L E T R A S
RARAS
r e v i s t a ®
Dirección editorial, redacción, mercadotecnia, ventas, diseño y todo eso: Editorial Sad Face L. Letras Raras es una marca registrada. 2014. Año 3, número 7. Fecha de circulación: marzo de 2014. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face y Her Majesty’s Entertainment. Domicilio conocido, código postal 90210. Revista producida en México. Prohibida su reproducción. Portada: Anónimo. Todos los contenidos originales aquí verQdos son propiedad de sus respecQvos autores y están protegidos por INDAUTOR todo poderoso… ¡Así que no te fusiles nada o te meteremos una barreta por el culo!
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ÍNDICE
Editorial . . . . . . . . . . . 4 El haiku . . . . . . . . . . . 6 Ganas . . . . . . . . . . . 10 Aroma a cempoalxochitl . . . . . . . 11 Oye, sorullo . . . . . . . . . . 16 Cartas . . . . . . . . . . . 18 El camión . . . . . . . . . . 19 Ciudades abandonadas . . . . . . . 20 Ladrón . . . . . . . . . . . 24 Autores . . . . . . . . . . . 31
Editorial
Sí, sabemos que ya casi es quincena y apenas va saliendo la revista pero, eh, dicen que más
—el pinche editor—
4
marzo 2014
vale tarde que nunca, ¿no? Bueno, que conste que no nada más aventamos los textos así como así; los tratamos con cariño y los acomodamos y arreglamos para que lleguen a ustedes bonitos y cachetoncitos.
Sean bienvenidos, pues, al ejemplar más reciente de Letras Raras que, la neta, cada vez nos queda mejor y mes tras mes incluye una selección de excelentes textos, bajos en calorías, libres de gluten y grasas trans. El presente número es rico en narrativa (quizá porque es lo que más nos hacen llegar) y, estamos seguros, será del agrado de lectores nuevos y recurrentes de esta publicación, así que, sin más preámbulo, pásenle a leer, diviértanse y, por favor, caminen por la sombrita.
Sergio F.S. Sixtos
EL HAIKU
El aroma a café tostado y el chocar de tazas de las mesas vecinas incitaron a Daconte a contar una de sus historias de detectives —tenía dos años retirado y aún no lo abandonaba la nostalgia—. Sin dejar de garabatear en su libreta caricaturas de las personas que ocupaban las mesas vecinas, dijo:
Una tarde, nos reunimos Ulises Luna, Pepe Daconte y yo en el Café Ik de la calle Independencia.
—Voy a contarles algo que sucedió hace años. Me llega la idea ya que no puedo quitar la vista de la portada del libro que lee la joven a la que estoy retratando.
Miré el dibujo. No era malo, pero a veces Daconte exageraba con sus pretensiones artísticas. El libro de la joven era una antología de haikus clásicos: Issa, Buson, Shiki y otros.
—El 26 de septiembre de hace cuatro años —comenzó Daconte—, recibí una llamada urgente de mi jefe: habían asesinado en su departamento a la prestigiosa poetisa Xóchitl Gua-
darrama. Tal vez recuerden el caso, la prensa amarillista hizo un escándalo del homicidio.
—Lo recuerdo, se descubrió que fue un crimen pasional, mas no tenía idea de que estuviste involucrado en el caso —dijo Ulises Luna.
—Las consecuencias del crimen me tienen sin cuidado —dijo Daconte haciendo una mueca de desdén—, lo interesante es que se cumple aquel viejo refrán: "genio y figura hasta la sepultura". Aquella mujer escribió libros de poemas, acaparó premios literarios y vivió la poesía hasta el final de su vida. No soy una autoridad en el tema ni mucho menos, pero sé distinguir entre el trabajo de un aficionado y un profesional en casi todos los campos útiles para mi profesión —Daconte, haciendo gala de su terrible modestia, hizo una pausa teatral mientras cerraba su libreta de apuntes y apuraba su café con leche. Pidió uno más a la camarera y prosiguió:
—Me dirigí al conjunto urbano Nonoalco Tlatelolco, al departamento 576 del edificio Cuauhtémoc. Los policías de a pie con los que me encontré estaban desconcertados por la evidencia encontrada o, mejor dicho, por la falta de evidencia; la poetisa había sido apuñalada y no había rastro de lucha en el departamento, ni arma homicida. La única pista palpable era un pequeño poema escrito, con la propia sangre de la víctima, a un lado del cadáver. Todo hacía suponer que la poetisa había escrito esos versos, quizá como testamento literario. Algunos de mis compañeros lo pensaron así. Soy escéptico en todos los campos por naturaleza y rechacé la idea desde un principio; aunque la letra era errática y
temblorosa había algo que no cuadraba. En la biblioteca de la poetisa, como es de suponer, estaban sus obras completas; revisé cada uno de los libros y leí los poemas; eran cantos al amor, la esperanza y a la vida. No estaba presente la métrica que desde pequeño me enseñaron en la escuela, todo el trabajo de la poetisa era prosa poética.
