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Tema 4

Paleolítico inferior (II): El Paleolítico inferior clásico en la Península Ibérica

Eduardo García Sánchez

1. Un nuevo poblamiento de Europa

Tras la interrupción del registro arqueológico apreciada desde comienzos del Pleistoceno medio, comentada en el Tema 3, Europa vuelve a ofrecer vestigios de poblamiento humano desde la transición OIS 16-OIS 15, aproximadamente hacia 620.000 BP. A partir de este momento, en el continente se introdujeron las industrias líticas propias del Paleolítico inferior clásico. Entre las mismas destaca el Achelense pleno, la más característica del Modo tecnológico 2 (ver cuadro de texto 3.1, Tema 3). No obstante, los yacimientos del Paleolítico inferior clásico con antigüedades superiores a 550.000 BP son escasos. Su número aumenta notablemente desde la fase OIS 13 (524.000-470.000 BP). Desde entonces, el poblamiento en el continente comienza a tener cierta densidad demográfica, siendo ciertamente muy numerosos los yacimientos datados a partir de OIS 9 (339.000-303.000 BP). En cuanto a la Península Ibérica, para este tercer episodio de poblamiento los datos seguros más antiguos no se remontan más allá de OIS 14 (565.000-524.000 BP). Como ocurre con el caso del Paleolítico inferior arcaico, comprender las dinámicas económicas y demográficas de este episodio de poblamiento en el ámbito peninsular, obliga a insertar el mismo en el contexto más amplio de Europa, haciendo referencia a datos extra-peninsulares.

Por otra parte, tanto los restos fósiles como las industrias líticas, correspondientes a esta fase de poblamiento europeo, ofrecen rasgos que indican su continuidad demográfica y tecnológica hacia el Pleistoceno superior. Ello ha de tomarse como claro indicio de que, desde la introducción del Achelense, existió un poblamiento ininterrumpido en el ámbito europeo, incluyendo la Península Ibérica. En este sentido, el panorama es radicalmente distinto a lo que se aprecia en el registro disponible para los dos episodios de poblamiento precedentes, tratados en el tema anterior.

El origen último de los grupos que en esta fase penetran en Europa, parece situarse en África oriental y meridional. En estas áreas es donde aparecen los ejemplos más antiguos de Achelense pleno o clásico (esto es, aquel con características tecnológicas más avanzadas que las del Achelense antiguo), en el que se encuadra el europeo. A juicio de Philip Rightmire, el desarrollo de estas industrias, así como el de las conductas con ellas relacionadas, ha de vincularse con un proceso paralelo de evolución biológica. El mismo se caracterizaría por un significativo aumento del índice de encefalización (esto es, de la proporción del cerebro en relación con la masa corporal), algo que parece reflejarse en un salto cualitativo

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de la capacidad intelectual humana. El resultado fue Homo heidelbergensis (denominado Homo rodhesiensis en su variante africana), la especie asociada al Achelense en Europa.

En esta ocasión, las tecnologías líticas identificadas en ambas orillas del Mediterráneo son muy similares. Pero la configuración geológica y geográfica de los estrechos marinos de la cuenca Mediterránea occidental y central, continúa siendo un argumento válido para desestimarles como vía de tránsito desde África hacia Europa (ver epígrafe 2.2.2 del Tema 3). En esta ocasión, como ocurriera en el caso del primer episodio de poblamiento, Próximo Oriente también constituyó una región encrucijada entre África y Europa. Naama Goren-Inbar e Idrit Saragusti han destacado como allí aparecen los ejemplos extra-africanos más antiguos de Achelensepleno. Al respecto, un yacimiento clave es el israelí de Gesher Benot Ya’akov, aunque existen otros ejemplos. Por otra parte, en la transición Pleistoceno inferior/Pleistoceno medio el Valle del Nilo comienza a drenar hacia el Mediterráneo las aguas de las cuencas esteafricanas. A esta cronología corresponden las primeras industrias líticas nilóticas, correspondientes al Achelense pleno. Ambos datos señalan el Valle del Nilo, junto a las riberas del Mar Rojo, como vía de comunicación natural a través de la cual las poblaciones de África oriental pudieron dispersarse hacia Próximo Oriente (figura 4.1).

<aquí figura 4.1.tiff><Figura 4.1. El valle del Nilo pudo constituir una de las posibles rutas de dispersión del Achelense pleno hacia Próximo Oriente y

Europa. Fósiles más antiguos de Homo rodhesiensis (variante africana de Homo heidelbergensis): 1. Kabwe-Broken Hill; 2. Ndutu;

3. Bodo. Yacimientos nilóticos del Achelense pleno datados en la transición Pleistoceno inferior/Pleistoceno medio: 4. Kiseiba I, Bir

Sahara East; 5. Bir Tarfawi; Achelense pleno más antiguo de Próximo Oriente: 6. Gesher Benot Ya’akov. Principales fósiles europeos de

Homo heidelbergensis: 7. Petralona; 8. Vérstésszöllös; 9. Steinheim; 10. Bilzingsleben; 11. Mauer; 12. Arago; 13. Boxgrove; 14. Atapuerca Sima de los Huesos. Fósiles norteafricanos datados a comienzos del Pleistoceno medio, asociados a industrias del Achelense pleno: 15.

Tighenif; 16. Sidi Abderrahman.>

Desde esta área, los grupos humanos se dispersaron por la Europa mediterránea, ocupando con relativa rapidez latitudes más septentrionales, tales como Alemania centro-septentrional y el sur de Gran Bretaña, caracterizadas por una marcada estacionalidad en la disponibilidad de recursos alimenticios. Philip Rightmire, Clive Gamble y otros autores han destacado este aspecto, pues pudiera indicar que estas poblaciones contaron con capacidades cognitivas y técnicas suficientes para enfrentarse a estos ambientes, hasta entonces fuera del nicho ecológico de los homínidos.

2. Variabilidad del Paleolítico inferior clásico europeo

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Ya se ha adelantado que este nuevo episodio de poblamiento se caracteriza por la dispersión por Europa del Achelense pleno. Pero se hace necesario señalar que no todos los yacimientos documentados a partir de estas cronologías ofrecen todos los elementos característicos de este tecnocomplejo. Existen algunos ejemplos con industrias líticas similares a las del Paleolítico inferior clásico. Para Eudald Carbonell y sus colaboradores, esta circunstancia implicaría que en Europa no se produjo una substitución brusca del Modo 1 por el Achelense. El principal escollo para aceptar esta hipótesis es la ausencia en Europa de registro arqueológico entre OIS 19 (787.000-760.000 BP) y los inicios de OIS 15 (620.000 BP). Ello hace difícil sostener que las tecnologías achelenses fueran adquiridas de forma progresiva por un substrato demográfico local, caracterizado por una tradición industrial más arcaica. Esta aparente convivencia de conjuntos del Paleolítico inferior arcaico, con otros de filiación Achelense, es más sencilla de explicar por medio de los condicionantes del medio geográfico que estas poblaciones fueron ocupando.

<aquí cuadro de texto 4.1><aquí figura 4.2.tif>

<Figura 4.2. Bifaz en cuarcita procedente de Atapuerca (fotografía de Javier Trueba).>

[NOTA: el cuadro de texto 4.1 y la figura 4.2 deben componerse juntos]

En lo relativo a este último aspecto, algunas regiones europeas son deficitarias en materias primas adecuadas para la realización de útiles de gran formato, tales como bifaces y hendedores, tradicionalmente utilizados como fósiles directores del Achelense. Esta escasez a buen seguro debió obligar a que en estas zonas se fabricara un instrumental de aspecto arcaico o tosco. Un buen ejemplo es la Península Itálica, donde Isernia la Pineta ha proporcionado una industria similar a las de “cantos trabajados”, asociada a dataciones y faunas propias del Pleistoceno medio (concretamente, en torno a 620.000 BP).

Otro ejemplo es la secuencia sedimentaria de Notarchirico, datada en torno a 500.000 BP. En este yacimiento aparentemente se alternan (inter-estratifican, en terminología más especializada) niveles de industrias con y sin bifaces. A juicio de Eudald Carbonell y sus colaboradores, es un indicio claro esa sustitución paulatina del Paleolítico inferior arcaico por el Achelense. Pero otros especialistas, como Paola Villa o Fernando Diez Martín, han señalado que no existen diferencias tecnológicas entre unos niveles y otros. Todos ellos pueden definirse como Achelenses, aunque en algunos no aparezcan bifaces y hendedores. Es decir, corresponden a la misma tradición técnica.

En términos generales, los yacimientos italianos genuinamente achelenses se caracterizan por índices bajos de bifaces y

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hendedores, ofreciendo altas frecuencias de choppers y chopping-tools. También por la fabricación en hueso de instrumentos que, en otras regiones, sólo se conocen en materiales pétreos. Tal es el caso de los bifaces y hendedores óseos documentados en Fontana Ranuccio y Castel di Guido, en las cercanías de Roma.

Otras zonas donde las materias primas predominantes limitaron las posibilidades de tallar útiles de gran formato, cuando se introdujo el Achelense en Europa, son Bohemia, Moravia (República Checa) y el noroeste de Hungría. En ellas se localizan yacimientos, como el húngaro de Vértesszöllös, caracterizados por las denominadas “industrias Buda”, datadas en unos 350.000 BP. Estos conjuntos líticos fueron realizados a partir de pequeños nódulos líticos, por medio de técnicas muy básicas. De una forma similar se configuraron buena parte de las herramientas excavadas en El Aculadero (El Puerto de Santa María, Cádiz), ya comentado en el tema anterior.

