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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 2
LEVÍTICO, NÚMEROS, DEUTERONOMIO Y JOSUÉ
Capítulo 1
El Libro de Levítico
Muchas personas que leen la Biblia consideran que Levítico
es un libro muy difícil. Se aburren al leer todas las especificaciones
para el Tabernáculo en el desierto, en el tercio final del Libro de
Éxodo. Cuando llegan a Levítico, pierden su determinación de leer
toda la Biblia.
La palabra “levítico” significa, literalmente, ‘relativo a los
levitas’. Los levitas eran los sacerdotes hebreos. Si queremos
entender este libro, es absolutamente esencial entender ese pequeño
“tabernáculo del desierto”, donde los sacerdotes estaban a cargo de la
presentación de los sacrificios, las ofrendas y otras liturgias. Más
adelante, el muy elaborado templo de Salomón fue construido
siguiendo el mismo modelo original que recibió Moisés, cuando se le
ordenó erigir la tienda de adoración.
Uno de los aspectos más significativos de la pequeña tienda
de adoración era que debía ser colocada en el centro del campamento
mientras las doce tribus de Israel cruzaban y daban vueltas por el
desierto durante cuarenta años. El primer mandamiento decía que
Dios debía estar en el primer lugar. La Biblia nos enseña que Dios
debe estar en el centro mismo de nuestra vida. Esto se demuestra, o
se ilustra, en que la pequeña tienda de adoración estaba en el centro
de su campamento.
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Tal vez la observación más importante que podemos hacer de
esta tienda es que Dios, realmente y literalmente, moraba en ella. Se
nos dice que, cuando Moisés terminó de construirla, la presencia y la
gloria de Dios vino y llenó el compartimiento interior de la tienda,
conocido como el Lugar Santísimo, como símbolo de la forma en que
el Espíritu Santo llena a los creyentes hoy.
Al viajar los israelitas por el desierto, la nube que cubría la
tienda los guiaba. Cuando se movía la nube, ellos se movían. Cuando
ella se detenía, se detenían. De esta forma, la nube los guiaba. Las
personas podían ir a la tienda para ser perdonadas, para adorar y para
recibir orientación.
La construcción de la tienda
Ahora que entendemos el propósito de la tienda, veamos con
mayor detenimiento cómo fue construida. Esta tienda de adoración
tenía un cerco que la rodeaba, hecho de un material parecido a la
lona. El sector dentro de este cerco era el atrio. Más adelante, el atrio
del templo de Salomón sería bastante grande (5,5 hectáreas), pero el
atrio de esta primera tienda de adoración no era muy grande.
Había algunos artículos del mobiliario de la tienda que eran
muy significativos. Es importante notar que todo el mobiliario tenía
manijas. Esto era necesario porque debían ser transportados durante
su deambular por el desierto.
El primer artículo del mobiliario en el atrio, justo después de
la entrada, era el altar de bronce. Este altar era parecido a una gran
parrilla para hacer fuego con carbón. Se mantenía un fuego ardiendo
en el altar de bronce en todo momento. Cuando un pecador iba a la
tienda para buscar el perdón por su pecado, un sacerdote lo recibía en
la puerta del atrio. Entonces, el animal que traía consigo se mataba de
acuerdo con la descripción que aparece en Levítico. Luego el
sacerdote colocaba el animal sobre el altar de bronce. El pecador
permanecía junto a la entrada del atrio. En ningún momento se
acercaba a la parte cubierta de la tienda de adoración. El sacerdote
entraba en esa parte en su lugar. Una vez que el sacerdote colocaba el
sacrificio animal sobre el altar de bronce, mientras el humo del
sacrificio subía hacia Dios, él se dirigía al siguiente artículo del
mobiliario en el atrio, llamada la fuente, que era como una pequeña
alberca. Aquí, el sacerdote se lavaba ceremonialmente en nombre del
pecador, quien seguía junto a la entrada.
El tabernáculo –es decir, la parte cubierta– estaba dividido en
dos compartimientos. El exterior se llamaba Lugar Santo. Había un
velo muy grueso que dividía a este Lugar Santo del compartimiento
interior, llamado Lugar Santísimo. El Lugar Santísimo era donde
moraba Dios. El velo estaba hecho de un material muy fuerte. El
historiador Josefo nos dice que varias cuadrillas de caballos, tirando
de sus extremos, no lo podrían haber desgarrado. El que estaba en el
templo de Salomón, todavía en uso en tiempo de Jesús, era tan
grande que parecía el telón de un teatro.
Se nos dice, en los Evangelios, que en el preciso momento en
que murió Jesús en la cruz, el velo que separaba el Lugar Santo del
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Lugar Santísimo se rasgó de arriba abajo (ver Marcos 15:38). Este es
uno de los grandes milagros de la Biblia, que suele pasar
desapercibido.
Había cuatro artículos del mobiliario dentro de la Tienda de
Adoración. Luego de lavarse ceremonialmente en la fuente del patio,
el sacerdote entraba en la primera parte de la tienda cubierta, el Lugar
Santo.
A su izquierda tenía el candelabro. Este candelabro era muy
importante. Representaba la revelación que Dios había dado al
pueblo de Israel cuando les dio su Palabra y, por supuesto, esta
revelación les indicaba cómo debían acercarse a Él. Así que el
sacerdote adoraba ante el candelabro, agradeciendo a Dios por la
revelación que había dado a su pueblo y a ese pecador que
permanecía afuera, junto a la entrada del atrio.
A su derecha, tenía los panes de la propiciación. Su propósito
era recordar al sacerdote lo que simbolizaba el maná: que Dios nos da
cada día nuestro pan cotidiano.
Justo enfrente, contra el velo que bloqueaba la entrada al
Lugar Santísimo, estaba el altar del incienso, frente al cual el
sacerdote se paraba y hacía una oración de intercesión por el pecador
que estaba afuera. El sacerdote llegaba hasta allí y luego volvía, se
encontraba con otro pecador, y volvía a repetir todo el procedimiento.
Una vez al año, todo el pueblo se reunía alrededor de la tienda
de adoración. En esta ocasión, el sumo sacerdote traspasaba el velo y
entraba al Lugar Santísimo para ofrecer un sacrificio de sangre por
todos los pecados del pueblo.
Al mirar esta pequeña tienda de adoración, tenemos que
darnos cuenta de que cada artículo del mobiliario que contenía
representaba una figura alegórica de Jesucristo. En vista de esto,
consideremos con mayor detalle cada uno, individualmente.
El mobiliario de la tienda
El altar de bronce, en realidad, predica el evangelio del Nuevo
Testamento. Todos los animales sacrificados en el altar de bronce, y
todos los sacrificios de animales, fueron cumplidos cuando Jesús
murió en la cruz. Este altar de bronce nos dice: “Ustedes no pueden
acercarse a un Dios santo sin un sacrificio. Sin derramamiento de
sangre no se hace remisión” (ver Hebreos 9:22).
El artículo que llamamos “la fuente”, donde el sacerdote se
lavaba ceremonialmente antes de entrar en el Lugar Santo, nos dice
lo mismo que la Biblia en varios lugares: “¿Quién subirá al monte de
Jehová? [...] El limpio de manos y puro de corazón” (Salmos 24:3, 4).
El objetivo último de la tienda de la adoración es la comunión
con Dios. Todo apunta en esa dirección. Y, en la Biblia, la comunión
con Dios se suele comparar con una comida. La fuente nos dice lo
que nuestra madre nos solía decir cuando éramos niños: “Lávate las
manos antes de venir a la mesa”. Lavarse antes de ir a comer, antes
de tener comunión con Dios. Uno debe lavarse, purificarse. Ese era el
mensaje de la fuente.
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Al pararse el sacerdote ante el candelabro de oro, reconocía
que Dios era la fuente de este libro que estamos viendo en nuestro
estudio de la Biblia. Reconocía que Dios era la luz que nos guía.
Adoraba y agradecía a Dios por dar a ese pecador que estaba afuera,
a la entrada del tabernáculo, una revelación de cómo podía ser
salvado y acercarse al Dios Santo en adoración.
Como señalé anteriormente, el pan de la mesa de los panes de
la propiciación simbolizaba el hecho de que Dios sostendría a su
pueblo y supliría sus necesidades. Obviamente, Dios nunca quiere
que perdamos de vista el hecho de que Él es la fuente de nuestro
sustento. Él quiere que confiemos en Él para todo lo que
necesitamos: físicamente, emocionalmente, mentalmente y
espiritualmente.
A continuación, veamos el altar del incienso. Cuando el
sacerdote se paraba frente a este altar, oraba por el pecador que
estaba afuera, a la entrada del atrio. Al hacerlo, representaba a
Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, que intercede por nosotros antes
el Padre.
En resumen
Todo en esa tienda de adoración tenía que ver con Jesús. Él es
la Luz del Mundo, el Pan de Vida, nuestro perfecto sacrificio. Él es
quien viene y nos limpia en la fuente. Uno realmente ve el evangelio
de Jesucristo en esa pequeña tienda de adoración. Solo cuando
entendemos la tienda de adoración podemos entender el Libro de
Levítico, porque era el manual que usaba el sacerdote mientras
oficiaba en la tienda. ¿Conoce usted a este Jesús que se presenta en
esta pequeña y santa tienda?
Capítulo 2
El tabernáculo, hoy
En el Libro de Génesis leemos que cuando un hombre comete
pecado, la peor consecuencia es el divorcio –una separación– entre
Dios y el hombre. La solución para este problema fundamental, la
reconciliación de este divorcio, es de lo que trata en realidad la
Biblia, y de lo que trata el tabernáculo del desierto.
Entonces, ¿por qué no hacemos sacrificios animales hoy?
Porque han cambiado los requisitos de Dios. Cuando lleguemos al
Libro de Hebreos, tendremos más para decir al respecto. Pero, en
resumen, Hebreos 9 dice que esta tienda de adoración era solo un
símbolo de otro tabernáculo que existe en la dimensión celestial. Este
tabernáculo celestial no está hecho de materiales físicos. Los
materiales son todos celestiales y espirituales. El tabernáculo que
Dios ordenó construir a Moisés es, simplemente, una expresión
visible y tangible en la tierra del tabernáculo del que habla Hebreos 9.
Recuerde que, cuando Jesús murió en la cruz, el velo del
templo de Salomón se rasgó de arriba abajo. Ahora tenga en mente
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que, una vez al año, el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo y
llevaba sangre para cubrir los pecados de todas las personas. En el
mismo sentido, cuando Jesús murió en la cruz, se convirtió en el
Gran Sumo Sacerdote y, en el cielo, traspasó el modelo de adoración
que es el tabernáculo celestial. En el altar de bronce, en el
tabernáculo celestial, Jesús ofreció su muerte como el cumplimiento
final de todos esos sacrificios animales. Fue a la fuente e hizo posible
el lavamiento permanente.
Antes de la muerte de Cristo, el pecador no podía acercarse a
Dios. Solo el sacerdote podía hacerlo e interceder por el pecador.
Pero todo eso quedó de lado cuando Jesucristo murió en la cruz,
porque hizo posible que usted y yo pudiéramos entrar directamente
en la presencia de Dios.
Otra consecuencia importante es que nuestros cuerpos ahora
son templos de Dios. Pablo escribió, básicamente: “¿No se dan
cuenta de que el Espíritu de Dios vive en ustedes? Dios destruirá a
todo el que profana su templo, porque su templo es santo, y eso es
exactamente lo que son ustedes”. El apóstol trataba de explicar esta
verdad a los corintios, que estaban obsesionados por el pecado
sexual. Les dijo: “El cuerpo de ustedes no fue hecho para el sexo; fue
hecho para Dios. ¿No se dan cuenta de que el cuerpo de ustedes es el
templo de Dios, y que Dios vive en ustedes?” (ver 1 Corintios 6:15-
20). Una paráfrasis de Colosenses 1:27 dice: “Hay personas a quienes
Dios quiso dar una visión plena de esplendor de su plan secreto para
las naciones. Su secreto es, simplemente, éste: que Cristo en ustedes
es la única esperanza que ustedes tiene. Sí, Cristo en ustedes trae la
esperanza de todas las cosas gloriosas venideras”.
Cristo en usted es un milagro. Significa que la presencia de
Dios vive en usted, y también significa que usted tiene todo lo que se
necesita para vivir de la forma que Dios lo ha llamado a vivir.
Ahora pensemos en este maravilloso simbolismo con relación
a la tienda de adoración en nuestra propia vida. Cuando usted se
levanta a la mañana, le recomiendo enfáticamente que tenga un
tiempo tranquilo, un tiempo de adoración, un tiempo en la presencia
de Dios, antes de salir al mundo y vivir su vida ese día. Al hacerlo,
trate de verse avanzando por esta tienda de adoración. Imagine que se
acerca al altar de bronce y luego confía en las Buenas Nuevas de que
Jesucristo es el Cordero de Dios que muere en la cruz por sus
pecados. Si nunca ha confiado en Cristo para el perdón de sus
pecados, hágalo ahora. Y luego agradezca a Dios por su perdón en la
cruz de Jesús, y afirme su convicción de que Él fue sacrificio perfecto
para sus pecados.
Ahora imagine que va hacia la fuente, donde necesita lavarse
las manos y los pies, donde necesita ser lavado continuamente. ¿Hay
cosas en su vida que están sucias y que no son del agrado de Dios?
