243 a 03 La SACRAMENTALIDAD de toda la Creación 3
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La “Sacramentalidad” de toda la Creación: Espacio y tiempo. (Liturgia de las Horas)
TEXTOS DE REFERENCIA
Venid, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. (Salmo 94)
CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES (Dn 3,57-88.56)
Toda la creación alabe al Señor
57Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos.
58Angeles del Señor, bendecid al Señor; 59cielos, bendecid al Señor.
60Aguas del espacio, bendecid al Señor; 61ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
62Sol y luna, bendecid al Señor; 63astros del cielo, bendecid al Señor.
64Lluvia y rocío, bendecid al Señor; 65vientos todos, bendecid al Señor.
66Fuego y calor, bendecid al Señor; 67fríos y heladas, bendecid al Señor.
68Rocíos y nevadas, bendecid al Señor; 69témpanos y hielos, bendecid al Señor.
70Escarchas y nieves, bendecid al Señor; 71noche y día, bendecid al Señor.
72Luz y tinieblas, bendecid al Señor; 73rayos y nubes, bendecid al Señor.
74Bendiga la tierra al Señor, ensálcelo con himnos por los siglos.
75Montes y cumbres, bendecid al Señor; 76cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
77Manantiales, bendecid al Señor; 78mares y ríos, bendecid al Señor.
79Cetáceos y peces, bendecid al Señor; 80aves del cielo, bendecid al Señor.
81Fieras y ganados, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos.
82Hijos de los hombres, bendecid al Señor; 83bendiga Israel al Señor.
84Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor; 85siervos del Señor, bendecid al Señor.
86Almas y espíritus justos, bendecid al Señor; 87santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
88Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
56Bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
Ant. 2. Tú, Señor, eres alabado y ensalzado por los siglos. Aleluya. LAUDES DOMINGO
Salmo 8 - MAJESTAD DEL SEÑOR Y DIGNIDAD DEL HOMBRE. LAUDES SABADO II y IV
Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.
Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos;
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él;
el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por las aguas.
Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. De la boca de los niños de pecho, Señor, has sacado una alabanza.
Salmo 148 Alabanza del Dios creador LAUDES DOMINGO III
Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.
Alabadlo, todos sus ángeles;
alabadlo todos sus ejércitos.
Alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes.
Alabadlo, espacios celestes
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.
Les dió consistencia perpetua
y una ley que no pasará.
Alabad al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar,
rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado
que cumple sus órdenes,
montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros,
fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra;
él acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.
Ant. Alabad al Señor en el cielo. Aleluya.
Salmo 18 El cielo proclama la gloria
de Dios LAUDES LUNES II
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona
la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe,
a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.
TE DEUM
Su origen se remonta posiblemente a la primera mitad del siglo IV (antes del nacimiento de san
Ambrosio). En su forma actual se encuentra por primera vez en el Antiphonarium benchorense de Bangor
(Irlanda del Norte), que se debe fechar alrededor del año 690. En publicaciones recientes[cita requerida]
también se cita como su autor a Niketas, obispo de Remesina (alrededor del año 400). Desde el siglo IX
se conocen también diversas traducciones
Texto original en latín
Te Deum laudamus:
te Dominum confitemur.
Te aeternum patrem,
omnis terra veneratur.
Tibi omnes angeli,
tibi caeli et universae potestates:
tibi cherubim et seraphim,
incessabili voce proclamant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus
Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt caeli et terra
majestatis gloriae tuae.
Te gloriosus Apostolorum chorus,
te prophetarum laudabilis numerus,
Texto en español
A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios de los ejércitos.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
te martyrum candidatus laudat exercitus.
Te per orbem terrarum
sancta confitetur Ecclesia,
Patrem immensae maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum
Filium;
Sanctum quoque Paraclitum Spiritum.
Tu rex gloriae, Christe.
Tu Patris sempiternus es Filius.
Tu, ad liberandum suscepturus
hominem,
non horruisti Virginis uterum.
Tu, devicto mortis aculeo,
aperuisti credentibus regna caelorum.
Tu ad dexteram Dei sedes,
in gloria Patris.
Iudex crederis esse venturus.
Te ergo quaesumus, tuis famulis
subveni,
quos pretioso sanguine redemisti.
Aeterna fac
cum sanctis tuis in gloria numerari.
Salvum fac populum tuum, Domine,
et benedic hereditati tuae.
Et rege eos,
et extolle illos usque in aeternum.
Per singulos dies benedicimus te;
et laudamus nomen tuum in saeculum,
et in saeculum saeculi.
Dignare, Domine, die isto
sine peccato nos custodire.
Miserere nostri, Domine,
miserere nostri.
Fiat misericordia tua, Domine, super
nos,
quem ad modum speravimus in te.