En la Península Ibérica es más habitual que las tecnologías achelenses se manifiesten de forma plena, si bien también existen yacimientos atípicos. Un buen ejemplo es el mencionado caso de El Aculadero, pero existen otros significativos como el de Irikaitz IV (Guipúzcoa). Estudiado por Álvaro Arrizabalaga y su equipo, allí se ha excavado un conjunto dominado por lascas sin retoque y algunos “cantos trabajados”. Su antigüedad máxima es de 250.000 BP, a juzgar por el contexto sedimentario.

Por añadidura, en zonas donde abundan las materias primas de buena calidad, pueden existir yacimientos en los que el instrumental lítico, en especial bifaces y hendedores, se realizó de una forma poco estandarizada. Un buen ejemplo de esta situación es Tafesa (Madrid). Contemporáneo a otros de su entorno, como Oxígeno o Arriaga II, tradicionalmente atribuidos al Achelense medio y superior por la morfología de sus industrias, contiene herramientas de aspecto tosco. Entre el conjunto lítico de Tafesa difícilmente se reconocerían bifaces, siguiendo las tipologías clásicas. Pero los análisis de tecnología realizados por Javier Baena, han determinado que las técnicas de talla empleadas en su realización son equivalentes a las del resto de los yacimientos contemporáneos en su zona. Esto es, corresponde al Achelense.

En definitiva, las industrias líticas de este periodo manifiestan un alto grado de flexibilidad: los grupos humanos no sólo adaptaron sus gestos técnicos y secuencias de trabajo, para obtener aquellas herramientas líticas que permitían las rocas disponibles en su entorno inmediato. En algunos casos, donde el entorno ofrecía materias primas de alta calidad para la talla, como parece ser el de Tafesa, prefirieron economizar medios y tiempo. Posiblemente porque las circunstancias concretas (tal vez aprovechar rápidamente la oportunidad de carroñear una carcasa) exigieron una intervención inmediata y no permitieron la producción de un instrumental que, a nuestros ojos, parecería más sofisticado. Estas circunstancias previenen sobre la aplicación de los rígidos esquemas evolucionistas que sentaron las bases de la datación y compartimentación

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cronológica del Achelense europeo (ver cuadro de texto 4.2).

<aquí cuadro de texto 4.2.rtf><aquí figura 4.3>

<Figura 4.3. Diferentes tipos de bifaces que, teniendo en cuenta únicamente su morfología, podrían asignarse a las diferentes fases

del Achelense establecidas por François Bordes. 1.2: bifaces espesos, con bordes sinuosos, y talones corticales (Achelense inferior). 3:

bifaces de tendencia más aplanada, supuestamente más estandarizados, como el cordiforme representado en la figura

(Achelense medio). 4: bifaz micoquiense (Achelense superior). 5: bifaz cordiforme alargado (Achelense superior). 6: bifaz micoquiense de base globular; bordes con tendencia a formar una línea cóncava y

extremo distal apuntado (Achelense final o Micoquiense).>[NOTA: el cuadro de texto 4.2 y la figura 4.3., deberían componerse juntos, en páginas correlativas ¿par la figura e impar el cuadro de

texto?)]

3. Cronología y subdivisión del Achelense en la Península Ibérica

Establecer la cronología y la secuencia del Achelense peninsular, es una tarea dificultada por la naturaleza y la distribución del registro. La mayor parte de los datos disponibles proceden de los sistemas fluviales de las mesetas del interior peninsular, especialmente de los sectores occidentales de la cuenca hidrográfica del Duero. Esta concentración, tradicionalmente se ha explicado como consecuencia de una mayor densidad de poblamiento en el interior peninsular. Pero es más plausible que sea resultado de procesos de conservación diferencial de restos y sesgos de la investigación. Con escasas excepciones, el grueso de los yacimientos achelenses ibéricos se localizan al aire libre. Generalmente, en contextos fluviales y en posición secundaria (esto es, alterada o desplazada con respecto a su deposición original). La mayoría son concentraciones de industrias líticas, fundamentalmente realizadas en sílex y cuarcitas de origen local, localizadas en formaciones de terrazas fluviales medias, o en superficies de terrazas superiores. Por añadidura, no es habitual que se asocien claramente a colecciones de fauna que permitan establecer una cronología bioestratigráfica.

Según Manuel Santonja, esta distribución recurrente es el resultado de una ocupación extensiva del territorio por parte de los grupos humanos. Los mismos parecen haber tenido preferencia en asentarse, o reiterar las visitas, en aquellas localizaciones ubicadas en las confluencias de los ríos, así como en las cabeceras de los afluentes de las principales arterias fluviales (figura 4.4). Esto podría indicar la importancia que tuvieron los ríos tributarios en la organización de la economía y en los movimientos por el paisaje de estas comunidades. Pero también ha tenido como resultado que los yacimientos ofrezcan complejas historias sedimentarias. Como

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consecuencia, la mayoría de las localizaciones al aire libre constituyen palimpsestos o mezclas de materiales, correspondientes a diferentes cronologías achelenses e, incluso, del Paleolítico medio(figura 4.5.). En ausencia de dataciones absolutas y asociaciones significativas de faunas, la cronología se ha establecido sobre la base del análisis geológico de las secuencias de terrazas fluviales, lo que proporciona un ambiguo esquema relativo (ver cuadro de texto 4.2).

<aquí figura 4.4.tif><Figura 4.4. Cuenca hidrográfica del Duero. Distribución de los

principales yacimientos y de las áreas donde se concentran hallazgos correspondientes al Paleolítico inferior (según Santonja, 1992 fig.

2).>

<aquí figura 4.5.tif>< Figura 4.5. Modelo del modo en que durante el Paleolítico inferior clásico la visita reiterada a lugares situados junto a cursos fluviales, hizo que estas áreas se transformaran en palimpsestos en los que se mezclan materiales de diferentes cronologías (según Santonja, 1991

fig. 4).>

Siguiendo este esquema, las manifestaciones peninsulares más antiguas del Achelense peninsular (en términos tradicionales, Achelense inferior) aparecen en las terrazas altas y medias-altas de los ríos del interior. Se trata de industrias líticas como las de La Maya III (Salamanca) o San Quirce del Río Pisuerga (Burgos). Teniendo en cuenta su tipo de industria, Pinedo (Toledo) correspondería a los momentos iniciales del Achelense inferior (a veces denominados Achelense arcaico o Abbevilliense). Sin embargo es más tardío, pues a tenor de algunos datos geológicos su cronología parece corresponder con la fase posterior, el Achelense medio.

<aquí tabla 4.1.rtf><Tabla 4.1. Estructura cronológica del Achelense peninsular,

siguiendo la división tradicional del mismo.>

En términos generales, las industrias correspondientes al Achelense inferior incluyen bifaces gruesos e irregulares y hendedores simples, habitualmente realizados en lascas corticales. También aparecen porcentajes importantes de “cantos trabajados”, mientras que el utillaje en lasca presenta formas poco retocadas. No se detecta la presencia de técnicas Levallois, aunque sí la talla de tipo centrípeta. Algo que, por si mismo, no parece un indicador cronológico claro. En cualquier caso, se trataría de yacimientos que tienden a situarse en el intervalo OIS 13 y OIS 11 (524.000-362.000 BP), si bien algunos pueden tener cronologías de OIS 10 (362.000-339.000) e, incluso, comienzos de OIS 9.

La fase siguiente, tradicionalmente denominada Achelensemedio, correspondería a las terrazas medias-inferiores, con

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yacimientos como el clásico de San Isidro y Áridos (Madrid); La Maya II (Salamanca); Monte do Famaco (Portugal); El Sartalejo (Cáceres); Ambrona y Torralba (Soria) o Atapuerca Gran Dolina 10-11 y Galería (Burgos). Este tipo de industrias se caracterizaría por la presencia de bifaces y hendedores con formas regulares, así como por el empleo poco intensivo de técnicas de talla Levallois y un abundante repertorio de útiles en lascas retocadas. Correspondería a las fases paleoclimáticas OIS 11 a OIS 8 (362.000-303.000 BP), aunque algunos entren de lleno en OIS 7 (303.000-245.000 BP).

Según este esquema, la última fase del Achelense peninsular (el Achelense superior y el Achelense final o Micoquiense de la terminología clásica) correspondería a yacimientos como El Basalito (Salamanca); Oxígeno (Madrid); el Nivel 23 de la Cueva del Castillo(Cantabria); o Solana del Zamborino (Granada). En estas industrias se documentan bifaces retocados con percutor blando, con formas simétricas de tipo micoquiense y filos rectos. Junto a ellos aparecen hendedores con retoque bifacial, realizados sobre lascas Levallois. Esta técnica de talla empieza a ser utilizada con más profusión. De ahí que algunos especialistas consideren los ejemplos más tardíos de estos yacimientos como musterienses y, por tanto, propios del Paleolítico medio. El Achelense superior y final correspondería con las fases OIS 7 y OIS 6 (303.000-128.000 BP), existiendo numerosos ejemplos que podrían corresponder a OIS 8 y otros que se datan a inicios del Pleistoceno superior (a comienzos de OIS 5).

