos, tales como la
descentralización del Estado o las
relaciones internacionales, obtendremos una regla general de
determinación práctica. La nobleza
alemana, con el interés puesto en las cuestiones fiscales,
políticas y económicas, y con el estan-
darte de Dios –bien estructurado por Lutero– a la cabeza, se impuso
con fuerza en el cisma y
arrancó una autonomía sustentada en sus propios privilegios, por
supuesto, económicos.
Éste es un primer gran factor a tener en cuenta: el movimiento de
Lutero jamás habría arraigado
con fuerza en Europa de no haber sido secundado por una serie de
príncipes alemanes que arras-
traron consigo a la población de sus vastos territorios –no
olvidemos el principio de Cuius regio
eius religio firmado en la Paz de Augsburgo de 1555, que proclamó
por todo lo alto la confesio-
nalización de los estados europeos–. Y las razones que se pusieron
en juego en la decisión de
cada príncipe sobre si secundar la propuesta de Lutero o si
mantenerse fieles al Papa, fueron,
eminentemente políticas y económicas: al desvincularse de la
Iglesia de Roma –cabeza espiritual
de la Cristiandad–, se desvinculaban, en gran medida, del emperador
–cabeza política de la Cris-
tiandad–, conquistando una autonomía por la que venían luchando
mucho tiempo. Podemos de-
13
Cit. George Sabine, Historia de la teoría política, Ed. Fondo de
Cultura Económica, México D. F., 1996, p. 284. 14
Walter Hanisch, El catecismo político-cristiano: las ideas y la
época: 1810, Andrés Bello, Santiago, 1970, p. 69.
Ignacio Cabello Llano
16
cir, pues, que la Paz de Augsburgo, en su vertiente
‘constitucional’, supuso el fin de la lucha en-
tre los grandes príncipes del Imperio y el emperador –con victoria
de los primeros– sobre la for-
ma de organización del poder. Esto es; los príncipes, que aspiraban
a hacer de sus territorios una
monarquía, según la fórmula «Rex superiorem non recognoscens in
regno suo est Imperator»,
lograron imponer sus intereses frente a los de Carlos V, que vio
frustrado su proyecto de conso-
lidar una monarquía centralizada y universal.
Algo similar ocurrió con las ciudades imperiales que secundaron el
movimiento de Lutero, tam-
bién motivadas por intereses económicos, sociales y políticos. Al
igual que los príncipes, las ciu-
dades llevaban un largo tiempo en pugna con el poder imperial, pues
aspiraban a una mayor au-
tonomía; y vieron en las propuestas de Lutero un perfecto soporte
doctrinal religioso para las
formas ascendentes y comunitarias de soberanía –la auctoritas emana
del pueblo, que delega la
potestas en sus gobernantes, quienes, a su vez, han de responder
ante el propio pueblo–, frente al
modelo jerárquico y descendente que pretendían imponer los monarcas
–el poder emana de Dios,
que lo delega en el gobernante, quien sólo tiene que responder ante
Dios–.
Por último, no podemos pasar por alto la importancia que jugaron
las numerosas comunidades
rurales que se alzaron contra los señores en nombre de las
doctrinas de Lutero, protagonizando
las llamadas “guerras campesinas”. El origen de estas “guerras
campesinas” es socioeconómico:
el empeoramiento de las condiciones de vida de buena parte de la
población rural, sometida a la
abusiva opresión de los señores. Existe un documento fundamental
para comprender este fenó-
meno: Los doce artículos y reglamentos de la liga de campesinos de
la Alta Suabia (1525). En
ellos, tomando por bandera algunas de las enseñanzas más
elementales de Lutero –como el prin-
cipio de la Sola Scriptura o el concepto de libertad cristiana–,
denuncian los agravios que están
sufriendo a causa de los abusos por parte de los señores y
justifican la revuelta. Éstas son las
principales ideas: exigen «que cada comunidad pueda elegir y
nombrar a un pastor»; 15
declaran
que están únicamente dispuestos a pagar «el justo diezmo de grano»
establecido por Dios en las
Escrituras; 16
exigen el derecho de pesca, caza y de uso de los bosques y las
tierras ilegítimamente
