Breve cronología - conoceadonbosco.com · Pero al lado de tal dificultad, había otras como, por...

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1. AmbientaciónDon Bosco, desde su profunda expe-riencia de fe, responde con genero-sidad a la llamada que Dios le hace por medio de los jóvenes pobres y abandonados de su tiempo. Su vida es hoy para nosotros un regalo y una invitación a entregarnos como él, para ser signos del amor de Dios entre todas las personas que nos rodean. Hoy necesitamos a muchas personas como Don Bosco que se preocupen de los demás, que bus-quen siempre el bien de los jóvenes.

2. Canto de entrada: “Padre, maestro y amigo”

3. Evangelio: Lc 5, 1-11

4. Oración de fieles• Te pedimos, Señor, por todos los

jóvenes que necesitan unos es-tudios, una familia, un trabajo... que encuentren en sus vidas personas como Don Bosco, dis-puestas a responder a sus nece-sidades.

ROGUEMOS AL SEÑOR• Padre Bueno, te pedimos por to-

das las personas que se dedican a la educación de los jóvenes... que, igual que Don Bosco, reali-cen su tarea desde el amor y la cercanía.

ROGUEMOS AL SEÑOR• Te pedimos, Padre, que todas

las personas que se sienten lla-madas por Ti para dedicar su vida a vivir el evangelio entre los jóvenes, sean valientes y deci-didos para vivir de esa manera. ROGUEMOS AL SEÑOR

5. Padrenuestro

6. Oración final:Señor, Tú que has hecho de Don Bosco un padre y un maestro de la juventud, que, con el auxilio de Ma-ría, hizo de su vida un proyecto de salvación para los jóvenes; danos también a nosotros esa fuerza infa-tigable y ese mismo amor que nos impulse a entregarnos al bien de los que nos rodean, especialmente a los jóvenes más pobres. Te lo pedi-mos por Jesucristo, nuestro Señor. AMEN.

Orando con Don Bosco

Breve cronología1835-1855

• 1835: El 30 de Octubre ingresa Don Bosco en el Seminario de Chieri.

• 1841: el 27 de marzo recibe el diaconado y el 5 de junio la orde-nación sacerdotal. Al día siguiente celebra su primera misa en la iglesia de San Francisco de Asís. El 3 de noviembre ingresa en el Convictorio Eclesiástico de Turín. El 8 de diciembre Don Bosco sitúa el encuentro con Bartolomé Garelli.

• 1844: en octubre deja el Convictorio y comienza a trabajar en el Refugio de la Marquesa Barolo. El 20 de ese mismo mes reúne allí por vez primera al Oratorio.

• 1845: el 18 de mayo, el Oratorio se traslada a San Pedro ad Vincula (hasta el 25 de Mayo); durante varias semanas no tiene sitio fijo; en julio, se trasladan a los Molinos junto al Dora.

• 1846: durante los primeros meses se usa un campo en el Prado Filippi. El 1 de abril se firma el arriendo de un cobertizo propiedad del Sr. Pancracio Soave. El 12 de Abril, domingo de Pascua, se reúne por vez primera allí el Oratorio. En este año sufre varios episodios graves de enfermedad. A finales de año, Mamá Margarita, casi con 59 años, se traslada definitivamente a Turín con su hijo.

• 1847: Se inaugura el 8 de diciembre el segundo Oratorio: San Luis Gonzaga.

• 1849: Apertura del Oratorio del Angel Custodio. Tiene ya alrededor de 30 internos.

• 1850: Don Bosco comienza el apostolado de la prensa. Comienzan a funcionar los primeros talleres: zapatería, sastrería…

• 1852: Miguel Rua va a vivir con Don Bosco como interno.

• 1853: Don Bosco comienza a publicar las Lecturas Católicas.

• 1854: 26 de Enero: Rocchietti, Artiglia, Cagliero y Rua se proponen un ejercicio práctico de caridad junto con Don Bosco, hasta llegar a una promesa y un voto. Se llamarán salesianos. Los jóvenes del Oratorio atienden a los afectados por la epidemia de cólera. El 29 de octubre: ingresa en el Oratorio, Domingo Savio.