La investigación del Achelense desarrollada en los últimos treinta años, ha matizado, incluso cuestionado, la validez de estas subdivisiones cronológicas tradicionales. Como se ha expuesto, estas fueron establecidas a partir de la morfología del instrumental, en especial la de los bifaces y, en menor medida, de los hendedores. Conforme se han revisado los métodos de datación relativos y han podido aplicarse otros que proporcionan fechas radiométricas, se ha comprobado que existen significativos solapamientos cronológicos entre yacimientos e industrias asignados desde el punto de vista tecnológico a una u otra fase. De este modo, por poner un ejemplo, en Atapuerca Galería no se documentan los sistemas de talla Levallois. Pero es contemporáneo de las cercanas ocupaciones de Atapuerca Gran Dolina 10 y 11, donde si aparece representada esta tecnología. Por otra parte, el grado de estandarización y refinamiento en la talla de bifaces y hendedores está relacionado con los materiales disponibles para su fabricación, antes que con un progresivo desarrollo técnico. Por ejemplo, es el caso ya citado de las colecciones toledanas de Pinedo, antes atribuidas al Abbevilliense o Achelense antiguo, por la tosquedad de sus bifaces. Como se verá más adelante, la revisión de su contexto geológico las ha situado en cronologías posteriores, cuando según los esquemas clásicos el Achelense medio estaba dando paso al Achelense superior.

4. Distribución geográfica del Achelense peninsular

Uno de los yacimientos achelenses peninsulares más antiguos,

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es la Sima de los Huesos de Atapuerca (Burgos). Hasta la fecha su excavación ha proporcionado una importante cantidad de fósiles humanos, asociados a restos de carnívoros. Hasta la fecha únicamente ha apaecido un único elemento de industria lítica: un bifaz de cuarcita, cuyas características morfológicas corresponderían más al Achelense medio que al inferior, si seguimos los criterior tipológicos de ordenación cronológica. El paleomagnetismo, la microfauna y la datación radiométrica de una costra calcárea, superpuesta al depósito fosilífero, sitúan la sedimentación de éste entre 524.000 y 423.000 BP (OIS 13 a OIS 11). Ligeramente posterior (478.000-362.000 BP, esto es, OIS 12 a OIS 10) es la fecha propuesta a partir de su geología para los Llanos de San Quirce del Río Pisuerga (León), también incluido en el Achelense inferior.

<insertar figura 4.6.tif>< Figura 4.6. Localización geográfica de los principales yacimientos del Paleolítico inferior clásico de la Península Ibérica (la numeración procura seguir el orden de cita en el texto). 1. Atapuerca Sima de los Huesos y Galería; 2. San Quince del Río Pisuerga; 3. Villapando; 4.

La Maya; 5. Ambrona; 6. Torralba; 7. Cuesta de la Bajada; 8. Mealhada; 9. Galería Pesada (Cueva de Almonda); 10. Monte do

Famaco; 11. Alpiarça; 12. San Isidro; 13. Áridos; 14. El Espinar; 15. Pinedo; 16. Puente Pino; 17. El Sartalejo; 18. Cau del Duc de

Torroella de Montgrí; 19. Puig d’en Roca; 20. Cova de Bolomor; 21. Laguna de Medina; 22. El Aculadero; 23. Mirouço; 24. Aldeia Nova;

25. Solana del Zamborino; 26. Cueva del Castillo; 27. Cueva de Lezetxiki; 28. Cueva de El Sidrón; 29. Espinilla; 30. Gelfa; 31.

Gándaras de Budiño; 32. Bañugues; 33. Cabo Busto.>

En los sectores occidentales de la cuenca hidrográfica del Duero, destacan otras localizaciones del Pisuerga y sus afluentes. Ubicadas entre Valladolid y León, pueden situarse en diferentes fases Achelenses. Un yacimiento destacado es Villalpando (Valladolid), en la cuenca del Valderaduey, que parece corresponder al Achelense inferior y medio. En las terrazas del Tormes, ya en la provincia de Salamanca, destaca el complejo de La Maya. Las dataciones de estos yacimientos se sitúan entre unos 500.000 BP (OIS 13) para La Maya III y finales del Pleistoceno medio para La Maya II. Incluso existen industrias achelenses más tardías, pues La Maya I corresponde a los inicios del Pleistoceno superior. En términos tradicionales, Maya III es atribuido al Achelense inferior, Maya II al medio y Maya I al superior y final. A esta última fase corresponderían las industrias de El Basalito (cuenca de Yeltes, Salamanca). A fin de no abrumar al lector con un listado interminable de topónimos, se ha reducido al mínimo la cita de yacimientos para esta región. No obstante, es necesario insistir en que la nómina de yacimientos achelenses es muy numerosa en el sector occidental de la Cuenca del Duero, habiéndose realizado una importante labor de prospección y sistematización por parte de Manuel Santonja, sus colaboradores y otros investigadores.

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En el área oriental de la cuenca hidrográfica del Duero, el número de yacimientos es más escaso. Paradójicamente, cuenta con algunas de las estaciones más importantes a la hora de documentar el Paleolítico inferior clásico ibérico, incluyendo San Quince del Río Pisuerga y la burgalesa Sierra de Atapuerca. En esta última, además de la Sima de los Huesos, se localizan niveles Achelenses en los yacimientos de Galería, Gran Dolina y Sima del Elefante, conociéndose sólo datos preliminares de este último.

El proceso de sedimentación de la secuencia de Galería, con industrias del Achelense medio desde el punto de vista tecnológico y tipológico, se ha situado entre 350.000 y 200.000 BP. Concretamente, entre 350.000-250.000 BP para la Unidad III y 250.000-200.000 BP para la Unidad II. Las dataciones absolutas de Gran Dolina 10 se sitúan en una media de 337.000 BP y las de Gran Dolina 11 en 308.000 BP. Ambos niveles ofrecen industrias propias de los tradicionales Achelense superior y final. El análisis de las técnicas de talla empleadas para fabricar el instrumental de Galería ha determinado que son propias del Modo 2. Gran Dolina 10 y 11 ofrecen tecnologías Levallois, propios ya del Modo 3, en Europa generalmente equiparado con el Musteriense, por lo que se encuentran entre los ejemplos europeos más antiguos que documentan esta tecnología.

Además de los diferentes yacimientos de Atapuerca, en la región occidental de la Cuenca del Duero y en el dominio del Sistema Ibérico cabe destacar los ejemplos de Ambrona, Torralba y Cuesta de la Bajada. Las tres estaciones no parecen más antiguas de la fase OIS 9 (339.000-303.000 BP), aunque recientemente se ha señalado que Ambrona podría ser ligeramente anterior. La industria lítica de Cuesta de la Bajada (Teruel) tiene una apariencia más arcaica que la de Ambrona y Torralba (ambos en Soria), como resultado de las limitaciones impuestas por las materias primas disponibles en el área. En el área oriental de la Meseta y el Dominio Ibérico, entre la Depresión del Ebro y el área Pirenaica, además de Cuesta de la Bajada se conocen otras industrias achelenses, que en términos tradicionales podrían adscribirse al Achelense inferior y al Achelense medio. Algunos de los conjuntos más conocidos son los de la Cuenca del Najerilla (La Rioja). Por su aspecto, Pilar Utrilla los ha relacionado con las ocupaciones de Gran Dolina 10-11 y Galeria. Algo que cobra sentido, si se tiene en cuenta la proximidad geográfica de este valle con el Corredor de la Bureba, donde se ubica la Sierra de Atapuerca, así como las posibilidades de comunicación que ofrecen ambas regiones por medio del valle del Arlanzón.

En cuanto a Ambrona y Torralba, descubiertos por el Marqués de Cerralbo a comienzos del Siglo XX, han sido objeto de investigación desde 1961. La misma se ha desarrollado de forma intermitente hasta la actualidad, habiendo sido abordada en los últimos 50 años por dos equipos diferentes.

El coordinado por L. G. Freeman y K. W. Butzer, durante la década de 1960, consideró ambos yacimientos contemporáneos, datándolos entre 450.00 y 420.000 BP. El codirigido por Manuel

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Santonja desde los años 90 ha rejuvenecido unos 100.000 años la fecha de ambos, para situarlos en OIS 9, como ya se ha adelantado. Además, sus estudios han demostrado que Ambrona y Torralba no son estrictamente contemporáneos. En Ambrona, cuyo proceso de formación ha podido estudiarse mejor que el de Torralba, se han individualizado dos unidades o complejos. El inferior correspondería a industrias plenamente achelenses, equivalentes en su aspecto a lo que en términos clásicos se denominaba Achelense medio y Achelense superior.

Unas dataciones absolutas, publicadas recientemente, han señalado que este complejo podría ser algo más antiguo: las fechas mínimas se sitúan entre finales de OIS 11 (362.000 BP) e inicios de OIS 9 (339.000 BP). A su vez, la unidad superior cuenta con sistemas de talla Levallois, similares a los identificados en Gran Dolina 10 y 11, por lo que no parecen que sean más antiguos que éstos.

En el Litoral Atlántico portugués y la Depresión del Tajo, también se conocen algunos yacimientos achelenses. Uno de los más conocidos es Mealhada, en el valle del Certima (Beira Alta, al sur de Oporto). Se trata de una colección lítica propia del Achelense medio, asociada a restos de fauna, que no parece ser más antiguos de 300.000 BP. Esta cronología es similar a la atribuida a los niveles medios de Alpiarça (en el Ribatejo, cerca de Santarem). Este último yacimiento cuenta con unos niveles inferiores que corresponderían a cronologías similares a las de Torralba y Ambrona superior. Dentro de la Extremadura portuguesa, cabe citar el yacimiento en cueva de Galería Pesada, en el complejo calizo de Almonda. Su cronología no se remonta a más de 250.000 BP, incluyendo su registro industrias propias del Achelense superior y restos humanos. Concretamente dos piezas dentales, atribuidas a una variante evolucionada de Homo heidelbergensis.

Volviendo al interior peninsular, al sur del Sistema Central, en las cuencas sedimentarias del Tajo y el Guadiana, destaca el área madrileña por la riqueza de sus vestigios del Paleolítico inferior y medio. En especial las terrazas de los ríos Manzanares y Jarama, muy alteradas en la actualidad por el crecimiento urbano de Madrid y su área metropolitana. A tenor de las informaciones generadas por pioneros de la arqueología prehistórica como Casiano de Prado, Juan Vilanova i Piera o José Pérez de Barradas, el tramo del río Manzanares que actualmente transita por el interior de la ciudad de Madrid constituyó un auténtico macro-yacimiento. Cuando menos, eso se desprende de la densidad y calidad de los restos correspondientes al Paleolítico inferior clásico y el Musteriense localizados en la región. Como ocurre con los sectores occidentales de la cuenca del Duero, la nómina es abrumadora.

Entre los asentamientos más antiguos del área podrían citarse el nivel inferior de San Isidro, en el cerro donde actualmente se ubica el conocido parque madrileño que lleva dicho nombre. Algunos ejemplos de industrias localizadas en este lugar podrían remontarse al Achelense inferior, desde un punto de vista tipológico. Pero el grueso de sus industrias encaja mejor en el Achelense medio y

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superior. Serían contemporáneas, por tanto, de las exhumadas en otros yacimientos del área, situados en torno a 350.000-300.000 BP. Se trata de ejemplos como Transfesa/Tafesa; Las Acacias; Arriaga I; Perales del Río y Áridos I y II. La mayoría de ellos han sido estudiados como consecuencia de la explotación de los areneros y graveras de estos entornos.

También en la cuenca del Tajo, desde la confluencia del Jarama hacia su curso bajo, menudean los hallazgos de industrias líticas, generalmente en concentraciones superficiales. Algunas, como El Espinar y La Mesa, se sitúan en cronologías cercanas a 500.000 BP, por localizarse en las terrazas altas. Pero los materiales arqueológicos son poco diagnósticos, por la escasez de elementos definitorios o fósiles directores, y esta datación no pasa de ser meramente orientativa.

En el momento de su excavación, Pinedo (Toledo) fue atribuido a una fase antigua del Achelense inferior europeo (el Abbevilliense). Sin embargo, esta apreciación ha sido replanteada por Manuel Santonja y Alfredo Pérez. Sus argumentos tienen en cuenta las limitaciones técnicas que podrían imponer las materias primas utilizadas en su fabricación, así como un detallado estudio geológico de su contexto sedimentario. El mismo ha determinado que el yacimiento se encuentra en posición derivada, no pareciendo su datación más antigua de 320.000 BP. Un yacimiento similar, en cuanto a su contenido y datación, es Puente Pino, también en la provincia de Toledo.

Dentro de la Cuenca del Tajo, se proponen cronologías similares para Monte do Famaco (Vila Velha de Rodão, Beira Baja, Portugal) y El Sartalejo, en el Valle del Alagón (Cáceres). En ambos contextos la mezcla de elementos del Achelense medio con otros más avanzados, incluyendo algunos musterienses, indicaría un uso prolongado en el tiempo de estos dos emplazamientos, por parte de los grupos humanos del Pleistoceno medio y comienzos del Pleistoceno superior.

Los hallazgos ubicados en la cuenca del Guadiana son más escasos. Manuel Santonja y Luis Raposo han planteado la posibilidad de que las industrias Achelenses, todas ellas localizadas en concentraciones superficiales de La Mancha y la cuenca media del Guadiana, correspondan a finales del Pleistoceno medio o comienzos del Pleistoceno superior, dada la abundancia de elementos Levallois. Aún así, algunos yacimientos de Ciudad Real, como Laguna Blanca, ofrecen industrias tradicionalmente atribuidas al Achelense antiguo o inferior.

En lo que respecta al Litoral Mediterráneo, al final del Pleistoceno medio (esto es, a cronologías algo anteriores a 128.000 BP) podría corresponder el yacimiento en cueva de Cau del Duc de Torroella de Montgrí (Gerona). Ha proporcionado una industria lítica poco diagnóstica desde un punto de vista tipológico, pero con evidencias de talla multidireccional y presencia de núcleos Levallois. Con esta ocupación se comparan y relacionan otros yacimientos de la zona, como Puig d’En Roca III, Pedra Dreta (Gerona), Nerets y Clots

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del Ballester (Lérida).Entre los escasos datos de Castellón y Valencia, suelen citarse

tres yacimientos en cueva: Tossal de la Font, Cau d’En Borrás y Cova de Bolomor. Los dos primeros se datan a finales del Pleistoceno medio y se relacionan con el Achelense final. En cuanto a Bolomor, ofrece una importante secuencia sedimentaria, situándose sus niveles inferiores en torno a OIS 9. Se trata de una de las estaciones, junto a las citadas de Gran Dolina 10 y 11, donde se documentan las evidencias más antiguas de talla Levallois conocidas en Europa.

Más limitados aún son los datos disponibles para el segmento litoral comprendido entre la desembocadura del Segura y el Peñón de Gibraltar, donde se localizan algunos conjuntos en contextos fluviales. Destacan las pequeñas colecciones con bifaces y hendedores en la cuenca alta del Guadalhorce (Málaga), que carecen de una ubicación cronoestratigráfica clara.

En el sur de la Península Ibérica, en las regiones litorales e interiores comprendidas entre el Algarve y la Cuenca del Segura, destacan los vestigios achelenses descubiertos en los tramos medio y bajo del Guadalquivir, entre Jaén y Sevilla. Enrique Vallespí y sus colaboradores identifican 14 niveles de terrazas, correspondiendo los números más bajos a las altas y los más altos a las bajas. Los datos paleomagnéticos y las dataciones de Uranio-Torio que proporcionaron estos investigadores, permiten estimar las cronologías de los conjuntos líticos. Los depósitos de la Terraza 10 se han fechado en unos 300.000 BP. Los conjuntos de filiación achelense más antiguos se localizan entre las Terrazas 7 y 8, encuadrados en el Achelense inferior y medio. Entre las Terrazas 11 y 12 aparecen los primeros elementos propios del Achelense final y el Musteriense.

En el Algarve portugués suelen citarse dos yacimientos, generalmente atribuidos al Achelense medio y superior. Se trata de Mirouço y Aldeia Nova. En cuanto a las formaciones fluviales del río Guadalete, se documentan industrias de filiación achelense, cuyas manifestaciones más antiguas son las de Laguna de Medina (Jerez de la Frontera), que podrían corresponde al Achelense medio de las secuencias clásicas.

Un yacimiento interesante de la Depresión Guadix-Baza es Solana del Zamborino (Granada). La industria lítica se clasificó como Achelense meridional, una variante del Achelense superior establecida por Bordes. Su fauna permite situarlo cronológicamente entre el final del Pleistoceno Medio y los inicios del superior. Su industria lítica se caracteriza por la presencia abundante de raederas y denticulados, lo que vincula el yacimiento con el Musteriense. Concretamente, con el Musteriense de Tradición Achelense, si se tiene en cuenta la existencia de bifaces cordiformes y hendedores. Si su cronología realmente corresponde a finales del Pleistoceno Medio, no es muy diferente a la de otros yacimientos europeos atribuidos a esta variante o facies musteriense.

La franja septentrional de la Península Ibérica (norte de Portugal, Galicia y Cornisa Cantábrica), ofrece relativamente pocos

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vestigios del Paleolítico inferior, en contraste con la riqueza que manifiesta para el Paleolítico medio y el superior. Por otra parte, entre los pocos yacimientos conocidos prácticamente los únicos en cueva son los niveles 23 de El Castillo (Cantabria) y VII-VI de Lezetxiki (Guipúzcoa). En el caso del yacimiento guipuzcoano, se conocen unos restos humanos de difícil clasificación. Tradicionalmente han venido considerándose como neandertales, pero los trabajos más recientes, realizados por Álvaro Arrizabalaga y su equipo, tienden a considerar que representan una variante avanzada de Homo heidelbergensis.

Más problemática aún es la clasificación de los fósiles de la Cueva de El Sidrón (Asturias), estudiados por un equipo coordinado por Javier Fortea. Cuando se descubrieron fueron atribuidos a Homo neanderthalensis, posteriormente fueron clasificados como Homo heidelbergensis. Finalmente, han vuelto a clasificarse como neandertales, aunque ofrecen algunos rasgos arcaicos. El yacimiento arqueológico de esta cueva corresponde al Musteriense, aunque los fósiles humanos, correspondientes a varios individuos, no se asocian al conjunto lítico, pues se encuentran en posición derivada. Aún no está claro si responden a enterramientos, pero lo cierto es que fueron arrastrados con una colada de barro hasta el interior de la cavidad.

Si bien el Paleolítico inferior de Lezetxiki habitualmente se ha encuadrado en el Achelense superior y final, la existencia de restos humanos muy similares a los de la Sima de los Huesos de Atapuercapodría indicar que existe un Achelense antiguo. Sin embargo, la revisión del yacimiento, inicialmente excavado por el equipo de José Miguel de Barandiarán entre 1956 y 1968, aún se encuentra en estadios iniciales y aún es prematuro establecer conclusiones definitivas.

En cuanto al nivel 23 de la Cueva de El Castillo, se sitúa sobre niveles del Musteriense antiguo. Victoria Cabrera consideró que el Achelense final sería una industria contemporánea a las manifestaciones más antiguas del Musteriense pleno, entre las que se podría incluir.

