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BOLETÍNde la

ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

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HORACIO ARÁNGUIZ

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HORACIO ARÁNGUIZ DONOSO, JOSÉ MIGUEL BARROS FRANCO, RICARDO COUYOUMDJIAN

BERGAMALI, LUIS LIRA MONTT, SERGIO MARTÍNEZ BAEZA, RENÉ MILLAR CARVACHO,FERNANDO SILVA VARGAS, ISIDORO VÁZQUEZ DE ACUÑA, JOAQUÍN FERMANDOIS HUERTA.

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(Prof. Em. Pontificia Universidad Católica de Chile); MATEO MARTINIC BEROS (Universidadde Magallanes); HORST PIETSCHMANN (Universidad de Hamburgo); LUIS SUÁREZ

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MC EVOY (South Sewanee University, Estados Unidos de Norteamérica); JEAN PIERRE DEDIEU

(Centre Nacional de la Recherche Scientifique, Francia); WILLIAM SATER (Universidad Estatalde California, Estados Unidos de Norteamérica); FELICIANO BARRIOS PINTADO (Universidadde Castilla La Mancha, España).

Código Internacional: ISSN 0716-5439

ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

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AÑO LXXV No 118 - VOL. IIJULIO-DICIEMBRE 2009

E S T U D I O S

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CUESTIÓN DE LÍMITES CHILENO-ARGENTINA A FINES DEL SIGLO XIX

BOLETÍN DE LAACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

Año LXXV - No 118 - 2009 - 239-344ISSN 0716-5439

CUESTIÓN DE LÍMITES CHILENO-ARGENTINAA FINES DEL SIGLO XIX: UN MANUSCRITO INÉDITO

DE DIEGO BARROS ARANA

por

José Miguel Barros*

RESUMEN

A finales del siglo XIX, Diego Barros Arana, el mayor historiador de Chile, estuvoestrechamente vinculado a las cuestiones de límites chileno-argentina, desempeñándosecomo Perito en la comisión de límites creada por ambos países. Algunos años después derenunciar a ese cargo, escribió una exposición acerca de la materia, la cual se hamantenido inédita. El presente trabajo contiene una trascripción del manuscrito original.

Palabras clave: Argentina, Chile, tratado de límites de 1881, cuestiones delímites, Presidente Errázuriz Echaurren, Diego Barros Arana, Francisco Moreno.

ABSTRACT

By the end of the XIXth. Century, Diego Barros Arana, the foremost Chilean historian,played an important role in the Chilean-Argentine boundary problems, acting as “Expert”for Chile in the Boundaries Commission appointed by both countries. A few years afterresigning to the post of “Expert”, he wrote about this matter an exposition that hasremained unpublished. The present paper provides a transcription of the originalmanuscript.

Key words: Argentina, Chile, 1881 Boundary Treaty, Boundary problemas,President Errázuriz Echaurren, Diego Barros Arana, Francisco Moreno.

* Presidente de la Academia Chilena de la Historia. Correo electrónico: [email protected]

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JOSÉ MIGUEL BARROS

Érase una vez un rey con reputación de ladino y manipulador amo de unreino en que circulaban cortesanos obsecuentes, asesores anónimos y con-tradictores ocultos.

Frente a él, se alzaba un mago –sabio e intransigente– que, aunque enteoría estaba subordinado al rey, se oponía a él, sacando fuerzas de unafuente de la verdad que el monarca se empeñaba en enturbiar. El magotenía colaboradores fieles, amigos dentro de la Corte e informantes secretosque día a día le revelaban las maniobras del soberano.

Esta confrontación entre el rey y el mago se prolongó por varios años;pero, andando el tiempo y cuando ambos habían fallecido, aparecieron enel reino unos personajes dotados de la facultad (auto-otorgada) de recrearel pasado. Gracias a sus plumas mágicas, el rey se convirtió en grande ymagnánimo; y el mago se transformó en pequeño y pérfido.

Y los niños del reino –que habían oído de otro pasado– quedaron perple-jos al enterarse de esta nueva versión de las cosas.

Más tarde, los personajes y los hechos volvieron a describirse en otraforma, por obra de diversas plumas no menos mágicas, que se empeñaronen desentreñar la verdad, que yacía sepultada bajo mamotretos y panfletosde ocasión…

Y así ocurrió alternativamente en ese reino, una y otra vez, hasta el fin delos tiempos…

INTRODUCCIÓN

Para comprender mejor el alcance del documento que damos a conocer,parece útil recordar ciertos hechos principales.

El tratado transaccional que puso término jurídico a la prolongada discu-sión sobre los límites entre Chile y la República Argentina se firmó en BuenosAires el 23 de julio de 1881. Siete años más tarde, el 20 de agosto de 1888, sesuscribió en Santiago una convención cuyo objeto era dar cumplimiento a lodispuesto en aquel tratado respecto de la demarcación de los límites conveni-dos entre ambos países. Para ello, en dicha convención se dispuso la designa-ción de Peritos que ejecutaren en el terreno la demarcación de las líneasdivisorias acordadas; asimismo, se conformaron comisiones que cooperarenen dicha tarea.

Conforme a ello, el 13 de enero de 1890, se nombró a don Diego BarrosArana para que con el carácter de Perito procediera, de acuerdo con su colegaargentino, en llevar adelante la demarcación limitánea. Por parte de la Repúbli-

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ca Argentina, desempeñaron sucesivamente análogas funciones los señores Oc-tavio Pico, Valentín Virasoro, Norberto Quirno Costa y Francisco P. Moreno.

Los trabajos que comenzaron en abril de 1890 concluyeron en septiembrede 1898, con la presentación de la línea fronteriza general basada en lospuntos que, en opinión de los Peritos de Chile y Argentina, constituían ellímite. Asimismo, quedaban precisadas las divergencias entre los Peritos acer-ca de algunos sectores de los límites1.

Hacia el final de este proceso, las discrepancias entre el Presidente Errázu-riz y el Perito chileno se habían hecho irreconciliables: el 12 de septiembre de1898 Barros Arana presentó la renuncia a ese cargo, la cual fue aceptada deinmediato.

Ya liberado de las trabas que le imponía el cargo, don Diego hizo másvisibles sus críticas al Presidente de la República. Este último falleció el 12 dejulio de 1901 y, cinco meses más tarde, apareció en la prensa santiaguina unextenso artículo del ex Perito en el cual se acusaba a Errázuriz Echaurren dehaber negociado secretamente sobre la Puna, a espaldas del Perito y del Can-ciller, conviniéndose una solución que resultaría contraria al interés nacional.Expresaba allí Barros Arana: “…debo consignar el hecho claro y bien definidode que el 5 de septiembre de 1898 quedó convenida la entrega de la Puna deAtacama entre el Presidente Errázuriz y el Perito Moreno”2.

Amén de lo anterior, Barros Arana aportó diversos y valiosos servicios a ladefensa de los intereses chilenos en el diferendo limítrofe con Argentina quese sometió al fallo de Su Majestad Británica. Además, reanudó sus tareas do-centes e históricas, como lo demuestra la abundante bibliografía que produjoen los años iniciales del siglo pasado.

Mucho se ha especulado acerca de la posibilidad de que, asimismo, donDiego haya escrito paralelamente unas Memorias. Alejandro Fuenzalida Gran-dón, un catedrático que tuvo estrecho contacto con don Diego en sus últimosaños, asevera que tales Memorias existieron e insinúa que pudo destruirlas unode sus ejecutores testamentarios…3. En todo caso, el hecho es que, dentro deuna cronología que no hemos logrado precisar mayormente, el historiador es-cribió una Exposición en que narraba detalladamente los episodios más impor-tantes de su desempeño como Perito y sus desencuentros con el PresidenteErrázuriz.

1 Luis Barros Borgoño, Misión en el Plata 1876-1878. Prensas de la Universidad de Chile, 1936.2 Diego Barros Arana, La verdad sobre la entrega de la Puna de Atacama, en el influyente diario

santiaguino La Ley, el 22 de enero de 1902.3 Alejandro Fuenzalida Grandón, “Barros Arana y su época”. En Anales de la Universidad de Chile

Nos. 109-110, 1958, 90-110.

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Este es el documento que hoy damos a conocer. Es de puño y letra de suautor y lleva, al final, la firma de éste. Según los antecedentes disponibles, semantuvo en poder de descendientes del historiador hasta la segunda mitaddel pasado siglo, ingresando a los archivos de la Cancillería, gracias a unadonación, mientras se desarrollaba el arbitraje relativo al diferendo sobre elCanal Beagle.

MATERIALIDAD Y DATACIÓN DEL DOCUMENTO

El manuscrito carece de título y se halla en 147 páginas de tamaño “oficio”.La secuencia del diferendo limítrofe chileno-argentino se relata en dos seccio-

nes. La primera cubre desde 1892 hasta comienzos de 1898; la segunda va desdeel 28 de marzo de 1898 hasta el momento indeterminado en que su autor decidióponerle término. (Del texto resulta que se escribió entre mediados de 1902 y–obviamente– el 4 de noviembre de 1907, fecha en que falleció su autor.)

El documento no tiene fecha; pero ciertas referencias sugieren que se redactódespués de la defunción del Presidente Errázuriz Echaurren y, por ende, duranteel gobierno de Riesco y, tal vez, en los inicios del de Pedro Montt.

CONTENIDO DEL MANUSCRITO

Podría resumirse el texto que transcribimos, caracterizándolo como unasomera descripción de la evolución de las relaciones chileno-argentinas, enmateria de límites, entre 1888 (año en que se crean las comisiones demarca-doras de la frontera) hasta la época en que Barros Arana, perito por Chile endicho proceso, renuncia a su cargo como un rechazo de la forma en queErrázuriz y su Gobierno conducían el caso. El escrito concluye con un recono-cimiento del autor a la colaboración inteligente y abnegada que aportaron losingenieros de la comisión de límites a la defensa de los intereses nacionales.

Este relato de Barros Arana pone de manifiesto que, poco después de queel historiador asume las funciones de “perito”, surge un contrapunto en laComisión de Límites: mientras los delegados chilenos insisten perentoriamen-te en que los tratados chileno-argentinos determinan como límite el divortiumaquarum (esto es las cumbres cordilleranas que dividen aquellas aguas quefluyen hacia uno y otro lado de ellas), los representantes argentinos adoptanla tesis de que el límite son altas cumbres andinas que deben unirse mediantelíneas geométricas determinadas por los demarcadores.

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Después que en Chile asume la Presidencia don Federico Errázuriz Echau-rren, va a crearse otra compleja situación entre dos posiciones antitéticas.

El perito chileno asume una posición inconmovible: deben buscarse lospuntos concordantes acerca del límite y, en aquellos en que no hubiere acuer-do, las discrepancias deben someterse al arbitraje pactado en varios tratadoschileno-argentinos. Por su parte, los representantes argentinos y, particular-mente, el perito don Francisco Moreno, insisten en que los desacuerdos acer-ca del límite deben ser resueltos directamente por ambos Gobiernos, sin in-tervención de terceros. (En un momento, según relata Barros Arana, Morenollega a afirmar que “la República Argentina ha resuelto no ir al arbitraje”).

Paralelamente a esta situación, aparecen discrepancias entre el PresidenteErrázuriz y Barros Arana acerca del manejo de estos asuntos. Mientras aquéltrata de inmiscuirse personalmente en diversas etapas de la gestión pericial,éste sostiene tenazmente que al Primer Mandatario sólo incumbe interveniruna vez que los peritos hayan concluido sus tareas.

Este cuadro se complica cuando, en octubre de 1898, a espaldas del Canci-ller chileno y de Barros Arana, el Primer Mandatario sostiene acerca de estasmaterias reuniones secretas con el perito argentino, iniciando posteriormentey a través de conductos inusuales, negociaciones acerca de los límites con elPresidente de Argentina.

No es nuestro ánimo abundar en detalles acerca de estas ingratas ocurrencias.El hecho es que, hastiado por lo que estimaba un desconsiderado trato presiden-cial, el 12 de noviembre de 1898 Barros Arana renunció a su cargo de Perito.

ACERCA DE LA TRANSCRIPCIÓN

La tarea de transcribir el manuscrito fue obra de diversas personas, realiza-da en los últimos años y, con mayor acuciosidad, en el curso de 2009. Perso-nalmente, asumimos la responsabilidad de visar una versión final, que es laque ahora se publica.

Como es usual en estos casos, hemos modernizado la ortografía y, a veces,hemos modificado la puntuación original. Además, respetando absolutamentela intención de su autor, nos ha parecido del caso corregir uno que otro lapsuscalami.

* * *

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JOSÉ MIGUEL BARROS

MANUSCRITO

[I]

Por el tratado de 23 de Julio de 1881, Chile y la República Argentina quisie-ron poner un término definitivo a la enojosa cuestión de límites que sosteníandesde unos treinta años atrás. Ese pacto, negociado directamente por losgobiernos de Santiago y de Buenos Aires, sirviendo de intermediarios para elcambio de proposiciones los representantes diplomáticos de los Estados Uni-dos en esas ciudades, fue recibido en uno y otro país como un vínculo de pazperpetua y como manifestación de la antigua y estrecha amistad que los habíaunido desde que nacieron a la vida de naciones independientes.

El tratado de 1881, formado de solo siete artículos, fijaba con términosclaros la línea de frontera entre los dos paises. En la región del Sur, en laTierra del Fuego y en los territorios magallánicos, el límite era constituidoprincipalmente por líneas geográficas, meridianos y paralelos fáciles de reco-nocer y de designar mediante un sencillo trabajo geodésico. En toda la exten-sión de la frontera que se dilata desde el norte (desde el paralelo 26º52’)hasta el 52º de latitud sur, la línea limítrofe correría por las cumbres máselevadas de la cordillera que dividan las aguas, pasando por entre las vertien-tes o arroyos que se desprenden para un lado y para otro.

Los negociadores de aquel pacto, al fijar en toda esa extensa porción defrontera la divisoria de las aguas como la línea de limitación, habían reconoci-do la demarcación natural y tradicional que ambos paises habían sostenidosiempre en todas las cuestiones de jurisdicción territorial en la porción pobla-da y reconocida de ellos; y se sometian tambien a las reglas establecidas por elderecho internacional cuando dice que en los paises divididos por montañasla linea de límite será la divisoria de las aguas. “Cuando un lindero se prolon-ga por montañas o cerros, dice el célebre profesor ingles William EdwardHall, la línea divisoria de las aguas (the water divide) constituye la frontera4”.

Cuando se celebró ese tratado era casi completamente desconocida toda laregión fronteriza que se dilata entre los paralelos 42º y 52º. Sabíase, sin em-bargo, que en las cercanías de este último la cordillera al llegar a los canalesdel sur parecía interrumpida. El artículo 2º del tratado quiso prevenir todadificultad que pudiera suscitarse por ese motivo, y confirmando lo resuelto

4 Véanse las otras autoridades citadas por mí en la nota 11 de mi exposición de 1892, páginas34-35.

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por el artículo 1º, dispuso que allí se tendria por límite en la parte continen-tal, el divortium aquarum.

Pero más que al respeto a las prácticas tradicionales en materias de jurisdic-cion territorial, y al acatamiento de las prescripciones del derecho de gentes,los negociadores del tratado de 1881 se habian sometido a otra consideracionmucho mas atendible todavia. La divisoria de aguas es una condicion naturalperceptible a primera vista no solo a los ingenieros y geografos, sino a cual-quiera persona que visite el terreno, y que por su naturaleza no puede darorigen a ambigüedades y contradicciones. “Indisputablemente, el mejor acci-dente natural que puede utilizarse en la demarcacion de un límite es el waters-hed (divortium aquarum), ya sea este una alta cadena de montañas, o simple-mente una divisoria de aguas, dice un célebre y experimentado ingenieroingles (Sir Thomas Holdich) en un importante estudio sobre los principios dedemarcación de limites publicado en 1891, en el Journal de la Real Sociedadde Geografia de Londres. Generalmente forma la división etnográfica másusada (circunstancia de la mayor importancia) y lleva consigo la incuestiona-ble ventaja de la estabilidad. No requiere obras artificiales para determinarloni gasto alguno para mantenerlo. Es una ventaja estratégica, y puede ser reco-nocido por el más inexperto geógrafo indigena. Esto es, sobre todo, la granconsideración practica. Un límite no debe requerir trabajo para descubrirlo.Debe existir sin dejar temor de equivocacion; debe ser un sólido y sustancialaviso a todos los que se acerquen a él”. Sosteniendo estos mismos principios,otro celebre ingeniero, el coronel austriaco Baron de Ripp, miembro de lacomision internacional de geógrafos encargada de ejecutar en el terreno lademarcacion de límites entre los principados danubianos segun las resolucio-nes del Congreso de Berlin de 1878, decía en la sesión del 11 de agosto de1879, estas palabras: “La línea de división de las aguas se presta a menoresincertidumbres aun que el tahlweg de un río”.

Como una expresión de la cordialidad de sentimientos que habia inspiradola preparación del pacto de 1881, las partes contratantes acordaron por elartículo 6º que “toda cuestión que por desgracia surgiere entre ambos paises,ya sea con motivo de esta transacción, ya sea de cualquiera otra causa, serásometida al fallo de una potencia amiga”. Los negociadores sin embargo,estaban persuadidos de que la línea establecida en su pacto era perfectamenteclara, y que en la practica ella no podria suscitar mas que una dificultad, y esaremota, y de la más facil solución. “Las dificultades que pudieran suscitarse,decía el articulo 1º del tratado, por la existencia de ciertos valles formadospor la bifurcación de la cordillera y en que no sea clara la linea divisoria delas aguas, será resuelta amistosamente por dos peritos nombrados uno de cada

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parte. En caso de no arribar éstos a un acuerdo, será llamado a decidirlas untercer perito designado por ambos Gobiernos”.

Aunque el artículo 4º del tratado de 1881 establecía que los peritos nombra-dos por los gobiernos respectivos fijarían en el terreno la línea limítrofe, redu-cia esta operacion solamente a la Tierra del Fuego y al territorio magallánico,allí donde el limite debia trazarse por líneas geográficas que no era posibleseñalar con exactitud sino despues de una operación geodésica. Los negociado-res de ese pacto creian innecesario ejecutar un trabajo análogo en el resto de lafrontera desde que en él la línea divisoria estaba constituída por un accidentenatural perceptible a la más ligera inspección del terreno, y desde que allí nopodía suscitarse dificultad sino en el caso remoto de hallarse valles interiores decordillera en que no fuera clara la línea divisoria de las aguas.

Transcurrieron más de seis años sin que se pensara seriamente en hacerefectiva esta demarcación. En el principio, la recta inteligencia del tratado nodió origen a ninguna aparente contradición. En uno y en otro pais se publica-ron cartas geográficas de diversas condiciones en que la línea divisoria apare-cía trazada en conformidad con aquel pacto; y los mapas generales publicadosen el extranjero señalaban el límite entre Chile y la República Argentina sinla menor discrepancia a este respecto.

Del mismo modo los tratados de geografia y varios libros de caracter enci-clopédico asi nacionales como eçxtranjeros describian aquellos límites con lamisma precision. Poco más tarde, sin embargo, comenzaron a pubicarse enBuenos Aires, mapas en que, sin tomarse en cuenta lo pactado se trazaban loslímites de una manera fantástica y destinada al parecer a inquietar la opiniónchilena. Uno de esos mapas (el de Duclout), uno de los muchos que se impri-mian allí como empresa comercial, señalaba en las costas chilenas del Pacíficoentre los paralelos 42º y 52º, ocho puertos argentinos, o mas bien ocho por-ciones de esa costa como propiedad de aquella República, que habrían inte-rrumpido en ocho puntos distintos, y por fajas mas o menos anchas, la conti-nuidad del territorio chileno. Esos mapas y algunos artículos de la prensaargentina en que se prestaba apoyo a esas pretensiones de expansion territo-rial, alarmaron en cierto modo, como ya dijimos, a la opinion chilena, hacien-do nacer el deseo de llevar a cabo la demarcacion de límites con arreglo alpacto de 1881.

Por fin, el 20 de agosto de 1888 se firmaba en Santiago la convencion queinstituia la comision pericial de que hablaba aquel tratado. Sería ésta com-puesta de solo dos peritos nombrados uno por cada parte, pero tendrían bajosu dependencia ingenieros ayudantes en número igual por cada lado a quie-nes podrían aquellos confiar la ejecucion de los trabajos con arreglo a las

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instrucciones que aquellos les dieren de comun acuerdo y por escrito. Am-pliando lo dispuesto por el artículo 4º del tratado de 1881, la convencion de1888 (por su art. 3º) encargaba a los peritos la demarcación de límites no yasolo en la Tierra del Fuego y en los territorios magallánicos, sino en toda laextension de la línea fronteriza. La convencion fue debidamente ratificada elaño siguiente por los Congresos de uno y de otro pais.

II

Cuando se celebró el tratado de 1881, yo había sido consultado por elgobierno del señor Don Anibal Pinto y aún serví de intermediario para cam-biar, por medio de comunicaciones epistolares y telegráficas con el señor DonBernardo de Irigoyen, Ministro a la sazón de Relaciones Exteriores de laRepública Argentina, proposiciones de arreglo de la cuestión de límites omodificaciones o enmiendas parciales de las que se habían hecho.

Esas comunicaciones eran del caracter más cordial y amistoso. Por una y otraparte había el sincero propósito de poner término a esa cuestión, y existía unacuerdo casi completo sobre las bases del arreglo que se proyectaba. Insistí,sobre todo, en que nuestro límite oriental fuera la línea divisoria de las aguas,principio cuya aceptación no ofrecía inconveniente porque habia sido reconoci-do en todo el curso del litigio, convenido en los proyectos de arreglo en 1877, yahora propuesto expresamente por el señor Irigoyen por el órgano del honora-ble representante de los Estados Unidos en Buenos Aires, que de acuerdo consu colega en Santiago, servian como ya dijimos de mediadores amistosos en lasnegociaciones. Mis persistentes instancias a este respecto, contribuyeron sinduda a que este principio quedara consignado en aquel pacto.

En la preparación del convenio de 1888, en cambio, no tuve la menorparticipación; ni lo conocí siquiera sino cuando lo vi publicado en la prensadiaria. Ocupado en trabajos de muy distinta naturaleza, que absorbian todami actividad y casi todo mi tiempo, vivía absolutamente extraño a aquel ordende negocios en que creia no tendria que volver a intervenir. En noviembre de1889, cuando todo me inclinaba a vivir alejado de tales negocios, me vió elseñor don Juan Castellón, Ministro entonces de Relaciones Exteriores de Chi-le, para inducirme a aceptar el cargo de perito por parte de esta República enla demarcación de límites que estaba próxima a iniciarse. Me expuso, con estemotivo, que sus colegas habían discutido detenidamente esta designación, quetodos ellos estaban en perfecto acuerdo sobre ella, y que el Presidente de laRepública la había aceptado. Agradeciendo debidamente el honor que se me

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hacia, me excusé por varios motivos de aceptar. El cargo, que se trataba,sosteniendo que el trabajo que me impondría era superior a mis fuerzas y,sobre todo, contrario a mis aspiraciones de alejamiento de cualquiera ocupa-cion que me obligara a supender o, a retardar la preparación de la obrahistórica en que estaba empeñado desde años atras. A pesar de mi resueltanegativa, el señor Castellón, de acuerdo con sus colegas, insistió dos veces ensus instancias sin que yo pudiera decidirme a aceptar el honroso cargo que seme ofrecia.

En una conferencia que tuve con él sobre este particular en el Ministeriode Relaciones Exteriores, le daba nuevamente mis excusas para no desempe-ñar las funciones de perito cuando se le anunció la visita inesperada del señordon José E. Uriburu, Ministro Plenipotenciario de la República Argentina,que acababa de regresar de Buenos Aires después de un viaje de uno o dosmeses.

La conversación recayó naturalmente sobre los trabajos de demarcación delímites que debían emprenderse en un plazo proximo segun lo dispuesto porla convencion reciente y, como el señor Castellón hablara de mi resistencia aaceptar el cargo de perito, el señor Uriburu se empeñó en disuadirme de esadeterminación. Expuso con ese motivo que la demarcación material de límitesiba a ser una operacion mucho más facil de lo que se podía pensar y queseguramente no ofrecería mas dificultades que las consiguientes a viajes enregiones abruptas e inhospitalarias porque el Gobierno argentino estaba dis-puesto, como el creía que estaría el de Chile, a dar el más estricto cumpli-miento al tratado de 1881, sin pretender ni desear la menor innovación aninguna de sus clausulas; y porque en el caso remoto de surgir alguna diferen-cia, ella sería allanada por el espíritu de cordialidad de que estaban animadosambos gobiernos, seguramente sin necesidad de recurrir a los medios igual-mente amistosos que estaban establecidos. El señor Uriburu agregó que cono-cedor del interés que yo había manifestado por la celebración amistosa deltratado de límites de 1881 y mis relaciones de vieja y sincera amistad conalgunos de los hombres más importantes y caracterizados en la política y en laliteratura de la República Argentina, mi nombramiento sería recibido allícomo un signo inequívoco de los propósitos tranquilos del Gobierno chilenode llevar a término aquella operación en las mejores condiciones. Después deestas palabras que me parecieron sinceras y que indudablemente lo eran, notuve voluntad para resistirme por más tiempo a las exigencias que a nombresuyo y de sus colegas me había expresado el señor Castellón. Mi nombramien-to de perito por parte de Chile quedó resuelto ese mismo día, pero solo fueextendido el 13 de enero de 1890 por cuanto el señor Uriburu expuso que el

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caballero que el Gobierno argentino debia nombrar con un cargo análogopor aquel país no podría estar en Chile dentro del plazo de cuarenta diasfijado por el artículo 5º de la convencion de 1888 para la reunion de ambosdespues de estar en posesión de sus títulos respectivos.

III

El señor don Octavio Pico, perito nombrado por parte de la RepúblicaArgentina, llegó a Santiago el 17 de abril de 1890, cuando estaba por expirarel plazo fijado para nuestra primera reunión, y para dar principio a nuestrostrabajos. Dos dias después nos pusimos en viaje para Concepción en cumpli-miento de la convención aludida, y el 20 de ese mes dimos por iniciada lacomisión pericial. En nuestra primera conferencia celebrada en un salon de laIntendencia, y despues de presentarnos nuestros nombramientos respectivos,el señor Pico sacó de su cartera un manuscrito de dos o tres grandes pliegos,me dijo que esas eran las instrucciones que había recibido de su Gobierno, yque tenia encargo de leerme algunos de sus artículos. Según mis recuerdos, sereducían éstos a encomendarle que mantuviera las más deferentes y cordialesrelaciones con el perito chileno, que cuidara de mantener con él la mejorarmonía, y que en todos los trabajos de su cargo buscara siempre los procedi-mientos más conciliadores, y las soluciones equitativas y amistosas. Mi Gobier-no no me había dado instrucciones. Creia, con razón, que en el cargo deperito, el deber era someterse en todo al texto claro y expreso de los tratadosexistentes, que debiamos aplicar en el terreno. Nuestras reales y verdaderasinstrucciones estaban, pues, consignadas en aquellos pactos, de que no podia-mos apartarnos, como las de un juez estan consignadas en el código de leyesque esta encargado de aplicar. Sin embargo, expresé al señor Pico que aunqueyo no había recibido instrucciones de ninguna clase, que por las razonesexpuestas creia innecesarias, me haría un deber de observar los mismos proce-dimientos conciliadores y amistosos que el Gobierno y la opinión pública deChile creían indispensables para llevar a término feliz la operación que noshabían encomendado.

Desde las primeras conferencias, el señor Pico propuso con marcada insis-tencia que los trabajos de demarcación comenzasen por el norte. Esta propo-sición, detenidamente considerada, nos llevó a este acuerdo indicado y soste-nido por mí.

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SECCIÓN PRIMERA

Desde que en enero de 1892 se iniciaron los primeros trabajos para darcomienzo a la demarcación material de límites entre Chile y la RepúblicaArgentina surgió entre los peritos encargados de llevarla a cabo una contra-dicción que dejaba presumir las dificultades que iban a embarazarla. Al que-rer formular las instrucciones a que debían ajustarse los ingenieros encarga-dos de fijar los hitos o signos de delimitación, pudo verse el nacimiento de esadificultad. El señor don Octavio Pico, perito por parte de la República Argen-tina, presentó un proyecto de instrucciones estudiadamente vago, que nodaba regla alguna fija a los ingenieros que debían operar en el terreno, y quesi bien copiaba una parte del artículo 1º del tratado de 1881, iba encaminadoa hacer caso omiso de esa disposición y a poner a los operadores en unasituación embarazosa y a tener que entrar en cada sitio en cuestiones queharían interminable el trabajo que debían acometer, sin medios claros y segu-ros de solucionarlas.

No era difícil percibir los inconvenientes que ofrecian instrucciones de esaclase. En consecuencia, observé al señor Pico que éstas debían contener pres-cripciones precisas que sirvieran de norma a los operadores y que habiendoestablecido el tratado de límites de 1881 principios bien estudiados y clara-mente expuestos debíamos someternos a ellos porque además de constituiruna ley obligatoria para ambos paises, señalaban el medio más razonado y máspráctico, para efectuar esa operación sin contradicciones y sin ambigüedades.

En consecuencia, yo sostenía que el deber de los demarcadores, tal como sedesprendía lógicamente del tratado, y como era necesario expresarlo en lasinstrucciones, consistia en fijar los signos de delimitacion en la línea divisoriade las aguas, esto es, según los términos del tratado, en las cumbres más altasque dividen las aguas, y entre las vertientes que se desprenden a un lado y alotro, operación sencillísima que no exigía conocimientos científicos, que po-día ser practicada por cualquier persona de mediana discreción y después deun corto reconocimiento del terreno, y que, en vista del hecho material de laseparación de las aguas, no podia dar origen a contradicciones ni a dudas. Lacontestación del señor Pico se redujo a decirme que los estadistas de su paísdaban al tratado de 1881 un significado diferente, y que el señor don Bernar-do Irigoyen que lo había firmado como Ministro de Relaciones Exteriores dela República Argentina estipulando en él que la línea divisoria pasaría “por lascumbres mas elevadas que dividan las aguas” entendia que no era una condi-cion expresa el que esa línea pasara por las cumbres mas elevadas que dividanlas aguas. Por fin, el señor Pico, excusándose de contestar mis argumentos,

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me expuso que las instrucciones que él había recibido de su Gobierno lemandaban seguir otro medio de demarcación, y que este consistía en buscaren la montaña las cumbres o picos más elevados y en unirlos entre sí porlineas geográficas, que constituirían la línea de límites entre los dos paises5.

Estos primeros incidentes así como la demostración que entonces hice de larecta interpretación del tratado de 1881 están referidos y están expuestos enuna extensa comunicación que pasé al señor perito argentino el 18 de enerode 1892, comunicación que ha sido varias veces publicada6. El desarrollo pos-terior de esta primera contradicción es más o menos conocido, a lo menos ensus rasgos generales, y no considero necesario el explicarlo aquí. Por lo de-más, en dos informes que dí al Ministro de Relaciones de Chile en agosto yseptiembre de 1900, a petición de los comisarios encargados de la defensa denuestros derechos ante el Tribunal de Londres, he dado a conocer esos he-chos en forma sumaria, pero, segun creo, con bastante claridad.

Desde entonces pudo presumirse que la demarcación de límites encomen-dada a los peritos no podía marchar con la regularidad y con la rectitud queera de desear. El señor Pico se abstuvo de contestar la nota en que yoreclamaba la correcta aplicación del tratado de 1881, dándome por razón desu negativa la declaración de que su Gobierno no lo autorizaba para ello. Envez de reconocer la verdad de lo expuesto por mí o de combatir mis argu-mentos, me propuso un arbitrio inesperado que por ningun título podía yoadmitir. Pretendía que los ingenieros demarcadores se trasladasen a la cordi-llera a levantar el plano de toda ella, y que sobre ese plano discutiesen losperitos la fijación de la línea de límites, lo que les permitiría llegar a unarreglo mediante compensaciones recíprocas de territorio en algunos pun-tos. Un procedimiento semejante, absolutamente extraño a las facultades yfunciones de los peritos, ofrecia los inconvenientes consiguientes a una ope-

5 Esta conferencia se verificó en la oficina de límites de Santiago el 12 de enero de 1892. LaMemoria de Relaciones Exteriores de la República Argentina correspondiente a ese añohabla de ella y de otros accidentes de la cuestión de límites con muy poca exactitud. Se diceallí que en esa o en otras conferencias, el Sr. Pico se hallaba solo, mientras el perito chilenoestaba en compañía de los ingenieros señores Bertrand y Merino Jarpa. El hecho es absoluta-mente inexacto. Era el perito chileno cabalmente el que se hallaba solo, mientras el señorPico estaba acompañado por un ingeniero ayudante señor Díaz y por su secretario señorOchagavía, que invariablemente asistía con él a todas las conferencias. Los señores Bertrand yMerino Jarpa entraron ese día a la sala cuando se había terminado toda discusión y cuando elseñor Pico se despedía.

6 Véase el libro publicado en 1895 por don Alejandro Bertrand con el título de Estudio Técnicoetc., pag. 103 del apéndice de documentos.

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ración que debía durar muchos años, dar origen a muchos embarazos, ydesentenderse por completo de las prescripciones terminantes del tratadoque con toda precisión había señalado por línea fronteriza un accidentenatural del terreno que no se prestaba a dudas ni a ambigüedades, y que nonecesitaba de mapas para ser señalado no sólo por un ingeniero sino porcualquiera persona que hiciese una ligera inspección de los lugares de quese trataba. No debe, pues, extrañarse que yo rechazara perentoriamente esaproposición.

Pronunciada esa desinteligencia, quedaba expedito un recurso establecidoen tres pactos celebrados con la República Argentina al tratarse de la cuestiónde límites: el tratado de amistad y comercio de 1855, el tratado especial delímites de 1881, y la convención de 1888 que constituyó la comisión pericial.Ese recurso era el arbitraje del Gobierno de una nación amiga. Tratando deestas primeras desinteligencias con el señor don José E. Uriburu, MinistroPlenipotenciario de la República Argentina en Chile, que se manifestaba muyempeñado en hacer desaparecer, o más propiamente, en aplazar las dificulta-des, le propuse, en nombre y con la autorización del Gobierno de Chile, unarbitraje amplio e inmediato que habría resuelto fácilmente toda cuestión yestablecido en muy corto tiempo la línea de límites, haciendo desaparecerpara siempre todo motivo de dificultades y de inquietudes por cuestiones deesa naturaleza. Estando establecidos en el tratado de 1881 los principios gene-rales de demarcación y establecido también el recurso de arbitraje para todaslas dificultades que pudieran suscitarse en su aplicación, el Gobierno de Chileproponía que se confiara la demarcación a un Gobierno amigo de las dosRepúblicas que ajustaría sus procedimientos y sus decisiones a las reglas fija-das en aquel pacto y sin ulterior recurso. Chile propondría seis gobiernosdiferentes de Europa o de América, y la República Argentina eligiría entreellos aquel al cual se le pediría aceptase aquel cargo. Y como esa operaciónhabía de imponer gastos en gratificación de los ingenieros o geógrafos demar-cadores y en costos de viaje y demás accidentes, Chile y la República Argenti-na se comprometerían a pagarlos por partes iguales, en la seguridad de quesiempre serían menores que los que iba a imponer la demarcación en laforma en que iba a iniciarse así como la demarcación sería mucho más rápidapor cuanto desaparecian los entorpecimientos y contradicciones que ésta po-dia hallar a cada paso. El señor Uriburu sin expresar objeción alguna contraesta proposición, se limitó a decir que carecía por completo de instruccionespara tratar de este asunto, pero absteniéndose tambien de dar a entender quesu Gobierno estaba resuelto en esos momentos a recurrir a cualquier de losarbitrios que no fuera el arbitraje.

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El señor Uriburu, que sin duda alguna estaba al corriente de esta disposi-ción del Gobierno argentino, quería no precisamente solucionar sino aplazarla dificultad. Recordando que en ese país estaba para terminarse el períodopresidencial, manifestaba que la nueva administración que debía inaugurarseese mismo año 1892 estaría en mejor situación que la que fenecía para procu-rar un arreglo definitivo, conciliatorio y satisfactorio para las dos Repúblicas.La circunstancia de que entonces se anunciaba ya que el vice presidente de lanueva administración sería el mismo señor Uriburu, y las simpatías y la consi-deración que este se había granjeado en Chile, inclinaron al Gobierno de estepaís a convenir en un arreglo que no solucionaba nada, y que no podía sermás provisorio. Convínose en que la comisión mixta de ingenieros que debíaoperar en la cordillera fuese a fijar el primer hito de demarcación en el pasodenominado de San Francisco, como lo había pedido el señor Pico en 1890 ycomo lo pedía ahora con nueva instancia y después de haber consultado a suGobierno. Aunque por lo avanzado del verano (fines de febrero) no era deesperarse que aquella comisión pudiera hacer más que fijar un hito en ellugar que se ha señalado nominativamente, las instrucciones vagas y generalesque se le dieron, le encargaban adelantar la demarcación con arreglo a lostratados, lo que equivalia a no decir nada, desde que el señor perito daba aesos pactos una interpretación antojadiza que ni el perito ni los ingenieroschilenos podían aceptar.

Esa comisión, retardada en Copiapó por no haber recibido los ingenierosargentinos los víveres y los elementos de movilidad que esperaban de su país,penetraron al fin a la cordillera con los que pudieron suministrar los ingenie-ros chilenos, y fijaron el 15 de abril el primer hito de demarcación en el sitiomismo que se les había señalado en sus instrucciones. Por lo avanzado de laestacion, y por indicación de los ingenieros argentinos, se dieron por suspen-didos los trabajos en esa temporada7.

7 En esa temporada se intentó también iniciar la demarcación en la Tierra del Fuego; pero esteesfuerzo fue absolutamente inútil, como voy a exponerlo ligeramente en esta nota.El art. 3º del tratado de 1881 había establecido la línea divisoria en esa región en la formasiguiente: “En la Tierra de Fuego se trazará una línea que partiendo del punto denominadoCabo del Espíritu Santo en la latitud 52º 40’, se prolongará hacia el sur, coincidiendo con elmeridiano occidental de Greenwich 68º 34’, hasta tocar el Canal Beagle. La Tierra del Fuego,dividida de esta manera, será chilena en la parte occidental y argentina en la parte oriental”.Este artículo había sido pactado teniendo en vista las cartas hidrográficas de toda aquellaregión que llevan el nombre de Fitz Roy; cartas que si bien excelentes bajo muchos respectos,adolecían de un pequeño error en la fijación de la longitud. Ese error notado por diversosexploradores, comenzaba a ser corregido en la reimpresión de aquellos mapas y otras cartas

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A principios de ese mismo mes de abril de (1892) falleció desgraciadamen-te en Santiago el señor perito argentino don Octavio Pico, víctima de unrepentino ataque de angina pectoris. El gobierno de Buenos Aires le dio por

de marear pero cuando se celebró el tratado referido, se usaron, como queda dicho, lascartas de la primera edición.En 1890, al disponerse entre los peritos que una subcomisión demarcadora fuera a practicarla relimitación en la Tierra de Fuego, ya estaba yo al cabo de aquel error, y sabía que el cabodel Espíritu Santo estaba unos cuantos minutos al occidente del meridiano 68º 34’, indicadocon el pacto de 1881, y que por tanto no coincidiendo estas indicaciones de ubicación de lalínea, la operación de los demarcadores iba a verse embarazada.Para evitar este entorpecimiento era indispensable hacer una declaración. Yo creí honrada-mente que de esas dos indicaciones para fijar la línea divisoria en la Tierra del Fuego, debíapreferirse la del nombre del lugar (el cabo de Espíritu Santo) pues era este sitio el quehabían estipulado los negociadores del tratado, y no la designación en la longitud fijada en elmeridiano 68º34’ sin mas fundamento que el error ahora reconocido de una carta geográfica.La más vulgar noción de lealtad aconsejaba declararlo así; y promover cuestión para interpre-tar de otra manera esa cláusula del tratado de 1881 habría sido solo una chicanearía indigna,y además improcedente. El gobierno argentino habría rechazado con el más perfecto dere-cho cualquier otra interpretación. Por lo demás el Gobierno de Chile, después de haberestudiado este punto en consejo de ministros, aprobó aquella declaración.Antes de pasar adelante debo recordar un cargo que alguna vez se me ha hecho por aquelladeclaración. Se ha dicho que ella privó a Chile de tener un puerto en el Atlántico por cuanto lalínea trazada en el meridiano 68º 34’ habría dejado en nuestro territorio la bahía denominadaSan Sebastián, o una gran parte de ella. Queda dicho ya, y vuelvo a repetirlo, la declaraciónaludida no habría servido más que para desacreditarnos sin ventaja alguna, puesto que nuestroscontendores tenían toda la razón de su parte para rechazarla perentoriamente. Pero, ademásde esto, se parte de una aseveración geográfica destituida de toda seriedad, y más propiamenteobra de pura invención. La bahía San Sebastián, que es enorme, está toda ella al oriente delmeridiano 68º 34’, de tal suerte que el fondo de ella, que es el punto que más se acerca aaquella línea dista en las altas mareas cerca de cinco kilómetros. En esa parte, la playa forma unbanco de arena y cascajo de una grande extensión, muy inadecuado para todo trafico. La mareaademás tiene allí grande intensidad; y si la pleamar alcanza hasta cerca de cinco kilómetros delmeridiano referido, la baja mar deja descubierta una extensa porción de aquel banco.En los primeros meses de 1892 debía iniciarse la demarcación de la Tierra del Fuego conarreglo a esa interpretación, es decir tomando por punto inicial el cabo de Espíritu Santo.Este trabajo fue encomendado a una subcomisión mixta dirigida por don Vicente MerinoJarpa, por parte de Chile, y por don Valentín Virasoro por parte de la República Argentina.Trasladados estos al terreno, se suscitó una dificultad.El señor Virasoro promovió cuestión sobre cual de tres pequeños promontorios o cerros queallí se levantaban debía ser considerado de cabo de Espíritu Santo, y el punto de partida de lademarcación, pretendiendo que se eligiera como tal el más occidental de los tres, y buscandocon esto un miserable aumento territorial. Como no fuera posible acceder a esa extrañaexigencia no se hizo nada aquel año; y fue necesario fijar una regla más precisa de delimita-ción que vino a quedar establecida en el protocolo de 1893.

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reemplazante esa misma tarde al señor don Valentín Virasoro. Aunque esteanunció que estaría en Chile en octubre siguiente solo llegó a Santiago tresmeses mças tarde en los primeros días de enero de 1893. Inició este su misiónprovocando en la primera conferencia una cuestión por todos motivos inespe-rada. Pedía la revisión del hito que en abril del año anterior se había fijado enel paso de San Francisco, a proposición, como queda dicho, del señor peritoargentino y con la aprobación de su Gobierno. El señor Virasoro no sosteníaque el hito se hubiera fijado en otro punto que el convenido, sino que esepunto no estaba en la cordillera de los Andes. En un informe que por pedidode nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores le di en 8 de septiembre de1900 hice una relación sumaria pero suficientemente clara de este incidente,pero en el archivo de la comision de límites debe existir un proyecto de actade las conferencias en que discutimos este punto y allí están consignadas laspoderosas razones que yo tenía para no aceptar la revisión de aquel hito. Estaacta no alcanzó a firmarse según se verá luego.

Por lo que respecta a la demarcacion de límites en la cordillera, el señorVirasoro sin sostener que el tratado de 1881 no había establecido que ladivisoria de las aguas era la línea fronteriza, trataba de demostrarme que eseprincipio de demarcación ofrecía muchos inconvenientes, y que ofrecia mayo-res ventajas el de buscar en la cordillera los picos mas elevados, unirlos entresí por líneas geográficas, y construir así la línea divisoria. Por mi parte, yosostuve y desarrollé largamente las mismas razones que en favor de la regla dedemarcación establecida por el tratado de 1881 había alegado en las confe-rencias anteriores, en mis comunicaciones con los peritos argentinos y en laspublicaciones que he dado a luz sobre la cuestión. Demostré al señor Virasoroque el sistema de demarcación que proponía no sólo era contrario a lostratados, a los buenos principios de geografía y a las reglas del derecho inter-nacional y orígen seguro de contradicciones y de litigios en cada punto que setratara de demarcar sino que era irrealizable en la práctica. Le demostré,además, que si fuera posible esa operación y si en toda la extensión de lacordillera se habian de buscar los picos mas elevados para hacer pasar la líneafronteriza, sería en realidad la República Argentina seguramente perjudicadaporque al lado mas oriental de la cordillera, y a mucha distancia de lo quepodría llamarse su eje, se levantaban picos y aún cadenas de una grandeelevación. Como el señor Virasoro me objetara contra el tratado de 1881 queeste no habría debido dar reglas de demarcación en toda la prolongación deuna cordillera de la cual una gran porcion era casi absolutamente desconoci-da, y en que podían hallarse accidentes que no se habían previsto y que noera posible preveer, le contesté que ese tratado se había puesto en todos los

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casos dando una regla que había de solucionar cualquiera dificultad, que entoda la prolongación de la frontera habia divisoria de aguas entre las que vanal Pacífico y las que fluyen al Atlántico, y que en los casos en que por labifurcación de las montañas se suscitaran dudas, se buscaría para resolverlasla línea divisoria de las aguas.

Poco tiempo después del arribo del señor Virasoro llegaba a Chile el señordon Norberto Quirno Costa con el carácter de ministro plenipotenciario de laRepública Argentina, y se decía animado del propósito de hacer adelantar lostrabajos de demarcación, sin expresar claramente un arbitrio para hacer cesarlas dificultades que la embarazaban. Tuvo sobre estos asuntos algunas confe-rencias con el señor don Isidoro Errázuriz Ministro a la sazon de RelacionesExteriores de Chile, sin que se llegara a nada determinado. El señor Errázuriz,aunque inteligente y apto para entender la cuestión, no prestaba atencion asu estudio, y creía que ella se podía solucionar más que por principios oreglas de carácter geográfico por combinaciones diplomáticas. Hablando con-migo sobre este particular, me dijo que no veía inconveniente para acceder ala revisión del hito de San Francisco, y que el gobierno estaba dispuesto aacordarla, creyendo que mediante esta concesión se podría llegar a un arregloque facilitara la marcha regular de los trabajos de demarcación. El señorErrázuriz había hecho esta misma delaración al señor Quirno Costa, de talsuerte que mi resistencia a la revisión del hito de San Francisco, resistenciaque yo había sostenido con inquebrantable obstinación, quedaba desautoriza-da por mi Gobierno. Estuve entonces a punto de abandonar el puesto deperito, que me causaba tantos desagrados, y esta última contradicción, y no lohice cediendo a las instancias de algunos amigos, que veían mayores males demi separación.

Despues de varias conferencias con los señores Quirno Costa y Virasoro,llegamos a acuerdo sobre varios puntos, y se convino en levantar un actapericial en que se consignarían esos acuerdos, que en ningun caso podríansalir de las prescripciones o reglas establecidas por el tratado de 1881. Aun-que esos acuerdos eran tomados por los peritos, el señor Quirno Costa expusoque debiendo esa acta solucionar todas las dificultades existentes conveníadarle la mayor solemnidad posible, y para ello proponía que fuera suscritatambien por él y por el señor Ministro de Relaciones Exteriores de Chilecomo altos representantes de los dos países. El señor Errázuriz aceptó estaidea en la inteligencia de que la firma de los ministros no quitaba a aqueldocumento el carácter de acta de acuerdo de los peritos.

El 13 de marzo (1893) nos reunimos en la sala de despacho del Ministeriode Relaciones Exteriores. Estaban allí el señor Errázuriz como Ministro de

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Chile, y los señores Quirno Costa y Virasoro como representantes argentinos.Yo presenté redactado un proyecto de acta que después de prolija discusión yde modificaciones de accidentes, quedó convenido. Declarábase en él queestando estipulado por el tratado de 1881 que la línea de limites en toda laextensión de la cordillera pasaría por las cumbres mas elevadas que dividanlas aguas, y por entre las vertientes que se desprenden a un lado y al otro, losingenieros demarcadores tendrían ese principio por norma invariable de susprocedimientos y que a él se someterian tambien los peritos al dar sus instruc-ciones. En otra parte del acta se decía que el deber de los ingenieros demarca-dores era buscar la línea divisoria de las aguas para erigir allí los hitos dedelimitación. El acta, como el tratado, preveía que en la marcha de los traba-jos no podía presentarse más que una sola dificultad y esto cuando no fueseperfectamente clara la línea divisoria de las aguas en cuyo caso los ingenierosdemarcadores debian empeñarse en descubrir en el terreno esta condicióngeográfica de la demarcación. Se declaraba ademas allí que así como Chile nopretendía puertos en el Atlántico, la República Argentina no pretendía tener-los en el Pacífico, desautorizando así los escritos y los mapas que se habianpublicado en Buenos Aires asignando a esa República varias porciones decosta (ocho según uno de sus mapas de que es autor y dibujante un señorDuclout en el territorio de Chile entre los grados 41 y 52 de latitud austral. Sefijaba un punto preciso, para iniciar la demarcación en la Tierra del Fuego.Por fin, se determinó que se hiciera un nuevo reconocimiento del terreno enque se había establecido el hito de San Francisco por cuanto el señor Virasorodecía que no podia sancionar sin él el acta de erección levantada por losingenieros demarcadores en abril anterior. Leída el acta que se había forma-do en borrador para consignar estos acuerdos, fue aprobada por todos lospresentes; y el señor Errázuriz mandó sacar dos copias para que fuera firmadaen mismo día. Las cuatro personas que habíamos intervenido en este arregloquedamos en la sala del señor ministro en amistosa conversación, felicitándo-nos mutuamente por haber arribado a una solución que podía considerarsesatisfactoria.

Sin embargo, cuando unas horas más tarde se trajeron las copias en limpioque debían firmarse, el señor Errázuriz expresó que él no podía hacerlo por-que tenía que consultar al Exmo. señor Presidente de la República y a losotros señores ministros, todos los cuales se hallaban en Valparaíso. Aquellainesperada resistencia nos desazonó a todos; pero todas nuestras representa-ciones fueron ineficaces para hacer desistir al señor Errázuriz, que declarabasin embargo que el acuerdo merecía toda su aprobación, y que no dudabaque en dos días más quedaría todo terminado. A pesar de esta contrariedad,

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todos nos separamos de la conferencia en los mejores términos, y aun pasa-mos al Club de la Unión, donde se nos sirvió champagne (pedido no sé si porel señor Errázuriz o por los representantes argentinos) para celebrar efusiva-mente un arreglo, que según se decía, era una expresión de buena armonía yde cordialidad. El señor Errázuriz y yo nos trasladamos a Valparaíso: él en lamisma tarde y yo en la mañana siguiente.

El 11 de marzo, poco después de medio día se celebró en esa ciudad, en lasala del Exmo. señor Presidente, y presidido por éste un Consejo de Ministros.Según mis recuerdos, solo estaban presentes los señores Barros Luco, MacIver, del Campo y Errázuriz. Después que yo dí lectura al proyecto de acta quehabía quedado por firmarse, el señor Errázuriz expuso que él se había resisti-do a suscribirlo porque veía en los procedimientos de los representantes ar-gentinos algo o mucho que le inspiraba los más serios recelos, y que temíaque las declaraciones de que no pretendían puertos en el Pacífico y de quereconocían el principio de la divisoria de las aguas como la norma invariablede la demarcación, envolvieren algún propósito caviloso para suscitar mástarde nuevas dificultades. El señor Errázuriz no objetaba punto alguno deter-minado del acta en cuestión, y sus observaciones eran generales y fruto deimpresiones más que de haber examinado el asunto. Después de leerse nueva-mente aquel documento, se le objetó que cualesquiera que fuesen los propósi-tos ocultos que habían inspirado esas declaraciones era el hecho que ellascontribuían a solucionar las dificultades pendientes y eran favorables para lamarcha regular de la demarcación con arreglo a los tratados. En consecuen-cia, y habiendo mediado una corta conversación amistosa más bien que unaconferencia de ministros, se resolvió que el acta aquella debía firmarse sinmodificación alguna y cuanto antes posible para hacer cesar la inquietud delos ánimos que comenzaban a dejarse ver en la prensa de uno y de otro país.

Pero se había perdido la ocasión de llegar a un resultado El día siguientecuando busqué en Santiago a los señores Quirno Costa y Virasoro para darlescuenta de la aprobación que había merecido el acta de 10 de marzo y parapedirles que la firmáramos, me contestaron que vista la resolución del señorErrázuriz de consultar previamente al Presidente de Chile, ellos habían deter-minado consultar también a su Gobierno, y que al efecto habían transmitido aBuenos Aires aquel documento por la vía telegráfica. Durante tres o cuatrodias se esperaba con cierto interés el desenlace de este incidente. Aunque enChile se había dado publicidad a esa acta, los acuerdos consignados en ellaeran más o menos perfectamente conocidos, y la opinión se mostraba muyfavorable a un arreglo que creía destinado a poner término a las dificultadespendientes. El señor Errázuriz, por su parte, no disimulaba su desazón por no

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haber firmado el acta, cuyas declaraciones por el hecho de ser suscritas porlos peritos tenían un carácter resolutivo.

Por las comunicaciones telegráficas de los diarios se supo luego que enBuenos Aires se había celebrado un Consejo de Ministros y luego una reunióna que por orden del Gobierno fueron citados algunos personajes de más omenos notoriedad. Allí fue desaprobada el acta de 13 de marzo, por cuantoella resolvía los puntos en debate en el sentido que sostenía el perito chileno.Se acordó además llamar inmediatamente a Buenos Aires al señor Virasoropara que fuese a dar explicaciones de su conducta. En cumplimiento de esaorden este se ponía apresuradamente en viaje.

Como es fácil comprender, los acuerdos tomados en Buenos Aires en esaemergencia fueron estrictamente reservados. Sin embargo dos años más tardepublicaba en esa ciudad el señor don O. Magnasco un opúsculo sobre lacuestión de límites con Chile, y allí, en las páginas 34 y 35, dio a luz las nuevasinstrucciones que en aquella ocasión se dieron a los señores Quirno Costa yVirasoro para proseguir en las gestiones en que estaban empeñados8. Esasinstrucciones, a las cuales se les había dado el título de “Bases francas y amis-tosas”, importaban la aspiración a la violación audaz y absoluta del tratado de1881, y parecían además preparadas para producir dificultades, complicacio-nes y enredos en cada paso de la demarcación. Casi estoy tentado a creer queesas llamadas instrucciones son apócrifas, porque se me hace difícil creer queel Gobierno de Buenos Aires, aún en el orden de ideas que trataba de impo-ner, hubiera revestido de carácter oficial, a un factum de aquellas condicio-nes. Por lo demás, aunque los señores Quirno Costa y Virasoro siguierongestionando mediante proposiciones dirigidas a modificar el tratado, tuvieronel buen juicio de desentenderse de aquellas instrucciones, cuya autenticidadme parece muy dudosa.

El señor Virasoro estuvo de vuelta en Chile antes de mediados de abril9.Aunque lo vi en tres o cuatro ocasiones guardaba conmigo estudiada reservasobre el resultado de viaje, y evadía toda conversación sobre el acta que debía-mos haber firmado el 13 de marzo. En cambio de esto el señor Quirno Costacelebró varias conferencias con el señor Errázuriz sin que yo tuviera el menorconocimiento de ellas. Por fin, el 15 de abril fui citado por este último a la sala

8 Estas instrucciones están reproducidas en varias publicaciones chilenas. Véase el Estudio técni-co (Santiago, 1895) por don Alejandro Bertrand, en la nota de la página 116, y mi Exposición(Santiago, 1899) p.46.

9 En los diarios de la época, que no he podido consultar al escribir estos apuntes, se hallan lasfechas precisas de algunos de estos accidentes, como la partida y regreso del señor Virasoro.

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del ministerio, sin que se me indicara el objeto para que se me llamaba. Allíhallé reunidos con el señor Ministro a los señores Quirno Costa y Virasoro. Elseñor Errázuriz expuso que el señor Virasoro comunicaba que el gobiernoargentino encontraba buena en general el acta formulada el 13 de marzo, peroque pedía que en ella se hicieran estas tres declaraciones. 1ª. Revisión del hitode San Francisco para trasladarlo a otro lugar en caso que se hallase que noestaba ubicado con arreglo a los principios geográficos establecidos por el trata-do de 1881; 2ª. Limitación a una milla en el ancho de la faja de terreno de lacosta de los canales en las cercanías del grado 52; 3ª. La facultad de cortar ríos yvalles siempre que estos se hallaren en la prolongación de una línea de límitescuyas condiciones geográficas se expresaban solo en términos vagos en que noera difícil ver desde el primer momento, el origen de contradicciones y delitigios casi en cada río y en cada valle. Se pretendía entonces que estas modifi-caciones fueran consignadas en una acta de los peritos que suscribirían tambiénel señor Ministro de Relaciones Exteriores de Chile y el señor Ministro plenipo-tenciario de la República Argentina. Solo después de aquella conferencia, y porlos motivos que expondremos, solicitaron los representantes argentinos que sediera carácter diplomático al arreglo que se buscaba.

Invitado a dar mi opinión sobre estas proposiciones, yo expuse sobre laprimera de ellas que aunque el hito de San Francisco fue fijado en ese sitio apetición del señor perito argentino don Octavio Pico, hecha en 24 de abril de1890, señalándolo como “un punto de la frontera entre Chile y la RepúblicaArgentina” (son sus propias palabras), y reiterada en febrero de 1892, segúninstrucciones de su Gobierno, y que aunque consideraba contrario a la serie-dad con que debía llevarse a cabo la demarcación el hecho de volver sobre lostrabajos efectuados en virtud de acuerdos regulares y definitivos, y que aun-que una revisión de esa naturaleza envolvía el peligro de que más adelante serepitiesen gestiones de la misma clase, embarazando y haciendo interminablela tarea confiada a los peritos, quería dar una prueba de cordialidad desistien-do de la resistencia que antes había opuesto a esta nueva operación. Por másinconvenientes que yo hallara a esta concesión, yo no habría podido seguirresistiéndola, porque el señor Errázuriz la tenía aceptada y convenida de pala-bra desde el mes anterior con el señor Quirno Costa. Por lo demás, la mismaexploración ejecutada en marzo y abril de 1892 por la comisión mixta demar-cadora para fijar aquel hito había comprobado que el paso de San Franciscoera “un punto de la frontera entre Chile y la República Argentina”, como contanta insistencia sostenía el perito de este último país señor Pico, de maneraque la revisión, o en último caso el fallo de un árbitro vendría a demostrarque el hito no debía removerse.

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Por lo que respecta a los otros dos puntos mi respuesta fue también inme-diata pero absolutamente adversa a aquellas proposiciones. Expuse que ellasimportaban no una aclaración sino una mo dificación abierta del tratado delímites de 1881, modificación que a los peritos no les era dado ejecutar, pues-to que sus poderes y facultades se reducían a dar fiel cumplimiento a esepacto. Haciendo además notar los inconvenientes y peligros que ofrecía lamodificación propuesta dado caso que se cometiera el error de aceptarla,repetí allí las mismas razones que de palabra y por escrito había dado antes endiversas ocasiones a los señores Pico y Virasoro, que se habían sucedido en elcargo de perito por parte de la República Argentina, para sostener el mante-nimiento de los principios y reglas establecidas en aquel tratado. “La razónque tuvieron los negociadores, decía yo, para tomar como límite la líneadivisoria de las aguas es la misma que recomiendan los buenos principios degeografía y de derecho internacional. Es esa en efecto, una línea única, fácilde definir, de hallar en el terreno y de demarcar por la naturaleza misma, y nosujeta a ambigüedades y a errores. Abandonar esa línea clara y perceptible a lamás superficial inspección del terreno para adoptar otra que no puede deter-minarse con igual precisión, y que ni siquiera se ha podido darla a conocerpor una fórmula clara y comprensiva que no se preste a ambigüedades y a lasencontradas interpretaciones, es crear una situación imposible a los trabajosde demarcación, puesto que cada día en el origen de cada río y de cada vallese suscitarán dificultades y contradicciones que no habrá como resolver porun principio fijo e invariable”. Expresé en consecuencia en ningún caso firma-ría yo una acta por la cual se aceptasen tales modificaciones, no solo por serextrañas a las facultades de los peritos sino por considerarlas perjudiciales entodo sentido.

El señor Errázuriz fue el primero que replicó a mis observaciones en térmi-nos que por la gravedad del caso se quedaron fijos en mi memoria, y puedorepetir casi textualmente: “Vamos por partes, dijo. Los señores (refiriéndose alos dos representantes argentinos) hacen una declaración que el pueblo chile-no recibirá con contento y como un signo de paz y de buena armonía asegu-rando que no pretenden puertos en el Pacífico. Es razonable que nosotroscorrespondamos a sus buenos propósitos accediendo a las proposiciones quehan hecho, y a que no hallo los inconvenientes que señala el señor perito”.

No necesito decir con cuánta y cuán penosa extrañeza oí estas palabras deboca de nuestro Ministro de Relaciones Exteriores. Mi situación era muyembarazosa, hallándome en aquella conferencia solo contra tres, y siendouno de estos nuestro propio Ministro encargado de defender los intereses yla dignidad de Chile, y por esto mismo mi jefe jerárquico. Sin embargo,

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afianzado por la razón de la causa que sostenía, me mantuve inquebrantableen mi opinión. Contestando al señor Ministro le dije que la resistencia queyo oponía a la aceptación de las proposiciones argentinas no nacía del pro-pósito de obtener tal o cual porción de territorio o de impedir que la otraparte entrara en posesión de este o del otro valle que correspondía a Chile,sino de la necesidad de mantener una línea de límites que prescribiera unademarcación práctica y equitativa, y de evitar una modificación del tratadoque pretendía establecer una regla que en cada punto debería dar origen acuestiones y complicaciones sobre su inteligencia y su aplicación, sin quehubiera medio de solucionarlas. Agregué que era posible que el pueblochileno, que no se había preocupado mucho de estos asuntos que muy pocaspersonas habían estudiado, recibiese con contento el arreglo que se propo-nía, creyendo ver en él una manifestación de paz y de concordia; pero quecuando se iniciaran los trabajos y viera surgir el semillero de pleitos a que éldaría origen entonces execraría a los hombres de estado que hubieran con-tribuido a la celebración de un pacto del cual no podía esperarse beneficioalguno. Por lo que respecta a la declaración argentina respecto a las preten-siones a puertos en el Pacífico yo dije al señor Errázuriz que ella no teníaimportancia alguna, que las tales pretensiones, que sólo se habían anuncia-do en escritos o mapas sin valor ni importancia, eran inaceptables y absurdasante el tratado de 1881; y que si se suscitara cuestión sobre este punto, yhubiera de llevarse ante un árbitro no había juez alguno dotado de medianarazón que no considerase tales pretensiones como la mayor de las insensate-ces.

El señor Quirno Costa se empeñó no en sostener la razón o ventaja delproyectado acuerdo cuanto en persuadirme de que su aceptación entraba enlas atribuciones y facultades de los peritos. Yo le repliqué que si, contra elparecer que yo había dado con tanta claridad, consentía el gobierno de Chileen la modificación propuesta del tratado de 1881, entonces se me podríaexigir que en las actas periciales o en las instrucciones que se dieran a losingenieros demarcadores me apartase de la norma de procedimientos que meestaba impuesta por aquel pacto. El señor Quirno Costa tentó todavía unnuevo esfuerzo para hacerme desistir mi resistencia. “Seamos francos, dijo. Niyo ni mi compañero (señalando al señor Virasoro) tenemos en nuestro paísautoridad moral para imponer nuestras afirmaciones o modificar en manerala de los hombres que dirigen los negocios públicos. La situación del señorBarros Arana es bien diferente. En Chile nadie se preocupa de estas cuestio-nes porque todo el mundo tiene plena confianza en los hombres que lasdirigen. El señor Barros Arana goza de tal prestigio en la opinión que lo que

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él resuelva será hallado bueno en todas partes. En sus manos está, pues, elresolver este negocio y cimentar la cordialidad”. Estas palabras, que sólo ha-brían podido dirigirse a un insensato lleno de vanidad y que por esto mismoyo no podía recibir si no como una ofensa, me causaron una viva molestia;pero dominé mi desagrado, y me limité a contestar que yo no tenía tal autori-dad en la opinión de mi país, bastante ilustrada para juzgar con acierto ennegocios de este orden; pero aunque la tuviera no se podía exigir que yo laempleara en procurar a mi patria todos los males que consideraba consiguien-tes a la aceptación de esas propuestas.

La conferencia se terminó con formas corteses, pero con notable desabri-miento por parte de los representantes argentinos. Expresaron éstos que vistami obstinación, ellos no podían hacer las declaraciones en que habían conve-nido el 13 de marzo. Yo contesté que en realidad esas declaraciones no erannecesarias, desde que los derechos respectivos de las dos Repúblicas estabanamparados por el tratado de 1881, y desde que éste disponía que todas lasdificultades que se suscitaren en su cumplimiento serían resueltas por el falloarbitral del gobierno de una nación amiga de ambas.

Yo llegué a persuadirme de que las proposiciones argentinas quedaban des-echadas, y que no tendría que volver a dar opinión acerca de ellas. Sin embar-go el día siguiente recibí una carta del Excmo. señor presidente en que meinvitaba a la sala de su despacho. Se celebró allí un consejo de ministros. Elseñor Errázuriz expuso que el señor plenipotenciario de la República Argenti-na le había presentado una proposición concreta a que dio lectura. No latengo a la vista porque entonces no tomé copia de ella, y porque después seme dijo que había sido retirada por su autor, sin que se dejara constancia enel Ministerio. Recuerdo sí precisamente que comenzaba con las mismas pala-bras del acta elaborada el 13 de marzo, esto es declarando que estando esta-blecido por el tratado de 1881 que la línea fronteriza correría por las cumbresmás elevadas que dividan las aguas y por entre las vertientes que se despren-den para un lado y para otro, los demarcadores tendrían ese principio pornorma invariable de sus procedimientos. En consecuencia, se agregaba, si enel curso de la demarcación esa línea encontrase ríos que la cruzasen, esos ríosserían cortados, y cortados por lo tanto, los valles que ellos formasen. Laproposición era perfectamente contradictoria entre su primera y su segundacláusula, pues al paso que aquella establecía la divisoria de aguas como líneafronteriza, ésta, es decir la segunda, establecía lo contrario. Pero, además,aquella proposición no fijaba, ni podía fijar con correcta precisión cuandosería llegado el caso de cortar ríos y valles, todo lo cual dejaba prever unsemillero de interminables litigios.

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Como el Excmo. señor presidente me pidiera mi parecer sobre aquellaproposición, yo repetí con mayor detenimiento todavía las observaciones queel día anterior había expuesto en la sala del señor Ministro de RelacionesExteriores contra toda modificación del principio capital del tratado de lími-tes, e hice valer contra ella y contra la forma de que estaba revestida lasobservaciones que he apuntado más arriba. No hubo necesidad de debate, ydespués de una media hora escasa de simple conversación sobre estos asuntos,la proposición aludida fue rechazada por unanimidad. El señor Errázuriz, quehabía reconocido los inconvenientes que ella ofrecía, no hizo esfuerzo algunopara defenderla.

Pocos días más tarde se verificó en Chile un cambio de ministerio porocurrencias de la política interna. Del gabinete cesante sólo el señor Errázurizentró a formar parte del nuevo y esto en el carácter de ministro de guerra ymarina; pero como se le juzgara conocedor de los asuntos de límites en quehabía comenzado a entender, se le confió por un decreto especial la comisiónde seguir entendiendo en las gestiones iniciadas. Continuáronse éstas sin queyo tuviera la menor ingerencia, y sin que por entonces se me diera noticiaalguna de lo que se trataba. El señor Quirno Costa, representando al señorErrázuriz que vista la resistencia del perito de Chile a suscribir el arreglopropuesto era necesario dar a éste el carácter de un acuerdo diplomático,había representado que mi intervención había dejado de ser necesaria en lanegociación; el señor Errázuriz, aceptando al parecer esta observación y lapretensión que envolvía, convino en que yo no tomaría parte alguna en lasconferencias. Sólo después supe en globo lo que había ocurrido en ellas. Elseñor Errázuriz, que en un momento había mostrado cierta aquiescencia a laproposición argentina, conocía ahora todos los inconvenientes de ésta, y com-prendía que la adopción general de una regla que se apartara del principiofijo y claro de la divisoria de aguas creaba una situación indeterminada y seriael origen de miles de dificultades, de contradicciones y de litigios. El señorErrázuriz, reservándose en todo caso el derecho de consultar al Presidente dela República y a los otros Ministros, expuso que, no tratándose propiamentepor parte de Chile de mayor o menor extensión de territorio disputandoporciones que no podían ser considerables, él podría proponer a sus colegasuna modificación del principio de la división de las aguas siempre de unpunto determinado, y como una simple excepción, debiendo señalarse confijeza y exactitud en el convenio que se celebrara, el nombre, la ubicación, yen lo posible la extensión del punto de que se trataba, para evitar toda ambi-güedad y hacer practica la demarcación como se quería hacerlo en toda lalínea de frontera conservando la regla que se había convenido en considerar

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como “norma invariable”. El señor plenipotenciario argentino, después deconsultar a su Gobierno por la vía telegráfica, insistió en su primera proposi-ción, dándole, sin embargo, una nueva forma que en cierto modo velaba susentido y alcance.

El 25 de abril fui citado otra vez a la sala del despacho del Excmo. señorPresidente, donde celebraban consejo los nuevos ministros. El señor Errázurizcomenzó por leer la nueva proposición argentina. Por los mismos motivos quehe recordado al hablar de la primera no tengo a la mano el texto de estasegunda. Recuerdo sí que esta era mucho menos franca y explícita en laindicación del propósito que la inspiraba, y según lo que ella expresaba, y másaun según la explicación que dio el señor Errázuriz, repitiendo lo que habíaoído en sus conferencias con los representantes argentinos, la línea limítrofeque tenía una dirección general de norte a sur, podría cortar ríos y vallescuando por encontrarlos en curso no podía dejar de hacerlo sin darle in-flexiones que modificasen aquellas direcciones.

El Excmo. señor Presidente me pidió entonces mi dictamen sobre aquellaproposición. Yo expuse que aunque revestida de una nueva forma, y menosclara en su propósito, era igual en el fondo a la que el Ministerio anteriorhabía rechazado diez días antes, por unanimidad. Con este motivo repetí losinconvenientes de todo orden que ofrecía el abandonar una línea de límitesclara y determinada, que no daba lugar a errores ni ambigüedades, por otraque no estaba fundada en principios rigurosos y que ni siquiera se podíadefinir en términos claros y precisos en que no diesen lugar a litigios y com-plicaciones en la demarcación sobre el terreno. Presumiendo que pudieratener necesidad de añadir medios gráficos de demostraciones de las ventajasque ofrecía la línea establecida por el tratado de 1881, había llevado algunosmapas de ciertas secciones de la cordillera, y otros de cadenas de montañas deotras regiones, en que, como sucede en los Vosges, se ha trazado la líneafronteriza entre dos estados según la divisoria de las aguas. En vista de esosmapas demostré que una línea fundada en este principio a que los geógrafosdan frecuentemente el nombre de línea anticlinal, podía tener una direccióngeneral; pero que por la naturaleza misma, esto es por los variados accidentesde las montañas, debe experimentar continuas inflexiones, pues así como acada paso cambia de altitud, cambia igualmente de azimut. Establecer que lalínea limítrofe de que se trataba pudiera cortar valles y ríos cada vez que laanticlinal o divisoria de aguas se apartaba de la dirección general, equivalía apreparar un litigio casi en cada kilómetro. Mi explicación, según creo, fuesuficientemente clara, pero mas que ella fue el examen de esos mapas lo queformó en el ánimo de aquellos un juicio adverso a la proposición que se le

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había presentado. El señor Errázuriz se había limitado a presentarla, y no dijouna palabra para apoyarla en el ánimo de sus colegas.

Solo el señor don Pedro Montt que asistía a este consejo en el carácter deMinistro del Interior intentó defender la proposición argentina. Dijo que noveía en ella la significación y el alcance que yo le atribuía, que a su juicio ellano importaba una modificación sustanciada del tratado de 1881, que en todocaso no valía la pena formar cuestiones internacionales por una pequeñaporción de territorio, probablemente inútil para la industria. Volví a dar nue-va explicación de los hechos antes señalados, agregando que no se trataba detal o cual porción de territorio, que los ejemplos que había aducido en vistade los mapas presentados tenían por objeto de mostrar que una vez abando-nada de un modo u otro la regla natural, clara y fácil de cumplir establecidaen el tratado de 1881, quedaríamos en una especie de caos, y tendríamos encada punto de la demarcación una cuestión que no habría como solucionar.El Excmo. señor Presidente de la República y los señores Ministros don Vicen-te Dávila Larraín, don Alejandro Vial y don Ventura Blanco Vial se pronuncia-ron en este mismo sentido, y después de muy corta discusión la proposiciónargentina fue desechada por unanimidad.

Se arribó entonces a la celebración del protocolo de 1º de mayo de 1893,destinado a confirmar de un modo imperativo las bases fundamentales deltratado de 1881 y a dar ciertas reglas de procedimiento para adelantar lostrabajos de demarcación. No tengo para qué entrar aqui en mayores conside-raciones para explicar el alcance de ese pacto, porque he tratado este puntocon la conveniente prolijidad en el que IV del memorial que di a luz en 1899con el título de “Exposición de los derechos de Chile en el litigio de límitessometido al fallo arbitral de S.M.B.” Esa explicación interpreta fielmente elpensamiento que tuvo el Gobierno de Chile al firmar aquel pacto y así loexpuso al Congreso cuando se trató de obtener la sanción legislativa. Mas aún,a pesar de cuanto se ha escrito después en contrario en la prensa argentina,los representantes de este país no se hacían ni podían hacerse ilusiones sobreel resultado de esta negociación, y aunque aparentando estar satisfechos conese resultado, no podían disimular la desazón consiguiente al fracaso quehabían experimentado. Acusaban al perito chileno de ser el causante de esedesastre, así lo comunicaban a su gobierno, así comenzó a publicarlo luego laprensa argentina, y así continuó publicándolo meses tras meses y años trasaños en diarios, en panfletos y hasta en documentos de carácter oficial comolos memoriales escritos para ser presentados al tribunal arbitral.

Los representantes argentinos sabían indudablemente que en el Consejo deMinistros de Chile había habido uno de estos que había creído aceptable la

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proposición que habían hecho, y no podían persuadirse de que esa proposi-ción había sido desechada con o sin el dictamen del perito chileno, pues losinconvenientes y peligros que ella envolvía no podían ocultarse a ningúnhombre de algún discernimiento.

El señor Quirno Costa había pedido empeñosamente que el protocolo de1º de mayo se mantuviese reservado hasta que obtuviese la sanción en losCongresos de los dos países. Pero en la elaboración de ese pacto habíanintervenido en Chile más o menos directamente muchas personas y, si sutexto literal no era conocido, sus disposiciones no eran un misterio paranadie. La prensa dio noticia de ellas con bastante exactitud. En Buenos Airesno sucedía lo mismo. Los negociadores argentinos pretendían hacer creerque habian obtenido un triunfo diplomático, que el principio sostenido por elperito chileno había sido abandonado por su Gobierno, y que el tratado de1881 había sido modificado en su base principal. Este extravío de la opiniónse mantuvo hasta diciembre de 1893. Sancionado entonces por los Congresosrespectivos el protocolo fue publicado con uno o dos días de diferencia enuno y otro país. La prensa de Buenos Aires lo saludó como una expresión depaz y de concordia, pero declaró al mismo tiempo que el protocolo no habíaalterado en nada el tratado de 1881, que una simple “amplificación, unaperífrasis” de éste, decía un diario, que “conserva y consagra, decía otro, laplena observancia de las reglas impuestas por el mencionado tratado para lafijación del límite”. “Habiase anunciado, se decía, que el protocolo disponíael cruzamiento de los ríos y arroyos que encontrase la línea de las altas cum-bres divisorias de las aguas en su prolongación sobre los valles formados porla fractura de la cordillera. Esta estipulación no ha sido consignada perento-riamente”. Ninguno de los numerosos órganos de publicidad de aquel país seavanzó en esa época a insinuar siquiera que el protocolo hubiera modificadoen lo menor los principios de demarcación establecidos por el tratado de1881.

He referido estos hechos en el presente memorandum con más extensión ycon más prolijos incidentes que los que parece merecer el asunto porqueestos mismos hechos han sido contados con gran infidelidad en el alegatopresentado por parte de la República Argentina al tribunal arbitral de Lon-dres. He consignado sinceramente mis recuerdos indelebles en todos esosincidentes, y sin hacer caso de documentos o pretendidos documentos que entodo o en parte parecen preparados post facto para fundar aquella versióninfiel. Por lo demás, yo consigné aunque en forma más sumaria, estos mismoshechos en dos informes dados al Ministerio de Relaciones Exteriores en 4 deagosto y en 8 de septiembre de 1900 a pedido de la comisión encargada de

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defender los derechos de Chile en este litigio, y en otro dirigido a esta mismacon fecha de 26 de diciembre del mismo. Esos informes tenían por objetodesautorizar franca y abiertamente la exposición consignada en aquel alegato.El último de esos informes se refería principalmente a un punto que puedellamarse personal; que me toca casi exclusivamente. Se dice allí que en elcurso de las negociaciones de 1893 yo convine alguna vez o me manifestédispuesto a convenir en que se aceptara la proposición argentina tendente amodificar la base principal del tratado de 1881. Me creí en la necesidad y enel deber de desautorizar en lo absoluto tales aseveraciones. En los nueve añosque desempeñé el cargo de perito cambié muchas comunicaciones oficiales oconfidenciales con los cuatro señores peritos argentinos que se sucedieronuno en pos de otro; los ingenieros demarcadores chilenos que estaban bajomis órdenes cambiaron muchas otras con los ingenieros argentinos; di nume-rosos informes a nuestro Gobierno, y me comuniqué por escrito centenaresde veces con mis subalternos. En todas esas comunicaciones no se encontraráuna frase, una línea, una palabra siquiera que indique que hubo un solomomento en que yo manifesté la menor vacilación en el sostenimiento delprincipio de la divisoria de las aguas establecido por el tratado de 1881, y queyo consideraba el único medio de hacer práctica la demarcación de límites.Pero se dice que mi asentimiento a la modificación de aquel pacto fue verbal,o más bien que de ciertas palabras que se me atribuyen podría deducirse queyo convenía en ellas. Es incomprensible que en una exposición que debíarevestir el carácter de la mayor seriedad se hagan alegaciones de esta claseque no descansan en ninguna comprobación, y que además son contradicto-rias con la actitud que yo asumía en todas mis comunicaciones con mis con-tendores, en todas las conferencias que tuve con ellos, en las actas de nuestrosacuerdos y en las publicaciones que me vi en el caso de hacer.

En los primeros días de mayo de 1893, apenas firmado el protocolo referi-do, presenté al señor Virasoro un proyecto formulado en doce artículos de lasinstrucciones que debían darse a los ingenieros encargados de la demarcaciónen la cordillera. El señor Virasoro me dijo que estando entonces para regresara Buenos Aires no tenía tiempo para estudiarlo; y convinimos en que lo lleva-ría consigo, y a su vuelta, que, según anunciaba, debía efectuarse en octubresiguiente, les daría su aprobación o propondría las modificaciones que juzga-se conveniente. Antes de esa época el señor Virasoro renunció al cargo deperito, y en su reemplazo fue nombrado el señor Quirno Costa, que ademásconservaba el cargo de ministro plenipotenciario de la República Argentina.

El señor Quirno Costa llegó a Santiago ese año en los últimos días dediciembre. Desde nuestra primera conferencia se trató de preparar las instruc-

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ciones a que debían sujetarse los ingenieros encargados de operar en la cordi-llera. El señor Quirno Costa me dijo que el proyecto que yo presenté al señorVirasoro había sido examinado atentamente y encontrado muy bueno, y quecon la sola modificación casi sin importancia de algunas palabras, merecía suaprobación. En efecto, los artículos de ambos proyectos eran exactamenteiguales; pero en la parte referente a las “operaciones en el terreno” se habíanintroducido modificaciones al parecer insignificantes, pero en realidad tras-cendentales. Con ese artificio se pretendía por medio de las instrucciones quese diesen a los ingenieros obtener en todo o en parte lo que no se habíapodido conseguir al negociarse el protocolo, es decir apartarlo del principiogeográfico establecido para la demarcación. Después de un debate que nosocupó algunas sesiones y que retardó el arreglo de las instrucciones más dedos días se llegó a una forma que podía considerarse satisfactoria y que fuefirmada con fecha 1º de enero de 189410. El señor Quirno Costa había insisti-do mucho en emplear las palabras “encadenamiento principal de los Andes”,dejando siempre cierta vaguedad e indecisión sobre lo que debía entendersepor ellas, y dando así origen a discusiones tendentes a intentar sacar la delimi-tación del principio establecido por los tratados. Yo no podía rechazar en loabsoluto esas palabras que estaban consignadas en los pactos, pero creí indis-pensable evitar toda ambigüedad, y poner el trabajo de la demarcación delíneas a salvo de ese peligro, dejando al efecto constancia formal del significa-do que yo les atribuía conforme a los principios científicos de geografía, lasreglas de derecho internacional y la letra y el espíritu del tratado que estába-mos encargados de aplicar. “Por encadenamiento principal de los Andes, dije,yo entiendo la línea de cumbres que dividen las aguas que forman la separa-ción de las hoyas hidrográficas tributarias del Atlántico por el oriente y delPacífico por el occidente estableciendo el límite entre los dos países”11. Elseñor Quirno Costa no se atrevió a impugnar esta definición, ni mucho menosa sostener que el tratado de límites no hubiera consignado el principio de ladivisoria de aguas, o que este principio hubiese sido modificado por acuerdosposteriores. Se limitó a pedirme que no consignara esta declaración, apoyan-do esta exigencia en estas dos razones. 1ª. No era necesaria desde que hastaentonces no se había producido dificultad, en la tarea de demarcación, y nisiquiera iniciándose este trabajo; 2ª. Era a los gobiernos y no a los peritos a

10 Tanto mi proyecto de instrucciones como las que fueron sancionadas el 1º de enero de 1894están publicados en el libro citado del señor Bertrand pág. 135-39 de los documentos.

11 Pueden verse los fundamentos de esta definición en mi citada de Exposición de 1899, pág.51--58.

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quienes correspondía iniciádose hacer esta declaración. Yo contesté que elmomento de hacer esa declaración era cabalmente este, es decir al iniciarselos trabajos de demarcación para fijar reglas seguras que evitaran las erradasinterpretaciones que pudieran perturbar esa operación; y que la declaraciónque yo hacía interpretaba fielmente el pensamiento de mi Gobierno, y corres-pondía a los principios que éste había sentado al firmar el tratado de 1881 y elprotocolo de 1893. Mi declaración quedó en consecuencia estampada en elacta de la conferencia en que se extendieron esas instrucciones, y con ellasfue comunicada a los ingenieros encargados de la demarcación. El Ministeriode Relaciones Exteriores, a quien tuve que comunicar esos acuerdos, aprobóexpresamente mi declaración, manifestándome que ella expresaba la inteli-gencia que el Gobierno de Chile daba y había dado siempre a los pactos deque se trataba. Esa declaración, inspirada, como se ve, por un sentimiento delealtad dirigida a manifestar sin ambajes ni disimulo los propósitos del peritochileno y de su Gobierno, causó sin embargo un notorio desagrado a nuestroscontendores12.

Provista de esas instrucciones salió en los primeros días de enero de 1894una subcomisión mixta de ingenieros demarcadores encargada de operar enla cordillera de Colchagua. Esa subcomisión habría podido fijar ese veranodescansadamente diez a doce hitos, pues se operaba en una sección de lamontaña fácilmente accesible, con recursos inmediatos para la alimentaciónde los hombres y de los animales, y con un tiempo enteramente favorable. Sinembargo, los ingenieros argentinos parecían empeñados en demorar la opera-ción. Así fue que cuando hubieron convenido en los puntos en que se debíanfijar los dos primeros hitos objetaron la necesidad de estudiar para establecerla latitud y la longitud, y en esto malgastaron cerca de un mes, tiempo em-

12 Era entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Chile don Ventura Blanco, cuyas opinio-nes en asuntos de política interna eran diversas a las del perito chileno. Conocedor de estacircunstancia, el señor Quirno Costa, en una conversación de confianza, expresó al señorBlanco que era incomprensible que el Gobierno de Chile conservase en un puesto de tantaconfianza como el de perito a un hombre conocidamente desafecto a la política imperante.El señor Quirno Costa anunciaba además que separado el perito chileno, y nombrado otroindividuo en su lugar, cesarían todos inconvenientes y tropiezos que encontraba en su mar-cha la demarcación de límites, y que ésta adelantaría y llegaría a su término con muchaprontitud. Esta gestión, promovida sin darle carácter de una proposición formal, era inspira-da por la idea de que solo el perito chileno estaba empeñado en dar a los tratados suverdadera inteligencia, que ni el gobierno ni el pueblo tenían el menor interés en estacuestión, y que con cualquier otro perito la parte contraria haría lo que se le ocurriese. Casies innecesario decir que el señor Blanco desecho in límine aquella proposición.

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pleado en comunicarse con el señor perito Quirno Costa, que había quedadoen Santiago, y para que éste se comunicase con el Gobierno de Buenos Aires,sin cuyo beneplácito expreso no se quería dar un solo paso en la demarca-ción. Por fin, en los días 8 y 18 de marzo se fijaron los dos primeros hitos dedemarcación, levantándose al efecto las actas correspondientes. En ellas sehacia constar, como razón y fundamento de esta operación, que el lugar elegi-do para ellos era “un punto del encadenamiento principal de los Andes quedividen las aguas”, y que de allí se desprendían los arroyos o vertientes quesurten corriendo en un sentido opuesto entre las regiones hidrográficas tribu-tarias del Atlántico por el oriente y del Pacífico por el occidente. Los mismosingenieros argentinos, como se ve, aceptaban como un principio geográfico ladefinición que el perito chileno había dado al firmar las instrucciones de laspalabras “encadenamiento principal de una montaña”; y hasta 1896 siguieronusando la misma formula en las actas de erección de hitos. Aunque la subco-misión que trabajaba en la cordillera de Colchagua habría podido continuarsus trabajos y erigir otros hitos en el tiempo que quedaba de buena estación.

En los días en que discutíamos las instrucciones de 1º de enero de 1894, ymás aún cuando pude experimentar los injustificados retardos que experi-mentaban los primeros trabajos de demarcación, representé en diversas oca-siones los inconvenientes que veía surgir. Todo aquello creaba o aumentabadesconfianzas y recelos en los dos países, y a producir seguramente antes demucho tiempo un peligroso estado de alarma e imponía gastos crecidos encomisiones que en realidad hacían muy poca cosa, y cuyos trabajos serianinterminables. Con este motivo le renové varias veces, por encargo del Gobier-no, la proposición hecha al señor Uriburu en 1892 para entregar al gobiernode una nación amiga el encargo de efectuar la delimitación con arreglo a lostratados vigentes. El señor Quirno Costa recibía estas proposiciones con undesagrado que no podía disimular, y las excusas que me daba para no admitir-las, o más propiamente para no discutirlas, dejaban ver que sin tener razónalguna de mediano fundamento contra ellas, se las rechazaría obstinadamen-te. Por lo demás, desde que surgieron las primeras dificultades en 1892, nues-tros contendores, con muy poca o con ninguna confianza en la justicia de suspretensiones, hacían todos los esfuerzos imaginables para no ocurrir al arbi-traje, que sin embargo estaba estipulado en cuatro pactos diferentes.

En cumplimiento de lo estipulado respecto a la revisión del hito de SanFrancisco fue en ese mismo verano una subcomisión mixta de ingenieroschilenos y argentinos a reconocer aquella región de la cordillera. Después delos trabajos efectuados allí por cada sección de la subcomisión mixta, se re-unieron ambas el 22 de febrero y continuaron ambas sus trabajos en común

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hasta el 7 de marzo. En este día una acta en que los ingenieros chilenoshacían constar que el hito referido había sido erigido en el portezuelo o pasode San Francisco, que este era, según los principios establecidos en los trata-dos, como lo sostenía con tanta insistencia en 1890 y en 1892 el señor peritoargentino don Octavio Pico, un punto de la frontera entre Chile y la Repúbli-ca Argentina, y que por tanto debía darse por definitivamente aprobada. Losingenieros argentinos, sin adherirse a este parecer, pero sin dar razón algunaen contra de él, solicitaron adelantar los reconocimientos por el lado occiden-tal; y por fin el 14 de marzo, considerando “suficientes los trabajos de estudiosefectuados, los daba por terminados y clausurados los de la presente tempora-da”. En ninguna de las actas levantadas con motivo de estos estudios expusie-ron los ingenieros argentinos los fundamentos que tenían para no reconocerla ubicación del hito de San Francisco como arreglada a los tratados. A suregreso a Santiago el ingeniero jefe de la subcomisión chilena don AníbalContreras, pasó al perito, junto con un plano de la región que acababa de sernuevamente explorada, un informe claro y explicito que demostraba que laoperación practicada allí en 1892 estaba ajustada a los sanos principios degeografía así como a la letra y al espíritu de los pactos vigentes.

Esperaba la vuelta a Chile del señor Quirno Costa (que como lo habíanhecho los otros peritos sus antecesores, regresaba a Buenos Aires al acercarseel invierno) cuando, para discutir este punto, recibí una nota suya escrita enesa capital con fecha 14 de agosto, que me causó la mas extraordinaria sorpre-sa. Deciame en ella que habiendo practicado el nuevo reconocimiento de laregión vecina al paso de San Francisco era llegado el caso de trasladar el hitoen erigido allí a otro sitio que no se señalaba precisamente. En apoyo de estapretensión, el señor Quirno Costa acompañaba su nota de un informe dadopor los ingenieros argentinos que habían hecho el último reconocimiento yde copia de un plano levantado por ellos mismos del portezuelo y de lasserranías cercanas. Si podía parecer singular la pretensión de que se traslada-se el hito sin oír siquiera la opinión de los ingenieros chilenos, era más singu-lar todavía que esa pretensión se apoyase en un mapa y en un informe quedemostraban absolutamente lo contrario de lo que se quería probar. Aunqueel señor Quirno Costa alegaba algunas razones, ellas eran de ningún peso. Enesa estación de invierno en que la cordillera estaba cerrada, la comunicaciónaludida llegó a Chile a mediados de septiembre; y después de examinarlasatentamente, y de examinar de nuevo los antecedentes de esta cuestión, lacontesté con fecha de 27 de este último mes. En ella declaraba absolutamenteinadmisible aquella proposición, demostrando con toda claridad que así elplano o mapa que me acompañaba como el informe del jefe de la subcomi-

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sión argentina eran la mejor y más evidente prueba de que el paso de SanFrancisco era un punto de la frontera entre Chile y la República Argentina(como lo sostenía el señor Pico en 1890 y 1892), que el hito colocado allícumplía con las condiciones exigidas por los tratados vigentes y por los princi-pios más claros de geografía, y que por tanto no había fundamento algunopara removerlo. Mi contestación, aunque envolvía una negativa terminante aaquella pretensión, estaba fundada en argumentos de indiscutible solidez yescrita con toda la moderación conveniente para no dar a la discusión, ni aunante exigencias tan desprovistas de razón, un tono acre que pudiera perturbarla armonía en la prosecución de los trabajos encomendados a los peritos.

El señor Quirno Costa había anunciado que estaría de regreso en Chile enoctubre siguiente para aprovechar la primavera y dar impulso a los trabajos dedemarcación. Sin embargo pasaron tres meses sin que saliera de Buenos Aires.Con fecha de 14 de diciembre me dirigía desde allí una comunicación verda-deramente desatentada en que bajo las apariencias de contestar mi nota deseptiembre, parecía dispuesto a provocar un rompimiento abierto entre losperitos y una suspensión de los trabajos que nos estaban encomendados. Elseñor Quirno Costa, sin limitarse al accidente que había originado ese debate,sostenía, contra los términos claros del tratado de límites, que el gobiernoargentino no había pactado jamás que la divisoria de las aguas fuera la líneafronteriza entre los dos países, y que cuando se le había propuesto por partede Chile ese principio de demarcación, lo había rechazado perentoriamente.Si esta negación inconcebible de las proposiciones más claras del tratado, y delos antecedentes que prepararon su negociación debían producirme unagrande extrañeza, las referencias que allí se hacían a mi persona, por ofensi-vas que se las hubiera querido hacerlas, no podían merecerme otro sentimien-to que el desdén. El señor Quirno Costa me decía entre otras cosas que yohabía fijado reglas y principios que no tenían fundamento, y que los sosteníaen este litigio contra toda razón y contra el espíritu y los propósitos de miGobierno. Según él, el protocolo de 1893 se había estipulado a despecho mío,pues el Gobierno me había apartado de toda intervención en esos arreglos,razón por la cual yo no conocía su espíritu y su alcance. No podía haber másinconveniente que ese y otros pasajes de aquella comunicación que se refe-rían a mi persona sin que directa ni indirectamente hubiera yo dado motivo opretexto para llevar la cuestión a un terreno que todo aconsejaba evitar13.

13 Uno de los empleados de la comisión argentina de límites dijo algunos mas tarde (sic) a uno delos ingenieros chilenos que esa nota fue escrita por don Francisco P. Moreno a quien el señorQuirno Costa, absolutamente extraño a todo estudio de geografía, tenía por consultor y guía.

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Contestar esa nota era facilísimo, tanto que cuanto que la recorrí, formé elpropósito de hacer caso omiso de ella para conservar a lo menos por mi partela dignidad conveniente en el desempeño del encargo que se me tenía confia-do. Pero el señor Quirno Costa estaba para llegar a Chile, y mi nota no lohabría hallado ya en Buenos Aires; y todo me aconsejaba esperar una semana.En efecto, ocho o nueve días después que su nota llegaba a Santiago el señorQuirno Costa y luego celebramos algunas conferencias sobre diversos acciden-tes de escasa importancia, que no daban materia para consignarlas en actas deacuerdo. En la primera de ellas expuse yo que vista la inexplicable lentitudcon que se iba efectuando la demarcación a pesar del empeño que los inge-nieros chilenos ponían para acelerarla y vistas sobre todo las divergenciassuscitada últimamente sobre la inteligencia de los pactos a que debía sujetarseesta operación, era llegado el caso de dar cuenta de todo a nuestros Gobier-nos respectivos para que designasen el árbitro que debía solucionar estasdificultades. El señor Quirno Costa me manifestó que venía dispuesto a acti-var los trabajos de demarcación, que éstos se llevarían a cabo en la mejorarmonía para lo cual estaba resuelto a hacer desaparecer todo motivo dedivergencia, y por fin que estaba seguro de que no habría necesidad de acudiral arbitraje, lo que me agregó, haría honor a los dos países y seria una demos-tración de la armonía y concordia con que querían y proceder.

Pero si estas declaraciones, después de la nota aquella de 14 de diciembrepodían no ser bastantes para desvanecer los recelos que ella hacía nacer, seefectuaron algunos hechos aparentes para restablecer la confianza. Merced amis exigencias, se había decidido que en ese verano (1894-1895) saliesen tressubcomisiones mixtas a operar la demarcación en distintos puntos de la cordi-llera. Es cierto que contra el empeño de los ingenieros chilenos esas subcomi-siones hicieron mucho menos de lo que debía esperarse; es cierto que una deellas no pudo efectuar trabajo alguno efectivo porque el primer ingenieroargentino no se presentó en el terreno durante toda la temporada, y por queel segundo declaró que él no podía hacer nada en ausencia de aquel; pero escierto también que en ese verano se erigieron tres hitos de demarcación, quepara cada uno de ellos se levantó una acta, y que en todas tres se hizo constarque se había elegido ese sitio por estar situado en el encadenamiento princi-pal que divide las aguas, y entre las vertientes o arroyos tales o cuales quefluyen a los lados opuestos. Poco mas tarde (en octubre) en una acta suscritapor los dos peritos el mismo señor Quirno Costa aprobaba la erección de esoshitos, por “estar conforme decía, con el tratado de 1881 y protocolo de 1893”.No se necesitaba más para dejar completamente desautorizada la declaraciónde la nota de 14 de diciembre del año anterior en la cual el señor Quirno

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Costa había pretendido sostener que el principio de la divisoria de las aguasno tenia nada que ver en la demarcación de límites entre Chile y la RepúblicaArgentina.

En esos días se produjo un movimiento periodístico en torno de esta cues-tión que aunque enteramente artificial en su principio, tomó luego un grandesarrollo y provocó la exaltación de los ánimos en uno y otro país. Hastaentonces la prensa se había preocupado muy poco de la cuestión de límites, ylos escritos en que se hablaba de ella con o sin conocimiento de causa, erangeneralmente moderados, tranquilos y conciliadores. Pero en diciembre del894, los diarios de Buenos Aires en su mayor parte, como movidos por unafuerza eléctrica, asumieron repentinamente una actitud belicosa que nadapodía hacer esperar y mucho menos justificar. Esos diarios no hablaban delestado de los trabajos de demarcación ni de los tratados y arreglos a queestaban sujetos, sino que vomitaban fuego contra las pretendidas pretensionesde Chile de echarse, con motivo de una delimitación maliciosa, sobre grandesporciones del territorio argentino. El gran responsable de este atentado, suinstigador y su ejecutor, se decía, era el perito chileno don Diego BarrosArana, porque el Gobierno de este país más por indolencia que por otromotivo lo dejaba hacer lo que quería, y porque el pueblo no manifestaba graninterés por esta cuestión que, por lo demás no entendían. Como demostra-ción irrefragable de su propósito, se hablaba del hito de San Francisco, omi-tiendo por supuesto decir que había sido erigido por exigencia del peritoargentino señor Pico, y que procedía por encargo expreso de su gobierno.Los escritos ardorosos de esos diarios no economizaban los dicterios contra elperito chileno, ni las provocaciones y amenazas contra el gobierno que losostenía.

¿Qué produce esta explosión inesperada de la prensa de Buenos Aires? Lasnoticias que entonces llegaron a Chile revelaban lo siguiente. Servia en lacomisión argentina de limites un oficial de marina llamado don Manuel Do-mecq García. Ignoro qué cargo desempeñaba en ella, y nunca lo vi desempe-ñar función alguna en los trabajos de demarcación ni mostrar que conocía losantecedentes de la cuestión ni interesarse por ella. Recorrió algunas provin-cias de Chile, buscó particularmente relaciones entre los militares y marinosde este país, e hizo un viaje al Perú y a Bolivia. Lo que parecía interesarle eraconocer el estado militar de estos tres países, interés que él explicaba comouna inclinación natural en un hombre de su profesión. En noviembre de 1894partió inesperadamente para Buenos Aires, y regresó a Chile después de másde un mes de ausencia. En ese tiempo, acompañado por otras personas, reco-rrió las oficinas de los diarios de aquella capital para darles cuenta del estado

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de la cuestión de límites, o más propiamente para excitarlos a una accióncomún que debía dar un excelente resultado según sus informes, la opiniónpública en Chile no se preocupaba ni poco ni mucho por esa cuestión, eranmuy pocas las personas que entendían el litigio, y ellas aceptarían cualquiersolución. El gobierno, absorbido por los asuntos de política interior, no que-ría más complicaciones exteriores, y aceptaría sin duda cualquier arreglo enel asunto de límites si no estuviera de por medio el perito don Diego BarrosArana que con una porfiada pertinacia quería imponer el cumplimiento delos tratados tal como él los entendía. Era, por lo tanto, indispensable que laprensa argentina emprendiera una campaña contra Chile o más propiamentecontra el perito chileno, la cual, conducida con actividad y con vigor, induci-ría al Gobierno de este país a cambiar ese funcionario reemplazándolo porotro que no ofreciera resistencias a las exigencias argentinas. Entonces sesupo en Chile que La Nación, el diario del general Mitre, se había negado aentrar en esa campaña. Se supo igualmente que el señor don José E. Uriburu,vice-presidente de la República Argentina, que había entrado al ejercicio delmando supremo, no había aprobado la actitud del señor Domecq Garcia,contándose al efecto que lo había reconvenido y dádole la orden de suspen-der todo trabajo y de regresar prontamente a Chile. El señor Uriburu querepresentaba a la República Argentina en Lima durante la guerra de 1879-1881, y que después había residido en Chile cerca de diez años enteros conigual carácter diplomático, conocía bastante este país, y sabía de sobra que lacampaña emprendida por la prensa de Buenos Aires sería del todo improdu-cente, o más bien contraproducente porque las provocaciones y amenazas nohabían de atemorizar a nadie, y porque la discusión que debía necesariamen-te suscitarse, iba a ilustrar a la opinión chilena y seguramente a sacarla de laapatía con que hasta entonces había mirado esta cuestión.

La prensa de Chile recibió al principio con marcada indiferencia aquellarepentina explosión de los diarios argentinos. Por muchos días se limitó areproducir sin comentarios y sin réplicas algunas docenas de artículos deesos diarios. Muchas personas llegaron a creer que habrían ocurrido dificul-tades de trascendencia en los trabajos de demarcaciones, y algunas se meacercaron para inquirir si había actos que justificaran el inusitado ardor delos diarios argentinos, o para pedirme que les diera a conocer los pactos oacuerdos a que se hacía referencia. Me pidieron igualmente que hiciera unaexposición pública del estado de la cuestión para desvirtuar aquellas publi-caciones y establecer la verdad y con ella la confianza. Durante más de dosmeses me resistí tenazmente a estas exigencias; pero sobrevinieron acciden-tes que hacían indispensable que yo hablara. Con motivo del fallo arbitral

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dado en esos mismos días por el presidente de los Estados Unidos en favorde Brasil en el litigio de límites que éste sostenía con la República Argenti-na, el señor don Valentin Virasoro, perito argentino hasta hacía poco en lacuestión con Chile, publicó en uno de los diarios de Buenos Aires un exten-so artículo dirigido a impugnar la resolución del arbitro. Si ese escrito nopodía calificarse de oportuno, menos merecía este calificativo una partepequeña de él destinada a discutir la cuestión de límites con Chile haciendoeco a la prensa que estaba empeñada en la tarea de que venimos hablando.No fue esto solo. El señor don Bernardo de Irigoyen, el negociador argenti-no del tratado de 1881, que entonces había propuesto como línea fronterizael divortium aquarum, y que en ese pacto había sancionado con su firma queesa línea correría por las cumbres más elevada, que dividan las aguas, publi-có también en otro periódico dos artículos destinados a demostrar que ladivisoria de aguas no tenía nada que ver en nuestra cuestión, ni él nuncapropuesto ni aceptado ese principio de demarcación. Esas publicaciones medesligaban de toda consideración de reserva, y me autorizaban para dar aconocer los antecedentes y los hechos sobre los cuales se había de fundar eljuicio público.

Con este motivo publiqué en abril de 189514 un opúsculo de solo 44 pági-nas con el título de “La cuestión de límites entre Chile y la República Argenti-na”. Hacía allí la historia sumaria pero comprensiva de la cuestión de límitesdesde su origen hasta la fecha de ese escrito, recordaba los tratados y acuer-dos con que se había querido solucionarla, reproduciéndolos en todo o enparte, explicaba clara y sencillamente el sentido y alcance de esas disposicio-nes a que invariablemente se había ajustado la conducta del perito chileno; yhaciendo caso omiso de las provocaciones de la prensa argentina y de todocuanto se había escrito contra mí, acababa por declarar que todo aquello notenía nada de inquietante, y que cualesquiera que fuesen las dificultades quese suscitasen, ellas debían necesariamente solucionarse por el arbitraje, segúnestaba estipulado en tratados solemnes e ineludibles.

Ese opúsculo obtuvo inmediatamente una circulación y un éxito que yo nome había atrevido a esperar. En Chile, los periódicos de todos los colorespolíticos lo reprodujeron íntegro en sus columnas. La opinión general que,como dijimos antes, se había preocupado poco con esta cuestión; y, lo que esdigno de notarse, que los escritos de la prensa argentina y los reiterados

14 Convendría precisar esta fecha, para lo cual bastará buscar el día en que fue publicado elopúsculo en “El Ferrocarril” de Santiago.

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ataques de esta contra el perito chileno, comenzaban a extraviar, la opinióngeneral, repetimos, comprendió perfectamente la verdad de las cosas, y de unextremo a otro del país se uniformó sólida e invariablemente. En el extranje-ro imparcial ese escrito fue comentado favorablemente, particularmente enlas revistas de geografía, y recuerdo una o dos de éstas que declararon que eraun documento decisivo en la cuestión. La prensa de Santiago tradujo y publi-có más tarde algunos de esos juicios.

Aunque al escribir esa exposición me había esmerado en darle un carácterserio, evitando todo aire de polémica y todo concepto o palabra que pudieratomarse por ofensiva para alguien, nunca pensé en dar a ese opúsculo laapariencia siquiera de un documento oficial, y ni aún fue impreso a expensasdel Gobierno. El Excmo. señor Presidente de la República y los señores Minis-tros de Estado lo aprobaron francamente y así me lo manifestaron en variasocasiones. El Ministerio de Relaciones Exteriores me pidió mil ejemplarespara hacerlos circular en Chile y en el extranjero por el intermedio de losempleados administrativos y de los cónsules, como la expresión del pensa-miento del Gobierno y del país. Sin embargo, la prensa de Buenos Airespublicó con marcada insistencia la especie de que las teorías legales y geográ-ficas sostenidas allí eran exclusivamente del perito Barros Arana, y que elgobierno de Chile, lejos de aprobarlas, las había desautorizado, desautorizan-do esa publicación. Este anuncio inquietó por un momento la opinión públi-ca. En sesión del Senado del 20 de mayo, el señor senador don José MaríaBalmaceda, reprochando al gobierno que hubiera podido cometer un acto dedebilidad semejante en la gestión de esos negocios, le pidió explicacionessobre este particular. El señor Ministro de Relaciones Exteriores declaró enbreves y claras palabras que el opúsculo del perito no había sido desautoriza-do; y con esto se puso término a la interpelación. A pesar de que este últimoincidente fue publicado por los diarios así en Chile como en Buenos Aires, laexposición argentina presentada en 1900 al tribunal arbitral de Londres, vuel-ve a hablar de esta pretendida desautorización, cometiendo así a sabiendasuna falta de verdad que es penoso reconocer en documentos que debíanrevestir el carácter de la más escrupulosa seriedad.

Los trabajos de demarcación se prosiguieron con resultado vario. En laTierra del Fuego, la línea meridiana que debía señalar el límite fue trazadasin dificultad. Lo mismo ocurrió en la demarcación del territorio magallánicohasta las cercanías de los canales occidentales en las inmediaciones del grado52, donde los ingenieros argentinos pretendían desconocer la línea de divor-tium aquarum, fijada por el tratado de 1881, y donde los ingenieros chilenoslevantaron planos y recogieron los demás antecedentes para presentarlos al

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árbitro que en último recurso debía resolver todas las dificultades que sesuscitaren en la delimitación.

No sucedía lo mismo en la demarcación de límites en la cordillera. Aunquehabían sido aumentadas las subcomisiones demarcadoradoras que debíanoperar allí, solo en la región comprendida de Santiago al norte se fijaronalgunos hitos, pero siempre en un número menor de lo que habría podidoejecutarse en cada temporada. De la provincia de Santiago al sur, los demarca-dores argentinos parecían empeñados en poner todas las dilaciones imagina-bles. En vano los ingenieros chilenos proponían unos tras otros los sitios quehabían estudiado y que reconocían con las condiciones establecidas por lostratados para servir de puntos de frontera. Sus proposiciones no eran acepta-das, pero tampoco eran rechazadas. Se les contestaba que por parte (de losargentinos) los estudios no estaban terminados, que no se hallaba en el cam-po del trabajo el jefe de la subcomisión, que éste se encontraba sin ayudantes,o que por estar la estación muy avanzada convenía mas dejar la solución parael año siguiente. Más adelante tendré la necesidad de volver sobre estos pun-tos que ahora toco incidentalmente.

Esta estudiada demora en los trabajos de demarcación, la actitud cada díamas arrogante y provocadora de la prensa argentina y la noticia segura de queel Gobierno de este país estaba haciendo desde 1892 grandes acopios dearmamento habían comenzado a alarmar la opinión en Chile llevandola areclamar de su Gobierno que se preparase para cualquier eventualidad. Fueentonces cuando el Gobierno de Chile se preocupó de adquirir armas enChile cuyas primeras partidas no llegaron, según creo recordar, sino a fines de1897 o principios de 1898. Buscando una solución tranquila a todas las dificul-tades que habían nacido o que pudieran nacer, el Gobierno chileno, a pesarde las resistencias y evasivas para constituir el arbitraje, resolvió insistir connuevo empeño en llegar a esta solución pacífica estipulada en cuatro pactos, acuyo cumplimiento no podía excusarse honradamente el Gobierno argentino.

Creo necesario entrar en ciertos pormenores concernientes a la negocia-ción del convenio que constituyó árbitro en este litigio al gobierno de S.M.B.,para desautorizar un hecho notoriamente falso que está consignado en elalegato argentino presentado ante el tribunal arbitral. No conozco ese alega-to; pero por algunas comunicaciones de los comisarios chilenos en Londres, ypor la réplica que éstos han dado aquel documento, he visto que en él se hatratado en numerosos pasajes de falsear los hechos sin consideración alguna,dando a unos interpretaciones antojadizas, y revistiendo a otros de accidentesde pura invención. Muchas de esas adulteraciones han sido luminosa y com-pletamente desautorizadas en la exposición chilena; pero hay otros que por

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falta de datos, se les ha dejado correr. Esto es lo que sucede con los hechosque voy a referir.

En octubre de 1895, la cuestión de límites comenzaba a tomar un caráctermuy inquietante. La estudiada tardanza que los ingenieros o demarcadoresargentinos ponían en los trabajos de delimitación, y las provocaciones cadavez más intemperantes de la prensa de Buenos Aires y los considerables arma-mentos que hacía aquel Gobierno, como ya dijimos, alarmaron a la opiniónpública en Chile; y al paso que el Gobierno se veía forzado a hacer encargosde armas, el pueblo pedía que se pusiera en ejercicio la ley sobre guardianacional para poner al país en estado de no tener nada que temer de aquellasamenazas. Hablando sobre esto con el señor Quirno Costa, a la vez ministroplenipotenciario de la República Argentina y perito en los trabajos de demar-cación de límites, pretendió hacer cargos a Chile por esta actitud de su Go-bierno y de su pueblo. Yo le contesté con la mayor insistencia, que la actitudde Chile no tenía nada de extraordinaria visto los antecedentes que la habíanprovocado, y que todo aquello tenía un remedio tan seguro como inmediato,y que este era la constitución del arbitraje que Chile estaba proponiendo sincesar desde 1892.

Conversando sobre este punto, el señor Quirno Costa me dijo que la Repú-blica Argentina no distaría de constituir el arbitraje siempre que Chile convi-niese en hacerle entrega de la puna de Atacama, que Bolivia había cedido aaquella República por un pacto reciente, y si convenía también en la trasla-ción al punto denominado Tres Cruces del hito colocado en abril de 1892 enel paso de San Francisco. Yo quedé estupefacto al oír tal proposición, pare-ciéndome algo muy extraordinario que el Gobierno argentino pudiera preten-der que se le hicieran tales concesiones para dar cumplimiento a cuatro trata-dos solemnes que habían establecido el arbitraje. Le agregué, además, que lodel hito de San Francisco sería uno de los puntos que debían someterse alárbitro; y que yo no tenía nada que ver con la cuestión de la puna de Ataca-ma, por cuanto esta región no estaba comprendida en la comisión pericialque me había confiado mi Gobierno.

Dos o tres días después de esta conversación, me anunció el señor QuirnoCosta que tenia que regresar a Buenos Aires, que allá trataría con su Gobiernosobre la cuestión de arbitraje, y que sobre este y sobre cualquiera otro puntoque se ofreciera, se comunicaría conmigo por medio del telégrafo. Recono-ciendo que las comunicaciones telegráficas, por reservadas que fuesen, y pormas que en ellas se usara clave para que no fueran comprendidas por elpúblico, siempre habían de dar origen a conjeturas y suposiciones alarmantes,me dijo que enviaría sus comunicaciones al señor don José Arrieta, ministro

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plenipotenciario del Uruguay en Santiago para que éste me las transmitiera ytrasmitiera también mis contestaciones a Buenos Aires.

Por lo que veo en la página 548 de la exposición hecho por los comisiona-rios chilenos ante el tribunal arbitral de Londres, en la exposición argentina,y tal vez en otras publicaciones hechas en ese país, se ha sostenido que yohabía estipulado con el señor Quirno Costa ciertas bases de convenio confor-mes con las proposiciones que éste me había hecho y que yo había rechazadoin limine. No hubo tal acuerdo ni cosa alguna que remotamente parezca tal.Si lo hubiera habido habría quedado constancia de ello, o por lo menosalguna referencia en el libro en que asentábamos las actas de nuestras confe-rencias, o en cualquier otro documento o apunte de cualquiera clase que sea.Pero estoy cierto de que no existe nada de esto, ni ha podido existir, porquecomo queda dicho, y vuelvo a repetirlo con seguridad, no ha habido jamás talacuerdo. Este incidente tiene mucha semejanza con otro pasaje de la exposi-ción argentina en que asegura que en las negociaciones de abril de 1893 elseñor don Isidoro Errázuriz, Ministro chileno, hizo ciertas proposiciones queen realidad fueron presentadas por los señores Quirno Costa y Virasoro, re-presentantes argentinos, y desechadas por el señor Errázuriz en virtud de losacuerdos tomados por unanimidad en el Consejo de Ministros de Chile.

Quince o veinte días después de la partida del señor Quirno Costa, recibí lavisita del señor Arrieta. Me mostró un largo telegrama de aquel, en que lehacia saber que el gobierno argentino aceptaba el arbitraje en tal y cual formaque allí se detallaba. Recuerdo que exigía la traslación del hito de San Fran-cisco, la entrega de la Puna conforme con ciertas indicaciones que parecíanestudiadas para crear un centenar de dificultades, y se aceptaba el arbitraje entérminos y con restricciones con que parecía querer eludirlo, limitándolo aciertos casos, y esto si las dos partes convenían en acudir ante el arbitro.Inmediatamente que tomé conocimiento de esta proposición, y sin dejar co-pia de ella, se la devolví al señor Arrieta diciéndole que esas bases de conve-nio eran irrisorias, y que más que otra cosa parecían una burla, que el Gobier-no chileno no las aceptaría jamás, y que por mi parte yo no tenia nada que veren esa gestión ni haría nada por ella.

El señor Arrieta era absolutamente extraño a tales proposiciones. Su papelse reducía al de amistoso intermediario, interesado en la conservación de lapaz y de la buena armonía entre los dos países empeñados en ese litigio.Debió comprender en el primer momento que aquellas bases no serian acep-tadas jamás, pero sin duda alguna debió pensar también que ellas podríanservir de punto de partida para una discusión que llevase a las dos partes alarreglo que se buscaba para constituir el arbitraje. Animado de los mejores

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propósitos, en este sentido, pasó en el mismo día a ver al Presidente de laRepública para someterle esas proposiciones. Desde el primer momento, elseñor Presidente don Jorge Montt y el señor Ministro de Relaciones Exterio-res don Luis Barros Borgoño, declararon que aquellas bases eran absoluta-mente inadmisible. Tratándose de dar una contestación categórica que expre-sase esa resolución, yo fui consultado, y entonces tuve ocasión de demostrarlas razones que había para no aceptar semejante proposición.

Ocurría esto, según mis recuerdos, a mediados de noviembre de 1895. Lasnegociaciones para constituir el arbitraje se prolongaron cuatro meses más demuy fatigosas gestiones, en medio de las cuales hubo en Chile una importantemodificación ministerial, en la cual entró el señor Adolfo Guerrero a desempe-ñar la Secretaría de Relaciones Exteriores. Mientras que Chile, apoyándose enla letra y en el espíritu de los tratados anteriores, exigía que el arbitraje fuerageneral y amplio, es decir que comprendiera todo orden de cuestiones relacio-nadas con la demarcación, el Gobierno argentino pretendía limitarlo a muydeterminados accidentes, y sobre todo darle una forma que casi importaba unadeclaración previa en favor de las pretensiones que estaba sosteniendo.

Al fin después de cinco largos meses de gestación, se llegó al convenio quequedó firmado el 1º de abril de 1896. Mucho se ha discutido sobre las ventajase inconvenientes de ese pacto, en cuya formación yo no tuve casi parte algu-na, o más bien la tuve en un solo punto. Temiendo, a causa de la experienciarecogida en los años anteriores, que el Gobierno argentino aún después deconstituido el arbitraje tratara de eludirlo sosteniendo que el asunto de que setratare no era materia de tal, yo insistí en que se pactase que serían objeto dearbitraje todas las cuestiones promovidas por las dos partes o por una sola. Laaceptación de este pacto, y sobre todo de la cláusula recordada, fue debida ala actitud resuelta que en esas circunstancias asumió el pueblo chileno. Laestudiada demora que nuestros contendores ponían en los trabajos de demar-cación, y más que todo, las provocaciones cada día mas arrogantes y persisten-tes de la prensa argentina habían hecho creer a Chile que se quería la guerray la opinión nacional, tan lenta de ordinario en nuestro país para excitarse ymoverse, pareció ahora sacudida por un impulso eléctrico que tomó luego uncarácter imponente. Tratándose de reorganizar la guardia nacional, acudieronapresuradamente a inscribirse en cada ciudad y en cada pueblo miles y milesde ciudadanos de todas las condiciones, y los inscritos celebraron con aire defiesta procesiones patrióticas, y se presentaban en seguida en los cuartelesllenos de entusiasmo a recibir su instrucción militar. La sola ciudad de Santia-go exhibió así cerca de sesenta mil voluntarios fuertes y animosos y en lasdemás ciudades y pueblos el número de esos improvisados militares excedió a

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todo cálculo y a toda previsión. Aquella fiebre militar, que no tenía nado deficticio, duró sin embargo muy pocos días, y el pueblo, siempre inclinado a lapaz, volvió luego a sus ocupaciones habituales. Bastó para ello anunciar que sehabía constituido el arbitraje y que el juez encargado de fallar las dificultadesen el litigio de límites era un gobierno tan poderoso y serio que nuestroscontendores no podrían excusarse de someterse a él desde que el pacto cele-brado autorizaba al árbitro a fallar no solo las cuestiones que le sometieran lasdos partes de común acuerdo o una sola de ellas.

A poco de firmado el pacto constitutivo del arbitraje, renunciaba el señorQuirno Costa los dos cargos que desempeñaba en Chile en representación desu país. Para servir el de perito fue designado el señor don Francisco P. More-no que había sido uno de los agitadores de la opinión en la República Argen-tina en todas las gestiones referentes a la cuestión de límites. No solo habíapublicado numerosos artículos de pretendido espíritu científico sobre la ma-teria, sino que acercándose a los hombres de gobierno, les suministraba noti-cias recogidas en los viajes que él había hecho en muchas partes de aquellaRepública y se daba por investigador y consejero de la política que allí seseguía en los trabajos de demarcación con Chile. El señor Quirno Costa, quecarecía de conocimientos geográficos, y que creía en la ciencia del señorMoreno, consultaba a éste en casi todos estos asuntos, y aún le encargaba laredacción de algunas de las comunicaciones que como perito tenia que escri-bir.

Yo estaba al cabo de estos antecedentes, y sabía además que el señor More-no formaba parte del grupo de los politiqueros más obstinadamente hostiles aChile. Sin embargo, al recibirse del cargo de perito me anunció su nombra-miento en los términos más amistosos, protestándome sus propósitos de llegarpronto a la solución del litigio de una manera franca y cordial. Aunque esasprotestas no podían en manera alguna engañarme, le contesté en términosigualmente cordiales, invitándole a venir cuanto antes a Chile para dar impul-so a los trabajos de demarcación.

El señor Moreno, sin embargo, no llegó a Santiago, sino en los primerosdías de febrero de 1897. Mientras tanto las subcomisiones mixtas que debíandemarcar en el terreno habían salido para los puntos que se habían designa-do. Por acuerdo de los gobiernos, establecido en el pacto en que se constituyóel arbitraje, se había hasta el territorio (sic) conocido con el nombre de Punade Atacama el campo de acción de los peritos encargados de efectuar lademarcación y estaba convenido que una subcomisión mixta se encargara deesos trabajos en aquellos lugares. Como el retardo que ponía el señor Morenoen venir a Chile no había permitido preparar esa subcomisión, yo hice salir

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sin embargo a los ingenieros de mi dependencia, encargándoles que mientrasles pedían las instrucciones, que debían ser acordadas y suscritas por los dosperitos, se limitasen a estudiar topográficamente para ensanchar el conoci-miento que acerca de él tenia la oficina de mi cargo. En las primeras confe-rencias que celebré con el señor Moreno, le di cuenta de lo hecho, y queda-ron arregladas las instrucciones de aquella subcomisión; instrucciones, por lodemás, que se limitaban a adelantar el estudio de aquella comarca.

Pero entretanto, las otras subcomisiones encargadas de la demarcaciónavanzaban bien poco en sus trabajos. Los ingenieros chilenos tenían propues-tos más de cuarenta sitios que reunían las condiciones exigidas por los trata-dos para la erección de hitos demarcadores; pero no obtenían una contesta-ción favorable o adversa de los ingenieros argentinos. Ahora, como antes, unode los expedientes o dilatorios más usados era el alegar la circunstancia dehallarse enfermo o alejado del terreno el ingeniero jefe de la subcomisiónargentina, sin cuya presencia no podían resolver nada sus ayudantes. Querien-do hacer cesar este inconveniente, yo exigí del señor Moreno un acuerdo que,a pesar de las dificultades, que trató de oponerle, quedó sancionado y firmadoel 17 de febrero de 1897. Según acuerdo, “los ingenieros segundos o ayudan-tes de las comisiones demarcadoras quedaban provisoriamente autorizadospara desempeñar las funciones del jefe en caso de enfermedad de éste o en suausencia del terreno de demarcación a fin de que no se interrumpiesen lostrabajos mientras llegaba la autorización definitiva que en todo caso deberíasolicitarse del perito respectivo”. Este acuerdo fue comunicado a las subcomi-siones que operaban en la cordillera; pero no surtió los efectos inmediatosque eran de esperarse.

Como la temporada de trabajo de fines de 1896 y principios de 1897 fue tanpoco fructífera en resultados efectivos como habían sido las anteriores, insistíen señalar al señor Moreno los inconvenientes de aquel estado de cosas, y lascausas del retardo en los trabajos de demarcación, y para dejar constanciaescrita de estos hechos y de mis repetidas reclamaciones le dirigí una nota confecha 9 de abril en que recordándole sumariamente aquellos accidentes, lemanifestaba la necesidad imperiosa de impedir que siguieran repitiéndose;puesto que ellos embarazaban todo trabajo, ocasionando todo genero de ma-les, y eran molestos y hasta depresivos para los ingenieros chilenos que seveían obligados a detenerse en la labor esperando contestaciones que no seles daban, o acudiendo a citaciones o reuniones que aunque convenidas, nollegaban a verificarse. El señor Moreno, que se hallaba en Santiago, contestómi nota doce días después. Sin poder negar los hechos aducidos, el señorMoreno en medio de divagaciones que nada significaban, y que venían en

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definitiva a confirmarlos, trataba de explicar cada uno de ellos como unacontrariedad que él deploraba, y ofrecía poner por su parte todo empeñopara impedir su repetición. Al acusarle recibo de esta nota, en 26 de abril,cuidé de dejar constancia de los hechos que quedaban comprobados. “Laexposición de S.S. relativa a lo que acontece en las subcomisiones 2, 3 y 4 –ledecía– confirma los hechos aducidos en mi comunicación anterior. Es verda-deramente sensible que algunas de las subcomisiones argentinas se hayanausentado del terreno en las épocas mismas que habían fijado para reunirsecon sus colegas chilenos; que los ayudantes no se consideraran autorizadospara alinderar durante esas ausencias; que dificultades internas en el personalde esas subcomisiones hayan sido a veces causa de que sus trabajos se reduje-sen a rápidas ojeadas; que los cambios en el personal de las subcomisionesargentinas hayan dado origen a nuevos y largos estudios de reconocimientode lugares que habían sido estudiados por ayudantes que se retiraban delservicio o que pasaban a otra subcomisión; y que en otra ocasión una subco-misión obrase apresuradamente al opinar sobre una región que no conocía.Cualquiera de estos hechos ocurrido aisladamente, no podría sino deplorarse;pero la acumulación de ellos exige medidas que tiendan a evitarlos”. Mi notaconcluya expresando la confianza de que se cumplirían las promesas hechasen los términos más explícitos por el señor Moreno de que se pondría térmi-no a aquel deplorable estado de cosas. “Merced a este empeño –agregaba yo –desaparecerá sin duda alguna el hecho verdaderamente deplorable de quedesde 1894 hasta la fecha no se haya llegado a ningun resultado en los traba-jos encomendados a la 3ª subcomisión, en donde los ingenieros chilenos hanestudiado detenidamente todo el terreno y han propuesto con pleno conoci-miento y de una manera absolutamente fija los lugares donde pueden colocar-se 31 hitos de demarcación”.

El Gobierno de Chile, como debe comprenderse, manifestaba el mismointerés por la aceleración de los trabajos de límites. El señor don Carlos MorlaVicuña, Ministro a la sazon de Relaciones Exteriores, celebró varias conferen-cias con el perito argentino sobre este particular, y de ellas resultaron ciertasproposiciones que ambos llevaron a una conferencia que los peritos celebra-ron el 1º de mayo de 1897. Acordóse allí aumentar el numero de las subcomi-siones demarcadora, creando tres nuevas encargadas de operar al sur delparalelo 41. Creíase que por este medio, y en los estudios de reconocimientoque pudieran hacerse, los peritos podrían hallarse al término de la próximatemporada de trabajo, es decir en abril o mayo de 1898, en situación depresentar a sus gobiernos respectivos un plan general de frontera. Por miparte yo sostuve que ese plan no podía ser otro que el que establecía el

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tratado de 1881; el se fundaba en la naturaleza misma y debía buscarse no enlos mapas, sino en el terreno que en todas partes mostraba la línea divisoriade las aguas, que era nuestra línea fronteriza. Sin desconocer la utilidad delos estudios geográficos, y aún empeñado en adelantarlos por medio de lassubcomisiones de límites, creía que el deber primordial de éstas era llevar acabo la demarcación, como estaba expresamente prevenido en el protocolode 1893. En el acuerdo referido (de 1º de mayo de 1897) quedó convenidoque las subcomisiones de ingenieros irían al terreno a efectuar la demarca-ción; pero como en este trabajo podía suscitarse dificultades que esas subco-misiones no podían resolver, y como a consecuencia de la distancia a que ibana operar y de la dificultad de las comunicaciones no podrían consultarse conlos peritos y recibir nuevas órdenes de éstos, se estableció por el artículo 3º deaquel acuerdo lo que sigue. ”Si durante las operaciones se suscitaren diver-gencias entre los respectivos ayudantes sobre la ubicación de la línea divisoria,se proseguirán siempre sin interrupción los trabajos de reconocimiento y rele-vamiento del terreno hasta el término de la temporada”.

A principios de la primavera de 1897 se pusieron en viaje las nueve subco-misiones chilenas encargadas de la demarcación. Las que debían operar enlos territorios del sur tuvieron que vencer dificultades enormes por causa dela prolongación de las lluvias invernales en aquellas regiones, pero desplega-ron en su trabajo todo el empeño que se les podía exigir, y el resultado fue,bajo el punto de vista del estudio del país, tan favorable como se podía desear.Casi junto con ellas, salieron tres comisiones exploradoras dirigidas a lugaresde no se tenían noticias topográficas, o solo nociones vagas y poco seguras.Dos de ellas iban a cargo de los distinguidos profesores don Juan Steffen ydon Pablo Krüger, que desempeñando otros encargos análogos de la oficinade límites, se habían distinguido, sobre todo el primero, por el valor de susservicios manifestados en trabajos geográficos de un gran mérito. La tercerafue confiada a don Alejandro Bertrand jefe técnico de nuestra comisión delímites debía ésta; acompañada por don Oscar de Fisher, explorador que ha-bía prestado también útiles servicios, recorrer toda la Patagonia de norte asur, y por la falda oriental de los Andes, desde los canales magallánicos hastaregresar a Chile por la cordillera de la provincia de Valdivia, es decir la exten-sión comprendida entre los grados 52 y 40 de latitud austral.

Pero si todo este esfuerzo iba a ser muy útil para el más completo conoci-miento del territorio, la demarcación efectiva casi no avanzó un solo paso. Losincidentes que paso a referir demostrarán la causa de ello.

El 24 de enero (1898) recibí una comunicación del señor don Carlos SozaBruna, ingeniero jefe de la subcomisión encargada de demarcar en la cordi-

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llera de la provincia de Coquimbo. Decíame que no había hallado en aquellaal ingeniero primero argentino, pero que al segundo que se encontraba en elterreno había propuesto tales o cuales acuerdos que éste creía aceptablespero que no podía sancionar por carecer de autoridad suficiente, y porque sibien conocía el acta pericial del 1º de febrero de 1897, tenía instruccionesprecisas que limitaban sus atribuciones. Inmediatamente que recibí este aviso,pasé a ver al señor Moreno que se hallaba en Santiago, y le expuse lo queocurría en la subcomisión encargada de demarcar en la cordillera de Coquim-bo. El señor Moreno me contestó haciéndome una vehemente exposición delos trabajos que le había impuesto la reoorganización de la comisión argenti-na de límites viéndose forzado a separar ingenieros y secretarios incompeten-tes y desidiosos y a buscarles reemplazantes para lo cual había tenido queechar manos a extranjeros, que si bien aptos y empeñosos para el cumplimien-to de los cargos que les confiaban, no podían estar al cabo de las atribucionesque se les tenían fijadas por los acuerdos de los peritos. El señor Morenoconcluyó prometiéndome que tomaría medidas inmediatas para solucionarlos entorpecimientos de que yo me quejaba.

Impuesto de estas declaraciones, el señor Soza Bruna requirió al ingenieroargentino con quien había iniciado los trabajos de demarcación en la cordille-ra de Coquimbo, expresándole que como debía ésta haber recibido órdenesde su perito, estaría en situación de solucionar en un sentido o en otro laproposición que le tenía hecha para la fijación de ciertos hitos. Excusóse estede hacerlo; y como el señor Soza Bruna le manifestase la extrañeza por unprocedimiento a todas luces contrario a las promesas que el señor Morenohabía hecho al perito chileno, el ingeniero argentino, lastimado por el papelque se le hacía representar, mostró al señor Soza Bruna el telegrama quesigue suscrito por el mismo señor perito argentino don Francisco P. Moreno:“Santiago, 25 de febrero de 1898. No firme actas de ninguna especie. Ustedno tiene atribuciones para ello, y si los operadores chilenos le citan el artículo2º del convenio de 17 de febrero de 1897 diga que este no es el caso pues eljefe Iturbe no se encuentra ausente del terreno de demarcación. El está en lacordillera al sur del grado 30”. La simple expresión de este hecho, sin comen-tarios de ninguna naturaleza, basta y sobra para manifestar cómo comprendíael señor Moreno los deberes de lealtad que le imponía el cargo; pero antes demuchos días recibí otras pruebas más concluyentes de la singularidad deaquellos procedimientos.

En el curso de toda la temporada (1897-1898) los ingenieros argentinosevitaban empeñosamente el encontrarse con los ingenieros que sin embargolos buscaban con vivo interés para proseguir los trabajos de demarcación. A

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pesar de la diligencia de aquellos para sustraerse a toda reunión o conferen-cia, y aun para contestar las cartas que les dirigían, varios de ellos, extranjerosen su mayor parte, tuvieron en ocasiones necesidad de hablar con algunos delos ingenieros chilenos o con algunos propietarios de los campos en queestaban trabajando para obtener los servicios que en esas circunstancias sue-len ser indispensables, y correspondiendo a las atenciones se mostraron fran-cos y comunicativos. Manifestaban en general poca estimación por el señorMoreno, se sonreían de la suficiencia con que hablaba de geología, del levan-tamiento de cartas geográficas y de otras materias que no conocía, y se queja-ban del autoritarismo despótico con que los trataba. Algunos de ellos, tres a lomenos, llevaron su franqueza hasta mostrar en descargo de sus procedimien-tos, las instrucciones reservadas que les había dado el señor Moreno.

Esas instrucciones eran bastante extensas, muy verbosas y de aparato así ensu forma como en su fondo. Aparte de algunos encargos especiales a ésta oaquella subcomisión referentes a la región en que debía operar, todas ellascoincidían en las recomendaciones u órdenes siguientes. Decía allí que siendosu propósito tener un estudio de la cordillera y no entrar a demarcar enalguna zona, prohibía a los ingenieros el demarcar, y les ordenaba evitar en loposible encontrarse con las subcomisiones chilenas, contestando evasivamentelas comunicaciones que los individuos de éstas pudieran dirigirles. Prohibíalesigualmente firmar actas de cualquier especie que fuera; y por consiguientedejar en documento alguno constancia escrita de cualquier desacuerdo que sesuscitare con motivo de la demarcación. Por otro artículo se les ordenaba quesi se vieran obligados por los ingenieros chilenos a demarcar no deberíanefectuarlo sin previa consulta con él (el señor Moreno), para lo cual deberíanremitirle un informe detallado y un croquis general de la región. Por otrosartículos ordenaba además a sus ingenieros que no se visitasen con los opera-dores chilenos, que acampasen siempre bastante lejos de ellos, y que en lospueblos en donde se hospedaren o por donde traficaren, evitasen reunionescon los ingenieros bien colocados pues “en estas reuniones en que abunda ellicor –decía– es donde se cometen las mayores indiscreciones”. Estas prescrip-ciones no eran sin embargo las más ofensivas para los ingenieros argentinos.Así en algunas de ellas, el señor Moreno ordenaba que si los operadoreschilenos solicitasen la elaboración de las actas complementarias para fijar lascoordenadas de los hitos erigidos “hasta entonces, les respondieran que lostrabajos no habían sido aun debidamente comprobados para obtener las cifrasexactas verdaderas de latitud y longitud. “Al perito argentino, agregaba, no lemerecen fe los trabajos realizados en esa sección”. Este concepto depresivopara los ingenieros argentinos era tanto más singular cuanto que ellos sabían

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que careciendo el señor Moreno de los conocimientos matemáticos más ele-mentales, su censura era solo la obra de una injustificada arrogancia.

Cuando se conocen las disposiciones de esas instrucciones no debe extra-ñarse que los ingenieros a quienes iban dirigidas manifestaran tan poca esti-mación por el señor Moreno, y que contra el encargo reiterado de este lasdieran a conocer para justificar los procedimientos irregulares de que se leshacía cómplices.

Menos debe extrañarse todavía que mediante este procedimiento no sehiciera nada o casi nada en la demarcación efectiva durante toda la tempora-da. Solo al fin de ella, según mis recuerdos, se trató de fijar un hito en unpunto de la cordillera de Aconcagua. Yo habria debido reclamar enérgicamen-te de estos procedimientos desde que tuve la primera noticia de las instruccio-nes del perito argentino, y de la burla que éste y sus ayudantes hacían de losmás elementales deberes de lealtad y muy particularmente de los solemnescompromisos contraídos por aquel en los diferentes acuerdos tomados enabril y mayo del año anterior. Pero era absolutamente imposible el hacer esasreclamaciones. A fines de enero de 1898, cuando de haber dado las instruc-ciones recordadas a los ingenieros de su dependencia podían comenzar allegar noticias de la manera como estos se estaban conduciendo en el trabajo,el señor Moreno se ausentó de Santiago a pretexto de ir a visitar a las subco-misiones y a activar cuanto era dable la marcha de la demarcación. Eranabsolutamente desconocidos el lugar o los lugares donde se hallaba, y aún encaso de conocerlos, habría sido imposible hacer llegar hasta allá en tiempooportuno las reclamaciones a que daban origen tan extraños procedimientos.No debe omitirse al recordar que ese verano se llevó a cabo por orden delseñor Moreno la apertura subrepticia de un canal (entre los paralelos 46 y 47)para desviar las aguas del río Fénix que fluye a Chile, y llevarlas al río Deseadoque corre hacia el Atlántico, operación de que hemos dado cuenta en unanota de la pag.77 de la Exposición citada de 1899. Esta operación que no serecomienda por su corrección ni por su lealtad, fue ejecutada secreta y caute-losamente, pero descubierta y señalada a la condenación del juicio públicopor los ingenieros chilenos encargados de operar en esa misma región.

SECCIÓN SEGUNDA

El 28 de marzo de 1898 recibí una carta del Excmo. señor Presidente donFederico Errázuriz. Pedíame en ella que si el día y hora que me señalaba noeran inconvenientes para mi, pasara a su despacho el 30 de ese mes. Pocos

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días antes, un deudo inmediato de S.E. me había visto y prevenido reservada-mente que este acababa de recibir una carta confidencial del señor Uriburu,Presidente de la República Argentina, y que no quería contestarla sin haberhablado conmigo. Así, pues, yo estaba prevenido del asunto que debía tratarseen la conferencia con el señor Errázuriz. Yo no ví la carta del señor Uriburu, ysolo fuí impuesto de su contenido por lo que acerca de ella me expuso elseñor Errázuriz. Esa carta, se me dijo, era una expresión de amistad y deldeseo de llevar a término la cuestión de límites conservando y estrechando lasbuenas relaciones entre los dos gobiernos. El señor Uriburu preguntaba enseguida si el perito chileno se hallaba preparado y dispuesto para presentar enel mes de mayo siguiente un proyecto o plan de una línea general de fronteraque comparado con el que en esa misma época presentara el perito, sirviesepara buscar una solución definitiva a la fijación de nuestros límites en todo loque quedaba por demarcar. El señor Errázuriz me agregó que las multiplica-das atenciones del gobierno no le habían permitido prestar a este negocio laatención que indudablemente merecía, y que esperaba saber de mí el estadoen que se hallaba, y si sería posible presentar en la época aludida el plan deque se trataba.

En contestación a estas preguntas expuse que se iniciaron los trabajos, lacomisión chilena de límites había propuesto y sostenido invariablemente unplan de demarcación que resolvía todas las dificultades, y que era el mismoestablecido por el tratado de 1881, y al cual se había sujetado hasta entoncesla demarcación en los treinta y tantos hitos que se habían erigido con laaprobación de los peritos y gobiernos de ambos países. La ejecución de eseplan hasta dar término a la delimitación, agregué, no necesita de mapas, niel tratado los exige porque la línea divisoria que el impone es una condiciónnatural del terreno, que no da lugar a errores y ni siquiera a ambigüedadeso dudas, que para hallarla no se necesitan grandes trabajos ni hombresespeciales desde que bastaba una simple inspección de las localidades paraque cualquier hombre de sentido común pudiera verla y señalarla. Agreguéademás que aunque el tratado de 1881 no había exigido el levantamiento demapas, y aunque el protocolo de 1893, recomendaba esta operación comosubsidiaria de los trabajos de demarcación, es decir para señalar en los ma-pas que se levantaren los hitos que se fueran erigiendo, la comisión chilenahabía dado por su parte una grande importancia a los estudios topográficosy había levantado y reunido un abundante caudal de cartas geográficas deverdadero valor científico, y de memorias descriptivas que adelantan consi-derablemente el conocimiento de nuestro país. A estos trabajos, añadí, seagregarán en pocos días más los que han de traer nueve comisiones demar-

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cadoras y tres comisiones exploradoras que se hallan todavía en el campo deoperaciones que se les ha asignado, y que estarán de regreso en Santiago entodo el curso del mes de abril o en los primeros días de mayo. Así, pues, lacomisión de límites estará entonces en situación de discutir cualquier puntode la línea de límites.

Pero observe también que para que la presentación de planes o líneas deque se trataba produjera un resultado efectivo, era necesario llegar al acuerdosiguiente. Todos los puntos en que los peritos estuvieran conformes, se consi-derarían inmediatamente solucionados, y aquellos en que no hubiere acuerdoserian sometidos sin más discusión y sin demora al fallo arbitral de S.M.B. Elseñor Errázuriz me contesto que el no se atrevía a hacer esa proposición porcuanto la carta que había recibido se limitaba solo a hablarle de la proyectadapresentación de líneas de frontera. Por mi parte, después de declararle queno pretendía asumir el papel de consejero, traté de demostrarle que visto eldesconocimiento de las reglas de limitación por parte de nuestros contendo-res, el litigio de límites no podía llegar a una solución razonable sino por elarbitraje. El señor Errázuriz, que no tenía ningún conocimiento de los antece-dentes de esta cuestión, ni de lo que había ocurrido durante el curso de lademarcación, ni del estado en que esta se hallaba, no pareció, preocuparsemucho de la mejor manera de resolver las dificultades pendientes. La confe-rencia aquella se limitó a lo que queda referido.