• 1855: en octubre Don Bosco comienza una escuela de secundaria. Juan Cagliero toma la sotana

• 1856: el 25 de noviembre muere Mamá Margarita a los 68 años. Se funda la Compañía de la Inmaculada Concepción en el Oratorio.

La opción fundamental:los jóvenes (1844-1846)

Acabados los estudios, Don Bosco entra inmediatamente en acción. En el breve espacio de dos años ya ha hecho la opción decisiva, que le acompañará toda la vida: dedicar-

se en cuerpo y alma a la educación de los jóvenes.

En efecto, en el otoño de 1844 -después de haber dejado el Colegio Eclesiástico-es aceptado como capellán en el Hospitalito de Santa Filomena, que la marquesa Barolo abriría en el verano siguiente para niñas y muchachas enfermas. Mientras tanto, con-tinúa el trabajo con los jóvenes - ya comenzado durante el Colegio Eclesiástico- y en el «Refugio» de la marquesa Barolo, donde cola-bora con otros capellanes que trabajan por muchachas en peligro o ya víctimas de violencias.

En el «Refugio» nace el Oratorio de San Francisco de Sales - del santo al que estaba dedicado un local destinado a capilla del futu-ro Hospitalito- y que 15 años después daría el nombre a la Socie-dad Salesiana. La afinidad con el santo de Ginebra, conocido en el seminario en Chieri, se consolida aquí y contribuirá a delinear la futura espiritualidad salesiana, hecha de caridad apostólica como fin, de mansedumbre como método y de celo ardiente como alma de todo.

En un fragmento de su «historia del alma», Don Bosco confesará (1854) el secreto objetivo de su obrar: «Cuando me entregué a esta parcela del sagrado ministerio decidí consagrar todos mis esfuerzos a la mayor gloria de Dios y al bien de las almas, y me propuse entre-garme a formar buenos ciudadanos en esta tierra, a fin de que lue-go fueran dignos habitantes del cielo. Que Dios me ayude a poder continuar hasta el último aliento de mi vida. Así sea».

El Oratorio se inserta en la economía de la salvación, es una res-puesta humana a una vocación divina y no sólo una obra basada en la buena voluntad de una persona. Así Don Bosco, en el umbral de los 40 años, ya ha tomado conciencia de que Dios lo ha llamado y lo llama a tal misión por los jóvenes y, aunque sea gradualmente, se convence de que en el Oratorio se encuentra la finalidad de su vida.

Pero en seguida en el «plan de Don Bosco», al lado de la dimen-sión religiosa, se descubre otra, la social, es decir, «el insinuar en sus tiernos corazones los principios de orden, de buenas costum-bres, de respeto». No sin motivo, en una carta circular de 1851, Don Bosco había escrito: «Así, mientras hay quien laudablemente se dedica a difundir las luces de la ciencia para hacer progresar las artes y las industrias, y para educar a los jóvenes pudientes en los colegios y en los liceos, en el modesto Oratorio de San Francisco de Sales se prodiga ampliamente la instrucción religiosa y civil a los menos favorecidos por la fortuna, que tienen también la fuerza y el deseo de ser útiles a sí mismos, a sus familias y al país» .

Las mismas ideas ya las había manifestado en la época del Ora-torio «volante» (13 de marzo de 1846), a la máxima autoridad de Turín, Michele Benso di Cavour: «La enseñanza (del Catecismo) se reduce prácticamente a esto: l. Amor al trabajo. 2. Frecuencia de los Santos Sacramentos. 3. Respeto a toda superioridad. 4. Fuga de los malos compañeros».

