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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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47. ¿Por qué?Nos reservamos para el final la pregunta acerca del

por qué de las masacres. ¿Por qué un grupo de podermonta un estado de policía, elimina las limitaciones a supoder punitivo y aniquila a una masa humana que señalay sustancializa como enemiga?

Es cierto que señalar a un enemigo es un modo decanalizar malestar y venganza, pues poner todo el malen cabeza de un grupo es un fortísimo recurso políti-co, todo lo amoral que se quiera, pero siempre muyeficaz, hasta el punto de que un teórico psicópata co-mo Carl Schmitt lo consideró la esencia de la política.

Pero más allá de esta verificación, cabe preguntarsequé es lo que mueve a un grupo humano a buscar se-mejante acumulación de poder en pos de un poderabsoluto, al que nunca se llega y que termina en supropia ruina. Llama la atención que este recurso sereitere sin desgastarse a lo largo de milenios, pese aque se sabe que si nadie lo detiene siempre acaba enuna masacre, cuya proximidad ni siquiera detectanmuchas de las propias víctimas.

Se trata de preguntas que son clave para cualquiertentativa seria de prevención de masacres.

Hemos visto que para acercarnos un poco a las res-puestas debemos salir de la criminología y mirar haciaotros campos del conocimiento. Así fue como recor-damos que desde la psicología Norman Brown corre-gía las tesis de los últimos años de Freud, atribuyendoa una patología civilizatoria el impulso a la acumula-ción indefinida de riquezas que miles de vidas muylongevas no podrían consumir, lanzando la idea deque la historia humana sería la historia de una neurosisque obedecería a la incapacidad de incorporar lamuerte, pues al separarla radicalmente de la vida pro-vocaría una ambivalencia irreductible.

En definitiva, los bienes dan poder y, por lo tanto,lo que se persigue es una búsqueda indefinida de po-der, que comprende también la acumulación del sabercomo poder en la forma de saber señorial, de Dominus.

Por consiguiente, resulta que la sociedad modernapresenta características morbosas respecto de los es-quemas que rigen la búsqueda del conocimiento, quetienen por meta la dominación de los entes. El capi-talismo salvaje –estimulador de la acumulación inde-finida– sería la expresión de esta neurosis civilizato-ria, que al señalar como meta dominante la acumula-ción de riqueza llevaría a la negación de Eros, a la su-blimación del cuerpo: la riqueza se vuelve un fin en símismo, el cuerpo se neutraliza y triunfa Tanatos, lapulsión de muerte.

Vimos antes que una acumulación infinita de poderpresupone la idea del tiempo lineal, en forma de fle-cha, que supera la existencia individual y no retorna,y que sobre esa misma idea del tiempo se asienta lavenganza, a cuyo respecto recordamos a Nietzsche: lavenganza es siempre venganza contra el tiempo, porqueno se puede hacer que lo que fue no haya sido.

Por ende, la idea lineal del tiempo es presupuestotanto de la acumulación indefinida de poder como dela venganza. También vimos cómo el saber señorial, osea, la ciencia del dominus, lleva a la cosificación de lapersona e impide cualquier diálogo, acabando en unfenómeno de retroalimentación peligroso.

La neurosis civilizatoria tanto como la acumulaciónseñorial de saber, apoyadas ambas al igual que la ven-ganza sobre la idea lineal del tiempo, si bien explicanmucho en forma convincente, parecen quedarse enhechos del último milenio, pero las masacres no se li-mitan a nuestra civilización dominante, moderna ypremoderna. Las masacres suelen encubrirse con vi-siones religiosas y son tan antiguas como la religión y,al igual que ella, son pre-estatales, pues aparecen ensociedades con organizaciones muy diferentes a lasmodernas y también muy distintas entre sí.

Esta verificación abre el espacio para una tesis que

subyace en Hobbes y que se deforma hasta la aberra-ción en todo el inmoralismo que pretende legitimar alestado de policía como única forma posible de organi-zación social, que es la naturalización de las masacres.

Según esta tesis, la persistencia y antigüedad del fe-nómeno respondería a razones biológicas, o sea, a algono mutable de la biología humana. La lógica naturali-zante es impecable: si venimos fallados genéticamentey el gen perverso nos lleva a la violencia, adelante, si-gamos por ese camino que vamos bien, al estilo deCarl Schmitt.

Esta lógica masacradora podía sostenerse en el siglopasado con cierto gesto de indiferencia y hasta de so-berbia, porque las masacres mataron a un habitantedel planeta por cada cincuenta, pero quedaron cua-renta y nueve.

