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LAS ÉLITES ECONÓMICAS EN MADRID DURANTE LA POSGUERRA.
UN ESTUDIO A TRAVÉS DE LA CONTRIBUCIÓN SOBRE LA RENTA
Miguel Artola Blanco
Universidad Autónoma de Madrid
La problematización de las élites a través de las fuentes fiscales
Dentro la prosopografía, las fuentes fiscales han ocupado un lugar destacado en
los estudios de los grupos de poder1. Siguiendo esta aproximación, mi comunicación a
estas jornadas presenta un estudio de las élites económicas de Madrid durante la
posguerra a través de la contribución general sobre la renta. Sin embargo, creo que en el
estado actual, cualquier nueva propuesta no puede simplemente seguir el esquema de
investigaciones anteriores, sino que debe establecer una perspectiva que combine
nuevos tipos de fuentes acompañado de una revisión de la problemática sobre el sujeto
social. Por ello, antes de entrar en la exposición de los resultados, quisiera primero
explicar la naturaleza la fuente y cómo creo que a través de su estudio debe enfocarse la
investigación de los grupos de poder.
La contribución general sobre la renta fue creada en 1932 como parte de una
reforma fiscal más amplia emprendida por el ministro Carner2. El nuevo impuesto se
aplicó a los grupos de altos ingresos, entendidos como aquellos que declaraban una
renta por encima de 100.000 pesetas. Además, a diferencia de los antiguos impuestos de
producto, Hacienda buscó darle un alcance global a la nueva contribución, por lo que en
principio todos los ingresos que pudiesen conceptualizarse como renta (ingresos de la
1 PRO RUIZ, J.: «Fuentes fiscales y estadísticas para el estudio de las elites en España» en CARASA, P. (ed.): Elites: prosopografía contemporánea, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1994. 2 La contribución general sobre la renta partía de un proyecto ideado en 1926 por Calvo Sotelo. Fue aprobado en la Ley de 20 de diciembre de 1932. Posteriormente fue reformado a partir de múltiples disposiciones, entre las que destaca la Ley de 16 de diciembre de 1940.
1 ISBN: 978‐84‐9860‐636‐2
propiedad inmueble y del capital mobiliario, rentas del trabajo, etc.) quedaban sujetos a
la contribución. Este hecho implica que esta contribución seguramente sea la fuente
fiscal más completa para la historia contemporánea de España hasta la reforma fiscal
emprendida durante la Transición.
Sin embargo, al elegir este impuesto no creo que simplemente deba naturalizarse
como sujeto social a los grandes contribuyentes. El problema reside en que el grupo
escogido resulta una muestra más o menos representativa de lo que sociológicamente
suele denominarse como grupo de altos ingresos o high-income class. Éste no puede
asimilarse automáticamente ni al concepto de élite, en su definición como grupo de
poder, ni al de clase dominante según la tradición marxista. Principalmente, aunque eran
muy pocas las personas sujetas a dicho impuesto, ellos no respondían a un patrón único
de riqueza sino que existían una diversidad de trayectorias para explicar su posición
social. Por ello, resulta más interesante emprender un estudio de reconstrucción de los
distintos grupos para determinar en última instancia la homogeneidad de las élites.
Dentro de este análisis he elegido tres criterios básicos para acotar la época, lugar y
características de los sujetos estudiados. En primer lugar, dado que un análisis
diacrónico requeriría un trabajo de movilización de fuentes que resulta imposible de
realizar dada la mala conservación de los expedientes originales, he preferido optar por
un periodo reducido de tiempo que permita obtener una primera panorámica del
universo social estudiado. Siguiendo el criterio de utilizar las fuentes más completas y
mejor conservadas, el inicio de la década de 1940, principalmente los años 1941 y 1942,
constituye la época fundamental del análisis que presento. Más allá de las limitaciones
impuestas por el estado de conservación de las fuentes, sí creo que los años de
posguerra sirven como un referente útil en el estudio de las élites económicas del país.
Se trata de explorar la hipótesis por la cual la Guerra civil supuso un hito que alteró para
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siempre una determinada estructura de las élites de poder en España. Un estudio de
aquellos años puede servir para profundizar en la perspectiva de cambio dentro de las
élites políticas y económicas3.
En segundo lugar, he preferido centrar el estudio a nivel de la provincia de
Madrid, si bien he huido del propósito de desarrollar un estudio local o regional. Mi
elección no resulta puramente arbitraria sino que sirve como una aproximación a la
problemática de las élites nacionales. En ese sentido, resulta indudable que Madrid
destacaba como uno de las principales ciudades en las que residían las élites de España.
Siguiendo las estadísticas de la época, la provincia de Madrid representaba el 6,1% de la
población nacional y el 8,5% de la riqueza4, valores que contrastan con la elevada
proporción de grandes contribuyentes que residían en esta provincia, un 22% del total
nacional5.