La mayor parte de los conjuntos achelenses septentrionales son limitados en efectivos. Por tanto, son poco diagnósticos desde un punto de vista técnico y tipológico. Tanto es así que Adolfo Rodríguez Asensio ha expresado la posibilidad de que algunas correspondan a etapas posteriores, posiblemente contemporáneas al Asturiense del Epipaleolítico. Todos los yacimientos conocidos que realmente son del Paleolítico inferior, corresponden a momentos avanzados del Pleistoceno medio. Los más antiguos, como Espinilla (Cantabria), no pueden datarse con anterioridad a OIS 13 (524.00-478.000 Ka BP), fecha que se ofrece como estimación de antigüedad máxima, más que como una datación concreta y segura. De hecho, la ocupación humana de esta franja no ofrece vestigios de cierta densidad demográfica, hasta las fases OIS 9 y OIS 8. Es entonces cuando se datan el grueso de los yacimientos de la región atribuidos al Achelense medio y superior. Todos ellos unen “cantos trabajados” a

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elementos como bifaces, hendedores y piezas obtenidas por medio de técnicas Levallois. Tal es el caso, por ejemplo, de Gelfa, Chan do Cereixo, Portavedra de Gondomar o Gándaras de Budiño, en Pontevedra; A Piteira y Pazos de San Ciprian en Orense; y Bañugues, Llagú o Cabo Busto, en Asturias.

5. Economía y subsistencia de los grupos humanos del Paleolítico inferior clásico

Como consecuencia de la naturaleza selectiva del registro arqueológico, son sumamente escasos los datos conservados, que permitan determinar la importancia que pudieran haber tenido durante el Paleolítico inferior, en general, y el Achelense, en particular, actividades económicas como la pesca o la recolección de alimentos vegetales. A buen seguro éstas debieron ser importantes, en especial la segunda. Sobre todo en las latitudes meridionales y en los contextos de clima oceánico, más favorables a una cobertera vegetal densa y variada. Los alimentos vegetales son más fáciles de obtener que los de origen animal y, por tanto, resultan más rentables en cuanto a su relación esfuerzo invertido/nutrientes obtenidos. Pero son pocos los yacimientos del Paleolítico inferior que ofrezcan datos al respecto. Dejando a un lado el caso alemán de Miesenheim I, donde el posible origen humano de los vestigios vegetales es discutido, casi el único es la estación israelí de Gesher Benot Ya’akov. En la misma se documentan abundantes restos de frutos secos y oleaginosos (semillas de olivo silvestre), además de acumulaciones de semillas de uva silvestre. Todos estos restos vegetales se asocian a yunques y cantos de piedra, con marcas que indican su utilización para romper cáscaras.

Prácticamente todos los datos paleoeconómicos disponibles para el Paleolítico son los restos de fauna asociados a las industrias líticas, tradicionalmente interpretados como evidencia de caza. Pero esta asunción ha sido objeto de controversia, desde que Lewis Binford cuestionara las capacidades como cazadores de nuestros antepasados. Los yacimientos achelenses peninsulares con asociaciones de fauna, no han sido una excepción a esta dinámica. En este contexto, los registros de Ambrona y Torralba son importantes fuentes de datos para estas polémicas. Ambos, distantes entre sí unos 3 Km, se localizan en un área estratégica que conecta las cuencas del Duero, el Ebro y el Jarama-Henares, comunicándose con la vertiente mediterránea por medio del valle del Río Jaloca.

Para L. G. Freeman y C. Howell, Ambrona y Torralba representarían cazaderos de elefantes, así como de otros mamíferos de gran talla, tales como rinocerontes; hipopótamos; bóvidos y caballos. También de animales de tamaño mediano, como son los cérvidos. Ambos registros los interpretan como resultado del empleo de estrategias cooperativas entre grupos humanos, desarrolladas para conducir las manadas hacia las antiguas ciénagas del valle Ambrona-Mansegar, aprovechando el temor de los animales al fuego. De este modo, éstas antiguas áreas cenagosas habrían constituido

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unas excelentes trampas naturales donde matar los animales sin correr grandes riesgos, especialmente los de mayor tamaño. Una vez abatidas, las piezas habrían sido descuartizadas en el lugar, trasladándose los nutrientes y materiales aprovechables, como las pieles, a otros lugares para su consumo y tratamiento.

Por su parte, Binford y otros especialistas mantuvieron que, el registro de ambos yacimientos, era resultado de actividades de carroñeo. Esta interpretación tuvo en cuenta la distribución de los restos y la ausencia de asociaciones que permitieran identificar auténticas áreas de actividad diferenciada (lugares de despiece, áreas de descarnación y fileteado, zonas de curtido de pieles, lugares donde se prepararon y repararon los instrumentos). Éstas a buen seguro habrían existido en caso de producirse las matanzas cooperativas propuestas por Freeman y Howell. Esta diferenciación de áreas de actividad y trabajo posteriormente han aparecido bien documentadas en yacimientos europeos, como el británico de Boxgrove. En cualquier caso, a Binford le eran familiares por sus trabajos de etnoarqueología. En el registro de Ambrona y Torralba, este investigador no apreciaba concentraciones significativas de materiales óseos y líticos que delimitaran zonas de actividad, sino una dispersión continua de restos.

A fin de contrastar cual de las dos hipótesis era más creíble para interpretar el registro de Torralba y Ambrona, Manuel Santonja codirigió un equipo multidisciplinar. Los contextos de ambos yacimientos indican que, durante el Pleistoceno medio, el área se configuró bien como un medio de tipo palustre (esto es, cenagoso); bien como las riberas de un río de corriente lenta, con periódicos embalsamientos naturales. De esta forma, Torralba y Ambrona se constituyeron en zonas ricas en nutrientes y, por tanto, en puntos donde las especies animales acudirían a buscar agua y alimento. Por supuesto, también los grupos humanos habrían tenido la zona como escenario habitual de parte de sus actividades.

Santonja y sus colaboradores, por medio de técnicas como el estudio de los sedimentos (sedimentología); los procesos de deposición y alteración del registro arqueológico (tafonomía) y el análisis de la distribución espacial del registro de faunas y herramientas (meso y microtopografía), han determinado una situación bien diferente a la intepretación de Freeman y sus colaboradores. Tanto los restos de fauna como las industrias líticas acumulados en ambos puntos, se depositaron paulatina y continuadamente durante un periodo dilatado de tiempo. Esto contradice la idea de que son el resultado de puntuales cacerías masivas. La presencia de restos óseos ha sido, por tanto, interpretada como procedente de animales muertos, bien por razones naturales; bien por el ataque de depredadores no humanos. Cuando menos, esto es lo que podría explicar tanto la edad avanzada de los macroherbívoros, en especial la de los elefantes, como la distribución espacial de estos restos. Si se hubieran producido matanzas puntuales, tras arrear manadas de animales a la zona, los herbívoros representados deberían corresponder a todos los grupos

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de edad.En definitiva, a tenor de los resultados obtenidos por el equipo

codirigido por Santonja, las comunidades humanas que habitaron durante el Pleistoceno medio en los entornos de Torralba y Ambrona, aprovecharon las oportunidades que estos medios ofrecían para obtener nutrientres. Concretamente, los cadáveres de grandes herbívoros fallecidos por causas naturales o abandonados a medio consumir por otros carnívoros. Estas carcasas habrían sido localizadas por las comunidades humanas, en sus movimientos habituales por el paisaje. Ante la recurrencia del fenómeno, se habrían convertido en lugares de visita habitual o reiterada. Esta misma interpretación es la que se propone para otras asociaciones de instrumental achelense con restos de proboscidios, como Áridos I y II o Arriaga II, pues todos ellos suelen corresponder con individuos ancianos.

No quiere esto decir que los grupos humanos del Pleistoceno medio europeo mantuvieran una economía fundamentalmente carroñera u oportunista. Otros datos indican que combinaron el carroñeo con la caza habitual. Es posible que los mamíferos de gran talla, como los elefantes, fueran más fáciles de aprovechar por medio de la primera actividad. Sobre todo si se conocía el impulso de buscar abrevaderos naturales que siguen estos mamíferos cuando se sienten enfermos o débiles. Pero los datos procedentes de diferentes yacimientos europeos, como Schöningen, Boxgrove o Atapuerca, indican que estas poblaciones desarrollaron actividades cazadoras con éxito notable. En el primer caso, resulta llamativa la asociación de lanzas de madera con restos de caballo. Sobre todo porque el diseño de las primeras (ver figura 3.1, Tema 3) es muy similar al de las actuales jabalinas, con un peso equilibrado y un estudiado engrosamiento de la punta. Ello configura una morfología ideal para dotar las lanzas de aerodinamismo y optimizar fuerza, velocidad y trayectoria en los lanzamientos. Es una solución perfecta a la necesidad de abatir piezas a distancia, y sólo puede ser el resultado de una dilatada tradición cazadora.

El caso de Atapuerca es el mejor ejemplo que puede encontrarse a la hora de apreciar la flexibilidad de las estrategias económicas de estos grupos humanos. Los niveles 10 y 11 de Gran Dolina ofrecen numerosos restos de faunas de tamaño medio y medio-grande, con evidencias de haber sido abatidas por seres humanos. Incluyendo un carnívoro tan imponente como el león de las cavernas. Los investigadores del yacimiento consideran que el lugar constituyó un centro de intervención referencial. Otros investigadores prefieren utilizar los términos de campamento central o asentamiento residencial, para denominar este tipo de yacimientos. Todas estas terminologías hacen referencia a un lugar donde se llevaron las piezas cazadas, a fin de ser descuartizadas, preparadas y consumidas. Pero también donde se desarrollaron otras actividades importantes para la subsistencia, tales como la fabricación y reparación del instrumental o el curtido de las pieles, y donde tuvieron lugar el descanso, la enseñanza y todo tipo de relaciones

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sociales.Por el contrario, el yacimiento contemporáneo de Galería es

definido como un centro de intervención complementario. Con esta terminología se definen aquellos lugares donde se desarrollaron actividades concretas o puntuales, tales como la extracción de materia prima o el acecho de los animales cazados. Se trata, por tanto, de acciones complementarias a las llevadas a cabo en los centros referenciales, centrales o residenciales. De ahí que algunos especialistas prefieran referirse a estos yacimientos utilizando la expresión asentamiento o campamento logístico.