Michel Serres sostuvo en su Atlas (1994) que desdeHiroshima aparece el temor a una nueva muerte: la dela especie. Pero desde hace tiempo se viene observan-do que el avance tecnológico habilita hoy la posibili-dad de una masacre que afecte a toda la especie, y noya mediante un conflicto bélico, sino por el propiosistema de producción que en su búsqueda de acumu-lación de bienes no se detiene ni siquiera ante el ries-go de aniquilamiento total de la vida humana.

Cuando nos referimos a la cautela de Spee, lo ciertoes que –con este u otro nombre– su recomendaciónsobrevuela el pensamiento contemporáneo. Es claroque responde a este principio la ética de la responsabili-dad de Hans Jonas, cuyo imperativo podrá sintetizarseen la fórmula obra de tal manera que los efectos de tu ac-ción no destruyan la posibilidad futura de la vida.

El naturalista francés del Sahara, Theodor Monod,candidateó a los cefalópodos del fondo de los mares paraque después de algunos millones de años reemplacen alos humanos extinguidos por su violencia intraespecífi-ca. Parece que cada vez que comemos un pulpo a la galle-ga estamos masacrando a los candidatos a sucedernos.Imaginemos a un pulpo cabezón e inteligente dentro dealgunos millones de años, dedicado a la arqueología,describiendo cómo una especie de gigantes tontos seextinguieron por tener los brazos lejos de la cabeza.

La amoral e irresponsable tesis de la naturalizaciónde las masacres significa hoy –por decirlo claramen-te– impulsar masacres mucho mayores que las pasa-das. Poco tiempo nos quedaría en el planeta de sercierta esta tesis. (En el café me dicen algo así comopará el mundo loco, que quiero bajarme. Otro reflexio-na: por agarrar la sortija no nos damos cuenta de que lacalesita no para más.)

Pero no es necesario apelar a antidepresivos, puesno existe prueba alguna de esta fatalidad biológica dela especie. Recordemos que si miramos nuestro plane-ta en tiempos geológicos, o sea, desde su aparición, yeso lo imaginamos como una semana, nosotros hemosllegado a su superficie unos pocos segundos antes de lamedianoche del domingo. A lo largo de nuestra brevehistoria sobre el pequeño planeta que ocupamos seconsideraron naturales demasiados productos cultura-les –como la esclavitud o las jerarquías racistas– y, enconsecuencia, no podemos dejar de sospechar que lapretendida fatalidad de las masacres sea también unproducto cultural políticamente naturalizado.

Por ende, hay unas cuantas cosas que podemos ha-cer para que la calesita no nos arrastre y para seguircomiendo pulpo a la gallega con cierta tranquilidadde conciencia.

48. ¿Qué puede hacer la criminología?Las masacres son un crimen (el más grave de todos)

y cuando de prevenir delito se trata, desde siempre sesabe que hay dos niveles de prevención: la prevenciónprimaria, que va a la raíz social del conflicto (porejemplo, en delitos callejeros contra la propiedad, engeneral, la renta per cápita y la estratificación social

muy marcada), y la prevención secundaria, que es laque opera contra el hecho mismo (la seguridad públi-ca, la policía y el aparato penal).

Respecto de las masacres, sería prevención primariacorregir nuestra neurosis civilizatoria y detener elefecto acelerador del capitalismo salvaje. Obviamenteéstas no son tareas que corresponden a la criminolo-gía, sino a la humanidad toda, pero sobre las que éstadebe alertar.

Cuando los criminólogos bajamos de la cátedra ytomamos el colectivo en la esquina somos seres hu-manos que votamos por alguien, nos afiliamos a unpartido o a un sindicato, participamos en una pro-testa, nos asociamos a la protección de animales,discutimos el partido del domingo, etc., o sea, nos

integramos a la dinámica social y –aunque sea porun acto de fe– suponemos que ésta nos llevará a unasociedad un poco mejor, capaz de neutralizar un díanuestra neurosis civilizatoria asentada sobre el tiem-po lineal y la venganza.

Pero en tanto –y como criminólogos– tenemos al-gunas tareas para la casa: en principio, llamar laatención sobre la necesidad de preservar los espaciosde libertad social necesarios para la dinámica social,es decir, para el cambio que permita esa sociedadmejor. Y, además, trabajar sobre la prevención espe-cial de las masacres.

