El estado del rock, el estado de las cosas

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    simultneamente la dimensin poltica y la dimensin musical o artstica de un problema dado? Es una meraconsecuencia de la resolucinad hoc de cada nmero de la revista, o acaso el silencio es precisamente esa elocuentetoma de postura poltica del que otorga y se define por elipsis? Acaso un ltimo gesto para intentar no contaminarnosen las evoluciones de un sistema pestilente? Por qu ese miedo a retratarse?

    De una u otra manera estamos metidos en esto hasta las cachas. Por eso es pertinente detener esas prcticas propias dela cultura del rock que estn constituyendo unas meras dinmicas de consumo ciego, para replantearse qu sentido tienela informacin que se administra y el tipo de identidad que se ejecuta. Si toda la complejidad de la cultura juvenil quedadesconectada del mbito de lo pblico y lo poltico, se torna tanto ms alienante cuanto ms sofisticada. Y aqu elmodelo que parece imponerse tiene que ver con el protagonista de Alta Fidelidad: erudicin a la hora de manejar datosde la cultura pop, pero encajados en un marco que slo sirve para interpretar un mbito exclusivamente privado, en loslmites pardicos que encierra como consecuencias, el regodeo de un individuo egocntrico y narcisista que gira entorno a un tipo de conquista que nunca aborda lo pblico-social-poltico, que no va ms all del galanteo de un DonJuan de pacotilla.

    EL RETRASO ENDMICO

    Este aparente fin de lo poltico se apoya pues en la constitucin exclusiva de lo juvenil como un campo de consumoespecfico. Embebido en un repliegue hacia s mismo, el campo del rock con sus distintos dispositivos no cumple msque como terminal ltima del sistema productivo. Por lo tanto cada uno de los actores (sellos, grupos, media,consumidores) que pretenda detentar algn otro prestigio que los desvincule de este mecanismo de aparente necesidad,deber poder responder de su capacidad especfica para romper este juego de mera autorreferencialidad.En Espaa la ilusin del fin de lo poltico en el entorno de la cultura adquiere tintes ms graves debido a suscircunstancias histricas ms recientes.

    En primer lugar, el entorno de la cultura actual se constituye como resultado de una poltica de apoyo culturaldesarrollada desde los tiempos de los gobiernos socialistas, que impone una organizacin donde se esconde una relacinimplcita entre fenmeno cultural y poder del que es muy difcil escapar. Por un lado las partidas de subvencionesgubernamentales se extienden segn una red de distribucin autonmica que lo cubre todo, e impone un modelo decontrol que se articula hasta lo local. Por otro lado se ha producido un infiltracin progresiva del poder en unos medioscon vocacin de productores culturales. De alguna manera se impone un clima donde la opcin radicalmente crtica

    desaparece, donde se da la autocensura previa para poder entrar a formar parte de la fiesta y donde se impone unconsenso callado de correccin poltica: la crtica poltica es antes que nada un detonante incmodo propio de eseaguafiestas que nos rompe el buen rollo. De aqu han salido Torrente y sus "amiguetes". Este es el paradigma delcompromiso poltico que exhiben las manifestaciones artsticas propias de nuestra generacin, la del suculento pesebreengordado por las subvenciones a Festivales, Encuentros, Certmenes, Concursos y dems panacea de la cultura juvenil, convertida en espectculo y resumida como al final del telediario o en un Flash cultural de Telecinco.Pero adems, en segundo lugar, la obviedad con la que se impone el fin de lo poltico en el seno del panorama de lacultura juvenil espaola entronca con el dficit contracultural que experimenta una Espaa que tuvo que acercarse alfenmeno desde la barrera franquista. La intensidad y la diversidad de fenmenos asociados a la contracultura de lossesenta no se agotaba en su expresin musical, sino que abord un despliegue de proyectos que se introducan de lleno,tanto reflexivamente como en un plano activista, en el terreno de la poltica, de la organizacin social, del urbanismo, dela ecologa, de la lucha de gnero, etc. Pero basta con rastrear la lectura landista de lo yey y la sntesis marginal deJeannette al mohn canturreo de "yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho as" para entender la profundidad de estedficit de experiencias y reflexiones en Espaa.

    El retraso parece consumarse a lo largo de la ltima dcada. No hay ms que ver cmo se ha adaptado aqu el modelode sello independiente y de msica alternativa, con el auge de Subterfuge y su caterva de bandas en fase anal como paradigma. La rebelda vuelve a ser la de los fresones enquistados en no querer salir del jardn de infancia, la de lasmonjas tontorronas orgullosas de serlo, la de un orgullo donde lo hippy no va ms all de lo yey y sus guateques ms omenos siderales.