«La dificultad está en encontrar la manera de reunirlos, para poder hablarles y formarlos moral-mente»

Escribe así Don Bosco, y se comprende muy bien su afir-mación. Pero al lado de tal dificultad, había otras como, por ejemplo, las «objetivas» de carencia de recursos económicos y de ambientes; como también las «subjetivas» de redactar un reglamento que redujese, a «unidad de espíritu y de disci-plina», diversos estilos educativos. Leamos en el documento, ya citado, de 1851:

«Entre los medios aptos para difundir el espíritu de religión en los corazones incultos y abandonados, se encuentran los oratorios. Estos oratorios son unas reuniones en las cuales se entretiene la juventud con agradable y honesta recreación, después de haber asistido a las sagradas funciones de iglesia. Los consuelos que me vinieron de las autoridades civiles y eclesiásticas: el celo con el que muchas personas benemé-ritas vinieron en mi ayuda con medios temporales y con sus trabajos, son señal indudable de las bendiciones del Señor, y del publico agradecimiento de los hombres. Se trata ahora de hacer un plan de Reglamento que pueda servir de norma para administrar esta parte de sagrado ministerio, y de guía a las personas eclesiásticas y seculares que, con caritativa soli-citud, en buen número consagran a ello sus esfuerzos. Varias veces he puesto manos a la obra, pero he desistido siempre por las innumerables dificultades que había que superar. Ahora, ya sea para que se conserve la unidad de espíritu y la uniformidad de disciplina, ya para complacer a varias autori-

La tradición Garelli

En la narración de las Memorias (en 1874) del comienzo del Oratorio, Bartolomé Garelli juega un papel importante. No obs-tante, ni la historia ni el nombre aparecen en los documentos Salesianos, publicados o no publicados, anteriores a las Me-morias de mediados del año 1870, excepto el hecho concreto, pero sin nombre ni fecha, en una crónica de un salesiano de 1860. La mención de la historia en este salesiano demostraría que, ya en el año 1860, Don Bosco había hablado de este episodio, sin mencionar quizá al muchacho por su nombre, en relación con la fiesta de la Inmaculada Concepción, para fijar la fecha del comienzo del Oratorio.

Ni la historia ni el nombre de Garelli son señalados por los antiguos alumnos del Oratorio en sus reuniones y celebracio-nes anuales; no hay, en efecto, referencia alguna al hecho ni al nombre en los recuerdos que dejan José y Josue Buzzetti, los dos hermanos que acudieron regularmente al Oratorio en la primera época.

La historia de Garelli apareció en público por vez primera en el Boletín Salesiano de 1879, inaugurando la épica tradi-ción en la que un huérfano de Asti fue consagrado como héroe mítico. El diálogo entre don Bosco y Garelli, redactado en las Memorias de don Bosco, alcanzó así el carácter de un texto sagrado que debía ser preferentemente recordado y narrado por las futuras generaciones de Salesianos. El episodio se tomó también como un signo más de la divina aprobación de la obra salesiana: Dios había querido que la obra providencial de don Bosco empezara el día consagrado a la Inmaculada madre de Dios.

Del boletín salesiano, la historia pasó al don Bosco de D’Espiney (1881). En el año 1891 se celebró el solemne ani-versario del suceso. Finalmente, las Memorias Biográficas fueron el vehículo principal por el que se ofreció la versión tra-dicional del episodio.

SABÍAS QUE...La marquesa

Barolo

El segundo domingo de octubre de aquel año (1844) debía anunciar a mis muchachos que el Oratorio pasaría a Valdocco. Pero la incertidum-

bre del lugar, de los medios y personas me mantenía real-mente preocupado. La víspera, fui a la cama con el corazón inquieto. Aquella noche tuve un nuevo sueño, que parece un apéndice del de I Becchi cuando andaba por los nueve años. Estimo oportuno exponerlo con detalle.

Soñé que me hallaba en medio de una muchedumbre de lobos, cabras, cabritos, corderos, ovejas, carneros, perros y pájaros. Todos juntos hacían un ruido, un alboroto o, mejor, un estruendo endiablado capaz de asustar al más intrépido. Quería huir; cuando una señora -muy bien vestida como una pastorcilla- me indicó que acompañase y siguiera al extraño rebaño, en tanto que Ella se ponía al frente.

Vagamos por distintos parajes; realizamos tres estacio-nes o paradas. En cada una, muchos de aquellos anima-les se transformaban en corderos cuyo número aumentaba cada vez más. Después de mucho andar, me encontré en un prado, donde los animales retozaban y comían juntos sin que los unos intentasen hacer daño a los otros.