Por último, dentro del universo de grandes contribuyentes del Madrid de
posguerra, he preferido escoger a un grupo reducido de personas cuyas trayectorias sean
parcialmente conocidas. De esta manera, la declaración fiscal sirve como una nueva
ventana que permite confirmar o refutar determinadas hipótesis a la par que abre nuevas
perspectivas de estudio. En ese sentido he estudiado los grupos de poder asentados
sobre las dos principales formas de riqueza de la época: la gran propiedad rústica y la
empresa moderna. Al tomar esta perspectiva no pretendo establecer separaciones
arbitrarias entre dos grupos ideales, “terratenientes” y “capitalistas”, sino prestar
3 Sobre el cambio agrario durante la posguerra PAN-MONTOJO, J.: «El fin de un ciclo: las transformaciones de la propiedad y explotación de la tierra en la posguerra» en FUENTES QUINTANA, E. y COMÍN COMÍN, F. (Coords.): Economía y economistas españoles en la Guerra civil. Vol II., Barcelona, Círculo de Lectores / Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2008. Para la transformación del negocio bancario TORTELLA, G. y GARCÍA RUIZ, J.L. «Banca y política durante el primer franquismo» en SÁNCHEZ RECIO, G. y TASCÓN FERNÁNDEZ, J. (Coords.): Los empresarios de Franco: política y economía en España, 1936-157, Barcelona, Crítica / Universidad de Alicante, 2003. 4 CARRERAS, A. y TAFUNELL, X.: (Coords.): Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX, Bilbao, Fundación BBVA / Editorial Nerea, 2005. 5Estadística de la Contribución sobre la Renta, Madrid, Dirección General de Contribución sobre la Renta, 1942
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especial atención a la relación que existía entre la agricultura y la economía urbana e
industrial. Tanto la historia económica como la social han tendido a enfatizar la
existencia de distintas dinámicas en la sociedad española entre el mundo rural y el
urbano6. Paradójicamente estos análisis se han mantenido junto con las interpretaciones
clásicas de la historia social española que señalaban la capital del Estado como lugar por
excelencia en donde se produjo la unión de los intereses industriales y financieros con
los del mundo agrario7. La investigación que presento abre una nueva vía en este
sentido al explorar la economía privada de estos dos grupos de poder. Mi análisis parte
de identificar los principales sujetos, señalar las diferencias dentro del grupo, su relación
con otros sectores y las bases de su economía privada.
El núcleo de las grandes empresas: consejeros y grandes accionistas
Grandes accionistas y consejeros
Durante las últimas dos décadas, las grandes empresas y los empresarios han
merecido un especial interés por parte de los historiadores. A través de diversos estudios
la historiografía ha venido tratando aspectos claves para comprender el funcionamiento
de las empresas más importantes o el proceso de formación de linajes empresariales8.
Sin embargo, queda por identificar otras características de las élites vinculadas a las
grandes empresas. El ámbito de la economía privada es uno de ellos, pues permite
valorar cómo enfocaban los empresarios el equilibrio entre riesgos y beneficios en su
principal ámbito de actuación. Además al abordar esta perspectiva también afloran
cuestiones clave como los equilibrios de poder dentro del mundo empresarial, la
6 SÁNCHEZ ALBORNOZ, N.: España hace un siglo. Una economía dual, Madrid, Alianza, 1988 7 Principalmente TUÑÓN DE LARA, M.: Estudios sobre el siglo XIX español, Madrid, Siglo XXI, 1973. 8 TORRES, E. (dir.): Los 100 empresarios españoles del siglo XX, Madrid, Lid, 2000 reúne una síntesis de estos trabajos. El estudio de un linaje empresarial en DÍAZ MORLÁN, P.: Los Ybarra: una dinastía de empresarios (1801-2001), Madrid, Marcial Pons, 2002
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diversidad de sujetos que existían bajo lo que actualmente denominamos como
empresarios o la relación de este grupo con otros sectores de la élite económica del país.
Siguiendo esta perspectiva he establecido un procedimiento de selección que
intentara recoger distintas realidades dentro del universo de la gran empresa. He
seleccionado aquellas personas que declaraban como mínimo 100.000 pesetas como
miembro de un consejo de administración, pero también a los individuos que declaraban
una renta por valores mobiliarios superior a 250.000 pesetas. Por último, para
asegurarme que el fraude fiscal o la clasificación arbitraria de los inspectores no dejaba
fuera a ningún sujeto relevante, he incluido a aquellas personas que fuesen miembros de
al menos dos consejos de administración de las cincuenta mayores empresas del país en
tres fechas distintas: 1929, 1940 y 19499. La muestra total estaría compuesta por 93
personas.
9 Las cincuenta mayores empresas han sido seleccionadas según el criterio de CARRERAS, A. y TAFUNELL, X.: «La gran empresa en España (1917-1974): Una primera aproximación», Revista de historia industrial, 3 (1993), pp. 127-176. La lista completa puede consultarse en ARTOLA BLANCO, M.: «Poder económico y redes sociales en España, 1900-1950: Los consejos de administración», I congreso interuniversitario de Historia Contemporánea, en prensa.