Para estas tareas para el hogar contamos con unascuantas pistas que nos proporcionan las últimas pa-labras de la academia y otras palabras provenientesde la psicología y de la etnología, que hemos men-cionado antes.

II JUEVES 13 DE OCTUBRE DE 2011 JUEVES 13 DE OCTUBRE DE 2011 III

En principio, hemos verificado que los sistemas pe-nales canalizan la violencia vindicativa, pero tambiénque cuando ese mismo poder rompe los diques de con-tención que le oponen los operadores del segmentojurídico –o cuando éstos faltan a su tarea– el poderpunitivo estalla en masacres, cuyos autores son preci-samente los que según el discurso tienen la función deprevenirlas. (Si no lo controlás nos hace bolsa, observa-ría el sociólogo de la esquina.)

Por eso creemos firmemente que el jurista –el pena-lista, no el criminólogo– debe dejar de lado las racio-nalizaciones con que pretende explicar la pena, paraaceptar que ésta responde a un contenido irracional–la venganza– y, por lo tanto, su primordial y casi úni-ca función sería la de contenerla, con lo cual llegaría-

mos a una política criminológica que responda a la in-vitación a la cautela del viejo Spee.

El saber de los juristas recuperaría de este modo unajerarquía y dignidad que va perdiendo a medida quebusca desesperadamente ceñirse a una técnica políti-camente desteñida.

(El sociólogo de la esquina se enojaría: ¿Nos vieronla cara esos chabones? Si eso no es política ¿qué es? –aquíintercalaría una palabra que omito– Dale, que no naci-mos ayer.)

El derecho penal concebido como contención jurí-dica de las pulsiones vindicativas del poder punitivoy, por tanto, como garantía del estado de derecho,asumiría en el momento político un papel equivalenteal del derecho humanitario en el momento bélico;ambos servirían para contener un factum: a la guerrael derecho internacional humanitario y al poder puni-

tivo el derecho penal. (Obviamente, todo en la medi-da de su limitado poder de contención.)

Debido a esta característica del poder punitivo esque no podemos creer que este mismo poder sea capazde prevenir las masacres, pues sería como poner al zo-rro al cuidado del gallinero.

El poder punitivo, por el hecho de internacionali-zarse no pierde su carácter selectivo, sino que, por elcontrario, hasta parece que se acentúa aún más. Antelos tribunales internacionales comparecen sólo algu-nos que perdieron el poder en estados periféricos y lasgrandes potencias ya no los necesitan. (El internacio-nalista del café, que lee todo el diario, observa: Sí, al-gún negro del Africa va allí. Y mirá lo que hicieron con elSadam ése. ¿Y el otro? ¿Cómo se llama? El Bin Laden

ese. ¿Qué pasó? Se metieron en la casa de al lado, lo hi-cieron pelota y nadie dijo nada.)

De cualquier manera, el poder punitivo internacio-nalizado cumple funciones útiles, tanto prácticas co-mo teóricas. En lo práctico sirve para evitar un posi-ble caos por descontrol del principio universal, segúnel cual cualquier estado puede juzgar un crimen con-tra la humanidad, aunque no se haya producido en suterritorio. El principio es muy lindo, pero si no se po-ne un poco de orden se corre el riesgo de que cadauno quiera juzgar al vecino.

Pero hay algo más importante. Cuando el criminalcontra la humanidad no es sometido a un juicio,queda en los hechos en una condición de no persona.Si alguien le da muerte, un tribunal imparcial no po-dría condenar al homicida o ejecutor. Esto se ha vis-to en los pocos casos en que ha sucedido: así, en la

muerte de Mussolini y sus acompañantes, en que lajusticia cerró el caso fantaseando que fue un acto deguerra, o en el caso del joven armenio ejecutor deTalât, en que el tribunal alemán inventó que era in-imputable. (El internacionalista sigue reflexionando:Claro, cualquiera lo barre y los jueces no pueden decirnada, se quedan pintados.)

El derecho que no juzga al criminal contra la hu-manidad pierde fuerza ética y, aunque ninguna sen-tencia lo diga y las pocas que hubo lo disimulen coninventos, debe reconocer que la impunidad lo dejóen condición de no persona. Al juzgarlo con las debi-das garantías el derecho se reivindica y le restaura enla condición de la que el propio genocida salió porefecto de su crimen.

Pero con esto no se previenen las masacres y, por lotanto, la criminología debe enfrentarse al tema olvi-dado, al detalle que dejó en el tintero, que son los másde 100.000.000 de muertos del siglo pasado.