Agotado de cansancio, busqué sentarme junto a un ca-mino cercano, pero la pastorcilla me invitó a seguir adelante. Tras otro breve trecho de camino, estaba en un vasto patio, rodeado de pórticos, en cuyo extremo había una iglesia. En ese momento advertí que las cuatro quintas partes de los animales se habían convertido en corderos. Su número se incrementó enseguida muchísimo. Llegaron varios pastor-cillos para cuidarlos, pero permanecían un breve tiempo y se marchaban. Entonces ocurrió algo maravilloso: muchos corderos se transformaban en pastorcillos y, al crecer, cui-

El sueño de 1844daban del resto del rebaño. Como aumentaba sobremanera el número de los pastores, éstos se dividieron y marcharon a otros lugares para recoger a más animales extraños y guiarlos a nuevos apriscos.

Quería marcharme de allí, porque me parecía que era hora de celebrar la misa; pero la pastora me sugirió mirar hacia el medio día. Al observar, contemplé un campo sembrado de maíz, patatas, coles, remolachas, lechugas y muchas otras verduras.

- Mira otra vez, apuntó, y observé de nuevo. Entonces divi-sé una estupenda y alta iglesia. Una orquesta, música instru-mental y vocal me invitaban a cantar la misa. En el interior de aquella iglesia había una franja blanca en la que estaba escrito con caracteres cubitales: Hic domus mea, inde gloria mea.

Siempre en sueños, quise preguntar a la pastora en dónde me encontraba, qué significaba aquel andar y detenerse, con la casa, la iglesia y, más adelante, con otra iglesia.

- Lo comprenderás todo cuando, con tus ojos físicos, veas realizado cuanto ahora contemplas con los ojos de la mente.

Pareciéndome que me encontraba despierto, dije: «Yo veo claro y veo con los ojos materiales; sé adónde voy y qué hago». En aquel momento sonó la campana del Ave María en la iglesia de San Francisco y me desperté.

Permanecí ocupado en el sueño casi toda la noche; fue acompañado de muchas particularidades. Entonces poco comprendí del significado, pues no le concedí gran crédito; poco a poco, a medida que las cosas se iban realizando, fui entendiendo. Y más: junto a otro sueño, en lo sucesivo, sirvió de programa para mis decisiones.

Julia Victurnienne Francisca Colbert nació el 27 de junio de 1785. Recibió una esmerada educación cristiana aunque había perdido a su madre a la edad de siete años. En 1807 se casa con el marqués de B y se traslada a vivir a Turín. No tuvieron hijos, circunstancia que, unida a una fe profunda y ardiente caridad, les impulsó a dedicar sus grandes riquezas a obras de caridad.

La marquesa comenzó a visitar regularmente a las mujeres de la cárcel, a enseñarles higiene, los rudimentos de las le-tras y de la religión. Estableció una clase, un taller y ejercicios espirituales en la cárcel. Los marqueses crearon la fundación de las obras de caridad (Opera Pía Barolo). La experiencia de la cárcel alertó a ella y a su esposo de la situación difícil que sufrían las muchachas en riesgo y las jóvenes recién salidas de la cárcel. Por eso se funda el Refugio de los Pecadores, vulgarmente llamada el Refugio, que desde 1840, bajo la di-rección espiritual del teólogo Borel, acogía y daba enseñanza a unas 300 jóvenes.

El 13 octubre 1844, don Bosco anunció que a partir de en-tonces el Oratorio se reuniría en la casa de Nuestra Señora Refugio de los pecadores (el Refugio) de la marquesa Barolo. Como empleado de la marquesa, don Bosco tenía que ejercer de capellán del hospitalito, entonces aún en construcción, ade-más de ayudar al teólogo Borel en el Refugio.

Don Bosco ya estaba gravemente enfermo de bronquitis al dejar el Convictorio, pero logró cumplir sus obligaciones con la marquesa. Ganaba su salario y su sustento como capellán y profesor de las muchachas del Refugio. Allí, el Oratorio se reunía en la habitación de don Bosco y del teólogo Borel, en el pasillo contiguo y las escaleras. Ellos enseñaban religión y oían las confesiones de los muchachos. Luego llevaban al grupo a alguna iglesia para oír la misa. Durante el día, el recreo se tenía donde encontraban espacio.