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El gráfico I muestra los ingresos fiscales del grupo. La primera conclusión que
puede extraerse es la importancia que tienen las rentas del trabajo (42,98%) y del capital
mobiliario (42,80%), un hecho que confirma que la posición de la élite empresarial se
debía exclusivamente a su vinculación con el universo de las grandes empresas. Sin
embargo, tras este modelo existían una diversidad de situaciones, por lo resulta
necesario ponderar el peso que asumen estas dos principales partidas (rentas del capital
y del trabajo) para determinar si existían dos sujetos diferenciados. Con este análisis
pueden abordarse uno de los debates clásicos dentro de la literatura sobre la empresa
moderna, principalmente aquel que señala que se habría producido una diferenciación
dentro de la élite empresarial entre un grupo social en ascenso formado por directivos y
gerentes que dirigían las principales empresas sin poseer una parte importante del
capital, y un grupo de grandes capitalistas, cuyo posición se debía al control accionarial
de una serie de empresas, y que estaría llamado a tener una menor importancia10.
La situación en Madrid a inicios de la década de 1940 indica que comenzaba a
establecerse una separación entre dos grupos. Existía un pequeño grupo de 38 personas
que, a falta de mejor nombre, denominaré como los grandes accionistas.
Económicamente se definían por declarar una renta superior a las 500.000 pesetas que
procedería fundamentalmente de la propiedad del capital. En contraposición existía un
grupo que por el origen de sus ingresos llamaré los consejeros. La renta de éstos no era
tan elevada, generalmente se situaba por debajo de las 500.000 pesetas, y provenían
fundamentalmente de su trabajo personal, principalmente como retribución por
participar en diversos de consejos de administración. Sin embargo la realidad social de
ambos grupos resultaba mucho más compleja de lo que las categorías
socioprofesionales (rentista, directivo, empresario) o los modelos de las ciencias 10 Esta tesis fue defendida originalmente por BERLE, A. y MEANS, G. (1932): The modern corporation and private property, New Jersey, Transaction Publishers, 1991 y BURNHAM, J.: The managerial revolution, Bloomington and London, Indiana University press, 1960.
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sociales han preestablecido como norma general. Empezando por el grupo de grandes
accionistas, hay importantes indicios como para pensar que mayoritariamente no habían
abandonado la gestión activa de sus intereses económicos. Dentro de este grupo se
encuentran algunos individuos que generalmente han sido presentados como prototipos
del gran empresario. El caso de Ildefonso González-Fierro y Juan March resulta
bastante ilustrativo. Ambos se situaban como los individuos de mayores ingresos por
actividades que no pueden identificarse con las de un simple rentista. En los años 1942
y 1943 los beneficios de González-Fierro provenían fundamentalmente de la venta del
wolframio, a lo que se añadiría su actividad tradicional en el sector de los fósforos11.
Juan March y sus dos hijos, mantenían una diversidad de actividades que sólo en parte
quedaron recogidas en la declaración fiscal. Según sus biógrafos, Juan March
participaba en diversos bancos (Kleinwort, Swiss Bank Corporation), en la
intermediación financiera (J. March & co) en empresas comerciales (Aucona) y navieras
(Trasmediterránea)12. Desde cualquier perspectiva los March aunaban a la perfección la
propiedad y el control del capital.
Los grandes y medianos banqueros eran otro grupo en donde la propiedad y el
control de las empresas se reunían frecuentemente en las mismas personas. Así lo
confirman los casos de los tres hermanos Urquijo y Ussía (consejeros y accionistas del
Banco Urquijo)13, Ignacio Herrero de Collantes (accionista del Banco Herrero y
presidente del Banco Hispano Americano) y la familia Sainz (propietarios del Banco
Sainz, consejeros del Banco Hipotecario y del Hispano Americano). En otros casos sí
podría pensarse que los grandes accionistas adoptaban un papel esencialmente pasivo. A
pesar de su posición acaudalada, José Lázaro Galdiano o Gabriel Maura Gamazo se
11 SAN ROMÁN, E.: «Un "Zaibatsu" fuera de lugar: los orígenes del Grupo Fierro (1870-1939)», Revista de Historia Económica, 27 (2009), pp. 499-532. 12 TORRES, E.: «Juan March Ordinas» en Torres, E.: Los 100 empresarios españoles del siglo XX, Madrid, Lid, 2000. 13 PUIG, N. y TORRES, E.: Banco Urquijo: Un banco con historia. Madrid, Turner, 2008.
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asemejan más a lo que suele entenderse como intelectuales que a una élite económica.
En una situación distinta se encontraría el reducido grupo de mujeres que había dentro
de los grandes accionistas. En la mayoría de los casos se trataba de viudas o hijas
solteras que habrían heredado una importante fortuna y que a falta de ser estudiadas por
la historiografía, podría pensarse que jugaban un papel invisible en el mundo
empresarial.