Confiéselas a Dios; apártese de ellas y sea lavado. Luego –en sentido
figurado– diríjase al Lugar Santo y párese frente al candelabro.
Agradezca a Dios por la revelación; agradézcale que no lo dejó a
oscuras con relación a la vida y la salvación. Agradézcale por la
Palabra de Dios.
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Luego imagínese parado ante la mesa de los panes de la
propiciación, y agradézcale por suplir todas sus necesidades.
Reconózcalo como el origen de cada trozo de pan y cada posesión
que usted tiene, y de cada forma en que sus necesidades son
cubiertas. Reconózcalo como Aquel que suple esas necesidades, y
hágalo con gratitud.
Luego, al pensar en el altar del incienso, reflexione sobre el
milagro de la oración. Y tómese tiempo para orar por cada detalle de
sus necesidades y los desafíos que enfrenta ese día.
Luego, al pensar en el Lugar Santísimo, permita que este lo
desafíe a recordar que la presencia de Dios verdaderamente existe.
Recuerde que el Espíritu de Dios está en nosotros y que podemos
estar en la presencia misma de Dios no importa dónde estemos. No
necesitamos un sacerdote para que entre en la presencia de Dios por
nosotros. No tenemos que pasar por una estructura de adoración
literal como la tienda de adoración, porque cuando Cristo murió en la
cruz hizo posible que entráramos directamente en la presencia de
Dios.
Hay muchas aplicaciones devocionales de este tabernáculo en
el desierto. Esta es la más importante: aún es posible que un hombre
o una mujer pecadores se acerquen a nuestro Dios Santo y realmente
entren en su misma presencia a través de un camino nuevo y vivo que
fue hecho posible a través de Jesucristo nuestro Señor.
Cuando apreciamos lo que tuvo que hacer Dios para
posibilitar esto, uno pensaría que la gente se desesperaría por entrar
en su presencia. ¿Por qué no es así? ¿Alguna vez ha entrado usted en
la presencia del Dios Santo? Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Vemos este gran versículo del evangelio reflejado en la tienda de la
adoración. Dios quiere encontrarse con usted y hacer, de su vida, un
tabernáculo para Él.
Capítulo 3
El sentido de los sacrificios
Ahora que tenemos alguna perspectiva de la tienda de la
adoración, estamos listos para estudiar este pequeño Libro de
Levítico.
En realidad, este libro es simplemente un manual para los
sacerdotes, que da instrucciones detalladas sobre cosas como la
forma de matar un animal, qué hacer con las entrañas, y todo lo
demás. Tal vez no sea tan inspirador como el Salmo 23 o 1 Corintios
13, pero por favor no piense que no puede obtener verdades
espirituales o aplicaciones devocionales de Levítico. Este libro
contiene hermosas verdades, y quisiera indicarle algunos de sus
puntos más destacados.
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Las secciones
Hay que entender que este manual del sacerdote está dividido
en varias secciones. Los primeros siete capítulos del libro se centran
en los sacrificios. Esta sección indica a los sacerdotes qué hacer
exactamente mientras preparan estos sacrificios, pero también nos
permite comprender el significado de estos sacrificios.
Del capítulo 8 al 10, se centra en los servidores, es decir los
sacerdotes mismos. Las instrucciones de esta sección describen qué
tipo de personas debían ser los sacerdotes y las normas que debían
guardar. Por aplicación, hay muchas verdades devocionales en estos
capítulos.
El corazón del libro se encuentra del capítulo 11 al 22. Yo
llamo a esta sección “la santificación”. La tienda de la adoración y
los sacerdotes que oficiaban allí eran la declaración de Dios a todo el
mundo de que el pueblo escogido de Dios era un pueblo santo,
porque su Dios era santo. El énfasis en estos capítulos es que el
pueblo fue escogido para ser diferente. La palabra “santo” significa
‘lo que pertenece a Dios’. Estos sacerdotes debían vivir como un
pueblo que, obviamente, pertenecía a Dios.
Del capítulo 23 al 25 tenemos lo que llamo “los servicios”.
Hay muchos días sagrados en la fe judía, y usted los encontrará
documentados en los primeros cinco libros de la Biblia. Dado que los
sacerdotes eran quienes debían oficiar durante estos días sagrados y
estas ceremonias tan sagradas, necesitaban instrucciones sobre cómo
hacerlo.
Cuando usted llegue a esta sección de Levítico, hágase esta
pregunta: Al instituir un día santo, como Pentecostés, ¿qué quería
Dios que los sacerdotes recordaran? Luego hágase esta pregunta:
¿Por qué quería Dios que los sacerdotes recordaran estas cosas?
Las aplicaciones
Yo llamo a los dos últimos capítulos del Libro de Levítico “la
entrega”. Tanto Levítico, Deuteronomio como Josué finalizan con
fuertes sermones de aplicación. Todos concluyen con una tremenda
exhortación al pueblo de Dios a obedecer las leyes de Dios y ser el
pueblo santo que había sido llamado a ser. Habían sido liberados y
salvados para ser santos. Las exhortaciones al final del Libro de
Levítico hacen que estos últimos capítulos sean muy dinámicos.
Moisés decía que tenía un impedimento en el habla, o que no podía
pronunciar bien, pero aquí parece haber sido muy elocuente.
Aplicaciones devocionales, personales y prácticas
Ahora miremos algunas de las bendiciones devocionales que
podemos encontrar en Levítico. Comenzaremos por la primera
sección: “los sacrificios”. Los primeros siete capítulos del libro
contienen algunas hermosas verdades relacionadas con la forma en
que los sacerdotes debían ofrecer sacrificios a Dios. Por ejemplo,
cuando un pecador iba a la tienda de adoración y quería recibir el
perdón, se encontraba en la entrada con el sacerdote. Ese sacerdote le
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explicaba el significado del sacrificio que estaba por ofrecer el
pecador.
Además de sus otras responsabilidades, los sacerdotes eran
los maestros del pueblo de Dios. Cuando el pecador ofrecía el
sacrificio, el sacerdote le indicaba que pusiera su mano sobre la
cabeza del animal. Al hacerlo, el animal se convertía en su sustituto.
Todo el pecado del pecador se transfería a la cabeza de ese animal.
La muerte que merecía el pecador por su pecado era sufrida por el
animal y no por el pecador. De aquí viene la expresión “chivo
expiatorio”. Ese era el significado de ese sacrificio. Los teólogos
denominan a esta práctica la “expiación sustitutoria” cuando aplican
este hermoso simbolismo a la muerte de Jesucristo en la cruz por
nuestros pecados.
También, al leer este libro, descubrirá que hubo veces en que
toda la nación pecó y debía haber un arrepentimiento nacional.
Cuando se daban cuenta de lo que habían hecho, debían ofrecer un
becerro como ofrenda por el pecado. Debían llevarlo al tabernáculo,
donde los líderes de la nación pondrían sus manos sobre la cabeza del
animal y lo matarían ante el Señor. Luego seguirían el mismo
procedimiento como para una ofrenda por el pecado común. De esta
forma los sacerdotes hacían expiación por toda la nación. ¿No sería
esta una experiencia maravillosa en una nación hoy? El
arrepentimiento nacional por el pecado nacional sería un evento
maravilloso en cualquier nación. Este evento está establecido en el
Libro de Levítico.
Estos sacerdotes debían ser hombres ungidos; es decir, debían
ser hombres guiados y controlados por el Espíritu Santo. Para
ilustrarlo, la sangre del sacrificio se colocaba sobre las orejas, las
manos y el dedo gordo del pie derecho de los sacerdotes. Esto le
indicaba al sacerdote: “Debes ser un hombre santo. Debes guiar al
pueblo a ser santo. Todo lo que oigas, todo lo que toques o hagas con
tu mano, y todo lugar adonde vayas, debe ser ungido y controlado por
el Espíritu Santo”.
En el Libro de Levítico también encontrará una hermosa
ilustración de lo que queremos decir cuando señalamos que Moisés
escribió sobre Jesús en los Libros de la Ley. En el Nuevo
Testamento, cuando Jesús sanaba a los leprosos, siempre les decía:
“Muéstrate al sacerdote”. ¿Por qué lo hacía? Porque en Levítico
vemos que se les daba esa instrucción a los sacerdotes.
Cuando leemos los últimos capítulos de Levítico,
encontramos mucho contenido devocional en la magnífica
predicación de Moisés. Por ejemplo, él cita las siguientes palabras de
Dios: “Si ustedes obedecen todos mis mandamientos, les daré lluvia,
cosechas abundantes, árboles cargados de fruta, uvas que todavía
estarán madurando cuando vuelva el tiempo de la siega. Se saciarán y
vivirán seguros en la tierra, y les daré paz, y dormirán sin temor.
Perseguirán a sus enemigos, y ellos morirán bajo la espada de
ustedes. Cinco de ustedes perseguirán a cientos, y cien, a mil.
Ustedes derrotarán a todos sus enemigos. Andaré entre ustedes y seré
su Dios, y ustedes serán mi pueblo” (ver Levítico 26:5-12).
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También descubrirá en el Libro de Levítico que ciertas cosas
están prohibidas, como la homosexualidad. La homosexualidad no
encaja en el plan de Dios de tener personas que se convierten en
parejas y padres que producen personas que se convierten en parejas
y padres. La homosexualidad está prohibida porque el banquete de
las consecuencias no es bueno. Moisés es muy directo. Condena la
homosexualidad en términos sumamente fuertes. En Levítico, Moisés
también condena la brujería, la hechicería, la adivinación y muchas
otras cosas. Las leyes de Moisés son severas, porque el pueblo judío
debía ser un pueblo santo. La santidad es el resultado final que Dios
desea enseñar a su pueblo en el Libro de Levítico.
Espero que esta introducción y resumen del Libro de Levítico
le permita leerlo por su cuenta y que sea muy bendecido al hacerlo.
Recuerde que Levítico era un manual para sacerdotes que les
indicaba cómo ser hombres ungidos y santos de Dios que pudieran
enseñar al pueblo de Dios cómo ser santo. “Sean santos, porque yo
soy santo”, dice el Señor. Ese es el mensaje del Libro de Levítico
para usted y para mí.
El Libro de Números
Capítulo 4
El nivel de decisión
El Libro de Números continúa el argumento que comenzó en
Génesis, se abrió paso a través de Éxodo y fue interrumpido
brevemente cuando Dios dio a Moisés un libro con los planos y
especificaciones para construir el tabernáculo en el desierto.
Cuando los hijos de Israel fueron liberados milagrosamente
de su esclavitud en Egipto, debían cruzar el desierto y entrar en la
tierra prometida de Canaán. El Libro de Números nos dice que no
fueron directamente de Egipto a Canaán, ¡sino que anduvieron dando
vueltas por el desierto durante cuarenta años!
Hablando figuradamente, muchos creyentes hoy hacen lo
mismo. Han sido liberados del castigo de sus pecados por la sangre
de Cristo, pero no viven de la forma que Dios los creó y recreó para
que vivan. Están deprimidos, aburridos, disconformes e
insatisfechos. No han entrado en la “tierra prometida” de esa calidad
de vida que el Nuevo Testamento llama “vida eterna” (Juan 3:15).
Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan
en abundancia” (Juan 10:10). El Nuevo Testamento llama a esta
calidad de vida “vida eterna”.
La tierra prometida de Canaán es una figura alegórica de esta
calidad de vida del Nuevo Testamento para la cual es salvado el
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creyente. En cambio, este suele dar vueltas en círculos de
incredulidad, desilusión y confusión. El Libro de Números nos
enseña esa lección alegóricamente al registrar este capítulo de la
historia del pueblo hebreo.
La muerte de una generación
Este libro debe su nombre al hecho de que el pueblo hebreo
fue numerado dos veces. Se toma un censo en los primeros tres
capítulos de este libro, y otro en el capítulo 26. Entre el primer y
segundo censo, vemos la muerte de toda una generación.
Debido a su falta de fe, Dios dijo a los israelitas: “La
exploración del país duró cuarenta días, así que ustedes sufrirán un
año por cada día. Cuarenta años llevarán a cuestas su maldad, y
sabrán lo que es tenerme por enemigo. Yo soy el Señor, y cumpliré al
pie de la letra todo lo que anuncié contra esta perversa comunidad
que se atrevió a desafiarme. En este desierto perecerán. ¡Morirán
aquí mismo!” (ver Números 14:29-34).
Mientras los israelitas vagaban por el desierto, Dios trató vez
tras vez de demostrarles que estaba con ellos. Para darles un
fundamento para su fe, realizó milagros para ellos. De esta forma
intentó darles la fe para creer que podrían cruzar el río Jordán e
invadir la tierra de Canaán.
En cambio, salieron de Egipto, cruzaron el Mar Rojo, bajaron
del monte Sinaí a Cades Barnea, y luego anduvieron dando vuelta en
círculos durante cuarenta años. Se nos dice, en el Libro de
Deuteronomio, que solo se necesitan once días para viajar de Egipto
a Canaán (ver Deuteronomio 1:2).
Diez veces en el desierto Dios realizó milagros espectaculares
para ellos, para edificar su fe, pero ellos siguieron marchando en
círculos. En muchas ocasiones pecaron tan seriamente que Moisés
debía ser sacerdote y profeta a la vez. Subía al monte Sinaí como
sacerdote de ellos e intercedía por ellos antes Dios. Su oración era,
básicamente: “Dios, por favor perdónalos, por favor perdónalos”.
