Brochazos y pinceladas de un maipucino antiguo

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Libro sobre la gente de Maipú

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Prólogo

Corría el año 1911 en un día 25 de enero, cuando en una casa de la calle Pajaritos, dos más allá de la distinguida quinta de recreo El Castillo, nació mi querido padre don Olaf Valenzuela Lira. Su papá, don Oscar Valenzuela y la mamá, doña Carolina Lira, eran oriundos de Maipú.

Mi padre contaba que su abuelo materno, don Ramón Lira Lazo, fue el primer oficial civil que tuvo la comuna y vivía en la esquina de Pajaritos con Cinco de Abril, donde hoy está el pimiento. Mi bis-abuelo plantó dicho árbol y, efectivamente, servía para amarrar los caballos de los regidores y alcaldes cuando asistían a las reuniones municipales. Por lo que sé, este árbol tiene más de 100 años.

Don Olaf conoció a la señorita María Silva en un viaje que hizo a San Antonio con un grupo de boy scout al que pertenecía, en 1932. Ella era hija del juez de policía local, don José Silva y de doña Corina Veliz.

En 1934 se casaron y se instalaron en San Bernardo. Tuvieron cinco hijos, los dos primeros fal-lecieron guagüitas por la famosa tos convulsiva, y quedamos solamente Eric, Wilber y yo, Guido.

En 1943 se compraron un sitio en Maipú, en un loteo de la calle O’Higgins. Allí llegué cuando apenas tenía unos días de vida.

La casita no tenía en ese ti-empo luz eléctrica ni agua, por lo que se construyó una

Olaf Valenzuela Lira y María Silva Véliz, matrimonio felíz de vivir en Maipú.

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noria y el tema de la iluminación era más complicado. Había que utilizar lámparas de carburo y parafina. Después mi padre se orga-nizó con algunos vecinos y se hicieron los trámites para traer la luz que pasaba por Pajaritos. Mi padre compró los cables y los medi-dores que se instalaron en el sector.

Él fue uno de los primeros contadores de la comuna y, como tal, le llevaba la contabilidad a la mayoría de los fundos, como La Farfa-na, Loma Blanca y El Porvenir. También trabajaba con los comerci-antes de esos tiempos, incluyendo la Lechera Maipú.

Mi madre, por su parte, fue dueña de casa y llevó adelante su fa-milia, y le quedaba tiempo para hacer obras sociales. Mi madre fue camarera de la Virgen del Carmen y este mérito se lo concedió el cardenal José María Caro. Escribía poemas muy lindos, era católica sin límites y adoraba por sobre todas las cosas a la Virgen del Car-men. Terminó sus días como socia del centro de madres Santa Te-resa, donde se juntaban todas las vecinas del barrio.

Olaf Valenzuela y María Silva junto a sus nietos

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Yo, por problema de fechas no sería completamente maipucino –llegué a la comuna a los pocos días de nacido– pero me considero un habitante de tomo y lomo de estas tierras, por lo que me atrevo a realizar este libro, sin ser escritor ni periodista, pero sí por haber vivido toda mi vida aquí.

Conozco Maipú de pe a pá, como diría un colorín comentarista de-portivo, por lo que puedo decir que llevo 63 años. Llegué de regalo de cumpleaños de mi madre, un 9 de noviembre de 1943, el mismo día en que ella había nacido en 1911.

Todo lo que les cuento de antes de mi nacimiento fueron vivencias de mi padre, con quien conversaba mucho, porque le encantaba re-cordar cómo era Maipú. Después del año 1950, son todas cosas que yo viví y algunas me las contaron familiares de los protagonistas. Por eso les puedo asegurar que todo lo que aquí se diga es verdad.

Esta idea comenzó por ese dicho de que para pasar por esta vida hay que plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, y eso es lo que pretendo hacer. Para ello, qué mejor que contar las cosas que viví en mi querido Maipú.

Trataré de acordarme de todos, pero si no fuera posible, quedará para otra oportunidad, porque tenemos mucho material, creo que como para tres libros.

El afán de hacer esto es solamente que los parientes de todos los que aquí aparezcan sepan cómo eran sus progenitores y lo que hicieron por esta comuna. Espero perdonen todos los errores, solamente soy un hijo de vecino que se metió en un lío muy grande.

Este libro se lo dedico a mis padres, hermanos y sobrinos, pero no habría sido posible sin la ayuda de mi familia, mi esposa y mis hijos que ayudaron a que saliera adelante.

También quiero destacar la ayuda muy especial de mi amigo Nica-nor Plaza, buen conocedor de Maipú y gran conversador, cualidad que sirvió mucho a la hora de entrevistar a diferentes personas, a

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quienes contactamos para pedirles que nos contaran su historia y aprovechábamos de pedirles algunas fotografías.

También quiero recordar a mi hermano Eric, casado con la señora Noemí Sánchez y sus tres hijos Hernán, Alberto y Patricia, a mi her-mano Wilber, casado con la señora Berta Carreño y su hijo Cristian Rodrigo.

No puedo dejar de mencionar a mi esposa, Maria angélica Díaz y a mis hijos, Oscar, Lizzie y Ronald y a mi cuñada Eugenia y su hijo Luis Alberto, quienes viven con nosotros desde que falleció su es-poso. Mi hijo mayor, Oscar, es casado con la señora Vania Huerta y me dieron mis primeros nietos, Tomas y Agustín, los que alegran la casa cuando nos visitan los fines de semana.

Yo estudié mis primeras letras donde la señorita Casandra Edwards y continué en la gloriosa escuela 85. Termine mis estudios en el liceo Miguel Luis Amunategui, con mi vida hay para escribir varios libros pero no es de mi que vinimos a conversar sino de la querida gente de este bello Maipú.

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Familia Valenzuela Diaz

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Los tres mosqueteros de Maipú

Un buen modo de comenzar es re-memorando a los tres paladines que dirigieron los destinos de esta co-muna sin importarles ni familia ni tiempo, sólo el bienestar del pueblo. Me refiero a don José Luis Infante Larrain, don Luis Ferrada Urzua y don Gonzalo Pérez Llona, que lle-varon a Maipú por el buen sendero y de ser un pequeño pueblito fundado el 22 de diciembre de 1891, paso a ser la pujante comuna que hoy cono-cemos.