En principio, dado que las masacres se anunciancon técnicas de neutralización de valores, la crimi-nología debe abandonar su increíble pretensiónaséptica para entrar al campo de la crítica de las ideo-logías, con el objeto de analizar las palabras y estable-cer cuándo éstas constituyen una técnica de prepara-ción de masacres mediante discursos vindicativos,incluso penales y criminológicos. Todos los días, conlas discriminaciones, se lanzan semillas de masacresque, por suerte no brotan.

No es sencillo para un saber que ha querido presen-tarse como neutro por creer que eso es condición de locientífico, cuando en realidad es la renuncia al conoci-miento de la dimensión de poder del saber.

Si bien el primer signo lo dan las técnicas de neutrali-zación, dado que se sabe que el agente de las masacreses el poder punitivo, es claro que además la crimino-logía debe ocuparse de observar muy de cerca el ejer-cicio de este poder y en particular las prácticas de susagencias ejecutivas.

Es duro aceptar que nunca se había reconocido queel agente de las masacres es el mismo al que supuesta-mente se le encarga la prevención de los homicidios,pese a que siempre estuvo muy a la vista.

La participación de las agencias ejecutivas del po-der punitivo en las masacres se consideró como unapatología institucional, pero lo cierto es que desdelos siglos XI y XII hasta el presente, siempre puso demanifiesto su tendencia a descontrolarse con el pre-texto de combatir enemigos que generan emergen-cias de inminente riesgo para la humanidad y frentea las que nunca hizo nada eficaz. Llevamos ocho-cientos años creando enemigos, erigiendo chivos ex-piatorios y cometiendo masacres.

Desde la segunda mitad del siglo pasado queda cla-ro para la criminología que el poder punitivo –con suestructural selectividad– criminaliza a unas pocaspersonas y las usa para proyectarse como neutraliza-dor de la maldad social.

Se presenta como el poder racional que encierra a lairracionalidad en prisiones y manicomios. Ataviadode este modo canaliza las pulsiones de venganza, loque le proporciona una formidable eficacia política,que no se explica por circunstancias coyunturales,pues se mantiene inalterada a lo largo de la historiadel poder punitivo estatal e incluso pre-estatal.

Al enemigo que en ocasiones deviene chivo expiato-rio, lo construye una agencia empresaria moral quehegemoniza el discurso punitivo y el poder masacra-dor, hasta que otra agencia se lo disputa, comenzandopor negar el riesgo y la peligrosidad del enemigoconstruido por la anterior, pero para construir otro,como el verdadero o nuevo peligro generador de otraemergencia y de otro posible chivo expiatorio.

Si la inquisición romana contra las brujas decayóreemplazada por su nueva orientación contra los re-

formados, fue porque la corporación jesuita reempla-zó a la dominica.

Entre la hegemonía decadente de una agencia y elascenso de la siguiente (en el momento de la críticadiscursiva practicada para debilitar a la anterior), seabre una brecha por la que avanza secularmente eldiscurso crítico del poder punitivo, o sea, el derechopenal de contención o reducción, que va instalandoel consiguiente estado de derecho en lo político.

Suele llamarse al primero derecho penal autoritarioy al segundo derecho penal liberal, aunque estas deno-minaciones corresponden a siglos muy posteriores alinicio de este movimiento pendular.

Pese a que el poder punitivo descontrolado renue-va siempre la misma estructura discursiva –que es laoriginaria del Malleus maleficarum–, su contenidovaría por entero según el enemigo elegido, aunqueinvariablemente reduce todo el poder jurídico a co-erción directa (derecho administrativo), pues su-puestamente se bate contra un proceso lesivo encurso y sus penas son todas formas de coerción direc-ta o ejercicio de poder de policía administrativo.

Como se pretende que un mal gravísimo está apunto de hacernos desaparecer, todo lo que se hagaes policial, nada debe obstaculizar la supuesta tareasalvadora, contra el enemigo vale todo, si se cometealgún error o algún exceso es disculpable porque pa-sa en todas las guerras, aunque se haga el mayor es-fuerzo, los errores son inevitables y en el fragor de lalucha, no se puede contener del todo a los muchachos.