—¿Había una diferencia con lo escrito en el piso? —pregunté tratando de recordar alguno de los poemas que sabía de memoria.
—Sí: era un haiku. Ya saben, pequeños poemas compuestos de tres versos que describen la naturaleza —contestó Daconte señalando el libro de la joven.
—Es extraño que una poetisa que escribió prosa poética toda su vida decidiera escribir un haiku en sus últimas horas —dijo Ulises Luna mirando el libro de la joven.
—Lo mismo pensé, así que leí con atención el haiku y dirigí a los policías de a pie a detener al asesino —dijo Daconte con satisfacción.
—Espera, espera. ¿Quieres decir que estaba escrita en el haiku la identidad del asesino? —pregunté incrédulo.
—Claro que no. La vida no es tan simple, amigo mío; quiero decir que el asesino quería que lo descubriera y dejó todo a mi disposición —contestó Daconte con una sonrisa burlona.
Miré ofendido a Daconte, mientras éste ordenaba su tercer café con leche.
Daconte prosiguió sin darse por aludido:
—El haiku era de lo más vulgar y decía:
Observa el cuerpo fue próxima la muerte
sigue los versos. —No entiendo —tuve que admitir.
—Está claro —apuntó Daconte sonriendo.
—Tampoco entiendo —secundó Ulises Luna frunciendo el ceño.
—El haiku, amigos, es un poema breve, una reflexión poética de la naturaleza o la vida cotidiana y sólo lo estructuran tres versos; para llamarse haiku, se necesita que el primer verso sea de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero verso de cinco sílabas. 575; el número del departamento del homicida; era el vecino, el amante despechado. Encontramos el arma homicida y al sospechoso que aún no se deshacía de la evidencia. —Daconte terminó su tercer café con leche y ordenó la cuenta.
fin
A los amantes de las bellas letras hago llegar mis mejores deseos.
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas. Mi posición es ésta:
el poeta no cumple su palabra si no cambia los nombres de las cosas.
¿Con qué razón el sol ha de seguir llamándose sol? ¡Pido que se llame Micifuz,
el de las botas de cuarenta leguas! Nicanor Parra
A R K H A M K N I G H T
Desde antes del estreno de Arkham Origins en octubre pasado se rumoró que Warner Bros. Games y Rocksteady ya trabajaban en un nuevo _tulo de Batman. Los primeros días
de este mes el rumor se confirmó al hacerse público el primer avance de Arkham Knight, la esperada secuela de Arkham City que, según se afirma al final del video, hará su arribo este año a las consolas de nueva generación. Aunque no se ha revelado gran detalle sobre la trama, se sabe que en este Qtulo el hombre murciélago hará frente a villanos como el Espantapájaros, el Pingüino, Two-‐Face, Harley Queen y un nuevo enemigo creado especialmente para el juego.
A menos de un año
del estreno de
Arkham Origins,
Batman regresará a
las consolas.
Ganas
¿Te parece bien que te quiera una semana? No es ni mucho ni poco, es bastante.
Mario Benedetti
Quererte una vez al mes amarte un miércoles o un jueves. El día de tu cumpleaños te regalé amor, cenizas y fuego. Primero el segundo y después el primero.
Beatriz Torres Limones
El muslo o el codo salados, de ellos quiere mi lengua beber beberte ver, ver, te digo,
quiero verte.
10
Gilberto Blanco
AROMA A CEMPOALXOCHITL A mi primo Antonio le gustaba venir a visitarme todos los lunes al mediodía y todos los viernes al amanecer. Siempre nos gustaba recordar nuestros días de infancia, cuando n o s q u e d á b a m o s j u g a n d o PlayStation hasta las tres de la mañana y a las ocho ya estábamos despiertos, listos para ir al parque.
Nunca supe por qué siempre llevaba su uniforme de la secundaria; hacía mucho que habíamos pasado esa etapa de la adolescencia en la que crees que el mundo es sólo una caja de bromas que hacen enojar a tus padres o profesores y en que tomar a una chica de la mano era toda una hazaña. Tampoco entendía
bien por qué él no había crecido tanto como yo a pesar de que me llevaba casi cinco años, ni por qué gustaba de usar un perfume que olía a flor de cempasúchil (que sólo me recordaba los panteones). Nunca se lo pregunté por temor a que se enojara y dejara de verme.
También tenía la duda de por qué siempre venía a visitarme los mismos días, a las mismas horas. Eso sí tuve el valor de preguntárselo y su respuesta me dejó entero satisfecho: él era alguien muy ocupado y estaba demasiado lejos, por lo que las horas que pasaba conmigo eran las únicas que tenía libres. Eso explicaba también el hecho de que no pudiera salir conmigo a las fiestas de mis amigos y que nadie más lo viera, pues apenas tenía tiempo de hablar conmigo el pobre. Sin embargo, había algo más…
Siempre que le contaba sobre lo que hacía con mis compañeros, o cuando le decía que había conseguido una cita, le veía deprimirse, como si a él la vida no le alcanzara para hacer todo eso, así que procuraba no m e n c i o n a r e s o a m e n u d o y terminábamos siempre hablando del mismo tema: nuestras locuras de infancia. A pesar de ello nunca me aburría hablar con él, puesto que habíamos compartido tanto en nuestra n iñez que las h istor ias no se acababan.
—No entiendo por qué siempre hemos de hablar de lo que hago o de
lo que hacíamos. ¿Por qué no sé nada de ti? —me animé a decirle un día, pero al momento me arrepentí pues lo v i a r ro ja rse en su ensimismamiento-—. Lo siento, no debí molestarte.
—Mi vida no tiene nada de interesante. No me gusta el lugar donde estoy. No tiene caso hablar de ello… —quiso añadir algo más, pero ent r is tec ió aún más y rápidamente cambió de tema—. ¿Recuerdas cuando jugábamos a la Play y de pronto llegó a la tienda un t i po igua l a l pe rsona je de l videojuego y casi nos tumbamos al suelo de la risa?
Soltó una risa forzada y me obligué a no preguntarle más y seguir la conversación. Era cierto: un día estábamos jugando y en la tienda que aún hoy maneja mi
abuelita se apareció un tipo alto, encorvado y calvo, cuya expresión de amargura lo asemejaba mucho al villano del video juego. Nos partimos de risa como pocas veces; era bueno recordar eso… Era bueno olvidar esto. De haber sabido que sería la última vez que platicaría con él, le hubiera pedido que se quedara un rato más.
Sin embargo, no lo olvidé; ese lunes por la noche no pude dormir y estuve dándole vueltas al asunto hasta que tomé la decisión de hablarlo al día siguiente con mis padres. Y lo hice.
—Oigan, sé que ustedes no están enterados, pero quiero decirles que Toñito ha estado visitándome. Le noto deprimido; no sé a dónde irá o dónde estará pero no es feliz. Deberíamos hablar con mis tíos, quizá ellos sepan.
Yo nunca imaginé que ese martes mi vida cambiaría por completo; al ver la expresión de terror de mis padres me di cuenta de que algo no andaba bien. La respuesta me llegó de inmediato:
—Beto… —dijo mi madre.
La voz y las manos le temblaban tanto que no pudo continuar hablando, por lo que papá tomo la palabra:
13
—Beto… Toñito murió hace casi diez años. ¿Acaso no lo recuerdas?
Sentí una especie de congelamiento que trepó por mis pies y trepó poco a poco por mi cuerpo hasta llegar a mi cabeza, provocándome un mareo. No sé de donde saqué fuerzas para hablar una vez más:
—¿Mu... mu-muerto? ¡Pero eso no es posible! Apenas ayer hablé con él, y lleva visitándome hace tanto que ya no recuerdo la primera vez que apareció…
Pero entonces recordé la primera vez que lo vi en casa. Era viernes y me había levantado para ir a la escuela. Como todos los días, había sido el primero en levantarme. Inesperadamente, lo vi recargado en la barra de la cocina, sonriendo en medio de la oscuridad matinal. Mi susto fue tanto que ni si quiera fui capaz de soltar un grito, per él me tranquilizó y dijo que yo le había dado un juego de llaves de la casa y que así era como había entrado… Pensándolo bien, no recuerdo el día en que se lo di.
EPÍLOGO
El psicólogo me dijo que mi primo había muerto hacía mucho y que su muerte me había afectado tanto que mi cerebro “bloqueó” esos momentos de mi vida y que, tiempo después, mi cerebro mismo sustituyó su ausencia con “alu- Había pasado ya año y medio de
mis terapias. Era lunes a mediodía, por lo que el sol pegaba de lleno. Iba l l e g a n d o c o n m i f a m i l i a d e l supermercado y fui el primero en entrar a la casa. Entonces me paralicé…
Mi primo se hallaba allí, frente a mí, recargado en la barra como le gustaba colocarse cuando me visitaba y se quedaba hablando conmigo, sólo que es ta vez su un i fo rme de secundaria tenía manchas de sangre
cinaciones” de una “realidad alterna” donde él seguía vivo. Después averigüé que mi primo había sido atropellado un lunes al mediodía y que el viernes siguiente, al amanecer, había perdido la vida.
había sido producto de mi imaginación como en las ocasiones pasadas, cuando mamá, levantando la voz, expresó:
—La casa huele mucho a cempasúchil.
