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    Humanidades y Ciencias de la Educacin de la Universidad

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    94305, USA.

    Amcola, Jos

    utoficcin, una polmicaliteraria vista desde losmrgenes (Borges,Gombrowicz, Copi, Aira)

    Olivar

    2008, ao 9, vol. 12, p. 182-197

    Cita sugeridaAmcola, J. (2008) Autoficcin, una polmica literaria vista desde los

    mrgenes (Borges, Gombrowicz, Copi, Aira). [En lnea] Olivar,9(12). Disponible en: http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.3713/pr.3713.pdf

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    Autoficcin, una polmica literaria vistadesde los mrgenes (Borges, Gombrowicz,Copi, Aira)

    Jos Amcola

    Universidad Nacional de La Plata

    ResumenLas siguientes pginas trazan el recorrido de la palabra autoficcin desdesus orgenes, mostrando cmo este neologismo que ha sido presentadocomo un modo de articular un nuevo modo de reflexin crtica es claveen la operacin seguida por textos que proponen una extraa amalgamaentre lo autobiogrfico y lo novelesco. Dos otras cuestiones son tam-bin de importancia aqu: el repentino xito conseguido por el trminoautoficcin y el papel jugado por la literatura hecha en la Argentina,o relacionada con este pas, para la difusin de esa palabra. El debate

    se presenta nuevamente fructfero cuando se consideran las novelasescritas por dos antagonistas de Borges: Gombrowicz y Copi. Los usosde sus nombres propios para los personajes de esas novelas deberanechar luz sobre la problemtica general de la autoficcin de los tiemposposmodernos.

    Palabras claves: autoficcin - autobiografa - novela autobiogrfica -nombre propio - posmodernismo

    Abstract

    The present pages trace back the origin of the term autofiction, showinghow this neologism, being offered as a way to articulate a new kind ofreflexivity, is central to the operation followed by texts that propose astrange amalgam between the autobiographical and the novel. Two other

    OlivarN 12 (2009), 191-207.

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    issues are also at stake here: the sudden success enjoyed by the termautofiction; and the role played by the literature made in Argentina, orrelated to this country, for the diffusin of that word. The debate will be

    reopened when considering novels written by two of Borges antagonists:Gombrowicz and Copi. The uses of their proper names for the charactersof their novels should shed light on the entire question of the autofictionof the postmodern times.

    Keywords: autofiction - autobiography - autobiographic novel - propername - postmodernism

    Una de las primeras consideraciones que se imponen al abordar la

    autoficcin como cuestin literaria consiste en mencionar la explosivadifusin de un rtulo para un tipo genrico que, segn algunos crticos,sera de larga data. Para empezar con el caso paradigmtico de Gom-browicz, el crtico francs Vincent Colonna nos recuerda que este escritorpolaco afincado en Buenos Aires desde 1939, escribe en la dcada del 50su novela Trans-Atlntico (publicada primeramente en la versin originalen polaco en 1952), recurriendo a una mezcla bizarra de escritura ficcio-nal con compromiso autorial. All un yo narrador se involucraba en eltexto ficcional dotando al protagonista con su nombre y una estilizacin

    de su propia personalidad, cuyas caractersticas veremos enseguida. Demodo que, adems del modo explosivo en que el trmino ha cundido enla teora literaria actual, el otro enigma aqu presente tendra que ver conqu responsabilidad les cabe a las letras rioplatenses en esa extraordina-ria difusin. Un ejemplo todava ms flagrante del coqueteo avieso conla escritura del yo que hace la autoficcin se da en la siguiente novela deGombrowicz, aparecida en polaco en 1960, bajo el equvoco nombre dePornografa. Como es sabido, este escritor, sorprendido en la Argentina

    por el comienzo de la guerra con el detonante de la invasin de las tro-pas nazis en Polonia, despus de muchas vacilaciones, tom la decisinde quedarse en Buenos Aires, mientras otros connacionales que venanen el mismo barco, regresaban a Europa para alistarse en la defensa dela patria invadida. Es evidente que la negativa a seguir ese contingentegenerara en el autor, ahora en condicin de exilio, un sentimiento con-tradictorio en el que se mezclaran un instinto de conservacin a la parque una sensacin de culpa. En la novela de 1960 encontramos, en efec-