En el año 1942 don José Luis Infante Larrain, nacido y criado en Maipú, mandó a construir la primera copa de agua de la comuna, ubicada en Pajaritos con Avenida Chile. Ocho años después, el municipio a su car-go se hizo cargo de todo el sistema de agua potable, dando un paso fun-damental para el desarrollo de la zona.

La experiencia administrativa la había adquirido como dueño del fundo Maipú.

Don José Luís tuvo la visión de traer una gran cantidad de industrias sin cobrarles impuestos de construc-ción, conformando el famoso cordón de Cerrillos. También se con-struyo la piscina olímpica, se pavimento Pajaritos y se constituyo la

Don José Luis Infante Larraín

Don Luis Ferrda Urzua

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primera locomoción municipalizada de Chile.

Otro de los hombres inolvidables es el doctor Luís Ferrada Urzua, quien llegó a esta comuna por casualidad cuando estudiaba Medicina y su casa de San Bernardo le quedaba muy lejos de la universidad. Un amigo le dio el dato y así ocupó en 1950 la vivienda de la calle Pajaritos con Libertad, ya casado con la señora Luz Valenzuela y con dos hijos. Aquí la joven familia enteraría nueve re-toños.

Como médico atendió a todo Maipú y nunca le falto tiempo para visitar a la persona que lo necesitaran. En el año 1967 fue propuesto por don José Luis y Gonzalo Pérez como candidato a alcalde, y le toco estar en el cargo edilicio para la celebración de los 150 años de chile.

Don Gonzalo Pérez Llona fue uno de los regidores y alcalde más jóvenes de la comuna. Era muy alto y buen mozo, según las señoras de la época, y casi siempre vestía de huaso. Fue presidente de la Asociación de Rodeos de Chile y en su periodo se efectuaron los Champión de Chile en la medialuna maipucina.

En su periodo de alcalde se construyó el estadio Bueras y entregó la plaza mayor. También construyó el hermoso parque del cerro Primo de Rivera.

Era muy querido por el personal de la municipalidad por su gran dinamismo y muy esforzado y gran sentido de responsabilidad con su Maipú, por que el cariño por su pueblo supero cualquier barrera. Por eso lo llamaban el alcalde de los pobres.

Don Gonzálo Pérez Llona

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Recuerdos de la Municipalidad

En la antigua casona de la municipalidad, que estaba decorada con unos hermosos vitrales en su puerta de entrada, la primera oficina era la del alcalde. La seguía, a continuación, el departamento de tránsito, con su director José Saa Leyton, quien estuvo 30 años pre-stando servicio a la comuna. Comenzó a trabajar en 1937 y se le recuerda como tesorero de la primera compañía de Bomberos e in-tegrante del primer club de huasos de Maipú, donde destacaba por participar en todos los rodeos. Después fue presidente del club Gil Letelier. En Maipú formo su familia con su querida señora doña Adriana Berríos y sus hijos, Argelina, Anita, Rebeca y José, que todavía viven en este terruño.

Don José murió en 1967, y sus restos fueron despedidos por su gran amigo Alberto Silva, secretario municipal, otro maipucino de corazón. Sus hijas Eugenia, Sonia también fueron empleados mu-nicipales y su hijo Pelayo trabajó en el Banco de Chile,

En tiempos de la alcaldía de José Luís Infante el juez de policía local era Alfredo Engaña y el tesorero José Miguel Ramírez, padre

Maipucinos antiguos

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del primer mártir de los bomberos de esta comuna. En aseo y jar-dines estaba Laurencio Hinostroza, a quien le decían cariñosamente “Perón”, como el presidente argentino, y era incansable para cuidar todo el ornato de la comuna.

Como administrador del matadero municipal estaba el doctor Re-nato Chinchón, quien todavía su familia vive en la calle Pajaritos. En la piscina el administrador era Carlos Brito, a quien lo ayudaba su esposa, Bertita Guzmán.

El encargado del edificio municipal era don Luis Ferrada y sus co-laboradores para mantener esto como un chiche era “el guatón” Me-nanteux y don Lucas Valdivia

Por esos tiempos Mario Menanteaux manejaba uno de los dos ca-miones que tenía el municipio, uno verde para todo servicio y otro rojo, que era para los bomberos cuando todavía no tenían carro. Por lo tanto, al sonar la sirena, Mario tenía que correr de su casa en la calle Colonia, donde guardaba el vehículo y ponerse a disposición de ellos para llevar el personal o la moto bomba.

También existía un tractor marca Ford con un coloso, que se ocup-

Empleados municipales

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aba para cualquier trabajo que tuviera que trasladarse algo y también para hacer el carro alegórico para la fiesta de la primavera. En ese rústico vehículo se movilizaba también a la reina de la primavera.

Mario Menanteux Juzgado de policia local

Edificio municipal

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Las picadas de antaño

El local de Armando Esquivel estaban en la calle Chacabuco y el día domingo se hacían interminables filas de automóviles para com-prar las calentitas y exquisitas empanadas.

También era imperdible el negocio de Manuel Plaza Silva y su es-posa Rosa del Carmen Cabello. Ellos venían de Lipangue y llegaron a Maipú en el año 1935. Se dedicaban a sembrar hortalizas y en los meses de invierno mataba uno o dos chanchitos a la semana, y le convidaba a algunos amigos. Como todo lo que faenaban era tan rico, se empezó a correr la voz y llegaron muchos clientes a su casa, que estaba ubicada en San Martín, entre Ordóñez y Maipú.

Para el año 1949 era tanta la venta, que tenían que le ayudaba su hija Herminia y otros dos jóvenes, el Lolo y el Rafita, que lavaban los fondos y le atizaban el fuego para coser los arrollados y las pri-etas. Entre todo faenaban hasta ocho cerditos a la semana, y los ve-cinos les llevaban cada uno su olla para que le guardaran su pedido. Lo gracioso es que cada olla tenía escrito el apellido de sus dueños, como los Ferrada, los Infantes, los Casali, los Mallea, los Saa, los Carrillo y muchos mas. Don Pancho Retamales encomendaba a su yerno Nicanor para que el dia viernes en la góndola le pasara a dejar la famosa ollita. El problema era cuando por algún motivo Nicanor no pasaba a cumplir con el encargo su suegro, y lo dejaba sin alm-uerzo por una semana.