El grupo de consejeros también se aleja del prototipo de simples directivos. En
este grupo no se incluía simplemente una representación de los directivos de las grandes
empresas, sino que existía una preponderancia del sector financiero. Los consejeros de
los bancos con sede en Madrid representan cerca de la mitad de los individuos de este
grupo. Entre ellos se sitúan algunos de los hombres claves tanto del desarrollo habido
hasta la época de la guerra civil como del futuro modelo bancario del franquismo. Pablo
Garnica y Francisco Aritio de Banesto, Andrés Moreno García del Banco Hispano
Americano o Ignacio Villalonga del Banco Central son los mejores exponentes del
grupo. En otros casos, la importancia de ciertos individuos se debía no sólo a la empresa
a la que representaban, sino a que también cumplían una función como intermediarios
de una compleja red intereses. Valentín Ruiz Senén era el consejero mejor retribuido, no
sólo por ser el hombre de confianza del Banco Urquijo14, sino porque posiblemente
fuese el apoderado de los jesuitas. Jesús María de Rotaeche y Rodríguez de Llamas,
marqués de Unzá del Valle y subsecretario de la Marina Mercante, servía de
intermediario entre los intereses de los navieros vizcaínos y el INI15.
En conclusión, no parece que existiera un único sujeto de poder en la gran
empresa. Los grandes accionistas no eran un sujeto “tradicional” condenado a ser
14 PUIG, N. y TORRES, E.: op. cit., p. 39. 15 TORRES VILLANUEVA, E.: «Comportamientos empresariales en una economía intervenida: España, 1936-1957» en SÁNCHEZ RECIO, G. y TASCÓN FERNÁNDEZ, J. (Coords.): Los empresarios de Franco: política y economía en España, 1936-157, Barcelona, Crítica/ Universidad de Alicante, 2003, pp. 203-204.
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relegado, ni los consejeros y directivos un sujeto en alza dispuesto a gobernar el mundo
empresarial. Ambos tipos se combinaban en la dominación de la esfera de la gran
empresa.
Gestión económica: Salarios, activos y patrimonio
Si bien había ciertas diferencias dentro de la élite empresarial, el universo
económico revela más similitudes que diferencias. La opción para la mayoría, o por lo
menos para los hombres, no era o vivir de las rentas o vivir del trabajo, sino combinar
ambas opciones en distinto grado.
En el caso de las rentas del trabajo, provenían esencialmente como remuneración
por participar en una diversidad de consejos de administración. Por tanto, cuando
hablamos de salario en este grupo, debe considerarse que su naturaleza era bien distinta
de los salarios que percibían la mayoría de trabajadores. Por norma general, las grandes
empresas solían reservar entre un 5 y un 10 % de los beneficios anuales para que se
repartiese a disposición del consejo de administración. Junto con los salarios, el otro eje
fundamental lo componían los ingresos de los activos financieros. Dentro de este
apartado, los datos fiscales permiten diferenciar los ingresos en función del tipo de
activo, por lo que podemos conocer el perfil de inversión y riesgo de los sujetos tal
como queda reflejado en el gráfico II.
9
Los datos fiscales confirman la imagen que a priori podría tenerse de que los
grandes accionistas y directivos concentraban sus inversiones en valores industriales.
Sin embargo, no debe confundirse este hecho con considerar que la mayoría de los
sujetos tuviesen por sí un control mayoritario de las grandes empresas. Al contrario, lo
normal era que se repartiese su cartera en acciones y obligaciones de veinte o treinta
empresas, y había pocos casos de individuos que concentrasen sus inversiones en una
sola compañía. En cambio, otros aspectos de la declaración fiscal sorprenden
notablemente. Por una parte, destaca el importante peso que asumían los intereses por
créditos tomados. Esta situación se explica fundamentalmente por la opción de una
minoría de consejeros que decidieron ampliar su inversión recurriendo a créditos dando
como garantía las acciones que ya poseían. Si bien es un aspecto poco conocido, resulta
bastante significativo en tanto que refleja una fuerte confianza en el futuro de la
empresa y por tanto en la posibilidad de obtener unos beneficios extraordinarios. El
reverso de esta apuesta era su carácter especulativo, por lo que siempre se corría el
riesgo de que no se materializasen los beneficios y hubiese que cargar las pérdidas y los
intereses a costa del patrimonio16.
16 Un ejemplo en ese sentido sería el de los hermanos Ussía y Cubas, cuya difícil posición financiera es tratada en TORTELLA, G.: «El Banco Central en el periodo de entreguerras o cómo llevar una empresa a la ruina», Estudis d’historia econòmica, 17-18 (2001), p. 241-272.
10
En cambio, el resto de activos financieros tenían una importancia marginal. El
escaso peso que tenía la deuda pública parece lógico teniendo en cuenta que los
rendimientos eran sustancialmente bajos y las cotizaciones oscilaban menos que en
épocas anteriores cuando se habían realizado grandes fortunas especulando con títulos
públicos. Resulta más difícil interpretar el escaso peso que tenían los activos extranjeros
dentro del patrimonio del universo inversor que estoy considerando. Si bien este tipo de
activos eran los que más fácilmente escapaban al control de Hacienda, también parece
confirmarse que la mayoría de la élite empresarial en aquella época tenía una
mentalidad volcada en negocios del país, y que apenas estaban integrados en los
círculos de grandes compañías extranjeras, ni siquiera en aquellas que desarrollaban su
actividad en España (Peñarroya, Rio Tinto, etc.).
Más allá de la renta del capital y del trabajo, el resto de actividades económicas
tenían un papel complementario. En el caso de la propiedad urbana la situación más
común entre los consejeros era que apenas poseyeran propiedades más allá de la
residencia habitual. En cambio entre los grandes accionistas, especialmente entre
aquellos que contaban con una mujer como cabeza de familia, resultaba común que se
dispusiera de un importante patrimonio inmobiliario, principalmente en edificios en las
zonas más valoradas de Madrid (barrio de Salamanca, Gran Vía…). Sin embargo,
comparado con el papel que había tenido el patrimonio inmobiliario entre las grandes
fortunas hasta finales del siglo XIX17, puede decirse que había disminuido
considerablemente su importancia aún antes de producirse los cambios tan importantes
que introdujo el franquismo.
Por último merece especial consideración la importancia del patrimonio rústico
en el grupo que estudio. A pesar de la cautela con que hay que tomar estos datos, creo 17 RODRÍGUEZ CHUMILLAS, I.: Vivir de las rentas. El negocio del inquilinato en el Madrid de la Restauración, Madrid, Libros de la Catarata / Consejería de Obras públicas, Urbanismo y Transportes, 2002.
11
que resultan extraordinariamente reveladores. Prácticamente puede decirse que sobre el
mencionado grupo de 93 personas, sólo media docena poseían un patrimonio rústico de
grandes dimensiones. Además, incluso en este grupo tan reducido existían dos perfiles
claramente diferenciados.
Joaquín de Arteaga y Echagüe, duque del Infantado, y Jacobo Fitz-James Stuart
y Falcó, duque de Alba, representaban dos casos prototípicos de la aristocracia
terrateniente. Ambos poseían un patrimonio rústico de dimensiones extraordinarias
distribuido a lo largo de la geografía del país. Además tenían ciertos intereses en
algunas empresas, si bien puede dudarse que por ello fueran realmente capitalistas o
directivos de empresa. Su participación en consejos era marginal o como representantes
secundarios de una red de intereses más amplia. Infantado era consejero del Banco
Hipotecario, mientras que el duque de Alba lo era del Banco de España y la Chade. Sus
inversiones financieras contrastan con las del grupo, pues en el caso de Infantado
estaban principalmente concentradas en deuda pública y obligaciones privadas18. En
conclusión, tanto Infantado como Alba representan un caso especial de consejero
aristocrático, que participaría en diversas compañías fruto principalmente de su
prestigio y relaciones. Pero el modelo general no reside en estas excepciones, sino en la
situación contraria19.
En una situación bien distinta se encontraban Álvaro de Figueroa y Torres,
conde de Romanones, y Joaquín Velasco Martín. El caso del primero es bien conocido.
Romanones estuvo en todos los ámbitos de poder de su época20. Prohombre del
liberalismo, cacique y gran terrateniente de Guadalajara, propietario urbano de Madrid, 18 La renta de los valores mobiliarios se dividía entre 120.587 pesetas procedentes de deuda pública y 127.085 en valores industriales. Sin embargo, incluso en este apartado cobran mayor peso los activos de renta fija: 75.000 pesetas de obligaciones de la Unión Eléctrica Madrileña y 41.085 pesetas de cédulas del Banco Hipotecario. 19 Para una defensa del carácter moderno e innovador de la aristocracia española GORTÁZAR, G.: Alfonso XII, hombre de negocios. Persistencia del Antiguo Régimen, modernización económica y crisis política: 1902-1931, Madrid, Alianza Ed. 1986. 20 MORENO LUZÓN, J.: Romanones: Caciquismo y política liberal, Madrid, Alianza Ed. 1998.
12
partícipe en varios negocios mineros (Minas del Rif y la sociedad familiar G. y A.
Figueroa, que tenía una participación en Peñarroya), desarrolló además una cierta
actividad cultural, que obtuvo su reconocimiento como miembro de diversas academias.
Esta prolija actividad hace pensar que era más bien un personaje extraordinario dentro
de su grupo social que un modelo prototípico de la élite del liberalismo.
En cambio la persona de Joaquín Velasco Martín resulta prácticamente
desconocida para los historiadores actuales. Su declaración fiscal y, sobre todo, un
informe en la sección de operaciones del Banco de España arrojan cierta luz, indicando
que poseía 2800 hectáreas en Burgos “dedicada a Granja agrícola, sus explotaciones
montadas con los últimos adelantos, la hacen ser una de las primeras de España”. En
suma, Velasco Martín probablemente fuese el prototipo del empresario agrícola que
progresivamente fue ganando mayor peso en las décadas siguientes.
Sin embargo, más allá de estos casos sorprende la escasa importancia del
patrimonio rústico. Por supuesto que algunos consejeros o grandes accionistas poseían
finca rústicas; lo común era tener una o dos propiedades que en ocasiones se llevaban en
explotación directa. Su posesión era más frecuente en aquellas familias cuya fortuna se
remontaba por lo menos al último tercio del siglo XIX. Sin embargo puede dudarse que
incluso en estos casos hubiese una profunda implicación en el mundo agrario, sino que
más bien se mantenía la propiedad como medio de preservar la herencia y las señas de
identidad familiares. En otros casos podía simplemente ser un lugar de ocio. La
conclusión general reside en que si se compara con los niveles que definían a los
grandes terratenientes del país, la propiedad rústica del grupo de grandes accionistas y
consejeros palidece.
13
El poder de la tierra: Los terratenientes de Madrid
Los terratenientes. Familia y nobleza
Si bien la importancia de los terratenientes sobre el desarrollo agrario del país ha
sido una cuestión muy debatida por la historiografía a raíz del proyecto de reforma
agraria de la II República21, se conoce mucho menos la suerte de este grupo a partir de
la guerra civil22. Además, algunas de las cuestiones planteadas por la historia social
clásica siguen pendientes de respuesta: ¿qué peso tenían los terratenientes entre las
élites de la capital? ¿Acaso tenían un comportamiento que les distinguiera como un
grupo específico?
La elección de una muestra representativa del grupo de terratenientes resulta
problemática dado que los valores referentes al patrimonio rústico incluían un mayor
grado de ocultamiento y fraude fiscal. Por ello, he preferido establecer un criterio
basado principalmente en valores relativos y no en cifras absolutas. He incluido a todos
los contribuyentes que declarasen más de la mitad de la renta como suma de la
propiedad rústica y de las explotaciones agrarias. Además para asegurarme que no
dejaba fuera a personas que podían tener un patrimonio muy diversificado con
importantes intereses en el mundo agrario, también he incluido a aquellos individuos
que por los dos conceptos mencionados, propiedad rústica y explotaciones agrarias,
declarasen más de 250.000 pesetas. La muestra total incluye a 85 personas.
21 MALEFAKIS, E.: Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX, Barcelona, Ariel, 1971. CARMONA, J. y SIMPSON, J: El laberinto de la agricultura española: instituciones, contratos y organización entre 1950 y 1936, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003. 22 Para esta época, resultan de referencia obligada las obras de Carlos Barciela.
14
Los ingresos del grupo quedan recogidos en el gráfico III. A primera vista
destaca indudablemente el peso de la nobleza dentro de este grupo de grandes
terratenientes. Sobre el total de 85 personas había 51 nobles, contando tanto a los
titulados propiamente como a los consortes y cónyuges viudos. El peso de la nobleza no
se limitaba a este grupo sino que también deben contarse los casos de descendientes,
principalmente hijas, no titulados pero cuya posición social se debía a sus vínculos con
una familia noble. Un primer recuento, en absoluto exhaustivo de esta situación,
incluiría a por lo menos once personas más. Tanto por su peso numérico como por su
visibilidad social, resulta evidente que a primera vista la aristocracia terrateniente era el
grupo que mejor representaba a los latifundistas de Madrid.
Sin embargo, más allá de la hegemonía numérica de los titulados dentro del
grupo de terratenientes, conviene subrayar también las diferencias dentro del grupo.
Como han señalado otros estudios, la nobleza había dejado de ser un grupo homogéneo
fruto de la generosa política de concesión de títulos practicada por el régimen liberal
que incorporó a nuevas familias de notables, políticos, militares y financieros23. A la
hora de estudiar un grupo tan reducido, resulta de mayor interés conocer su cohesión
23 PRO, J.: «Aristócratas en tiempos de Constitución» en DONÉZAR, J.M y PÉREZ LEDESMA, M. (eds.): Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola. Madrid, Ediciones UAM – Alianza editorial. Vol. 2, 1994.
15
analizando los orígenes familiares y las alianzas matrimoniales practicadas hasta la
década de 1940. Una primera aproximación a la genealogía de la nobleza permite
comprobar que por lo menos existían dos grupos. Por una parte existía un reducido
número de herederos de la vieja aristocracia de sangre cuyo poder se remonta por lo
menos a finales del Antiguo Régimen. Media docena de familias como los Fernández de
Córdoba, Salabert, Stuart, Falcó, Pérez de Barradas y Messía formaban el núcleo de la
aristocracia terrateniente que reunía buena parte de las mayores fortunas agrarias de
Madrid, como demuestran no sólo sus miembros más importantes (duques de Alba,
Medinaceli, Peñaranda e Infantado) sino también si se suman el patrimonio de los
hermanos, hijos y viudas.