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    to, a un Witold Gombrowicz autoficcionalen Polonia en el momentode mayor friccin con los nazis. All el personaje en cuestin ejerce unaespecie de sorda resistencia de intelectual encerrado en una finca de laaristocracia polaca, como si la novela estuviera dando las alternativas deuna vida posible, que en verdad no haba sido la elegida. Gombrowiczdio realidad literaria a esa alternativa descartada, gracias a su arte de laficcin, pintando su vida (o la del personaje Witold Gombrowicz) enPolonia en la confrontacin con la humillacin y la visin de la miseriade una guerra librada cuerpo a cuerpo con el enemigo. Se trata, comopuede verse, de algo que desborda la cuestin de lo ficcional para ve-nir a suturar heridas del yo en su relacin con el mundo. Si, por otra

    parte, la novela Pornografase desencaja sutilmente en la descripcinde la libido adolescente a partir del rgimen voyeurstico de personajesadultos (entre los que se halla Witold Gombrowicz), uno podra pre-guntarse si esa mirada concupiscente de adulto no correspondera msa un Gombrowicz bordeando la tan temida edad madura, dado que elautor (es decir, la persona real) haba nacido en 1904 y, por ello, tenaen el momento de la publicacin de la obra cincuenta y seis aos. Estosignifica que en 1960 el Gombrowicz ya completamente argentinizadoestaba entonces ms lejos de la juventud que hacia 1943 (ao en que se

    sita la accin desarrollada en Polonia), cuando el escritor contaba concasi dos dcadas menos de edad. En definitiva, el texto extraamenteficcional y extraamente referencial titulado Pornografa a mi juicioobra clave en la produccin del autor juega con elementos erticos aniveles muy sofisticados, pero no deja de ser una novela poltica de des-cargo autobiogrfico, en la medida en que le inventa al autor real unatrayectoria como opcin imaginaria, mediante la elaboracin literaria. Lasaristas de una alternativa rspida se transforman gracias al arte en lima-duras doradas. Adems, mientras en Trans-Atlntico(1952) Gombrowicz

    frenaba el pasaje referencial del lector gracias a un realismo grotesco,en el caso del texto de la obra de 1960 el estilo ms econmico y con-trafctico, permitira realizar una lectura ms seria en la que la personareal pretendera por asociacin no ser ni un desertor ni un cobarde, almenos en el plano literario (Colonna, 2004:89-91). Esa fabulacin, porotra parte, nos arrojara ante la constitucin de una vida suplementariadel autor real, algo as como la visin de un animal tan fabuloso comoel unicornio. En definitiva, Trans-Atlnticohaba desconcertado a riopla-

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    tenses y franceses, adems de haber irritado a los polacos, dado que elWitold Gombrowicz de ese texto presentaba a un noble rural llegandoa Buenos Aires y desprendindose humorsticamente de su polonidad,despus del desclasamiento social y el desastre econmico causados porla guerra. Pornografallevaba todava ms lejos la hereja de una no-par-ticipacin en la dolorosa cuestin polaca y la sorda lucha entre los quepartieron y los que se quedaron, proclamando que el autor, en rigor, nohaba estado ausente de esa guerra, algo a todas luces irreal.

    Ahora bien, todo el empuje que revela la escritura autoficcional con-tempornea tiene como caldo de cultivo una poca de gran sofisticacin

    artstica (haciendo hincapi en que la palabra sofisticacin se carg desentido diferente a partir de una revisin acerca de la sutileza refinadade la sofstica de los comienzos del Imperio Romano, conocida tambincomo segunda sofstica). Es, por ello, que a Colonna le interesa recor-dar la contribucin excelsa de Luciano de Samosata (que vivi entre losaos 120 y 180), autor de pastiches de gneros diversos, especialmenteen la ms mentida de sus obras que llevaba por ttulo (irnico) Historiaverdadera. En aquella poca, la autoficcin helenstica en grado fants-tico entraba en competencia con un gnero novelstico germinal que

    tena grandes dificultades en conformarse (Colonna, 2004:30). En estesentido, creo que Colonna resulta menos convincente al remontarse alhelenismo para hablar del tema que lo ocupa, en tanto lo que faltabaen la poca imperial romana era una verdadera autobiografa (gnerotodava inexistente). En mi opinin, entonces, contra la argumentacin deColonna, la autoficcin actual habra ganado un espesor que no tena enel helenismo, pues ella debe entenderse ahora jugando en contrapuntocon el controvertido gnero de la autobiografa, un formato polmico ensu condicin de contrabandista de elementos ficcionales. Lo que hara

    la autoficcin moderna sera, en definitiva, tomar la palabra a las dudastericas sobre el pacto autobiogrfico como clave crtica por uno de susteorizadores ms conspicuo, Philippe Lejeune, y cuestionar las bases deese pacto, presuntamente sellado entre lector y persona real (creadoradel texto en cuestin).