In te, Domine, speravi:
non confundar in aeternum.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la
Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino de los Cielos.
Tú sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día has de venir como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
1992 10 11 (30º aniversario Vaticano II) CATECISMO DE LAIGLESIACATOLICA
2ªPars 1ªSecc 2ªCap LA CELEBRACION SACRAMENTAL DEL MISTERIO CRISTIANO
¿Cómo celebrar?
II ¿Cómo celebrar?
Signos y símbolos
1145 Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la
salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los
acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.
1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar
importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades
espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y
símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en
su relación con Dios.
1147 Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se
presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb
13,1; Rm 1,19-20; Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra,
el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.
1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de
expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los
hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la
vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden
expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.
1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma
impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la
Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana
confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.
1150 Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos
distintivos que marcan su vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos
cósmicos y de acontecimientos sociales, sino signos de la Alianza, símbolos de las
grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos de la
Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la unción y la consagración de reyes
y sacerdotes, la imposición de manos, los sacrificios, y sobre todo la pascua. La Iglesia
ve en estos signos una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.
1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con
frecuencia de los signos de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de
Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos
materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido nuevo a
los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la Pascua (cf
Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos.
1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación
a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no
anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del
cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua
Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la
gloria del cielo.
2001 01 17 JUAN PABLO II (Audiencia) Catequésis Salmo 148
EL COMPROMISO POR EVITAR LA CATÁSTROFE ECOLÓGICA
1. En el himno de alabanza que acabamos de proclamar (Sal 148, 1-5), el Salmista convoca a todas
las criaturas, llamándolas por su nombre. En las alturas se asoman ángeles, sol, luna, estrellas y cielos; en
la tierra se mueven veintidós criaturas, tantas cuantas son las letras del alfabeto hebreo, para indicar
plenitud y totalidad. El fiel es como "el pastor del ser", es decir, aquel que conduce a Dios todos los seres,
invitándolos a entonar un "aleluya" de alabanza. El salmo nos introduce en una especie de templo
cósmico que tiene por ábside los cielos y por naves las regiones del mundo, y en cuyo interior canta a
Dios el coro de las criaturas.
Esta visión podría ser, por un lado, la representación de un paraíso perdido y, por otro, la del paraíso
prometido. Por eso el horizonte de un universo paradisíaco, que el Génesis coloca en el origen mismo del
mundo (c. 2), Isaías (c. 11) y el Apocalipsis (cc. 21-22) lo sitúan al final de la historia. Se ve así que la
armonía del hombre con su semejante, con la creación y con Dios es el proyecto que el Creador persigue.
Dicho proyecto ha sido y es alterado continuamente por el pecado humano, que se inspira en un plan
alternativo, representado en el libro mismo del Génesis (cc. 3-11), en el que se describe la consolidación
de una progresiva tensión conflictiva con Dios, con el semejante e incluso con la naturaleza.
2. El contraste entre los dos proyectos emerge nítidamente en la vocación a la que la humanidad
está llamada, según la Biblia, y en las consecuencias provocadas por su infidelidad a esa llamada.
La criatura humana recibe una misión de gobierno sobre la creación para hacer brillar todas sus
potencialidades. Es una delegación que el Rey divino le atribuye en los orígenes mismos de la creación,
cuando el hombre y la mujer, que son "imagen de Dios" (Gn 1, 27), reciben la orden de ser fecundos,
multiplicarse, llenar la tierra, someterla y dominar los peces del mar, las aves del cielo y todo cuanto vive
y se mueve sobre la tierra (cf. Gn 1, 28). San Gregorio de Nisa, uno de los tres grandes Padres
capadocios, comentaba: "Dios creó al hombre de modo tal que pudiera desempeñar su función de rey de
la tierra (...). El hombre fue creado a imagen de Aquel que gobierna el universo. Todo demuestra que,
desde el principio, su naturaleza está marcada por la realeza (...). Él es la imagen viva que participa con su
dignidad en la perfección del modelo divino" (De hominis opificio, 4: PG 44, 136).
3. Sin embargo el señorío del hombre no es "absoluto, sino ministerial, reflejo real del señorío
único e infinito de Dios. Por eso, el hombre debe vivirlo con sabiduría y amor, participando de la
sabiduría y del amor inconmensurables de Dios" (Evangelium vitae, 52: L'Osservatore romano, edición
en lengua española, 31 de marzo de 1995, p. 12). En el lenguaje bíblico "dar el nombre" a las criaturas
(cf. Gn 2, 19-20) es el signo de esta misión de conocimiento y de transformación de la realidad creada. Es
la misión no de un dueño absoluto e incensurable, sino de un administrador del reino de Dios, llamado a
continuar la obra del Creador, una obra de vida y de paz. Su tarea, definida en el libro de la Sabiduría, es
la de gobernar "el mundo con santidad y justicia" (Sb 9, 3).