Distinta de la vieja aristocracia, existían también nobles cuya posición se debía a un
proceso de enriquecimiento más reciente. En familias como Ulloa (conde de Adanero),
Salamanca (marquesa de Hinojares, conde de Campo Alange), Muguiro, Escrivá de
Romaní o Patiño si bien existía en ocasiones un origen nobiliario que podía remontarse
al siglo XVIII, su fortuna era producto del siglo XIX24. La política matrimonial de este
grupo se diferenciaba de la vieja aristocracia por haber permitido una mayor apertura
hacia miembros destacados de las élites agrarias, aportando con ello una considerable
ampliación del patrimonio agrario.
Si en los dos grupos anteriores podría ubicarse a la mayoría, tampoco recoge la
totalidad del universo de los terratenientes de Madrid. Debe señalarse que existía
también un tercer núcleo formado por una nueva generación de terratenientes que no
habían sido integrados en los círculos mundanos de la capital. Si bien es un grupo
menos conocido, algunos casos pueden reconstruirse parcialmente. Además del caso
que comentaba anteriormente de Joaquín de Velasco Martín, destacan también los
24 En la descripción del perfil de este grupo me he basado en el estudio regional de SÁNCHEZ MARROYO, F.: Dehesas y terratenientes en Extremadura, Mérida, Asamblea de Extremadura, 1993.
16
hermanos Flores Flores (Carmen, Aurelia y Samuel). Los tres poseían fincas en la
provincia de Albacete, y si añadimos la propiedad de otros familiares, se obtiene que en
conjunto la familia Flores contaba con un patrimonio que sumaba 21.804 hectáreas25.
Sin embargo, la existencia de estos casos puntuales, no anula el hecho de que como
normal general los empresarios agrícolas o los nuevos ricos surgidos del negocio del
estraperlo posiblemente prefirieran mantenerse en el ámbito de su provincia.
Propiedad y gestión de una economía rentista
La radiografía de los ingresos fiscales de los terratenientes confirma el peso
abrumador que tenían la renta de la tierra y los beneficios de las explotaciones agrarias
en su economía (gráfico III). Sin embargo, tiene un especial interés estudiar la
fisonomía y gestión de dichas fortunas. En un patrimonio agrario formado a través de
sucesivos procesos de enlaces y herencias26, no es de extrañar que las propiedades de
los latifundistas estuvieran muy repartidas, tal como indica el mapa I. Si bien la mayoría
de las rentas procedían de regiones tradicionalmente latifundistas (Extremadura,
Andalucía, Salamanca) también cabe recalcar que existía una considerable dispersión de
las propiedades que se extendían por buena parte de la geografía del país. Esta situación
a nivel individual se traducía en el hecho de que fuera común contar con propiedades en
cuatro o cinco provincias, si bien las fincas de algunos individuos de la vieja
aristocracia se extendían por hasta diez o quince provincias. La dispersión geográfica
del patrimonio – el multifundismo – encarecía los costes de la gestión directa por lo que
existía una preferencia por el absentismo y la cesión en arrendamiento.
25 ESPEJO MARÍN, C.: «El registro de la propiedad expropiable en la provincia de Albacete (1933)», Al-Basit: Revista de estudios albacetenses, 26 (1990), p. 81-108. 26 Sobre la importancia de la familia y la herencia véase MUÑOZ, J. SERRANO, A. y ROLDÁN, S.: «La estructura de la propiedad de la tierra y la reforma agraria de 1932 en Andalucía» en A agricultura latifundiaria na Peninsula Iberica. Lisboa, Instituto Gulbenkian, 1979
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Además de su patrimonio rústico, conviene no olvidar que los terratenientes
tenían intereses en otros sectores de la economía. La propiedad urbana jugaba un papel
complementario, poseyéndose inmuebles en Madrid o viviendas que se alquilaban a los
arrendatarios o trabajadores agrícolas. Mayor interés tiene establecer la importancia de
los activos financieros y del trabajo personal. En relación a los primeros, la norma
general solía ser que entre un diez y quince por ciento de la renta proviniese del capital
mobiliario. Sólo había un caso, el de Josefa Salamanca y Wall, marquesa de Hinojares,
en donde las rentas del capital representasen más de la mitad de los ingresos. La
inversión en activos financieros de los terratenientes se diferenciaba no sólo por su
volumen, sino también por el tipo de activos y el riesgo asociado a ellos. Como puede
verse en el gráfico IV, la deuda pública ocupaba un papel más destacado que entre la
élite empresarial de Madrid. La inversión en este tipo de activos se debía no sólo a su
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seguridad, sino al hecho de que posiblemente se adaptara mejor a la economía de las
casas aristocráticas. En términos contables no era muy distinto asegurarse un flujo
continuo de renta en forma de deuda pública que hacerlo a través de arrendamientos
rústicos. En el apartado de valores existía una situación similar. Las declaraciones de
algunas de las carteras de valores permiten comprobar que existía una preponderancia
de las obligaciones privadas sobre las acciones. Además incluso en estas últimas se
tendía a favorecer aquellos valores que eran considerados como seguros, principalmente
las acciones del Banco de España y de empresas eléctricas. En consecuencia no había
ningún terrateniente que tuviera una posición dominante en el accionariado de una gran
empresa.