    Si bien Colonna les niega a las obras autoficcionales la condicinposmoderna y psicoanaltica, aunque ese formato haya cundido como

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    la plvora en todas las literaturas a partir de la segunda mitad del sigloXX, est dispuesto a aceptar la idea de que la autoficcin actual juegaun papel de gran visibilidad justamente en el momento en que se discu-ten las categoras contrapuntsticas de autor y narrador. Hay que sealaradems que Serge Doubrovsky (un novelista francs actual de escasarepercusin fuera de Francia) es considerado el inventor del trminoautoficcin, por haber dado respuesta as en 1977 (de modo marginal ycasi por azar) a algunos comentarios encontrados en los textos de Leje-une de 1973 y 1975. Para Colonna, la autoficcin vendra, en definitiva, aformar parte del debate metaliterario gracias a una sutileza reflexiva delos textos acerca de su propia condicin, pero, como se dijo antes, segn

    este crtico esta cuestin literaria no habra sido causada por la movidaposmoderna, aunque en su investigacin sobre el fenmeno tambinafirma que la autoficcin: tiene que ver con ese gran movimientosocial en el que se entremezclan el aspecto jurdico y el individualismo,cuya manifestacin ms visible es la mostracin de la intimidad propiade fines del siglo XX (Colonna, 2004:102; mi trad.).

    Por otra parte, si hay alguna contradiccin en lo expresado por Co-lonna con respecto al aspecto posmoderno del fenmeno autoficcin,

    creo que este crtico francs acierta en sealar en qu medida el temaque trata se vincula con una idolatra muy actual del valor del nombrepropio, algo que vienen estudiando los posestructuralistas desde Lacan

    y Derrid, y desde iek a Bourdieu. Es cierto tambin que los textosautoficcionales, entre los que Colonna ubica repetidamente los de Bor-ges, han servido al escritor argentino para consolidar una imagen y crearuna mitologa sobre su persona. En este sentido, Colonna establece unarco que va desde Luciano de Samosata a Borges (con el propsito dedesprender la autoficcin del tema de la posmodernidad, pero tambin

    con la intencin de recalcar la centralidad de la produccin borgeanaen el impulso moderno de lo autoficcional), gracias a la mencin insertaen el cuento El Aleph (de 1949), en el que se compara el aleph de lacalle Garay con otros antecedentes como: el espejo que Luciano deSamosata pudo examinar en la luna (Historia verdadera, I, 26) (Borges,1974:627). En efecto, el misterioso aleph borgeano muestra su afinidadcon el texto de Luciano, pero al hacerlo tambin ofrece la pista del des-cubrimiento de un artilugio retrico (Colonna, 2004:79). As, el autor Bor-

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    ges fragua en sus textos autoficcionales una personalidad, aprovechandoun contrapunto implcito de aceptacin del lector de un presunto pactoautobiogrfico (segn la teorizacin de Philippe Lejeune), que alcanzararelieves pardicos en su formulacin, mediante una retrica muy parti-cular como se ve en el siguiente prrafo:

    [] vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente haba sido Beatriz Viterbo,vi la circulacin de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modifi-cacin de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph latierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mis carasy mis vsceras, vi tu cara, y sent vrtigo y llor, porque mis ojos habanvisto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres,

    pero que ningn hombre ha mirado: el inconcebible universo.Sent infinita veneracin, infinita lstima.

    [Carlos Argentino Daneri] Tarumba habrs quedado de tanto curioseardonde no te llaman dijo una voz aborrecida y jovial. Aunque te devaneslos sesos, no me pagars en un siglo esta revelacin. Qu observacinformidable, che Borges! (Borges, 1974:626).

    Es evidente que Borges en el relato de 1949 completa varias escara-muzas en el rspido campo literario del momento, tapizando el texto de

    cuestiones autobiogrficas a la par que dndoles visos ficcionales conamplio margen de invencin. Por una parte, al dedicar el texto a un amorno correspondido (Estela Canto), amada imposible, a quien tambin re-gala el manuscrito del cuento (mucho ms tarde vendido por una sumafabulosa en Londres), Borges (persona real) clausura autoficcionalmenteun captulo entre sus muchos enamoramientos fracasados, haciendomorir de muerte natural al objeto de su veneracin en la elaboracin li-teraria. Por otra parte, Borges (como narrador que lleva el mismo nombrede Borges) da una fervorosa descripcin en el cuento de un presunto

    autor mediocre del campo literario argentino. Ese autor mediocre muestrade modo indirecto su ampulosidad y amaneramiento nacionalista, rasgosque posean aquellos rivales que derrotaron a Borges en la liza literariaal arrebatarle el codiciado premio nacional de comienzos de los aos 40.La burla de veras tiene la siguiente articulacin:

    Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibi el SegundoPremio Nacional de Literatura. El primero fue otorgado al doctor Aita; el

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    tercero, al doctor Mario Bonfanti; increblemente, mi obra Los naipes deltahurno logr ni un solo voto. (Borges, 1974:626-627)

    Las cajas chinas que establece el texto de Borges se evidencian tam-bin en el hecho de que el cuento proceda mediante la colocacin deuna nota al pie despus de la palabra Literatura, donde a travs de unpasticheliterario se da una muestra de cul era el estilo de quien habaganado el codiciado premio:

    Recib tu apenada congratulacin, me escribi. Bufas, mi lamentableamigo, de envidia, pero, confesars aunque te ahogue! que esta vezpude coronar mi bonete con las ms roja de las plumas; mi turbante con

    el ms califade los rubes (Borges, 1974:627, n.1).

    En el cuento Tln, Uqbar, Orbis Tertius (1941), Borges iba todavams lejos en la inclusin de su grupo de lecturas, que promova toda unacomunidad interpretativa, cuando escriba:

    El hecho se produjo har unos cinco aos. Bioy Casares haba cenadoconmigo esa noche y nos demor una vasta polmica sobre la ejecucinde una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara

    los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran aunos pocos lectores a muy pocos lectores la adivinacin de una reali-dad atroz o banal. (Borges, 1974:431).

    Ante estos prrafos, esos pocos lectores, entre los que deberamosestar nosotros, los crticos, deberan preguntarse si el texto borgeanoque tenamos entre las manos no est haciendo elpastichede esa novelaposible que dejara adivinar la atrocidad de mundos ocultos y cotidianosa la vez.

    Y aqu hay que decir, por fin, que si bien la autoficcin asume mul-titud de formas, una caracterstica le es comn, a saber: que el prota-gonista profesa el oficio de escritor y que sobre esa profesin la mismanarracin se encarga de echar una mirada muchas veces socarrona osimplemente metarreflexiva. Es, por ello, muy sugerente que el propioBorges, quien hace de la burla literaria lo que bien puede llamarse unaprofesin de fe, sea, por una parte, un autor convencido de las bonda-

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    des de la autoficcin, y, por otra, un escritor sin ninguna confianza enlas condiciones de posibilidad de lo autobiogrfico, que conllevara laarrogancia de creer en un yo monoltico y completo como un bloque sinfisuras, segn se demuestra en un texto clave de su juventud tituladoLas naderas de la personalidad y aparecido en el controvertido Inqui-siciones(1925), donde se declaraba:

    Pienso probar que la personalidad es una trasoacin, consentida porel engreimiento y el hbito, mas sin estribaderos metafsicos ni realidadentraal. Quiero aplicar, por ende, a la literatura las consecuencias di-manantes de esas premisas, y levantar sobre ellas una esttica, hostil alpsicologismo que nos dej el siglo pasado, afecta a los clsicos y empero

    alentadora de las ms dscolas tendencias de hoy. [] No hay tal yo deconjunto. Cualquier actualidad de la vida es enteriza y suficiente (Borges,1925:93-94).

    Si la cuestin que se presenta como insoslayable al tratar la au-toficcin es, en primer lugar, delimitar su campo en relacin con laautobiografa, ha parecido todava ms controvertida la vinculacin delfenmeno con la novela autobiogrfica, en tanto, por lo menos a partirde 1970 ha aparecido en territorio francs como un tembladeral. Por ello,

    la mayora de los crticos modernos se ha negado a dar una carta de ciu-dadana clara y distinta a la novela autobiogrfica, por temor a que suslmites borrosos empaaran el dominio autobiogrfico en su conjunto. Locierto es que contra el pudor de la novela autobiogrfica por los nombrespropios y referenciales hacia el afuera de texto, la autoficcin tiende alotro extremo y, sin ninguna consideracin por los implicados, los ofrececon profusin, tornndose as como la denuncia de la mala concienciade la novela autobiogrfica. Sea como fuere, el caso ms flagrante queatraviesa las literaturas europeas tiene que ver con el ciclo novelstico

    de Marcel Proust, quien hizo todo lo posible en sus textos y paratextospor permear todo el discurso de la mayor ambigedad, cuando no detodas las contradicciones posibles. As, este escritor francs insisti en laidea de que en su novelaEn busca del tiempo perdido, todo era ficcional,salvo el nombre de una familia rural a la que no pudo dejar de nombrarpor su nombre real (Larivire), como agradecimiento por sus cualidadesmorales. Dado que ese apellido corresponde a los parientes de un per-sonaje de ficcin de todo el ciclo (Franoise), cmo debe entenderse el

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    estatuto de todo el conjunto? No habra aqu una ruptura de la fronteraontolgica, al modo de Cervantes, Borges y Cortzar? Es decir, Prousttambin estara incurriendo en la metalepsis (Colonna, 2004:125).1 Endefinitiva, la cuestin de la referencia personal viene de antiguo y as noes extrao que Joyce haya sealado que el mismo Shakespeare se lashaba ingeniado para contrabandear en sus textos el nombre William, einclusive dotar de una superabundancia llamativa del trmino will asus sonetos (aludiendo no slo a su nombre sino tambin a un vocabloobsceno corriente en su poca).

    La autoficcin moderna tiene entonces como artimaa narrativa un

    mecanismo especular por el que se produce un reflejo (sesgado) delautor o del libro dentro del libro. Eso implica, claro est, una clara orien-tacin hacia la fabulacin y refabulacin del yo autorial, que recuerda latcnica pictrica del Renacimiento y el Barroco llamada in figura, por laque el pintor apareca en el lienzo ocupando un margen del cuadro perotravestido en un personaje afn al tema pintado, bajo atuendos religiososo simblicos. No ajeno a este gusto sofisticado se encuentra el caso msmemorable de la historia del arte, como lo es Las meninas (1656) de

    Velzquez, en las que el cuerpo del pintor produce un llamativo descen-

    tramiento del tema. De todos modos, hay que recordar que ni los artistasrenacentistas ni los barrocos tenan todava un verdadero dominio delgnero autobiogrfico, de tal modo que hay que esperar todava bastante,en mi opinin, para que el subgnero literario que aqu se discute lleguea ser lo que es hoy, dando por sentado que sin verdadera autobiografano habra posibilidades ni para la novela autobiogrfica ni para la au-toficcin, que dependen de la primera para su constitucin.2

    1 Grard Genette populariz el concepto de metalepsis en la narratologa apartir de sus estudios de la dcada del 80, estableciendo que tena lugar una metalep-sis cuando se mezclaban dos niveles diferentes de digesis (Prince, 1987: 50). El casoparadigmtico es el de la Segunda Parte de Don Quijote, donde su protagonista afirmaconocer la Primera Parte. Para el ejemplo del ciclo proustiano, lo que all asombra esla intempestiva aparicin del nombre Marcel, un vestigio autorial que se ha negado(y renegado en sentido psicoanaltico, como demasiada denegacin) en cientos depginas anteriores.

    2 Para una aproximacin histrica al desarrollo de la autobiografa, vase Amcola:2007.

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    Es interesante recordar tambin que el efecto especular se realiza enla as llamada autoficcin primero poniendo en circulacin el nombredel autor en las pginas del libro del que l mismo aparece ya comofirmante; en ese sentido el escritor provoca, de modo deseado o no, unfenmeno de desdoblamiento que es reflejo del libro sobre s mismo ouna mostracin del acto creativo que el artista ha hecho surgir (Colonna,2004:132). Por otra parte, a partir de Flaubert y, luego, de Henry Jamesla novela europea se viene construyendo como ocultacin progresiva dela instancia narrativa, ingenindoselas para disociar al escritor de su voz,

    y dando prestigio as a un ideal esttico de borramiento e impasibilidaddel autor. Ese proceso termin, al fin y al cabo, por crear una novela

    con un escenario imaginario del que su principal tramoyista sera noslo invisible sino que estara completamente ausente. Por ello, con laeclosin de la autoficcin moderna uno estara tentado a afirmar quesi el autor sali por la puerta, no hizo sino volver a entrar ahora por la

    ventana. En este cambio el artista pierde, con todo, sus contornos reales,pues se halla fabulando a partir de una base vital o, por el contrario, sedesrealiza inventndose una nueva existencia desconectada de su pasa-do. Este proceso puede producir movimientos, en realidad, contrarios:alguien introyecta la fbula en su propia vida o, en cambio, proyecta

    un yo dentro de la fbula.

    Volviendo a Trans-Atlnticode Gombrowicz, en ese texto crucialnos encontramos con que el personaje Witold Gombrowicz se topa enuna fiesta con un escritor erudito argentino y el debate que con l enta-bla lo obliga despus del fracaso a ponerse en fuga. Es cierto que estahumillacin ante un gran escritor que en ese mbito es venerado comoun Dios remite alLeitmotivde la inmadurez tpico en Gombrowicz, pero

    es cierto tambin que la autoficcin aqu no es inocente, pues se anudacon otra idea clave en la obra total del escritor polaco que se basa enque cada uno de sus textos saldra de su propia creatividad y no deberadeberle as nada a la Cultura (escrita con mayscula). En este sentido estanovela de 1952 lo que hara sera proyectar el yo dentro de una fbula,por lo menos en este momento de la narracin. Por otra parte, no serademasiado descabellado suponer que el retrato maligno que hace Gom-browicz de figuras no slo como Borges sino tambin de Victoria Ocam-

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    po, le habra terminado por vedar la entrada en el crculo selecto de lospopes literarios del momento. Pero veamos un fragmento imperdible deesa mascarada que el autor polaco crea como venganza del modo cmolo ignora la Buenos Aires literaria de los aos 40 y 50:

    Del medio de ese cortejo se desprendi un hombre vestido todo de negro,un alto personaje sin ninguna duda, pues desde su aparicin no dejaba deescucharse un ronroneo como Gran escritor, maestro Maestro, maes-tro. La entera asamblea hubiera cado postrada de rodillas, si no fuerapor la tentacin de los canaps que pasaban en las fuentes. Enseguida sehaba formado un crculo de oyentes, mientras l, en el centro, se librabaa una intensa Celebracin.

    Este hombre (uno de los ms extraos que vi en mi vida) era extremada-mente refinado y a cada instante el Refinamiento se haca ms evidente.Cubierto por un guardapolvo, se desplazaba portando enormes lentesnegros, que actuaban como una empalizada contra el mundo; en el cuellollevaba anudado un echarpe de seda a lunares, sus manos estaban a me-dias cubiertas por mitones de organd negro y la cabeza la tena cubiertapor un sombrero negro de ala mediana. Con tal traza y aislado del resto,se llevaba por momentos una botellita estrecha a los labios, se enjugabael rostro con un Pauelo de organd negro y tambin se apantallaba.Tena los bolsillos repletos de papeles y manuscritos que iba sembrandopor el camino. Bajo los brazos llevaba libros. Dotado de una inteligencia

    asombrosamente aguda, en su fuero interno no dejaba de aguzarla mstodava, para destilarla sutilmente en frases inteligentemente inteligentesque hacan chasquear la lengua de entusiasmo a Hombres y Mujeres asu lado, sin dejar de escrutar, empero, sus Medias y corbatas. Aunquehablaba en voz baja, su voz resonaba cada vez ms fuerte, pues los invi-tados sofocaban las suyas para permitir que se alzara la del maestro, y,sin embargo, no lo escuchaban. As podra decirse que, tocado con aquelSombrero Negro, conduca su rebao hacia el Silencio Eterno. Hojeandosus libros y consultando sus notas, que por momento se le escapaban,se revolcaba en sus palabras, metiendo su hocico hasta el cuello, y daba

    sabor a su pensamiento con el pigmento de citas raras, mientras hacamalabarismos para su entera delectacin como un ermitao en el desierto.A fuerza de corretear con suma delicadeza entre Papeles y Pensamientos,apareca a la asamblea cada vez ms inteligentemente inteligente, hacien-do proliferar sobre s misma su inteligencia, plantndose y aupndosesobre ella para tornarse ms y ms inteligente, de modo que!Ay, Diosmo! (Gombrowicz, 1952:67-68).3

    3 Mi traduccin; las maysculas intempestivas son de WG.

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    Como se dijo antes, fue Serge Doubrovsky quien invent el trminoal colocarlo a modo de explicacin de su obra aparentemente ficcionaltitulada Fils(1977). Philippe Lejeune, por su parte, se hizo eco de esteneologismo en una nota aparecida en la pgina 217 de su libro Je estun autre (1980) que incluye un artculo aparecido primero en 1978. Eneste momento Lejeune retom el neologismo, pero estableci sus dudasacerca de los alcances de la innovacin. El xito del trmino, sin em-bargo, pudo reflejarse luego en la cita que hace de l el libro de GrardGenette titulado Palimpsestes(1982), al vrselas con el caso tan especialdel ciclo novelstico de Marcel Proust, en el que aparece slo cinco vecesel nombre Marcel dado al protagonista por la co-protagonista Albertine.

    La irona del asunto radica, con todo, en que fue Doubrovsky el menoscoherente de los tericos, puesto que en sus reflexiones posteriores (de1980 y 1988), asombrado por el xito de su neologismo, quiso limitar eluso a su propia prctica, una prctica que puede resumirse en lo que lllam una novela autobiogrfica nominal: el personaje principal lleva elnombre del autor y en la obra reina el verosmil biogrfico. Lo cierto esque el trmino vena a llenar un formidable vaco, llamando la atencinsobre el ingrediente ficcional de algunas obras que parecan cumplir elpacto autobiogrfico. Ms adelante, entre 1982 y 1989 vuelven a tratar

    el tema Philippe Lejeune y Jacques Lecarme, siempre interesados enmarcar lmites en los casos excntricos e inclasificables. En definitiva, elxito de la autoficcin tiene que ver con la entronizacin de una era dela sospecha (ttulo de un ensayo de Nathalie Sarraute sobre la novelamoderna) a partir de 1970, que cunde tanto en el territorio de la ficcincomo alrededor de la supuesta verdad autobiogrfica. ste es el momentoen que el trmino ve llegar su hora de gloria.