Se quiebra la diferencia entre el poder punitivo yla coerción directa administrativa, toda violenciapara desbaratar al enemigo se vuelve legítima porvía de pretendida necesidad o de legítima defensa.Este es el discurso legitimante de la tortura propiode la ideología de la seguridad nacional en el sur deAmérica hace treinta años y en el norte hoy: anula-da la diferencia entre poder punitivo y coerción di-recta, resulta lo mismo torcerle el brazo a un sujeto opropinarle una bofetada o una trompada para quesuelte a la víctima que está estrangulando que orga-nizar y planificar el sometimiento a tortura de unmiembro de una banda o de un grupo político vio-lento para desbaratarlo.

El derecho penal de contención, por su parte,también tiene desde sus orígenes la misma estructuradiscursiva, que es la de la Cautio criminalis de Spee,sólo que –a diferencia del inquisitorial– sus conteni-dos no cambian, sino que aumentan y se perfeccio-nan con las sucesivas experiencias de crítica a laspulsiones policiales y de capitalización de la expe-riencia de las masacres pasadas.

Las garantías no son inventos para encubrir crimi-nales –como pretende la criminología mediática–,sino resultado de las anteriores experiencias masa-cradoras de los estados policiales.

Cuando el poder punitivo se descontrola, el fenó-meno pasa directamente a la teoría política, porque sur-ge el estado de policía con tendencia al absolutismo.

La política criminal que cunde por el mundo,inspirada en el llamado neopunitivismo de las admi-nistraciones republicanas de los Estados Unidos ypromovida por la criminología mediática, oculta elhecho conocido de que el poder punitivo sin con-tención pasa de canalizador a ejecutor de la propiavenganza y, por ende, del aniquilamiento de la víc-tima expiatoria.

En consecuencia, la primera medida para unaadecuada prevención secundaria de la conflictivi-dad que deriva en violencia difusa consistiría enagotar las posibilidades de los modelos de soluciónefectiva de conflictos (como los reparadores, resti-tutivos, terapéuticos y conciliadores, entre otros),limitando la aplicación del modelo punitivo a lospocos casos en que sea absolutamente necesario por

no ser culturalmente admisibles los otros modelos. Esto significa que la política criminal que impera

en el mundo necesita un urgente giro en sentido in-verso para convertirse en factor que quiebre el altonivel de conflictividad o, por lo menos, que desde laperiferia no podemos plegarnos y copiarla en la for-ma suicida en que lo hace la criminología mediática.

La desintegración provocada por la conflictividadpuede neutralizarse de dos modos: potenciando losmodelos eficaces de solución de los conflictos, loque reforzaría la cohesión social, o bien, con el sacri-ficio de la víctima expiatoria, es decir, con la masa-cre. Si se quiere evitar esta última, es obvio que seimpone fortalecer su alternativa y lo más contraindi-cado es potenciar el poder punitivo, o sea, acelerarel camino hacia la masacre.

Los juristas suelen disculparse argumentando quenada pueden hacer frente al poder y que es mejorbuscar refugio en lo pragmático.

Esta objeción subestima el poder del discurso, quees precisamente el que los juristas no deben ceder.Con el discurso se ejerce poder, como siempre lo su-pieron todos los dictadores, pues de lo contrarionunca hubiesen existido las censuras. Si bien no esel mismo poder de que disponen las agencias ejecuti-vas del sistema penal, lo cierto es que éstas sin el dis-curso quedan deslegitimadas y, en definitiva, el po-der sin discurso, aunque puede causar grave dañoantes de derrumbarse, no se sostiene mucho tiempo.

No me canso de repetir las palabras de AndréGlucksman: ¿Qué necesitan hoy los que suben al poderaparte de una buena tropa, aguardiente y salchichón?Necesitan el texto. Si el penalismo en masa les quita-se el texto, la incitación pública a la venganza que-daría reducida a lo que es: pura publicidad mediáti-ca empeñada en destruir hasta sus raíces todo inten-to de resurgimiento del estado social, pero con laslimitaciones que reconoce la publicidad de cual-quier producto comercial.

Sintetizando, creemos que la contribución de lacriminología a la prevención de las masacres debeconsistir (a) en primer lugar en el análisis crítico delos textos sospechados de ocultar técnicas de neutra-lización. (b) En segundo término debe estudiar losefectos de la habilitación irresponsable del poder pu-nitivo y advertir sobre sus riesgos a los juristas y a lospolíticos. (c) En tercer lugar, debe investigar la rea-lidad violenta aplicando las técnicas propias de lainvestigación social de campo, para (d) neutralizarcon los datos reales a la criminología mediática y (e)adquirir práctica comunicacional mediática paradesnudar públicamente su causalidad mágica. (f) Porúltimo, debe analizar las conflictividades violentasen todas sus particularidades locales, para señalar lavía más adecuada para desmotivar los comporta-mientos violentos y motivar los menos violentos.