Para nadie que hubiera tenido alguna intervención directa o indirecta enestos asuntos, o que de algún modo se hubiera impuesto de ellos, era unmisterio que el Gobierno argentino, a pesar de cinco pactos en que se habíaestipulado el arbitraje, quería evitarlo a todo trance. Sus representantes diplo-máticos y los diversos peritos que se habían sucedido en ese cargo, se manifes-taban molestos y desazonados cada vez que les hablaba de este recurso. Laprensa de ese país no cesaba de impugnarlo sosteniendo que, a pesar de lostratados existentes, no debía ponerse en práctica sino para ciertos accidentes,y no para toda la cuestión o para todas las dificultades que nacieran de ella.Los ayudantes demarcadores argentinos, como ha podido verse en las instruc-ciones reservadas del señor perito Moreno que hemos revisado en otra parte,tenían el encargo expreso de no pronunciarse en ninguna cuestión que pu-diera fijar claramente una divergencia que diese motivo al arbitraje. Resultabade aquí que al terminarse la temporada de trabajo de 1898, los ingenieroschilenos tenían propuestos mas de 130 puntos (algunos desde 1894) en quepodían fijarse hitos de demarcación y estudiados muchos otros que, por lascircunstancias referidas más atrás, no les había sido posible proponer, sin quese les diera contestación alguna ya fuera de aceptación ya de rechazo. En

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cambio, en muchas ocasiones, los agentes o representantes de aquel país ha-bían insinuado la idea de buscar la solución de la cuestión por medio de unarreglo directo. La carta del Excmo. señor Uriburu al Presidente señor Errá-zuriz era una nueva tentativa de ese género.

Yo fui siempre opuesto a tales arreglos, y en apoyo de mi opinión di entodas circunstancias razones que me parecen perentorias y concluyentes.Chile no había pretendido una sola pulgada de terreno más allá de la líneadivisoria de las aguas, que era la frontera establecida en el tratado de 1881confirmado por al pacto de 1893. La República Argentina, en cambio, habíapasado en tres o cuatro puntos esa línea de frontera, empeñándose en esta-blecer su soberanía en valles situados al occidente de la línea divisoria de lasaguas. En cualquier arreglo directo que se hiciera, nosotros no pediríamosporción alguna de suelo situado al oriente de esa línea, mientras que nues-tros contendores exigirían a lo menos que se les reconociese su pretendidasoberanía en los puntos ocupados ilegalmente al occidente de ella, y sinduda otros lugares, que según ellos, reúnen las mismas condiciones topográ-ficas. Todo arreglo directo que se hiciera importaría, pues, para Chile lapérdida de una porción más o menos considerable de territorio que le asig-nan los tratados. Pero no era esto lo grave que yo hallaba en este negocio.Todo arreglo directo en la forma que lo pretendían nuestros contendoresanulaba o modificaba la línea natural establecida por los tratados, líneaperceptible al ojo de cualquier observador y que no da lugar a dudas ni acontradicciones. Faltos de un guía tan seguro, y sin poder fijar en el nuevoarreglo una línea igualmente precisa e incontrovertible, entraríamos en loindeterminado, cada punto de demarcación daría lugar a un litigio, y nohabría medio práctico de solucionarlo.

En diversas ocasiones había expuesto estas razones con más o menos exten-sión a varios de los señores Ministros de Relaciones Exteriores de Chile, ytodos ellos las habían juzgado poderosas para no entrar siquiera en discusiónde proyecto alguno de arreglo directo. Todos ellos tenían como yo plenaconfianza en la justicia de nuestra causa, todos creían que el litigio pendienteno encontraría una solución cabal y definitiva sino por la sentencia del árbi-tro. En la conferencia del 30 de marzo, yo expuse estas mismas razones alseñor Errázuriz, pero, como ya dije, no quiso aprovechar aquella ocasión paraacentuar un propósito determinado y fijo evitando así incertidumbres pertur-badoras que complicaban y hacían más difícil todo arreglo definitivo. Si alcontestar la carta del señor Presidente Uriburu le hubiera dicho resueltamen-te que el pensamiento de Chile era entregar al arbitraje establecido por cincopactos las diferencias suscitadas en la demarcación, habría despejado la situa-

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ción de los embarazos consiguientes a una actitud incierta y sin ideas fijas, yahorrádose, el mismo las gestiones molestas y hasta bochornosas en que iba averse envuelto15.

Según queda dicho, en abril o mayo de ese año (1898) debía abrirse ladiscusión sobre los planes o líneas de frontera que presentasen los peritos. El12 de ese último mes recibí una carta del señor contralmirante don Juan JoséLatorre que desde un mes atrás desempeñaba el cargo de Ministro de Relacio-nes Exteriores de Chile. En esa carta se me decía, en nombre del Excmo.señor Presidente, que dos días después, a las dos de la tarde, debía celebrarseen la sala de despacho de éste una conferencia con los señores don NorbertoPiñero, Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, y don FranciscoP. Moreno, perito por parte de esta en la cuestión de límites, y se me citaba aella. “El propósito principal de la reunión –decía el señor Latorre– sería cam-biar ideas relativamente a la mejor manera de impulsar los trabajos en queestamos empeñados.”

En términos semejantes a éstos abrió el señor Errázuriz la conferencia del14 de mayo invitando a los presentes a discutir la manera de corresponder aese propósito. Yo dije que estaba en aptitud de proponer y de buscar desdeluego una solución a todas las dificultades lo que podría hacerse en unascuantas sesiones o conferencias, que se iniciarían, si así se quería, el primerode junio para dar tiempo al señor perito argentino de reunir o recorrer lospapeles o documentos que pudiera necesitar. Agregué que indudablemente aldiscutir el curso de la línea habría muchos puntos en que estaríamos enperfecto acuerdo, y que ellos quedarían definitivamente resueltos con soloconsignarlos así en las actas que habíamos de levantar. “Por lo que toca a lospuntos en que se estableciera divergencia, ellos serían también notados enactas especiales que con los documentos o alegatos que cada parte quisierahacer valer en defensa de sus derechos serían presentadas al árbitro paraobtener de éste la resolución definitiva.

El señor Piñero observó que era innecesario tomar acuerdo alguno sobrelos puntos en que existiera conformidad entre los peritos desde que las reso-luciones que éstos tomasen dentro de sus facultades y atribuciones al fijar lalínea de límites debían considerarse definitivas y sin ulterior recurso. Por loque toca a los puntos en que hubiere desacuerdo, agregó el señor Piñero,

15 En este tiempo ocurrió un avance argentino sobre el territorio chileno. Me refiero al inciden-te del valle del lago Lacar referido y documentado por don Joaquín Walker Martínez en unopúsculo especial. El hecho de estar allí expuesto este incidente con un gran caudal depormenores me exime de referirlo aquí.

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estos deben ser sometidos a los gobiernos para que ellos busquen una solu-ción amistosa por los medios que encontraren más convenientes.

Habló en seguida el señor Moreno. Expuso que él no podría entrar en ladiscusión de la línea de frontera en el plazo propuesto por el perito chileno;que durante la última temporada, él había tenido en la cordillera sesentaingenieros encargados de completar el estudio de toda la montaña, y de levan-tar mapas; que recientemente esos ingenieros comenzaban a regresar a Bue-nos Aires, que él debía trasladarse a esa ciudad a recibirse de esos trabajospara examinarlos y ordenarlos; y que en agosto próximo estaría de regreso enSantiago con todo ese material geográfico, y que entonces podría entrar en ladiscusión de la línea general de frontera.

Como yo no encontrara justificada esta nueva demora, repliqué al señorMoreno que los estudios hechos en la cordillera durante la última temporada sereferían a una porción de ella; que la mayor parte de la montaña había sidoestudiada en las temporadas anteriores desde 1894; que desde entonces solo sehabían fijado unos pocos hitos; que las subcomisiones chilenas habían propues-tos en el transcurso de estos cuatro años más de ciento diez sitios en que podíanerigirse otros tantos hitos sin que se les hubiera dado una contestación afirmati-va ni negativa, y que podían proponer muchos otros más en la parte ya conoci-da y estudiada de la cordillera, que el señor Moreno podría comenzar desdeluego comenzar la discusión de estos puntos lo llevaría a darlos por aprobadoso por rechazados, lo que en todo caso sería una solución, y que mientras tantopodría recibir de Buenos Aires los documentos geográficos que necesitaba paradiscutir el límite en los territorios últimamente explorados. Con este motivoaduje además que si bien las subcomisiones chilenas y las comisiones explorado-ras de este país habían levantado mapas y recogido noticias por el interés delprogreso de la geografía, ellos no eran necesarios para la demarcación quedebía efectuarse sobre el terreno y buscando, según el tratado, una línea natu-ral, perceptible a la más simple inspección y que en ningún caso daría lugar adudas ó a contradicciones. En todo caso, añadí, yo me felicito de que las subco-misiones argentinas hayan ejecutado los trabajos de que habla el señor Morenoporque ellos completarán en algunos accidentes nuestros mapas, los rectifica-rían en ciertos detalles o confirmarían su exactitud todo lo cual importaría unprogreso para la geografía. Debo, sin embargo, advertir que yo sabía por variosde nuestros ingenieros que los levantamientos efectuados en la última tempora-da por algunos de los ingenieros dependientes del señor Moreno, extranjerosen su gran mayoría, no pasaban de ser simples croquis, en parte trazados a vistade ojo; y tuve motivo para convencerme de la verdad de los informes que yohabía recibido cuando en esta misma conferencia en que el señor Moreno

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adujo por accidentes ciertas noticias geográficas le oí incurrir en errores degravedad tratándose de puntos que nuestros ingenieros o exploradores habíanreconocido con la más prolija exactitud.

El señor Moreno insistió con mayor empeño en la necesidad de hacer elviaje anunciado a Buenos Aires para volver a Santiago en el mes de agosto conel material geográfico que necesitaba para discutir la línea general de fronte-ra. Aseguró con este motivo que su Gobierno estaba interesado en solucionardefinitivamente el litigio de límites, y después de algunas conferencias queda-ría establecido el acuerdo sobre los puntos en que no había divergencia, yseñalados aquellos en que los peritos no estaban conformes, para que losgobiernos tratasen de solucionar las dificultades. Con una arrogancia impro-pia del lugar en que se celebraba esta conferencia, y más impropia aún enpresencia del señor Presidente de Chile y del señor Ministro de RelacionesExteriores dijo: “La República Argentina no irá al arbitraje”; e insistiendo enque las divergencias debían ser resueltas por acuerdos o convenios de los dosgobiernos, repitió con tono más levantado: “La República Argentina ha re-suelto no ir al arbitraje”.

Esperé por un momento que el Excmo. señor Presidente de la República oel señor Ministro de Relaciones Exteriores hubieran dicho alguna palabrasobre esa declaración que tenía el aire de un reto; pero como ni uno ni otrodijeran una palabra, me creí en la obligación de contestar, empleando sí paraello la forma y el tono de la mayor moderación. Dije entonces que el arbitrajepara resolver cualquiera dificultad a que diera lugar esta cuestión estaba pac-tado en cinco tratados solemnes, que ninguna de las partes podía excusarsede ocurrir a él y por último que el convenio que había designado por árbitroal gobierno de S.M.B. establecía claramente que el arbitraje era obligatorio yafuera solicitado por los dos países o por uno solo. Sostuve además que enningún orden de negocios internacionales era mas usado y razonable esterecurso que en las cuestiones de límites como lo demostraba el ejemplo denumerosos casos en que figuraban algunas de las potencias más grandes ycivilizadas; y por último que solo él podía poner un término tranquilo a estelitigio haciendo cesar las alarmas e inquietudes que él había hecho nacer. Porparte de Chile, agregué, cualquiera que fuera el fallo de un árbitro tan carac-terizado y respetable como el que ha sido designado, se le recibirá como unasolución feliz de un litigio que ha durado tantos años.

El señor Errázuriz, considerando terminada la discusión del asunto quehabía provocado la conferencia, pidió que se levantase un acta de ella. Losseñores Piñero y Moreno se opusieron declarando que esa acta era innecesa-ria desde que no se había tomado acuerdo resolutivo. Con esto se puso fin a la

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conferencia. El señor Ministro Latorre, que se manifestaba desagradado porlas declaraciones del señor Moreno contra el arbitraje, hizo publicar pocosdías después en el Diario Oficial un corto editorial en que se reproducíantextualmente los artículos de cinco pactos en que estaba establecido aquelrecurso para solucionar las dificultades que se suscitasen en la delimitación deChile. Aunque esa publicación no hacía la menor alusión ni referencia a ladiscusión tenida el 14 de mayo y aunque no ofendía a nadie, ni lastimabaningún interés, causó al señor Errázuriz una desagradable impresión de quehabló a alguno de los oficiales del Ministerio, pero que al fin prefirió disimu-lar, ordenando sin embargo que no se publicara nada sobre este asunto sinque él lo hubiese revisado.

Mientras tanto, los diarios más afectos al Presidente de República y queestaban inspirados por éste publicaban relaciones antojadizas de lo ocurridoen la conferencia de 14 de mayo. Decían que yo había declarado allí que elaplazamiento de la discusión de la línea de frontera era debido a mí, que yohabía declarado que no estaba preparado para entrar en esa discusión, quenuestra comisión de límites no tenía mapas, y que de esa manera se habíaperdido inútilmente el tiempo y el dinero. Yo no leí esos escritos; pero mu-chas personas se acercaron a mí para preguntarme si eran exactas tales aseve-raciones. El director de La Ley fue a la oficina a decirme que un caballeroamigo del Presidente y deudo inmediato de uno de los Ministros había lleva-do a la imprenta esos informes; pero bastó que yo lo introdujera al depósitode mapas de la comisión de límites para que conociera la verdad. Un redactorde otro diario pasó una mañana a la oficina; y dirigiéndose a uno de losingenieros le dijo que el Ministro aludido había oído que la comisión delímites no tenía mapas; pero que queriendo conocer la verdad sobre esteparticular le pedía que le diera un informe seguro. El ingeniero interrogadolo llevó al depósito, le mostró la colección de mapas que allí había y le mostródiez o doce, dándole sobre cada uno de ellos las explicaciones que se lepedían. El periodista a que me refiero no necesitó de más para declarar quese le había querido hacer víctima de un engaño mal intencionado.

Estas especies urdidas contra la comisión chilena de límites fastidiaron alseñor contralmirante Latorre. El había visitado algunas veces la oficina delímites y conocía en parte nuestro material geográfico. Una mañana (el 21 demayo) me citó al Ministerio, y después de manifestarme la necesidad de ponertérmino a las versiones torcidas de la prensa, me dijo que creía convenientepublicar en El Diario Oficial una relación verdadera de lo ocurrido en laconferencia de 14 de mayo. Apoyando yo esta resolución, escribimos allí mis-mo una exposición sumaria pero fiel y esmeradamente mesurada para no

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lastimar en lo más mínimo a nadie, evitando todo lo que pudiera parecercargo o hacer creer que en aquella ocasión había habido discusiones enojosas.

Pero ese artículo, aunque absolutamente inofensivo, no podía publicarsesin la revisión del Presidente de la República, y éste lo objetó no sé con quérazones, escribiendo o haciendo escribir unas cuantas líneas de carácter sibili-no de que no podía sacarse nada sobre la referida conferencia, ni otra cosaque el anuncio vago de que la cuestión de límites se acercaba a su solución, yque luego cesaría la comisión que estaba encargada de este trabajo. En lamisma tarde en que yo vi publicadas esas líneas, inspiradas por el propósito defomentar los rumores propalados contra el perito chileno y los ingenieros desu dependencia, o a lo menos de no desautorizarlos, escribí una exposiciónverdadera pero muy mesurada, de lo ocurrido en la conferencia, y la hicepublicar en El Ferrocarril, como artículo de diario fundado en informes auto-rizados. Ese artículo, que dejaba ver que era escrito o inspirado por alguienque estaba perfectamente al corriente de lo ocurrido, bastó para ilustrar eljuicio público y para desautorizar los rumores y los escritos que se hacíancircular contra la comisión de límites y contra mi persona.

El 1º de junio se publicaba la Memoria anual del Ministerio de RelacionesExteriores. En ella se daba cuenta del estado de la cuestión de límites, y sinhacer una reseña de la conferencia del 14 de mayo, se refería a ella en térmi-nos generales, pero con verdad, asentándose que yo me había empeñado encomenzar desde luego la discusión de la línea de frontera. El señor Ministrodeploraba la lentitud con que había marchado la demarcación de límites, yaunque en términos muy mesurados la atribuía a los procedimientos de lassubcomisiones argentinas. El señor Piñero, Ministro plenipotenciario de esepaís, creyó conveniente levantar aquel cargo; y al efecto pasó al Ministerio deRelaciones Exteriores una nota en que se empeñaba en demostrar que suGobierno había puesto todo empeño en activar y adelantar los trabajos dedemarcación. Como nuestro Ministro quisiera contestar esa nota y confirmarlo que había dicho en la Memoria, me pidió informe sobre el particular. Coneste motivo yo le hice con fecha de 27 de junio una exposición detallada delas ocurrencias que contra el empeño de la comisión chilena y de sus ingenie-ros habían retardado los trabajos de demarcación con procedimientos dilato-rios que nada podía justificar. Mi exposición iba acompañada de cuatro lega-jos de documentos que comprobaban super abundantemente los hechosrecordados en ella. El señor Ministro, en vista de esos antecedentes dispuso sucontestación, que según recuerdo era tan moderada en la forma como con-tundente en el fondo y en sus conclusiones. El Excmo. señor Presidente seopuso, sin embargo, a que se diera esa contestación, y el incidente fue solucio-

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nado con algún paliativo de que no tuve conocimiento. Recuerdo sí que laprensa inspirada por el Presidente habló de este informe sin relevar su conte-nido para atacar de nuevo a la comisión de límites, y para atacarme a mí porhacer ostentosa manifestación, se decía, de los trabajos ejecutados por nues-tros ingenieros.

No recuerdo estos repetidos ataques de aquella parte de la prensa porqueellos lastimaron mi amor propio, ni me causaran personalmente impresiónalguna. Pero en el estado en que se hallaba nuestra cuestión de límites, ellosproducían un efecto pernicioso para la defensa de nuestros derechos. Laprensa de Buenos Aires, que desde años atrás me había hecho objeto de unasaña implacable, reproducía gozosa esos escritos, comentándolos para hacernotar que ellos eran publicados en los diarios chilenos más afectos al presi-dente Errázuriz, lo que se presentaba como una prueba de que el perito deeste país no gozaba de la confianza de su gobierno. El señor don JoaquínWalker, que desempeñaba en Buenos Aires el cargo de Ministro plenipoten-ciario de Chile, se dirigió a nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores paracomunicarle aquellos incidentes y para representarle la inconveniencia deestimular aquellos escritos que solo servían a los intereses y a las pasiones denuestros contendores. Las enérgicas y discretas representaciones del señorWalker surtieron el efecto deseado, y por entonces se ordenó a la prensapresidencial que suspendiera sus ataques al perito y a la comisión de límites.

En esos días me hallaba empeñado en un trabajo que absorbía toda miatención. Me preparaba para las anunciadas conferencias de agosto, y queríapresentar gráficamente en un mapa la línea que con perfecto arreglo a lostratados había sostenido yo como fronteriza desde que se iniciaron los traba-jos periciales y acompañarlo de un cuadro descriptivo que la sirviese de expli-cación. Nuestra oficina contaba como primer material para ese trabajo losmapas levantados por las subcomisiones demarcadoras o exploradoras, y lasmemorias geográficas que estas presentaban después de cada temporada detrabajo. Esos mapas habían sido construidos en la escala de 1:100.000, com-prendían solo la región de la cordillera hasta las cercanías inmediatas al vallecentral por su extensión no permitían formarse una idea de conjunto de losterritorios que se trataba de demarcar y de la configuración general de lalínea de fronteras. Era indispensable formar un mapa en mucho menor esca-la, en que mediante una reducción prolijamente ejecutada se hicieran entrartodos los accidentes consignados en los mapas especiales y que pudieran ser-vir al objeto. Y después de maduro examen se emprendió este trabajo deconjunto en la escala de 1:1000.000, dimensión suficiente, como se vio muyluego, para corresponder cumplidamente al objeto que se tenía en vista.

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Tomó la dirección de este trabajo el señor don Alejandro Bertrand, inge-niero tan hábil como experimentado y conocedor del país, que desempeñabaen nuestra comisión el cargo de jefe técnico, y desplegó en él una incansablecontracción. Los demás ingenieros que habían explorado las porciones delterritorio en que les había tocado trabajar, y que eran los autores de los mapasespeciales, pusieron un gran celo en la exacta reducción de estos y en dar almapa general, cada uno por su parte, la más rigurosa exactitud. En los prime-ros días de agosto, ese mapa, dibujado con primor, estuvo definitivamenteconstruido. Representaba todo el territorio de Chile con exclusión del estre-cho de Magallanes y de la Tierra del Fuego, que no tenían nada que ver en lacuestión que se debatía, y representaba además una extensa faja del territoriocercano a la región limítrofe en la República Argentina. En ese mapa se habíatrazado el límite en la línea divisoria de las aguas, según los principios estable-cidos en los tratados, señalando claramente los cambios de altitud y de azi-mut, y fijando las alturas de los picos o cadenas que se alzan a uno y a otrolado, y las vertientes, arroyos o ríos que de ellas se desprenden. Como descrip-ción descriptiva de esa línea, se elaboró una especie de catálogo de los hitosde demarcación que se propusieron dando acerca de cada uno de ellos losdatos de latitud y de altura, indicando los arroyos o ríos que nacen en lasladeras de esos sitios y los puntos culminantes de la región vecina, especifican-do su elevación y la distancia a que se hallaban estos de la línea divisoria. Estememorándun descriptivo era la mejor demostración de que en la erección delos 33 hitos establecidos en la cordillera desde 1894, y aprobados en todaforma por los peritos, no se había tenido más norma de conducta que respe-tar invariablemente el principio de la división de las aguas, y que a este princi-pio se ajustaba en toda su extensión la línea general de frontera sostenida porel perito chileno.

Muchas personas, algunas de ellas altamente caracterizadas, habían mani-festado vivos deseos de ver y de examinar los mapas de nuestra comisión delímites, y hablado sobre el particular al señor Ministro de Relaciones Exterio-res o a mí. El señor Ministro me encargó que los expusiera en las oficinas, yque invitara a los caballeros que habían expresado tales deseos. Me dio alefecto una lista de veinticinco o treinta personas entre las cuales estabanincluidos todos los individuos de las comisiones de Relaciones Exteriores delSenado y de la Cámara de Diputados. En virtud de este encargo, dirigí unaesquela a todos los caballeros que me indicaba el señor Ministro, y a otros queme habían hablado con interés sobre el mismo asunto. En ella les anunciabaque los mapas estarían a la vista del público el domingo 14 de agosto. El señorBertrand, yo y algunos de nuestros ingenieros estaríamos en la oficina para

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dar todas las explicaciones de carácter geográfico que se nos pidieran. Sereunieron, además, para ponerlas a la vista de los visitantes, cerca de dos milfotografías de los lugares que los ingenieros habían reconocido en sus explo-raciones. Algunos diarios, siempre en busca de novedades, anunciaron la ex-posición de mapas que debía verificarse en la comisión de límites el 14 deagosto.

En la tarde del día anterior (13 de agosto) el Excmo. señor Presidente de laRepública que nunca había manifestado el menor interés por esos trabajos,pidió por teléfono que se llevara el mapa general recientemente construido, yllamó al señor Bertrand diciendo que quería hablar con él. El señor Bertrandse trasladó inmediatamente llevando consigo el mapa aludido. Era de creerseque el señor Errázuriz quería examinar ese mapa, y que quería también queun hombre tan competente como el señor Bertrand le diese todas las explica-ciones que para la cabal inteligencia de aquel trabajo pudieran necesitarse.No se trataba, sin embargo, de nada de eso. El señor Errázuriz manifestó queno creía conveniente que el público tomara conocimiento de ese mapa, y quepor este motivo había determinado mantenerlo reservado durante algunosdías en su propio despacho. Como se le objetara que por encargo del señorMinistro de Relaciones Exteriores habían sido citados muchas personas distin-guidas y caracterizadas para mostrarles ese mapa el día siguiente en la Oficinade límites, el señor Errázuriz dijo que todo se remediaría haciendo anunciaren los diarios de la mañana que ya no tendría lugar esa exhibición.

Omitó deliberadamente toda observación sobre este acto que fue entoncestema de los periódicos. Algunos de éstos, al dar cuenta al público de aquellasingular determinación, desencadenaron contra el Presidente de la Repúblicauna verdadera tempestad de censuras amargas y de burlas crueles que loobligaron a desistir de su intento. El mapa fue devuelto a la oficina de límitesdos días después, y ya no volvió a insistir el señor Errázuriz en que no se ledejara ver.

Este incidente, vivamente comentado, como digo dio gran notoriedad almapa preparado por la comisión de límites, notoriedad aumentada por losanuncios que llegaban de Buenos Aires por los diarios y por los despachostelegráficos, de que el señor perito argentino se ponía en viaje trayendo unarsenal inmenso de cartas geográficas del más alto valor. La curiosidad públi-ca por conocer la obra de los ingenieros chilenos se manifestó de una maneraque no era de esperarse sin estos antecedentes. Durante una larga semana laoficina de la comisión de límites fue visitada por millares, (verdaderos milla-res, sin exageración) de individuos de todas condiciones. Los representantesdiplomáticos extranjeros y sus secretarios respectivos, casi todos los senadores

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y diputados, muchas personas de alta posición social, y casi todos los ingenie-ros que hay en Santiago, y entre ellos los profesores de matemáticas teóricas yaplicadas de la Universidad de Chile fueron de este número. Algunos de estosúltimos no se contentaron con ver y examinar los mapas que se les presenta-ron. Pidieron las minutas que contenían el trabajo trigonométrico ejecutadopara levantarlos, las libretas de anotaciones de los ayudantes, y se impusierondetenidamente de los procedimientos empleados en esa operación. Fue paramí altamente satisfactorio el oír a esos distinguidos profesores felicitar con lamás franca espontaneidad a los ingenieros de la comisión chilena de límitespor la escrupulosa seriedad y por la sólida competencia que habían desplega-do en ese trabajo.

Las oficinas de la comisión de límites fueron también visitadas en esos díaspor todos o casi todos los periodistas de Santiago y por algunos de las provin-cias. Contra lo que cuatro meses antes habían hecho publicar los confidentesdel Presidente de la República, se vio entonces que la comisión poseía unabundantísimo material geográfico. Los diarios, sin distinción de color políti-co, dieron cuenta de los mapas chilenos aplaudiendo ardorosamente y tribu-tando merecidos elogios a los ingenieros que los habían preparado.

Debo recordar aquí un incidente ocurrido en esos mismos días que, aun-que no tuvo consecuencias, explica un propósito encaminado a dar una direc-ción extraña a la discusión que debía abrirse en ese mes de agosto. Desde lasprimeras conferencias periciales el perito argentino había concurrido acom-pañado por un oficial que tenia el título de secretario. El perito chileno, queno tenía un secretario titular, se hacía acompañar por el señor Bertrand o poralguno de los ingenieros ayudantes que desempeñaba aquel cargo. Esos secre-tarios reunían los papeles o antecedentes que iban a necesitarse, tomabannota de los acuerdos y firmaban las actas en que éstos quedaban asentados.Como en la discusión que iba a entablarse podía ponerse en duda en elcarácter que investía el ingeniero que acompañase al perito chileno, desdeque aquel no tenía un título en regla, yo propuse al Ministerio de RelacionesExteriores que se extendiera en favor del señor Bertrand. El señor MinistroLatorre mandó que inmediatamente se extendiese ese nombramiento y, firma-do por él, fue enviado el decreto al despacho del Presidente de la Repúblicapara obtener su decisión. Nada parecía más expedito y fácil de que el despa-cho de este asunto que no imponía gasto alguno y que solo iba a confirmar unprocedimiento que estaba en práctica desde ocho años atrás. El señor Errázu-riz, sin embargo, objetó el nombramiento del señor Bertrand diciendo quedesde que éste tenía sobre la cuestión en debate las mismas ideas que elperito Barros Arana, su presencia en las conferencias que iban a iniciarse era

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innecesaria. Según este principio, el secretario no podía ser útil sino en elcaso que tuviese ideas opuestas con el perito. Pero la verdad es que el señorErrázuriz tenía otros motivos para resistir este nombramiento, y era el propó-sito de conducir este negocio por sí solo, quitando en lo posible toda inter-vención a otras personas, y según un plan convenido con nuestros contendo-res. El señor Ministro, apoyando mi propuesta, insistió en su determinación, yel señor Errázuriz, aunque muy contrariado, firmó al fin el nombramiento delseñor Bertrand como secretario del perito de Chile.

Los incidentes que dejo referidos tal vez con fatigosa prolijidad, pero conesmerada y puntual exactitud, no eran más que los preliminares de hechosmás graves que se desenvolvieron en seguida, que merecen ser conocidos entodos sus pormenores. Voy a referirlos omitiendo en cuanto es dable todocomentario porque esos hechos hablan demasiado alto para dar a conocer lamanera original como se pretendía dirigir estos negocios y los esfuerzos quetuve que hacer para imprimirles otro rumbo hasta conseguir que quedaraestablecido el arbitraje, que era lo quería la opinión ilustrada del país y hastael voto general del pueblo chileno.

En la tarde del 17 de agosto fui llamado urgentemente a la sala del despa-cho del señor Presidente de la República. Me dijo éste que el señor peritoMoreno había llegado por la vía marítima a Talcahuano, que se había puesto asu disposición un tren especial y que llegaría a Santiago a las once de lanoche. Me manifestó el interés que tenía el Gobierno en solucionar lo máspronto posible la cuestión pendiente recomendándome que por mi partepusiera todo empeño en llegar a este resultado. Le contesté que siemprehabía tenido yo el mismo interés, y que si los trabajos de demarcación nohabían avanzado a medida de mis deseos y de mis esfuerzos era bien a pesarmío, y por las causas de que había informado al Gobierno. A esto agregué queahora estaba determinado a aclarar la terminación de este asunto, y que esta-ba listo para ello. El señor Errázuriz me preguntó si había en la casa ocupadapor la comisión de límites las comodidades necesarias para la celebración delas conferencias periciales, y para que el señor perito argentino colocase con-venientemente el abundante material geográfico que, según anunciaba laprensa, traía de Buenos Aires. Yo le conteste que teníamos una sala espaciosay decentemente amoblada que había servido para la conferencias, y que en lamisma casa podía proporcionarse al señor perito tres piezas independientespara la colocación de sus mapas, que se le entregarían las llaves de esas piezas,y, en caso que así quisiera, se le podría proporcionar otro cuarto para que sehospedase él uno de sus ayudantes o sirvientes para la mas segura custodia desus mapas y papeles. El señor Presidente se manifestó satisfecho con esta

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contestación, me recomendó de nuevo que no omitiera empeño para activarla solución de las conferencias. “Yo también –me agregó– iré por allá porquedeseo mucho ver concluido este negocio”. Con esto me despedí a entradas dela noche.

Una hora más tarde recibía en casa una carta del señor Ministro de Relacio-nes Exteriores. Me decía en ella que el Excmo. señor Presidente le encargabacomunicarme que él creía más conveniente que las conferencias se celebraranen la sala de recepciones de La Moneda, y que yo podía ofrecer al señorperito argentino un departamento en este mismo palacio para que guardarasus planos y demás papeles que pudiera necesitar. El señor Ministro terminabasu carta diciéndome que en la mañana siguiente iría el mismo a la oficina delímites para hablar conmigo y conocer mi parecer sobre esta determinación.

Tuve en efecto una corta conferencia con el señor Ministro Latorre en lamañana del 18 de agosto. En ella le manifesté prolijamente los inconvenientesque yo hallaba a que las conferencias se celebraran en La Moneda. El señorLatorre, aceptando mi modo de ver en este particular, me pidió que pusiesepor escrito mis razones en una carta que él mostraría al Presidente de laRepública. En ella le manifestaba que la convención de 1888 que organizó lacomisión pericial había querido revestir a ésta de toda independencia evitan-do hasta las apariencias de intervención o de influencia de los gobiernosrespectivos, que cuando se negoció ese pacto se trató aún de que de losperitos funcionasen en una ciudad de un Estado extraño, y que no siendo estoposible a causa de la distancia a que quedarían del lugar de lo trabajos, seestableció que ellos se instalaran en Concepción o en el lugar que ellos mis-mos designasen por su propio acuerdo. “Es de la mayor importancia –decía yoen mi carta– que las reuniones de los peritos no pierdan ni la apariencia dedeliberaciones independientes. Bajo este punto de vista, las conferencias pro-yectadas en La Moneda se prestarán probablemente a observaciones críticasen la prensa de ambos países… Estos antecedentes y los temores expuestos mehacen pensar que es preferible no dar a las nuevas conferencias una formainusitada, y continuar celebrándolas en la oficina de la camisón de límitesdonde se han verificado hasta ahora y donde se proporcionará al señor peritoargentino el local que le sea necesario para el depósito de sus planos y otrosobjetos que tuviere por conveniente colocar allí”. Entregué esta carta al señorLatorre. En la noche de ese mismo día me contestaba que aunque el señorErrázuriz creía que la celebración de las conferencias en La Moneda “consul-taba ventajas de comodidad”, no insistía en su idea pero que él concurriría aellas en la comisión de límites, como concurriría también el señor ministroplenipotenciario de la República Argentina.

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La proyectada intervención del Presidente de la República en este negociotomaba así un carácter mucho más extraño y mucho más grave. Yo hallabatodos los inconvenientes imaginables a la presencia del señor Presidente a lasconferencias que iban a efectuarse y ninguna ventaja, ni sombra alguna deventaja. Me pareció que estaba en el deber indeclinable de tomar una actitudresuelta y definida para evitar un acto en que, recordando lo ocurrido en laconferencia del 14 de mayo, creía expuesto a ver ofendida la dignidad nacio-nal, y que consideraba a todas luces depresivo y funesto. Obedeciendo a estaconvicción, en la mañana siguiente, muy temprano, envié al señor MinistroLatorre una carta que reproduzco aquí textualmente:

“Señor don Juan José Latorre“Santiago, 19 de agosto de 1898“Mi estimado señor y amigo:

“He recibido su atenta carta de anoche, y por ésta me he impuesto de que elseñor Presidente mantiene su propósito de asistir en compañía de Ud. a lasconferencias que próximamente he de celebrar con el señor perito argentino.“Ud. me ha de permitir que insista en la idea expresada en mi carta de ayeracerca de los inconvenientes que ofrecería quitar a la comisión pericial aunquefueran las meras apariencias de la más completa independencia. Consideraríaverdaderamente incompatible esta última con la presencia del señor Presidenteen las deliberaciones de los peritos.“La inconveniencia subiría de punto si hubiera de persistir en que tambiénconcurriera a las conferencias periciales el señor ministro diplomático repre-sentante del Gobierno argentino quien esta llamado a intervenir en otro acto,quedando en todo caso sus procedimientos subordinados a la aprobación de suGobierno. La acción personal del señor Presidente de Chile revestiría biendistintas proporciones. Hay además que tomar en cuenta la circunstancia deque, estando establecido por el acuerdo de 1890 que la acción de los gobiernosha de venir después de la de los peritos, la presencia de los expresados funcio-narios aparecería como una intervención prematura de su parte en un negociode que deben conocer más tarde sin que su libertad de acción se halle restin-guita o debilitada por declaraciones y compromisos anteriores.“He reflexionado maduramente acerca de los diversos aspecto de esta cuestióny estoy convencido de que el honor y los intereses de la República están ligadosal estricto cumplimiento de los pactos y internacionales, respetando en su espí-ritu y en su letra cada una de las formalidades y de los distintos trámites queaquellos prescriben.“Así pues, todo bien considerado, me veo en el caso de declarar a Ud. que,antes de consentir en dejar desvirtuado cualquiera de los actos en que los

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tratados dan acción propia al perito chileno, estimo que nmis obligaciones paracon el país me pondría en el caso de pedir que se me exonerara de seguir a suservicio en el desempeño de aquel puesto.“Creería haber dejado cumplida la parte más esencial de mi tarea con la termi-nación de la línea general de frontera en la forma que esta preparada, conarreglo a los tratados vigentes, para ser presentada al señor perito argentino.

“Tengo la satisfacción de suscribirme de Ud. A. y S.S.Diego Barros Arana”.

No tengo para que ocuparme de lo que entonces se dijo sobre la impresiónque esta carta produjo en el ánimo del señor Presidente de la República y desus consejeros oficiales u oficiosos, ni de si algunos de estos propusieron quese me separara inmediatamente del cargo de perito. No me preocupé de nadade esto, porque mi resolución, obra de un convencimiento profundo, era tantranquila como inconmovible. Lo que sí sé, y de ello quedó constancia abun-dante en la prensa de la capital y de las provincias, es que la opinión públicase pronunció con tanta espontaneidad como unanimidad en favor de mi de-terminación. Solo en la noche (entre 11 y 12) recibí una carta del señorLatorre en que me citaba al Ministerio a las 9 de la mañana siguiente paratratar de este asunto.

A la hora indicada concurrí al Ministerio el día 20 de agosto. El señorLatorre estaba acompañado por el señor Ventura Blanco Viel, Ministro a lasazón de Guerra y Marina. Nuestra conversación fue familiar y amistosa. Am-bos señores reconocían que yo estaba en el derecho y en la razón de exigirque las conferencias periciales no salieran de las formas usadas hasta entoncesy del carácter que les daban los tratados vigentes; pero querían, sobre todo elsegundo, que dada la determinación del señor Presidente de la República, sebuscase un arreglo o una salida que pusiera a salvo el prestigio y la autoridadde éste. El señor Blanco Fiel me dijo que señor Errázuriz le había manifestadoque al tomar esa determinación había procedido de acuerdo conmigo y des-pués de tomar mi parecer, y que por esto extrañaba la resistencia que yooponía ahora a que él asistiese a las conferencias oficiales. Antes de pasaradelante, yo creí que debía rectificar esa aseveración inexacta. Expuse al se-ñor Blanco que el señor Errázuriz no me había pedido nunca mi parecer aeste respecto, y que cuando en la conversación que tuve con él en la tarde del17 de agosto me anunció que pensaba ir a la comisión de límites, que nohabía visitado antes, creí que se proponía ver los mapas chilenos y los argenti-nos, y, por ultimo, que cuando una hora más tarde me hizo proponer que lasconferencias se celebrasen en La Moneda, yo había señalado inmediatamente

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la inconveniencia que había de que se quitase de cualquier modo a las confe-rencias periciales la forma y el carácter de independencia prescritos por lostratados. En el curso de la conversación desarrollé las razones indicadas en lacarta reproducida más arriba, y demostré que todo aconsejaba al señor Presi-dente el desistir de su idea de asistir a las conferencias.

Después de tratar de este asunto un largo rato, el señor Blanco me dijo quesería mejor que yo hablara con el señor Presidente para llegar a una soluciónde la dificultad, agregándome que él daría el aviso conveniente para que seme esperara en la sala del despacho presidencial a la una del día.

Llegué a ese lugar a la hora convenida. El señor Errázuriz estaba acompaña-do por dos de sus Ministros, los señores don Carlos Walker Martínez y donRafael Sotomayor. Parecía empeñado en mostrar un aire de autoridad que, sinembargo, no tenía nada de imponente. Sin preámbulos de ninguna especie,entramos a tratar del asunto que motivaba aquella conferencia. Yo expuseclara y terminantemente las consideraciones que ya antes había expuesto,para sostener que la presencia del señor Presidente de la República y delseñor plenipotenciario argentino a las conferencias periciales era contraría ala letra y al espíritu del pacto internacional que creó la comisión de límites.Según ese pacto, decía yo, los gobiernos por medio de sus representantesdiplomáticos no deben entender en este asunto sino cuando se hayan pronun-ciado y protocolizado las divergencias en los acuerdos de los peritos, sea parasolucionarlas amistosamente, sea para recurrir al arbitraje establecido por lostratados. Si el señor Presidente, agregué yo, quiere intervenir directamentedesde luego en esta cuestión, tiene el camino expedito para ello. Yo he pre-sentado un mapa y un memorándum en que está expuesta la línea general defrontera con arreglo a los tratados y a los buenos principios de geografía.Desde que se organizó la comisión pericial he sostenido invariablemente esalínea, y como nunca se me ha dado una razón atendible en contra de ella,estoy resuelto a seguir sosteniéndola con la misma decisión, sin que nada mehaga variar de opinión ni en el conjunto ni en ninguno de los detalles. Conestos antecedentes el señor Presidente puede dar por terminadas las funcio-nes del perito, y abocarse al conocimiento de la cuestión, tratándola directa-mente por la vía gubernativa o diplomática y sin mi intervención, y en laseguridad de que nada me sería más agradable que entrar en un período dedescanso después de la pesada tarea que he soportado. Señalando en seguidalos inconvenientes que ofrecía la asistencia del Presidente de la República, yodije que sería depresivo para la dignidad de nuestro Gobierno y de nuestropaís el que se repitiera en presencia del Primer Magistrado de la Nación unaescena como la de la conferencia del 14 de mayo en el Palacio de La Moneda

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en que el señor perito argentino declaró y repitió con aire arrogante y contono golpeado y poco respetuoso que su Gobierno estaba resuelto a no acudiral arbitraje, lo que, dados los antecedentes de esta cuestión, y los cinco pactosa que había de ajustarse su gestionamiento, importaba una verdadera provoca-ción.

El señor Errázuriz expuso entonces que, por su parte, él no tenía ningúndeseo de asistir a las conferencias periciales; pero que persuadido después dela conversación que tuvo conmigo el 17 de agosto de que yo no me oponía aello, había aceptado el día siguiente la proposición que a este respecto lehabía hecho el señor Ministro argentino. (Enseguida se vera lo que había deverdad en esta aseveración). El señor Errázuriz agregó que, en vista de estasobservaciones, desistía de aquel propósito, pero que este desistimiento le cau-saba un embarazo por el compromiso contraído dos días antes con el señorMinistro argentino y con el señor perito Moreno, embarazo de que no veíacomo salir. Por mi parte yo repuse que ese embarazo era de fácil solución; quebastaba expresar con verdad lo que ocurría, y los inconvenientes de todoorden que ofrecía el que las conferencias periciales se celebrasen en unaforma desusada y contraria además a las prescripciones de los tratados. Al fin,después de discutir este punto detenidamente, yo fui encargado de ver alseñor perito Moreno y de darle cuenta de la nueva resolución gubernativa yde las razones y fundamentos que le habían motivado.

Esa comisión fue desempeñada por mí inmediatamente. Manifesté al señorMoreno la resolución del señor Presidente de la República explicándole queella había sido reclamada por mí para asegurar a los peritos la independenciaque les garantizaba la convención de 1888. El señor Moreno, manifestandouna grande extrañeza, me dijo que en mayo anterior, antes que él partiesepara Buenos Aires, había quedado convenido con el Presidente de la Repúbli-ca que las conferencias periciales en que discutiese la línea general de fronte-ra se verificarían en la Moneda, y en presencia de aquel supremo magistrado,y que no se explicaba como ahora se determinaba otra cosa. Debo confesarque esta declaración, que importaba un desmentido de cuanto me había di-cho el señor Presidente una hora antes de que solo hacía dos o tres días quehabía formado el propósito de asistir a las conferencias, me causó la sorpresaque es fácil suponer. Sin embargo, dominando esa sorpresa, y aun desenten-diéndome por completo de esa revelación, insistí en demostrar al señor More-no que la presencia del Presidente de Chile y del Ministro argentino a lasconferencias periciales, quitaban a éstas aquel aire de independencia y deautoridad que habían querido darle los tratados; que los gobiernos no debíanentrar a entender en esta cuestión sino cuando hubieran llegado a un térmi-

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no las funciones de los peritos, es decir cuando se hubieran reconocido yprotocolizado las divergencias de éstos, y que entonces aquellos buscarían unasolución amistosa sin la intervención de los peritos, que no tenían atribucio-nes para ello, o recurrirían al arbitraje estipulado en los pactos vigentes.Además de estas observaciones, yo insistí en declarar al señor Moreno que ladeterminación gubernativa que yo estaba encargado de comunicarle era irre-vocable; y él convino entonces en que las conferencias periciales se verifica-rían en la forma acostumbrada, es decir en la sala de acuerdos de la comisiónde límites, y sin más asistentes que los peritos y sus secretarios.

Dos o tres días después de estas últimas ocurrencias recibí de manera inespe-rada la confirmación de la noticia que me había dado el señor Moreno delcompromiso establecido en mayo anterior sobre las conferencias periciales y laparticipación que en ellas pensaba tomar el señor Presidente de la República.El señor don Joaquín Walker Martínez nuestro plenipotenciario en la RepúblicaArgentina, me escribía desde Buenos Aires en los primeros días de agosto paracomunicarme la próxima partida del perito señor Moreno. La carta, enviadapor el correo de tierra, que es siempre ordinariamente la vía más corta, habíasufrido atraso por estar la cordillera cerrada a causa de las nieves del invierno.Sin embargo, ella me era muy útil porque me trasmitía informaciones exactas einteresantes. El señor Walker me advertía que no diera crédito a las publicacio-nes argentinas sobre los grandes y numerosos mapas que, según se anunciaba,debía traer el señor perito Moreno; que algunas personas serias que los habíanvisto, y que miraban con sorna esas exageraciones, le habían informado detalla-damente que no pasaban de simples croquis trazados después de una ligerainspección del terreno, y completados con detalles mas o menos imaginarios; yque por ultimo el señor Moreno no traía un proyecto fijo de una línea generalde frontera, ni esta había sido indicada en sus mapas o croquis. El señor peritoMoreno, me agregaba el señor Walker, no volvía a Chile con el propósito deproponer una línea determinada de frontera. Venía, sí, con la esperanza dellegar a negociaciones que le permitieran sacar del Gobierno chileno las venta-jas que le fuera posible alcanzar, y que para ello contaba con que las conferen-cias se celebrarían en La Moneda, en presencia y con la participación del Presi-dente de la República. La carta aludida servía, pues, para explicarme la actitudde éste en aquella emergencia, y tuve motivo sobrado para felicitarme de miobstinación para no dar entrada a las conferencias al Supremo Mandatario dela Nación. Si yo hubiera cedido, me habría visto envuelto en una intriga desdo-rosa y antipatriótica merced a la cual se pretendía hacerme pasar por cómplicede arreglos depresivos para Chile a que yo me había opuesto siempre conporfiada tenacidad.

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Contra mis propósitos y contra mi empeño, las conferencias periciales no seiniciaron con la prontitud que era de desear. En la mañana del 18 de agostoyo había visitado al señor perito Moreno para avisarle que desde luego podía-mos dar principio a nuestros trabajos. Me contestó que le era forzoso tomarsealgunos días para abrir las numerosas cajas que traía de Buenos Aires con susmapas, fotografías, etc, etc., y que él me avisaría oportunamente cuando estu-viere listo para iniciar las conferencias.

En esos días fue a la comisión de límites un caballero inglés o norteameri-cano a quien yo no conocía de vista ni de nombre. Me dijo que unos dibujan-tes de mapas, igualmente extranjeros, estaban ocupados de día y de noche enpreparar los que el señor Moreno se disponía a presentar en las conferenciaspericiales. Me agregó que esos mapas eran dibujados según unos croquis in-formes, y que los dibujantes tenían que hacer grandes esfuerzos para darapariencia de uniformidad a su trabajo. Ofrecióme además llevar a nuestraoficina a los referidos dibujantes para que me dieran más amplias informacio-nes. Yo le contesté que no me parecía conveniente ni decoroso el solicitar yrecibir informes de ese género. Como los dibujantes ocupados por el señorMoreno tuvieran dificultades con éste por el pago de los honorarios a que secreían merecedores, acudieron a los diarios para hacer las revelaciones que yono había querido oír. Por mi parte, yo no puedo decir si los mapas aquelloseran buenos o malos. El señor Moreno como va a verse, no presentó uno soloen todo el curso de las conferencias que se celebraron en la oficina de lacomisión de límites.

El 24 de agosto el señor perito argentino me dio aviso de que ese díapasaría a la comisión de límites. En efecto, llegaba allí pocas horas mas tardeacompañado por don Enrique S. Delachaux, cartógrafo suizo al servicio delMuseo de la Plata, que debía servir de secretario al señor Moreno. Comenzóeste por decirme que no le era posible iniciar las conferencias porque aún notenía ordenados todos sus mapas y papeles, y que por lo tanto su visita erapuramente de cortesía y de mera conversación. Rodó esta sobre los trabajos aque teníamos que atender. Le expresé que mi línea de demarcación se some-tía en toda su extensión al principio de la divisoria de aguas establecida por eltratado de 1881, y reforzada por el protocolo de 1893 como “la norma invaria-ble” a que debían someterse los peritos y los ingenieros demarcadores. Lepresenté los mapas en que estaba trazada esa línea general y muchos de losmapas parciales construidos a una escala diez veces mayor, que habían servidopara preparar aquellos. Le presenté, además, un índice o catálogo descriptivode 348 puntos de esa línea en que podían erigirse hitos de demarcación(cuarenta y uno de los cuales estaban ya convenidos y aprobados en acuerdos

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anteriores), la latitud y altura de cada uno de ellos, los ríos, arroyos o vertien-tes que se desprendían a un lado o a otro, y los picos o cadenas más elevadoscon sus alturas respectivas que se alzaban a ambos costados de la línea diviso-ria propuesta, para demostrar así que en los cuarenta y un puntos ya aproba-dos y en los 347 que ahora proponía, había obedecido invariablemente a darobediencia a las disposiciones ya citadas del tratado. El señor Moreno observóatentamente nuestros mapas, y el índice descriptivo, formado por 51 grandespliegos o estados; y guardó para su uso la copia que yo le había presentado.En esa conversación le dije también que el trabajo que nos estaba encomenda-do era mucho más sencillo de lo que parecía, y que podía quedar concluidoen dos a lo más en tres conferencias; que después de las discusiones sosteni-das desde 1892 era inútil el renovarlas, que debíamos limitarnos a la presenta-ción mutua de nuestras líneas respectivas, y a tomar prolijamente nota de lospuntos en que estuviéramos de acuerdo y de aquellos en que éste no existiera,para presentarla a nuestros gobiernos respectivos, y por ultimo que debiéra-mos guardar nuestras razones y fundamentos en favor de las proposiciones decada parte para hacerlas valer ante el árbitro cuyo fallo vendría a dar lasolución definitiva al litigio. El señor Moreno, conviniendo en que la discu-sión era inútil, expuso sin embargo que pensaba que se necesitarían variasconferencias, siempre más de tres, y que él creía que las actas en que estampá-semos nuestros acuerdos y nuestros desacuerdos debían ser sometidas a losgobiernos para que ellos buscasen una solución amistosa y conciliadora. Aldespedirse me dijo que en dos días más estaría listo para comenzar el trabajo,y que el 26 de agosto podríamos celebrar nuestra primera conferencia.

Ese día 26 de agosto el señor Moreno me hizo avisar que se hallaba indis-puesto y que no podría verificarse la conferencia anunciada. Fue necesarioaplazarla para el 29, día en que al fin celebramos nuestra primera conferencia.

No tengo para qué exponer aquí detalladamente los acuerdos y desacuer-dos a que llegamos en aquella ocasión. Ellos están consignados en las actas delas conferencias periciales de 29 de agosto, de 1º y 3 de septiembre de 1898,que han sido publicadas muchas veces. Pero debo dar algunas noticias noprecisamente relativas a esos acuerdos, sino a las desagradables molestias queme costó llegar a ellos.

El señor perito argentino inició la primera conferencia pidiendo que porcada parte se presentasen todos los mapas que cada comisión tuviese de losterritorios en que pretendían que pasara la línea divisioria, y que canjearancopias de esos mapas firmados por los peritos, con otras exigencias relaciona-das con los documentos cartográficos relativos a esta cuestión. Yo llegué ainquietarme calculando el enorme recargo de trabajo que iba a caer sobre

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nuestros ingenieros y dibujantes después de la penosa tarea que acababan dedesempeñar y, sobre todo, el tiempo que iba a necesitarse para sacar esascopias, esto es uno o dos meses en que se retardaría el desenlace de la discu-sión. El señor Bertrand, que asistía a la conferencia como secretario del peritochileno, manifestó sin vacilar que él se haría cargo de todo lo referente a esteasunto, comprendiendo sin duda alguna que todo quedaría en nada. En efec-to, apenas se tomó nota de esta exigencia, y aunque por nuestra parte había-mos presentado y seguimos presentando nuestros mapas, sin volver a pensaren las copias de que se hablaba, las conferencias llegaron a su término el 3 deseptiembre sin que el señor Moreno presentara un solo mapa. Ya he dichomás arriba que no vi uno solo de ellos.

Aunque parecía convenido el abstenerse de toda discusión referente a lainteligencia de los tratados y a otros puntos análogos por considerarla inútil,el señor Moreno no pudo resignarse a renunciar de promover ciertas cuestio-nes que traía preparadas y que debía considerar hábiles y capciosas paraarrancarme alguna declaración desfavorable a la causa de Chile o para hacer-me caer en alguna contradicción. La sola proposición de estas cuestiones quehacían perder tiempo sin provecho alguno, era de por sí bastante desagrada-ble pero se hacían más desagradables todavía por la manera como eran for-muladas. El señor Moreno hacía sus preguntas con el carácter de cuestiónprevia sin cuya solución, decía, se vería en el caso de suspender las conferen-cias. Por más impertinente que fuera este procedimiento tuve paciencia paratolerarlo dos veces; pero como las preguntas del señor Moreno no conducíana ningún resultado utilizable y no parecían tener mas objeto que fastidiar, melimité a contestar generalidades que no significaban nada. Más adelante, en laconferencia del 3 de septiembre, según creo, el señor Moreno persistiendo enel mismo procedimiento, me hizo salir de paciencia con una cuestión delmismo espíritu, y con la conminación más acentuada aún de suspender ycortar las conferencias. Me vi forzado a levantar la voz, a reprochar enérgica-mente al señor Moreno un procedimiento que consideraba ofensivo para elcarácter oficial que yo investía e irrespetuoso para mis años, y a declararle querechazaba en lo absoluto esa manera de discusión y que suspendiera si loquería las conferencias, y que yo daría cuenta de todo a mi Gobierno, paraque impuesto de todo lo ocurrido, arbitrase los medios de llevar adelante esasgestiones. Esto bastó para poner término a aquellas intempestivas cuestionesque no tenían objeto alguno práctico y que por la manera en que se propo-nían parecían encaminadas solo a molestar.

Las conferencias se celebraban, como quedó dicho en el salón principal de lacasa ocupada por la comisión de límites, que reunía junto con la decencia,

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todas las comodidades que podían exigirse para el caso, y entre ellas el aisla-miento conveniente para no ser interrumpidos en el trabajo, y el tener a lamano todos los libros, documentos o mapas que pudiéramos necesitar. Lasconferencias eran de carácter privado; y sus acuerdos no debían ser dados aconocer sino cuando estuviesen sancionados y protocolizados. Algunos diarios,sin embargo, fundándose en suposiciones que a veces se acercaban a la verdad ya veces se alejaban de ella, daban noticias o simples referencias que de algúnmodo satisfacían la curiosidad pública. El señor Moreno se quejaba cada día deesas publicaciones tomándolas por pretexto para pedir que las conferencias secelebraran en sus habitaciones donde la comisión pericial no estaría expuesta aque sus deliberaciones fueran sorprendidas por el público. Esta proposición eratanto más absurda cuanto que el señor Moreno tenía su habitación en una casade huéspedes o de pensionistas y, como tal, abierta a todo el mundo. Perotodavía era más singular la forma en que me hizo esa proposición como sitratase de impartir una orden a un subalterno que está muy abajo. Un día, a launa del día, recibí la siguiente comunicación del señor Moreno: “Señor perito.Me es grato indicar a V.S. como punto para la reunión de hoy, el local de estaoficina, calle de la Catedral, número 1085 (la casa de pensionistas en que estabahospedado) a 2 PM.” Casi parece innecesario decir que esta citación hecha contan poca cortesía no surtió efecto, y que solo en el salón de la comisión delímites se celebraron las conferencias periciales. No estará de más añadir quedespués supe con toda seguridad que el señor Moreno, que tanto exigía la másabsoluta reserva sobre lo que se trataba en las conferencias, comunicaba cadatarde por telégrafo cuanto ocurría y no ocurría en ellas, a algunos de los diariosde Buenos Aires, y que esas comunicaciones telegráficas daban material y temaa los escritos más violentos y provocadores de esa prensa.

Por fin el 3 de septiembre, después de tres largas y fatigosísimas conferen-cias, pude creer terminada aquella tarea. Los acuerdos y los desacuerdos ha-bían sido consignados en cinco actas diferentes, de tal suerte que ellas expre-saban con la mayor claridad toda la extensión de la línea limítrofe en quepodía darse por terminada y sancionada la demarcación y la parte que debíapresentarse al árbitro para que éste diera la resolución definitiva. Faltaba enverdad tomar nota de algunos puntos intermediarios entre dos hitos aproba-dos, y donde el señor Moreno pedía que se colocasen signos de demarcación,pero esto no podía ofrecer ya la menor dificultad, ni siquiera había necesidadde tomar en cuenta esos puntos, desde que estaba establecida y aprobada lademarcación en los puntos inmediatos. Sin embargo, al separarnos de la con-ferencia del 3 de septiembre, el señor Moreno pidió con instancia que cele-bráramos otra conferencia para formar la nómina de los puntos de acuerdo y

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de los puntos de desacuerdo (nómina que ya estaba establecida en las actas yafirmadas), y para dejar constancia de los fundamentos que habían servido deguía a cada perito en esta tarea. Aunque yo desconocía la necesidad de talconferencia, y no veía en ella más que un motivo de demorar la terminacióndel trabajo que nos estaba encomendado, no pude excusarme de aceptaraquella proposición. Por exigencia del señor Moreno quedó establecido quela nueva conferencia se verificaría el miércoles 7 de septiembre.

Aquella conferencia, sin embargo, no se llevó a efecto por las causas quevoy a exponer con algún detenimiento, y que estuvieron a punto de producirlas más compromitentes y fatales complicaciones.

El lunes 5 de septiembre, casi a entradas de la noche, fue llamado porteléfono al palacio de La Moneda, el señor don Alejandro Bertrand que,como queda dicho, desempeñaba las funciones de secretario del perito chile-no. Allí fue introducido a la sala del despacho del Presidente de la República,que se hallaba reunido con todos los Ministros de Estado. El Excmo. señorErrázuriz refirió al señor Bertrand que ese mismo día había estado a verlo elseñor Moreno, que le había mostrado un proyecto de acta en que los peritos,después de recordar las reglas y principios en que habían fundado la demar-cación, señalaban los puntos de acuerdo, y aquellos en que no existía confor-midad. El señor Errázuriz manifestó además que a él le había parecido muybien aquel proyecto de acta, y que lo llamaba para que tomase copia de él, ylo presentase al perito chileno para que éste lo hiciera extender en el libro deacuerdos y lo suscribiera como el acta final de aquellas conferencias. El señorBertrand bajo el dictado del Excmo. señor Errázuriz, escribió una copia deese proyecto de acta, pero el conocimiento de su texto lastimó dolorosamentesu patriotismo y, recordando todos los últimos accidentes que quedan referi-dos declaró que él creía que el perito chileno no le daría su aprobación ymucho menos que pusiera su firma. Aunque el señor Bertrand, perfectamenteconocedor de la cuestión de límites y de todos sus incidentes, dio muy buenasrazones para fundar la convicción de que el perito chileno no firmaría unaacta semejante, el Excmo. señor Presidente insistió imperativamente en sudeterminación que, según decía, había sido tomada con madura meditación.Conviene advertir que los señores Ministros de Estado allí presentes guarda-ron una actitud reservada, sin desplegar un solo instante los labios.

Algunos días después supe de la manera más cierta e incuestionable quedos de ellos a lo menos hallaban a todas luces inconveniente y hasta culpablela conducta del Presidente de la República en todo este incidente.

La conferencia que acabo de referir se había prolongado hasta las ocho dela noche. Solo en la mañana siguiente (6 de septiembre) me comunicó el

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señor Bertrand el encargo que había recibido del Presidente de la República,limitándose a darme lectura del proyecto de acta de que era portador, sinemitir sobre él opinión alguna. Me bastó, sin embargo, oír leer aquella piezasingular para comprender desde el primer instante que yo no podía firmarlasin traicionar la confianza que el Gobierno y el país habían puesto en mí alencargarme la defensa de sus derechos. Casi sin tocar aquel malhado papel,pedí al señor Bertrand que lo devolviera al señor Presidente de la República, yque se sirviera expresarle que yo me negaba de la manera más perentoria yabsoluta a ponerle mi firma. El señor Bertrand me refirió entonces muy suma-riamente la conversación que el día anterior había tenido con el señor Errázu-riz, la actitud intemperante e imperiosa de éste que lo había ofendido sinrazón ni objeto y por fin la resistencia que sentía en su ánimo para volver ahablarle de este asunto. Prefirió, por tanto, ir a verse con el señor Ministro deRelaciones Exteriores, almirante Latorre, caracterizado testigo de todo aque-llo, y devolver a éste el papel enviado por el Presidente de la República, yponer en su conocimiento, para que lo hiciera saber donde correspondía, queme negaba de la manera más formal y terminante a dar con mi firma valor yautoridad a un proyecto de acta elaborado contra los intereses y derechos deChile. En vista de esa declaración que no dejaba el menor lugar a duda, no seme volvió a hablar de aquel papel por parte de nuestro Gobierno, pero másadelante voy a referir el semillero de dificultades a que dio lugar la culpableintromisión del Gobierno y las molestias y fastidios que ella me ocasionó.

He calificado de culpable la intromisión del Presidente de la Repúblicaporque en realidad es el más moderado de los calificativos que se puede dar aun acto que sin mi terquedad para no aceptarlo habría sido un bochornosobaldon. El acta que se trataba de formar estaba destinada a ser presentada alárbitro como el documento sobre el cual iba a recaer el fallo arbitral. Debíaconsignar los puntos sobre los cuales se había producido el acuerdo de losperitos, y aquellos en que se había pronunciado la divergencia, todo lo cual,como sabemos, estaba consignado en las actas de las últimas conferencias.Pero el señor perito argentino había querido además que la que se trataba deformar fuese precedida de una exposición de los tratados pertinentes al asun-to para explicar los fundamentos de la demarcación; y se había encargado porsí y ante sí de este trabajo. Su propósito era dejar asentada en esa acta unaexposición o explicación de los tratados que favorecíera las teorías y preten-siones que la República Argentina venía sosteniendo desde 1892. Pero el se-ñor perito argentino suponía con sobrada razón que yo no me prestaría asuscribir una exposición preparada contra Chile y destinada a amenguar ladefensa que pudiéramos hacer de nuestros derechos y recurrió al arbitrio más

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imprevisto que era posible imaginarse para obligarme a sancionarla con mifirma: la intromisión injustificada e injustificable del Presidente de Chile con-tra la dignidad y los intereses de esta República. Desde luego, haré notar quesegún los pactos que habían creado la comisión pericial, esta debía procedercon la más completa independencia, y el Presidente de la República no podíaintervenir en lo menor en las resoluciones y acuerdos de los peritos. El señorErrázuriz, por otra parte, no se había preocupado nunca de saber en quéconsistía la cuestión de límites con la República Argentina, y en qué las difi-cultades y tropiezos que había encontrado la demarcación. En este punto,como pude notarlo y comprobarlo cada vez que tuve que hablar con él sobrela cuestión de límites y sus accidentes, carecía aún de las nociones vulgaresque muchas personas habían adquirido en la simple lectura de algunos artícu-los de los diarios.

Si la intromisión personal del Presidente de la República en los acuerdosde los peritos no estaba justificada por los pactos que habían establecido lacomisión pericial, lo estaba mucho menos por la absoluta y deplorable incom-petencia de aquél para dar opinión sobre asuntos a cuyo estudio no habíaprestado la menor atención. Sin embargo, el señor don Federico Errázuriz, notuvo embarazo, ni siquiera vacilación para dar su asentimiento a este proyectode acta pericial y, lo que es más todavía, para creerse con autoridad legal ymoral para ordenar al perito chileno que firmase un documento contrario alos intereses y la dignidad de Chile.

La noción más superficial de los deberes y responsabilidad de su cargodebió haber detenido al señor Errázuriz, antes de dar un beneplácito a aquelproyecto de acta, y de comprometerse a hacerlo aceptar y firmar por el peritochileno. No se necesitaba de una gran sagacidad para comprender que undocumento de esa clase, elaborado todo él por la parte contraria y sin que losdefensores de nuestros derechos hubiesen introducido en él una sola palabra,era simplemente una celada que el más vulgar sentido común podía descu-brir; como no se necesitaba mucho tacto diplomático para comprender queen la pretendida exposición de los principios fundamentales de los pactosrelacionados con este negocio, se intentaba dar a estos un sentido y un alcan-ce que siempre había rechazado Chile con razones incontrovertibles.

Pero este acto del presidente Errázuriz tiene un aspecto más grave todavía.El señor don Joaquín Walker Martínez, entonces Ministro Plenipotenciario deChile en la Republica Argentina y muy impuesto en todos los incidentes de lacuestión de límites, no tuvo sin embargo noticia del compromiso contraídopor el señor Errázuriz con el señor perito Moreno sobre la aceptación del actaque éste había elaborado; pero ha revelado con documentos en mano que ese

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mismo día 5 de septiembre de 1898 el señor Errázuriz estipulaba con el señorMoreno la entrega incondicional de la Puna de Atacama. Puede verse sobreeste punto el opúsculo o libro publicado por el señor Walker con el título de“Las invasiones del valle Lacar” (Santiago, 1901), pag. 219 y siguientes. De esaexposición se desprende que el 5 de septiembre de 1898 el presidente Errázu-riz ofrecía la entrega de la Puna, buscando un expediente que salvase lasapariencias, a condición de que la República Argentina entrase por el arbitra-je a que se resistía con tanta porfía, a pesar de estar obligada a ello por cincopactos solemnes16; y para recompensar esta condescencia, el señor Errázurizconvenía en que el documento que debía presentarse al árbitro para hacerleconocer el objeto del litigio y los fundamentos del derecho invocado por cadaparte, fuera escrito por el perito argentino sin intervención alguna del defen-sor de los derechos de Chile.

He contado más atrás que desde que tomé conocimiento del acta aprobadapor el señor Errázuriz, declaré terminantemente que yo no la firmaría jamás.Mi contestación, dada en el mismo momento, fue tan terminante que no eraposible pretender hacerme cambiar de determinación. Sin embargo, el mismodía (6 de septiembre) en que yo me negué a aceptar y a firmar ese documen-to, comencé a experimentar molestias que parecían dirigidas a agotar mipaciencia. En efecto, habían transcurrido apenas unas y tres o cuatros horasdesde que yo había hecho devolver al señor Errázuriz el acta que me habíanegado a suscribir, cuando llegó a la oficina de la comisión de limites elsecretario del señor perito Moreno con una comisión que éste le había confia-do. El señor Delachaux (como se recordará, este era el nombre del secretariodel perito argentino) llevaba un manuscrito, y a nombre del señor Moreno,pedía que se copiara en el libro de acuerdos periciales como preámbulo oexposición de motivos del acta que debía extenderse al día siguiente.

Uno o dos minutos me bastaron para reconocer que aquel manuscrito erala copia textual, palabra a palabra, del que acababa de devolver al presidenteErrázuriz. Di a éste el mismo destino, es decir, lo devolví al señor Delachauxexplicándole en los términos textuales o casi textuales siguientes la razón quetenía para no aceptar aquel procedimiento y mucho más para no suscribir elacta proyectada. “Reconozco al señor Moreno, –le dije– el derecho de consig-nar en el acta bajo su nombre todas las ideas o razones que en su conceptofavorecen a su causa, como lo tiene igualmente el perito chileno de estampar

16 Más adelante referiré con pormenores largo tiempo desconocidos lo que se refiera a laentrega de la Puna de Atacama.

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allí mismo lo que creyere convenir más al sostenimiento de sus opiniones;pero ninguno de ellos tiene prerrogativa de explicar por sí y ante sí los trata-dos que se relacionan con este negocio, y de dar a esa explicación el carácterde declaración de los dos peritos, siendo que uno de ellos no ha tenido lamenor ingerencia en tales explicaciones. Si el señor Moreno cree que en elacta que se trata de elaborar, deben consignarse consideraciones de tal o cualnaturaleza sobre los principios de demarcación, ponga él bajo su nombre losque quiera, y yo me limitaré a escribir en seguida unas pocas líneas queexpliquen la inteligencia y alcance que yo he dado en principio y en la practi-ca a esos pactos”. Tomando en seguida una hoja de papel escribí en ella unasveinte líneas que entregué al señor Delachaux, pidiéndole que se sirvierapresentarlas al señor Moreno para que si este quisiera que se insertase bajo sunombre la exposición que me había remitido se pudieran agregar aquellaslíneas como la opinión o doctrina sustentada por el perito chileno en virtudde la inteligencia que daba a los pactos existentes17.

Por evidentes y poderosos que fuesen los fundamentos que yo tenía para nosuscribir aquel proyecto de acta, y por razonado y equitativa que fuese elarbitrio que proponía para hacer cesar toda dificultad, el señor perito More-

17 Por un descuido que ahora deploro, no dejé copia completa del factum que el señor Morenohabía preparado para él encabezamiento del acta que debía elaborarse el 7 de septiembre, apesar de haberlo tenido en mis manos en dos distintos manuscritos, el que me envió el señorErrázuriz y el que me presentó el señor Delachaux a nombre del referido señor Moreno,pero, como queda dicho, ambos fueron devueltos inmediatamente con la declaración de queen esa forma no serían firmados jamás por mí. Conservo, sí, copia del apunte que yo di paraque se asentara en el acta, después de la exposición del señor Moreno, dado caso que éste sedeterminase a escribirla allí como exposición de su opinión individual. Mi apunte decíatextualmente lo que sigue: “El perito chileno, por su parte, expone que al aprobar todos lospuntos señalados en la lista adjunta, lo hace de acuerdo con la letra y el espíritu de los pactosexistentes, y que en consecuencia debe dejar constancia de los hechos que siguen. Todos lospuntos en que están de acuerdo ambos peritos, y que constituyen el trazado de la mayor partede la línea fronteriza entre los dos países, están situados en la línea divisoria de las aguas,respetándose invariablemente esta condición geográfica de la demarcación. Al señalarse esospuntos, no se han tomado en cuenta las cumbres o picos de mayor altura que la líneadivisoria de las aguas, que se levantan a uno y a otro lado de esta, como tampoco se hantomado en cuenta las cadenas de montañas laterales mucho más anchas, más escarpadas ymás elevadas que en varias partes se levantan al oriente de la cadena en que se hace pasar lalínea fronteriza por cuanto aquellas cadenas no dividen las aguas. El perito chileno agregaque la demarcación en todos los puntos en que están de acuerdo ambos peritos deja confir-mada en el hecho la definición que según los tratados vigentes, dio en el acta de 1º de enerode 1894, de la expresión “encadenamiento principal de los Andes” consignada en el protoco-lo de 1893”.

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no se mostraba obstinadamente resuelto a no desistir de su intento. No podíaentrar en su espíritu que habíendo aprobado el Presidente de la Repúblicaaquel factum, y habiéndose comprometido a que sería firmado por el peritochileno, este se negara a hacerlo. Seguro, al parecer, de que yo seria obligadoa desistir de mi negativa, comenzó a pasarme una tras otra las notas másarrogantes y descomedidas. Día hubo en que recibí tres comunicaciones sobreel mismo tema y en términos tales que estuve tentado a devolverle alguna deellas. El señor Moreno llegó a tomar un tono conminatorio haciéndome res-ponsable de todas las complicaciones y tempestades internacionales que seiban a seguir de mi obstinación para no firmar las declaraciones que él prepa-raba para servir a la causa que estaba encargado de defender. Desentendién-dome por completo de esas provocaciones y amenazas, yo rechazaba con todamoderación, pero también con inquebrantable firmeza, todo proyecto de actaen que una de las partes consignara sus propias opiniones con los caracteresde declaración de las dos partes; y proponía o que se levantara una actareducida a señalar los puntos de acuerdo o de desacuerdo, sin explicación ocomentario alguno, y que si se quería que estos entrasen en ese documento,se dejase a cada perito la facultad de fundar su opinión18.

Vista la persistencia del señor perito argentino para no aceptar ninguno deestos arbitrios que hacían cesar toda dificultad y para insistir en que yo firma-ra el acta que el había preparado por su sola iniciativa, me resolví a desenten-derme de sus notas y a tomar el camino más claro y correcto que pusieratérmino a los molestos inconvenientes que aquel parecía empeñado en provo-car. El 10 de septiembre remitía a nuestro Ministerio de Relaciones Exteriorestodos los antecedentes relativos a la discusión pericial de la línea general defrontera, acompañándolos de una exposición regular y completa de los últi-

18 La proposición de estos dos arbitrios fue formulada por mí en los términos siguientes: “1º Laformación de un acta en que haciéndose referencia a los fundamentos expuestos por cadaperito al presentar su proyecto respectivo de demarcación, se insertare en seguida lisa yllanamente la nómina de los puntos en que ha recaído acuerdo y aquellos en que hay diver-gencia 2º. Un acta en que cada perito expusiera por su parte las razones de acuerdo o dedivergencia, reconociendo el derecho de intercalar en todo o en parte los tratados y demásconvenios o antecedentes que rigen en la materia”. Por ultimo, propuse que en caso deformular una acta con consideraciones que se diesen como aceptadas por los dos peritos,ellas debían ser previamente discutidas y convenidas entre ambos; y en todo caso debíahacerse constar en ese acta que todos los puntos en que existía acuerdo estaban situados enel encadenamiento principal de los Andes que divide las aguas, fórmula que resume la letra yel espíritu de los tratados y que fue usada por los ingenieros en la erección de cada hito dedemarcación.

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mos incidentes, en que además demostraba que aquellos eran suficientes paraque los gobiernos, dando por terminadas las funciones de los peritos, se abo-caran al conocimiento del negocio para buscarle una solución con arreglo alos tratados, ya fuera por una transacción o por el sometimiento al arbitrajepactado. En efecto, desde que los puntos de acuerdo entre los peritos asícomo las divergencias en que se hallaban los otros puntos, habían sido anota-dos en las actas de las conferencias anteriores, no era en manera algunanecesaria la nueva acta que el señor perito argentino pretendía que se levan-tase. La marcha subsiguiente de este negocio, el convenio celebrado algunosdías después para entregarlo al árbitro vino a probar que los documentos yaprotocolizados bastaban para llegar a esa solución. Y sin embargo, la exigenciasin razón y sin fundamento del señor perito argentino de que se levantase esaacta, y la exigencia, verdaderamente descomunal, de ser el único que intervi-niera en la redacción de esa acta que debían suscribir los dos peritos, creócomo se ha visto, una enojosa cuestión y fue causa de mil desagrados y moles-tias. Cuando se recuerda que toda esta bochornosa complicación, inventada ydirigida contra la causa de Chile, había sido elaborada con el beneplácito delExcmo. señor Presidente de Chile don Federico Errázuriz, se siente una im-presión de pena y de vergüenza al contemplar en qué manos había caído ladirección de la cosa pública en nuestra patria, sobre todo en momentos enque se habrían necesitado en el gobierno la seriedad y la discreción queparecían perdidas.

No tengo para qué referir aquí las gestiones que se siguieron por la víadiplomática para constituir el arbitraje. Yo tuve muy escasa ingerencia enellas, o, más propiamente, solo una o dos veces se me llamó para pedírsemealgún dato de carácter geográfico, o algo parecido, y estas ocasiones me deja-ron ver que nuestra representación en esa emergencia dejaba mucho quedesear. Pero sobre la marcha general de la negociación puedo consignar aquínoticias que conviene conocer.

Como se sabe, el Gobierno argentino, a pesar de haber pactado el arbitrajeen cinco tratados diferentes, no quería recurrir a él, y anhelaba la solución delconflicto por un arreglo directo que en todo caso habría quitado a Chile unaporción más o menos extensa del territorio que le reconocían aquellos pactoshaciendo desaparecer las condiciones establecidas por ellos a la línea de demar-cación y creando en vez de una regla clara, bien determinada, sin lugar aambigüedades y a contradicciones, el régimen de lo incierto y de litigios sin finen todo el curso de los trabajos de los demarcadores. La prensa argentina sepronunciaba abiertamente contra el arbitraje o proponía las bases y los casos enque pudiera hacerse efectivo, de tal suerte que venía a resultar ilusorio el esta-

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blecimiento de este recurso. Los representantes y agentes argentinos se mani-festaban enfadados cada vez que en el curso del litigio se habló de arbitraje. Elseñor perito Moreno, en la conferencia celebrada en el palacio de La Monedael 14 de marzo de 1898, declaró y repitió en tono firme y golpeado, segúnqueda referido, y en presencia del Presidente Errázuriz y de su Ministro señorLatorre, que la República Argentina no iría jamás al arbitraje

En Chile, por el contrario, el arbitraje había sido la aspiración constantedel Gobierno y de la opinión pública, que a la vez que tenían plena confianzaen la justicia de su causa, creían que solo el fallo del árbitro podía solucionardefinitivamente este litigio. Ya hemos dicho que desde que se vieron nacer lasprimeras dificultades en 1892, se había invocado varias veces por parte deChile aquel arbitrio conciliador, sin obtener una contestación satisfactoria. Elpacto de abril de 1896, que designó a S.M.B en el carácter de árbitro en estelitigio, fue celebrado en Chile como un triunfo sobre la resistencia argentinapara entrar por ese camino; pero la inauguración de una nueva administra-ción, en septiembre de ese mismo año, amenazaba frustrar ese triunfo. Desdelos primeros días del nuevo gobierno se pudo conocer que éste no daba a queaquellas cuestiones la importancia que merecían, y que no estaba preparadopara tratarles con la seriedad y fijeza de conducta que ellas reclamaban. Nues-tros contendores no tardaron en percibir aquel estado de cosas, y quisieronaprovecharlo. No es extraño que se lisonjearan con la esperanza de rehuir elarbitraje y de llegar a un pretendido arreglo directo de que pudieran sacartodas las ventajas que no habían podido sacar hasta entonces. Sus trabajos sedirigieron desde ese momento a llegar a ese resultado, proclamando como yadijimos que no irían al arbitraje.

Los procedimientos del Gobierno de Chile autorizaban esas esperanzas.Parecía empeñado en demostrar a nuestros contendores la más deplorableincompetencia para entender y para dirigir estos negocios. Aunque se poníael mas decidido empeño en ocultar esos procedimientos, y aunque acerca deellos se guardaba la más obstinada reserva respecto de la comisión chilena delimites, a la cual se quería mantener alejada y absolutamente a oscuras detodo lo que se hacia en el gobierno, entonces o mas tarde se descubrieronalgunos de ellos por accidentes más o menos casuales, y ellos confirman eljuicio que acabamos de dar.

En el verano de 1897-1898 anduvo un buquecillo de la Armada argentinahaciendo exploraciones en los canales e islas de las costas de Chile al sur delparalelo 42. El señor perito Moreno anduvo algún tiempo en esos afanes.Ellos no tenían atingencia alguna con las funciones encargadas a aquél, desdeque los pactos vigentes reconocían todas esas costas como territorio indiscuti-

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ble de Chile; pero esa exploración era inspirada por la quimera de buscar,puertos argentinos en el Pacífico o, más propiamente, nuevos motivos dedificultades y de enredos. Recordando la conducta que las autoridades argen-tinas habían observado con los exploradores chilenos dentro del territoriolitigioso, apresándolos y sometiéndolos a tratamientos insolentes y vejatorios,el Gobierno chileno se habría mostrado generoso con solo no oponer a aqué-llos trabas ni inconveniente alguno. Pero no se limitó a esto solo. Se dieronordenes reservadísimas a las autoridades de Llanquihue y de Chiloé para pres-tar al buque argentino todos los auxilios y socorros que pudiera necesitar; yese barco, que dirigido por sus propios oficiales y tripulantes no habría podi-do navegar dos días en aquellos lugares, halló prácticos excelentes, marinerosy trabajadores de todo orden suministrados por las autoridades gubernativasde aquellos lugares. Y esto era tanto digno de notarse cuanto que los explora-dores enviados por la comisión chilena de límites se hallaron privados demuchos de esos elementos y recursos.

Más digno de atención es todavía el incidente que pasamos a recordar. Eltratado de límites entre Chile y la República Argentina de 23 de julio de 1881había establecido por su articulo 6º esta prescripción: “Toda cuestión que pordesgracia surgiera entre ambos países, ya sea con motivo de esta transacción,ya sea de cualquiera otra causa, será sometida al fallo de una potencia amiga.”Esta cláusula equivalía al establecimiento del arbitraje permanente entre losdos países, y así había sido explicado y comentado por un alto jurisconsultoargentino. Pero la República Argentina, aún después de firmada la conven-ción de abril de 1896, que designó por árbitro en nuestro litigio a S.M.B., semanifestaba resuelta a eludir el arbitraje. El Gobierno de Chile, en vez desostener con firmeza los principios y reglas sancionados por esos pactos, dis-currió un arbitrio que, al paso que importaba un cobarde abandono de losderechos que ellos le acordaban, no habría podido producir otro resultadoque provocar el desdén y la burla de nuestros contendores.

Hemos contado más atrás que, en la conferencia celebrada en el palacio deLa Moneda el 14 de mayo de 1898, el señor perito Moreno había declaradocon arrogante y descomedida insistencia que la República Argentina estabaresuelta a no ir al arbitraje pactado en 1881, y confirmado en cuatro conven-ciones posteriores. Quince días más tarde, el 30 de mayo, el Gobierno deChile se dirigía por el telégrafo a don Joaquín Walker Martínez, nuestro re-presentante en Buenos Aires, dándole instrucciones para “procurar obtenerde ese gobierno que toda dificultad, de cualquiera naturaleza que sea entrelos dos países, fuera siempre resuelta, durante veinte años, por un arbitro quese nombraría en cada caso”. El señor Walker debía hacer esta proposición

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como de iniciativa personal y ad referéndum y debía además “procurar insinuarque fuera la Santa Sede quien designare el árbitro en ese período de veinteaños”. El señor Walker tuvo el buen sentido de no dar curso a una proposi-ción que no habría producido otro resultado que el poner más de manifiestola ineptitud de los gobernantes de Chile en aquella situación.

La gestión encargada al Ministro de Chile en Buenos Aires, no produjo,pues, resultado alguno, merced a la discreción de nuestro representante parano dar cumplimiento a los encargos de su Gobierno. Por lo demás, se guardósobre ella la más profunda reserva; de tal suerte que el público no tuvo lamenor noticia de aquella proposición, y que acerca de ella no pudo hacerse lamenor referencia o alusión en la prensa de esos meses. No es extraño que lacomisión de límites permaneciera absolutamente ignorante de esta intentadanegociación, puesto que, según se desprende de varios antecedentes, el señorMinistro de Relaciones Exteriores, en cuyo nombre se hacía esa proposición,no tuvo de ella la menor noticia.

Paso ahora a referir algunos accidentes relacionados con la entrega de laPuna de Atacama a la República Argentina, asunto que ha dado tema a mu-chas discusiones así en la prensa como en el Congreso, y sobre el cual habíainterés en dar una luz falsa e incompleta, ocultando para ello algunos de losdocumentos de más grave trascendencia. Para dar a conocer estos hechosestoy obligado a volver atrás en esta exposición.

La Puna de Atacama era considerada territorio boliviano antes de 1879,época en que, a consecuencia de la guerra contra el Perú y Bolivia, fue ocupa-da militarmente por Chile que, por otra parte, había alegado antiguos dere-chos de soberanía sobre ese territorio. Por fin, una ley de 12 de julio de 1888lo declaró incorporado a la República chilena. La comisión pericial de límitesentre Chile y la República Argentina, instalada en 1890, no tenía nada que vercon la región de la Puna que, como se comprende, no podía dar origen acuestión alguna sino entre Chile y Bolivia.

Pero, en 1893, Bolivia cedió por un tratado a la República Argentina susderechos a aquel territorio. Aunque Chile se negó a reconocer esa cesión, ypor tanto a abandonar la ocupación ejercida en la Puna de Atacama, convinopor la convención de abril de 1896 en que la comisión internacional de lími-tes entre Chile y la República Argentina hiciera la demarcación en aquellaregión, es decir entre los paralelos 23 y 27 de latitud sur. Por entonces, ydurante dos años, los trabajos de las comisiones de límites se redujeron aestudios geográficos y al levantamiento del mapa de toda esa dilata comarca.

Según contamos más atrás, en la conferencia celebrada en el palacio de LaMoneda el 14 de mayo de 1898, quedó convenido que en agosto siguiente

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sería presentada por cada perito una línea general de frontera según las doc-trinas y principios a que cada uno de ellos creía que debía sujetarse la demar-cación de límites. Para la representación gráfica de esa proposición de fronte-ra, la comisión chilena de límites trazó un mapa general de Chile en la escalade 1:1000000, desde el paralelo 23 hasta el confín austral del continente, paratrazar en él la línea fronteriza con toda la prolijidad posible, con sus variadasinflexiones, y con las indicaciones de altitud y las demás que podían contri-buir al más claro y completo conocimiento de la cuestión. A fines de junio,cuando la construcción de ese mapa estaba bastante avanzada para comenzara trazar en él la línea fronteriza, el señor Ministro de Relaciones Exteriores,contralmirante don Juan José Latorre, me dijo que contrajera este trabajo atoda la extensión territorial del grado 27 para el sur, y que no propusieralínea alguna entre este paralelo y el 23, es decir en toda la región en que sehalla la Puna de Atacama. No se me dio razón de esta determinación, ni tuveluz o indicación alguna para suponerla. Esta reserva no debía en maneraalguna extrañarme vista la actitud que el gobierno del señor Errázuriz habíaasumido respecto de la comisión chilena de límites.

Solo muchos meses más tarde, y cuando la Puna de Atacama había sidoentregada a la República Argentina, conocí el plan que el Gobierno de Chilehabía concebido y puesto en ejecución para la solución de esta parte de lacuestión de límites. Consistía éste simplemente en la entrega incondicional dela Puna de Atacama mediante una aparatosa gestión, con la cual se creíacontentar a la República Argentina y hacerla desistir de sus demás exigencias.

El gobierno de Chile había llegado a penetrarse de que el gobierno argenti-no quería regir el arbitraje. La actitud y las declaraciones del perito Morenoen la conferencia del 14 de mayo habían hecho nacer ese convencimiento; ylas comunicaciones de nuestra Legación en Buenos Aires vinieron a confir-marlo. El señor don Joaquín Walker avisaba que, habiendo propuesto a esegobierno ciertas bases para llevar al arbitraje nuestra cuestión de límites tanpronto como se conocieran las divergencias entre las dos líneas de fronteraque debían presentar los peritos en agosto siguiente, se le había contestadoevasivamente, o puesto dificultades que dejaban ver el propósito de no ocurrira aquel medio conciliatorio. El Gobierno de Chile, como contamos antes,pensó entonces en constituir un arbitraje de distinta forma, que no alcanzó aproponerse formalmente a nuestros contendores y que en ningún caso habríasido aceptado. Cuando se convenció de la ineficacia de esa proposición, elgobierno chileno, o más propiamente, el Presidente Errázuriz ocurrió a otroarbitrio que iba a ser causa de graves acontecimientos y que debemos dar aconocer desde su primer origen.

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En 1892, cuando las pretensiones argentinas de salirse de los tratados vigen-tes hicieron nacer las primeras dificultades en la demarcación de límites, elseñor don Estanislao Zevallos, Ministro de Relaciones Exteriores de ese país,propuso la idea de la celebración de un congreso internacional en la ciudad deMendoza. Allí se reunirían algunos estadistas y geógrafos chilenos y argentinosen número igual por cada parte, discutirían la cuestión pendiente de límites, ytomarían las resoluciones que creyeran más convenientes. Esta proposición ape-nas alcanzó a ser insinuada por el representante argentino en Santiago. ElGobierno de Chile, considerando que no se trataba de discutir y de fijar basesde demarcación de límites, que era lo que se pretendía, sino de practicarlasegún los principios y reglas establecidos por los tratados, se manifestó desde laprimera insinuación poco dispuesto a tomar en cuenta esta proposición.

Esta idea fue propuesta con mejor éxito en 1898. El perito Moreno se habíaintimado extraordinariamente con el Presidente Errázuriz, celebrando al efectocontinuas y sigilosas entrevistas más que en él palacio de La Moneda, en unacasa particular, según se dijo entonces, y con la comparecencia de uno o doscaballeros chilenos que creían gozar de la confianza de aquél. En esas entrevis-tas de carácter íntimo, se empeñaba sobre todo en demostrar los inconvenien-tes del arbitraje y las ventajas prácticas de un arreglo de otro orden. Proponía alefecto la reunión en Buenos Aires de un congreso de diplomáticos y geógrafosque, en número igual por cada uno de los dos países, discutiesen la cuestión delímites, y resolviesen definitivamente todos los puntos relacionados con ella. Elseñor Moreno aseguraba que por este medio se llegaría fácilmente a una solu-ción inmediata, equitativa y conciliadora de este antiguo litigio, y se establece-rían las mejores relaciones entre los países. Un proyecto semejante podía ofre-cer todos los inconvenientes imaginables, pero reunía las apariencias parafascinar a un hombre de las condiciones del Presidente Errázuriz.

En efecto, a principios de julio (1898) ya tenia preparado todo su proyectoy, manteniéndolo en la mayor reserva a toda autoridad o representación pú-blica y, según parece, hasta a sus propios Ministros, se disponía a ponerlo enejecución. Las bases de ese proyecto eran las siguientes: Como indudablemen-te en agosto próximo quedarían conocidas las divergencias entre las respecti-vas líneas de frontera que debían presentar los dos peritos, partirían inmedia-tamente de Chile cinco ciudadanos de alta posición política comorepresentantes de nuestro país, y como sus delegados y defensores de susderechos en el litigio de límites ante el congreso internacional que debíareunirse en Buenos Aires con igual número de delegados. Uno de los mejoresbuques de nuestra escuadra el “Blanco Encalada”, llevaría a nuestros delega-dos, al ministro plenipotenciario de S.M.B. en Chile y al perito Moreno. Nues-

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tro representante diplomático en Buenos Aires sería ampliamente autorizadopara gastar cuanto creyere necesario para celebrar con toda esplendidez elaniversario patrio sin reparar en costos y para revestir a aquella delegación detodo el boato necesario a fin de darle el mayor prestigio. El congreso interna-cional funcionaría durante la segunda quincena de septiembre bajo la presi-dencia de los representantes de S.M.B. en uno y otro país y, en el caso pocoprobable de no llegar a acuerdo sobre todos los puntos sometidos a discusión,se harían constar las divergencias en una acta y se recurriría al arbitraje. Elrepresentante de Chile en Buenos Aires, que debía proponer este plan algobierno argentino, recibió encargo de incluir en el arbitraje general la pose-sión de la Puna de Atacama; pero si hallaba alguna dificultad para ello, debíaofrecer la entrega incondicional de toda aquella dilatada comarca. Aquellacesión debía hacerse, según las instrucciones dadas a ese funcionario, pormedio de una fórmula absurda ante la geografía y a propósito para ser origende un semillero de litigios.

Esas instrucciones fueron dadas al Ministro de Chile en Buenos Aires en unextenso telegrama. Aunque allí se le estimulaba en los términos más halagado-res a llevar a cabo esa negociación con que prestaría un gran servicio a supatria que ésta le tomaría en cuenta, el señor Walker no se dejo convencer yno vaciló en señalar al gobierno de Chile los múltiples inconvenientes queofrecía una proposición de esa naturaleza. Consideraba depresivo para Chileel que los hombres más notables de este país, como se decía, fueran en comiti-va a Buenos Aires a mendigar arreglos que ni siquiera serían aceptados, y aofrecer la entrega de la Puna, cesión que si el Gobierno chileno quería hacer,no debía ir revestida de una resonancia que era desdorosa. El gobierno chile-no, sin embargo, insistió en su determinación, y forzándola con razonamien-tos que no dejan ver un criterio seguro, ordenó a nuestro representante queprocediera a desempeñar aquel encargo. El señor Walker, resistiéndose a com-prometerse en tales negociaciones, prefirió hacer la renuncia del alto cargoque desempeñaba. Esta renuncia, sin embargo, no fue aceptada, por enton-ces. El Gobierno quería evitar el escándalo que debía producirse por la publi-cidad de estos incidentes y esperaba además llegar por un camino distinto alarreglo proyectado.

Las proposiciones que dejamos recordadas, parecerán sin duda extrañas atodo el que las conozca; pero es necesario leerlas completas para apreciar ensus accidentes y en los fundamentos que se daban en su apoyo la absoluta faltade discernimiento con que el Gobierno de 1898 dirigía aquellos negocios.Aunque estas gestiones eran promovidas en nombre del Ministerio de Relacio-nes Exteriores de Chile, y aunque en los telegramas en que se consignaban

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esas proposiciones se decía que habían sido discutidas y aprobadas en Consejode Ministros, todo hace creer que solo tuvieron conocimiento de ellas losconsejeros privados y personales del Presidente Errázuriz. Conviene hacerconstar que los telegramas en que se dieron esas instrucciones y esas órdenesal señor Ministro de Chile en Buenos Aires, señalados con los números 60 y62, no fueron transcritos en el libro copiador de telegramas de ese Ministerio,ni se dejó en éste constancia alguna de ellos. Más tarde, cuando en las discu-siones del Congreso y de la prensa se ha hecho referencia a esos telegramas,ninguno de los Ministros de 1898 ha asumido la responsabilidad por ellos.

A mediados de agosto de aquel año, el Presidente Errázuriz pudo conven-cerse de que no debía contar con la complicidad tan empeñosamente solicita-da del señor don Joaquín Walker, nuestro Ministro Plenipotenciario en Bue-nos Aires. Pero entonces llegaba a Chile el perito Moreno, iban a abrirse lasconferencias periciales, y el Presidente de la República llegó a persuadirse deque las circunstancias iban a favorecer la ejecución de los planes con quecreía solucionar la cuestión de límites. Más atrás hemos dado a conocer elempeño que puso por asistir a las conferencias y por intervenir en la forma-ción de las actas de estas, así como las molestias creadas por esa intromisión yla necesidad imprescindible en que me Vd. de resistirla y de rechazarla. Porahora voy a limitarme a referir los accidentes que se refieran a las gestionesrelativas a la Puna de Atacama.

He contado antes que cuando la comisión de límites formaba los mapas enque debía trazarse la línea fronteriza para presentarla en las conferencias peri-ciales, el señor Ministro Latorre me dijo que solo propusiera esa líneas desde elgrado 27 para el sur, es decir que excluyera de este trazado toda la región de laPuna de Atacama que, sin embargo, estaba comprendida en ese mapa. En lamañana del 1º septiembre, el señor Latorre paso a verme a casa, me dijo que elperito argentino había pedido al Presidente que en las conferencias pericialesse tratase pronto de resolver lo concerniente a esa parte de la línea de lafrontera, y que convenía que yo no pusiera inconveniente a la satisfacción deese deseo. Contesté en el acto que por mi parte estaba dispuesto a tratar cual-quier día cualquier punto relacionado con la cuestión de límites y, como quisie-ra dar a conocer al señor Latorre los fundamentos con que yo me proponíadefender los derechos de Chile a la Puna de Atacama, éste me contestó laspalabras siguientes: “Yo no me he hecho cargo de este asunto. Proponga Ud. lalínea de límites que considere según su criterio y sus estudios”.

En la conferencia celebrada ese mismo día propuso, en efecto, el peritoargentino la línea que, según él, debía marcar el límite en la región compren-dida entre los paralelos 23 y 27. Esa línea no se apartaba mucho de la que se

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había tenido antes de 1879 por divisoria entre Chile y Bolivia. Como en esaconferencia hubiera habido otros asuntos que tratar, quedó aquel para serdiscutido en la sesión siguiente, celebrada el 3 de septiembre. Sostuve que ellímite de 1879 no tenía nada que ver en la presente cuestión desde que porcausa de la guerra comenzada ese año, Chile había ocupado esa comarcadeclarándola, en virtud de la victoria, incorporada a su territorio por ley del12 de julio de 1888. Agregué que, según los principios del derecho internacio-nal, Bolivia no había podido hacer cesión de una comarca de que no estabaen posesión efectiva, y demostré que el mismo tratado en que según la Repú-blica Argentina se le había hecho esa cesión, distaba mucho de ser tan claro yexplícito como se pretendía. En consecuencia, yo propuse por límite en todaesa región, el mismo a que se hacía referencia en la ley de 1888, y que dejabadentro del territorio chileno toda la Puna de Atacama. Inmediatamente co-muniqué a nuestro Gobierno la divergencia, manifestándole que si bien laconvención de abril de 1896 no la había sometido expresamente al fallo arbi-tral de S.M.B esta no podía resolverse sino con arreglo al art. 6 del tratado de1881 que imponía entre los dos países el arbitraje permanente estableciendoque toda cuestión de cualquiera clase que fuera que surgiese entre Chile y laRepública Argentina sería solucionada por el fallo del Gobierno de una na-ción amiga. Yo estaba profundamente persuadido, y así lo manifestaba al go-bierno, que ante disposiciones tan claras y expresas no era posible apartarsede ese camino ni había conveniencia en intentarlo.

Sin embargo, contra toda lógica y contra los intereses más evidentes del paísy, lo que todavía es más singular, contra la tranquilidad de los gobernantes, elPresidente Errázuriz, persistía en llevar adelante lo arreglos que le habían suge-rido los agentes de nuestros contendores, y por los cuales se venía interesandodesde meses atrás. Esos arreglos, de que no tenían noticia alguna los consejerosnaturales y legales del Presidente de la República y según parece ni siquiera elseñor Ministro de Relaciones Exteriores, eran tratados misteriosamente con elperito Moreno, agente confidencial del general don Julio A. Roca, presidenteelecto de la República Argentina. El señor don Joaquín Walker, nuestro Minis-tro en Buenos Aires, que vivía absolutamente extraño a tales negociaciones, ycontra las cuales se había pronunciado con entereza y patriotismo, las conociósin embargo más tarde en todos sus accidentes y, en vista de declaraciones de laprensa argentina y de otros documentos, ha sostenido, como contamos antes,que el 5 de septiembre quedó decidida la entrega de la Puna, por medio de unarbitraje especial cuyos detalles quedaban por arreglar.

Yo he aceptado esta indicación y esta fecha no solo por estar aseveradas porun hombre que estuvo en situación de conocer la verdad y cuyas informacio-

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nes (como pude observarlo en la correspondencia que por diversos motivosmantuve con él durante aquel año) eran de las más rigurosa exactitud. Porotra parte, a mí me consta de la manera más auténtica que el 5 de septiembretuvo el Presidente Errázuriz una larga conferencia privada con el perito More-no, y que en ella el proyecto de acta (sic) que aquel pretendía hacerme firmarcomo desenlace y término de las conferencias periciales. Más atrás he contadocomo me negué resueltamente a suscribir aquel proyecto de acta, destinado aamenguar la defensa de nuestros derechos ante el árbitro y que, sin embargo,el Presidente de Chile, entrometiéndose en una gestión en que los tratadosvigentes no le daban intervención, había acogido y patrocinado sin compren-der su significado y sin medir su alcance.

En esos días, como queda dicho, se habían pronunciado las divergenciasentre las líneas de frontera presentadas por los peritos. Vinieron entonces lasgestiones para constituir el arbitraje, que el gobierno argentino resistía cuan-to le era posible.

El Presidente Errázuriz habría vuelto a proponer para solucionar la cues-tión principal, que según estaba pactado desde abril de 1896 debía ser someti-da al fallo de S.M.B., el expediente formulado dos meses atrás, es decir laconstitución de un congreso internacional en Buenos Aires y el envío decinco delegados de Chile, sin el vigor de opinión que se manifestó en este paísen favor de un arbitraje regular y conforme a los tratados vigentes, en contrade toda tramoya que se apartara de aquel objeto. Jamás había visto producirseen nuestro país un movimiento más poderoso e irresistible de opinión. ElGobierno tuvo que someterse a él, y si no demostró mucha habilidad ni mu-cha perspicacia ó en la tramitación de esas gestiones, se vio forzado a demos-trar cierta entereza, y redujo a nuestros contendores a entrar por el arbitrajepactado. El 22 de septiembre quedó arreglado este punto con gran contentodel público, lo que habría debido ser una lección para el Gobierno.

Quedaba todavía el asunto de la Puna de Atacama, que no había sido in-cluido entre los que habían de someterse al fallo de S.M.B. pero que según eltratado de 1881 debía, como toda cuestión que se suscitase, resolverse por elarbitraje del gobierno de una nación amiga. Pero el Gobierno chileno de1898 había dado muy poca importancia a esta cuestión, a punto de ofrecer,como ofreció en julio de ese año, entregar la Puna incondicionalmente. Aho-ra, y cuando el perito chileno estaba sosteniendo los derechos de Chile a esaregión el Presidente Errázuriz, como lo ha revelado con tanta claridad elseñor don Joaquín Walker, pactaba sigilosamente la entrega de la Puna, pres-cindiendo en lo absoluto del perito chileno, de nuestro Ministro en BuenosAires y, lo que es más, y lo que parece increíble, del Ministro de Relaciones

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Exteriores. No tengo para qué entrar en los accidentes de aquella negocia-ción, en que no tuve la menor ingerencia y de que no se me dio noticiaalguna. El señor don Joaquín Walker ha referido con amarga indignación queen octubre de 1898, cuando se hallaba en Buenos Aires empeñado en exigir elestablecimiento de un arbitraje regular para resolver la cuestión de la Puna,supo de boca del Presidente argentino general Roca que esta había sido re-suelta hacía mes y medio.

Se conoce la parte externa de aquel arreglo, el envío de cinco delegados deChile a una junta o congreso internacional que debía reunirse en BuenosAires, el arbitraje puesto en manos del Ministro Plenipotenciario de los Esta-dos Unidos en esa ciudad, pero no en su carácter oficial, y por fin, el fallo queeste dio. Se ha insistido mucho en defensa de aquella desventurada negocia-ción recordando que ella fue aprobada entonces por numerosas personas delos diversos partidos políticos, y que hubo cinco personajes notables de nues-tro mundo político que se prestaron a ir a Buenos Aires en desempeño deaquella misión. Pero no se quiere recordar que hubo otros personajes que,después de imponerse de la manera como había sido conducido aquel nego-cio, se negaron resueltamente a tomar parte en él, y que una porción muyconsiderable de la opinión nacional, representada por una buena parte de laprensa, se pronuncio ardientemente en contra de esos arreglos, anunciandoproféticamente y con la más marcada insistencia que ellos conducirían a unbochornoso desastre diplomático.

El Gobierno había entrado en este camino bajo un engaño verdaderamentelastimoso. Al Presidente Errázuriz, el negociador casi exclusivo de aquellosarreglos, se le había hecho entender que el arbitraje en la forma convenidarespecto de la Puna de Atacama tenía una ventaja inapreciable que no podíahallarse en el que corriere a cargo del gobierno de una nación amiga, y era deconducir a un fallo conciliador, que equivaldría a una transacción amistosa yequitativa que dejaría contentas a las dos partes. Estas ilusiones llegaron atomar, casi, la consistencia de un convencimiento íntimo, y el Presidente de laRepública y sus allegados no cesaban de repetir que el arbitraje en la formaen que iba a llevarse a cabo daría por resultado la repartición de la Punaentre Chile y la Republica Argentina en dos porciones más o menos iguales.

Según los primeros acuerdos, el congreso internacional debía reunirse enBuenos Aires en el mes de diciembre, porque ambos gobiernos se mostrabandeseosos de llegar cuanto antes a la solución. Sin embargo, creyendo que losdías de los más grandes calores del año no eran favorables para tales trabajos,se aplazó hasta marzo la instalación de aquella asamblea. Esto dio origen aque se discurriera la celebración de una entrevista de los dos presidentes en el

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Estrecho de Magallanes, a que el gobierno de Chile pareció dar una grandeimportancia, que ocasionó un enorme derroche de dinero al tesoro nacional,y que, en último resultado, fue la coronación de la burla que se preparaba anuestro país.

Este aplazamiento dio origen a que se hicieran algunas publicaciones sobrela cuestión de la Puna de Atacama y los derechos de Chile a esa región. ElGobierno deseaba interesar en su favor la opinión pública de los Estados Uni-dos y de sus gobernantes, y al efecto en el mes noviembre encargaba a donCarlos Morla, nuestro representante en ese país, que escribiese y publicase(seguramente en inglés) un opúsculo sobre este asunto. El señor Morla debíasostener nuestro derecho a esa comarca, en la ocupación efectuada por Chileen 1879, es decir en los mismos fundamentos alegados por el perito chileno enseptiembre de 1898. Ignoro si el señor Morla desempeñó su cometido; perocreo que si llegó a imprimir ese opúsculo no alcanzó a darle circulación antesque apareciera el fallo que puso término a este negocio. La circunstancia dehaberse publicado en Chile a expensas del gobierno algún opúsculo en que sedaban argumentos de otro orden en favor de nuestros derechos a aquella re-gión, podría hacer creer que el Presidente de la República tenía tales o cualesideas sobre la cuestión. Personas que estaban entonces muy cerca del señorErrázuriz me han asegurado que este no daba la menor importancia a esaspublicaciones, que jamás leyó ninguna de ellas, y que, al disponer el gasto queellas ocasionaban, no tenía otra mira que gratificar a alguien con algunos pesos.

Los arreglos y detalles de aquella combinación, la aparatosa y contraprodu-cente conferencia del Estrecho, el viaje de los delegados de Chile, la aperturay las discusiones de la conferencia internacional dieron materia a la prensadurante algunos meses. Al paso que algunos de los diarios se mostraban indig-nados con actos y arreglos que consideraban depresivos para Chile, y de quesolo esperaban un fracaso, los defensores del Gobierno manifestaban en pú-blico confianza en el resultado de esas gestiones, y en sus conversacionesanunciaban como un desenlace convenido e inamovible la repartición de laPuna de Atacama en dos porciones iguales entre dos países. El fallo no corres-pondió a esas ilusiones y, sin embargo, hubo horas y días de incertidumbresobre su verdadero alcance, tanta era la seguridad que se tenía en ellas. DonEnrique de Putron, que a la sazón se hallaba en Buenos Aires desempeñanan-do el cargo de plenipotenciario de Chile y que desde Santiago había tenidoingerencia confidencial pero importante en todos aquellos arreglos, comuni-có telegráficamente a las legaciones de Chile en Europa en términos quedejaban presumir que con ese fallo quedaban satisfechas las aspiraciones denuestro país. En Chile mismo se habló en los primeros días de que habíamos

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obtenido un triunfo. No necesito recordar la impresión que se produjo cuan-do se conoció la verdad.

Puede discutirse mucho la razón y la justicia del fallo que puso término a lacuestión de la Puna y más aún si aquella región tiene valor industrial parahacer sentir que no forma parte de nuestro territorio. Pero hay dos hechosque dan a aquella solución un carácter desfavorable. 1º. La línea indicada enese fallo es completamente arbitraria, no corresponde a ningún principiogeográfico ni está fundada en condiciones claras y conocidas del terreno quepermitan ejecutar una demarcación practicable sin hacer intervenir nuevosarreglos y, tal vez, un nuevo arbitraje que en todo caso valdrá más que laregión disputada. 2º. Si el arbitraje de marzo de 1899 no es en sí mismo unlamentable desastre, la manera como fue estipulado, las esperanzas engañosasque se hicieron concebir a nuestros gobernantes, la farsa colosal de la entre-vista del Estrecho, el viaje de los delegados chilenos a las conferencias deBuenos Aires cuyo resultado era fácil prever, y fue previsto y anunciado con lamás absoluta seguridad por nuestro representante en aquella capital y porcaracterizados caballeros chilenos que allí residían; todo esto, repito, hace deesa malhadada negociación la burla más cruel que pueda hacerse a un gobier-no y el más vergonzoso desastre que haya experimentado nuestro país.

Cuando se verificaron estos últimos accidentes, hacía ya algunos meses queyo había dejado de ser perito; y por lo tanto no solo no me cupo la malasuerte de tener en ellos la más ligera ingerencia, sino que solo por las versio-nes de los diarios o por cualquier otro conducto extraño al Gobierno y a laadministración pública, supe lo que ocurría.

Desde tiempo atrás yo había creído que la presentación de una línea gene-ral de frontera (efectuada en agosto de 1898), o a más tardar la constituciónefectiva del arbitraje, pondrían término a la comisión pericial que desempe-ñaba desde 1890. Las discusiones de cada día durante ocho años, discusionesdel carácter mas fastidioso y molesto que es posible imaginar, y los incalifica-bles procedimientos de nuestro propio Gobierno respecto de la comisión delímites en los últimos tiempos me habían hastiado sobre manera, haciéndomedesear con vehemencia el verme libre de esas atenciones y desagrados.

La constitución efectiva del arbitraje sancionada el 22 de septiembre fueinmediatamente comunicada a toda la República por el telégrafo, y en todaspartes fue recibida esa noticia con el mayor contento. Atribuyéndoseme a míla parte principal en aquel desenlace recibí las más ardorosas felicitacionespor la prensa, por cartas y por telegráma, fuera de otras manifestaciones quees innecesario recordar. En la tarde del 24 de septiembre recibí una cartaconcebida en los términos siguientes.

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“República de Chile. Ministerio de Relaciones Exteriores –Señor Don DiegoBarros Arana. Mi distinguido señor y amigo; me es especialmente satisfactorioponer en conocimiento de Ud. que el señor Presidente de la República meacaba de conferir el agradable encargo de expresar a Ud. que el gobierno deChile tendrá viva complacencia en autorizar a Ud. para que en su carácter deperito se traslade a Londres, siempre que Ud. estime que su presencia en esacapital habrá de ser necesaria para la mejor defensa de los intereses de Chileante el árbitro ingles. Para mí es sobremanera agradable asociarme a esteofrecimiento del señor Presidente y reiterarle con este motivo mis felicitacio-nes y mis agradecimientos por el buen éxito obtenido en la parte principal denuestra contienda de límites y por el valioso concurso con que Ud. ha contri-buido a ese resultado. Aprovecho con gusto esta oportunidad para ofrecerlemis consideraciones más distinguidas y repetirme su obsecuente servidor yamigo. –J.J.Latorre.– 24 septiembre 1898”

Inmediatamente contesté esa carta. Daba las gracias por los términos enque se me hacía ese ofrecimiento; pero manifestaba que, por mi edad avan-zada, y por la circunstancia de haber estado dos veces en Europa, no teníadeseos de emprender un tercer viaje, y que solo me resolvería a ello si secreía que mi presencia en Londres era necesaria para la defensa de losderechos de Chile ante el tribunal arbitral, por cuyo motivo era indispensa-ble que me tomaré algunos días para dar una contestación definitiva. Esamisma tarde, un diario que tenía gran afinidad con el señor Ministro Lato-rre daba cuenta de la carta de este y de mi contestación, pero sin publicarninguna de estas dos piezas. Esa noticia fue reproducida en los diarios de lamañana siguiente.

Con este motivo, ese día domingo 25 de septiembre recibí un númeroconsiderable de visitas de personas más o menos notables del mundo intelec-tual y político de la ciudad de Santiago. Después de felicitarme por el resulta-do obtenido en las conferencias periciales y en la constitución del arbitrajeme manifestaban que habiendo hecho yo el estudio de la cuestión de límitesen todos sus accidentes y bajo todas sus fases no podía excusarme de tomar ladefensa de los derechos de Chile ante el árbitro. La repetición de estas instan-cias, manifestadas por los más variados conductos y con muchas instancias ydespués de tres días de vacilación, me decidió a dar una contestación afirmati-va a la proposición que se me había hecho por el órgano del señor Ministrode Relaciones Exteriores.

El señor Gosling ministro diplomático de S.M.B. en Santiago, consultadosobre el particular, había insinuado al Gobierno de Chile que creía conve-niente que el comisario o los comisarios encargados de la defensa de nuestros

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derechos se presentaran cuanto antes en Londres para iniciar el desempeñode sus funciones. En esta virtud, se me encargó estar listo para salir de Valpa-raíso en el paquete inglés que debía partir el 11 de octubre. Sin la menortardanza comencé a reunir los mapas, libros, notas y documentos que habíande servirme en la preparación de nuestros alegatos. Aunque se me presenta-ron varias personas que se decían recomendadas por el Presidente de la Repú-blica, y que de acuerdo con éste pretendían formar parte de la comisión en elcarácter tal o lo cual, yo declaré que no necesitaba más compañeros y colabo-radores que los señores don Alejandro Bertrand y don Juan Steffen, que a supreparación general de geógrafos, unían el conocimiento de la cuestión y delos territorios disputados, y don Víctor Eastman que desempeñaría las funcio-nes de secretario y de traductor. Quedó convenido que partiríamos el 11 deoctubre, pero que el señor Steffen iría previamente a adelantar el recono-miento de algunos puntos de los territorios del sur (en la región del canalBaker y de sus afluentes de que teníamos entonces muy escasas informacio-nes), y que de allí se dirigiría por tierra a Punta Arenas para tomar en abrilsiguiente el vapor que debía conducirlo a Europa.

El 1º de octubre se me informó reservadamente que ese mismo día elPresidente Errázuriz, cediendo a representaciones confidenciales provenien-tes de Buenos Aires y comunicadas por el perito Moreno, había prometido aeste que mi viaje no se llevaría a cabo, por que si bien él era quien lo habíapropuesto, ahora se encargaría de embarazarlo y de impedirlo. Por más que lapersona que me comunicó esta noticia debía inspirarme completa confianza, yque la manera como la había obtenido casi no dejaba lugar a duda, me resistía darle crédito. Dos días después, el 3 de octubre, recibí una carta del señorMinistro de Relaciones Exteriores en que me decía lo que sigue: “En estemomento reunidos con el señor Presidente mis colegas y yo, se ha tomado elacuerdo de pedir a Ud. y al señor Bertrand que suspendan su resolución dehacer el viaje a Europa en el próximo vapor del 11 del corriente. Razones quea Ud. no se escaparán, relacionadas con las negociaciones pendientes sobre laPuna de Atacama, aconsejan la presencia de Ud. y del señor Bertrand durantealgunos días más. En la confianza de que este aplazamiento de su viaje nohabrá de ocasionar a Ud. contrariedad alguna, me es grato saludar a Ud.atentamente. J.J. Latorre”. Esta carta era la confirmación indirecta pero efecti-va de la noticia que se me había dado tres días antes.

El señor Ministro de Relaciones Exteriores que la firma era sin duda algu-na absolutamente extraño a la intriga que se estaba jugando. Se hablaba enella de la necesidad que había de que yo y el señor Bertrand diéramos algobierno los informes que se nos pidieran acerca de “las negociaciones pen-

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dientes sobre la Puna de Atacama”, siendo que la entrega de la Puna era,como dijimos antes, un negocio convenido y acordado sigilosamente desdeun mes atrás sin conocimiento del perito chileno y del Ministro de Relacio-nes Exteriores. En los primeros días de septiembre, cuando se pronuncióentre los peritos la divergencia sobre el dominio de la Puna, yo había dadopor escrito, y la repetí de palabra, mi opinión de que este negocio debía sersometido, con arreglo al tratado de 1881, “al fallo del gobierno de unanación amiga”, y que la República Argentina no podía excusarse de aceptareste arbitraje; pero como el Presidente de Chile había contraído otros com-promisos siguió imperturbable en la negociación tendente a la entrega de laPuna de Atacama.

Así se comprenderá que, a pesar de lo que se lee en la carta del señorMinistro Latorre que dejo copiada, no se me hablara nunca ni se hablarajamás al señor Bertrand una sola palabra sobre el asunto de la Puna. Lareserva gubernativa para conmigo respecto a este particular llegó casi hastalo increíble. Estando yo empeñado en preparar la expedición exploradoraque debía llevar a cabo el señor Steffen en la región vecina al canal Baker, yno habiendo podido conseguir los elementos más indispensables para estaempresa, me dirigí con fecha de 19 al mismo Presidente de la Repúblicasolicitando una entrevista para representar la conveniencia de ella y losauxilios que necesitaba. Se me citó para el día siguiente a las 9 y media de lamañana, y hablé al presidente acompañado por algunos de los Ministros. Apoco de haber comenzado a hablar del asunto que me llevaba al palacio sinque se alcanzara a dárseme una contestación efectiva a mi demanda, se meavisó que el Presidente esperaba algunas personas con quienes tenía queconferenciar sobre un asunto importante, y que no podía prolongar su en-trevista conmigo. En virtud de este aviso me retiré aceleradamente, en losmismos momentos en que llegaban tres o cuatro caballeros senadores odiputados, que eran introducidos a uno de los grandes salones. Despuéssupe por la voz pública que esa conferencia había tenido por objeto elcomunicar a aquellos señores los arreglos relativos a la Puna de Atacama.Nada habría tenido que extrañar por esta reserva que era habitual y constan-te en las relaciones entre el Gobierno y la comisión de límites; pero lo que síes una vituperable falsía es que el Presidente contara e hiciera publicar queyo había sido consultado sobre esos arreglos que había intervenido en esagestión proponiendo y haciendo adoptar tales o cuales modificaciones, yque al fin había prestado mi entera aprobación a todo lo hecho. Repito quenunca, jamás, ni por escrito ni de palabra, dí al Presidente de la Repúblicani a persona alguna del gobierno las opiniones que maliciosamente se me

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me atribuyeron para cohonestar el enorme desacierto que condujo a aquellagran burla hecha a la dignidad del país19.

Lejos de manifestarse franco y comunicativo respecto de mí el PresidenteErrázuriz estaba empeñado en cumplir el compromiso de desorganizar el pro-yectado viaje a Europa a que el mismo me había incitado con tanta instancia,y para llegar a este resultado acudía a los expedientes más singulares e impre-vistos. Al aceptar aquella comisión, yo me había abstenido de preguntar cuálseria la renta que se me pagaría. Supe, sin embargo, que al tratarse esteasunto se propuso que se me pagase la cantidad tal o cual (nunca lo supeexactamente); pero que, por cuanto se decía yo era poseedor de bienes pro-pios que me daban alguna independencia, no se me abonarían los costos deviaje, de instalación y de escritorio que se pagan a la generalidad de losfuncionarios que van a prestar servicios al extranjero.

La comisión que se trataba de enviar a Londres para la defensa de losderechos de Chile no tenía carácter diplomático y por lo tanto el Gobierno notenía que someter a la aprobación del Senado la designación de las personasque debían hacerla, como está dispuesto constitucionalmente cuando se tratade nombrar un ministro plenipotenciario o un encargado de negocios. ElPresidente Errázuriz que con una prodigalidad maravillosa había creado ysiguió creando comisiones en Europa, casi siempre sin plan ni objeto, peroabundantemente rentadas, discurrió ahora pedir la venia del Senado paranombrar la comisión que debía defender los derechos de Chile ante el tribu-nal arbitral de Londres20. Su plan era otro rasgo de la más pérfida falsía.

19 He dicho que la entrevista que tuve con el Presidente Errázuriz (y que fue la última vez quehablé con él) tuvo por objeto pedir los elementos necesarios para la exploración que en eseverano debía hacerse en los territorios del sur. El Gobierno que, corno ya contamos, se habíamostrado tan solícito en favorecer los reconocimientos que practicaba un buque argentino,miraba con la mayor indiferencia los esfuerzos de la comisión chilena de límites. Esto memovió a dirigirme al señor director general de la Armada, don Jorge Montt, y de él pudeobtener muchos de los auxilios que necesitaba.

20 El primer proyecto de mensaje que debía enviarse al Senado con ese objeto, fue escrito depuño y letra del mismo Presidente, y estaba concebido más o menos en estos términos: “1º.Nombráse a don Eduardo Phillips comisario encargado de la defensa de los derechos deChile ante el tribunal arbitral de Londres. 2º. Don Eduardo Phillips llevará por consultores alperito don Diego Barros Arana y al ingeniero don Alejandro Bertrand”. Ese borrador demensaje, con que se esperaba ofenderme, fue visto por un empleado de la más alta respetabi-lidad, que lo hizo pedazos representando a uno de los Ministros la inconveniencia de unprocedimiento de esa clase que iba a desagradar al mismo señor Phillips y que parecía elfruto de una venganza desatentada por la actitud que yo había guardado negando al Presi-

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Esperaba conseguir que así los conservadores como los balmacedistas del Se-nado, obedeciendo viejos rencores de partido, votaran contra mi nombra-miento, que sin embargo, aparecía patrocinado por el Gobierno. El Presiden-te Errázuriz, con las arterías que suelen emplearse en este género de intrigas,habló e hizo hablar a varios senadores y aún obtuvo, según parece, algunosvotos pero en numero insuficiente para el juego en que estaba empeñado.Uno de los senadores que fue solicitado al efecto, don José María Balmaceda,declaró en plena Cámara que aunque él y sus amigos me consideraban uno delos más ardientes y obstinados adversarios de su partido, se hacía un deber dereconocer que visto el conocimiento que yo tenía de la cuestión, podía mejorque otro alguno desempeñar la comisión de que se trataba. Frustrado así elplan del Presidente, consiguió este al menos, por indicación de un primohermano suyo y en sesión secreta, que el Senado aplazara la deliberación deeste asunto.

Entre otras medidas de hostilidad destinadas a desagradarme y hacermedesistir de todo proyecto de viaje, ya que no era posible volver abiertamentesobre las manifestaciones anteriores. Desde que se me habló de esta comisión,yo expuse que en ella eran indispensables los servicios de los señores Bertrandy Steffen, por el estudio que habían hecho de la cuestión, y por el conoci-miento que tenían de los territorios en litigio. Mi proposición había sidoaceptada sin la menor dificultad, y mientras el señor Bertrand comenzó areunir los mapas y documentos que debían servir en la defensa de los dere-chos de Chile, el señor Steffen se alistaba para hacer, como ya se dijo, elreconocimiento de ciertas regiones del sur, para trasladarse por tierra a PuntaArenas, y embarcarse allí en marzo o abril siguiente para Inglaterra. Cuandomenos lo esperaba, se me hizo saber que el Gobierno había resuelto que elseñor Steffen no fuese a Europa. Se me dio por fundamento de esta resolu-ción, la necesidad de reducir en lo posible los gastos, fundamento tanto máscurioso cuanto que, por parte del mismo Gobierno, se me habían hechoinsinuaciones para que llevase en la comisión algunos individuos que, sinconocimiento alguno de la cuestión y sin preparación para entenderla, notenían otro título que el patrocinio que les dispensaba el presidente de laRepública. Si, un año mas tarde, el Gobierno se decidió a agregar al señorSteffen a la comisión chilena en Londres, fue debido a las instancias de losseñores Gana y Bertrand que consideraban indispensables los servicios de

dente la entrada a las conferencias periciales; venganza que no me ofendía en manera algu-na, y que sí probaba en el Presidente de la República un espíritu bajo y mezquino.

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aquél, servicios que, como se ha visto, mas tarde han sido de la mayor utilidade importancia.

Pero hay todavía otro rasgo de la falsía presidencial que, sin ser precisa-mente más grave que algunos de los anteriores, tuvo gran resonancia porhaber sido denunciado en sesión pública de la Cámara. He lo aquí:

La noticia de mi designación para ir a Europa a defender los derechos deChile ante el tribunal arbitral había llegado a Londres. El señor don DomingoGana, nuestro ministro plenipotenciario en esa ciudad, me escribía a esterespecto lo que sigue en carta de 4 de noviembre de 1898: “Me ha llenado desatisfacción la noticia de haber consentido Ud. en venir a continuar aquí ladefensa de nuestros intereses en la cuestión de fronteras con la RepúblicaArgentina. Nadie conoce tan bien como Ud. esa cuestión, nadie podrá defen-derla tan cumplida y brillantemente, y en nadie, sino en Ud., deposita nuestropaís su confianza plena. Comprendo que este viaje pueda ocasionarle sacrifi-cios y molestias; pero en cambio su espíritu patriótico habrá de recoger abun-dantes compensaciones”.

El señor don Eduardo Phillips que en esos días llegaba a Londres en comi-sión de nuestro Gobierno, refería en la Cámara de Diputados, que el 11 denoviembre, es decir siete días después de la fecha de esa carta, el señor Ganarecibía un cablegrama del Presidente Errázuriz, cuyo tenor fue escuchado consorpresa y con desagrado. Decíale este que el Gobierno había resuelto enco-mendar a don Diego Barros Arana la defensa de la causa de Chile ante eltribunal arbitral; pero que aplazaba el dar cumplimiento a ese acuerdo paraevitar gastos y porque, correspondiendo al señor Gana, por razón de su pues-to, el desempeño de aquel cargo, temía irrogarle una ofensa si lo confiaba aotra persona. En esta virtud le insinuaba, como quien solicita un favor ennombre de la amistad, que sostuviera las prerrogativas de su cargo para que sele confiaré aquella comisión. Con este procedimiento, el Presidente Errázurizpretendía cumplir el compromiso que había contraído con sus confidentesargentinos de frustrar mi viaje a Europa, echando la responsabilidad de todoesto a nuestro ministro en Londres. El señor don Domingo Gana, sin poderdarse cuenta de la intriga en que se le quería envolver, contestó simplementeque no tenia objeción alguna que hacer a mi intervención en aquel negocio,que lejos de considerarla depresiva para el cargo que él desempeñaba, lajuzgaba necesaria por cuanto yo había hecho un estudio tan detenido de lacuestión.

Aquella intriga a que el presidente Errázuriz no podía dar salida, iba asolucionarse de una manera que sin duda no esperaba. En esos mismos díasrecibía yo una importante carta escrita por el señor Joaquín Walker en Bue-

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nos Aires el 28 de octubre. Esa carta había venido abierta, dentro de la corres-pondencia de otro caballero autorizado para leerla y para mostrarla a diversaspersonas. Así, pues, había sido leída por estas antes de llegar a mis manos.Ella era la revelación clara y ardiente de los procedimientos empleados parala entrega de la Puna de Atacama y de la falsía usada con el perito chileno ycon nuestro representante en Buenos Aires; el pronóstico de la burla que seestaba preparando contra la dignidad de nuestro país y la condenación elo-cuente y tremenda de aquella funesta política sin dignidad y sin talento. Esacarta debiera ser copiada íntegra en esta exposición, por cuanto ayuda sobre-manera a conocer y apreciar aquellos hechos; pero además de que no estoyautorizado para darle mayor circulación, creo que no habría conveniencia enhacer conocer uno o dos incidentes de aquella importante carta.

La lectura de ella me decidió llevar a cabo una resolución que tenía tomadadesde un mes y medio atrás. Presenté mi renuncia del cargo de perito, quefue aceptada sin vacilación ni la menor demora. Constituido el arbitraje pararesolver la parte principal de la cuestión de límites, que había sido mi aspira-ción constante y el objeto de todos mis trabajos y afanes en este largo litigio,podía volver al descanso, o más propiamente consagrarme por entero a misestudios favoritos. De este modo yo me Vd. libre de toda ingerencia y, lo quees más, de toda responsabilidad en cuanto se refiere a la conferencia delEstrecho y a las conferencias que precedieron a la entrega de la Puna. Desdeentonces no volví a tener ingerencia en los asuntos relacionados con la cues-tión de límites, porque no llamo ingerencia el haber escrito y publicado pormi cuenta y bajo mi responsabilidad personal una exposición de los derechosde Chile en este litigio que, ligeramente modificada en la forma en algunospuntos y traducida al inglés, fue presentada al tribunal arbitral como el pri-mer alegato por nuestra parte; ni tampoco llamo ingerencia el haber dado alGobierno o a la comisión chilena en Londres algunos informes sobre diversosincidentes del litigio o sobre otros puntos que interesaban a nuestra defensa.

CONCLUSIÓN

He llegado al término de esta fatigosa exposición. Al trazarla he queridodejar constancia de incidentes que, bien o mal conocidos, bien o mal explica-dos, han sido origen de los escritos más apasionados de imputaciones las masinjustas y desautorizadas, y de una sostenida campaña de denuestos contra elperito chileno, que sin embargo cumplía su misión con un propósito fijo delealtad, de franqueza y de fiel cumplimiento de los pactos existentes.

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Antes de aceptar el cargo de perito en el litigio de límites, que se me ofrecíacon mucha insistencia en los meses de noviembre y diciembre de 1889, opuseuna obstinada negativa. Tenía mil motivos para no comprometerme en unatarea que iba a exigirme mucho estudio, y a encontrarme molestado por cues-tiones grandes o pequeñas que el deseo de expansión territorial de nuestroscontendores, o sus aspiraciones de superioridad, habían de promover a cadapaso y de sostener por los procedimientos que los litigantes suelen llamar habi-lidades. Cedí sin embargo al fin las exigencias de nuestro Gobierno por unacircunstancia que si bien accidental, tuvo una influencia decisiva en mi ánimo.Un día que había ido al Ministerio de Relaciones Exteriores a dar con el carác-ter de definitiva la respuesta que ya había dado anteriormente negándome aaceptar el cargo de perito, conversaba sobre este punto con el señor don JuanCastellón, Ministro del ramo, cuando se anunció la visita del señor don José E.de Uriburu, Ministro Plenipotenciario de la República Argentina. Después deuna ausencia de unos dos meses, de Chile, regresaba este de Buenos Aires, ytraía la noticia de que su Gobierno había designado ya la persona que por partede aquella República debía desempeñar el cargo de perito en la demarcaciónde límites. Como el señor Uriburu supiera allí que yo me excusaba de desempe-ñar un cargo análogo por parte de Chile, me desaprobó amistosa pero resuelta-mente esta actitud, asegurándome que aquella operación no encontraría ningu-na dificultad; que, según acababa de saberlo en su reciente viaje a Buenos Aires,el gobierno argentino estaba determinado a llevar a cabo esa operación en losmejores términos de amistad, sometiéndose estrictamente a los tratados, sinprovocar dificultades de ninguna naturaleza, y sin suscitar cuestión por algunoskilómetros más o menos de territorio; y, por fin, si desgraciadamente y contratodo lo que era de esperarse, surgía algún incidente grande o pequeño queperturbase la demarcación, se apelaría al arbitraje, según estaba estipulado enlos pactos vigentes, y todo se resolvería de la manera más amistosa. El señorUriburu me agregó que mi nombramiento sería recibido en Buenos Aires comouna prueba de buena armonía de parte de Chile, y del deseo de facilitar lademarcación por cuanto mis relaciones de familia y de amistad, y mis escritoshistóricos y de cualquier otro género, siempre simpáticos por aquel país, mecolocaban en el rango de un amigo antiguo e invariable de la República Argen-tina. Estas palabras, dichas con cierta insistencia, me decidieron a aceptar elcargo de perito. Mi nombramiento fue recibido con palabras de aplauso por laprensa argentina, que veía en él, decía, una demostración de amistad y debuena armonía de parte de Chile.

En efecto con estas ideas entré al ejercicio del cargo de perito. Creía que lademarcación de límites debía ejecutarse con la mayor cordialidad sometién-

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dose estrictamente a los principios geográficos consignados en los tratados, yprocediendo en todo con absoluta franqueza; esto es sin arterías y sin propósi-to de arrancar ventajas de detalle por medios sorpresivos o engañosos. Leejecución de los trabajos de demarcación de límites según esas ideas, habríapodido terminarse en tres o cuatro años; pero para ello habría sido necesarioque las dos partes estuviesen animadas de los mismos propósitos.

Desgraciadamente, no era esto lo que sucedía. Desde las primeras conferen-cia que tuve con el señor Pico (el primer perito argentino) le hablé con todafranqueza así sobre la inteligencia que daba a los pactos, como sobre la manerade darles cumplimientos para adelantar nuestros trabajos. Le mostré abierta-mente todo el material geográfico que teníamos reunido, esto es algunos mapasy varias memorias descriptivas de tales o cuales puntos fronterizos, y le suminis-tré un ejemplar de todos los mapas, libros o memorias geográficas de Chile quecorrían impresos, ofreciendo copia de los que permanecían manuscritos. Desdeluego pude observar en nuestros contendores, así en el perito como en casitodos sus ayudantes, una estudiada y sostenida reserva, y procedimientos dedetalle muy poco aparentes para inspirar confianza o para fundar esperanzas deiniciar y de adelantar estos trabajos con la apetecible cordialidad.

En efecto, desde las primeras conferencias y luego en unas comunicacionesque cambié sobre asuntos de ninguna importancia, vi, asomar las primerasdificultades, bajo formas insidiosas, dirigidas a sorprenderme y a arrancarmedeclaraciones en tal o cual sentido y, en todo caso, contrarias al sentido claroy correcto de los tratados. A principio de 1892 cuando se trató de dar lasprimeras instrucciones a los ingenieros demarcadores, esa tentativa para sacaraquel trabajo de las reglas establecidas por los pactos de límites, habría toma-do mayor cuerpo si, dejándome engañar por artificios de palabras, hubieraconsentido directa o indirectamente en no dejar constancia expresa de aque-llas reglas. En el curso de esta exposición he contado con más o menos deteni-miento los variados incidentes de esta contienda que se renovaba sin cesar;pero no he podido reflejar el desagrado profundo que me producían aquellasdiscusiones. Era verdaderamente desesperante el oír a nuestros contendoresque, persuadidos al parecer de que trataban con imbéciles, pretendían soste-ner que el tratado decía “negro” cuando claramente estaba escrito “blanco”.Yo, sin embargo, soporté esta discusión fastidiosísima sin dar un paso atrás.Con justa y verdadera satisfacción debo declarar que, a pesar del empeño quese puso constantemente por perturbarme, y de todas las insidías tendentes aese objeto, no me dejé engañar una sola vez.

Pero en el desempeño del cargo de perito tuve que sostener lucha no solocon nuestros adversarios. Al pasar en revista los accidentes que dejo consigna-

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dos, me ha sido penoso pero necesario referir las dificultades más o menosgraves que encontré en estos trabajos de parte de algunos de nuestros conna-cionales, aún de hombres constituidos en autoridad o en gobierno. Por noquerer estudiar la cuestión, por indolencia y por deseo de evitar dificultadeshaciendo concesiones que no producían otro efecto que aumentarlas o agra-varlas y, en fin, como sucedió en 1898, por una deplorable perversión decriterio y por falta de sentido para cumplir los deberes impuestos por elpatriotismo y para sobreponerse a las pequeñas y menguadas pasiones, secometieron errores de más o menos consideración, de que habrían sido mayo-res todavía sin la actitud franca y resuelta de la opinión pública. La opinión,en efecto, prestó siempre y dentro de la esfera en que le era dado intervenir,una cooperación eficaz a los trabajos y esfuerzos de la comisión chilena encar-gada de la demarcación.

Antes de terminar debo dejar constancia de que siempre encontré unacolaboración tan inteligente como activa en el cuerpo de ingenieros que ope-raban en el terreno con arreglo a los tratados y a las instrucciones dadas porel perito. Esos ingenieros, que nunca retrocedieron ante ningún trabajo, quesoportaban gustosos las mayores fatigas y las más penosas privaciones, fueronutilísimos cooperadores en la demarcación, discretos y firmes defensores delos derechos de Chile; y dejaron en los mapas que levantaron y en las memo-rias descriptivas con que los acompañaron un material geográfico del más altovalor para el conocimiento de nuestro país y que hace el más alto honor a lacultura de éste. El cuerpo de ingenieros de la comisión chilena de límites sedistinguió, además, en el tiempo que estuvo bajo mis órdenes, por la unión detodos sus miembros para cooperar, sin celos ni rivalidades mezquinas, a laobra común que les estaba encomendada.

[Firmado] Diego Barros Arana

APÉNDICE

Encontrándose en la imprenta este Boletín, el azar nos llevó a encontraruna antigua carpeta que perteneció a Jaime Eyzaguirre, la cual nos obsequióhace años el ex-Canciller don Julio Philippi Izquierdo. Dicha carpeta habíaquedado guardada desde entonces entre muchos otros papeles nuestros ynunca la habíamos revisado acuciosamente.

No sin sorpresa, descubrimos ahora dentro de ella una fotocopia de lacarta que desde Buenos Aires escribió don Joaquín Walker Martínez a Ba-

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rros Arana el 28 de octubre de 1898. Este documento, como se habrá leídoen el manuscrito que ahora se da a conocer, precipitó la renuncia delPerito chileno.

Para completar el cuadro que describe el precedente manuscrito de BarrosArana, nos parece aconsejable agregar la transcripción fiel de la mencionadacarta, así como la de una adjunta a la cual la remitió don Juan A. WalkerMartínez a su destinatario. (Esta última también se hallaba en fotocopia, den-tro de la aludida carpeta)

J.M.B.

I. CARTA DE JUAN A. WALKER M. A BARROS ARANA.

Mi querido Señor

Dentro de una para mí y temeroso, como me dice, de que una correspon-dencia para Ud. fuese interceptada, me envía Joaquín la que le incluyo.

Ud. excusará el calor con que él escribe, en atención a que sufriendo lascosas de cerca, como él las ha soportado, le duele más que a nadie losucedido.

Aprovecho la oportunidad, para ofrecerme, su siempre afmo. S.S.

[firmado] Juan A.Walker M.

Sr. Dn. Diego Barros Arana,

Pte.

S/c, 10/11/98.

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II. CARTA DE JOAQUÍN WALKER MARTÍNEZ A BARROS ARANA.

[Membrete de la Legación de Chile]

Buenos Ayres, Octubre 8/98.

S. Don Diego Barros Arana

Santiago

Mi Sr. y amigo:

Tengo que agradecerle, con la carta que me escribió al término de sustareas, el plano en que tan bien esclarecido queda el trabajo, seguro y lógicode Chile, frente a la línea absurda, caprichosa y chicanera del Perito Argenti-no.

Desgraciadamente todo ese trabajo está ya perdido. En los momentos queescribo, como lo sabrá Ud., está ya acordado el que venga una Comisión a «aabrir la revisión de todo lo hecho para estudiar una línea definitiva». Morenono pudo vencerle a Ud.; pero ha vencido al país. Como Perito perdió elpleito; como diplomático lo ha ganado. Anteayer declara en El Diario quedesde el 5 de Setiembre viene gestionando con el Presidente Errázuriz elarreglo que está al firmarse. Se temía aquí al fallo arbirtral y nuestro Presiden-te les ha brindado la oportunidad de que lo eludan.

Le aseguro a Ud. que de todas mis contrariedades ha sido ésta la que másme humilla como chileno. ¿Qué pasa en nuestra patria? ¿Cómo todos lospartidos han aceptado esa farsa que nos pone en ridículo? Después de lo queha pasado, Chile pide, como pueblo tributario, que le reciban en BuenosAyres una comisión de desagravio! Y hay cinco caballeros respetables, consangre chilena en las venas, que aceptan el papel de Mardoqueo!

Y todo esto se ha gestionado por medio de Moreno... Es ese tipo el agentedel gobierno chileno en los momentos mismos en que con Ud. discutía con lamala fe de que quedó constancia!

El 5 de Setiembre nuestro Presidente trataba en secreto con Moreno y Ud.no lo sabía. Desde el 12 hasta el 22 seguían esos tratos y Latorre los ignoraba.Desde esa fecha la negociación continuaba por conducto de Moreno en Bue-nos Ayres hasta que, el 18 de este mes, me la contó a mí el General Roca...Sineso habría sido sorprendido por la firma del pacto.

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En el correo anterior he mandado mi renuncia irrevocable y de un momen-to a otro espero será recibida allí. Me iré pues en pocos días más pues noquiero yo presenciar la humillación de mi país esperando a los peticionariosde paz.

Mi pena es que no hace esto un hombre, un gobierno, un partido. Es lanación entera la que corre a ponerse a los pies de la Argentina. Qué humilla-ción para el patriotismo, mi señor don Diego.

Y lo peor es que estamos obligados a callar: que no podemos salvar nuestrapropia dignidad sin herir la de nuestra patria.

Espero verle en dos semanas más. Salude a Beltrán y disponga de su afmo.a

Lineas finales del manuscrito de Barros Arana, con la firma del autor.(Foto tomada por E. B. de V.)

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120 AÑOS DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA 1888-2008

BOLETÍN DE LAACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

Año LXXV - No 118 - 2009 - 345-390ISSN 0716-5439

* Nota del Director: con posterioridad a la entrega para su publicación, el autor editó un libroque contiene algunas partes de este documento sin haber informado a esta Dirección.

1 Académico correspondiente por San Javier y Vil la Alegre. Correo eléctronico:[email protected]

2 El regente era el cargo correspondiente al actual Presidente. La denominación de presidentefue dispuesta en la Ley Orgánica de Tribunales dictada en 1875.

120 AÑOS DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA 1888-2008*

por

Jaime González Colville1

La creación e instalación de la Corte de Apelaciones de Talca, en 1888,significó uno de los hechos más expectantes para la sociedad talquina. Esteacontecimiento coincidió con la construcción del anhelado ferrocarril desdeesta ciudad a Constitución y la conexión longitudinal del país con el puenteMaule. No exenta de discusiones, el solemne juramento del Alto Tribunal, elmiércoles 5 de septiembre de 1888, dejó una huella no solo en la historialocal, sino que fue el punto de partida para una nueva relación cívica entrelos maulinos.

La Suprema Corte de Justicia fue definida, en la Constitución de 1823,Capítulo XIII, artículo 143, denominándola como “la primera magistraturajudicial del Estado”, determinando que la integrarían cuatro ministros, unpresidente y el procurador Nacional, fijando además sus atribuciones, las que,salvo pequeñas variaciones, se conservaron en las Constituciones dictadas pos-teriormente.

El Capítulo XIV, artículo 153, establecía una Corte de Apelaciones “paratodo el estado”, compuesta de “cuatro ministros y un regente”2.

Se precisaba, además, que Su tratamiento en cuerpo será de “Ilustrísima”, yen particular el de Señoría cuando se les hable de oficio.

Si bien la extensa jurisdicción de la Corte, en 1823, era motivo de preocupa-ción por las dificultades en las comunicaciones, el artículo 155 determinaba que:

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JAIME GONZÁLEZ COLVILLE

Progresando la población y recursos, se establecerán Cortes de Apela-ciones en los puntos convenientes a la cómoda administración de justicia.

Por ello:

A pesar de las duras pruebas a que estuvo sometido el régimen político de laNación, a causa de las convulsiones intestinas de los caudillos y hombres deEstado”… “Tuvieron la visión clara del rol que correspondía a ese tribunalsuperior, que no ha sufrido variantes substanciales en el curso de nuestra vidarepublicana3.

En 1857, después de varios trastornos políticos, don Domingo Santa María,en la Memoria presentada a la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas de laUniversidad de Chile, expresaba:

La administración de justicia estaba confiada a juzgados y tribunales de prime-ra y segunda instancia, pero sin que a nadie le fuese permitido ocurrir a losprimeros sin haber comparecido antes los jueces de conciliación. La organiza-ción judicial fue lo más perfecto que dio la Constitución de 1823, y esa organi-zación subsiste a pesar de sus vicios hasta ahora, excepto en el trámite de laconciliación, que a nada conducía y que solo servía para retardar la marcha delos juicios4

Tal fue la situación del Poder Judicial en Chile, hasta mediados del sigloXIX.

LA DEFICIENTE ACCIÓN DE LA JUSTICIA EN EL MAULE DURANTE EL SIGLO XIX

Los maulinos –es decir tanto los habitantes de la provincia de Maule, comolos talquinos– desde los comienzos de la república, fueron arduos litigantes:llevaron a los tribunales todas las desavenencias que pueden darse en unasociedad. Divergencias por propiedades, querellas a causa de injurias, cuestio-nes religiosas, los legendarios “juicios de imprenta” que apasionaban al gremioperiodístico de entonces, las enconadas disputas por los deslindes o los siem-pre vigentes derechos de agua, las nulidades de elecciones por robo o adulte-ración de votos o sufragantes, todo era puesto en papel sellado y, además deventilarse en los estrados judiciales, se debatía en la prensa. Largos artículos,

3 Guía del Poder Judicial y Foro de Chile Muirhead y Cía Ltda. Editores, Santiago de Chile, 1931, 15.4 “Guía del Poder Judicial y Foro de Chile, 15.

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5 El subdelegado remonta su origen a los “alcaldes de barrio”, creado por el director supremointerino Hilarión de la Quintana el 19 de mayo de 1817 y su finalidad era auxiliar “Algobierno en la conservación del orden administración de justicia y demás incumbencias de laautoridad suprema”. El cargo de mantuvo en las diversas reformas constitucionales y judicia-les. En una ley promulgada el 31 de julio de 1838, bajo el gobierno de Prieto, se establecieroncomo requisitos para ser subdelegado el estar en posesión de los derechos de ciudadanoelector, tener notoria reputación de probidad y veinticinco años de edad.

no menos extensas cartas, réplicas y contrarréplicas o denuncias en contra dela probidad de un magistrado, ocupaban páginas y páginas de los periódicosde la época. Al decir de un cronista contemporáneo, “Se litigaba tanto en papelsellado como de imprenta”.

En las discusiones y demandas intervenían, además de los querellantes enconflicto, los testigos de una y otra parte, diputados, alcaldes, regidores, loscuras párrocos e incluso ministros. Unos atestiguaban, otros acusaban, los deallá defendían y los de acá rebatían, todo por la prensa, en interminablescrónicas, de rimbombantes titulares, con “ediciones especiales”, trascripción desentencias, etc.

LOS TRIBUNALES DEL SIGLO XIX

Ahora bien, el Reglamento de Administración de Justicia dictado por Freireen 1824, disponía, en su Título I, Artículos 1° y 2° que, toda demanda que:

Excediere de cuarenta pesos y no pasare de ciento cincuenta; y toda demandacriminal sobre injurias o faltas livianas que no merezcan otra pena que algunareprensión o arresto ligero, se interpondrá ante el prefecto a que pertenecierela comunidad del demandado.

Ahora bien, esta disposición expresaba luego que:

La parte que se reputare agraviada (podrá) apelar ante el subdelegado res-pectivo.

Este subdelegado debía nombrar a “dos hombres buenos”, para oír a ambaspartes en el litigio y, recibido el dictamen de estos, resolvía “Por sí solo, confor-me a derecho, verbalmente y sin ulterior recurso”5.

Sin perjuicio de esto, el Artículo 3°, daba la opción para que el subdelega-do –que era un funcionario designado por el gobierno– llamara a “un letradocuyo dictamen consulte en las causas en que lo hallare por conveniente”.

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6 “El Artesano”, Talca 17 de enero de 1869.

Esta atribución legal dejó en manos de jueces iletrados, a veces de escasacultura, la resolución de causas en las que la ley no era específica. La expre-sión “arresto ligero” derivó muchas veces en encarcelamientos arbitrarios, porpresuntos delitos como era criticar al Gobierno o al Intendente de turno. Estodio origen a una serie de abusos y fue útil herramienta para persecucionespolíticas e incluso religiosas.

Se dieron así, reiteradamente, sentencias que eran verdaderas atrocidadesjurídicas ante la escasez de jueces competentes y la distancia con las Cortes deApelaciones jurisdiccionales.

Todo ello era un serio obstáculo en la adecuada aplicación de la ley, másaún si hablamos de tiempos pretéritos al ferrocarril.

LOS ORÍGENES DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA

La necesidad de contar con una Corte de Apelaciones en Talca, en conse-cuencia, se debatía ya en 1860. Ello se fundaba principalmente, en el arbitra-rio ejercicio de justicia que administraban los jueces locales, especialmentelos ya citados “jueces de subdelegación”.

Examinando los numerosos casos recopilados de esa época, hay hechos queconstituían innegables atropellos a la dignidad de las personas: el 17 de enerode 1869, el periódico El Artesano de Talca acogía una larga nota del profesorAbdón González, dirigida al diputado por Cauquenes Marcial Martínez, don-de daba cuenta de haber sido reducido a prisión, por el juez de subdelegacióna causa de criticar la gestión del Intendente Figueroa,

Lo cual –expresaba– me ha traído odiosidades gratuitas, cuyas consecuenciasestoy ahora experimentando en un inmundo calabozo y revuelto con los crimi-nales, con perjuicio de mis intereses y de mi honor.

En su petición al parlamentario, González enfatizaba que:

Daría una prueba más del liberalismo de sus ideas, ejerciéndolas en defensa deun hombre, cuyo único delito es el que se crea de que haya combatido lapolítica de persecuciones y jesuitismo que el Intendente Figueroa inauguraraen la provincia de que UD es su fiel representante6

Consecuente con los tiempos que se vivían, el demandado precisaba que:

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7 “El Artesano”, Talca, 12 de agosto de 1879.8 “El Artesano”, Talca 12 de agosto de 1870.

Los pormenores que han dado origen a mi prisión, los hallará UD en un inser-to en el periódico “El Artesano” que ya llevo mencionado y que se le remitiráoportunamente.

El reclamo no estaba exento de apoyo evidenciando la irritación que pro-ducían en la comunidad estos actos ajenos a la más elemental norma delderecho. Numerosos vecinos y regidores de Talca suscribieron un documentodonde resaltaban la:

Conducta digna y caballeresca; sus procedimientos como empleado y comohombre (que) han merecido la aceptación de la gente sensata, por la indepen-dencia de sus ideas”, “He aquí el juez convertido en verdugo.

Suma y sigue: en agosto de 1870, una mujer abandonó el hogar a causa delos malos tratos de su marido. Demandada ante el juez de Loncomilla PabloLópez, se ocultó en casa de su madre, por lo cual este ordenó su prisión:

Amenazándola con no ponerla en libertad hasta que entregase a su hija, ytratándola con viles y groseros denuestos, prevalido de la circunstancia de seruna señora sola, que no tenía por de pronto quien hablara siquiera por ella”.El Subdelegado –sigue el relato– le había hecho encarcelar en un calabozoinfecto, inmundo, destinado a los reos del sexo masculino y donde se encontra-ban detenidos seis u ocho individuos de esta clase7.

La prensa criticó enérgicamente el reprochable accionar del juez López.Una enfática crónica manifestaba el rechazo a tales hechos:

Atrocidad escandalosa cometida por el ya célebre subdelegado de Loncomilla,don Pablo López. Doce días han transcurrido hasta hoy, después de aquel gravesuceso, y aun no nos reponemos de la dolorosa sensación que nos ha causado.Mientras los tribunales de justicia satisfacen, pues, por su parte a la vindictapública, ofendida con los criminales abusos del Subdelegado López, el tribunalde la opinión, más severo y más imparcial que aquellos, descargará tambiénsobre este indigno mandatario el merecido castigo, esto es, la execración públi-ca y el baldón de infamia que siempre llevará impreso sobre su frente, justapena moral de los que, puestos en mala hora en el sagrado solio de la justicia,abusan tan criminalmente de su autoridad8.

Se producía así un franco deterioro de la majestad de la justicia y un en-frentamiento de la civilidad más culta e influyente del momento con un poder

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9 La creación de la Corte de Concepción fue propuesta en 1841 por el diputado por LautaroRamón de Rozas y Urrutia Mendiburu.

10 La ley respectiva lleva las firmas del Presidente Manuel Bulnes y el Ministro Antonio Varas.Boletín de Leyes, Libro XIII, Páginas 179 a 181, año 1845.

11 Recordamos que Regente equivaldría, a contar de 1875, al cargo de Presidente de la Corte.

público, arrastrando necesariamente al resto de ellos. El punto de encuentroy conflicto era la prensa de uno u otro bando, quienes, junto con dar tribunaa las reclamaciones, descargos y denuncias, agitaban una abierta animosidaden contra de las autoridades.

El abuso de poder de los jueces llegaba, incluso, a las venganzas personales:el ya citado subdelegado López, a raíz de un juicio que sostuvo con un ciuda-dano de apellido Krause, donde perdió la posesión de un fundo, ordenó a lapolicía prácticamente secuestrarlo y ponerlo en prisión y en el cepo durantevarios días, sin acusación, cargo ni juicio alguno.

Si bien Krause inició una demanda criminal en contra del juez por esteatropello, la distancia y difícil comunicación con Santiago, prácticamente di-luyó la acción.

En consecuencia, la justicia en el Maule, a mediados del siglo XIX, eraprácticamente tierra de nadie y dominio de jueces sin conocimientos, probi-dad ni moral para ejercerla.

LA CREACIÓN DE LA CORTE DE APELACIONES DE CONCEPCIÓN

Las primeras Cortes de Apelaciones fundadas en el país –siguiendo lo dis-puesto en la ya derogada Constitución de 1823– fueron las de La Serena yConcepción, ambas por ley del 26 de noviembre de 18459.

El artículo 4° de este cuerpo legal puso bajo jurisdicción de estos tribuna-les, por el sur, a las provincias de Concepción, Maule y Valdivia, mientras quela de La Serena tuvo tuición en las provincias de Coquimbo y Atacama. Poruna curiosa decisión, Chiloé siguió dependiendo de Santiago, hasta el 15 deenero de 1869, en que se dispuso quedara bajo jurisdicción de Concepción.

Por su parte, la Corte de Apelaciones de Santiago tuvo competencia hastael límite norte del río Maule10.

No obstante, debieron pasar cuatro años para que se resolviera la instala-ción de las Cortes creadas. En Concepción, este acto se verificó el 1 de sep-tiembre de 1849 y fueron ministros fundadores Miguel Zañartu y Santa María,como Regente11 además de José Miguel Barriga Castro y Domingo Ocampo y

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12 Al dividirse el país en ocho provincias, mediante ley del 30 de agosto de 1826 rubricado porel Presidente Blanco Encalada, Talca quedó incorporada a la provincia de Colchagua, que seextendía desde la orilla norte del río Cachapoal hasta el río Maule, siendo su capital Curicó.Esta situación, que irritó a los talquinos, quedó resuelta al crearse la provincia de Talca, en1833.

13 Gregorio Pinochet representaba a Santiago, pero tenía vinculaciones con Cauquenes. RicardoLetelier lo era por Talca.

Herrera, Ambrosio Andonaegui y Carlos Risopatrón. A contar de 1881 se de-signó a un quinto ministro de esta Corte.

En este Alto Tribunal quedó radicado el ejercicio de la justicia del Maule,toda vez que la provincia de este nombre, correspondía a la fundada en 1826y que se ubicaba al sur del río Maule y hasta el río Ñuble en su confluenciacon el Itata. La capital era Cauquenes. Mientras que al norte, estaba la provin-cia de Talca, creada el 5 de agosto de 1833 y que se extendía entre las riberasnorte y sur de los ríos Maule y Lontué respectivamente12.

Desde luego, la situación no era óptima: los habitantes del sur del Maulepodían ahora pleitear en Concepción, mientras que los talquinos seguíandependiendo de Santiago, con todos los inconvenientes que ello significaba.

LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA

La discusión parlamentaria para establecer la Corte de Apelaciones de Talcafue ardua y en ella se enfrentaron variados intereses: en primer lugar, los dipu-tados y vecinos pudientes de la provincia de Maule, no miraban con buenosojos la instalación de un tribunal de alzada que hiciera contrapeso al de Con-cepción, donde podían ejercer influencia y cuyos ministros tenían vinculacionescon la zona. Por otro lado, terciaron los representantes de Valparaíso, dondeaún no existía Corte. Todo lo anterior produjo un intenso debate, recriminacio-nes y dilaciones entre los defensores e impugnadores de la fundación de unaCorte en Talca. Como si todo lo referido no fuera suficiente, los curicanosrepudiaron de plano depender jurisdiccionalmente de un tribunal talquino.

En todo este enrarecido ambiente se discutió la ley en cuestión.Apenas se puso el tema en tabla, los diputados adversarios del proyecto, en

sesión del 30 de junio de 1888, intervinieron rechazando la iniciativa: fueronellos los parlamentarios Gregorio Pinochet, Ricardo Letelier13, Pedro Montt,Castellón, Puga Borne y otros diputados. Sin embargo se logró aprobar elartículo primero que creaba la Corte de Apelaciones de Talca.

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14 “El Heraldo”, Talca 5 de julio de 1888.15 “El Heraldo”, Talca, 5 de julio de 1888.

De inmediato un grupo de diputados presentaron una indicación para queel proyecto fuera aplazado en su vista, lo cual fue rechazado por 73 votoscontra 11.

Sin pérdida de tiempo, los diputados por Curicó, Manuel Francisco Valen-zuela y Alberto Gandarillas, presentaron una moción a fin de determinar quela provincia que representaban, quedara al margen de la jurisdicción de laCorte, la cual fue aceptaba por 70 votos contra 14, estableciéndose que queda-ría bajo tuición de la Corte de Concepción, situación del todo absurda, porcuanto, por distancia, territorialidad e incluso sentido práctico, era lógica sudependencia de Talca.

Así, en estas encontradas posiciones, empezó a gestarse la ley que daría vidaa la Corte talquina.

A principios de julio, la Cámara analizó más extensamente el proyecto delos tribunales talquinos. Esta vez el tema fue el sueldo de los magistrados. Trasun debate, se reconoció que las remuneraciones de los magistrados estaban yafijadas en la ley respectiva. Otro punto de discusión fue determinar la fechade instalación de los tribunales: se habló del 1 de agosto o de septiembre. Seplanteó también como posible día el 1 de noviembre. El diputado CarlosWalker Martínez expresó que:

Lo mejor sería que fijáramos el primero de marzo de 1889, como día en quedebiera la corte empezar a funcionar, y hago indicación en este sentido. Si ellafuera rechazada, propondría en subsidio que este plazo se fije en un mes des-pués de la promulgación de la presente ley14.

Tan nimio asunto, como se observa, fue motivo de una y otra indicación. Eneste afán de purismo legalista, se perdieron tiempo y argumentos. Cuando yatodo parecía resuelto, el diputado Castellón intervino para expresar:

A las tres indicaciones que se han formulado voy a agregar una cuarta, que creoarmonizará todas las opiniones. Propongo que se redacte el artículo de estaforma: “La Corte de Talca principiará a ejercer sus funciones, dentro de los seismeses siguientes al día en que se promulgue en el Diario Oficial15.

Como se observa, en cada tema y punto del cuerpo legal, hubo discusión, amenudo sin mayor importancia o trascendencia, pero ello demoraba la deci-sión final sobre la materia en examen.

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16 “El Heraldo”, Talca 5 de julio de 1888.

Sin embargo, para la suspicacia talquina, en todo este proceso legislativo,había un indisimulado intento por entrabar y obstaculizar la creación de lacorte. Un corresponsal de Santiago del periódico talquino “El Heraldo” decía,con evidente ironía, en su correspondencia:

La discusión del artículo 1° de la Corte de Apelaciones de Talca ha estado verda-deramente interesante, no tanto por los argumentos que en pro o en contra deella se hayan desarrollado en la Cámara, por grandes o pequeños oradores, sinotambién porque en el curso de ella hemos visto hasta donde puede obcecarse elcriterio de los individuos, cuando para ello los mueve únicamente el interéspersonal. Verdaderamente no creíamos que en el seno de la Cámara de Diputa-dos, se encontrasen individuos como los señores (Abraham) König y (Gregorio)Pinochet, que hayan trabajado cuanto han podido en contra de la Corte…16.

LA TENAZ OPOSICIÓN DEL MAULE SUR

La demora inquietaba a los talquinos. Los habitantes del Maule sur, por suparte –incluidos los penquistas– advertían como una seria amenaza a su in-fluencia política, la instalación de esta Corte. El diario “El Sur” de Concepciónpublicó un encendido editorial donde, en el colmo de la exacerbación de losánimos, no solo impugnaba el establecimiento del tribunal, sino que –hacién-dose eco de una idea del diputado Gregorio Pinochet– sugería, en el mejor delos casos, dividir en dos la Corte de Apelaciones de Concepción.

Fracasada esta opción, los líderes del Maule sur urdieron otra estrategia:

No para solicitar la creación de una nueva sala en la Corte de Concepción, queeso ya habría sido una temeraria locura, puesto que inútilmente se habríamachacado en hierro duro, al ver que la mayor parte del Congreso ha aceptadoel proyecto del Ejecutivo; pero sí para indicar de una manera trivial y grotescala conveniencia de preferir a Chillán para asiento del futuro tribunal, en vez deTalca, haciendo valer argumentos falsos y exponiendo razones sin fundamentosde ninguna especie, que ni siquiera valen la pena de rebatirlos17.

La noticia cayó con estrépito y caracteres de escándalo entre los talquinos.Los esfuerzos del diputado Gregorio Pinochet para evitar la llegada del AltoTribunal a Talca no reconocían límites:

Aun continúa pendiente en la Cámara de Diputados –dijo un periódico local–el proyecto de creación de la Corte de Talca, debido a la oposición hecha por

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17 “El Heraldo”, Talca, 29 de junio de 1888.18 “El Heraldo”, Talca, 30 de junio de 1888.19 “El Heraldo”, Talca 5 de julio de 1888.

los señores König y Pinochet, especialmente por el último que para manifestarque Chillán debe depender del tribunal de Concepción, ha llegado a llevar eldebate, como razones de gran potencia, la diversidad de costumbres que existeante los habitantes de aquende y allende el Maule, colocando a los arribanosen una condición enteramente distinta de la que se halla la gente ilustrada,cosa que según el pensar del señor Pinochet, no poseen los que viven al sur delrío Maule, hallándose de seguro en esa misma condición ese caballero, siendocomo se sabe del departamento de Cauquenes.Ateniéndonos a lo expresado por aquel señor hoy diputado por Santiago –decía con indisimulada ira una crónica periodística talquina– este será unaestampa fiel y un foco refractario de los hábitos de los habitantes del otro ladodel Maule, y por eso nos extraña que su señoría esté actualmente ocupando unpuesto de diputado por el departamento de Santiago18.

El 3 de julio se puso en tabla, nuevamente, la discusión de la ley referida ala creación de la Corte de Talca. Esta vez se analizó el antiguo proyecto quehabía ya fundado este Alto Tribunal en 1885 y que disponía como fecha deinstalación, el 1 de abril de ese año, lo cual retrasó, una vez más, la aproba-ción de la nueva ley.

El ministro de Justicia Federico Puga Borne –presente en la sesión– propu-so, como era lógico y elemental, que se:

Sustituyera esta fecha por la del 1 de agosto de 1888, puesto que ya se hareconocido que es conveniente que la Corte comience a funcionar lo más pron-to posible9.

Esta coyuntura fue nuevamente aprovechada por el diputado Gregorio Pi-nochet para reiterar su discrepancia con el establecimiento de este tribunal y,especialmente, de su jurisdicción.

Lo anterior mereció la respuesta, en una extensa intervención, del diputa-do Ricardo Letelier, quien hizo una cerrada defensa del tema jurisdiccionalde la futura Corte:

No necesitamos repetirles: ya todos conocen por las razones dadas por losdiarios de la capital. Pero es indudable que por poca atención que en elloshayamos puesto, para siempre quedará grabado en nuestra imaginación aque-llo de que la jurisdicción de la Corte de Talca era absurdo que comprendieselas provincias que están más allá del Maule, porque los habitantes del sur

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20 El remarcado es del texto del acta.21 Las diferencias que, supuestamente existen entre el Maule norte y el sur, se mantienen, con

algunas facetas, hoy día. El ex diputado Luis Valentín Ferrada (1990-1994) propuso, docu-mentadamente, durante su gestión, la creación legal de la región Maule sur.

22 “El Heraldo”, Talca, 5 de julio de 1888.23 “El Heraldo”, Talca, 5 de marzo de 1888.

estando separados de los de más acá por la barrera enteramente insubsanable20

que les presenta este río…

Las ancestrales diferencias que provocaba el mítico cauce del río Maule ycuyo origen se remontaba, incluso, a la invasión de los incas, fueron impugna-das con fuerza en el discurso del diputado Letelier. Llevando su teoría aribetes aún más fuertes, concluyó afirmando que el diputado Pinochet consi-deraba que esas divergencias entre el Maule norte y el sur eran de costum-bres, modo de vivir e incluso en las propias convicciones religiosas, lo cualera, a todas luces, inexacto21.

Letelier arguyó que a juicio de Pinochet:

Cada corte tiene un criterio especial para juzgar las causas, y en una infinidadde casos han sucedido que pleitos enteramente iguales son fallados de unmodo del todo opuestos en una u otra corte. En consecuencia –enfatizaba eldiputado Letelier– no debe creerse que la de Talca que viene a producir unanueva divergencia en el modo de fallar las causas22.

La discusión subió de tono. Aquí se planteó –como se expresaba anterior-mente– en subsidio de la negativa a establecer el tribunal de Talca, que laCorte de Apelaciones de Concepción tuviese una segunda sala o dividir en dosla Corte Suprema.

La proposición exasperó a Letelier:

Sin duda alguna para el señor Pinochet, únicamente los jueces de Talca iban aser falibles y los de Concepción y Santiago, algunos seres superiores que traíanel don de la infalibilidad” (…) “Siguiendo la misma deducción –concluía aque-lla intervención– debían suprimirse todas las Cortes existentes y dejarse única-mente una única para toda la República. Y en todo caso ¿Quién sería capaz derespondernos que las tendencias de ese Tribunal eran enteramente buenas?23.

Aprobado por los diputados, el cuerpo legal siguió su trámite en el Senado.El 22 de julio, sin embargo, la discusión seguía entrampada en sutiles aspectosde detalle. Aun cuando, según la prensa, era intención del presidente Balma-ceda nombrar a los ministros apenas se promulgara la ley, la situación notenía visos de definirse. Talca mantenía, no obstante, su optimismo:

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24 “El Heraldo”, Talca, 22 de julio de 1888.25 “El Heraldo”, Talca. 27 de julio de 1888.26 De los nombrados, Manuel Recabarren era senador por Concepción y los restantes por pro-

vincias del norte.27 Diario Oficial Nº 3.360.

Los espíritus pesimistas que han creído ver en el retardo del proyecto de laCorte en la Cámara de Senadores, un propósito deliberado para hacer inter-minable su despacho, se convencerán ahora de lo contrario, cuando vean queel lunes o miércoles a más tardar, la expresada Cámara lo resuelve favorable-mente.

La noticia dada por nuestro corresponsal ha sido muy bien recibida y ellaha venido a disminuir un tanto la impaciencia del público por ver prontamen-te convertido en ley de la República ese proyecto, que por tantos años hadormido en los archivos del Congreso24.

La discusión en el Senado fue más breve y se limitó a aspectos de fondo.En sesión del 25 de julio, el senador por Malleco, Vicente Vergara Albano–vinculado por nacimiento y familia a Talca– informó sobre el proyecto encuestión y la necesidad de crear la Corte de Talca. Su intervención fuebreve y aportó valiosos datos:

Se dice que no hay materia suficiente de trabajo para la nueva Corte; pero contraesa aseveración la circunstancia de que en lo que va corrido de este año se haniniciado en el territorio que será jurisdiccional de Talca 817 juicios, en la mayorparte de los cuales entenderá en segunda instancia la Corte aludida25.

Hubo, no obstante, algunos intentos para rechazar el proyecto, por merosdetalles de forma, según observaciones del senador Luis Aldunate, pero endefinitiva, la ley se aprobó con cuatro votos en contra correspondientes a lossenadores Luis Aldunate, Manuel Recabarren, Joaquín Rodríguez Rozas y Jor-ge Huneus26.

El Consejo de Estado tomó conocimiento un día después del cuerpo legal,aprobándolo con fecha 27 de julio.

Dos días después, 29 de julio –tal era el interés del Mandatario– Balmacedapromulgó la ley respectiva, con la firma del ministro de Justicia, FedericoPuga Borne, el que fue publicado el 30 de julio de 188827.

La disposición legal, en su artículo primero, creaba la Corte con asiento enTalca, la que se compondría de cinco miembros y tendría un fiscal, dos relato-res, un secretario, un escribiente para el fiscal y dos oficiales de sala.

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28 “El Heraldo”, Talca 3 de julio de 1888.29 “El Heraldo”, Talca, 11 de agosto de 1888.

En el tema de la jurisdicción, solo Curicó logró su objetivo de eximirse desu ámbito de acción y seguir bajo la competencia de los tribunales de Santia-go. Quedó bajo jurisdicción del nuevo tribunal “el territorio de las provincias deTalca, Linares, Maule y Ñuble.

Finalmente, se autorizaba al Presidente de la República para invertir hastadiez mil pesos en los gastos de instalación de la Corte de Talca.

LAS EXPECTATIVAS DE TALCA

La noticia llegó a Talca esa misma tarde en hilos del telégrafo. Al díasiguiente, 26 de julio, era primicia en la prensa local, con titulares de singularregocijo.

Sin embargo, eran tan urgentes los deseos de Talca por contar con unaCorte, que a principios de julio ya se especulaba en torno a los eventualesnombres de los abogados que ocuparían los cargos del tribunal. El 3 de juliose mencionaba como futuros magistrados a José Manuel Fernández Carvallo–a la fecha juez letrado de Talca– Sótero Gundián (a la sazón ministro de laCorte de Apelaciones de La Serena) y Romilio Mora, juez de Concepción.Como relatores se citaba a Diego Manuel Lois y José 2° Salinas, los dos resi-dentes en Talca28.

Sin embargo, creada la Corte, las crónicas se hicieron más reiteradas: el 1de agosto la prensa aseguraba que ya el Presidente había designado a losnuevos ministros.

Superada esta etapa –que, como se advierte, tuvo duros opositores– lasautoridades y la prensa locales se hicieron cargo de rumores que poníandudas en la fecha de instalación de la Corte. Incluso se aseguraba que esta nofuncionaría hasta el 1 de marzo del año próximo.

Tal noticia carece de fundamento –decía un artículo– y tenemos antecedentespara expresar que la voluntad de S. E. es que el Tribunal de Alzada esté instala-do el 1 de septiembre próximo.La Corte se instalará en los altos de la Casa Consistorial –seguía la nota– en lossalones en que actualmente está ubicada la Municipalidad y es muy probableque los arreglos del caso se empiecen a efectuar en la semana entrante o a mástardar en la segunda quincena del presente mes29.

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30 “El Heraldo”, 21 de agosto de 1888.

En cuanto a los eventuales magistrados, se mantenían los ya mencionados,pero se agregaba el de Luis A. del Canto y Leoncio Rodríguez.

Un día después, el 12 de agosto, se daban ya con cierta seguridad, losnombres de Fernández, Mora, Gundián y se sugería el de Horacio Pinto Agüe-ro, aunque se insistía en torno a las nominaciones de Luis A. del Canto yLeoncio Rodríguez.

Todo lo narrado evidencia la gran expectación que produjo en Talca y lazona, la creación de la Corte de Apelaciones. Pero es solo un atisbo delimpacto mediático que paulatinamente fue surgiendo en torno a este aconte-cimiento, que llegó a niveles y extremos inéditos en la quieta ciudad de esosaños.

El periodismo local creó alrededor de los ministros nombrados, una suertede expectación y ensalzamiento que recordaba las visitas de artistas comoSarah Bernhardt o las compañías teatrales de prestigio. La prensa indagósobre los gustos, trayectoria, referencias biográficas y todo cuanto se pudorecabar respecto de las vidas y desarrollo profesional de los jueces.

Por la abundancia de material –decía una nota– no nos ha sido posible darprincipio a la publicación de un interesante estudio sobre cada uno de losmiembros que compondrán el Tribunal de Alzada30.

LOS MINISTROS FUNDADORES

Expectación en Talca por la Corte

En definitiva, el Presidente designó, el 16 de agosto de 1888, como minis-tros de la Corte a Sótero Gundián Donoso, José Manuel Carvallo Fernández,Romilio Mora, Horacio Pinto Agüero y Luis A. del Canto.

Como se verá en las biografías que se incluyen luego, Sótero Gundián, Romi-lio Mora y Luis A. del Canto estaban vinculados a Cauquenes. Tal vez así sequiso equilibrar la situación que inquietaba a los habitantes del Maule sur obien Balmaceda cedió a algunas presiones de aquellos en estos nombramientos.

Casi con características de folletines o de obras literarias por entrega –talcomo acontecía con las novelas o cuentos que se publicaban por capítulos enlos periódicos de esa época y hasta bien entrado el siglo XX– “El Heraldo” deTalca dio a conocer, con ribetes de ensalzamiento, las biografías de los minis-

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31 “El Heraldo”, Talca, 22 de agosto de 1888. Citamos estas líneas como muestra del fervorprovocado en Talca por la instalación del Tribunal. Más adelante damos las biografías de cadaMinistro fundador y su Presidente.

32 “El Heraldo”, Talca 28 de agosto de 1888.33 La casa de los Solar corresponde a la conocida más tarde como la “Casa de los Cuadrado”,

demolida hace un año, tras otorgarle un decreto de autorización el municipio.

tros de la Corte. Casualmente las inició con Sótero Gundián Donoso, quiensería a la postre su presidente. Se recordó su paso como secretario de la Inten-dencia de Maule y el ejercicio de su profesión en Cauquenes, en que adquirióun sólido prestigio. Más tarde fue designado juez en Rancagua, donde debióenfrentar y procesar a los actores de violentas acciones políticas de los años 84 y85, convirtiéndose en blanco de duras críticas, pero la nota aseguraba que:

El señor Gundián siguió inspirando la más absoluta confianza a los litigantes.Aun puede decirse que esa confianza se acrecentó por razón de la virulencia yde la falta de fundamento de los ataques31.

Uno de los primeros ministros en llegar a Talca fue Horacio Pinto Agüero,quien se desempeñaba en Valparaíso. Su arribo fue saludado en forma desta-cada por la prensa:

El domingo llegó del norte el señor Horacio Pinto Agüero, uno de los ministrosde la Corte que a no dudarlo funcionará en los primeros días de septiembre.

Nos hacemos un deber en darle la bienvenida y desearle grata permanenciaen el seno de nuestra sociedad32.

RECONOCIMIENTO A BALMACEDA

Por esos mismos días, Talca celebraba varios acontecimientos: la creaciónde la Corte, coincidía con la apertura de las propuestas del ferrocarril haciaConstitución y el intendente anunciaba la construcción de un puente carrete-ro sobre el río Claro, además de estar ya casi concluido el viaducto ferroviariodel Maule, una monumental obra de hierro, el que, unido al de Malleco,conectaba al país.

El presidente Balmaceda había cumplido, con creces, las promesas de sucandidatura. La sociedad talquina decidió agradecer su gesto y le invitó a unsuntuoso baile, a efectuarse el 14 de octubre, en los salones de la residenciaDel Solar33. Esta decisión se tomó, incluso, días antes de instalarse la Corte.Una comisión se encargó de organizar la actividad. La prensa acotaba:

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34 “El Heraldo”, Talca 30 de agosto de 1888.

Invitará a esa fiesta –decía una nota de prensa– a las mesas directivas de ambasCámaras, a los diputados y senadores de los departamentos sometidos a lajurisdicción del nuevo tribunal. También se invitará a las autoridades y vecinosmás caracterizados de las localidades dependientes de la Corte.

Sin embargo, muchos de los que elogiaban a Balmaceda en 1888, formaríanla legión de sus enemigos políticos, al estallar los sucesos de 1891.

LA INSTALACIÓN DE LA CORTE

Paulatinamente, a fines de agosto, se fue definiendo la fecha de instalaciónde la Corte de Apelaciones de Talca. Si se compara este hecho, con otrossimilares, se puede advertir la rapidez con que los diversos poderes públicosactuaron en la concreción de este afán, tan anhelado por los talquinos:

Según datos por personas que nos merecen entera fe –decía una crónica perio-dística– el Tribunal de Alzada empezará a funcionar el 5 de septiembre próxi-mo.Los señores Canto y Gundián, aún no han llegado a Talca, pero este últimoestará en esta el lunes y es probable que el señor Canto esté próximo a llegar.Como se sabe, la Corte se instalará en el departamento que actualmente ocupala Municipalidad, y cuya corporación es de seguro que funcionará provisoria-mente en algunos de los salones de la Intendencia.

Pero, como los tiempos no han cambiado en ciertos aspectos básicos denuestra idiosincrasia, nada se había reparado o adecuado en el edificioque ocuparía el tribunal. Ni muebles u otros enseres estaban dispuestos.La prensa hizo notar este descuido e improvisación de las autoridadesmunicipales:

A pesar de estar tan cercano el día de la instalación del nuevo Tribunal, ningúnarreglo se ha hecho en el departamento que se le ha destinado34.

Sin embargo a cuatro días de la importante fecha, el lugar físico del nuevoorganismo judicial era aún incierto. Ello desde luego, provocó reiteradas críti-cas de la prensa local, dada la cobertura que se otorgaba a este hecho en laopinión pública:

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35 “El Heraldo”, Talca, 1 de septiembre de 1888.36 “El Heraldo”, Talca, 4 de septiembre de 1888.

El tribunal funcionará por ahora de un modo provisorio, en el lugar que desig-nen los señores Ministros, porque el departamento destinado a ese objeto,tiene que experimentar algunas modificaciones, para que quede definitivamen-te instalada la Corte.

Sin embargo, a pesar de la parafernalia que comenzaba a vivirse en laciudad, fueron los propios ministros los que debieron buscar un inmuebledonde ubicarse, llegando incluso a pensarse en la sede que ocupaba un clubde fútbol:

Aun no se sabe cuál es el local en que se fijarán los señores ministros, porquetodavía no han llegado todos a esta ciudad; pero suponemos que provisoria-mente se instalará el Tribunal en la casa que ocupó el Club Independiente,porque esta posesión está ya tomada por uno de los miembros de la Corte y esla más a propósito para el objeto que desea35.

La razón de este descuido de las autoridades se fundaba en el hecho que,por esos días, el municipio se debatía en una aguda crisis interna, muy propiade esos tiempos, en la cual se pretendía censurar al alcalde de turno. Paraevitar esta situación, los regidores adeptos del edil no concurrían a sesión,evitando dar quórum para tomar los acuerdos. En consecuencia, la gestiónmunicipal era nula.

Fueron en definitiva los propios ministros, quienes se reunieron el 4 deseptiembre, un día antes de constituirse, para definir el lugar donde trabaja-ría provisoriamente el tribunal.

La prensa, entretanto, llamaba a “Enarbolar el pabellón nacional, en celebraciónde la instalación de la Corte de Apelaciones”36.

EL 5 DE SEPTIEMBRE DE 1888

Finalmente llegó el anhelado día en que la Corte se constituiría como tal.Los ministros resolvieron ocupar la sala ofrecida por el municipio, para laceremonia, y luego seguir reuniéndose en el salón continuo, mientras se ade-cuaba una dependencia para las sesiones de rigor.

Según las disposiciones de los ministros –detallaba la prensa, atenta a todos lospormenores de este hecho– a la brevedad posible se comunicará con la secreta-

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37 “El Heraldo”, Talca 5 de septiembre de 1888.38 “El Heraldo”, Talca, 5 de septiembre de 1888.

ría el salón en que ha celebrado sus sesiones la I. Municipalidad. En la piezaque ha servido de secretaría se colocará el dosel del Tribunal, destinándose elsalón del costado oriente para sala de acuerdos, y para salas de abogados laspiezas que están sobre el recinto ocupado actualmente por las oficinas delTelégrafo del Estado37.

El acontecimiento estremeció como pocas veces el alma colectiva de lostalquinos. Un titular de la prensa del 5 de septiembre decía elocuentemente:¡BIENVENIDOS SEAN!, para reflexionar con exacerbado estilo sobre aquel im-portante hito en la historia de la ciudad. En verdad que de esta instanciajudicial se esperaba todo y se trazaban, tal vez, excesivas esperanzas:

Las legítimas aspiraciones de Talca se ven hoy plenamente realizadas con lainstalación de la Corte de Apelaciones.La sociedad entera, el comercio y la agricultura están de plácemes, porque conla creación de la Corte, nuevos elementos de riqueza vendrán en breve a acu-mularse en nuestra provincia, acrecentándose de ese modo el progreso denuestras instituciones e industrias.Talca ha cifrado constantemente su porvenir en la construcción del ferrocarrila Constitución y en el establecimiento de la obra que hoy se inaugura. Estamosya a más de la mitad de la jornada, poco nos queda para arribar al fin de ella.Congratulémonos con lo que ya está realizado y demos la bienvenida a losmiembros del nuevo Tribunal, deseándoles un feliz éxito en el desempeño desus arduas y nobles tareas38.

La entronización de la Corte provocó un revuelo en el foro de la jurisdic-ción: abogados de diversos puntos de la zona, decidieron instalar su estudioen Talca, previendo un amplio campo para el ejercicio de su profesión. Comoefecto dominó, diversas áreas de la economía local resurgieron o vieron forta-lecido su negocio. Un artículo decía:

Han empezado a llegar muchas personas de afuera, entre ellas algunos aboga-dos que vienen a ejercer su profesión, seguros de hacer un brillante negocio enesta localidad, lo cual nos parece muy hacedero y digno de preocupar la aten-ción de las personas dedicadas a la carrera del foro.Como consecuencia de esta inmigración, las casas han comenzado a subir devalor y los arriendos no guardan proporción con el precio que tenían hacepoco.

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39 “El Heraldo”, Talca, 11 de septiembre de 1888.40 Se eligió al más antiguo de los ministros, toda vez que Sótero Gundián había nacido en 1836,

aventajando por meses a Fernández y Del Canto, nacidos ese mismo año y a Pinto y Mora,nacidos en 1844 y 1846 respectivamente.

Hasta los peluqueros han subido sus tarifas, y esto con ser que todavía estamos enprincipios de una actividad que más tarde tiene que alcanzar un desarrollo consi-derable39.

LA BREVE Y SOBRIA CEREMONIA DE INSTALACÍON DE LA CORTE

A las doce del miércoles 5 de septiembre se reunieron los cinco ministrosdesignados por el presidente Balmaceda para constituir la Corte de Apelacio-nes de Talca: Sótero Gundián Donoso, José Manuel Fernández Carvallo, Hora-cio Pinto Agüero, Luis Antonio del Canto del Campo y Luis Romilio MoraFernández.

Una hora antes, la banda del regimiento, había recorrido las calles, tocan-do algunas piezas musicales. Banderas se izaron en los mástiles de las casonastalquinas.

Se procedió, como primer punto, a elegir presidente, recayendo este honoren Sótero Gundián Donoso40.

A continuación el notario Elías Elizondo tomó el juramento de estilo a losmagistrados, quien a la vez debió actuar como secretario, mientras se proveíael cargo.

Fiscal fue designado Manuel Antonio Cruz.Un gran cantidad de personas, especialmente abogados y curiosos, abarro-

taron la estrecha sala municipal, a fin de presenciar la histórica, pero breveceremonia.

Una vez efectuado el ritual de instalación, el recinto fue desalojado, paraque la Corte sesionara privadamente.

El intendente de la provincia, en un acto de cortesía –y una vez concluidala ceremonia de instalación– acompañó a los magistrados a tomar posesión delas dependencias en que sesionarían, en el edificio municipal.

Al efecto –relató la prensa– se dirigió al salón respectivo en unión de los seño-res ministros y seguidos de la gran concurrencia que había acudido a presen-ciar el acto.El señor Prieto Valdés, antes de separarse de los magistrados, dirigió a estos lapalabra, expresando más o menos como sigue:

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41 “El Heraldo”, Talca, 7 de septiembre de 1888.42 “El Heraldo”, Talca 7 de septiembre de 1888.

Pongo a disposición de los señores ministros, la sala municipal, que aunquemodesta, ella servirá para que el tribunal iniciara sus trabajos y funcionarámientras se hacen los arreglos necesarios en la que será Sala de la Corte defini-tivamente.Terminó haciendo votos por la feliz permanencia en Talca de los señores minis-tros, agregando que el recto criterio reconocido en ellos, su ilustración y elprestigio de que venían precedidos, eran títulos sobrados para augurarles lamás cordial y respetuosa acogida de parte del pueblo de Talca.

El discurso fue respondido por el Presidente. Las palabras de Gundiánfueron recogidas por un periódico local y es la única referencia que se tienede su pensamiento, al asumir sus funciones:

A nombre mío y de los dignos compañeros del Tribunal, cábeme la satisfacciónde contestar a las honrosas palabras que habéis tenido a bien dirigirnos.Estamos profundamente penetrados de la gravedad e importancia de nuestroMinisterio. Lo estamos igualmente de la inmensa responsabilidad que él nosimpone.El pueblo y el Supremo Gobierno han depositado su confianza en nosotros, yesperamos corresponder a ella contrayendo todos nuestros esfuerzos al cumpli-miento de nuestros sagrados deberes.No se nos oculta que la misión del magistrado está sembrada de peligros y difi-cultades. Para evitar aquellos y salvar estas, nos inspiraremos siempre en la ley,procurando aplicarla con arreglo a los dictados de la razón y de la justicia41.

La adecuación del recinto fue encargada a don Nicolás Lois Vergara:

Y por lo que hemos oído decir parece que el menaje y ornamentación de losexpresados salones será digna de la importancia del Tribunal42.

FESTEJOS Y HONORES A LOS MINISTROS

El 6 de septiembre, el intendente Víctor Prieto Valdés ofreció un banquete,muy propio de ese tiempo, a los flamantes ministros. A la cena concurrieronlos más distinguidos representantes de la sociedad talquina. La descripción deaquella manifestación ocupó varias páginas de la prensa talquina:

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Ocupaba el asiento preferente el señor Gundián, siguiendo los demás ministrossu orden de precedencia. A los postres, el señor Prieto Valdés dirigió la palabraa los concurrentes, dando la bienvenida al señor Presidente, ministros y fiscalde la Corte de Apelaciones como asimismo a los tres jueces letrados.Expresó la suma complacencia que experimentaba por haberle cabido el honorde ver instalada la Corte que, por cerca de veinte años reclamaron una zonaimportante del territorio de Chile y en especial este pueblo43.

El discurso fue respondido por el Presidente y cada uno de los ministros.Lamentablemente no quedó registro de ello.

Talca estaba, indudablemente, colmada de júbilo: un ferrocarril a Constitu-ción, otros en perspectiva, el puente sobre el Maule, la construcción de mo-dernos edificios y la instalación de la Corte de Apelaciones le ubicaban en lacategoría de ciudad moderna.

EL BAILE EN HONOR DEL PRESIDENTE BALMACEDA

El 14 de octubre de 1888, la sociedad talquina recibió como huésped alpresidente Balmaceda y parte de su gabinete, para ser homenajeados con unsuntuoso baile, del que se guardó memoria por mucho tiempo.

La causa principal de aquella recepción, fue agradecer al Jefe de Estado lasobras materiales, pero fundamentalmente, la creación de la Corte de Apela-ciones.

Efectuado en la casa de los Solar –más tarde conocida como “De los Cua-drado” y hoy demolida– la fiesta, verificada el 14 de octubre, reunió a lo másselecto y refinado de la aristocracia local.

Fotógrafos llegados desde Santiago, tomaron las vistas de los trajes de lasdamas que concurrieron a la celebración. Calificados cocineros afanaron en losmás refinados platos para el banquete. Cortinas de brocato, sedas, sillones delujosos tapices, se abrieron para recibir al gobernante, que arribó a la estación,en un carro especial, a las tres de la tarde, junto a ministros y jefes militares.

En un coche abierto recorrió la ciudad y las tropas le rindieron los hono-res, en uniforme de parada.

La llegada de cada contertulio a la manifestación era anunciada en voz alta.El presidente Balmaceda fue recibido con un caluroso aplauso. Un largo cere-monial permitió a los asistentes estrechar su mano. Junto al intendente, esta-

43 “El Heraldo”, Talca, 7 de septiembre de 1888.

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44 “El Heraldo”, Talca 16 de octubre de 1888.45 José Ignacio Vergara fue elegido en sesión del claustro pleno el 29 de julio de 1888. Ejerció el

cargo solo unos meses, debido a problemas de salud. Falleció el 9 de mayo de 1889.

ban los ministros de Corte, encabezados por su presidente. Ellos eran losinvitados de honor de esa ocasión.

Al ubicarse en la mesa principal, el ministro Sótero Gundián tomó asiento aun costado del Presidente, estando al otro, el intendente.

Discursos, brindis con finísimos champagne, palabras de gratitud para Bal-maceda y buenos deseos se repitieron en esa noche.

Dos años más tarde –lo reiteramos– muchos de los asistentes a esa fiesta, sealinearían en una rabiosa oposición a Balmaceda, ad portas de la trágicarevolución de 1891.

Un editorial de la prensa, resumió aquella velada y su significado:

La ciudad de Talca se ha sentido orgullosa porque ha tenido el honor dehospedar en su seno, al Excelentísimo señor José Manuel Balmaceda.La espléndida fiesta con que se le ha obsequiado le probará que esta digna yaltiva provincia cuando llega el caso de hacer justicia la hace amplia y cumpli-da, a los mandatarios que han demostrado de todo lo que puede ser capaz unaenérgica y esforzada voluntad.La creación de una alta Corte de Justicia en nuestra ciudad, es un timbre delegítimo orgullo de que puede estar satisfecho, porque la creación se debe muyprincipalmente a la eficaz y decidida cooperación que le prestó.La inauguración del ferrocarril que unirá a Talca y Constitución, será otromotivo de purísima gloria que esta laboriosa administración podrá ostentar a lagratitud de cuatro de las más importantes provincias del país.El establecimiento de un Tribunal de Alzada en Talca, significa para nosotrosque el Jefe Supremo de la Nación quiere propender por todos los medios queestán a su alcance al rápido desenvolvimiento intelectual que tanto nuestro paísnecesita; y significa además que se desea conceder a la vida local lo que tantoha de menester: progresiva y discreta descentralización44.

EL FALLIDO CURSO DE LEYES

Tres meses después de la instalación de la Corte, un grupo de vecinos deTalca, solicitaron al gobierno y al rector de la Universidad de Chile, que era eltalquino José Ignacio Vergara Urzúa45 la creación en la ciudad de un Curso deLeyes, que permitiera formar abogados, en forma similar a lo que ya existíanen Concepción y Valparaíso.

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46 La carta fue publicada, con la firma de los peticionarios, en. “Los Tiempos” de Talca del 13de febrero de 1889.

47 Opazo Maturana, Gustavo: Historia de Talca, Editorial Andujar, Santiago de Chile, 1997. 268.Este error se repite en un artículo publicado en “La Mañana” de Talca el 13 de septiembre de1988, firmado por Guillermo Vásquez M., donde, además, se incurre en otras inexactitudes.

Se fundamentaba tal aspiración en el que, muchos jóvenes de escasos recur-sos, no podían seguir los estudios en Santiago, privándose de obtener untitulo profesional46.

El rector Vergara acogió en principio el planteamiento y remitió una notaal rector del liceo, solicitándole información en torno a cuántos alumnosserían los interesados en optar al curso de leyes. Sin embargo, su muerteimpidió seguir con los trámites.

Tal hecho hizo suponer a los talquinos que el curso era una realidad, perodiversas presiones de Concepción y el desinterés de los abogados talquinos,hicieron fracasar el proyecto, que habría sido pionero en la carrera de lajudicatura en la región del Maule.

LOS JUECES FUNDADORES DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA

Se estima necesario detallar la biografía de los cinco jueces que constituye-ron la primera Corte de Apelaciones de Talca. Ello permitirá, además, deter-minar la trayectoria pública de cada uno y los avatares políticos a que, enalgunos casos, se vieron enfrentados.

PRESIDENTES Y MINISTROS DESDE 1888 A 2008

Biografías de los ministros fundadores de la Corte de Apelaciones de Talca yde sus presidentes

En la “Historia de Talca”, Gustavo Opazo Maturana expresa:

En 1888 se creaba la Corte que entró en funciones según decreto de 28 de juliode ese año, el día 5 de septiembre, con el siguiente personal: Presidente donJosé Manuel Fernández Carvallo, ministros señores don Horacio Pinto Agüero,don Luis Antonio del Canto y don Luis Romilio Mora47.

No obstante, del examen de los antecedentes que dicen relación con lacreación y designación de los ministros de la Corte de Apelaciones, como asítambién del acta de instalación, se puede establecer que esta se constituyó el

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48 Designado ministro de la Corte el 16 de julio de 1888, asumió el 5 de septiembre de ese año.49 Designado ministro de la Corte de Talca el 16 de agosto de 1888, juró el 5 de septiembre de

1888, falleció en el cargo el 7 de enero de 1890.50 El 16 de julio de 1888 es nombrado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca, siendo

electo presidente en 1890. Destituido en 1891 por su adhesión a Balmaceda.51 El 16 de agosto de 1888 es designado ministro fundador de la Corte de Apelaciones de Talca,

hasta el 15 de junio de 1891 en que es designado fiscal de la Corte de Apelaciones de Santiago,siendo destituido por la Junta de Gobierno que depuso a Balmaceda el 4 de septiembre de 1891.

52 El 16 de julio de 1888 es designado ministro fundador de la Corte de Apelaciones de Talca.Permanece en estas funciones hasta el 21 de abril de 1896 en que es nombrado ministro de laCorte de Apelaciones de Santiago.

53 Nació en Santiago en 1859, asistió al Combate de Angamos el 8 de octubre de 1879, siendo elúltimo sobreviviente de esa legendaria batalla naval donde se capturó al Huáscar. Fue miem-bro de la comisión redactora de la Constitución de 1925.

54 Designado en el cargo el 13 de octubre de 1889, el 12 de diciembre de 1889 es nombradorelator de la Corte Suprema.

miércoles 5 de septiembre, con los siguientes integrantes, designados previa-mente por el presidente Balmaceda:

1888Presidente: Sótero Gundián Donoso48

Ministros: José Manuel Fernández Carvallo49, Horacio Pinto Agüero50, LuisAntonio del Canto del Campo51, Luis Romilio Mora Fernández52.

Fiscal: Miguel A. CruzSecretario: Ricardo Ahumada Maturana53

Relatores: José Salinas Letelier54

Diego Muñoz Lois Vargas

EL PODER JUDICIAL Y EL PRIMER GOBIERNO DE CARLOS IBÁÑEZ DEL CAMPO

El conflicto con el Poder Judicial y su repercusión en la Corte de Talca

La situación más grave ocurrida entre el Poder Ejecutivo y el Judicial, en lasdiversas etapas de la historia republicana, sucedió, sin lugar a dudas, duranteel primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931) el cual, por lascondiciones políticas que lo rodearon, ha sido definido como dictadura.

Cabe expresar que, ni en lo álgidos días de la revolución de 1891, cuandoincluso se exoneró a algunos jueces –incluido al presidente de la Corte deApelaciones de Talca, Sótero Gundián– se verificaron los hechos que llevarona la judicatura del país, al más grave de los atropellos.

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55 Felipe Santiago Urzúa Astaburuaga (Talca 1872 - Santiago 1931), ejerció como juez en SanCarlos en 1899 y de Iquique en 1905. En 1906 fue juez en lo Civil de Talca. En 1920 es ministrosuplente de la Corte de Apelaciones de Santiago y propietario en 1920. Ocupaba el cargo depresidente de ese Alto Tribunal, cuando ocurrieron los hechos que se narran. Falleció enSantiago el 22 de julio de 1931, cuatro días antes del derrocamiento de Ibáñez. El gobierno queasumió envió una conceptuosa nota de pésame a la familia, valorando sus méritos y gestión.

56 “El Mercurio”, Santiago, 27 de febrero de 1927.57 En realidad el proceso fue llevado conforme a la ley y, casi junto al extrañamiento del juez

acusador, se producía el del sentenciado.

La situación descrita, no obstante, se remonta a la elección presidencial deEmiliano Figueroa Larraín, quien asumió sus funciones el 23 de diciembre de1925. Desde el inicio de su gestión debió soportar las presiones del llamadoComité Militar, para designar y mantener como ministro de Guerra al coronelCarlos Ibáñez del Campo. De esa cartera, este pasa a la de Interior, donde supoder se refuerza, convirtiéndose en el virtual mandatario del país.

En febrero de 1927, Ibáñez, con el pretexto de realizar una “depuración” delos magistrados que, a su juicio, no cumplían a cabalidad sus deberes, hizodetener y deportar nada menos que al presidente de la Corte de Apelacionesde Santiago Felipe Santiago Urzúa Astaburuaga55 y enviarlo al exilio –pese alos recursos judiciales presentados y acogidos por los tribunales competentes–junto a otros dirigentes opositores.

El inédito atropello a la investidura del alto tribunal causó impacto endiversos círculos de la opinión pública del país. Con esto, Ibáñez deseabaevidenciar que, además de ejercer un poder paralelo al Presidente, no cejaríaen su intento de consolidar su presencia en el gobierno.

El arbitrario acto dio origen a un intenso intercambio de notas entre la Cortede Apelaciones de Santiago, constituida en pleno y el ejecutivo, cuyo únicovocero fue el ministro Ibáñez. El Alto Tribunal pidió explicaciones, tras repre-sentar el inaudito vejamen que significó la prisión y exilio de su presidente.

Ibáñez dio una áspera y arrogante respuesta a la Corte. Adujo que la medi-da fue tomada por:

La negligencia culpable con que el señor Urzúa tramitó el proceso por defrauda-ciones en la Dirección de Especies Valoradas (…) “El señor Urzúa fue un juezcomplaciente, lo cual explica por sí solo el móvil y el origen de la resolución56.

La vulneración de la Carta Fundamental era evidente: si el ministro Urzúahabía faltado a sus deberes57 correspondía a la Corte Suprema el resolver ysancionar su conducta.

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58 El Mercurio”, Santiago, 27 de febrero de 1927.59 Aquiles Vergara Vicuña (Viña del Mar 1895 - La Paz, Bolivia 1968) fue Oficial de Ejército y

estuvo destinado al Regimiento Tacna. Ejerció como Ministro de Justicia de febrero a sep-tiembre de 1927. Participó en la Guerra del Chaco, a favor de Bolivia, haciendo luego carreraen el ejército de ese país, retirándose en 1953 y falleciendo en La Paz en 1968.

En su oficio respuesta –de fecha 26 de febrero– el ministro Ibáñez lanzaba,además, una preocupante amenaza: iniciar “el saneamiento moral” del Estado,antigua maniobra de los gobiernos dictatoriales, cuando desean desprendersede los opositores. Esto hizo prever los días que se avecinaban para el país:

Estamos en uno de esos momentos y la justicia chilena no puede ni debe tratarde eximirse de alcanzar la depuración saludable que las fuerzas que hoy obranen el gobierno desean para todas las instituciones públicas del país. Aún más,considera el infrascrito que todos los magistrados honorables y correctos tienenla obligación superior de cooperar a la obra de saneamiento del Poder Judicialque el infrascrito ha emprendido, para que en el más breve tiempo pueda el paísrenovar los elementos de mala fama o que no cuenten con la confianza pública.Necesitamos buenos jueces y los tendremos58.

Lo alarmante de este oficio –difundido por “El Mercurio”– era que, elpapel de saneador de las instituciones del país, había sido autoarrogado por elpropio ministro, sin norma legal que la regulase, al margen de la Constitucióny al arbitrio de su exclusiva voluntad.

Con el Poder Judicial en la mira, el 9 de febrero de 1927, Ibáñez designócomo ministro de Justicia a Aquiles Vergara Vicuña. El siguiente paso en esta“escalada depuradora”, era la Corte Suprema, cuyo presidente, Javier ÁngelFigueroa Larraín, era hermano del Primer Mandatario.

Ibáñez había ya sobrepasado, en consecuencia, la autoridad del Presidentede la República.

El 1 de marzo de 1927, el ministro Vergara envió una nota al presidente dela Corte Suprema, donde además de expresarle que “Hay un clamor público porla lenidad de los procesos civiles y criminales” le reiteraba que el gobierno deseabalimpiar “los servicios de la administración, de cualquier naturaleza que ellos sean”, ala vez que le exhortaba –en una abierta intromisión en las atribuciones delPoder Judicial– a sancionar la presunta:

Lenidad, ignorancia o mal comportamiento de los funcionarios.Ha llegado el momento –expresaba el ministro Vergara59– de poner prontotérmino a estos inconvenientes (…) y devolver a la magistratura de la Repúbli-ca todo el prestigio y ascendiente moral que necesita.

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60 “El Mercurio”, Santiago, 3 de marzo de 1927.61 Firmaron este acuerdo, además del presidente Javier Figueroa Larraín, los ministros A. Beza-

nilla Silva, Ricardo Anguita, Antonio María de la Fuente del Canto, Moisés Vargas Mardones,José Astorquiza Parot, Dagoberto Lagos Pantoja, Manuel Cortés, Luis David Cruz Ocampo, J.Germán Alcérreca y Malcolm Mac Iver, secretario.

62 Horacio Hevia Labbé (Quillota 1878 - Santiago 1970) quien presidió aquel pleno, fue exonera-do el 24 de marzo de 1927 y eludió la orden de detención lanzada en su contra huyendo a laArgentina, de donde solo pudo regresar en 1929, tras reconocerse su jubilación. Más tarde, en1934, durante el gobierno de Alessandri, se le reconoció el derecho a jubilar como ministro dela Corte Suprema. Otras leyes posteriores repararon la injusticia de que fue víctima en 1927.

El Poder Judicial, pese al amenazante ambiente que se vivía, reaccionó confirmeza en defensa de sus fueros. La Corte Suprema, constituida en pleno,bajo la presidencia de Javier Figueroa, trató la remoción, prisión y extraña-miento del Presidente de la Corte de Apelaciones Felipe Urzúa. Se acordórepresentar al Gobierno que lo acontecido:

Socava en sus fundamentos esenciales la independencia del Poder Judicial,como es el arresto y deportación, por la vía meramente administrativa del ma-gistrado que desempeñaba las funciones de presidente de la Corte de Apelacio-nes de Santiago, don Felipe Urzúa, sin guardarse ninguna de las formalidadesestablecidas cuidadosamente en nuestro régimen constitucional y legal, en res-guardo de la inamovilidad y prestigio de los magistrados judiciales60.Lo expuesto manifestará a V. E. la gravedad del momento porque atraviesa lamagistratura judicial y cuan justificada es la inquietud que domina en estosmomentos a esta Corte61.

EL RECURSO DE AMPARO DE URZÚA

Primer desacato del gobierno

La pugna estaba ad portas

El destituido presidente de la Corte de Apelaciones, Felipe Urzúa presentóun recurso de amparo por su detención y expulsión del país. Lo hizo mientrasviajaba en el barco que le llevaba al exilio, a la altura de Coquimbo y diopoder al abogado Teófilo Ruiz Rubio.

La sala compuesta por los ministros Horacio Hevia Labbé62, Ernesto Bian-chi Tupper y Alejandro Fuenzalida Salas, acogieron por unanimidad el recur-so, estimando que el ministro del Interior:

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63 Matías Núñez Ulloa (Constitución 1873-1953) ingresó a la Corte de Talca en 1920. Tras sudestitución, fue designado en 1932 en similar cargo en Temuco y luego en Talca en 1937.Jubiló como ministro de la Corte de Valdivia en 1946.

64 José Astorquiza Parot (Montevideo 1866 - Viña del Mar 1951) tuvo una desgraciada interven-ción cuando, en 1920, le correspondió investigar el asalto a la Federación de Estudiantes deSantiago, encarcelando al joven poeta José Domingo Gómez Rojas, quien murió en prisión,con la razón perdida a causa de los excesos de aquel procedimiento. Este hecho fue un tristeepisodio en la vida judicial de Astorquiza, que arrastró de por vida.

No es autoridad facultada para ordenar esa detención y porque a su juicio todairregularidad cometida por los funcionarios judiciales corresponde con arregloa lo dispuesto por la Constitución y las leyes.

Finalmente la Corte ordenaba la inmediata libertad de Urzúa.El gobierno –es decir el ministro del Interior Ibáñez– no solo rechazó la

sentencia del Alto Tribunal, sino que, en respuesta, ordenó la destitución decinco ministros de Corte del país y de trece jueces. Todo ello mediante simpleresolución del 23 de marzo de 1927 del ministro de Justicia Vergara.

En Talca fue destituido Matías Núñez Ulloa. Ya nos referiremos a este caso.Ese mismo día se apersonó en La Moneda el presidente de la Corte, Javier

Figueroa Larraín, para pedir explicaciones al Ejecutivo. Fue recibido porAquiles Vergara, debidamente aleccionado por Ibáñez. Tras la extensa re-unión, Figueroa abandonó cabizbajo el Palacio, aunque dispuesto a jugar laúltima carta.

La Corte solicitó información a cada Alto Tribunal del país sobre la gestióny calificación de los ministros y jueces destituidos y se constituyó en Pleno el 1de abril de 1927, para tratar la situación. En el acuerdo se determinó que:

El tribunal, previa audiencia de los inculpados e informes de las respectivasCortes de Apelaciones acordó que no procedía declarar que no han tenidobuen comportamiento como jueces.

Específicamente, en la sentencia, se mencionaba al ministro Matías Núñez63

de la Corte de Talca.Sin embargo, la unanimidad que esperaba Javier Figueroa no se logró,

toda vez que, en el caso de la destitución del juez Juan Francisco PrietoReyes, votaron a favor de la remoción los ministros Ricardo Anguita y JoséAstorquiza Parot64.

Esa misma tarde, se comunicó al gobierno el acuerdo del Pleno.Fue el último gesto del presidente de la Corte Suprema Javier Figueroa.Y ello arrastró al Primer Mandatario.

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65 “El Mercurio”, Santiago 2 de abril de 1927.66 Vial Correa, Gonzalo: Historia de Chile, Volumen III, “Arturo Alessandri y los Golpes Militares

(1920-1925)”. Capítulo VIII. El autor señala que, por esta característica de Ibáñez (de darsúbitas “patadas”) Alessandri lo apodó “el Caballo”.

67 “El Mercurio”, Santiago 4 de abril de 1927.68 “El Mercurio”, Santiago 4 de abril de 1927.

Esa noche, “un alto jefe policial” se presentó en el hogar del Magistrado, enavenida Vicuña Mackenna 94, notificándole que “Debía permanecer en su casa yno salir de ella hasta nueva orden65.

Se justificó tan arbitraria medida, sin parangón, hasta ese instante, en lahistoria del estado republicano, en los esfuerzos “De depuración del Poder Judi-cial adoptadas por el gobierno.

Ese mismo día se dio orden de detención en contra del presidente de laCorte de Apelaciones Horacio Hevia Labbé, quien huyó hacia Argentina.

El 4 de abril en la tarde, Ibáñez concurrió al domicilio del presidenteFigueroa, junto al canciller Conrado Ríos Gallardo, para informarle de lasrazones de aquellas medidas. A la salida, nadie hizo declaraciones. Se rumo-reaba insistentemente en la renuncia del Mandatario.

Pero Ibáñez no cejaba en su afán. Algo parecido había ocurrido en elderrocamiento de Alessandri en 1925:

Una vez adoptada por él (Ibáñez) finalmente alguna decisión, la ejecutaba demodo inmediato y fulminante, poniendo tras ella todo su poder y utilizandocualquier medio para verla cumplida66.

A través del ministro Ríos Gallardo, Ibáñez hizo llegar una nota a todas lasembajadas acreditadas en el país, para exponerles que el Poder Judicial deChile, a juicio del Ejecutivo:

Venía transformándose así en la última trinchera de la politiquería y de lossistemas decrépitos, cuya desaparición se persigue, y venía por tanto, pertur-bando con su obra negativa la urgente labor depuradora y restauradora en quese inspira su obra este gobierno de nacionalismo reconstituyente67.

En esos tensos días, diversas personalidades visitaron al presidente de laCorte Suprema. Este, en entrevista a “El Mercurio” declaró enfáticamente queno renunciaría, en defensa de los fueros de la justicia y de su investidura.

La Moneda, ante la tenaz negativa de Javier Figueroa, hizo saber a la prensauna velada amenaza: “El gobierno se verá en la dura necesidad de resolver”68.

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69 Tan estrecho era el margen de decisión del presidente Emiliano Figueroa, que debió firmareste decreto del 4 de abril de 1927, junto al ministro de Justicia.

Pero no solo Figueroa fue defenestrado: similar suerte corrieron los minis-tros Antonio M. de la Fuente, Manuel Cortés y Luis David Cruz Ocampo, aquienes en el decreto de destitución, expresó que “Se les reserva el derecho paratramitar su jubilación”69.

El vejatorio acto afectó directamente la posición del presidente EmilianoFigueroa. Ante tal situación, que convulsionaba el estado de derecho, presen-tó su dimisión el 7 de abril de 1927. Ese mismo día, para evitar su inminentedetención, Javier Figueroa Larraín abandonó el país hacia Argentina. Asumióentonces Ibáñez la Vicepresidencia de la República y se despejaba el caminohacia la primera magistratura.

El nuevo Mandatario pudo así designar una Corte Suprema de su enteraconfianza: esta quedó conformada con Ricardo Anguita Acuña como presi-dente accidental y ministros se designó a Moisés Lazo de la Vega (de la Cortede Apelaciones de Santiago), Abraham Oyanedel Urrutia (de la Corte deValparaíso), Agustín Parada Benavente (de la Corte de Apelaciones de Talca),Benedicto de la Barra Bascur (de la Corte de Concepción) y Humberto Truc-co Franzani (de la Corte de Valdivia).

De todos los nombrados, tres eran maulinos y cercanos a Ibáñez: MoisésLazo de la Vega nació en Linares en 1861 y era casado con Amelia del Campo,pariente de Ibáñez. Humberto Trucco Franzani era natural de Cauquenes(1882) y Agustín Parada Benavente nació en Longaví, provincia de Linares, en1861 y era amigo dilecto del nuevo Mandatario.

ELECCIÓN PRESIDENCIAL DE IBÁÑEZ

Ibáñez se presentó entonces como candidato único a la Primera Magistratu-ra, siendo electo por el 98% de los votos. Asumió el 21 de julio de 1927.

LA CRISIS INTERNA DEL PODER JUDICIAL

La situación de Talca

Los graves sucesos en que se vio envuelto el Poder Judicial, provocaron,desde luego, algunos quiebres internos entre sus miembros. Si el presidente

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70 Valdovinos en definitiva no asumió y en su reemplazo fue designado Pedro Pablo OrtizMuñoz.

Javier Figueroa había marchado al exilio, sin renunciar a su investidura, endefensa del respeto que se debía, constitucionalmente, al Poder Judicial, eratal vez esperable que se diera una natural solidaridad tanto con el presidentedestituido, como con los ministros arbitrariamente removidos.

Pero hubo un impasse: los mismos integrantes que sumaron sus votos alrechazo de la destitución de sus pares, en el acuerdo del pleno del 1 de abril,ahora aceptaban reemplazar a los caídos. Se dieron reproches privados y mástarde superada la crisis, más de alguno hizo un mea culpa, por haber careci-do, tal vez de valor, para enfrentar esos álgidos momentos.

La Corte de Talca debió soportar la remoción de su ministro Matías NúñezUlloa, un juez probo, de dilatados servicios en el Poder Judicial, en cuyadefensa la Corte hizo un amplio relato de sus méritos, capacidad y honorabili-dad, predicamento que, como se ha dicho, fue respaldado por el pleno de laCorte Suprema. Pero el gobierno mantuvo su arbitrario acto. En 1937, en unacto de reparación, Núñez fue repuesto en su cargo de ministro de la Cortetalquina, pero ello no aminoró el dolor que le produjo la falta de solidaridadde sus colegas de oficio.

El Alto Tribunal maulino recibió, en reemplazo de Parada y Núñez, a losministros Alejandro Lois Solar (natural de Talca) y Carlos Valdovinos Valdovi-nos (natural de la localidad de Roma, provincia de Colchagua)70.

La Corte talquina vivió entonces, una de sus crisis internas más severas.El ministro Agustín Parada Benavente, quien era presidente de la Corte en

1927, fue designado, como se ha visto, ministro de la Corte Suprema. Paradaaceptó la nominación, pese a que ese tribunal fue uno de los pocos afectadosen el país con las inconstitucionales destituciones. Ello le llevó, a lo largo delos años, a enfrentar no pocas críticas a su actuación, de las que se defendió yfue a la vez justificado por algunos de sus coterráneos linarenses.

Agustín Parada, además de ser natural de Longaví, había desempañadodestacadas funciones públicas en Linares: profesor de geometría del Liceo deHombres, secretario de la Intendencia en 1888, destituido por Balmaceda en1891; defensor público desde 1894 a 1904. Fue también intendente suplentede Linares.

Su rectitud espartana, su probidad inmaculada y sus vastos conocimientos enderecho –dice uno de sus biógrafos– lo hacen destacarse como uno de losjurisconsultos más notables y como uno de los hombres que más honran a la

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71 Chacón del Campo, Julio: La Provincia de Linares, Santiago 1927, Primer Tomo, página 72. Chacóndel Campo, historiador linarense, estaba emparentado con Carlos Ibáñez del Campo, aun cuandoterminó convertido en su adversario durante su segunda presidencia (1952-1958) atacando dura-mente su gestión en las páginas de la revista “Linares”, de la que era director y fundador.

72 Chacón del Campo, Julio: La Provincia de Linares, Tomo Segundo, Santiago 1929. 146. Nodebe extrañar los elocuentes elogios del autor hacia el ministro Parada Benavente, toda vez sitras ellos, se ocultaba una indisimulada justificación a los arbitrarios actos de Ibáñez, que yase han conocido.

73 No obstante, en 1930, el ministro Lois Solar fue designado ministro de la Corte de Apelacio-nes de Santiago.

provincia de Linares. Si en Chile brillara perennemente el sol de la justicia y sesupiera apreciar debidamente el talento de los hombres, ya haría mucho tiem-po que el solio de la Presidencia de nuestra Corte Suprema, estaría ocupadapor este gran ministro, honra y orgullo de los tribunales chilenos, y a quien elpresidente Alessandri calificó en cierta ocasión como “el Primer Ministro deJusticia en Chile71.

Más tarde, ya designado ministro de la Corte Suprema, tras los aconteci-mientos que se han descrito, Chacón del Campo justificó en el tomo segundode la obra citada, la decisión de Ibáñez:

Don Agustín Parada, hombre de extraordinario talento y jurisconsulto de granvalía, nunca ha solicitado un ascenso en su carrera y ha preferido permanecerolvidado en las Cortes de provincia, antes de hacer presente sus méritos paraescalar las alturas de los tribunales. Aún estaría sirviendo en alguna Corte deApelaciones, si el Gobierno del Excmo. señor Ibáñez, no le hubiese hechojusticia, trayéndolo a la Corte Suprema, alto tribunal al cual debía haber llega-do 20 años atrás, porque ya en aquella época era respetado como uno de losmagistrados más esclarecidos de su tiempo y como el ciudadano de más excel-sas virtudes cívicas72.

En un plano comparativo con los sucesos de 1891, donde varios jueces,incluido el presidente de la Corte de Talca, Sótero Gundián, fueron destitui-dos, los acontecimientos precipitados en 1927, que posteriormente significa-rían el quiebre del estado de derecho por el gobierno de Ibáñez, se convirtie-ron en causa de una fisura constitucional que el país demoró en restaurar. LaCorte de Talca, superada la crisis producida por la designación de Parada y ladestitución del ministro Núñez, retomó sus labores, tratando de mantener elorden jurídico en las materias que le cupo conocer, en el período 1927-1931.Pero sus presidentes de esa época, Félix Guerrero Vergara, Salvador José Ra-mírez Letelier y Alejandro Lois Solar73 se abstuvieron de concurrir a las no

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escasas visitas oficiales que realizó Ibáñez del Campo a Talca, donde este teníarelaciones de amistades e incluso parentescos políticos. Su esposa GracielaLetelier Velasco era de origen talquino, e incluso estaba vinculada familiar-mente al presidente de la Corte, Salvador José Ramírez Letelier.

LA PENA DE MUERTE EN EL MAULE

El fusilamiento de 1933

La primera aplicación de la pena de muerte en la región del Maule, enconformidad a las leyes penales vigentes, ocurrió en diciembre de 1933, alejecutarse la drástica sentencia en el reo Francisco Manríquez Manríquez, porel delito de robo con homicidio.

Manríquez, quien ejercía el oficio de zapatero en un taller de calle Tres Surcon Uno Poniente, se coludió con José Neira Bastías, para asaltar a una primade avanzada edad, de nombre Eloísa Moya, residente en Santa Rosa de Lava-deros, comuna de Maule.

De esta forma, el 6 de septiembre de 1932, al anochecer, se trasladaron allugar ya citado, ingresando violentamente a la casa de la víctima, quien vivíaacompañada de Moisés Toledo Méndez, anciano no vidente. Tras golpearManríquez a la mujer, le descerrajó un tiro en la cabeza, mientras que alhombre se le tuvo por muerto.

Sustrajeron dinero y diversas especies, regresando a Talca por la línea deltren.

Descubierto el hecho por Carabineros de Maule –y con el testimonio delsobreviviente del asalto– los delincuentes fueron detenidos, confesando suacción. Tras el juicio de rigor, se les condenó a la pena de muerte.

La Corte de Apelaciones de Talca conoció del proceso en pleno del 31 demayo de 1933, en sala integrada por el presidente del Tribunal Luis Agüero ylos ministros Félix Guerrero y Pedro Ortiz, manteniendo la pena máxima paraManríquez y Neira, tras analizar extensamente los agravantes del delito.

La Corte Suprema, a su vez, resolvió sobre el proceso en noviembre de1933, confirmando la última pena en contra de Manríquez, pero rebajando lasentencia de Neira a diez años de cárcel.

La defensa del primero de los sentenciados recurrió de casación ante elmáximo tribunal, siendo rechazado.

La vida del reo quedó, de esta manera, en manos del presidente Alessandri,quien tenía la facultad de conmutar la pena por cadena perpetua.

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El Mandatario se enfrentaba así, por segunda vez, a un escenario parecidoal ocurrido en su primer gobierno, aunque con actores distintos. Pero esnecesario recordar algunos hechos.

UN CRIMEN EN LA ARISTOCRACIA: EL CRIMEN DEL BOLDO

El luctuoso suceso, conocido como “El Crimen del Boldo”, ocurrió el vier-nes 4 de septiembre de 1914 en el fundo Santa Adriana, situado en la locali-dad de El Boldo cerca de Curicó. Dueños de la propiedad eran Gustavo ToroConcha y su esposa, Zulema Morandé Franzoy. Casados desde hacía sieteaños, tenían tres hijos pequeños.

El 4 de septiembre Gustavo Toro Concha se levantó como a las seis de lamañana y se dirige a la viña para distribuir el trabajo entre los peones.Regresa a casa a las ocho y media, toma desayuno y vuelve al campo paravigilar a los trabajadores. Alrededor de las diez de la mañana, solo están enla casa doña Zulema Morandé, la sirvienta Sara Rosa Castro y un hijo de seismeses.

Cerca de las once de ese día, Sara Rosa Castro corre agitada a comunicar asu patrón que ha ocurrido una desgracia a doña Zulema. La mujer está muer-ta, tendida de espaldas y completamente ensangrentada. El cadáver presentamúltiples lesiones. A su lado se encuentran dos cuchillos de la casa cubiertosde sangre. Se hace la denuncia por suicidio.

No obstante, por la serie de lesiones de arma blanca que presentaba laoccisa, se duda atribuir el deceso a un suicidio. Lo confirmaron así los médi-cos legistas, doctores Floridor Vergara y Víctor Barría.

Su informe describe los diversos cortes que se advierten en el cadáver. Laprincipal es la que casi contornea el cuello, compromete y secciona todos losórganos existentes en la región y llega hasta la columna vertebral. Como seobserva, heridas improbables de ser autoinferidas. Además eran públicas ynotorias las desavenencias del matrimonio.

La empleada Sara Castro, única testigo de los hechos, dio varias versionesde lo acontecido, cayendo en contradicciones.

Como Curicó no dependía de la Corte de Talca, el caso llegó al tribunalde alzada de Santiago, designándose ministro instructor a Fermín DonosoGrille, quien declaró reos a Toro Concha y a la sirviente Sara Castro. Endefinitiva, se condena al presunto autor, por el delito de parricidio, a presi-dio perpetuo, el cual consideraba la pena de muerte en el código penal dela época.

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74 El voto disidente fue del ministro José Astorquiza Líbano, quien estimó que estaba probado eldelito de parricidio.

75 “La Mañana”, Talca 8 de noviembre de 1933.76 “La Mañana”, Talca, 21 de noviembre de 1933.

Sin embargo, efectuadas las apelaciones, aportados nuevos medios de prue-bas y considerados otros testimonio, la Corte absolvió a Toro de la acusaciónpor dos votos a uno74.

El pronunciamiento causó escándalo en la prensa: amplios titulares acusa-ron impunidad y tráfico de influencias.

El padre de la víctima, Patricio Morandé, interpuso un recurso de casaciónen el fondo y en la forma ante la Corte Suprema. Este tribunal ordenó a laCorte de Apelaciones revisar la sentencia, siendo reafirmada, en 1916, la con-dena de presidio perpetuo en contra de Toro y de dos años a la empleada.Ambos fueron encarcelados.

En 1920 asumió la presidencia de la República Arturo Alessandri. Ex dipu-tado por Curicó, conocido y amigo de la familia de Toro Concha, no demoróen indultarlo, tras pasar este seis años encarcelado.

Desde luego, la opinión pública criticó acerbamente la medida del Manda-tario. Una verdadera ola de impopularidad se agitó en su contra.

En consecuencia, cuando en 1933 llega a sus manos el pedido de indulto deManríquez, se advierte de antemano cuál será su decisión.

Pero la misma sociedad maulina que diez años atrás había reprobado enér-gicamente el indulto a Toro, esta vez solicitó con vehemencia al Mandatarioque salvara a Manríquez del patíbulo. Incluso la Reina de la Primavera de eseaño, envió un telegrama al Jefe de Estado, con este requerimiento, el que fueprontamente respondido por Alessandri, quien, junto con reconocer que elgesto de la joven que “Exterioriza la bondad delicada y generosa de sus sentimien-tos”, expresa no puede acceder al pedido por tratarse de un crimen “Inhumanoy horroroso”75.

La prensa, no obstante, apoyó la condena del reo, por cuanto, se estimabaque:

La ejecución de aquel individuo sería así, demostrativa de que el gobierno y los tribuna-les están animados de la voluntad de no gastar indulgencia en la represión de ladelincuencia76.

Pero las damas talquinas, las mismas que se horrorizaron ante el salvaje femi-cidio de Toro Concha, ahora, en una larga misiva, de más de doscientas firmas,

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77 Hermana del historiador Francisco A. Encina.78 Tal vez Alessandri habría indultado a Manríquez, pero se negó, sin duda alguna que molesto

por las críticas recibidas, por el caso Toro Concha, ya descrito.79 Sus restos fueron sepultados en el Cementerio de Talca. A su lado llegarían, treinta y dos

años más tarde, los del segundo fusilado en Talca y el cuarto de la región: Cesáreo VillaMuñoz. Las dos tumbas son hoy lugar de rogativas y placas de agradecimientos por presuntos“favores” concedidos.

encabezadas por Elena Silva de Astaburuaga y Lucrecia Encina Armanet77 im-ploraron el indulto del Mandatario. La nota fue llevada por el senador AurelioMeza Rivera, cercano a Alessandri, pero el Presidente se mantuvo firme en sudecisión, argumentando que era necesario “Mantener el orden social”78.

Peticiones al Arzobispado y otras gestiones, tampoco lograron éxito.Manríquez entró en capilla el 20 de diciembre de 1933, para ser fusilado al

amanecer del 23 de diciembre de 1933, casi en vísperas de Navidad, convir-tiéndose en el primer ejecutado de la región del Maule79.

EL DOBLE FUSILAMIENTO DE CONSTITUCIÓN

En diciembre de 1953, la Corte Suprema ratifica la sentencia a muerte dicta-da por la Corte de Apelaciones de Talca, en contra de los reos Luis BravoHenríquez y Rodelindo González Bravo, por el robo con homicidio perpetradoen el sector de Los Romeros, en Pichamán, el 14 de mayo de 1952 y donde, trasasaltar la casa patronal de Evaristo Villegas González, le dan muerte, asesinandoademás a su esposa Susana Barrios, a la hija de ambos Elena Villegas Barrios y aEfraín Guerrero Muñoz que se encontraba casualmente en el lugar.

El presidente Ibáñez negó el indulto a los reos, los que son trasladadosdesde la Penitenciaría de Santiago –donde estaban recluidos por razones deseguridad– hasta la cárcel de Constitución, cumpliéndose la ejecución al ama-necer del 8 de enero de 1954, en medio de la expectación del país.

EL CRIMEN DEL JOYERO ALEMÁN

Finalmente, en la madrugada del 14 de noviembre de 1965 es fusilado en laCárcel de Talca Cesáreo del Carmen Villa Muñoz, acusado de ser el autor delrobo con homicidio del joyero alemán Carol Meyer Borner, ocurrido en lamadrugada del 23 de febrero de 1964, en el camino longitudinal (Ruta 5 Sur)en las cercanías de Linares.

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80 Designado en el cargo de ministro el 18 de marzo de 1892.81 Designado en el cargo de ministro el 28 de abril de 1892.82 Designado en el cargo de ministro el 27 de abril de 1892. Falleció en el ejercicio del mismo,

el 17 de diciembre de 1892.83 Designado en el cargo de ministro el 4 de mayo de 1896.84 Designado en el cargo de ministro el 27 de abril de 1892. Falleció en el ejercicio del mismo el

25 de agosto de 1906.85 Designado en el cargo de ministro el 13 de enero de 1891.

La sentencia a la última pena es dictada por la Corte de Apelaciones de Talcay ratificada por la Corte Suprema, siendo denegado el indulto presidencial.

La ejecución provoca las inevitables discusiones en torno a la efectividad dela pena de muerte en el escarmiento de los delitos.

El reo es asistido por el capellán de la Penitenciaría padre Ernesto Rivera ysus restos son sepultados junto a la tumba de Francisco Manríquez, ejecutadoen 1933 y cuyas lápidas hoy están cubiertas de placas de gratitud por favoresconcedidos, lo cual no ha ocurrido con los fusilados de Constitución.

PRESIDENTES DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA 1888-2009

1888: Sótero Gundián Donoso1890: Horacio Pinto Agüero1891: Luis Antonio del Canto del Campo1892: Osvaldo Rodríguez Cerda1893 Juan Crisóstomo Herrera Alcázar1894 Luis Romilio Mora Fernández1895: José Miguel Gaete Varas80

1896: Teodosio Letelier Rojas81

1897: José Floridor Román Blanco82

1898: José Manuel Montero Ávila83

1899: Juan Crisóstomo Herrera Alcázar1900: José Miguel Gaete Varas1901: Teodosio Letelier Rojas84

1902: José Floridor Román Blanco1903: Manuel Montero Ávila1904: Fidel Urrutia Manríquez85

1905: Juan Crisóstomo Herrera Alcázar1906: Teodosio Letelier Rojas1907: Fidel Urrutia Manríquez

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86 Designado en el cargo de ministro el 20 de abril de 1906.87 Designado en el cargo de ministro el 1 de enero de 1907.

1908: Abel Maldonado Nogueira1909: Moisés Vargas Mardones1910: Diego Manuel Lois Solar86

1911: Víctor Manuel Risopatrón Argomedo87

1912: Santiago Santa Cruz Artigas1913: Manuel Gaspar Cortés Allende1914: Fidel Urrutia Manríquez1915: Abel Maldonado Nogueira1916: Moisés Vargas Mardones1917: Diego Manuel Lois Solar1918: Agustín Parada Benavente1919: Roberto Zenón Quijada Burr1920: Luis Alberto Molina Valdivia1921: Moisés Vargas Mardones1922: Diego Manuel Lois Solar1923: Agustín Parada Benavente1924: Matías Segundo Núñez Ulloa1925: Salvador José Ramírez Letelier1926: Enrique Escala Ibáñez1927: Agustín Parada Benavente1928: Félix Guerrero Vergara1929: Salvador José Ramírez Letelier1930: Alejandro Lois Solar1931: Pedro Pablo Ortiz Muñoz1932: Félix Guerrero Vergara1933: Luis Alberto Manuel Agüero Pérez1934: Víctor Daniel Baltasar González Fernández1935: Pedro Pablo Ortiz Muñoz1936: Carlos Eduardo Preuss González1937: Fernando Julio Videla Sánchez1938: Marco Antonio Vallejo Garcés1939: Matías Núñez Ulloa1940: Guillermo Saavedra Varas1941: Rafael Florencio Fontecilla Riquelme1942: Julio Espinoza Avello

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1943: Marco Antonio Vallejo Garcés1944: Darío Rojas Espoz1945: Jorge González Concha1946: Darío Rojas Espoz1947: Jorge González Concha1948: Guillermo Saavedra Varas1949: Julio Espinoza Avello1950: Julio César Aparicio Pons1951: José Arancibia Santibáñez1952: Darío Rojas Espoz1953: Julio Aparicio Pons1954: Luis Maldonado Boggiano1955: José Arancibia Santibáñez,1956: Gustavo Chamorro Garrido1957: Gustavo Chamorro Garrido,1958: José Arancibia Santibáñez1959: Gustavo Chamorro Garrido1960: Oscar Luis Cruz Lavín1961: Gustavo Chamorro Garrido1962: Luis Espinoza Apablaza1963: Luis Espinoza Apablaza1964: Ramón Pozo Silva1965: Sergio Dunlop Rudolffi1966: Luis Espinoza Avello1967: Sergio Dunlop Rudolffi1968: Ramón Pozo Silva1969: Sergio Dunlop Rudolffi1970: Hernán Correa de la Cerda1971: Claudio Guillermo García Baeza1972: Alonso de la Fuente Moreno1973: Hernán Correa de la Cerda,1974: Alonso de la Fuente Moreno1975: Claudio Guillermo García Baeza1976: Rafael Huerta Bustos1977: Hernán García Zavala1978: Hernán Correa de la Cerda1979: Guillermo Claudio García Baeza1980: Hernán García Zavala1981: Hernán García Zavala

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1982: Hernán Robert Arias1983: Hernán Robert Arias1984: Rolando Hurtado Ganderats1985: Rolando Hurtado Ganderats1986: Juan Guzmán Tapia1987: Juan Guzmán Tapia1988: Luis Dalberto Carrasco González (subrogado por Hernán García Zavala)1989: Hernán García Zavala1990: Hernán Robert Arias1991: Hernán Robert Arias1992: Raimundo Díaz Valenzuela

Hernán García Zavala1993: Rodrigo Biel Melgarejo1994: Eduardo Meins Olivares1995: Hernán García González1996: Víctor Stenger Larenas1997: Hernán García Zavala1998: Rolando Hurtado Ganderats1999: Manuel Zañartu Vera2000: Luis Carrasco González2001: Emilio Elgueta Torres2002: Luis Carrasco González2003: Eduardo Meins Olivares2004: Juana Venegas Ilabaca2005: Luis Carrasco González2006: Hernán García González2007: Rodrigo Biel Melgarejo2008: Eduardo Meins Olivares2009: Olga Morales Medina

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88 Ministro suplente de la Corte de Apelaciones de Talca el 1 de mayo de 1930 y ministropropietario de este Alto Tribunal el 1 de julio de 1930. Ministro de la Corte de Apelacionesde Santiago en 1934 y de la Corte Suprema en 1947, jubilando en 1951.

89 (Tacna 1895 - Santiago 1974) Designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca el 13de marzo de 1949. Permanece en estas funciones hasta el 5 de marzo de 1954 en que esdesignado ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago.

90 Designado ministro de la Corte el 25 de mayo de 1950 y hasta el 22 de mayo de 1959 en quees nombrado Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago.

91 (Linares 1888 - Santiago 1946), Designado ministro de la Corte de Talca el 1 de marzo de1939, hasta el 1 de agosto de 1939 en que es designado Ministro de la Corte de Apelacionesde Santiago. Falleció mientras ejercía como ministro de la Corte Suprema.

92 Designado ministro de la Corte el 1 de septiembre de 1941.93 Designado ministro el 25 de junio de 1959, jubiló como fiscal el 1 de julio de 1965.94 Designado ministro de la Corte de Talca el 4 de septiembre de 1906, falleciendo en el

ejercicio de este el 2 de febrero de 1909.95 Designado el 30 de junio de 1949, falleció en el cargo el 16 de septiembre de 1950.96 Designado en 1891, pero alejado del cargo por las contingencias políticas de la época.97 Designado ministro de la Corte de Talca a fines de 1992.98 (Linares 1888 - Santiago 1946) Designado ministro de la Corte de Talca el 1 de marzo de

1939, hasta el 1 de agosto de 1939 en que es designado ministro de la Corte de Apelacionesde Santiago. Falleció mientras ejercía como ministro de la Corte Suprema.

99 El 16 de agosto de 1888 es designado ministro fundador de la Corte de Apelaciones de Talca,hasta el 15 de junio de 1891 en que es designado fiscal de la Corte de Apelaciones deSantiago, siendo destituido por la Junta de Gobierno que depuso a Balmaceda el 4 de sep-tiembre de 1891.

100 Designado ministro de la Corte de Talca el 24 de julio de 1980 y hasta el 19 de abril de 1983en que es designado fiscal de la Corte de Valparaíso.

MINISTROS DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA 1988-2008

Agüero Pérez, Luis Alberto Manuel88

Aparicio Pons, Julio89

Arancibia Santibáñez, José90

Arce Bobadilla, Humberto91

Avello Espinoza, Julio92

Barraza von Chrismar, Alfonso93,Barros Merino José Agustín94,Barrientos Marchant, José Miguel95

Bianchi Tupper Juan José G.96

Biel Melgarejo, Rodrigo97

Bobadilla Arce, Humberto98

Canto del Campo Antonio del99

Carvajal Cortés, Arturo100

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101 (Concepción 1935) El 10 de noviembre de 1983 es designado ministro de la Corte de Talca.Integró también el Tribunal Agrario de Ñuble como suplente. Presidente de la Corte en 1988y 1996.

102 Designado ministro el 26 de junio de 1956, trasladado a la Corte de Valdivia el 1 de julio de1958.

103 Designado el 1 de abril de 1909 y hasta el 1 de marzo de 1915 en que es designado ministrode la Corte de Apelaciones.

104 Ministro suplente de la Corte de Apelaciones de Talca entre junio y agosto de 1968, ministroen propiedad de esta corte a contar del 14 de enero de 1969. ministro de la Corte de SanMiguel y de la Corte de Apelaciones de Santiago, falleció en el ejercicio de su presidencia el19 de diciembre de 1992.

105 Designado ministro de la Corte el 11 de diciembre de 1958, jubiló en ese cargo el 15 deoctubre de 1963.

106 Designado el 31 de agosto de 1888 y permanece hasta el 6 de abril de 1892 en que esnombrado ministro de la Corte de Valparaíso.

107 Designado ministro de la Corte el 16 de julio de 1888, asumió el 5 de septiembre de ese año.108 Designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca el 17 de diciembre de 1963, traslada-

do a la Corte de Apelaciones de Santiago el 10 de octubre de 1973.109 Designado ministro el 30 de mayo de 1956, nombrado ministro de la Corte de Apelaciones el

21 de noviembre de 1961.110 El 22 de mayo de 1925 es designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca, falleciendo

en el ejercicio de la presidencia de este Tribunal el 11 de noviembre de 1926.111 Designado ministro de la Corte de Talca el 1 de abril de 1925, permanece hasta el 1 de

noviembre de 1928 en que es nombrado presidente interino de la Corte del Trabajo deValparaíso.

Carrasco González, Luis Adalberto101

Corona Devon, Franklin102

Cortés Alliende Manuel Gaspar103

Correa de la Cerda, Hernán104

Cruz Lavín, Oscar105

Cruz Leiton Manuel Antonio J. de la 106

Díaz Gamboa, OsvaldoDíaz Valenzuela, RaimundoGundián Donoso Sótero107

Dunlop Rudolffi, Sergio108

Chamorro Garrido, Gustavo109

Elgueta Torres, EmilioEscala Ibáñez, Enrique110

Espinoza Apablaza, LuisEspinoza Avello, LuisFernández Bañados, Ramón111

387

120 AÑOS DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA 1888-2008

112 Designado ministro de la Corte de Talca el 16 de agosto de 1888, juró el 5 de septiembre de1888, falleció en el cargo el 7 de enero de 1890.

113 Designado ministro de la Corte de Talca en el 2007.114 Designado ministro de la Corte el 9 de febrero de 1970 hasta el 1 de octubre de 1973 en que

es designado Fiscal de la Corte de La Serena, removido el 5 de marzo de 1974.115 Designado ministro de la Corte el 2 de mayo de 1969, falleciendo en su ejercicio el 8 de

marzo de 1980. Reemplazó a Mario R. Muñoz Pereira, quien jubiló el 19 de abril de 1969.116 Designado ministro de la Corte el 10 de noviembre de 1973.117 Designado ministro el 18 de marzo de 1892, jubiló el 13 de enero de 1903.118 Designado ministro el 9 de agosto de 1930.119 Designado ministro suplente el 19 de mayo de 1959.120 El 1 de enero de 1927, en que es designado ministro de la Corte de Talca. A contar del 1 de

abril de 1934 es ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, falleciendo en el ejerciciode este cargo.

121 Designado ministro de la Corte el 16 de julio de 1888, asumió el 5 de septiembre de ese año yfue electo primer presidente del alto tribunal.

122 (República de El Salvador 1939) designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca en1984, cargo que ejerció hasta 1988, en que es designado ministro de la Corte de Apelacionesde Santiago.

123 El 1 de marzo de de 1892 es designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca. En 1906es nombrado ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, jubilando en mayo de 1920.

124 Designado el 17 de junio de 1914.125 Designado ministro de la Corte de Talca el 10 de octubre de 1973, ministro fundador de la

Corte de San Miguel.

Fernández Carvallo José Manuel112

Fodich Castillo, Vicente113

Fuente Moreno, Alonso de la114

García Baeza, Guillermo115

García Zavala, Hernán Alfredo116

Gaete Varas Pedro José Miguel117

González Concha, JorgeGonzález Fernández, Víctor Daniel118

González García, HernánGuastavino Magaña, Aldo119

Guerrero Vergara, Félix120

Gundián Donoso, Sótero121

Guzmán Tapia, Juan122

Herrera Alcázar, Juan Crisóstomo123

Hevia Labbé, Horacio124

Huerta Bustos, Rafael125

Hurtado Ganderats, Rolando

388

JAIME GONZÁLEZ COLVILLE

126 Designado ministro –y no fiscal como se expresa– el 26 de noviembre de 1956.127 Designado el 27 de abril de 1892.128 Designado ministro de la Corte de Talca el 1 de abril de 1927, en plena crisis del Poder

Judicial con el gobierno de la época.129 Designado el 20 de abril de 1906, jubiló en el cargo el1 de mayo de 1924.130 Designado en la Corte de Talca en 1953, no precisa fecha. Designado en la de Apelaciones en

1958, no precisa fecha.131 El 4 de abril de 1906 es designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca. Concluyó su

carrera en el Poder Judicial como presidente de la Corte de Apelaciones de Santiago, siendodesignado en esas funciones el 16 de septiembre de 1915.

132 Ministro suplente por dos meses a contar de 20 de marzo de 1968 y por dos meses más acontar del 8 de mayo de 1968.

133 Designado ministro de la Corte de Talca en noviembre de 1990.134 Designado el 4 de mayo de 1896.135 Designada ministra de la Corte de Talca en el 2007.136 Designado ministro de la Corte de Talca el 19 de julio de 1915 hasta el 12 de mayo de 1920

en que es designado ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, falleciendo en esecargo en 1925.

137 Designado ministro el 15 de diciembre de 1949.138 El 16 de julio de 1888 es designado ministro fundador de la Corte de Apelaciones de Talca.

Permanece en estas funciones hasta el 21 de abril de 1896 en que es nombrado ministro de laCorte de Apelaciones de Santiago.

139 Designado ministro de la Corte el 19 de enero de 1961, jubiló por salud el 19 de abril de1969.

140 Designado el 1 de junio de 1920, destituido el 24 de marzo de 1927. Designado nuevamenteministro de la Corte de Talca el 1 de febrero de 1937 y hasta el 1 de octubre de 1941 en esnombrado ministro de la Corte de Valdivia.

Lagos Valenzuela, Enrique126

Letelier Rojas Teodosio127

Lois Solar, Salvador Alejandro128,Lois Vargas, Diego Manuel129

Maldonado Boggiano, Luis130

Maldonado Nogueira, Abel131

Mardones Montenegro, María Luisa132

Meins Olivares, Eduardo133

Montero Ávila José Manuel134

Morales Medina, Olga135

Molina Valdivia, Luis Alberto136

Montt Morales, Octavio137

Mora Fernández Luis Romilio138

Muñoz Pereira, Mario139

Núñez Ulloa, Matías Segundo140

389

120 AÑOS DE LA CORTE DE APELACIONES DE TALCA 1888-2008

141 Designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca el 2 de julio de 1928. Jubiló en estecargo en 1936 para dedicarse a su profesión.

142 A contar del 21 de septiembre de 1913 es designado ministro de la Corte de Talca. El 6 deabril de 1927 asumió como ministro de la Corte Suprema.

143 Designado ministro de la Corte de Talca el 24 de octubre de 1950. Jubiló en este cargo el 15de febrero de 1956.

144 El 16 de julio de 1888 es nombrado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca, siendoelecto presidente en 1890. Destituido en 1891 por su adhesión a Balmaceda.

145 (Bulnes 1901 - Santiago ¿?) Designado ministro de la Corte de Talca el 2 de octubre de 1941,hasta el 6 de noviembre de 1944 en es designado ministro de la Corte de Concepción.

146 Designado en el cargo el 25 de marzo de 1954, jubiló en estas funciones el 26 de abril de1956.

147 Ministro suplente Ee 23 de julio, el 13 de septiembre y el 13 de noviembre de 1968.148 Designado ministro de la Corte el 28 de septiembre de 1961.149 Designado el 1 de abril de 1934, permaneció en el cargo hasta 1 de abril de 1938 en que es

designado ministro de la Corte de Chillán.150 Asumió el 5 de mayo de 1913, falleció a los cuatro días de jurar su cargo, el 9 de mayo de

1913.151 Designado ministro el 1 de agosto de 1942.152 Designado el 16 de abril de 1915.153 Designado en el cargo de ministro el 1 de junio de 1924.154 Designado en el cargo el 18 de junio de 1923.155 Designado ministro de la Corte el 29 de octubre de 1979.156 El 16 de enero de de 1892 es nombrado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca. Es

presidente de este Tribunal en 1892 y luego ocupa la fiscalía de la Corte de Apelaciones deSantiago en 1898.

Ortiz Muñoz, Pedro Pablo141

Parada Benavente Agustín142

Pemjean Silva, Víctor Manuel143

Pinto Agüero Horacio144

Poblete Poblete, Emilio145

Poblete Poblete, Isaac146

Poblete Poblete, Gabriel Raúl147

Pozo Silva, Ramón Luis148

Preuss González, Carlos Eduardo149

Pumarino Toro José Segundo150

Rojas Espoz, Darío151

Quijada Burr, Zenón de los Santos152

Quintana Lineros, Ángel Custodio153

Ramírez Letelier, José Salvador154

Robert Arias, Hernán155

Rodríguez Cerda Osvaldo156

390

JAIME GONZÁLEZ COLVILLE

157 Designado ministro el 27 de abril de 1892.158 Designado ministro de la Corte de Talca el 1 de enero de 1907. En 1913 es nombrado

Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago y ministro de la Corte.159 Designado por traslado desde la Corte de La Serena, el 14 de marzo de 1969, jubiló en ese

cargo el 5 de noviembre de 1969.160 (Santiago 1896 - 1955) Designado ministro de la Corte de Talca en 1930, jubiló como fiscal de

la Corte de Iquique en 1951.161 El 12 de enero de 1907 es designado ministro de la Corte de Apelaciones de Talca.162 Designado ministro de la Corte de Talca en el 2003.163 Designado ministro de la Corte el 15 de abril de 1903.164 En 1907 (día y mes no determinado) es designado ministro de la Corte de Apelaciones de

Talca. En 1924 es designado ministro de la Corte Suprema.165 Designada ministro de la Corte en enero de 2003.166 (Cobquecura 1873 - Santiago 1945) Designado ministro de la Corte de Talca el 1 de febrero

de 1937, jubiló en este cargo en 1942.167 Designado ministro de la Corte de Talca el 5 de septiembre de 1913, jubilando en ese cargo a

fines de 1914.168 Designado el 5 de septiembre de 1913, jubiló en 1914.169 Designado ministro el 31 de julio de 1958.170 Designado ministro de la Corte el 21 de marzo de 1934 hasta el 22 de diciembre de 1938 en

que es nombrado ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, donde jubila.171 Designado ministro de la Corte de Talca después de 1980.172 Ministro suplente por dos meses a contar del 28 de febrero de 1968 y dos meses a contar del

28 de abril de 1968.

Román Blanco José Floridor157

Risopatrón Argomedo Víctor Manuel José158

Ruiz-Aburto Rioseco, Manuel Rodolfo159

Saavedra Varas, Guillermo160

Santa Cruz Artigas Santiago161

Silva Gundelach, GuillermoStenger Larenas, Víctor162

Urrutia Manríquez, Fidel163

Vargas Mardones Moisés164

Venegas Ilabaca, Juana165

Vallejo Garcés, Marcos Antonio166

Vial Bello Carlos167

Vial Bello Desiderio Agustín168

Videla Riquelme, Hernán169

Videla Sánchez, Fernando Julio170

Zañartu Vera, Manuel171

Zurita Camps, Enrique172

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LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISIS A LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

BOLETÍN DE LAACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

Año LXXV - No 118 - 2009 - 391-417ISSN 0716-5439

LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISISA LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

por

Catalina Siles Valenzuela*

INTRODUCCIÓN

La mayoría de los estudios sobre el salitre y su historia en Chile cubren elperiodo que comienza después de la Guerra del Pacífico, hacia la década de1880 y terminan en 1930, aproximadamente, cuando el auge del salitre, quefue durante mucho tiempo la base económica del país, va llegando a su fin.Posterior a esa fecha existen muy pocos escritos1.

En este artículo nos interesa estudiar justamente este capítulo en la historiadel nitrato chileno: los primeros signos de su decadencia; los motivos de lacrisis salitrera; sus consecuencias y los intentos gubernamentales por revitali-zarla: principalmente la creación y desarrollo de la Sociedad Química y Mine-ra de Chile (Soquimich), hasta su privatización en 1988.

Nuestra investigación está basada en el trabajo de Ronald D. Crozier, desta-cado ingeniero químico y minero, y prolífico autor de numerosos artículossobre minería.

Crozier nació en Antofagasta el 9 de septiembre de 1929. De padres británi-cos pasó su infancia en Chile e Irlanda y luego se trasladó a los EstadosUnidos, a la Universidad de Michigan donde se graduó en Ingeniería Quími-ca, hizo un Máster en Ingeniería Metalúrgica y obtuvo su doctorado en Inge-niería Química.

* Universidad de los Andes, Santiago de Chile. Correo elétronico: [email protected] Destacan, entre otros, las obras de Ana Victoria Durruty, Salitre, harina de luna llena, Antofagas-

ta, 1993; José Antonio González, La pampa salitrera en Antofagasta: auge y ocaso de una erahistórica: la vida cotidiana durante los ciclos Shanks y Guggenbeim en el desierto de Atacama, Edicio-nes Proa, Antofagasta, 2003; Patricio Díaz V., La industria del salitre contada por el yodo: 1811-2004, Antofagasta, 2005; Eugenio Garcés Feliú, Las ciudades del salitre: un estudio sobre lasoficinas salitreras en la región de Antofagasta, Chile, Orígenes, 1999.

392

CATALINA SILES VALENZUELA

Después de graduarse trabajó en Dow Chemical Company en Michigan, Virgi-nia y Europa. Unos años después se vino a Chile, donde se unió a Soquimichcomo jefe de la Oficina de Operaciones y luego volvió a Norteamérica comopresidente de Minerec Corporation, compañía minera de Nueva York. En 1977fundó Tecnomin en Chile y en los siguientes años se desempeñó como ingenie-ro consultor en las Naciones Unidas y en varias compañías mineras internacio-nales, que lo llevó alrededor de todo el mundo. Fue miembro del Consejo deInstitution of Mining and Metallurgy en Gran Bretaña y miembro de AIChE,AIME and ACS en los Estados Unidos.

Publicó más de 85 artículos, en español y en inglés, sobre minería: yodo,salitre, cobre; la industria minera y sobre historia de la minería, concretamen-te en Chile, entre los que destacan: La industria del Salitre 1830-1880: JorgeSmith, La Noria y el yodo2; El salitre hasta la guerra del Pacífico: una revisión3; Laindustria del yodo: 1815-19154.

El aporte de Ronald Crozier a la historia minera en Chile, específicamentesobre la industria salitrera, es fundamental. Gran parte se encuentra en suspublicaciones ya mencionadas, pero también existe mucho material: notas,documentos, tablas, libros, mapas y fotografías que formaron parte de su co-lección, y que luego de su fallecimiento, el año 2001, fueron donados a laBiblioteca de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Este artículo aprovecha parte de este valioso material que merece serdado a conocer al público. De particular interés son los documentos concer-nientes al periodo posterior a 1930, cuando el auge de la industria salitrerallega a su fin y que alcanzan hasta fines de la década de los 80, cuando loque quedaba de esta industria fue privatizada. Además la gran cantidad decifras y datos cuantitativos de primera mano son de gran utilidad para re-construir el camino que siguió el nitrato hasta su etapa final en Soquimich;muy desconocida como ya mencionamos. En definitiva, este trabajo tieneuna doble autoría.

2 Ronald D. Crozier, “La industria del Salitre - 1830-1880: Jorge Smith, La Noria y el yodo”Santiago, Chile: s.n., 1980.

3 Ronald D. Crozier, “El salitre hasta la guerra del Pacífico: una revisión”; Historia. Vol. 30(1997), 53-126.

4 Ronald D. Crozier, “La industria del yodo: 1815-1915”, Historia, Vol. 27 (1993), 141-212.

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LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISIS A LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

1. EL SALITRE Y SU COMPETENCIA

La década de 1910 representó para la actividad salitrera su época de mayorflorecimiento y al mismo tiempo el punto inicial de su crisis. El inicio de laPrimera Guerra Mundial, en 1914, trajo consigo un descenso importante en elvolumen de las exportaciones y de producción. Por un lado, influyó la falta detransporte que se hacía principalmente por medio de buques pertenecienteen su mayoría a los países beligerantes; por otro, el bloqueo británico a Ale-mania que había cortado las exportaciones hacia uno de los centros de mayorconsumo de nitrato en Europa5. Este hecho será fundamental para la crisisdel salitre chileno, ya que los alemanes se vieron obligados a desarrollar laindustria del salitre sintético, con el procedimiento Haber-Bosch, necesariopara la fabricación de explosivos y que terminaría desplazando al nitrato natu-ral.

En los años 1916-1917 hubo un aumento brusco en las exportaciones gra-cias a la creciente demanda de salitre para la fabricación de explosivos entrelos Aliados. Esto produjo un alza de precios que hasta ese momento habíancaído a niveles antieconómicos. Sin embargo, esta misma circunstancia haríaque el salitre dejara de ser utilizado como fertilizante agrícola –su empleo másgeneralizado– lo que trajo un inevitable menor consumo al advenir la paz.

1.1 La crisis del salitre (1920-1930)

Terminada la Primera Guerra Mundial, se produjo una severa crisis mun-dial entre los años 1919-1920, que trajo funestas consecuencias para la indus-tria salitrera chilena: una fuerte disminución del consumo, las ventas se para-lizaron, hubo disminución de precios y una gran acumulación de salitre en lascostas. Entre 1920-1921 la producción disminuyó en un 60%, las exportacio-nes 50% y unos 20 mil obreros tuvieron que dejar el norte6. Sin embargo, elprincipal factor de esta crisis salitrera de inicios de la década de los 20, fue laexpansión mundial de los abonos nitrogenados sintéticos en Europa, princi-palmente Alemania. La industria salitrera de Chile no estaba preparada paracompetir con el salitre sintético; varios puntos le jugaban en contra: por unaparte, el alto precio de los impuestos de exportación del salitre establecidos

5 Ricardo Couyoumdjian, “El mercado del salitre durante la Primera Guerra Mundial y laPostguerra, 1914-1921”, Historia, Vol. 12, 15.

6 Simon Collier y William F. Sater, Historia de Chile, Trasducción de Milena Grass, CambridgeUniversity Press, Madrid, 1998, 187

394

CATALINA SILES VALENZUELA

por el Gobierno, que consumía el 60% de las utilidades7, y por otra, el atrasotecnológico en que vivían las plantas productoras de este mineral: la mayorparte de las oficinas ocupaban la tecnología Shanks, la que había permaneci-do casi invariante durante más de cincuenta años, y cuyos costos de produc-ción eran mayores a los precios del mercado, y no les quedó ninguna opción asus dueños que cesar la producción. De las 134 oficinas que trabajaban hastaentonces, 91 paralizaron sus actividades8.

El momento culmen llegó con la Gran Depresión de 1929, que afectó seve-ramente a Chile. El descenso en las exportaciones produjo un enorme stock ypor ende un paro en las actividades de producción. En cambio, supuso unimpulso al salitre artificial, producido en Alemania principalmente, ya que suproducción era más barata, y ayudaba a resolver ciertos problemas como lacesantía y la falta de divisas. Por tanto, si en el año 1910 Chile representaba el65% de los abonos nitrogenados consumidos mundialmente, en 1920 habíadescendido al 30% y la década siguiente a solo el 10%.

La crisis del salitre causó un grave impacto en la economía chilena: laindustria salitrera había sido su principal soporte durante 50 años luego de laGuerra del Pacífico. No solo representaba un altísimo porcentaje en los ingre-sos fiscales; era un importante generador de divisas, impulsor de otros secto-res económicos: comercio, agricultura, ganadería e industria, que se vieronsumamente afectados con la crisis; miles de obreros de las oficinas salitrerasen el norte quedaron cesantes, lo que trajo consigo un fuerte malestar social.

El Gobierno chileno intentó controlar la situación mediante dos políticas:la centralización de la industria salitrera y el mejoramiento de los métodos deproducción, como veremos a continuación.

1.2 El sistema Guggenheim

El sistema Shanks, introducido en Chile desde 1875 por Santiago Humbers-tone, mantuvo su predominio durante casi 50 años, con muy pocas mejorastécnicas. No obstante, este proceso no permitía reducir los costos y aumentarla producción del salitre, lo cual se hacía urgente para salir de la crisis. Segúnel trabajo presentado en la Semana del Salitre de 1926, el método Shanks

no era apto para la elaboración de material de baja ley, principalmente por elmal rendimiento obtenido, pues se pierde en el proceso alrededor de 25% del

7 Ana Victoria, Durruty, op. cit., 79.8 Oscar Bermúdez, Breve historia del salitre, Pampa desnuda, Santiago de Chile, 1979, 47.

395

LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISIS A LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

nitrato que Elias Anton entra en los chancadoras. Otra razón es la mala utiliza-ción que hoy se hace de la máquina (…) esto presenta una importante pérdidade vapor. Tampoco utiliza el calor de los caldos. Estos y otros defectos inheren-tes al procedimiento Shanks lo hacen antieconómico para materiales pobres.Indudablemente el descubrimiento de un proceso que permita económicamen-te la elaboración de caliche de baja ley libraría a la industria salitrera del actualpeligro de competencia de los abonos sintéticos nitrogenados. Este ahorraría elcostoso trabajo de selección mediante métodos mecánicos de extracción quepermitiría la explotación total de los terrenos9.

Comenzaron realizarse una serie de investigaciones científicas con el objeti-vo de solucionar el problema técnico que enfrentaba el nitrato chileno, utili-zando enormes recursos y con la colaboración de numerosos científicos ex-tranjeros de reconocimiento mundial.

En esta línea, la firma norteamericana Guggenheim Brothers, dueña delmineral de cobre de Chuquicamata, decidió apostar por la recuperación dela industria salitrera. Harry Guggenheim –según señala Crozier– hijo deDan, quien había estado interesado en las inversiones de su familia en Chile,declaró que la salvación de la industria salitrera chilena dependía de variosfactores:

1. Encontrar un método más barato para la elaboración del nitrato, siguiendolas líneas de experimentación de Elias Anton Cappelen Smith10 (para lalixiviación del cobre)

2. Con este proceso, toda la industria salitrera debía ser modificada y las viejasplantas cerradas

3. El Gobierno debía bajar los impuestos de exportación11.

De esta manera, en 1918, los laboratorios de Guggenheim Brothers Researchubicados en Nueva York comenzaron a investigar la posibilidad de aplicar elmétodo de lixiviación del cobre en la industria del salitre. En octubre de1922, una planta piloto de 20 toneladas de producción diarias fue puesta enoperación en Chile, confirmando que, si los aspectos mecánicos del procesode recuperación del cobre eran aplicados al tratamiento de las minas de nitra-to, el proceso sería más económico incluso con nitratos de ley bajo el 10%.

9 Carlos Salas. H., “Progresos en la industria salitrera”, en Semana del Salitre celebrada en Santiagode Chile en abril de 1926. Sesiones, La Ilustración, Santiago, 1926, 177.

10 Ingeniero quien había desarrollado este proceso de lixiviación en Chuquicamata.11 Ronald Crozier, Manuscritos “The genesis of the Guggenheim process”, 63.

396

CATALINA SILES VALENZUELA

La firma tomó entonces una decisión radical: vendió sus intereses en Chuqui-camata a Anaconda Copper Company, e invirtió el producto en los nuevosprocedimientos para el salitre, que aplicó en las calicheras que adquirieron, enel cantón del Toco, con la compra del Ferrocarril y Compañía Salitrera Anglo-Chileno Ltda., dueños del Ferrocarril Tocopilla al Toco. También adquirieronotras reservas de nitrato en Coya Norte, que pertenecían al Gobierno.

El método inventado por Cappelen Smith, ingeniero metalúrgico, consistíaen la lixiviación a gran escala del caliche usando grandes estanques de concre-to armado de unas 7 mil toneladas de capacidad cada uno. Esta se efectuaba atemperatura tibia de unos 40° C; que se obtenía del calor perdido del sistemagenerador de energía diésel, lo que permitía un ahorro sustancial de combus-tible. La cristalización del nitrato se obtenía refrigerando los caldos con méto-dos mecánicos, que producía un salitre de mayor pureza y tamaño uniforme.Este sistema permitía recuperar un 70% del nitrato con caliches de baja ley,de hasta un 8%. Además, los métodos de extracción del mineral eran mecáni-cos, reemplazando a la selección manual del sistema Shanks y haciéndolomucho más efectivo.

En noviembre de 1924 comenzó la construcción de la oficina salitrera Ma-ría Elena, con una capacidad productiva de 500.000 toneladas anuales, la quefue terminada en diciembre de 1926.

Grandes expectativas surgieron respecto al nuevo procedimiento Guggen-heim que prometía el resurgimiento del salitre. Belisario Díaz Ossa, directorde la Revista Caliche, refiriéndose a la oficina María Elena afirmaba:

esta oficina, hoy día en marcha industrial, ha marcado un paso adelante en laevolución de la industria salitrera chilena. Ha demostrado de un modo palpa-ble lo que puede hacerse sabiamente combinando el esfuerzo constante y per-severante de los investigadores de la ciencia pura, con la intrepidez de losingenieros que han calculado y dirigido la construcción material. La forma deltrabajo, la mayor parte de los aparatos empleados, no son copias y adaptacio-nes, son creaciones largamente experimentadas, que asustaron seguramentepor su audacia cuando fueron propuestas y que se muestran hoy en día comosoluciones elegantes y económicas12.

Los resultados no se hicieron esperar. En una entrevista a Solomon R Gug-genheim, el año 1927, este señaló que las cifras de estos primeros años corres-pondían plenamente con las esperanzas cifradas en el procedimiento y mues-

12 “Progreso técnico en la industria salitrera” en Revista Caliche: Órgano del Instituto científico eindustrial del salitre. Septiembre de 1927, Año IX, N° 6, 202.

397

LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISIS A LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

tran un progreso satisfactorio hacia la consecución del costo pronosticado. Enese momento la producción de María Elena era de aproximadamente 250.000toneladas anuales, y aumentaba gradualmente. Se esperaba que la cifra de500.000 fuera alcanzada en los primeros meses de 192813. Además, no solo sehabía aumentado la producción, sino que se habían reducido los costos enforma notable en comparación a una moderna oficina que trabajaba con elsistema Shanks, según los demuestran las tablas 1 y 2:

TABLA 1

COMPARACIÓN DE PRODUCCIÓN EN 1927 TONELADAS MÉTRICAS14

Oficina María Elena Todas las oficinas

Primeros 6 meses 54.846 67.046

Julio 15.052 21.232

Agosto 19.236 24.896

TABLA 2

COMPARACIÓN DE COSTOS ENTRE LAS OFICINAS MARÍA ELENA Y CHACABUCO.EN PENIQUES15.

María Elena (dic 1928) Chacabuco (marzo 1929)

Por tonelada de caliche 39.25d 100.39d

Por quintal métrico salitre 47.05d 71.82d

Frente a esto, resultaba lógico que las plantas que mantenían el obsoletosistema Shanks, quedaran atrás en la producción del mineral blanco y que lamayor parte de ellas se vieran obligadas a paralizar sus faenas, al no poderhacer frente a la competencia que suponía la moderna tecnología Guggen-heim y a los productores europeos de nitratos sintéticos.

13 “Resurgimiento de la industria salitrera”, en Revista Caliche… noviembre de 1927, Año IX. Nº21, 229.

398

CATALINA SILES VALENZUELA

Por otra parte, a estos buenos resultados se unía el hecho de que lademanda mundial por el nitrato chileno había aumentado con buenos resul-tados en las ventas. S.R Guggenheim afirmaba que “el aumento de la deman-da por nitrato chileno desde el 1 julio de 1927, produjo un salto en el preciode más o menos $7 por tonelada sobre el precio que prevaleció últimamentey que constituye un fuerte argumento para la aserción hecha hace algunosmeses que el nitrato chileno derribaría al producto sintético si no fuerarestringido en cuanto a su producción y venta (…)”16. A esto contribuyo lamedida tomada en 1927 durante el gobierno de Ibáñez, quien aprobó elrégimen de ventas libres, permitiendo una mejor competencia con los de-más países productores.

Sin embargo, estos años de prosperidad entre 1927-1929 no durarían mu-cho tiempo. El fomento máximo de la producción y de las exportacionesresultaron superiores a las necesidades del mercado que disminuyeron osten-siblemente con la Gran Depresión del 29. En el año salitrero 1929-30 el stocksuperó las 1.500.000 toneladas, lo que produjo un paro en las actividades.

Por otra parte, la oficina María Elena se vio enfrentada a ciertos problemasde producción: se necesitó subir a 40º Celsius la temperatura de la lixiviación;los finos17 resultaron imposibles de aprovechar y el salitre producido se com-pactaba y debía ser roto por perforadoras eléctricas18. Crozier explica que seformaba una compleja e insoluble sal del nitrato, llamada “darapskita”, quesolo podía ser evitada si lograba controlarse una cantidad media de sales demagnesio en el proceso de elaboración del caliche. Para esto se requeríadosificar los minerales de, por lo menos, diez áreas mineras diferentes, y estoera económicamente factible solo en una larga operación19.

En sus cuatro primeros años de funcionamiento, María Elena tuvo pérdi-das de 10 millones de dólares. Pero los Guggenheim no dieron marchaatrás, sino más bien respondieron sorpresivamente rápido, dando licencia yfinanciando a la Lautaro Nitrate Company para construir la Oficina Pedrode Valdivia, la planta salitrera más grande jamás construida, la que empezó afuncionar en 1931. No obstante, a mediados de ese mismo año, Pedro de

14 Ibid.15 H. M. Crozier y P. F Hostien, Informe de elaboración Oficina María Elena mayo de 1929, Sección

Salitre, Archivo Nacional, v. 273.16 “Resurgimiento de la industria salitrera”, en Revista Caliche… noviembre de 1927, Año IX. Nº

21, 229.17 Fino: polvillo con salitre producido por la trituración del caliche.18 Durruty, op. cit., 113.19 Crozier. Manuscritos The genesis of the Guggenheim process, cit., 65.

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Valdivia paralizó sus actividades, dejando a miles de trabajadores sin em-pleo, hasta su reapertura en 193420.

2. DOS INTENTOS DE LEVANTAR LA INDUSTRIA SALITRERA

2.1 La Compañía de Salitres de Chile (Cosach)

Ante esta situación de crisis, el 21 de julio de 1930 se llevó a cabo la reorgani-zación general de la industria salitrera. Mediante la Ley Nº 4.836, se organizó laCosach: Compañía de Salitre de Chile, con el objetivo de fomentar la produc-ción, exportación y comercialización del salitre y yodo. En este proyecto secombinaron los dos aspectos necesarios para lograr la reducción de costos: lacentralización de las ventas y la adopción de procesos de producción más eco-nómicos21. La Cosach tendría un capital de 3 mil millones de pesos; la mitaddel aporte correspondía al Fisco, a cambio de lo cual aportaría los terrenossalitreros y reemplazaría el impuesto a la exportación por una participación del50% de las utilidades; la otra mitad correspondía a la valoración de las salitrerasde treinta y seis empresas particulares, siendo las principales la Anglo-Chilean yla Lautaro Nitrate con una participación conjunta de 1.050.000.000 pesos.

Sin embargo, las nuevas medidas no satisficieron a todos. El régimen deorganización eliminó a los productores de costos elevados, es decir, los queutilizaban el sistema Shanks; estas salitreras fueron tomadas a muy bajo precio yen general quedaban mayormente fuera del negocio, y produjo la concentra-ción de la producción de salitre en oficinas que podían elaborar con el máximode su capacidad y a bajo precio: el sistema Guggenheim: “Toda la estructura delnuevo organismo salitrero fue objeto, desde el comienzo de la discusión de laley en el Congreso y mientras subsistió la Cosach, de fuertes impugnacionestanto de parte de algunos círculos de la industria salitrera Shanks, cuyos intere-ses no habían sido considerados, como de sectores políticos y de opinión públi-ca en general, especialmente de las provincias del Norte”22.

La Cosach empezó a funcionar en 1931; un año después las deudas alcan-zaban los 250 millones de dólares, se mantenía la desocupación obrera entoda la pampa; el malestar cundía en todo el país, generado por la prolonga-

20 Ibid, 68.21 Juan Ricardo Couyoumdjian, “La economía chilena: 1830-1930”, Revista Universitaria PUC, Nº

9, 106.22 Bermúdez, op. cit., 59.

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CATALINA SILES VALENZUELA

ción de la crisis. La organización no pudo resolver el problema de la compe-tencia de otras sustancias nitrogenadas. Todas las esperanzas se frustraron.La Cosach resultó ser un enorme fracaso, las cifras lo demostraban.

La siguiente tabla muestra la producción y venta a partir de la introduccióndel sistema Guggenheim, los efectos de la crisis en la industria salitrera y elnúmero de plantas que quedaron en operación:

TABLA 3

ESTADÍSTICAS DE PRODUCCIÓN Y VENTA DE SALITRE 1915-16 / 1941-4223

toneladas métricas

Año Salitre Ventas Exportación Exportación Stocks Max- min Promedio Preciosalitrero Producido domésticas proceso proceso en Chile plantas en de FAS Chilejunio-julio de salitre Shanks Guggenheim Operacion trabajadores US$/ton

1915-1916 2,654,900 2,8 2,543,174 915,4 117/61 45,506 33.1216-17 2,907,600 4,6 2,863,476 930,3 123/107 53,47 36.7417-18 2,979,100 5,2 2,912,968 976,7 124/115 56,378 60.1318-19 2,332,600 7,5 1,794,326 1,524 117/66 44,498 58.2119-20 1,957,300 5,3 2,206,964 1,269,4 108/48 n/a 49.661920-21 2,174,100 4,8 2,051,512 1,358,7 45/32 33,876 78.4921-22 890 4,3 613,638 1,616,4 70/37 25,462 51.8822-23 1,499,600 6,6 2,106,147 1,003 91/73 41,099 43.9123-24 2,219,500 9,1 2,175,608 1,037,8 93/88 59,649 44.6024-25 2,409,700 10,3 2,565,856 869,3 93/60 60,785 44.551925-26 2,619,500 12,2 2,248,969 0 1,229 49/60 51,612 43.1226-27 1,317,600 11,3 1,519,871 25,542 1,005,2 65/36 46,823 42.5927-28 2,547,900 13,6 2,649,453 221,713 681 69/67 59,963 37.1828-29 3,280,300 14,8 2,602,077 358,389 953,8 71/38 58,493 36.7829-30 3,000,200 16,4 1,848,856 350,21 1,764,5 33/6 44,464 34.201930-31 1,575,200 9,4 1,064,729 617,061 1,638,3 1077 16,3 28.8231-32 1,067,200 4,3 415,364 504,7 1,765 10-jun 8,7 22.3232-33 450,4 17,3 179,348 90,493 1,938,2 13,889 18.8733-34 536,8 628,458 543,559 18.8034-35 1,135,400 668,246 612,651 18,6821935-36 1,219,00 688,499 652,663 20,50136-37 1,310,200 728,818 770,85337-38 811,699 730,89738-39 734,268 852,63639-40 313,949 755,461940-41 1,384,763 605,309 782,99541-42 444,565 803,309

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LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISIS A LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

La producción y las ventas del nitrato culminaron en 1928-29 con 3.3 millo-nes de toneladas exportadas. En octubre 1929 seguía habiendo la produccióndel nitrato en 3 millones de toneladas, mientras que los envíos para la ventacayeron en casi millón de toneladas a 1.85 millones. El número de personasempleadas por la industria cayó desde casi 60 mil personas en 1928-29 a44.464 en 1930-31 y a 16.300 y 8.700 en los dos años siguientes24.

En un debate en la Cámara de Diputados, en octubre de 1933, se criticabafuertemente a la Cosach en los siguientes términos:

raro fenómeno, desde el año salitrero preciso en que se formó la Cosach,mientras se mantiene uniforme y con equilibrio la balanza mundial de produc-ción y consumo, el consumo de salitre chileno se fue violentamente abajo,mientras aumentaba dentro de este mismo consumo mundial el rubro del sali-tre sintético (…) ¿A qué se debe esta catástrofe de nuestra industria, a qué lacatástrofe económica y social que siguió después, a qué la miseria y el hambreque hay en el país, a qué la ruina que hay en las provincias del norte? Nada másque a la Cosach25.

Y más aun, la causa específica de su formación fue

el fracaso de la planta María Elena de Guggenheim, explotada por la maravillade un procedimiento que agotando la casi totalidad de los terrenos de la pam-pa Coya Norte que remató al Fisco, en menos de tres años, quiso tener laCosach a su entera disposición y libre costo, gratuitamente, los terrenos de lasreservas salitrales26.

Parecía que el método Guggenheim, en el cual el país había cifrado tantasesperanzas, resultaba ser un rotundo fracaso y peor aún, una estafa. Se habla-ba de ciertas irregularidades relacionadas con el engaño sobre los abarata-mientos de costos de producción27. Las grandes pérdidas que había causado laelaboración del salitre en la planta María Elena, habría llevado a estos empre-sarios, los Guggenheim, a tratar de recuperar sus ingentes deudas que suma-ban 654.642.880 millones de pesos oro de 6d y además una pérdida, después

23 Crozier. Manuscritos “The genesis of the Guggenheim process”, cit., 65.24 Ibid, 66.25 Debate en la cámara de diputados. Sesión del 10 octubre 1933, en Ministerio de Hacienda. La

industria del salitre en Chile, La Nación, Santiago de Chile, 1935, volumen III, 389.26 Ibid.27 González P., op. cit., 192.

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de tres años de elaboración de 82.000.000 de pesos28. Se interesaron en laCosach, creyendo iban a lograr una mejor suerte, defendiendo más sus pro-pios intereses que los del país29.

Con insistencia he oído decir a los técnicos que la Cosach –decía un diputa-do– se formó porque la industria salitrera estaba quebrada. Yo no sé comotodavía se pretende justificar a la Cosach con tanta insistencia. La industriaentonces trabajaba toda por el sistema Shanks, menos María Elena que traba-jaba por el sistema Guggenheim y a cuyo fracaso ya aludí (…) La Lautarotenía 28 oficinas Shanks, un capital de 8 millones de libras. Debía a largoplazo 1.900.000 libras. Servía holgadamente su deuda y repartía dividendos,trabajaba con éxito. Tenía como se ve un activo líquido de 6.000.000 libras.La industria en sus manos era próspera y Chile era feliz. Sus accionistas eranen su inmensa mayoría ingleses y chilenos. Dije que al frente de estas oficinasestaba la planta Guggenheim de María Elena en perfecto estado de falencia,con un activo igual al pasivo y con una pérdida de 82.000.000 pesos. ¿Cómopuede decirse entonces que la industria chilena estaba en quiebra, siendoque la única que lo estaba era la Oficina María Elena de Guggenheim Bros,para quienes se organizó después la Cosach?30.

El resultado de la Cosach fue una deuda de 234 millones de dólares queagravó aún más la crisis salitrera que repercutía fuertemente en la economíadel país; y como consecuencia, un profundo descontento en toda la poblaciónchilena, principalmente en las provincias del norte, que se veían particular-mente afectadas por la catástrofe. Allí se fue generando un enorme dramasocial, producto de la paralización de las faenas productivas: cesantía, movi-mientos huelguistas, pobreza, entre otros.

Ahora bien, hay que señalar, que hubo otros factores, tanto de carácterjurídico como técnico, que influyeron en el fracaso de la Cosach. Aparte delmencionado mal funcionamiento del procedimiento de extracción de Gug-genheim, que resultaba ser antieconómico, había también –algo señalamosanteriormente– ciertas cuestiones turbias en lo que se refiere a la gestión deesta organización: la forma como los Guggenheim se habían adueñado de laLautaro, comprometiéndose a un préstamo de 6 millones de libras esterlinas,para levantar la planta Pedro de Valdivia bajo su procedimiento tecnológico;

28 Debate en la cámara de diputados. Sesión del 10 octubre 1933, Ministerio de Hacienda. op.cit., 390.

29 Ibid.30 Ibid., 391.

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la manera como maniobraron con las acciones en su poder, cómo se habíanhecho dueños de la Anglo Chilean31. Gonzalo Vial señala los siguiente puntosrefiriéndose al escándalo y fracaso que significó la Cosach en los años 1932-33: 1) La excesiva influencia de los Guggenheim en ella (tenían mayoría en elDirectorio). 2) El hecho de que la Cosach hubiera asumido las deudas de losGuggenheim a cambio de todos sus activos, que apenas igualaban el precio deestos, y además, reconociéndoles un tercio de la sociedad (lo cual se percibíacomo un negocio sucio) 3) El enorme endeudamiento en bonos de la Cosach,también relacionándolo con los Guggenheim. 4) Parte de los bonos teníaasegurado el pago, los de cancelación privilegiada, que en parte habían sidodestinadas a solventar las deudas de las sociedades Guggenheim32.

Habiendo dejado de pagar sus compromisos la Cosach fue liquidada en1933, bajo el gobierno de Arturo Alessandri. “La Cosach no fue la causante decambios de tales proporciones en la economía y política chilena, pero proba-blemente al actuar al unísono con la Gran Crisis de 1931, catalizó muchos delos procesos. ¿Hubiese tenido mejor destino la Cosach de no mediar la crisiseconómica? De ser así, hubiese cambiado también la suerte de Chile”33.

2.2 La Corporación de Ventas de Salitre y Yodo de Chile (Covensa) 1934-1968

En enero de 1934, mediante la Ley N° 5350, se creó la Corporación deVentas de Salitre y Yodo de Chile (Covensa). A diferencia de la Cosach, estanueva organización no participaría en la explotación misma del salitre, sinoque su objetivo era “exportar, transportar, distribuir y vender el nitrato natu-ral producido en Chile34. Era un paso importante hacia la nacionalización,faltaba solo hacerse cargo de la producción. En el fondo, el Estado arrendaríael estanco de la comercialización del salitre a una sociedad anónima formadapor el mismo y los productores, a saber, la Compañía Anglo-Lautaro cuyodueño eran los Guggenheim y que controlaban un 64% de la produccióntotal: la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta con un 21%; y otrospequeño salitreros que aportaban un 15% del total.

La Covensa compraría el salitre a los productores por el “precio industrial”,más un plus de 1,50 peso por tonelada, lo que podía suprimirse o modificarse

31 González P., op. cit., 191.32 Gonzalo Vial, Historia de Chile V, Zig-Zag, 2001, 333-33633 Durruty, op. cit., 137.34 Ibid, 142.

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si así los dispusiese el Directorio35. Sus utilidades estarían conformadas por ladiferencia entre el precio que pagaba los productores y el precio de venta. Un25% de ellas corresponderían al fisco como impuesto a la renta, siendo laúnica tributación de las empresas. El saldo de las utilidades debían solventarlos intereses y amortizaciones que ese año correspondieran por los bonos a lasdistintas compañías productoras36.

Se fijó un plazo de duración de la Covensa, 35 años desde el 1 de julio de1933, año en que se elaboró el nuevo proyecto, bajo el gobierno de ArturoAlessandri quien se había comprometido a dar fin a la Cosach. El Directorioestaba compuesto por once miembros, de los cuales cinco eran designadospor el Gobierno, otros cinco elegidos por los socios, y el undécimo, elegidopor los miembros del Directorio y de nacionalidad chilena, sería el presiden-te. Con esto se pretendía evitar que la Corporación fuera manejada porextranjeros como había sucedido en el caso de la Cosach a mano de losGuggenheim.

La Covensa se mantuvo estable durante un largo periodo. En 1953, bajo elmandato de Carlos Ibáñez, la industria salitrera tuvo que enfrentarse a unanueva crisis: los altos costos de producción y las elevadas tasas tributarias quegravaban a las compañías, hacían imposible la competencia con el salitresintético, cuya producción resultaba mucho más económica. Tres años des-pués se promulgó la Ley N° 12018 del Referéndum Salitrero. Con esto seotorgaba exenciones de impuestos, liberalización derechos aduaneros, garan-tías para los productores de obtener un tipo de cambio real para sus retornosen dólares, mayores inversiones y créditos, entre otros37. Además, la participa-ción del fisco se elevaba de un 25% a 40%. Estas medidas lograron amortiguarla crisis durante un tiempo.

3. SOCIEDAD QUÍMICA Y MINERA DE CHILE

3.1 Formación de la compañía y sus primeros años (1968-70)

En 1968, cuando expiró el monopolio de ventas del salitre de la Covensa,las productoras de salitre que quedaban y las organizaciones de venta fueronasociadas en una compañía mixta, la Sociedad Química y Minera de Chile

35 Vial, Gonzalo, Historia de Chile, V, Zig-Zag, 2001, 338.36 Ibid.37 González P., op. cit., 216.

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S.A., en medio de una fuerte pugna entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo38.Un 62,5% del total de la compañía pertenecía a la Compañía Anglo LautaroNitrate Ltda., de Guggenheim Brothers, que invirtió US$ 25 millones y el otro37,5% estaba en manos del Gobierno chileno, a través de la Corfo con unaporte de US$ 15 millones, bajo la siguiente forma: la Oficina salitrera Victo-ria, terrenos salitrales, maquinarias y parte, en dinero en efectivo.

La existencia de esta Sociedad fue autorizada por el Decreto Supremo N°1164 del Ministerio de Hacienda publicado en el Diario Oficial del 29 de juniode 1968. Sus objetivos eran: “la exploración, extracción, la explotación, laproducción, el beneficio y el comercio de minerales no ferrosos de yacimien-tos propios y ajenos y la producción, comercio y transporte de sustancias yelementos no ferrosos de cualquiera naturaleza que de ellos se extraigan oelaboren, en especial aquellos relacionados con el desarrollo de la químicainorgánica y de fertilizantes”39. Se estableció el primer directorio integradopor los representantes del fisco: Enrique Vial Clark, Alberto Pulido Morgan,Diego Lira Vergara, Osvaldo Saint-Marie Soruco; y los nombrados por la An-glo-Lautaro: John Peeples, James Compton, Guillermo Ginesta, Alfonso Cam-pos Menéndez y Carlos Urenda Zegers40.

Soquimich comenzó sus operaciones el 1 de julio de 1968, con las Ofici-nas Pedro de Valdivia, María Elena y Victoria, haciéndose cargo además dela comercialización del salitre y yodo y demás subproductos. Era dueña delFerrocarril de Tocopilla al Toco, que unía las minas con el puerto de Tocopi-lla, donde la compañía tenía muelles, silos de almacenaje con capacidadpara 70 mil toneladas, e instalaciones de carga del bultos automática; elpuerto y el ferrocarril pasaron a formar una filial de Soquimich: ServiciosIntegrales de Tránsitos y Transferencias. Al reemplazar a la Covensa, adqui-rieron también sus oficinas administrativas en Santiago, en la calle Teatinos,fletes de 14 mil toneladas y las filiales de venta en el extranjero: la NitrateCorporation of Chile Ltd., en la ciudad de Londres, la Chilean Nitrate SalesCorporation de Nueva York, y otras oficinas en España, Francia, Brasil, Bél-gica y Holanda.

No obstante, durante su primer año de vida Soquimich se vio envuelto engraves problemas económicos. El balance fue negativo, con una pérdida de

38 Durruty, op. cit., 228. El Parlamento proponía la nacionalización total de la industria salitrera,mientras que el Ejecutivo planeaba una sociedad semiprivada.

39 Soquimich S.A., Memoria y balance para el año financiero terminado el 30 de junio de 1969, Santia-go, 1969 (sin número de página).

40 Ibid.

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US$9.455.96941. Hubo una baja producción por una serie de huelgas en lasOficinas Pedro de Valdivia y María Elena que se vieron paralizadas. Por otrolado, el abastecimiento de algunos elementos indispensable para el buen fun-cionamiento de las plantas fue interrumpido debido al término del Referén-dum Salitrero el 30 de junio de 196842. Como consecuencia de todo esto, solose alcanzó a producir un total de 694.117 toneladas, casi 250 toneladas menosde lo que se había estipulado para el año 1968-69; las ventas en todos losmercados se vieron fuertemente afectadas y los costos de producción alcanza-ron niveles altísimos.

Durante el año 1969-70 las cosas no fueron mejor. Todavía no se lograbanormalizar el abastecimiento de repuestos, persistían ciertas deficiencias téc-nicas y las relaciones con el personal seguían muy inestable. En marzo de1970, previa elección de Salvador Allende, una prolongada huelga causó pér-didas que los dueños norteamericanos fueron incapaces de cubrir; llegaron ala cifra de US$13.685.84043. Así que la CORFO, el socio minoritario, tomó el51% de la propiedad de la empresa en junio de ese año.

3.2 Durante el gobierno de Allende (1971-73). La nacionalización del salitre

Con la llegada de Allende a la presidencia de la República y el estableci-miento del régimen de la Unidad Popular, se hizo efectiva la nacionalizacióntotal de Soquimich. El 28 de mayo de 1971 la Anglo-Lautaro se vio obligada avender el resto de sus acciones, y el Estado de Chile pasó a ser el únicopropietario de la empresa. A través de la reforma constitucional por la Ley N°17.540 la nacionalización por expropiación quedó validada.

La memoria anual de 1971 de la Compañía Anglo-Lautaro Nitrate Ltda.decía: “Como fue informado por carta a los accionistas en junio de 1971, laCompañía vendió el 49% de sus intereses a Soquimich y US$ 24.600.000 bo-nos de SQM a la Corfo, la agencia de desarrollo del Gobierno de Chile, porUS$ 7.855.590 que consiste en un pago efectivo de US$ 4.110.690 recibidos enNueva York el 31 de marzo de 1972”44. La memoria anual califica la sumapagada como una “fracción de valor contable”, si bien reconoce que por la

41 Ibid.42 En 1956 se promulga la Ley N° 12.018 del Referéndum Salitrero. Esta otorgó exenciones de

impuestos, liberación de derechos aduaneros, retorno en dólares al mejor tipo de cambio y elcambio de la amortización fija a uno porcentual, con el compromiso de invertirse en mejorasde la producción

43 Soquimich S.A., Informe sobre la nacionalización de la industria salitrera, Santiago, 1971, 2244 Ronald D, Crozier, Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, 1989, 60.

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misma operación la Anglo quedaba liberada de una garantía en efectivo deUS$ 4.755.604 al Banco de Exportación-Importación y de la necesidad demantener US$900.00 en certificados de depósito para garantizar otros présta-mos de Soquimich. Se debe entender pues, que la liberación de la garantíafue parte del precio pagado. La memoria no menciona que la Anglo tenía unapromesa con fuerza legal de contribuir con US$ 6 millones en una planta deurea en el sur de Chile, el cual también fue rescindido45.

Las cifras muestran que, para septiembre de 1970, la parte de la Anglo delas pérdidas de explotación acumulativas era de US$14.953.367. El valor netode la compañía, con la mayor parte sus instalaciones, era estimado en unosUS$ 40 millones, 49% asignable a la Anglo. Las cuentas mostraban tambiénque la Anglo, cuyo único activo era Soquimich, desde septiembre de 1971tenía unos US$16 millones en activos disponibles netos46. Por lo tanto, seríajusto decir que vendió una empresa valorada en sus libros, en algo menos deUS$ 20 millones, por US$ 16 millones en efectivo y una reducción de respon-sabilidades en efectivo de US$5.655.604, más la libración de un compromisolegal de invertir otros US$ 6 millones en Chile. Como la Corfo era la únicapropietaria, para no disolver la sociedad, vendió mil acciones a Endesa, conlas cual quedó asociada.

El argumento del gobierno para la nacionalización del salitre era que, bajomanos privadas, que no miraban más que sus propios intereses, era imposiblehacer resurgir esta actividad: “La incorporación al disfrute social del salitreera inevitable para hacer de esta industria, largamente azotada por crisis inter-nacionales, por el retraso tecnológico y marcada por una cruenta y constantebatalla de los trabajadores por el mejoramiento de sus condiciones de vida ypor reivindicar el salitre para la patria, algo nacional”47. Lo que se hacía erapor el bien de Chile y sus trabajadores: en su visita a la Oficina María Elena yPedro de Valdivia el Presidente Allende dijo a los obreros: “Hemos terminadocon los chilenos que ganaban en dólares, chilenos con mentalidad extranjera,ávidos de ganar plata, chilenos que negaban a Chile a costa del esfuerzo deustedes. No habrá un solo chileno que gane en dólares en Chile, camaradas”48

Era imprescindible realizar un esfuerzo planificado orientado a lograr elmáximo de reducción en los costos de la producción del salitre y a una diver-sificación en la industria salitrera que permita el aprovechamiento de otros

45 Ibid.46 Ibid.47 Soquimich S.A. Informe sobre la nacionalización de la industria salitrera, 101.48 El Mercurio, Breve Historia de la Unidad Popular, Santiago, 1974, 42.

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subproductos del salitre49. En el Resumen del Plan Económico Nacional pre-sentado por la Oficina de Planificación Nacional para los años 1971-76, sedestacan tres puntos fundamentales para el futuro de la industria del salitre,conforme a los objetivos generales mencionados anteriormente: 1) Un au-mento sustancial de producción: para 1971-72 la meta asignada era de888.500 toneladas y a partir de 1973, se debía alcanzar 1 millón de tonela-das50; 2) Un plan de inversiones en tres sectores: mejoramiento de los equi-pos, ampliación de las plantas y nuevos proyectos, por una suma total de másde US$9 millones; 3) Un programa de investigación y desarrollo destinado adeterminar nuevos usos para el salitre y sus derivados51.

Sin embargo, entre 1970-73 los objetivos de explotación para toda la indus-tria nacionalizada en Chile eran sociales y no económicos, de hecho, sin con-tabilidad de costos. No hubo, ni hay idea clara de la magnitud de las pérdidasque fueron sostenidas durante esos tres años. Como los gastos e ingresos endólares fueron considerados en esa moneda, y los gastos e ingresos locales enpesos, cuando la economía chilena entró en hiperinflación, la tasa de cambiodel dólar podía variar significativamente entre la mañana y la tarde, haciendoimposible la contabilidad de costos en dólares52.

Las pérdidas de Soquimich en este periodo se estiman entre 80 y 100 millo-nes de dólares, más del doble del valor neto de la compañía. La tasa oficial deinflación anual según el índice de precios al consumidor es de 742% para elmes de mayo de 1973; sin embargo, el mercado negro de cambio de dólares,que refleja el pánico político engendrado por la colectivización de las tierras ypequeñas industrias, sugiere que el nivel real de inflación era dos o tres vecesmayor a esta cifra y pudo haber llegado a un 10.000%53. Asimismo la produc-ción disminuyó en más de un 15%: “La politización de las actividades produc-toras, el resquebrajamiento de la autoridad y la fomentada indisciplina laboralpueden ser indicadas como causas parciales de este desaprovechamiento derecursos”54. Pese a los malos resultados, el personal aumentaba considerable-mente: las dotaciones en las cuatro plantas salitreras –que llegaba a unas

49 Oficina de Planificación Nacional, Resumen del Plan Económico Nacional (1971-76), Santiago,1971, 107.

50 Ibid.51 Ibid., 109.52 Crozier. Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, cit. 6153 Ibid., 6154 La economía de Chile durante el Gobierno de la Unidad Popular. La vía chilena al marxismo. Valparaí-

so, Escuela de Negocios de Valparaíso, 1974, 13.

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10.000 personas– se vio incrementada entre noviembre de 1970 y marzo de1972, en 732 trabajadores55.

Era evidente que el programa socialista impuesto a la industria salitrera noestaba dando resultado y, más aun, amenazaba con disolverla. No obstante, lainterrupción del programa en 1973 cambiaría nuevamente el rumbo del oroblanco.

3.3 La explotación de Soquimich durante el gobierno militar (1974-82)

Después del pronunciamiento militar del 11 de septiembre de 1973, laJunta de gobierno tuvo una gran dificultad para controlar la inflación. La tasaanual fue de 375% en 1974 y no bajó al 30% hasta 198056. Todas las operacio-nes de las compañías estatales fueron reajustadas en 1974, después del caóticomanejo durante el gobierno de Allende y todas las formas de huelga fueronprohibidas. Soquimich quedó bajo el control del Ministerio de Minería enca-bezado por el general de Carabineros Arturo Yovane. Se nombró un nuevodirectorio presidido por Enrique Valenzuela Blanquier y se diseñó un nuevoPlan de Inversiones para recuperar la eficiencia de las plantas57.

Sin embargo, estas medidas no lograron restablecer la rentabilidad de laindustria del salitre, que tenía minas altamente susceptibles a la crisis delpetróleo que dejó al mundo en recesión en 1975, con serios efectos secunda-rios sobre todo el sector exportador chileno. Soquimich importaba todo sucombustible, por lo que los costos de explotación y producción en sus minas yplantas fueron prontamente afectadas por el alto precio de los combustibles.Por otro lado, la Ley de Transporte Oceánico chilena fue cambiada de talmanera que Soquimich tuvo que prescindir de cinco de sus operadores deembarque de bulto de navío, que habían estado contribuyendo con una ga-nancia de US$ 6 o 7 millones. La carencia de sus propias naves disminuyó laflexibilidad para responder a los cambios geográficos en la demanda de fertili-zantes58.

Asimismo, la recesión mundial, que resultó del alza del petróleo, tuvo efec-tos particularmente adversos en el mercado mundial de fertilizantes, el cualquedó estancado y se hizo significativamente más competitivo. Esto generóuna declinación en la base productiva de Soquimich, como puede verse en la

55 El Mercurio, Breve Historia de la Unidad Popular, 18556 Crozier. Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, cit., 6157 Durruty, op. cit., Salitre, harina de luna llena, 262.58 Durruty. Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, cit., 62.

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CATALINA SILES VALENZUELA

Tabla 4; lo que contribuyó a las pérdidas operacionales de la Compañía poruna década59.

El monto de las exportaciones en dólares no cayó tanto como el tonelajeporque el precio general subió como consecuencia de la crisis del petróleo.La pronunciada caída en las exportaciones totales en 1971 refleja la negligen-cia del gobierno de Allende. Las otras caídas en el volumen de exportaciónrefleja la recesión de 1974-75 y la recesión chilena que comenzó en 1981.

TABLA 4

PRODUCCIÓN METALÚRGICA EN MILES DE TONELADAS ENTRE 1966-8760.

Año Cobre Molibdeno Mineral de Hierro Soquimich Agricult & Ocean Total

1966 612.8 12.4 76.5 38.3 21.3 866.5

1967 691.1 12.7 66.1 31.0 23.4 873.2

1968 714.2 10.0 70.0 22.3 25.2 910.9

1969 925.5 11.7 70.9 25.8 26.5 1,170.9

1970 839.8 16.2 66.7 21.2 32.8 1,111.7

1971 701.8 6.0 67.7 35.2 29.4 962.2

1972 657.6 6.3 44.5 24.5 19.3 836.2

1973 1,025.6 10.0 61.6 34.4 25.5 1,247.5

1974 1,653.4 18.5 72.7 60.8 55.0 2,152.5

1975 890.4 30.3 90.9 55.2 86.1 1,552.1

1976 1,246.5 46.1 86.3 41.3 118.9 2,082.6

1977 1,187.4 53.6 81.5 39.8 159.5 2,190.3

1978 1,271.4 47.3 79.6 46.8 203.5 2,477.7

1979 1,899.1 210.9 124.3 58.4 264.5 3,894.2

1980 2,152.5 129.3 157.6 89.2 339.9 4,670.7

1981 1,714.9 151.9 161.9 82.9 365.4 3,951.5

1982 1,731.5 158.2 74.6 374.9 3,709.5

1983 1,835.7 112.0 83.7 327.5 3,835.5

1984 1,586.6 110.6 74.3 428.1 3,657.2

1985 1,760.7 91.8 85.0 515.1 3,822.9

1986 1,771.0 88.5 96.1 646.2 4,222.4

1987 2,100.5 101.0 105.4 743.0 5,101.9

1988 3,375.3 109.8 139.5

59 Ibid.60 Crozier. Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, cit., 63.

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LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISIS A LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

En Soquimich, las fuertes pérdidas desde 1973 fueron toleradas porque laindustria salitrera estaba ubicada en una región de una baja densidad depoblación (en 1970 había 58.000 personas viviendo en las instalaciones de lacompañía) y era un factor clave en el empleo regional. Además, el Ejércitocreía que era estratégicamente importante para sostener los pueblos en lafrontera norte durante el periodo en que Chile tenía tensas relaciones conArgentina y temía una posible invasión por parte de Perú y Bolivia. La OficinaAlemania, también una gran empleadora, pero ubicada muy lejos de la fronte-ra, fue cerrada ya en 1975. Por otra parte, la Oficina Victoria, a pesar de suestratégica ubicación cerca de Iquique, fue también clausurada en 1979, yaque la planta estaba irremediablemente obsoleta y era antieconómica.

TABLA 5

EXPORTACIONES ENTRE 1968-88. (EN MILLONES DE DÓLARES)61

Año Cobre Mineral de Hierro Soquimich

Cu Fe Nitratos Sulfatos Yodo

1966 661.3 7,788.1 1,061.6 35.1 2.9311967 663.5 6,853.2 869.4 19.4 2.2171968 666.7 7,428.1 679.0 29.4 1.9641969 699.1 7,160.6 781.7 52.4 2.4491970 710.7 6,939.9 673.9 38.5 2.2231971 717.3 6,851.3 829.9 45.1 2.6621972 725.7 5,302.6 707.4 40.9 2.1271973 743.2 5,796.7 696.5 36.0 2.2111974 904.5 6,199.0 738.8 32.2 2.2731975 831.0 6,771.7 726.7 22.9 1.9621976 1,013.2 6,185.7 619.0 26.3 1.4231977 1,053.5 4,641.4 562.2 30.3 1.8561978 1,029.5 4,769.3 529.6 43.8 1.9221979 1,067.8 4,977.7 621.3 68.7 2.4101980 1,063.0 5,344.0 620.4 70.1 2.6011981 1,105.5 4,190.3 624.4 58.3 2.6881982 1,255.1 3,873.9 576.8 17.6 2.5961983 1,255.4 3,601.9 622.5 51.3 2.7931984 1,307.5 4,249.6 712.6 56.8 2.6611985 1,357.1 3,929.81986 1,395.8 4,272.21987 1,398.3 4,077.9

61 Crozier. Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, cit., 64.

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CATALINA SILES VALENZUELA

Al finalizar la década, el golpe de gracia para Soquimich fue dado por losteóricos económicos chilenos, los llamados “Chicago boys”, quienes fijaron eltipo de cambio del dólar por casi tres años (1978-1981), con la idea de queesto sanaría la inflación crónica de Chile. Por el contrario, el efecto del tipode cambio fijo fue elevar el valor en dólares de los salarios y otros costos enmoneda local a casi el doble de los costos normales norteamericanos. Esteerror económico infló artificialmente los costos de operación de las industriaslocales, hasta el extremo que Codelco estuvo a punto de hundirse, y generópérdidas significativas para las minas de cobre de Exxon62.

Para salir de este hoyo, el gobierno hizo una virtud de la necesidad y se fuea la privatización. Como había heredado más del 70% del sector industrialtotal del país desde Allende a Frei, tenía activos suficientes para paliar elrescate de la industria bancaria, que requería una emisión de bonos equiva-lente al valor de cerca de un 30% del PIB.

La decisión de privatizar las empresas estatales significó para Soquimich unnuevo manejo a fines de 1981, con instrucciones de preparar la compañíapara su venta. Para hacer esto, tuvieron que dedicarse a un marketing agresivoy a una reducción en los costos. Las cifras financieras para el periodo 1980 a1988 (Tabla 6) hablan por sí mismas de la efectividad del nuevo equipo. Perolas abruptas caídas en el precio mundial de combustibles y una alza en elprecio del yodo, que contribuía una buena parte de las ganancias, fueron degran ayuda63.

3.4 La privatización de Soquimich (1983-88)

A partir de los inicios de la década de 1980, Soquimich estuvo sujeto avarias transformaciones de orden administrativo y financiero destinadas a lo-grar la privatización de la compañía. Un nuevo equipo de trabajo encabezadopor Julio Ponce Lerou asumió la dirección. Lo primero que hicieron fuecomprar nuevamente el mercado de fertilizantes chileno bajando los preciosconsiderablemente en 1982; una vez que se libraron de la competencia subie-ron los precios y mantuvieron sus clientes a través de arreglos financieros64. Sepuso mayor énfasis en el ámbito comercial a través de una gran campaña en elextranjero. Hubo una reestructuración de la compañía para hacerla más efec-

62 Ibid, 65.63 Crozier. Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, cit., 65.64 Ibid., 66.

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LA INDUSTRIA DEL SALITRE DESDE LA CRISIS A LA PRIVATIZACIÓN DE SOQUIMICH

tiva: se creó una gerencia de técnica y desarrollo65 con el objetivo de mejorarel campo de las operaciones y de las inversiones.

Con esta nueva base económica positiva, las condiciones para llevar a cabola privatización parecían favorables. A partir de 1983 se empezaron a venderlas acciones de SQM hasta ese momento en poder de la Corfo que controlabael 100% de la empresa. La venta fue lenta y hacia 1985 aún poseía un 90% deestas66. En el período 1984-86 la empresa privatizada productora de nitratosSoquimich aumentó su inversión promedio anual en un 196%67.

El año clave fue 1986: gracias al Decreto Ley N° 3.500 las Administradorasde Fondos de Pensiones (AFP) pudieron adquirir un 42,61% de las accionesde la compañía. A fines de ese mismo año, los trabajadores constituyen laSociedad de Inversiones de la Pampa Calichera quienes obtuvieron, a travésde los excedentes de las utilidades de la empresa y un préstamo bancario, un20% de la propiedad, convirtiéndose en los principales accionarios68.

El mayor crecimiento de SQM tuvo lugar ese año, tanto en el mercadointerno como externo, gracias a la diversificación de su producción: el nitratode potasio que se vendía al doble del precio del nitrato de sodio; y másimportante aún, fueron las ganancias que se obtuvieron de la producción yventa del yodo, que pasó a ser el elemento predominante.

En 1988 Soquimich era ya una empresa completamente privada. La Cor-fo recibió 140 millones de dólares por el total de sus acciones de la compa-ñía, cuyo patrimonio contable en diciembre de 1983 ascendía a la suma de79. 500.000 dólares.

La siguiente tabla coincide con el final del negocio chileno tradicional delnitrato, convirtiéndose en un productor de químicos inorgánicos y exporta-dor de fertilizantes en 1988.

65 Durruty, op. cit., 270.66 Ibid., 280.67 Larroulet. Cristián, “Efectos de un programa de privatizaciones: el caso de Chile (1985-

1989)”, Revista Estudios Públicos, N° 54, 1994, 44.68 Durruty, op. cit., 281.

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CATALINA SILES VALENZUELA

TABLA 6

RESULTADOS DE SQM ENTRE 1979-88 (US$)69.

Cientos de ton. 79 80 81 82 83 84 85 86 87 88

Producción bruta 692.64 692.81 681.69 597.00 676.50 771.92 803.52 821.50 846.43 887.48

Exportación Yodo 2,421 2,77 2,271 2,186 3,265 2,858 3,016 3,042 3,1 3,6

Millones de dólares

VENTAS 90.5 121.40 122.10 101.80 119.90 125.85 134.40 139.64 151.08 215.97

Export. Yodo 23.72 31.10 32.00 30.10 33.93 30.05 34.60 39.12 49.40 59.41

Costos manufact.

Labor 35.70 42.60 41.20 27.20 19.80 41.14 38.00 40.50 41.87

Energía 11.3 21.00 25.50 21.50 27.00 33.70 31.30 16.90 21.55

Potasa 5.0 4.90 2.80 3.10 3.90 3.27 3.49 4.10 3.20

Severence 1.60 2.30 0.00 3.30 0.70 0.70 0.53 0.55 0.50

Depreciación 7.90 7.90 7.20 6.40 6.50 4.80 4.01 4.25 4.47 4.51

Otros 35.70 47.40 44.10 52.00 61.30 29.69 39.07 39.58 37.59

Total 97.20 126.10 120.80 113.50 119.20 113.30 116.40 105.89 109.17 163.39

Ganancias operac. (6.70) (4.70) 1.30 (11.70) 0.70 8.36 14.45 29.61 37.30 45.23

No operando (4.60) (6.40) (0.90) (0.50) 7.30 1.08 8.48 3.99 1.18 7.65

Ganancias preimpuestos (11.30) (1.70) 0.40 (12.20) 8.00 9.44 22.93 33.60 38.48 52.87

De los cual las ganancias por

yodo 6.78 11.72 16.10 14.80 11.07 10.05 13.48 17.83 27.67 34.21

Nitratos y Sulf. -1808 -1342 -1570 -2700 -307 -61 9.45 15.77 10.81 18.66

excluyendo yodo

Prod. Global $/t 96.41 130.34 132.17 120.10 127.08 123.85 124.20 122.36 120.13 176.41

Prod. Export $/t 107.78 117.04 120.27 117.01 114.40 114.50 114.35 127.15 137.89

Prod. Yodo $/t 9.80 11.23 14.09 13.77 10.39 10.52 11.47 12.86 15.93 16.50

COSTOS UNIDAD

Labor $/ton 51.54 61.49 60.44 45.56 29.27 53.30 47.29 49.30 49.47

Energía $/ton 16.31 30.31 37.41 36.01 39.91 43.66 38.95 20.57 25.46

STAFFING

Empleo direct. 7,109 6,534 4,754 4,084 4,035 3,734 4,422 4,018 4,224

Salarios (Direct) 35.70 42.60 41.20 27.20 19.80 16.59 13.46 14.64 15.52

Salarios anuales US$/y 5,022 6,52 8,666 6.660 4,007 4,443 3,045 3,644 3,674

69 Crozier. Manuscritos de The Chilean Nitrate Industry, cit., 66.

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El factor más importante que hay que clarificar, por su largo impacto en lasrentas, es cómo los costos asignados del yodo han sido manejados en la Tabla6. Estos costos han sido calculados en base a un constante de $7 por kg. Estose justifica porque en 1981 los libros de María Elena mostraban los costosdirectos de la extracción de yodo más el costo de purificación y embalaje en$7.75 por kg de yodo, y se estima que este costo es probablemente más bajoen 1988 porque los salarios eran menores, como puede verse en la mismatabla. Nótese que para todos los años las ganancias contribuidas por el yodoson mayores a todo el resto de los otros productos combinados. En 1987 porejemplo, representaban un 32,7% de las ventas y un 72% de las gananciaspreimpuesto70.

El rendimiento por unidad en las ventas no yódicas señala claramente loscambios en las políticas administrativas, cuando la administración privada sehizo cargo en 1981. Primero readquirieron el mercado de fertilizantes chilenobajando bruscamente los precios en 1982, entonces una vez que lograronlibrarse de su competencia subieron sus precios nuevamente, y mantuvieronsu clientela a través de una serie de arreglos financieros. Intentaron el mismoacercamiento de reducción de precios en el mercado industrial norteamerica-no, pero el productor exclusivo norteamericano de nitrato de sodio para elmercado industrial obtuvo exitosamente un margen de multa. El fuerte au-mento del rendimiento de SQM desde 1986, tanto en su mercado internocomo externo, se debe principalmente a la adición del nitrato de potasio, quese vendía al doble del precio del nitrato de sodio71.

El drástico incremento en la rentabilidad de Soquimich desde 1982, pareceser demasiado bueno para ser verdad, particularmente la regularidad de esteaumento. Una explicación básica de la tendencia subyacente es la reducciónen los costos salariales y energéticos. La caída en los costos energéticos tieneun mayor impacto en las rentas que los salarios, ya que en sus puntos másaltos los salarios llegaron a más de 8000 dólares por año en 1981, y esto sedebió al alto valor de cambio del peso que era completamente artificial; asíque, si las diferencias de cambio son eliminadas, la caída en los costos salaria-les es solo de un 25%, mientras que los costos energéticos cayeron mucho, entérminos de dólar reales72.

70 Ibid. 68.71 Ibid.72 Ibid.

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CATALINA SILES VALENZUELA

CONCLUSIÓN

Aunque Soquimich continuó existiendo, la época de gloria de la industriadel salitre en Chile había llegado a su fin. A pesar de los intentos por mante-nerla a flote y hacerla resurgir: la introducción del sistema Guggenheim en laelaboración del nitrato y las tres organizaciones –Cosach, Covensa y Soquimi-ch– su destino estaba fijado.

El salitre se vio expuesto a los vaivenes políticos y económicos internaciona-les: el estallido de la Primera Guerra Mundial y el surgimiento del nitratoartificial en Alemania, la Gran Depresión de 1929, que marca el ocaso de estemineral calichero; posteriormente la crisis del petróleo en la década de los 70.Y también a las circunstancias internas del país: el retraso tecnológico de laindustria salitrera que impedía reducir los costos y aumentar la produccióndel mineral; el peso de la carga tributaria; los conflictos políticos, la crisiseconómica durante la UP, y la del año 82, entre otros; que impidieron larecuperación de su industria.

Finalmente, Soquimich, una vez privatizada, optó por la diversificación dela producción en el mercado de fertilizantes y otros minerales no metálicos; laexplotación del salitre pasó a ser marginal, pues ya no era rentable económi-camente. En 1986 comienza la producción de nitrato de potasio en Coya Sur;litio hacia la década de los 90; y sobre todo de yodo convirtiéndose en uno delos principales productores mundiales este mineral, tema que Crozier trata ensus manuscritos pero que son materia para otro trabajo. Y el salitre, que portanto tiempo fue el gran protagonista de la economía en Chile y que marcóuna era en su historia, fue reemplazado por el cobre.

BIBLIOGRAFÍA

Fuentes

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Crozier, Ronald D., Manuscritos “The Chilean Nitrate Industry”. 1989.

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Durruty, Ana Victoria, Salitre, harina de luna llena, Norprint, Antofagasta, 1993.

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DISCURSOS

J U N T A P Ú B L I C A

C E L E B R A D A E L 2 3 D E J U N I O D E 2 0 0 9

P A R A E N T R E G A R L A

M E D A L L A D E H O N O R D E L A A C A D E M I A

A L A C A D É M I C O D E N Ú M E R O

D O N R I C A R D O K R E B S W I L C K E N S

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DISCURSOS

BOLETÍN DE LAACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

Año LXXV - No 118 - 2009 - 421-434ISSN 0716-5439

DISCURSO DEL ACADÉMICODON JULIO RETAMAL FAVEREAU

Señor presidente, Sres. académicos, señoras y señores

Agradezco el honor que se me conferido al designarme como presentadorde la Medalla de nuestra Academia a don Ricardo Krebs Wilckens. Lo hagotambién con el mayor gusto.

Resumir la vida y obra del homenajeado sería tarea compleja y larga. Creoque todos los que aquí estamos la conocemos demás, al menos en su líneagruesa. Sus largos años de profesor (más de cincuenta) en diversas universida-des; su tarea de investigador; sus publicaciones de artículos y libros fruto deesas investigaciones, que van, si no me equivoco, desde el pensamiento deCampomanes hasta la historia de la Universidad Católica de Chile. Además,de los textos de estudio de colegio, que, a partir de su primera impresión, en1951, lo han han hecho muy conocido y que vinieron a reemplazar al desgas-tado texto de Frías Valenzuela, que nos torturó en su momento a todos. Sinmencionar los altos cargos que ha ejercido en la docencia superior: profesortitular, decano, rector interino de la Pontificia Universidad Católica de Chile.Su elección como Premio Nacional de Historia 1982, su labor como profesortitular de la Universidad de Colonia, su participación en congresos de histo-ria, y un largo etcétera.

Creo que también corresponde destacar la inmensa cantidad de alumnosque, habiendo pasado por sus cursos o seminarios, han aprendido a amar lahistoria y han seguido su ejemplo, incorporándose a la docencia universitaria.Es importante sopesar luego de un largo recorrido, los frutos que un académi-co ha dejado tras de sí. Por lo que se puede juzgar fácilmente, Ricardo hadejado enseñanzas y aprecio en el conjunto de sus estudiantes. Siempre se lerecuerda como una persona sabia e informada, pero, a la vez, amable y señe-ra. Ha sido pues, un ejemplo de profesor universitario y no corresponde más

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que felicitarlo por esas cualidades, desarrolladas a lo largo de toda una vida.Me permitirán ahora –esbozado lo principal de su legado– abordar el tema

resumiendo los principales momentos de mi relación con nuestro homenajea-do, a lo largo de los últimos 50 años. Como se trata de un período de tiempobastante extenso, lo he dividido en momentos.

PRIMER MOMENTO: 1958

Lo conocí aquel año, siendo su alumno, cuando era profesor extraordina-rio de Historia Moderna y Contemporánea del Instituto Pedagógico de laUniversidad de Chile. Cuando asistí a sus clases, pensé que era exactamenteeso lo que yo quería ser. A saber, un hombre de cultura amplia, de conoci-miento profundo de lo que enseñaba, de sensibilidad aguda frente a los alum-nos, que hablaba varios idiomas, que había viajado por los países cuya historianos enseñaba. Por sobre todo, que no imponía por su presencia estentóreacomo Genaro Godoy o por su trato displicente hacia el educando, como Gui-llermo Feliú; que no intimidaba, que no rehuía la conversación con el alumnointeresado. Había tal vez descubierto yo la pasión en la historia, como dice SolSerrano en una presentación del libro sobre Ricardo Krebs: “Vivir lo que tienemás vida”: “la pasión por desentrañar el sentido de lo humano. Que era la quehacía de su magisterio una experiencia intelectual y vivencial tan rica. Unaexperiencia finalmente universitaria”. Hasta ahí la cita: En efecto, tal vez Ri-cardo Krebs confirmó en mí la idea que a priori traía forjada de lo que debíaser el estudio de la historia: una aventura vital que condujera a la verdad de laconducta humana, a su proyección en el tiempo y a su aplicación a un presen-te mejor comprendido.

Me hubiera gustado ser su ayudante, pero la dirección del Depto. de Histo-ria de la época, sobre todo la de don Eugenio Pereira y Elsita Urbina dispusie-ron otra cosa: me designaron ayudante de don Julio Heise, quien luego asu-mió como decano de la Facultad y me catapultó solo frente al curso, tratandode explicar la Historia de Chile, que no era la de mi vocación profunda. Igualme sumergí en los Barros Arana, los Jaime Eyzaguirre, los Feliú, etc. Al respec-to, recuerdo que Francisco Antonio Encina estaba virtualmente prohibido pornuestros profesores. A lo más Jaime Eyzaguirre decía: “Lo único bueno deEncina es lo que le copió a Barros Arana”.

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SEGUNDO MOMENTO: 1965

Venía yo volviendo de Oxford, sin haber completado el doctorado y donRicardo estaba de jefe del departamento de historia de la Universidad Católi-ca de Chile. Me ofreció el cargo de profesor en esa institución, pero comoprofesor del curso de Historia de América, que tampoco era de mi predilec-ción. Sin embargo, feliz acepté y hube de sumergirme en los Silvio Zavala, losManzano Manzano, los Alvaro Jara y tantos otros especialistas. A los dos añosde mi ingreso a esta casa de estudios, nos sorprendió la revuelta estudiantil yla toma de las sedes de la Universidad. Recuerdo haber prevenido a donRicardo de la inminente acción revolucionaria y su sorpresa e incredulidadante mi prevención. Al día siguiente, 11 de agosto de 1967, la U.C. amaneciótomada. La facultad, presidida por don Ricardo, que había sido nombradodecano unos meses antes, se reunió en un salón del colegio de los PadresFranceses de la Alameda, como quien dice “en el exilio”. Hubo un largodebate y la mayoría de los profesores condenó la toma. Durante dicho debateuna profesora, que creo que era una especie de religiosa postconciliar, pidióque se admitiera en la sala al presidente de los alumnos de nuestra sede de lacalle Dieciocho, para que explicara sus motivos. Ante lo cual varios profesoresnos levantamos de golpe y el P. Osvaldo Lira le expresó al decano, con suvehemencia habitual que, si eso ocurría, nos retiraríamos inmediatamente dela reunión. Por supuesto, el dirigente estudiantil no fue admitido en la sala.Pero don Ricardo no se veía cómodo ante esta espiral de violencia tan pocoacadémica.

TERCER MOMENTO: 1967, UN PAR DE MESES MÁS TARDE

La revolución estudiantil había triunfado plenamente. El arzobispo SilvaHenríquez había destituido al arzobispo Silva Santiago de sus funciones recto-riales en la U. Católica y, luego de un período confuso y agitado, se llamó aelecciones para dicho cargo. Iba de candidato de la revolución FernandoCastillo Velasco, quien ganó la elección. Pero un grupo de profesores denuestra facultad levantamos la candidatura de don Ricardo. Había dos candi-datos más: William Thayer y Juan de Dios Vial Larraín. Al hacer la “campaña”de nuestro candidato, nos dimos cuenta de que gozaba de gran prestigio yadmiración entre el profesorado de todas las facultades de la Universidad.Gracias a eso salió segundo en la elección.

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Como se recordará, los acontecimientos de la U.C. preludiaron los delpaís. Entre los años de 1967 y 1970, elección de Allende como Presidente dela República, la violencia creció vertiginosamente. Justo antes de que serealizara la elección presidencial, don Ricardo tuvo que asumir la rectoríainterina de la U. Católica, por haber renunciado Fernando Castillo y por serél el decano más antiguo. Todo ese período me resulta poco conocido, pues-to que yo me encontraba en Oxford, terminando el doctorado, entre enerode 1970 y mayo de 1972. Por carta supe que, luego de la elección presiden-cial, don Ricardo había sido amenazado por alumnos del Instituto de Histo-ria de la U.C. y había tenido otras malas experiencias en la U. de Chile. Porlo cual, habiendo consultado con su esposa, Cecilia, había decidido aceptarel cargo de profesor titular en la U. de Colonia, República Federal de Ale-mania, que justo en ese momento había ganado en un concurso. A Ricardo yCecilia les parecía preferible seguir educando a sus hijos en un país libre demarxismo y de revoluciones.

CUARTO MOMENTO: 1971

Estaba escribiendo mi tesis doctoral en Oxford y fui invitado a asistir alsegundo Congreso de Una Voce Internacional, Asociación para la defensa dela Misa Tradicional, como representante de Chile. El Congreso se iba a reali-zar en Colonia, precisamente. Le comuniqué esto a don Ricardo, quien, avuelta de correo, me convidó a alojarme en su casa. Feliz acepté, ya que debíafinanciar todos mis gastos. Allí me encontré a toda la familia Krebs Kaulen,tratando de ambientarse en Alemania, con dificultades. Recuerdo muy parti-cularmente a Cecilia, la Sra. de don Ricardo, tan simpática y hospitalaria, quecontinuaba una vida de consorte de académico y madre de familia, tal comohabía sido en Chile, con gran sentido del humor y las mejores dotes de dueñade casa. Me autorizó a tutearla, cosa que, al comienzo me costó. Pero juntoconmigo llegó, también invitado a alojar, el P. Patricio Cariola, SJ, mayor queyo y a quien conocía poco. Inmediatamente ofrecí dejarle mi pieza, peroCecilia dictaminó que por ningún motivo, que yo había llegado antes y que nome debía mover. Resultado, el P. Cariola (que en paz descanse), tuvo quearrellanarse en el sofá del living. Recuerdo una noche, comiendo todos en lacasa de don Ricardo, en que hubo un gran debate litúrgico-teológico entre elP. Cariola y el que habla, respecto a la nueva Misa y mi preferencia por la Misatradicional. También recuerdo que don Ricardo me dijo que representara aChile sin dejarme apabullar por los representantes de los demás países, entre

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los cuales se encontraban el duque Caffarelli por Italia, el príncipe de Mérodepor Bélgica, la condesa Esterhazy y un consejero de Corte por Austria y variosdistinguidos profesores universitarios y profesionales por Francia, Inglaterra,Alemania y otros países. Se trataba de dejar a Chile (único país sudamerica-no), al mismo nivel de los europeos.

Imposible olvidar esos consejos y, por supuesto, la acogida de Cecilia y losagradables días que pasé en su casa.

QUINTO MOMENTO: 1974

Había vuelto de Oxford con el doctorado y viví de mayo de 1972 a agostode 1973, como docente del Instituto de Historia de la U. Católica, bajo ladirección de Javier González primero y de Gonzalo Izquierdo después. Lafiebre revolucionaria y antirrevolucionaria que aportó el gobierno de la Uni-dad Popular fue creciendo en todas partes, incluyendo la Universidad. Haciamediados del año 1973, Gonzalo Izquierdo, que llevaba apenas un par demeses de director del Instituto, encontró un cargo semejante en una Universi-dad de Costa Rica y dejó la dirección intempestivamente. Estábamos pasada lamitad de agosto de aquel año de 1973, que resultó tan crucial en nuestrahistoria. Los profesores decidieron presentarme a mí de candidato a director,tal vez porque era el más enérgico, en un momento bastante tenso. Por ellado opuesto surgió la candidatura de Armando de Ramón. Realizada la elec-ción, el 30 de agosto, fui elegido por 17 votos contra 7 de mi contendor. Esahabía de ser la última elección directa de un cargo directivo en el Instituto.Habían votado en ella los profesores así como representantes de los alumnos yde los administrativos. Estos últimos votaron por mí, al igual que la mitad delos alumnos. Días después cayó el gobierno.

El nuevo rector-delegado don Jorge Swett, almirante en retiro, procediócon tacto y prudencia, pero había recibido instrucciones de eliminar a cuan-tos profesaran el marxismo o simpatizaran con él. Fue un momento durísimopara todos los decanos y directores. En Historia había 6 profesores identifica-dos con la tendencia izquierdista; debía eliminarlos a todos. En cierto sentidotuve suerte: uno de ellos, Sempat Assadourian, que era argentino buscó es-pontáneamente refugio en su embajada y volvió a su país. Carmen Castillo,hija del rector de la época y amiga mía, desapareció y nunca más fue habida,hasta que apareció herida en una balacera en 1974. Dos profesores de la U. deChile, Casanueva y Fernández Canque, avisaron que no volverían más, valedecir, renunciaron voluntariamente. Me quedaban solo dos por “dar de baja”:

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Armando de Ramón y Gabriel Salazar. Logré salvar al primero, haciéndole veral rector Swett que Armando no había tenido nunca problemas con el sucesi-vo cambio de gobiernos de esos años, en consecuencia no creía que los tuvie-ra con el gobierno militar. Además era muy buen profesor y no era hombre deactitudes violentas. Recuerdo que don Jorge Swett me dijo: “Bajo su responsa-bilidad va a permanecer en su cargo, pero si algo sucede…”. En esta gestiónme ayudó mucho Francisco Bulnes Ripamonti, a la sazón secretario general dela Universidad, fallecido unos años después prematuramente. Así pues, alúnico que tuve que suprimir fue a Gabriel Salazar, a quien yo había traído a laUniversidad, el año anterior. Habíamos sido compañeros de curso en la U. deChile y luego le conseguí clases en el Colegio San Ignacio y nuestro Instituto.Además, era buen profesor, si bien enseñaba una visión marxista de la histo-ria. Fue muy duro para mí, pero conseguí con el rector Swett que le dierantres meses de desahucio, durante los cuales pudiera usar incluso su oficina. Lasituación fue antipática y tensa. No me gustaría repetirla.

Pocos meses después, a comienzos de 1974, me escribió don Ricardo deAlemania preguntándome si podría volver a Chile y a su trabajo con nosotros.Le contesté inmediatamente que sí y luego partí a arreglar la situación condon Jorge Swett, que confirmó mi medida rápidamente. Así pues, un tiempodespués tuvimos el gusto de ver regresar a don Ricardo a sus lares. Al volverme sugirió que nos tuteáramos, cosa que acepté con mucho gusto.

SEXTO MOMENTO L982

Esta vez se trató del Premio Nacional de Historia. Muchos, en la profesiónpensábamos que Ricardo se lo merecía con creces, no solo por sus investiga-ciones y su larga docencia, sino por su difusión de la historia en todos losniveles. Participé con mucho entusiasmo en la campaña que, desgraciadamen-te, hay que realizar antes de cada Premio. Sacamos listas de apoyo en laUniversidad Católica. Hablamos con miembros de la Academia. Movimos con-tactos en diversos medios, incluyendo los ministeriales y, finalmente, se obtu-vo la victoria. Recuerdo que hubo una muy buena celebración del triunfo enla casa de Sergio Villalobos, don de participaron profesores, ex alumnos dis-tinguidos y amigos. Entre otros, Mariana Aylwin y su marido Carlos Bascuñán,Sofía Correa, M. Angélica Muñoz, Mariana Silva, Roberto Hernández y mu-chos otros. Existen fotografías que registran la celebración.

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SÉPTIMO MOMENTO 1991

Ricardo hacía algunos años que me sugería ingresar a esta Academia. Yoconsideraba que, dado que mi producción histórica tenía poca relación conChile, no debía incorporarme. Sin embargo, cuando inicié la larga investiga-ción de Las Familias Fundadoras de Chile, programada para conmemorar elQuinto Centenario del descubrimiento de América, consideré que tenía méri-tos para la candidatura. Ricardo me presentó y, cuando se realizó la votación,obtuve el apoyo necesario para ingresar. Mi incorporación se realizó al añosiguiente, abril de 1992 y, por supuesto, quien dio el discurso de recepciónpor parte de la institución, fue Ricardo. Recuerdo que diserté en esa ocasiónsobre el “fin de la historia”, anunciado por Fukuyama y otros augures equivo-cados... Pensar que hoy día el tema ni se menciona… Afortunadamente afir-mé que no habría fin de la historia mientras hubiera hombres en la tierra, yaque la conciencia del trascurso temporal es parte de nuestro acervo mental.Esta idea, así como otras referentes al sentido profundo de la historia, lashabía aprendido y comprendido durante los cursos de teoría de la historiaque había tomado con Ricardo Krebs.

Mi participación en la Academia no ha sido todo lo positiva que hubieraquerido, pero la carga académica de ser docente en dos universidades, depregrado y postgrado, absorbe gran parte de mi tiempo, la mitad del cualtranscurre entre 6 y 9 de la noche, en los días de semana. Trato de venir almenos 6 veces al año, para poder votar por nuevos miembros, pero no siem-pre lo logro.

En todo caso, le estoy muy agradecido a Ricardo Krebs por haberme intro-ducido en esta corporación.

OCTAVO MOMENTO 2009

Nuestro flamante presidente José Miguel Barros Franco, con el apoyo de launanimidad de los académicos de número, dispuso que se le diera la Medallade honor de la institución a Ricardo Krebs Wilckens y me pidió que yo hicierala presentación correspondiente. Espero no haberlos defraudado con estaserie de recuerdos de hechos en que nos ha tocado coincidir con nuestrohomenajeado. Hay otros muchos, pero no corresponden a actividades acadé-micas: jugar bridge, visitarnos mutuamente en Cachagua en el verano, partici-par en la celebración de sus tres últimos cumpleaños con “cambio de folio”:los 70, los 80 y los 90 años, etc.

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Concluyo agradeciéndole a Ricardo su gran aporte a la historia, es especiala la llamada generalmente “universal”, y felicitándolo por su muy merecidacondecoración (llamémosla así). A la vez, deseándole que siga por muchosaños (hoy hay muchos que llegan a los 100 años, incluso en esta Academia:recordemos a don Rodolfo Oroz) acompañándonos y alentándonos en el ejer-cicio de nuestra ciencia y de su transmisión. Creo que a muchos de los presen-tes y, sin duda, a sus ex alumnos, a la corporación de historiadores, histo-riógrafos y aficionados a la historia y al público general, la presencia deRicardo Krebs en nuestro medio es connatural con la existencia misma. Admultos annos!

Muchas gracias

JULIO RETAMAL FAVEREAU

23 de junio de 2009

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DISCURSO DEL ACADÉMICO D. RICARDO KREBS

Señor Presidente de la AcademiaDistinguidos colegas de la AcademiaDistinguidos colegas universitariosQuerida familiaQueridas amigas y queridos amigos

Recibir la Medalla de Honor de la Academia Chilena de la Historia consti-tuye para mí un alto honor. Esta medalla ha sido otorgada a historiadores tandestacados como Jaime Eyzaguirre, Guillermo Feliú, Francisco Encina y Euge-nio Pereira frente a los cuales yo tengo plena conciencia de mis limitaciones.Pero justamente por ello esta medalla de honor tiene para mí un valor inesti-mable y expreso a mis colegas de la Academia mi profundo agradecimientopor haberme considerado digno de otorgarme este honor.

Yo debo mi ingreso a la Academia a Jaime Eyzaguirre, fundador de la Aca-demia, junto con Juan Luis Espejo y Tomás Thayer Ojeda. Durante largosaños Jaime Eyzaguirre fue secretario de la Academia y fue su alma. Yo era aúnbastante joven y tenía pocas publicaciones. Y sin embargo, Jaime me propusoy la Academia me aceptó como miembro de número. Jaime Eyzaguirre hatenido gran importancia en mi vida. El me propuso a la Academia, él meprestó mucha ayuda cuando, muy joven y muy inexperto, la Universidad Cató-lica me nombró profesor para la cátedra de Historia Universal, él propuso alConsejo Superior de Investigaciones Científicas de España que me diera unabeca que me permitió hacer durante medio año una investigación en losArchivos y las Bibliotecas de Madrid. Yo recuerdo a Jaime como una personaejemplar y como un importante historiador. Hay quienes lo han criticado yhan afirmado que Jaime no era propiamente un historiador, sino que era un

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católico fanático que se aprovechaba de la historia para dar testimonio de sufe. Habría trazado una visión idealizada de la obra de España en América yhabría interpretado la Conquista como una gloriosa hazaña de nobles hidal-gos. No cabe duda de que Jaime fue un fervoroso católico y un convencidohispanista. Pero yo pienso que fue también un importante historiador. Elinsistió en que la historia no debía ser un simple estudio erudito de los he-chos del pasado, sino que el historiador debía pensar la historia, debía inser-tar los hechos en los procesos sociales, políticos y culturales y debía meditarsobre el sentido y el significado del pasado.

Jaime Eyzaguirre comprendió la Academia como una institución que debíaservir a la verdad histórica y debía contribuir a preservar el legado históriconacional. Desde su fundación en el año 1933 la Academia ha cumplido fiel-mente con su función. Ha establecido fecundas relaciones con la Real Acade-mia de Historia de España y con las corporaciones hermanas de Hispanoamé-rica. Sus miembros han hecho importantes publicaciones y han enriquecido yprofundizado el conocimiento de nuestra historia nacional.

Hoy en día nuestra Academia se encuentra frente a un gran desafío.La civilización contemporánea se basa fundamentalmente en las ciencias

naturales y en la tecnología. Estas marcan nuestra época. Ellas han elevado lacalidad de nuestra vida. Todos nosotros disfrutamos de sus beneficios. Pero eneste mundo progresista en que todos los días nos encontramos con otro ade-lanto fabuloso las humanidades ocupan un lugar cada vez más reducido y lasmismas humanidades han experimentado un cambio. Durante mucho tiempolas humanidades comprendían fundamentalmente la filosofía, la filología y lahistoria. Pero hoy en día están adquiriendo cada vez más importancia la eco-nomía, la ciencia política, la sociología, la psicología. En otros tiempos lospríncipes elegían como asesores a teólogos, filósofos e historiadores, hoy endía contratan a economistas, sociólogos y politólogos. Si revisamos el currícu-lo escolar actual vemos que la historia ocupa un lugar secundario. La historiaantigua y medieval ha quedado muy reducida. Se privilegia la historia contem-poránea y esta es enfocada fundamentalmente con criterios sociológicos.

Cierto que todos los años celebramos el 21 de mayo y nos acordamos deArturo Prat, cierto que para el Dieciocho nos acordamos del nacimiento deChile independiente. Sin embargo, nuestra vida está centrada en el presente.Muchos se olvidan de que el hombre es un ser histórico y de que el tiempohistórico no solo se compone del presente, sino de pasado, presente y futuro.

Cito al respecto unas palabras dichas por Jorge Siles en su discurso deincorporación a la Academia Boliviana de Historia: “el hombre, lejos deposeer una constitución inmutable, ofrece variaciones diversas, es un ser

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histórico que se modifica en el transcurso del tiempo, la experiencia delpasado influye sobre los actos del presente… Al hombre le toca vivir en unaépoca determinada que es, a su turno, hija de otras épocas y que ofrece unpaisaje cultural en mínima parte creado por ella y en máxima parte hereda-da de otras épocas pretéritas. La figura espiritual cambiante de la épocaimprime su sello sobre el hombre y le impone todo su repertorio de ideas,creencias, gustos, preferencias. El hombre no solo vive en la historia, sinoque es un ser histórico” (Jorge Siles, El hombre y su realidad histórica, La Paz2008, pág. 20).

También quiero citar unas palabras de Ortega y Gasset: “Ningún hombreempieza a ser hombre, sino que todo hombre continúa lo humano que yaexistía. El hombre es un ser histórico en el sentido de que, en cada momento,lo que el hombre es incluye un pasado. En lo que cada cual es ahora intervie-ne el recuerdo de lo que le ha pasado. Es un craso error presumir que poda-mos ponernos a pensar sobre cosa alguna con independencia “absoluta” delpasado humano, de lo que ha pensado, querido y sentido en los mileniospretéritos de la humanidad. No, la verdad es todo lo contrario. Pensamos connuestro pasado y desde la altura a que nuestro pasado nos ha traído” (citadopor Siles, ib. págs. 20 y 21).

El hombre es un ser histórico: tiene pasado, presente y futuro. Por cierto,vivimos en el presente y por eso cada instante de nuestra vida tiene un valorabsoluto. Si queremos actuar y realizar algo lo tenemos que hacer ahora, eneste momento. No hay nada más triste que perder el tiempo. Perder el tiem-po, es perder la vida. Pero tenemos que tener conciencia de que el presentees el resultado del pasado. Llevamos el pasado dentro de nosotros, lo llevamosen nuestro lenguaje, en nuestras costumbres, en nuestras nociones morales,en nuestras creencias religiosas, en nuestras instituciones. Por eso, para reali-zarnos en el presente y para proyectar el futuro debemos conocer nuestropasado. La ciencia histórica no es una simple entretención intelectual, sinoque corresponde a una necesidad que tiene su origen en la historiocidad de lavida humana.

Por este motivo siento una honda preocupación por el hecho de que hoyen día muchos jóvenes egresan del colegio teniendo solo un rudimentarioconocimiento no solo de la historia universal sino también de la historiapatria. El antiguo liceo proporcionaba una sólida enseñanza histórica. Ciertoque también hoy en día encontramos a jóvenes que se interesan por la histo-ria y que poseen buenos conocimientos históricos.

Pero también hay muchos que ignoran hasta los hechos más importantes dela historia universal y aun de la historia patria.

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La historia de Chile es una historia muy hermosa. Es una historia que enmuchos aspectos ha sido ejemplar. Es una historia de la cual el chileno sepuede sentir orgulloso. Pero para sentirse orgulloso de la historia hay queconocerla y recordarla. Por eso es tan importante la Academia Chilena de laHistoria. Ella está llamada a mantener vivos los recuerdos del pasado. Por esome llena de profunda satisfacción el hecho de que la Academia ha decididopublicar como aporte a la celebración del bicentenario una historia generalde Chile.

Para el centenario de 1910 el gobierno decidió presentar a Chile como unpaís culto y construyó como testimonios simbólicos el palacio del Museo deBellas Artes y un nuevo edificio para la Biblioteca Nacional. De esta manera sequería mostrar al pueblo chileno y al mundo que Chile en los cien años de suhistoria como nación independiente había realizado una obra importante ysignificativa.

Ignoro la consigna bajo la cual el gobierno actual quiere realizar la celebra-ción del bicentenario. Pero quiero destacar que el proyecto de la Academiaposee significado especial. Recordar nuestra historia significa recordar unahistoria hermosa y digna. Su recuerdo debe ayudar al pueblo chileno a conti-nuar en el futuro una historia que sea igualmente hermosa y digna.

RICARDO KREBS WILCKENS

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CEREMONIA INAUGURAL DEL CONGRESO EXTRAORDINARIO DEACADEMIAS IBEROAMERICANAS (16 DE JUNIO DE 2009)

PALABRAS DEL PRESIDENTE DE LA ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA, DON JOSÉ

MIGUEL BARROS FRANCO, EN REPRESENTACION DE LAS ACADEMIAS

IBEROAMERICANAS

Señoras y señores.

Gracias a la benévola deferencia del gran señor ecuatoriano don Manuel deGuzmán Polanco, me hallo investido hoy como intérprete de las Academiasextranjeras que concurren a este encuentro.

Honrado por esta designación, la recibo con la frente en alto y el corazónagradecido, confiando en responder dignamente a ella.

Vayan estas primeras palabras en nombre de mis mandantes para manifes-tar nuestro profundo reconocimiento por el cordial gesto de las altas autori-dades que nos han invitado a reunirnos en la luminosa metrópoli quiteña, enel marco del bicentenario de la primera expresión autonómica hispanoameri-cana. Gracias a ellas, gozamos hoy del privilegio de reunirnos al amparo deestos muros consagrados por Dios y por los hombres.

Generalmente, nosotros –los Académicos de la Historia– no somos actoresen los círculos áulicos; ni figuramos en el terreno parlamentario; ni nos move-mos en el rutilante escenario de la diplomacia.

En contraste con tales escenarios, nuestras Academias son severas cofradíasde mujeres y hombres de buena voluntad que, en el recogimiento intelectual,se entregan al estudio de las interacciones humanas de ayer y de hoy.

Somos y aspiramos a ser verificadores de hechos e intérpretes de documen-tos, empeñados en una afanosa búsqueda de la verdad histórica.

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Permanentemente dispuestos a cooperar en pro del bien común, abrigamosen nuestros pechos la esperanza de que, poniéndola en manos de quienesintervienen en la gestión pública, esa verdad esté siempre al servicio de lajusticia y de la paz.

Para nosotros los académicos iberoamericanos, no diviso una tarea másnoble: servir a nuestros pueblos luchando, día a día, para que en la vidanacional e internacional se imponga la verdad como un valor supremo.

¿ Cómo no recordar que, hace veinte siglos, un hombre justo y sabio nacidoen Belén formuló una predicción y una promesa al aseverar que la verdad nosharía libres?

Hoy, nosotros, como auxiliares y servidores de la Historia, desearíamos ha-cer nuestras aquella afirmación y aquella promesa, convirtiéndolas en el lemade nuestros afanes y esperanzas.

¡Ojalá que las verdades que desentrañemos exorcicen viejos prejuicios, esté-riles divisionismos, torvas complacencias y torpes enfoques de nuestro pasado!

¡Ojalá que siempre seamos capaces de interrogar serenamente a ese pasadoy de extraer de sus respuestas la renovadora savia del entendimiento fraternal!

Así concebimos nuestra tarea de hoy: recorrer imaginativamente ese sende-ro del pasado y, en todo cuanto nos sea dable, aportar nuestros logros paracomún beneficio de la comunidad iberoamericana.

Empero, no somos ilusos. Estamos conscientes de que enfrentamos un vastoy laborioso ejercicio y de que nos resta mucho por hacer.

En estos breves días analizaremos los fundamentos del proceso emancipa-dor de Iberoamérica, esforzándon os por arrojar mayores luces sobre estecomplejo cuadro histórico.

Como un recién llegado a esta clase de cónclaves, permitidme que –apar-tándome de formalidades protocolares– concluya con un interrogante perso-nal, que apunta a la proyección del proceso independentista sobre nuestrodevenir histórico: ¿ lograremos a la postre, como pueblos, liberarnos de nues-tro temperamento, que es intrínsecamente disociador?

Afortunadamente, para lenificar tal inquietud, me acompaña el recuerdode un mensaje que dirigió a los viandantes del mundo el gran poeta españolAntonio Machado: ¡Caminante! No hay camino, sino estelas en la mar... ¡Caminan-te! No hay camino; se hace camino al andar.

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N O T A S B I B L I O G R Á F I C A S

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Carlos Aguirre / Carmen Mc Evoy, editores,Intelectuales y poder. Ensayos en torno a la repú-blica de las letras en el Perú e Hispanoamérica (ss.XVI-XX), Lima: Instituto Francés de EstudiosAndinos, Instituto Riva-Agüero, 2008, 530 pá-ginas.

El presente volumen reúne un conjuntode ensayos que, desde diferentes perspectivastemporales y enfoques, aborda la relacióndel intelectual peruano e hispanoamericanocon el poder. La idea central del texto, tal ycomo lo declaran los editores, es trazar cier-tos nudos y ejes que han articulado el víncu-lo (no siempre feliz) de los intelectuales consu entorno social. Por otro lado el libro bus-ca, antes que definiciones que limiten el ob-jeto de estudio, una vía de acceso múltiple:una amplia variedad de experiencias históri-cas y enfoques. En este sentido, en la intro-ducción, los editores advierten que no se ha-rán cargo del debate sobre las clasificacionesde lo que se ha conceptualizado como un in-telectual, puesto que más bien han privilegia-do la comprensión histórica de su papel alinterior de la sociedad.

Una entrada explícita del texto aquí rese-ñado se centra en no escribir una “historiaintelectual”, entendiendo esta como “historiade las ideas”. Si bien no se aclara lo que loseditores entienden, por esta última, se danciertas perspectivas del enfoque adoptado:los ensayos aquí recopilados buscarán anali-zar las condiciones sociales a partir de lascuales los intelectuales hispanoamericanos“desarrollaron su trabajo” (p. 20). Esto quie-re decir: estrategias frente al poder; utiliza-ción de redes, prestigios; formas de ejerciciode la autoridad; relación con los grupos querepresentaban o decían representar.

Interesante resulta advertir en qué medi-da los editores han optado por poner a prue-ba aquellos modelos que, hasta ahora, hanservido para definir la esfera intelectual enAmérica Latina. De esta forma, enfoques tanpredominantes como la noción de Ciudad Le-

trada de Ángel Rama, son puestos bajo lalupa de la verificación histórica desde los di-versos trabajos aquí reseñados.

El texto está dividido en cuatro seccionesque, a su vez, siguen una línea en parte cro-nológica: la ciudad letrada colonial; prácticasculturales e intelectuales en los orígenes delEstado-Nación; la construcción intelectualdel Perú moderno y la tensión de los intelec-tuales con la ciudad letrada. El libro finalizacon un epílogo escrito por un estudioso queno participó en la edición del texto (JeanFranco).

El período colonial que abre la primeraparte del libro da cuenta de una relación in-telectual/poder que comúnmente es vistamuy cercana. En este sentido, los trabajosaquí incluidos tornan complejos dichos pre-ceptos evidenciando la vulnerabilidad y difi-cultades de la labor intelectual en el espaciocolonial. Pedro Guivobich analiza lo anteriordesde la dependencia del intelectual con susmecenas, así como a los condicionamientospolíticos a los cuales podía estar sujeta la es-fera intelectual. Analizando la censura a lacual se vio sometido el Arauco Domado de Pe-dro de Oña, Guivobich estudia en qué medi-da la circulación de las obras literarias se rea-lizaba a partir del cultivo de una memoriaque, a su vez, servía para fortalecer o debili-tar el poder virreinal. José Antonio Rodrí-guez, por su parte, estudia a Pedro de Peraltacomo un tipo de letrado anclado en el ámbi-to universitario. Este espacio era visualizadocomo la voz de las repúblicas, en tanto era res-ponsable “de la producción del discurso quedeclaraba la organización y constitución delpoder en la sociedad”. (p. 67) A partir de loanterior, Rodríguez analiza la función quecumplían los criollos en el “sostenimientodel Imperio como cuerpo político” (p. 67).Finalmente, Bernard Lavallé, haciendo unasuerte de repaso de los trabajos anteriores,destaca el poco margen de movimiento delos letrados coloniales al estar circunscritospor los mecenas, el fantasma siempre presen-

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te de la censura y el apoyo del poder oficial.En otras palabras, siguiendo a Lavallé, los in-telectuales coloniales estaban “supeditados alos propósitos de sus patrones” (p. 117).

La segunda parte del libro comienza conun trabajo de Margarita Garrido sobre el co-lombiano Antonio Nariño. Según Garrido, lapráctica de las tertulias propiciada por Nari-ño puede ser interpretada como una formade cultivar la república de las letras desde laperiferia. En este sentido, se destaca la capa-cidad de estos intelectuales por “apropiarsede objetos culturales producidos en contex-tos centrales, traducirlos y adaptarlos a losdebates localizados en la periferia del siste-ma mundial...” (p. 146). José Ragas analiza eluso hecho de la estadística por el Perú repu-blicano. La estadística ofreció un marco cien-tífico al Estado, sirviendo de guía “para con-trolar y proveer de información a lasautoridades y proyectar una imagen del terri-torio exterior” (p. 166). El papel de la pren-sa, en tanto expresión de aquellos que esta-ban fuera del sistema imperante es analizadopor Ana María Stuven en el intelectual chile-no Martín Palma. Stuven examina en quésentido la recién creada opinión pública leotorga al intelectual crítico un espacio de ex-presión de su disidencia. Marcel Velásquez,por su parte, trata las novelas de folletín entanto estas fueron todo un desafío al ordenliterario imperante. En este sentido, dichasnovelas rompen la ciudad letrada, excluyentey elitista, dándole cabida a una “protoculturade masas (218). Finalmente, Luis Felipe Vi-llacorta analiza al viajero científico italianoAntonio Raimondi en Perú. Dicho viajerocomo tantos otros científicos en las Améri-cas, haciendo gala de una suerte de voluntadde saber, negoció con el Estado un apoyo fi-nanciero a fin de investigar el territorio na-cional. Al respecto, Villacorta destaca en quésentido el Estado peruano, a diferencia deotros países latinoamericanos, fue muy tardíoen desarrollar un conocimiento geográfico ycartográfico sobre sus límites nacionales. En

este sentido, se destaca el aporte fundamen-tal de Raimondi.

La tercera parte del libro aborda la cons-trucción intelectual del Perú moderno y seinicia con un ensayo de Jesús Cosamalón so-bre Manuel González Prada. Después de exa-minar las claves del pensamiento de Gonzá-lez Prada, Cosamalón concluye afirmandoque el factor indígena fue percibido como“el germen” que podía contribuir al “resurgi-miento del nuevo Perú” (p. 277). En este as-pecto, el elemento europeo fue tomado demanera utilitaria de forma de adaptarlo a lascondiciones del Perú. En el siguiente artícu-lo Juan Fonseca trata la relación de los inte-lectuales con la religión, examinando al mi-s ionero protestante John McKay y susvínculos con los intelectuales peruanos másdestacados de la primera mitad del siglo XX:Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariáte-gui, etc. A partir de lo anterior, Fonseca des-taca la conexión de dichos intelectuales conla esfera religiosa, y no solo en tanto preocu-pación, sino también desde sus propias bio-grafías y actuaciones públicas. Carmen McEvoy trata una figura del intelectual a partirde Francisco García Calderón. El ensayo secentra en el trazado de una suerte de “itine-rario ideológico” de García Calderón perono tan solo para examinar un conjunto deideas, sino más bien, en pos de analizar ellugar de enunciación a partir del cual talessaberes circularon. En este sentido, Mc Evoyda luces sobre un tipo de intelectual transte-rrado intelectualmente, al punto de no poderinsertar su pensamiento con el espacio socialal cual estaba dirigido. Enseguida, AugustoRuiz Zeballos examina los llamados intelec-tuales del centenario en sus percepciones delmundo indígena. Al respecto se destaca enqué sentido dichos intelectuales instalaronuna “prácticas orientalistas” en su relacióncon lo que ellos percibían como los pueblosoriginarios peruanos. Dicho acercamiento in-telectual al mundo indígena tuvo dos senti-dos. Por un lado se enfatizó el aspecto cultu-

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

ral: el carácter no occidental de dichas cultu-ras que las emparentaba con las sociedadesasiáticas. Por otro, se destacó el aspecto so-cioeconómico: los indígenas vivían en un ré-gimen semifeudal y semicolonial. En este as-pecto, se insertaba una visión dualista(oriente-occidente) que le permitía a los in-telectuales peruanos de origen europeo orga-nizar, jerarquizar y clasificar su diferenciacultural. Ricardo Salvatore, por su parte, ana-liza a tres intelectuales con el fin de exami-nar en qué medida estos construyeron los ci-mientos culturales de la peruanidad a partirde modelos tomados en los Estados Unidos.Este ensayo permite advertir en qué sentidoel trabajo de los intelectuales se remite a re-des y modelos muchas veces originados enlugares distintos y alejados del propio país.

La cuarta y última parte del libro abordael vínculo de los intelectuales con la esferapública. Zoila Mendoza trata un tipo de inte-lectual que se aparta un poco de la figurahasta aquí vista. En efecto, Mendoza antesque analizar a aquellos que solo ligan su acti-vidad a lo académico, se centra en los artis-tas, en tanto al igual que los primeros, gene-ran “prácticas intelectuales” (p. 390). De estemodo, se incluye en los productores de sabersobre la identidad cultural a los músicos,compositores, directores de teatro, poetas,bailarines y hasta a los autodidactas. CarlosAguirre en el ensayo siguiente discute el sig-nificado “de la experiencia carcelaria” paraalgunos intelectuales peruanos de las déca-das de 1920 y 1930. Lo que este trabajo buscaes desentrañar dichas experiencias –en tantoproceso mental durante y después del encie-rro–, en el intento por examinar la influen-cia del presidio sobre el trabajo intelectual ypolítico de quienes lo padecieron. JeffreyKlaiber, por su parte, resume el vínculo delos intelectuales con la religión en el Perúdel siglo XX. Dicha relación es analizada porKlaiber en tanto factor insoslayable en elmundo intelectual y político, en especial enun país con fuertes raíces religiosas. Los pro-

yectos políticos no siempre pudieron incor-porar tal elemento, de modo de hacerlo par-te de una identidad nacional. En este senti-do, Klaiber llama la atención respecto de ladimensión religiosa que, de una u otra for-ma, tuvo la acción política en el Perú del si-glo XX. Finalmente, Charles Walker analizala historiografía profesional practicada enPerú con las imágenes que esta generó, queluego fueron incorporadas y apropiadas so-cialmente. Walker hace una síntesis de laproducción historiográfica valorando susavances y resultados. Sin embargo, al mismotiempo, el ensayo critica el hecho de que ta-les saberes queden confinados a un ámbitode especialistas sin entrar en contacto conuna población que continúa guiándose porinterpretaciones simplistas y hasta erradas.

El libro se cierra con un epílogo de JeanFranco donde se discute la posición de la li-teratura latinoamericana dentro de ciertosdiscursos sobre las literaturas mundiales. Alrespecto Franco destaca en qué sentido laperspectiva que separa el hacer literario delpolítico, en parte siguiendo modelos de lite-ratura universal, no logra dar cuenta de labidimensionalidad de las prácticas literariasen América Latina. En efecto, la literaturapracticada en América Latina posee un com-ponente político que hace parte, a su vez, delproyecto literario. Solo tal constatación per-mite ir más allá de lo requerimientos de la“república mundial de las letras” a fin deidentificar las particularidades del intelectualal otro lado del río Grande.

La relación del intelectual con la sociedad–sin duda controversial, ambigua y difícil–,deja entrever que, en cierta medida, no hayun desarrollo intelectual desligado del po-der. Allí reside la fortaleza de los ensayosaquí reseñados: el poder es parte de la gene-ración de ideas y no solo un impedimento,cortapisa o dique de su circulación.

Carlos SanhuezaUniversidad de Talca

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Enrique Brahm García, Editor. José GabrielOcampo y la Codificación Comercial Chilena. Dostomos. Colección Jurídica, Universidad delos Andes, Tomo I, Impresos UniversitariaS.A., Santiago, 2000. Tomo II, Andros Impre-sores, Santiago, 2009.

Enrique Brahm García, el editor de estosdos volúmenes en que publican los primerosborradores de nuestro Código de Comercio,es licenciado en Derecho (1979) y en Histo-ria (1991), por la Pontificia Universidad Ca-tólica de Chile y, además, es doctor en Dere-cho por la Universidad de Frankfurt,Alemania, en 1985. Director de Estudios dela Universidad de los Andes (1990-2009) y ac-tual profesor y consejero de la misma.

El mismo explica en la Introducción alTomo I, que la idea de llevar adelante estetrabajo de transcripción de los manuscritosdel doctor Ocampo, surgió de una propuestadel profesor José Joaquín Ugarte Godoy,transmitida por el profesor Hernán CorralTalciani, que lo movió a presentar un proyec-to al concurso Fondecyt que, al resultar exi-toso, le permitió trabajar varios años en eselento y complejo proceso.

Pero, además, en el año 1998 se cumplióel bicentenario del natalicio del Dr. Ocampoy, con tal motivo, se dio vida a una Comisiónorganizadora de los homenajes a su memo-ria, de carácter binacional, que yo tuve el ho-nor de presidir. La referida Comisión tuvouna Presidencia de Honor, que recayó en elembajador argentino en Chile, Dr. AlejandroT. Mosquera, y otra Presidencia Ejecutiva queme correspondió ejercer en mi calidad depresidente de la Sociedad Chilena de His-toria y Geografía; y estuvo integrada por elpresidente de la Corte Suprema de JusticiaD. Roberto Dávila; por la Sra. ministra deJusticia D. Soledad Alvear; por el Sr. rectorde la Universidad de Chile D. Luis Riveros;por el presidente del Colegio de AbogadosD. Sergio Urrejola; por los presidentes de laAcademia Chilena de la Historia y de la So-

ciedad Chilena de Historia y Geografía; y pordos secretarios, que lo fueron EnriqueBrahm y el agregado cultural argentino Sr.Carlos Tagle. Ha dicho Enrique Brahm, quepor entónces ya trabajaba en la transcripciónde los manuscritos de Ocampo, y que su par-ticipación en esta Comisión, que desarrollóuna importante labor conmemorativa, fue elúltimo necesario impulso para decidirlo adar cima a su plan.

La Comisión de Homenaje a Ocampo ins-taló una placa de mármol en la calle Huérfa-nos esquina de Miraflores, en la proximidaddel sitio en que el Dr. Ocampo tuvo su estu-dio y residencia. También, hubo actos en elColegio de Abogados, con entrega de un re-trato del Dr. Ocampo; en la Excma. CorteSuprema de Justicia, en la Biblioteca Nacio-nal, en la Casa Central de la Universidad deChile y en su Facultad de Derecho. A las últi-mas dos ceremonias concurrió especialmenteinvitado el ministro de Justicia de la Repúbli-ca Argentina, Luis Granillo Ocampo, de lafamilia del homenajeado. Por último, la Co-misión consiguió se alzara en el barrio de Pa-lermo de la capital argentina, un monumen-to a su memoria, que destaca su valiosoaporte a su segunda patria, Chile. El presi-dente de la Comisión argentina fue el ex em-bajador en Chile, Dr. José María Alvarez deToledo.

En el año 2000 vio la luz pública el Tomo Ide la obra que hoy se presenta, que contienela transcripción de los borradores correspon-dientes al Libro I del Código de Ocampo, titu-lado “De los comerciantes y de los agentes decomercio” y al libro II “De los contratos y obli-gaciones mercantiles en general”.

Habrían de pasar ocho años, hasta queahora, en 2009, ha aparecido el Tomo II deesta valiosa obra, en la que se contienen losborradores de Ocampo correspondientes alLibro III, “Del comercio marítimo” y del Li-bro IV, “De las quiebras”.

Cabe recordar que los originales de estosborradores de Ocampo se encuentran en la

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Biblioteca del Colegio de Abogados de San-tiago, junto a otros documentos de su archi-vo profesional.

Los borradores que ahora publica Enri-que Brahm son tres, contenidos en dos volú-menes encuadernados en cuero rojo. El lla-mado “primer borrador” es el másinteresante, pues corresponde a la primeraversión del proyecto de Código de Comerciode Ocampo y contiene la mención de lasfuentes utilizadas para la redacción de cadauno de sus artículos. Bajo el calificativo de“segundo borrador” se encuentra una versiónmás afinada y corregida del texto. Finalmen-te, hay una tercera versión, llamada “origi-nal”, que se refiere a cada una de las partesdel proyecto de Código. La publicación deestos borradores permite seguir en detalle lagénesis de lo que sería el primer Código deComercio chileno. El Dr. Ocampo escribía ycorregía a mano, en grandes tomos, los bo-rradores de su obra. Tarjaba y reemplazabapalabras y textos completos, haciendo anota-ciones marginales e interlineales. Señalabalas fuentes en que se había apoyado para laredacción de cada norma contenida en suproyecto; y generaba nuevos borradoresidentificados explicitamente como tales. Lapublicación de tan rico material será, sinduda, de gran utilidad para conocer la histo-ria de las disposiciones del Código de Ocam-po y contribuirá a su debida interpretación yalcance por parte de abogados y magistrados.

Pero volvamos un poco atrás, para recor-dar que fue don Valentín Letelier quien pri-mero hizo referencia a estos borradores deOcampo, en 1907, al señalar que ellos se en-contraban en manos del hijo del autor, donJuvenal Ocampo. Con posterioridad, el pro-fesor Enrique Testa nos informa en 1961 queestos documentos pasaron a manos de otrosfamiliares de Ocampo, quienes los entrega-ron, finalmente, a don Santiago Santa Cruz,secretario del Colegio de Abogados, quienresolvió dejarlos en la Biblioteca de dichainstitución. Muy pocos autores han consulta-

do estos manuscritos, entre ellos los autoresde obras generales de Derecho Comercial,como Gabriel Palma Rogers y Julio OlavarríaAvila, pero puede decirse con toda propie-dad que solo ahora, en las páginas de la obraque presento, aparecen tratados de un modoapropiado para la consulta de los especiali-tas.

Paso ahora a referirme a la notable perso-nalidad del autor de nuestro Código de Co-mercio.

El 5 de agosto de 1798 nació en La Rioja,provincia de la actual República Argentina,entonces parte del Virreinato del Río de laPlata, José Gabriel Ocampo, en el seno deuna importante familia de la nobleza colo-nial. Su tío Francisco Antonio Ortiz deOcampo, hermano de su padre, había tenidoactuación descoyante en el alzamiento del 25de mayo de 1810 en Buenos Aires y habíatenido el privilegio de ser el primer generalde la patria naciente.

En 1810, el joven Ocampo había comen-zado sus estudios en el Real Colegio de Mon-serrat de Córdoba, pasando después a estu-diar derecho en la Universidad de esaciudad. A los 20 años se gradúa de doctor enambos derechos y se traslada a Chile, paracompletar sus estudios en la Real Universi-dad de San Felipe. Aquí revalida su título deabogado y es nombrado auditor del Ejércitodel Sur, que comanda el general Freire con-tra los últimos cuerpos realistas en Chiloé.Poco después es electo diputado suplentepor Colchagua a la Asamblea Provincial deSantiago, que luego se hace Supremo Con-greso Nacional Constituyente. Asume comosecretario de esa corporación que aprueba laConstitución de 1823, se hace redactor de“El Apagador”, periódico de lucha política,es designado secretario del Senado Conserva-dor y participa en la redacción del “Regla-mento de Administración de Justicia”, queantecede a nuestro actual Código Orgánicode Tribunales. Además, ejerce como profesorde jurisprudecia en el Instituto Nacional.

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En poco tiempo se ha forjado en Chileuna posición importante y goza de un amplioreconocimiento a sus condiciones de carác-ter personal y profesional. No obstante, re-suelve regresar a La Rioja, donde su familiaha recuperado el mando de la provincia yasume como ministro de Gobierno. Su tíoFrancisco Antonio Ortiz de Ocampo ha sidoelegido gobernador por aclamación popular,mientras su padre asumía la Comandanciageneral de las armas riojanas.

Pero el joven jurisconsulto es un hombreinquieto y, muy pronto, resuelve seguir aBuenos Aires y de allí a Montevideo, dondepasa a integrar el gobierno delegado, presideel tribunal de justicia, publica “El Eco Orien-tal” y constituye la llamada “Sociedad Amigosdel Orden”, para promover la aprobación dela Constitución de 1826.

Al producirse la independencia del Uru-guay, regresa a Buenos Aires, se casa allí conElvira de la Lastra, ocupa el cargo de fiscalen lo Civil y preside la Academia TeóricaPráctica de Jusrisprudencia, mostrando unaactividad arrolladora y una eficacia admira-ble en todo lo que emprende. Por ese tiempopublica un importante trabajo sobre la enfi-teusis de los terrenos públicos en esa capitaly se transforma en un decidido opositor alrégimen despótico de Juan Manuel de Rosas.Sufre un brutal allanamiento a su casa y, dosdías después, fallece su mujer, con la que hatenido cinco hijos. Ello lo mueve a emigrar aMontevideo, donde asume como primer pre-sidente de la Academia Teórico-Páctica de Ju-risprudencia del Uruguay. Permanece allípor algo más de dos años.

Pero no está tranquilo y busca un nuevohorizonte, otra vez en Chile, donde es muybien acogido. Abre su estudio profesional enla calle Huérfanos N° 37, próximo a Las Cla-ras (hoy Mac Iver), y se incorpora a la Comi-sión Argentina que preside el general LasHeras, que agrupa en Chile a los emigradosantirrosistas. Pronto contrae segundas nup-cias con la chilena Constanza Pando Urizar,

con la que tendrá nueve hijos, pasa a inte-grar el cuepo docente de la recién instaladaUniversidad de Chile, forma parte de la co-misión de juristas encargados de la revisióndel Proyecto de Código Civil y recibe del Go-bierno de don Manuel Montt el encargo deredactar un Código de Comercio, tarea en laque habrá de emplear trece años de intensoestudio y concentración.

Cabe recordar que bajo el gobierno dedon Manuel Bulnes se habían hecho dos in-tentos para dar redacción a un proyecto deCódigo comercial, teniendo como modelo alCódigo de Comercio Español, pero ambasiniciativas fracasaron y solo se vieron corona-das por el éxito cuando el presidente Monttencomendó esta tarea, con fecha 24 de di-ciembre de 1852 al ilustre y prestigioso juris-ta argentino, radicado en Chile, Dr. GabrielOcampo.

Pero todavía debía recibir más honores yreconocimientos el ilustre jurista argentino.En su patria fue electo senador por La Riojay miembro de la Primera Corte de Justicia dela Nación.

En Chile, el Congreso Nacional le conce-de por ley la Gran Nacionalidad. En 1863funda el primer Colegio de Abogados denuestro país y es elegido su primer decano.En 1869 asume como decano de la Facultadde Derecho de la Universidad de Chile y,como tal, miembro del Consejo Superior dedicha alta casa de estudios. En 1872 es desig-nado abogado integrante de nuestra CorteSuprema de Justicia y el nombramiento sereitera en 1879 y 1882.

El Dr. Gabriel Ocampo, este hombre detan extraordinaria existencia, que ocupó tanrelevantes cargos en su patria, en Uruguay yen Chile, falleció en Santiago en 1882, a los83 años. Toda su rica biblioteca y los mueblesde su estudio fueron donados por su familiaa la Facultad de Derecho de la Universidadde Chile, y sus papeles manuscritos pasaron ala Biblioteca Central universitaria y al Cole-gio de Abogados de Santiago.

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La noble figura del Dr. Ocampo merecíauna obra que diera realce a su principalaporte a Chile, como fue su Código de Co-mercio, que hasta hoy nos rige. Debemos fe-licitarnos de que un estudioso contemporá-neo, el profesor Enrique Brahm García, hayaconsagrado varios años de ímproba labor,para ofrecernos estos dos tomos que contie-nen la transcripción de sus manuscritos

La obra resultante es de un indudable va-lor. Ella permite apreciar el talento de juristay de eximio codificador del autor, pero, ade-más, será, sin duda, de extraordinaria utili-dad para quienes deseen ahondar en la géne-sis del magnífico Código de Comercio conque el Dr. Ocampo obsequió a su patria chi-lena.

Felicitamos y agradecemos al profesor En-rique Brahm por esta obra que enriquece elpatrimonio jurídico de nuestro país.

Sergio Martínez BaezaAcademia Chilena de la Historia

Cristián Gazmuri R., La historiografía chilena(1842-1970). Tomo II (1920-1970), Santiago,Taurus y Centro de Investigaciones Diego Ba-rros Arana, 2009, 527 págs. ISBN 978-956-239-628-8.

La publicación del segundo tomo de Lahistoriografía chilena, el estudio bibliográficoimpreso más completo sobre historiografíachilena, editado por Cristián Gazmuri, profe-sor de la Universidad Católica de Chile, vie-ne a suplir un vacío editorial que requiere devarias apreciaciones para situarlo en el con-texto de los trabajos históricos de carácterrecopilatorios que tienen como propósito po-ner a disposición del lector el acervo histo-riográfico publicado en Chile durante másde 130 años. Señalamos este aspecto para de-jar en claro que este libro no es un estudioteórico, hermenéutico o reflexivo sobre lahistoriografía, una historia de la historiogra-

fía chilena ni tampoco un análisis sobre lapráctica historiográfica y problemas herme-néuticos, epistemológicos y cognoscitivos dela historiografía chilena desde 1920 en ade-lante. No obstante, el libro contiene elemen-tos interpretativos de los principales historia-dores chilenos del siglo XX, como el propioautor se encarga de señalar en la introduc-ción, que están presentes tanto en el capítuloreferido a las corrientes historiográficas chi-lenas y, en casos específicos en los “ensayosbibliográficos” sobre historiografía chilena,tal como los denomina el autor, denominati-vo que en muchos casos, si no en la mayoría,no se ajusta del todo al carácter de cada au-tor citado, especialmente si consideramosque carecen de un conjunto de obras queimposibilitan un acercamiento ensayístico.

Tomando en cuenta estos antecedentes, ellibro de Gazmuri, el cual contó con la colabo-ración de tres ayudantes de investigación, Joa-quín Fernández, Cristóbal García-Huidobro yTrinidad Larraín, labor imprescindible paraeste tipo de cometido, posee un enorme valoren la medida que es de gran utilidad para losestudiosos, tesistas universitarios e investiga-dores en general que requieran consultar lasprincipales obras de los historiadores chile-nos, especialmente libros y artículos publica-dos como separata, excluyéndose en este casolos folletines y los artículos de prensa. De estamanera, ambos tomos deben considerarsecomo un exhaustivo registro –aunque no totalni completa– de la producción historiográficaeditada en Chile por historiadores nacionales,sino más bien como el intento de ordenar te-máticamente el corpus bibliográfico más rele-vante de los historiadores chilenos en funciónde líneas investigativas. Esto, que parece sen-cillo en apariencia, es de por sí un esfuerzoencomiable, aunque, el mismo Gazmuri losabe y algo de eso se deja traslucir en sus pala-bras, dejará a muchos satisfechos, a unoscuantos descontentos y más de alguien no ten-drá reparos en afirmar los más duros juicioscríticos en contra de este trabajo.

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En cuanto a la estructura y organizacióndel libro, este se divide en tres partes, siendola primera de ellas un análisis sobre lo que elautor denomina “el cambiante siglo XX chi-leno”, abordando las transformaciones socia-les, demográficas, políticas y culturales, laevolución de la economía, aspectos de reli-giosidad, paz, higiene, salud, ecología y, fi-nalmente, formas de ocio, recreación y de-porte. La inclusión de esta parte del libro seexplica, tal como ocurrió en el caso del pri-mero tomo, donde también estuvo precedidopor una contextualización histórica tituladaen aquella ocasión “La época y sus hombres”,por la necesidad de entender que el ejercicioprofesional del historiador y la producciónhistoriográfica se insertan dentro de las pro-blemáticas de la sociedad en la cual se inser-ta el individuo y cómo los aspectos socialesque ordenan al colectivo social en toda suamplia significación determinan en el histo-riador los modos de concebir la práctica his-toriográfica y la forma en que construye elconocimiento histórico. Esta sección deltomo II no es original ni tampoco inédita,sino que es una reelaboración de ideas y pro-puestas interpretativas publicadas anterior-mente por Gazmuri en trabajos anteriores,entre ellos Chile en el siglo XX y 100 Años decultura chilena: 1905-2005. Este es un aspectoreiterativo en la obra historiográfica de Gaz-muri, quien sostiene la necesidad de revisaruna y otra vez la propia producción historio-gráfica y otorgarle un nuevo significado deacuerdo a patrones interpretativos distintos.

En la segunda parte, en tanto, generosaen capítulos auque cometida en la extensiónde las páginas, Gazmuri examina aspectos decontinuación de la historiografía decimonó-nica presentes en el siglo XX, algunos deellos continuadores del positivismo, y otrosvinculados con otras tendencias, de carácterautoritario y nacionalista, como es el caso deAlberto Edwards, Francisco Antonio Encina yJaime Eyzaguirre, este último el historiadormás representativo del hispanismo historio-

gráfico, aspecto que ha sido tratado con másprofundidad por Isabel Jara en De Franco aPinochet: el proyecto cultural franquista en Chile,1936-1980 (2006). Es el caso también del so-cial-cristiano, aunque el influjo del pensa-miento cristiano con énfasis en lo social serámenos significativo y carecerá de una escuelade historiadores claramente distinguible; suobra será exigua y escaso su ascendiente. Encuanto a las tendencias historiográficas pro-pias del siglo XX, aquellas que nacen y sedesenvuelven desde y a partir de ideologías oidearios políticos totalitarios, destacan, conmayor o menor nivel de relevancia en el ám-bito intelectual chileno ligado a los profesio-nales que practicaron la investigación históri-ca, tanto el nacionalismo, el nazismo y elfascismo, por un lado, y el socialismo, el mar-xismo, el leninismo y el trotskismo, por elotro. Destacan en el primer grupo, aunquecon matices y disparidad de obra, Jorge Prat,Gonzalo Vial, Mario Barros van Büren, Gui-llermo Izquierdo Araya, Carlos Keller y Ser-gio Fernández Larraín; en el segundo grupo,en tanto, se manifiesta un conjunto de histo-riadores con bases metodológicas y teóricasmás consistentes, siendo capaces de desarro-llar una propuesta historiográfica de largo al-cance, con herramientas analíticas de mayorprofundidad, como es el caso de Julio CésarJobet, Marcelo Segall, Hernán Ramírez Neco-chea, Jorge Barría Serón y Luis Vitale.

Insistiendo en la idea de que la historio-grafía chilena del siglo XX, especialmentedesde 1920 en adelante, estará inmersa enlos procesos mundiales y en las principalesproblemáticas historiográficas globales, Gaz-muri explora otras perspectivas de análisisrespecto de las tendencias historiográficasque son reconocibles entre los historiadoreschilenos que, a diferencia de lo que ocurridoen el siglo XIX con el positivismo y el empi-rismo cientificista, los del siglo XX tendránformación académica, se insertan en espacioslaborales específicos a la labor de investiga-dores y serán propenso a la apertura de nue-

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vos paradigmas historiográficos. En este nue-vo escenario cabe nombrar el influjo de laEscuela de los Annales y la Nouvelle Historieen Mario Góngora, Álvaro Jara o RolandoMellafe, la penetración del concepto de“frontera” y los temas asociadas a la vidafronteriza, como en el caso especial de Ser-gio Villalobos o bien la influencia de las cien-cias sociales, aspecto que estará presente enlos historiadores ya nombrados, quienes rea-lizarán un trabajo historiográfico interdisci-plinario en diálogo con disciplinas como laantropología, la economía o la sociología,como ocurre con quienes han recibido elPremio Nacional de Historia, tales como Lau-taro Núñez, Mario Orellana, Eduardo Cavie-res o Gabriel Salazar, por nombrar algunos.

A partir de estos y otros aspectos, Gazmuriconsidera que la historiografía chilena du-rante estos cincuenta años tendrá algunoselementos característicos que la diferenciade otros periodos de la historiográfica chile-na, a saber: la diversidad de temas de investi-gación, el auge de la biografía y al apariciónde nuevos géneros historiográficos, la con-fluencia entre literatura, arte e historiogra-fía, la relevancia que adquieren las universi-dades en la disciplina historiográfica, lainstitucionalización de esta práctica a travésde la Academia Chilena de la Historia, la ex-plosión de la producción historiográfica,existencia de diferentes tipos de revisionis-mos historiográficos, la diversidad de vertien-tes doctrinarias e intelectuales, más y mejoracceso a los archivos y repositorios documen-tales, decadencia de la historias generales endetrimento del auge de las monografías y,por último, la extracción social de clase me-dia a la cual pertenece la gran mayoría de loshistoriadores. Cambian los medios tecnológi-cos y se transforman a su vez las formas deemprender el trabajo historiográfico, lo quetendrá repercusiones significativas en la me-dida que se abren nuevas posibilidades de le-vantamiento de fuentes y soportes escritura-les.

Finalmente, la tercera parte del libro, re-ferida al ensayo bibliográfico sobre la histo-riografía chilena entre 1920 y 1970, está divi-dida a su vez en 36 entradas temáticas,algunos de ellos breves y otras extensas quecondensan, en ambos casos, la producciónhistoriográfica que se ha publicado en Chile,no siempre a cargo de historiadores, puestambién hay abogados, literatos, arquitectos,ingenieros, militares, archivistas, biblioteca-rios, musicólogos, estetas, científicos, religio-sos, economistas, pedagogos, médicos, perio-distas o diplomáticos. El criterio en estasección del libro es de orden alfabético tantoen la entrada temática como en el listado denombres que se incluye en cada una de ellas,de manera que existe un cruce onomásticoentre las distintas entradas temáticas, de talmanera que un autor puede encontrarse cita-do en uno o más entradas temáticas. Desta-can, tanto por su amplitud de referencias bi-bliográficas como por los aportes alconocimiento histórico, los capítulos referi-dos a la historiografía de la arquitectura, delarte, del derecho, institucional, eclesiástica,regional, intelectual, militar, social, urbana,política, de la literatura, de la economía, dela educación, de la Guerra del Pacífico y dela Guerra Civil de 1891, de la medicina, de lamúsica, del periodismo, de las relaciones in-ternacionales, como también las biografías,bibliógrafos y archivistas, genealogistas, culti-vadores de manuales o historias generales ymemorialistas. En este sentido, la palabra his-toriografía hay que entenderla en relación atodo tipo de trabajo intelectual, provenientedesde cualquier tipo de disciplina o ámbitoya mencionado, que sea un aporte para elconocimiento histórico, independiente de siexiste o no voluntad de hacerlo y una meto-dología investigativa y uso de un lenguajeapropiado.

El calificativo de “ensayo” que Gazmuri leotorga a esta parte del libro se ajusta a casospuntuales y específicos, considerando quesolo en el caso de los historiadores profesio-

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nales, aquellos que tuvieron una formaciónuniversitaria, hicieron carrera académica yelaboraron un corpus de obras sistemático yprolongado, Gazmuri se extiende sobre ellospara abordar su producción intelectuales a laluz de sus antecedentes biográficos y formati-vos, su horizonte de pensamiento, su pro-puesta de trabajo y el paradigma hermenéuti-co que cobija su quehacer historiográfico. Esel caso, por nombrar los más relevantes, deEugenio Pereira Salas, Ricardo Donoso, Nés-tor Meza, Ricardo Krebs o Armando de Ra-món, además de los ya nombrados Jara, Me-llafe, Vial, Villalobos y Góngora, quizás elhistoriadores más citado en el tomo II, po-niendo de manifiesto la centralidad que tuvosu trabajo disciplinar, su ascendiente docen-te, la labor formativa que desarrolló en laUniversidad de Chile y la Universidad Católi-ca, la relevancia de sus libros y la permanen-te innovación temática y metodológica de susinvestigaciones. Los aportes de Góngora a laprofesión de historiador son amplios, tanto anivel humano como académico y las huellasque dejó entre sus alumnos exaltan sus cuali-dades docentes e investigativas.

Si en el anterior tomo Gazmuri había reali-zado un trabajo de gran valor para sintetizar yorganizar el material bibliográfico referido ala etapa formativa –si es que podemos llamar-la de algún modo–, de la historiografía chile-na a partir de 1842, en el tomo II, en cambio,Gazmuri establece bases sólidas para el cono-cimiento de la práctica y producción historio-gráfica durante la etapa de consolidación deesta, periodo caracterizado por la creación deEscuelas o Institutos de Historia autónomosde los departamentos pedagógicos, la forma-ción universitaria del historiador, la profesio-nalización de la disciplina historiográfica, elperfilamiento del historiador que desarrollasu trabajo al amparo de la docencia y la inves-tigación académica y la existencia de revistasespecializadas. Considerando estas dos instan-cias, que forman parte de un proyecto únicodestinado a poner de relieve el corpus histo-

riográfico nacional, ambos tomos de La histo-riografía chilena de Gazmuri convierten a estaobra, sin duda, en el trabajo historiográficomás completo realizado hasta entonces y posi-blemente difícil de superar, al menos en laforma y la concepción en que está organiza-do. Es, a la vez, pese a los errores de datos,fechas e información que ellos contienen, unmaterial de imprescindible consulta paraquienes se dedican a la investigación históri-ca. Conocer la producción historiográfica chi-lena es conocer a su vez las prácticas del tra-bajo historiográfico, como así también saberde nuestros predecesores y de quienes noshan formado académica y humanamente, di-recta o indirectamente, en el entendido deque todo historiador es deudor de una tradi-ción y de que toda tradición historiográfica esal mismo tiempo una manera de entender lavida y las relaciones sociales.

Santiago Aránguiz PintoUniversidad Diego Portales

Elisa Luque Alcaide, Iglesia en América latina(siglos XVI-XVIII). Continuidad y renovación,Pamplona, Ediciones Universidad de Nava-rra, 2008, 395 pp. ISBN 9788431325558.

El libro recoge un conjunto de trabajos dela autora en una nueva síntesis que logra daruna imagen de algunos aspectos de la histo-ria de la Iglesia en la América española entrelos siglos XVI al XVIII muy poco considera-dos. Para ello, el estudio está dividido en dospartes. La primera dedicada a la evangeliza-ción y eclesialización americana en los siglosXVI y XVIII, la segunda centrada en el rega-lista siglo XVIII y su principal manifestacióncolonial, los concilios convocados por elTomo Regio de 1769. La novedad del libro esla de destacar, sobre este trasfondo, la llega-da de un impulso de reforma desde la SantaSede nacido del sínodo romano de 1725 con-vocado por Benedicto XIII y difundido por

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

Benedicto XIV a mediados del siglo XVIII,presente en los concilios americanos. Es unlugar común en la historiografía americanacolonial, pero también en la del siglo XIX,afirmar la lejanía de América con Roma, rela-ción que recién habría empezado a desarro-llarse con las repúblicas independientes deci-monónicas. Elisa Luque estudia, y demuestra,la difusión e impacto de todas las disposicio-nes jurídicas y canónicas romanas tanto entrelos obispos presentes en los concilios provin-ciales, como entre los fieles que acudían alSumo Pontífice para solicitar privilegios yexenciones, pese al control que se tendíadesde Madrid. Una exhaustiva investigaciónde la autora en los Archivos Vaticanos sostie-ne estas conclusiones permitiéndole asimis-mo afirmar que garantizaba la libertad de losfieles frente a la intromisión monárquica. Es-tas conclusiones se aplican y son fruto de unestudio principalmente de la Nueva España,aunque hay análisis de los otros conciliosprovinciales americanos.

Los temas señalados son analizados a lo lar-go de seis frondosos capítulos y una introduc-ción que resume las principales conclusionesde la historiografía sobre la temprana implan-tación de la Iglesia en América, haciendo hin-capié en el paso desde una Iglesia misional auna jerárquica. Tres elementos destacaron enla configuración de la Iglesia. El primero, eldesarrollo de un laicado con iniciativas de be-neficencia y culto que supo encontrar vías deacceso a Roma. En concreto, entre las nume-rosas cofradías, una de ellas, la del Santísimo,fue agregada a la Sede Apostólica y a las basíli-cas romanas. En segundo lugar, se celebró elIII Concilio provincial mexicano con el fin deconfigurar la vida cristiana del virreinato.Para lo cual se decidió publicar una guía quefacilitase esta tarea a los sacerdotes publican-do una guía de moral cristiana que regulaba alas profesiones. Por último, se produjo la lle-gada de la Compañía de Jesús, que introdujocolegios en los que se aplicaba la Ratio Studio-rum, arribando con ellos el proyecto de refor-

ma de la Iglesia del Concilio de Trento. Enrelación a los indios, apoyaron su ordenaciónsacerdotal y difundieron entre ellos la comu-nión eucarística. Los jesuitas llegaron en elmomento en que la Iglesia novohispana seaprontaba para celebrar el concilio provincialque daría las directivas para implantar Trentoen la Iglesia virreinal que ya había hecho latransición de misionera a diocesana. Ante eldesafío, el arzobispo de México pidió a cléri-gos y laicos que sugirieran temas de análisisen el concilio, lo que efectivamente ocurrió.Aunque los catecismos y documentos elabora-dos en esa asamblea no han sido publicados,Elisa Luque pudo acceder a ellos por mediode un verdadero tour de investigación en Es-paña, México, los Estados Unidos y Roma, porlo que ha podido detectar la influencia de lossínodos de Guadix y Granada, sobre todo enlos aspectos vinculados a la vida cristiana delos recién conversos. Y, sobre este trasfondo,destacar la influencia del obispo Pedro de Fe-ria, y la perspectiva eclesiástica misional queimpregna su Memorial enviado al concilio.Perspectiva opuesta a la conciliar, centrada enla labor diocesana y parroquial.

Pero una de las aportaciones más signifi-cativas de este libro es la de mostrarnos porprimera vez los aportes laicos al concilio pormedio de los memoriales elevados laicos. En-tre ellos la autora analiza el enviado por loscabildantes de la ciudad de México, en losque abordan los temas de los indios (cuyosderechos defienden los cabildantes), los crio-llos (se pedía que no hubiera diferencia enla consideración de los dos cleros en la provi-sión de curatos y se abogaba por la promo-ción de los criollos), la infancia mestiza (sepedía que continuara la enseñanza en el co-legio de San Juan de Letrán destinado a losniños mestizos), la mujer (se apoyaba la en-trada a los conventos y la libertad de ingre-so). Los temas fueron considerados por elconcilio, que analizó además los abusos quese producían contra los indígenas, tema que,junto con el de la guerra chichimeca (consi-

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

derada injusta), fue denunciado ante el reyal que también se elevaron las propuestassurgidas del concilio sobre estos aspectos.

Los desafíos de la evangelización a los in-dígenas también formaron parte de los deba-tes del concilio, en particular se incluyeronlas principales conclusiones de los cronistasde las órdenes religiosas que dieron los con-tenidos de la catequesis destinada a los in-dios. La autora analiza en este contexto loscatecismos de Domingo de Betanzos, queacentúa al Dios Creador, y de Pedro de Feria,que se centra en la paternidad de Dios. Entrelos cronistas, el más fecundo fue el francisca-no Jerónimo de Mendieta, quien propiciabael surgimiento una jerarquía eclesiástica re-gular destinada a la conservación de la con-versión de los indios. Por su parte, el domini-co Agustín Dávila Padilla fue testigo deltemprano proceso de secularización de doc-trinas, defendiendo a los regulares como losmás apropiados para llevar a cabo la tareaevangelizador. Por último, el agustino Juande Grijalva recoge además del problema dela secularización de las doctrinas, el de lasrivalidades entre las órdenes religiosas y lasdivergencias entre frailes peninsulares y crio-llos en el seno de las mismas. Con respecto alos indios, los sitúan dentro del orden colo-nial al diferenciarlos de la sociedad criollaque ya había alcanzado una madurez urbana.

La política centralizadora impulsada porlos Borbones en el siglo XVIII implicó parala Iglesia y el clero americano la identifica-ción con los fines de la Corona. Con ese fin,esta última puso en marcha una reformaeclesial de corte regalista, cuyas manifestacio-nes más culminantes fueron la expulsión dela Compañía de Jesús y el real decreto de1769 que convocaba concilios provincialesamericanos en México, Lima, Charcas y San-ta Fe de Bogotá. Si bien por un lado hubo unproyecto carolino de reforma, también laIglesia americana detrás para renovar algu-nos aspectos de su vida que se considerabanobsoletos. En los concilios se promovió la re-

forma de los regulares para instarlos a volvera la observancia de las reglas. Sin embargo,había precedido al tomo regio el pedido alrey de permiso para realizar un sínodo en ladiócesis de Charcas por parte del obispo Ar-gandoña, cuyos debates se apoyaron en laobra De Synodo Diocesana del papa BenedictoXIV. En ella, el Papa relanzaba las asambleasdiocesanas propuestas en Trento, como de sulucha contra el deísmo, ante cuyos embatesimpulsaba la predicación, la catequesis, pro-movía los seminarios y la formación perma-nente del clero secular. El fin era sobrenatu-ral y tendía a profundizar la unidad con elVicario de Cristo. También puede detectarsela influencia de la reforma lambertiniana enlos concilios dieciochescos americanos, losque se enlazan de esta manera con Trento.

El concilio provincial mexicano de 1771es uno de los más analizados en el libro, enespecial los debates relativos a impulsar unanueva evangelización de los indios y su in-corporación a la cultura novohispana. Temaque, en realidad, formaba parte del proyec-to educativo ilustrado de Carlos III destina-do a los indígenas, cuyo objetivo central eraabrirles el acceso a todos los niveles de ense-ñanza. Sin embargo, la praxis de los siglosanteriores los segregaba. Al analizar estacontradicción, la autora muestra dos posi-ciones antagónicas con respecto a los indí-genas originadas en la conquista y presenteshasta nuestros días. Se trata de la que apues-ta por una integración del indígena y deleuropeo, por un lado, y la contraria, por elotro.

Finalmente, dos capítulos dedicados a loslaicos en el siglo XVIII cierran la obra. Espe-cíficamente uno estudia la cofradía de Arán-zazu en México y el otro la compara con lahomónima en Lima. Ambas, fruto de una li-bre asociación entre los vascos, tenían comoobjetivo el culto y la asistencia al grupo quela conformaba. Fueron asimismo un modeloético para los propios miembros. La mexica-na tuvo también fines culturales.

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

En suma, este libro permite comparar lasmotivaciones y contenidos de los conciliosamericanos y, en ese sentido, propone unaimagen integradora de la Iglesia americanade la época. La solidez de los argumentos ladan la utilización de fuentes inéditas y laperspectiva de análisis teológico de los te-mas, pocas veces abordada por la compleji-dad que supone al historiador, pero que ElisaLuque explica con una sencilla profundidadque permite entenderla.

Lucrecia EnríquezPontificia Universidad Católica de Chile

Mateo Martinic Beros, La Medicina en Maga-llanes. Noticias y consideraciones para su historia.Talleres de “La Prensa Austral”, Punta Are-nas, 2009. 300 pp.

Para los aborígenes australes, desde lamás remota antigüedad hasta el tiempo delcontacto con los foráneos, el cuidado de lasalud fue una necesidad existencial. Las en-fermedades fueron vistas como accidentes uobras de maleficio y, por lo tanto, las medici-nas curativas fueron desde lo natural hasta lomágico.

Para los foráneos que arriban a la zona apartir del siglo XVI, la atención sanitaria fuecosa de preocupación diaria que atendieroncon escasa ciencia y como mejor pudieron.Solo a partir del siglo XIX se emprende unhonroso y progresivo esfuerzo para mejorarla atención sanitaria, con cada vez mejoreselementos humanos, tecnológicos y de infra-estructura, hasta alcanzar en nuestros días unsatisfactorio estado de la cuestión.

De ello trata este libro que da cuenta deuna historia diferente y estimulante.

Mateo Martinic Beros, nacido en PuntaArenas en 1931, es profesor emérito de laUniversidad de Magallanes, Premio Nacionalde Historia año 2000, Premio Bicentenarioaño 2006, miembro de diversas instituciones

académicas de Chile y el extranjero, y fecun-do historiador, autor de más de quinientos tí-tulos, entre libros, monografías, ensayos, capí-tulos en libros y artículos en revistas y diarios.

En este, su último libro, aborda el tema dela medicina en su región magallánica a partirde su prehistoria; también, durante la épocadel descubrimiento y conquista del territorio,es decir hasta mediados del siglo XIX; paraseguir con valiosos aportes al conocimientode la salud pública en la Colonia de Magalla-nes (1843-1894); al adelanto sanitario entreeste último año y 1952; culminando con lamodernidad sanitaria y la evolución de la sa-lud pública en la segunda mitad del siglo XX.

Nos dice el autor en su Prólogo que laidea de escribir sobre esta materia no se lehabía pasado por la cabeza, hasta que un mé-dico local se la sugirió en el año 2007. Deinmediato comenzó su proceso mental paradar forma a la obra y, en un año de intensotrabajo, pudo entregar este nuevo productode su talento historiográfico. El subtítulo de“Noticias y consideraciones para su historia”,que complementa el título de “La Medicinaen Magallanes”, estuvo destinado a salvarcualquiera omisión, teniendo en cuenta queel ensayo habría de interesar a los profesio-nales de esta ciencia, por lo que cabía espe-rar una apreciación más exigente que la deun lector común.

En el capítulo destinado a la salud públicaen la Colonia de Magallanes (1843-1894), sedan muy interesantes noticias sobre el climade Punta Arenas al tiempo de la ocupación,obtenidas de una carta de Bernardo EunomPhilippi, uno de los hombres responsablesdel éxito de la misión y, sin duda, el más ilus-trado de ellos, fechada en la goleta “Ancud”,surta en la bahía de San Juan, en la que elautor resumía sus impresiones desde la parti-da de Chiloé hasta el día de la posesión so-lemne. En ella dice: “En cuanto al clima, elcapitán Williams dice que... lo considera su-perior y mucho más seco que el de Chiloé,de lo que tenemos una prueba evidente: Yo

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

no me he humedecido la ropa desde que salíde los Chonos. La temperatura es, poco máso menos, la misma de Valparaíso, cuando so-pla un sud fuerte”. También en esta parte dellibro se trata de los profesionales a cargo dela salud en la Colonia, y de los primeros re-cintos hospitalarios, para seguir en la seccióndestinada a los adelantos sanitarios de 1894 a1952, con los mejoramientos del sector, la in-corporación de organismos privados, como laSociedad Damas de Caridad, de 1898, la So-ciedad Dolores de Beneficencia, de 1902, elCuerpo de Asistencia Pública, de 1903; el Co-mité Central de la Cruz Roja de Magallanes,de 1905; y su reconocimiento como InstitutoCentral de Chile de la Cruz Roja Internacio-nal, en 1909, lo que le otorgó honrosa prima-cía en el país.

No es necesario extenderse más en la pre-sentación de este libro que, como muchasotras obras de Mateo Martinic, honra a suautor y exalta con maestría un nuevo aspectodel desarrollo de la región magallánica.

El libro se complementa con un abundan-te, adecuado y hermoso material gráfico; conuna cronología de hechos significativos en lahistoria sanitaria de la Región de Magallanes;y con una mención de fuentes éditas e inédi-tas consultadas por el autor para dar forma aeste ensayo de muy recomendable lectura.

Sergio Martínez BaezaAcademia Chilena de la Historia

Cornelio Saavedra. Documentos relativos a laocupación de Arauco (reedición). Publicaciónde la Cámara Chilena de la Construcción,Pontificia Universidad Católica de Chile y Di-rección de Bibliotecas, Archivos y Museos. In-troducción de Manuel Ravest Mora. VersiónProducciones Gráficas Ltda., Santiago, 2009.390 pp.

Este libro es reedición de la obra de Cor-nelio Saavedra Rodríguez, del año 1870 (Im-prenta Libertad, Santiago), cuando su autor

era diputado por Nacimiento y Angol al Con-greso Nacional, que contiene los informespor él emitidos al gobierno acerca de su pro-yecto de desplazar más al sur la fronteraaraucana del Biobío. La publicación de su li-bro, que costeó de su peculio, tuvo comopropósito el ilustrar a sus colegas de la Cáma-ra sobre la conveniencia de tal acción. Ade-más, hacía ver el efecto regresivo que aca-rrearía la negativa del Congreso a autorizaral Ejecutivo para el financiamiento de lacampaña y hacía algunas recomendacionesque creía necesarias, en la proximidad de po-ner término a su carrera militar.

Cornelio Saavedra fue intendente y co-mandante de Armas de Arauco, en 1858. Sele confió la misión de pacificar y ocupar laAraucanía. Avanzó la frontera del Biobío has-ta el Toltén, sostuvo parlamentos con los in-dígenas, construyó caminos y puentes, fundófuertes y fortines. Permaneció cerca de vein-te años en territorio mapuche, tras lo cual elpresidente Aníbal Pinto lo designó como mi-nistro de Guerra y Marina.

La obra original de Saavedra lleva el largonombre de Documentos relativos a la ocupaciónde Arauco que contienen los trabajos practicadosdesde 1861 hasta la fecha por el Coronel de Ejérci-to D. Cornelio Saavedra, y demás antecedentes quepueden contribuir a ilustrar el juicio de los SeñoresDiputados en la próxima discusión sobre el últimoproyecto del Ejecutivo.

La tirada original del libro de Saavedradebió ser muy limitada y ya no se hallaba enbibliotecas ni librerías. Las entidades patroci-nantes interesadas en la reedición, conside-raron que esta obra era importante para elconocimiento de la incorporación de la re-gión de Arauco a la soberanía nacional, yello las movió a emprender su publicación,confiando la redacción de un estudio intro-ductorio al licenciado en Ciencias Jurídicas,Políticas y Sociales, abogado Manuel RavestMora, autor de varios trabajos de historia mi-litar, especialmente relacionados con la Gue-rra del Pacífico.

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

En el estudio preliminar de Ravest, titula-do “Arauco... siempre Arauco”, su autor nosdice que Cornelio Saavedra escribió su libro,con el laconismo propio del estilo castrense,para mostrar la historia oficial de la ocupa-ción armada del espacio situado entre el Bio-bío y el Malleco, del litoral araucano hasta ladesembocadura del Toltén y de la reacciónde un segmento mapuche frente a la invasiónde los “chilenos” que cumplían con el deberde someter a todo al territorio nacional y atodos sus habitates al imperio de la Constitu-ción. Poco antes, Domingo Faustino Sar-miento había escrito que “entre dos provin-cias chilenas (Arauco y Valdivia), había unterritorio que no era Chile, si ese era el nom-bre de un país donde flotaba su bandera yeran respetadas sus leyes”.

Dice el prologuista que, según el plan deSaavedra, el avance hasta el Malleco comen-zó en 1862 y fue concebido como una ocupa-ción pacífica, civilizadora, que, junto con res-petar parte del suelo a los naturales,permitió al Estado disponer del resto. Los te-rrenos del valle central al sur del Biobío fue-ron comprados y pagados por el Estado enbuenas monedas de plata hasta dos o tres le-guas más al sur del Malleco. En el litoral, losterrenos aptos para poblaciones también fue-ron adquiridos por compra amigable y ajusta-dos a precios convenientes.

A fines de 1867, apenas emplazados losprimeros fortines en la rivera del Malleco, losindios comenzaron sus ataques y el presiden-te Pérez se vio obligado a solicitar recursos alCongreso para reforzar el contingente mili-tar de la frontera y renovar esta petición enlos años siguientes. Ante su tercer requeri-miento, Saavedra publicó e hizo circular sulibro, apoyando la solicitud del Ejecutivo.

La llamada pacificación, reducción, con-quista u ocupación de la Araucanía habría deconcluir en Villarrica en 1883, veinticuatroaños después del frustrado intento del inten-denbte de Arauco Francisco Bascuñán, en1859. Varios factores explican tanta dilación,

siendo uno de ellos la Guerra del Pacífico.Pero también debe tenerse en cuenta que losnaturales no eran los mismos cantados porErcilla en “La Araucana”. Dos y media centu-rias sin que nadie intentara fundar o refun-dar ciudades en territorio araucano; un sigloy fracción sin malocas para capturar y esclavi-zar naturales; el mestizaje; los parlamentos;los beneficios de la paz y sus derivados, comoel trueque, el comercio, la adopción de usosy costumbres civilizados; habían gestado enlas tribus una actitud completamente distintaa la originaria, sobre todo en la zona costina,por la constante presencia en ella de misio-neros cristianos. Los “chilenos” eran, a suvez, hijos del siglo XIX y contaban con unpoder ofensivo incontrarrestable. Así, en elalzamiento final (1880-1882), único al que seplegaron todas las tribus, el enfrentamientodebió hacerse con las otrora temidas lanzasde coligüe, ahora inservibles. Los valientesdefensores de Arauco ni siquiera pudieronacercarse a los recintos fortificados, pues fue-ron barridos por las modernas ametrallado-ras Gatling con que contaba el ejército.

La ocupación estuvo acompañada de mu-chos excesos. Aunque no obedecieron a unapolítica preconcebida, fueron resultado delinevitable choque de fuerzas, de los abusosde la soldadesca y de los pobladores fronteri-zos, algunos menos confiables que los indios,al decir de don Antonio Varas. Fue más unaguerra de recursos que una guerra de exter-minio, como han pretendido algunos. Antela quema de rucas, arrasamiento de plantíosy sembrados y la captura de ganados, el dia-rio El Ferrocarril, de 23 de noviembre de 1869decía. “La guerra que hoy se hace a los salva-jes es guerra de inhumanidad, guerra impru-dente, guerra inmoral”. Incluso El Mercurio,partidario de la ocupación armada, se pre-gunta el 5 de febrero del mismo año: “Si so-mos civilizados, ¿cómo es posible que haga-mos al araucano una guerra de salvajes?”.

En su libro Saavedra señala que ha solici-tado su retiro absoluto del Ejército, a fin de

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

hacer saber a sus colegas de la Cámara deDiputados que su futuro no está ligado a susrecomendaciones para poner término a lacampaña de Arauco. Cree indispensable queel país no decida una ocupación rápida y vio-lenta, sino una más lenta y pacífica. Bajo lacondición de usar una táctica mixta de suges-tiones amigables y de paz armada, cree posi-ble la completa reducción del territorio endos años, con un refuerzo de 2.500 hombresy un gasto de dos millones de pesos. Si no seautoriza al Presidente a mantener tropas enla nueva frontera, todo el esfuerzo anteriorhabrá sido inútil. No acepta el exterminio delos indios para reducirlos a la obediencia,sino que prefiere utilizar los medios disponi-bles para hacer una conquista civilizada “sinexponer al país a sacrificios cruentos y sinderramar inútilmente la sangre de enemigosque no pueden hacernos competencia en loscampos de batalla”.

La autorización de recursos solicitada porel Ejecutivo y apoyada por Saavedra, fueaprobada en la Cámara por 47 votos a y 20 encontra. Concluido el proceso de incorpora-ción de las tierras araucanas a la instituciona-lidad chilena, el tratamiento dado a ellas porla autoridad y las políticas seguidas por susmoradores y descendientes, han sido y sonmateria de discusión.

En la última década la violencia ha retor-nado al viejo Arauco. Agricultores han vistoincendiadas sus casas y galpones, lecherías,vehículos y sembrados. Empresas forestaleshan sufrido la destrucción de sus maquina-rias y camiones. Inversionistas de la bajafrontera han viso consumidos por el fuegosus desarrollos turísticos. El motivo es la re-cuperación de tierras usurpadas en algúnmomento del proceso de ocupación, para serdevueltas a sus legítimos dueños las comuni-dades indígenas.

De allí la importancia y actualidad deesta obra que contiene los informes emiti-dos por Saavedra entre 1861 y 1870, másotros muchos documentos y planos, destina-dos todos a una mejor comprensión de lahistoria de Arauco, que podrá ser interpre-tada una y mil veces, pues la exégesis histo-riográfica no está sujeta a la autoridad decosa juzgada.

Solo resta agradecer a la Cámara Chilenade la Construcción por haber hecho posiblela publicación de este libro y haberlo inclui-do en su Biblioteca Fundamentos de la Cons-trucción de Chile.

Sergio Martínez BaezaAcademia Chilena de la Historia

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Orden deprecedencia

BOLETÍN DE LAACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

Año LXXIV - No 118 - 2009 - 454-460ISSN 0716-5439

ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA 2010

JUNTA DIRECTIVA

PresidenteJOSÉ MIGUEL BARROS FRANCO

Secretario perpetuoRICARDO COUYOUMDJIAN BERGAMALI

TesoreroADOLFO IBÁÑEZ SANTA MARÍA

BibliotecarioISIDORO VÁZQUEZ DE ACUÑA

CensorANTONIO DOUGNAC RODRÍGUEZ

ACADÉMICOS DE NÚMERO

MedallaN°

1. P. Gabriel Guarda Geywitz O.S.B (5 de junio 1965) 22. D. Carlos Aldunate del Solar (2 de octubre 1984) 133. D. Juan Ricardo Couyoumdjian (29 de octubre de 1985) 154. Dª. Teresa Pereira Larraín (2 de diciembre de 2003) 275. D. Javier Barrientos Grandon (5 de octubre de 2004) 296. D. Sergio Martínez Baeza (15 de junio de 1982) 107. D. Santiago Lorenzo Schiaffino (19 de mayo de 1998) 218. D. Leonardo Mazzei de Grazia (24 de noviembre de 2009) 339. D. Luis Lira Montt (30 de junio de 1975) 510. D. Pedro Cunill Grau (6 de julio de 1972) 411. D. Julio Retamal Favereau (14 de abril de 1992) 1812. D. Antonio Dougnac Rodríguez (14 de mayo de 1991) 1613. D. Hernán Rodríguez Villegas (21 de septiembre de 1984) 12

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14. D. Fernando Silva Vargas (7 de junio de 1972) 315. D. Alejandro Guzmán Brito (15 de abril de 1982) 916. D. Horacio Aránguiz Donoso (8 de noviembre de 1982) 1117. Pbro. Fernando Retamal Fuentes (18 de mayo de 2004) 2818. D. José Miguel Barros Franco (9 de noviembre de 1977) 719. D. Juan Guillermo Muñoz Correa (15 de mayo de 2001) 2620. D. Enrique Brahm García (Electo)21. D. Rodolfo Urbina Burgos (20 de julio de 1999) 2322. D. Joaquín Fermandois Huerta (2 de junio de 1998) 2223. Dª. Regina Claro Tocornal (16 de mayo de 2000) 2524. D. Bernardino Bravo Lira (7 de mayo de 1985) 1425. D. Adolfo Ibáñez Santa María (31 de mayo de 2005) 3026. D. Cristian Guerrero Yoacham (28 de mayo de 1976) 627. D. José Ignacio González Leiva (25 de noviembre de 2008) 3228. D. Jorge Hidalgo Lehuedé (11 de noviembre de 2008) 3129. Vacante30. D. Juan Eduardo Vargas Cariola (7 de mayo de 1996) 2031. Vacante32. D. Ricardo Krebs Wilckens (17 de noviembre de 1955) 133. D. René Millar Carvacho (12 de mayo de 1992) 1934. Dª. Isabel Cruz Ovalle (28 de mayo de 1991) 1735. D. Isidoro Vázquez de Acuña (25 de julio de 1978) 836. D. Cristian Gazmuri Riveros (4 de abril de 2000) 24

ACADÉMICOS CORRESPONDIENTES EN CHILE

1. D. Raúl Bertelsen Repetto 20 de octubre de 1981, en Valparaíso.2. D. Juan de Luigi Lemus 20 de octubre de 1981, en Concepción.3. D. Sergio Carrasco Delgado 20 de octubre de 1981, en Concepción.4. D. Mateo Martinic Beros 20 de octubre de 1981, en Punta Arenas.5. P. Osvaldo Walker Trujillo O.S.A 8 de septiembre de 1992, en Concepción.6. D. Jorge Martínez Busch 8 de septiembre de 1992, en Valparaíso.7. D. Carlos Salinas Araneda 25 de junio de 1996, en Valparaíso.8. D. Jaime González Colville 23 de junio de 1996, en San Javier y Villa Alegre.9. D. Juan Andrés Medina Aravena 23 de octubre de 2000, en Concepción.10. D. José Antonio González Pizarro 13 de noviembre de 2001, en Antofagasta.

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ACADÉMICOS CORRESPONDIENTES EN EL EXTRANJERO

EUROPA

España

Los Académicos de Número de la Real Academia de la Historia (Madrid)

1. D. Carlos Seco Serrano (21 de enero de 1977)2. D. Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón (14 de diciembre de 1980)3. D. Juan Vernet Ginés (10 de mayo de 1981)4. D. Miguel Artola Gallego (2 de mayo de 1982)5. D. Manuel Fernández Álvarez (8 de enero de 1987)6. D. Vicente Palacio Atard (24 de enero 1988)7. D. Eloy Benito Ruano (22 de mayo de 1988)8. D. Joaquín Vallvé Bermejo (2 de abril de 1989)9. D. José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano (7 de mayo de 1989)10. D. José María Blázquez Martínez (4 de enero de 1990)11. Dª. María del Carmen Iglesias Cano (4 de noviembre de 1991)12. D. Miguel Ángel Ladero Quesada (26 de enero de 1992)13. D. José Ángel Sánchez Asiaín (8 de abril de 1992)14. D. Faustino Menéndez Pidal de Navascués (17 de octubre de 1993)15. D. Luis Suárez Fernández (23 de enero de 1994)16. D. Martín Almagro Gorbea (17 de noviembre de 1996)17. P. Quintín Aldea Vaquero, S.J. (16 de febrero de 1997)18. D. Alfonso E. Pérez Sánchez (13 de diciembre de 1998)19. D. José Antonio Escudero López (3 de marzo de 2002)20. D. Luis Miguel Enciso Recio (17 de marzo de 2002)21. D. Miguel Ángel Ochoa Brun (15 de diciembre de 2002)22. Dª. Josefina Gómez Mendoza (27 de abril de 2003)23. D. Hugo O’Donnell y Duque de Estrada (1 de febrero de 2004)24. D. Francisco Rodríguez Adrados (22 de febrero de 2004)25. D. Fernando Díaz Esteban (28 de marzo de 2004)26. D. Manuel-Jesús González González (6 de junio de 2004)27. D. Vicente Pérez Moreda (8 de mayo de 2005)28. D. José María López Piñero (27 de noviembre de 2005)29. Dª. Carmen Sanz Ayán (8 de mayo de 2005)30. D. Carlos Martínez Shaw (11 de noviembre de 2007)31. Emmo. Rvdmo. Antonio Cañizares Llovera (24 de febrero de 2008)

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ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA 2010

32. D. Luis Agustín García Moreno (1 de junio de 2008)33. D. Feliciano Barrios Pintado (8 de marzo de 2008)34. D. Luis Antonio Ribot García (Electo)

Otros Miembros Correspondientes en España:

1. D. Ismael Sánchez Bella (28 de mayo de 1985), en Pamplona2. D. Alfredo Moreno Cebrián (14 de agosto de 2001), en Madrid

Alemania:

3. D. Horst Pietschmann (26 de junio de 1990)4. D. Hans Joachim König (26 de junio de 1990)

Francia:

5. D. Francois Chevalier (26 de junio de 1990), en París6. D. Frédéric Mauro (26 de junio de 1990), en Saint-Mandé7. D. Jean Tulard (26 de Junio de 1990), en París

Gran Bretaña:

8. D. John Lynch (25 de junio de 1985), en Londres

Portugal:

9. D. Joaquín Veríssimo Serrao (10 de agosto de 1993), en Lisboa10. P. Henrique Pinto Rema O.F.M. (10 de diciembre de 1996), en Lisboa11. D. Justino Mendes de Almeida (10 de diciembre de 1996), en Lisboa12. D. Antonio Pedro Vicente (10 de diciembre de 1996), en Lisboa

AMÉRICA

Argentina

13. D. José María Mariluz Urquijo (11 de octubre de 1973), en Buenos Aires14. D. Edberto Oscar Acevedo (11 de octubre de 1973), en Mendoza15. D. Eduardo Martiré (25 de junio de 1985), en Buenos Aires

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16. D. Víctor Tau Anzoátegui (25 de junio de 1985), en Buenos Aires17. D. Pedro Santos Martínez Constanzo (22 de julio de 1986), en Mendoza18. D. José María Díaz Couselo (25 de marzo de 1997), en Buenos Aires19 D. Isidoro Ruiz Moreno (25 de marzo de 1997), en Buenos Aires20. D. Tulio Halperin Donghi (12 de noviembre de 2002), en Buenos Aires

Bolivia

21. Dª. Teresa Gisbert de Mesa (12 de septiembre de 1983), en La Paz22. D. José de Mesa Figueroa (12 de septiembre de 1983), en La Paz23. D. Valentín Abecia Baldivieso (9 de abril de 1991), en La Paz24. D. José Luis Roca (9 de abril de 1991), en La Paz25. D. Jorge Siles Salinas (15 de diciembre de 1992), en La Paz

Brasil

26. D. Max Justo Guedes (25 de junio de 1985), en Río de Janeiro

Colombia

27. D. Jaime Jaramillo Uribe (26 de junio de 1990), en Bogotá

Ecuador

28. D. José Reig Satorres (25 de junio de 1985), en Guayaquil

Estados Unidos

29. D. John P. Harrison (11 de diciembre de 1970), en Miami, Florida30. D. Arnold B. Bauer (26 de junio de 1990), en Davis, California31. D. Robert N. Burr (26 de junio de 1990), en Los Ángeles, California32. D. William Sater (26 de junio de 1990), en Los Ángeles, California

México

33. D. Silvio Zavala (30 de diciembre de 1941), en México34. D. José Luis Soberanes (12 de julio de 1994), en México35. D. Andrés Lira González (12 de julio de 1994), en México36. Dª. Gisela von Wobeser (28 de octubre de 2003), en México

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Paraguay

37. Dª. Idalia Flores G. de Zarza (10 de agosto 1982), en Asunción

Perú

38. D. José Agustín de la Puente Candamo (10 de abril de 1956), en Lima39. D. Armando Nieto Vélez, S.J. (13 de agosto de 1985), en Lima40. D. Luis Millones (26 de junio de 1990), en Lima

Australia

41. John Mayo (10 de junio de 2003), en Australia

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INFORMACIÓN SOBRE EL BOLETÍN

INFORMACIÓN SOBRE ELBOLETÍN DE LA ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA

El Boletín de la Academia Chilena de la Historia es una publicación semestraleditada por esta Academia, entidad que es una de las seis que integran elInstituto de Chile. El objetivo de la revista es difundir las investigaciones yestudios que en el campo de la historia, la geografía y sus respectivas cienciasauxiliares realizan tanto los miembros de la Academia como los de las univer-sidades y centros de estudios dedicados a estas disciplinas en Chile y en elextranjero. La publicación está dirigida a los especialistas, a los estudiantes dehistoria y, en general, al público interesado en las referidas materias. El Boletínde la Academia Chilena de la Historia solo considera para su publicación investi-gaciones originales e inéditas.

SISTEMA DE PRESENTACIÓN Y SELECCIÓN

Los colaboradores del Boletín de la Academia de la Historia deberán ceñirse alas normas que se describen a continuación, lo que evitará la intervención delos editores para uniformar los textos de acuerdo a ellas, con los evidentesriesgos de errores. Toda colaboración deberá ser enviada al director de lapublicación, y si cumple con las normas de presentación se encargará suevaluación a miembros especializados en el área a que corresponde el trabajopresentado. En caso de que la evaluación genere diferencias de apreciacionesen la comisión editora, se solicitará una segunda opinión a un par externo. Secomunicará al autor la recepción del trabajo y, en su caso, el hecho de habersido aceptado. Los trabajos rechazados no serán devueltos a sus autores. Lapublicación del artículo supone la cesión del derecho de autor a la AcademiaChilena de la Historia, la que se extiende a la versión impresa y a la electróni-ca, y a su inclusión en catálogos, bibliotecas o sitios virtuales, tanto de lapropia Academia como de las instituciones chilenas o extranjeras con las cua-les esta haya celebrado convenios.

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NORMAS DE PRESENTACIÓN

1. Extensión

La extensión de las colaboraciones se indica en páginas, cuyo total, inclu-yendo láminas y gráficos, no podrá exceder de 65. Para los fines editoriales laextensión de la página se calcula de la siguiente manera: letra Times NewRoman, cuerpo 12, interlineado 1,5, con una media de dos mil 700 caracteres,con espacios, lo que equivale a alrededor de 415 palabras. Las notas al pie depágina irán en cuerpo 10.

2. Entrega del texto

Los trabajos se entregarán en disquete, CD o correo electrónico, digitadosde acuerdo a las indicaciones anteriores. Se acompañarán de un resumen encastellano y otro en inglés, de no más de 20 líneas, y con una lista breve de“palabras clave” en ambos idiomas.

El autor deberá indicar su grado académico, la institución a la que pertene-ce y su dirección (ciudad, país y correo electrónico).

3. Dirección de los envíos

Los interesados en publicar en el Boletín enviarán sus trabajos a

Boletín de la Academia Chilena de la HistoriaAlmirante Montt 454, Santiago, ChileFonofax: 639 93 23E-mail: [email protected]

4. Presentación del texto

El texto se dividirá mediante subtítulos en versales. Cuando los parágrafosresultantes deban ser subdivididos a su vez, se emplearán títulos con tipos deotras características y cuerpos, como alta redonda, alta y baja redonda, versali-ta, o alta y baja cursiva, excepto negrita, cuyo uso no se admite. Las subdivisio-nes del texto pueden ser objeto de numeración, para lo cual se usarán solocifras árabes, sin mezclarla con números romanos o letras. No se recurrirá a ladivisión por niveles mediante números separados por puntos, del tipo 1.1.1,1.1.2, etcétera. Los párrafos de separarán con espacios.

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5. Citas textuales

Se acepta la inclusión de citas textuales si es indispensable para dar mayorclaridad a la exposición. Cuando no exceda de dos líneas se transcribirá enredonda y con entrecomillado doble (i). Una cita dentro de otra irá entrecomillas simples (ii). Cuando se trate de una cita de más de dos líneas setranscribirá separada del texto, sin comillas, en cuerpo 10 y dejando un mar-gen lateral izquierdo mayor (iii).

Ejemplo (i):

Manuel Guirior, virrey de Nueva Granada, formó una instrucción de alcal-des de barrio “a semejanza de lo practicado en España”. En Lima el visitadorJorge Escobedo dictó en abril de 1785 una instrucción basada también en lasdisposiciones peninsulares.

Ejemplo (ii):

Ver la “representación de Manuel José de Silva, en nombre de JerónimoFrancisco Coello, dueño del bergantín ‘San Antonio de los Ángeles’, apresadoen la barra de Río de Janeiro el 18 de agosto de 1801 por el corsario españolmercante ‘Pilar’, de Jerónimo Merino”.

Ejemplo (iii):

Así relata Cárdenas, testigo presencial del nacimiento y primeros días delColegio:

En consideración al estado religioso no solo de Chiloé sino de las otras provin-cias australes, el Presidente de la República, que lo era a la sazón el General D.Joaquín Prieto, y su primer Ministro D. Diego Portales, de acuerdo con laautoridad eclesiástica, determinaron enviar a Italia en busca de misioneros, yaque, como en lo pasado, no era posible recurrir a España.

6. Notas

Todas las notas deben ir a pie de página, y no se aceptarán al final delartículo.

6.1. Libros: Se indica autor (nombre y apellidos, redonda alta y baja),[coma], título (cursivas, alta y baja), [coma] volumen, [coma], tomo, si existeesta subdivisión, entre paréntesis (en número romano o arábigo), [coma]

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editorial, [coma] lugar de edición, [coma] año, [coma] dato de edición (ennúmero volado sobre el año), [coma] y página o páginas de la cita (221; 221-229; 221 y ss.). Cuando se hace remisión a la edición moderna de una obraantigua, la cita sigue las mismas pautas anteriores, indicándose, entre parénte-sis, el año de la primera edición.

Si la obra no indica año, se suple la ausencia con la abreviatura s.d. (sinedie), y cuando no indica el lugar de edición, se suple con la abreviatura s.l.(sine loco).

Ejemplos:

Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile, V, Rafael Jover, editor, Santia-go, 1885, 157.

Fernando Retamal Fuentes, Chilensia Pontificia. Monumenta Ecclesiae Chilen-sia, I, (III), Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1998, 1315 y ss.

Fernando Campos Harriet, Historia Constitucional de Chile. Las institucionespolíticas y sociales, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 19927, 289 y ss.

Alonso de Ovalle, Histórica Relación del Reino de Chile (1646), Santiago,1969, 83.

6.2. Referencias de libros tomados de citas hechas por otro autor.

Se recomienda evitarlas.

6.3. Artículos de revistas: Se indica autor (nombre y apellidos, redonda altay baja), [coma] título (entre comillas, redonda alta y baja), [coma] nombrede la revista (en cursivas alta y baja), precedido de la preposición “en”,[coma] lugar, [coma] volumen y número, [coma] fecha, [coma] y página opáginas de la cita.

Ejemplo:

Julio Retamal Favereau, “El incidente de San Juan de Ulúa y la pugnaanglo-española de fines del siglo XVI”, en Historia, Santiago, 5, 1966, 172-173.

6.4. Artículos publicados en obras colectivas: Se indica autor (nombre yapellidos), [coma], título del artículo (entre comillas, redonda alta y baja),[coma], nombre y apellidos del editor (precedidos de la conjunción “en” y

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seguidos de la abreviatura ed. entre paréntesis), [coma] título de la recopila-ción (en cursiva), [coma] editorial, [coma] lugar, [coma] fecha [coma] ypágina o páginas.

Ejemplo:

Isabel Cruz, “El traje como signo de los nuevos tiempos: la RevoluciónFrancesa y la moda en Chile 1800-1820”, en Ricardo Krebs y Cristián Gazmuri(eds.), La Revolución Francesa y Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 1990,179-223.

6.5. Documentos de archivo: se indica el género de documento (carta, ofi-cio, informe, memoria) autor, si lo hay o es pertinente, [coma] título deldocumento, si lo tiene (en cuyo caso va entre comillas), [coma] lugar y fecha,[coma] repositorio, [coma] archivo, [coma], serie, [coma] volumen o legajo(vol. o leg.), [coma] pieza (pza.), si corresponde, [coma] foja o fojas (fs.). Silos documentos no están foliados, se indica así: s.f.

Ejemplos:

Carta del gobernador Ustáriz al rey, Santiago, 10 de noviembre de 1712,Biblioteca Nacional de Santiago, Manuscritos Medina, vol. 175, fs. 205.

Informe del intendente de Maule Víctor Prieto al ministro del Interior, 15de diciembre de 1887, en Archivo Nacional de Santiago, Archivo del Ministe-rio del Interior, vol. 1.411, fs. 161.

“Estado general de los valores y gastos que han tenido los ramos de RealHacienda del Virreinato de Lima”, diciembre de 1789, en Archivo Nacional deSantiago, Archivo Gay-Morla, vol. 35, fs. 76.

6.6. Artículos de diarios o revistas: Se indica autor, si procede (nombre yapellidos), [coma] título (entre comillas), [coma] nombre del periódico (encursivas), [coma] lugar de edición, [coma] fecha, [coma] página [coma] ycolumna o columnas si procede.

Ejemplos:

Luis Valencia Avaria, “La declaración de la independencia nacional”, en ElSur, Concepción, 1 de enero de 1968, 2.

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6.7. Cita de textos legales y clásicos: se omiten los datos de la edición y seidentifica la referencia por la división de la obra y no por la paginación.Tratándose de leyes recopiladas se indica primero el libro (en números arábi-gos), [coma] a continuación el título (en números arábigos), [punto] y final-mente la ley (en números arábigos).

Ejemplo:

Esa materia está cuidadosamente regulada en la ley 2,12.1 de la Recopila-ción de Leyes de Indias de 1680.

6.8. Documentos publicados en colecciones: se indica autor (nombre y ape-llidos), si procede, [coma] título (entre comillas) o descripción del documen-to, [coma] lugar, [coma] fecha, [coma] y colección de donde procede, con lasreferencias completas de acuerdo a la forma de citar los libros.

Ejemplo:

“Sobre el nuevo Tribunal de Administración del Ramo de secuestros”, San-tiago, 4 de febrero de 1816, Archivo Nacional de Santiago, Archivo de laContaduría Mayor, Toma de Razón, No 23, en Archivo de don BernardoO’Higgins, Editorial Universidad Católica, Santiago, 1959, XIX, 243-244.

6.9. Documentos obtenidos de internet: se cita la dirección exacta y lafecha en que fue consultada, y se la copia de la página web de donde procedela información.

Ejemplo: Ángel Soto, “América latina frente al siglo XXI: llegó la hora dereformas institucionales”, en www.bicentenariochile.cl/fondo datos/articulos/asoto/SOTOAMERICALATINA. pdf, 10-3-2004.

6.9. Entrevistas: se indica el nombre completo del entrevistado, [coma]lugar [coma] y fecha de la entrevista [coma] y nombre del entrevistador, si espersona diferente del autor. Si la entrevista está publicada, la referencia secompleta indicando el correspondiente libro, diario o revista, de acuerdo a laspautas usadas para estos.

Ejemplo:

Entrevista a Gabriel González Videla, Santiago, 12 de julio de 1971 (Gonza-lo Vial).

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7. Abreviaturas para notas

7.1. Cuando la cita repite la referencia inmediatamente anterior se utiliza laabreviatura Ibid. Si se trata de la misma obra pero la cita remite a otra página,se pone Ibid. y el número de la página.

7.2. Cuando se repite una obra citada anteriormente, después de variascitas de otros autores, se indica el apellido del autor, seguido de la abreviaturaop. cit. y la página de la cita.

7.3. Cuando se repite una referencia citada en una nota anterior no conti-gua se indica el apellido del autor seguido de la abreviatura loc. cit., sin indi-car el número de página.

7.4. Cuando se repite la referencia de una obra citada anteriormente, decuyo autor se ha citado otra publicación, se reemplaza la expresión op. cit. porun título corto.

Ejemplos:

Campos, Historia,121.Campos, Sufragio, 45

7.5. Cuando la cita o idea a que se refiere la nota se encuentra en varioslugares o a lo largo de la obra, se reemplaza la página por la expresión passim.

7.6. Cuando se quiere remitir al lector a otra parte del trabajo se usa laabreviatura cfr. (confrontar), indicando si es antes (supra) o después (infra), yla página. Esta expresión se usa también para hacer referencia a una opinióndiferente a la citada en la nota.

8. Abreviaturas en el texto

Las abreviaturas utilizadas en el texto y en las notas se explicarán en unatabla que irá al comienzo del artículo. Además, la primera vez que se hagareferencia a un archivo o a una revista de uso frecuente se pondrá el nombrecompleto de aquel o de esta, indicándose a continuación y entre paréntesis lasigla, precedida de los términos “en adelante”.

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Ejemplo:

Obligación de José Urquieta a favor de Samuel Haviland, 27 de junio de1832, en Archivo Nacional de Santiago, Archivo Notarial de Vallenar (en ade-lante, ANS. NV) 8, No 2, fs. 3.

9. Bibliografía

Si el trabajo incluye una bibliografía con los libros y artículos más destaca-dos, estos se citan en orden alfabético de apellidos de los autores. En el casode los artículos se indica la paginación completa de ellos. Cuando se citanvarios trabajos de un mismo autor, a continuación del primero se pone unalínea continua en lugar del nombre. La bibliografía irá al final de la colabora-ción.

10. Presentación de cuadros estadísticos, mapas e iconografía

Los cuadros estadísticos y los diagramas deben numerarse correlativamenteen el orden en que aparecen en el texto. La referencia a ellos en el texto sehará citando ese número. Cada cuadro o diagrama debe ir precedido de unaleyenda que indique el número del mismo y la materia a que se refiere. Lasilustraciones, mapas y fotografías deben llevar un título o una leyenda identifi-catoria.

11. Reseñas

Las reseñas no podrán exceder de cuatro páginas, es decir, de 10 mil 800caracteres, con espacios, aproximadamente. Precederán al texto de la reseñalos apellidos y el nombre del autor o autores, en redonda alta y baja [coma];el título de la obra, en cursiva alta y baja [coma]; editorial [coma] y los datosde la edición [punto]. El nombre del autor de la reseña irá en cursiva alta ybaja.

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ÍNDICE

Í N D I C E

ESTUDIOS

José Miguel Barros: Cuestion de limites chileno-argentina a fines delsiglo XIX: un manuscrito inedito de Diego Barros Arana 239

Jaime González Colville: 120 Años de la Corte de Apelaciones de Talca1888-2008 345

Catalina Siles Valenzuela: La industria del Salitre desde la Crisis a laPrivatización de Soquimich 391

DISCURSOS

Discurso del académico don Julio Retamal Favereau 421

Discurso del académico don Ricardo Krebs 429

Ceremonia inaugural del Congreso Extraordinario de AcademiasIberoamericanas (16 de junio de 2009) 433

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

Carlos Aguirre / Carmen Mc Evoy, editores: Intelectuales y poder.Ensayos en torno a la república de las letras en el Perú e Hispanoamérica(ss. XVI-XX)Carlos Sanhueza 437

Enrique Brahm García, Editor: José Gabriel Ocampo y la Codificación ComercialChilenaSergio Martínez Baeza 440

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ÍNDICE

Cristián Gazmuri R.: La historiografía chilena (1842-1970).Tomo II (1920-1970)Santiago Aránguiz Pinto 443

Elisa Luque Alcaide: Iglesia en América latina (siglos XVI-XVIII).Continuidad y renovaciónLucrecia Enríquez 446

Mateo Martinic Beros: La Medicina en Magallanes. Noticias yconsideraciones para su historiaSergio Martínez Baeza 449

Cornelio Saavedra: Documentos relativos a la ocupación de AraucoSergio Martínez Baeza 450

Academia Chilena de la Historia 2009 455

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ÍNDICE

Se dio término a la impresión de este tomo delBoletín de la Academia Chilena de la Historia

en el mes de diciembre de 2009 en lostalleres de Alfabeta Artes Gráficas,Carmen 1985, Santiago de Chile.

LAUS DEO!

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