    Volvamos por un momento al punto de partida: la explicitacin de

    Doubrovsky sobre su obra Fils(Hijo) en 1977. As describe este autor suversin de lo realizado:

    Autobiografa? No. Esto es un privilegio reservado a la gente importantede este mundo, en el crepsculo de sus vidas y [redactada] en un belloestilo. [S:] Ficcin de sucesos y de hechos estrictamente reales; si se quiereautoficcin, por haber confiado el lenguaje de una aventura a la aventuradel lenguaje, lejos de toda sabidura y lejos de todo tipo de sintaxis quehuela a novela tradicional vieja o nueva. Reencuentro, hijode las palabras,

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    de las aliteraciones asonantes, de las disonancias de escritura de anteso despus de la literatura, es decir, concreta, como se dice en msica. Omejor: autofriccin, pacientemente onanista, que ahora tiene la esperanza

    de hacer compartir el placer. (en Colonna, 2004:237).4

    Genette, por su parte, haba sacado sus propias conclusiones pocotiempo despus para sostener que la autoficcin radicaba en el hechode inventarse una vida y una personalidad que no le eran exactamentepropias al que as proceda. Colonna, finalmente, como digno discpulode Genette completaba ya en 1989 la definicin as: [U] na autoficcin esuna obra literaria por la cual un escritor se inventa una personalidad yuna existencia, sin abandonar su identidad real (su nombre verdadero),

    (en Colonna, 2004:239; mi trad.).

    Pero ahora hablemos de otro baluarte de la parodizacin del mitode lo argentino. Se trata de la obra del dibujante humorstico, narrador

    y dramaturgo Ral Damonte Taborda, conocido bajo el pseudnimo deCopi (abreviatura infantil de Copito de Nieve), quien se radic en Parsen la dcada del 60 y comenz a escribir en francs sus obras de tem-tica rioplatense. La versin de este compendio de lo argentino irrisoriose presenta en una novela, aparecida en francs en 1988 bajo el ttulo

    deLInternationale Argentine, cuyas cualidades ficcionales establecen lamencin de un protagonista que se asombra ante los rasgos de la argen-tinidad que endiosa la colonia anclada en Pars del siguiente modo:

    Conoc a Nicanor Sigampa en Pars, a finales del ochenta y seis. Claro queya antes haba odo hablar de l, como todos los argentinos de mi edad.Aquel negro colosal haba sido estrella nacional de polo hasta que, en1968, una cada del caballo le impidi seguir practicando este deporte. []Conozco sus poemas me dijo en tono respetuoso, pero sin aventurarms (Copi, 1988:7).

    En este primer encuentro el interlocutor invita al protagonista a in-tegrar un nuevo crculo que segn explica consiste en que:

    La Internacional Argentina se propone coordinar las acciones en queparticipan de manera desordenada todos los argentinos que viven en

    4 Mi traduccin.

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    el extranjero. [] Es evidente su tono era ahora grave que existe unarelacin entre Maradona, Eva Pern, el porvenir de la Patagonia, y los in-efables relatos de nuestro bienamado Jorge Luis Borges (Copi, 1988:10).

    Ms tarde la accin se traslada a unabotede lujo donde el narradorprosigue su relato de la siguiente manera:

    Asqueado de las conversaciones de borrachos, fui a sentarme al otroextremo del banco, con una nalga al aire, al lado de una muchacha quenunca antes haba visto. Estaba tomando un sorbete color verde.

    Soy Daro Copi, el poeta.

    Y yo Raula, la hija natural de Borges.

    Llevaba unas gruesas gafas y se pareca vagamente a su padre.He conocido a muchos hijos naturales de Eva Pern, pero es usted laprimera hija natural de Borges que desembarca en Pars (Copi, 1988:22).