Esto ocurrió diez veces, y diez veces Dios los perdonó (ver Números
14:22).
Desde el monte Sinaí, Moisés oró pidiendo a Dios que
mostrara paciencia perdonando los pecados de los hijos de Israel. El
Señor los perdonó, tal como Moisés se lo pidió, pero dijo: “¿Hasta
cuándo oiré esta depravada multitud que murmura contra mí, las
querellas de los hijos de Israel, que de mí se quejan? Diles: Vivo yo,
dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con
vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de
los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los
cuales han murmurado contra mí” (Números 14:27-29).
¡Qué dolor hubo en todo el campamento cuando Moisés
transmitió las palabras de Dios al pueblo! Ellos habían comenzado
temprano a la mañana el camino hacia la tierra prometida. Sabían que
habían pecado, pero estaban listos para entrar en la tierra que el
Señor les había prometido. Pero Moisés les dijo que era demasiado
tarde. Como se habían apartado del Señor, ahora Él se había apartado
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de ellos.
Esta historia nos dice, alegóricamente, algo respecto de
nuestra relación con Dios. Él perdonó a los hijos de Israel, pero
igualmente su pecado le causó un gran dolor. De igual forma, hay
más en nuestra vida en Cristo que ser perdonados. Fuimos creados y
somos recreados a través de nuestra salvación para glorificar a Dios
sirviéndole y entrando en todo lo que Él ha planeado para nosotros.
La Biblia dice que hay un propósito para nuestra salvación, y esta
experiencia de la nación de Israel vagando por el desierto sin entrar
en Canaán nos demuestra la tremenda realidad de que podemos pasar
por alto el propósito de nuestra salvación en esta vida.
Un nivel de decisión
Cuando un piloto aterriza un gran avión, como el Concorde o
un Jumbo, llega a un punto en que no puede abortar, sino que tiene
dedicarse a aterrizar. Es el punto sin retorno, el “nivel de decisión”.
Dios es infinitamente paciente y está lleno de gracia. Pero el capítulo
14 de Números nos dice que existe lo que podríamos llamar un “nivel
de decisión” en nuestros viajes de fe. Hay un punto en nuestro
caminar con Dios en que decidimos si vamos a hacer o no la
voluntad de Dios para nuestra vida.
Si bien Dios hará todo lo posible para que podamos ver su
voluntad y la obedezcamos, llega a un punto en su relación con
nosotros en que nos dejará que nos salgamos con la nuestra, y luego
buscará a otro para hacer lo que estaba tratando de que hiciéramos
nosotros. Cuando Dios se aleja de nosotros porque nos rehusamos
caprichosamente a hacer su voluntad, sufrimos una gran pérdida,
porque perdemos la oportunidad de cumplir el propósito, en esta
vida, para el cual Dios nos salvó (Efesios 2:8-10).
Algunos de los versículos más tristes en este tremendo
capítulo 14 de Números son cuando Moisés les dice: “¡Es demasiado
tarde ahora! ¡Despójense de sus armas! ¡Ustedes se han apartado de
Dios, y ahora Él se ha apartado de ustedes!”.
Existe algo que es “la buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta” para la vida de cada uno de nosotros (Romanos 12:1, 2). El
Libro de Números trata sobre hacer la voluntad de Dios para nuestra
vida. Cuando lea el capítulo 14 de Números, note que está reflejado
ese nivel de decisión donde todos decidimos si vamos a hacer o no la
voluntad de Dios para nuestra vida. Nunca es demasiado tarde para
decidir que ya no vamos a andar más en círculos, sino que vamos a
invadir el “Canaán” que Dios ha planeado para nosotros.
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Capítulo 5
Alegorías llamativas
El Libro de Números está lleno de poderosas metáforas y
alegorías. El apóstol Pablo nos dio la clave de la aplicación
devocional y personal de los relatos históricos de la Biblia cuando
escribió: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas
para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de
los siglos” (1 Corintios 10:11). Esto significa que debemos buscar
ejemplos y advertencias cuando leemos los relatos históricos de la
Biblia.
La palabra que Pablo usa para “ejemplos” se puede traducir
como “tipos”, “pequeñas lecciones objetivas” o “alegorías”. Cuando
decimos que este libro está lleno de alegorías, no queremos decir que
estos sucesos no son sucesos históricos verdaderos. Una alegoría es
una historia o un suceso que tiene un significado más profundo que
nos instruye moralmente o espiritualmente.
La nube de dirección
En los versículos finales de Éxodo leemos que, cuando el
tabernáculo del desierto –o la tienda de adoración– fue completado y
erigido, tuvo lugar un gran milagro. Más adelante, el templo de
Salomón fue construido de acuerdo con el mismo modelo de
especificaciones que Dios había dado a Moisés para la construcción
de esta tienda de adoración en el desierto. El templo de Salomón era
un templo de adoración permanente, y fue edificado gloriosamente
con materiales lujosos. Cuando ese templo fue dedicado, el Espíritu
de Dios, como una nube, también descendió y lo llenó tan
poderosamente que los sacerdotes salieron corriendo del templo (ver
1 Reyes 8:10, 11).
Cuando Moisés obedeció a Dios y construyó la tienda de la
adoración, leemos que hubo un gran milagro: “El día que el
tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda
del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una
apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube
lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego. Cuando se alzaba
la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar
donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel.
“Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al
mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba
sobre el tabernáculo, permanecían acampados. Cuando la nube se
detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel
guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando la nube
estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová
acampaban, y al mandato de Jehová partían. Y cuando la nube se
detenía desde la tarde hasta la mañana, o cuando a la mañana la nube
se levantaba, ellos partían; o si había estado un día, y a la noche la
nube se levantaba, entonces partían. O si dos días, o un mes, o un
año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo
sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas
13
cuando ella se alzaba, ellos partían. Al mandato de Jehová
acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza
de Jehová como Jehová lo había dicho por medio de Moisés”
(Números 9:15-23).
Esta es una hermosa historia de este milagro, que simboliza la
dirección divina, la obra milagrosa del Espíritu Santo en nosotros, y
su unción sobre nosotros. Más adelante, en el Nuevo Testamento, esa
tienda de adoración se convierte en una imagen de nuestros cuerpos,
que pasan a ser el templo en el cual vive el Espíritu Santo y donde
hace su obra milagrosa de regeneración. El Espíritu Santo nos unge,
mora en nosotros y nos llena, tal como hizo en esa tienda de
adoración y en el templo de Salomón.
Usted podría preguntarse: “Si esta nube guió a los hijos de
Israel, y ellos la siguieron obedientemente, ¿por qué no los guió de
forma tal que cruzaran el desierto y el río Jordán para entrar a la
tierra prometida? ¿Cómo pudieron estar siguiendo la dirección de
Dios y no dejar de dar vueltas?”.
Hay una verdad importante aquí. Dios da a la criatura que
creó libertad de elección. Esto refleja una de las formas más
importantes en las que Dios ha creado al hombre a la imagen de su
Creador. Él no viola nuestra libertad para elegir. Si tenemos la fe de
creer y reclamar todas las bendiciones que Dios tiene para nosotros y
aceptamos su voluntad buena y perfecta para nuestra vida, entonces
Dios puede guiarnos a nuestra tierra prometida espiritual. Él puede
cubrirnos de bendición y guiarnos al centro y al corazón mismo de su
voluntad para nuestra vida.
Pero, si no creemos, entonces no encontraremos nuestra
“tierra prometida” espiritual. Él nos creó como criaturas que pueden
elegir y, en cierto sentido, no nos fuerza a hacer nada. Tal vez Él se
apoye sobre nosotros como un elefante. Tal vez haga muchas ofertas
que no podemos rechazar. A veces, cuando consideramos nuestras
opciones, la única cosa razonable para nosotros es entregarnos a Él y
a su voluntad.
En el Nuevo Testamento, en Hebreos 3 y 4, se nos dice que el
pueblo no entró en la tierra prometida por su incredulidad. Esto es lo
que podemos aprender de la nube y el fuego que no guió al pueblo
directamente por el desierto hacia la tierra prometida.
¿Qué es?
Otra verdad que encontramos en el Libro de Números es la
historia de la carne y el maná. Dios alimentó sobrenaturalmente a su
pueblo con el maná. En hebreo, “maná” significa ‘¿qué es?’. Nunca
pudieron definir lo que era, así que lo llamaron “¿qué es?”. Dios los
alimentó con “¿qué es?” durante cuarenta años.
Se nos dice que el pueblo de Dios se quejaba continuamente a
Moisés. “Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo
deseo”. Hubo otra gente, aparte del pueblo hebreo, que salió en el
éxodo. Eran gentiles, como los etíopes y egipcios, que salieron con
ellos. Los egipcios añoraban las buenas cosas de Egipto. Hay una
14
lección aquí para nosotros. “Y los hijos de Israel también volvieron a
llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del
pescado que comíamos en Egipto de balde” (Números 11:4, 5).
En este contexto, Egipto es un símbolo de nuestra vieja vida
de pecado en el mundo. Cuando alguien que ha sido liberado de
“Egipto” se da vuelta y dice: “¡Oh, Egipto!”, genera tristeza en Dios.
Dios dice a Moisés en este pasaje: “Dí al pueblo que se purifique,
pues mañana comerán carne. Diles que Dios ha escuchado sus quejas
llorosas sobre lo que han dejado atrás en Egipto”. Ese es el centro del
asunto, no la carne. Dios dice que les dará carne hasta que les salga
por la nariz. Dice: “Ustedes han rechazado al Señor, y han llorado
por Egipto”. Eso es lo importante. Luego de enviarles esta carne,
también les envió una plaga. Hizo esto porque este pueblo había
añorado la carne y había añorado Egipto.
La Biblia dice que Dios nos dará los deseos de nuestro
corazón. Esta es una gran consolación, pero también un gran desafío.
Los deseos de su corazón, ¿son por cosas espirituales, o son por
Egipto?
Dios concedió lo que los israelitas pidieron, pero envió
mortandad sobre ellos (Salmos 106:15). Esto puede ser, y es, el caso
de muchas personas que dicen ser creyentes. Somos criaturas con
capacidad de elección. Podemos tener lo que escogemos. Cuando
escogemos “el ajo y las cebollas de Egipto”, Dios nos concederá lo
que le pedimos, pero enviará mortandad sobre nosotros. Esta alegoría
llamativa nos desafía con la pregunta con la que Dios inició su
diálogo con nosotros en el huerto del Edén: “¿Dónde estás tú?”.
¿Estás todavía en Egipto? ¿Estás en la tierra prometida? ¿Estás dando
vueltas en círculos entre Egipto y Canaán? ¿Estás en Canaán, pero
añorando las cosas de Egipto?
Los espías (Números 13)
Uno de estos sucesos es la historia de cómo los israelitas
enviaron doce espías a Canaán. Se les dijo a los espías que hicieran
un reconocimiento de la tierra de Canaán para ver si las ciudades
estaban protegidas o desprotegidas. También debían averiguar cómo
era la gente (muchos o pocos, fuertes o débiles) para saber cuánto les
costaría conquistarlos.
Cuando volvieron los doce espías, hablaron mucho acerca de
la fertilidad de la tierra prometida. Trajeron un racimo de uvas que
era tan grande que necesitaba dos personas para llevarlo sobre un
palo grueso. También dijeron que las personas eran gigantes,
guerreros de fuerte contextura, y que las ciudades de Canaán estaban
fuertemente protegidas por muros gigantescos que eran tan gruesos
que edificaban casas sobre ellos.
Diez de los doce espías eran expertos en “gigantología”. En
palabras de una vieja canción espiritual: “Otros vieron gigantes;
¡Caleb vio al Señor!”. Alguien ha señalado que esos doce espías eran
como el típico grupo de ancianos, diáconos, administradores o
miembros de comisiones o del liderazgo de una iglesia. Dos tienen la
fe para invadir Canaán, y diez son “gigantólogos” que se centran en
15
las dificultades.
Caleb conocía la fuerza de las ciudades fortificadas de
Canaán, pero no tenía miedo. “Entonces Caleb hizo callar al pueblo
delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de
ella; porque más podremos nosotros que ellos” (Números 13:30). A
Dios le impresionó tanto la fe de estos dos hombres que estaba
dispuesto a cambiar toda una nación –entre un millón y tres millones
de personas– por Caleb y Josué. Dijo: “Todos ustedes morirán en
este desierto, y yo tomaré a estos dos hombres, Caleb y Josué, y los
llevaré conmigo a la tierra prometida, porque me siguieron
plenamente y creyeron”. Dios valora mucho la fe. Dos hombres con
fe valen más para Él que millones sin fe.
Hay una interesante secuela de esta historia. Cuando cruzaron
finalmente el río Jordán, cuarenta y cinco años después (Josué 14),
los hijos de Israel llegaron a la ciudad de Hebrón. Caleb pensaba que
Hebrón era la ciudad más grande que había visto jamás. Él creía que
Dios daría a Israel la fortaleza para conquistarla. Moisés estaba tan
impresionado por la fe de Caleb que le prometió solemnemente que,
cuando fuera conquistada, Hebrón le pertenecería a Caleb.