Otra de las picadas era don Pancho, que en la calle Ordóñez ofrecía “la mejor chicha de Maipú”. Tenia su producto guardado en unas vasijas de greda, las que cada cierto tiempo destapaba y a los par-roquianos que iban les servia en unas calabazas que parecían mates grandes.

Para la chica con naranjas el viaje obligado era donde las señori-tas Justina y María Figueroa, que tenían la cantina Las dos Rositas

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en la avenida Pajaritos, dónde desfilaban los chóferes de las góndolas, quienes eran sus cli-entes preferidos.

Los lomitos gigantes eran propiedad de la fuente de soda El Cairo, que con tan egipcio nombre se especializaba en ofrecer chorreantes pedazos de carne en inmensos panes.

En materia de golosinas es-taban los billares, donde los Duran, que fueron los prim-eros que fabricaron los helados batidos.

Frente a la piscina era un delito no pasar a La Cabaña, que ten-taba con shop heladito y sánd-wiches de gordas, las famosas salchichas gigantes.

En un ambiente totalmente fol-clórico estaba la Higuera, de don José Alamiro Castro, pues ahí se comían los mejores po-rotos con plateada y los ricos pollos arvejados preparados por la señora Luisa, que tenia mano de monja para cocinar y dos ángeles para atender, los mozos Miguelito y Alberto.

Una picada móvil que todavía existe es el triciclo que vende des-ayunos a un costado de la bomba de bencina Copec, en Uno Norte. Su dueño, Alberto Carrasco, lleva más de 30 años en el mismo lugar

A la derecha Manuel Plaza

Alberto Carrasco

Herminia Plaza

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y es técnico agrícola, pero nunca encontró trabajo en su profesión, por lo que se dedicó al carrito.

Cuenta que ha tenido clientes muy conocidos y que una vez lo visitó el Presidente de la República Ricardo Lagos, acompañando a un antiguo cliente, Guillermo Fernández.

Otra curiosidad es que como Alberto prepara los ricos sándwiches, para el momento del pago son los propios clientes los que depositan el dinero en el bolsillo de su chaqueta blanca, así no tiene contacto con los billetes o monedas. Para el vuelto tiene una cajita con sen-cillo.

También tiene como lema que en su carro no se fuma ni se dicen malas palabras.

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La lechera Maipú

El café Paula, el hotel Carrera, el café Santos y el Coppelia eran algunos de los locales que compraban la mantequilla en la lechera Maipú, porque se decía que era uno de los mejores productos de la zona.

Manuel Fuentes, Olaf Valenzuela y Pompeyo Martínez

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A las cinco de la mañana todos los días salía el Guatón Peñaloza en el camión Ford 46 a repartir las ventas a los más afamados negocios de Santiago.

Cuando niño íbamos con mis hermanos a comer mantequilla con pan en la misma planta productora. Entrábamos a la sala donde es-taba Emilio Briceño revolviendo la mantequilla con una paleta de madera, y nosotros llevábamos la marraqueta abierta. Él nos pasaba la paleta por la marraqueta, que quedaba untada como con unos cinco centímetros de mantequilla. Era algo delicioso.

Como hijos del contador a veces convidábamos hasta algunos ami-gos. El dueño de la lechera era don Arturo Tortéelo Benvenuto y después paso a sociedad anónima. En su directorio estaba don José Luís infante, don Gonzalo Pérez Llona, don Jaime Figueroa, y su gerente era don Pompeyo Martínez.

El secretario y contador mí padre Olaf Valenzuela Lira y el jefe de planta era don Norberto Contreras. Entre los empleados adminis-trativos estaba Claudio Contreras, el negro torres Rodolfo Oviedo, Eduardo Díaz, y los estafetas eran Hugo Thieleman y Luís Varas, que salían a hacer los tramites en unas motonetas Vespa, que eran lo que se usaba en se tiempo.

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Casamiento de la hija de don Norberto contreras, junto al personal de la lechera Maipú

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Los primeros Carabineros

Los primeros policías en el sector de Maipú fueron Pío Álvarez y Jorge Ogás, en 1912. Para 1940 arribó como jefe de retén el sargen-to Laurencio Hinostroza y ya en 1948 la unidad estaba formada por el capitán Ismael Llona, el capitán Raúl Rojas, el carabinero Jose Alamiro Castro, el sargento Guillermo Cabezas, el cabo Lizama, el carabinero José Escobar, el cabo Mihueque y el carabinero Cáceres (a quien apodaban cabeza de tarro).

Se trasladaban en un furgón cerrado Ford, al que la gente llamaba la Cuca. Uno de sus principales dolores de cabeza era el clandestino de la tía Celia, que estaba ubicado en la calle Hermanos Carrera con Centenario. Lo allanaban y le requisaban todas las medidas y chu-

icos que tenían para vender, y a los cinco minutos ya estaba funcionando nueva-mente.

El carabinero Leopol-do Soto llegó como peluquero a la comis-aría y su jefe, Raúl Aravena, lo mandó al colegio las Ursulinas, para que cuidara la entrada. Por más de catorce años estuvo cumpliendo esa labor, y las niñas del estab-lecimiento lo querían mucho, al igual que las monjas encarga-das. Para el Día del

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Carabinero lo llenaban de regalos.

Conversando con So-tito, dice que las ex alumnas,la mayoría ya profesionales, hoy lo re-conocen cuando lo ven en la calle y lo agarran a besos, agradecidas por sus servicios. Muchas le presentan a sus hijos y él se emociona mucho.

A otro uniformado, el capitán Rojas, cuando llegó a Maipú su esposa le encargó una batea para lavar la ropa. La compró y le encargó que la fu-era a dejar al “Humito”, un asiduo “cliente” de la comisaría al que conocían todos en el cuartel por su afición al vino. Grande fue la sorpresa del capitán cuando en la tarde llegó a su casa y la batea todavía no la llevaban. Lo que sucedió fue que el Humito pasó por la picada Donde Sotelo y le bajó la sed, por lo que vendió la batea para comprar vino. Como resultado del enojo del capitán, el Humito terminó barriendo la comisaría por varios meses.

El carabinero José Vicente Escobar Latorre, llamado cariñosamente el “paco chocolate”, por el color oscuro de su piel, después de hac-er su servicio militar fue designado en la subcomisaría de Maipú, donde quedó como ordenanza del capitán Llona. Siempre hacía pareja con el cabo Mihuiqui y recorrían las calles poniendo orden con sus lumas, a las que eran muy aficionados, según los comen-tarios de la época.