Sin duda que ésta es una tarea teórica, pero tam-bién práctica y militante, pues debe hacer llegar susconocimientos a todos los estamentos comprometi-dos en el funcionamiento del sistema penal.

Si no logra convencerlos, por lo menos les provo-cará mala conciencia y ya nunca serán perpetradoresingenuos de masacres. La plena conciencia de ilicitudy atrocidad siempre es un gran factor preventivo, te-niendo en cuenta que los cadáveres vuelven y que, enmuchísimas ocasiones –diría que en la mayoría– lamasacre nunca fue buen negocio para el grupo depoder que la decidió y, menos aún, para los instru-mentos humanos de que se valió.

Frente a las masacres la criminología pasó por dosetapas: la primera fue de legitimación de las masacres,con el reduccionismo biológico y los disimulos pos-teriores, en la que vio los cadáveres y los considerónormales. Luego pasó por la negacionista por omisión,en la que no se ocupó del tema; en ésta los cadáveres

fueron enmudecidos. Esta etapa llega a su fin, puesya es insostenible en el mundo contemporáneo. Estácomenzando una tercera etapa, que es la que llamode la criminología cautelar.

Designamos así a la criminología que proporcione lainformación necesaria y alerte acerca del riesgo de des-borde del poder punitivo susceptible de derivar en unamasacre.

No se trata de una criminología abolicionista,pues como hemos dicho, eso implica un proyecto denueva sociedad que los criminólogos no estamos encondiciones de formular, al menos en el rol de tales.

Se trata sólo de una criminología de la prudencia,de la cautela, como lo indicaba el jesuita Spee. Endefinitiva, tampoco hoy sabemos a ciencia cierta silas brujas existen, pero por lo menos podemos asegu-rar –al igual que Spee– que no conocemos ninguna.Esto nos lleva necesariamente a la contención y cau-tela en el uso de un poder que siempre tiende a ex-pandirse y acabar en una masacre.

La criminología cautelar demandará un nuevo marcoteórico, pues para superar el negacionismo y llegar a lacautela es necesario que reconozca que el poder masa-crador y el punitivo tienen la misma esencia –la ven-ganza– y, más aún, que la masacre es el resultado delfuncionamiento del mismo poder punitivo cuandologra hacer saltar por los aires la contención jurídica.

Su tarea será la de desarrollar los instrumentospara investigar y determinar lo más precozmenteposible los signos de esta ruptura de límites de con-tención y las condiciones ambientales de esta tene-brosa posibilidad.

Creemos que de este modo se desarticula la ora-ción fúnebre –con mucha frecuencia reiterada porlos defensores de la paz burocrática– a la criminologíacrítica del siglo pasado. No es verdad que hayamuerto, está más viva que nunca y goza de muybuena salud, sólo que con ella se cerró la crimino-logía negacionista, como paso previo indispensablepara abrir la cautelar.

La crítica criminológica no se cayó con el Murode Berlín, sino que esa caída dejó en descubiertootros muros, las tentativas de erigir nuevos y las difi-cultades que provocan quienes los saltan.

Estamos marchando más allá de la crítica, pero a tra-vés de ésta. Los pacíficos burócratas negacionistastendrían más motivos de inquietud, porque la críticaque planteamos es mucho más realista y desnudariesgos muchísimo mayores.

La criminología cautelar proporcionará al dere-cho penal la información necesaria para su funciónde contención del poder punitivo y arruinaría lafrecuente celebración de la racionalidad jurídicapor el derecho penal legitimante del poder puniti-vo, pues no puede menos que pedir que bajen lascopas de esos brindis.

La misión del criminólogo cautelar no será nadasimpática: es siempre tétrico andar por la morguelevantando sábanas y mostrando cadáveres produci-dos por el poder punitivo, pero mucho peor es negarsu existencia y, además, es suicida hacerlo cuandoen cualquier momento puede ser uno mismo el quequede debajo de la sábana.

Para adentrarnos mínimamente en un esbozo decriminología cautelar, debemos comenzar por analizarel funcionamiento del aparato de poder punitivo, osea del sistema penal, y desde sus característicasdestacar los puntos de mayor riesgo de desborde ylas modalidades que éste puede asumir.

IV JUEVES 13 DE OCTUBRE DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone