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IMAGO AGENDA N° 82Agosto 2004. Segunda época. Año XXIII.

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Editorial

Las fuentes del psicoanálisis

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Fernando [email protected]

Saber es acordarseAristóteles

En 1904 (mientras nacían Dalí y Án-gel Garma en España, Lacan chiqui-to inserto en una familia de produc-

tores de vinagre pergeniaba condimentos para el futuro del psicoanálisis, mientras Freud exclamaba frente a la Acrópolis he-lénica: “¡Así que todo esto existe, tal como lo aprendimos en la escuela!”) José Inge-nieros publicaba Los accidentes histéricos y las sugestiones terapéuticas, y el primer artículo mencionando a Freud (aquí en “las pampas” de la urbe). Época de Buenos Ai-res, en la que el gramófono comenzaba a girar, pero los mejores sonidos del psicoa-nálisis vernáculo demorarían unas déca-das aún. Época –sin DSM IV– del fantás-tico jarabe Sthenosina Rusa Orel que pro-metía curarlo todo, desde la “neurastenia” a la debilidad y el insomnio.

¿Tiene remedio perder las fuentes? ¿En qué fuente nos miramos? ¿Transmitimos a las nuevas generaciones de analistas algo del espíritu y la letra de quienes han ori-ginado y desarrollado el psicoanálisis en Argentina? ¿Desde dónde nos posiciona-mos frente a las controversias teóricas in-ternacionales?

La adscripción ciega a un sistema de ideas nos empuja a elidir en ocasiones otros saberes e historias. Ignorar al otro semejante, pero no al Otro. Citas al pie que van al pie de la cita con el Amo, aquel que ilumina. Lecturas parciales, inciden en la clínica.

A veces “tercerizamos” el conocimien-to (depositándolo exclusivamente en ma-nos de quienes nos cuenten el original). Posiblemente, si los fundadores se hu-biesen remitido a pocas lecturas, no es-taríamos nominando a nuestros tiempos –como consigna el biógrafo argentino de Freud Emilio Rodrigué– el siglo del psi-coanálisis.

Carlos Fuentes (el significante insiste), recordó a Neruda en su centenario: “fue el Rey Midas de la poesía. Tocó todas las pa-labras y las convirtió en oro”. Ocurre que los alquimistas-protagonistas de “las fuen-tes” poseían ese fuego: intentaban con-vertir en psicoanálisis aquello que pen-saban arriesgando, fallando, inventando la diferencia que salva del ahogo espe-cular. A las fuentes volvemos, ...¡para no quedarnos!

Alberto Santiere

Las fuentes del psicoanálisis

Conocí literalmente a Freud en los comienzos de 1943. A poco volví a cruzarlo, ahora

con efectos trascendentes para mí. Fue en la página 330 de la autobio-

grafía de Stefan Zweig: El mundo de ayer, editada poco antes por Claridad. En esa autobiografía, escrita mientras ambos estaban refugiados en Londres huyendo de la barbarie nazi, Zweig dedica tres austeras y admirables páginas a Freud. Las es-cribió luego de la muerte de éste en 1939. Comienzan así: “Conocí a Sigmund Freud, espíritu grande y severo quien como ningún otro ahondó y ensanchó el co-nocimiento del alma humana en nuestro tiempo, […] todavía era un sabio obsti-nado, estrafalario, modesto y combatido como tal. Fanático y conciente de los lí-mites de la verdad, cierto día me dijo: ‘No hay una verdad al cien por ciento, como tampoco hay alcohol al cien por ciento’ […] El hombre cuya fama se extendió por el mundo y el tiempo, era entonces un anciano gravemente enfermo; pero no un hombre cansando ni agobiado. Emanaba de él, libre y pujante, la bondad repre-sada en largos años de lucha. Por primera vez tuve la visión concreta del hombre cabalmente sabio, elevado por encima de sí mismo; ya no consideraba ni siquie-ra el dolor y la muerte como una experiencia personal, sino como un objeto extra-personal de observación. Sólo cuando él mismo reconoció inequívocamente, que ya no podría seguir escribiendo, permitió al médico que pusiera coto a su dolor. Y cuando los amigos hundimos su ataúd en tierra inglesa, sabíamos que le entregá-bamos lo mejor de nuestra Viena”.

López Ballesteros no había aproximado aún las traducciones de la obra de Freud

Las fuentes

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a Buenos Aires, pero aquellas páginas de Stefan Zweig habían calado hondo en mí, a la par que su autobiografía me abría nuevas perspectivas de la cultura universal. Comenzados mis estudios universitarios en medicina, era un lector desordena-do en busca de títulos como quien busca, más que respuestas, preguntas a su curiosidad. Fue en la librería Cosmopolita, al 400 de Corrientes, que volví a encontrarlo. Esta vez lo acom-pañaba Thomas Mann, uno de sus mejores amigos. De él ha-bía leído La muerte en Venecia y La montaña mágica; ahora la oportunidad era “Freud y el porvenir”, conferencia que Mann había pronunciado en 1936 en homenaje a los ochenta años de Freud. Editada como libro en Buenos Aires un año des-pués, oportunamente, parecía esperarme. No en la primera, pero al menos en la segunda o la tercera apertura de sus ho-jas, di con el párrafo en que Thomas Mann, amigablemente, provoca a Freud: “Recuerdo una frase que formuló un discí-pulo inteligente, un poco desagradecido de esta doctrina, Carl Jung, quien en la introducción del Libro tibetano de los muer-tos afirma: ‘Resulta mucho más directo y evidente, impresio-nante y por eso también más emocionante, observar lo que me sucede, que observar lo que hago’”. Más adelante, ahora conciliador, continúa: “Una frase audaz y atrevida que mues-tra claramente como está tratando cierta escuela psicológica cuestiones, que hasta Schopenhauer consideraba una exorbi-tante empresa ideal. Freud y sus descubrimientos lo hicieron fácil al desenmascarar el ‘ocurrir’ como un ‘hacer’”.

Aquella edición de “Freud y el porvenir”, verdadero incu-nable, en el sentido pre-psicoanalítico, para mí tuvo, en el tiempo, valor interpretativo. Por de pronto se me develaron algunas cosas que Mann dice en su conferencia: “A la luz de las investigaciones de Freud se lee de manera distinta la gran disertación de Schopenhauer, ‘Sobre la aparente Premedita-ción en el Destino del individuo’”. Para el escritor esto era el punto de contacto más intenso y secreto entre el mundo de las ciencias naturales freudianas, y el mundo filosófico de Schopenhauer. Un contacto que permite advertir que “noso-tros mismos trazamos lo que parece sucedernos y que el da-dor de todo lo dado reside en nosotros”. Una afirmación, ésta última, complementaria a la cita que hace Freud de Goethe para presentar el psicoanálisis: “Aquello que de tus mayores has recibido apodératelo. Lo que no se usa, pesa. Sólo el ins-tante vale.” ¿Aquel instante en que comencé a intuir el signi-ficado de ese trazar lo que nos sucede?

Curiosa convergencia de autores –los que he nombrado–. Propiciaron aquel “instante-acontecer”, con efectos a futuro

capaz de superar el mero suceder. En otro pasaje de aquella conferencia Mann se permite disentir con su amigo: “Quizás sea éste, señoras y señores, el momento de polemizar ama-blemente, con Freud, pues él no tuvo en mucho el mundo de la filosofía”. Claro que antes había resaltado que el vienes no conoció a Nietzsche, quien preludió algunas de sus pene-traciones. Ni a Novalis cuya imaginación romántica-biológi-ca acerca, a menudo, las ideas freudianas. Ni a Kierkegaard cuyo extremismo en el pensar le hubiera interesado honda-mente. También que leyó tarde y poco a Schopenhauer, ver-dadero sinfonista de la filosofía de los instintos. Al respecto Freud solía afirmar, humorísticamente: “La verdadera causa de mi originalidad son mis pocas lecturas”.

Vuelvo a Zweig, de quien siempre me consideré deudor aunque nunca releí detenidamente su autobiografía; sí, a ex-traer –como en esta ocasión– algunas citas. Una prima, que conocí sólo durante un día, me la había regalado insistien-do en su valor. En 1976, debiendo vivir forzadamente en Ba-hía, Brasil, recibí una carta reenviada desde Buenos Aires. La abrí sentado frente a la playa; era el segundo contacto con la prima, conocida fugazmente treinta y cinco años atrás. Entre otras cosas amables y sentidas me decía “nunca olvido lo im-portante que resultó para mí aquella autobiografía de Stefan Zweig que me regalaste”. Curiosos los juegos de la memoria. Cuando me puse de pie advertí que había estado sentado en el pedestal de una escultura de Stefan Zweig, que sus ami-gos de Brasil –entre ellos Jorge Amado y el argentino Caribé– habían levantado en su memoria. En su autobiografía, Stefan Zweig narra algo, que me impresionó vivamente, en relación a la tragedia de su pueblo judío frente al nazismo; miles de ellos deambulaban como parias por Inglaterra. A menudo ha-bla con Freud que, muy apenado como hombre, como pensa-dor no se sorprende; siempre había afirmado la lamentable supremacía de los instintos sobre la cultura humana. Zweig se lamenta que siendo Freud el ingenio más preclaro de su tiempo no podía indicarle un camino o descifrar un sentido a ese contrasentido. Se retiró a Bath, en la campiña inglesa. Declara que está “indefenso como una mosca”: “Mi destino está en otras manos y no en las mías”, palabras que anun-cian su futura resolución semejante a la que –auxiliado por su médico y en otras circunstancias– había elegido Freud. Te-nía el propósito de contraer un segundo matrimonio con su compañera de vida. Un día, en el registro civil de Bath, mien-tras un funcionario recibía sus documentos y le extendía los formularios, alguien entró gritando ¡los alemanes han inva-dido Polonia, esto es la guerra! El empleado dejó la lapice-ra, y anunció que debía consultar con sus superiores. Decla-rada la guerra con Alemania, eran extranjeros enemigos; así lo sentía Zweig embargado por profunda tristeza. Emigró a Brasil, donde puso fin a su vida luego de escribir Brasil su úl-timo libro. Si aquella escultura era un homenaje que le ren-día la intelectualidad brasilera, sin advertirlo también había “ocurrido” mi homenaje. ¿Una historia a lo Jung la que aca-bo de contar? En todo caso me ocurrió y no desconozco que, como toda historia, tiene valor de recuerdo encubridor que señala los yacimientos a explorar. Pero esta es otra historia, la de cada psicoanalista.

Stefan Zweig termina su autobiografía así: “Cuando regresé a casa observé mi propia sombra frente a mí. Nunca más se apartó de mí esa sombra imposible de sacudir. Pero cualquier sombra es, en última instancia, hija también de la luz. Sólo el que ha experimentado eventos claros y oscuros, la guerra y la paz, el ascenso y el descenso, ha vivido en verdad”.

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Arancel: $20.-

Teoría psicoanalítica

Fobia en la enseñanza de LacanRaul A. Yafar, Letra Viva, 2004, 352 pág. / $ 35

Tras un comentario de los autores que se ocuparon de los desarrollos freudianos del tema de la fobia (M. Klein, A. Freud, M. Mannoni, F. Dolto, etc.) este libro se aboca a la tarea de sondear exhaustiva-mente todos los aspectos más innovadores de la concepción lacaniana de dicha estrategia del deseo. Lo hace a lo largo de los veintiséis años del Se-minario, así como a través de diversas conferencias y en los Escritos. También recibe am-plia consideración, en inte-racción con este tema clínico, otro punto capital en la obra de Jacques Lacan: la función paterna.

Tan carentes de materiales rigurosos sobre la fobia, por lo menos si realizamos una com-

paración con las otras neuro-sis... ¿podría este libro ser pen-sado como un tratado sobre la misma? Usualmente, un tra-tado es un escrito que intenta explicar los distintos aspectos concernientes a una materia determinada. En este punto el autor nos comenta: “si pienso mi texto no creo haber inten-tado ‘expli car’, una materia, haciéndola más consistente –menos opaca, pero más den-sa–. Aspiré, en cambio, a po-ner en obra –en movimien-to de trabajo– el pensamiento de los autores, especialmente aquello que en él era más di-fícil de analizar. Pretendí un choque de perspectivas, no el descifrado de algo pleno; apo-yarme en textos ricos en mati-ces, no revelar su secreto ocul-

to; y, por supuesto, ir al com-pás de mi propia reflexión, no concordar o discrepar con al-gún otro. Pues ese ‘otro’ per-siste siempre disperso, escin-dido: sugiere más por lo que calla que por lo que afirma. Pretendí un ‘tratamiento’ que instara a producir, a no dejar dormir textos en un silencio sagrado, nunca demasiado in-quietante.”

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Psicoanálisis en extensión

Ensayo

Psicodiagnóstico

Jacques Lacan y los filósofos AA.VV., EFBA, 2004, 159 pág. / $ 20.-

Un grupo de trabajo de convergen-cia –movimiento lacaniano por el psi-coanálisis Freudiano- constituido por los psicoanalistas que participaron en cada uno de los paneles, convocó a los filósofos para llevar adelante el

coloquio que conforma este libro, los días 2 y 3 de Mayo de 2003, fueron siete paneles en los cuales un filósofo y un psicoanalista abordaron autores y temas de la filosofía que Jacques Lacan toma como referencia a lo largo de su obra, comenzando por Miguel de Mon-taigne, a cargo de Santiago Kovadloff e Isidoro Vegh; Así como Platón, Heide-gger, Kierkegaard y Spinoza. Hacer del

coloquio un escrito es una apuesta a la eficacia de la lengua, que en esta oca-sión toma la forma de libro y llega has-ta ustedes.

El término “mito” ha invadido am-pliamente nuestro lenguaje cotidiano. Pero al vulgarizarse ha perdido su sen-tido antiguo y ya casi no designa otra cosa que un conjunto impreciso de proposiciones que se oponen a la rea-lidad. Por otra parte, esa vulgarización se acompaña de un gran interés cientí-fico por el mito entendido en su senti-do tradicional, como una forma esencial del pensa miento humano. A pesar de su éxito, ese campo de estudios permane-ce relativamente mal definido.

Este libro se propone esclarecer las relaciones a menu do confusas que se

establecen entre mito y literatura, con el propósito de proporcionar al lector un marco her menéutico y metodológi-co coherente que le permita leer mejor la literatura.

Mitos y literaturaF. Monneyron / Y. Thomas, Nueva Visión, 2004, 96 pág. / $ 14.-

Subjetividad y Rorschach Tiempo, espacio, vínculos,

Marta B. Guberman. CAPAC, 2003, 112 pág. / $ 13.-

En esta obra la autora lo-gra ampliamente su propósi-to, enunciando al comienzo, de describir en profundidad la dimensión psicológica y exis-tencial del ser humano.

A través de la lectura de este texto se hace evidente su cono-cimiento de la Filosofía Exis-tencial, su dominio del psico-diagnóstico de Rorschach y su amplia experiencia clínica, exitosamente inte-grados.

Esta obra es un aporte va-liosísimo para el psicólogo que se ocupa de diagnosticar al ser humano y de trabajar en to-das las áreas de la salud y de la patología.

La perspectiva psicoanalí-tica, frecuentemente utilizada en nuestro medio para la com-presión dinámica de los test

de personalidad, resulta así enriqueci-da con los aportes de la lectura existen-cial que esta autora nos brinda.

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Psicoanálisis con niñosEnsayo

Discurso y verdaden la antigua Grecia

Michel Foucault, Paidós, 2004, 224 pág. / $ 32.-

El niño en la encrucijadaAcerca del juego y la sexualidad infantil

Graciela M. Giraldi,Homo Sapiens, 2004, 142 pág. / $ 20.-

La relación entre discur-so, verdad y praxis política ha sido conti nuamente problema-tizada a lo largo de la historia de Occidente. Hoy, más que nunca, el poder de los medios de comunicación y la tecnifica-ción de la política hacen nece-saria una profunda reflexión sobre las formas que adopta el lenguaje como instrumento de control de masas, y sobre las posibilidades que ofrece como arma contra los abusos de los gobernantes. Foucault, embar-cado durante años en la tarea de llevar a cabo una ontolo-gía del presente, recorre en es-tas conferencias, parte viva de su última filosofía, la génesis y el desarrollo de la parresía, de la libertad de palabra, princi-

pal me canismo de relación en-tre discurso y política en la an-tigüedad clásica, desde las pri-meras apariciones del término en la tragedia ática hasta la pa-trística grecolatina.

La práctica psicoanalítica nos enseña que, si bien el niño –mediante la sintomatología infantil– ocupa el lugar para-digmático de objeto que divi-de o colma a la madre, ello no lo exime –en tanto ser hablan-te– de su responsabilidad de te-ner que elegir su propio cami-no por la vida.

Especialmente si los niños tienen derecho a acceder a la experiencia analítica es por-que a través de la misma cada analizante –confrontado al de-seo del analista– tiene la opor-tunidad de poner en juego su decisión singular ante el cruce de caminos que le plantea el deseo de la madre y lo que la excede en tanto que mujer.

Y en la perspectiva de la cura analítica, poder hacerse el pro-pio camino al andar tiene –al fi-nal– sus consecuencias, satisfac-torias para el caminante.

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Teoría psicoanalítica

Teoría psicoanalítica

En la medida en que cada pen-sador en psicoanálisis construye modelos de psiquismo y de sufri-miento –postula la autora–, re-sulta imprescindible profundizar en el pensamiento de cada uno, pues de dichos modelos deriva-rá a su vez un modelo de sujeto y de vida. Y a esa tarea se aboca la autora; con paciencia y erudi-ción desgrana los conceptos fundamen-tales de las teorías de Winnicott y Aula-gnier, para anudarlos en una producción propia, que toma elementos de la prácti-

ca clínica. Como sostiene en las primeras páginas, “la problemá-tica de los inicios, los encuen-tros inaugurales entre la cria-tura y el mundo, crea proble-mas que muchas veces desbor-dan toda posibilidad de teoriza-ción”. Y sin embargo, es tarea del investigador insistir en ese inten-to, articular las diversas teorías,

analizando aquellos elementos que per-mitirán en el infans el advenimiento de su propia subjetividad, configurando así el sostén del ser.

El sostén del serLas contribuciones de Donald W. Winnicott

y Piera Aulagnier

Ana Delia Levin de Said, Paidós, 2004, 240 pág. / $ 26.-

Los autores “navegan” con destreza y experiencia –en las márgenes del título se alude a ríos y mares– en los bordes de ese “mas allá” que Freud ubi-có en el territorio de la pulsión de muer te. El conjunto de los capítulos dibuja una poderosa parábola: de la mudez del niño a la palabra incierta de “lo vi-vido”. En el eje de la parábola, situa-da en el otoño de la vida, diría yo, en el últi mo capítulo se perfila una pode-

rosa expresión de los autores, que, cual clave de su particu-lar modo de hacer psicoanáli-sis señala:

“El valor de la palabra frente a la caducidad de la carne”.

¿Por qué no aceptar que, en el título elegido, “más allá” es el exilio inicial, del cual –a mi entender– volvemos siempre,

por medio del habla?

Raquel Zac de Goldstein

De exilios y márgenesen psicoanálisis

Acerca de más allá del principio del placer

Perla Frenkel, Poesía y psicoanálisis, 2003, 127 pág. / $ 15.-

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Ensayo

Michel Foucault y las prisiones Francois Boullant, Nueva Visión, 2004, 112 pág. / $15.-

El resplandor soberbio y siniestro de Vigilar y castigar no debe cubrir el con-junto del problema penal, al que, desde los años ’70 hasta su muerte, Foucault dedicará más de sesenta textos, bajo las más diversas formas. Tejiendo con-juntamente consideraciones teóricas y observaciones pragmáticas, consi-gue subvertir esa seudo frontera: el mi-litante orienta al investigador y el inves-tigador esclarece al militante.

Cualquier cuestión, incluso la más anodina, la más coyun tural, es pretex-to para desarrollos más generales: no hay problemas secundarios. La prisión es un todo y toda res puesta será global, fundamental y radical. Surgen así sor-prendentes desarrollos que descubren el pensamiento más exigente sobre la cuestión más tenue e iluminan el libro con una luz oblicua y cruda.

Durante esos quince años, Foucault parece haber estado en todos los fren-

tes, haber leído todo, haberse entera-do de todo, haberse mezclado en todo. Aquí nos proponemos describir ese sin-gular itinerario, confrontando un pensa-miento mayor del siglo XX con uno de los problemas que indiscutiblemente más le apasionó a Michel Foucault, has-ta el extremo de declarar que Vigilar y castigar era su pri mer libro...

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Neurociencias

Teoría psicoanalítica

Historia del psicoanálisis

Letra Vivalibros

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Las controversiasAnna Freud - Melanie Klein (1941-1945)

Pearl King / Riccardo Steiner, Síntesis, 2003, 831 pág. /$ 275,-

Después de la muerte de Freud, en 1939, la Sociedad Psicoanalítica Británica fue escenario de un intenso deba-te. La controversia surgió con respecto a la validez y el sta-tus de las ideas introducidas en el psicoanálisis por Mela-nie Klein: ¿Hasta qué punto se desviaban de los supues-tos básicos de Freud y qué se debería hacer con respecto a esto? Aunque las desavenen-cias principales se centraban

sobre todo en la práctica de la técnica y en la teoría, el poder en la Sociedad Psicoanalítica y su futura organización tam-bién estaban en juego, junto con cuestiones fundamenta-les relacionadas con su difu-sión y transmisión como dis-ciplina. Para debatir las con-troversias surgidas, la Socie-dad celebró una serie de dis-cusiones científicas, su Co-mité de Formación investigó los parámetros de una técnica

válida y sus gerentes exami-naron la estructura democrá-tica de su constitución.

Varias décadas de investi-gaciones en el campo de la memoria, tanto en humanos como en animales, han apor-tado una variedad de expe-riencias que dan cuenta de la existencia de distintos sis-temas de memoria. Este li-bro refiere de manera conci-sa los aspectos más significa-tivos de esta investigación: el estudio de la amnesia del pa-ciente HM y de otros tipos de alteración de la memoria en

humanos, los datos aportados por los estudios de imagen ce-rebral (PET, FMRI), las nove-dosas e ingeniosas pruebas experimentales en animales de laboratorio, los estudios a nivel celular y molecular.

La explicación de los te-mas y el enfoque integrador es fruto de una visión sobre los procesos de la memoria que incluye el análisis psi-cológico de los procesos de memoria, el enfoque evoluti-

vo, así como los últimos de-sarrollos de la neurociencia cognitiva.

Cerebro y memoriaEl caso HM y el enfoque neurocognitivo de la memoria

Aldo R. Ferreres, Tekné, 2004, 88 pág. / $ 10.-

Partiendo de la definición de Jacques Lacan “El incons-ciente es Baltimore al amane-cer”, Eric Laurent construye su ensayo Ciudades analíticas, un esfuerzo para repensar el inconsciente, a partir de una definición poética, que lleva a un trabajo redefinición de la topología del sujeto.

Eric Laurent nos enseña que es importante el por-venir del psicoanálisis vaya más allá de la terapéutica de la neurosis individual, para

alcanzar lo social, tal como Freud atisbó en el Malestar en la cultura, donde el su-peryó surge como una tera-pia de la cultura [...] Encon-tramos aquí, al menos, dos líneas lectura diferentes que se entrecruzan: Una concier-ne al acto analítico en su sin-gularidad, es decir, a la “apo-ría del acto analítico” donde, entre el significante y el secre-to de la práctica en el consul-torio, “no creemos más en un operador estandarizado que

tendría la clara visión de su acción y sabría, en relación con las normas de la cura, en qué punto preciso él se en-cuentra.

Ciudades analíticasEric Laurent, Tres Haches 2004, 223 pág. / $25. -

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CouselingTeoría psicoanalítica

Devenir La Mujer se constituye en una so-lución posible al pro-blema que plantea la forclusión del Nom-bre-del-Padre en la relación del sujeto al goce. El goce que no se encuentra localiza-do en el significante fálico, retorna en experiencias que sorprenden, angustian, y le imponen al sujeto un esfuerzo constante para significantizarlo y darle un sentido un tanto más acorde al lazo social. Entonces, acuciado por el hecho de no po-der inscribirse en un universal, le queda al sujeto la solución de encarnar una de las figuras de excepción: La Mujer. Ello le proporciona un cierto descanso en el sin cesar de un goce que insiste falto de encontrar un lí-

mite, el del significan-te fálico.

El proceso de femi-nización al cual los alienados se ven fre-cuentemente someti-dos ha sido constata-do desde la edad clá-sica de la psiquiatría sin que los autores

de la época no sepan leer en él otra cosa más que un fenóme-no clínico recurrente. Será ex-traído de la clínica de las psi-cosis bajo el sintagma de “em-puje-a-la-mujer” tardíamente en la enseñanza del doctor Ja-cques Lacan. Con este libro us-ted va a descubrir esta noción o profundizar sus conocimien-tos sobre ella. Usted podrá ve-rificar al mismo tiempo su per-tinencia clínica y su valor epis-témico.

El empuje-a-la-mujerFormas, transformaciones y estructura

Eduardo T. Mathieu, El espejo, 2004, 193 pág. / $ 22.-

Nacer, crecer y desarrollarse son procesos naturales bio-so-cio-psicológicos, que experien-ciamos los seres humanos. Des-plegarse es un paso más allá, en el cual se comienza a ser quie-nes realmente somos, y no quienes creemos ser. Desple-garse es propio de lo personal, y lo que nos diferencia poten-cialmente del resto de los se-res vivos.

Andrés Sánchez Bodas, in-troductor y creador del Coun-seling en nuestro pais, realiza en este texto un claro recorrido evolutivo, partiendo del deseo materno, la Tendencia al Cre-cimiento o Pulsión Vital como fuerza motivadora para una po-

sitiva Socialización.Finaliza con un modelo, el

Enfoque Holístico Centrado en la Persona, orientado hacia y para el Despliegue Personal.

Estamos ante un texto dirigi-do a quienes deseen compren-der y transitar el camino del desplegar la persona que so-mos siendo.

DesplegarseFundamentos del Couseling Holístico

para el Despliegue Humano,

Andrés Sánchez Bodas,Lectour, 2004, 152 pág. / $ 18.-

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“Viejo, escribió Sartre, es aquel que sobrevive a una época”. Un sobrevi-viente no es alguien que vive, es al-guien que, prometido a la muerte, per-siste después de incumplida la prome-sa. No sabe que es un muerto. Es un in-actual, siempre a destiempo, puro de-seo irresponsable que se adelanta has-ta permitir –sin saber– que un nuevo ser se asome a la existencia y a la vez, tardío testigo del siempre ausente. La famosa incerteza volcada sobre el pa-dre, no es de hecho. De derecho, es el soporte para que se cumpla la defrau-dación de la confianza. Esta imposibi-lidad, esta perfecta imperfección es la del símbolo. Es por eso que hemos pe-dido ayuda a los poetas. No por que sa-brían más o por menos sobre este miste-rio atormentador que también abraza al

discurso del psicoanálisis. No es que el poeta conozca el nombre de las cosas, pero la lengua lo elige para entregarlo a esa oscura incapacidad de nombrar que aqueja a la palabra y que hace de la metáfora la ley de esa inadecuación radical que asola al padre”.

ConjeturalNº 41, Del Padre

Julio 2004, 131 pág. / $ 20.-

En esta oportunidad nos hemos cen-trado en el tema de la sublimación, un concepto difícil que ha dado lugar a di-versas interpretaciones, no sólo desde la perspectiva de ser uno de los desti-nos pulsionales –lo cual nos lleva a la necesidad de deslin dar la significación de este Grundbegriff– sino también por es tar involucrado, según la opinión de algunos autores, en las consideraciones desplegadas sobre el fin del análisis.

Es así como los autores de los trabajos aquí publicados se ocupan de diversas cuestiones: el discutible valor de ras-trear el concepto de sublimación a par-tir de su origen en la química, el pro-blema de privilegiar el producto subli-matorio más que la operación de pro-ducción, la necesidad de diferenciar dis-tintas acepciones del termino “meta” para entender qué significa el cambio de meta pulsional, es decir, qué signifi-ca esa paradigmá tica “satisfacción su-blimatoria de la pulsión”, las variacio-nes de los estilos sublimatorios en re-lación con la función de la falta, cuál es la significación de la conocida frase que hace del concep to que nos ocupa “la elevación del objeto a la dignidad

de la Cosa”, la fatalidad como telón de fondo de toda sublimación, la relación de la sublimación con el fin del análi-sis y el “ir más allá del padre” la zona intermedia entre lo público y lo priva-do en su relación con el chisme como el preludio de una sublima ción posible y su articulación con la escritura.

En la sección de lecturas psicoana-líticas se trabaja el senti do de las pre-guntas de un adolescente en unos dibu-jos anima dos, la relación entre el acto perverso desplegado en la película La soga de Hitchcock y la problemática del acto gratuito plan teado por André Gide a partir de las tesis de Lacan des-plegadas en Kant con Sade.

Rolando H. KaRotHy

Contextos en psicoanálisisN° 7, La sublimación

Julio 2004, 199 pág. / $ 20. -

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Las fuentes del psicoanálisis

Pienso que asistimos a una época muy interesante del psi-coanálisis argentino. Dentro del campo que se ha desa-rrollado a partir de la enseñanza de Lacan aparecen cons-

tantemente textos novedosos de analistas que no sólo reúnen una rica experiencia clínica, sino que han decantado e incor-porado en su formación teórica muchísimos conceptos que en otra época se repetían sin casi intelección profunda y por lo tanto sin eficacia clínica real. Se abre una época de producción que no vacilo en calificar de provocativa y entusiasta.

Pero, a mi juicio, esto es fruto entre otras cosas del derrum-be progresivo de un “esquema” de lectura infortunado –tan difundido como empobrecedor– que truncó, al menos parcial-mente, la producción de nuestra comunidad de trabajo du-rante al menos la primera década de expansión de la obra de Lacan en la Argentina. Este esquema se reduce a considerar la inserción del analista lacaniano con respecto al psicoaná-lisis del siguiente modo, es decir, según la siguiente secuen-cia lógica1:

a) Freud y Lacan son tomados como un equipo de dobles es-peculares, anulándose el sentido del “retorno a Freud” –que tiene, entre otros, el de una lectura que sigue la tra-dición freudiana, es decir, una repetición con diferencias–. Este equipo pasa a ser detentador de la verdad-Toda y, por lo tanto, es el psicoanálisis.

b) Se realiza una operación de descarte de los discípulos de Freud, junto con los llamados posfreudianos, los kleinianos y todos los otros autores, que pasan a configurar un “paque-te” global y poco matizado. También se señalan constante-mente los límites de cualquier otra corriente o autoría. La cultura toda constituye un residuo desprendido, derivado, referido, a la sombra de la díada maestra.

c) Entonces, se concluye en una declaración de principios: el analista “freudo-lacaniano” se apresura a coparticipar de esa juntura imaginaria iniciática, se filia en ella, con lo que se exime de rendir cuentas de su relación particular a la ver-dad medio-dicha del inconsciente –incluso, a veces, de ana-lizarse–. Todo esto por temor religioso a una segregación a la que de todos modos se consagra –claro que a la de los otros–. En efecto, ahora el analista “freudo-lacaniano” ha logrado un Ser. Él es uno-con-la díada.

Es obvio que no me estoy refiriendo a la agudeza de la in-mensa operación de lectura y reescritura que Lacan consigue aportar para todos los analistas. Estoy hablando de un fenó-meno local muy específico, ligado a lo que Lacan llama fas-cinum, contrario a toda operación de lectura, a toda creativi-dad, a todo juego de posibilidades y responsabilidades teóri-cas. Una obra, cualquier obra, se trabaja, se discute, se incor-pora buscando una repercusión en el inconsciente del lector-

analista. También es ético no hacerlo si no está en el camino del deseo de cada uno. Lo que me parece envilecedor es des-cartarla desde los prejuicios de una cosmovisión –más allá de que la génesis de ésta radique en motivaciones religiosas, po-líticas o de mercado, es decir, en pos del liso y llano recluta-miento de fieles2–, aunque esa visión del mundo se autorice desde una prestigiosa perspectiva freudiano-lacaniana.

Si rememoro el prólogo de mi primer libro3 sigo pensando que en general las confrontaciones de lecturas sobre temas del psicoanálisis caen dentro de dos posicionamien tos posibles en-tre los que discuten. En la primera sólo se tiene en considera-ción la alternativa del par opositivo de lo correcto-incorrecto. Categorías ideales que responden a un afán de totalización. En la segunda se juega lo que es posible hacer de nuevo, tal vez, y sólo tal vez, más ajustadamente –Alfred Hitchcock de-cía que plagiarse a uno mismo es estilo–.

Si se parte de la primera posición sólo es posible pensar con-tra el otro por lo que le falta, en general con un matiz paranoi-de de reclamo. Si el autor, es decir, el agente personal del dis-curso, se ha equivocado, su accionar no tiene pertinencia.

Nuestro “riguroso” lector aquí pretende trabajar siempre a favor del original comentado o del tema discutido, elevado al rango de verdadera Idea platónica, identificado a su lectura, más o menos fiel. Por lo tanto, cuando opina sólo puede cons-tante y reverentemente citar.

Los sumisos ante el amo totémico –que ellos mismos han eri-gido– solicitan que se les dicten los modos de aceptación del pensamiento para alzarse como jueces de irresponsables y des-viados. Avanzando contra éstos es que se defiende el original, pensado en estar en causa con él y a favor de su pureza.

Se ha confundido entonces “tomar partido” con tener parti-do tomado y como ocurre siempre entre quienes se sostienen como avales del Padre, se desciende vertiginosamente de la interrogación teórica o clínica a la persecución ideológica, al descarte conceptual, a la soberbia propagandística.

El pensamiento se encuentra en cambio con su propio fun-damento cuando se deshace a sí mismo, cuando se discute con aquello que causa la rotación de lo que no resta sino como vocación por el hallazgo. Discutir con un texto es decir siem-pre de sí, pues el texto original es sólo un vapor, un soplo, un mensaje que sostiene lo mismo des-dicho para intentarlo otra vez. Juntura –como pasaje subjetivante– que conecta la ins-cripción como duelo, o sea el escrito, con lo que bebe de las fuentes históricas en cada trabajo realmente personal.

A partir de este esquematismo paranoide, cada lectura de un autor-no-lacaniano naufragó durante años en lo que se llama “psicoa náli sis aplicado”: una pasión, agrego, de índole escópico-contemplativa de Deseo al Otro. En cada ocasión se “utilizaba” el saber co mo un Otro del Otro, explicando lo que otros quisieron y no pudieron decir –en este caso, por su falta de lectura de la dupla Freud-Lacan–.

Creo que la aplicación de una propedéutica que intuye, te-leológicamente y a priori, hacia dónde conduce no es un tra-bajo analí tico. Prefiero cuando leo, para contestar más profun-damente mis inquietudes, una labor (trans)for ma tiva, donde opto por dejar que cada autor inicialmente “me tra baje”, sen-cillamente pensándolo desde su teoría, es decir, intento com-

Releyendo las fuentes del psicoanálisis

Escribe

Raúl A. [email protected]

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partir activamente su aventura intelec tual. Es mi forma de amar su intento, de tomar la iniciativa de correr con él sus mismos riesgos. Recién tras esa alienación pretendo sepa-rarme subjetivando lo leído, y esto lo incluye, disolviéndolo, más tarde, en mi propio pensamiento.

Mis consignas han sido siempre de este modo: tranquilidad, lealtad al sentido inter-no de cada texto, y un reposo discursivo que, silencioso, se recuesta en el núcleo “duro” de cada pensamien to.

* * *

¿Cuáles han sido los efectos más negativos del esquema que describí, en términos gene-rales, en la entrada de la obra de Lacan en la Argentina? Creo que, para empezar, dos.

El primero es que, dado que el propio Lacan planteaba insistentemente que su pensa-miento prolongaba el de Freud, sin explicitar apropiadamente las diferencias e incluso los puntos en que lo invertía flagrantemente, se consolidó –gracias a la ritualización reli-giosa con que se lo leía– la idea de que era válido denunciar en los supuestos adversarios de Freud –es decir, todos los otros analistas que no fueran Freud o Lacan– “desviaciones” que, en realidad, muchas veces correspondían con lecturas ajustadas al texto de Freud4.

En segundo lugar, no se pudo, salvo excepciones, advertir el carácter subversivo ín-sito en muchas originarias intuiciones de los fundadores, lectores y practicantes posterio-res del psicoanálisis freudiano. Estas intuiciones a veces son coincidentes con las de La-can; otras lo preceden o lo prolongan; muchas más se dirigen directamente a temas fe-cundos de la clínica que Lacan jamás puso en juego –lo cual es lógico, la obra de Lacan es vastísima, pero es tan no-toda como cualquier otra–. En su momento Lacan se admi-raba de la calidad de los debates de la época de Freud, en contraste con sus desespera-das quejas por la esterilidad de los aportes de sus propios seguidores. Una de las moti-vaciones del dispositivo del Pase era la expectativa de que, en sus testimonios, se dibu-jase una teorización que fuera más allá de la de él mismo. Hecho que para Lacan, por lo menos, no se cumplió.

Y para terminar, voy a poner ejemplos de este último punto, discutibles todos, reconside-

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rables seguramente, pero a que mí me han servido en mi formación –en la medida en que siempre me sentí ajeno al esquema de lectura que hoy, una vez más, vuelvo a criticar–.

1) Fundamental es la teoría de la “confusión de los lenguajes entre el adulto y el niño” de Sandor Ferenczi, de la que luego emergen muchos de los desarrollos de D. W. Winni-cott y desde allí, el antipsiquíatra Ronald Laing. En este punto de la obra de Ferenczi se puede leer incluso una auténtica teoría novedosa de la neurosis, alternativa con respecto a la de Freud, que va más allá de la oposición fantasía –es decir, realidad psíquica– ver-sus realidad objetiva, en la que muchas veces el creador del psicoanálisis se empantana-ba. Estamos acostumbrados a leer la famosa “proton pseudos” como primera “mentira”, pero prefiero pensarla mejor en términos de ficción o simulacro, en el sentido filosófico griego, lo que emparentaría la reflexión de Ferenczi con la fórmula de Lacan “la verdad tiene estructura de ficción”. Las histéricas, entonces, no “mienten”, sólo medio-dicen la verdad del Discurso del Otro según simulacros particulares en cada caso clínico.

2) Jones tiene muchas intuiciones fecundas, aunque muchas veces mal expresadas, so-bre el tema de la feminidad. Cuando piensa que la envidia al pene es secundaria y defen-siva de una angustia específicamente femenina, en el fondo dice lo mismo que Lacan, que allí se aleja de Freud –aunque no lo confiese–. Jones piensa en una especificidad del goce femenino, lo localiza bien en la masturbación y observa en su fenómeno clínico más detonante –la pesadilla– un terror específico ante ese goce. Tampoco me parece que La-can sea justo con sus críticas del concepto de afanisis: si uno lee al sesgo a Jones lo que teoriza se parece bastante a la descripción de la angustia en Lacan. Si éste es tan enfáti-co siempre en criticarlo, ¿no será porque se le anticipa? Nasio decía que Lacan amaba a Freud como su doble especular, pero a quien deseaba era a Jones.

3) Si hay alguien que se ocupó muchísimo de lo real y del goce, así como de la sexua-lidad en su aspecto orgásmico es W. Reich. Incluso, más allá de sus teorías finales semi-delirantes, expandió el tema de la impotencia masculina universal, tema freudiano, ha-cia una impotencia orgásmica universal en ambos sexos, que tiene mucho interés para pensar el tema del goce femenino o suplementario5. Por otro lado, sus desarrollos sobre el carácter, anticipan muchísimas cosas sobre el tema muy actual de los pacientes en po-sición de objeto.

4) Melanie Klein teoriza mucho de lo que Lacan toma, sin agradecérselo, sobre las di-ferencias entre envidia y celos, así como entre la oblatividad y la gratuidad del amor como don de la falta. Por otro lado, su sistema teórico se centra en la temática del duelo y en esto se parece más a Lacan que éste a Freud. Este último parece preso, además, de una concepción romántica del duelo de la que Lacan se aleja.6

5) Erich Fromm anticipa muchos de los desarrollos de la idea lacaniana –Seminario Diez– de un deseo, ínsito en el neurótico mismo, de “más castración”. Esto también re-cuerda la ética de “no ceder en el deseo”, que se entronca asimismo con el conocido tema frommiano del miedo a la libertad, afecto que lleva al neurótico a las componendas ima-ginarias con las que él mismo combate. Esto orienta sus pocas, pero interesantes lectu-ras clínicas, produciendo una inversión de los postulados del Edipo que resuena real-mente muy cercana a Lacan7.

Son sólo algunos ejemplos, podríamos buscar muchos más. Pero esto es lo excitante de la lectura, cuando es desprejuiciada: los autores menos pensados se conectan por un deseo que no sa bían/sa bíamos, abriendo a una red teórica mucho más rica que la ve ro-símil según parámetros acadé micos. Aunque estos parámetros se pretendan disfrazada-mente “laca nianos” y aunque sepamos que la riqueza de la enseñanza de Lacan no pue-de equipararse, después de Freud, por su profundidad y versatilidad creativa, con nin-guna otra. ________________1. Me disculpará el lector la ironía, pero todos aquellos de los que se esperaba una filiación automáti-

ca, uniforme y masificada padecimos muchísimo durante esos tiempos. 2. En este punto se puede consultar El idioma de los lacanianos de Jorge Baños Orellana.3. Amor y perversión (1989), Ricardo Vergara Ediciones.4. Los posfreudianos, los kleinianos y los psicólogos del Yo, aunque a veces mediocres, no eran miopes:

pudieron construir sus teorías hallando textos –o al menos párrafos– ad hoc en la obra misma de Freud que los legitimaban. Para este punto hay reflexiones interesantes en el libro de Norberto Ra-binovich, El Nombre-del-Padre, página 25.

5. Hemos discutido el tema del orgasmo con Juan Ritvo en sendos textos de Agenda del año 2003.6. Ver Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, de Jean Allouch.7. En mi libro recién publicado por Letra Viva, Fobia en la enseñanza de Lacan, el lector puede leer las

páginas dedicadas a diversos lectores de Freud. La diferente concepción del síntoma y la sexualidad en Freud y en Lacan subyace ya en su diversa forma de “pararse” ante el Complejo de Edipo en el parlante. Ambos autores casi parten de proposiciones opuestas.

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Las fuentes del psicoanálisis

Silvia Fendrik: ¿Cuál es tu idea de la importancia de las fuentes? ¿Por qué creés que vale la pena con-sultarlas, utilizarlas, retra-bajarlas?

Raimundo Salgado: Bue-no, porque en las fuentes, ¿qué encontrás? Agua pura. Entonces, es como volver a la pureza de origen. Son los orígenes, el comienzo, el nacimiento, la creatividad, la ingenuidad. Pienso en el pensamiento virgen, de al-guna forma, que tienen los clásicos. Y por eso creo que tienen un gran valor.

S. F.: Yo en cambio no coincido en lo del pensamiento virgen ni en la pureza. Sí en la originalidad.

R. S.: ¿Ingenuidad tampoco?

S. F.: Tal vez puede haber algo de ingenuidad, pero casi siem-pre hay mucha “contaminación”. ¿En qué sentido? No sabemos si, por ejemplo, cuando Rank presenta su trabajo sobre Don Juan en la sociedad de Berlín en al año 1922 era “ingenuo”, es decir, si el trabajo era simplemente el resultado de una inves-tigación que él había hecho sobre Don Juan en el mito y en la leyenda, porque se entusiasmó con el Don Giovanni de Mozart, o si su trabajo tenía una intención política. Muchos trabajos de esa época son cuestionamientos encubiertos a ciertas posturas de Freud, y también había mucha rivalidad entre los analistas más próximos a Freud. O sea que en las fuentes, no habría algo puro, cristalino, como agua de manantial. Pero en esta “conta-minación” donde se entretejen cuestiones institucionales, políti-cas, personales, teóricas, posturas clínicas, está la riqueza en la producción del psicoanálisis. Todo este entrecruzamiento entre lo institucional, lo político, lo personal, lo teórico, lo clínico, es la historia del psicoanálisis. La pregunta es qué pasa hoy con la lectura de los pioneros, llámense Otto Rank, Wilhelm Rei-ch, Melanie Klein, Anna Freud. ¿Qué son, prehistóricos? ¿Se-rían nombres de diferentes especies de dinosaurios, en lugar de pioneros con una obra escrita? ¿Qué pasa ahí?

R. S.: Yo me pregunto, sinceramente, cómo nace el psicoa-nálisis.

S. F.: Me parece que esa es otra historia, porque sobre los orí-genes “del” psicoanálisis, cómo Freud empieza, cómo nace el psicoanálisis, hay muchísimo escrito.

R. S.: ¿Pero cómo surgieron los pioneros? ¿Se solidarizaron

con Freud y, a partir de esa relación, se interesaron en el psicoanálisis?

S. F.: Y, muchos se acerca-ron a Freud como pacientes, otros se acercaron como in-teresados en sus teorías, como “gente de la cultura”, también. Sabemos que en las reuniones de los miér-coles había algunos que estaban formándose como psicoanalistas y otros que nada que ver, como el papá de Juanito, Max Graff, que creo que era musicólogo. En

las actas de las reuniones de los miércoles, hay muchos perso-najes nombrados que, uno no tiene ni idea, no han pasado a la historia del psicoanálisis. No sé si habrán pasado o no a alguna otra historia. Pero había un intercambio de ideas muy rico. Po-demos consultar la obra de Marthe Robert, por ejemplo, sobre la historia del psicoanálisis, la de Paul Roazen.

R. S.: El libro de Marthe Robert, Oscar Masotta me pedía que lo recomendara a todo el mundo. Me decía: “Recomendá este libro”. Creo que debe ser muy importante.

S. F.: ¿De veras? Justamente, ¿por qué vos creés que Oscar Ma-sotta te decía recomendá este libro? ¿Por qué vos pensás que para él ese era un libro muy importante?

R. S.: Yo creo que siempre hay que conocer el origen de algo. Por ejemplo, en la facultad hoy se empieza por Lacan. Eso es psicoanálisis. Pero para mí empezar por Lacan no es psicoaná-lisis. Tenés que empezar por el origen.

S. F.: Es muy interesante lo que decís, porque uno de los mal-entendidos, entre tantos malentendidos a que da lugar la en-señanza de Lacan, es que el tiempo cronológico, en el sentido del tiempo histórico, no tiene ningún valor para la subjetivi-dad. Para Lacan los orígenes no importarían, lo que importa es la estructura, porque como los orígenes están perdidos, enton-ces, no importan. Me parece que la confusión es tomar la cues-tión del origen como un tiempo histórico-cronológico fechable o como una idea romántica, mítica, sobre los orígenes. Cuando Lacan por los años ’50 incluso, los ’60, hace una crítica a la no-ción de origen, de ninguna manera está cuestionando la idea de fuente ni la idea de genealogía, en todo caso estaría cues-tionando la idea de “origen” como mito o como punto de par-tida cronológico, pero de ningún modo proponiendo una re-nuncia a la genealogía ni a la fuente. ¿Acaso él no propuso un retorno a las fuentes freudianas? ¿Acaso no leyó atentamente

Conversaciones en torno a los orígenesSólo después de un largo recorrido puede hablarse de orígenes, y en el caso del psicoa-nálisis su larga existencia es inseparable de la historia del libro psicoanalítico. Para dia-logar sobre éste y otros temas se han reunido Raimundo Salgado, fundador de la librería Letra Viva y director de Imago-Agenda, y Silvia Fendrik, cuya experiencia e investigación en el campo de psiconálisis infantil se plasmará próximamente en una ambiciosa obra de cinco volúmenes bajo el título “Verdadera historia del psicoanálisis de niños”.

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a Melanie Klein? Incluso en El estadio del espejo, la cita a Anna Freud diciendo que la idea del Yo inconsciente y sus defensas están en el libro de Anna Freud, o sea el Yo como instancia de desconocimiento. Después vino toda la cuestión política, y Anna Freud para Lacan fue una astilla en su relación con la IPA, pero en “El estadio del espejo” la cita como una fuente.

R. S.: Podríamos pensar en el deseo de inmortalidad de los pio-neros, como cuando Freud le escribe a Fliess: “Imagínate que en este lugar, el día de mañana, haya una placa que diga Aquí se le reveló a Sigmund Freud el enigma de los sueños”. En cam-bio las fuentes se consideran en la actualidad como letra muer-ta, como diciendo: “eso ya fue”.

S. F.: Bueno, a mí me parece que en el espíritu de Letra Viva, justamente, está el tener las fuentes disponibles. Esto no quie-re decir que todo el mundo las lea. En ese sentido, tu apuesta está más allá de las vicisitudes. Yo no sé cuántos libros habrás vendido del Don Juan de Otto Rank, que ustedes tradujeron directamente del alemán, no tengo idea, pero quiero decir que más allá de la apuesta económica, hay una apuesta a que las fuentes estén disponibles para quien quiera leerlas.

R. S.: Y, es la primera librería especializada en psicoanálisis.

S. F.: ...la primera y la única en donde se pueden encontrar una gran variedad de textos de los pioneros.

R. S.: Sí, sí, ya lo creo. Y me gustaría hacer traducir y publicar mucho más. Yo digo que el lacanismo, justamente, tendría que ser una renovación, una vuelta a las fuentes, de alguna forma. ¿De acuerdo? Además, Lacan sabía alemán para poder leer a

Freud, obviamente.

S. F.: Sin duda Lacan consultaba permanentemente las fuentes, aunque a veces no las cite, tanto las fuentes históricas como las publicaciones de sus contemporáneos. Es un hecho que leía de punta a punta el International Journal. ¿Lo leía para criticar-lo? Bueno, es una posibilidad. Pero en todo caso también esas críticas “textuales” le servían para construir su pensamiento. Fijate que en el Seminario de “La Angustia”, lee muy atenta-mente los casos clínicos de Ella Sharpe, de Margaret Little, no sólo para destruirlas, porque a partir de ellas va a establecer, finalmente, su famosa diferencia entre contratransferencia y deseo del analista, y a hablar de “posición femenina” como es-tructural al deseo del analista. En este caso sus fuentes son las inglesas. Evidentemente, el tema de leer a otros autores para Lacan era fundamental.

R. S.: Entonces, en relación a esto que vos planteás, tomando las fuentes que consultaba Lacan, ¿qué valor tiene hoy la con-troversia Anna Freud-Melanie Klein, por ejemplo y qué opi-nás al respecto?

S. F.: Por ejemplo, las Controversias muestran que Anna Freud no era ninguna idiota. Cuando Susan Isaacs presenta en la So-ciedad Británica su famoso trabajo “Naturaleza y Función de la fantasía” proponiendo una profunda afinidad entre el pen-samiento de Freud y el pensamiento de Melanie Klein, con res-pecto a la idea de inconsciente, los melaniekleinianos, los an-nafreudianos y los del middle group, se quedaron mudos. La única que responde mostrando cuáles eran las diferencias en-tre el concepto de fantasía inconsciente en Melanie Klein y el

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concepto freudiano de inconsciente es Anna Freud. Y lo hace de un modo in-objetable. No sale al frente diciendo “es mi papá, yo soy la hija de mi papá”, sale al frente mostrando conceptualmente de una manera sumamente riguro-sa cuál es la diferencia entre el inconsciente en Freud y la fantasía en Melanie Klein, que por supuesto, yo no voy a decir acá porque con eso les ahorro leer las fuentes. A propósito, ¿qué valor le otorgás al kleinismo en todo el pensa-miento nativo del psicoanálisis, siendo que fue toda una época que coincidió con los orígenes de la librería?

R. S.: Yo me acuerdo mucho de Pichon Rivière, que siempre venía a la librería, hubo una fascinación con Klein como ahora con Lacan. Todos eran kleinianos, era una fascinación total. El lenguaje de los analistas era típicamente kleinia-no. Ahora son los lacanianos, pero hay muchas diferencias, obviamente. Pero honestamente, no he leído tanto como para poder opinar sobre Melanie Klein. No conozco el kleinianismo. No estoy capacitado para eso. Sí te diría que era una moda. Habría que ver los factores intervinientes para que todos fueran klei-nianos. Yo me acuerdo, en la librería, el lenguaje que se hablaba era kleiniano: el pecho bueno, el pecho malo. Todo era así. La cultura era así.

S. F.: Pero vos dijiste algo muy interesante. Dijiste que cuando un pensamiento se pone de moda, todos hablan en ese lenguaje. En esa medida, a veces se hace difícil valorar –en el sentido pleno de la palabra– un pensamiento más allá de los usos y costumbres. Para mí el valor de Melanie Klein, tiene que ver, entre otras cosas, precisamente con el coraje. Creo que Melanie Klein se metió en zonas del psiquismo que estaban enunciadas en la teoría, pero que nadie había trabaja-do en la clínica de la manera en que lo hizo Melanie Klein. Me refiero a toda la cuestión del sadismo. Podemos decir, sí, Melanie Klein confundía tal cosa con tal otra, redujo el instinto de muerte a la agresividad, es decir, hacer un montón de cuestionamientos que, a veces, se vuelven monedas gastadas. Pero el valor, el coraje de Melanie Klein en el trabajo clínico con el sadismo es algo que me-

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recería –más allá de mi lectura que tiene que ver específicamen-te con el lugar de Melanie Klein en la historia del psicoanálisis de niños y con la riqueza de su rivalidad con Anna Freud– yo diría que el tema del sadismo merecería una articulación tipo Kant con Sade. Kant/Klein/Sade. Sería muy rico para quienes trabajan el tema del sadismo en relación con la moral kantiana que se dignaran leer a Melanie Klein, porque creo que merece estar ubicada en ese lugar de interlocutora válida. Cuando algo se vuelve moda, también se trivializa mucho, se banaliza –uso esa palabra que está tan de moda, a partir de Hanna Arendt y precisamente a la banalización del mal–. Lo que vos decís del pecho bueno y del pecho malo de Melanie Klein, ¿puede ser un modo de nombrar la división del sujeto? Uno se puede burlar y decir pecho bueno, pecho malo. ¡Ja, ja, qué imaginario que es esto! ¿O está ella, con los medios que tenía a su alcance, di-ciendo algo muchísimo más complejo, por ejemplo, sobre los fundamentalismos que rigen en nuestro tiempo? Hay muchas cosas que merecen tener el valor de fuente.

R. S.: Iba a preguntarte algo. Vos, evidentemente en este mo-mento, ocupás un lugar importante dentro del psicoanálisis de niños en el país, y tus libros fueron traducidos al francés, al portugués, pero yo digo una cosa, ¿te considerás sucesora de Arminda Aberastury o de Betty Garma, por ejemplo? ¿Sos como la actual figura?

S. F.: ¿Es un chiste?

R. S.: No, en serio te lo pregunto.

S. F.: De ninguna manera. Si yo no tengo una propuesta teóri-ca propia. Obviamente, puedo decir que mis lecturas son “pro-

pias”, que mi clínica es propia como a partir de cierto momento de la vida es propia la clínica de cualquier psicoanalista.

R. S.: ¿Arminda Aberastury la tuvo?

S. F.: Sí, sin duda, y eso lo vas ver cuando salga el libro de la serie que corresponde a Arminda Aberastury y Telma Reca. Ar-minda Aberastury, como pionera del psicoanálisis de niños en la Argentina, fue mucho más que una analista kleiniana. Pero yo no tengo ningún aporte teórico novedoso. Lo que sí hice es re-cuperar las fuentes y trabajar en ellas con mucho respeto y con mucho afecto, es decir, no quise descartar por razones políticas o por razones teóricas ni a Melanie Klein, ni a Anna Freud, ni a Winnicott, sin que eso necesariamente me ponga en una espe-cie de posición ecléctica. No es que yo tomo un poquito de Me-lanie Klein, otro poquito de Anna Freud, otro poquito de Man-noni, y con eso, armo mi propia ensalada, –que sería una defi-nición minimalista del eclecticismo, elegir lo que a mí me pa-rece mejor de cada una de las teorías–. Cuando leo, estudio y pienso en estos autores, intento meterme dentro de su univer-so y no pienso si esto es correcto o incorrecto en relación con Lacan o en relación con Freud, sino que trato de entender qué preguntas se hacían y a qué intentaban responder.

R. S.: Para que cada uno haga su propia construcción en base a los elementos que se le dan. ¿No es así? Lo digo en el senti-do de que cada uno esté en condiciones de tomar lo que le pa-rece de cada cosa y armar su propia versión. De alguna forma, vos tenés tu versión, también. No hacés una síntesis de todo, sino que de alguna forma, has creado tu propia “posición” para hablar en términos kleinianos.

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Las fuentes del psicoanálisis

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Jorge Baños [email protected]

En la primavera de 1966, Paul Roazen fue recibido por Esti, la ex-esposa de

Martin, el hijo primogénito de Sig-mund Freud. Por entonces, Roa-zen era un joven tesista de cien-

cias sociales de Harvard empeñado en atrapar testigos vivientes del nacimiento del psicoa-nálisis. Aguardaba mucho de aquella cita. La Biblioteca del Congreso de Washington había rechazado la solicitud para escuchar la entrevista magnetofónica concedida, tiempo atrás, por Esti a Kurl Eissler, director de los Archivos Freudianos de Asociación Psicoanalítica In-ternacional. El cumplimiento de la cláusula de depósito proscribía cualquier consulta a la cinta antes del año 2053. Un siglo de discreción. Para suerte de Roazen, la dama lo reci-bió afable y parlanchinamente en el departamentito de la ciudad de Nueva York donde vi-vía con Sophie, la hija que había tenido con Martin. Ni estaba de acuerdo con la extrema-da prudencia oficialista de los Archivos, ni recordaba haberla solicitado en 1953; de mane-ra que nada de lo dicho entonces le sería ocultado al joven investigador. Responde al inte-rrogatorio interesado por detalles domésticos y profesionales de Freud; pero, a medida que avanza la charla, ella logra imponer la cuestión que tomaba más sus recuerdos: las infide-lidades del ex-esposo. Esti se levanta del sillón para extraer, de un anaquel de la bibliote-ca, una prueba pasmosa. Como resultado de la desordenada división de bienes que siguió a la separación matrimonial, “Esti se había adueñado casualmente de un álbum que Mar-tin había armado con momentos de sus numerosas conquistas. Entre las tapas de un libro mal impreso con casi todas las páginas en blanco (se trataba de un ejemplar de la recopila-ción de los grandes historiales del padre), Martin había pegado fotografías de sus muchas y variadas amigas, posando en calles o en playas. Eran mayormente hermosas. Había asi-mismo guardada una pila de fotos sueltas de igual origen.” Sobrepuesto, Roazen conclui-rá filosóficamente: “Un sirviente del Don Giovanni de Mozart registraba, en una lista ma-nuscrita, su colección de mujeres; en el siglo veinte, es el mismo Martin quien actualizaba la suya sirviéndose de un álbum fotográfico.”1 Pero este cierre culto del párrafo lo escribi-rá recién en 1993. ¿Por qué demoró veintisiete años en revelar el asunto, casi duplicando la denostada prudencia de Eissler?

Escándalo o verdad: El dilema es si resulta legítimo suponer que, más allá de su carácter escandaloso, un dato semejante al del donjuanismo de Martin Freud pueda llegar a ser una «fuente» de los conceptos del psicoanálisis. O si se trata, en este y en todos los casos pare-cidos, única y exclusivamente de chimentos lamentables, de piezas de caza del amarillismo periodístico que sería tan indebido publicar como buscar pretexto para estudiarlas. Aho-ra bien, esto último exige la presunción de que lo innoble nunca camine por la vereda de la verdad. Roazen lo asumió, aunque no completamente convencido. En 1993, seguía sin hallar un justificativo para ascender los hábitos de Martin al rango de fuente; sin embar-go, decide mencionarlos en Meeting Freud’s Family. Después de todo, quizás otro sí podría lograr articularlos con las trayectorias originales de la doctrina psicoanalítica. Y, entonces, eso iba a valer. La obra de Freud no es un juego escolástico de símbolos, donde una pala-bra o definición remite exclusivamente a otras palabras o definiciones. Ni siquiera lo es en su variante más atendible, la de una intertextualidad de libros que sólo hablan de otros li-bros de otros libros hasta el infinito. Aunque pueda sistematizarse y abstraerse en mate-mas, es un pensamiento que se generaba a partir de y/o se retroalimentaba con observa-ciones de la clínica y la vida diaria. Como frecuentemente esas piedras liminares quedaron sepultadas en la lógica de la exposición de los libros y artículos, recuperarlas resulta cru-cial para convalidarlo con observaciones semejantes, para refutarlo por la vía del contrae-jemplo o para entender giros de la axiomática aparentemente caprichosos; como el de la sorprendente mutación del retrato del artista que se constata hacia 1911. El artista deja de ser un sujeto casto que delega su vida sexual al fantasma alojado en la literatura o la pin-tura que crea, para convertirse en un pragmático que saca provecho del fantasma inarticu-lado del otro. Es la diferencia que distribuye, de un lado, “El poeta y el fantaseo” y la quin-

Entre la carcoma de lo inútily el amarillo de los chimentos

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ta lección en la Universidad de Clark y, del otro, la vigésimo tercera de las Conferencias introductorias y el ensayo autobio-gráfico. O, si se prefiere, la que marca de una manera la pre-sunta virginidad de Leonardo y de otra al muralista pícaro de Una neurosis demoníaca en del siglo XVII. La línea de frontera pasa por “Formulaciones sobre dos principios del acaecer psí-quico” de 1911, pero ¿cuál es la fuente o cuáles las fuentes del cambio? Eso no quedó escrito.

Además, en 1993, se agregaba otro argumento a favor para develar el asunto de Martin. Roazen gozaba de la tranquilidad de que nadie iba a poder acusarlo de hacer un empleo mer-cantil con la primicia. En todo caso, Sophie Freud merecía tal imputación. En efecto, en 1980 Esti muere y, convertida en heredera del álbum, la hija se extiende desahogadamente so-bre la materia en su libro My Three Mothers and other Passio-ns de 1991. Desde luego, la estrella de un chimento que aspi-ra ser acreditado como fuente no depende del todo de un lan-zamiento editorial. La difusión de los affaires de Martin Freud comenzó en las editoriales universitarias de Massachusetts y Nueva York, pero pueden acabar devueltos a los depósitos de libros sin vender o arrumbados entre los libros adquiridos que nunca merecerán recomendación ni comentario de los analis-tas ni sus intermediarios. Por ejemplo, todavía ningún editor de nuestra lengua tradujo esos dos títulos. Sophie Freud con-tinúa inédita en castellano y Meeting Freud’s Family espera sin ser tomado todavía en consideración, a pesar de que se publi-caron varios libros anteriores de Roazen y el que escribió, des-pués, en 1995. Aunque apareció en francés, eso no indica que los franceses sean menos sensibles a las diferencias entre ma-terial fecundo y basura biográfica. El Diccionario de psicoaná-lisis de Élizabeth Roudinesco y Michel Plon es elocuente. En la entrada de Martin Freud, no pasan por alto que Martin tra-bajó en una tabaquería cuya trastienda estaba alquilada a un peluquero, ni que se desplazaba con una motoneta Vespa, ni que comercializó un dentífrico con la marca de Martin A.; pero no dicen palabra acerca del álbum del infiel. En lugar de eso, leemos la advertencia censora de que: “Su hija, Sophie Freud, sería asistente social y maestra en Boston. A menudo puso de manifiesto una actitud hostil hacia el freudismo.”2 Mostrando —hay que decirlo— una intolerancia por lo que posiblemen-te sea sólo un chisme (Martin era un Don Juan), que contras-ta con la benevolencia con que acogen lo que posiblemente sea sólo polvo de archivo (el vecino era peluquero, conducía una Vespa, etc.). No veo la superioridad de la carcoma de lo inútil sobre el amarillo de los chimentos. La astucia de Eiss-ler, en cambio, conoce la equivalencia. Ante las pretensiones de Esti Freud de elevar los reproches de cornuda a la digni-dad de la Historia, él dispone la cláusula de un siglo de silen-cio, atento a que las noticias del sensacionalismo caducan rá-pido. El dato hoy escandaloso difícilmente provoque un mo-hín de curiosidad dentro de cien años. En cien años, el álbum de Martin será tan remoto como el oficio de peluquero de su vecino de trabajo. El añejamiento, confiaba Eissler, traerá la serenidad capaz de separar el grano de la paja. Lamentable-mente estaba equivocado. Se equivocaba al pronosticar que el interés por los papeles de Freud sería eterno. Por eso mis-mo no previó la mezquina resonancia que generaría el levan-tamiento tardío de la censura a la correspondencia de Freud con Fliess. Ni los penosos detalles, ventilados por The New Yor-ker, del escandaloso pleito legal de Moussaieff Masson con-tra Eissler consiguieron despertar suficiente curiosidad por lo que sacaba a la luz.3 El año 1985 era muy tarde para que cir-culara productivamente lo que Marie Bonaparte, Anna Freud

y Ernst Kris habían proscrito en 1950. No solamente los chis-mes y la polilla se esfuman con el tiempo, las fuentes también caducan. La verdad que guardan será eterna, pero no lo es el deseo de escucharla. Como resultado, pasan directamente de la caja de seguridad a las telarañas del museo. Siendo así, Eissler cometió una temeridad al depositar en el desintegra-dor de un siglo de espera lo que Esti tenía para decir. Porque abundan pistas para sospechar que la maledicencia de la vie-ja actriz venida a menos era el envoltorio de una fuente ge-nuina. Seré más preciso: dejando de lado las buenas o las ma-las intenciones que las causaban (sus buenas o malas “transfe-rencias” con el psicoanálisis), lo que Esti y Sophie pusieron al descubierto sería un fragmento clave para descifrar el abrup-to giro freudiano de 1911 que concierne al arte y a la clínica de la sublimación.

Esta es mi hipótesis: cuando Sigmund Freud hablaba de los artistas en general, recurría, deliberadamente o no, a una fuen-te de observaciones decisivas, la de la vida y obra de su primo-génito. Admito que una hipótesis tan inopinada exige demos-tración extensa y rigurosa; aún así puede tener algún valor de sugerencia señalar abreviadamente los indicios por los que se me impuso.

Indicios del nombre propio: Es bien conocida la larga discu-sión sobre cómo traducir el título “Der Dichter und das Phan-tasieren”. Para Ludovico Rosenthal, ese Dichter debe conver-tirse libremente en “La creación poética”; para José L. Etche-verry, lo indicado es “El creador literario”. Son dos maneras de evitar la solución lista en el diccionario que López Balles-teros no titubea en adoptar: Der Dichter es “El poeta”. El pro-blema sigue vigente aún entre analistas de varias lenguas.4 Es comprensible, en ese artículo de 1909, Freud jamás habla de poetas ni de poesía sino, expresamente, de narradores popu-lares de medio pelo. Der Dichter resulta una elección objeta-ble y, por eso, las variantes de traducción obedecen a intentos piadosos de corregir el original antes que a encrucijadas de la lengua alemana. Pero son cortesías que tendrían un precio: suturar la fisura por donde la fuente del texto se asoma. Los biombos de “el creador literario” y “the creative writer” tapan un retrato primordial. La de Martin niño que, entre los ocho y los doce años, escribía poemas firmando Der Dichter M.F. En la carta a Fliess del 12 de abril de 1897 quedó registrado su alumbramiento (“El viernes por la noche compuso repentina-mente un ‘Poema’. El sábado a media mañana se dio a la luz la segunda parte del poema, que recibió el título ‘El verano’, y la firma, ‘Poeta Martin Freud’”).

Indicios postales y oníricos: Sigmund Freud seguirá con aten-ción y preocupación esos poemas, describiéndolos, transcri-biéndolos y criticándolos a lo largo de treinta cartas y adop-tando dos líneas de análisis simultáneas. Por un lado, avanza por una línea de consideraciones que merece calificarse como freudiana y que es —a mi entender— el precedente lógico de los artículos citados previos a 1911. Interpreta la producción de Martin como efecto de una retracción regresiva y como una compensación no pragmática ante acontecimientos desdicha-dos (extirpación de las amígdalas, caída de piezas dentarias, dificultades para integrarse con compañeros de la escuela, fas-tidio de someterse a la disciplina escolar). Martin escribe: “Yo voy a la escuela contento, / Y no es hoy la primera vez, / La mochila llevo a la espalda, / Aprieto en el brazo la regla”, y el padre delata: “Desde luego que es mentira. Va de muy mala gana”. Y aunque también lo inspiran impresiones placenteras

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provenientes de lecturas y viajes, el caso es que lo que habría llevado, en julio de 1901, al retiro definitivo del poeta infan-til es el despejamiento de obstáculos prácticos: “Martin poe-tiza ahora menos, [...] pasó con un boletín de clasificaciones relativamente bueno al segundo grado.”

La otra línea teórica presente en esas cartas es más alarmis-ta y radicalmente fliessiana. A su entender, las inclinaciones artísticas son signo de trastornos de la bilateralidad. En 1898, año fecundo para la firma Der Dichter M.F., Sigmund Freud tiene dos sue-ños cuyas interpretaciones ponen a la vista temores por el pronóstico del hijo con afición poética. Las asocia-ciones de Autodidasker, pronuncian la supuesta incompatibilidad entre arte y sexualidad vital, al menos en-tre artistas de baja monta. Y en “Mi hijo, el miope “, nos enteramos de la ortopedia con que se buscó preve-nir a Martin contra nuevos “ataques de dichteritis”: “El banco de escuela en que el hijo [miope de un ojo] del profesor M. aprendió las primeras le-tras pasó a ser propiedad de mi hijo mayor, en cuyos labios pongo en el sueño las palabras de despedida. [...] Ese banco de escuela, por su cons-trucción, estaba destinado a prote-ger al niño de resultar corto de vis-ta o de tener un desarrollo unilate-ral [...] El cuidado por la unilaterali-dad es multívoco; además de la uni-lateralidad física puede aludir a la del desarrollo intelectual. Después que el niño pronuncia su palabra de despe-dida hacia un lado, profiere hacia el otro la contraria, cual si quisiera producir un equilibrio. ¡Actúa como si tomase en cuen-ta la simetría bilateral!” Preferimos olvidar que en febrero de 1901, fecha en la que atendía a Dora, Freud anunciaba el si-guiente progreso en el consultorio: “También he introducido la investigación de la zurdera: dinamómetro y aguja de enhe-brar.” No fue tan descabellado, entonces, que Martin haya es-cogido pegar sus fotos en un ejemplar de los grandes histo-riales (como director de la editorial, él tenía varios otros títu-los para elegir).

Indicios de alcoba: Hacia 1910, la línea freudiana se había impuesto cabalmente. “Un recuerdo infantil de Leonardo” está libre de la ambigüedad del comentario enviado a Fliess en 1898: “Leonardo, a quien no se le conoce relación amorosa, fue quizás el zurdo más famoso. ¿Te sirve esto?” Un año antes, en la Clark University, Freud enseña que el artista no alcanza la rentabilidad de “el hombre enérgico y exitoso [que] consi-gue trasponer, mediante el trabajo sus fantasías de deseo en realidad”; pero sí disfruta de un saber hacer con sus fantasías al “trasponerlas en creaciones artísticas en lugar de síntomas. Así escapa al destino de la neurosis”. Sin embargo, Freud per-manecerá muy poco con esas certezas.

El giro de 1911 coincide con una circunstancia familiar. A los veintiún años, Martin abandona la casa paterna para cumplir las maniobras militares y, luego, estudiar. En su libro Sigmund Freud: mi padre, se ufanará de la coordinación que mantenía con la casera para el cambio de sábanas y almohadas cada vez

que recibía compañía femenina. Martin también menciona que, antes de la Primera Guerra, “algunas personas en el aún muy reducido círculo de psicoanalistas opinaron que yo, excepción de todas las reglas, no tenía subconsciente ni superyó. Pese a lo poco que sabía de psicoanálisis, sentí que podía aceptar esto como un insulto”5 Siendo buena parte de esas personas analizantes suyos, es muy probable que el padre se enterara pronto y recapacitara acerca de que Der Dichter M.F. también

había firmado un poema de la seduc-ción de una gansa por un zorro: “Ca-rísima / te amo a ti, / ven, bésame, / entre los animales todos / para mí serías gustosísima”. Con este contex-to doméstico surge la segunda época del artista freudiano.

Ocurre en 1911 y cobra máxima no-toriedad en las conferencias de 1917, cuando Freud sostiene que, con las obras, el artista “obtiene [del público] su agradecimiento y su admiración, y entonces alcanza por su fantasía lo que antes lograba sólo en ella: honor, poder y el amor de las mujeres”.6 Es cierto que Der Dichter M.F. tardaría años en retomar la pluma; Freud no vivió lo suficiente para leer la novela en clave autobiográfica ni la mencio-nada biografía acerca de su persona; pero bien pudo, desde un primer mo-mento, tomar en consideración la pre-historia poética de la seducción don-juanesca: en 1909 ya mantenía que el arte es placer preliminar (Urlust). Ha-cia 1917, Martin seguía soltero y esta-ba ocupado en cortejar a Esti, una jo-

ven y atractiva actriz. Roazen repite que: “cuando fue presen-tada, en 1918, Freud comenta a su hijo: ‘¡Demasiado bella para nuestra familia!’ y lo dice tan fuerte que Esti escucha”.

Otra historia, todavía más indiscreta pero no menos prove-chosa para rescatar las fuentes de ideas y sacudones doctrina-rios del psicoanálisis, es la de los textos y lecturas de la niña Anna Freud; la mayor escritora entre sus hijos y una de los cuarenta y ocho pacientes hasta ahora identificados del padre del psicoanálisis. Allí, también, las fuentes se entremezclan con las formas groseras y calladas que adopta indistintamente lo irrelevante, exigiendo un discernimiento que no debería que-dar en las exclusivas manos de esos elefantes en el bazar que suelen ser los editores, los historiadores, los militantes insti-tucionales y los parientes.

______________1. Roazen, Paul, Meeting Freud’s Family, Univ. of Massachusetts Press,

Amherst, 1993, pp. 161-62.2. Roudinesco, Elisabeth y Plon, Michel [1997], Diccionario de psicoa-

nálisis, Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 360.3. Malcolm, Janet, In the Freud Archives, Vintage Books, New York,

1985.4. V.gr. Spector Person, E., Fonagy, P. y Figueira, S. (comp.), En torno

a Freud: “El poeta y los sueños diurnos”, Bibl. Nueva, Madrid, 1999 (c/tit. original: Creative writers and day-dreaming).

5. Freud, Martin [1957], Sigmund Freud, mi padre, Hormé, Buenos Aires, 1966, p. 152.

6. Freud, Sigmund [1916-17], Conferencias de introducción al psicoa-nálisis, en Obras Completas t.xvi, Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 343.

Esti Freud

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Las fuentes del psicoanálisis

Cada herida es una fuenteoctavio PaZ

El título que propongo para este artículo se inspira en un poema de T. Eliot que D. W. Winnicott evoca en uno de sus trabajos para advertir sobre la naturaleza diversa y

casi insituable de todo punto de partida. Por otra parte, pare-ce un hecho inevitable que cada generación no pueda dejar de establecer con sus orígenes –su herencia cultural–, una rela-ción vacilante, ambigua y a menudo contradictoria. Con una pasionalidad que reconoce aristas de cargado dramatismo y períodos de prolongado eclipse, los pueblos se debaten entre el anhelo de producir una ruptura con sus antecedentes –para alcanzar así una plena originalidad en sus puntos de vista– o bien, apoyar su progreso en una continuidad que respete y per-petúe las ideas trabajosamente establecidas por sus ancestros.

Entre el debido respeto y un irrefrenable impulso de transgre-sión ondula la búsqueda de nuevas ideas. En todo momento inaugural, en cada chispa de pretendida creatividad, en el ori-gen de toda novedad habría tensión, hostilidad y amor, trai-ción y fidelidad.

Comenta Octavio Paz: “lo que debemos hacer con nuestros clásicos es cambiarlos, transformarlos, incluso deformarlos. En realidad esto es lo que hace cada generación y cada poeta: sus imitaciones son transgresiones; sus negaciones, homenajes”.1 En este movimiento de conquista de un nombre propio y de liberación de aquellos otros que nos llegan y condenan desde antes de nacer, con sus flujos y reflujos en cuanto al reconoci-miento y la negación de cierto legado, la autoafirmación ins-cribe sus deudas y su propio aporte personal al campo cultural en un balance que, por cierto, siempre es impreciso. Winnico-tt llamó objeto transicional al primer articulador de ese movi-miento que va desde lo que se nos provee como ya estableci-do y dado en una sociedad y lo que uno puede crear y aportar desde la propia intimidad al acervo cultural. La tensión que se establece entre una cosa y otra –entre lo propio y lo ajeno– se subsume, aunque sólo por breves instantes en la existencia, en una paradoja: la sensación de poder “crear lo dado”. Una pa-radoja en la que la experiencia subjetiva es la de poder crear

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El principio: suma de principios

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un mundo a pesar de que éste ya existía. Forjar, en el vasto y relativamente anónimo espacio-tiempo que compartimos con el resto del mundo –ese que nos anticipa y espera–, un terri-torio que se ordena según nuestras propias coordenadas, con sus recodos y atajos, sus escondites y escenarios públicos, sus ámbitos mas cercanos y familiares y sus confines tan atractivos como misteriosos e inquietantes. Crear lo dado, algo así como el ejercicio de apropiación de un lenguaje que estando ya esta-blecido –con su gramática y vocablos– concedería al sujeto la oportunidad de poder encontrar y pronunciar las propias pa-labras. Y a veces, casi, casi, uno siente estar a la altura de las palabras dichas, como diría Pontalis, uno tiene la sensación de haber dado con la “palabra justa”2. Más allá de esta expe-riencia subjetiva, la mayoría del tiempo –la perpetua tarea hu-mana, dice Winnicott–, es la de intentar dar respuesta a algo que no lo tiene: “todo esto que nos rodea, incluso esa conjetu-ra más o menos convincente que suponemos somos nosotros mismos –la suma de nuestros pensamientos, anhelos, temo-res, ideales, etc. –, ¿es producto de nuestra creación o nos fue dado?” “Crear lo dado”, jamás una cosa recubre enteramente a la otra. No importa cuán ínfimas o dilatadas sean las fisuras que se abren en el encuentro-desencuentro del par “crear lo dado” (es a veces un moderado delirio el que nos hace creer artífices de todo cuanto acontece y es otras un insensato “realismo” lo que nos obliga a someternos con resignación al mismo desti-no), no importa cuán ínfimas o dilatadas sean las fisuras –de-cía–, las dudas nunca se disipan del todo. El objeto transicional es la articulación soportable de esa diferencia entre lo propio y lo ajeno, lo que nos es dado y lo que nosotros mismos podemos crear, lo que recibimos y aportamos. El objeto transicional re-

sulta ser la matriz –encarnada– del primer símbolo para un su-jeto, una matriz de la que derivará la economía que otorgue, o no, algún valor significante al resto del mundo. No se trata de que el llamado objeto transicional suture estas diferencias que acabamos de enumerar; simplemente suspende por un instan-te o atenúa al máximo posible el peso de una pregunta que en muchos sujetos –por alteración de la constitución de la matriz simbólica que dicho objeto supone– adquiere una forma ago-biante: la pregunta sobre si vale o no vale la pena vivir la vida. Con el objeto transicional las diferencias aludidas pueden tra-bajar, una articulación posible, lo hacen forjando un sentido posible a la realidad que nos rodea –y a esa extraña realidad que somos nosotros mismos–, a partir de la capacidad psíquica de soportar paradojas: todo símbolo será entonces, a un mis-mo tiempo, y respecto de lo que pretende nombrar: contien-da y abrazo amoroso, apropiación y desposesión, encuentro y pérdida, descubrimiento y confirmación.

Más arriba relacioné también la paradoja de “crear lo dado” con la apropiación que un sujeto puede –o no– hacer de un lenguaje ya constituido, cuando las palabras –al comportarse como objetos transicionales– pueden entrar en diálogo con los demás y consigo mismas. Es decir, cuando las palabras se atre-ven a desbordar el encierro tentador de la rumia solitaria, a salir de un soliloquio en el que parecen abrazar, deliciosamen-te, un sentido pleno3. Cuando, por fin, ellas se atreven a arries-garse al movimiento y a la economía que les permite un cam-po intermedio de experiencia subjetiva con el resto del mun-do. Aventurándose a una zona intermedia de experiencia don-de –al ser pronunciadas– ya no son “ni tuyas ni mías” –y sí de ambos–, territorio compartido para un diálogo donde la pose-

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sión de las palabras no implica su dominio –todo lo contrario–, donde nombran y me nombran, dicen y callan, allí donde cada palabra es lo que deseo decir y lo que el otro pretende escu-char “en ellas”. Y donde si digo “árbol”, nombro al árbol unáni-me que condensa y simplifica a todos los árboles posibles, pero que lucha cuerpo a cuerpo con el frondoso árbol del patio de mi infancia: el primero se aproxima peligrosamente al “signi-ficante que mata la cosa”, el segundo al que la mantiene con vida. Winnicott centró de un modo muy particular su atención alrededor de la economía que podía mantener vivo o muerto a un discurso, especialmente, al discurso de los analistas cuan-do éstos deseaban compartir sus elaboraciones teóricas y su clí-nica. Vida o muerte de un discurso: dilema que se juega entre poder apropiarse –recreando– aquello que da origen e impul-so a una teoría y el sometimiento dócil y obsecuente que con-dena a repetir los aforismos “del Maestro”.

Ilustro estas alternativas con unas líneas que Winnicott escri-be a M. Klein, en donde reflexiona sobre lo que habitualmen-te sucedía en las reuniones científicas de la Sociedad Británi-ca de Psicoanálisis: el sometimiento de toda comunicación a la jerga establecida a partir de la doctrina kleiniana. “Lo pri-mero que deseo decirle es que puedo advertir lo molesto que resulta –para el auditorio de analistas– mi deseo de expresar en mi propio lenguaje lo que se desarrolla en mí, producto de mi crecimiento y mi experiencia analítica. Supongo que resul-ta molesto porque todo el mundo querría hacer lo mismo aún cuando todos sabemos que en una sociedad científica uno de los objetivos es encontrar un lenguaje común. Sin embargo, ese lenguaje debe mantenerse vivo, ya que no hay nada peor que un lenguaje muerto. [...] Personalmente creo que es muy impor-tante que su obra sea re enunciada por personas que realicen los descubrimientos a su manera y que presenten lo que des-cubren en su propio lenguaje. Sólo de ese modo se mantendrá vivo el lenguaje. Pero si usted estipula que en el futuro única-mente sea su propio lenguaje el que debe ser utilizado para la enunciación de los descubrimientos de otras personas, el len-guaje se convertirá en un lenguaje muerto, como ya se convir-tió en la Sociedad. [...] Sus ideas sólo perdurarán en tanto y en cuanto sean re descubiertas y reformuladas por personas originales, dentro y fuera del movimiento psicoanalí-tico. [...] Usted es la única capaz de destruir este len-guaje denominado doctrina kleiniana y kleinismo, con un propósito constructivo. Si no lo destruye, este fenó-meno artificialmente integrado deberá ser atacado en forma destructiva. Pienso que algunos de los pacien-tes que acuden a los ‘entusiastas kleinianos’ para ser analizados no se les permite realmente crecer o crear en el análisis”4.

Las palabras peregrinan, todo intento por detener-las nos empobrece y empobrece al mundo. Recuerdo una anécdota en la que un grupo de sacerdotes con-sultaron a Winnicott sobre cómo discriminar, frente a los planteos de un feligrés, si se trataba de una cues-tión de orden estrictamente religioso o de una espe-culación de mórbido carácter místico y que pudiera sugerir cierta alteración mental. Después de pensarlo unos segundos, Winnicott contestó: “si cuando el fe-ligrés hace su planteo ustedes sostienen el interés, se trata de una cuestión de fe que les incumbe, si cuan-do quien consulta los aburre, mándenlo al psiquiatra”. Quizás aclare esta indicación un pensamiento de Oc-tavio Paz. Según comentaba este autor la poesía era al lenguaje lo que el erotismo a la sexualidad, un desvío

de sus fines aparentemente “naturales”: en el lenguaje comu-nicar, en la sexualidad procrear.5 ¿Auspicioso alejamiento de las fuentes? Como sea, erotismo y poesía aparecen íntimamen-te asociados. De modo que, cuando un discurso está muerto la evidencia más notable es la pérdida de una erótica que debe-ría sostenerlo animado y cautivante, con diverso relieve y va-riada textura, con sus olores y temperaturas, climas y fronte-ras. Como si se tratara de un territorio que, a no dudarlo, re-conocería también sus extensiones de aridez y alguna que otra tormenta. Un territorio.

En este sentido intuyo entonces las fuentes de Winnicott en la medida en que para él, “el mundo resulta importante y satis-factorio, para cada individuo, si crece a partir de la calle en que está su casa o del patio de atrás”. Extensión que progresa des-de las referencias más familiares, desde lo más próximo y co-nocido a lo más extraño, lejano y ajeno. Avanzando y retroce-diendo, conquistando y cediendo, pero en un andar que inten-ta no cerrar círculos herméticos sobre certezas y conformida-des, ni tampoco estrechar límites definitivos frente a lo infor-me o inquietante. Por eso también el agradecimiento con que Winnicott abre “Realidad y juego”6: “A mis pacientes que paga-ron por enseñarme...”, porque pudo permanecer con ellos en un territorio que los volvía extranjeros7, y hacer de ese estado de no-saber, un punto de partida.

Concluyamos, entonces, como lo expresaba el poeta y el pro-pio Winnicott: “principio, suma de principios...”, pero con un pequeño agregado: que al parecer, tampoco habría punto cier-to de llegada. _______________________1. En Convergencias, Seix Barral, Barcelona, 1991.2. No por lo “exacta”, sino porque “hace justicia” con su poder de signi-

ficación.3. M. Ponty decía que la palabra era un “exceso” del ser, un exceso que a

menudo lo deja en falta.4. Carta del 17 de noviembre de 1952, consultar El gesto espontáneo, Ed.

Paidós, Buenos Aires, 1990 (Bastardillas mías).5. En La doble llama, Seix Barral, Barcelona, 1993.6. D.W.Winnicott, Realidad y juego, Gedisa, Barcelona, 1972.7. A ambos sin duda, sólo que el paciente –como leemos en el caso “Jua-

nito” respecto de su padre-analista y de Freud mismo– es quien indi-ca el camino.

Novedades segundo semestre 2004

Imago 18Avatares de la asunción fálica

FobiaEn la enseñanza de Lacan

Raúl A. Yafar

Paso a pase con Lacan (Volumen 2)El amor y sus razones

Isidoro Vegh

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Las fuentes del psicoanálisis

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Desde la década de los ’50 investigo acerca de las mani-festaciones letárgicas en la situación psicoanalítica en las transferencias recíprocas entre paciente y analista, como

expresión de situaciones traumáticas sepultadas. Uno u otro o ambos sienten que les invade cansancio, aburrimiento, males-tar, hasta, en el caso extremo, una vivencia de “muerte”. En to-dos los casos participa el soma, se trata de neurosis actuales. A partir de estos desarrollos distinguí el letargo como paradigma de las mismas y fundamento de la transferencia.

Las contribuciones de Freud sobre las neurosis actuales y su concepción acerca de la pulsión de muerte, así como su descu-brimiento de que el fundamento de toda manifestación psico-neurótica es “actual”, fueron básicas para el desarrollo de mis especulaciones acerca del letargo y las transferencias de esa naturaleza.

Lo actual se corresponde con lo que conocemos como el “me-dio interno”, –celulohumoral-neurovegetativo–, es inconscien-

te y por ende atemporal. Sus alteraciones se manifiestan en las neurosis actuales, las que tienen en sus fundamentos situacio-nes traumáticas, trágicas, así como encontramos en los de las alucinaciones que constituyen los sueños –tema sobre el que Garma tanto insistió a lo largo de su obra– [19].

Conocemos las dos definiciones de Freud acerca de la trans-ferencia, la transferencia que tiene lugar desde la idea incons-ciente sobre la representación consciente-preconsciente, –la que constituye la alucinación onírica, una expresión psíquica– y la que formula en el epílogo del caso Dora –que tiene lugar en la persona del analista, en la que destacamos la transferen-cia actual–.

En lo que sigue nos extenderemos acerca de esta última [8] [11] [17] pues, mientras la intrapsíquica es bien conocida, la actual lo es mucho menos y es la fundamental.

Transferencia en la persona del analista: Tiene por base las consideraciones que hace Freud cuando discrimina las neurosis actuales –neurastenia, angustia, hipocondría, (a las que agre-gamos el letargo) y demás expresiones somáticas– de las psico-neurosis. Sobre neurosis actual trató tácitamente a lo largo de su obra, sobre todo a partir de Más allá del principio de placer. Es de destacar sus repetidas observaciones acerca de que en la base de cualquier manifestación psiconeurótica, hay una actual.

Las fuentes de la transferencia

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Otro tema fundamental para avanzar en el análisis de la “trans-ferencia actual” es el del “encuadre” [9] [10], sobre todo la re-gla de la abstinencia, y sus conceptos de necesidad y satisfac-ción, deseo y cumplimiento.

Necesidad y satisfacción, deseo y cumplimiento: Nos dice Freud [15] que la frustración de la necesidad por el objeto que una vez la satisfizo provoca que las catexis frustradas constitu-yan el deseo, el que va a cargar a la imagen del objeto frustra-dor. La imagen así cargada alcanza la conciencia –cumplimien-to de deseo–. Cuando la carga de la imagen es plena adquiere cualidad alucinatoria, tal como encontramos en sueños y deli-rios alucinatorios.

La regla de abstinencia: El encuadre psicoanalítico tiene como una de las reglas fundamentales la de la abstinencia, que com-prende a paciente y analista. La misma significa la frustración de las necesidades, que tienen como paradigma las sexuales, abs-tinencia que renueva en la sesión, en la transferencia, la frus-tración original, la castración, y la consiguiente creación de de-seo y su cumplimiento en la imagen (ocupando el analista en lo manifiesto el lugar de esta última, “cumpliendo” así los de-seos del paciente, mientras latente, inconsciente, se desarrolla la transferencia actual, trágica).

La imagen transferida en el analista se confunde así con la del objeto primario de la frustración. Mientras por un lado el ana-lista cumple con los deseos dando al paciente una satisfacción imaginaria, ilusoria, de la necesidad; por el otro, latente, trans-curre la transferencia actual, la de la escena trágica, una estruc-tura que comprende al “muerto”, la “muerte” de la pulsión por

la frustración confundida con el rencor al otro componente de la escena, el objeto que frustró, ahora el analista abstinente.

Dado el terreno “actual” en el que se desarrolla esta transfe-rencia –desde la tragedia originaria, activada por la frustración, la imagen llega directamente a la conciencia– la misma tiene una cualidad corporal, “real”. Destacamos que denominamos así a la realidad que transcurre entre paciente y analista dentro del encuadre de la sesión, caracterizada por su manifestación celulohumoral-neurovegetativa, es decir, actual. En el analista se manifiesta en términos de realidad como malestar, angustia, letargo y alteración somática. En el síndrome letárgico tal como se presenta en la transferencia, tenemos un ejemplo.

La contratransferencia: El analista, ocupado en el cumplimien-to de deseo por las transferencias imaginarias del paciente, apa-rece engañosamente satisfecho con la ilusión de que él es el ob-jeto de la realidad externa del paciente capaz de satisfacer la ne-cesidad. Sucede que, mientras conscientemente el analista está en el engaño del cumplimiento de deseo, latente está su identi-ficación con “el muerto” constituido por la tragedia que tuvo lu-gar por la frustración de la necesidad. Su presentación paradig-mática la encontramos en el letargo del analista –muerte apa-rente– [1] [2] [4] [7]. Se trata de la manifestación directa de la transferencia en el analista de la tragedia inconsciente.

En una síntesis de una viñeta que aparece en un trabajo pre-vio [1] ejemplificamos estas ideas:

Se trata de una sesión en la que encontramos un ejemplo pa-radigmático de letargo en la contratransferencia y de su con-tenido trágico.

La sesión transcurría en un monótono hablar de la paciente,

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mientras tanto el analista sufría un letargo creciente. Incapaz de interpretar las asociaciones del paciente, buscando alguna manera de salir del drama letárgico en el que estaba, el analis-ta esbozó una descripción de la situación que estaban viviendo. Para su sorpresa la paciente, aterrorizada, saltó del diván y se acurrucó en la silla más lejana. Después de un rato, el analista, alarmado, le preguntó qué le estaba pasando, ella, después de un silencio, con dificultad, le dijo que cuando el analista le hablo del letargo vio una llamarada que salía de un cuadro con una reproducción de un retrato de Freud que estaba encima del di-ván y entró en pánico. El letargo había quedado sustituido por excitación y aparecieron entonces asociaciones que lo explica-ron y revelaron su contenido psicológico y vivencial. En su pu-bertad vivía en el gueto de un pueblo de Rusia. En un pogrom que fue asolado e incendiado, desde el escondite donde se en-contraba, vio como asesinaban al padre. Era invierno y la casa estaba cubierta de nieve, el calor la derritió y apagó el fuego. El retrato de Freud y el analista representaban al padre en las lla-mas, un “recuerdo” alucinatorio de su tragedia edípica a la que la paciente había quedado fijada por el resto de su vida.

El contenido del letargo que padecía el analista consistía en la transferencia en el mismo del padre muerto. Era una trans-ferencia actual, sin palabras. En el análisis de este episodio se le pusieron palabras que lo “descongelaron” e introdujeron en una dimensión yoica haciendo así posible poner en movimien-to el análisis.

Otras manifestaciones de enfermedad que padece el analis-ta –consecuencia de las transferencias actuales–, son angustia, hipocondría, actuaciones y enfermedades con cualidad somá-tica, en otras palabras, neurosis actuales. En un trabajo acerca del psicoanálisis del lupus eritematoso sistémico describimos la circunstancia de que el analista del paciente que lo padecía ex-perimentaba alteraciones correspondientes a las del paciente, transferencias actuales, que, por su carácter dinámico denomi-namos “Microenfermedad elaborativa”. [5]

Tal como señala Freud, toda manifestación psíquica, imagi-naria, tiene un fundamento actual. La ilusión del analista en su confusión con la imagen del cumplimiento de deseo de satis-facer la necesidad del paciente, puede llevarlo a la actuación, mas, la identificación latente con el objeto frustrante hace im-posible este propósito consciente en la realidad objetiva, ya que, bajo su ilusión de que puede satisfacer la necesidad del pacien-te, transcurre latente la transferencia “actual”, negativa, trági-ca, que subrepticiamente se abre camino en la realidad objeti-va y el analista termina ocupando el lugar del objeto de la frus-tración original, el de la tragedia edípica, repitiendo con el pa-ciente la escena traumática que originalmente motivó el deseo y su cumplimiento en la imagen con su componente actual aho-ra en la transferencia.

El cumplimiento-realización de deseo: Llevado por sus ilusio-nes el analista va un paso más allá del cumplimiento alucinato-rio de deseo, va a la realización del mismo, a una actuación, la imagen se vuelca en la realidad objetiva conservando sin em-bargo su cualidad imaginaria, y, bajo la apariencia de rectifica-ción de la experiencia de frustración, repite la misma.

Cuando la carga trágica de la imagen del cumplimiento es importante no es posible que alcance una integración en el yo y entonces, el analista, confundido con el objeto de la frustra-ción concita el odio latente del paciente derivado de la frustra-ción original, una transferencia negativa que culmina en la Re-acción Terapéutica Negativa (RTN). Se repite así la experiencia primitiva, la frustración de la necesidad. Otra versión de RTN es la que sobreviene cuando una “buena” interpretación, una que

deshace el cumplimiento imaginario de deseo, libera la trage-dia subyacente y desencadena una reacción transferencial ne-gativa, una tragedia que puede destruir el análisis. Estos com-ponentes de la transferencia-contratransferencia, con su com-ponente de real, nos presentan la máxima resistencia. Vencer-la es nuestra tarea más importante y difícil.

Acabamos de describir la transferencia negativa, la que pre-cipita el análisis al fracaso, mas esta vicisitud tiene lugar cuan-do el analista no puede descubrirla en status nascendi por deba-jo de la imaginaria, aparentemente positiva, en cambio, cuan-do la descubre y analiza, integrando en el yo los elementos ac-tuales que participan en la misma y éste logra domeñarla pue-de entonces la necesidad ser liberada y encontrar la satisfacción que le había sido denegada. Como acabamos de decir, con la in-terpretación, el cumplimiento de deseo en parte es deshecho, alcanzando un status yoico que le lleva a participar en la acti-vidad imaginaria que facilita el encuentro del objeto capaz de satisfacer la necesidad. En las palabras de Freud: “Se hizo ne-cesaria una segunda actividad que no permitiese que la inves-tidura mnémica avanzara hasta la percepción y desde allí liga-ra las fuerzas psíquicas, sino que condujese a la excitación que partía del estímulo de la necesidad por un rodeo que finalmen-te, por vía de la motilidad voluntaria, modificara el mundo ex-terior de modo que pudiera sobrevenir la percepción real del objeto de satisfacción.”[16]

De todos modos, en líneas generales, en el encuadre de la se-sión, la abstinencia del analista no es absoluta ya que –tal como dice Freud– ningún paciente la podría tolerar. Es así que también en la sesión, como cuando tuvo lugar la frustración original de la necesidad, hay un quantum de satisfacción de la misma, in-dispensable para que el individuo pueda aceptar el análisis, y que es la base para que con los progresos del mismo se libere la posibilidad de satisfacción de la necesidad frustrada. _______________[1] Cesio, F.: “El lenguaje no verbal. Su interpretación”, Revista de psicoanáli-

sis, 1957, 14[2] Cesio, F.: “El letargo. Una contribución al estudio de la reacción terapéutica

negativa.” Revista de Psicoanálisis, 1958,15 y 1960, 17 289-298.[3] Cesio, F.: Aberastury, A., Garma, E., Smolensky, G., Zac, J.: Transferencia y

contratransferencia. Psicoanálisis de las Américas, Ed. Paidós, Buenos Ai-res, 1968

[4] Cesio, F.: “El letargo. una reacción a la pérdida de objeto. Contribución al estudio de la reacción terapéutica negativa”, Rev. de Psicoanálisis, 1964,21 y en Un estudio del hambre que padece, Cimp-Kargieman, Buenos Aires, 1970, 53-70.

[5] Cesio, F.: En colaboración.: “Lupus Eritematoso Sistémico. Una investiga-ción psicosomática”, Un estudio del hombre que padece, Ed. CIMP-Kargie-man, Buenos Aires, 1970, 465-90.

[6] Cesio, F.: “Los fundamentos de la contratransferencia. El yo ideal y las iden-tificaciones directas”, Rev. de Psicoanálisis,1973, 30.

[7] Cesio, F.: “El letargo. La enfermedad profesional del analista”, 1991 XIX Con-greso interno y XXIX Simposio de APA

[8] Cesio, F.: “Psicoanálisis de la ‘vivencia’ en la sesión. Abstinencia y neuro-sis actual. Una introducción al análisis de las manifestaciones somáticas”, APA, 1994

[9] Cesio, F.: “Psicoanálisis hoy: desafíos y perspectivas. Desafíos en la técnica”, Simposio de Buenos Aires. Asociación Psicoanalítica Internacional, 1996

[10] Cesio, F.: “Encuadre, campo y fronteras del psicoanálisis actual. La contra-transferencia. La transferencia en la persona del analista”, Actas del III Con-greso Argentino de Psicoanálisis. Cordoba. 1998

[11] Cesio, F.: “Las enfermedades actuales, patologías y ‘neurosis’”, La Peste de Tebas. Marzo 1998. N° 7.

[12] Cesio, F.: “Celos”, La Peste de Tebas, 11, 1999[13] Cesio, F.: “Reflexiones sobre la pornografía y la transferencia”, La Peste de

Tebas, 28, 2003.[14]Cesio, F.: “Crueldad”, La peste de Tebas, 29, 2004[15] Freud, S.: “El cumplimiento de deseos”, 1923, AE, V, 557.[16] Freud, S.: “El cumplimiento de deseos”, 1923, AE, V, 588.[17] Freud, S.: “Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determi-

nado síndrome en calidad de ‘neurosis de angustia” 1895, AE, [18] Freud, S.: “El yo y el ello”. AE, XIX, 24-25[19] Garma, A.: Tratado Mayor del psicoanálisis de los sueños, Cap.V. Tecnipubli-

caciones. S. A. Madrid. 1990.

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Comentario

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Un trabajo formidable de magnífica hechura. Lector riguroso de Lacan, Harari opera en estas páginas una minuciosa tarea de cortes y articulaciones que apuntan a deli-mitar y exponer de modo didáctico las cuestiones más destacadas del Seminario 24.

El sesgo que adopta es el indicado por los últimos tramos de la enseñanza de Lacan: las pun-tas de lo Real han de rozarse si se atiende a la homofonía.

Para lograr una aproximación valedera tendiente a dilucidar las problemáticas decisivas del Seminario en cuestión y cernir su lógica, singular y novedosa, el autor comienza por abordar las resonancias homofónicas del título. Dicha labor, propia de la escucha como operatoria psicoanalítica, arroja consecuencias determinantes que rompen lo que usualmente deviene en sentido común. Según Harari, hay en el título al menos tres lecturas posibles si se “sabe-

leer” en lo dicho. Se trata de lecturas no esclarecidas sino de modo tangencial por Lacan. Son lecturas del sonido del enunciado: L’ insu que sait de l’ une-bé-vue s’ aile a mourre (Lo insabido acerca de lo cual sabe la una-equivocación se ampara en la morra; El fracaso de lo inconsciente es el amor; Lo insabido acerca de lo cual sabe la una-vista-equivocada es el (a) mur).

El efecto de enseñanza –es eso precisamente lo destacado y practicado por el autor– tiene que ver con librarse al serio juego regido por la homofonía para hallar significantes “atropellados” por la similitud fónica. Es que, cuando se trata del pasaje entre lenguas, tal como sucede con el título en cuestión, pa-rece necesario salirse de la práctica de la traducción para revelar “el origen significante paranomásico postulado por el propio Lacan”; operación ésta que, por lo demás, ha orientado el título de la presente obra: intraducción. Acaso al intraducir –señala Harari- se introducen significantes nuevos.

Sobre el fondo del continuado debate con Freud, se accede a varias de las vertientes cruciales del Seminario 24, puntuadas en su mismo texto, e hil-vanadas con formulaciones desplegadas en seminarios y escritos preceden-tes. Cabe mencionar algunas de las temáticas abordadas con relación a la vertiente de las últimas enseñanzas de Lacan, que Harari valora de modo ri-guroso. La descalificación de lo endopsíquico. El debate acerca del concepto de identificación que, entre otras cosas, conduce a revisar el tema del fin de análisis y la identificación con el síntoma. La eversiones, los retornamientos del toro. La cadena borromea y la ubicación del inconciente. Además, con-sidera ciertas referencias donde resuenan los discursos actuales acerca de presuntas patologías de la modernidad y la posmodernidad. La relación en-tre lo inconsciente y l’ une-bévue. La posibilidad de incidir en las puntas de lo Real a través del trabajo con lalalengua y su hablaje, que repta con multi-facética bifidez en los actos del habla. El concepto de metalengua que con-duce a dar un destacado relieve a la poesía, pues ésta predica y postula la división subjetiva por su trabajo con el sentido que requiere de una posi-ción capaz de atender a la ambigüedad, la alusión, el equívoco o la metáfo-ra inesperada. Por eso es que considera la escritura poética china valorada por el mismo Lacan en el seminario...y hay más. Pero cada lector ha de ha-cer su propio recorrido.

Buena parte del trabajo apunta al cernimiento de la novación íncita al Se-minario 24, una dimensión decisiva para el abordaje psicoanalítico no re-ductible a lo Simbólico generalizado. Se trata del forzaje, se trata de ejer-cer “violencia” en el lenguaje para contribuir al despertar. El forzaje –señala Harari- incumbe a la nominación inventiva de significantes nuevos, de pa-labras sin memoria.

Vale hacer notar el tono explicativo, mas no simplista, adoptado por el au-tor, quien redactó el texto en base a la desgrabación de sus clases en el Cen-tro Cultural San Martín. De modo tal que, quienes asistieron a aquel Semi-nario de 1995 tendrán, hoy, la posibilidad de transitar nuevamente su con-tenido. Quienes no lo hicieron y suscriben la enseñanza de Lacan, tienen la ocasión de profundizar su estudio.

Omar Mosquera

Intraducción del psicoanálisisde Roberto Harari, Síntesis, 2004

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Colaboración

Había partido, mi exposición, de la conocida frase de J. Lacan “Mejor pues es que renuncie quien no pue-de unir a su horizonte la subjetividad de la época”1

Se trataba de un encuentro de trabajo con los Residentes del Hospital Ramos Mejía y ese significante que reunía la subje-tividad a la “época” vino a constituirse en el vector que orde-nó la problemática que abordamos. Esa relación, la conjun-ción de subjetividad y época en un espacio común, donde los elementos de un conjunto y otro se superponen permitió fi-jar los determinantes que, más allá de aquellos que surgen de las constelaciones familiares, vienen a condicionar la con-ducta del hombre de nuestro tiempo. Entre los referentes más sobresalientes subrayemos por sobre el amor, la violencia de “una época de odio”2, de “lucha de clases”3, “lucha sexual”4, “por la vida”5, por “la autoconciencia”6. De hecho una inter-pretación en el terreno de las ideas que presupone una con-

frontación en todos los planos de la vida que, por otro lado adquiría una realidad insoslayable con la Segunda Guerra Mundial y de allí en más con las nuevas modalidades de la confrontación bélica. En la esfera de las expresiones cultura-les ese “odio”, destruyó la plenitud del objeto y sus represen-taciones, en la pintura los Impresionistas hicieron de haces de luz, de manchas de color, formas que sólo pueden compo-nerse a una distancia adecuada, un Picasso condensa simul-táneamente y de forma ubicua una nueva perspectiva, al-guien como Marinetti podía sostener que la Primera Guerra Mundial era el más bello poema futurista jamás escrito, afir-mación que como podría esperarse lo llevo a adherir al fas-cismo. En tanto que en la literatura Joyce descomponiendo la lengua, iluminaba el mundo interior, el alma, como nadie lo había hecho hasta entonces, los monólogos de Bloom y de Molly Bloom le dieron letra de molde al inconsciente, la es-critura de Finnegans Wake elongó lalengua en un entrecruza-miento de idiomas, con una ortografía que desafiaba los sig-nificados y creaba sentidos impensables en una producción de joks marcados por un alto contenido erótico, los surrealis-tas a través de la escritura automática borraban al autor y la intención creativa; la música atonal de un Schönberg propo-nía una nueva teoría de la armonía; el serialismo de un Stra-

Desanudarse no necesariamente enloqueceUna respuesta estructural

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vinski creaba mediante la variación o la repetición de cual-quier parámetro musical y a la disolución del objeto en la fí-sica moderna se sumaba Freud y el psicoanálisis inventando el objeto parcial, devenido a en Lacan. El inconsciente expre-sión de la división del sujeto, mostraba el mismo proceso. La muerte del hombre anunciada por Goldman, era sintetizada por Foucault “... ser moderno es no aceptarse uno mismo tal cual es en el flujo de los momentos pasajeros...” “La moder-nidad no libera el ser del hombre. Lo obliga a encarar la ta-rea de producirse a sí mismo”7.

La concepción del tiempo a partir de la teoría de la relati-vidad y del caos, la traducción del desarrollo tecnológico en instrumentos, en máquinas de eficacia y productividad hasta ese presente inimaginable trajeron una experiencia del tiem-po que tuvo como consecuencia la expansión del instante que impidió definitivamente al hombre captar la totalidad den-tro de la que creía vivir, simultaneidad y sincronismo en la creación de los objetos de su mundo y la presencia constan-te de la muerte que propone buscar un último sentido acce-sible a la vida.

Subrayado este perfil, no podía dejar de preguntarme cómo este real que atraviesa al lenguaje, que tiñe el imaginario de nuestro pensamiento podía no ser tenido en cuenta, ya sea por los analistas como por los analizantes, cómo podía no mar-car, condicionar, las referencias de nuestro i de (a). Siguien-do al maestro francés en sus elucubraciones, frente a lo que él había llamado “palabras impuestas”, me formulaba el in-terrogante por su lado más evidente “¿Cómo no sentimos to-dos que las palabras de las cuales dependemos nos son im-puestas de alguna manera?” Si por la palabra “el ser huma-no está enfermo, ¿por qué el hombre llamado normal no se da cuenta de ello?”8 ¿Cómo podríamos entonces, permanecer ajenos a su realidad? ¿Cómo esa verdadera realidad históri-ca podía desconocerse? ¿Cómo esas expresiones de la época podían renegarse? Por otro lado podía oponer a esta negati-vidad radical la frase de H. Miller “Cada palabra es una fran-ja, un barrote, pero no hay ni habrá nunca suficientes barro-tes como para construir la reja” Es decir algo permanecerá siempre pasible de deslizarse por fuera del cerco, del encie-rro mostrando una porosidad creadora de otra realidad. Lle-gado a este punto recordaba no obstante el asombro, el “des-conocimiento” aducido por los habitantes de los pueblitos próximos a Dachau, a Buchenwald, sobre lo que allí aconte-cía, la sorpresa y el repudio tardío por lo que había sucedido en nuestro país en la década de los setenta. Fuera de la mala conciencia, del ocultamiento por la culpa, del rechazo a toda responsabilidad ¿Cómo fue posible desconocer esa presencia de la muerte, el hedor de la carne quemada, la sordera a los gritos de los detenidos, la indiferencia ante los desapareci-dos? ¿Era necesario participar de una ideología de izquierda para que esa verdad nos alcanzara? ¿Más aún aunque pudie-ra suponerse que la existencia de esos acontecimientos fue-se una ficción, cómo se podía ser “derecho y humano” y que bastara un salto para no ser holandés? Se trataría tan sólo del fenómeno de la negación o de la renegación? No parecía probable, la explicación debía surgir de otra hipótesis. La en-cuentro en la siguiente referencia de J. Lacan: “Supongan el caso de otro nudo, que antes llamé olímpico; si uno de vues-tros redondeles de hilo les... revienta, por así decir, debido a algo que no les concierne, ustedes no se volverán locos por ello. Y esto porque, lo sepan o no, los otros dos nudos se sos-tienen juntos y eso quiere decir que ustedes están neuróticos. En base a esto siempre afirmé algo que no se conoce lo sufi-

ciente: que los neuróticos son irreventables. Las únicas per-sonas a las que vi comportarse de manera admirable durante la última guerra –Dios sabe que no me causa especial agra-do evocarla– son mis neuróticos, aquellos a quienes aún no había curado. Eran absolutamente sublimes. Nada los afec-taba. Así les faltara lo real, lo imaginario o lo simbólico, ellos aguantaban”9.

Partamos entonces para el desciframiento de estas afirma-ciones del hecho de que para los neuróticos puede existir algo que no les incumbe, pueden permanecer ajenos a esa realidad y a sus efectos, lo toleran. Su estructura resiste. ¿Pero cómo concebir lo que no concierne? ¿Qué compondría ese conjun-to? ¿Qué podría haber hecho tan radicalmente Otro al otro? Como adelantaba un poco más arriba ¿qué permitió la igno-rancia de alemanes y argentinos? Si no fue aquello que Freud definió como el narcisismo. Al contrario de lo que pasa con la rana que fuma hasta reventar, los neuróticos son irreven-tables, nos dice Lacan que apela a la metáfora en otras dos oportunidades10, expresando de este modo el efecto de infa-tuación, mostrando cómo en la neurosis, para él caso el obse-sivo, puede ser llevado hasta los límites de su deseo por la in-suflación que produce el falo. Ovidio recordemos, en las Me-tamorfosis relata el mito y la muerte de Narciso, resaltando el rechazo de Eros y la fascinación por su propia imagen, “in-sensible al resto del mundo, se deja morir inclinado sobre su propio rostro”11. Lo que no les concierne es entonces el amor, el lazo al otro, es decir todo aquello que escapando a su mi-rada los deja enajenados en su mundo.

Ahora bien, Lacan muestra que esto es posible porque el anudamiento del que se trata no es el borromeo, si así fue-ra al soltarse uno de los anillos se desanudarían los otros dos quedando todos en “libertad”, “locos”12. En cambio en el nudo olímpico –con el que demuestra su argumentación, emblema de las Olimpíadas– encuentra que se caracteriza por que dos de los anillos se anudan entre sí mientras que el tercero lo hace no con uno sino con los dos, esos tres así anudados no constituyen una cadena, y si se quita uno los otros dos que-dan anudados y eso, dice, es estar neurótico. Si bien en el de-sarrollo de su elucubración Lacan llega a la necesidad de con-cebir la imprescindibilidad de un tercer anillo, incluso de un cuarto anudados de forma borromea para que la estructura se sostenga, si no damos por superada esta concepción del nudo olímpico, como efecto de un momento en el progreso de su elaboración, desechándola, es necesario no pasar por alto el problema que plantea. El anudamiento de lo imaginario, lo simbólico y lo real no va de suyo, sobre todo por el hecho de la dificultad para concebir este último registro que se ha-lla tan “oculto” como la tercer dimensión espacial13; Lacan se sirve del apólogo, del obstáculo que es para nosotros operar con la profundidad, siguiendo a M. Merleau-Ponty14 afirma que somos seres de dos dimensiones y con ellas nos maneja-mos. Del volumen, lo real, del nudo no tenemos más que una aproximación simbólica, una construcción imaginaria. Al no poseer consistencia, todo intento de operar sobre su realidad desde lo simbólico nos reenvía a nuestro imaginario, puesto el nudo frente a un espejo nada lo diferencia de su imagen especular, he ahí toda la dificultad para manipularlo.

De esto trata la normalidad, de que la ruptura de uno de los anillos no deja en libertad a los otros dos, la anormalidad en cambio es el desanudamiento de los tres registros. Ahora bien, Lacan avanza un paso más, no dice que uno de los regis-tros se desanuda sino que incluso puede faltar y que aún así la estructura llamada neurótica, normal, resiste. Él confirma

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que aguantan, ¿cómo concebir entonces la estructura con esta falla? Si bien para ello es imprescindible considerar la consis-tencia como imaginaria, aún con la falta de este registro, la alternativa surgirá de “que al imaginario como nudo lo du-plicamos con lo simbólico”15 pero para el caso ya estaría pre-sente el cuarto anillo. El neurótico al imaginarizar uno de los términos del fantasma, al identificarse imaginariamente con el sujeto crea la necesidad de un simbólico suplementario: el síntoma16, o cuarto anillo que anuda su estructura, pero esto sabemos, es efecto del progreso del análisis.

Escuchando entre las muchas banalidades que justifican la regla fundamental, a veces nos encontramos con ciertos re-latos que sin duda han sido atravesados por la tragedia y no podemos dejar de preguntarnos cómo resistieron, cómo no se volvieron locos, “aguantaban”. Dice un refrán popular que: “no hay dos sin tres”, leído a la letra ese dos no puede surgir más que del tres, y ese número causado por el otro, sólo ad-quiere consistencia por la anterioridad lógica de su sucesor. El anudamiento borromeo como ya lo observamos se carac-teriza por el hecho de que el desanudamiento de uno de los anillos deja libre a los otros dos deshaciendo el nudo, cosa que no sucede con los neuróticos. Los pacientes que llega-ban en aquel momento a Lacan carecían –en el ejemplo uti-lizado– de lo real, sin embargo esa falta no los enloquecía ya que había quedado anudado lo simbólico y lo imaginario, y bastó el análisis para que ese real se les impusiera “desper-tándolos”, anudándolos sintomáticamente. En el caso de las estructuras clínicas este particular anudamiento muestra la consistencia de la fobia, si el síntoma de la fobia se caracteri-za por evitar el encuentro con el significante del deseo, la an-gustia no puede surgir más que frente a la posibilidad de que ese encuentro se realice y la amenaza de violencia entonces surge de la interpretación neurótica de la castración. La falta sin embargo constatamos, puede ser producida en cualquie-ra de los registros, en lo real como hemos visto, en lo imagi-nario o en lo simbólico.

Un paciente obsesivo se lamenta inconsolablemente por una idea que se le impone “ser el asesino de la madre”, su duda no pasa por la realidad a la que se somete y su sistema simbólico no ha sido afectado, sin embargo la idea lo acosa

y borra toda posibilidad de acción, la ausencia de lo imagi-nario, que deja anudados lo simbólico y lo real lo ubican por fuera de la escena del mundo al que no puede integrarse, su existencia pasa por metas que no comprometen su ser en una realidad que le es permanentemente hostil, pasa llorando el día entero sin poder levantarse de la cama; en cambio una joven adolescente al quejarse de no poder establecer una re-lación de pareja duradera cuenta que su forma de acercarse a los jóvenes que le gustan es “bardeándolos”, haciendo de-sear al otro se asegura de la permanencia del deseo. La hipó-tesis dice entonces que cuando lo que falta es lo simbólico, el significante del otro sexo, quedan anudados lo real del sexo y lo imaginario falicisado del cuerpo afectado por la pregun-ta sobre el ser de la histérica.

Concluyendo, agregaba Lacan que esto acontecía con “aque-llos a quienes aún no había curado”. ______________1. J. Lacan, “Función y campo de la palabra”, Escritos, Pág.138 Si-

glo XXI.2. J. Lacan, Seminario I. Los escritos técnicos de Freud. clase 7/7/54

Paidós.3. C. Marx, El manifiesto comunista, Pág. 4 ED América Latina.4. J. Lacan, Seminario II. El Yo en la Teoría de Freud... clase 8/6/55

Paidós.5. Ch. Darwin, El origen de las especies, Barcelona, Pág. 57, Ed.

Zeus.6. F. Hegel, Fenomenológica del Espíritu, Pág. 118 FCE.7. M. Foucault, Resumé des cours,1970-1982.8. J. Lacan, Seminario XXIII Le sínthome clase, 17/2/76 Ornicar?

N°8.9. J Lacan, Seminario XXI Los nombres del padre clase, 11/12/73, In-

édito. El subrayado es mío. 10. J Lacan, Seminario VIII La Transferencia, clase 19/4/61 Inédito;

Seminario XXIII Le sínthome clase 18/11/75 Ornicar? N°6.11. P. Greimal, Diccionario de mitología griega y romana, Pág. 370

Paidós.12. J. Lacan, Seminario XXI Los nombres del padre, 11/12/73 In-

édito.13. Ibidem, 20/11/73.14. M. Merleau-Ponty, El ojo y el espíritu.15. J. Lacan, Seminario XXI Los nombres del padre clase18/12/73.16. J. Lacan, Seminario XXII R.S.I. clase 21/1/75 Inédito.

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PuntoComPsicoanálisis y Tecnociencia

Sección coordinada por

Mario Pujó

Escribe

Oscar Angel CesarottoSección: [email protected]

El jueves 18 de marzo de 2004 los periódicos ingleses infor-maron que la escultura titulada Alison Lapper encinta de Marc Quinn, había sido seleccionada para ser instalada en

un pedestal vacío desde hace ciento cincuenta años en Trafalgar Square, en pleno centro de la city. En la primavera próxima la obra será recreada de forma monumental en mármol blanco, al-canzando los 4,5 metros de altura. Para comprender el impacto de esta elección es necesario presentar al artista y a su musa.

Marc Quinn ganó notoriedad al comienzo de los ’90 con la obra Self, una réplica tridimensional de su cabeza, realizada con su sangre congelada. La pieza era exhibida en un gabinete refri-gerado sobre una base de acero inoxidable, dentro de un cubo translúcido. Con el pasar del tiempo y a pesar de la baja tempe-ratura, la singular escultura se fue derritiendo. Como la vida, la obra no debía ser eterna. En la nostalgia anticipada de un futu-ro finito, el gesto autoerótico de modelarse −haciéndolo, ade-más, con la propia corporeidad−, sancionaba un memento mori extremo. Lo imaginario de la representación corporal sucumbió no obstante ante lo real de la temperatura, produciéndose la di-solución del ampuloso gesto narcisista en un amorfo y desagra-dable charco rojo que, asociado a la abstracción del significan-te self que nombra al ego, no logra sin embargo atrapar la sin-gularidad del sujeto.

Alison Lapper, por su parte, inspiradora de su obra reciente, ca-rece de brazos en la vida real y sus piernas son extremadamente cortas. Nacida en los años sesenta, fue una de las numerosas víc-timas de la tristemente célebre Talidomida, medicamento admi-nistrado a las mujeres para aliviar el malestar provocado por las características náuseas del embarazo. Sus temibles efectos co-laterales fueron constatados demasiado tiempo después; hasta ser retirada de circulación y prohibida la venta de lo droga, una gran cantidad de bebés malformados pagaron el altísimo precio de la imprudencia farmacológica. Desnuda, embarazada y ra-diante, Alison Lapper posó ante Marc Quinn para la posteridad, venciendo cualquier forma de vergüenza o inhibición.

Pero ocurre que en la misma fecha del 18 de marzo fue i-nau-gurada una exposición retrospectiva de la escultora inglesa Ra-chel Whiteread en el Museo de Arte Moderno de San Pablo. Su especialidad son los moldes de materiales variados, ya sean tra-dicionales o insólitos. Capaces de tornar visible el vacío, intentan dar consistencia a la ausencia como presencia sólida de lo que no está. La muestra incluye, además de la exhibición discreta de al-gunos objetos pequeños, una maqueta a escala del Memorial del Holocausto realizado en 1995 en Austria, así como un conjun-to de fotografías que documentan el desarrollo del proyecto. Se trata de simulacros y registros realizados años más tarde del fi-nal de la Segunda Guerra Mundial en la Judenplatz de Viena. El tamaño de la construcción allí implantada guarda relación con las proporciones de la Plaza, destacándose su imponente monu-mentalidad sobre la impavidez del cemento crudo. De inmediato,

la construcción evoca la estructura de un mausoleo, con puertas de piedra clausuradas para siempre, y dos agujeros negros que ofician de inútiles cerraduras. Las paredes están conformadas por incontables filas de ladrillos que aparentan ser libros incrus-tados en posición invertida, con sus títulos devorados por el mo-nolito. Nunca podrán ser conocidos, abiertos, ni leídos; jamás se sabrá de qué tratan, ni lo que fue perdido en sus alegóricas e in-accesibles páginas. El homenaje a los desaparecidos presentifi-ca la imposibilidad muda con la que nos confronta el horror de esa muerte muda, anónima, tecnificada, masiva.

Ambos autores evidencian compartir en sus obras, a pesar de evidentes diferencias, muchísimas preocupaciones en común. Whiteread y Quinn, artistas contemporáneos, abordan, cada uno a su modo, la persistencia de la dignidad y de la memoria, im-plementando sendas estrategias contra el olvido. Hay en juego un propósito similar, que lleva implícito una visión de la cultu-ra concebida como estilo y consumación histórica de una forma de represión característica de cada época. En nuestra hipermo-dernidad, la primacía de Tánatos amenaza a Eros con un velo alienante de propósitos que tienden a ocultar los desatinos de la razón. Por ello, tanto el memorial como la escultura intentan llamar nuestra atención sobre lo que de otro modo tendería a quedar eclipsado, suprimido en la sombría cotidianeidad de las habladurías. Lo intrínsecamente humano se nos torna entonces extraño en su familiaridad, la realidad se demuestra capaz de revelarse más obscena y cruel que cualquiera de sus múltiples intentos de representación.

La escultura de Quinn evoca paradójicamente en su realismo, la concepción artística del surrealismo al alejarse irremediable-mente de cualquier expresión de body-art. Poco importa si su concreción no coincide con el canon de belleza vigente: ese cuer-po discapacitado pone en evidencia una fuerza y una armonía raramente logradas en tiempos en que tiende a venerarse en las idolatradas formas juveniles el punto culminante de la belleza y de la perfección.

En cuanto a la incidencia iatrogénica del remedio, cabe pre-guntarse por el origen de ese desgraciado accidente: ¿debería acaso ser buscado en un exceso de celo terapéutico o en la velo-cidad de la puesta en circulación comercial exigida por la lógi-ca de la rentabilidad? De nada sirvieron las disculpas ni las in-demnizaciones posteriores ante seres nacidos con malformacio-nes que portarán de por vida las consecuencias de la negligen-cia del mercado. Lo que desde luego no les quita a estos seres sus virtudes ni el derecho a procurar su felicidad: en la vida real Alison se muestra dichosa con su hijo recién nacido, alegre y sa-ludable. En contrapartida, bajo el cálculo insensato del nazismo, el exterminio fue planificado y consumado minuciosamente con el notable auxilio de la tecnología puesta a su disposición por la ciencia. Una operación llevada a cabo con una frialdad riguro-sa y una precisión macabra puestas intencionadamente al ser-vicio de la destrucción.

En el primer caso, el bien fue mal hecho; en el segundo, el mal fue bien hecho. Queda para el público la sublimación de los síntomas de la cultura, contribuyendo el arte a evitar así que lo no simbolizado retorne (¡otra vez!) como pesadilla de la huma-nidad.

Pesadillas de la razón

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de rupturas y construccionesentrevista a colette soler

Por Emilia Cueto www.elSigma.com

[email protected]

Usted se formó con Jacques Lacan. A más de dos décadas de su muerte, ¿qué permanece vivo del maestro?

Para mí, Lacan vivo es su texto. Por supuesto tengo recuer-dos de su persona, de mi análisis con él, de mi encuentro y de Lacan en sus seminarios. Tengo recuerdos, pero para mí lo im-portante es la orientación que surgió de su obra. Y es verdad que casi desde su muerte –se van a cumplir veinticinco años–, trabajo estos textos y verifico cada vez más que, incluso cuan-do un texto parece difícil de entender, finalmente si se expli-ca bien, si se trabaja bien, arroja una luz que sirve en la prác-tica analítica. Entonces, no pienso de ninguna manera que, a pesar de lo que algunos dicen, el texto sea el texto muerto y necesite al autor vivo. Precisamente, un gran texto vive y hay algunos vivientes que no lo hacen.

Su relación con Jacques-Alain Miller data de muchos años. Compartieron diversos espacios que implicaron un arduo trabajo en pos del desarrollo del psicoanálisis, pero tam-bién, y en base a los testimonios que aparecen en el libro El Psicoanálisis frente al pensamiento único, atravesaron mu-chos años de contienda y desacuerdo a pesar de lo cual us-

ted permanecía en la A.M.P. ¿Por qué decidió quedarse?

Voy a precisar lo que introduce la pregunta acerca de la an-tigüedad del vínculo. Yo llegué a la Escuela Freudiana de Pa-rís, la escuela de Lacan y seguí los seminarios, pero entré como miembro de la escuela en 1976. En ese momento no conocía a Miller. Sabía que había hecho el índex de los escritos, que era miembro de la escuela, pero en verdad puedo decir que cuan-do llegué, para mí, Miller no existía. Incluso no asistí, en el co-mienzo, a la sección clínica en París a la cual él se dedicaba. Entonces, conocí a Miller al final de la Escuela Freudiana, no puedo precisar si en 1977, o en 1978. Bien, después, efecti-vamente trabajé, al momento de la disolución, en la creación de la Escuela de la Causa Freudiana. Trabajé mucho tiempo en este conjunto y en el Campo Freudiano, también, que de-sarrolló todos los seminarios fuera de Francia. Eso para ubi-car el principio de la historia. ¿Y por qué no me marché ense-guida cuando vi que algo no funcionaba? Por una razón que para mí es absolutamente esencial: el problema era una difi-cultad del conjunto, y no de carácter individual. Había un pro-blema individual con las acusaciones de Miller, pero de todos modos, era una contrariedad de toda la comunidad, entonces,

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no se me ocurrió salir sola. Y me quedé hasta que pude com-probar que había un montón de psicoanalistas que tenían la misma idea. Veía que pensaban, empezaban a concluir que no era posible continuar así. Entonces, en ese momento sí pude tomar la decisión de marcharme, pero no sola; con la idea de crear otra comunidad con gen-te que conocía, formada, seria, y que no tenía la intención de mon-tar problemas y de hacer lo mis-mo que antes.

Esto dio origen a los Foros del Campo Lacaniano.

Sí, exactamente. Finalmente, paso a paso, la crisis se desarro-lló y decidimos crear los foros en 1998. Por eso me quedé.

En relación con la temática del pase, usted promueve una úni-ca instancia del pase y de la ga-rantía funcionando a nivel in-ternacional, y propone la crea-ción de un colegio. ¿Cuál es la razón de su insistencia en lo in-ternacional?

En primer lugar le voy a decir que no fui sola a elaborar la ga-rantía internacional, porque fue el resultado de una discusión con mucha gente, puesto que quienes salieron de la AMP para crear los Foros, se encontraban no sólo en Francia sino tam-bién en España, Italia, Australia, Argentina, Colombia, Brasil. Teníamos un lazo con todos estos foros. Desde años, además. Muchos de ellos eran amigos, colegas de trabajo. Pensábamos crear una comunidad y hemos creado primero en noviembre de 1999, la Internacional de los Foros del Campo Lacaniano. Es decir, una federación de estos foros para mantener un lazo que no fuera un lazo desde la dirección internacional –porque no hay dirección internacional– sino una cohesión internacio-nal entre los foros. Cuando empezamos a hablar de la escuela, el debate se extendió durante dos años para saber qué tipo de escuela queríamos hacer. Puedo decir que en favor de la ga-rantía internacional, se encontraba el hecho de que la comu-nidad ya era internacional. No es que hemos decidido inter-nacionalizar desde un lugar, ya éramos un conjunto interna-cional. Sí, habíamos decidido que se podía pensar, que se po-drían crear garantías nacionales –una en Francia, una en Es-paña, una en Italia, etc. –. Es un argumento que depende de la coyuntura después de la crisis. Pero creo que hay otro ar-gumento, quizás, más fundamental, más fuerte y es que una garantía tiene más valor si se otorga no entre conocidos. He-mos comprobado las dificultades que se presentan para hacer funcionar una garantía internacional, pero pienso que vamos a ir paso a paso resolviéndolas. Hay dificultades puesto que es verdad que donde se conoce el trabajo de alguien, es en su lugar, y queremos que la garantía que se da a alguien estima-do en su lugar implique también otros lugares. Entonces, exi-ge que la persona produzca un trabajo que se pueda evaluar más ampliamente y no solo en el ámbito local.

¿Cuáles son las dificultades que se presentan?

Una de las dificultades es que cuando se trata de establecer una lista internacional, todos los miembros de la comisión, por

ejemplo, no conocen a todos de la lista. Entonces, se deben in-formar, deben estudiar el punto y con criterios un poco obje-tivos, no se trata sólo de la opinión del vecino. Pero creo que la garantía internacional es una idea que tiene su validez. Por otra parte, hay dos títulos que garantizan la práctica, y está

también el pase. Y en el pase, dis-positivo de pase también, tene-mos carteles donde hay gente de Europa y gente del otro lado del Atlántico, es plurilingüístico.

Usted propone que el cartel del pase esté compuesto por cole-gas de dos o tres lenguas dife-rentes, lo cual puede generar sus complicaciones.

No es lo más sencillo. Lo más sencillo es siempre trabajar en su rinconcito con los más cercanos, los conocidos, los amigos. Si bus-camos la sencillez, no la vamos a encontrar, precisamente, en lo que estamos proponiendo.

En La maldición sobre el sexo, toma la expresión de Lacan “el escándalo del discurso analíti-co”. ¿Le parece que Lacan ha

podido superar, a través de las fórmulas de la sexuación, las dificultades que se presentan en Freud al momento de pensar, desde la estructura, la diferencia hombre-mujer?

Sí. Quizás, no sé si lo pensaba en el momento en el cual hice el curso sobre La maldición sobre el sexo, pero en mi último libro, con los años transcurridos entre los dos textos, pienso que efectivamente, Lacan ha logrado superar este escándalo. El escándalo –que Lacan atribuye a la Asociación Freudiana, IPA, pero que viene de Freud– consistía en el hecho de que el propio Freud ha pensado a las mujeres sobre el modelo que había construido respecto al hombre. Lacan dice que utiliza la misma vara, medida, para las mujeres y que este escánda-lo se encuentra disimulado desde Freud. Hubo un momento en los años ’30 donde se desarrolló un debate sobre el tema, y después, nada más. Para simplificar, Lacan relanzó el tema, hay que decirlo. Lo relanzó y seguro que con las fórmulas de la sexuación y especialmente lo que sigue al seminario Encore, no comparte de ninguna manera la posición freudiana. Pero lo que descubrí desde el seminario sobre La maldición sobre el sexo es que si se lee bien, Lacan ya había contestado la pre-gunta “¿qué quiere la mujer?”, pregunta del Freud del último período, con la cual confesaba no haber resuelto el problema. Freud es siempre más sutil de lo que uno piensa.

En las últimas décadas, se han producido cambios impor-tantes en el terreno sexual. Hay una apertura a aceptar prác-ticas que antes eran socialmente rechazadas. ¿El discurso psicoanalítico ha tenido alguna incidencia en ello?

Sí, pienso que sí; creo que un siglo de psicoanálisis no fue sin efecto a este nivel. Quizás no sólo se trata de la incidencia del psicoanálisis, existe la incidencia del capitalismo, hay la incidencia de lo que formulamos, cuando decimos con la ex-presión de Lacan, el Otro no existe. Pero creo que el mensaje freudiano sobre lo que él mismo ha llamado la perversión po-limorfa, es decir, las fragmentaciones de las zonas erógenas,

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de las pulsiones, todo eso que Freud descubrió en 1905, los ensayos sobre la sexualidad, fue un escándalo, pero ahora es una banalidad. Todos saben eso, y lo que Freud sacó de la re-presión con tanto esfuerzo, ahora, se encuentra exhibido en la superficie del discurso sobre las pantallas de la televisión y es como si el mensaje freudiano hubiera pasado.

¿Es el mensaje freudiano el que caló de alguna manera en la cultura? ¿O es que Freud se anticipó a lo que iba a venir?

No creo que Freud se haya anticipado. Nada indica que se anticipó, porque Freud nos habla de las pulsiones reprimi-das, refoulées; en castellano, hay una sola palabra para dos. Las pulsiones reprimidas que él descubre vía el desciframien-to del síntoma, no las descubre observando a los sujetos. Ob-servando a los sujetos descubre en el marco de la educación de su tiempo –una educación victoriana, bien normativa–, los ideales, las normas, las buenas conductas y los síntomas que impedían funcionar cosas. En todo eso, no hay nada que in-dique la presencia pulsional. Es descifrando los síntomas que descubre lo que detrás del síntoma se fabrica (podemos de-cir, a partir de las pulsiones reprimidas y el desplazamiento de las pulsiones reprimidas). Freud no anticipaba de ninguna manera. El solo esperaba que, quizás, el psicoanálisis pudiera impedir una represión demasiado feroz de las pulsiones, pero Freud nunca anticipó el hecho que la represión de las pulsio-nes podría bajar al punto que vemos ahora.

En referencia a la dimensión terapéutica del psicoanálisis respecto a síntomas, tales como fobias u obsesiones, uno de sus planteos es que la pareja sexual es siempre sinto-mática. ¿Esto es algo inherente a la pareja sexual o, se re-laciona con que ya no hay modelos?

Es más fundamental. Podríamos decir que los modelos mis-mos eran sintomáticos. Podríamos decir eso –se necesitaría, quizás, desarrollar un poco–, pero cuando digo que la pare-ja es sintomática me refiero a la idea que Lacan ha formula-do de diversas maneras, pero finalmente, con la expresión “No hay pro-porción sexual”, lo que quiere decir sencilla-mente que en el Otro, el Otro del discurso, el Otro del lenguaje, no hay inscripción de una pareja de goce, hay ideales, mujeres idea-les, hombres ideales. Son significantes final-mente. En el Otro, hay los significantes de la mujer, los significantes del hombre, de los ni-ños, también, pero eso no dice nada del aspec-to viviente del goce cor-poral, y especialmente, en la pareja. La elec-ción del partenaire se encuentra determina-da vía el inconsciente. Es lo que significa de-cir: es sintomática. Y

no puede ser otra cosa que sintomática, precisamente, por-que no hay una inscripción universal y, tampoco, un lazo na-tural, como se da en los mamíferos superiores. El macho va a la hembra. En la especie humana no es así.

A cien años del Blooms day, retomo un planteo que expu-siera en relación con la tesis que postula Jung con respec-to al Ulises de Joyce. Jung decía que era ininterpretable. Su afirmación es que esa tesis es perfectamente lacania-na avant la lettre.

Lacan no ha dicho exactamente que Joyce no era interpreta-ble. Ha dicho cosas, pero bajo otra forma. Ha dicho que su tex-to no dice nada a nuestro inconsciente, no resuena con nues-tro inconsciente. Él no ha hablado exactamente del no inter-pretar. Me parece que Jung ha captado algo, efectivamente, que algunos no están de acuerdo, los universitarios no están de acuerdo para decir que Joyce no se puede interpretar, que Ulises, más bien, no se puede interpretar. Intentan interpretar-lo y dicen: puesto que intentamos hacerlo y lo hacemos como pueden decir que no es interpretable. Pero creo que Jung cap-tó algo y, además, estaba enfurecido con el texto de Ulises, por-que vio que parecía algo como asociación libre, pero que no se lograba sacar una interpretación. Había tantas interpreta-ciones probables que no había una posible. ________________La versión completa de esta entrevista en www.elsigma.com.

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Colaboración

Zoo-lógicas. La lengua animalpor eduaRdo MülleR

Texto leído en la presentación del libro Contacto Animal (Letra Viva, 2004) de Juan Vasen el 15 de julio en el Centro Fortabat de la Alianza Francesa.

Hace algunos años, en la debacle social de Albania, miles de sus ciudadanos inten-taron escapar como podían en barcos a Italia, donde los atrapaban y encerraban. Los investigadores de esa época advirtieron que hubo un mes en especial en que

la densidad fugitiva se incrementó. Correspondió con una propaganda italiana que se po-día ver en los vetustos televisores albaneses. En esa propaganda había un mayordomo se-ñorial que le servía en bandeja de plata un plato de comida deliciosa a un perro. Los in-vestigadores dedujeron lo que dedujeron los pobres albaneses: “si así tratan a sus perros, como nos tratarán a nosotros”. Se equivocaron en un pequeño detalle, si bien los trata-ron como animales, no los trataron como mascotas. Parte de este libro que presentamos hoy, permite entender esta diferencia. Animales salvajes, animales domesticados, anima-les mascotados. Juan Vasen advierte que no es bueno para un niño que le regalan un ani-malito, que se “mascotice” demasiado. Una mascota, dice, es domesticable, dominable, es casi un juguete, pero lo más valioso que los animales traen a una casa es lo que es de afuera, lo que escapa al dominio, lo extraño. El valor de los animales hogareños consis-te en que su extrañeza no sea reducida absolutamente, como le pasa a algunas masco-tas. Según Vasen la mascota, entonces, es un animal al que se lo privó de lo extraño, se lo transformó en muñeco esclavo. Pero no es de lo animales hogareños que trata el libro, sino de los que intervienen en lazos sociales con niños y jóvenes, de los que se esperan efectos terapéuticos e integradores. Del contacto animal.

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El animal es definido como pura alteridad. La de las otras especies, la de las otras series. Es alteridad porque no está en nuestra serie, es fuera de serie, de nuestra serie, pero está en otra serie, la de la alteridad. Gracias a esa alteridad, agrego yo, no somos caníbales. El canibalismo es una especie de endo-gamia de la especie, comerse a un semejante. Por eso el tabú del incesto se mezcla con el del canibalismo. Juan José Saer en El entenado, describe con morosidad todos los detalles de como asan los indios a unos conquistadores españoles. Escri-be con tanto talento que llega a producir hambre en el lector. Ese extraño hambre no proviene sólo del talento literario del escritor, sino también proviene de una teoría de Saer: que esos indios no eran caníbales porque consideraban a los extraños navegantes españoles como de otra especie. Eran la alteridad. La exogamia extrema. Pero la alteridad de los animales es dis-tinta, como dice poéticamente el autor: “lo extraño corporiza-do en esa cosa peluda que salta, ladra, pía, rasguña y rompe”. Y agrega, si bien los animales no pretenden enseñar nada, se puede aprender de ellos. Cumplen una función de complemen-to, como los perros lazarillos que cubren protésicamente una función humana ausente, pero también de suplemento, en las terapias asistidas, en donde agregan a ese lazo social mucho más que lo ausente. Van más allá de tapar una carencia. Esas terapias asistidas son ejercidas por equipos interdisciplinarios. Vasen dice, parafraseando a Lacan, que interdisciplinar es dar lo que no se sabe a quien no es como uno. Nos advierte en-tonces que no hay que confundir la interdisciplina con el ha-cer el amor. Es que el contacto con otra disciplina es similar al que se tiene con un animal. Con todo respeto a los compa-ñeros de otras disciplinas. Se trata de un lazo social en que lo más importante es la alteridad. Una alteridad que se debe res-petar, conservar sin pretender engañosas síntesis igualadoras. Los lazos sociales fructíferos de psicoanalistas con historiado-res como Nacho Lewkowicz, se debieron a que se pudo inter-cambiar lo que no se sabía con quienes supieron no ser igua-les a sus diferentes. Nacho, Raúl Sciarreta entre otros, fueron dos talentosos guardianes de la alteridad.

Me gustaría agregar el valor esencial del contacto animal en el lenguaje. Sin los animales, la lengua resultaría enormemen-te empobrecida. Si bien ellos no hablan, nos permiten hablar. Los animales nos ayudan a piropear, a describir, a insultar, a nombrar, a apodar, a fabular, a temer, a comparar. Que sería del sexo, de la política, del fútbol, de la música, de la con-versación en gene-ral. Gracias a ellos podemos hablar de bueyes perdidos como loros parlan-chines. Pero tam-bién nos asisten en otros contactos no animales, a saber: Bestia, potra, bi-chito, perra, loba, gato, bagre, loro, hacerse lo ratones, arrastrar el ala, no es lo mismo ser un mariposón que un toro, los gallinas de River, los boste-ros del equipo afi-cionado al excre-

mento animal, los grandiosos cuervos de San Lorenzo, los pincharratas, el Pato Fillol, el Mono Navarro Montoya, el Bu-rrito Ortega, no es lo mismo tragar un sapo que ser un sapo de otro pozo, meter el perro, correr la coneja, esconder la ca-beza como el avestruz, chivar, chivarse, lechuzear, ¿qué ha-cés fierita?, ¡qué chanchada!, nido de víboras, huevos de ser-piente, piojoso, estar pato, ser un ganso, se le escapó la tor-tuga, veloz como una gacela, las cigüeñas de París, el león de la Metro, hacer una vaquita, tener un cocodrilo en el bolsillo, jugar a la oca, a la loba, a Cachurra montó su burra, al galli-to ciego, políticamente no es lo mismo ser halcón o ser palo-ma, ser gorila o ser parte del aluvión zoológico, ser gusano o dinosaurio, estar o no con el pingüino, y gracias a Dios está presa la de tapado de visón hija de un chancho. Medio paja-rón, la del mono, la cucaracha sin sus patitas de atrás, mo-lestar como un tábano. El becerro de oro, el cordero de Dios, el camaleón mama, como la cigarra, la naturaleza del escor-pión, las golondrinas que hacen verano, pasaron (hace mu-cho) las grullas, el vuelo del moscardón, hacerse el oso, to-mar las riendas, meter los cuernos, muerto el perro se acabó la rabia, el ostra-cismo, pavonearse, el pez por la boca muere, el nido vacío, ¡ese es mi pollo!, apichonarse, hacerse la rata, ratearse, ratonearse, ratero, cabeza de león o cola de ratón, las vaquitas ajenas de nuestras penas, Platero y yo, cowboy, Búfalo Bill, Ayo Silver, La Sirenita, Rocinante, la Z del Zorro, Tarzán el hombre mono, El Gusanito de De la vega, Manue-lita de Pehuajó, los bisontes de Altamira, ladran Sancho se-ñal que cabalgamos, pero si ladran no muerden, buey solo bien se lame. El Rock con la balsa de los Gatos, los recitales de los Piojos, la Mosca, Pescado rabioso, Los Ratones Para-noicos, León Gieco, y finalmente los famosos casos psicoana-líticos de Freud: el hombre de las ratas, el hombre de los lo-bos o el caballo de Juanito.

Finalmente el principio. En el origen de la humanidad no había diferencia entre naturaleza y cultura. Dios creó a Adán y fabricó a sus costillas a Eva. La naturaleza era un paraíso, ese invento producido gracias a que el malestar en la cultu-ra sueña con el bienestar de la naturaleza. Pero la naturaleza aportó un animal y una fruta. Sin la serpiente y la manzana, ¿Adán se le hubiera animado a Eva? Esa tentación y esa caí-da en la tentación inauguran la cultura. Esa manzana mordi-da, no sería objeto de otro libro, Juancho. ¿Para cuando Con-tacto vegetal?

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Problemas y controversias

Ya se verá por qué y desde el título he optado por tradu-cir la fórmula de la autorización – “El analista se auto-riza sólo por (o ‘de’ o ‘a’) sí mismo” – con el esquema

del tercer tiempo pulsional, con el cual comienza lo que La-can convino en llamar “fantasma”: autorizar / ser autorizado / hacerse autorizar; que tiene su aspecto cómico, a poco que uno emplee el modelo del fantasma más popular del mun-do: “hacerse cagar”.

En la clase del seminario del 9 de abril de 1974, dijo Lacan: “El ser sexuado no se autoriza más que por sí mismo; pero yo agregaría ‘y por algunos otros’ […] ¿no habría podido ocu-rrírsenos en la Escuela que es eso lo que equilibra mi decir de que el analista no se autoriza más que por sí mismo? Esto no quiere decir que él esté sólo para decidirlo como acabo de hacerles observar en lo que se refiere al ser sexuado.”

¿Entonces? ¿Cómo entender ese dichoso “sí mismo”? ¿Basta decir, como dicen algunos creyendo que dicen gran cosa, que no hay que transformar la fórmula en un clisé banal? Con se-guridad, con seguridad; pero hay que leer la expresión.

Anoto algunos protocolos: 1) A diferencia del título esta-tal o de la temible orden del Maestro – “Tú eres el que me se-guirá” – que no requieren la conformidad del sujeto, la auto-rización supone la presencia de una demanda de autorización de parte del afectado y que toma la forma fantasmática men-cionada antes: hacerse autorizar. 2) La aceptación de la de-manda y su cortejo inevitable de frustración (del que no es desglosable la alternancia de depresión y exaltación), hacen

entrar al analista en la masa de los profesionales dedicados al análisis; esta instancia es tan poco eliminable como lo es el vínculo fantasmático que une a la corporación en el Otro de la demanda. 3) Ahora bien, así como el análisis debe des-viarse del modelo sacramental de la identificación del anali-zante con el Ideal del analista, es preciso que la autorización que Lacan llama por “sí misma”, con las variantes humorís-ticas que refieren al ser sexual, se desvíe de la sanción de la demanda. ¿Cómo? 4) Sólo el análisis del analista puede so-lucionar la aparente aporía: que mi analista como analista (y este “como” no es descuidable) no me reconozca y así me de-vuelva a mi deseo, que es un deseo de apuesta, en el sentido estricto del término; he aquí el comienzo del despejamiento de los términos del problema. 5) Como si dijera: “Sólo pue-do ser analista en el acto de perderme en la apuesta de ser-lo; y para ello es preciso que mi propio analista se haya per-dido en el objeto que ha constituído para mí al constituir los significantes en los que me pierdo”.

Como se ve, no se trata de representación del analista, sino de repetición del acto.

Quiero decir: lo que he experimentado al sufrir los efectos de la interpretación en su doble faz –desvanecimiento como sujeto, de un lado; caída del analista, del otro; cada lado sin imagen del otro– debo desear repetirlo1 hasta encontrar mi lugar, un lugar que es instante sin hábito y discontinuidad irreductible.

Esta apuesta sólo es apuesta si, de alguna manera, es enun-ciada como afirmación, que no puede remitir a modelo o ri-tual alguno, aunque sólo la enunciación la confirme y le otor-ge su estatuto de apuesta. Se ve: nada que pueda despejarse con las sencillas fórmulas a que suelen apelar los juristas o los expertos en administración. También se ve que esta compli-cación, propia del análisis, tiene en el inconsciente sus pun-tos de sustentación, sus puntos de certeza, que, en resumen,

Hacerse autorizar

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es certeza de partición entre saber y verdad, entre existencia y representación, entre diferencia sexual y sexo.

No hay ninguna motivación que me justifique como analis-ta; ninguna determinación que pueda explicar no diré la “pro-fesión”, como suele decirse en términos civiles, sino la elec-ción que si es efectivamente elección posee un margen de in-determinación, de contingencia –de paso entre la posibilidad y la contingencia, en términos modales de Lacan2– que, lite-ralmente, es insuprimible, como es insuprimible lo que cesa, siquiera sea por un momento; la discontinuidad o intervalo real entre significantes.

Elijo como otro desde el Otro, mas esa elección recae sobre mí, aunque, por cierto, yo no sea su causa; el acto, como tal, si bien es causado, constituye su propia determinación inaugu-ral, inicia una nueva serie que acabará con otro acto, y en este rasgo reside toda la dificultad para pensar la autorización del analista como analista y no ya como presunto “experto”.

Por ello bien podemos decir, me autorizo en mi análisis, pero no en mi analista –que es la institucionalización de la autorización tal y como la orquesta la I.P.A.– ni tampoco en mis pacientes: ni “autoritarismo” ni “democracia”; ambos tér-minos quedan expulsados por la experiencia del análisis, por-que, de admitirlos, volveríamos al punto en el que Lacan rom-pe definitivamente con la psicología; volveríamos a restaurar la noción de intersubjetividad.

Pero es preciso no engañarse; la fácil aceptación que tuvo entre nosotros la afirmación de Lacan de que no hay intersub-jetividad3, una afirmación que es, quizá, el núcleo más duro y tenaz de su obra, un núcleo sobre el cual es tan poco lo que se ha dicho, salvo parafrasearlo casi mecánicamente, resulta

cuanto menos sospechoso.Sabemos que una de las formas clásicas del rechazo consis-

te en adherir a un enunciado de modo explícito, pero desde-ñando sus consecuencias teóricas y prácticas.

El analista –y vuelvo a redundar– como analista está solo, no constituye serie porque desaparece en ellas, ni integra las “grandes familias” o las “pequeñas”, que da lo mismo, pese a que estamos llenos de tíos, primos, hijos ilegítimos o puta-tivos, etc, etc.

Pero si esto es así, entonces, ¿cómo es posible la comunica-ción de las experiencias entre analistas? ______________1. Insisto en la diferencia entre repetición y representación, porque

es decisiva. La representación afecta a los términos en cuanto ta-les; la repetición ancla en el intervalo entre ellos, insistencia sin consistencia, excedencia que fluye y flujo que termina por fijarse en la representación.

2. Como la necesidad se afirma en lo imposible –la ley de gravedad se afirma en el predicado negativo: “el movimiento perpetuo es imposible”– la posibilidad (lo que cesa de inscribirse) se articula como represión con la contingencia (lo que cesa de no inscribir-se), o sea, el retorno de lo reprimido.

3. Es curioso: no conozco analistas que hayan indagado en cuarta de las meditaciones de las Meditaciones Cartesianas de Husserl, don-de se plantea el problema del prójimo.

El prójimo no es otro yo, y por lo tanto el Ego no puede deducir-lo; pero tampoco puede integrarlo a un nosotros en el que se des-plegaría la intersubjetividad universal; otro nombre para el Espí-ritu. La existencia del prójimo es precisamente uno de los núcleos fuertes de muestran el sitio en el que estalla la intersubjetividad, que en lo imaginario es más bien una “interobjetividad”, comuni-cación de esos objetos que llamamos Yo.

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Lacan y el cine (6ta entrega)

La pasión del avaro por su cofre re-sulta una vía privilegiada para inte-rrogar lo que concierne al deseo hu-

mano, sostiene Lacan en el curso del semi-nario sobre “El deseo y su interpretación” (1958-59) siguiendo a Simone Weil. Su ri-dícula figura nos aproxima de tal modo al inconsciente que no puede ser introducido sino por la comedia. Entonces, para permi-tirles alcanzar lo que pretendo decir –con-cluye– voy a tomar como ejemplo la pelí-cula La regla del juego de Jean Renoir.

Una cacería amorosa: La Regla del jue-go (La Règle du Jeu) fue escrita, adaptada y dirigida por Jean Renoir, quién además encarna a uno de los personajes, Octave. Su estreno en 1939 fue un rotundo fraca-so. Renoir accedió a cortarla y fue rees-trenada con igual suerte en 1945 y 1948. Logró el éxito recién en 1965 con su me-traje original; y hoy es considerada un símbolo de la obra fran-cesa de su director.

Se ha dicho que este artesano (Renoir abandonó la cerámica para dedicarse al cine) no ha respetado la regla cinematográ-fica ni en el manejo de la profundidad de campo ni en los cru-ces que el filme arriesga entre tragedia, crítica social, comedia y parodia en una historia de amor.

Al finalizar la cacería en los cotos del castillo del Marqués de la Chesnaye, su esposa, jugando con una lente, afirma: “Su óp-tica es tan perfecta que, utilizándola como una lupa a distan-cia, se puede observar al animal en toda su ingenuidad y sor-prender toda su vida íntima”. Mediante ese recurso descubre a su marido con una amante; se inaugura entonces la cacería amorosa dentro de la mansión, que llega a su punto más alto durante la fiesta donde la cámara, con desprecio por la verosi-militud dramática, juega como un personaje más.

Todos juegan sin conocer las reglas. El Marqués, protago-nizado por Marcel Dalio, persigue a unos y otros sin perder su savoir faire y al finalizar la mascarada exhibe su verdade-ra “presa”. Lacan destaca esa escena en la que el coleccionista de objetos revela ante una numerosa concurrencia su último descubrimiento: una caja de música particularmente bella. En ese preciso momento se sonroja, se borra, está muy molesto. Se trata de algo que está fuera de él –subraya– y que no pue-de asir sino justamente cuando él como sujeto debe borrarse, desaparecer.

Lo que el personaje muestra no es otra cosa que el punto más intimo de sí mismo; punto de oscilación que se manifiesta al extremo en esa pasión del coleccionista por el objeto. ¿Qué ob-jeto se esconde ahí, capaz de introducir en el sujeto semejante vacilación? Su bienamada cajita soporta algo que está al bor-de del más grande secreto. Como el cofre del avaro, ese sin-gular objeto encierra la Nada que lo interroga sobre su sexo y su existencia.

La barrera del pudor: La película será to-mada nuevamente como referencia por Lacan en el seminario sobre “La transfe-rencia” (1960-61) a propósito de El ban-quete de Platón.

Aunque nombrándola como La gran ilu-sión (otra realización de Renoir de 1937 y con Dalio también como protagonista), el relato de la escena confirma que se tra-ta de La Regla del Juego: “Recuerden que para definirles el objeto a del fantasma tomé hace tres años el ejemplo de Dalio mostrando su pequeño autómata, y de ese rubor de mujer con el que se borra des-pués de haber dirigido a su fenómeno”.

El personaje de Dalio se encuentra en esa posición precisa que se articula con la femineidad y que denominamos habi-tualmente de pudor. El pudor constituye una barrera que funciona en paralelo con la de la belleza en la medida en que pone

distancia respecto del misterio del sexo. Su límite nunca debe traicionarse: el sexo permanece excluido, se rehusa al saber.

La confesión pública de Alcibíades, sostiene Lacan, se desa-rrolla en la misma dimensión. Frente a todos los comensales, y presa de una incomodidad que él mismo reconoce, devela el secreto más impactante, el resorte último del deseo: Sócrates no constituye más que un envoltorio; el objeto que está en jue-go es el agalma, que ese “hirsuto sileno” esconde.

Cuando Alcibíades entra en la escena, modifica la regla del juego del banquete: ha bebido más de lo establecido, se apropia de la presidencia de la reunión. Más allá de la verdad del vino, observa Lacan, hay que haber franqueado todos los límites del pudor para hablar del amor como Alcibíades lo hace cuando ex-pone lo que sucedió con Sócrates. El pudor vuelve a manifestarse aquí en tanto dimensión propia del sujeto como tal. El decir de Alcibíades choca, golpea el pudor, pero éste no resulta violado. Aquél que no guarda el pudor, podríamos decir, yerra.

El juego del amor: El amor sin duda se juega; nadie puede saber lo que va a resultar. Y como todo juego, está regido por una regla; una regla que sin embargo permanece ignorada. El nudo del amor consigue sostenerse precisamente a partir del desconocimiento de sus reglas.

Territorio del amor que desde algún tiempo ya no engrana con la belleza ni se ajusta al plano de la tragedia; y que hoy día, nos advierte Lacan, se presenta en el nivel de la más viva materialización de la ficción como esencial: en el cine. A este dispositivo le corresponde, en el arte de nuestro tiempo, la de-fensa y la ilustración más eminentes del amor.

Si bien ya estaba anticipado de algún modo en Las reglas del juego (The player en el original, 1992), es en Gosford Park (2001) donde el director Robert Altman retoma el juego de Re-noir, trasladando la acción a la campiña inglesa y con el ingre-diente de un enigma propio del género policial.

La regla del juegoPor María Bernarda Pérez y Daniel Zimmerman

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54 Imago Agenda

Colaboración

Los duelos acontecen a diario en nuestra extensa ciu-dad. Pensemos en un edificio, sin marcas particulares, un edificio cualquiera, no en cualquier ciudad sino en

la nuestra. Hay un duelo, no es cualquier duelo, ha muerto una madre, la madre del propietario del sexto piso departa-mento “C”.

Pablo de 55 años es el propietario del sexto “C”, le pasan cosas raras con esa muerte; están reunidos familiares y ami-gos luego del velatorio y el entierro. Algunos vecinos del edi-ficio le tocan el timbre, es un buen vecino y quienes lo cono-cen, lo quieren.

Pero algo no funciona: la cara de Pablo. Parece no estar tris-te. Todos lo observan, todos buscan en su cara pero no tiene ningún viso de tristeza.

La madre de Pablo vivía en ese departamento desde hacía cinco años, bastante mal estaba la pobre, no podía movilizar-se más que para ir al baño.

Pablo no se encuentra, camina sin parar, el departamento le parece grande por más que esté lleno de gente. Se acerca a una ventana. Escucha la televisión prendida en otro depar-

tamento. Era un programa de entretenimientos que él seguía, ya había un ganador. Después de tres meses, terminaba el rea-lity show donde trece participantes aceptaban ser observados todo el tiempo en una casa de donde no se podía salir, salvo que te nominaran y te echaran. El último no tenía con quien hablar ni pelear y conversaba con las cámaras que le respon-dían cuando él les hacía preguntas. El que ganaba además de ganarse una jugosa cantidad de pesos, ganaba ese momento de intimidad con las cámaras. Ellas eran su única compañía, la única garantía de que había alguien atrás de su soledad, de la casa ya vacía, del final de juego.

Pablo escucha el programa, habían echado a último mo-mento al que él quería como ganador, la cara se le transmu-ta, aparece por fin la esperada cara de tristeza.

Ahora todo funciona mejor, la puerta de su departamento se abre y se cierra, el duelo es un momento de reunión, hoy los hermanos estaban ahí, y ahora entienden por qué Pablo era el preferido de la madre. No había que estar tan preocupados de haberla dejado a la madre en su departamento.

Pablo percibe que es el protagonista del duelo, que ese due-lo es todo suyo, que debe comenzar a poner cara de duelo y que, de esa manera, comenzarían las cataratas de duelos de un hermano y de otro, todos finalmente caerían durante la tarde en grandes gotones de lágrimas.

Antes que Pablo pusiera la cara de duelo, nada funcionaba, todos lo desaprobaban. ¡Qué poca consonancia con lo que de-bía sentirse en ese momento! María la hermana menor, pen-

saba que con esa forma de actuar ratificaba su hipótesis de que era un insensible.

En el departamento estaban algunos vecinos, querían cumplir con su deber e irlo a saludar pero no podían por esa cara. Le querían decir que debía seguir adelante, que la vida continuaba, que cuente con ellos cuando después de un previsible, razonable, necesario, saludable perío-do de duelo se recuperara y saliera adelante, ellos esta-rían. Pero no podían por esa ausencia de cara de duelo; ¡por suerte! aconteció el cambio.

Pablo, ayudado por las palabras del último participante que le llegan de la televisión de la vecina del quinto “B”, comienza a percibir a sus familiares como espectadores, cambia su aspecto y aparece por fin un rictus apenado.

¿Cómo explicar este cambio?La mirada de los espectadores cobra un valor suficien-

te para que Pablo cambie su cara, mude su gesto por uno adecuado a la situación, comienza a acudir algo livia-no y calentito a sus conductos lagrimales, ahora cami-na por la casa, diferente, deteniéndose ante cada fami-liar, mirándolos de una manera tan honda que ahora to-dos están satisfechos y piensan que pueden dejarlo rea-lizar su duelo en paz.

Se abren las puertas y se van yendo, la cara del pro-pietario del sexto “C” se va demudando nuevamente, el hombre percibe que pronto estará solo, quizás por pri-mera vez en su vida estará solo, no estará su madre para mirarlo, solamente le llegarán los ecos de la cámara que contesta las preguntas del hombre que habla solo en el reality show.

Poner cara de duelo

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Colaboración

Freud en 1910: “Otras innovaciones de la técnica atañen a la persona del propio médico. Nos hemos visto lleva-dos a prestar atención a la “contratransferencia” que se

instala en el médico por el influjo que el paciente ejerce so-bre su sentir inconsciente, y no estamos lejos de exigirle que la discierna dentro de sí y la domine. Desde que un número mayor de personas ejercen el psicoanálisis e intercambian sus experiencias, hemos notado que cada psicoanalista sólo llega hasta donde se lo permiten sus propios complejos y resisten-cias interiores, y por eso exigimos que inicie su actividad con un autoanálisis y lo profundice de manera ininterrumpida a medida que hace sus experiencias en los enfermos. Quien no consiga nada con ese autoanálisis puede considerar que care-ce de la aptitud para analizar enfermos.” (2.136)

En 1937 es contundente: “Parece, pues, que numerosos ana-listas han aprendido a aplicar unos mecanismos de defensa que les permiten desviar de la persona propia ciertas consecuencias y exigencias del análisis, probablemente dirigiéndolas a otros, de suerte que ellos mismos siguen siendo como son y pueden sus-traerse del influjo crítico y rectificador de aquel. Acaso este he-cho da razón al poeta cuando nos advierte que, si a un hombre se le confiere poder, difícil le resultará no abusar de ese poder. […] También estos son ‘peligros del análisis’, que por cierto no amenazan al copartícipe pasivo, sino al copartícipe activo de la situación analítica, y no se debería dejar de salirles al paso. En cuanto al modo, no pueden caber dudas. Todo analista debería hacerse de nuevo objeto de análisis periódicamente, quizá cada cinco años, sin avergonzarse por dar ese paso. Ello significaría, entonces, que el análisis propio también, y no sólo el análisis te-rapéutico de enfermos, se convertiría de una tarea terminable [finita] en una interminable [infinita]” (3. 250 / 251).

Muchos lo ignoran, ¿por qué conciben el análisis como re-lación interpersonal, un concepto de la psicología? Más aún lo fundan en una dialéctica. No hay dialéctica en el incons-ciente freudiano, éste se produce como un dicho, un sueño, etc., que emerge en la transferencia sorprendiendo al analis-ta y analizado.

A partir de Paula Heimann, la contratransferencia se consti-tuye en un instrumento fundamental, al determinar la transfe-rencia, profundiza el análisis y es indicio de los procesos incons-cientes del paciente. El analista tiene el poder de prever el de-sarrollo de la cura, se anticipa al inconsciente del paciente.

H. Racker quien sigue a Heimann en los años 50, produci-rá una nueva versión de la contratransferencia. Si bien admi-te que ésta puede perturbar el análisis (neurosis de contra-transferencia), lo fundamental son sus conjeturas: la contra-transferencia es un concepto teórico-clínico que marca la di-rección de la cura; es causa la transferencia. Racker sostiene: “La contratransferencia aparece, pues, no sólo como relación de objeto, sino también como relación entre partes del Yo, lo que implica una mayor o menor disociación del analizado en la transferencia. He recalcado ya anteriormente la importan-cia de devolver continuamente al analizado, a través de la in-terpretación, las partes colocadas en el analista, y a elaborar

y rectificar así la disociación” (4. 67)Pero Racker va más allá: “Porque es a partir de ella que sen-

timos y podemos comprender lo que el analizado siente y hace en su relación con el analista y lo que siente y hace frente a sus instintitos y sentimientos hacia el analista” (4. 69)

“La fe del analizado en el analista muestra su origen en el amor, puesto que el analizado presta oído al analista sólo mientras mantiene su transferencia positiva, así también, en el caso del analista, la comprensión muestra su origen en el amor, puesto que el analista se identifica con el ello y el yo del analizado sólo mientras mantiene su contratransferencia positiva.” (4. 72)

Vale releer de esta últimas citas el repetido término compren-der, que implica ceñir la totalidad de una cosa, “comprende” lo que el analizado siente y hace con su analista, con sus ins-tintos; subvierte el Trieb freudiano. Pero va más allá: “La fe del analizado en el analista muestra su origen en el amor’. Ya no es solo un desvío conceptual dentro del psicoanálisis, explici-ta un fundamento ideológico, con un matiz casi religioso; lo fundamental es que sustentará el lugar de poder del analista; en especial del analista didacta; tal como Freud lo anticipó. Si bien esto fue dominante hasta los ’70, hoy todavía no queda claro para muchos este significado ideológico como una for-ma de dominio; una ideología de poder en manos del “analis-ta didacta”, con un “inconsciente libre de conflictos”; una mo-ral al servicio del poder.

Reafirmo: lo que fundamenta la contratransferencia es su base ideológica, la que sustenta el poder del psicoanalista; fun-da la moral de la institución. Así el analizado quedaba cautivo del “rito de un encuadre transferencia-contratrasferencia”, una dogmática disfrazada como saber, llegando, a veces, a consti-tuir una relación perversa masoquista.

Es lo que comienza a cambiar en la década de los setenta: allí surge el fuerte cuestionamiento a esta ideología.

Por ello concluyo: la contratransferencia como “instrumen-to” es el “discurso del amo”, no el “discurso del analista”. El psicoanálisis es el mejor instrumento para develar lo que acon-tece en los psicoanalistas y en las instituciones. La diferencia sustancial ya está planteada por Freud. Lacan y la relectura de Nasio: el inconsciente es “Uno”, el analista solo es un “su-puesto saber”, que ocupará el lugar de “objeto a”.

Desde este perspectiva “las formaciones del inconsciente” sorprenden al analista y al analizado; en la contratransferen-cia no hay sorpresa, hay comprensión. Retomando a Freud, vale este significado: la contratransferencia es contra la trans-ferencia. ____________1. del Campo, Emiliano; Lecturas de Freud. Desde Baranger, Lacan y

Nasio. Letra Viva, 2003.2. Freud, Sigmund; “Las perspectivas futuras de la terapia analítica”

en Tomo XI. Obras Completas. Amorrortu.3. Freud, Sigmund; “Análisis terminable e interminable” en Tomo

XXIII. Obras Completas. Amorrotu.4. Racker, Heinrich; Estudios sobre la técnica psicoanalítica. Paidós, 1960.

La contratransferencia,problemática del psicoanálisis

por Emiliano del Campo

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TexTos FilosóFicos

DossierMartin Heidegger

3ra época - 11va parte Compilador: Rogelio Fernández Couto

1. El clivaje En tanto preocupación precoz de Heidegger, la cuestión del

lenguaje fue objeto de una primera elaboración, todavía pro-visoria, en los años 1935- 19401. Pero recién accedió a su di-mensión definitiva a principios de los años cincuenta: después de haberse esforzado, en el intervalo, en pensar el logos2, Hei-degger vuelve a ponerse a la escucha del poema afín de dejar-se decir, por él, lo que concierne al “lenguaje esencial”3.

Recién durante este último período, lo que antes solamen-te había sido esbozado, resulta claramente fijado y desarro-llado. Aparece entonces que Heidegger diferencia, para opo-nerlos del modo más claro, dos concepciones del lenguaje: 1) una, donde la palabra es esencialmente lo que designa (das Be-zeichnende4), por lo tanto donde es aprehendida en la catego-ría de signo, de donde derivarán todos los abordajes posterio-res, marcadamente lingüísticos, del lenguaje; concepción cuya emergencia ubica Heidegger en los últimos griegos, especial-mente en los estoicos; 2) la otra, de inspiración muy diferente, donde la palabra es esencialmente lo que muestra (das Zeigen-de 5), es decir donde no es significación sino aparición, apari-ción de las cosas mismas en su ser; es una esencia semejante del lenguaje, calificada de “decisión la más matinal”6, la que constituiría la experiencia griega inicial, tal como se desplie-ga especialmente en los textos de Heráclito.

Vemos que Heidegger le aplica a esta cuestión determinada todos los elementos reconocidos como constitutivos de su re-gla de lectura general.1- Clivaje de la cuestión: por un lado, la “concepción” derivada (la teoría llamada metafísica: aquí, el lenguaje como expresión y significación), por el otro, la “ex-periencia” impensada (constituyendo a partir de entonces “lo que queda por pensar [a pensar]”: aquí, el lenguaje como ha-biendo venido a la presencia, por tanto, en íntima conexión con el ser mismo). 2- Explicación de este clivaje por la exis-tencia, no de una simple diferencia, sino de una oposición en-tre la acepción tardía y la acepción original del mismo voca-blo griego (aquí, la palabra logos: por un lado el logos- enun-ciado, por el otro, el logos- recopilación), 3- Afirmación, sin embargo, de que la acepción llamada “original” no fue nun-ca meditada ni siquiera percibida por los griegos y que por lo tanto solamente puede serles atribuída en un movimiento “a posteriori” [après- coup].

Será conveniente examinar temáticamente lo que Heidegger considera como “esencia original”. Pero se pueden descubrir sus muy primeros indicios en su práctica propia del lenguaje. De allí esta cuestión preliminar: ¿cómo se relaciona Heideg-ger mismo con la lengua, de qué manera la utiliza y qué pue-de deducirse de tal uso?

2- De las cosas a las palabrasSin duda podemos decir sin excesos que Heidegger no se

refiere más que a la lengua: su iniciativa es esencialmente de desciframiento de textos, de atención referida a las palabras. Y esto, no solamente cuando se trata de hacer directamente un acto de lectura, sino ya para todo acto de pensamiento: cuando Heidegger apunta a la dilucidación de una cosa (más amplia-mente, de une teneur- de-question, se vuelve enseguida hacia la palabra. Cuando pregunta, por ejemplo, qué es la habitación, interroga a los vocablos (wohnen, bauen), mucho más que al edificio mismo, o la historia del urbanismo 7. A fortiori, cuan-do pregunta lo que es la verdad, el ser o el lenguaje mismo, Heidegger interroga las “palabras fundamentales” (aletheia, physis, logos). Se podrían multiplicar los ejemplos y mostrar, de manera más general, que todas las preguntas heideggeria-nas siempre le son planteadas al texto antes que al serlo a las cosas. Texto que se encuentra él mismo interrogado, menos en dirección de aquello de lo que habla que de lo que dice, es decir de su resonancia (entendida como manera con que la ri-queza misma del lenguaje puede resonar en él).

Ya orientada la pregunta de la cosa hacia la palabra, ¿cómo procede Heidegger con respecto a esta última? Otorgándole una importancia predominante a la polisemia, plantea desde el inicio 1) que la multiplicidad de sentido es el indicio de una unidad, en otros términos que los diferentes sentidos no es-tán simplemente yuxtapuestos en una misma palabra “como bajo el mismo techo8”, 2) que esta unidad está determinada por uno de entre ellos: es en éste donde toman arraigo todos los demás sentidos. Tal es el sentido “propio” u “original”, apa-reciendo los demás como derivado. Después de cumplir con esta delimitación, Heidegger la utiliza según un esquema no-tablemente constante: después de haber desplegado el senti-do original, regresa al sentido habitual, para interpretarlo por fin en su verdad, es decir a la luz del precedente9.

La cuestión del lenguajeI- LA DOBLE ESENCIA DEL LENGUAJE SEGÚN HEIDEGGER

por Marlène Zarader

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La objeción inmediata, que Heidegger de ninguna manera ignora, consiste naturalmente en afirmar que este pasaje de un sentido al otro es simplemente un juego de palabras, en el sentido peyorativo del término alemán Spielerei10 - un mala-barismo verbal. Contestando a esta objeción es como Heide-gger nos provee indicaciones fundamentales acerca de la ma-nera en que comprende, no solamente el funcionamiento in-terno del lenguaje, sino su relación con el ente.

Retomemos su pregunta: “¿Es arbitrario semejante retorno? ¿Es un juego? Ni lo uno ni lo otro”11. Si el pasar de un senti-do al otro no es arbitrario, es que su vinculación, su conjun-ción, en el interior de una palabra tampoco lo es: es la expre-sión de una proximidad esencial. Conviene captar todo el al-cance de semejante afirmación. Considerar que una conjun-ción de sentido que se juega en la lengua es el indicio de una conexión de esencia, solamente es posible si se considera que la estructura de la lengua es homóloga a la estructura de “lo que es” – en consecuencia, que la primera puede ser tomada como guía para orientarse en la segunda.

Sin embargo, conviene ser específico: cuando Heidegger afirma que la lengua muestra la dirección, y que nos corres-ponde escuchar lo que dice, no entiende por esto, el hecho de que impone una dirección que sería la suya propia (un orden propiamente lingüístico), sino que revela la dirección misma de la esencia, que se aloja en ella. Esto aparece claramente en algunas páginas muy reveladoras de ¿A qué se le llama pensar?, donde justifica su práctica: si se trata de “estar atento al juego del lenguaje, de escuchar lo que dice propiamente la lengua, cuando se habla12”, es porque en verdad “no somos nosotros los que jugamos con las palabras, es la esencia del lenguaje quien juega con nosotros13”. Esta esencia del lenguaje, ¿debe ser comprendida como estructura lingüística arbitraria, puro “desfile del significante” ? De ningún modo- Y Heidegger no deja de subrayarlo: “Toda etimología se vuelve puro malaba-rismo verbal, cuando [...] el despliegue del ser y de la verdad no es experimentado como aquello a partir de lo cual la lengua habla14”. Es lo que J. Greisch llama una “fenomenología de la salutation”: “Es la physis misma que se significa en la palabra [...]. La palabra ya es salutation de la esencia15.”

La iniciativa misma de Heidegger da muestras así de una concepción específica de la esencia del lenguaje, concepción que funda – y solamente ella puede hacer inteligible- no sola-mente su relación general con la lengua, sino también el uso tan singular que hace de la polisemia. Es esta concepción – remitida a una experiencia impensada, presentada entonces como la captura de la “esencia original”- lo que conviene con-siderar más de cerca.

3- Características de la esencia originalMe limitaré a señalar tres puntos que me parecen estar en-

tre los más significativos.

1- El primero es la especificidad de esta esencia original en relación a todas las concepciones del lenguaje que nos resul-tan familiares. Todo ocurre como si Heidegger, sobre este pun-to, regresara más allá de una de las conquistas más decisivas del pensamiento occidental: la teoría de la significación, que piensa al mismo tiempo la separación y el vínculo entre la pa-labra como signo y aquello que significa. Teoría verdadera-mente inaugural en la medida en que, rompiendo con la in-diferenciación primitiva y el mundo mágico que podía deri-var de ella, realiza por primera vez la repartición entre el or-

den de las cosas y el orden de las palabras. Ahora bien, preci-samente sobre esto vuelve Heidegger, proponiendo una abor-daje muy diferente del nombre.

Nombrar la cosa, es “hacerla venir”, “llamarla a la presen-cia16”. ¿Equivale a decir que antes de ser así llamada, no esta-ba presente? Propiamente hablando, no podía estarlo; porque no había entrado en presencia, reunida en lo que es – no esta-ba, en una palabra, develada, liberada de su manto.

Siguiendo el abordaje heideggeriano, no hay entonces pri-mero ente y luego lenguaje que vendría a agregársele parale-lamente, para denominarlo y hacerlo comunicable. Hay len-guaje, y únicamente el lenguaje le permite al ente venir al ser. Es decir que el lenguaje no es un sector o un ámbito del ente: es la condición de aparición del ente, apertura por la cual éste puede surgir, erigirse en la presencia. En y por el lenguaje, el ente viene a su ser: el lenguaje hacer ser17.

2- Pero si el lenguaje hace posible así la “instauración del ser18”, qué es lo que vuelve posible al lenguaje mismo y le per-mite desplegarse como lenguaje? Aquí es donde interviene la doble noción de escucha y de diálogo. Noción que se tiende demasiado a interpretar en un registro horizontal, como si se tratase solamente del despliegue necesario de la palabra en el interior de un intercambio interhumano. Sin embargo Heide-gger dice mucho más. No es tal palabra, es el lenguaje mismo el que no puede desplegar su esencia más que con la condi-ción de ser de movida una escucha: escucha de un llamado – que no es del orden del lenguaje, y que sin embargo es el úni-co en hacerlo posible-, el llamado del ser. Decir, como lo hace Heidegger, que para hablar primero hay que escuchar, no sig-nifica entonces, solamente, que debo escuchar otra palabra, ni siquiera que toda palabra, para desplegarse, debe mantener-se a la escucha del lenguaje, sino primero y más fundamen-talmente que el lenguaje mismo está consagrado a recibir lo que pide abrirse en él: se despliega según su esencia, solamen-te con la condición de ser dócil hacia aquello que lo reivindi-ca. Y, aquello que lo reivindica así, es el ser –o, más específi-camente todavía, “la voz misma del ser, resonando a través de todo lenguaje”19.

La noción de diálogo presenta la misma dualidad de regis-tro. Para que haya comunidad de lenguaje, en el diálogo en el sentido corriente (interhumano, horizontal), hay que “en-tender juntos una sola y misma voz20”. Y el diálogo se instala cuando los hablantes se reúnen sobre esta voz. Es decir que incluso antes del entendimiento* entre las palabras, y como fundamento de éste, conviene tomar en cuenta el entendi-miento vertical, entendimiento de aquello a lo cual se refiere toda palabra. De ahí la insistencia de Heidegger en el hecho de que el lenguaje en su totalidad se sostiene en un diálogo y presupone a éste como su condición: “El diálogo no es una forma de uso de la lengua. Es la lengua la que tiene su origen en la conversación21”; o también: “El lenguaje adviene en el diálogo, y es este advenimiento (Geschehen) el que constituye propiamente su ser (Seyn)22”. ¿Por qué insistir sobre este pun-to? Para indicar que el lenguaje, del que vimos que permitía la instauración del ser, no crea sin embargo al ser; muy por el contrario, lo presupone.

¿Se trata de un círculo? Más bien de un movimiento de me-diación. Y precisamente este movimiento constituye la esencia del lenguaje. Hasta ahora presenté separadamente los dos as-pectos: por una parte, el hecho de que el lenguaje hace posi-ble la apertura del ser, por otra parte, el hecho de que lo que vuelve posible al lenguaje mismo, ya constituye cierto llamado

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del ser al cual el lenguaje, al desplegarse, responde. Pero es-tos dos aspectos son indisociables el uno del otro. El lenguaje permite la instauración del ser, sin que por esto el ser sea re-ductible al solo orden del lenguaje. Por esto ciertamente este orden es definido –debe necesariamente ser definido- como escucha, recibimiento, reunión, etc. Así se completa y se acla-ra la conclusión precedente: no hay por cierto ser sin lengua-je, pero no habría lenguaje si éste no fuese revelador del ser. El lenguaje hace ser, pero solamente en ese sentido de que le permite al ser venir. Es decir que el lenguaje deja ser 23.

Así ocupa una función eminente de mediador. Y precisa-mente es porque el lenguaje es mediación no se realiza pro-piamente más que en la poesía.

3- Siendo la poesía el lugar donde el lenguaje permanece conforme a su esencia 24, el poeta puede ser definido como el que deja que se despliegue esta esencia. Pero puesto que el lenguaje es en sí mediación, puesto que encuentra su esencia en esta unidad indisociable de una recepción y de una dona-ción, de un recibimiento y de una instauración, el poeta en-carnará esta mediación, la cumplirá propiamente. Debido a esto aparece, en la problemática heideggeriana, como el me-diador por excelencia, el Messager 25.

El tercer punto significativo concierne entonces al estatuto y la misión del poeta. Recordemos rápidamente sus principa-les características 26. El poeta es el que reúne los signos pro-venientes de los dioses, para a su vez dirigirse al pueblo; no inventa nada, sino que recibe y transmite. Habiendo recibido, con sus “manos puras”, el “rayo del padre” (que no po-dría brillar por fuera de lo abierto del ser), reparte entre los “hijos de la tierra”, pero no lo da sino después de ha-berlo apaciguado; lo que significa que él queda expuesto a la violencia del rayo. Emisario, mensajero, receptor de signos, mediador entre los dioses y los hombres, someti-do al horror del vínculo directo con el dios y pacificador de lo terrible para los hombres: otros tantos rasgos del poeta, garante supremo del lenguaje, guardián entonces y cuidador del ser – y quizás también, como lo afirma a veces Heidegger, “salvador” de éste 27.

Así son algunas de las líneas principales que permiten dar cuenta de la especificidad del abordaje heideggeria-no. Conviene ahora confrontarlas con el estatuto del len-guaje en la tradición judaica y mostrar por qué se impo-ne esta confrontación.________________1. Textos principales: El origen de la obra de arte(1936) y las

primeras conferencias sobre Hölderlin, especialmente Höl-derlin y la Esencia de la poesía (1936) y Como un día de fies-ta(1939). A los cuales hay que agregar los tres cursos so-bre Hölderlin (Ga, t. 39, 52, 53), que se escalonan de 1934 (“Germanien” und “der Rhein”) a 1942 (Andenken, Der Is-ter).

2. Cf. el artículo Logos (1944), el curso Heraklits Lehre vom Lo-gos, GA, t. 55 (1944) y, más tardíamente, la segunda parte de ¿A qué se le llama pensar? (1952).

3. Textos principales: la segunda parte de los Essais et Conféren-ces (1950- 1950 a 1960), así como los últimos textos sobre Hölderlin, especialmente Tierra y cielo en Hölderlin (1958), in Approche de Hölderlin.

4. UsSp, p. 245(Acheminement..., 231).5. Ibid6. VuA, p. 204 (EC, 256)7. Ibid, p.139sq (170 sq.)8. Wh D, p.171 (Qu`appelle-t-on..., 256. A qué le llamamos...)9. Cf. especialmente el movimiento seguido in Ibid., II, 1, p.

79-86 (127-137).10. Ibid, p. 83 (134).11. Ibid.12. Ibid., p. 84 (134).13. Ibid. p. 83 (133).14. GA, t. 55, p.148.Cf. también, algunas páginas antes (ibid.p.139):

“El juego de palabras está constituído por el juego de la esencia misma, esencia que despunta en su palabra.”

15. J. Greish, La parole heureuse, op.cit.p. 393-394.16. Definición retomada a menudo por Heidegger. Cf. especialmente

UzSp. P.21 (Acheminement..., 22), EHD,p.188 (Höld., 249)17. UzSp, p.164 (Acheminement...,148).18. EHD, P.38 (Höld...,52)19. J. Greish, op.cit.p. 250.20. Cf,EHD, P.39 (Höld...,49): “En la palabra esencial se revela como

uno y el mismo sobre el cual nos unimos, en razón del cual esta-mos unidos.”

* En francés entente, que significa también: armonía, entendimien-to, acuerdo, alianza, conocimiento (N. de T.)

21. GA, t.52, p. 157.22. GA, t. 39, p.69-70.23. Sin duda es el motivo por el cual puede ser llamada la “casa del

ser”.24. Cf.UzSp, p.16 (Acheminement...,18); EHD, p.40, (Höld....,55).25. Cf. EHD, p. 46-47 (Höld...,59). 26. Tal como aparecen especialmente a través de la meditación acerca

de Hölderlin, en quien se encarna ejemplarmente esta misión.27. Cf.GA,t. 54, p.188.________________Fragmento de La dette impensée. Heidegger et l’ héritage hébraïque, Éditions du Seuil, París, 1990.

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