    Y este retraso tiene su correlato en el plano intelectual. En los setenta el panorama intelectual parece que no daba msque para enquistarse en una visin egosta y hedonista de la contracultura con Racionero y sus filosofas delunderground, cuando Hebdige, con todas las limitaciones que se le puedan buscar a da de hoy, estaba a punto de aplicarun esquema interpretativo al aparente caos del punk. Hoy el aparente fin de lo poltico supone un enquistamiento en la perspectiva ms desvirtuada del pensamiento posmoderno: mucho Baudrillard, Foucault cogido por las hojas, Adornofrente a Benjamin al tirar de la escuela de Frankfurt, Lyotard como explicacin del mundo actual pero sin ser capaces dereventar las homologas, Deleuze a pesar de que Chiapello y Boltanski ya han demostrado que el rizoma (la red) es la

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    coartada caracterstica del neumtico hiperliberalismo que nos asola. Los Estudios Culturales llevan ms de tres dcadasintentando salir de este agujero negro a base de repensar esforzadamente la cultura desde sus cimientos conceptuales, pero aqu la Universidad espaola no se da por enterada porque, entre otras cosas, ante la avalancha de problemas quedestila la sociedad de hoy en da utiliza la tctica del avestruz. Est tambin replegada en torno hacia sus intereses y ladefensa numantina del valor cannico de sus discursos. Por lo tanto, en el 68 oteando una contracultura roma y en el2000 viviendo desfasadamente de la remesa intelectual del 68. Viva el fin de la historia mientras nos permita vivir de lahistoria.

    TRIUNFO COMERCIAL, OPERACIN LABORAL

    El mundo del rock en Espaa vive tan a la defensiva que no slo se repliega frente a los problemas de ndole poltico.Cualquier fenmeno que lo ponga en cuestin queda inmediatamente excluido, incluso aunque quede dentro de suterreno en trminos categoriales. Un fenmeno como Operacin Triunfo no ha suscitado el ms mnimo conato dedebate serio en el seno de las revistas especializadas. Pero se da la paradoja de que al obviar radical y categricamentela existencia de un fenmeno tan evidente como Operacin Triunfo, las revistas especializadas slo reeditan esa posicin tradicional de separacin entre niveles culturales que pide la lite de la alta cultura, slo que ahora aplicada ensegmentos diferenciados de la cultura de masas. No voy a llevar la paradoja hasta el final por no confundir innecesariamente. Tan slo voy a sealar que se trata de una posicin tan insolidaria en lo tico y tan insensible en loesttico como a cada adolescente pudiera parecerle la de sus padres cuando estos encontraban absolutamente

    incomprensible y detestable esa voz generacional en la que el fan vena a reconocerse, por lo general de una manerahonrada y plena.

    En el fondo el mundo del rock espaol no puede someter a debate un fenmeno como Operacin Triunfo porque tendraque empezar por reconocer que es un poco como Operacin Triunfo. En el mismo momento en el que un msico hacedejacin de sus derechos y deberes polticos ya est siendo un poco David Bisbal. Operacin Triunfo es slo el extremode la despolitizacin del mundo del rock su manzana madura (o podrida). El mundo del rock en Espaa, enredado enun discurso estilstico de gustos subjetivos, hace tiempo que est profundamente despolitizado. Los artistas eclipsados por Operacin Triunfo puede que fuesen ms estticamente apropiados (cosa que no siempre est clara), pero en lo tico participan de la misma raz despolitizada, y no braman ms que por el trozo de pastel robado, ni por mayores injusticiasque las que sufren sus bolsillos. Qu ms da en el fondo Bunbury, Gurruchaga, Presuntos Implicados que Chenoa,Bustamante o Gisela? La situacin que se ha tragado a la vieja guardia no nace ms que del desarrollo del escenario potencial que estos formaron con cada concesin hecha a la industria del disco nacional, y al sistema poltico-mediticoen la que sta se incardina subordinadamente.

    Pero en ltima instancia, lo interesante sera pensar que una apertura a las cuestiones polticas que incumben a lasociedad en la que se asienta el mundo del rock actual no slo constituye una exclusiva necesidad de honradez tica,sino que constituye tambin la palanca fundamental para sostener y dar un giro a efectos prcticos, quizs a medio olargo plazo, a una industria que languidece de grupos esculidos, sellos chupados y revistas moribundas. Cuando lacultura juvenil despliega nuevos medios caracterizados por la inocuidad (videojuegos, Rol, deportes de riesgo, etc.) lamejor manera de defenderse estriba precisamente en resaltar una especificidad de lo rockero que consiste en sostener, deuna u otra manera, un tipo de compromiso poltico. Frente al despliegue multimedia, la humilde experiencia de laescucha puede diferenciarse ntidamente y reflotar su sentido recuperando una tradicin sostenida como un modo deresistencia tica que debe continuarse de un aprendizaje poltico. Y es que este tipo de experiencia slo puede sostenerseen la medida en que encuentra continuidad y congruencia a lo largo del conjunto de mbitos que componen ese espaciode interseccin y reconocimiento entre el mundo del rock y la sociedad: artistas comprometidos en la forma perotambin en el fondo, sellos que infunden y no confunden con lo que difunden, revistas que informan y no deforman,actitudes que no desfallecen, compromisos en la escucha slo en la medida en que transmiten una forma radical, plena yconsecuente de ciudadana.