Por desgracia, si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la
humanidad ha defraudado las expectativas divinas. Sobre todo en nuestro tiempo, el hombre ha devastado
sin vacilación llanuras y valles boscosos, ha contaminado las aguas, ha deformado el hábitat de la tierra,
ha hecho irrespirable el aire, ha alterado los sistemas hidro-geológicos y atmosféricos, ha desertizado
espacios verdes, ha realizado formas de industrialización salvaje, humillando -con una imagen de Dante
Alighieri (Paraíso, XXII, 151)- el "jardín" que es la tierra, nuestra morada.
4. Es preciso, pues, estimular y sostener la "conversión ecológica", que en estos últimos decenios
ha hecho a la humanidad más sensible respecto a la catástrofe hacia la cual se estaba encaminando. El
hombre no es ya "ministro" del Creador. Pero, autónomo déspota, está comprendiendo que debe
finalmente detenerse ante el abismo. "También se debe considerar positivamente una mayor atención a la
calidad de vida y a la ecología, que se registra sobre todo en las sociedades más desarrolladas, en las que
las expectativas de las personas no se centran tanto en los problemas de la supervivencia cuanto más bien
en la búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida" (Evangelium vitae, 27: L'Osservatore
romano, edición en lengua española, 31 de marzo de 1995, p. 8). Por consiguiente, no está en juego sólo
una ecología "física", atenta a tutelar el hábitat de los diversos seres vivos, sino también una ecología
"humana", que haga más digna la existencia de las criaturas, protegiendo el bien radical de la vida en
todas sus manifestaciones y preparando a las futuras generaciones un ambiente que se acerque más al
proyecto del Creador.
5. Los hombres y mujeres, en esta nueva armonía con la naturaleza y consigo mismos, vuelven a
pasear por el jardín de la creación, tratando de hacer que los bienes de la tierra estén disponibles para
todos y no sólo para algunos privilegiados, precisamente como sugería el jubileo bíblico (cf. Lv 25, 8-
13. 23). En medio de estas maravillas descubrimos la voz del Creador, transmitida por el cielo y la tierra,
por el día y la noche: un lenguaje "sin palabras de las que se oiga el sonido", capaz de cruzar todas las
fronteras (cf. Sal 19, 2-5).
El libro de la Sabiduría, evocado por san Pablo, celebra esta presencia de Dios en el universo recordando
que "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor"
(Sb 13, 5; cf. Rm 1, 20). Es lo que canta también la tradición judía de los Chassidim: "Dondequiera que
yo vaya, Tú! ¡Dondequiera que yo esté, Tú..., dondequiera me vuelva, en cualquier parte que admire, sólo
Tú, de nuevo Tú, siempre Tú" (M. Buber, I racconti dei Chassidim, Milán 1979, p. 256).
2002 01 30 JUAN PABLO II (Audiencia) Catequésis Salmo 18
HIMNO A DIOS CREADOR
1. El sol, con su resplandor progresivo en el cielo, con el esplendor de su luz, con el calor benéfico de sus
rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus orígenes. De muchas maneras los seres humanos han
manifestado su gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con un entusiasmo que en ocasiones alcanza
la cima de la auténtica poesía.
El estupendo salmo 18, cuya primera parte se acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma de
himno, de singular intensidad; también es un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la
tierra. En él el salmista se suma a la larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba al
astro del día que brilla en los cielos y que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor
ardiente.
Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C. y
dedicado al disco solar, considerado como una divinidad.
Pero para el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con respecto a estos himnos solares: el sol no
es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis:
«Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales
para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio
del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien» (Gn 1,14.16.18).
2. Antes de repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos una mirada al conjunto. El
salmo 18 es como un dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se ha convertido ahora en nuestra
oración- encontramos un himno al Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y en la luna.
En cambio, en la segunda parte del Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah, es decir, a
la Ley de Dios.
Ambas partes están unidas por un hilo conductor común: Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e
ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en
cierto sentido, de un sol doble: el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una
manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con
rasgos «solares»: «los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos» (v. 9).
3. Pero consideremos ahora la primera parte del salmo. Comienza con una admirable personificación de
los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5).
En efecto, «proclaman», «pregonan» las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche
son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un
testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos.
Con la mirada interior del alma, con la intuición religiosa que no se pierde en la superficialidad, el
hombre y la mujer pueden descubrir que el mundo no es mudo, sino que habla del Creador. Como dice el
antiguo sabio, «de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su
Autor» (Sb 13,5). También san Pablo recuerda a los Romanos que «desde la creación del mundo, lo
invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras» (Rm 1,20).
4. Luego el himno cede el paso al sol. El globo luminoso es descrito por el poeta inspirado como un héroe
guerrero que sale del tálamo donde ha pasado la noche, es decir, sale del seno de las tinieblas y comienza
su carrera incansable por el cielo (vv. 6-7). Se asemeja a un atleta que avanza incansable mientras todo
nuestro planeta se encuentra envuelto por su calor irresistible.
Así pues, el sol, comparado a un esposo, a un héroe, a un campeón que, por orden de Dios, cada día debe
realizar un trabajo, una conquista y una carrera en los espacios siderales. Y ahora el salmista señala al sol
resplandeciente en el cielo, mientras toda la tierra se halla envuelta por su calor, el aire está inmóvil,
ningún rincón del horizonte puede escapar de su luz.
6. La liturgia pascual cristiana recoge la imagen solar del salmo para describir el éxodo triunfante
de Cristo de las tinieblas del sepulcro y su ingreso en la plenitud de la vida nueva de la resurrección. La
liturgia bizantina canta en los Maitines del Sábado santo: «Como el sol brilla, después de la noche,
radiante en su luminosidad renovada, así también tú, oh Verbo, resplandecerás con un nuevo fulgor
cuando, después de la muerte, dejarás tu tálamo».
Una oda (la primera) de los Maitines de Pascua vincula la revelación cósmica al acontecimiento pascual
de Cristo: «Alégrese el cielo y goce la tierra, porque el universo entero, tanto el visible como el invisible,
participa en esta fiesta: ha resucitado Cristo, nuestro gozo perenne».
Y en otra oda (la tercera) añade: «Hoy el universo entero -cielo, tierra y abismo- rebosa de luz y la
creación entera canta ya la resurrección de Cristo, nuestra fuerza y nuestra alegría». Por último, otra (la
cuarta) concluye: «Cristo, nuestra Pascua, se ha alzado desde la tumba como un sol de justicia, irradiando
sobre todos nosotros el esplendor de su caridad».
La liturgia romana no es tan explícita como la oriental al comparar a Cristo con el sol. Sin embargo,
describe las repercusiones cósmicas de su resurrección, cuando comienza su canto de Laudes en la
mañana de Pascua con el famoso himno: «Aurora lucis rutilat, caelum resultat laudibus, mundus exsultans
iubilat, gemens infernus ululat»: «La aurora resplandece de luz, el cielo exulta con cantos de alabanza, el
mundo se llena de gozo, y el infierno gime con alaridos».
6. En cualquier caso, la interpretación cristiana del salmo no altera su mensaje básico, que es una
invitación a descubrir la palabra divina presente en la creación. Ciertamente, como veremos en la segunda
parte del salmo, hay otra Palabra, más elevada, más preciosa que la luz misma: la de la Revelación
bíblica.
Con todo, para los que tienen oídos atentos y ojos abiertos, la creación constituye en cierto sentido una
primera revelación, que tiene un lenguaje elocuente: es casi otro libro sagrado, cuyas letras son la
multitud de las criaturas presentes en el universo. San Juan Crisóstomo afirma: «El silencio de los cielos
es una voz más resonante que la de una trompeta: esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos,
la grandeza de Aquel que los ha creado» (PG 49,105). Y san Atanasio: «El firmamento, con su grandeza,
su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo» (PG
27,124).
2001 V 2 Juan Pablo II Audiencia: CÁNTICO DE DANIEL (Dn 3, 57-88,56)
LA DIMENSIÓN CÓSMICA DE LA ORACIÓN, SEGÚN JUAN PABLO II
1. «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos» (Daniel 3, 57).
Una dimensión cósmica impregna este Cántico tomado del libro de Daniel, que la Liturgia de las Horas
propone para las Laudes del domingo en la primera y tercera semana. De hecho, esta estupenda oración se
aplica muy bien al «Dies Domini», el Día del Señor, que en Cristo resucitado nos permite contemplar el
culmen del designio de Dios sobre el cosmos y la historia. En él, alfa y omega, principio y fin de la
historia (cf. Apocalipsis 22, 13), alcanza su sentido pleno la misma creación, pues, como recuerda Juan en
el prólogo del Evangelio, «todo ha sido hecho por él» (Juan 1, 3). En la resurrección de Cristo culmina la
historia de la salvación, abriendo la vicisitud humana al don del Espíritu y al de la adopción filial, en
espera del regreso del Esposo divino, que entregará el mundo a Dios Padre (cf. 1Corintios 15, 24).
2. En este pasaje de letanías, se repasan todas las cosas. La mirada apunta hacia el sol, la luna, las
estrellas; alcanza la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las más
diferentes situaciones atmosféricas, pasa del frío al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo
mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales. El llamamiento se hace después
universal: interpela a los ángeles de Dios, alcanza a todos los «hijos del hombre», y en particular al
pueblo de Dios, Israel, sus sacerdotes y justos. Es un inmenso coro, una sinfonía en la que las diferentes
voces elevan su canto a Dios, Creador del universo y Señor de la historia. Recitado a la luz de la
revelación cristiana, el Cántico se dirige al Dios trinitario, como nos invita a hacerlo la liturgia, añadiendo
una fórmula trinitaria: «Bendigamos al Padre, y al Hijo con el Espíritu Santo».
3. En el cántico, en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella
de Dios, y se alza en la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se
presenta como agradecimiento pronunciado por tres jóvenes israelitas --Ananías, Azarías y Misael--,
condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de
Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el telón de fondo de este
acontecimiento se encuentra la historia especial de salvación en la que Dios escoge a Israel como a su
pueblo y establece con él una alianza. Los tres jóvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a
esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la
fidelidad de Dios, que envía a un ángel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49).
De este modo, el Cántico se pone en la línea de los cantos de alabanza por haber evitado un peligro,
presentes en el Antiguo Testamento. Entre ellos es famoso el canto de victoria referido en el capítulo 15
del Éxodo, donde los antiguos judíos expresan su reconocimiento al Señor por aquella noche en la que
hubieran quedado inevitablemente arrollados por el ejército del faraón si el Señor no les hubiera abierto
un camino entre las aguas, echando «al mar al caballo y al jinete» (Éxodo 15, 1).
4. No es casualidad el que en la solemne vigilia pascual, la liturgia nos haga repetir todos los años el
himno cantado por los israelitas en el Éxodo. Aquel camino abierto para ellos anunciaba proféticamente
el nuevo camino que Cristo resucitado inauguró para la humanidad en la noche santa de su resurrección
de los muertos. Nuestro paso simbólico a través de las aguas bautismales nos permite volver a vivir una
experiencia análoga de paso de la muerte a la vida, gracias a la victoria sobre la muerte de Jesús para
beneficio de todos nosotros.
Al repetir en la liturgia dominical de las Laudes el Cántico de los tres jóvenes israelitas, nosotros,
discípulos de Cristo, queremos ponernos en la misma onda de gratitud por las grandes obras realizadas
por Dios, ya sea en su creación ya sea sobre todo en el misterio pascual.
De hecho, el cristiano percibe una relación entre la liberación de los tres jóvenes, de los que se habla en el
Cántico, y la resurrección de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles ven en ésta última la respuesta a la
oración del creyente que, como el salmista, canta con confianza: «No abandonarás mi alma en el Infierno
ni permitirás que tu santo experimente la corrupción» (Hechos 2, 27; Salmo 15, 10).
El hecho de relacionar este Cántico con la Resurrección es algo muy tradicional. Hay antiquísimos
testimonios de la presencia de este himno en la oración del Día del Señor, la Pascua semanal de los
cristianos. Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se pueden ver a tres
jóvenes que rezan incólumes entre las llamadas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza en
la intervención del Señor.
5. «Bendito eres en la bóveda del cielo: a ti honor y alabanza por los siglos» (Daniel 3, 56). Al cantar este
himno en la mañana del domingo, el cristiano se siente agradecido no sólo por el don de la creación, sino
también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la
dignidad de hijo.
Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación y permite gozar de su belleza,
en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos Francisco de Asís
contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza.
Espontáneamente la imaginación considera que experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San
Damián, después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento e el cuerpo y en el espíritu, compuso el
«Cántico al hermano sol» (cf. «Fuentes franciscanas», 263).
2001 J. Ratzinger El Espíritu de la liturgia, Madrid pg 246
“Es evidente que la liturgia católica es una liturgia cósmica, pues en ella no sólo
desempeña un papel esencial el cuerpo humano y los signos del cosmos: también la
materia de este mundo forma parte de ella. La materia entra en la liturgia de dos formas.
Por una parte, en forma de diversos símbolos u objetos litúrgicos… El segundo modo,
aún más importante, en el que la materia de este mundo entra en la liturgia, lo
encontramos en los sacramentos, que constituyen la liturgia en sentido estricto”.
2006 09 30 (S Jerónimo) J Ratzinger JESUS DE NAZARET
pg 20: Los Padres, jugando un poco a ensanchar la simbología numérica, han visto
también en el 40 el número cósmico, el número de este mundo en absoluto: los cuatro
confines de la tierra engloban el todo, y diez es el número de los mandamientos. El
número cósmico multiplicado por el número de los mandamientos se convierte en una
expresión simbólica de la historia de este mundo. Jesús recorre de nuevo, por así
decirlo, el éxodo de Israel, y así, también los errores y desórdenes de toda la historia.
Los cuarenta días de ayuno abrazan el drama de la historia que Jesús asume en sí y lleva
consigo hasta el fondo.
pg 65: El pan es «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», pero la tierra no da fruto si
no recibe desde arriba el sol y la lluvia. Esta combinación de las fuerzas cósmicas que
escapa de nuestras manos se contrapone a la tentación de nuestro orgullo, de pensar que
podemos darnos la vida por nosotros mismos o sólo con nuestras fuerzas. Este orgullo
nos hace violentos y fríos.
pg 103: La investigación de la historia de las religiones cita como paralelismo
precristiano del relato de Cana el mito de Dionisos, el dios que habría descubierto la vid
y a quien se atribuye la transformación del agua en vino, un suceso mítico que se
celebraba también litúrgicamente. El gran teólogo judío Filón de Alejandría (c. 13 a.C.
hasta c. 45/50 d.C.) dio a este relato una nueva interpretación desmitificándolo: el
verdadero dispensador del vino —afirma— es el Logos divino; Él es quien nos
proporciona la alegría, la dulzura, el regocijo del vino verdadero. Pero además, Filón
relaciona esta teología del Logos, en la perspectiva de la historia de la salvación, con
Melquisedec, que presentó pan y vino para ofrecerlos en sacrificio. En Melquisedec el
Logos es quien actúa y nos ofrece los dones esenciales para el ser humano; así, aparece
al mismo tiempo como el sacerdote de una liturgia cósmica (Barrett, pp. 21 ls).
Es más que dudoso que Juan pensara en antecedentes de este tipo. Pero dado que Jesús
mismo al explicar su misión hace referencia al Salmo 110, en el que aparece el
sacerdocio de Melquisedec (cf. Mc 12, 35-37); dado que la Carta a los Hebreos —
relacionada teológicamente con el Evangelio de Juan— revela de forma precisa la
teología de Melquisedec; dado que Juan presenta a Jesús como el Logos de Dios y Dios
mismo; dado, en fin, que el Señor nos ha dado el pan y el vino como vehículos de la
Nueva Alianza, seguramente también es lícito razonar basándose en tales relaciones, y
ver reflejado así en el relato de Caná el misterio del Logos y su liturgia cósmica, en la
cual el mito de Dionisos es radicalmente transformado, pero también llevado a la verdad
que encierra.
2010 09 30 (S. Jerónimo) VERBUM DOMINI nº 108
Palabra de Dios y salvaguardia de la Creación
108. El compromiso en el mundo requerido por la divina Palabra nos impulsa a mirar
con ojos nuevos el cosmos que, creado por Dios, lleva en sí la huella del Verbo, por
quien todo fue hecho (cf. Jn 1,2). En efecto, como creyentes y anunciadores del
Evangelio tenemos también una responsabilidad con respecto a la creación. La
revelación, a la vez que nos da a conocer el plan de Dios sobre el cosmos, nos lleva
también a denunciar las actitudes equivocadas del hombre cuando no reconoce todas las
cosas como reflejo del Creador, sino como mera materia para manipularla sin
escrúpulos. De este modo, el hombre carece de esa humildad esencial que le permite
reconocer la creación como don de Dios, que se ha de acoger y usar según sus
designios. Por el contrario, la arrogancia del hombre que vive «como si Dios no
existiera», lleva a explotar y deteriorar la naturaleza, sin reconocer en ella la obra de la
Palabra creadora. En esta perspectiva teológica, deseo retomar las afirmaciones de los
Padres sinodales, que han recordado que «acoger la Palabra de Dios atestiguada en la
sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia da lugar a un nuevo modo de ver
las cosas, promoviendo una ecología auténtica, que tiene su raíz más profunda en la
obediencia de la fe..., desarrollando una renovada sensibilidad teológica sobre la bondad
de todas las cosas creadas en Cristo».[352] El hombre necesita ser educado de nuevo en
el asombro y el reconocimiento de la belleza auténtica que se manifiesta en las cosas
creadas.[353]
352] Propositio54.
[353] Cf. Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 92: AAS 99
(2007), 176-177.
Juan Silvestre, El sacerdote en el Ofertorio de la Santa Misa (12 de febrero de 2010)
Así pues, el momento de la oblatio donorum, “gesto humilde y sencillo, tiene un sentido
muy grande: en el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por
Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre”[18]. Es lo que podríamos
denominar el carácter cósmico y universal de la celebración eucarística. El ofertorio
prepara la celebración y nos inserta en el “mysterium fidei que se realiza en la
Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por
Cristo”[19].
No es otro el sentido del gesto de elevación de los dones y de las oraciones que
acompañan al gesto de presentación de los dones del pan y del vino. “Bendito seas
Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que
recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, él será para nosotros pan de
vida”. Su contenido enlaza con las oraciones que los judíos recitaban en la mesa.
Oraciones que en su forma de bendición, tienen como punto de referencia la Pascua de
Israel, son pensadas, declamadas y vividas pensando en aquélla. Esto supone que han
sido elegidas como una anticipación silenciosa del misterio pascual de Jesucristo. Por
eso, la preparación y la realidad definitiva del sacrificio de Cristo se compenetran en
estas palabras.
[18] BENEDICTO XVI, Exh. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 47
[19] JUAN PABLO II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 8. “Se explique la cosa como se explique,
objetivamente hablando no parece poderse negar la efectiva implicación ya actual en la acción y en el
movimiento, que diríamos de naturaleza oblativa (offerimus), de la tierra, del hombre y de su actividad
creativa, obviamente no como objeto absoluto cerrado en sí mismo y concluido definitivamente en el
momento, sino dinámico, abierto a una conversión y centrado en un objetivo futuro en sí mismo, pero ya
presente en la mente y en el corazón. El sacrificio ritualmente se representará, ciertamente, solo en la
plegaria eucarística. Con todo no será como un evento que surge de la nada. Será en cambio el culmen de
una ascensión vivida interiormente y dirigida completamente hacia él” (V. RAFFA, Liturgia eucaristica.
Mistagogia della Messa: dalla storia e dalla teologia alla pastorale pratica, p. 415).
VALOR COSMICO DE LA EUCARISTIA
La misa abarca todos los tiempos y todos los lugares del universo. Por eso, la misa tiene
un valor cósmico y universal.
Sí, cósmico. Porque también, cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia
en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar delmundo. Ella
une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación (EE 8). La misa no es sólo
cósmica, es celestial; pues participamos en la tierra de la celebración eterna de los
bienaventurados y ángeles del cielo que aman y adoran a Jesús, el hombre- Dios, y por
su medio, aman y adoran al Padre y al Espíritu Santo. Decía el Papa Juan Pablo II: En la
misa nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitudinmensa que grita:
la salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono y delCordero (Ap 7, 10).
La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo, que seabre sobre la tierra. Es
un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en lasnubes de nuestra historia
y proyecta luz sobre nuestro camino (EE 19). Decía el cardenal Ratzinger en su libro Al
servicio del Evangelio: Toda misa es una misa cósmica, pues nos hace salir de nuestros
pequeños grupos para abrazar la grancomunidad que abarca el cielo y la tierra. Por
eso, el lugar donde se celebra la misa se convierte, en esos momentos, en el punto de
concentración del universo, de la humanidad entera y del cielo. Cristo, que se hace
presente en cada misa, une a todo y a todos, recapitulando todas cosas del cielo y de la
tierra (Ef 1, 10).
La misa, decía el Papa Juan Pablo II, une el cielo y la tierra (EE 8). La misa es como el
cielo en la tierra. San Juan Crisóstomo decía: Aquí está el cielo27. De modo que ir a
misa es ir al cielo, es ir a unirnos con todos los santos y ángeles, que se hacen presentes
en cada misa. Debemos darnos cuenta de que el cielo nos espera en cada misa y que
todos los santos y ángeles están pendientes de nosotros y se hacen presentes alrededor
del altar, especialmente en el momento de la consagración.
Sacramentalidad de la Creación, es decir, las huellas de Cristo en el mundo creado. El mundo
está colmado de la presencia de Dios; todas las cosas creadas son un signo y una revelación del
Creador, que deja su sello en todas partes. La destrucción deliberada de cualquier parte de la
creación implica desfigurar la imagen de Cristo, presente en todo lo creado. Cristo no sólo sufre
cuando se violan los derechos de las personas y se las explota, sino también cuando se profanan
los mares, los ríos y los bosques. Cuando la creación es percibida como sacramental, como
manifestación y camino hacia Dios, nos vemos obligados a transformar nuestra relación de
dominación y poder con los otros por una relación de reverencia y respeto.
MATRIMONIO COMO EXPRESIÓN PRIVILEGIADA DE LA
SACRAMENTALIDAD
Al margen de este concepto limitado de liturgia, Smith concibe a la liturgia cristiana
como portadora de una visión del mundo y de la historia que es altamente formativa,
además de estar vinculada indisolublemente a nuestra corporeidad. Los gestos litúrgicos
son necesarios para el culto cristiano, además de fundamentarse en la realidad física de la
creación. En este sentido, los sacramentos son «intensificaciones específicas de la
sacramentalidad general de la presencia de Dios en y con su creación» . No obstante, la
sacramentalidad de la creación no es la misma en todos los casos, no todo en ella tiene el
mismo grado de sacramentalidad.