También le gustaba el futbol y era el aguatero principal del club

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Madre Paula directora del colegio Las Ursulinas agradeciéndole al carabinero Soto

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de su barrio, el Hermanos Carrera. Cuando salía de ronda y pillaba a algún grupo jugando a la pelo-ta, se unía a un equipo y participaba del partido. Si perdía, dicen las malas lenguas, después volvía en la Cuca y se los llevaba a todos presos.

Había un maipucino que no era muy bueno, Isaías Peñaloza, famoso por sus asaltos. Su mayor enemi-go era el carabinero Es-cobar, que lo tenía de ca-sero para arrestarlo hasta que se acogió a retiro, en 1968

Resulta que cuando ya es-taba fuera de la institución policial, llegó a su casa el mentado Isaías Peñaloza con dos cuchillos, un sa-

ble y un cordel, según él para amarrar y cortar en pedacitos a su ex archienemigo carabinero.

Pero al delincuente le salió el tiro por la culata, porque don José es-taba con sus hijos y entre todos agarraron al atacante y lo amarraron con el mismo cordel, A puros palos lo llevaron a la comisaría para que –nuevamente- lo dejaran detenido.

El “paco chocolate” falleció el 12 de septiembre de 1979.

El paco chocolate

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A la escuela a caballo y osito de felpa

Como un homenaje a la gloriosa batalla de la Independencia, el cinco de abril de 1910, con la asistencia del inspector de Educación, don Rafael Díaz Lira, se colocó la primera piedra para la construc-ción de la Escuela 85 de Hombres, Bernardo O`Higgins y la escuela de Niñas 169, General José de San Martín.

El primer director de la 85 fue don Lisandro Reyes, y uno de los primeros profesores don Vitalio Cofre y don José María Olivares, quien también llegó posteriormente a director.

Cuando yo estudié ahí, veía como los niños que venían de La Rinconada tenían trato especial. Podían llegar más tarde, porque el bus que los traía generalmente se atrasaba o quedaba en panne. También salían más temprano, porque el esforzado vehículo pasaba a buscarlos antes de la hora de salida, no fuera a ser que otra vez quedara botada.

Obviamente, la mayoría de las veces este grupo selecto de estu-diantes se salvaba de las tareas e interrogaciones, por lo que los

Curso 4°año Escuela N° 85, 1954

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demás les teníamos cierta envidia.

Lo más sorprendente a los ojos de los maipucinos actuales era que algunos de La Rinconada, cansados del imprevisible viaje en bus, llegaban a la escuela a caballo. Sí, tal cual, como en las mejores películas de cowboys, aunque para todos resultaba de lo más nor-mal.

Aparecían a la distancia cabalgando en el animal y lo amarraban en unos postes que, con muy buen criterio, estaban dispuestos espe-cialmente para ese fin en la puerta de la escuela.

El director de la época era el señor Flores, y de los profesores recu-erdo al señor Juan Monsalve, don Alfredo Barros, la señorita Eliani-ra Poblete, la señora Rosa Iturra, la señorita Judith Cruz, la señorita María, la señorita Mafalda, el señor Hernández y el querido señor Román, profesor de Agricultura, la clase que más nos gustaba, pues aprendíamos cosas que después podíamos practicar en los terrenos de la casa.

Fachada de la Escuela N° 85

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Ese maestro también nos trataba muy bien, aunque ahora seguro que algún apoderado lo denunciaría por sus prácticas pedagógicas. A nosotros nos dejaba jugar y a los más grandes les permitía fumar los famosos cigarros marca “Opera” de esos tiempos, claro que para callado, sin que los vieran de las salas.

Otra clase que nos gustaba mucho era Música, con el querido se-ñor García, que tocaba el violín para todas las fiestas del colegio. En esa asignatura salían a relucir los talentos de cada compañero, como Víctor Vergara, más conocido como el Guatón Mackay, que era carta puesta en los todos los actos de la escuela. Siempre can-taba la misma canción, “Osito de Felpa”, y todos nos poníamos muy tristes al escuchar la historia del padre que le canta al juguete preferido de su hijo muerto.

En ese tiempo se usaban los cuadernos que regalaban en el mismo establecimiento. En todas las paginas en la parte de arriba decía “Escuela Pública de Chile”. Junto al silabario el Ojo los colocá-bamos en los bancos de madera, que eran para dos personas y al medio tenían un orificio para poner el tintero.

Dicho implemento resultaba vital para las clases de caligrafía, donde teníamos que hacer todas las letras con una pluma de lata marca Redis, que iban insertas en un palo para poder tomarlas.

Toda esta delicada operación, por supuesto, la realizábamos en un cuaderno especial, que tenía un cuadro grande para las mayúsculas y otro más pequeño donde iban las minúsculas. También existía el cuaderno de Ciencias Naturales, que era con la hoja partida: la parte superior era totalmente blanca, y de la mitad de la hoja para abajo tenía líneas. Así, arriba poníamos el dibujo de lo que se estaba estu-diando y después escribíamos debajo la explicación.

Otros compañeros que recuerdo son los hermanos Chapa, los Abelló los Saldaña, los Pozo, los Morales, los Sanhueza, los Fajardo, los Madrid, los Toro, los Ruz, los Fuenzalida, los Orellana, los Cabrera, los López, los Román, los Contreras, los Palma.

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Todos los lunes había un acto que le tocaba al curso de turno, donde se cantaba la Canción Nacional y se izaba la bandera. Algunos ni-ños cantaban, otros recitaban y no faltaban los que aprovechaban de contar chistes frente a todo el colegio.

En el primer recreo era sagrado el vaso de leche, que la calenta-ban en la casa del cuidador de la escuela, el señor Nieto. Su señora hacía unos ricos barquillos en una plancha que tenía en su casa, y los vendía también en los otros recreos. Aunque nunca creo que haya sido muy bueno el negocio, porque muchos le quedábamos debiendo las golosinas.

Como verán, en esta querida Escuela 85 pasamos los mejores mo-mentos de nuestras vidas. Cuando los niños de entonces ya esta-mos por dejar esta tierra, lo único que se me viene a la mente es decir que la famosa 85 es, simplemente, la verdadera universidad de Maipú, porque nos enseño lo primero pasos para poder subsistir en este mundo tan loco. Siempre la llevaremos en nuestros recuerdos por todo el tiempo que nos quede de vida.

Los mellizos Sergio y Gastón Palma, ambos con el mismo chaleco, uno sentado a la izqui-erda, Gastón fue mártir de la Primera Compañía de Bomberos

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La Cruz Roja

En este libro no podemos dejar de reconocer a la primera institución y más antigua de Maipú, la Cruz Roja, que al momento de escribir estas líneas ya cumplió 75 años en la comuna.

Fue fundada el 4 de mayo de 1932 por el doctor Fernando Bravo y 15 voluntarios mas, como la señora Elena Williamson de Revuelta , doña Juana Weber de Amunategui, el doctor Jorge Contador, la se-ñora Hilda Poblete Macaya, la señora Herminia de Pinochet, la se-ñora Olga Peñaloza de Mallea, la señora Eliana López de Bustos, la señora Blanquita Segovia, la señora Ilse de Villanueva, la señorita Casandra Edwards, el doctor Luis Ferrada, la señora Nelly Leiva de Campos, la señora Nelly Navarrete, la señora Olga de Zaneta, la se-ñora Rosa Caro Villavicencio, la señorita Adriana Alvarado, la se-ñora María Gómez ,don Hugo Pinochet, la señora Amelia Pinochet,

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la hermana Sor María de los Ángeles, que era en-fermera, la señora Lili Guzmán de Massad, la señora Elisa Godoy, el doctor Víctor Trujillo, don Héctor Guzmán, don Nicolás Porra, la señora Elena Garrido, la señora Georgina Mondaca, la señora Carmen Bustos López.

Mis disculpas por que hay muchas socias que no recordamos, pero quiero darles las gracias a todas por haber servido a la comuna en este aspecto de la medicina, que es algo que todos alguna vez necesitamos. A nombre de todos los maipucinos bien nacidos, les agradecemos por vuestras horas que dieron para esta comunidad, sin esperar pago de ninguna especie. Gracias maipucinos de cora-zón, que Dios y la Virgen los guarde para siempre.

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Nelly Navarrete, Lela Muñoz y María Valdés

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Recorriendo por Pajaritos

En el año 1953 mas o menos, los grandes árboles que tenía por ambos lados, que cuando estaban con todo su follaje asemejaban un túnel muy largo, eran la principal característica de la avenida Pajaritos, la principal calle de Maipú y que cruzaba por una tierra rica en realeza vegetal. Por ejemplo, estaba el rey de los zapallos, Mario Zavala, o el rey del apio, el propio José Luís Infante, que en su fundo plantaba este vegetal con una semilla que había traído del extranjero.

Siguiendo con el recorrido, uno se topaba con el fundo La Lagu-na, donde había un retén de carabineros que recibía a los pasajeros curaditos que les dejaban los chóferes de las góndolas.

Av. Pajaritos alrededor de 1932

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Después seguían los fundos El Descanso y Loma Blanca, que era de los Riesco, y al lado el famoso restaurante El Rosal, junto con la carnicería La Jerezana. Este sector era conocido como el infiernillo y sus casas eran muy rústicas, la mayoría levantada con ramas de hinojo y barro.

Por el frente estaba el No me olvides, otro restaurante muy apacible, cuyo dueño era el abuelo del conocido futbolista Humberto “Chita” Cruz y la cervecería Loma Blanca.

Continuaban la familia Sepúlveda, los Navarrete, los Zaneta, los Úbeda y también los Palomino. En la otra vereda se encontraba el conocido almacén del Guaguín, que pertenecía a la familia Correa.

Por esa cuadra se instaló la industria Perlak, dedicada a fabricar salsa de tomate y los conocidos caldos en cubito. Esta empresa dio trabajo a mucha gente del sector y contribuyó para que sus trabaja-dores tuvieran casa propia en la población del mismo nombre que la industria, la que se ubicó en Primera Transversal con Riesco, que todavía existe.

Por este mismo lado de la fábri-ca, estab la gran casona donde vivían las hermanas López, una familia verdaderamente atigua, y los Arriaza. Después seguía un callejón donde vivían varias familias, entre ellas la de fa-moso Onofre Fuentes, más conocido como el Mono Frito, la secretaria del club Florida Loma Blanca y don Abdón Bustamante, que era dueño de toda la esquina de Pajaritos con Argentina.

Muy cerca estaba la pequeña Casamiento de la hija de don Abdón Bustamante

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capilla del colegio Alberto Pérez, la que cuando no tenía misas se convertía en sala de clases, rodeada por unas grandes moreras donde nos subíamos a comer a la salida del mes de María.

Después seguía la casa de don Antonio Romeo, donde después en el garaje se instalo una de las primeras farmacias de ese tiempo, cuya dueña era su yerna, la señora Marta Valenzuela con su esposo, don Sinfuriano Romeo.

Por la intersección con la calle Argentina, estaba la inmensa fragua de Luis Poblete, que en esos tiempos se usaba mucho, pues casi todos los agricultores tenían camiones que reparaba don Bicho, el mecánico, y después los llevaba a la fragua, y la persona que le bombeaba el aire a la fragua era el Rafita Poblete que en ese tiempo era solamente un niño.

Continuaba por el frente la casa de Dante Sepúlveda y su señora Adriana y sus hijos, Nina, Dante y Galvarino. Después la casa de la familia Rubio, con unas hermanitas que eran muy atractivas y terminaba la cuadra con un local donde estaba la farmacia Orión

Casamiento de una empleada de la farmacia moderna, junto a sus jefes y compañeros de trabajo

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que pertenecía a Raúl Salinas, famoso por vestirse de huaso para todas las fiestas. Uno de sus hijos, Luís Enrique, fue el primer dueño del restaurante Los Hornitos de Maipú, que es-taba ubicado frente al Templo Votivo.

En este mismo lado estaba la casa de los Miranda, donde hoy esta el club de tenis 140 y al frente estaba la casa de don Dionisio Pinto y Pompeyo Martínez.

Una de la fuente de soda más popular del sector era el Paler-mo, propiedad de Raúl Ubilla. Su esposa, la señora Aída, era profesora de la escuela 85. Era un local muy ameno y fue pi-onero en instalara las maquina wurlitzer, para escuchar los discos de 45 revoluciones. “Diana”, de Paúl Anka, fue la primera canción que se podía programar.

Después, con mucha visión para el negocio, Raúl agrando el lo-cal y construyó una pista de baile con mesas especiales de un met-ro cuadrado, donde cabían justo 24 botellas de malta, así cuando llegaban los parroquianos le pedían que les pusiera un metro de cerveza.

Al lado vivía la familia Román donde también habían dos herma-nas, la Mery que era casada con Eraclio Gonzáles y la Juanita que

La casa de los Ferreira

Mery y Eraclio

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era casada con Guillermo García. Por coincidencia los dos cuñados eran chóferes de la primeras micros de Maipú. La Juanita falleció trágicamente muy joven, causando una gran pena entre sus vecinos y amigos.

Siguiendo con el recorrido venía la familia Von den Nesevick, donde habitaba Augusto, al cual cariñosamente sus amigos le decían montón de letras, por su difícil apellido. Después venían los Sánchez, los que tenían su casa sobre un cerrito de tierra blanca y hacían muy buenos malones, siguiendo don Gines Aguilera y don Juan Ramón Cuello.

Por el otro lado, partiendo de Centenario, estaba la consulta del dentista Hugo Valenzuela, donde recibía la secretaria, Carmen Pal-ma y una palmera alta y flaca en la entrada. Seguía la casa se los García, cuya hija, Estrella, se casó con Manuel Cornejo e instalaron la popular chanchería De Manolo, que por muchos años nos deleitó con sus embutidos y jamones.

Continuaba otro negocio, la fuente soda San Pancracio, que era de la familia Correa, la seguía una casita que estaba un poco escondida con una gran enredadera y una gruta de la Virgen. Era el hogar del “pelao” Bustos, un vendedor viajero casado con la señora Carmen

Quinta de recreo El Castillo

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López, antigua socia de la Cruz Roja.

Llegamos a Pajaritos con O’Higgins. En esta esquina estaba la casa de la familia Perez Martínez.

Por el otro lado de la calzada estaba la casa quinta de Jorge Pérez Canto, quien siempre vestía un terno gris con chaleco y en el bolsillo un reloj que colgaba de uno de sus ojales. Le agregaba un sombrero del mismo color del traje, unos grandes bototos y su inseparable maletín, con el cual se subía a la góndola, sacaba un libro y se ponía a leer. Era una persona muy instruida, según la gente se comía las hormigas por que decía que eran buenas para la salud. Este señor era una verdadera enciclopedia, estudiaba a fondo los protozoos y hablaba seis idiomas.

Una vez lo llevaron a un concurso en radio Minería que se llamaba “doble o nada”, y se ganó todos los premios.

La siguiente casa, de Otto Wirner, era inmensa y tenía un hermoso parque, parecía una casa de película. Esta vivienda después fue de la familia Villanueva y ahora alberga la sede de la Corporación de Educación Municipal, Codeduc.

Don José María Olivares con uno de sus cursos

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Al lado estaba la casa de Rolan-do Oliveros, que era un presti-giado sastre que tenia su local en pleno centro de Santiago.

Pasamos avenida Chile y nos encontramos con la copa de agua donde vivía Guillermo Molina y su familia. Esta copa, levantada en 1944, fue la prim-era de su tipo que existió en la comuna.

Seguía un terreno grande que se llamaban villa Luján, con

muchos árboles frutales que era propiedad de la familia Urzua Me-rino, ahí está ubicado actualmente el consultorio.

Pasando Libertad se encontraba la casa del doctor Luís Ferrada, al lado don Juan Marambio y el negocio del guatón Guido, donde llegaban los jóvenes a comerse unos sandwich inmensos y fumarse su cigarrito debajo del mesón, a escondidas de sus padres (los Fer-

Casa de más de cien años de doña Isolina Hernández

Raúl Fuentes y Aída del Carmen Figueroa, nie-ta de doña Isolina, en el interior de la casa

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rada, los Carrillos, los Latorre, los Suárez, los Pérez, los Vera, y muchos mas de esos tiempos) luego continuaban los Mansiute, los Bríto y se terminaba la cuadra con los De la Fuente.

Al frente estaba uno de los primeros garajes, el de Vicente Arévalo, don Bicho, al cual llegaban todos los vehículos maipucinos de la época. Uno de sus clientes más asiduos era Arturo Tortelo, dueño del fundo El Porvenir, quien viajaba todos los fines de semana a Valparaíso y el día lunes llevaba el auto a mantención.

Seguía un edificio de dos pisos que ocupó el Banco del Estado y después el supermercado Leyan. Al lado estaba la casa de las her-manitas Castillo Bañados, conocidas como las gotitas, por que eran muy parecidas.

Seguía la vivienda de Rosita Olea, funcionaria del consultorio y suegra de Armando Herrera, integrante de la tercera compañía de bomberos y Pancho Reyes, antiguo y querido funcionario de la em-presa Pizarreño.

Cruzando la calle Maipú empezaba un lindo parque, que la mu-nicipalidad le puso el nombre del primer mártir de la compañía de bomberos de Maipú, Eduardo Ramírez Mazzóni, donde nosotros íbamos a pololear. Después la municipalidad levantó en ese lugar un edificio que supuestamente iba a convertirse en un gimnasio, pero nunca se utilizó para ese fin y terminó arrendado al supermer-cado Toqui.

Al frente se divisaba la primera bomba bencinera, donde mucho antes existió una hermosa casa antigua, con corredores muy largos llenos de ventanales. Ese espacio también lo ocupó la feria, donde vendían sus hortalizas los chacareros de los alrededores.

Al lado del tradicional Monumento se erguía la quinta de recreo La Cabaña y la fuente de soda “El Cairo”, que vendía unos sándwich de miedo. En la esquina estaba la carbonería de la familia Zúñiga.

Más allá vivía don Juan Monsalve, profesor que enseñó a gran parte

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de la juventud de esos años. Seguía la pescadería y verdul-ería de José Manríquez, donde para poder entrar había que cru-zar una acequia en la que siem-pre había patos bañándose.

En ese mismo lugar estuvo el negocio El Rural y la quinta de recreo El Paraíso.

Cruzando la calle uno se topaba con la plaza mayor, que tenía tres asientos de cemento súper duros, en los que esperábamos al alcalde o a los regidores, que trabajaban a unos pasos de ahí, en las dependencias munici-pales.

Por Pajaritos continuaba la comisaría, con unos grandes peumos en la puerta, de ahí que curadito que caía preso lo mandaban a barrer las hojas que caían de estos árboles. Seguía la casa de la familia Revuelta Williamson y el teatro.

Al lado se ubicaba la pastelería La Estrella, de la familia Faundez, donde la Anita y su mamá, la señora Severina, vendían los mejores cachitos rellenos con crema.

Después venía la casa de Eduardo Silva, la de Mario Becerra con su mama, la señora Celinda, la peluquería del Rucio, los Mackay, el restaurante Las dos Rositas, de las hermanas Figueroa, el club Atlé-tico Maipú del que era concesionario Carlos Búnster, quien usaba chaquetas con codera, pues pasaba todo el día apoyado en el mesón. Algunos socios del club eran la señorita Nelly Navarrete, los her-manos Porras -Hilda, Leopoldo y Guillermo-, Héctor Guzmán y Raúl Quinlan. Uno de sus presidente fue Raúl Téllez.

Anita Faúndez, pastelería La Estrella

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Un “cliente” clásico del club era el Bari, perro fiel que acompa-ñaba hasta ls dependencias del club a su dueño, Raúl Quinlan, y aprovechaba el viaje para robarse algo de la cocina. Su estrategia se develó cuando lo pillaron llevándose un pernil que recién había sacado de la olla, el cual iba tan caliente que el animal lo soltaba un rato y después lo volvía a tomar con su hocico.

En Esquina Blanca estaba la fuente de soda El Mexicano, después una hilera de casas que pertenecieron a la familia Poblete Macaya, la casa de Antonio Rivas, los Ferreira, la Cruz Roja y la zapatería de Jañita.

También había un sitio eriazo donde se instalaban los circos. Estaba justo antes del restaurante El Barquito.

Más hacia el sur venía la quinta de recreo El Castillo y el colegio

La estacion Maipú

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San Buenaventura, del prestigiado profesor José María Olivares, que tenía al lado una casa con una galería donde me contaba mí padre que había nacido.

A continuación la casa de Renato Chichón, medico veterinario que atendía todo lo del matadero municipal y también la mayoría de los fundos del pueblo. Su vecina era doña Isolina Peñaloza, quien tenía la representación de la Compañía de Cervecerías Unidas en Maipú y repartía en un camión que manejaba el guatón Peñaloza y su ayu-dante era un mudo, que después lustraba zapatos en la plaza.

Ahí mismo estaba otro restaurante, el Capri, y al frente una fábrica de bebidas gaseosas. En la esquina de San José con Pajaritos se veía imponente la antigua vivienda de don Carlos Vargas Prado y en la esquina de Portales con Pajaritos la casa de Carmen Luisa Correa donde funcionaba una escuelita y después la famosa compañía de teléfonos de esa época.

Seguía la casa de Mario Ortiz Quiroga, funcionario de la munici-palidad de Santiago y también alcalde de nuestra comuna. Venían los Garrido, la panadería Maipú y el gran molino del cual era dueño don Silverio Villanueva.

Continuaban las casas patronales de los Infante Larrain, después la casa de los gatos como la llamaba la gente por que tenía unas figu-ras de felinos en su entrada, esta era la vivienda de Rolando Sasso, y la casa de los Silva.

Atravesando la calle Nueva San Martín estaba el colegio, la iglesia de las monjitas de la Estación y un canal donde se atravesaba para entrar ala escuela de la Insa donde su directora era la señora María Eugenia Palacios y algunos de sus profesores la señora Dolores de Cortes y el señor Leopoldo Lagos. Algunos alumnos eran Rubén Peñaloza, Tito Soto, y los hermanos Carlos y Hugo Lepe.

En toda la esquina estaba el negocio de Isaías Rabinovich, donde vendían y cambiaban neumáticos y baterías.

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Los hermanos Jaña

Les quiero contar una historia de los hermanos Eduardo y Alfonso Jaña. Ellos se criaron en el fundo de don José Luis Infante y eran hi-jos de don Amado Jaña y doña Lindorisa Fuenzalida. Alfonso nació el 10 de octubre de 1922 y junto con Eduardo, que nació el 16 de

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En Portales vivía Teófilo Pineda, un caballero que se parecía a San-ta Claus y en su dedo pulgar de la mano derecha llevaba un anillo con un diamante rojo. La familia siguiente era la de Nicolás Porra, familia muy numerosa eran 9 hermanos tenían una casa muy grande donde alguna vez funciono el primer consultorio.

A su lado el edificio del Seguro Social, los Martínez, los Mezzano, un coronel retirado que se dedicaba a la crianza de gallinas, el ne-gocio de la mamá de Ernesto Vera, la peluquería Miranda, la car-nicería la paloma de don Guillermo River y el famoso Chancho con Chaleco.

Terminaba con la casa del jefe de estación, el señor Hernández.

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agosto de 1920, estudiaron en la escuela 85, donde aprendieron a leer en el silabario Matte.

Ellos fueron de los primeros zapateros que hubo en Maipú. Eduardo se dedico toda su vida a arreglar zapatos y Alfonso lo acompaño al principio, aunque después realizo diferentes co-sas.

Una de ellas fue hacer de jinete en las carreras a la chilena que se corrían en unos potre-ros que había detrás del actual Templo Votivo, aproximada-mente donde hoy se ubic la calle Padre Hurtado. Él era el jinete oficial de la yegua La Muñeca, que pertenecía a su tío y la hacían competir con la yegua Mantequilla, que era de Antonio Rivas y su jinete era conocido como “el Chaplin”. Se apostaba mucha plata y no faltaban las peleas al momento de los pagos.

Después de la época de las carreras, que se efectuaban alrededor de 1937, Alfonso se caso con doña Francisca Tobar Vega y tuvieron siete hijos, seis mujeres y un varón .

Después fue uno de los fundadores de la Primera Compañía de Bomberos de Maipú, nombrado chofer maquinista de la primera bomba, la recordada Menche, que él mismo fue a buscar a Valparaí-so. También fue chofer de las ambulancias municipales.

El actual negocio

Eduardo Jaña y familia

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El día que explotó la liebre

Una liebre marca General Motors, del recorrido Sol del Pacífico, fue la causante de una las mayores tragedias que se recuerdan en Maipú.