Luego de vagar por el desierto durante cuarenta años, Caleb
se presentó ante Josué, que fue el líder después que Moisés murió, y
le recordó las palabras de Moisés. Caleb tenía ochenta y cinco años,
pero sabía que, con la ayuda de Dios, podría conquistar Hebrón.
Josué le dio la ciudad a Caleb, y este la conquistó. Cuando los
israelitas de más edad estaban en el desierto quejándose tanto que
Dios tuvo que enviar serpientes para que los mordieran, Caleb no
quiso participar en su queja. Centró sus ojos en la tierra prometida, y
nunca perdió su visión
Quejosos y mordeduras de serpientes (Números 21)
Dios odia las quejas y las murmuraciones, y lo demostró al
enviar serpientes para que mordieran a los quejosos cuando los hijos
de Israel comenzaron a murmurar. Luego, cuando muchos de ellos
estaban muriendo por las mordeduras, Dios dijo a Moisés que tomara
una serpiente de bronce y la pusiera sobre un asta en el centro del
campamento. Entonces se proclamó la Buena Nueva en todo el
campamento, de que todos los quejosos mordidos por serpientes que
fueran al centro del campamento y miraran la serpiente de bronce
sobre el asta, serían sanados.
Muchos dudaron y cuestionaron que un pedazo de bronce
pudiera sanar sus mordeduras. Se hincharon y murieron. Pero otros
decidieron que, aun cuando no tenía sentido médicamente, confiar en
Dios era la única esperanza que tenían. Se arrastraron –o fueron
llevados o arrastrados– al centro del campamento para que pudieran
mirar a la serpiente de bronce. ¡Y fueron sanados!
Aprendemos la aplicación del evangelio de esta alegoría
cuando Jesús pasa una tarde con Nicodemo. Cuando este destacado
rabí de Jerusalén dice a Jesús que ha venido a escuchar lo que tiene
para decir porque lo han impresionado las cosas que ha visto hacer a
Jesús, éste le recuerda a Nicodemo este gran milagro del Antiguo
16
Testamento. Entonces Jesús aplica el milagro a sí mismo. Le dice a
Nicodemo que, así como la serpiente fue levantada sobre esa asta, Él
sería levantado sobre la cruz. Todos los que miren a su cruz con fe
serán salvados de su problema de pecado, así como los quejosos
mordidos por la serpiente fueron salvados de sus mordeduras fatales
(Juan 3:14-16).
Mira y vive
¿Ha mirado usted con fe? ¿Ha mirado a Jesucristo levantado
sobre su cruz? ¿Ha puesto su fe y confianza en todo lo que hizo Jesús
por usted allí? Él es la única solución para su problema de pecado
porque era el único Hijo de Dios cuando murió sobre la cruz por
usted. Eso significa que Jesucristo es el único Salvador dado por
Dios. Y Él es la única esperanza que tiene usted de encontrar una
solución y un Salvador para su eternamente fatal problema de
pecado.
Capítulo 6
Una roca y una vara (capítulo 20)
A medida que continuamos examinando la vida de Moisés, es
triste darnos cuenta de que él nunca vio la tierra prometida. Al final,
Dios no cambió a toda la nación por Moisés. El pecado de Moisés es
uno de los misterios del Libro de Números.
El relato dice que el Señor habló a Moisés y le dijo que
tomara su vara y reuniera un grupo de personas. Dios le dijo que
hablara a la roca, y brotaría agua para las personas y los animales. Si
bien Moisés dudó, reunió a las personas, golpeó dos veces la roca
con su vara, y brotó el agua. Entonces el Señor habló a Moisés y
Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de
los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la
tierra que les he dado” (Números 20:12).
Hay un par de cosas que podríamos considerar al ver la
severidad del castigo de Dios. Primero, ¿quiénes somos nosotros para
decir a Dios lo que es justo o correcto? Él es quien define lo que es
correcto y justo. Moisés nunca se quejó de su castigo. El Libro de
Deuteronomio nos dice que, un día, Moisés quiso hablar de esto con
Dios, y Él le dijo: “No me hables más del tema”. Moisés nunca lo
volvió a plantear.
Segundo, Dios tiene una norma más elevada para los líderes
que la que tiene para el pueblo. La Biblia nos presenta muy
claramente una norma doble. Cuando usted se hace miembro de una
iglesia, hay ciertas normas que debe respetar. Pero una iglesia, según
la Biblia, debería esperar más de sus líderes que lo que espera de su
comunidad o gente. Dios toma muy seriamente el liderazgo. Moisés
estaba en una posición de liderazgo. Lo que podría parecer un
pequeño pecado para otros no lo era para él en la posición en la que
17
lo había puesto Dios.
Aparentemente, su pecado fue algo así. Primero, Dios había
dicho: “Habla a esa roca”. Moisés no habló a la roca, sino que la
golpeó, dos veces. Eso era desobediencia.
Dios acusó a Moisés de otro pecado más serio. Le había
enseñado que siempre estaría con él y que sería quien liberara a su
pueblo, y que haría que Moisés fuera el instrumento humano de ese
gran milagro. El gran milagro del éxodo tuvo lugar porque Moisés
aprendió lo que Dios podía hacer a través de alguien que había
aprendido que no era nadie. Moisés pasó cuarenta años en un rincón
perdido del desierto aprendiendo secretos espirituales como: “Yo no
soy el libertador, sino Él, y Él está conmigo. Yo no puedo liberar a
nadie, pero Él puede, y Él está conmigo”. El gran milagro ocurrió
porque Moisés pudo decir, cuando ocurrió: “Yo no liberé a este
pueblo, sino que lo hizo Él, porque Él estuvo conmigo”.
Cuando Moisés preguntó: “¿Os hemos de hacer salir
[nosotros] aguas de esta peña?”, no estaba dando a Dios el crédito ni
la gloria a la vista de la gente. No estaba dejando en claro ante el
pueblo que era Dios quien hacía este milagro. Moisés estaba
recibiendo el crédito de la gloria del milagro. Esa fue la parte más
seria del pecado de Moisés.
La única forma en que podemos ver esto desde la perspectiva
de Dios es darnos cuenta de que Dios ha fijado un conjunto de
normas que solo Él conoce. Él comparte muchas de estas normas con
nosotros, pero debemos recordar que es Dios quien nos enseña a ser
justos, y no nosotros quienes enseñamos a Dios. Si lo juzgamos
según las normas de Dios, el castigo de Moisés era justo y correcto.
Moisés parece haber estado de acuerdo con Dios. A lo largo de todo
el éxodo milagroso, la vara de Moisés simbolizaba estos secretos
espirituales que Moisés aprendió en la zarza ardiente. En cuanto a
nuestra aplicación personal, hay una verdad profunda que podemos
aprender del pecado de Moisés cuando golpeó esa roca con su vara.
El agotamiento total de Moisés
En el capítulo 11 del Libro de Números hay otra historia
importante acerca de Moisés. Escuchamos mucho hoy sobre la
experiencia llamada “agotamiento”, una expresión usada para
personas que llegan a su límite físico, emocional y mental. Aun
grandes hombres de Dios se cansaron, y a veces hasta “se cansaron
de”. Hay una diferencia entre estar “cansado” y estar “cansado de”.
Por ejemplo, en este capítulo de Números, escuchamos a
Moisés decir al Señor: “No puedo yo solo soportar a todo este
pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces tú conmigo,
yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que
yo no vea mi mal” (Números 11:14, 15).
¿Se ha sentido así alguna vez? Encuentro que Moisés, Elías,
Job, David, Juan el apóstol y muchos grandes hombres de Dios en la
Biblia se agotaron de tal forma que dijeron a Dios que querían morir.
Las personas piadosas también sufren de agotamiento. La Biblia nos
dice que les sucedió a las más grandes personas de Dios que hayan
18
vivido jamás, como Moisés, Elías, Jonás, Job y muchos más. Pero
cuando estos hombres de Dios se agotaron de tal forma que pidieron
a Dios algo incorrecto –que les quitara la vida–, Dios tuvo piedad de
ellos, porque conocía su corazón.
Moisés ya sabía que solo Dios podía llevar la enorme carga
de hacer su obra sobrenatural, y aprendió otra lección vital a través
de su experiencia de agotamiento. Esa lección era que la obra de
Dios es un “deporte de equipo”. Se dio cuenta de que, aun cuando
Dios hiciera la obra a través de él, no podía llevar la carga de juzgar a
Israel por sí mismo. Cuando el agotamiento de Moisés lo hizo darse
cuenta de esto, Dios le dio setenta hombres para ayudarlo a llevar la
carga. Dios ungió a setenta hombres con el Espíritu Santo, y ellos
gobernaron bajo el liderazgo de Moisés. Sin quitarle el liderazgo a
Moisés, Dios dividió el trabajo en partes más manejables y colocó a
los setenta hombres sobre esas divisiones de trabajo. Quienes egresan
de una carrera de Licenciatura en Administración le dirán que los
cinco pasos de un ejecutivo exitoso son: analizar, organizar, delegar,
supervisar y ... ¡agonizar!
Cuando Moisés fue a Dios agotado, Dios le dijo que su alma
necesitaba ser restaurada. Le mostró los caminos de justicia que le
darían reposo a su alma. Esos caminos eran dejar que Dios hiciera lo
que solo Él podía hacer y recordar que la obra de Dios a través del
pueblo de Dios es un deporte de equipo. Esa es la forma en que Dios
restaura a su gente cuando está completamente agotada.
Vivimos en un mundo impaciente, y queremos todo
instantáneamente. Dios no suele darnos las cosas al instante. La
restauración que vemos en la vida de Moisés fue muy práctica. En
vez de arreglar la situación inmediatamente, Dios le mostró cómo
organizar y delegar en otros para ayudarlo a llevar la carga.
Es asombroso pensar que un hombre tan grande como Moisés
pudiera agotarse. Moisés experimentó el agotamiento porque era tan
humano como usted o yo. Muchas personas piensan que cuando
llegamos a ser discípulos nacidos de nuevo de Jesús ya no somos
humanos. Cuando miramos la vida de Moisés, nos damos cuenta de
que esto no es cierto. La Biblia está llena de historias de personas
reales que lucharon con las mismas tensiones y presiones que nos
obligan a descubrir las limitaciones de nuestra débil humanidad. Son
ejemplos para nosotros porque hicieron grandes cosas cuando el
Espíritu de Dios controló su humanidad.
Aplicación
Podemos agregar la historia de Moisés a la lista creciente de
personajes bíblicos cuyas vidas demuestran el milagro de que Dios se
deleita en hacer cosas muy extraordinarias a través de personas
ordinarias, porque están disponibles. La experiencia que tuvo Moisés
con Dios nos muestra que las personas que usa Dios deben aprender
que la mayor capacidad es la disponibilidad. Nuestra mayor
capacidad es nuestra disponibilidad para con Dios. En el Libro de
Números vemos la grandeza de Moisés, el agotamiento de Moisés y
el pecado de Moisés. Dios usó a Moisés porque estaba disponible.
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¿Se ha puesto usted a disposición de Dios? Entonces, únase al Club
Especial de Dios y dígale: “Lo que sea, donde sea, cuando sea. No
me importa lo que hagas de mí. No me importa adónde me lleves. No
importa lo que me cueste. ¡Estoy disponible!”.
El Libro de Deuteronomio
Capítulo 7
Niños que crecen
La palabra “Deuteronomio” significa “una nueva exposición
de la Ley”. Pero Deuteronomio es algo más que una nueva
exposición de la Ley. Este inspirado libro de la ley es, también, una
aplicación de la ley de Dios a la segunda generación del pueblo
elegido de Dios.
El Libro de Deuteronomio es, además, un registro de los
grandes sermones que Moisés predicó a Israel antes de cruzar el
Jordán e invadir Canaán. El primer pasaje nos ayuda a entender de
qué trata este libro. Se nos dice que: “Estas son las palabras que
habló Moisés a todo Israel a este lado del Jordán en el desierto, en el
Arabá frente al Mar Rojo, [...]. Y aconteció que a los cuarenta años,
en el mes undécimo, el primero del mes, Moisés habló a los hijos de
Israel” (Deuteronomio 1:1, 3).
Como aprendimos en el Libro de Números, los hijos de Israel
habían estado marchando por el desierto durante cuarenta años.
Habían salido de Gosén, en Egipto, habían descendido al monte Sinaí
y a Cades Barnea. Luego, como no habían tenido la fe para invadir
Canaán, habían dado vueltas en círculos treinta y ocho años. ¡Toda
una generación pereció en el desierto!
Finalmente, los hijos de la generación que murió en el
desierto tuvieron fe para invadir Canaán. Estaban acampados al este
del río Jordán antes de planear el cruce del río y la invasión de
Canaán. Con la excepción de Caleb y Josué, toda la generación que
vivía cuando fue dada la primera Ley había muerto. Antes de invadir
Canaán, Moisés quería asegurarse de que estos hijos oyeran la
Palabra que había recibido para ellos y sus padres en el monte Sinaí.
También quería desafiarlos a asumir un compromiso solemne de
enseñar la Ley de Dios a sus hijos.
A veces los creyentes dan vueltas en círculos durante años.