En el caso de Galería, la principal actividad desarrollada fue aprovechar los restos de mamíferos que cayeron en una trampa natural. En la época en que se depositaron los restos, la cavidad funcionaba como una torca. Esto es, era una cueva con una abertura superior vertical o chimenea kárstica poco visible, pues posiblemente estuvo enmascarada por la vegetación. A juzgar por los elementos líticos asociados a los restos óseos, en el lugar también se repararon aquellos instrumentos que se deterioraron en el transcurso de la obtención de nutrientes. Sin embargo, no se fabricó instrumental nuevo o se llevaron a cabo otras actividades. Como en el caso de los mal llamados “cazaderos de elefantes”, los humanos que intervinieron en Galería conocían y aprovechaban las posibilidades que ofrecía su entorno para obtener alimentos con menor esfuerzo que la caza, complementando ésta con el carroñeo primario. Siempre que pudieran adelantarse a otros carnívoros en el acceso a los animales muertos por causas naturales, pues las marcas apreciadas en los huesos de Galería indican que no siempre fue así. Esto es, se estableció una fuerte competencia entre los grupos humanos y los carnívoros para obtener este recurso alimenticio de bajo coste.

La existencia de asentamientos cercanos entre sí donde se desarrollaron actividades complementarias, no es un aspecto exclusivo del registro del Paleolítico inferior clásico peninsular. Por ejemplo, también ha podido constatarse en el noroeste de Francia. Este comportamiento implica un conocimiento profundo del medioambiente en que se insertaron estos grupos humanos. También una notable capacidad de prever las posibilidades que ofrece ese medio, estableciendo relaciones de causa-efecto. Todo ello denota un alto grado de abstracción mental (algo que, por otra parte, ya está implícito en las tecnologías desarrolladas en este periodo) y la posibilidad de que estas comunidades ya dispusieran de un lenguaje de cierta complejidad, en el que pudieran discernirse los conceptos temporales de pasado (lo ya ocurrido); presente (lo que está ocurriendo); y futuro (lo que ocurrirá o pudiera ocurrir). Exigiría también establecer el lugar físico donde una acción o fenómeno tiene lugar. En términos de psicología cognitiva, ello implicaría que los seres humanos ya estaban desarrollando lo que se conoce como desplazamiento. En otros términos: el pensamiento de estos seres comenzaba a discernir los conceptos de individualidad social y personal; de tiempo; y de espacio.

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6. Las poblaciones europeas del Pleistoceno medio y la aparición de los neandertales

El Achelense se introdujo en el espacio europeo acompañando la dispersión de Homo heidelbergensis. Esta especie fue así denominada porque fue definida a partir de la mandíbula de Mauer, hallada en las cercanías de la ciudad alemana de Heidelberg. Conforme fueron apareciendo más especímenes del taxón, como los cráneos de Petralona (Grecia) y Swanscombe (Gran Bretaña), a los especialistas les fue más difícil determinar si se trataba de la variante europea de Homo erectus, o de la versión arcaica de los neandertales. La colección de fósiles más amplia es la exhumada en la Sima de los Huesos, seguida en número por la de la Caune de l’Arago (Francia meridional).

El estudio de ambas colecciones, en especial la de la Sima de los Huesos, ha permitido precisar las características de la especie y deducir el papel que desempeñó en el proceso de evolución humana. Por un lado, la diferencia de su dentición respecto a la de Homo antecessor ha llevado a desechar la idea de que ésta última especie se encuentre en la raíz de los neandertales, como se propuso al ser descrita y definida en 1997 (ver figura 3.13, Tema 3). Por otra parte, el mejor conocimiento de Homo heidelbergensis, ha llevado a apreciar que los rasgos de su cráneo, cara y mandíbulas ya configuran (incipientes en algunos casos, plenamente desarrolladas en otros) algunas características propias de los neandertales. Al mismo tiempo, el aumento de la muestra de fósiles ha permitido comparar especimenes correspondientes a diferentes épocas. Ello ha llevado a proponer la Hipótesis de Evolución Gradual de los Neandertales, también conocida como del Proceso Gradual de Neandertalización.

6.1. Neandertales y Homo sapiens, ¿dos especies diferentes?

Esta hipótesis, planteada por Eric Delson y sus colaboradores, es compartida en lo esencial por los investigadores de Atapuerca. Tanto los primeros como los segundos, han destacado que el registro fósil europeo del Pleistoceno medio demuestra como los rasgos morfológicos definitorios o característicos de Homo neanderthalensis surgieron paulatinamente, a partir de los que caracterizan a Homo heidelbergensis. Este proceso de evolución local (en términos especializados se habla de evolución alopátrida) desarrollado en Europa, habría sido paralelo a otro acaecido en África. Allí la variante africana de Homo heidelbergensis (denominada Homo rodhesiensis por algunos especialistas) evolucionó gradualmente hacia Homo sapiens, los humanos anatómicamente modernos (es decir, nuestra misma especie).

Según la Hipótesis de Evolución Gradual de los Neandertales, los glaciares y ambientes periglaciares establecidos en los Alpes y Europa central y septentrional en el transcurso del Pleistoceno medio, mantuvieron aisladas las poblaciones de Europa occidental

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respecto a sus contemporáneas africanas y asiáticas. Este fenómeno de aislamiento habría dando como resultado una especie endémica, incompatible desde el punto de vista reproductivo o genético con Homo sapiens. Una vez configurada la morfología de dicha especie, en alguna fase templada se habría extendido hacia Europa oriental, Próximo Oriente y el Cáucaso.

Todas las comparaciones establecidas hasta la fecha entre el ADN mitocondrial de las poblaciones actuales con el extraído de fósiles neandertales, indican que el proceso de divergencia entre Homo neanderthalensis y Homo sapiens se inició entre 500.000 y 400.000 Ka BP. Esta separación se habría consumado entre 250.000 y 200.000 BP. Esto es, comenzó relativamente poco después de la llegada de Homo heidelbergensis a Europa y ligeramente antes de que aparezcan en África los fósiles más antiguos clasificados como Homo sapiens. Estos estudios, también señalan que desde el punto de vista genético existen diferencias suficientes como para mantener la idea de un posterior aislamiento reproductivo entre ambos tipos humanos. Un buen ejemplo de estas investigaciones, es la recientemente realizada a partir de la réplica de ADN mitocondrial obtenida de los fósiles de la Cueva de El Sidrón (Asturias), publicado por un equipo coordinado por Javier Fortea y Antonio Rosas.

Cada vez disponemos de más análisis comparativos entre el ADN mitocondrial de nuestra especie y aquel replicado de fósiles neandertales, localizados en puntos tan distantes como la Península Ibérica, Alemania y el Cáucaso. Todos tienden a reiterar los resultados brevemente expuestos en el párrafo anterior, especialmente la cronología de divergencia evolutiva entre nuestra especie y el Hombre de Neandertal. No obstante, es obligado mencionar que las limitaciones del método, invitan a mantener cierta cautela sobre la posibilidad de que Homo neanderthalensis y Homo sapiens realmente fueran dos especies aisladas, desde el punto de vista genético.

Al respecto, existen opiniones contrarias como las de Eric Trinkhaus y João Zhilão, quienes interpretan que se trata de dos variantes o subespecies de un único taxón. Sus planteamientos han encontrado un importante apoyo en los resultados del estudio anatómico del Niño de Lapedo. Se trata de un esqueleto infantil, hallado en un enterramiento del yacimiento portugués de Lagar Velho. La inhumación corresponde al Paleolítico superior inicial, concretamente al Gravetiense. En este individuo han identificado la combinación de algunos rasgos morfológicos específicos de neandertales, con una mayoría de características de los humanos actuales. Algo especialmente sorprendente, si tenemos en cuenta que la cronología del enterramiento se sitúa en torno a 25.000 BP, cuando Homo neanderthalensis llevaba extinto desde hacía algunos milenios.

Para Trinkhaus y Zhilão, el Niño de Lapedo reflejaría la incorporación de genes neandertales en el acervo o herencia genética de las más antiguas poblaciones europeas de Homo sapiens. La única forma de explicar esto, es suponer que ambas poblaciones

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se hubieran hibridado, siquiera ocasionalmente, cuando alcanzaron Europa los primeros humanos anatómicamente modernos. De todas formas, hay pocos especialistas que compartan esta opinión. La mayoría de los paleontólogos argumentan que la morfología de un individuo infantil, puede cambiar mucho en el proceso de crecimiento hasta alcanzar el estado adulto. Por otra parte, algunos de los rasgos del Niño de Lapedo, considerados como específicos de los neandertales por Trinkhaus y Zhilão, entran de lleno en el rango de variabilidad actual, según algunos investigadores. Como señalan Camilo J. Cela Conde y Francisco J. Ayala, sólo podrá discernirse si neandertales y humanos actuales fueron dos especies diferentes, desde un punto de vista biológico, cuando podamos comparar datos genéticos del ADN nuclear. Algo que no es posible con las técnicas actuales de reconstrucción genética.