Nunca les había comentado ni a mis padres ni al psicólogo que cuando mi primo me visitaba la casa olía a flor de muerto…
por todos lados y su cara reflejaba el dolor extremo que debía sentir. Me sonrió y una línea de sangre corrió por su boca. Levantó su mano en señal de despedida y desapareció.
Tardé un minuto en reponerme. Sentí los empujones de mamá que quería pasar y me fui directo al cuarto. Quise ignorar lo que había visto diciéndome una y otra vez que todo
FIN
Local 26, plaza La Noria, Puebla, Puebla.
Un espacio para tomar un rico café hecho al instante. También es un centro cultural que le da cabida a
todas las expresiones artísticas.
Therion regresa a México en
mayo como
parte de
su gira
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Fernando de la Vara
Oye, sorullo...
En la ciudad donde vivo no existen los negros. Quiero decir los negros negros, porque aquí está plagado de morenos color llanta, pero éstos son eso: morenos. Lo que quiero decir con que no existen los negros es que no hay africanos, ni estadounidenses de color, incluso caribeños, de esos que son azul marino, casi morado oscuro.
Aquel día, en el supermercado, un negro llamaba la atención de todo mundo. Llevaba una camisa roja y no pude evitar pensar: le aprieta; la camisa era holgada, me refiero a que lo hacía ver más prieto. Con ese rojo era algo así como si estuviera en huelga. Lo vi en la sección de carnes frías, en la de ferretería, en la de ropa para caballeros y en todas; de verdad, en todas partes la gente le dedicaba una mirada curiosa.
Porque además de negro era alto; era un negro alto, y llevaba el coco al aire libre; era un negro alto y pelón. De seguro que el tipo estaba acostumbrado a causar un pequeño alboroto y no parecía molestarle que toda la gente lo hostigara con la mirada y enunciara uno que otro cuchicheo a sus espaldas. Un par de jovencitas se acercaron a él para pedirle que se tomara una foto con ellas y él aceptó; se agachó demasiado, porque las
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chicas eran bajitas, y sonrió con unos dientes blanquísimos, perfectos para un comercial de pasta de dientes.
Era un negro alto, pelón, de dientes blancos y, al parecer, era un negro agradable. Cuando llegué a la zona de cajas para pagar mi mercancía, el negro estaba haciendo fila delante de mí. Era el turno de él para pagar y el cajero lo miraba muy extrañado. Entonces le dijo: “Oye, tú estuviste en el equipo de la uni, ¿verdad?”. “Sí, ahí entrené unos años”, contestó el negro. “¡Ah, qué bien! Yo estudié ahí, ¿te acuerdas de mí? Estuvimos juntos en una conferencia sobre actividades deportivas”. “Sí, sí me acuerdo de ti, por supuesto”. El cajero sonrió y finalizó la compra del negro. “Que tengas un buen día y gracias por tu compra, un gusto verte de nuevo”. “Igualmente, chico, un placer”.
Cuando era mi turno para pagar, el cajero volvió a sonreír y me dijo: “¡Qué cosas! Lo reconocí por la camisa”.
F in
Pos sí, qué cosas.
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Azu hizo un truco de magia: pidió que escogiera una carta. Lo hice: cuatro de copas. Revolvió mi carta con el resto.
—Sopla.
Soplé y miré incrédula los pases mágicos que hacía con los dedos. Me devolvió las cartas y las revisé; mi carta había desaparecido. No tenía idea de cómo lo había hecho.
—¡Es magia titina! —dijo con su sonrisita burlona.
Exigí la devolución de la carta faltante, mas Azu dijo que no sabía hacer el truco a la inversa, se encogió de hombros y se marchó. Lloré hasta que terminó el receso, mientras Tere trataba de consolarme.
En casa, aguardaba el regreso de papá. Mamá me llamó a saludarlo cuando regresó de la oficina; había pensado una historia para justificar la carta perdida. Cuando me acerqué a darle un beso a papá, sentí nauseas. Tras un par de arqueos vomité la carta: el cuatro de copas… ¡La odio!
Cartas Sergio F.S. Sixtos
Papá compró un mazo de cartas. Venían empacadas en una preciosa caja de cartón. Encontré el mazo de cartas sobre el librero y, víctima de la curiosidad, las tomé. En la escuela —durante el receso—, saqué las cartas para mostrarlas a Tere y Azu. Traté de enseñarles a jugar burro castigado, pero las dos son unas cabezas huecas.
fin 5
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Uriel Aarón Cadena Torres
CIUDADES ABANDONADAS
Miraba a través de la ventana del autobús. Escuchaba algo de Los Piojos por mis audífonos y veía la avenida Tlalpan en su cumbre. Las cinco de la tarde. Esa hora me hacía imaginar sólo a dos tipos de personas: a las que trabajaban desde la mañana y ya habían salido y a las del turno nocturno que corrían para llegar a tiempo. Me sentía cansado, así que le avisé a Diego que me adelantaría al departamento sin él. Eran los últimos días de clases y las entregas de trabajos finales y los exámenes me complicaban el sueño.
Estaba a punto de quedarme dormido, cabeceaba, pero me despertó la voz de una joven delgada, de piel morena y cabello lacio, que me pidió hacerme a un lado para sentarse; me despertó su perfume, una esencia ligera, agradable. Presumía bajo sus ojos oscuros unas azuladas ojeras. En cuanto se sentó comenzó a bostezar; la admiré discretamente. Era atractiva. Noté la curiosa vestimenta que llevaba: una arrugada minifalda azul, una blusa blanca parcialmente oculta bajo una sudadera negra y un par de tenis que quizá antes habían sido negros también. Toda su ropa denotaba un uso excesivo y el descuido de varias gotas de cloro repartidas por las mangas. Aún así, esto no atenuaba su belleza; al contrario, la volvía interesante.
No necesito que recuerdes ya mi nombre.
No necesito que me digas adónde querés llegar. Ni si conmigo estás
vengándote de un hombre; no es necesario que preguntes
qué es lo que te quiero dar.
Andrés Ciro Martínez
Dejé de mirar para no incomodarla. Regresé a mi habitual rito de observar la acera en busca de inspiración para una historia. Pasaron dos canciones, es decir, poco más de seis minutos, y sentí cómo su cabeza se posaba ligeramente sobre mi hombro. Dormía. Un relámpago corrió por mi espalda; su esencia penetró mi nariz, excitándome. Mis pupilas se dilataron y sentí un espasmo en mi pierna. Como pude, me obligué a controlar las reacciones de mi cuerpo.
Quedé como estatua de sal durante unos minutos. Pasó otra canción. Ya con el cuerpo bajo control, libre de la sorpresa, pensé en pedirle a la chica que optara por una posición menos complicada para ella, pero antes que pudiera hacer algo ella se aferró a mi brazo, como buscando protección. Viéndome derrotado, traté de relajarme y me recargué un poco en el vidrio, dejando que la música pasara.
No sabía cómo pedirle que se moviera. El tráfico había hecho que la situación se prolongara, pero ya estábamos a pocas cuadras del metro y tenía que bajar allí, aunque al verla y sentirla respirar no me atrevía a perturbar su sueño. Finalmente, moví mi brazo un poco, esperando que eso la despertara, pero no bastó y tuve que hacer un movimiento más brusco (con la excusa mental de que debía buscar algo en mi bolsillo) para que despertara. Lo hizo y me soltó inmediatamente, acto seguido, se sonrojó y se disculpó:
—Perdona —dijo entre bostezos.
—No te preocupes —respondí entre risas nerviosas, haciendo como que me peinaba aunque no lo necesitara—. Te hubiera dejado descansar más, pero ya voy a bajar.
—Ay, no, qué pena. Me quedé dormida y aparte te usé de oso peluche.
—No fue tan malo. De verdad, no es nada.
—¿En dónde estamos? —preguntó confundida.
—Acabamos de pasar Viaducto.
—Gracias —me extendió la mano—. Me llamo Andrea.
—Uriel.
—¿Para dónde vas...?
—Voy para Chabano. ¿Y tú?
—Igual. Bueno... Puedo irme desde aquí, veo que hay mucho tráfico.
—Pues vamos, a lo mejor nos dirigimos al mismo lado —le sonreí.
—Gracias, me gustaría ir acompañada.
Nos levantamos, bajamos frente a las puertas del metro y comenzamos a hablar: ella no estudiaba y decía vivir con su hermano. No sabía explicarme en dónde vivía; supuse que era igual de mala que Diego para ubicarse, así que no le di importancia. Me dijo el nombre de una avenida y, aunque no me quedaba de paso, le dije que no había problema, que la acompañaba. Sacó un viejo celular de su bolsa,
envió un mensaje y seguimos caminando. Cruzamos un puente peatonal y nos adentramos por una calle perpendicular a San
Antonio Abad. Ésta despedía un aura de abandono; pensé que sería mejor que fuera conmigo. Ella me tomó nuevamente del brazo y seguimos adelante.
Noté cierta molestia en ella
cuando le hablaba sobre la escuela, así que cambié de tema y mejor hablé de música. Teníamos pocos gustos en común, como es usual. Traté de no aburrirla, cambiando otra vez de tema e ignorando el entorno. Cuando llegamos a 5 de febrero nos detuvimos; Andrea decía que estábamos cerca de su casa. Pensé que era la oportunidad de pedirle su número para invitarla a salir después, con menos prisa. Saqué mi celular y se lo pedí. De repente sentí un metal frío en mi nuca…
—Caite con todo lo que traigas —oí un dedo jugar con el gatillo—. Dale todo y muévete.
Andrea extendió las manos y evitó devolverme la mirada. Si llegué a sentir miedo o pena por ella esos sentimientos se esfumaron en cuanto tomó mi billetera y mi celular. El coraje me salía por las pupilas, pero traté de calmarme y respirar un poco. Tomé el poco cambio que llevaba en los bolsillos y se lo entregué. Ella sacó el dinero de la cartera y me la devolvió con mis credenciales dentro. Mientras ella guardaba el dinero, el individuo detrás de mí habló de nuevo:
—¿Es todo?
—Sí.
—No alcanza para ni madres.
—Ya vámonos —dijo ella, temblorosa.
Sentí cómo apartaban el cañón de la pistola; después, un golpe con la culata que me derribó. Creo recordar el sonido de una motocicleta, aunque no podría asegurarlo. No me desmayé; quizá la vergüenza me lo impidió... Me levanté sólo para sentir cómo me temblaban las piernas. Di un par de pasos erráticos y tomé rumbo hacia mi casa. Caminaba despacio, derrotado. Cuando llegué a la puerta del edificio mi cuerpo tiritaba, mi garganta estaba seca y sentía más dolor en el pecho que en el cuello.
Una de mis vecinas abrió la puerta cuando yo intentaba entrar, me vio y supo que tenía algo raro. Llamó a su hermana y ambas me preguntaron qué había pasado. Respiré y pensé mi respuesta; el asalto pasaba por mi mente pero no aún no lo asimilaba. En cuanto quise hablar me detuvo el ruido la sirena de una patrulla a lo lejos… Aunque siguió de largo.
FIN
E.J. Valdés
Ladrón Es mal común de todo escritor que se precie de serlo tener más libros de los que puede leer. No importa que veinte volúmenes de doscientas páginas aguarden su atención en las repisas del librero o en el escritorio, siempre podrá añadir otro título a su “lista de pendientes”, como le llamo yo. Total, algún día se les habrá de leer, ¿no? Es por esto que no tengo inconveniente en deambular por las librerías del centro en busca de tomos que lo mismo puedo hojear esa misma noche que dentro de una semana, un mes o un año, y es que
me es diNícil entrar a un establecimiento de estos y salir con las manos vacías. “Es mucha tentación para ti”, dice Fernanda, y por eso procura llevarme por calles ajenas a estos comercios cuando vamos a pasear por las inmediaciones del primer cuadro de Puebla, mas evoco cierta ocasión en que aparcamos en la 7 poniente y, siendo inevitable nuestro paso frente al portal de Casa de la Lectura, ella accedió a entrar conmigo, dando pie a los eventos que competen a esta narración.
Resulta que, Nisgoneando por los estantes, me topé con un ejemplar de Zodiac, de Robert Graysmith, título cuya lectura se me antojaba desde aquella época en que me dio por leer cuanto Wikipedia ofrecía sobre asesinos seriales estadounidenses. Viendo allí la oportunidad de saciar esta inquietud, cogí el libro cual frágil infante y me dispuse pagarlo. Sin embargo, por motivos que no me explico, camino a la registradora titubeé. Me detuve en seco, miré la cubierta y,
tras retroceder unos pasos, devolví el ejemplar a su lugar. Luego, tomando la mano de Fernanda, le dije: “ven, vamos por un café y de regreso paso por él”. Y eso hicimos: nos sentamos un rato en un lugar de la 3 sur, tras criticar el mobiliario y la iluminación caminamos por los alrededores bajo el crepúsculo y, ya de vuelta en la 7 poniente, entramos de nuevo a Casa de la Lectura por el dichoso ejemplar, mas cuál sería mi sorpresa al buscar en el estante y descubrir un hueco en el lugar que le había dejado menos de una hora atrás. “¡No puede ser!”, exclamé para mis adentros mientras examinaba el mueble de arriba para abajo, de izquierda a derecha, seguro que el libro debía estar allí, que no había puesto atención. Pero ello fue en vano: Zodiac se había esfumado.
—¿Cómo crees? —preguntó Fernanda—. Ven, vamos a checar en servicios al cliente.
Ella siempre sabe qué hacer, así que eso hicimos, pero el encargado, al consultar su base de datos, dijo que el libro no se había vendido.
—Seguramente alguien lo tomó para hojearlo y lo dejó en otro mueble, pasa todo el tiempo. Mandaré a buscarlo.
Uno de los empleados se dio a esta tarea mientras Fernanda y yo aguardábamos frente a la computadora, pero los minutos se fueron sumando y el libro no aparecía, y no lo hizo pese a que el encargado envío a dos y luego tres personas a que, literalmente, barrieran la librería en su busca. Era un hecho: Zodiac, de Robert Graysmith, no se había vendido pero tampoco se encontraba allí. En ese momento el dependiente y yo asomamos a la misma ominosa verdad: lo habían robado, y esto lo supe porque él, consternado, dirigió su mirada a un aNiche pegado al tabloide junto a la entrada, perdido entre avisos, convocatorias e invitaciones a eventos culturales. Éste mostraba a un hombre caminando por la tienda, borroso, pues era ésa una toma de las cámaras de vigilancia. En la parte superior de la imagen se leía, en gruesas mayúsculas, “cuidado”, y en la parte
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inferior la leyenda: “Este individuo es sospechoso de robar en diversas librerías del centro. Si lo ve, denuncie”.
Entonces, extrañado, miré a Fernanda, que ya había leído el aNiche y sabía lo que yo estaba pensando.
—Pero, ¿un ladrón de libros? ¿Existe tal cosa? —le pregunté.
—Ya ves que sí —dijo ella.
—¿Pero cómo? ¿Dónde está su negocio? Está robando uno de los productos con menor demanda en este país.
—Pues los venderá a las tiendas de segunda mano. Algo le darán por ellos, y su costo es nulo.
—En eso tienes razón. Pero, oye, vaya puntería para robar justo el libro que yo quería comprar.
—Yo no utilizaría la palabra “puntería”.
—¿No? ¿Por qué?
—Pienso que lo robó precisamente por eso: porque tú lo deseabas. Podría tratarse de un hombre que se dedica a robar los libros que otros quieren comprar.
—¿De verdad? ¿Por qué haría algo así?
—No lo sé. Diversión o placer tal vez. De hecho, ahora que lo pienso, es probable que ni siquiera los venda; puede ser que los conserve como trofeos inmateriales; lecturas que ha arrebatado.
Imaginé lo sucedido: el hombre se encontraba en la librería cuando entramos por primera vez, me vio coger el libro y devolverlo al estante; sin duda debió escuchar cuando le dije a Fernanda que regresaríamos por él, así que, a sabiendas de la decepción que me llevaría al volver y no encontrarle, lo robó. Y esto, aunque no lo presenciaría, le daría satisfacción; la satisfacción no de haber hurtado el libro, sino de haberme privado de su lectura. “Qué personaje más siniestro”, pensaba, cuando el encargado, que había puesto atención a nuestra plática, dijo:
—¿Pero cómo pudo hacerlo? En primer lugar, ¿cómo entró aquí sin que lo identiNicásemos? El aNiche lo vemos todos los días, y si es tan meticuloso como para robar un libro en especíNico quiere decir que debió estar en la librería tiempo considerable. ¡Forzosamente debimos haberle visto!
—Estuvo aquí buen rato, sin duda —le respondí—, pero una persona con tal
malicia debe tener su operación minuciosamente planeada y contar con una cualidad tan rara como valiosa: la habilidad de no ser visto.
—¿Pero de qué hablas?
—Por supuesto que existen tales personas; hombres y mujeres que van por el mundo sin ser detectados, capaces de dar un saludo que se olvida en un instante, de caminar sin hacer ruido o sin dejar huellas, o de permanecer en un lugar sin que nadie se percate de su presencia. Gente que vive en un susurro; sombras vivientes. Estoy seguro que si revisa la grabación del sistema de vigilancia descubrirá que estuvo aquí y robó el libro en sus narices.
—Hagámoslo pues, que sus palabras me tienen intrigado. Por favor acompáñenme.
Le seguimos hasta una oNicina en la planta alta de la librería. Allí, en una pantalla de buen tamaño, podía monitorearse la actividad en la tienda a través de ocho cámaras. Procedió a rebobinar la grabación más o menos a la hora en que ingresamos por primera vez. Cuando la dejó correr pude vernos a Fernanda y a mí cruzar por la entrada. Nos separamos y, mientras ella miraba las revistas, yo me perdía por los apartados de Nicción y novela policiaca. Entonces llegamos al momento en que cogí el libro. Y lo vimos.
—¡Miren, allí está! —señaló Fernanda.
En efecto, a sólo unos pasos de mí se encontraba un hombre regordete de rizada cabellera; el mismo del aNiche.
—No puede ser… —musitó el encargado—. ¡Pero si hasta lleva puesta la misma camiseta de la imagen!
Pero incluso más perturbador fue descubrir que, durante el minuto que tuve el libro en las m a n o s , e l h omb r e m e o b s e r v ó detenidamente e incluso llegó a estar exactamente junto a mí, mirando el ejemplar por encima de mi hombro sin que me diera cuenta. Luego, cuando lo devolví y salí con Fernanda, se apartó hasta el otro extremo de la librería, aguardó unos minutos, se acercó al estante donde le dejé y, sin más, lo cogió, se lo guardó en la chaqueta y salió tranquilamente de la tienda, cruzando frente a la barra de
servicios al cliente sin que nadie lo viera. Un golpe impecable.