Cuando deciden conquistar su “Canaán” espiritual y experimentar la
vida en Cristo para la cual Él los salvó, cuando deciden que quieren
recibir de Dios todo lo que Él tiene para ellos, están listos para el
Libro de Deuteronomio. Este libro está lleno de lecciones para
alguien que ha decidido echar otra mirada más seria a su nueva vida
en Cristo y consagrarse completamente a Él. Si usted se encuentra en
esta situación, entonces el Libro de Deuteronomio es para usted.
Otro tema importante en este libro tiene que ver con que la
Palabra de Dios se haga real para su pueblo. En uno de sus más
20
importantes sermones, Moisés desafió a los hijos de la generación
perdida a asegurarse de que transmitieran su Palabra a sus hijos.
El sermón más importante de Moisés
Hay quienes piensan que Deuteronomio 6:4-9 es el sermón
más importante que Moisés haya predicado jamás. Este pasaje de la
Biblia era considerado la confesión de fe básica del judaísmo. He
aquí el corazón de ese sermón:
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a
Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus
fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu
corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu
casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y
las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre
tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”
(Deuteronomio 6:4-9).
Hay más cosas, pero este es el corazón del sermón y del Libro
de Deuteronomio. Lo que Moisés estaba diciendo a este pueblo, en
realidad, antes de cruzar el Jordán e invadir Canaán, era que Dios los
había llamado para ser un pueblo que lo amara con todo su ser. A fin
de mostrar su amor por Él, debían obedecer su Palabra. Y, para
obedecer su Palabra, debían conocerla. Dios quería que sus hijos
fueran un pueblo que un día lo amara con todo su ser. Por lo tanto,
Moisés les encargó que amaran a Dios con todo su ser, que
conocieran y amaran su Palabra, y que transmitieran esos valores a
sus hijos.
Los cuatro fundamentos de ser padres
Lo que Moisés les estaba diciendo, en realidad, era cómo
enseñar a sus hijos a ser el pueblo de Dios. La enseñanza que
prescribe aquí Moisés descansa sobre cuatro fundamentos. El primer
fundamento es la Palabra de Dios. Si los hijos han de amar a Dios,
entonces la base de su aprendizaje debe ser su Palabra. La Biblia
dice, más adelante: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando
fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
Un segundo fundamento sobre el cual se basa este proceso
educativo es la responsabilidad. ¿Quién es responsable del cuidado
de los niños? Hay quienes piensan que la responsabilidad de la
educación de los niños es del gobierno. Miran las escuelas públicas y
piensan que el estado debería enseñar a sus hijos lo que necesitan
saber. Otros dicen que es responsabilidad de la iglesia. Llevan a sus
hijos a la Escuela Dominical cada semana pensando que la iglesia les
enseñará a amar a Dios y a su Palabra.
Moisés puso la responsabilidad de la educación de los hijos
completamente sobre los hombros de sus padres. Les encarga que
dejen que la Palabra de Dios more en su corazón y que se lo enseñen
a sus hijos. Moisés, lleno de inspiración y con una intención definida,
ordena que el padre debe enseñar la Biblia a sus hijos. La Biblia
confirma constantemente esta preferencia.
21
Un tercer fundamento sobre el cual descansa el proceso
educativo que prescribe Moisés es la relación. Moisés predicó:
“Cuando te levantas a la mañana con ellos, cuando te sientes en la
casa con ellos, cuando vayas por el camino con ellos, cuando te
acuestes por la noche con ellos, enséñales las palabras de Dios”
(paráfrasis de Deuteronomio 6:7). Muchos padres piensan que esto
no es realista, porque no están en la casa con sus hijos cuando se
despiertan o cuando se van a dormir.
Es importante que interpretemos nuestra cultura personal a la
luz de la Biblia, en vez de interpretar la Biblia a la luz de nuestra
cultura personal. En este caso, la Biblia no debería ser interpretada
por la agenda que se ha fijado usted para su trabajo. Su agenda de
trabajo debería ser interpretada a la luz de estas Escrituras. Este gran
sermón de Moisés le está enseñando que debe tener una relación con
sus hijos que moldeará la dinámica de su cultura familiar. No hay
forma de seguir las instrucciones de Moisés si no tiene una relación
con sus hijos. Esa relación es una parte vital del proceso educativo.
El cuarto fundamento en el cual está basado el proceso para
criar a los niños está basado en lo que yo llamo la realidad. Fíjese
que Moisés dijo, palabras más palabras menos: “Deja que estas
palabras moren en tu corazón. Tú ama a Dios con todo tu corazón, y
luego enseña estas palabras diligentemente a tus hijos”. No olvide
esa importante realidad. Nuestros hijos aprenden más de lo que
somos y hacemos que de lo que decimos.
Jesús dijo: “Muéstrame tus tesoros, y me mostrarás cuáles son
tus valores. Muéstrame tus valores, y me mostrarás dónde está tu
corazón” (ver Mateo 6:20-22). En lenguaje sencillo, lo que significa
esto es: “Muéstrame dónde y cómo gastas tu dinero, cómo usas tu
tiempo y energía, y me mostrarás dónde está tu corazón”. Nuestros
hijos aprenden más de observar la forma en que vivimos que de
escuchar las cosas que les enseñamos acerca de los valores
familiares. Lo que enseñamos a nuestros hijos no está en nuestros
sermones sobre los valores, sino en cuáles son, justamente, nuestros
valores.
Los cuatro fundamentos sobre los cuales descansa el gran
plan de Moisés para la crianza de los hijos son: la Palabra de Dios, la
responsabilidad, la relación y la realidad.
Capítulo 8
Recuerdos de milagros
Hay un fuerte énfasis a lo largo del Libro de Deuteronomio
sobre la importancia de obedecer la Palabra de Dios. Cuando Israel
obedeció sus leyes, Dios lo bendijo. Cuando no lo hicieron, no
disfrutaron de las bendiciones de Dios. Moisés destaca esto en forma
muy elocuente y luego predica que debían obedecer la Palabra de
Dios. Una de las palabras clave en este libro es “obedecer”.
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El propósito principal del primer sermón de Moisés en
Deuteronomio fue ayudar a estos hebreos a recordar cómo Dios había
obrado en la vida de sus padres, y los milagros que había realizado
para ellos. Moisés esperaba que los milagros que Dios realizó en la
travesía del desierto para sus padres tuvieran un efecto profundo y
permanente en las vidas de esta generación, y que ellos pudieran
contar a sus hijos acerca de esos milagros.
Moisés también predicó que jamás debían romper su pacto
con Dios. Un pacto es un contrato entre Dios y su pueblo. Los
términos de ese contrato se estipulan. Si el pueblo no guarda las
condiciones del contrato, no hay contrato. Dios no es responsable de
bendecirlos si no son obedientes.
El capítulo 5 es una repetición de los Diez Mandamientos.
Compare la declaración de los mandamientos en el Libro de Éxodo
(capítulo 20) con esta nueva declaración de los mandamientos en
Deuteronomio. Si compara cuidadosamente estas dos enumeraciones
de los Diez Mandamientos, obtendrá una nueva perspectiva de estas
leyes de Dios. En la repetición de los mandamientos, Moisés dice a
los hebreos que deben tener un corazón dedicado a Dios y obedecer
sus mandamientos. Si lo hacen, todo les irá bien en el futuro y con
sus hijos a lo largo de todas las generaciones.
En el Libro de Deuteronomio, Moisés predicó al pueblo:
“Ustedes deben obedecer todos los mandamientos del Señor su Dios,
siguiendo sus instrucciones en cada detalle, recorriendo todo el
camino que ha preparado para ustedes. Solo entonces vivirán vidas
largas y prósperas”.
El gran sermón de Moisés, en el capítulo 6, que se ha
convertido en la confesión de fe judía básica, es llamado el “Shemá”
(que significa ‘Oye’ en hebreo), porque comienza diciendo: “Oye,
Israel”. El propósito de este sermón fue desafiar a la segunda
generación del pueblo de Dios a trasmitir la Palabra de Dios a sus
hijos, la tercera generación de la nación de Israel. En este hermoso
sermón de Moisés, encontramos las indicaciones básicas para los
padres que crían a sus hijos.
El octavo capítulo de Deuteronomio nos da otro elocuente y
profundo sermón de Moisés. Este es un sermón sobre la importancia
de obedecer la Palabra de Dios. Moisés también nos muestra aquí
cómo podemos aprender acerca de la Palabra de Dios. Este gran
sermón nos habla de los propósitos de Dios. Dios nos da su Palabra
porque quiere que sepamos cómo vivir. Dios nos creó y sabe cómo
podemos tener una vida satisfactoria. Jesús vino y dijo: “Yo he
venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”
(Juan 10:10). Moisés nos dice, en este gran mensaje, cómo podemos
entrar en esa vida abundante (ver Deuteronomio 8:1-14).
Moisés predica que la Palabra de Dios tiene que ver con la
vida. Si usted quiere comprender la Palabra de Dios, hay al menos
dos formas de estudiarla. Usted puede ir a una universidad, seminario
o escuela bíblica. También puede estudiar la Palabra de Dios
intelectualmente y académicamente, por su cuenta. Pero, según
Moisés, esa no es la única forma de estudiar la Palabra de Dios. Si
23
ésta tiene que ver con la vida, entonces otra forma de estudiarla es
estudiando la vida. La Palabra nos da perspectiva sobre la vida, y la
vida nos da perspectiva sobre la Palabra.
Cuando Dios nos deja pasar hambre y sufrir las tormentas de
la vida, nos volvemos a Él y nos damos cuenta de que Él es la fuente
de la vida y de todo lo que necesitamos para vivir la vida que diseñó
para nosotros cuando nos creó. Es a través de los viajes por el
desierto y las duras experiencias de la vida que Dios nos hace saber
que “no solo de pan vivirá el hombre”. El hombre vive de obedecer
cada palabra que Dios le ha dado. Los hijos de Israel no aprendieron
la Palabra de Dios en un seminario o en una sinagoga. La
aprendieron en el contexto de experiencias de la vida real.
Otra lección que deberíamos aprender del octavo capítulo de
Deuteronomio es que debemos cuidarnos de los peligros de la
prosperidad. ¿Alguna vez se ha dado cuenta de que ser bendecido
con la prosperidad puede ser un desafío? Este pueblo escogido había
aprendido la Palabra de Dios a través de la dureza de la disciplina de
Dios. Cuando fueron castigados por su desobediencia, aprendieron
que la Palabra de Dios era la clave de la vida. Moisés ahora les está
advirtiendo que deben aplicar lo que aprendieron en tiempos difíciles
a sus vidas cuando Dios los bendiga abundantemente: “Nunca
olviden las lecciones que aprendieron en sus pruebas y tiempos de
prueba. Cuando lleguen a la situación en la que estén prosperando,
ése es el momento de tener cuidado”. Una versión del Nuevo
Testamento de este mismo mensaje es: “El que piensa estar firme,
mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).
Moisés continúa su gran sermón sobre la Palabra de Dios con
un gran sermón sobre la gracia de Dios. Usando la repetición para
mayor énfasis, le dice al pueblo cuatro veces que no han sido
escogidos por Dios porque sean buenos o se hayan ganado o hayan
obtenido el favor de Dios: “Jehová tu Dios no te está dando esta
buena tierra porque eres bueno, porque no lo eres. Eres un pueblo
malvado y obcecado” (ver Deuteronomio 9:4-6).
Esta es una hermosa imagen de la gracia de Dios. La
misericordia de Dios nos libra de lo que merecemos. La gracia de
Dios derrama sobre nosotros el favor y las bendiciones de Dios que
no merecemos. Dios no nos bendice porque seamos buenos. Nos
bendice porque Él es bueno y porque nos ama. Eso es lo que significa
la palabra “gracia”.
Moisés nos da una descripción clara y franca de la gracia de
Dios en este gran sermón del noveno capítulo del Libro de
Deuteronomio. Usted verá el énfasis en la gracia a lo largo de toda la
Biblia, porque la gracia de Dios es el atributo dinámico de Él que
encontramos como la fuente de nuestra salvación. La gracia de Dios
no se gana ni se logra mediante un desempeño positivo nuestro.
24
Capítulo 9
Más grandes sermones de Moisés
Ahora que hemos considerado el gran sermón de Moisés
sobre la gracia de Dios, en el capítulo nueve, estamos listos para
reflexionar sobre su sermón sobre acerca de nuestra respuesta a la
gracia de Dios, en el capítulo 10:
“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que
temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo
ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu
alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que
yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad? He aquí, de Jehová
tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las
cosas que hay en ella. Solamente de tus padres se agradó Jehová para
amarlos, y escogió su descendencia después de ellos, a vosotros, de
entre todos los pueblos, como en este día. Circuncidad, pues, el
prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz”
(Deuteronomio 10:12-16).
El énfasis aquí es cómo respondemos a la gracia de Dios. Él
nos ama aun cuando fallamos. Nada que hagamos podrá jamás ganar
su amor, porque su amor no se gana ni se pierde por nuestro
desempeño.
Nada que haga usted podrá hacer que Dios deje de amarlo. Su
amor no es condicional. Este amor incondicional de Dios alimenta su
misericordia y su gracia. Eso es lo que significa la palabra “gracia”.
La gracia es una espada de dos filos. Corta de dos formas. Primero,
nos declara que el amor de Dios y su bendición no están basados en
nuestro buen desempeño. Cuando comprendemos lo que es “gracia”,
“misericordia” y “amor”, como expresión del carácter de Dios, nos
damos cuenta de que no tenemos que preocuparnos por intentar ganar
su amor. Él nos amará de todas formas, por la esencia misma de su
misericordia, gracia y amor.