6.2. La aparición de la morfología neandertal

Sí conocemos con certeza que, en la geografía europea, las poblaciones humanas del Pleistoceno medio dieron lugar a los neandertales, una variante endémica de humanos con rasgos morfológicos muy homogéneos, que aparece plenamente configurada a comienzos del Pleistoceno superior. Esta homogeneidad fenotípica (esto es, del aspecto físico) de Homo neanderthalensis, contrasta con la variabilidad relativamente amplia de los primeros representantes de Homo heidelbergensis. Variabilidad que, según los investigadores que han planteado la Hipótesis de Evolución Gradual de los Neandertales, se reduce paulatinamente desde OIS 11 en adelante.

La reducción de la variabilidad fenotípica o morfológica en el seno de una población significa, en términos genéticos, que se ha producido una disminución de alelos. Los alelos son variedades de un mismo gen, y pueden manifestarse como diferencias en el aspecto físico de los individuos (tales como el color de los ojos; la forma de la nariz;...), si el gen en cuestión determina la morfología. Habitualmente, los fenómenos de reducción de alelos (lo que se traduce en una menor variabilidad genética y morfológica de una población) se producen cuando los grupos demográficos en los que un alelo es dominante desaparecen sin descendencia; se reducen drásticamente; o encuentran limitaciones para cruzarse con otras poblaciones. En cualquiera de estos casos, se benefician aquellas variedades de alelos que tienen mayor éxito reproductivo y que, por tanto, serán heredados por un mayor número de individuos.

En tiempos recientes, se han realizado análisis genéticos de numerosas especies animales y vegetales características de los ecosistemas europeos actuales. Estos estudios generalmente se integran dentro de los programas de protección de especies amenazadas. Su objetivo es evaluar el impacto genético que pudiera tener en poblaciones autóctonas la reintroducción, en aquellos entornos donde se encuentren más amenazadas o ya extintas, de especimenes procedentes de otras áreas geográficas.

Un resultado inesperado de estos análisis, ha sido comprobar

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que las especies europeas tienden a mostrar una reducida variabilidad de alelos. Constante que se repite en mamíferos, tales como el oso pardo o el erizo común; reptiles y batracios, como el tritón coronado; insectos, como el saltamontes común, y plantas, como el roble o el haya (figura 4.7). Quiere esto decir que, en el transcurso del Pleistoceno medio y superior europeo, estos taxones han experimentado un proceso similar al comentado para explicar el proceso de homogeneización morfológica apreciado en la evolución de los neandertales. Esto es, las características genéticas actuales de las especies citadas, así como de otras, están dominadas por un número reducido de alelos. También ha podido identificarse el origen de esos alelos predominantes, pues aparece implícito en la gradación geográfica de su presencia. Aquellas regiones donde se concentre un mayor porcentaje de individuos portadores de un alelo, son las que más cerca se encuentran del lugar donde ese rasgo genético apareció por primera vez o estuvo más concentrado en un determinado periodo de tiempo.

La gradación geográfica de las frecuencias de alelos, en las especies más características de los ecosistemas europeos actuales, indica que una proporción muy alta de los mismos tuvieron su origen en poblaciones de las penínsulas Ibérica y Balcánica (figura 4.7). Se aprecia un menor aporte de las poblaciones itálicas a la variabilidad genética actual de las especies europeas, así como ningún alelo cuyo origen pueda rastrearse a Europa central u oriental. La explicación a este fenómeno se encuentra en las oscilaciones climáticas del Pleistoceno medio y superior. Durante las fases frías, los animales y las plantas con escasa tolerancia a las condiciones predominantes se retrajeron hacia áreas refugio, localizadas en las penínsulas meridionales del continente, de clima más atemperado (ver Tema 2). A partir de estas zonas, las poblaciones se recuperarían durante las fases cálidas, recolonizando el resto de espacios europeos. Pero los Alpes habrían constituido una barrera biogeográfica importante, limitando la capacidad de expansión de las poblaciones itálicas y, por tanto, su aporte de alelos a la variabilidad genética europea. Por así decirlo, los genes específicos de la península itálica se verían diluidos entre los más abundantes, procedentes de otras áreas refugio.

<aquí figura 4.7.tif>< Figura 4.7. Gradación geográfica de la variabilidad genética de

algunas especies animales y vegetales características de los actuales ecosistemas europeos. La misma indica el proceso de recolonización

desde áreas refugio al finalizar la última fase glaciar. La pauta general indica el predominio de alelos originarios de poblaciones

antiguas radicadas en las regiones mediterráneas occidental y oriental, con un menor aporte de los alelos propios del Mediterráneo central y escasa o ausente presencia de alelos originados en regiones

centrales y septentrionales. Este mismo proceso, reiterado en el transcurso de las oscilaciones climáticas del Pleistoceno medio, pudo

configurar la escasa variabilidad endocástica (en el seno de la

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población) de los neandertales. En términos genéticos, esta pérdida de variabilidad endocástica y la adquisición de un mayor grado de

homogeinidad morfológica por parte de las poblaciones europeas del Pleistoceno medio, no es más que el reflejo de una reducción de

alelos. Esto es, supuso una menor variabilidad de variedades de un mismo gen. A: Pauta de diversidad genética del erizo común

europeo, similar a la apreciada en el roble y el abeto plateado. B: Pauta de diversidad genética del oso pardo, similar a la apreciada en

musarañas, ratas acuáticas y otros mamíferos. Tal vez sea interesante recordar que el oso es un mamífero omnívoro, con

requisitos climáticos no muy diferentes a los de los grupos humanos. C: Pauta de diversidad genética del saltamontes común y de la

comunidad de vegetación asociada a su nicho ecológico. Es similar a la apreciada en especies vegetales como del aliso y el haya, y en batracios como el tritón coronado. D: Esquema combinado de las

diferentes pautas, indicando las áreas sombreadas aquellas barreras biogeográficas que pueden apreciarse al observar las mismas. Los Alpes constituyen la más intensa de todas las identificadas en el

territorio europeo (modificado a partir de Hewitt, 2000).>

Es muy posible que este mismo mecanismo hubiera funcionado entre las poblaciones de Homo heidelbergensis, desde su llegada a Europa. Se encontraría, por tanto, en la raíz de su proceso de evolución hacia los neandertales. La distribución cronológica de los yacimientos achelenses europeos, indica la ausencia de poblaciones en Europa central, oriental y septentrional durante las oscilaciones climáticas frías. Zonas como Alemania o Gran Bretaña cuentan con asentamientos sólo durante los periodos de clima templado. Es muy posible que los grupos humanos experimentaran retrocesos durante los momentos de subsistencia más arduos, creándose vacíos demográficos en amplias zonas centrales y septentrionales, así como una restricción o concentración de las poblaciones en áreas refugio meridionales. Cuando se impusieron condiciones medioambientales más favorables, el atemperamiento climático y el aumento de la productividad del medio habrían propiciado un aumento demográfico dentro de las áreas refugio, así como la subsiguiente recolonización de otros espacios. Pero las poblaciones itálicas verían frenada su capacidad de dispersión a causa de los Alpes. Como consecuencia, su aportación a la variabilidad genética y cultural europea habría sido menor, recibiendo alelos del resto de poblaciones cuando las condiciones nuevamente cambiaran y obligaran a la retracción demográfica hacia áreas refugio desde Europa central y septentrional.

7. El final del Achelense y la transición al Paleolítico medio

Desde la transición entre las fases isotópicas (OIS) 9 y 8 (hacia 303.000 BP), apreciándose una mayor intensidad al proceso desde OIS 7 (iniciada en 245.000 BP), coincidiendo con lo que en términos clásicos se denomina Achelense superior y final, las industrias líticas

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europeas, sin que la Península Ibérica sea una excepción, ofrecen cada vez más ejemplos de yacimientos con rasgos muy similares al posterior Musteriense, el tecnocomplejo más característico del Paleolítico medio.

De este modo, desde estas cronologías es habitual que el utillaje en lascas retocadas sea más diversificado y estandarizado, manifestándose un empleo cada vez más frecuente de los sistemas de talla Levallois. Al mismo tiempo, especialmente en aquellas regiones con materias primas de buena calidad, se mantiene la fabricación de bifaces. Estos tienden a realizarse con formas amigdaloides o cordiformes (respectivamente, con formas que recuerdan la amígdala y el corazón). Al mismo tiempo, se aprecia una progresiva disminución del tamaño de los bifaces, que paulatinamente adquieren morfologías triangulares.

En paralelo, parece que se produce una transformación en el comportamiento de los grupos humanos. Coincidiendo con el Achelense inferior y, sobre todo, el Achelense final tradicionales, los habitante de Europa parece que recorrieron territorios más amplios, en su búsqueda de alimento. Se establecerían así redes sociales más extensas, algo que también podría haber influido en la homogeneidad morfológica posterior de los neandertales, puesto que ello implicaría una circulación más generalizada de genes. Hacia esta ampliación de los desplazamientos geográficos estacionales de los grupos humanos, apunta el hecho de que el aprovisionamiento de materias primas estrictamente local, predominante en el Paleolítico inferior hasta el Achelense medio, de paso a una gestión tecnológica con materiales más lejanos desde el Achelense superior.

Esta circunstancia ha hecho que algunos investigadores agrupen los yacimientos atribuidos al Achelense superior y final bajo la denominación “Proto-musteriense” o “Musteriense inicial”. Pero se hace necesario señalar que el panorama de esta transición hacia el Paleolítico medio tradicional es complejo. No se reduce a que desde poco antes de 300.000 BP ya existan industrias realizadas con tecnologías de tipo Levallois, cuyo germen se encuentra en la misma fabricación de bifaces y, por tanto, en los métodos de trabajo de la piedra del Paleolítico inferior clásico. La cuestión es que coexistieron, en el tiempo y en el espacio, yacimientos donde estas técnicas se encuentran representadas, con otros que, desde el punto de vista tipológico y tecnológico, mantuvieron las tradiciones del Modo 2. Un buen ejemplo es el caso de Atapuerca, con la dualidad Gran Dolina 11 y 10/Modo tecnológico 3 y Galería/Modo tecnológico 2.

No parece que cada yacimiento fuera ocupado por grupos con tradiciones culturales o tecnológicas diferentes. Bien al contrario, tal como se ha señalado en un epígrafe anterior de este tema. Así, en Galería se desarrollaron actividades complementarias a las que tuvieron Gran Dolina como escenario. Es muy posible que en esta ésta sea una de las explicaciónes a esta convivencia tecnológica: las poblaciones de este último tramo del Pleistoceno medio utilizaron repertorios instrumentales y técnicos diferentes, relacionados con

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las tareas desarrolladas en cada lugar. Aquellos asentamientos que tuvieron una ocupación más intensa (que podemos considerar referencial o residencial) albergaron actividades más diversas, surgiendo la necesidad de contar con un instrumental más variado y estandarizado. Tal vez en ello pueda encontrarse la razón del desarrollo y perfeccionamiento de la talla Levallois, que además supone obtener una mayor rentabilidad de las materias primas. El caso es que desde la transición Pleistoceno medio/Pleistoceno superior, hace unos 128.000, el Musteriense se impuso en Europa, incluyendo la Península Ibérica. Es en este momento cuando tradicionalmente se sitúa el límite convencional Paleolítico inferior/Paleolítico medio, aunque la transición entre uno y otro periodo sea ciertamente dilatada y resulte prácticamente imposible establecer cuándo termina el primero y comienza el segundo.

8. Recapitulación

Aproximadamente desde 620.000 BP Europa vuelve a contar con poblamiento humano, si bien la densidad demográfica del continente no empieza a cobrar cierta importancia hasta el intervalo 524.000-470.000 BP (la fase templada OIS 13). Fue entonces cuando se colonizaron ecosistemas tan septentrionales como el norte de Alemania y el sur de Gran Bretaña. Los datos seguros más antiguos de poblamiento peninsular correspondientes a esta fase, no parecen remontarse a una antigüedad mayor del rango 565.000-524.000 BP (OIS 14), fecha máxima atribuida a la Sima de los Huesos de Atapuerca.

Esta fase de poblamiento está protagonizada por Homo heidelbergensis, especie humana originaria de África. Este tipo humano parece haber desarrollado las capacidades intelectuales y tecnológicas apropiadas para enfrentarse a medioambientes poco predecibles, caracterizados por una distribución irregular de los recursos alimenticios, según las estaciones climatológicas. Entre estas habilidades se encuentra el Achelense pleno, la tecnología más característica del Paleolítico inferior clásico europeo. No parece que la aparición de la misma sea progresiva en Europa. Esto es, llegó plenamente configurada y no hubo una transición desde el Paleolítico inferior arcaico. De todas formas, las comunidades humanas que se aclimataron a Europa en el Pleistoceno medio, fueron capaces de adaptar sus técnicas a materias primas poco adecuadas para fabricar el instrumental típicamente Achelense.

El Achelense peninsular se ha estructurado en tres grandes fases: Achelense inferior, Achelense medio y Achelense superior y final. Este ordenamiento se basa en los contextos de aparición de las industrias líticas, así como en un supuesto proceso de mejora paulatina de las técnicas de talla. Este aparente progreso técnico aparecería reflejado en la estandarización y el refinamiento de los bifaces y los hendedores, su instrumental más representativo (aunque no el más numeroso). También en una creciente diversificación del utillaje y en la incorporación progresiva de las

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técnicas de talla Levallois, progresivamente más utilizadas desde la transición OIS 9-OIS 8 en adelante.

No obstante, este esquema está sujeto a no pocas matizaciones, pues las posibilidades de aplicar las mejoras tecnológicas parecen sujetas a la calidad de las materias primas disponibles en cada zona, así como a las actividades que se desarrollaron en cada yacimiento. Desgraciadamente, este último aspecto es difícil de determinar, como consecuencia de una conservación generalmente deficiente de los datos que podrían ayudarnos a deducirlas.

Las estrategias de subsistencia desplegadas por Homo heidelbergensis habrían combinado la caza con el aprovechamiento oportunista (carroñeo) de animales fallecidos por causas naturales. Tal sería el caso de los elefantes ancianos, que aparecen asociados a instrumental lítico en numerosos contextos fluviales y cenagosos. El registro disponible indica que estas comunidades tuvieron un conocimiento bastante profundo de su entorno y de las oportunidades de conseguir alimento que les ofrecía.

La evolución morfológica de las poblaciones europeas del Pleistoceno medio se traducen en los cambios paulatinos que marcan la transición de Homo heidelbergensis a Homo neanderthalensis (el famoso Hombre de Neandertal). A comienzos del Pleistoceno superior esta última especie aparece plenamente configurada y se caracteriza por una notable homogeneidad fenotípica o morfológica. Ésta contrasta con la variabilidad endocástica (esto es, la amplia diversidad morfológica que ofrecen los individuos conocidos) de los primeros Homo heidelbergensis europeos.

Tal vez este proceso de homogeneización de los rasgos físicos, que no es más que una manifestación de la reducción de la variabilidad genética, se relacione con las oscilaciones climáticas del Pleistoceno medio. Puede apreciarse, a partir del registro arqueológico, como las latitudes septentrionales y centrales de Europa se convirtieron en desiertos demográficos durante las fases frías, teniendo poblamiento durante las templadas. Al igual que ocurrió con especies animales y vegetales, las poblaciones humanas se contraerían durante los periodos más fríos hacia las latitudes meridionales, convertidas en lo que se conoce como áreas refugio. Como resultado, algunos alelos se habrían perdido o diluido a favor de aquellos más abundantes y que, por tanto, en este proceso se habrían transmitido en mayor medida una generación tras otra.

No puede establecerse un momento concreto en que el Paleolítico inferior de paso al Paleolítico medio. Lo que se aprecia es un largo proceso, iniciado poco después de 350.000 BP, de generalización de los sistemas de talla Levallois, y de configuración de las tecnologías musterienses, las más características del Paleolítico medio. De ahí que numerosos investigadores consideren que el Achelense superior y final debe denominarse “Proto-Musteriense” o “Musteriense arcaico”. En cualquier caso, a comienzos del Pleistoceno superior el Musteriense aparece plenamente configurado y ampliamente distribuido en Europa, sin

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que la Península Ibérica constituya una excepción a esta dinámica.

9. Bibliografía

Bibliografía General

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Se trata de uno de los manuales más recientes entre los disponibles para la Prehistoria de la Península Ibérica. En lo referente a la cita de yacimientos y dataciones, ofrece una nómina bastante exhaustiva.

CARBONELL, E. (ed.) (2005): Homínidos. Las primeras ocupaciones de los continentes, Barcelona, Ariel.

Un manual de reciente aparición, donde se recoge y sintetiza la información sobre Paleolítico de todos los continentes, prestando especial atención a los procesos de poblamiento de Europa, Asia, América y Australia. Cuenta con un capítulo introductorio a los aspectos geológicos y cronológicos de la arqueología del Paleolítico, así como a valoraciones sobre las faunas de cada momento.

DÍEZ MARTÍN, F. (2005): El largo viaje. Arqueología de los orígenes humanos y las primeras migraciones, Barcelona Bellaterra.

Una obra de síntesis excelente, dedicada a los diferentes procesos de poblamiento euroasiático.

GAMBLE, C. (1990): El poblamiento paleolítico de Europa, Barcelona, Crítica.

Manual de referencia para toda una generación de paleolitistas europeos. Si bien los datos arqueológicos se han visto superados por los descubrimientos realizados durante los años transcurridos desde su publicación original, sigue siendo válida la aportación de sus primeros temas, centrados en los aspectos antropológicos de las sociedades cazadoras-recolectoras y en la estructura medioambiental de Europa.

GAMBLE, C. (2001): Las sociedades paleolíticas de Europa, Barcelona, Ariel.

Lejos de tratarse de una actualización del manual anteriormente citado, se trata de una nueva interpretación del registro arqueológico del Paleolítico europeo, hasta el Paleolítico superior inicial. Resultan especialmente interesantes las reflexiones sobre sociobiología de sus primeros capítulos.

MENÉNDEZ FERNÁNDEZ, M. (1996): Los primeros europeos, Madrid,

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Arco/Libros.

Una breve síntesis sobre el Paleolítico inferior europeo, con algunas reflexiones interesantes sobre el proceso de poblamiento del continente.

MENÉNDEZ FERNÁNDEZ, M.; A. JIMENO MARTÍNEZ, y V. M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ (1997): Diccionario de Prehistoria, Madrid, Alianza.

Una herramienta fundamental a la hora de aclarar la terminología de la Prehistoria. Las entradas, dedicadas a periodos, culturas, yacimientos y fósiles guías, ofrecen una información sintetizada muy valiosa.

MUÑOZ AMILIBIA, A. Mª. (ed.) (2001): Prehistoria. Tomo I: Paleolítico y Mesolítico, Madrid, UNED.

Manual de referencia para las asignaturas del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED.

VEGA TOSCANO, L. G. (2003): La otra Humanidad. La Europa de los Neandertales, Madrid, Arco Libros.

Como todos los libros de la colección de Arco, se trata de una síntesis breve. Este volumen es sumamente claro y consistente en su repaso al origen y desarrollo de las sociedades neandertales europeas.

Bibliografía Específica:

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