Para Rocío, Enrique y Jorge, juntos_OK.pdf · Para Rocío, Enrique y Jorge, cómplices desde casa...

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Para Rocío, Enrique y Jorge, cómplices desde casa de tantas cajas abiertas.

M. C.

Dedico esta obra primero a la gran fuente creadora, luego a mi padre y a mi madre que me apoyaron para estudiar dibujo,

a mis hijas e hijo, a la chiquibanda y a mi Bety, porque siempre me ayuda con su corazón de colores.

L. G. M.

En la caja que estaba sobre la mesita de la sala algo comenzó a moverse.

Hice como que no escuché mientras seguía viendo mi caricatura favorita. Era el momento en que Yeik estaba por salvar a la princesa y llegaba el Rey Helado; me la sabía casi de memoria, aunque no era de mis episodios favoritos. Así que me comenzó a distraer el ruidito ese de la caja.

Era una caja café sin chiste, como todas las cajas, no estaba bien cerrada, es decir, se notaba que ya había sido usada para otra cosa. Como no tenía agujeritos supuse que no era ni perro ni gato.

Como se movía sola pensé que era un robot, una máquina genial para hacer un montón de juegos. Luego me desilusioné porque mamá odia las cosas de ese tipo, si lleva como mil años con el mismo celular.

Pensé en algo que ni estuviera vivo, ni usara pilas. Cuando me di cuenta ya había terminado el episodio y comenzaba otro, de la misma caricatura, ese cuando el héroe y su mascota logran salvar a todas las princesas capturadas por el malvado rey. Pero, como ya la había visto, seguí pensando en todo lo que podría tener la caja. De pronto pensé en cosas absurdas, tontas, bobas y sin sentido, pero entre más extrañas eran esas cosas más divertidas me parecían; entre más patas, pelos, uñas y narices mezcladas era mucho mejor.

Mamá pasó sin hacer caso de la caja. Entonces, no era de ella, papá no estaba desde la mañana, mi hermana mayor seguía como siempre encerrada en su cuarto, así que me dispuse a buscar lo que había adentro.

Pero conforme me fui acercando, sentí algo muy raro. Primero una cosquillita en la panza, luego se bajaba a mis piernas, como ganas de ir al baño, como si de pronto algo horrible fuera a aparecer.

Pensé que tenía un fantasma y me acordé que los fantasmas no existen. Creí que era una mano peluda que me brincaría y luego me dí cuenta que era muy tonta la idea. Sentía cosas muy extrañas, casi como miedo, pero eso mismo era emocionante y divertido; así que me decidí y de un brinco llegué junto a la caja.

La abrí de un manotazo y ahí estaba sonriente y amarilla, casi la había olvidado. Mi imaginación estaba esperándome, me miró tan tierna y contenta que, de inmediato, la saqué y nos pusimos a jugar.

Nunca creí que pudiera hacerlo hasta ese momento. Apagamos la tele y pasamos juntos toda la tarde.

Cuando me fui a dormir no la guardé; al contrario, la puse a remojar en mi vaso de agua y dormí cansado como nunca, feliz de saber que, al día siguiente y durante mucho tiempo, seguiríamos jugando juntos.