De este modo, la “sacramentalidad de la creación” llega a su máxima expresión. En el
matrimonio, el ser mismo de Dios como comunión de personas se hace en cierto modo visible.
Y lo hará a través del vinculo conyugal, «una comunión en dos típicamente cristiana, porque
representa el misterio de la Encarnación de Cristo y su misterio de Alianza»17. El mismo
Espíritu Santo que une al Padre y el Hijo en la Trinidad es el amor esponsal de Cristo a la
Iglesia y el principio dinámico de la caridad conyugal que une a los esposos haciéndolos
«recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz»18. Nos encontramos así
plenamente con el misterio de Cristo y la Iglesia, que es la clave de bóveda del misterio nupcial.
2. LA ENCARNACIÓN Y LA SACRAMENTALIDAD DE LA CREACIÓN
Con la encarnación del Verbo, Dios ha entrado en la historia espacio-temporal de la humanidad
de una manera escatológica, es decir, universal y definitiva. Esa fue la pretensión inaudita de
Jesús (cf. Lc 14, 26; 17, 20s; Jn 14, 6) y la convicción de la primitiva comunidad cristiana,
desde sus mismos orígenes, al reconocer que "el Señor crucificado y resucitado, es de forma
definitiva y absoluta la norma y la medida de la historia" (8). Jesús es entonces en palabras de
Rahner, el Salvador absoluto. Es decir, es "aquella personalidad histórica que, apareciendo en el
espacio y el tiempo, significa el principio de la autocomunicación absoluta de Dios que llega a
su fin, aquel principio que señala la autocomunicación para todos como algo que acontece
irrevocablemente y como inaugurada de manera victoriosa" (9). Sin embargo, "no puede ser
simplemente Dios como el actor mismo que obra en el mundo; debe ser un trozo del cosmos, un
momento de su historia y, además, en su punto cumbre" (10). Significa tanto la
autocomunicación misma, como su aceptación. Por eso el dogma cristológico afirma que "Jesús
es verdaderamente hombre, verdaderamente un trozo de tierra un momento en la historia natural
humana, pues 'nació de una mujer' (Gál 4, 4)" (11). Es el absolutum que ha devenido
concretissimum.
Ahora bien, si la Palabra del Padre se ha revelado de manera definitiva y universal cuando ha
devenido un concretissimum situado histórica y temporalmente, entonces lo histórico, temporal
y concreto lo finito, ha llegado a ser lugar y medio de salvación. Esto nos invita a reconocer que
la realidad creada, y los hombres en particular, pueden ser, en cuanto signos y también como
instrumentos, mediación de Dios, sacramento de su presencia. La humanidad ha quedado
"sacralizada" con la encarnación. Dios se compromete verdaderamente con nuestra finitud, la
asume como suya, la salva y la hace definitivamente espacio de salvación. Esto se puede ver de
modo especial en las palabras de Mt 25, 40: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos
más pequeños, a mí me lo hicisteis". Jesús mismo reconoce a cada una de las acciones corpóreas
materiales, gracias al amor que ellas reflejan, un peso infinito, ya que el mismo Verbo
encarnado se encuentra presente de algún modo en cada ser humano (12). La humanidad entera
es sacramento de Dios y "espacio" de encuentro con él ya que ha sido creada y redimida por el
Verbo que asumió carne. En efecto, "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto
modo, con todo hombre y el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo
conocido solo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22).
Sin embargo, "Dios que cuida paternalmente de todos, ha querido que todos los hombres formen
una única familia haciendo de uno todo el linaje humano" (GS 24). Por eso mismo "quiso
santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer
de ellos un pueblo" (LG 9). Asimismo la promesa del reino definitivo es participación en el
banquete de bodas del Cordero, en donde todos seremos "uno en Cristo" (Gál 3, 28). De modo
que no solo cada "individuo", sino la humanidad como tal, es decir, en cuanto familia de Dios y
comunión, ha quedado constituida en cierto modo, en sacramento del encuentro y espacio de
salvación. Es la "Iglesia universal" a la cual pertenecen "todos los justos, desde Adán, desde el
justo Abel hasta el último elegido" (LG 2).
(8) B. Forte, La Iglesia de la Trinidad. Ensayo sobre el misterio de la Iglesia comunión y misión
(Salamanca 1996), 109.
(9) K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo (Barcelona
1989), 233.
(10) K. Rahner, Curso fundamental, 235.
(11) K. Rahner, Curso fundamental, 235.
(12) Cf. P. Hünermann, Dimensioni antropologiche della Chiesa, en W. Kern - H.J. Pottmeyer - M.
Seckler (Eds), Corso di teologia fondamentale, III: Trattato sulla Chiesa (Brescia 1990), 177.