    En definitiva, Borges (1899-1986), real y mentido, aparece en estaspginas gracias a las virtudes de la autoficcin. Este concepto tiene, endefinitiva, la bondad de vincular lo invinculable. Aqu hay que decir queel nexo que obliga a establecer la autoficcin radicara en ligar a Borgescon dos de sus antagonistas ms irrespetuosos: Gombrowicz (1904-1969)

    y Copi (1939-1987). La nueva rotulacin ha creado as una trada en unanueva serie, mal que les pese a sus integrantes, gracias al inters actualpor la narratologa. En esta nueva forma de la autoficcin, nacida al calorde la confrontacin con Borges, los antagonistas Gombrowicz y Copi leroban al maestro su propia artimaa narrativa para as mejor burlarle ellugar que ocupa, jugando con una irona que podramos juzgar comoposmoderna, es decir, irreverente frente a la tradicin ms acendrada ycercana, al mismo tiempo, al parricidio. Con todo, la revancha, como sedijo, no deja de colocar a los sucesores en una peligrosa cercana delpadre, bajo el conflicto de la ansiedad por las influencias.

    El ltimo captulo de esta mana argentina por la autoficcin lo vienecumpliendo la obra completamente bizarra de Csar Aira (autor nacidoen 1949 en la localidad bonaerense de General Pringles, segn constatambin en sus autoficciones). En una novelita de 1993, por ejemplo, ti-tulada aviesamente Cmo me hice monja, su autor juega en el ttulo con

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    el posible gnero memorialstico de los siglos XVII y XVIII en plumasfemeninas para trastocarlo hasta sus bases ms profundas, contando enprimera persona su historia desde la temprana edad de los seis aos,pero colocando un sexo cambiado en el narrador (una nia) a la que,sin embargo, en el texto se la llama Csar. Tenemos, pues, aqu lams posmoderna de las autoficciones que no duda en crear identidadessexuales nmadas e inestables, al servicio de una trama que, contra lareceta borgeana, se agota en los vericuetos de una lgica de pesadilla sinprevisin posible. Tambin aqu el nuevo gnero de la autoficcin sacri-fica buena parte de su inocencia para encaramarse en una postura quetiene que ver, a mi juicio, con una nueva insercin en el campo minado

    de la literatura argentina, sobre todo despus de la muerte de Borges.Y si como quieren muchos comentaristas, entre los que me cuento, Airasignifica un giro absoluto al derrotero de la literatura argentina segnel timoneo que le haba dado Borges en la segunda mitad del siglo XX,la autoficcin se ha transformado en la mejor arma robada al maestro.5Un ejemplo todava ms flagrante del proyecto literario de Aira se per-cibe en su novela Los misterios de Rosario(1994), donde contra el pudorde la novela autobiogrfica el texto hace sobre-mostracin de nombrespropios, pero para crearles a las personas reales nombradas peripecias

    desatinadas. De ese modo, creo, resulta ms que evidente que el verda-dero teln de fondo sobre el que hay que leer cada autoficcin se hallaen el gnero de las novelas autobiogrficas (que han hecho tanto paraborronear los nombres de los ciudadanos implicados en las historiascontadas). En el caso de la literatura argentina, existe tambin siemprela sospecha de que en los autores contemporneos surja una especie deparodia intraliteraria con la de aquellos grupos de honda camaraderairnica como los que formaban Borges y Bioy en el seno del grupo dela revista Sur, como faccin dentro de otra comunidad mayor, segn se

    mostraba en Tln, Uqbar, Orbis Tertius. Es, pues, en ese contraste enel que se ilumina un pasaje como el siguiente:

    [] en ese momento entr muchsima gente en el Laurak, todos hablandoen voz muy alta, pataleando, sacudindose la nieve [sic: ciudad de Rosario,

    5Vase al respecto la nota El Borges equivocado escrita por Gonzalo Garcs(2008: 14).

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    Argentina] , dando noticias. Entre ellas venan sus amigos del Grupo, quese amontonaron alrededor de la mesa de Giordano y Adriana. EstabanDaro Gonzlez, Sergio Cueto, Nora Avaro, Marcela Zann, esta ltima

    la tercera de las negras. Un grupito de estudiantes jvenes paseaban enandas por todo el bar a un mueco de nieve, y los cantos y los aplausosduraron un buen rato, lo que nos les impidi ponerse a conversar; debanhacerlo a los gritos, y aun as no se oa casi nada: se vean los movimien-tos de los labios y se adivinaba el sonido. (Aira, 1994:51)

    No es de extraar, por cierto, que la obra autoficcional de CsarAira est despertando tanto xito en Espaa y en otros pases europeos.Como coronamiento de un proceso empezado con Borges, a quien

    desmiente con una tpica desmesura, estridencia y desatino, Aira parecellevado a representar en el exterior no slo la contracara de lo argentinoliterario, sino tambin una nueva figuracin posmoderna a tono con lostiempos de sospecha sobre los relatos autnomos y seguros de s. Laautoficcin tiene aqu ganada la partida.

    Bibliografa

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