Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 21 1963
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dtÜàntico
REVISTA DË CULTURA CONTEMPORÁNEA
Las opiniones expresadas en los artículos publicados en Atlántico no representan necesariamente las del Gobierno de los Estados Unidos de América. Se ofrecen como ejemplos representativos de las opiniones y puntos de vista acerca de asuntos diversos de la vida contemporánea norteamericana.
A T L Á N T I C O Revista cultural
Número 21 Año 1963
CONTENIDO DE ESTE NUMERO
Págs.
E N T R E LA PROSA Y KL VERSO, por Robert Frost
( t 19G3) 5
D E S P U É S DE J O H N D E W E Y , .por Jerome S. Bruner. 17
LO QUE PIENSAN LOS ECONOMISTAS NORTEAMERICANOS, por Rober t Lekachmann 40
EL PAPEL DE LA CIENCIA EN LA SOCIEDAD MODERNA, por Gierrn ./. Seaborg 60
E L H O S P I T A L EN NORTEAMÉRICA, por el Dr. D. Al
fonso de la Peña 85
L A NUEVA CRÍTICA, por David Daiches 97
LA SEGUNDA REVOLUCIÓN DE ESTADOS U N I D O S , por
Gera ld Sykes 123
NOTAS CULTURALES 144
L I B R O S 154
COLABORADORES 161
Entre la prosa y el verso Por Robert 7rosi (+ i963)
LA participación de Robert Front, recitando poe
sías suyas y haciendo comentarios sobre la
poesía en general, constituyó la parte más inte
resante de la Bread Loaf Writers' Conference desde el
comienzo de ésta en el Middlebury College. Entre las
personas que fueron invitadas el verano pasado figu
raba Mrs. FAsie Masterson, la autora de Off My Toes,
que tomó notas taqui gráficas. Después de unas pala
bras de introducción dé John Ciardi, el director de la
conferencia, esto es lo que dijo Mr. Frost.
* » »
No tenéis que saber ortografía para escribir poesía.
En mi opinión, ni siquiera es menester una sintaxis
perfecta. No necesitáis en absoluto saber cómo emplear
la puntuación. Poe no empleaba en sus poesías más
que guiones, porque dejaba la puntuación a sus im-
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presores. Y éstos conservaron demasiados de sus guiones.
No necesitáis saber cómo puntuar. Estoy orgulloso
de poder escribir un telegrama sin poner la palabra
"stop". Si no puedo hacerlo, no sé cómo escribir nada.
Hasta eso llego.
Y después tenéis que empezar por algo. Tenéis que
saber cómo se escribe en verso libre y en verso corrien
te. Tenéis que conocer la frontera que separa la prosa
del verso y ser capaces de sentirla. Y después tenéis
que saber algo sobre la manera en que se ha escrito
el verso. No tenéis que conocer todas sus formas. Os
basta conocer el verso yámbico estricto y el yámbico
con licencia. Eso es todo lo, que yo sé. Mirad mis
poesías.
Tenéis también que saber lo que es una idea, en un
chiste como en una poesía. Tenéis que saber hacer
hincapié, perfilar una idea. Tenéis que acostumbra
ros a conocer la diferencia entre una idea adecuada
para presentarse en prosa, en la conversación, en la
charla corriente, y otra que es más poética. Creo que
podéis llegar tan profundamente como llega la filo
sofía. Buscamos filosofía en los periódicos. Es una
de las cosas que a mí me interesan ver quién es el
que escribe los editoriales animosos. Recuerdo una
persona. La que escribe los editoriales de la primera
página de la Constitution, de Atlanta; un hombre
valiente. Sabe la diferencia entre los sudistas que cori-
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sideran la Guerra Civil de una manera equivocada y entre los que la consideran de una manera justa. Y
pone en ello una gran emoción. De todos modos, la
poesía no es prosa. Tiene que ser un pensamiento
apasionado.
La manera de conocer esto es leer el comienzo de
las poesías, ver cómo empiezan, cómo se ponen en
marcha. Cómo os hacen poneros en marcha en un
determinado sentimiento, un tono, un aire. Eso es
todo de lo que se trata. Parece sencillo. Todo lo que
hay que hacer es hacerlo.
He intentado a menudo decir lo que es una idea.
Es una empresa de asociación. Esa es una de las de
finiciones que yo le doy. Alcanza su cúspide en una
buena metáfora. Muchas metáforas carecen de emo
ción. Todo filósofo tiene en él una gran metáfora.
Eso es todo lo que tiene. Uno dice que el mundo es
como lo que en el hombre se llama "razón". Eso es
todo lo que hay en Platón. Schopenhauer dice que el
universo es como lo que en el hombre se llama "vo
luntad". El pensamiento clave de Darwin es "la selec
ción natural" ; el universo es una cosa selectiva. Es
cribe entonces libros y más libros para elaborar esa
¡dea. Nada más que ésa. Podéis multiplicar los ejemplos.
Lo último es que es como lo que en el hombre se
llama "número". Todo puede reducirse a número. Con-
tadlo. Tenéis que obtener un número y ver por cuántas
veces se multiplica, y eso es el universo. Otra de las
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figuras de dicción de Platón es que todo lo que tene
mos aquí es una copia imperfecta de algo que existe
en algún otro sitio. Si os sentáis en una silla, ésta es
una copia imperfecta de algo que hay en algún otro
sitio. Las figuras son osadas. El atrevimiento forma
parte de ellas. Ninguna figura ha captado nunca por
completo el significado de una cosa.
Podéis ver hoy gente que intenta hacer un mundo.
Tratan de decidir de qué lo harán. Amor. Esto es terri
ble, porque el odio es casi igual. No hay unidad. Acos
tumbrábamos a decir que el dinero es la raíz de todo
mal. Vi un libro titulado El amor es la raíz, (alando
lo miré me surgió el pensamiento de que el amor es la
raíz de todo mal —un proceso natural del pensa
miento—.
Lo extraño es lo tonales que han de ser las poesías.
La prosa no necesita ser tan tonal, pero la poesía tiene
dos cosas: metro y ritmo. El metro es algo predis
puesto, como una pista de tenis o un tablero de ajedrez,
y dentro de él os expresáis con ritmo. Ninguno de ellos
es la poesía. Es el juego de uno sobre el otro lo que
hace surgir un sonido, un tono, que es la poesía.
Ahora, quiero que me habléis. No necesitáis ajus
faros demasiado a la gramática si venís de regiones
del país en donde se habla de manera algo distinta.
No quiero que vayamos en esto demasiado lejos. Al
final, cualquier pensamiento acertado que expreséis es
un punto en el que se puede seguir profundizando.
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Podéis o no podéis. Algunos tienen ese don, otros no.
Algunos pueden escribir prosa y llegar muy lejos con
ella, pero tiene que ser de una manera tan profunda
como podáis conseguir con vuestro pensamiento y to
mando con vosotros vuestras emociones. Lo divertido
de lo que digo sobre todo esto es que no importa abso
lutamente nada. Probablemente vosotros ya sabéis todo
esto.
Puedo decir cuando cojo un librito de poesía o miro
un manuscrito: lo primero, ¿afecta a mi oído de un
modo que le es propio? ¿Está logrado en lo que se
refiere a la relación entre el ritmo y el metro? No ne
cesito esforzarme mucho para ello; una o dos poesías
y puedo decir si la persona sabe de lo que se trata. ¡Si
estoy equivocado, probad la poesía con otro lector!
Me interesa siempre ver si parecen logradas las rimas.
No me gusta que parezcan como si hubieran costado
un gran esfuerzo a su autor.
PRKGUNTA.—¿Era como filósofo o como poeta como
más le atraía Emerson?
MR. FROST.—Emerson es la misma persona en su
poesía que en su prosa. Posee un toque exacto de me
lancolía. "El mal bendecirá y el hielo quemará." Emer
son es un verdadero poeta en prosa o en verso. Oí que
un profesor tuvo un problema cuando hablaba sobre
Emerson en un college. Me dijo que los muchachos
fueron y le dijeron: "Usted no puede engañarnos con
esas ideas viejas." Los dejó marchar como si tal cosa
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después de eso. ¡Debía haberlos matado a todos!
Emerson es inteligente e ingenioso. Toda clase de pen
samientos. Arroja su peso en toda suerte de pensa
mientos.
PREGUNTA.—Me interesó lo que dijo usted de em
plear juntos el ritmo y el metro. ¿Qué piensa usted
del verso libre que posee ritmo, pero no metro? ¿Cuál
es su opinión?
MR. FROST.—Es algo muy difícil. La prosa puede tener ritmo y metro. Pero no tiene estas dos cosas, actuando una sobre otra, actuando el ritmo sobre el metro.
Aclaremos esto. Lo primero de todo, el conjunto que
os mueve, que os hace vibrar, es la asociación de dos
cosas que no esperáis ver asociadas. Las palabras so
lían ser "sorpresa" e "inevitabilidad". Podéis poner
eso en prosa. Existe mucha prosa excelente. Cuando
la prosa es como debe ser, tiene ritmo. La otra clase
de prosa es declarar, declarar, declarar, hasta que no
sabéis qué hacer con la voz cuando la leéis.
No pido poesía. Puedo leer a todo el mundo en voz
alta a Charles Lamb. Con otra prosa, me canso antes
de leer mucho. La leéis para vosotros mismos. Esa es
la diferencia entre una conferencia leída de las cuar
tillas y una charla extemporánea. La más pequeña
lírica tiene en ella ese tono dramático. La poesía da
a la voz tantas posibilidades de modulación: podéis
hacer filigranas con la voz.
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Esto es muy importante, como sabéis, en todo lo
que se escribe. Todo el dichoso material, tomando
cosas de acá y de allá que he leído en las publicacio
nes de estudiantes, parecía carecer de espíritu. Dije
una vez en mi clase: "No voy a leerlo más." No soy
un lector indiferente de un escrito indiferente. Vengo
aquí con cierta ansiedad por deciros algo, digo a mi
clase. Quiero que algunos de mis alumnos me digan
algo. Les digo: "¿No tenéis nada que decirme? ¿No
habéis visto en algo últimamente? ¿Visto a través de
algo?
PREGUNTA.—¿Cómo penetra usted en una poesía que
no comprende?
MR. FROST.—¿Cómo hace usted penetrar una idea
en un zopenco?
Uno de nuestros orgullos en la vida es que sabemos
de lo que se trata en cada página. Si no soy lo bas
tante listo, me lo pierdo. No excuso a nadie. No digo:
no estoy a la altura de ello. ¡Hay que echar la culpa
a alguien, y no es a mí!
Tomad cierta clase de cosas que sí os resultan vi
sibles. Me disgusta lo repugnante en un poema. Es lo
mismo que pisar una porquería en la calle, si compren
déis lo que quiero decir. No me gustan las molestias.
La emoción de sufrir molestias no es emoción... Al
gunos de mis amigos dicen que tengo que reconocer
la superpoblación. Pudiera ocurrir que muriésemos
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por ser demasiados, por estar demasiado apretados.
Eso me molestaría.
PREGUNTA.—¿Qué lee ahora para distraerse?
MK. FROST.—Montones y montones de cosas.
Un joven poeta fue a verme una vez y me preguntó
por qué no lo mencionaba nunca en mis conferencias.
Le dije: " ¡Mi querido joven, nunca menciono a nadie,
excepto a Shakespeare ! " Cuando me dedicaba a la en
señanza, nunca califiqué un ejercicio con "muy bien";
no podía decir bien o mal a mis alumnos. Ellos sabían
que me interesaban los trabajos que escribían. Lo que
hace surgir en mí un pensamiento, eso es el gran acier
to. No voy a levantarme aquí y decirles quién puede
y quién no puede escribir. Podéis decir algo si obser
váis mi vida, con quién me asocio, a quién cito algu
nas veces, quién está en mis pensamientos. Podéis decir
que pueden todos desaparecer por el sumidero, excepto
Shakespeare.
Hablaba el otro día con el rector sobre las califica
ciones. Es difícil apreciar la diferencia entre A, B,
C y D. Puedo poner una triple A, pero no puedo decir
la diferencia entre A, B, C y I). No poseo esa clase
de discernimiento.
Me hace reir el oir : "Estaba muy bien tu ejercicio,
teniendo en cuenta que estás en el primer año ; estaba
muy bien tu ejercicio, teniendo en cuenta que estás
en el segundo año; teniendo en cuenta que llevas sola
mente dos años en una escuela graduada." Esto no
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quiere decir absolutamente nada. Sumamente engañoso.
Hay lo que está bien y lo que no está bien. En sus
comienzos, Keats escribía como lo hizo siempre. Y lo
mismo Shelley. De pronto, empezó a escribir. Podíais
haberle calificado con una A bastante bien. Yo solía
aprobar a los alumnos de mi clase, después de haberles
fastidiado durante un año ; debía aprobarlos por com
pasión, de modo que no tuvieran que repetir el curso.
Solía exigirles demasiado. Debía dejarlos pasar. He
sido muy, muy, muy terrible.
Recuerdo lo que dije en una clase a un grupito que
tuve una vez. Dije: "No quiero ver nada que hayáis
escrito hasta que haya pasado algún tiempo. Poneos a
ello. Poneos a escribir de modo que podáis tener algo
entre lo cual seleccionar más adelante." Uno de los
estudiantes dijo: "Si conservara lo que escribo, no se
lo enseñaría nunca; lo tiraría." "Eso me evitará el
tirarlo yo", le contesté.
Había un estudiante... no sé dónde estará ahora, pero
se hizo profesor. Comencé a hablarle sobre emplear
su propio juicio. Lo más terrible es nuestro propio
juicio. Empezó a padecer. Nunca vi lo que escribió.
Me hizo pensar que estaba sufriendo una verdadera
agonía. No escribió nunca nada.
Un día le dije: "Bill, no has escrito nada, ¿verdad?"
"No, señor", contestó. "Ahora, escucha —le dije—•.
Hemos llevado este asunto por lo alto demasiado tiem
po. ¿Quieres graduarte?" "Sí, señor", contestó. "Va-
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mos a llevarlo ahora por lo bajo —le dije—. No voy
a leer lo que escribas. Pero me vas a entregar cuarti
llas escritas por tantas libras para que las pese."
Una tarde se acercó a mí en la biblioteca, donde yo
estaba con un estudiante, y sacó otra libra de cuartillas
escritas. Mi amigo le hizo señas para que se marchara.
Salíamos más tarde del edificio (las luces estaban apa
gadas), cuando vimos luz detrás de una puerta. Abrí
la puerta. Había una mesa larga, un gran proyector de
bronce, y dormido en la habitación estaba este estu
diante, esperándome.
Le había hecho pasar por una verdadera agonía, así
es que merecía graduarse.
PREGUNTA.-—¿Tiene el poeta norteamericano un reto
u oportunidad especial?
MR. FROST.—No hay reto, excepto el reto de la vida
de sacar algo que sea algo. ¿Qué es la idea? Si fuerais
a recordar únicamente una de las cosas que he dicho,
recordad que una idea es una empresa de asociación,
y su punto más alto es una buena metáfora. Si no
habéis hecho nunca una buena metáfora, entonces no
podéis saber de lo que se trata. Algunas veces se salva
un argumento empleando una figura que el contrario
no tiene tiempo de atacar o de contestar.
Lo primero que escribí fue una balada. La escribí
sin detenerme. Tenía un tono heroico. Era todo héroes.
Es heroica. Valiente. Esa es la mayor emoción de
todas, ser valiente. Valiente.
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PRECUNTA.—Hace algunos años escribió usted sobre
un partido de la world series (beisbol) para la revista
Sports Illustrated. ¿Puede decirnos por qué lo hizo y
algo más sobre este trabajo?
MR. FROST.—El último libro que he comprado es
una enciclopedia de la world series. ¿Sabéis lo que es
tuve buscando? Cuando estuve ausente, fuera del país,
la world series fue ganada por los Boston Braves en
1914. Uno de los lanzadores era un muchacho a quien
yo conocía, el Zurdo Tyler. Los Braves habían empe
zado ocupando en la competición el último lugar, pero
hacían un muy rápido ascenso después. Se le mencio
naba solamente una vez en la enciclopedia, pero hubo
aquel día tres lanzadores, uno de los contrarios y dos
de los Braves. Uno de ellos se llamaba James; el otro
era el Zurdo Tyler. Si fue él el que triunfó o fue James
es algo que no sé. Mi héroe.
Siempre me interesan los deportes. Cuando cojo
un periódico, miro primero la primera página para
ver cómo se están portando en Brasil. Conozco Brasil,
he estado allí. Miro entonces la página del editorial, si
puede leerse. Después miro la página de los deportes.
Y, por último, el zig-zag de la Bolsa, para ver cómo
va el mundo. Estas son mis cuatro cosas, mis cuatro
intereses. Y no leo las historietas ilustradas. No mucho,
a menos que alguien me recomiende una muy buena.
PRKGIJNTA.—¿Cuál de sus poesías prefiere?
MR. FROST.—Preguntad a una madre cuál de sus
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hijos prefiere. No os lo dirá. No tengo poesías favo
ritas, y si las tuviere, no os lo diría. Quiero ser justo
para con mis poesías.
PREGUNTA.—¿Podemos pedirle nuestra poesía favo
rita, The Gijt Outright. (El clon total)?
EL DON TOTAL
La tierra era nuestra antes de que fuéramos de la Era nuestra más de cien años antes [tierra. De que nosotros fuéramos su pueblo. Era nuestra En Massachusetts y en Virginia, Pero éramos de Inglaterra, éramos colonos. Poseyendo lo que todavía no nos poseía, Poseídos por lo que ya no nos posee. Algo que reteníamos nos hacía débiles Hasta que descubrimos que éramos nosotros Lo que rehusábamos a nuestra tierra viva, E inmediatamente encontramos en la entrega la sal
ivación. Y, tales corno éramos, nos hemos entregado ( Ese don valía por muchos hechos de guerra) Al país que al oeste, ya se volvía real, Pero todavía sin pasado, sin arle, al natural. Tal como él era, tal como sería.
Es tan poético como puedo hacerlo.
Ha pasado el tiempo. lia sido suficiente para nos
otros, para ustedes y para mí. Así es que adiós.
© 1961 by Robert Frost. La poesía incluida en este artículo está tomada
de Complete Poems of Robert Frost. Traducción autorizada por The Atlantic, los alba-
ceas de Robert Frost y Holt, Rinchart and Winston Inc
16
Después de John Dewey Por Jerome S. Brutter
E N 1897, a la edad de treinta y ocho años, John
Dewey, filósofo y pedagogo norteamericano
(1859-1952), publicaba un libro escandaloso y
profético titulado My Pedagogic Creed (Mi credo pe
dagógico). Muchos de sus escritos posteriores sobre
educación aparecen en germen en este libro.
La obra contiene cinco artículos de fe. El primero
define el proceso educativo: "Toda educación se lleva
a cabo mediante la participación del individuo en la
conciencia social de la raza. Este proceso comienza
inconscientemente casi al nacer y está continuamente
dando forma a las facultades del individuo, impreg
nando su conciencia, formando sus hábitos, discipli
nando sus ideas y despertando sus sentimientos y
emociones."
El segundo artículo de fe encarna el concepto que
Devvey tenía tie la escuela: "Por ser la educación un
proceso social, la escuela no es más que esa forma
de vida comunitaria en la cual se concentran todas
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esas influencias de máxima eficacia para hacer que
el niño comparta los recursos heredados de la raza
y utilice sus propias facultades para fines sociales.
Por consiguiente, la educación es un proceso vital y
no una preparación para vivir."
En su tercera declaración de fe, Dewey habla del
objeto de la educación: "La vida social del niño es
la base de concentración o correlación en todo su
adiestramiento o desarrollo. La vida social da unidad
inconsciente y fundamento a todos sus esfuerzos y a
todas sus consecuciones... El verdadero... eje no es
la ciencia, ni la literatura, ni la historia, ni la geogra
fía, sino las actividades sociales del niño."
El cuarto axioma de Dewey se refiere al método
pedagógico : "La norma a que ha de atenerse la ex
posición y tratamiento de los temas es la norma im
plícita en la naturaleza del niño." Para Dewey, la
norma era la acción: "El aspecto activo precede al
pasivo en el desarrollo de la naturaleza del niño. Creo
que la conciencia es esencialmente motriz o impul
sora ; que los estados conscientes tienden a proyec
tarse en la acción." Y, finalmente, la quinta tesis de
Dewey: "La educación es el método fundamental para
la reforma y el progreso sociales."
Hoy, la lectura de este documento despierta en
nosotros sentimientos contradictorios. Su optimismo
es clásicamente norteamericano, en cuanto que recha
za una visión trágica de la vida. Define la verdad
18
con espíritu pragmático : la verdad es el fruto de
indagar las consecuencias de la acción. Expresa una
profunda fe no sólo en la capacidad individual para
desarrollarse, sino también en la capacidad de la so
ciedad para configurar al hombre como fiel imagen
de la misma sociedad. Las líneas finales de este credo
son las siguientes: "Cada maestro debe darse cuenta
de la dignidad de su misión; de que es un servidor
de la sociedad dedicado especialmente a mantener el
debido orden social y a conseguir el deseable desen
volvimiento de la sociedad. De esta manera, el maes
tro es siempre profeta del Dios verdadero y guía que
conduce al verdadero reino de los cielos."
Sin embargo, este mismo carácter saludable de la
doctrina, el optimismo, el pragmatismo, la aceptación
de la continuidad armoniosa del hombre con la so
ciedad, le deja a uno conturbado. Pues en los dos
tercios de siglo transcurridos desde 1897 hasta hoy,
se ha producido no sólo un profundo cambio en nues
tro concepto de la naturaleza, sino también en la
sociedad y en el mundo de las instituciones sociales.
Y quizá lo más importante es que hemos vivido una
revolución de nuestra manera de entender la natura
leza del hombre, su inteligencia, sus capacidades, sus
pasiones y las formas de su desarrollo.
En el pensamiento de Dewey se reflejan estos cam
bios, aunque estuvo limitado por las premisas de su
postura filosófica. Ahora bien, desde que Dewey for-
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mulo sus primeras premisas hasta Iioy ha habido toda
una serie de doctrinas revolucionarias y cataclismos
que cambian el carácter mismo de la investigación.
Dos guerras mundiales, el sombrío episodio de Hitler
y el genocidio, la revolución rusa, la revolución rela
tivista en física y en psicología, la era de la energía
con su nueva técnica, el imperio sardónico de la filo
sofía escèptica, todo esto ha obligado a evaluar de
nuevo las premisas fundamentales que sirven de base
para elaborar una filosofía de la educación.
Dejémonos guiar, en el momento de volver a exa
minar esas premisas, por lo que sabemos hoy del
mundo y de la índole de la naturaleza humana. Pero
en una empresa así hay cosas susceptibles de ciertas
falsas interpretaciones, y conviene que todo quede
claro desde un principio. Se escribe con referencia a
las circunstancias del momento personal. Devvey es
cribía pensando en la esterilidad y la rigidez de la
enseñanza escolar de los años noventa, en su incapa
cidad de apreciar, particularmente, la naturaleza del
niño. La insistencia de Devvey en la importancia de.
la experiencia directa y de la acción social era una
crítica implícita del vacío formalismo de la educación
que hacía muy poco por relacionar la enseñanza con
el mundo de experiencias del niño. Dewey prestó un
gran servicio al abogar por el remedio de todo esto.
Pero la virtud desmesurada es vicio. Nosotros, actual-
20
mente, estamos considerando de nuevo la cubicación teniendo en cuenta este exceso.
Una interpretación errónea convirtió a menudo las
ideas de Dewey en una práctica sentimental, que él
deploraba: "Después de la inercia y la falta de in
terés, de) formalismo y la rutina" —escribió en su
credo— "nuestra educación no está amenazada por
mayor peligro que el sentimentalismo." El culto sen
timental al "proyecto de clase", a los cursos de "adap
tación a la vida", el temor de exponer al niño al sobre-
cogedor panorama del hombre y de la naturaleza por
miedo a violar el cómodo dominio de su experien
cia directa, el empalagoso concepto de "aptitud", son
concepto:; acerca de los niños con frecuencia divor
ciados del experimento en el proceso educativo, justi
ficándolos con el nombre de Dewey. Su visión era
noble e incluso benévola para su tiempo. Pero ¿y en
el nuestro? ¿Cómo podemos expresar nuestras con
vicciones?
La educación trata de desarrollar la fuerza y la
sensibilidad del pensamiento. La tarea de la educa
ción es doble. De una parte, el proceso educativo
transmite al individuo parte de los conocimientos,
maneras y valores acumulados que constituyen la cul
tura de un pueblo. Y al hacerlo, configura los impul
sos, la conciencia y la forma de vida individual. Pero
la educación ha de tratar también de desarrollar los
procesos de la inteligencia, de suerte que el individuo
2Ï
sea Capaz de ir más allá de las formas culturales de
su mundo social, capaz de innovar, por muy modesta
que sea su aportación, creando así una cultura inte
rior propia. Pues sean los que scan el arte, la ciencia,
la literatura, la historia y la geografía de una cultura,
cada hombre ha de ser su propio artista, científico,
historiador y piloto. Nadie domina el conjunto de la
cultura; en realidad, esto constituye una característica
definidora de esa forma de memoria social que lla
mamos cultura. Cada hombre vive un fragmento de
la misma. Para alcanzar la rotundidad de lo com
pleto, el hombre ha de crear su propia versión del
mundo, utilizando esa parte de su patrimonio cultural
que ha llegado a ser suya por medio de la educación.
En nuestro tiempo, las exigencias de la tecnología
presionan con fuerza sobre la libertad individual para
crear conceptos del mundo que satisfagan profunda
mente. Nuestra era ha asistido también al nacimien
to de ideologías que subordinan lo individual a los
fines definidos de una sociedad, forma de subordina
ción carente de compasión para con la idiosincrasia y
que sólo respeta la contribución instrumental del in
dividuo al progreso de la sociedad. Al mismo tiempo,
y a despecho de las ideologías, la comprensión por el
hombre de sí mismo y de su mundo, tanto del mundo
social como del natural, ha profundizado tanto que
justifica el que nuestra edad sea llamada de oro in-
telectualmente. El desafío que nos lanza el tiempo por
22
venir consiste en cómo emplear nuestra más profun
da comprensión no sólo para enriquecer la sociedad,
sino también al individuo.
Es cierto, como Dewey dijo hace muchos años, que toda educación procede a través de la participación de lo individual en la conciencia social de la raza, pero ésta es una verdad de doble filo. Pues toda educación, tanto la buena como la mala, es de esa clase. Nosotros sabemos ahora hasta qué grado, para no citar más que un ejemplo, el lenguaje mismo que se habla, condiciona y configura el estilo y la estructura del pensamiento y de la experiencia. En realidad, hay razones para creer que los procesos del pensamiento mismos son interiorizaciones del intercambio social, un coloquio interior modelado por los primeros diálogos exteriores. Pero la educación, al dar forma y expresión a nuestra experiencia, puede ser también el principal instrumento para fijar límites a la iniciativa de la mente. La garantía frente a los límites es el sentido de las alternativas. La educación ha de ser, pues, no sólo transmisión de cultura, sino también provisión de distintas concepciones del mundo y un impulso de la voluntad de explorar ese mismo mundo.
Después de media centuria de deslumbrantes pro
gresos en las ciencias psicológicas, sabemos que la
salud mental es tan sólo una condición mínima para
el desarrollo de la mente. La tragedia de la enferme
dad mental es que preocupa tanto a la persona con
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la necesidad de alejar de sí las realidades que no puede afrontar, que la deja sin energía ni gusto por aprender. Pero la salud mental es sólo una condición mínima. Las potencias mentales se desarrollan con el ejercicio. La simple adaptación es un ideal demasiado modesto, si es que puede considerarse como ideal. La capacidad en el uso de las dotes personales para el desarrollo de la excelencia individual social-mente definida es muclio más a este propósito. Tras medio siglo de Freud, sabemos que la liberación del instinto y de las inclinaciones no es un fin en sí misma, pero sí un jalón para lograr esa capacidad. Lo que es mucho más profético para nosotros con respecto a Freud al mediar nuestro siglo, no es su lucha contra las cadenas del rígido moralismo, sino su fórmula: "Donde hubo id, sea el ego."
La educación debe comenzar, como Devvey afirma en el primero de sus artículos de fe, "con una comprensión psicológica de las capacidades del niño, de sus empeños y hábitos", pero el punto de partida no es el camino a recorrer. Tan gran error es sacrificar al adulto en beneficio del niño como sacrificar al niño por el adulto. Es puro sentimentalismo suponer que la enseñanza de la vida puede siempre ajustarse a los intereses del niño, igual que es vacío formalismo obligar al niño a repetir como un loro las fórmulas de la sociedad de los adultos. La curiosidad puede ser creada y estimulada. En esta esfera no esta-
24
mos lejos de la verdad si decimos que la oferta crea
la demanda, que la disponibilidad de algo suscita el
deseo. Hemos de buscar que el niño disponga de me
dios más profundos, más atractivos y más delicados
de conocer el mundo y de conocerse a sí mismo.
La escuela es una introducción a la vida mental.
Es, indudablemente, la vida y no simple preparación
para vivir. Pero es una forma especial de vida, cui
dadosamente inventada para aprovechar de la mejor
manera posible esos años dúctiles que caracterizan el
desarrollo del "homo sapiens" y que distinguen nues
tra especie de las otras. La escuela no debe proveer
tan sólo una simple continuidad con una comunidad
más amplia o con la experiencia cotidiana. Es una
comunidad especial en donde se experimenta el des
cubrimiento por medio de la utilización de la inteli
gencia, en donde se penetra en nuevos e inimaginables
reinos de experiencias, experiencias discontinuas con
las anteriores, como cuando se comprende por vez
primera qué es un poema o la belleza y la fuerza y
la simplicidad inherentes a la idea de los teoremas de
la conservación de la energía, que nada se pierde, sólo
se transforma, y que la medida es universalmente
aplicable. Si existe una continuidad que haya que se
ñalar especialmente, es la conversión del sentido autis
ta de la omnipotencia del pensamiento del niño en
una confianza objetiva en el uso del mismo, que es
lo que caracteriza al hombre eficaz.
25
Al insistir en la continuidad entre la escuela y la
comunidad, de un lado, y entre la escuela y la familia
de otro, Dewey no advirtió la especial misión de la
educación como luz de nuevas perspectivas. Si la
escuela es mera zona de transición entre la intimidad
de la familia y la vida comunitaria, podría ser una
forma de vida fácil de organizar. Es interesante exa
minar los sistemas pedagógicos de las sociedades pri
mitivas. En casi todas ellas llega un momento, nor
malmente en la pubertad, en el cual sobreviene un
cambio brusco en la vida del muchacho, señalado por
un "rito de mudanza", que tiene como efecto el esta
blecimiento de un claro límite entre la niñez y la
adolescencia.
Sería puro romanticismo insensato el basar nues
tros métodos en los de las sociedades aún analfabetas.
Yo únicamente quisiera que se tuviese en cuenta que
la educación no debe confundir al niño con el adulto
y debe reconocer la transición a la adolescencia como
una entrada a nuevos reinos de experiencia, el descu
brimiento y exploración de nuevos misterios, el sur
gir de fuerzas nuevas. Tal es la naturaleza embria
gadora de la pedagogía y en esto consiste la satis
facción que produce.
En el shtell de la Europa oriental, en la tradicio
nal judería, el sabio estudioso era una figura muy
importante, el talmud-k'.iokhem. En su rostro, en su
modo de hablar tan rico en alusiones, en sus actitu-
23
des, el hombre sabio era la imagen no de un hombre
competente, sino más bien de un ser humano de be
lleza peregrina. La sociedad tradicional china tam
bién tenía como su imagen de belleza humana, un
hombre que armoniza la sabiduría, el sentimiento, y
la misma acción en un sistema bello de vida. El ideal
del caballero sirvió quizá función idéntica en la Eu
ropa del seiscientos y del setecientos. Y quizá en este
sentido Alfred North Whitehead instaba que la edu
cación sometiera al educando a la influencia de la
grandeza, si se deseaba que tuviera efectos positivos.
Por mi parte quiero subrayar que la levadura de la
educación es la idea de excelencia, y lo excelente in
cluye tantas modalidades como individuos hay, cada
uno de los cuales desarrolla su propia interpretación
de lo egregio. La escuela debe aceptar como una de
sus principales funciones el fomento de formas de
excelencia.
No basta con tener un concepto desapasionado de
la excelencia idealizada. Para ser eficaz, una doctrina
de la excelencia necesita poder ser trasladada a la
vida íntima de quienes dan con ella, lo que impresio
na del talnmd-kliokhem, en el humanista y adminis
trador chino, en el caballero del siglo xvm, es que
encarnan formas de vida a las que cada uno puede
aspirar y en la cual puede hallar inspiración a su
manera. Creo, pues, que la escuela necesita igual
mente incluir a hombres y mujeres que, cada uno a
27
su manera, busquen y encarnen la excelencia. Lo cual no significa que hayamos de dotar a nuestras escuelas de hombres y mujeres geniales, pero sí que el maestro debe incluir en su punto de vista acerca de la enseñanza el anhelo de alcanzar la excelencia. Y, verdaderamente, ayudados por los medios técnicos que suponen la televisión y otros, se puede ofrecer al estudiante y a su maestro la versión modelo de la excelencia en su más alto sentido. En los años venideros, los grandes intelectuales, científicos o artistas, podrán explicar tan fácil como honradamente a los principiantes como a los ya graduados.
La cuestión del sujeto de la educación sólo puede ser resuelta en relación con el concepto que cada uno tenga de la naturaleza del conocimiento. Conocimiento es el patrón construido por nosotros para dar significación y estructura a los métodos de la experiencia. Las ideas organizadoras de cualquier conjunto de conocimientos son invenciones para hacer económica la experiencia y, además, conexa. Inventamos conceptos tales como el de la fuerza en física, de la afinidad en química, de los móviles en psicología, del estilo en literatura, como medios para comprender. La historia de la cultura es la historia del desarrollo de grandes ideas organizadoras, ideas que inevitablemente se originan en valores más profundos y en concepciones sobre el hombre y la naturaleza. El poder de los grandes conceptos organizadores no sólo consiste en permitir-
28
nos comprender y, algunas veces, predecir O âcâsô
cambiar el mundo en que vivimos; consiste también
en que las ideas proporcionan instrumentos para la
experiencia. Habiendo crecido en una cultura hoy do
minada por las ideas de Newton, según una concep
ción del tiempo fluyendo suavemente, sentimos el tiem
po como algo que se mueve de manera inexorable en
una dirección única. Sabemos hoy, en verdad, después
de un cuarto de siglo de indagaciones sobre la per
cepción, que la experiencia no se logra directa y ne
tamente, sino filtradamentc a través de la percepción
ordenada de nuestros sentidos. Este ordenamiento está
construido con nuestros anhelos, que tienen su origen
en nuestros modelos o ideas sobre lo que existe o lo
que a ello sigue.
De aquí se siguen dos convicciones. La primera es
que la estructura del conocimiento, su coherencia y
sus derivaciones que hacen que a una idea siga otra,
es lo que conviene destacar en la educación Pues
es la estructura, las grandes invenciones conceptuales
que ponen orden en el cúmulo de observaciones inco
nexas lo que da significado a cuanto podemos saber,
y hace posible el acceso a nuevos campos de expe
riencia.
La segunda convicción es que la unidad del cono
cimiento se encuentra en el mismo conocimiento, si
el conocimiento es digno de ser logrado completa
mente. Intentar la justificación, como üewey hizo, del
29
Sujeto de la educación en función de las actividades sociales del niño es comprender mal lo que es el conocimiento, y cómo puede ser adquirido. La importancia del concepto de la permutabilidad en matemáticas, no es consecuencia del entendimiento, desde un punto de vista sociológico, de que dos casas con catorce personas cada una, no es 'o mismo que catorce casas con dos personas cada una. Esto es más bien inherente a la capacidad de la idea para engendrar una forma de pensamiento sobre el número, ágil y bella, y al mismo tiempo, inmensamente fecunda; una idea es al menos tan pujante como el futuro condicional en gramática formal. Desprovista del concepto de permutabilidad, el álgebra sería imposible. Si la teoría establecida, que hoy constituye con frecuencia los prolegómenos de los nuevos planes de estudios matemáticos, hubiera de ser justificada en función de su relación con la inmediata experiencia y la vida social no valdría la pena enseñarla. Con todo, esta teoría sienta los fundamentos para la comprensión del número y del orden, lo que nunca podría lograrse con la aritmética social de tantos por ciento de intereses, tarifas y pacas de heno a tanto la paca. Las matemáticas, como cualquier otra materia, deben comenzar por la experiencia, pues el progreso hacia la abstracción requiere precisamente que se elimine lo evidente como consecuencia de la experiencia superficial.
30
Hay una consideración de la economía que es primordial.
Uno no puede abarcar ningún asunto por comple
to, ni siquiera dedicando a ello toda la vida, si en
tendemos por "abarcar" el conocer todos los hechos,
acontecimientos y detalles. La materia estudiada pre
sentada de modo que ponga de relieve su estructura
será por fuerza fecunda para permitir la reconstruc
ción de los detalles o, como mínimo, preparar un lu
gar en que encajen una vez descubiertos.
¿Qué es, pues, la materia de la educación en este
sentido convencional? La respuesta a la pregunta "¿que
debe ser enseñado?" resulta ser la misma que puede
•darse a "¿qué es lo importante?". Si podemos dar res
puesta a la pregunta "¿qué es digno de ser conocido?"
no es difícil distinguir entre lo que merece enseñarse
y aprenderse y aquello que no lo es. No cabe dudar
que el conocimento del mundo natural, de la condi
ción humana, de la dinámica de la sociedad, del pa
sado utilizable para vivir el presente y aspirar al fu
turo, todas son cuestiones que sería razonable supo
ner esenciales para un hombre culto. A todo ello debe
añadirse ésto: conocimiento de los frutos de nuestro
patrimonio artístico que jalonan la historia de nues
tra admiración y delicia estéticas.
Inmediatamente surge un problema referente al sim
bolismo en función del cual el conocimiento es com
prendido y expuesto.
SI
Se puede considerar el lenguaje en su sentido na
tural y en su sentido matemático. No puedo imaginar
a un hombre culto dentro de un siglo, que no sea
bilingüe en este sentido especial, que no sea conciso
y diestro en el lenguaje natural y en el matemático.
Pues tales son los instrumentos esenciales para abrir
la puerta de experiencias nuevas y de adquirir nuevos
poderes. Y por tanto, deben tener un lugar principal
en todos los planes de estudio.
Finalmente, es tan verdad hoy como cuando lo es
cribió Dewey que, no podemos prever el mundo en el
cual tendrá que vivir el niño que hoy educamos. Por
ello, lo único que podemos dar al niño es el afilado de
sus dotes mentales y un sentido de poder habérselas
con las dificultades, instrumentos que permanecerán
constantes, pese a las variaciones temporales y circuns
tanciales.
El plan de estudios que daríamos al niño en la es
cuela ideal, no es necesario que quede limitado sino
en un sentido: incluya lo que incluya, debe ser segui
do con la suficiente continuidad para dar al estudiante
esa sensación de potencia mental, que procede de una
creciente profundización de la comprensión. Esto es
lo importante, más que lo que el plan abarque al co
rrer del tiempo.
El proceso y la finalidad de la educación son una
misma cosa. La finalidad de la educación es disei-
32
plinar la comprensión, y eh esto consiste el proceso
también.
Reconozcamos ante todo que lo opuesto a inteligen
cia no es ignorancia o "no saber" Comprender algo
es, primero, renunciar a otra manera de concebirlo.
Entre una forma de concebir algo y otra mejor, po
demos perdernos en la confusión. Una de nuestras
herencias biológicas es que la confusión nos produce
ansiedad, que a su vez provoca medidas defensivas ;
evasión, espanto, inmovilidad, que son antitéticas del
libre y gustoso uso de la inteligencia. El acto que
limita la vida mental, tanto en el niño como en el
adulto, es la limitada capacidad de asimilar los co
nocimientos. Podemos abarcar simultáneamente seis o
siete detalles no relacionados entre sí. Querer abar
car más es excesivo y lleva a la confusión y al olvido.
Como George Miller ha dicho, el principio de la eco
nomía es llenar nuestras siete válvulas de admisión
mentales con oro y no con escorias.
La medida en que lo que ha de ser aprendido es
utilizado por el aprendiz para formai estructuras, de
terminará si está trabajando con oro o con escorias.
Por esta razón, como por aquellas que ya fueron
dichas, es esencial que antes de que el niño tenga que
habérselas con gran cantidad de información sobre un
asunto, tenga una idea general de cómo y dónde las
ideas encajan. Se da el caso frecuente de que el des
arrollo de una idea general procede de una primera
33
etapa experimental con encarnaciones de una idea
cercanas al mundo del niño. Por tanto, el ciclo pe
dagógico comienza con lo particular e inmediato, se
dirige hacia la abstracción y alcanza una meta tempo
ral, momento en el que la abstracción puede ser utili
zada para comprender nuevos detalles a mayor pro
fundidad que la abstracción permite.
Dentro de lo posible, un método de instrucción debe
tener como objetivo conducir al niño a descubrir por
sí mismo. Informar a los niños y preguntarles luego
sobre ello tiene como consecuencia inevitable el pro
ducir alumnos "empollones", cuyos motivos para
aprender son probablemente extrínsecos a la verdadera
finalidad del estudio, motivos tales como agradar al
maestro, entrar en la Universidad, o conservar artifi
cialmente la propia estima. Las ventajas de animar al
descubrimiento son de dos clases. En primer lugar,
el niño asimila totalmente lo que aprende y encaja
su descubrimiento en el mundo íntimo de cultura que
creó para sí mismo. Igualmente importante, es que el
descubrir y el sentido de confianza que trae consigo
son premios adecuados por haber aprendido. Y son
premios que, además, fortalecen el mismo proceso que
existe en el corazón de la educación, disciplinar la
indagación.
El niño necesita ser animado a sacar el máximo be
neficio de aquello que aprende. Lo que no quiere decir
que se le deba exigir que lo emplee útilmente sin de-
34
mora en su vida diaria, aunque es tanto mejor si tie
ne la feliz oportunidad de ello. Se trata, más bien, de
una manera de hacer justicia a la coherencia del cono
cimiento. Dos hechos y la relación que los une son
y deben ser una invitación a generalizar, a extrapo
lar, a intentar una intuición, es decir, a construir una
teoría de ensayo. El salto de meramente aprender a
aprender a utilizar lo aprendido para pensar, es una
etapa esencial para el empleo de la mente. Realmente,
la conjetura plausible, el uso heurístico de la "corazo
nada", el empleo óptimo de la evidencia necesaria
mente insuficiente son actividades en las cuales el
niño necesita práctica y guía. Son los grandes antí
dotos de la pasividad.
Lo más importante de todo es que el proceso peda
gógico esté libre de toda falta de honradez intelectual
y de todas aquellas formas de fraude que explican
pero no ofrecen comprensión. He expresado, en otra
parte, mi convicción de que todo tema puede ser ense
ñado a cualquiera, en cualquier edad, de alguna ma
nera honrada. No es honrado presentar a una clase de
quinto año de estudios sociales, a Cristóbal Colón
como la de un muchacho americano típico hablando
con su hermano "Bartolo", después de la escuela,
acerca de lo que pueda haber allende los mares, in
cluso si la imagen suscitada engrana con el inmediato
sentido del niño de la experiencia social. Una mentira
es siempre una mentira, aunque suene a verdad co-
35
nocida. Y tampoco es honrado presentar en el sexto
grado de ciencias una imagen, mutilada, pero con
creta, de la estructura del átomo que es, en sí misma,
tan empalagosa y falsa como la populachera imagen
de Colón del curso anterior. Una imagen o idea caren
tes de sinceridad sólo pueden desanimar la autoge-
neración del sentido de curiosidad intelectual, de la
que depende la comprensión verdadera de las cosas.
Creo que la educación es el método fundamental de
cambiar la sociedad. Ni siquiera las revoluciones son
mejores que las ideas que encarnan ni que los medios
inventados para su aplicación.
Las cosas cambian en nuestros días con más rapidez
que nunca en la historia humana, y las noticias se
conocen casi instantáneamente. Si creemos verdadera
mente que la escuela es vida, y no una simple prepa
ración para la vida, entonces la escuela debe reflejar
los cambios que estamos viviendo.
Lo primero implícito en esta creencia es que han de
encontrarse los medios para hacer llegar a nuestras
escuelas los descubrimientos, cada día más profundos,
que se están haciendo en las fronteras del conoci
miento. Esto es evidente, tanto en la ciencia como
en las matemáticas, y ya se están haciendo esfuerzos
para conseguir que nuevos y a veces mejores y más
sencillos caminos conducentes a la comprensión, se
apliquen en las aulas de nuestras escuelas primarias y
secundarias. Pero es igualmente importante el remoza-
36
miento en campos distintos a las ciencias, allí donde
las fronteras del conocimiento no son siempre las Uni
versidades y los laboratorios de investigación, sino la
vida política y social, las artes, el ejercicio de la li
teratura y los rápidos cambios del mundo de los ne
gocios y de la comunidad industrial. Allá donde mi
ramos encontramos cambios, y con los cambios, apren
demos.
Advierto la necesidad de un nuevo tipo de institu
ción, de un nuevo concepto de los planes de estudio.
Lo que no liemos tenido y lo que empezamos a juzgar
necesario es lo que pudiera llamarse "instituto para
planes de estudios"; y no uno, sino muchos. Este debe
ser el lugar en donde eruditos, científicos, hombres
de negocios, artistas junto a profesores competentes,
revisen constantemente y remocen nuestros planes de
estudio. Es esta una actividad que trasciende los lí
mites de muchas de nuestras facultades universita
rias, ya sean de pedagogía, de artes y ciencias, de me
dicina o ingeniería. Hemos descuidado la percepción
de las rápidas mudanzas acaecidas en nuestra época
y de sus consecuencias en el procedimiento pedagó
gico. No hemos compartido con nuestros maestros los
beneficios de los nuevos descubrimientos, de los nue
vos conocimientos y de los nuevos triunfos artísticos.
No sólo hemos actuado obedientes a la idea del aula
como cosa autónoma y con la de escuela como ins-
37
titución igualmente autónoma y del sistema pedagógico como cosa aparte de todo.
Permítaseme considerar de nuevo lo que ya dije sobre el ideal de excelencia y el papel del constante remozamiento de los estudios para coadyuvar al logro de ese ideal. El premio Nobel o el embajador de las Naciones Unidas, el brillante violoncelista o el escritor sutil de obras de teatro, el historiador que se sirve del pasado o el sociólogo que busca lo esencial del presente, son hombres que, igual que el estudiante, tratan de comprender y dominar nuevos problemas. Encarnan un ideal de excelencia, en los mismos límites del impulso humano. Si el sentido de progreso y de cambio hacia la mayor excelencia humana ha de iluminar nuestras escuelas, han de fluir constantemente hacia ellas la sabiduría y los logros de estos hombres para animar e informar tanto a los maestros como a los estudiantes. No hay diferencia sustancial entre el explorador de nuestras fronteras y el joven estudiante ante sus propios límites, pues ambos se esfuerzan por comprender algo.
¿Qué podemos decir en suma? Quizá lo mejor sea parafrasear el "credo" de John Dewey : la educación no es sólo transmisión de cultura, sino también conformación de las potencias y de la sensibilidad del pensamiento, para que cada cual pueda asimilar por sí mismo cuanto aprenda por indagación propia y llegue a construir una •-ultura íntima y personal. La
38
escuela es el umbral de la vida mental, con todo
cuanto esto supone de confianza en el uso de la mente
y comprobar las consecuencias de lo que cada cual ha
llegado a conocer. El sujeto de la educación es cono
cer el mundo y sus relaciones, conocimiento que tie
ne estructura e historia que nos permiten encontrar
orden y posibilidades de prever en la experiencia y
sentir alegría por lo sorprendente. El método de la
educación es el método que supone cualquier entendi
miento, un esfuerzo disciplinado y responsable para
conocer por uno mismo y para convertir lo compren
dido en una imagen ordenada del mundo, que res
pete lo particular, pero al mismo tiempo reconozca la
indispensabilidad intelectual de lo abstracto. La escue
la sigue siendo el instrumento principal del progreso
social en una era de rápidos cambios y como tal, en
cuentra medios para el constante remozamiento y mo
dificación de su instrucción, en acoger y dar entrada
a las nuevas ideas de nuestro tiempo en sus planes de
estudio. De todo ello depende, en última instancia, que
sean cultivadas y adquieran realidad todas aquellas
formas de excelencia humana que sobresalen en nues-
tra variada sociedad. Cualesquiera metas menos ambi
ciosas son, sin duda, indignas del reto con que nos en
frentamos.
(Reproducción autorizada por la Saturday Review.) © 11)61 by Saturday Review, Inc.
39
Lo que piensan los economistas norteamericanos Por Robert Lekacbmann
E N pocos períodos de la historia norteamericana
lia habido una tan amplia y viva discusión do
cuestiones económicas como la que se encuen
tra en los libros y revistas actuales. Esta discusión por
parte de destacados economista^ de variadas tenden
cias ha transcendido a revistas profesionales y se está
llevando a cabo con ardor aún mayor si cabe en re
vistas populares, en libros escritos para los no espe
cialista», en declaraciones públicas y en testimonios ante
las comisiones del Congreso que estudian diferentes
aspectos de la escena económica. Los temas que se
debaten varían desde problemas económicos inmedia
tos hasta las perspectivas a largo plazo de la econo
mía e incluso hasta los dilemas persistentes de cualquier
sociedad industrial.
He aquí algunas de las cuestiones concretas que
han despertado el espíritu polémico de los economis
tas norteamericanos: ¿Está creciendo con bastante ra
pidez la economía de los Estados Unidos? ;Cómo
40
puede prevenirse más eficazmente la inflación? ¿Es
siempre conveniente la estabilidad de precios? ¿Cuál
es la mejor manera de asegurar altos niveles continuos
de empleo? El que sea "grande" una organización de
negocios ¿resulta beneficioso o nocivo? y ¿cómo puede
protegerse mejor al público contra los posibles peligros
de una concentración de la potencia económica? Un
campo de investigación bastante nuevo entre los eco
nomistas de los Estados Unidos es el de la adopción
de decisiones dentro de las empresas grandes. ¿Cuáles
son los factores que intervienen en decisiones prácti
cas tales como el precio de un artículo, o la propor
ción de los beneficios que ha de distribuirse como di
videndos a los accionistas, como salarios a los tra
bajadores, o como inversión en las instalaciones y en
la investigación? Está, uor último, la cuestión debatida
a lo largo de toda la historia norteamericana: ¿Cuál
debe ser el papel del Gobierno en todas estas y en
otras materias?
En general, los economistas norteamericanos están
de acuerdo en los mismos objetivos. Todos desearían
un elevado ritmo de crecimiento económico, una baja
cifra de paro obrero, un nivel de vida ascendente para
todos y un máximo de estabilidad económica. Los
numerosos argumentos giran alrededor de la medida
en que estos fines e;tán siendo alcanzados actualmen
te y de la mezcla apropiada de medidas que mejor pue
de fomentarlos.
41
Crecimiento de la economía
vJ_NO de los temas más calurosamente debatidos es
el relativo al crecimiento económico. Como ciudada
nos de un país de breve historia que ha tenido una
rápida expansión geográfica, los norteamericanos se
sienten orgullosos de su crecimiento. De este orgullo
hay muchos ejemplos. Al acercarnos al distrito subur
bano de Nassau, adyacente a la ciudad de Nueva York,
nos sale al encuentro un cartel que dice: "El distrito
de más rápido crecimiento de los Estados Unidos."
Eos estados cuya población aumenta rápidamente se
alegran de ello, y los otros fomentan programas des
tinados a atraer más industrias, más trabajadores, más
residentes.
Este orgullo por el crecimiento es en sí una expli
cación parcial del espectacular progreso económico nor
teamericano. Pues los hombres de negocios norteameri
canos han preferido grandes ventas a precios bajos
y pequeños beneficios por unidad, en ve/ de ventas
escasas a precios elevados, a la manera todavía predo
minante en muchos negocios europeos. Hay en esto
algo más que la simple complacencia en los bienes ma
teriales. Los norteamericanos han concebido el creci
miento como medio de alcanzar variados fines: elimi
nación de la pobreza en el país, elevación del nivel de
vida en otros países, eliminación de los trabajos ma
nuales penosos en la fábrica y en el hogar y aumento
42
del ocio a disposición de todos los grupos de la co
munidad.
Lo que en esencia discuten los economistas no es
la conveniencia del crecimiento, sino la clase de creci
miento que es mejor para todos. En un libro muy leído,
John K. Galbraith, economista y embajador americano
en la India, argumentaba que los Estados Unidos son
la primera sociedad genuinamentc opulenta de la histo
ria, como indica su capacidad para dar, a casi todos,
los alimentos, las ropas, lo-- utensilios, el recreo y los
automóviles que se desean. "Pero, dice Galbraith, esta
Sociedad Opulenta —como se titula el libio — se ha
desarrollado de manera no equilibrada," Cree que el
país debiera proporcionar mejores carreteras y zonas
de estacionamiento antes de aumentar la producción
de automóviles. Añade que debiera gastarse más en
escuelas, hospitales y parques que en lujos familiares
privados, tales como aparatos tie televisión, lavadoras
eléctricas y frigoríficos. En pocas palabras, Galbraith
está convencido de que Norteamérica ha realizado casi
demasiado bien la labor de proporcionar bienes de
consumo y que las necesidades actuales de crecimiento
se hallan en los servicios público;. Por consiguiente, en
lo que insiste Galbraith es menos el crecimiento abso
luto que una nueva evaluación de cómo debiera distri
buir-e el ingreso nacional ele lo; Estados Unidos Como
un medio para desviar lo.; ingresos desde los bienes
privados hacia los servicios públicos, estaría dispuesto
43
a aumentar o establecer impuestos sobre las ventas.
Los economistas liberales han sido tradicionalmente
enemigos de tales impuestos, alegando que su carga
recae sobre todo en los grupos cuyos ingresos son más
bajos y que gastan la parte proporcional mayor de los
mismos en compras al por menor.
También en otros aspectos, el análisis de Galbraith
ha sido criticado por otro.s economistas. Uno de los
principales, Leon Keyserling, que en tiempos (bajo el
presidente Truman) fue presidente del Consejo de Ase
sores Económicos, no está convencido de que la po
breza en los Kstados Unidos sea un problema en vías
de desaparición. Aunque reconoce que el país ha reali
zado grandes progresos en esa dirección, cree que que
da todavía mucho por hacer para lograr que desapa
rezcan los residuos de pobreza existentes. Es partidario
de un elevado ritmo de crecimiento, en parte para que
suban a niveles de ingreso satisfactorios aquellos que
todavía no los han alcanzado. Keyserling se opone a
los impuestos sobre las ventas, y es partidario de índi
ces más altos en los impuestos graduados sobre los in
gresos personales y de las sociedades anónimas, es
decir, impuestos cuyo ritmo aumenta en proporción
con los ingresos. Está convencido de que este aumento
de las rentas públicas permitirá a los norteamericanos
gastar más en escuelas, hospitales, centrales hidroeléc
tricas, viviendas, mejoras urbanas y servicios sociales
en general: los mismos objetivos identificados por
44
Galbraith como necesitados tie más atención. Señala asimismo que las perspectivas de ayuda más generosa a otros países mejoran al aumentar los ingresos norteamericanos y los impuestos correspondientes. La cifra mágica de Keyserling es el cinco: sólo con que pueda aumentarse el crecimiento económico al ritmo de! cinco por ciento anual, cree que podrían alcanzarse todos los objetivos deseables.
Galbraith y Keyserling representan variantes de lo
que puede denominarse el punto de vista liberal. Los
economistas conservadores, por otra parte, prefieren
destacar el papel del consumidor como factor que in
fluye en la producción según sus propios gustos cam
biantes, y del hombre vie negocios privado en su res
puesta a este estímulo del consumidor. Tal y como
ellos lo ven, el crecimiento económico depende de la
capacidad y el deseo de los individuos de ahorrar e
invertir sus ahorros. Así, muchos economistas con
servadores desean restringir los gastos gubernamen
tales y reducir los impuestos sobre los beneficios de
las empresas particulares y sobre los ingresos perso
nales grandes, alegando que tales impuestos disminu
yen los incentivos que impulsan a los individuos y a las
empresas a ahorrar e invertir.
Los economistas conservadores difieren también de
sus colegas liberales en lo que se relaciona con las
demandas de salarios cada vez más altos por parte de
los trabajadores. Los economistas liberales tienden a
45
apoyar tales demandas, basándose en que el aumento
de la capacidad adquisitiva de los trabajadores estimu
la la producción industrial, fomentando así el desarro
llo económico general. Los economistas conservadores,
por otra parte, arguyen que la elevación de los sala
rios sólo está justificada cuando hay un aumento pa
ralelo de la productividad. De otra manera, los salarios
más altos hacen subir los precios, lo que a su ve/,
quita atractivo al ahorro, reduciendo así los recursos
disponibles para el desarrollo económico. O si una
industria eleva los salarios sin elevar los precios, sus
beneficios necesariamente bajan. Y es de estos benefi
cios que vuelven a invertirse —arguyen los economis
tas conservadores— de donde ha de proceder la expan
sión industrial. Insisten en que es un error pensar en
ios beneficios sólo como en una posibilidad de aumen
tar los salarios y el consumo en el presente inmediato.
Preferirían más bien alentar a los hombres de nego
cios a invertir sus beneficios en mejores máquinas
y fábricas de mayor rendimiento. Según el razona
miento conservador, el resultado final de este pro
ceso es producción aumentada y crecimiento econó
mico ininterrumpido, del que se benefician todos, in
cluso el asalariado.
;e
Prevención de la inflación
H STRECHAMENTÉ relacionado con la cuestión del
crecimiento en las discusiones actuales se llalla el pe
ligro de la inflación --osto es, la disminución paula
tina del valor real del dinero— y la necesidad de la
estabilidad de precios. Aunque los Kstados Unidos no
han padecido en este siglo una inflación desenfrena
da, los norteamericanos observaron con recelo el de
rrumbamiento del marco ¡demán a fines de la pri
mera guerra mundial y el análogo destino de la mo
neda húngara después de la segunda. Para muchos
norteamericanos, las lecciones que enseñan estos epi
sodios son evidentes: la inflación desenfrenada des
truye los ahorros, enriquece a los especuladores, des
truye a la clase media y elimina los estímulos para
el trabajo y la inversión, de los que depende la efi
ciencia económica. Nadie aboga por tal inflación. Pero
¿y la especie de inflación moderada o lenta que ha
estado elevando los precios un promedio de dos a
tres por ciento al año desde 1945? ¿Es también esto
un peligro? ¿Lleva inexorablemente a una inflación
grave?
En estos puntos están divididas las opiniones de
los economistas. Hay acuerdo general en que a los
trabajadores les ha ido bien en este período, ya que
los salarios han subido más rápidamente que los pre
cios para rl consumidor, y en que las principal»*.* vú-
47
timas de la inflación gradual lian sido las personas
de edad que. viven de pensiones u otros ingresos li
mitados y fijos. El desacuerdo es en lo que se refiere
al influjo de tal inflación sobre la economía en con
junto. Economistas conservadores moderados como el
doctor Arthur F. Burns y el doctor Raymond J. Saul-
nier, profesores de la Universidad de Columbia, están
convencidos de que la estabilidad de precios es una
condición necesaria para el crecimiento económico con
tinuado a ritmos convenientes. En su opinión, la esta
bilidad de precios ofrece al ahorro la promesa de be
neficios estables, fomentando así las inversiones pro
ductivas y equilibradas, y quitando atractivo a la es
peculación, socialmente ruinosa. En una serie de confe
rencias, el doctor Burns ha propuesto que el Congreso
incorpore a la Ley de Empleo de 1946 (que en la ac
tualidad encarga al Gobierno el mantenimiento del em
pleo a un nivel ('levado) una enmienda que le encargue
también de la conservación de precios estables.
El doctor Sumner Schliehter, conocido economista de
Harvard que murió en 1959, adoptó una actitud algo
diferente. En su opinión, al imponer los poderosos
sindicatos la elevación de los salarios, los precios ne
cesariamente suben también. En estas circunstancias,
el doctor Schliehter estaba dispuesto a admitir conti
nuos y moderados aumentos de precios anuales como
una manera de conseguir un alto nivel de empleo y
un crecimiento económico continuo.
48
Esta diferencia relativamente considerable de opi
nión acerca del alcance y las razones de los precios
más altos llevan naturalmente a diferencias en la po
lítica recomendada. Los que más temen la inflación son
los más dispuestos a utilizar los controles de crédito
concentrados en las competentes manos del sistema de
Reserva Federal, Banco central norteamericano. Me
diante diversos mecanismos técnicos, los Bancos Fede
rales pueden elevar o reducir el interés y .-uimentar o
disminuir los créditos a disposición de la comunidad.
Los economistas conservadores tienden a apoyarse en
estos mecanismos más fácilmente que sus colegas libe
rales para prevenir la elevación de precios.
Mantenimiento del empleo
£ N cierto sentido, las discusiones acerca del creci
miento económico y la inflación son reflejo de un cam
bio feliz en la fortuna económica de Norteamérica.
Fu los años treinta, los problemas económicos predo
minante; eran el paro obrero y el estancamiento de
los negocios. Un grupo de economistas dirigido por
el profesor Alvin Hansen, de Harvard, sostenía que
la colonización terminada de las tierras del Oeste y el
crecimiento cada vez más lento de la población babían
reducido de modo permanente el ritmo del desarrollo
económico norteamericano, l'or lo tanto, daban a en-
49
tender que podía esperarse un continuado descenso del empleo y de los negocios. Otros economistas señalan que los acontecimientos han refutado enteramente estas predicciones pesimistas. La población de los Estados Unidos ha aumentado en vez de disminuir. Los negocios se han ampliado hacia nuevas fronteras creadas por los progresos tecnológicos y por la capacidad adquisitiva rápidamente creciente de la mayor parte de las familias norteamericanas. Como consecuencia, incluso durante la reconversión de la economía a las actividades de tiempo de paz después de terminada la segunda guerra mundial, el paro obrero fue moderado y breve. Las depresiones que se han producido desde entonces han sido, por fortuna, breves y suaves.
Aunque los economistas están de acuerdo en que
en una economía libre es inevitable cierto paro laboral
a corto plazo al perder clientes viejas industrias, que
son sustituidas por otras nuevas, difieren acerca de
cuáles son los mejores medios para reducir al mínimo
el paro y hacerlo más tolerable mientras dura. Muchos
han sugerido que la compensación de paro debiera au
mentarse hasta quizá la mitad por lo menos del salario
normal del trabajador y prolongarse su duvación. En
la mayor parte de los estados, su duración máxima
es ahora de veintiséis semanas, aunque un programa
federal de emergencia prolongó la compensación de
paro otras trece semanas más. El senador Paul Dou
glas, que fue profesor de Economía y presidente de
50
la Asociación Económica Norteamericana antes de de
dicarse a la política, ha figurado entre los partidarios
de un programa de subvenciones a las colectividades
con problemas persistentes de paro, para el estableci
miento de nuevas industrias y la preparación de los
trabajadores para nuevas actividades. Otro conocido
economista, el difunto VV. S. Woytinsky, ofreció una
recomendación cuidadosamente formulada para redu
cir la semana normal de trabajo desde cuarenta a
treinta y cinco horas. También creía que la futura de
manda de mano de obra será mayor que la oferta, ya
que cada día más norteamericanos desearán y obten
drán más bienes de consumo, tin tales circunstancias,
habría más puestos que trabajadores para ocuparlos,
y el paro sería mínimo. Otros economistas creen que
aunque tal puede ser la dirección general del desarrollo
económico, surgirán problemas a lo largo del camino,
incluso aumentos ocasionales del número de parados.
Adopción de decisiones
l2 N muchas de las discusiones actuales de los eco
nomistas norteamericanos se refleja un creciente in
terés por los procesos de la adopción de decisiones
en las grandes unidades económicas. Los economistas
han empezado a preguntar-e si realmente- comprenden
la gran empresa particular, la "corporation", o inclu-
51
so el gran sindicato. La teoría económica tradicional
suponía que la corporación estaba dedicada al obje
tivo único de ganar la mayor cantidad posible de di
nero. Desde hace algún tiempo, varios economistas
han abrigado reservas a este respecto. Es ya cada vez
más evidente que, (romo las organizaciones políticas,
la sociedad anónima, para existir y prosperar, ha de
armonizar con muchos grupos de intereses diversos,
tales como trabajadores, consumidores y representan
tes del Gobierno. William Whyte, uno de los directores
de Fortune, importante revista de negocios, ha insi
nuado en su popular libro The Organization Man que
los gerentes de empresas de la nueva generación están
menos interesados en «anar la mayor cantidad posible
de dinero que en llevar una vida tranquila con ingre
sos y responsabilidades moderados.
Adolf Borle, abogado y economista, ha señalado tam
bién las nuevas maneras en que muchos dirigentes de
empresa han superado "i viejo concepto de "máximos
beneficios". Estos directivos de amplia visión han ins
tituido planes para la asistencia médica y hospitalaria
de los empleados, han creado becas y otros incentivos
para alentar a los empicados que tienen interés en
proseguir su educación y han utilizado una parte de
los beneficios de la empresa para costear investigacio
nes médicas y diversas actividades de la comunidad.
La evolución más espectacular en esta esfera ha sido
la creciente actividad de fundaciones, tales como las
52
Ford, Rockefeller, Guggenheim y Carnegie, nie han
desempeñado un gran papel en el finaneiamiento de
proyectos culturales colectivos e individuales, así como
de importantes investigaciones en las ciencias físicas
y sociales.
La empresa moderna es como una unidad política
en otro sentido. Por ser grande, se encuentra sometida
al examen crítico y a la frecuente presión de sus pro
pios trabajadores organizados en sindicatos, de sus
abastecedores, de sus clientes, de sus accionistas, del
Gobierno y del público en general. Howard Bo wen,
entre otros economistas, hí. sugerido que la empresa
particular actúa como agente equilibrador de las pre
tensiones de todos estos grupos. En la medida en que
esto es cierto, la sociedad anónima moderna se aparta
bastante del anticuado concepto de la obtención pura
y simple de máximos beneficios, lis indudable que
sin el incentivo de los beneficios el sistema no funcio
naría. No obstante, el cálculo del beneficio ;s en sí
cada vez más complicado, y se han añadido otras
metas, entre ellas el servicio público, la buena voluntad
de los consumidores v la estabilidad económica.
El problema de la "grandeza"
V,I NO de los focos contemporáneos del debate econó
mico en los Estados Unidos es una cuestión vieja entre
53
los norteamericanos: cl temor a la magnitud excesiva y al poder sobre los hombres que la magnitud puede implicar. A principios del siglo xix fue Thomas Jefferson quien expresó la sospecha de los agricultores frente a la gran ciudad y la preferencia de éstos por una democracia de pequeños terratenientes, unidos en un mismo orgullo y una misma realización. En el siglo actual, una de las voces elocuentes que previnieron contra las posibilidades de poder opresivo e ineficien-cia en la gran empresa industrial fue la del difunto Louis U. Brandéis, distinguido magistrado del Tribunal Supremo durante muchos años.
Algunos economistas han señalado desde entonces que aunque la empresa gigante es en gran medida una característica del moderno paisaje económico, es igualmente cierto que las pequeñas empresas, que se cuentan por centenares de miles, funcionan también y aumentan de número, a menudo, corno auxiliares de sus hermanas mayores. En la industria del automóvil, por ejemplo, 26.000 pequeñas empresas suministran piezas y equipo a uno de los principales fabricantes.
El economista John Maurice Clark, de la Universidad de Columbia, ha propuesto la noción de "competencia factible" para conciliar la teoría económica norteamericana tradicional, que prefiere muchas unidades pequeñas, con los hechos económicos que muestran la buena hoja de servicios de muchas unidades grandes. Los defensores de la "competencia factible"'
54
conceden elevada calificación a una industria cuando
responde con razonable rapide/ a los gusto de los
consumidores, es respetablemente eficiente en su tec
nología y esta sensiblemente atenta a las posibilidades
de competencia futura, aunque la industria pueda estar
dominada por gigantes. Desde este punto de vista, los
negocios son juzgados por la cantidad de beneficios
que aportan a la comunidad y no por su tamaño.
En cierto modo, la interesante noción del profesor
Galbraitli de un "poder compensador" es una ampli
ficación de este concepto. El economista arguye que
el poder de la gran unidad comercial es contenido, o
"compensado", por el poder igualmente considerable
concentrado en otras grandes unidades, a veces sin
dicatos, a menudo el Gobierno y más frecuentemente
otras empresas comerciales. Así, Galbraitli sita el caso
de la Kellogg Company, que domina la producción de
productos secos a base de cereales para el desayuno.
La más importante cadena de tiendas de comestibles,
la Atlantic and Pacific Tea Company ( A & P), insistió
en que Kellogg redujera su precio de venta al por ma
yor; de lo contrario, Ja A & P amenazaba con pro
ducir ella misma copos de maíz. Para evitar esa com
petencia, la Kellogg Company accedió finalmente.
Aunque la A & P hubiera preferido mantener tan alto
como antes su propio precio de venta al por menor,
embolsándose los beneficios adicionales, no pudo ha
cerlo. Otras cadenas de almacenes insistieron en ob-
55
tener de Kellogg la misma reducción de precio y procedieron entonces a bajar su precio de venta al por menor para competir con la A & P, que también redujo su precio. Galbraith dice que mientras los gigante? del mundo de los negocios se contengan unos a otros de esta manera, la comunidad en conjunto tiene poco que temer de la concentración industrial. Además, dice Galbraith, el trabajo organizado es ahora lo bastante poderoso para proteger sus propios intereses.
Otros economistas confían menos en lo que consi
deran el funcionamiento accidental de contenciones y
equilibrios, y más en la aplicación de las leyes contra
los monopolios. Desde 1890. el Gobierno federal ha
contenido el crecimiento de las grandes empresas esgri
miendo la amenaza de procesarla1). A principios de
siglo, el Gobierno obligó a la disolución del monopolio
de la Standard Oil, del Trust del Azúcar y del Trust
de la Carne. Entre los economistas que se han mos
trado partidarios de una aplicación aún mas enérgica
de estas leyes figuran Convin Edwards, que personal
mente, como funcionario del Gobierno, ha intervenido
en la ejecución de dichas leyes, y George Stigler, pro
fesor de Economía de la Universidad de Chicago.
56
El papel del Gobierno
I / E una manera u otra, cada una de las cuestiones
discutida; implicaba un juicio acerca de la esfera
apropiada de intervención del Gobierno y de poder
del Gobierno. En general, es probablemente cierto que
los economistas liberales temen menos y esperan más
del Gobierno que sus colegas más conservadores. No
obstante, los economistas de casi todos ios matices
aceptan la presencia del Gobierno en muchas esferas
de la vida económica. Los conservadores, como los
liberales, están persuadidos de que el Gobierno debe
prestar ayuda a los parados durante los períodos de
adversidad económica, y también hacer más fácil el
crédito y reducir el tipo de interés con objeto de es
timular la actividad de los negocios. Aunque difieren,
sin duda, acerca del punto en que la intervención es
esencial, los economistas en general son partidarios
de las reducciones tributarias y de las obras públicas
cuando hay depresión económica. Ningún economista
respetable mantendría ahora, como mantuvieron mu
chos en 1929, que la depresión era algo quo la nación
tenía que soportar mientras fuerzas automáticas lleva
ban a cabo la labor de ajuste.
Esto no quiere decir qui; no persistan importantes
desacuerdos en lo que se refiere al margen de activi
dad gubernamental. El economista conservador prefe
riría con mucho que lo referente a la vivienda estuviera
57
en manos particulares y que la ayuda gubernamental adoptara la forma de asistencia para el financiamiento de la construcción y la adquisición. Muchos de sus colegas liberales, por otra parte, prestan apoyo a programas públicos directos de construcción de viviendas, alegando que los esfuerzos privados no atienden suficientemente a los grupos de ingresos bajos. Análogo desacuerdo existe en la cuestión de cuál es la actividad apropiada del Gobierno en la producción de energía. La Autoridad del Valle del Tennessee, federal, que se encarga de programas de producción de energía eléctrica y de conservación en una zona, representa una victoria liberal en el sentido de ampliar el panel del Gobierno federal. La actual controversia sobre la medida de la participación privada en la aplicación de la energía atómica es otro ejemplo de la continua división de opiniones respecto al papel del Gobierno en la propiedad y control de las fuentes de energía.
Este breve examen de Ir. discusión económica no
debe concluir sin señalar que entre los economistas
pragmáticos norteamericanos la división entre liberales
y conservadores no es siempre precisa y constante. Por
ejemplo, un economista liberal y severo crítico social,
como Galbraith, es partidario, no obstante, de un im
puesto sobre las ventas, que suele ser propuesto por los
conservadores. El conservador Neil Jacoby, que en
general muestra simpatía por las actividades de los
negocios, es partidario de una aplicación más severa
58
de las leyes contra los monopolios, a fin de limitar la
magnitud y el poder de las grandes empresas. El igual
mente conservador Stigler está de acuerdo con esto.
Dispuesto, como muchos economistas liberales, a acep
tar un grado moderado de inflación, el difunto doctor
Schlichter se unía a los conservadores en culpar a las
actividades sindicales y a las consiguientes elevaciones
de salarios de los aumentos de precios ya producidos.
Uno de los encantos, así como una de las dificul
tades, de seguir los debates entre los economistas es
que nunca puede estarse completamente seguro de en
qué bando se encontrará un determinado economista
al discutirse una u otra cuestión. O, más exactamente,
es peligroso deducir las opiniones de un determinado
economista sobre una determinada cuestión de sus opi
niones sobre otros asuntos. Nada de esto debe apar
tarnos de la proposición igualmente firme de que, a
pesar de las divergencias en muchos puntos técnicos y
en bastantes cuestiones sociales, el terreno común a
los economistas norteamericanos es muy amplio. No es
la menos importante en este sentido la extendida con
vicción de que un dogma rígido, de cualquier clase,
es inferior, como instrumento de análisis económico,
a una mente abierta y a una observación exacta de
cómo funciona realmente la economía.
59
El papel de la Ciencia en la sociedad moderna
Por Qlenn 7. Seaborg
CONFERENCIA PRONUNCIADA EN DENVER (COLORADO) ANTE I.A ASOCIACIÓN A M E RICANA PARA EL PROGRESO DE LA CIENCIA.
F OHN Wesley. Powell fue un hombre al que corres-
1 ponde un lugar destacado en la historia de la
J ciencia norteamericana. Creía en la frontera, y
en ella vivió dando pruebas de energía y espíritu aven
turero, ya fuera explorando el Colorado o insistien
do en Washington en que se siguiera una adecuada
política científica. Powell fue un hombre de gran
visión. Se daba claramente cuenta de que la ciencia y
la ingeniería podían desarrollar el vasto potencial del
Oeste para hacer de la nuestra una gran nación. Com
prendía la naturaleza de la ciencia y de la tecnología,
y su Estudio Geológico demostró la utilidad de la
ciencia oficial adecuadamente administrada. Me sien
to por ello orgulloso de hablar en nombre de Powell
aquí, en el Oeste que él tan bien conocía.
Cuando me preparaba para esta conferencia y con-
60
sideraba algunos de los acontecimientos ocurridos ert
la ciencia desde los tiempos de Powell, mi atención se
desvió hacia los recuerdos personales. Recordé que en
esta época, hace veintiún años, mis colegas y yo es
tábamos llevando a cabo el experimento que llevó al
descubrimiento del plutonio. No necesito decir que el
mundo, para mí, no ha sido el mismo desde entonces.
Tampoco puede decirse que mi experiencia haya sido
insólita. Las mismas fuerzas que actuaron en mi caso
han modificado profundamente la vida de muchos mi
llones de personas y, en realidad, de la sociedad mis
ma. Aun reconociendo que hay que tener en cuenta la
falta de perspectiva que implica nuestra proximidad
a los acontecimientos, sigue pareciendo perdonable el
considerar las dos últimas décadas como uno de los
períodos más portentosos de la historia humana. Y
esto ha sido consecuencia de la ciencia y la tecno
logía.
Creo que estas cosas son ciertas no sólo a causa del
nuevo dilema del hombre, que gira alrededor de las
armas nucleares y de la supervivencia misma de la ci
vilización moderna, sino también a causa del progreso
científico-tecnológico general, cuyos ejemplos más es
pectaculares son el átomo p¿icífico y la exploración del
espacio.
Lo que tiene quizá más importancia a la larga
—dando por supuesta nuestra capacidad de evitar la
guerra nuclear total— es el hecho de que en estas dos
61
décadas la ciencia y la tecnología han llegado a ser
una fuerza dominante en nuestro orden social. Se ha
escrito mucho acerca de la sociedad científica, gene
ralmente en tiempo futuro. Creo que está justificado
que lo hagamos en tiempo presente. Aunque está en
su infancia, la sociedad científica ha llegado ya; ha
cruzado el umhral en su relación con la sociedad en
conjunto.
La ciencia y la tecnología forman ya parte de la estructura del gobierno, la industria y los negocios, y de nuestras instituciones sociales. El destino de los individuos y de los pueblos está irrevocablemente asociado, día tras día, con el desarrollo y utilización del conocimiento científico.
Como era de esperar, el nacimiento de la nueva cria
tura no ha sido fácil. Tampoco dejará de tener pertur
baciones su desarrollo. Parece evidente que la ciencia
y la tecnología son las fuerzas más poderosas de que
dispone el hombre para el progreso material. Los cam
bios que estas fuerzas acarrean —y seguirán acarrean
do— se extienden a toda la sociedad. Los hombres, en
conjunto, son poco amigos de tales cambios y fuerzas.
Pero a los científicos esta evolución puede parecerles
más clara que a la mayor parte de los hombres.
62
Orígenes
I A concepción de nuestra sociedad científica, ahora
en su infancia, puede atribuirse al Renacimiento. En
aquella época, los hombres pusieron en tela de juicio
la autoridad y el dogma que habían imperado durante
siglos y se interrogaron sobre la naturaleza del uni
verso y el lugar del hombre en él. Este espíritu de duda
en el mundo occidental se manifestó en muchos sec
tores: en la religión y la filosofía y la teoría política,
en el arte y la literatura, y en la ciencia. Un resultado
importante fue la expresión, en la Declaración de In
dependencia y en la Ley de Derechos de la Constitu
ción, de la idea de libertad personal, política e inte
lectual, como idea reguladora en una sociedad organi
zada. Las mismas fuerzas que liberaron a los hom
bres políticamente y en otros aspectos, produjeron
también el método científico. Con el aumento de la
libertad de investigación y el desarrollo de técnicas
para el descubrimiento, comenzó una aceleración de
nuestras ideas acerca de la Naturaleza. Y el conoci
miento adquirido se hizo de gran importancia al ser
transformado por los teenólogos en instrumentos.
Merced a nuestra privilegiada perspectiva podemos
ver que, dadas las condiciones de los cinco siglos úl
timos, todo lo que ha sucedido era poco menos que
inevitable. Pues el logro por los hombres del derecho
a buscar la verdad fue el avance decisivo. Al quedar
63
Establecido de manera continua este derecho, sólo era ya cuestión de tiempo el que se descubrieran lag bacterias, se identificara la electricidad y se revelara la escisión nuclear. En pocas palabras, el conocimiento científico moderno y su aplicación son una consecuencia del pujante ejercicio de las libertades que surgieron en la Europa occidental y en América.
Las dos últimas décadas
\̂ _^ OMO introducción a mi inventario de los veinte años que ahora terminan, quisiera recordar algunas experiencias personales que ilustran, de manera anecdótica, algo de los cambios ocurridos dentro de la ciencia y de sus nuevas relaciones con la sociedad.
En el otoño de 1940 era yo un químico bisoño en la Universidad de California. Habíamos sido educados en la creencia de que existía un profundo abismo entre la ciencia pura y la aplicada. Yo citaba dedicado a la ciencia ''pura", naturalmente, buscando el conocimiento por sí mismo. Eramos también pobres, característica que seguía a la pureza como la noche sigue al día. Pero, por ser puros, podíamos aceptar de buen talante e incluso con cierto orgullo la pobreza. Nuestra pobreza, naturalmente, se extendía a todas nuestras actividades de investigación. Los fondos para investigación eran algo casi desconocido. Construíamos todo el
64
equipo que nos era posible o convencíamos a nuestros
amigos de más talento para que nos ayudaran a ha
cerlo. Era difícil conseguir espacio de laboratorio. Aún
puedo recordar, de mis tiempos de estudiante graduado,
el empleo de estratagemas para obtener algún espacio
en un viejo barracón de madera, abandonado y con
denado a la destrucción. Pero éstas eran las condi
ciones aceptadas de la investigación científica en aque
llos días, y apenas si nos dábamos cuenta de que nues
tras dificultades eran dificultades.
El Laboratorio Lawrence de Radiaciones era algo
nuevo en el horizonte científico. Fue para nosotros un
anticipo de cosas que habían de llegar en algunos sec
tores. El equipo era colosal: en 1939 había dos cielo-
troné.-; que eran gigantes entre los instrumentos cien
tíficos. A menudo, para los científicos de diversos sec
tores resultaba conveniente combinar sus talentos y
trabajar juntos con los ciclotrones y sus productos. De
esta manera tropezamos muchos de nosotros con el
nuevo concepto de la investigación en grupo. El pre
supuesto del laboratorio, de origen privado en su ma
yor paite, era considerado como enorme en aquella
época, aunque esta creencia podría parecer ridicula hoy.
Naturalmente, no ignorábamos lo que estaba suce
diendo en el mundo: la guerra que había empezado
y el dictador enloquecido por el poder que era una
amenaza para nuestros ideales y que aspiraba a so
meter a la Humanidad a un orden social del medievo.
65
Pero, como muchos investigadores científicos, no relacionaba yo mucho entonces mi trabajo con cosas prácticas y, desde luego, no con la guerra.
Hasta .1940, mis investigaciones —en colaboración con J. J. Livingood, fundamentalmente— estuvieron relacionadas con la identificación de nuevos radioisótopos. En la primavera de dicho año, Edwin M. McMillan y Phillip H. Abelson abrieron el campo de los elementos transuránicos con su brillante descubrimiento del elemento 93, el neptunio. Es un indicio interesante de la manera de pensar de la época y de lo que en ella se tenía como más urgente el hecho de que McMillan, que había comenzado trabajos encaminados al descubrimiento del elemento siguiente —el 94—, fue llamado para realizar investigaciones militares sobre radar en el Instituto de Tecnología de Massachusetts.
Con el asentimiento de McMillan, tres de nosotros
- m i colaborador ya difunto Joseph W. Kennedy,
Arthur C. Wahl, entonces estudiante graduado, y yo—
nos dedicamos a continuar la investigación. Parece
dudoso que se hayan escrito muchas tesis de impor
tancia equiparable a la de Wahl. Pocos días antes de
Navidad, en 1940, se llevó a cabo el nombar.leo con el
ciclotrón, que en las semanas siguientes tuvo por re
sultado la identificación química del plutonio.
Incluso en los días navideños de 1940, nuestro tra
bajo no se hacía en una atmósfera cargada con un
66
sentimiento de importancia histórica, sino más bien a la manera descuidada de jóvenes aventureros que exploran un nuevo territorio. Es cierto que la fisión y sus consecuencias eran ya conocidas y que se estaban dando algunos pasos para aprender a explotar este descubrimiento en trabajos con uranio-235. Se afirmaba teóricamente, también, que un isótopo del elemento 94 acaso pudiese ser fisionable. Sin embargo, no se tenía entonces todavía ninguna idea clara sobre cómo el elemento entonces identificado, si se descubría, podría ser obtenido prácticamente en cantidad y cómo podría ser utilizado militarmente.
Posteriormente, en marzo de 1941, con Emilio Segrè,
creamos e identificamos el isótopo fisionable plutonio-
239. Y pronto se vislumbró una manera de obtener
este elemento en cantidad y de utilizarlo como arma.
En poco tiempo, el conocimiento conseguido en la
búsqueda de la verdad llegó a ser un formidable ba
luarte de la defensa nacional.
Cruzamos la línea divisoria entre la ciencia y la
tecnología, y nuestro trabajo se hizo útil de muchas
maneras, incluyendo sus importantes contribuciones
a nuestro arsenal defensivo. Pasamos de la pobreza a
una relativa riqueza. En vez de trabajar solos o con
uno o dos colaboradores, nos agrupamos según normas
de investigación en equipo tan firmemente establecidas
en la actualidad.
A veces, durante la guerra, soñábamos con una es-
67
pecie de día de la victoria científico, después del cual
volveríamos a los antiguos modos, más especialmente
a la búsqueda del conocimiento por el conocimiento
mismo, independientemente de su aplicación. Proba
blemente algunos de ustedes estuvieron conmigo du
rante la gran hègira de la investigación fundamental
que sobrevino efectivamente al terminar la guerra.
Sin embargo, muchos de nosotros encontramos que
las condiciones de la ciencia habían cambiado, de
distintas maneras y en grado variable. Lo esencial es
quizá que hace dos décadas, como en la guerra civil
y en la primera guerra mundial, la ciencia fue llamada
a combatir un incendio. Pero esta vez, en cierto sen
tido, los bomberos no regresaron al cuartel.
El empleo de la bomba nuclear cristalizó, como
nunca antes y en una escala mundial, el enorme poder
de la ciencia y la tecnología. Pero este poder no había
de limitarse a la guerra solamente, sino que había de
utilizarse para beneficio del hombre en la expansión
de la productividad industrial y en el progreso de
nuestro sistema económico en general. Posteriormente,
el Sputnik dio aún mayor espectacularidad a la lección.
Además, tanto nosotros como los dirigentes indus
triales y políticos fuimos dándonos cuenta de que el
intervalo entre el descubrimiento y la aplicación se
había hecho más corto y estaba haciéndose cada vez
más corto. La zona de separación entre la ciencia bá
sica y la ciencia aplicada se había reducido y en al-
68
gunos casos se había hecho casi imperceptible. La
comprensión de esto se expresaba de muchas maneras:
por ejemplo, mientras que el Gobierno continuó des
pués de la segunda guerra mundial el desarrollo de
armas nucleares, no se atrevió a dejar de apoyar al
mismo tiempo la investigación fundamental referente
a la física de las partículas. Además, en las condicio
nes modernas de competencia entre las grandes nacio
nes, el prestigio y el poder de una sociedad llegaron
a medirse en parte por sus logros en el desarrollo de
toda clase de conocimientos.
Ciencia y sociedad
I*"1 N las dos últimas décadas, pues, la ciencia ha
llegado a establecerse en la sociedad moderna como
una actividad regular y esencial que a todo alcanza.
Los indicios de que la nuestra ha llegado a conver
tirse en una sociedad científica nos rodean por doquie
ra. Baste decir aquí que el gobierno, los negocios y
la industria dependen para su supervivencia y expan
sión no sólo de la tecnología, sino de un desarrollo
acelerado de los conocimientos que se derivan de la
investigación que antes se denominaba "pura". Ade
más, parece que casi todo el mundo se ha percatado
de este hecho.
Permítaseme citar un ejemplo de esta evolución, re
lacionado con el organismo gubernamental que tengo
69
el honor de presidir. En 1940 no disponíamos de energía atómica. Hoy la utilización de la energía atómica es una de nuestras mayores empresas. La inversión do capital de la Comisión de Energía Atómica es de 7.500 millones de dólares antes de la depreciación. Su presupuesto anual es de 2.500 millones de dólares. Es cierto que aproximadamente el 75 por 100 de esto se dedica a actividades de defensa. Sin embargo, se dedican también unos 600 millones de dólares al año a las artes pacíficas: al desarrollo de industrias productivas para el presente y para el porvenir, tales como reactores generadores de fuerza e investigaciones sobre la fusión controlada; al progreso de la medicina y de sus aplicaciones; al aumento de los conocimientos en muchos sectores de la investigación fundamental; a la exportación de materiales y técnicas como parte de nuestro programa de relaciones internacionales. Existe además la industria privada de la energía atómica, que representa gastos no gubernamentales de 50 millones de dólares anuales para el desarrollo, y una inversión de capital de 400 a 500 millones de dólares. Difícilmente puede imaginarse el potencial último de esta gran industria privada. Sin embargo, todo esto se deriva de un sólo descubrimiento en la investigación fundamental.
La nueva relación entre la sociedad y la ciencia se refleja asimismo en el aumento espectacular del número de personas dedicadas a la investigación o al
70
desarrollo o que desempeñan papeles auxiliares en
estos esfuerzos. Puede verse en el presupuesto federal
para investigación y desarrollo: unos 9.000 millones
de dólares anuales hoy, frente a unos 400 millones de
dólares en 1940. Aún más importantes son las nuevas
actitudes, de la sociedad en general frente a la ciencia,
y de lo ? científicos frente a la sociedad.
La primera está simbolizada en las políticas del Go
bierno y de la industria. El reconocimiento por el
Gobierno de la necesidad de apoyar la investigación
fundamental en una amplia variedad de sectores era
lento e irregular al acabar la segunda guerra mundial.
La tendencia era —y sigue siendo en gran medida—
apoyarla en los sectores en boga o que son espectacu
lares y en aquellos que pudieran tener pronto un valor
tecnológico previsible. Sin embargo, en los primeros
tiempos de la posguerra se hicieron considerables pro
gresos como consecuencia de las avisadas normas
seguidas por la Oficina de Investigación Naval y des
pués por la Comisión de Energía Atómica. La Funda
ción Nacional de Ciencias ha ampliado considerable
mente el concepto del apoyo gubernamental para
conseguir amplios avances en el conocimiento funda
mental, y creo que esta tendencia se mantendrá y se
irá extendiendo progresivamente a otros organismos
que apoyan la investigación. Hoy, alrededor del 12
por 100 de los fondos federales para investigación y
desarrollo se emplean en apoyo de investigaciones de
71
carácter básico. En otras palabras: podemos percibir un reconocimiento bastante general del hecho de que el aumento de los conocimientos fundamentales, aunque puedan no tener aplicación específica previsible, contribuye al bien general. Quizá podamos esperar incluso una apreciación de los valores culturales más sutiles de la investigación básica.
En el enorme influjo de las dos últimas décadas sobre la comunidad científica se refleja una significativa integración de la ciencia en la sociedad. No percibo ninguna modificación del espíritu de búsqueda científica, afortunadamente. Pero dijérase que existe un importante cambio en la actitud de los científicos frente a la relación de su trabajo con el medio social más amplio. Muchos de nosotros podemos recordar un sentimiento bastante general entre los científicos de orgullo por el aislamiento de su trabajo con respecto a los asuntos prácticos de los hombres. En realidad, no era difícil observar que molestaba cualquier insinuación de que un trabajo de investigación pudiera tener alguna aplicación práctica que no fuera muy remota. Ahora, con la reducción del lapso de tiempo entre la investigación básica y la aplicada y con el creciente aprecio general del valor del conocimiento, los científicos parecen más predispuestos a establecer una relación entre ellos y su trabajo con los objetivos sociales.
Las condiciones materiales se han modificado tam-
72
bien. Son cada vez más los científicos que consideran
que reciben apoyo suficiente, si no opulento, y para
programas duraderos. Se dispone de fondos para equi
po "elegante" que ahorra tiempo y da a los investi
gadores mayor poder. Puede obtenerse dinero para
auxiliares que lleven a cabo trabajos de detalle, lo
que da a los investigadores más tiempo para el esfuer
zo creador. Las mejoras no son uniformes, natural
mente. El sitio para trabajar es todavía escaso, espe
cialmente en nuestras escuelas para graduados, aunque
nuevas políticas gubernamentales prometen cierto ali
vio, y los emolumentos personales son todavía menores
para quienes forman a nuestros científicos y crean
gran parte de nuestro conocimiento que para muchos
otros que desempeñan en nuestra sociedad papeles
mucho menos importantes.
La incorporación de la ciencia a la sociedad es no
table en la esfera de la política gubernamental y de las
relaciones internacionales. El Gobierno depende cada
vez más del asesorarniento de los científicos. Esto es
cierto no sólo en lo referente a la administración de
la ciencia gubernamental, sino en un sentido mucho
más dilatado. Cualquier evaluación del porvenir de la
economía lia de comprender conocimientos científicos
y tecnológicos. Las decisiones en asuntos militares es
tán íntimamente relacionadas con la ciencia y la tec
nología. Y cualquier decisión de dedicar parte de
nuestros recursos nacionales a la ciencia y la tecnología
73
mismas requiere la ayuda de hombres de amplio co
nocimiento en estas esferas.
La penetración de los científicos en esferas en las
que sirven a la nación con importantes actividades de
asesoramiento es una consecuencia inevitable de los
acontecimientos de los veinte años últimos. Creo que
es una evolución saludable y esencial y la he aconse
jado durante muchos años. No me parece que la in
fluencia de los científicos a este respecto sea mayor
que la debida ; en realidad, teniendo en cuenta el in
terés nacional, creo que debiera aumentar.
La cuestión del lugar de la ciencia en el Gobierno
roza algunas de las cuestiones críticas acerca de la
evolución futura de una sociedad científica en un
marco democrático. Nuestro propósito debe ser el de
utilizar la ciencia para fortalecer la democracia, no
para debilitarla; para aumentar, no para reducir, las
posibilidades de realización del individuo. Debemos
evitar cualquier desgaste de la amplia base de parti
cipación informada del electorado. En las dos últimas
décadas, nuestra sociedad ha ingerido ciencia, pero
todavía no la ha digerido, lo que indica que nuestra
sociedad científica está todavía en su infancia. Esto
no es de extrañar, ya que nuestra experiencia anterior
no nos había preparado para nada semejante a la
explosión de estos veinte años. Debemos esperar que
los próximos veinte años sean aún más dinámicos.
74
Por lo tanto, es urgente que aceleremos el proceso de
asimilación.
Ciencia y humanismo
A JY mi modo de ver, un problema crucial en la
asimilación es la medida en que los hombres, incluso
los que poseen suficiente cultura por lo demás, no
identifican la libertad de investigación científica con
nuestras libertades políticas y de otra naturaleza. En
el mundo algo menos complicado del siglo XVIII, un
gran pensador como Thomas Jefferson podía ser al
mismo tiempo político teórico y práctico, filósofo y
hombre de ciencia. Su mente podía abarcar e integrar
una parte muy grande de los conocimientos humanos.
Apreciaba claramente, por ello, los amplios valores
humanistas que son patrimonio común de todos los
hombres que buscan la verdad.
Pero al crecer y fragmentarse el conocimiento, las
especialidades siguieron caminos separados. La ciencia
parecía haberse apartado más que otras actividades,
quizá porque los detalles de la verdad científica roza
ban infrecuentemente a una comunidad de experiencia
intelectual. La ciencia se hizo extraña incluso para
muchos intelectuales.
Este alejamiento ha tenido por consecuencia la para
doja que conocemos: al hacerse la ciencia más impor
tante para la sociedad, se redujo al parecer su impor-
75
tancia en los planes de estudios de la educación liberal.
Este hecho fue observado ya en el siglo pasado por
Thomas Huxley, quien pidió a aquellos de sus contem
poráneos que tenían una visión estrecha del humanismo
que incluyeran en la educación liberal una ración más
abundante de ciencia. Una persona cultivada o liberal-
mente educada —sostenía Huxley— es una persona
capaz de hacer una crítica de la vida, de evaluar el
medio que la rodea y emitir juicios ilustrados.
Hace treinta años, George Sarton escribía en el mis
mo sentido en su obra La historia de la ciencia y el
nuevo humanismo. Planteaba la cuestión, que sigue
siendo crucial para nuestra naciente sociedad demo-
crático-científica, del siguiente modo : "La cuestión
principal no concierne simplemente al humanismo, sino
a toda la instrucción, desde la cuna hasta la tumba.
Y la verdadera cuestión es: ¿incluirá la enseñanza
a la ciencia o la excluirá? La minoría intelectual se
halla actualmente dividida en dos grupos hostiles —que
podríamos llamar brevemente el literario y el cien
tífico— que no hablan el mismo lenguaje ni piensan
de igual manera. Si no se hace nada, el abismo que
los separa habrá de aumentar necesariamente, coinci
diendo con el continuo e irresistible progreso de la
ciencia. ¿Debemos ensanchar deliberadamente el abis
mo, como quisieran los viejos humanistas, o debemos
tratar denodadamente de reducirlo todo lo que po
damos?"
76
En nuestros días, C. P. Snow ha llamado elocuente
mente la atención sobre el mismo problema, en sus
discursos sobre las "dos culturas".
Para resumir el asunto, yo haría una pregunta para
fraseando a Huxley : ¿Quién, en nuestro tiempo, pue
de hacer una crítica adecuada de la vida sin conoci
miento de los ideales, los métodos y la dinámica de
la ciencia?
Los remedios han sido ampliamente discutidos: un mayor contenido de ciencia en las escuelas y en las universidades y centros superiores de enseñanza; una variada serie de esfuerzos para infundir al público cierto aprecio de la ciencia; un mayor esfuerzo de los científicos para explicar su trabajo en términos populares.
Se necesitan todas estas medidas. Es necesario lograr
una mayor comprensión de los principios científicos.
Pero al tratar de alcanzar este objetivo puede ser aún
más importante fomentar una mayor conciencia del
patrimonio común de todos los que buscan la verdad.
El filósofo, el sociólogo, el artista, el escritor, el in
vestigador de las ciencias naturales, todos son en el
fondo hermanos intelectuales. Tanto si su técnica im
plica la destilación de la experiencia humana como si
se basa en la ordenación, en declaraciones de princi
pios de los fenómenos mensurables, sus motivaciones,
la calidad de sus experiencias y sus satisfacciones
tienen su raíz en un humanismo ampliamente definido.
77
Estoy seguro de que los intelectuales en general sa
ben que esto es cierto. Sin embargo, parece que a
menudo queda muy en segundo plano en la conciencia.
Me pregunto si este hecho no será la causa de gran
parte de la incapacidad de comunicación recíproca
entre las dos culturas de Snow. Me pregunto si no
hay un lenguaje común, derivado de una comunidad
de ideales y propósitos básicos, cualesquiera que sean
los detalles de los diferentes sectores del conocimiento,
que constituya el fundamento para la comunicación.
Me pregunto si las barreras no son superficiales, lo
mismo que el idioma es un obstáculo superficial entre
hombres que tienen vínculos comunes.
El logro de una comprensión consciente y funcional
del patrimonio común de quienes buscan la verdad
—entre los científicos y otros intelectuales— puede ser
importante para la buena marcha de la evolución de
nuestra nueva clase de sociedad. Debiera esto hacer
ver aún más claramente que la búsqueda libre y sin
trabas de la verdad en la ciencia es una parte natural
del derecho de libre investigación que es propio de
una democracia. Esto contribuiría mucho a suprimir
discusiones infructuosas acerca de si debiéramos con
tinuar la actividad de la ciencia y de si los hombres
de ciencia no debieran ocultar verdades científicas que
pueden ser utilizadas con fines destructivos. Debiera
lograr mejor acogida del inevitable aumento del cono
cimiento y de su continuo cambio. Debiera obligarnos
78
a comprender mejor la necesidad de prepararnos para
hacer frente a los riesgos que son un paradójico sub
producto de la expansión del conocimiento.
Ha parecido natural insistir algo en la ciencia en
esta discusión de la sociedad que se ha desarrollado
en el curso de los veinte años últimos. No quiero dar
la impresión, sin embargo, de que esta nueva clase de
sociedad es propiedad de la ciencia. Naturalmente, no
podemos actuar de modo inteligente sin incorporar a
nuestro pensamiento y a nuestros actos toda la varie
dad de la sabiduría humana. Se observará que he
pedido a los hombres en general, y a los intelectuales
en particular, que hagan volver la ciencia al seno del
humanismo. Es inimaginable que una sociedad demo-
crático-eientífica pueda seguir una evolución construc
tiva sin que estén ampliamente representados entre sus
miembros el arte, la música, la historia, la literatura
y la dinámica social.
Crisis continua
J DIFÍCILMENTE podemos discutir el porvenir de
la sociedad científica sin relacionarlo con la pugna
mundial y con el terrible dilema planteado al hombre
como consecuencia del desarrollo de las armas nu
cleares.
Recuerdo la reacción de muchos científicos, inclui
dos algunos de los que trabajamos en armas nuclea-
79
res, ante este dilema cuando se hizo realidad en 1945.
Los investigadores de las ciencias naturales han sido
a veces calificados de demasiado optimistas e inge
nuos por los sociólogos. Colectivamente, no carecen de
idealismo. Quizá fue natural que muchos de nosotros,
conociendo de cerca el significado de las armas nu
cleares, tratáramos de decir al mundo que la guerra
nuclear era algo en que no podía pensarse. Para nos
otros, los datos eran inequívocos, las conclusiones
eran indiscutibles y el rumbo a seguir era evidente.
Creímos que el mundo vería esto rápidamente y que,
al verlo, haría algo para remediarlo.
El período necesario para la desilusión varió según
las personas. Pocos han cambiado de opinión acerca
de la guerra nuclear. Pero muchos se han hecho me
nos ingenuos, aunque también menos idealistas. Mucho
de lo que ha sido calificado de ingenuidad ha desapa
recido. Pero debemos recordar que el idealismo, por
fortuna, no ha sido monopolio de los científicos. En
el período que siguió a la primera guerra mundial,
estadistas de experiencia, imperceptiblemente influidos
por los científicos, firmaron solemnemente tratados
poco realistas proscribiendo la guerra. Quizá estadis
tas sin ingenuidad, con ayuda de científicos que han
perdido la ingenuidad, puedan en una era científica
ser capaces de combinar el realismo y el idealismo.
Mi propia instrucción en estos asuntos comprende
la experiencia, este mismo año, de haber sido desig-
80
nado por cl Presidente Kennedy para presidir la de
legación de los Estados Unidos en la V Conferencia
Anual del Organismo Internacional de Energía Ató
mica, en Viena. Este es un organismo establecido para
extender las aplicaciones pacíficas do la energía ató
mica en todo el mundo. Comprobé que sus problemas
apenas si son menos difíciles que los de las Naciones
Unidas.
Me impresionó la enorme dificultad de encontrar
solucione; comunes a los problemas cuando tenían
que buscarse con personas que parecen hablar un
lenguaje distinto, no sólo lingüística, sino ideológica
mente, y algunas de las cuales parecen poseer una
fe determinista que es ajena a nuestro humanismo.
Aunque no encontré motivo para un optimismo
desbordado, tampoco encontré razón para abandonar
los esfuerzos. Al no ser previsible ningún movimiento
decisivo en la diplomacia, parecería que la mejor si
tuación del mundo que podemos esperar es la de una
crisis continua. En la competencia de ideas que acom
pañará a la crisis, la victoria puede ser ganada me
diante el éxito del desarrollo aquí de una sociedad
en la que se combinen la ciencia y la libertad.
Los científicos y los ingenieros pueden seguir ha
ciendo una contribución importante en esta pugna,
no sólo mediante logros en el laboratorio, sino tam
bién mediante su participación en programas de in
tercambio y reuniones internacionales, y en otros
81
contactos con las naciones del telón de acero a través
de la investigación básica, cuando surjan y si surgen
las ocasiones. Todas estas actividades son indispen
sables para contribuir a mantener abiertas las vías
de la comunicación y la comprensión.
Creo que cada uno de nosotros, científico o no
científico, debe tener conciencia de la importancia
de su propio esfuerzo para la [¡reservación de una so
ciedad liberal en la crisis continua. Cada uno de nos
otros necesita un sentimiento de responsabilidad y
urgencia, pues el total de nuestros esfuerzos será de
cisivo, por muy alejado del combate que parezca nues
tro propio trabajo. No debemos hacer demasiado
poco. No podemos retrasarnos. Debemos tener al mis
mo tiempo resolución y buenas intenciones; y lo
que es más importante, debemos aduar. Como he
aconsejado en el pasado, debemos ampliar y elevar
el nivel de la educación en toda la línea. Especial
mente debemos buscar y cultivar a los dotados y crea
dores, pues son ellos los que suelen realizar los pro
gresos decisivos en el conocimiento y la comprensión.
Debemos explotar todas las vetas de nuestros recursos
humanos y aprovechar nuestros talentos hasta el má
ximo.
82
La preservación de la libertad
l_i A sociedad democratico-cicntífica ha echado raí
ces en las dos décadas pasadas, combinando los va
lores de la libertad y de la dignidad individual con
la promesa de un creciente bienestar material. ¿Po
demos preservarla, no sólo para nosotros, sino como
posibilidad de elección para otros pueblos?
Creo que podemos hacerlo y que lo haremos, en
parte por la fuerza moral de la libertad y en parte
por la potencia material de nuestra nueva sociedad.
No podemos dejar de ver el hecho de que la libertad
necesita fortaleza y determinación además de buenas
intenciones. La generosidad ocupa un lugar en las re
laciones entre los hombres, pero por desgracia no es
una cualidad uniformemente respetada por todas las
naciones en las relaciones entre ellas. Esta es la razón,
por ejemplo, de que debamos estar dispuestos a ne
gociar desde una posición de indiscutible fortaleza,
así como de indudable buena fe. Y tenemos que ne
gociar; volver la espalda a esta la más esperanzadora
y sensata solución de las diferencias entre el Este y
el Oeste sería tan insensato como podría ser fatal.
Pero debemos reconocer que hasta que todas las na
ciones puedan partir de la misma definición de lo
justo y lo verdadero, los acuerdos internacionales que
afecten a nuestros intereses vitales han de contener
estipulaciones para un control adecuado contra las
83
violaciones, así como estipulaciones reconociendo los
derechos de los otros. Debemos mantenernos firmes
cuando está en juego nuestra propia seguridad, así
como ser justos cuando lo está la del otro. No puedo
menos de recordar, a ese respecto, un elocuente pa
saje del discurso de toma de posesión del Presidente
Kennedy : "La cortesía no es un signo de debilidad
y la sinceridad está siempre sujeta a prueba. No
negociemos nunca impulsados por el temor. Pero no
temamos nunca negociar."
Más allá de estos principios, mi confianza en la
libertad está basada en una fe personal, originada
nn mi interpretación de la experiencia humana, a la
que hay que recurrir cuando faltan datos científicos
o éstos no son terminantes. En el curso de la historia,
muchas veces no ha parecido brillante el porvenir.
Sin embargo, no siempre ha pasado lo que más se
temía. La esperanza y la fe innatas del hombre en
su propio destino le han llevado a resolver problemas
tremendos. Sabemos que la historia se repite - -tanto
en las crisis como en su resolución— y debemos con
fiar por ello en que volverá a hacerlo.
84
El Hospital en Norteamérica Su significado científico, social y pacífico
Por el Dr. Alfonso de la Peña
LAS instituciones hospitalarias en Norteamérica,
dedicadas a velar por el progreso de las cien
cias médicas y la salud de sus ciudadanos, re
sultan una de las realidades de ese país, que por su
significado social, científico y político, patentizado
hoy en unas técnicas y orientaciones logradas en am
plio sentido clínico y universitario, más atraen la aten
ción universal.
Un Hospital '"standard" supone una corporación
dedicada fundamentalmente no sólo a ejercer, sino a
ensalzar la Medicina, sirviendo de garantía, idoneidad
y probidad absolutas en cuanto a cuerpo facultativo;
calidad de la asistencia médico-quirúrgica; farmaco
pea, organización general, medios auxiliares, investi
gación, servicio social, etc. (1).
El Hospital norteamericano es, en general, una entidad con jerarquía facultativa y administrativa co
tí) Kn esto servicio están incluidos el ajuste económico entro enfermo y hospital ; atenciones religiosas y provisión de entretenimiento, de enseñanzas al enfermo duraute el período de hospitalización.
85
ordinadas, constantemente alertas, lo que revela en
sus reuniones periódicas de tipo científico ; la exigente
meticulosidad con que se discrimina toda la actua
ción médica, desde la historia clínica hasta la res
ponsabilidad médica ante el fracaso ; la morbilidad
injustificada o la muerte. Un número excesivo de apen-
dectomías, amigdalcetomías, ligadura de trompas, de
vasos deferentes, etc., suscita la revisión por comisio
nes oficiales, dedicadas a justificar las bases de la
indicación quirúrgica.
En Norteamérica, podemos afirmar, sólo la carrera
de Medicina es posible porque existen Hospitales efi
caces en número y cantidad. La Facultad de Medicina
o Escuela Médica y Hospitales son consustanciales.
De los seis años que la componen, cuatro se dedi
can a ciencias básicas y doctrina médica, que han de
ir seguidos de dos de internado imperioso en un hos
pital prototipo ("standard") (2). Repetiremos hasta
la saciedad que este "internado''' es desconocido en
tre nosotros, donde tan sólo un 20 por 100 de los es
tudiantes españoles es afortunado, y llegan a esa paro
dia de internado que supone pasar "alguna" noche "de
guardia" y "algunas" horas del día en las salas de uno
de nuestros hospitales de beneficencia.
Un internado, una residencia, un "fellowship" en
(2) Un hospital «standard)) ha de disponer de un número de jefaturas, .servicios, laboratorios, sala de autopsias, internados, residencias, (rotación para la investigación. OomprolKición anual de morbilidad y mortalidad y ha de estar abierto a todo control e investigación estatal y técnica.
86
los hospitales norteamericanos son credenciales cuyo
valor moral está a la par con el científico y >.:•. rulicio-
nan garantías y prestigio. El de la Institución está
asegurado por la categoría y número de sus jefes clí
nicos y miembros de su cuerpo técnico (Staff); Con
sejo Administrativo y Social ( Board), por su dotación,
misión, publicaciones de valor reconocido y adquisi
ciones.
El crédito que cada hospital ofrece a los médicos
que en él se forman está en proporción inversa al sa
lario que como internos reciben. Cuanto mayor sea
el sueldo, menor el prestigio de la Institución. Sin em
bargo, el "sueldo" tiene un significado social extraor
dinario, a nuestro juicio. Merecer, recién salidos de la
Escuela o Facultad de Medicina, un emolumento, sirve
de estímulo, de confianza en el futuro; tía sensación
de "logro" o "realidad" ; al laborioso le permite, ade
más de unos ahorros en los dos años, además de unas
sustanciosas y bien dirigidas enseñanzas. Las plazas
en hospitales que logré en estos últimos años para va
rios discípulos nuestros en la Cátedra de Urología de
la Facultad de Medicina de Madrid, les permitieron a
los casados no sólo conseguir una experiencia fructí
fera y material urológico, sino mantener a su mujer
e hijos en España, en condiciones mejores que las ha
bituales de su hogar completo.
El joven médico interno recibe, pues, además dé
la enseñanza, uniformes y pensión completa, una ayu-
87
da económica. Esta ayuda económica, qué en mis
tiempos oscilaba de treinta a sesenta dólares mensua
les, es hoy de unos cincuenta a cuatrocientos dólares,
según, repito, el prestigio nacional de la Institución y
de las credenciales que concede.
El estudiante de Medicina norteamericano no pue
de obtener el título de Médico ni ser aceptado como
tal en ninguna comunidad, sin que consten en su
haber académico o "curriculum vitae" los dos de in
ternado o "residencia". Mucho más cotizado es el
médico que cuando inicia el ejercicio profesional in
dependiente ha pasado cinco años de experiencia gene
ral en hospitales o instituciones de postgraduados;
conseguido su "Master's Degree" mediante una "tesis"
de investigación y valor reales. Entre las bases de la
Universidad anglosajona y la Universidad francesa no
existe parangón posible entre éste y el grado de doctor
europeo. En Europa, con seis años puramente teorizan
tes, el período enciclopédico de la Licenciatura acaba
do, puede el titulado "Licenciado Médico" dedicarse
a ejercer autodidácticamente, para después subsanar
su carencia de clínica por el doloroso proceso de en
sayo, error o acierto, con sus inherentes riesgos, tan
explotado molierescamente por el vulgo.
El interno, durante su más o menos larga reclusión,
vive tranquilo, feliz y, en mi concepto, plenamente de
dicado a la clínica e investigación, internado o "re
clusión vocacional", que le permite ser "protagonista
88
dirigido" de cómo se actualizan las adquisiciones doc
trinales transformándolas en realidades clínicas —la
gramática parda—, siguiendo a nuestro Marañón. Pue
de ahorrar cantidades estimables que le permiten al
final adquirir, como nos sucedió a nosotros, un "ar
mamentarium" con el que proseguir en las técnicas ad
quiridas y, según sus proyectos y capacidad, iniciar
su vida profesional con tanta mayor exigencia o es
peranza cuanto mayor y más largo fue el período de
perfeccionamiento. No es sino común el profesional
que no empieza su actividad privada antes de los trein
ta y dos o treinta y seis años; son éstos los que en
este momento son objeto de ofertas excepcionales por
parte de instituciones, clínicas y comunidades. Así,
y por lo menos para este tipo común de profesional,
la carrera de Medicina, lejos de ser la deprimente rea
lidad habitual en Europa, se asemeja a las más espe
cializadas nuestras de ingenieros, arquitectos, etc.
De las filas de este gran grupo de jóvenes médicos
o cirujanos formalmente instruido se recluían los in
vestigadores, los jefes de servicio, los profesores, que
han de llenar las vacantes de las instituciones médicas
y universitarias. En Estados Unidos, como en otros
países, la vida oficial caduca a los sesenta y cinco años.
Si el período mínimo de estudios médicos compren
de cuatro años de preparación teórica, dos de interna
do, suponiendo ello un período no menor de seis
años, la realidad es que el lapso formativo del clí-
89
nico medio norteamericano requiere, repetimos, de
tres a ocho años más. El valor de las enseñanzas que
el hospital norteamericano proporciona se evidencia,
a mi juicio, de muchas formas. En los países sudame
ricanos se puede, desde hace muchos años, compro
bar cómo el joven médico de formación norteamerica
na, aun cuando sólo sea durante un período de post
graduación corto, encuentra un porvenir más alentador
al reintegrarse a su patria que aquel que no ha salido
de la misma. Hispanoamérica envía a la Universidad
española, para encumbramiento de nuestras Faculta
des, un contingente extraordinario de estudiantes de
Medicina, como he tenido ocasión de manifestar mu
chísimas veces, entre otras razones, por la ventaja del
lenguaje; no suele ser el más aventajado de aquellas
Universidades. A los mejores alumnos de Hispanoamé
rica, según mis datos, les es fácil encontrar "hueco"
en las universidades y hospitales norteamericanos. Pues
bien, al retorno de ambos grupos al suelo patrio no
existe nivel comparativo entre la labor clínica profe
sional y pedagógica que unos y otros pueden desarro
llar como regla general aun cuando se den excepcio
nes que nos honran.
La misión del hospital norteamericano está asimismo
evidenciada en su relación con el progreso de la Me
dicina. Resulta excepcional que un hospital americano
"standard" no disponga de equipo de investigación
científica o clínica, real. Las ventajas que esto repre-
90
senta son bien evidentes, rto ya para el mismo centro
—que al elevar sus ideales se libera de un trabajo
rutinario y mejora sus posibilidades—, sino de pro
greso científico. Los que hemos tenido la oportunidad
de trabajar en algunas instituciones de esta índole
siempre recordaremos con nostalgia su organización y
medios de trabajo ; y, lo que es más importante, la
tranquila seguridad que nace de esa conjunción de
elementos técnicos y experimentales.
Prueba de esto es el número de Premios Nobel que
cuenta este país en Medicina y sus ciencias auxiliares.
Quizá entre todos y por recientes destaquen los nom
bres de Hench y Kendall, descubridores de la corti
sona; de Salk, de la vacuna contra la poliomielitis, y
de nuestro compatriota Ochoa, cuyo reconocimiento
universal hoy, si tanto nos alegra como españoles, no
nos permite dejar de reflexionar con diferente alegría
de español como en 1906 nuestro Ramón y Cajal trajo
a España, para honor y gloria de la Facultad de Me
dicina de Madrid, el preciado galardón.
Quizá la característica que más distingue al hospi
tal americano es la ya mencionada incorporación de
su material, investigaciones, estadísticas, publicaciones,
etcétera, al acervo docente, sin establecer distinciones
de ninguna clase. El paradigma de esta colaboración
lo constituye el aprovechamiento del cuantioso material
de la famosa Mayo Clinic —entidad privada— por
parte de la Universidad de Minnesota. La obra de los
91
Mayo no se circunscribió a la creación de unas clíni
cas y hospitales "modelo", sino que legaron un módulo
del ejercer profesional en sus diversas facetas de in
flujo permanente, evidenciando una lección de altruis
mo al revertir lo logrado con el ejercicio de la Medi
cina, para su propio ensalzamiento.
Los que convivimos unos años con ellos hemos po
dido comprender que la permanencia de su obra di
mana de la proyección de su pensamiento: "El deber
y el mérito de los superdotados está en la compren
sión y en la tolerancia para con los de menor fortu
na: dar al enfermo cuanto necesite en relación con
su enfermedad, sin reparar en sus posibilidades."
til hospital norteamericano, en conjunción univer
sitaria, servido por médicos que además componen los
Consejos nacionales y estatales de la Medicina y de
las especialidades, garantiza la idoneidad y perseve
rancia en el estudio de los que se titulan médicos, ci
rujanos o especialistas, evitando el dilettantismo y la
ironía do que el bisoño recién salido de la Universi
dad pudiera autodecretarse, como en España, "espe
cialista", en ramas cada vez más intrincadas. El hos
pital norteamericano "standard" pretende con su ser
vicio rotatorio proporcionar una cultura clínica y un
caudal de conocimientos mínimos o máximos. Garan
tiza la moral del médico que sale de su institución, y
mientras pertenezca a instituciones como el American
College of Physicians and Surgeons (Colegio de Me-
92
(lieos y Cirujanos), su deontologia, su humanitaria ca
lidad, estará siempre a prueba de crítica.
El hospital americano se caracteriza además por
un espíritu de perseverancia que evita la decadencia,
dando a todo un aire de constante reafirmación. El
hospital americano funciona bajo un signo de alacri
dad, de entusiasmo, en el desarrollo de su misión. La
atención y cuidado del enfermo se desenvuelven den
tro de las normas más ortodoxas en lo que respecta
a cuestiones científicas, técnicas y económicas ; o lo
que es igual, los hospitales están asimilando constante
y simultáneamente los progresos de la investigación y
de la técnica; de las orientaciones sociales de tipo
colectivo, lo que es posible porque en los Estados
Unidos las instituciones sanitarias que comentamos
están desprovistas de carácter comercial. Más aún ; el
protegido por la fortuna, las instituciones comercia
les (ejemplo, la Eundación de Ford Motor Inc.) e in
cluso casas comerciales directamente relacionadas con
la Medicina, en el anonimato más absoluto v con el
desinterés económico mayor, aportan su apoyo finan
ciero, subsanan desniveles presupuestarios, conceden
créditos a fondo perdido para investigaciones, becas,
camas, integrando ese gran concepto de civismo, al
truismo privativo de la conciencia del ciudadano medio
de este país.
Tales condiciones permiten el ideal de la asistencia
médica, a mi juicio la doble responsabilidad del hos-
92
pltal y del medico, autónomas auri cuando el hospi
talizado recibe los beneficios de los más modernos
adelantos, la vigilancia más meticulosa y una consi
deración económica proporcional a sus medios, de for
ma que ningún problema pueda jamás abrumar o en
sombrecer la recuperación de su salud. Así, éste se
sabe doblemente objeto de exquisita atención, repeti
mos, por parte de su médico y del hospital que le acoge.
En Norteamérica, como en todo país grande, no
todo es perfecto ; existen lacras más o menos subrepti
cias, "clínicas", hospitales no "standard", donde el
chiropractor, charlatanes médicos o no, pueden ejer
citar perniciosa labor ante el crédulo y donde pueden
llevarse a cabo actuaciones ilegales, dicotomía, etcétera,
escapando temporalmente a la acción fiscal. Por for
tuna, automáticamente esta clase de lacras y los que
necesitan recurrir a ellas y otras actividades, como la
inserción de gacetillas iterativas del diario no médico,
son sancionados pronto ; menospreciados por la so
ciedad, no tardan en estar en pugna con la justicia.
Pero aun cuando existan deben ser escasas, por cuan
to que a lo largo de nuestros años de formación mé
dica por Estados Unidos jamás tuvimos ocasión de
conocer aquellas lacras, y sólo tenemos la más loable
de las ambiciones: ver reproducidas en Europa las
corporaciones hospitalarias de Norteamérica.
Por eso, cuando hace unos meses hemos regresado
a nuestros hospitales de Milwaukee y de Rochester,
94
puëblecito encantador de ml juventud, hemos podido
comprobar con la emoción de un lapso de treinta años,
nuestro sentir al verlos espléndidamente renovados, más
exigentes y mejor dotados.
Considerando que pocos Estados, por poderosos que
sean, son capaces de resolver el problema ingente dé
la Sanidad pública, ni siquiera en países como los
Estados Unidos, donde los presupuestos alcanzan ci
fras ingentes, es admirable ver a la iniciativa privada
contribuir eficaz y altruistamente a aliviar la carga al
erario público, sin menoscabar su prestigio, cultivando
los lazos reales de humana y cristiana solidaridad.
La filantropía norteamericana, cristalizada en fun
daciones como la Mayo, Rockefeller, Guggenheim, Kel-
log, Parke Davis, Johns Hopkins, Sloan Kettering, Bu
chanan Brady, Del Amo y otras muchas quedan ma
ravillosamente plasmadas en su perennidad, ya que
perviven a la muerte de sus fundadores. La primera
mente citada, tan querida para nosotros y galardo
nada hace poco, repetimos, con el Premio Nobel con
cedido a nuestros queridos maestro Kendall y condis
cípulo Hench, posee hoy, gracias a los Mayo, la auto
nomía económica que garantiza una supervivencia que
sólo un seísmo o una ley geológica podrá truncar.
El hospital americano supone un crisol en que se
funde el interés científico, el social, la misión univer
sitaria de formar conjuntamente médicos y ciudada
nos excelsos, representando así una de las fuerzas de
95
ttlâyôr autenticidad de cualquier país, y resulta el mejor exponente de civismo norteamericano que, consciente de su misión, mantiene vivo el fuego que puede mover acciones y significados como los que acaban de ocupar mi pluma.
La Clínica Mayo, Rochester (Minnesota).
LA NUEVA CRITICA Por David Daicbes
QUIZA el movimiento más importante en la moderna crítica norteamericana ha sido el resultado de la búsqueda de un modo más
riguroso de definir las cualidades especiales de una obra de arte literario. Una de las corrientes que alimentaron este movimiento fue la reacción contra el romanticismo, contra la creencia romántica de que la función de una obra de arte era la de expresar la personalidad del autor y que la función del crítico era la de registrar su propia reacción emocional a lo realizado por el autor. Este nuevo clasicismo veía la obra literaria como caracterizada por la precisión de las imágenes y por el orden. Aquellos escritores del Sur de los Estados Unidos que deploraban el individualismo caótico de la moderna civilización industrial y que esperaban el establecimiento de una clase de orden más tradicional, tanto en la vida como en el arte, reaccio-ban como meridionales ante los problemas especiales del Sur y afirmaban el sentido meridional de tradición y
87
orden con relación a lô que consideraban confusio
nes corruptoras de la vida industrial del Norte. El mo
vimiento agrario del Sur, en los años veinte, era deli
beradamente reaccionario en cuanto deseaba restablecer
los ideales y normas de una forma de vida preindus-
trial. Este estado de ánimo se manifestó en la crítica
literaria en la revista The Fugitive, fundada por John
Crow Ransom y Allen Tate en 1922, y dirigida con
juntamente por ellos desde 1922 hasta 1925.
Mientras tanto, había estado surgiendo un movimien
to antirromántico de otras fuentes. El crítico y filóso
fo inglés T. E. Hulme había escrito, en los años que
precedieron inmediatamente a su muerte durante la
primera guerra mundial, en 1917, una serie de ensa
yos en los que atacaba el subjetivismo y vaguedad de
la literatura romántica y aconsejaba el empleo de imá
genes "secas y duras" en la poesía, así como la obje
tividad y la disciplina en el arte en general. Hulme
creía "que el hombre es, por naturaleza, malo o limi
tado y que, por lo tanto, sólo puede realizar algo de
valor mediante disciplinas de carácter ético, heroico
o político", y como una de las consecuencias de esta
creencia veía el abandono del optimismo romántico
acerca de la naturaleza y posibilidades del hombre. Las
opiniones de Hulme influyeron sobre TV S. Eliot y se
reflejan en el influyente ensayo de Eliot, La tradición
y el talento individual, que apareció por primera vez
en 1917. En este ensayo decía Eliot: ".. .el poeta tiene,
98
no una 'personalidad' que expresar, sino un medio es
pecial, que es sólo un medio y no una personalidad, en
el que las impresiones y las experiencias se combinan
de manera peculiares e inesperadas. Impresiones y ex
periencias que son importantes para el hombre pueden
no tener lugar en la poesía, y las que adquieren impor
tancia en la poesía pueden desempeñar un papel muy
insignificante en el hombre, en la personalidad." Eliot
rechazó la opinión de Wordsworth de que la poesía
tiene su origen en "la emoción recordada en la tran
quilidad" y afirmó que la "poesía no consiste en libe
rar emociones, sino en huir de la emoción; no es la
expresión de la personalidad, sino una huida de la
personalidad". Aquí, como en los críticos del Sur, la
insistencia está en el oficio, en la obra de arte como
ordenación significativa de imágenes, más que en el
efecto emocional de la obra sobre el lector o en su
significado autobiográfico para el autor. La poesía —in
sistía Eliot— tenía que considerarse como tal y no como
otra cosa. No era biografía y no era historia, ni era
parte de la historia de las ideas. Era una estructura
intemporal de significado, que había de considerarse
idealmente como si fuera contemporánea y anónima.
Este último punto representa un desarrollo ulterior
de las ideas de Eliot por los críticos norteamericanos
de los años treinta. Pero es un desarrollo del mismo
movimiento. Ya se derivara de la ideología conscien
temente reaccionaria de los Fugitivos del Sur, o de la
09
insistencia de Hulme en la precisión y la disciplina, o
de los argumentos de Eliot en pro de la impersonalidad
del arte, éste era un movimiento que tenía como uno
de sus principales objetivos el rescatar de la biogra
fía y de la historia la obra de arte literaria y el des
cubrir su singularidad. ¿Qué es lo que distingue el
empleo literario del idioma, y en particular el empleo
poético del idioma, de otras maneras de utilizar éste?
¿Qué es lo que un poema es de manera única? Estas
son las preguntas que la Nueva Crítica (como llegó a
ser denominada) trataba principalmente de contestar.
Pero no bastaba con decir que la poesía tiene que
caracterizarse por la claridad y precisión de las imáge
nes, de una parte, y por la impersonalidad, de la otra.
La influencia de la poesía simbolista francesa, que
llegó a través de Eliot, asi como por otros caminos,
sugirió que la imagen, por clara y precisa que fuera
como imagen, debiera ser colocada en el conjunto de
imágenes de tal manera que adquiriera matices de
significado bastante más sutiles ( y al mismo tiempo
bastante más precisos) que todo lo que pudiera lograr
se en la prosa ordinaria. En segundo lugar, la influen
cia de los poetas metafísicos ingleses del siglo xvn,
que había venido aumentando desde la publicación
en 1912 de la gran edición de H. J. C. Grierson de los
|ioemas de John Donne, añadió un nuevo criterio. Este
era el ingenio. En 1921, en su famoso ensayo sobre los
poetas metafísicos, Eliot subrayaba el hecho de que
100
en estos poetas el pensamiento y el sentimiento iban juntos, mientras que en los poetas posteriores se ha
bían separado. "Para Donne, un pensamiento era una experiencia ; modificaba su sensibilidad", escribía Eliot. Por otra parte, "Tennyson y Browning son poetas, y
piensan; pero no sienten su pensamiento tan inmedia
tamente como el olor de una rosa". Este nuevo aprecio
de los poetas metafísicos ingleses significaba un nuevo
aprecio del vigor intelectual de la poesía y del em
pleo en serio del ingenio. En el siglo xix, el ingenio
había quedado relegado sobre todo a la poesía có
mica. Artificios tales como el juego de palabras se
consideraban cómicos e ¡impropiados para la poesía
seria. Pero ahora los críticos exigían a la poesía una
textura intelectual más vigorosa, con artificios inge
niosos como el juego de palabras utilizadas como lo
habían sido en el siglo xvu, a fin de conseguir iro
nías y ambigüedades.
Con el ingenio llega la ironía. En una conferencia
titulada Poesía para e impura, pronunciada en Prin
ceton en 1943, Robert Penn Warren, meridional de
origen y bien conocido como novelista, poeta y críti
co, resumió una generación de discusiones acerca de
la importancia de la ironía en la poesía. Insistía en
que, en un poema amoroso, por ejemplo, el poeta no
debe mostrarse ingenuamente solemne acerca de la
pureza e intensidad de sus sentimientos; para que
su poema quede protegido contra el ridículo y la pa-
101
rodia, ha de contener alguna especie "de afirmación
contraria irónica. El amor es puro y hermoso, y apa
sionado ; pero también es pujante, físico y cómico.
Si el poeta no muestra en absoluto conciencia de estos
últimos aspectos, se hace vulnerable a la burla. Warren
compara los jardines de los poetas eróticos victoria-
nos con el jardín de la Verona de Shakespeare, donde
Romeo y Julieta cambian sus apasionadas declaracio
nes de amor, mientras Mercucio hace fuera sus chistes
obscenos. "¿En qué términos llega el poeta a un acuer
do con Mercucio?", pregunta Warren. Hay muchas
maneras, contesta. Lo importante es que el poeta tie
ne que llegar a un acuerdo con Mercucio; es decir,
tiene que incluir de alguna manera una irónica de
claración contraria a su declaración emocional princi
pal. El poeta no tiene que ser el héroe ingenuo de sus
propios poemas. Esto es lo que era Shelley, a los ojos
de la Nueva Crítica, y esto es por lo que Shelley es
tenido por poeta inferior a Donne, a Pope y a Gerani
Manley Hopkins, pues todos estos últimos poetas uti
lizan el ingenio y la ironía de una u otra manera para
modificar o comentar su significado superficial.
El movimiento moderno ha tenido profunda con
ciencia de las maneras en que la retórica de la co
municación de masas ha vulgaií/ado el significado. Es
por esto —argumentaba Aller» Tate en 1933. en su
ensayo titulado Tensión en. la poesía— "por lo que
muchos poetas se sienten obligados a inventar lengua-
102
jes privados o muy restringidos". Es "porque el len
guaje público ha llegado a quedar profundamente im
pregnado de sentimientos de masas". El interés lite
rario de un poema —aducía Tate en su ensayo— no
reside en su simple comunicación de una línea de sig
nificado que avanza hacia una conclusión que es como
la culminación de todo ello; ni reside simplemente en
su simple expresión de la emoción autobiográfica del
poeta. La extensión del poema, su movimiento lógico
desde un punto al siguiente y así hasta su conclusión,
y su intensión o intensidad; la carga emocional del
poeta y el desarrollo metafórico, son ambas menos im
portantes que lo que él denomina la tensión, "la plena
estructura organizada de toda la extensión e intensión
que podemos encontrar en el poema". La plena com
plejidad de significado poético trasciende tanto al mo
vimiento de ideas parafraseable como al desarro
llo metafórico en cualquier punto. La poesía —insis
te— no os mera comunicación de ideas o actitudes:
es una compleja estructura de significado que lia de
ser leída y apreciada como tal.
Un argumento análogo se encuentra en el ensayo
de John Crowe Ransom, Poesía: una ñuta de onto
logia, escrito en 1934. Ransom distingue tres clases
de poesía. Existe la "poesía física", que trata de cap
tar las cualidades precisas de las cosas utilizando el
tipo de imágenes rigurosas, claras y exactas aconse
jadas por T. E. Hulme y por los poetas imaginistas
103
que en cierto grado procedían de Hulme. Pero la pre
sentación exacta de las reacciones humanas a los ob
jetos físicos, aunque una actividad meritoria, no es
realmente satisfactoria: es demasiado limitada. La
segunda clase de poesía de Ransom es lo que llama
"poesía platónica", que es la que trata de hacer que
el lector adopte una determinada actitud ética. Consi
dera que esto es "falsa poesía", y acusa a Shelley y
Tennyson, entre otros poetas del siglo XIX, de ha
berla producido. Su tercera clase es la "poesía meta
física", que utiliza lenguaje metafórico y figurativo de
otro tipo para sorprender al lector y provocar en él
percepciones nuevas y estimulantes del tema.
En otro lugar, Ransom ha establecido una impor
tante e influyente distinción entre la textura y la es
tructura de un poema. La textura es la calidad de la
expresión en cualquier punto dado, enriquecida por
toda clase de artificios metafóricos apropiados., a fin
de abarcar plenamente la cualidad de las cosas a que
se alude; la estructura es el argumento parafraseable.
La disertación científica, para Ransom, es exclusiva
mente estructura y carece de textura: trata de genera
lidades, no de particularidades. La poesía tiene a la
vez estructura y textura, y sólo al pasar el poema por
los intrincamientos y particularidades de la textura lo
cal en su desarrollo se hace verdaderamente significa
tiva y verdaderamente poética la estructura. La ana
logía de esta manera de ver con la teoría de la "ten-
104
sión", de Tate, es parte de un parecido de familia entre todos esos críticos modernos interesados en se
parar las cualidades diferenciales específicas del dis
curso poético como algo distinto del científico o his
tórico. Debiera añadir que aunque la mayor parte de
estos críticos se refieren al arte literario en general,
casi siempre prefieren ilustrar sus argumentos con
ejemplos de poemas líricos.
Mientras tanto, I. A. Richards, en Inglaterra, había
estado elaborando ideas acerca de la naturaleza del
significado poético y su distinción del significado cien
tífico que habían de ejercer considerable influencia
sobre todo el movimiento crítico moderno. En su libro
Ciencia y poesía, publicado en 1926, argumentaba Ri
chards que la poesía no se ocupa de hechos científi
cos o históricos. Se ocupa de lo que él llama "seudo-
proposiciones", y "una seudoproposición es cierta si se
ajusta y sirve a alguna actitud o enlaza entre sí ac
titudes que por otros motivos son convenientes". Ri
chards distingue entre lo que llama "significado refe-
rcncial", que pertenece a la ciencia y otras clases de
literatura informativa, y "significado emotivo", que
pertenece a la poesía y cuya función no es la comuni
cación de hechos o ideas, sino la comunicación de un
estado de conciencia valioso. Pocos críticos posteriores
han aceptado este aspecto particular del pensamiento
de Richards —que está expuesto en sus Principios de
crítica literaria, 1924—, pero la investigación de las
105
maneras en que actúa el lenguaje, a que llevaron a
Richards sus ideas, ha ejercido gran influencia.
En su esfuerzo por ilustrar y exponer su visión del
"significado emotivo", Richards desarrolló una lectura
de los textos literarios mucho más detenida y sensi
ble de lo que había sido usual hasta entonces entre
los críticos. Llevó a la crítica literaria el estudio de la
semántica, de lo que llamaba "el significado del sig
nificado", y al hacerlo contribuyó a fomentar el cui
dadoso examen analítico individual de los poemas que
ha llegado a ser tan característico de la crítica mo
derna. Hemos visto ya cómo los críticos del Sur, alen
tados por la tradición crítica derivada de T. E. Hulme
y T. S. Eliot, habían insistido en explorar minuciosa
mente la técnica del artista literario y habían así prac
ticado y fomentado una rigurosa crítica analítica. La
influencia de Richards dio nuevo impulso a la misma
clase de rigor analítico. No es de extrañar, por lo tan
to, que la Nueva Crítica haya estado caracterizada por
sutiles procedimientos analíticos, y que el tipo más
descuidado y personal de trabajo de gran parte de la
crítica de los sig!os XIX y xx, en la que tanto se
emplean las generalizaciones, haya sido enérgicamente
atacado por la más representativa crítica norteameri
cana de nuestro tiempo.
Estudio de la técnica del escritor: así es como po
dría describirse gran parte de la Nueva Crítica. ¿Qué
pasa en una obra de arte literario, especialmente en
106
un poema? ¿Cómo actúa aquí el lenguaje? ¿Cómo se
utilizan las imágenes? ¿Qué totalidad de significado
se logra y de qué manera? Estas son las preguntas que
hace la nueva crítica, y las hace siempre con el propó
sito básico de demostrar que la obra de arte literaria
es "ella misma, y no otra cosa", que jamás debe con
fundirse con la literatura descriptiva, informativa o
persuasiva. Uno de los más agudos y polifacéticos de
los nuevos críticos, que estudia la técnica del escritor
con una especie peculiarmente atractiva de ingenio e
incluso jovialidad, es R. P. Blackmur. En las muchas
colecciones de ensayos críticos de Blackmur se inves
tigan las maneras en que las ideas pueden ser absorbi
das por la técnica dándoles significado poético, y la
relación entre las ideas, la imaginación y la técnica.
En su efecto sobre el estudio académico de la len
gua inglesa, la Nueva Crítica ha contribuido a desacre
ditar el curso de revisión, con sus amplias generali
zaciones históricas y su tratamiento de la literatura
como documentos en la historia de las ideas, y a
destacar la descripción analítica detallada de deter
minadas obras. Durante los veinte años últimos han
estado saliendo de las prensas libros de texto destina
dos a adiestrar al estudiante en la descripción analíti
ca. Es notable entre ellos La comprensión de la poesía,
de Robert Penn Warren y Cleanth Brooks, cuya prime
ra edición se publicó en 1938. Cleanth Brooks ha sido
un destacado representante de la Nueva Crítica y uno
107
de los principales propagandistas de la misma. En su
libro La poesía moderna y la tradición, publicado en
1939, estudiaba la poesía inglesa desde el punto de
vista de quien adoptaba los criterios de empleo sim
bólico de las imágenes, complejidad de organización,
ironía y paradoja, criterios que debían mucho a las
ideas críticas de Hulme, Eliot, el grupo Fugitivo, I. A.
Richards y el crítico inglés F. R. Leavis. En conse
cuencia, exaltaba a todos los poetas de la tradición
"simbolista-metafísica" y rebajaba a todos los que no
pertenecían a ella. En posteriores estudios críticos,
Brooks, como otros representantes de la Nueva Críti
ca, ha mostrado más amplitud de criterio, pero aun así
no admira a ningún poeta del que no pueda probar
que es irónico y paradójico. En un ensayo titulado
El lenguaje de la paradoja, que ipareció en 1942
y que ha sido reproducido en varias antologías de
crítica, Brooks sostenía que "hay un sentido en el que
la paradoja es el lenguaje apropiado e inevitable de la
poesía. Es el hombre de ciencia el que necesita un
lenguaje exento de todo vestigio de paradoja; al pa
recer, la verdad que el poeta manifiesta sólo puede ser
expresada en términos de paradoja". Procedía luego a
mostrar que incluso en un poema que puede parecer
perfectamente sencillo y directo en la superficie, como,
por ejemplo, el soneto de Wordsworth sobre el puente
de Westminster, hay una expresión de una situación
108
paradójica, y que es de esta situación paradójica de donde nace la fuerza del poema.
El hombre de ciencia emplea un significado de refe
rencia —argumentaba Richards—, mientras que el
poeta emplea un significado emotivo. Para John Crow
Ransom, la literatura científica utiliza estructura, pero
no textura, mientras que la literatura poética utiliza
ambas cosas. Para Rrooks. el científico necesita un
lenguaje exento de paradoja, mientras que el poeta
la necesita. Puede verse aquí el común interés por
establecer una diferenciación entre la ciencia y la poe
sía, que ha sido una importante característica de la
teoría y la práctica modernas de la crítica. En una
era científica —parece ser la suposición implícita—
la poesía no puede competir con la ciencia en ningún
terreno común; tiene que demostrarse que la poesía
(y la literatura imaginativa en general) es algo abso
lutamente aparte, tanto en su manera de manejar el
lenguaje como en su valor, para que pueda ser debida
mente defendida.
Un resultado de esta insistencia en la singulari
dad de la manera literaria, y especialmente poética,
de utilizar el lenguaje ha sido una cierta fricción en
tre el historiador de la literatura y el crítico literario.
El crítico se interesa por la estructura de significado
de una determinada obra de arte literario, mientras que
el historiador trata de llegar a generalizaciones acer
ca de las obras de un período y de su relación con la
109
cultura que las ha producido. El historiador no puede
dejar de ver las obras literarias como documentos, en
cierto sentido, en la historia de las ¡deas; tiene tam
bién profunda conciencia de los cambios de significa
do de las palabras y de la medida en que el significado
de las palabras escritas en el pasado no puede apre
ciarse plenamente sin algún conocimiento de los há
bitos intelectuales del período correspondiente. La ten
dencia de los Nuevos Críticos a ver un poema como
una estructura intemporal de significados que puede
analizarse sin referencia a los significados específicos
de las palabras en un determinado momento del tiem
po ha irritado a algunos de los humanistas de espí
ritu conservador que pensaban que la Nueva Crítica
pretendía liberarse por completo de la disciplina his
tórica. Es ya evidente, sin embargo, que los Nuevos
Críticos jamás pretendieron tal libertad; más bien
considerarían cualquier investigación histórica de lo
que ciertas palabras significaban en determinado mo
mento, o de un sistema pertinente de ideas del pe
ríodo en que fue producida la obra, como un esta
blecimiento preliminar necesario del texto (como la
preparación de un manuscrito o quizá como el apren
dizaje de una lengua extranjera antes de poder leer
nada escrito en esa lengua). Considerarían tal activi
dad como a menudo necesaria, pero precrítica. La crí
tica, para ellos, comienza con una investigación de la
110
manera eh què se hace actuar a las palabras en la obra de arte literario de que se trate.
Otro resultado del método analítico de los Nuevos
Críticos, y una acusación más grave contra el mismo,
es que ha reducido toda la poesía a una fórmula (tal
como paradoja o "estructura y textura") y que desta
ca la mera ingeniosidad del análisis. Cualquier cosa
puede demostrarse que es paradójica o irónica si el
crítico pone suficiente empeño en ello, y ¿quién deter
minará en qué moment-,) deja el crítico de leer lo que
está realmente en el texto y comienza a ver un la obra
fantásticos significados que en ningún sentido real es
tán allí? El crítico inglés William F.mpson, que co
menzó como discípulo de Richards y que ha producido
algunos análisis brillantemente ingeniosos del signifi
cado de obras literarias, ha ejercido considerable in
fluencia sobre los más jóvenes Nuevos Críticos norte
americanos. Pero los estudiosos norteamericanos han
recusado las interpretaciones de Empson con razones
históricas y con referencia al convencionalismo, dentro
del cual escribían los autores conespondientes. Las
palabras no podían haber tenido los significados que
el crítico les atribuye, y un análisis que supone que
tenían esos significados nos aparta de la obra misma
en vez de hacernos prolundizar en ella.
Se ha afirmado que la Nueva Crítica ha alentado
el ejercicio del ingenio analítico por personas que no
tienen verdadera conciencia de lo que es la literatura,
111
que ha fomentado el empleo de una jerga presun
tuosa y que ha llevado ia crítica a una esfera técnica
altamente especializada en la que no es posible que
sea apreciada por el lector ordinario, de modo que
sólo es leída por otros críticos. Se ha dicho, además
—y esta es quizá la más grave de las acusaciones
hechas contra la Nueva Crítica—, que ha desatendi
do por completo la relación de la literatura con la
vida, las maneras en que la literatura ilumina la vida
y las ideas nuevas y satisfacciones que realmente da
a los lectores, y que la ha reducido a un complicado
acertijo de interés solamente para los profesionales de
la literatura. En su protesta contra los erróneos con
ceptos vulgares, contra las confusiones entre el uso
poético y el uso científico del lenguaje, contra las
confusiones entre la poesía y la retórica o entre obras
de literatura y obras de edificación moral directa, los
Nuevos Críticos —se ha dicho algunas veces— pue
den haber ido demasiado lejos y haberse colocado en
una posición en la que parecen dar a entender que la
finalidad última del arte es la de producir su análisis
por el crítico, y que la función de la crítica es la de
adiestrar a otros críticos a adiestrar a otros críticos a
adiestrar a otros críticos en una estéril sucesión aca
démica de ingeniosos analizadores que sólo hablan en
tre sí.
Todo movimiento crítico puede ser llevado a extre
mos ridículos, y la Nueva Crítica ha tenido represen-
112
tantes estrictos y extremado?. Además, ninguna posi
ción crítica debe creerse capaz de decir toda la verdad
acerca de la naturaleza del arte en general o de la
calidad y significado de una determinada obra. Pero
los movimientos críticos fructíferos llaman la aten
ción sobre aspectos olvidados o hasta entonces des
atendidos del arte. La reacción moderna contra un ro
manticismo marchito fue necesaria; la insistencia en
un análisis estricto, en la interpretación detallada de
los textos, fue un saludable correctivo de las gárrulas
generalizaciones que a menudo pasaban por crítica a
comienzos de este siglo. La Nueva Crítica, con su lema
de "¡Atended a la obra! ¡Examinad el texto!", en
señó a los lectores a acercarse a las obras literarias
directamente, en vez de a través de "apreciaciones"
predigeridas o de historias en conserva que les decían
de antemano, en los términos más generalizados, qué
cualidades iban a encontrar. Si han pasado ya los
días en que los estudiantes podían, aprobar un exa
men de literatura simplemente con aprenderse de me
moria listas de adjetivos aplicables a determinados es
critores, esto ha sido logrado en gran medida gra
cias a la Nueva Crítica. Aunque no es cierto —si se
me permite expresar una opinión personal— que toda
la buena poesía sea paradoja., ni que el contrapunto de
estructura y textura se encuentre siempre en un poema,
es cierto que para comprender y apreciar debidamente
una obra literaria hay que leerla. La Nueva Crítica
113
lia enseñado a leer a toda una generación. Si a ve
ces le enseñó a leer fuera del contexto humano que era
lo único que daba significado a lo escrito, el defecto
era quizá inevitable en un movimiento originado en
gran medida como reacción contra la efusión román
tica.
El término de "Nueva Crítica", tal y como ha sido
generalmente utilizado durante algún tiempo, es a me
nudo restringido a ese tipo de rigurosa descripción
analítica de determinadas obras literarias, con su de
tenida lectura del texto, que se desarrolló a partir de
la moderna reacción neoclásica. Hay, sin embargo,
otras fases importantes de la moderna crítica norte-
mericana que forman parte asimismo de la Nueva
Crítica en su definición más amplia. El interés por la
manera de actuar el lenguaje en la poesía llevó a un
estudio de la metáfora y de su lugar en la expresión
poética, y el estudio de la metáfora fue enlazado por
algunos críticos con el estudio del mito. El estudio
del mito, a su vez, fue alentado por nuevos descubri
mientos de la antropología y la psicología. Los estu
dios sobre el lugar del mito y el símbolo en las civi
lizaciones primitivas y en las literaturas iniciales fue
ron enlazados con estudios semánticos y críticos sobre
la manera de actuar el lenguaje en la poesía. El pro
fesor, de origen alemán, Ernest Cassirer, en su Filo
sofía de las jormus simbólicas, publicada entre 1923 y
1CJ29, dio una base filosófica (en gran parte kantiana)
114
a este nuevo estudio del mito y del símbolo, y Su
zanne K. Langer desarrolló las teorías de Cassirer en
Filosofía en una nueva clave, libro influyente publica
do en 1942 y en el que se exploraba el mito como
medio de conocimiento; en un libro posterior de
Mrs. Langer, Sentimiento y jornia, publicado en 1953,
se aplicaba este análisis a la presentación de una vi
sión simbolista de las artes. Así, ideas antropológicas,
psicológicas, semánticas y críticas se unieron para
alentar lo que ha sido denominado el aspecto de "mito
y metáfora" de la Nueva Crítica. Se recurrió tam
bién al estudio del folklore y el ritual para aclarar los
modos en que actúa el lenguaje poético y para explicar
el significado de ciertos argumentos básicos en el dra
ma y la novela.
La psicología utilizada por la escuela de "mito y
metáfora" era más a menudo la de Carl Jung que la
de Freud. El concepto de Jung de la memoria racial y
del inconsciente colectivo y su noción de los "arque
tipos" —imágenes cuyo poder se deriva de su larga
historia en el inconsciente colectivo— resultaron es
pecialmente fructíferas para la crítica literaria. En
Inglaterra, el libro de Maud Bodkin Modalidades ar-
(juetípicas de poesía, publicado en 1934, investigaba
algunas de las maneras en que estas situaciones e imá
genes primordiales explicaban el efecto causado por
ciertas grandes obras literarias. Desde entonces, mu
chos críticos norteamericanos han desarrollado muy
115
considerablemente esta clase de análisis. En La bús
queda del mito, que se publicó en 1949, Richards
Chase llega hasta a ver toda poesía genuina como una
forma de mito. Este tipo de enfoque resulta espe
cialmente provechoso con escritores tan evidentemente
simbólicos y utilizadores de mitos como Herman
Melville y Nathaniel Hawthorne; se ha utilizado tam
bién eficazmente para discutir a Shakespeare, sobre
todo una obra como El rey Lear, que tiene poderosos
elementos míticos. El peligro del método es que puede
ser simplemente reductiva, reduciendo obras de arte
grandes y complejas al equivalente de mitos primiti
vos, y haciendo de El rey Lear el equivalente de una
conseja o un verso para niños. El valor del méto
do, por otra parte, consiste en destacar los tipos bá
sicos de significado e interés humano que pueden en
contrarse en obras literarias y en subrayar la conti
nuada pertinencia de la literatura para temas funda
mentales en toda experiencia humana. A este respecto,
actúa como contrapelo de las técnicas más formalis
tas de aquellos Nuevos Críticos que se interesan sobre
todo por demostrar ambigüedades y complejas mo
dalidades de significado. En una serie de ensayos sobre
el Mito, publicada por la Sociedad Folklórica Norte
americana en 1955, se resumía gran parte de la labor
realizada por la crítica reciente relacionando el es
tudio antropológico y psicológico de1 mito con la crí
tica de la literatura.
116
Sería un error que al discutir el desarrollo de las
técnicas de la Nueva Crítica respecto al análisis y de
tenida lectura o al empleo del mito en la investigación
de la metáfora poética y de los argumentos teatrales,
se diera la impresión de que los críticos trabajan jun
tos en escuelas, ateniéndose rígidamente cada escuela
a su propio método. Algunos críticos, naturalmente,
son rígidos en su actitud y en su método, pero en
Dtros encontramos el empleo simultáneo de diferentes
métodos, o que un método determinado se utiliza de
un modo especial e idiosincrásico. Hansom disiente
de Richards respecto a la necesidad de la ironía en la
poesía, y de Eliot en la noción de cómo actúa el
poeta ; Tate y Ransom están los dos en desacuerdo
con el análisis del significado poético de Richards;
y hay muchas otras diferencias entre los Nuevos Crí
ticos, du l a uno de ellos tiene su voz individual: la
casi zumbona elegancia de expresión en Ransom; el
deleite de Blackmur en explorar los ardides del oficio
de escritor; la combinación de acidez y fervor en Tale;
la persuasiva pedagogía de Cleanth Brooks; el disi
mulado empleo de la analogía por Robert l'enn Warren.
Hay otras voce* individuales entre los Nuevos Crí
ticos. Las complejas discusiones de Kenneth Burke
sobre la relación entre la psicología, la retórica y la
forma literaria representan un desarrollo original de
cierto número de tendencias modernas. Kl ataque de
Y\or Winters a la poesía y a la crítica de Eliot y su
117
insistencia en la estructura racional de un poema
muestran un tipo de clasicismo moderno diferente del
que he discutido. La combinación de investigación so
cial y psicológica, ampliamente fundamentada, que
puede encontrarse en la crítica de Edmund Wilson, da
algo mucho menos técnico y de más atractivo para el
lector general que el producto característico de la Nue
va Crítica. Lionel Trilling es otro crítico influyente
que ha aprovechado las disciplinas analíticas desarro
lladas por los Nuevos Críticos, cultivando al mismo
tiempo un tipo de crítica que de una amplia manera
humanista relaciona las obras de arte literario con los
intereses generales de la cultura; Trilling ha aprendido
también mucho de la psicología moderna.
Parte de la más interesante crítica moderna se ha
desarrollado conjuntamente con movimientos parale
los en la literatura creadora. Muchos de los Nuevos
Críticos son también poetas o novelistas. Robert Petin
Warren y Allen Tate son ambas cosas ; Ransom es
poeta; también lo es Ivor Winters. Así, aunque la
crítica moderna se ha hecho rtllicho más especializada
y técnica que lo había sido jamás antes en el mundo
de habla inglesa, ha estado, sin embargo, trabajando
en íntima asociación con la labor creadora. Los ensa
yos críticos de T. S. Eliot reflejan los ideales poéticos
que estaba aplicando en su poesía; los poemas de John
Crowe Ransom, de mesurado ingenio y bella forma,
muestran esa combinación de precisión de imágenes y
118
sutileza metafórica ojue el poeta aconseja en su crí
tica. También Richard Blackmur ha escrito poemas
en los que pone en práctica algunas de las teorías
referentes al oficio poético que discute en sus ensa
yos críticos. Se ha argüido, con cierta razón, que un
crítico que practica también la creación literaria es
tará inclinado a defender en su crítica sólo el tipo
de creación afín a su talento creador. Así, la exaltación
de la tradición simbolista-metafísica en la poesía, por
encima de otras tradiciones, puede atribuirse al hecho
de que los poetas-críticos que han logrado la restau
ración y alta estima de esta tradición estaban todos
temperamentalmente inclinados a seguirla en su pro
pia poesía.
El espíritu de la época y las necesidades psicológi
cas y emocionales de la primera mitad del siglo ac
tual contribuyeron a que se creara esta preferencia.
El menosprecio de los románticos y la exaltación de
los metafísicos y simbolistas; el rebajamiento de
Shelley y Tennyson y la exaltación de Donne y
Hopkins y, en la poesía norteamericana, la preferen
cia de Emily Dickinson a Walt Whitman, todo ello es
taba vinculado a los sentimientos más profundos de la
época. Desde un punto de vista ideal, puede mantener
se que el crítico debiera estar por encima de las mo
das literarias y apreciar lo mejor producido por dife
rentes tradiciones. Pero cuando el crítico está tan es
trechamente asociado al movimiento creador de su
119
época como lo han estado los críticos modernos, se
convertirá inevitablemente en defensor y expositor del
mismo. Así, Wordsworth, en su Prefacio a la segunda
edición de las Baladas líricas, elaboró una teoría de
la poesía que justificaba sus propios métodos. Eliot
y late y Ransom han hecho lo mismo. Wordsworth
necesitaba desvalorizar la poesía inglesa del si
glo xviii para quedar en libertad de actuar de la
manera apropiada a su genio. Quizá el antirromanti-
cismo de la Nueva Crítica representó una necesidad
creadora análoga.
En cualquier caso, puede afirmarse confiadamente
que el siglo xx en Norteamérica ha demostrado ser
el más grande período de crítica conocido en la histo
ria literaria británica o norteamericana. Las mentes
más creadoras se aplicaron a la crítica; tanto, que Ri
chard Blackmur ha afirmado, con perdonable exagera
ción, que el aspecto más creador de la moderna lite
ratura norteamericana es su crítica. Naturalmente, los
muchos practicantes rutinarios de las técnicas críticas
de moda no son nada creadores, pero no puede juzgar
se un movimiento por sus seguidores rutinarios. En
sus más egregias manifestaciones, la nueva crítica
explora la naturaleza del significado literario con nue
vas formas de comprensión y examina con curiosidad
delicada y sutil cuestiones que anteriores críticos con
sideraban como misterios ante los que sólo eran posi
bles las exclamaciones de admiración. Es quizá erró-
120
heo en un critico creer que en la literatura creadora
todo puede explicarse mediante el análisis descriptivo,
pero entre los dos extremos de decisión de investigar
lo que hay en una obra de arte y de cultivo de una
admiración incoherente, la mente moderna elegirá cier
tamente el primero.
Volvemos, pues, al término "clásico". Es clásico
creer que la mente inquisitiva puede explicarlo todo,
y es romántico creer, por otra parte, que las verdades
esenciales de arte son misterios que sólo pueden ser
aprehendidos intuitivamente. La Nueva Crítica está
resueltamente del lado de la mente inquisitiva. La na
turaleza de su investigación ha estado en parte determi
nada por su insistencia en diferenciar el arte literario
de otras clases de literatura, de modo que tiende a
discutir no todas las cualidades del arte literario,
sino sólo sus cualidades diferenciales. Así, Cleanth
Brooks, como hemos visto, sostiene que toda poesía
es paradoja y no se preocupa suficientemente de si
no tiene que ser también algo más para ser poesía.
Lo que que la literatura imaginativa tiene de común
con otras clases de literatura no es, generalmente,
discutido por los Nuevos Críticos.
El saldo a favor de la Nueva Crítica sigue siendo im
presionante. Como he dicho, enseñó a leer a una ge
neración. Debiera añadir que le enseñó también a
reflexionar sobre el significado, a prestar atención a
lo que una obra de arte literario realmente significa.
121
Si no aclara directamente las maneras eri que el arte
explora el significado de la experiencia, lo hace a me
nudo indirectamente al aumentar nuestro conocimiento
de cómo funciona el lenguaje en la literatura. El len
guaje fue creado por los hombres en respuesta a ne
cesidades humanas, de modo que, en último análisis,
cuanto más profundamente apreciemos cómo actúa el
lenguaje, mejor comprenderemos las cosas humanas.
Los Nuevos Críticos, con su insistencia en estudiar el
oficio, rehuyeron insistir en esto. Pero esa consecuen
cia no deja por ello de estar ahí. Nos dicen lo que
es la literatura y cómo actúa, dejándonos que deduz
camos por qué es importante. Ya esto representa un
logro notable.
122
La segunda revolución de Estados Unidos
Por Qerald Syk(s
(REPRODUCIDO CON AUTORIZACIÓN ESPECIAL DE «THE SATURDAY EVENING POST».)
(g) 1962 BY T H E CURTIS PUBLISHING COMPANY.
SI alguna preocupación es compartida unánime
mente por los más egregios pensadores de nues
tra época, es la preocupación por el hombre
mismo. Hombres de ciencia, historiadores, poetas, teó
logos, novelistas y filósofos, todos han advertido que
el hombre no muestra aún indicios de poder llegar a
comprender sus nuevas responsabilidades, representa
das de la manera más impresionante por sus nuevas
armas. El antropólogo Loren Eiseley expresó un resu
men de las opiniones cultas cuando dijo: "No hemos
conquistado verdaderamente a la Naturaleza, pues no
nos hemos conquistado a nosotros mismos."
Lo que hay de sombrío en el hombre moderno quedó
notoriamente de manifiesto por vez primera por dos
fracasos del arte político. Luego de 1914 y de 1939,
ni siquiera el observador más propicio a ver las cosas
123
étl su aspecto mas favorable pudo juzgar a nuestro
siglo regido por la sapiencia. Bajo el caparazón de
hombre civilizado quedó a la vista un ser primitivo
y fiero. Una nueva clase de hombre de ciencia vino
a anunciar que este ser salvaje era el responsable de
nuestras guerras mundiales y quien nos empujaba a
cometer otros actos contrarios a la ética. Los descu
bridores científicos de este salvaje audaz nos dijeron,
además, que todos le llevamos dentro y que todos so
mos susceptibles a ceder a sus demandas al ser apre
tados a ello. Añadieron que el salvaje es singularmente
asolador cuando no advertimos su existencia. Nuestra
esperanza más válida de exorcizarle era someternos a
una reeducación intensa y dolorosa.
Llamábanse estos nuevos sabios psicólogos de lo
profundo, psicoanalistas. Acaudillados por Sigmund
Freud diéronse a estudiar los odios y los amores es
condidos que hallaron existían en todos los hombres.
Estos psicoanalistas no consiguieron ponerse de acuer
do entre ellos ni alcanzaron conclusiones unánimes,
pero lograron arrojar más luz sobre nuestra angustia
radical que ningún otro grupo de pensadores de nues
tro tiempo.
No obstante la popularidad de los libros sobre psi
cología de lo profundo, no se ha dado cuenta la gente
en general de la contribución de esta escuela al pro
blema del hombre como ser social. Son muchos los que
saben lo que los psicoanalistas han dicho acerca de
124
los ensueños y las emociones, pero pocos son los que
se dan cuenta de que los psicólogos de lo profundo han
escrito largamente sobre las causas de la guerra y las
dificultades de la democracia, acerca del hombre como
ser político y acerca de su capacidad colectiva de sobre
vivir.
Como ciudadanos que piensan hemos de remediar
este fallo de nuestro saber. Bien pudiera depender de
ello la perduración de nuestra especie. Si los psico
analistas pueden ayudarnos a evitar nuevos fracasos
del arte de gobernar, que pudieran resultar aún más
desastrosos que los del pasado, debemos prestarles oído
atento. ¿Qué han dicho estos estudiantes del hombre
acerca del arte de los estadistas? Dado que se trata de
hombres que estudian la naturaleza del hombre de
hombres de ciencia cuya obra está más sujeta a las
influencias de sus propias personalidades que la de,
por ejemplo, los físicos, fuera un error táctico el res
tringirnos a escuchar la opinión de una sola voz. Es
como grupo, creador de un valioso fuego atizado de
divergencias personales, como estos hombres tienen
más que decir.
Los versados en ciencias políticas nos dicen que la
psicología política de la mayoría de la gente es tradi
cional y emotiva. Por lo general, votan como sus pa
dres votaron, y les causa complacencia el hacerlo así.
Más bien que elegir a un candidato que haría por ellos
(y preferiblemente por la comunidad) más que ningún
125
òtro, se dan el gusto de atizar viejas pasiones. Los es
pecializados en ciencias políticas sostienen que semejan
te proceder constituye una grave amenaza para la de
mocracia, cuya supervivencia depende de la inteli
gencia del cuerpo electoral. Con la rémora de un nú
mero excesivo de ciudadanos actuados por sus pasio
nes, una democracia no puede competir con tina dic
tadura capaz de movilizar al pueblo, sin tener en cuen
ta sus prejuicios o sus sentimientos. La esperanza de
la democracia es claramente el enseñar al pueblo a
decidir sabiamente lo que más le conviene.
Como dicen los psicoanalistas, esa clase de ense
ñanza es la más difícil de dar. Es mucho más fácil
enseñar a leer que a pensar en lo leído. El verdadero
obstáculo de la enseñanza es la emoción. La gente pre
fiere guiarse por el instinto y por el sentir más que
por la razón. La clase de cultura que la democracia
necesita exige que cada individuo escudriñe con pa
ciencia y ánimo crítico las fuentes emotivas de sus
errores. Los psicoanalistas han hallado que estos exá
menes individuales acontecen con muy poca frecuencia.
Resumiendo, le es difícil a cualquier hombre condu
cirse racionalmente.
Todo esto parece indicar que la ciencia política ha
demostrado muy excesivo optimismo acerca del hom
bre. El concepto moderno sobre la democracia se for
mó en el siglo xviii, durante la llamada Era de la
Ilustración, cuando se suponía que grandes números
¡2Q
de hombres se comportarían racionalmente algún día.
Según los psicoanalistas, los datos de que se disponen
no confirman tal cosa, y a no ser que la democracia
tenga en cuenta tales datos, es poco probable que sus
ciudadanos reciban algún día la clase de instrucción
que contribuirá a conservar la vida humana.
La advertencia de los psicoanalistas bien puede juz
garse por la historia de cierto hombre culto que, aun
que no era susceptible a las emociones <lel pueblo,
cometió un fatal error político. Fritz Thyssen. el in
dustrial alemán, era hombre competente y culto. Ha
bía hecho gran fortuna en la industria del acero y po
seía una de las mejores colecciones de arte de Europa.
El ambiente político en que maduró no fue ni tra
dicional ni emotivo, sino el de economía sagaz. Nadie
pudiera acusarle de carecer de intereses particulares
sensatos. Y, no obstante, tan grande era su confianza
,en que la sensatez acabaría por dominar sobre la in
sania que dio generoso apoyo económico a Hitler du
rante sus primeros tiempos de lucha. Particularmente,
Thyssen opinaba que Hitler era un insensato, pero que
podría ser dominado por la sensatez. Y por ello le
dio dinero cuando el embrión de dictador más lo pre
cisaba, creyendo que así le compraba. Thyssen se equi
vocó y pagó caro su error. Si hubiese comprendido las
verdaderas fuerzas que movían a Hitler y al pueblo
alemán, Thyssen no hubiese cometido su error y algu-
127
nas deplorables paginas de la historia moderna acaso
no se hubiesen escrito.
El psicoanalista suizo C. G. Jung vio las verdaderas
fuerzas motrices del fascismo hitleriano actuando en
Alemania ya en 1936. Dijo que el Reich estaba en las
garras de "un factor germano primitivo" que recha
zaba el gobierno de la razón. Mas antes de tratar de
comprender lo que Jung quiso expresar, es mejor re
cordar algunos de los anteriores descubrimientos polí
ticos hechos por su maestro, Freud, que analizó otra
índole de gobierno totalitario.
Fn La civilización y sus descontentos, publicado en
1929, Frcud examinó el marxismo desde un punto de
vista nuevo y llegó a la conclusión de que no podía
ser defendido psicológicamente. Suscitó las sospechas
de Freud la pretensión que había atraído a otros al
marxismo, la pretcnsión de los comunistas de haber
librado al hombre de sus desdichas tradicionales.
Escribiendo sobre los comunistas, Freud dijo: "Los
marxistas dicen que el hombre es bueno y amable para
con sus semejantes espontáneamente, pero que el sis
tema de la propiedad privada ha corrompido su natu
raleza. La posesión de propiedad privada da fuerza
al individuo, y de aquí nace la tentación de tratar mal
al semejante... Al abolir la propiedad particular... la.
mala voluntad y la animadversión desaparecerían de-
entre los hombres... Aboliendo la propiedad particular
quitaríamos a la inclinación humana hacia la violencia
128
uno de sus instrumentos, indudablemente fuerte, pefO
desde luego no el más fuerte. No altera en ninguna
forma las diferencias de fuerza e influencia que son
utilizadas por la tendencia a la agresión para sus pro
pios fines, ni cambia la naturaleza del instinto."
En resumen : la acometividad es fundamental en el
hombre y cuando tratamos de hacer caso omiso de ella
es cuando presenta sus manifestaciones más criminosas.
Freud continúa diciendo : "Es suficientemente compren
sible que el ensayo de establecer en Rusia un nuevo
tipo de cultura comunista encuentre apoyo psicológico
en la persecución del burgués. Mas uno se nregunta,
sin embargo, con preocupación, ¿en qué buscarán áni
mos los soviets cuando hayan exterminado su burguesía
completamente?" El libro escrito en 1929 por Freud
parece algunas veces ser un anticipo de los procesos
judiciales de Moscú de 1936. Previo las torturas y ma
tanzas que acompañarían a esos juicios, y también el
efecto desilusionador que tendrían sobre sus simpati
zantes en el extranjero, y lo previo años antes de que
se vieran las causas.
Esta clase de visión penetrante no está aún permi
tida en la Unión Soviética, en donde la existencia de
lo inconsciente, descubierta científicamente por Freud,
no se admite. Está claro que el reconocimiento de las
compulsiones interiores del hombre pronto daría en
tierra con la doctrina marxista de que el mal desapa
recería automáticamente en una sociedad sin clases.
129
Freud vio al hombre trágicamente a la merced del deseo y la agresión, e incluso en los raros momentos de amor humano discernió claramente la presencia del odio. Creen los marxistas que el hombre es inherentemente bueno, que toda su maldad es consecuencia de instituciones indeseables, y sostienen que así que se remedien las instituciones, bajo la dictadura del proletariado, el mal desaparecerá. Freud dice que cuando falseamos de esta forma al hombre logramos hacerle más destructor que nunca. Y al mismo tiempo nos engañamos.
Si Thyssen hubiese leído el ensayo de Jung, Wotan,
cuando se publicó, acaso hubiese previsto lo inevita
ble. Jung citaba a los nazis por su nombre y decía
que se comportaban como si estuvieran "poseídos" por
un "factor psíquico irracional que actúa como un ci
clón sobre la alta presión de la civilización y la arras
tra con su vendaval". A través de la experiencia ad
quirida con los enfermos alemanes que acudían a él
para terapia psíquica, Jung llegó a la conclusión de
que un elevado número de alemanes estaban emotiva
mente en poder de Wotan, el viejo dios teutón.
Al explicar el estado vesánico del pueblo alemán du
rante el período nazi, recurriendo al emotivo mito de
Wotan, Jung quería indicar que los alemanes estaban
sufriendo no tanto las consecuencias de su derrota mi
litar de 1918 y los sufrimientos económicos que a ella
siguieron, sino el resultado de su deseo subconsciente
130
de lanzarse a una orgía de ritos y antiguas señas se
cretas para reconocerse los iniciados.
No obstante, Jung no compartía el pesimismo de
Freud acerca de todos los hombres. Veía la subcons
ciencia no solamente como un almacén de agresiones
y deseos reprimidos, sino como posible venero de re
formación personal. Creía que aprovechándonos de la
virtud terapéutica de la subconsciencia podríamos aca
so sopreponernos a nuestras tragedias más dolorosas.
Mas el empleo benéfico de la subconsciencia no está
al alcance de todos. "Las masas —decía— son brutos
ciegos." Únicamente contados individuos, que se to
man el trabajo de librarse de las ilusiones de las ma
sas, son capaces de educarse verdaderamente y de
alcanzar plenitud.
La importancia que Jung daba al logro personal de
la propia plenitud no era muy del gusto del austríaco
Alfred Adler, el más democrático y esperanzado de
todos los psicoanalistas. El ambiente de cataclismo so
cial que caracterizó las primeras décadas de este siglo
hizo que Adler juzgara que la busca de la propia
plenitud era un puro juego. Igualmente estimó que el
ensombrecido pesimismo de Freud no pasaba de mera
complacencia egotista. Freud, decía, evitó definirse en
política, halló con magnífica brillantez los defectos de
quienes buscan mejorar la situación social del hombre
y se retiró a estudiar en vano los instintos indomeña-
bles que impiden cualquier acto social de provecho.
131
Adler, que trabajó en Viena como funcionario de
instrucción pública, creía en la enseñanza de las masas
y en el progreso social. Estaba de acuerdo con Marx
en que el hombre es bueno de manera innata y está
corrompido por malas instituciones. Mas el hombre
sufre un "complejo de inferioridad", una sensación de
fracaso. El procedimiento de remediar esto es ocuparse
en actos sociales útiles. "Todos los fracasados —escri
bía Adler— son fracasados porque les falta sentirse
identificados con el prójimo y carecen de interés por
la sociedad." Si se aceptasen umversalmente los méto
dos terapéuticos de Adler, el actuar en sociedad, el
mundo tendría menos que temer de los demagogos y
los dictadores. Los cuerpos electorales, ilustrados, exi
girían que imperase la democracia.
La razón por la que no lo son, dijo Erich Fromm,
es que hay, al menos por ahora, demasiada gente que
no está preparada para las responsabilidades de la li
bertad. En Escape From Freedom (Huyendo de la li
bertad), escrito en los Estados Unidos después que
los nacionalsocialistas le obligaron a salir de Alema
nia, Fromm analizó la reacción general contra lo sen
sato y la ilustración que hizo posible el gobierno de
Hitler. Hitler encontró a gran cantidad de gente teme
rosa de la libertad y este miedo era poco menos que
una invitación a la dictadura. Este temor era percep
tible no solamente en los alemanes, sino en muchos
otros hombres modernos. Desde la Edad Media, obser-
132
vó Fromm, ha aumentado paulatinamente el individua
lismo a la par que el dominio de la naturaleza por el
hombre y su capacidad para razonar. Esto ha supues
to también una sensación de aislamiento e inseguridad
en la mayor parte de nosotros. Hoy, sometidos a pre
siones sociales en aumento, son muchos los que, rehu
yendo por temor la responsabilidad moral de su con
ducta como individuos, han reaccionado sea adoptando
la mentalidad del rebaño o afectando falta de interés
por los problemas.
Las personas constituidas en masa siempre resultan
susceptibles a una u otra clase de histeria, dice Fromm.
Por eso la democracia puede siempre resultar amena
zada gravemente por la dictadura, que siempre se es
tablece halagando las emociones. Mas algún día, gra
cias a la educacin psicoanalítica, incluso las masas al
canzarán la madurez, porque el hombre es bueno de
manera innata y capaz de alcanzar la plenitud intelec
tual. Todo lo que precisa, sigue diciendo Fromm, es
una educación adecuada, que ha de comenzar por su
vida emotiva. El mal será derrotado por el conoci
miento. Fromm, hombre esperanzado y popular, ha
buscado reunir la terapia, pero no el pesimismo de
Freud con el optimismo de Marx.
Incluso esta rápida ojeada a unos cuantos de los pos
tulados políticos de los psicoanalistas da la sensación
de que estos hombres suscitan problemas fundamen
tales de nuestra ansiedad básica. Es cierto que algunas
133
veces la ecuación personal transmuta las conclusiones de los psicoanalistas en especulaciones más que en hallazgos científicos. La naturaleza del asunto hace esto inevitable, y de hecho es preferible, ya que la conducta humana no se presta a explicaciones formales y sistemáticas. La personalidad de cada uno de los psicoanalistas no les ha impedido contribuir de manera importante y objetiva a la investigación. Nos dicen por qué el hombre nos causa preocupación intensa y qué debe liacer el hombre para lograr la clase de ilustración que necesita de manera tan desesperada.
Inclinémosnos personalmente hacia los optimismos populares de Adler y Fromm, o hacia los pesimismos menos populares de Freud y Jung, nuestro problema político objetivo sigue siendo el mismo : podemos ser destruidos por la ignorancia o la emoción, o por ambas cosas operando calamitosamente de consuno. Lo primero que hay que hacer para salvarse es, por tanto, darse cuenta de la propia ignorancia y de la propia posibilidad de incurrir en graves errores emotivos. Más tarde, quizá sea posible ayudar a otros a dar estos primeros pasos por el camino que lleva a la madurez, pero el movimiento inicial solamente n'.>s atañe a nosotros mismos.
Las pruebas ofrecidas por esta psicología parecen indicar que es poco probable que muchos de nosotros; alcancemos la madurez en un tiempo futuro previsible. Sobre las espaldas de estos pocos caerán las cargas
184
principales del caudillaje democrático, en tanto que
la inmensa mayoría se debate para defender la liber
tad que les ha sido otorgada. Esta libertad, nuestra
herencia legítima, es política y no ha de confundirse
con la libertad psicológica o filosófica, la cual cada
individuo ha de conquistar personalmente.
Los fundadores de nuestra República en el si
glo xviii, parece que confiaron en que la primera de
esas libertades conduciría inevitablemente a las otras
dos. Hoy vemos que sus esperanzas eran excesivas.
Emerson corrigió a los Fundadores en este punto en
1841, en su Self Reliance (Confianza en sí mismo), y
ahora él ha sido corregido más fundamentalmente por
los psicólogos de lo profundo, que han descubierto en
el hombre más capacidad para la destrucción que el
gran transcendcntalista estaba dispuesto a admitir. El
llevar a cabo con éxito nuestra tarea democrática exige
que desechemos las ilusiones que podamos tener acerca
de nosotros mismos. Hemosc de conocer lo que de malo
llevamos dentro antes de considerar la posibilidad de
vencerlo.
Desde un punto de vista psicológico se ve a los nor
teamericanos en medio de la revolución moral más
avanzada y extensa de cuantas ha conocido el mundo.
Estamos comprometidos a defender la idea de que el
hombre demostrará ser merecedor de la libertad. Re
volución semejante exige infinitamente más del ciu
dadano individual que, por ejemplo, la reconstruc-
135
ción rusa de la sociedad, que únicamente pide obedien
cia. Nuestra revolución ofrece hoy a quienes la apo
yan menos seguridades que en otros tiempos, cuando
alcanzó una prosperidad sin precedentes y no encon
traba en su camino obstáculos que fueran causa de
verdadera preocupación. Hoy, nuestro esperanzado pa
recer acerca del hombre está siendo sometido a prueba.
Nuestra experiencia política en el extranjero parece
indicar que no es fácil presentar una imagen viva de
nuestra revolución, precisamente a causa de su natu
raleza nada típica. Impresiona poco a otros pueblos,
especialmente a los de zonas "atrasadas", porque no
conciben las complejidades y presiones que están en
juego. De hecho, no pueden imaginar siquiera nuestra
situación. El fácil optimismo de Marx puede impresio
narlos aún porque está dirigido contra condiciones feu
dales o coloniales; condiciones que a nosotros ya nos
resultan carentes de sentido, pero que son muy reales
para ellos. Nuestras esperanzas, sobriamente sentidas,
templadas por abundancia de experiencias desilusiona-
doras (tal como el pronunciado aumento de psicopa
tías que ha coincidido con nuestros éxitos tecnológicos),
no pueden competir con las estruendosas declaracio
nes de éxito totalitarias en una guerra de propaganda.
Ya la máquina ni siquiera suscita en nosotros ideas
románticas. Hemos vivido con ella el tiempo suficiente
para comprender sus inconvenientes además de sus ma
ravillas. Los rusos, que se encuentran atareados en dar
136
los primeros pasos para identificar una ilusión con una sociedad hipotética, pueden dedicarse, junto con sus
vecinos subyugados, a describir un imposible país ve
nidero; los norteamericanos, absortos en la fase ope
rante de un experimento que combina la libertad indi
vidual y la tecnología moderna, han de trabajar en el
mundo tal como es.
Es duro para un pueblo joven y dinámico echarse a
las espaldas la pesada carga de la realidad escueta y
sin hermosear. Mas acaso sea éste el comienzo de la
madurez nacional. Indudablemente, es más saludable
hacer frente al mundo tal como es, con toda su des
corazonado™ complejidad, que pretender que se ajusta
a la sencillez postulada por los teóricos hace ya mu
cho tiempo. Acaso la honradez siga suponiéndonos du
rante algún tiempo una desventaja en la guerra de
propagandas, pero aclarará nuestros fines como na
ción, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Y la claridad democrática es la única respuesta adecua
da a la obediencia totalitaria. Freud dudó que nos
fuera posible alcanzarla. "Estados Unidos —escribió—•
es el experimento más grandioso que el mundo ha co
nocido, pero temo que no va a tener éxito."
Imaginemos un Presidente de los Estados Unidos
que quisiera aprovecharse de las lecciones de política
de los psicoanalistas, por muy desconcertantes que
sean. Supongamos que se despertara su interés por la
clase de visión honda de estos psicólogos y que deci-
137
diese someter sus recomendaciones a una prueba prag
mática. Supongamos también que este ensayo buscara
examinar la eficacia de la veracidad absoluta al eva
luar de manera práctica nuestra situación actual.
Si semejante persona dijese la verdad en términos
aceptables para los psicoanalistas, ¿qué diría y cómo
serían acogidas sus palabras por el resto del mundo?
Aunque la respuesta ha de ser puramente hipotética,
yo creo que las manifestaciones que siguen están acor
des con el espíritu de las conclusiones generales del
psicoanálisis e ilustran la forma en que dichas con
clusiones podrían contribuir, de manera muy útil, a
la perduración de nuestros ideales como nación.
Es conocida nuestra nación como país de pioneros,
de exploradores de nuevas tierras. Incluso hoy, al cabo
de varias generaciones desde que colonizamos nuestras
tierras, seguimos siendo "exploradores", pero explora
dores de otra clase. Nuestras "exploraciones" de hoy
atañen, entre otras cosas, a los beneficios y al precio
de la tecnología. Nuestra técnica no solamente nos ha
hecho poderosos, sino que nos ha supuesto tener que
enfrentarnos con problemas completamente nuevos re
lativos al acoplamiento del hombre y la máquina. In
cluso nuestra actitud como pueblo —mezcla de im
pudencia, vanidad y una extremada sensibilidad cuan
do se nos critica— es síntoma de las tensiones moti-
138
vadas por una continuada revolución interna o moral
que a veces somete a prueba extremosa nuestro aguan
te como nación. No obstante nuestra relativa juventud,
las exigencias espirituales y emotivas de tal revolución
nos hacen sentirnos en algunas ocasiones la nación
más vieja del globo.
Hemos estado expuestos a los efectos de la tecnolo
gía más de lleno que cualquier otro pueblo. Hemos ex
perimentado sus ventajas y sus inconvenientes. Sabemos
que la industrialización en gran escala no solamente
puede hacer a un país poderoso, sino crear dificulta
des. Hemos aprendido que el hombre no es la sencilla
unidad económica descrita por Marx, que no se ajusta
a ningún conjunto específico de descripciones ideoló
gicas. El hombre es más complejo de lo que se ha su
puesto. Tiene espantable capacidad para el mal, pero
también excelsas posibilidades para cl bien. No debe
mos olvidarlo nunca. Estamos ocupados en la explo
ración del verdadero carácter del hombre para ver
si puede, por su propia voluntad, conservar su derecho
innato a la libertad. También estamos sometiendo a
prueba a nuestro pueblo para saber cuántos pueden
lograr la libertad en sus aspectos más personales, la
libertad psicológica y la filosófica.
Sabemos que el hombre propende a ser un muñeco
movido por el temor antes que un ser valeroso. Mas
también hemos hallado que el hombre intrépido, inclu
so en una sociedad dominada por las masas, acaba por
139
alcanzar el respeto máximo, y que aunque tenga que
luchar, termina por poseer influencia sin par.
Como consecuencia de esto, la tierra de "la muche
dumbre soledosa" está creando unos "Restos", una
minoría que confía en sí misma, semejante a la que
salvó a Israel en la antigüedad y a la que creó la filo
sofía griega. El crecimiento de los Restos entre nosotros,
aunque lento y callado, es uno de los acontecimientos
más importantes de nuestra segunda revolución. La es
forzada lucha de unos cuantos para alcanzar la clari
dad en medio de la confusión reinante tiene importan
cia tanto política como cultural. Significa que se está
creando una nueva índole de caudillaje norteamerica
no. La naturaleza de tal caudillaje es hoy cultural,
pero en su día llegará a tener complexión política.
En Estados Unidos, el individuo cuenta con menos
fautorías tradicionales que en cualquier otra civiliza
ción. Ha de valerse por sí mismo. Si sobrevive como
individuo cí por haber hallado en la propia mente ma
nantiales de supervivencia. Psicológicamente, no hay
país más desnudo que Estados Unidos, en el sentido
de que nuestro rompimiento pragmático con métodos
pretéritos nos ha dejado con menos ideas preconcebi
das y con menos costumbres ancestrales que ningún
otro pueblo. Comenzamos con un territorio vacío, y
a diario damos en tierra con más de los pocos hitos
que edificamos aquí. Dicen los críticos que es nuestra
literatura la más abstracta de todas. Estamos luchando
140
aún con algunos de los imprevistos problemas de hacer
un Nuevo Mundo habitable, tanto física como espiri-
tualmente. Si Norteamérica fracasa, como Freud va
ticinó, será porque la mente humana fracase.
La Unión Soviética dice tesoneramente que la tec
nología no tendrá para el comunismo los efectos perju
diciales que ha tenido para la democracia. La Unión
Soviética también ha decretado la conservación de los
lemas decimonónicos del socialismo, del arte decimo
nónico socialista e incluso de las modas femeninas del
pasado siglo, buscando demostrar que en Rusia está
vigente saludablemente lo anticuado en lugar de la de
cadencia que se descubre en el mundo libre contem
poráneo.
La Unión Soviética tiene que aceptar, quieras que
no, una teoría acerca del hombre que hace inevitable
esta clase de falsedades transparentes. El partido co
munista no puede contesar que Rusia se está trans
formando rápidamente en un país burgués, con todas
las conocidas corruptelas burguesas y además las que
han discurrido los comunistas. Tal confesión haría ne
cesario cambiar la filosofía oficial y pudiera llevar a
un cambio de gobierno y quizá a uno de régimen. Los
dirigentes del partido prefieren por ello simular que
no existe semejante vestiglo absolutamente antagónico
a Marx, vestiglo que ha sido discernido repetidamente
por observadores honrados. Reducen la producción de
bienes de consumo y se concentran en rebuscar mará-
141
villas en los armamentos y en la astronáutica. Confían
en conservar al pueblo, antaño famoso por su literatu
ra de introspección, lo suficientemente atareado para
dejarle sin tiempo de hacer preguntas o suscitar es
cándalos. La crítica debe ajustarse a las exigencias
funcionales de un programa político que se justifica
a sí mismo presentando un proyecto completo y om
nisciente para la reconstrucción del hombre y de la
sociedad en un tiempo por venir. El hombre es incom
plexo porque el Kremlin así lo dice. Los hombres com
plejos, los hombres que confían en sí mismos, no son
bien acogidos en Rusia.
Naturalmente, la Unión Soviética insiste en desco
nocer la existencia del psicoanálisis. La dialéctica mar
xista es harto vulnerable para arriesgarse a semejante
desenmascaramicnto. No pueden existir zonas tenebro
sas en el pensar comunista. Ya han descubierto ellos la
verdad. La verdad es un instrumento de conquista, y no
algo que sea menester buscar con humildad y solicitud.
Para el marxista no existen los misterios.
Los misterios existen para todos los que vivimos en
libertad. Comarcas tenebrosas nos rodean. Más que
ninguna otra nación, los Estados Unidos han acogido
gustosos el psicoanálisis porque ofrece un buen medio
de resolver problemas nuevos que han acompañado a
nuestro crecimiento. Los grandes privilegios de la li
bertad política tienen un alto precio, y hoy estamos
142
satisfaciéndolo. Llegará un día en el que el mundo, de resultas de la experiencia, entenderá la que estamos diciendo.
Los indicios que nos llegan del extranjero hacen
creer que, antes o después, Estados Unidos tendrá que
decir algo semejante. Cuando se haga pública tal de
claración, creo que la marea de la guerra de propa
ganda comenzará a cambiar. Creo que resultaremos
fortalecidos, con la fuerza que da el decir la verdad
humildemente. La democracia volverá a ganar la ini
ciativa moral. El resto del mundo comenzará a apreciar
la labor heroica que hoy hacemos en sufrido silencio.
Y lo que es más importante: comenzaremos entonces
a hacer frente a nuestra ansiedad común.
143
NOTAS CULTURALES
LEONARD Bernstein ha elegido a tres jóvenes
directores de orquesta, un francés, un norte
americano y un húngaro, para que trabajen
este año con él como ayudantes suyos en la Orques
ta Filarmónica de Nueva York. Esta es la cuarta tem
porada que da Bernstein a directores de orquesta jó
venes oportunidad de adquirir valiosa experiencia ac
tuando con esa agrupación filarmónica.
Los tres jóvenes directores de orquesta hicieron su
presentación el 15 de enero en el programa televisado
de la Filarmónica titulado "Jóvenes ejecutantes". Son
Serge Fournier, de Mayet I Francia), de 31 años; Yuri
Karsnopolsky, de Chicago (Estados Unidos), de 34
años, y Zoltan Rozsnyai, natural de Budapest (Hun
gría), de 36 años. Los tres han actuado con orquestas
en Europa y los Estados Unidos. Rozsnyai fue el fun
dador de la Filarmónica Húngara, orquesta compues
ta de húngaros huidos de su país natal después de
la sublevación de 1956.
* # «
144
Una institución sin fines lucrativos de la ciudad de
Cincinnati (Ohio), que ostenta el nombre de Audicio
nes de Opera Americana, permite a cantantes jóve
nes de 21 a 34 años de edad comenzar carreras en
la ópera. En la actualidad está seleccionando esa
institución a aspirantes a cantantes para enviarlos a
Italia. Allí se someterán a nueve meses de preparación
antes de debutar en el Teatro Nuovo, de Milán, bajo los
auspicios de la Associazione Lírica e Concertística
Italiana.
» » »
Una vez más se ha enriquecido el repertorio de
ópera norteamericana con una obra dotada de belleza
y vigor.
Justamente durante la temporada pasada, la Opera
de la Ciudad de Nueva Yor!; —compañía conocida
por su idealismo artístico y la variedad de sus pro
ducciones - presentó dos notables obras nuevas: "Las
Alas de la Paloma" (The Wings of the Dove), ba
sada en una novela de Henry James, de Douglas
Moore, y "El Crisol" (The Crucible), de Robert Ward
(que posteriormente ganó el Premio Pulitzer de Mú
sica), de la obra teatral de Arthur Miller, de igual
nombre.
Ahora la propia compañía ha ofrecido, como su
más reciente contribución a la ópera contemporánea,
145
"La Pasión de Jonathan Wade" (The Passion of Jona
than Wade), la tercera obra importante de Carlisle
Floyd, profesor de música de 36 años de edad, de la
Universidad del Estado de Florida. El hecho de que
este joven compositor haya dado otro paso significa
tivo en su carrera es prueba no sólo de la madurez
de su talento, sino también de la favorable disposi
ción de las compañías de ópera de Estados Unidos
para estimular el desarrollo de artistas creadores jó
venes.
Durante muchos años, las óperas de compositores
nativos constituían una rareza. En las primeras dé
cadas de este siglo sólo unos pocos —entre ellos Ho
ward Hanson, Virgil Thomson, Deems Taylor y Wil
liam Grant Still— pusieron a prueba sus talentos en
este difícil medio.
Pero gradualmente se produjo un cambio en la at
mósfera musical del país. La apreciación del públi
co sobre la ópera aumentó; se establecieron grupos
de ópera por las universidades que brindaron buena
acogida a las obras nuevas; las cadenas de televi
sión encargaron óperas; y organizaciones (prineipal-
mente la Fundación Ford) comenzaron a alentar la
creación y presentación de nuevas obras mediante sub
venciones a compositores y compañías de ópera.
Como resultado, el repertorio de la ópera norte
americana ha alcanzado unas proporciones que los
entendidos hubieran considerado fantásticas en los
146
(lías anteriores a la guerra No todas las obras han
sido acogidas con aplauso por los críticos, pero el
hecho mismo de que se hayan presentado las óperas
ha permitido a sus compositores progresar, superan
do sus errores a través de repetidas experiencias.
Un papel de importancia en el estímulo del talento
musical norteamericano lia sido desempeñado por la
Opera de la Ciudad de Nueva York. En sus 18 años
de existencia ha escenificado casi cien óperas, 31 de
las cuales fueron compuestas por norteamericanos. Ha
ofrecido temporadas de gran éxito de óperas norte
americanas en 1958 y 1959, y casi invariablemente in
cluye obras norteamericanas en sus temporadas regu
lares de primavera y otoño Puede tratarse de óperas
nuevas o de reposiciones de obras anteriores que han
merecido ser incorporadas al repertorio.
Dos de las óperas que se han convertido en favo
ritas de los públicos son "'Susana" y "Cumbres Bo
rrascosas" (Wuthering Heights), de Floyd, que escri
bió no sólo la partitura, sino también el libreto de las
dos obras. Esta variedad de técnica data de sus días
en el colegio, en que ya sentía interés simultáneo por
la música, la composición literaria y las artes grá
ficas. Ganó un premio estando ya en la universidad
por una obra de teatro de un solo acto, pero la mú
sica, en definitiva, se convirtió en su principal in
terés.
Aunque se graduó en piano, y en 1947 comenzó a
147
dar lecciones de ese instrumento en la Universidad del Estado de Florida, le atraía cada vez más la composición musical. Su primera ópera, una obra de un acto titulada "Lento Crepúsculo" (Slow Dusk), la compuso mientras estudiaba para su grado de Maestro de Música en la Universidad de Syracuse (Nueva York). Fue representada en la Universidad en 1949, y desde entonces ha sido presentada por muchos grupos de ópera. Su segunda obra, "Fugitivos" (Fugitives), fue producida dos años más tarde en la Universidad de Florida, pero fue posteriormente retirada por el compositor.
La primera obra importante de Floyd fue "Susana"
inspirada en la historia bíblica. Situada en una aldea
sureña di: las montanas, la historia relata la seducción
de la coqueta Susana por un forastero, el asesinato
de éste por el vengativo hermano de la joven y el
amargo triunfo de Susana sobre el desprecio de los al
deanos.
Musicalmente, la ópera es notable por la fusión de
las frases habladas con una constante música de fondo.
Los personajes pasan con naturalidad del lenguaje
normal a parlamentos tónicos y rítmicos para llegar al
canto propiamente dicho. La partitura es sencilla y
directa, con abundante uso de tonadas y canciones
populares.
La ópera fue presentada por primera vez en 1955
en la Universidad del Estado de Florida, con los ar-
148
tistas invitados Phyllis Curtin y Mack Harrell en los
papeles principales. Cuando la Opera de la Ciudad de
Nueva York presentó su estreno profesional el año si
guiente, los críticos aclamaron la obra como una im
portante adición al escenario lírico. Como era de es
perarse, ganó el Premio (W Círculo de Críticos Musi
cales de Nueva York como la mejor ópera nueva del
año. Su estreno europeo tuvo lugar en 1938, cuando
fue puesta en escena por la Opera de la Ciudad de
Nueva York en la Feria Mundial de Bruselas.
Para su próxima obra el compositor escogió una
historia más compleja; la inolvidable novela de Emily
Bronte sobre un amor trágico, "Cumbres Borrascosas"
Fue encargada por la Opera de Santa Fe (Nuevo Mé
xico), y se estrenó en 1958. Al verla representada, el
señor Floyd escribió de nuevo el tercer acto, y en
esta forma revisada tuvo su estreno en Nueva York
por la Opera de la Ciudad el año siguiente.
Los críticos convinieron en que en esta obra el
compositor demostró un notable instinto para el tea
tro lírico. La obra tenía aún algunos defectos —la
técnica de conjunto fue algo deficiente, y la orquesta
no fue utilizada al máximo como instrumento dramá
tico—, pero la mayor parte de la música tenía encan
to y ambiente, y la obra en conjunto resultó profun
damente conmovedora. En total, marcó un progreso
significativo en el desarrollo de un compositor de
talento.
149
La última contribución de Floyd a la ópera norte
americana —"La Pasión de Jonathan Wade"— se
inspira en sus antecedentes del Sur, al tratar como
lo hace del muy controvertido período de la Recons
trucción subsiguiente a la Guerra Civil. Su personaje
central es el Coronel Wade, un oficial del Norte, hom
bre compasivo durante la ocupación, cuya tarea es
llevar la justicia y el orden a una ciudad del Sur. Se
enamora y contrae matrimonio con una joven del Sur,
pero se ven enredados en una serie de acontecimientos
que conducen inexorablemente a un desenlace trágico:
la muerte a tiros del Coronel.
Si bien el intento del compositor y libretista de in
cluir demasiadas cosas dentro de una sola obra la hace
resultar desnivelada, la ópera conserva altura y emo
ción. La música está ricamente forjada, en su mayor
parte, con muchas escenas líricas. Una de las más des
tacadas es la ceremonia nupcial, durante la cual la
sirvienta de la heroína canta una inolvidable pieza de
carácter espiritualista.
Al escenificar esta obra (que encargó con apoyo de
la Fundación Ford), la Opera de la Ciudad de Nueva
York no escatimó esfuerzos para hacerla efectiva. Como
de costumbre, las voces y actuaciones resultaron no
tables, especialmente las del barítono del Metropolitan
Opera Theodor Uppman como Wade, Phyllis Cuitin
como su esposa, Frank Porretta como un exaltado jo
ven del Sur, y Norman Kelley (uno de los mejores
150
actores de la escena operística de Estados Unidos)
como un doctrinario funcionario del Norte.
A pesar de sus deficiencias, la nueva ópera mues
tra a un compositor que va adquiriendo un dominio
cada vez mayor sobre este difícil medio. Como tal,
"La Pasión de Jonathan Wade" es de gran significa
ción, no sólo para el propio Floyd, sino también para
la ópera norteamericana en conjunto.
» » »
El Consejo Internacional del Museo de Arte Mo
derno enviará durante 1963 diecinueve exposiciones
a Iberoamérica, Extremo Oriente y Europa. Se lian
seleccionado, entre otras, la Exposición en Memoria
de Franz Kline, de la Galería de Arte de Washington,
"Obras de Ben Shahn", "Dibujos de Arshile Gorky" y
"Escultura Moderna, E. U. A.".
# # #
Una exposición de escultura primitiva de Nueva
Guinea, coleccionada por Michael Rockefeller, fue
inaugurada en el Museo de Arte Moderno de Nueva
York, en un pabellón especial construido en el jardín
de este museo. La exposición consta de mas de 200
objetos, mostrando la extensión completa del arte de
la tribu de Asman, desde los escudos intrincadamente
151
tallados, lanzas y remos, hasta los monumentales pi
lares totémicos. Michael Rockefeller falleció el año
pasado en un accidente en la costa de Nueva Guinea.
La empresa editora de la Enciclopedia Británica
otorgará anualmente un premio de 10.000 dólares a
un manuscrito publicado que haga "el más significativo
aporte al adelanto del conocimiento". Para tener de
recho al premio, los manuscritos no deben exceder
de 125.000 palabras, y deben ser obras originales, de
un razonable interés general para lectores adultos.
* » »
Robert Frost fue la persona designada para recibir
el Premio Bollingcn 'le Poesía, que concede anual
mente la Universidad de Yale, enclavada en New
Haven (Connecticut). En la mención se dice: "La Co
misión del Premio Bollingen de Poesía, de la Biblio
teca de la Universidad de Yale, se honra en conceder
el premio correspondiente a 1962 al más ilustre poeta
norteamericano viviente." Robert Frost falleció en ene
ro de 1963.
Frost fue el xlecimoséptimo poeta ganador de este
premio, consistente en 2.500 dólares. Con anteriori
dad se le había concedido el Premio Pulitzer. Falleció
152
a los 88 anos de edad, v en diciembre pasado hubo de
someterse a una operación quirúrgica, sufriendo des
pués un ataque al corazón.
Entre otros poetas que han recibido el codiciado
Premio Bollingen, figuran John Crove Ranson, Ma
rianne Moore, Archibald MacLeish y William Carlos
Williams.
# * »
Un prometedor poeta nuevo llamado Edward Field,
de Nueva York, ha recibido la Selección Lamont, de la
Academia de Poetas Americanos, correspondiente al
año 1962, por su primer libro de poesías, titulado
"Levántate, amigo, conmigo".
La Selección Lamont lleva consigo una beca de 5.000
dólares, que se concede anualmente a un libro inédito
de poesías, original de un poeta nuevo.
153
L I B R O S
GALBRAITH, J. K.: Viaje .7 Polonia y Yugoslavia. El
desarrollo económico en perspectiva. Barcelona,
Ariel, 189 páginas, 80 pesetas.
El profesor Galbraith, actualmente embajador ame
ricano en la India, fue el primer economista de un
país capitalista invitado a pronunciar una serie de con
ferencias en Polonia y Yugoslavia en 1958. Su estan
cia en estos países le permitió recoger una serie de im
presiones y tener largas conversaciones con las prime
ras autoridades económicas que, anotadas día a día,
constituyeron el cuerpo de Viaje a Polonia y Yugos
lavia, que ahora aparece en su versión castellana.
La calidad excepcional de este diario de viaje movió
a los editores a solicitar de su autor el correspondiente
permiso para verterlo a nuestro idioma, para publi
carlo en él y a rogarle al mismo tiempo que nos en
viase un texto sobre su experiencia con los sistemas
económicos subdesarrollados que suscitan la máxima
atención de los economistas contemporáneos. Su res
puesta fue el envío de un auténtico y nuevo libro —El
154
desarrollo económico en perspectiva—-, en el que se
contiene el resumen de su pensamiento sobre cuestio
nes de palpitante actualidad económica.
Al publicar conjuntamente los dos textos los editores
creemos servir cumplidamente al pensamiento del em
bajador Galbraith. El lector de obras anteriores de este
mismo autor —Capitalisme americano, La sociedad
opulenta, La economía y el arte de la controversia.
La hora liberal— encontrará en este volumen el fiel
reflejo de la actitud de uno de los más distinguidos
economistas norteamericanos frente a cuestiones del
más elevado interés.
MERBIAM, Alan P . : FA Congo y la lucha por la inde
pendencia africana. Barcelona, Editorial Hispano-
Europea, 420 páginas, 150 pesetas.
Pronto es todavía para opinar acerca de las conse
cuencias de la lucha por la independencia africana, y
más aún para enjuiciar la actitud adoptada frente a
ella por las potencias occidentales, estimulando o con
sintiendo una "marcha hacia la libertad" en la que
hasta ahora se han cosechado mucha? situaciones caó
ticas. ¿Caerán estos pueblos en la órbita de influencia
soviética? ¿Superarán pronto la aguda crisis que hoy
padecen para sumarse a la causa de una comunidad de
pueblos libres y prósperos? ¿Será la sangre que hoy
155
se vierte en ellos el tributo que las comunidades afri
canas han de pagar para alcanzar grados superiores
de desarrollo económico y político?
El estudio, a la vez documentado y ameno, que
Alan P. Merriam nos ofrece en esta obra nos permite
conocer la problemática africana y, a través del des
arrollo de la crisis congoleña, valorar el peso de las
razones y circunstancias que se suman en esta lucha,
de las cuales habremos de extraer consecuencias, tanto
para comprender cuanto ha sucedido en el Congo como
para reorientar la política occidental en el Africa.
Ho SELiTZ, Bert I*.: Aspectos sociológicos del desarro
llo económico. Barcelona, Editorial Hispano-Europea,
235 páginas, 130 pesetas
La economía mundial se está reorganizando en gran
des superestructuras y los hechos económicos, siem
pre inseparables del fenómeno social, están en nuestra
época influidos por éste con una intensidad que no
había conocido la Historia. Todo lo que sucede en
cualquier parte del mundo se ha hecho para el hom
bre tan cercano que lo que pasa a millares de kiló
metros de distancia repercute inmediatamente en el
país propio y en la propia vida.
Aspectos sociológicos del desarrollo económico, tema
de tan palpitante actualidad, particularmente en todos
156
los países iberoamericanos —empeñados en levantar
más y más sus economías, y su estado social— no hay
empresa que quede exenta de participar en la evolu
ción de los hechos. Este libro los resume y concatena
de un modo admirable, con claridad meridiana. Y pre
senta el futuro como en un espejo, en todo aquello
que pueden prever el análisis y la capacidad previsora
del hombre.
SAVKI.LK, Max: Historia de la civilización norteame
ricana. Madrid, Editorial Gredos, 1962. 599 páginas,
300 pesetas.
Pocos libros ofrecerán al lector un atractivo seme
jante al que encierra la lectura de este manual, claro
y objetivo, dedicado a uno de los temas más sugesti
vos para el hombre de hoy : la creación de la civili
zación más característica de nuestros días por un pue
blo que, desde unos orígenes humildes, ha llegado a
la hegemonia mundial y cuyo destino parece ligado
al futuro de la Humanidad.
El autor, profesor de la Universidad de Seattle, es
tudia y matiza los obstáculos que en su desarrollo tuvo
que vencer el pueblo norteamericano. Desde las dife
rencias regionales (entre la sociedad de hombres libres
del Norte, comercial e industrial; la aristocrática y
esclavista del Sur, cuya economía se basaba en las
157
grandes plantaciones, y la de la "frontera", consti
tuida por hombres libres que vivían fundamentalmente
de la agricultura y la ganadería), cuyos intereses en
contrados estuvieron a punto de dar al traste con la
unidad nacional, hasta los conflictos que informan la
última etapa de la historia norteamericana, entre los
cuatro estamentos sociales (capitalistas, obreros, agri
cultores y clase media), para los que pareció una so
lución la "nueva oportunidad" (new deal) de Roosevelt,
pasando por los problemas de soberanía entre los go
biernos de los Estados y el Gobierno federal, los
problemas religiosos, los problemas políticos interna
cionales y el imperialismo económico, todos expuestos
magistralmente por el profesor Savelle.
GRIFFITH, Ernest S. : El sistema de Gobierno ameri
cano. Barcelona, Editorial Hispano-Europea, 207 pá
ginas, 85 pesetas.
El examen del sistema norteamericano reviste espe-
cialísimo interés en unos momentos en que, planteado
al Ejecutivo el problema del que nos habla Walter
Lippmann en su obra La Crisis de la Democracia Oc
cidental, los estudiosos tratan de hallar fórmulas que
permitan una plena conciliación de la libertad y el
orden social, en tanto que en las esferas políticas bro
tan actitudes neo-liberales que apuntan al mismo ob-
158
jetivó, concediendo cada vez mayores atribuciones a
quienes ostentan la gerencia del Poder.
El solo estudio del sistema presidencialista norte
americano constituiría tema de sumo interés dentro
del momento actual. Pero el "presidencialismo" no es
más que una característica entre las muchas que con
curren en el Gobierno de los Estados Unidos. El ca
rácter federal de la Administración norteamericana,
en el que Europa, apuntando hacia su unidad bajo fór
mulas aún no definidas, tiene tantos elementos para
realizar un examen profundo y a la vez práctico, cons
tituye otro atractivo poderoso de este análisis que
Ernest S. Griffith ha sabido hacer con mano maestra,
logrando explicarnos en pocas páginas con claridad
y detalle un sistema muy complejo, que en ocasiones
compara con el británico, de tipo continental, y nos
permite comprender el papel que en el mismo juegan
las posiciones centralistas y las descentralizadoras, así
como en las Cámaras, la judicatura, la burocracia, los
partidos, las instituciones y los grupos de presión.
LF.ARY, Lewis; EDEL, Leon, y HOLMAN, C. Hugh: Mark
Twain, Henry James, Thomas Wolfe.
CHASE, Richard; TINDALL, William Y., y UNGER, Leo
nard: Walt Whitman, Wallace Stevens, T. S. Eliot.
Madrid, Editorial Gredos, 1961. 150 páginas. 30 pe
setas.
159
Estos son el segundo y tercer volúmenes que publica la Editorial Gredos de los folletos que la Universidad (Je Minnesota viene editando sobre escritores norteamericanos; en el primero aparecían estudios sobre Hemingway, Faulkner y Frost. Escritos por especialistas en el tema, presentan sin alardes de erudición autores cuya obra les ha dado categoría universal y los ha colocado entre los más importantes del mundo. Cada análisis, fielmente traducido, va acompañado de una lista bibliográfica que incluye los principales estudios críticos sobre ellos publicados y las traducciones de sus obras al español. Seguirá a éstos el cuarto volumen sobre Melville, Wharton y Stein.
160
COLABORADORES
R o b e r t Frost. —Uno de los más señalados poetas
norteamericanos contemporáneos, galardonado con los
premios Bollingen y Pulitzer. Falleció en enero de 1963.
J e r o m o S. Brunei".-—Profesor de Psicologia de la
Universidad de Harvard y uno de los dos directores
de su Centro de Estudios del Conocimiento. Autor de
A Study in Thinking y The Process oj Education.
Rober t L e k a c h n a n Catedrático de Economía de la Universidad de Columbia.
G l e n n T. S e a b o r g . Presidente de la Comisión de
Energía Atómica de los Estados Unidos. Conocido in
vestigador químico. Premio Nobel de Química en 1951.
Dr. D. A l f o n s o d e la Peña.—Catedrático de Uro
logía de la Facultad de Medicina de' Madrid. Ex-resi-
dente de la Clínica Mayo, de Rochester (Minnesota);
del Columbia Hospital y del Children's Hospital de
Milwaukee. Presidente del Capítulo Español de Ciru
janos,
David Daiches—Profesor de Literatura inglesa en la Universidad de Cambridge (Inglaterra) y Fellow del Colegio de Jesús, de Cambridge. Miembro de la Real Sociedad de Literatura. Autor de gran cantidad de libros. Nacido en Inglaterra.
Gerald Sykes.—Perteneció al alto personal del Departamento de Estado 'le los Estados Unidos. Conocido conferenciante universitario y autor de vres novelas y gran cantidad de artículos de psicología y literatura.