Usted no puede perder la misericordia, gracia o amor de Dios
por un desempeño negativo. Dios no lo ama porque sea bueno, y no
dejará de amarlo si es malo. Dios lo ama. Jesús lo ama cuando es
bueno, cuando hace las cosas que debe hacer. Jesús lo ama cuando es
malo, si bien lo pone muy triste. Pero Jesús lo ama. Ese es el mensaje
de toda la Biblia, y ese es el mensaje de Deuteronomio.
¿Cómo responde usted a la misericordia, gracia y amor de
Dios? Otra forma de hacer la misma pregunta es: “¿Cuánto ama
usted a Dios?”. Una mujer piadosa que vivió en otro siglo dijo:
“Prefiero ir al infierno antes de contristar al Espíritu Santo una vez
más”. Deberíamos querer agradar a Dios, que nos ama de todas
formas, y nunca deberíamos querer herir a este Dios, porque lo
amamos. Eso debería motivarnos a purificar nuestra vida de las cosas
que le desagradan, y luego a servirlo y expresar nuestra respuesta a
su amor en una adoración amorosa y agradecida.
Luego de decirnos mucho acerca de la gracia de Dios y
nuestra salvación, el apóstol Pablo nos dice: “Os exhortamos también
a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 6:1). Así
25
como es un pecado usar el nombre de Dios en vano, también es un
pecado recibir su gracia en vano. Si Dios nos ama y derrama
bendiciones sobre nosotros por su gracia, y nunca hacemos nada con
esa gracia, estamos cometiendo el pecado de tomar el nombre del
Señor en vano. El gran sermón de Moisés en el capítulo 10 nos
advierte que nunca debemos recibir la gracia de Dios en vano.
A esto le sigue un sermón sobre el tema de la apostasía
(capítulo 13). Apostasía significa ‘quitarse o retirarse de una posición
que uno ha tomado respecto de Dios’. Moisés dijo a este pueblo
elegido que si su hijo, su hija, su esposa o aun su mejor amigo
intentaran alejarlos de Dios, deberían matar a esa persona y no
tenerle compasión. Les dijo que si llegaban a una ciudad apóstata
debían destruirla. Esto suena muy severo, pero si estudia los
resultados de la apostasía –el cautiverio babilonio, el cautiverio
asirio–, verá por qué Dios fue tan severo cuando mostró a Moisés
cómo tratar con el problema de la apostasía.
Moisés también predicó un sermón sobre el diezmo (14:22-
28). La palabra traducida “diezmo” significa, en hebreo, ‘décima
parte’. Se nos ordena que demos a Dios la décima parte de todo lo
que tenemos. El diezmo nos enseña que siempre debemos poner a
Dios en el primer lugar en nuestra vida. Dios no necesita el diez por
ciento de nuestros ingresos. Dios ordenó la ley del diezmo porque
esta es una forma en que podemos medir nuestro compromiso con Él.
La verdad importante que Dios nos enseña a través del diezmo se
aprende cuando entendemos que el diezmo era la primera décima
parte de todo lo que el pueblo elegido ganaba o recibía al cuando
Dios proveía para sus necesidades. Dios sabe si es el primero o no en
nuestra vida, pero a veces no lo sabemos nosotros. Por eso Dios
ordenó que demostráramos que Él es el primero en nuestras
prioridades dándole la primera décima parte de todo lo que
recibimos.
Dios quiere la primera décima parte. Cuando los hebreos
entraron en la tierra de Canaán, la primera ciudad que conquistaron
fue Jericó. Todo el botín de esa ciudad fue para Dios, porque fue la
primera ciudad conquistada. Hay dos palabras que expresan la
esencia de los libros, capítulos y versículos de la Biblia. Esas dos
palabras son: ¡DIOS PRIMERO! Poner a Dios en el primer lugar
siempre no es fácil, pero no es complicado. Nosotros complicamos lo
sencillo, y Dios simplifica lo complicado. Complicamos lo que
significa poner en el primer lugar a Dios porque no lo queremos
poner en el primer lugar. El diezmo nos ayuda a confrontarnos con la
realidad y medir hasta qué punto Dios está primero en nuestra vida.
En el capítulo 15 de Deuteronomio, Moisés nos da un gran
sermón sobre la importancia de la caridad hacia los pobres. Hay un
énfasis muy fuerte en la caridad en la Ley de Moisés y en el Antiguo
Testamento. Moisés ordena diversas formas en que los diezmos del
pueblo de Dios debían ser distribuidos. Debían ser dados a los
levitas, que es la base bíblica para un clero pago. Debían dedicarse al
extranjero de la tierra que estuviera sufriendo. A los hijos de Israel
26
también se les ordenó que dieran a las viudas y a los huérfanos que
estaban entre ellos.
Cuando Moisés habló al pueblo elegido acerca de la caridad,
les dijo: “Ustedes son un pueblo obcecado y de dura cerviz”. Les
advirtió que no debían quejarse por tener que compartir con los
necesitados (ver 15:1-11). Él predicó que siempre habría pobres entre
ellos, y esta es la razón por la que ese mandamiento era necesario.
Como profeta, Moisés predicó la Palabra de Dios, como un
gran predicador. También predijo al hablar la Palabra de Dios. Israel
no tenía rey, y no tendría un rey por unos 500 años. Leeremos los
detalles sobre cómo llegarían a coronar a su primer rey cuando
estudiemos el Libro de Primera de Samuel. Pero Moisés dijo a los
hijos de Israel que Dios un día les concedería su deseo y les daría un
rey. Luego escribió proféticamente un mandamiento en sus
inspirados libros de la ley: cuando lo tuvieran, su rey debía copiar las
leyes del libro guardado por los sacerdotes levitas y leerlo cada día
de su vida, para que pudiera aprender a respetar al Señor y a
obedecer sus mandamientos. Esta lectura regular de la Palabra de
Dios impediría que sintiera que era mejor que el resto de la gente.
También le impediría alejarse de las leyes de Dios, y le daría un
reinado muy largo.
En su primer salmo, de David describe al hombre
bienaventurado como aquel que medita en la ley de Dios de día y de
noche. Luego nombra todas las bendiciones de este hombre porque
se deleita en la Palabra de Dios y sigue el consejo que encuentra en
ella. Dado que David fue el segundo rey de Israel, tuvo que obedecer
este mandamiento profético de Moisés. Las bendiciones del hombre
bienaventurado que describe David en ese primer salmo son como
una autobiografía espiritual de la vida de David. Las razones que dio
Moisés para prescribir este mandamiento se cumplieron, obviamente,
en la vida de David.
En el capítulo 18 de Deuteronomio, hay un fuerte sermón de
Moisés contra el ocultismo. Moisés usa palabras muy contundentes,
para dejar en claro que Dios no está de acuerdo con personas como
los adivinos y los médium. El sermón dice:
“Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no
aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No
sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni
quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni
encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos.
Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas
cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones
de delante de ti. Perfecto serás delante de Jehová tu Dios. Porque
estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen; mas a
ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios” (18:9-14).
Alguien dijo que hay más cosas entre el cielo y la tierra que
lo que los hombres han soñado jamás. Note que la Biblia no dice que
estas cosas no existen. Nos dice que nos mantengamos alejados de
ellas. Hay espíritus en el mundo espiritual que no son santos ni son
de Dios. Cuando uno se involucra con la adivinación, los brujos y
27
todas estas cosas, uno está tratando con un espíritu que no es de Dios.
Dios, por lo tanto, a través de Moisés, prohíbe enérgicamente a su
pueblo que se involucre en el submundo de los espíritus que no son
de Dios. La fundamentación de esta prohibición de Dios, a través de
Moisés, es que tenemos el Espíritu de Dios para guiarnos al mundo
de los espíritus celestiales. Por lo tanto, es un pecado que pidamos a
quienes tratan con el mundo espiritual negativo que nos guíen, nos
dirijan o nos den poder de alguna forma.
Hay un gran sermón en el Libro de Deuteronomio sobre el
Profeta Mesiánico. Moisés dijo: “Un día, un profeta vendrá a este
mundo. Cuando ustedes estuvieron en el monte de Sinaí y Dios les
entregó la Ley, le dijeron –a través de mí–: ‘Oh, no queremos que
Dios nos hable. No soportamos la voz de Dios’” (ver Deuteronomio
18:15-17). Moisés dijo a la nación de Israel que Dios había
escuchado su oración y enviaría un profeta al mundo a través de
quien Él hablaría.
Dios les dio una palabra escrita milagrosamente, pero quería
hablar con ellos más allá de esa palabra escrita. En su misericordia y
amor por ellos, Dios quería hablarles a través de un Profeta muy
especial. Ese profeta sería el Mesías, que sería su Profeta, Sacerdote
y Rey.
Hay algunos grandes sermones en el capítulo 19 sobre la pena
de muerte. El pasaje no está centrado en el criminal y la vergüenza de
matar a una persona. En la inspirada declaración de Moisés sobre la
pena de muerte, el énfasis está en las víctimas de ese criminal. Este
pasaje nos dice que la pena de muerte quitará el mal de Israel.
Se encuentra un gran sermón sobre la fe en el capítulo 20.
Gedeón aplicará este pasaje al liderar un ejército contra los
madianitas que habían conquistado Israel (ver Jueces 7:1-7).
"Cuando luchen contra ejércitos que son mayores que el de
ustedes, su única esperanza es que Dios estará con ustedes. Lo que
necesitan es fe para atacar a esos ejércitos” (ver Deuteronomio 20:1).
Vemos el concepto de la gracia demostrado frecuentemente
en el Libro de Deuteronomio. También encontramos el concepto de
la redención. La ley del levirato de Deuteronomio 25 es una imagen
hermosa de nuestro Salvador, Jesucristo. La primera vez que
encuentra la palabra “redentor” o “redención”, son términos legales.
Pero si usted entiende el significado legal de la redención, entonces
entenderá la redención cuando el Antiguo y el Nuevo Testamento
aplican el concepto a la muerte de Jesucristo en la cruz. Este pasaje,
en el capítulo 25, que nos da la ley del levirato, es la llave que abre el
significado y la aplicación del Libro de Rut.
Al final de los Libros de Deuteronomio, Levítico y Josué,
usted encontrará un gran mandato de obedecer la Palabra de Dios. De
nuevo, este es el punto principal de Deuteronomio. Algunas de las
más grandes predicaciones que el mundo ha escuchado están basadas
en los últimos capítulos de Deuteronomio, donde Moisés prometió la
bendición de Dios sobre el pueblo hebreo si obedecía la Palabra de
Dios, y lo contrario si no lo hacía. Moisés concluye este sermón
28
dinámico diciendo: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la
bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu
descendencia” (Deuteronomio 30:19).
El Libro de Josué
Capítulo 10
Posee tus posesiones
El Libro de Josué es, en ciertas formas, lo contrario al Libro
de Números. Números es una historia de incredulidad en la que el
pueblo pereció como consecuencia de su falta de fe. El Libro de
Josué trata de la fe, el tipo de fe que conquista y posee todo lo que
Dios quiere para su pueblo.
Cuando estudiamos el Libro de Éxodo, aprendimos que el
nombre –éxodo– significa ‘el camino de salida’ de la cruel esclavitud
egipcia. Este primer libro de historia podría ser llamado “Éisodo”,
porque trata de ‘el camino de entrada’ a la tierra prometida de
Canaán (ex = fuera; eis = dentro). El tema del Libro de Josué es
“posee tus posesiones”.
El nombre Josué es el mismo que Jesús. Jesús es la forma
griega de decirlo. Josué –o Yeshúa– es la forma de decirlo en hebreo.
El nombre significa ‘salvador’ o ‘Jehová salva’. En su nombre, este
gran líder es una imagen de Cristo, porque guía a su pueblo a la tierra
prometida de la bendición espiritual.
La palabra clave en nuestra salvación de nuestro “Egipto
espiritual” es “creer”. La palabra clave para entrar en la tierra
prometida de la bendición espiritual de Dios es “obedecer”. Cuando
hablamos de obediencia, hablamos de fe. La palabra “fe” significa
compromiso, el tipo de compromiso que obedece.
Josué tenía cuarenta años cuando ocurrió el éxodo. Recuerde
que Josué y Caleb fueron los únicos dos sobrevivientes del
deambular por el desierto porque trajeron un informe bueno cuando
fueron enviados a Canaán como espías. Dios vio su fe como algo que
merecía una gran recompensa. Josué tenía ochenta años cuando
recibió las órdenes de guiar al pueblo a la tierra de Canaán y
conquistar las siete poderosas naciones que la estaban defendiendo.
No recibió sus órdenes directamente de Dios, sino de Moisés, un
hombre de Dios que conocía a Dios y conocía a Josué.
La relación entre Moisés y Josué es un gran modelo para la
relación entre Pablo y Timoteo, que es tan importante para preparar
líderes para el pueblo y la obra de Dios (ver 2 Timoteo 2:2). Josué
tenía 110 años cuando murió. Era un hombre de fuerza, lealtad y de
una gran fe.