15
«Primero, es nuestra humilde petición y ruego, así como nuestra
voluntad y resolución, que de hoy en adelante
tengamos poder y autoridad de tal manera que cada comunidad pueda
elegir y nombrar a un pastor. Que tengamos
también el derecho de deponerlo en caso de conducta inapropiada. El
pastor así elegido nos enseñará el Santo
Evangelio pura y simplemente, sin ningún agregado, doctrina o
mandamiento elaborado por el hombre. Por cuanto
que la continua enseñanza de la Fe verdadera nos conducirá a
implorar a Dios que, a través de su Gracia, la Fe
crezca dentro de nosotros y llegue a ser parte integrante de
nosotros. Porque si su Gracia no obra en nosotros,
permaneceremos por siempre en la carne y en la sangre, lo que
equivale a la nada, ya que la Escritura claramente
enseña que sólo a través de la Fe verdadera llegaremos a Dios. Sólo
a través de su Gracia podremos alcanzar la
santidad. Por ello, un guía y pastor es necesario y en la manera
descrita está fundado en las Escrituras». 16
«En segundo lugar, así como un justo diezmo está establecido por el
Antiguo Testamento y en el Nuevo confirma-
do, nosotros estamos dispuestos y deseosos de pagar el justo diezmo
de grano. La palabra de Dios estableció que
dar es conforme a Dios y que en la distribución a los suyos, los
servicios de un pastor son requeridos. Queremos
que en el futuro, quienquiera que sea el preboste eclesiástico
designado por la comunidad, él recogerá y recibirá
este diezmo. De ese diezmo, proveerá al pastor elegido por toda la
comunidad una subsistencia decente y suficiente,
al justo parecer (o con el conocimiento) de la comunidad en su
totalidad. El remanente eventual será distribuido
entre los pobres del lugar, según lo exijan las circunstancias y la
opinión general. Si aún quedase un resto, será
guardado por si alguien tuviera que abandonar el país por causa de
pobreza. Se hará también provisión de este
excedente para evitar que se grave con impuestos la tierra a los
pobres. En el caso de que uno o más pueblos se
hayan comprometido voluntariamente a pagar diezmos en razón de
penuria, y que cada pueblo haya tomado esas
medidas de manera colectiva, el adquirente no sufrirá pérdidas,
pero queremos que se llegue a un acuerdo apro-
piado para el reembolso de la suma más el interés adeudado por el
pueblo. Pero a aquellos que han adquirido
derecho a diezmos no mediante la compra, sino mediante apropiación
por la obra de sus ancestros, no les será ni se
les deberá pagar suma alguna de ahora en adelante. El pueblo deberá
aplicar el pago del diezmo para el manteni-
miento del pastor, elegido como se indicó más arriba, o para el
consuelo de los pobres, como así lo enseña la Escri-
tura. En cuanto al diezmo menudo, sea eclesiástico o laico, no será
pagado desde ahora, por cuanto el Señor Dios
creó el ganado para su libre utilización por el hombre. En
consecuencia, no pagaremos en lo sucesivo ese indeco-
roso diezmo de pura creación humana».
Lutero, la Reforma Protestante y la Reforma Católica. Las múltiples
dimensiones –religiosa, social, económica y
política– del fenómeno.
apropiadas; 171819
y manifiestan su descontento y oposición total y radical a la
servidumbre 20
, a las
excesivas corveas, sernas y trabajos exigidos por los señores
2122
, a las altas y gravosas rentas de
la tierra, 23
caso de defunción» 25
17
«En cuarto lugar, ha sido hasta ahora costumbre que a ningún hombre
pobre le era permitido atrapar venado o
animales salvajes o peces de las aguas fluyentes, lo que nos parece
no sólo totalmente indecoroso y poco fraternal,
sino también egoísta y contrario a la palabra de Dios. También en
algunos lugares los Superiores conservan sus
presas de caza para nuestra desazón y grandes pérdidas, permitiendo
sin ningún miramiento que animales salvajes
destruyan nuestros cultivos, que el Señor se esfuerza en hacer
germinar para el uso del hombre y todavía, debemos
sufrirlo en silencio. Todo esto es contrario a Dios y al prójimo.
Al crear Dios al hombre, le dio el dominio sobre
todos los animales, sobre las aves en el aire y sobre el pez en el
agua. Conformemente, es nuestro deseo que si un
hombre tiene posesión sobre aguas, que pruebe con documentos
suficientes que ha adquirido ese derecho inadverti-
damente por medio de una compra. Nosotros no queremos arrebatárselo
por medio de la fuerza, pero sus derechos
deben ser ejercidos de una manera fraternal y cristiana. Pero
quienquiera que no pueda aducir tal prueba, deberá
desistir con buena voluntad de su pretensión». 18
«En quinto lugar, nos agravian cuestiones relativas a la tala de
madera, por cuanto que la gente noble se ha
apropiado de todos los bosques para su solo uso personal. Si un
pobre necesita madera, debe pagar el doble por
ella. Es nuestra opinión, en lo que concierne a los bosques en
posesión de un Señor, sea espiritual o temporal, que
al menos que haya sido debidamente comprado, deberá ser devuelto
nuevamente a la comunidad. Más aún, todo
miembro de la comunidad será libre de procurarse por sí mismo la
leña necesaria para su hogar. Asimismo, si un
hombre requiere madera para usos de carpintería, la obtendrá sin
cargo, pero con conocimiento de una persona
designada por la comunidad con tal propósito. Sin embargo, ningún
bosque debidamente comprado y administrado
de manera fraternal y cristiana será puesto a disposición de la
renta comunitaria. Si un bosque, aun aquel que en
primera instancia hubiera sido injustamente objeto de apropiación,
hubiera sido luego vendido en la debida forma,
la cuestión será dirimida con espíritu amistoso y de acuerdo con
las Escrituras». 19
«En décimo lugar, estamos agraviados por la apropiación por algunos
individuos de praderas y campos que en
tiempos anteriores pertenecieron a la comunidad. Tomaremos
nuevamente posesión de dichos campos. Sin embar-
go, cabe que esos campos hayan sido adquiridos conforme a derecho.
Cuando, por mala fortuna, las tierras hayan
sido así adquiridas, un arreglo fraternal deberá tener lugar de
acuerdo con las circunstancias». 20
«En tercer lugar, ha sido hasta ahora costumbre para algunos de
tratarnos como si fuésemos de su propiedad
privada, lo que es de lamentar, considerando que Cristo nos ha
liberado y redimido a todos por igual, al siervo y al
Señor, sin excepción, por medio del derramamiento de su preciosa
sangre. Así, conforme a la Escritura somos y
queremos ser libres. Esto no significa que deseamos ser
absolutamente libres y no estar sujetos a autoridad alguna.
Dios no nos enseña que debamos llevar una vida desordenada en los
placeres de la carne, sino que tenemos que
amar a Dios nuestro Señor y a nuestro prójimo. Nos conformaremos
con alegría a todo esto, como Dios nos lo ha
ordenado en la celebración de la comunión. No nos ha ordenado
desobedecer a las autoridades, sino más bien
practicar la humildad, no sólo con aquellos que ejercen la
autoridad, sino con todos. Nosotros estamos así dispues-
tos a prestar obediencia a nuestras autoridades elegidas y
regulares en todas las cosas propias que conciernen a un
cristiano. Damos, pues, por sentado que Vos nos liberarán de la
servidumbre como cristianos verdaderos, a menos
que se nos demuestre que del Evangelio surge que debamos ser
siervos». 21
«Nuestra sexta queja concierne los excesivos servicios que nos son
requeridos, los que se multiplican día tras día.
Rogamos que esta cuestión sea apropiadamente examinada de modo tal
que no seamos duramente oprimidos, que
tengan lugar consideraciones con gracia hacia nosotros, por cuanto
que a nuestros antepasados sólo les era reque-
rido servir de conformidad con la palabra de Dios». 22
«En séptimo lugar, de ahora en adelante no admitiremos la opresión
por parte de nuestros Señores, sólo les per-
mitiremos que nos exijan lo que es justo y apropiado de conformidad
con las palabras del acuerdo entre el Señor y
el campesino. El Señor no deberá en lo sucesivo forzar ni presionar
por servicios u otros deberes sin pago y le
deberá permitir el gozo tranquilo y pacífico de sus posesiones. El
campesino deberá ayudar, sin embargo, a su
Señor cuando sea necesario y en tiempo adecuado, cuando no le sea
desventajoso y mediando un pago apropiado». 23
«En octavo lugar, nos encontramos agobiados por posesiones que no
pueden hacer frente a la rentas exigidas
sobre aquellas. Los campesinos sufren de esta manera pérdidas y
están arruinados. Pedimos a los Señores que
designen personas honorables para estudiar las posesiones y fijar
rentas acordes con la justicia, del tal manera que
los campesinos no estén obligados a trabajar a cambio de nada, ya
que su labor es digno de ser recompensada». 24
«En noveno lugar, nos ultraja grandemente la constante promulgación
de nuevas leyes. No somos juzgados en
relación con la ofensa cometida, sino a veces con enorme