Post on 07-Dec-2015
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De la sublime extrañeza en Harold Bloom
Patricia Segura Silva
“Para un escritor poderoso, la extrañeza es la ansiedad de la influencia”.1
Seguramente uno de los críticos literarios contemporáneos más importantes sea el
profesor Harold Bloom. En esta ocasión, en su ensayo Sublime extrañeza esboza lo
que para él significa el canon literario. Explica muy puntualmente los motivos
psíquicos (como la pasión) frente a nuestro interés y hasta placer que
experimentamos al entrar en contacto con el tipo de literatura “sublime”; contra los
que se dedican a aplicar formulas teóricas para la evaluación e interpretación de la
obra de arte literaria. Al respecto de esta indagación, (que también ha ocupado a
números pensadores a lo largo de la historia) lo que Bloom quiere compartir es la
intención de darle un sentido esencial a los sentimientos que nos provocan las
obras maestras en el arte, y qué es por lo tanto lo qué nos incita a no querer
prescindir de ellas, o mejor dicho: ¿porqué se convierten en universales?
Un buen profesor de teatro universal (Dr. Ransom Carty) pregunta
constantemente: ¿Porqué una narrativa una y otra vez; porqué releemos lo que ya
conocemos?
Bloom va correlacionar el estado de “extrañeza” con la categoría de sublime,
para decir entonces, que el arte sublime nos infunde en un territorio de “diferencia”
que desautomatiza y por lo tanto nos engancha. Para Bloom extrañeza será
diferente del asombro; pues mientras el segundo es una emoción reaccionaria de no
tener conciencia de entendimiento, la extrañeza es lo opuesto; genera conciencia
que nos “influye” que nos provoca ha aceptar la convención porque puede ser
posible. Aristóteles en su poética ya lo había advertido y creo que viene al caso
recordar que parte fundamental en la creación poética era la “verosimilitud”,
entendida ésta no como una copia fiel de la realidad, sino como una apropiación de
la estructura con la que se construye una realidad, para configurar otra que puede
1 Bloom, Harold. Anatomía de la influencia: la literatura como modo de vida, Taurus. España, 2011, p. 37
ser posible. Por ello para el estagirita la diferencia entre la historia y la ficción
estriba en que la primera se ocupa de lo que ya ocurrió, mientras la segunda de lo
que “puede ser”.
La literatura entonces siguiendo a Bloom, no puede quedar supeditada a la
aplicación puramente teorizada que no involucre en su estudio el propio “placer”
como parte fundamental de toda teoría estética del arte. Por ello retomará de la
conciencia griega, la etimología estética proveniente de aesthetes, el que percibe.
Parece entonces, que Bloom esta más del lado de una idea romántica y hasta
idealista del arte; pero antetodo lo considero ampliamente honesta. Si bien el arte
de la literatura y todo arte en general, lleva en sí mismo una carga semántica
compleja, no tendría porque tomarse en la subjetividad los rasgos y/o procesos
psíquicos por los que atraviesan nuestras conciencias en el proceso de recepción y,
tampoco tendría porque no ser esta cualidad compleja un elemento para la
consideración del canon, e incluso de lo que hace el carácter de tomar una obra
como “universal”.
El segundo concepto importante que emplea Harold para describir a dónde
nos lleva el encanto de la “extrañeza”, es el de “influencia”. Tal influjo parece dejar
una huella imborrable en la conciencia de quién es capaz de percibirla. Por ello en la
segunda parte de su ensayo: La influencia de una mente en sí misma, va a develar la
innegable calidad de dicho impacto como parte de una tradición. Tiene sentido
entonces, admitir que cuando una creación sublime atraviesa nuestra percepción,
nos sentimos de alguna manera atraídos por experimentar y/o jugar con ese
esquema que se convierte en un modelo genérico. De ahí nace una intertextualidad;
los modelos textuales que procrean otros, con tratamientos y poéticas propias en
cada creador. Con esto, no tendría ningún escritor o creador por qué negar quiénes
han sido sus maestros literarios; creo que nadie puede nacer de la nada.
Nuestros propios motivos al elegir un objeto de estudio (al menos en caso
propio y los que conozco), en primer lugar responden a nuestro deseo en el placer
que experimentamos al volver a ellos; y porque ni una, dos o veinte lecturas al texto
terminan por revelarnos nunca su increíble capacidad de comunicabilidad, parecen
no terminar de decir algo más.