—Justo en mis narices… —dijo el encargado, incrédulo—. ¡Y cuántas veces no habrá hecho lo mismo!
—Tal parece que tendrán que tomar otras medidas de seguridad —comentó Fernanda.
—¡Vaya que sí! Estoy seguro, sin embargo, que ahora que me han hecho ver esto podremos detenerlo de alguna manera.
—Y si lo hacen —intervine— pídanle que devuelva el libro de Robert Graysmith, que de verdad lo quiero leer.
—¡Lo haremos!
Y con esa declaración los tres reímos al unísono como sucede al Ninal de los dibujos animados. Ahora, podría terminar aquí el relato, pero preNiero hacerlo con una suerte de epílogo: verán, tras estos hechos las librerías del centro organizaron una cacería sistemática del ladrón de libros, la cual, debo decir, no condujo a su captura pero sí puso Nin a los sucesivos hurtos de los que eran víctimas. Este hombre, esta “sombra viviente”, sigue libre, sí, pero he llegado a pensar que el haberle aprehendido no hubiese servido de mucho, pues, ¿quién dice que no iba a salir caminando tranquilamente de la cárcel sin ser visto, como sucedió en Casa de la Lectura? Pienso que suNiciente se logró con neutralizarle, pues así se han salvado libros y lecturas, además de sentar un precedente para que ningún otro lector de esta ciudad se quede con las ganas de leer un título especíNico como me sucedió a mí.
Aunque yo sigo sin leer Zodiac.
Dedicado a mi Fer
Fin
28
Rise of an Empire es la conQnuación a 300, la adaptación de 2006 de la novela gráfica homónima de Frank Miller. Esta cinta aborda eventos antes, durante y después de la legendaria batalla de las Termópilas, en la cual el rey Leónidas de Esparta y trescientos guerreros perdieron la vida enfrentando al ejército persa comandado por el rey Xerxes. El protagonista de la película es Temístocles (Sullivan Stapleton), quien habrá de detener una segunda incursión de Xerxes (Rodrigo Santoro) y Artemisia de Caria (Eva Green).
N O A H
Noah es la nueva película de Darren Aronofsky, en este caso un titulo de fantasía
que reimagina el mito bíblico del diluvio y el Arca de Noé. El patriarca, interpretado por Russel Crowe, es adverQdo a través de visiones sobre el desastre que se avecina y se da a la tarea de construir el arca para proteger a su familia, desafiando al pueblo liderado por Tubal-‐Cain (Ray Winstone). El elenco también está conformado por Jennifer Connely como Naameh, la esposa de Noé, Anthony Hopkins como Matusalén (su padre) y Emma Watson como Ila, su hija adopQva (personaje creado exclusivamente para la película).
Respecto a la producción de este _tulo, considerablemente disQnto a sus trabajos anteriores, Aronofsky ha comentado que desde niño se vio fascinado por el pasaje bíblico y siempre tuvo interés en realizar un filme inspirado en él.
TARZAN!
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29
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Sergio F.S. Sixtos Ingeniero metalúrgico por la UAM. Publicó su primer microrrelato en la
edición mexicana de la revista Asimov Ciencia Ficción. Ganador del certamen de microcuentos “Las Historias, palabra.lab, Ciudad Mínima 2013” (Ecuador).
Beatriz Torres Limones Estudiante de la licenciatura en lengua y literatura de Hispanoamérica en la
UABC.
Fernando de la Vara Community manager del proyecto Poronorte Social Media. Radicado en
Torreón, Coahuila.
Gilberto Blanco 19 años. Estudiante de historia en la facultad de filososa y letras de la UNAM.
Amante de los amaneceres y el café; de los atardeceres y el chocolate. Lector a Qempo completo y escritor a Qempo de inspiración.
Fernando Silva Silverio 24 años. Licenciado en negocios internacionales por el ITESM CCM y eterno
soñador insaciable.
Uriel Aarón Cadena Torres 20 años. Estudia la licenciatura en lengua y literatura hispánicas en la FFyL de
la UNAM. Escribe cuento corto. Le gusta el rock, el cine y la literatura de LaQnoamérica. Quiere dedicarse a rescatar relatos y novelas cortas en castellano.
E.J. Valdés Tu amigable escritor de vecindario. Locutor del programa de difusión literaria
Códex, en Radio Plaza Juárez. Seis veces ganador de premios de creación literaria del ITESM. Autor del libro de cuentos Lo que vino de las profundidades.
H e r M a j e s t y ’ s -‐ E n t e r t a i n m e t -‐
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L E T R A S
RARAS
r e v i s t a
S A D F A C E!E D I T O R I A L
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