    Y lo mismo podra decirse a pie de calle. La confusin actual es el resultado del escenario de fragmentacin social en elque ha cado nuestra generacin. Esta desvinculacin generacional se hunde en la profunda relacin que existe entredespolitizacin e inmediato retroceso de un conjunto de derechos que no se derraman como man desde el cielo de laONU, sino que han sido ganados histricamente mediante lucha de clases. Y a poco que nos descuidemos, de seguir as,si es que antes no hemos renegado de nuestro propio futuro hasta el punto de evitar descendencia, tendremos a nuestrosnietos de diez aos poco menos que trabajando en minas, eso s, con un lector mp3 implantado resonando alegrementeen sus odos (ya lo decan The Manic Street Preachers, "If you tolerate this...").

    Esto no va de msicacool . No es ninguna pose. La desvirtuacin de la cultura del rock es un tema de enormeimportancia porque constituye el modo especfico de expresin crtica que conoce la juventud desde hace cincuentaaos. Se dira de hecho que es casi el nico modo de expresarse que conoce, de establecer una crtica y de reconocer lasituacin del joven en el mundo. Conocer la cultura del rock supone en esencia reconocer las posibilidades y los lmites

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    de articular esta crtica, para intentar ampliarla. En su reduccin andamos ya.

    Este conocimiento est hoy en juego con la construccin de la historia del rock. Ante pelculas como Casi Famosos oRock Star parece imponerse la lectura de un fracaso y una enorme mentira. Por supuesto que cabe en primer lugar laautocrtica, pero estas reflexiones no pueden imponerse ms que como una parte de la verdad, por lo dems, detentadaen sus enormes defectos como efectos que son menos el resultado del mero deseo de las bandas, y ms de la concepcintotalitaria y materialista de la industria multinacional del disco. Pero hay otra parte de la historia. Todava sabemos que paralelo a los dinosaurios de los setenta hay un itinerario de aguda crtica y ascetismo que conduce al punk. Paralelo alheavy de mediados de los ochenta hay una depuracin del rock mediante el propio thrash metal, lo indie y el hardcoreque prende en nuevos estilos de vida, nuevos modos de produccin, nuevos cdigos de comportamiento. Tambin estoes verdad. Por eso nuestra generacin tiene el derecho y el deber de elevarse por encima de los discursos dominantes para activar una sensibilidad y una inteligencia capaces de desvelar las sutiles tramas de lo popular que palpitan en laaparente uniformidad de lo masivo. Por eso nuestra generacin tiene el derecho y el deber de construir unahistoria encada decisin de la que surge unacontecimiento diario.

    Se nos impone un mundo aparentemente absurdo, una postracin laboral y unadeposicin de lo poltico donde nadarelevante parece acontecer. La msica pop parece ser cada vez menos un acontecimiento, diramoslo de nuevo en elsentido de Morin/Martn Barbero. Estamos postrados frente a las consignas de una generacin que vino a liberarse y aliberarnos, y est ms aferrada al poder que nunca, sin plantear ideas, completamente a la defensiva. El mundo del rock,los grupos, los fans, los sellos, las revistas tienen algo que decir al respecto. Pueden crear acontecimientos, hacer historia, pero para tener futuro deberan arriesgar su presente en un esfuerzo de reflexin y de rescate sobre el sentidode un pasado que interesa desvirtuar, o borrar directamente. Para superar un momento dominado por el desencanto y elcinismo en un panorama de correccin poltica donde ni siquiera nos queda lo grotesco. Hasta retener los pedosdebemos (Word me marca la palabra como falta ortogrfica), y ni siquiera albergar frente a tanto control una fiesta delcuerpo. Despus de tanto rock resulta que hoy se hace difcil bailar en bares que cierran cada vez ms pronto. Hay queguardar la compostura. Aqu somos todos ya como muy sofisticados y muy ingeniosos pero en ltima instancia elespritu propio de nuestra generacin lo dice todo de nosotros: definitivamente como alternativa exclusiva, tal comoreza el ttulo de un EP de publicacin reciente,la irona es una escena muerta .