La marquesa murió el 19 enero de 1864, después de dejar todas sus riquezas a favor de las obras de caridad.

zadas personas que me lo aconsejan, me he decidido a realizar este trabajo, sea como sea, para lograrlo».

En la cita se capta inmediatamente la «crítica» a la situación ciudadana turinesa de aquellos años cuarenta: el modelo parro-quial heredado de una cultura de pueblo, en uso en la época, no estaba en condiciones de «reunir» las masas juveniles urbanas, residentes en su mayoría en la periferia ciudadana, en estado de abandono, en algún caso material y más frecuentemente moral y religioso.

Se imponía, por tanto, una nueva estrategia pastoral, una in-édita propuesta de formación como respuesta a una transfor-mación radical de la situación urbana de Turín, que en 10 años (1838-1848) había visto aumentar su población cerca de un 17 por ciento (de 117.000 a 136.000).

La respuesta de la comunidad cristiana de la ciudad, en ge-neral, era dogmática, cuando no era de pura condena de la in-migración misma, vista como huida del pueblo en busca de no-vedades peligrosas, con la consiguiente pérdida de los sistemas anteriores de referencia y, por tanto, también de la práctica de la fe. Don Bosco no se desanima; es más, reacciona frente a tal «lectura» de la situación.

Don Bosco es hijo de su tiempo y siente esa profunda inspira-ción evangélica. Una vez que toma conciencia de que las estruc-turas eclesiásticas «organizadas» no son capaces de la confron-tación con los desequilibrios sociales y los cambios culturales, intenta nuevos caminos, abre nuevos frentes para jóvenes desa-rraigados de su hábitat natural y, de acuerdo con las autoridades eclesiásticas, proyecta nuevos y más atrevidos horizontes edu-cativos.

Evolución del OratorioTal evolución fue determinada por las exigencias de la situa-

ción. La pobreza cultural de los jóvenes provoca la apertura de una escuela elemental dominical, luego nocturna, después diur-na, sobre todo para quien no puede frecuentar la escuela pú-blica. Siguen otras escuelas, talleres diversos y así en adelante hacia la compleja «casa anexa» al Oratorio de San Francisco de Sales.

Esto sirve de camino: de simple lugar de encuentro de los días de fiesta para el catecismo y los juegos en los primeros años del cuarto decenio del siglo (1841-1846), se convierte, a partir de 1847, en lugar de formación global; más tarde, para un cierto número de jóvenes carentes de medios de subsistencia, se trans-

forma en «residencia» o casa, en que se desarrolla un programa más completo, con posibilidad de sacramentos, de instrucción religiosa elemental (lecturas formativas), de entretenimiento (instrumentos de juego, deportes, excursiones), de intereses (cantos, música), de festividades religiosas y civiles, de donacio-nes (algún regalo, un trozo de pan...).

Comienza contemporáneamente una intensa actividad en el campo de la prensa religiosa y apologética con la difusión de la publicación periódica de las Lecturas Católicas (1853 y ss.) de ca-rácter ampliamente popular. De 1855 a 1870 se perfila un nuevo viraje decisivo en las empresas asistenciales y educativas de Don Bosco. Con la transformación gradual del Oratorio de Valdocco en internado-colegio tanto para artesanos (1852-1862) como para estudiantes (1855-1859), toma cuerpo un gran número de actividades que dejará en segundo puesto la obra inicial del Ora-torio, siempre «primaria» pero sólo en el plan ideal. Al patio-iglesia se fueron añadiendo otras estructuras: aulas escolares y talleres, para ofrecer la posibilidad de aprender un oficio, evitan-do el tener que frecuentar fábricas de la ciudad, con demasiada frecuencia inmorales y siempre peligrosas para jóvenes más vul-nerables por un pasado difícil.

Y luego, poco a poco se fundan otras casas salesianas, otros colegios-internados, otros pequeños seminarios confiados a la ya fundada Sociedad Salesiana. Son los colegios de Mirabello (1863) y de Lanzo (1864) y luego de la Liguria (1870-1871). Es el fenómeno de la llamada «colegialización» (residencias, colegios para estudiantes, internados con escuelas para artesanos, más tarde pensionados, escuelas para externos) que, al menos du-rante un siglo, absorberá las mayores (y mejores) energías de la Sociedad Salesiana y dará un «rostro nuevo», una segunda ver-sión típica a su «Sistema Preventivo». Finalmente, una nueva ex-traordinaria apertura, no prevista en las primeras Constituciones aprobadas por la Santa Sede en 1874, fue la iniciativa misionera (desde 1875), comenzada en Argentina, teniendo como primer interés a los inmigrantes.