Destaca también el escaso peso que tenían los intereses por créditos personales
en el f
lujo de rentas de los terratenientes. Sólo tres individuos estaban endeudados, es
decir, que la situación normal dentro del grupo era la de no tomar préstamos. Este hecho
contrastaría con la situación descrita para el siglo XIX, cuando era frecuente que las
principales casas aristocráticas contasen con un alto nivel de endeudamiento fruto de la
herencia de importantes cargas, del deseo de aprovechar el alza de la renta de la tierra y
del mantenimiento de gastos suntuarios27. Los grandes episodios inflacionarios de la
27 CARMONA, J: Aristocracia terrateniente y cambio agrario en la España del siglo XIX: la casa de Alcañices (1790-1910), Junta de Castilla y León, 2001.
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primera mitad del siglo XX, pero sobre todo una política más prudente de gestión de las
rentas tras producirse el declive y la quiebra de algunas casas aristocráticas (el caso más
paradigmático sería el de la casa de Osuna) posiblemente expliquen el proceso de
reducción del endeudamiento.
Por último, no podemos terminar sin mencionar el escaso peso que tenían las
rentas
tes
estuvie
demasiado extrema, resulta útil en tanto que realza la imagen de unos grandes
procedentes del trabajo personal dentro del grupo de terratenientes. Sobre la
muestra de 85 personas, únicamente once declaraban alguna forma de salario u
honorario. Incluso dentro de este grupo puede dudarse que el trabajo tuviera el sentido
de ser una ocupación a tiempo completo. Además de cuatro terratenientes que
participaban como consejeros de empresas en una situación similar a la de los duques de
Alba y del Infantado, existía una cierta preferencia por puestos en la administración del
Estado, principalmente en el Ejército. Había tres militares (el conde de Ventosa y los
marqueses de Camarasa y Villafuerte) y un funcionario (el duque de Terranova)28. El
resto se repartirían en ocupaciones muy heterogéneas: un abogado, un “empleado” en su
propia explotación agropecuaria y un administrador de fundaciones. Este análisis no se
altera sustancialmente si se amplía a las personas que habían trabajado en épocas
anteriores, pues sólo había seis personas que declaraban alguna forma de pensión por
trabajos anteriores. Entre ellos también se confirma la preferencia por determinadas
opciones profesionales: cuatro eran militares retirados y dos habían sido ingenieros.
La ausencia de un trabajo remunerado no implica que los terratenien
sen dedicados exclusivamente a una vida de ocio y placer. Al contrario, algunos
autores como Juan Carmona han llegado a comparar la administración de una casa
aristocrática con la de una empresa privada29. Si bien esta formulación parece
28 Además habría que añadir que durante el periodo de 1937 a 1945 el duque de Alba fue embajador en Londres debido a las extraordinarias circunstancias del momento. 29 Ibíd., p. 227
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l estudio de los expedientes de la contribución general sobre la renta en la
adrid durante la posguerra demuestra que existía una notable
heterog
estra que no sólo había
grande
social que les permita definirse como una clase.
propietarios mínimamente ocupados en la administración de su patrimonio. Éstos,
incluso si optaban por la gestión indirecta y absentista, debían decidir en función de los
informes que proporcionaban sus administradores en cuestiones como la cosecha, los
jornales y los precios.
Conclusiones
E
provincia de M
eneidad dentro del universo de las élites económicas. La consolidación de la
gran empresa moderna fue paralela a la existencia de dos grupos, consejeros y
accionistas, que se diferenciaban por su nivel de fortuna y el origen de sus ingresos. Sin
embargo, ambos contaban con una misma mentalidad inversora y sus funciones en el
mundo empresarial a menudo eran las mismas. Claramente diferenciados de los
anteriores, el grupo de terratenientes absentistas de Madrid estaban formados por las
últimas generaciones de la vieja aristocracia de sangre, por familias nobles de origen
decimonónico y por propietarios agrícolas enriquecidos en época más reciente. En
esencia, el grupo se distinguía por haber desarrollado una política matrimonial
ciertamente endogámica y por mantener una economía rentista.
En conclusión, la gran propiedad agrícola, las grandes empresas y la banca no
tenían a los mismos sujetos como protagonistas. El estudio demu
s diferencias en el ámbito de la economía particular, sino que también existía un
patrón distinto en relación a la política matrimonial o al estilo de vida. El reto a partir de
ahora consiste en explorar estas diferencias para mostrar si los terratenientes, los
grandes accionistas y los consejeros contaban con un imaginario común sobre el orden