Cuando observamos a Dios trabajar a través de un líder
profeta-sacerdote, vemos un cambio que es importante cuando
llegamos a liderazgo de Josué. Moisés recibió la Palabra de Dios
sobre el monte de Sinaí directamente de Dios, así como recibió sus
29
órdenes en la zarza ardiente directamente de Dios. Pero ahora leemos
que a Josué se le dice que medite en la Palabra escrita, la Palabra que
ya había sido dada por Dios a Moisés. Como los reyes de Israel que
lo seguirían, a Josué se le ordena que medite en la Palabra de Dios,
día y noche, y que obedezca estos mandamientos de Dios.
Cuando los hebreos estaban a punto de cruzar el río Jordán e
invadir Canaán, Dios les dijo: “Yo os he entregado, como lo había
dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Josué
1:3). Toda la tierra les había sido dada, y en cuando a la propiedad,
era toda de ellos, pero no en cuanto a la posesión. La ley de la
posesión era que cada metro cuadrado de la tierra de Canaán sobre el
cual ponían el pie era lo que se les había dado, ni más ni menos.
Así ocurre con nuestras bendiciones espirituales. Hay muchas
bendiciones espirituales que están disponibles para nosotros hoy: la
oración, la Biblia misma, la comunión, la adoración. Y Dios las da a
cada creyente. Pero algunos creyentes poseen esas bendiciones y
otros, no. La clave es muy práctica. Hay que posar el pie sobre ellas.
Uno posee la oración orando; posee la Biblia leyéndola,
entendiéndola y aplicándola; uno posee sus bendiciones espirituales
de un metro cuadrado, de un paso por vez.
Muchos estudiosos dicen que el Libro de Efesios es al Nuevo
Testamento lo que el Libro de Josué es al Antiguo Testamento.
Efesios nos habla de las bendiciones espirituales que tenemos en
Cristo, y que podemos entrar en Cristo y poseer todas esas
bendiciones espirituales.
El versículo clave de Josué es Josué 1:3. El versículo clave de
Efesios es Efesios 1:3, que es muy parecido al versículo clave de
Josué: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en
Cristo”. Dios nos ha dado el título a todas las bendiciones espirituales
que nos ha entregado, pero debemos llegar adonde están y poseerlas.
En el Libro de Josué, esas bendiciones son la tierra
prometida. En el Libro de Efesios, están en Cristo. Si queremos
poseer esas bendiciones espirituales, debemos encontrarlas morando
en Cristo. Debemos llegar al lugar celestial, porque es ahí donde
están. El Libro de Josué nos enseña que podemos entrar en la “tierra
prometida” de la bendición de Dios por fe. Pablo nos dice lo mismo
cuando escribe su inspirada carta a los efesios.
Hay otros autores del Nuevo Testamento que escriben sobre
la “tierra prometida” espiritual. Fíjese en la versión de Pedro de
dónde y cómo nos apropiamos de nuestras posesiones espirituales:
“... todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido
dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que
nos llamó por su gloria y excelencia” (2 Pedro 1:3).
Pedro no sabía leer ni escribir (2 Pedro 5:12; Hechos 4:13).
Su énfasis estaba en conocer a Dios. No era un erudito, pero era un
gigante espiritual; él conocía a Dios. Y nos dice que la fuente de
todas las bendiciones espirituales que Dios nos ha dado es una
relación con Él (2 Pedro 1:3). Según Pedro, Dios ya nos ha dado
todas las cosas que necesitamos para vivir una vida piadosa. Pero,
30
para apropiarnos de nuestras posesiones espirituales, debemos
reclamarlas en un conocimiento relacional de Dios.
Los dos grandes líderes de la iglesia del Nuevo Testamento
concuerdan entre sí y con Josué en que tenemos el título de
propiedad que dice que somos dueños de todas las bendiciones
espirituales que necesitamos. Pero debemos poseer esas bendiciones
espirituales, de un paso por vez, en nuestra relación con Dios y con
Cristo.
Josué dice que lo tenemos todo, Pedro dice que lo tenemos
todo, Pablo dice que lo tenemos todo. Entonces, ¿por qué no lo
poseemos realmente todo? Estos grandes hombres de Dios están
todos de acuerdo en que es porque no entendemos que el puente de la
fe salva la brecha entre todo lo que Dios nos ha dado y nuestra
capacidad para poseer lo que Él nos ha dado. Por eso Dios nos dio el
Libro de Josué.
En Josué encontramos dieciséis grandes ilustraciones de la fe.
Cuando Dios quiso que supiéramos acerca de la fe en el Libro de
Génesis, nos dio doce capítulos que nos hablan del hombre Abraham.
La fe debe de ser muy importante para Dios, porque el propósito de
todo el Libro de Josué es mostrarnos cómo vivir por fe, y cómo
caminar por fe hacia todas las bendiciones espirituales que Él nos ha
dado.
El Libro de Josué habla de la tierra de Canaán. Es necesario
entrar en esta tierra de Canaán. Debe ser conquistada de una ciudad
por vez, de una nación por vez. Pero el mensaje espiritual y
devocional de Josué no trata, en realidad, de un lugar geográfico,
sino de poseer nuestras posesiones espirituales por fe.
La tierra de Canaán ilustra el propósito de la salvación de esta
nación especial. Dado que la palabra “salvación” significa
¿liberación?, la liberación de Egipto es una alegoría de nuestra
salvación. Nuestra salvación viene de creer que Jesucristo es el único
Hijo de Dios y nuestro único Salvador. Cuando depositamos nuestra
fe en Él, Él nos libra de nuestros pecados, o nuestro “Egipto
espiritual”. La invasión y conquista de Canaán ilustra la calidad de
vida que Dios ha ideado para el pueblo que ha experimentado su
salvación de la dimensión de “Egipto” de su vida.
El apóstol Pablo nos dice que Dios nos salva por gracia, por
medio de la fe. Según Pablo, nuestra salvación no es por ninguna
realización propia. Es un don de Dios, y no el resultado de nuestras
buenas obras. Sin embargo, Pablo también escribe que somos
salvados para buenas obras, que Dios ha predeterminado para
nosotros. Él quiere que andemos en esas buenas obras. Esas buenas
obras son el propósito de nuestra salvación en esta vida y forman
parte de la “tierra prometida” espiritual que nuestro amoroso Dios
quiere que poseamos, de un metro cuadrado por vez.
La salvación es más que un boleto de ida para el cielo. Hay
un propósito presente para nuestra salvación: nuestro “Canaán”
espiritual aquí en la tierra. La razón por la que no poseemos nuestras
posesiones espirituales podría ser que no sabemos cómo hacerlo. Por
eso Dios nos dio el Libro de Josué. Dios nos dio este primer libro de
31
historia del Antiguo Testamento para mostrarnos la calidad de fe a
través de la cual podemos poseer nuestras posesiones espirituales.
Capítulo 11
Un panorama de la fe
El Libro de Josué es el relato de la conquista de la tierra de
Canaán. Al estudiarlo, veremos un “panorama de la fe”. Cuando
leemos el Libro de Josué, se nos da una buena idea de cómo poseer
nuestras bendiciones espirituales. Capítulo tras capítulo nos dan
ejemplos y advertencias que nos muestran lo que es la fe y lo que no
es la fe. En estos capítulos, se intercalan advertencias sobre los
peligros de “el mundo, la carne y el diablo”.
Lo primero que vemos en el Libro de Josué es lo que
podríamos llamar “una transición de fe”. Vemos una transición del
liderazgo de Moisés a Josué cuando leemos:
"Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová,
que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo:
Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este
Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de
Israel. Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar
que pisare la planta de vuestro pie. Desde el desierto y el Líbano
hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran
mar donde se pone el sol, será vuestro territorio. Nadie te podrá hacer
frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré
contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente;
porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré
a sus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy
valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo
Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para
que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.
“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de
día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a
todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu
camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:1-8).
En los primeros capítulos del Libro de Josué vemos lo que
podríamos llamar las “perplejidades de la fe”. Al crecer en nuestra
comprensión de la fe, no debemos afligirnos cuando nos encontramos
con problemas que plantean preguntas que desafían nuestra fe. Si
pudiéramos eliminar todos los problemas y obstáculos que plantean
estas preguntas de la fe, eliminaríamos la necesidad de la fe misma.
Rahab, el personaje del capítulo 2 de Josué, plantea
problemas y preguntas sobre la fe para muchas personas. Dos espías
judíos llegaron a su casa, y ella los ocultó. Cuando los hombres del
rey de Jericó llegaron en busca de los judíos, ella los envió en otra
dirección. Dios la bendijo por esto. Leemos en el gran capítulo de la
fe de la Biblia que Rahab es una heroína de la fe porque mintió.
32
Si usted considera más detalladamente la historia, verá que
Rahab no se presenta como un ejemplo de fe porque haya mentido.
En el capítulo de la fe leemos: “Por la fe Rahab la ramera no pereció
juntamente con los desobedientes” (Hebreos 11:31). Cuando los
espías judíos fueron a su casa, ella les dijo: “Sé que Jehová os ha
dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros,
y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de
vosotros” (Josué 2:9).
Los espías hebreos hicieron un pacto con ella y prometieron
perdonarle la vida. ¿Por qué fue salvada? Su fe la salvó. Ella creía
que el pueblo hebreo era el pueblo de Dios, y que su dios era el Dios
verdadero y vivo. Rahab pasó a ser parte del pueblo de Dios porque
tuvo fe.
En el capítulo 3 usted encontrará “la afirmación de la fe”.
Cuando Dios intenta darnos la fe para entrar en el Canaán espiritual,
a menudo prueba nuestra fe para alentarnos. Vemos esto en la vida
de Gedeón, que puso un vellón al que Dios respondió. David nos
dice: “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba
su camino” (Salmos 37:23). Eso significa que, cuando damos pasos
de fe, Dios los bendice y los confirma.
En este capítulo, Dios se demostró a sí mismo ante Josué y
demostró al pueblo que la bendición de Él había estado sobre su
líder, Josué, así como estuvo sobre Moisés. También realizó esos
milagros para fortalecer la fe de ese pueblo. El propósito de estos
milagros fue mostrarles que Dios estaba con ellos y que, cuando
atacaran las fuertemente fortificadas ciudades de Canaán, como
Jericó, Él los bendeciría con la victoria.
En el capítulo 4, los hijos de Israel edificaron “un altar de fe”.
Al cruzar el río Jordán, aun cuando estaba inundado, las aguas se
partieron y ellos cruzaron sobre tierra seca. Cuando cruzaron se les
ordenó que construyeran una columna de rocas, un recuerdo de este
gran milagro, para que sus hijos nunca se olvidaran de lo que Dios
había hecho por ellos cuando tuvieron la fe de cruzar el río Jordán.
En el capítulo 5 vemos los “requisitos previos de la fe”. Antes
que el pueblo de Israel invadiera Canaán, se les ordenó que
circuncidaran a cada varón de entre ellos. La segunda generación de
varones nunca había sido circuncidada. Recordemos que la primera
generación murió en el desierto. Esta historia es un hermoso ejemplo
de las condiciones de la fe auténtica. Antes de poder entrar en la
tierra prometida de la bendición de Dios, usted debe preguntarse si
hay algún pecado en su vida. ¿Hay algún pecado en su vida del que
necesita apartarse?
Cuando estudiamos el Libro de Génesis, aprendimos que
muchos que profesan ser creyentes eluden el altar del
arrepentimiento que Abraham construyó cuando su vida era una
definición viva de la fe para nosotros. Nunca han permitido que Dios
trate con el pecado de su vida. Simplemente, si esperamos que Dios
bendiga nuestra vida, antes, debemos arrepentirnos del pecado que
hay en ella. De eso se trata el mandato de circuncidar la población
masculina. Es un símbolo que expresa externamente el compromiso
33
interior de la fe de nuestro corazón. El significado de la circuncisión
que encontramos en el Antiguo Testamento se parece mucho al
significado del bautismo que encontramos en el Nuevo Testamento.
En el capítulo 5 de Josué, también encontrará “una comisión
de fe”. Esto se encuentra al final del capítulo. Josué había dado la
orden de que ninguno de sus soldados sacara su espada. Un ejército
acampado al este del Jordán en oscuridad total podía ser infiltrado y
atacado fácilmente por un enemigo. Por lo tanto, solían dar la orden:
“No desenvainen sus espadas”. Si veían a alguien con la espada
descubierta, sabrían que era el enemigo y podrían reaccionar
rápidamente.
Josué salió para caminar, a la medianoche el día anterior a la
batalla de Jericó, y vio a un hombre con su espada desenvainada.
Josué lo desafió: “¿Eres amigo o enemigo?”. La respuesta fue: “¡Soy
Príncipe del ejército de Jehová!”. Leemos que Josué cayó a tierra
ante este hombre, lo adoró y le dijo: “¿Qué dice mi Señor a su
siervo?”. El Príncipe le dijo: “Quita el calzado de tus pies, porque el
lugar donde estás es santo”. Leemos: “Y Josué así lo hizo” (Josué
5:14-16).
Según el capítulo 6 del Libro de Josué, el plan de batalla que
Josué recibió del Señor la noche anterior a la batalla era que toda la
población de Israel debía salir de su campamento, marchar
directamente al muro de la ciudad y luego marchar alrededor de la
ciudad de Jericó. Debían hacer esto una vez al día durante seis días.