Pero ya en el primer Oratorio (casa Pinardi) están presentes algunas importantes intuiciones que serán sucesivamente asu-midas en su valor más profundo. En efecto, el Oratorio de esta fase, aunque organizado de forma provisional y asegurado bajo tantos aspectos por una cierta serie de episodios pedagógicos, ve ya presentes, in nuce, los elementos germinales de la más compleja síntesis humanístico-cristiana que Don Bosco proyec-tará a continuación. Es decir:

•Una estructura flexible - como él piensa en el Oratorio (no ne-cesariamente parroquial, ni interparroquial) - que se sitúa entre

Iglesia, sociedad urbana y franjas populares juveniles.

• El respeto y la valorización del ambiente popular.

• La religión puesta como fundamento de la educación según la enseñanza de la pedagogía católica procedente del ambiente del Colegio Eclesiástico.

• El entramado dinámico entre formación religiosa y desarrollo humano, entre catecismo y educación: o también convergencia entre educación y educación en la fe (integración fe-vida).

• La convicción de que la instrucción constituye el instrumento esencial para iluminar la mente.

• La educación, así como la catequesis, que se desarrolla en todas las expresiones compatibles con la estrechez del tiempo y de los recursos: alfabetización de quien no ha podido nunca disponer de ninguna forma de instrucción escolar, colocación en el trabajo, asistencia a lo largo de la semana, desarrollo de actividades aso-ciativas.

• La total ocupación y valorización del tiempo libre.

• El cariño como estilo educativo y, más en general, como estilo de vida cristiana.

Franjas de jóvenes asistidosAnálogamente a la tipología de las «obras» que se desarrollaron

en Valdocco (y en otras partes) hay que tener presentes las franjas de los jóvenes educados allí (y en otras partes) durante la vida de Don Bosco.

Para constituir el primer mundo oratoriano -Oratorio festivo: es-cuela de catequesis, jardín de recreo - parece que concurren tanto los excarcelados (probablemente un número muy limitado) como, en mayor número, jóvenes inmigrados (extraños cultural y lingüís-ticamente al mundo religioso turinés) y, en general, jóvenes sin vín-culos sólidos con las respectivas parroquias. El Oratorio se configura como centro de alfabetización, sobre todo para inmigrados o, de al-gún modo, abandonados, especialmente en los días no laborables. Excepto la primera eventualidad, es la situación normal de todos los oratorios sucesivos (con escuelas dominicales y nocturnas anexas o también diurnas, sociedades de mutua ayuda, sociedades obreras, asociaciones de diversas clases).

Emparentados social y culturalmente, pero, tal vez, en un grado más alto, son acogidos desde 1847 en el Oratorio y en la «casa ane-xa» estudiantes y artesanos lejos de su tierra y familia, que van a la ciudad para aprender un oficio o seguir estudios que los capacitan para un empleo. Valdocco se convierte así en centro de acogida de muchachos que colocar en el trabajo o deseosos de frecuentar es-cuelas de la ciudad; abierto ulteriormente a otras posibilidades de asistencia, de formación profesional y cultural de educación.

A un cierto número de jóvenes pertenecientes a esta categoría o en particulares dificultades o con alguna mayor disponibilidad eco-nómica y que lo solicitasen, se les ofrece la posibilidad de aprender el oficio en talleres organizados dentro de la casa donde residen o de hacer los estudios en escuelas que se convirtieron en colegios. Esta población entra de ordinario, según el reglamento, en las dos cate-gorías sociales: la «clase pobre» y la «clase media».

Exigencias particulares favorecen también la creación de escuelas (elementales, técnicas, humanistas, profesionales, agrícolas), exter-nados, colegios también para clases medio-altas donde se trata de contrastar análogas iniciativas laicales y protestantes, o de asegurar

una educación integralmente católica según los cánones fundamentales del Sistema Preventivo (por ejemplo, en Italia: Lanzo, Varazze, Alassio, Este; en Uruguay: Villa Co-lón).

Una categoría propia está constituida por aquellos jóve-nes entre «los más pobres y en peligro» que se encuen-tran en los lugares de misión, carentes de la luz de la fe. Es la máxima de las pobrezas, ya se trate de hijos de «jefes» o del mismo «jefe de los jefes» como Ceferino Namuncura.

Finalmente, son privilegiados, sin distinción de clases, los jóvenes que manifestaran propensión por el estado eclesiástico o religioso. Para Don Bosco son el don más precioso que se podía hacer a la Iglesia y a la misma so-ciedad civil.

Franjas de jóvenes extraños a la actividad de Don Bosco

Evidentemente, aun limitando sólo el análisis a la Italia de aquella época, de hecho y programáticamente, perma-necen, en su conjunto, extraños a la acción de Don Bos-co, «jóvenes pobres y abandonados» aún en dimensiones particularmente graves y extensas. Las limitadas fuerzas disponibles, además de legítimas opciones educativas, obstaculizaban compromisos más amplios y heterogé-neos.

Entre las situaciones humanas, a veces incluso trágicas, de las que Don Bosco no abarcó, al menos directamente, se pueden citar: la franja emergente de los jóvenes obre-ros, ya empleados y cada vez más comprometidos en la naciente industria, a los que había que asistir, proteger, formar social y sindicalmente; el mundo de la delincuencia juvenil verdadera y propia existente en Turín, como apa-rece en las reconstrucciones históricas; las obras para la recuperación de los menores delincuentes o próximos a la delincuencia, con algunas de las cuales entró en tratos más o menos claros; el inmenso continente de la pobreza y de la miseria no sólo en las ciudades, sino también, y con frecuencia más aún, en los campos; el vasto archipiélago del analfabetismo; el mundo de la desocupación y de los discapacitados mentales y físicos.

Es significativo que la proclamada preferencia por los más pobres haya sido compatible en el plano no sólo práctico, sino también reglamentario, con la máxima des-tinación de escuelas y colegios para la «clase media». Don Bosco no rechaza ningún género de personas, aunque tiende a ocuparse de la clase pobre y de la clase media como las que mayormente necesitan ayuda y asistencia. De todos modos, el mecanismo de las «cuotas» que hay que pagar no consentía grandes aperturas hacia los verda-deros pobres o los medio-pobres, sino para grupos limita-dos de muchachos sostenidos por la beneficencia pública o privada.

Pero, en definitiva, frente a una sociedad cada vez más amenazadora y deseducadora, parece que Don Bosco con-sidera necesitada de ayuda en medida creciente toda la ju-ventud, frágil por sí misma, muchas veces «abandonada» (descuidada, minusvalorada por los mismos padres) y «en peligro». Los muchachos en cuanto tales acaban por ser considerados todos «en peligro», sin distinción de clases sociales, de niveles económicos y culturales.

San José Cafasso (1811-1860)

José Cafasso nació en Castelnuovo d’Asti el 15 de enero de 1811. Desde muy joven José comenzó a pensar en su vocación de sacerdote. Solía reunir a sus compañeros de edad e incluso mayores para la catequesis y el entretenimiento. Era de peque-ño de estatura y muy frágil. Completa su ciclo de estudios en la escuela pública de Chieri en 1826. Comienza sus estudios de filo-sofía y después de teología para poder ser ordenado sacerdote. Probablemente en el verano de 1830 fue cuando Juan Bosco se encontró con el seminarista Cafasso por primera vez, con oca-sión de la fiesta local.

José Cafasso vivía “según el principio de que la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer las cosas ordinarias con extraordinaria perfección”. El 21 septiembre 1833 es ordenado sacerdote.

En noviembre de ese mismo año Cafasso se traslada a Turín con el fin de continuar el estudio de la teología moral y de prepa-rarse para el ministerio. Allí entra en el Convictorio, dirigido por el teólogo Luis Guala. Cafasso fue casi de inmediato puesto al fren-te del equipo que llevaba la instrucción catequística de Cuaresma en las cárceles. El ministerio las cárceles y la atención espiritual a los presos iba a ser su trabajo preferido durante muchos años.

En 1848 Cafasso es nombrado rector del Convictorio. Toca fal-so empleo mucho tiempo, energía y dinero en apostolados que atendían las necesidades urgentes. Dedicaba mucho tiempo a la atención pastoral a los enfermos y los moribundos. Pero sin duda el nombre de este santo estará siempre asociado con el apos-tolado en favor de los reclusos y de los condenados a muerte. Visitaba toda la semana la mayor prisión de Turín. Allí les ofrecía instrucción catequética, la celebración ordinaria de fiestas litúr-gicas, la eucaristía, especialmente la confesión, ayuda material a los reclusos etc. Llegó a ser conocido como el capellán de los ahorcados.

Fue el director espiritual de don Bosco desde el año 1844 hasta el 1859. En él don Bosco encontró al padre bueno y guía segura que necesitaba para alcanzar la madurez humana. Con él en-contró también la madurez vocacional, aprendiendo a través de diversos ministerios sacerdotales, que lo llevó al descubrimiento de una determinada categoría de jóvenes. Y, lo que es más im-portante, bajo su dirección don Bosco hizo una opción definitiva por los jóvenes

Discernimiento vocacional de Don Bosco

Al concluir los tres cursos de moral, debía decidirme por un sector determinado del sagrado ministerio. Don Giuseppe Comollo, el anciano tío de Comollo y cura de Cinzano, ya sin fuerzas y de acuerdo con el arzobispo, me solicitó como ecónomo-administrador de la parro-quia, ya que él no podía regirla por su edad y achaques. El teólogo Guala me dictó la carta de agradecimiento al arzobispo Fransoni, mientras que me preparaba para otra cosa. Un día Don Cafasso me llamó y dijo:

- Ya ha terminado el período de sus estudios; es ne-cesario que vaya a trabajar. En estos tiempos, la mies es muy copiosa. ¿A qué os sentís más inclinado?

- A lo que usted me indique.

- Hay tres empleos: vicepárroco en Buttigliera de Astí; repetidor de moral aquí en el Convitto; director del pe-queño Ospedaletto junto al Refugio. ¿Cuál elegiría?

- El que usted juzgue conveniente.

- ¿No se inclina más por uno que por otro?

- Mi inclinación apunta a ocuparme de la juventud. Usted haga de mí lo que quiera; percibo la voluntad del Señor en su consejo.

- ¿Qué ocupa en este momento su corazón, qué alber-ga su mente?

- En este momento, siento encontrarme en medio de una multitud de muchachos que solicitan mi ayuda.

- Vaya, pues, a pasar unas semanas de vacaciones. Al volver, le indicaré su destino.

Tras las vacaciones, Don Cafasso dejó pasar algunas semanas sin comentarme nada; tampoco yo le consulté.

- ¿Por qué no pregunta por su destino?, me manifestó un día.

-Porque quiero reconocer la voluntad de Dios en su del iberación, sin añadir cosa alguna de mi parte.

- Prepare su equipaje y vaya con el teólogo Borel. Será director del pequeño hospital de santa Filomena; traba-jará también en la Obra del Refugio. Mientras tanto, Dios le pondrá delante lo que deberá hacer por la juventud.

A simple vista, tal consejo parecía oponerse a mis in-clinaciones, porque la dirección de un hospital, predi-car y confesar en un instituto de más de cuatrocientas muchachas me quitarían el tiempo para cualquier otra ocupación. Sin embargo, tal era - como pronto compro-bé - el designio del cielo.

Desde el primer momento en que conocí al teólogo Borel, descubrí en él a un santo sacerdote, un modelo digno de admiración e imitación. Hablamos largamen-te varias veces sobre las normas que seguir para ayu-darnos mutuamente a la hora de visitar las cárceles y cumplir con las obligaciones que se nos habían confia-do, al tiempo que asistir a muchachos, cuya moralidad y abandono reclamaban cada vez más la atención de los sacerdotes. Pero, ¿cómo realizarlo? ¿En dónde recoger a aquellos muchachos?