El séptimo día debían marchar alrededor de la ciudad siete
veces. Se les ordenó que marcharan alrededor de esa ciudad un total
de trece veces. La ciudad estaba protegida por un muro que era tan
grueso que había casas construidas sobre el muro. Las personas que
defendían la ciudad ponían a mujeres y personas enfermas, que no
podían cargar armas, sobre el muro, con brasas ardientes, rocas o
prácticamente todo lo que pudieran arrojar sobre la cabeza de los
atacantes.
Un gran general, llamado Abimelec, fue avergonzado al
acercarse demasiado al muro cuando estaba atacando una ciudad.
Una anciana arrojó una gran piedra de molino sobre su cabeza. Con
su cráneo aplastado, Abimelec dijo a su escudero: “Saca tu espada y
mátame, para que no se diga de mí: Una mujer lo mató” (ver Jueces
9:52-54). Esto se convirtió en un lema para los militares israelíes:
“Nunca se acerquen al muro de la ciudad. ¡Recuerden a Abimelec!”.
Sin embargo, ¡Dios estaba diciendo a Josué que llevara todo
su pueblo hasta el muro mismo de la ciudad de Jericó y que marchara
alrededor de él! Esta fue la primera campaña militar de Josué, y
seguramente estaba ansioso por demostrar sus dones como estratega
militar. Pronto demostraría que era un brillante estratega militar. Este
plan de batalla era ridículo, y lo hacía aparecer como muy tonto.
Josué implementó cada detalle de este plan porque sabía una cosa de
este plan, y era todo lo que necesitaba saber: ¡era el plan de Dios!
Todo el tiempo que marchaban alrededor de los muros de
Jericó, se les ordenó que no dijeran una sola palabra. El pueblo de
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Jericó debe haberse llenado de temor, porque no dejaron caer nada
sobre los israelitas. Luego de marchar alrededor de la ciudad siete
veces en ese séptimo día, Josué se dirigió al pueblo y ordenó:
“¡Griten!”.
El Libro de Hebreos dice que los muros de Jericó cayeron por
fe. Josué hizo lo correcto al guiar esa procesión de todo el pueblo de
Israel alrededor de esos muros de Jericó. Eso requería fe. Necesitó fe
para exponer a todas esas personas a todo lo que estaba sobre el
muro, una vez al día durante seis días, y luego siete veces el séptimo
día.
La batalla de Jericó nos muestra la clase de fe que hace
posible que entremos en nuestra “tierra prometida” y vivamos como
personas piadosas. Ese tipo de fe es práctico. Es una fe que camina.
La fe de Josué, que caminó alrededor de Jericó trece veces, no es un
misterio. Esa calidad de fe es simplemente obediencia. Una fe que
“camina” es una fe que obra. La fe que caminó y obró ese día fue una
fe que ganó la batalla de Jericó para Josué y el pueblo de Israel. Ese
calibre de fe puede obrar y ganar las batallas de usted en la vida hoy.
¿Es su fe esa clase de fe? Algunas personas piensan que no
deben poner su fe en acción hasta que entiendan todo en su mente.
Pero Jesús enseñó a sus seguidores a entregarse a la acción primero,
y les prometió que la afirmación intelectual vendría después. Dijo:
“El que quiera hacer, [...] conocerá” (Juan 7:17). Primero (al
principio) camine alrededor de Jericó trece veces, y luego descubrirá
una fe que obra y gana.
El rey David escribió: “Hubiera yo desmayado, si no creyese
que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes” (Salmos
27:13). Hay quienes piensan que hay que “ver para creer”, o que el
ver conducirá al creer. Pero la Palabra de Dios nos enseña que el
creer lleva a ver. Vemos este modelo prescrito para la fe reflejado
alegóricamente en la batalla de Jericó.
Dios sigue encomendándonos sus planes para nuestra vida. A
veces, su encargo para nuestra vida probará nuestra fe como probó la
fe de Josué en el plan de batalla de Jericó. Si usted conoce a Dios lo
suficiente, sabe que su encargo no lo llevará donde su gracia no lo
pueda guardar. Si sabe que Dios lo guía a hacer algo, hágalo (ver
Juan 2:5). El Libro de Josué nos enseña que la fe es práctica. Cuando
camina, obra; y, cuando obra, gana las batallas de la vida.
Capítulo 12
Los enemigos de la fe
Luego de la derrota de Hai, leemos que Josué se postró en
tierra en una oración ferviente. Dios respondió la oración de Josué
con una pregunta: “¿Por qué clamas a mí? ¡Israel ha pecado!”.
Cuando vemos las evidencias de la gloriosa realidad de que Dios está
con nosotros, esa evidencia nos da valentía para continuar, y nuestra
fe crece al hacerlo. Pero, cuando está claro que Dios no está con
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nosotros, debemos postrarnos en tierra hasta averiguar por qué Dios
no está con nosotros. ¿Por qué respondió Dios a la oración de Josué
con esa pregunta?
En el Libro de Éxodo leemos que los hijos de Israel tenían
sus espaldas contra el mar Rojo, y el ejército egipcio los estaba
atacando. Moisés se postró en tierra ante Dios en oración ferviente.
Dios hizo a Moisés la misma pregunta que hizo a Josué cuando
estaba postrado en tierra. Le preguntó a Moisés por qué estaba
orando, ¡cuando era perfectamente obvio que debía indicar al pueblo
de Dios que avanzara, directamente hacia el mar!
Dado que Jericó fue la primera ciudad conquistada en
Canaán, la ley del diezmo exigía que el botín de la primera ciudad
conquistada perteneciera al Señor. Ninguna parte del botín de la
batalla debía ser confiscada por un soldado israelita. Obviamente,
algún soldado había tomado para sí algo de Jericó. Dios dijo a Josué
que hiciera marchar las doce tribus de Israel en una revista. Cuando
Dios mostró a Josué la tribu culpable, entonces le indicó que
revistara una las familias que la formaban. Dios mostró a Josué la
familia culpable. Cada casa de esa familia fue revisada hombre por
hombre hasta que se encontró que un hombre llamado Acán era el
pecador culpable. Acán confesó haber tomado oro, plata y un manto,
que había enterrado bajo su carpa. Fue ejecutado sumariamente.
En estos libros de historia se nos indica que busquemos
ejemplos y advertencias (ver 1 Corintios 10:11). Así como la fe de
Josué es un ejemplo para que sigamos, la desobediencia de Acán es,
obviamente, una advertencia que debemos tomar en cuenta. Cuando
Dios señala con su dedo el pecado en nuestra vida, debemos dar
muerte a ese pecado para que la bendición de Dios pueda volver a
nuestra vida (ver Colosenses 3:5, 6; Romanos 8:13). Vemos esta
disciplina espiritual reflejada en la vida de Acán.
El mundo, la carne y el diablo
Dado que se nos indica que no debemos amar el mundo o las
cosas de este mundo, durante siglos, almas devotas han visto una
alegoría del mundo en la experiencia de Acán en Jericó. La derrota
en Hai es considerada una alegoría de la carne. Jesús enseñó: “El
espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo
26:41). La carne es la naturaleza humana sin la ayuda de Dios. Dado
que la carne causa nuestras derrotas espirituales, esta derrota en Hai
es vista como una alegoría de la carne. La siguiente experiencia de
Israel que se registra en el Libro de Josué es una alegoría que
representa al tercer enemigo de la fe: el diablo.
Los hijos de Israel ahora se encuentran con el pueblo de los
gabaonitas. Como Rahab, los gabaonitas se dieron cuenta de que el
pueblo de Israel avanzaba por Canaán matando a todos. Sabían que
morirían, así que los engañaron. Frotaron su calzado sobre las rocas
hasta que parecía que habían sido usados mucho tiempo, e hicieron
que su ropa pareciera muy vieja. Si bien era gente que vivía en esa
tierra que debía ser conquistada, simularon venir de una tierra
distante.
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Los israelitas hicieron un tratado con este pueblo sin
consultar primero con el Señor. Los gabaonitas les rogaron: “Hagan
un tratado con nosotros. No somos de la tierra de Canaán. Somos de
muy, muy lejos”. Los israelitas hicieron un tratado con los
gabaonitas, pero luego se dieron cuenta de que no eran de una tierra
lejana, sino de Canaán. Dado que el tratado estaba hecho, el pueblo
elegido tenía una integridad absoluta, no podían matarlos, así que
convirtieron en siervos a este pueblo que los había engañado.
Los gabaonitas completan una alegoría de los enemigos de la
fe en el Libro de Josué. El primer enemigo de nuestra fe –el mundo–
es ilustrado por Jericó. La historia de Acán es una alegoría que
refleja nuestro deseo por las cosas de este mundo. Así como él
codició el manto, el oro y la plata, nosotros codiciamos cosas de este
mundo que nos distraen de Dios.
La derrota en Hai representa la carne. Jesús dijo: “El espíritu
a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41).
Como los hijos de Israel no tomaron en serio a Hai, fueron
derrotados. Recién cuando respetaron la amenaza de Hai pudieron
conquistar a su enemigo. De la misma forma, a menudo
subestimamos lo que la Biblia llama nuestra “carne”. El Espíritu
puede vencer la carne cuando nos damos cuenta de que nuestra
naturaleza humana, sin la ayuda de Dios, es una seria amenaza para
nuestra fe. ¡Nunca subestime el impacto de puede tener su carne
sobre su andar de fe!
Los gabaonitas hicieron su tratado engañando a los israelitas.
El diablo obra de la misma forma. En un gran himno, Martín Lutero
dijo de Satanás: “Por armas deja ver, astucia y gran poder”. El diablo
es un ángel de luz (2 Corintios 11:14). No nos hace caer tentándonos
a hacer algo terrible. Suele venir a nosotros en la forma de algo
hermoso, algo muy atractivo. Si Dios lo llama a ser un médico
misionero, el diablo no lo va a tentar para que vaya a robar bancos.
Lo tentará para que sea un buen médico en su propio país. Si Dios
quiere que seamos médicos misioneros, ese es el mejor plan de Dios
para nosotros. Satanás trabaja para que hagamos algo bueno en vez
de lo mejor. Por eso algunos dicen que el mayor enemigo de lo mejor
es lo bueno. Los capítulos 6 a 9 de Josué nos muestran un cuadro de
esos tres enemigos de nuestra fe: el mundo, la carne y el diablo.
En el resto de Josué, usted encontrará más alegorías de lo que
es la fe. La vida de Josué, junto con otro hombre que se menciona
con Josué, nos da un “perfil positivo de la fe”. Uno de los grandes
hombres de la fe de la Biblia es Caleb. Él fue el otro espía que trajo
un buen informe junto con Josué. Caleb nunca perdió su visión. Todo
el tiempo que vagaban por el desierto viendo al pueblo murmurando
y muriendo de sed, Caleb seguía pensando en las uvas que había
visto cuando él y Josué fueron espías en la ciudad de Hebrón.
Los otros diez espías eran expertos en “gigantología” –
centrarse en las dificultades, o gigantes– como dijimos en el Libro de
Números. Caleb ciertamente vio los gigantes, pero sabía que su Dios
era mayor que esos gigantes. Cuando entraron en la tierra de Canaán,
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Caleb conquistó y poseyó la ciudad de Hebrón, la ciudad que Moisés
le había prometido.
Hay también un “perfil negativo de la fe” en el Libro de
Josué. Además de esos diez espías que claramente carecían de fe, el
hecho de que los hijos de Israel no lograron conquistar todas las
naciones de Canaán, como Dios les había ordenado, presenta un
perfil negativo de la fe. Si hubieran cumplido con el plan de Dios, no
leeríamos en el siguiente libro de la Biblia que fueron esclavizados
siete veces por aquellas naciones que no conquistaron.
El último cuadro de fe que encontramos en el Libro de Josué
podría llamarse “un veredicto de fe”. Josué desafió a su pueblo a
sellar su fe haciendo un pacto con Dios. Él dio el ejemplo al decir:
“... pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Josué selló
su fe con un pacto. Hizo saber que él y su casa pondrían a Dios en
primer lugar y lo servirían a Él. Cuando Josué desafió a seguir su
ejemplo y hacer un pacto similar, ellos lo hicieron, diciendo:
“Nosotros escogemos servir a Dios y ponerlo en primer lugar”.
Quedan registradas las palabras de Josué: “Dios es testigo y ustedes
son testigos de que ustedes hacen un pacto hoy de poner a Dios
primero y que escogen servir a Dios” (ver Josué 24:14-16).
El Libro de Josué concluye con Josué exhortando al pueblo
de Dios, así como Moisés hizo al final de Deuteronomio y Levítico.
Moisés y Josué nos desafían a definirnos en las cuestiones de fe
comprometiéndonos a poner a Dios en el primer lugar en nuestra
vida.
¿Alguna vez se ha definido en cuestiones de fe y se ha
comprometido seriamente a tener fe en Dios? ¿Alguna vez se ha
propuesto en su corazón que usted y su familia pondrán a Dios en el
primer lugar y servirán al único y verdadero Dios? Sume los muchos
perfiles de fe de este inspirado libro histórico del Antiguo
Testamento. Reflexione cuidadosamente sobre la forma en que
finaliza este libro sobre la fe. Luego deje que el Espíritu Santo lo
impulse a asumir un compromiso y establecer un pacto del calibre de
fe que ha visto descrito en el Libro de Josué.