Ocurrió el día de Navidad, 25 de diciembre de 1964, como a las cuatro de la tarde, en el momento en que el vehículo de pasajeros llegó hasta la bomba Copec ubicada en el, mismo lugar que hoy ocupa la Plaza de Armas de la comuna.

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Primera bomba de bencina de Maipú

Su hermano Eduardo se caso con la señorita Hemelinda Escobar Pinto y tuvieron cinco hijos Osvaldo, Patricia, Lucy, Maria y Rene y siguió con el trabajo de zapatero hasta que un dia 7 de diciembre el señor lo llamo a su lado. Actualmente sus hijos y su esposa son los dueños de la reparadora que esta en Pajaritos frente a Colonia.

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El chofer pidió llenar el estanque y, como era habitual en esa época, los pasajeros no descendieron del bus, ya que no existía ninguna disposición legal al respecto.

Nadie se percató que estaba roto el caño por donde entraba la benci-na al estanque, y la cabina se empezó a llenar de gas, que no era visible para las personas.

El desastre sobrevino cuando a un pasajero, para hacer más llevad-era la espera, se le ocurrió prender un cigarrillo. En ese instante se produjo una gigantesca explosión, y la liebre quedó convertida en una bola de fuego.

Mario Malatesta, de 16 años, era quien estaba llenando el estanque. Pese a su corta edad, le gustaba ayudar a los encargados de la ven-ciera, y en eso estaba cuando saltó lejos, producto del estruendoso estallido. Increíblemente, no resultó con lesiones de cuidado, en un accidente en que fallecieron cinco personas y otras 10 quedaron heridas de gravedad. La gente que era vecina de la bomba arrancaba hacia la estación por que decían que estallaría todo el servicentro.

La locomoción

El 1 de julio de 1910 Joaquín Demarca solicitó a la ilustre mu-nicipalidad autorización para poner en recorrido dos carros de san-gre que iban por unos rieles tirados por caballos. Estos vehículos partirían del costado de la iglesia de la Victoria hasta la estación del ferrocarril de Maipú.

Según consta en la escritura pública fechada el 4 de julio de 1910, que aún existe, Joaquín Demarca y el tesorero municipal José Ma-ria Salinas Ureta acordaron en 12 artículos que la concesión era por diez años totalmente gratis, pero a un año de su inauguración debería pagar 20 pesos por carro en servicio una vez al año.

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Todo esto se firmó ante el notario Abraham del Río y fueron testigos los señores Cosme Gonzáles y Ernesto Vera. Por esta escritura se cancelaron siete pesos con 70 centavos.

Las primeras góndolas que tuvo Maipú, por el año 1953, fueron de Horacio Fuentes Ló-pez y Luis Valenzuela. Tam-bién entró al naciente negocio un joven administrador del ga-raje, Floridor Arraigada, quien se arrancho en Maipú y llego a ser regidor años después.

Tres góndolas partían hacia estas tierras desde la calle Ex-posición, en Estación Central, donde también paraban las Pe-ñaflor y las Melipilla. Después empezaron a salir de la calle Esperanza con Alameda frente Jorge Peñaloza

Primer carro de sangre

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a la fábrica de chocolates Frutos.

Recuerdo que tenía seis o siete años cuando con mí madre esperá-bamos la góndola, pasábamos a comprar chocolates y yo me metía por debajo de unos mesones grandotes, recogiendo todos los dulces que caían al suelo, y comía y me llenaba los bolsillos para el viaje de vuelta a casa.

Entre los vehículos de pasajeros había una góndola ñata, del año cuarenta y tanto, manejada por el sueñito Garrido, quien como lo dice su apodo, pasaba con sueño todo el día. Otra de las góndolas era muy pequeñita, que manejaba un chofer gordito chico y con una nariz muy grande y su cuello era demasiado corto, y todos lo conocían como don Pepino. Todo el tiempo que estuvo aquí nadie supo como realmente se llamaba.

El otro chofer era Lalo Silva.

Por el Camino a Melipilla pasaba una góndola muy grande y larga, que la gente la llamaba La Guagua, y la manejaba su dueño, un alemán que había llegado de la guerra. Hacía el recorrido Santiago-Isla de Maipo.

Después de este período, más bien romántico y de puro ñeque, a don José Luís Infante se le metió en la cabeza la idea de hacer la primera empresa municipal de trasporte de pasajero. Fue así como

Alcalde José Luis Infante junto a los choferes y sus familias

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compró 11 buses Fiat y empezó su proyecto, que a la larga con-virtió a Maipú en la munici-palidad pionera en contar con locomoción propia.

Para la comunidad esto fue lo máximo. Su inauguración, el 1 de mayo de 1956, fue un verda-dero carnaval.

Su primer jefe fue Pedro López Jaime y para ordenara la parte de mecánica del taller se con-trato a un antiguo vecino, dueño de uno de los primeros garajes, Vicente Arévalo, “don bicho”, como lo llamaba la gente.

Entre los primeros chóferes estaba Mario Menanteux , el “conde” Marcoti, Juanito Gajardo, Alfonso Solaris, el viejito Leiva, Octavio Valenzuela, Guillermo García, Paulo León, Jorge Peñaloza, Diego Catalán, Javier Moraga, Carlos Marín, Enrique Sepúlveda, Guillermo Gómez , “el flaco” Álvarez, Raúl Fuentes y Emilio Es-calante.

El propio alcalde en persona, don José Luis Infante, controlaba la salida se las primeras maquinas y de las ultimas en la noche. Después invento un bus escolar que trasladaba a todos estos estudi-antes. Lo conducía Eraclio González, que era pura risa, y después se rotaban los chóferes.

En esos asientos empezaron muchos romances, pues viajaban mu-chas chicas muy lindas que siempre se ofrecían para llevarte los libros o el bolsón y se empezaba a conversar. Recuerdo de algunos nombres como Maria Calderón, Juanita Román, Jimena Valdez,

Choferes, García, Fuentes, Catalán, Montenegro y Álvarez

La primera góndola de Maipú

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Nora Sasso, Quena Ramírez, Blanca Osorio, Inesita Bravo, Pallita Duflok, Silvia Arce, Paty Cubillos, Manon Molina, Isabel Rubio, Maria Teresa Silva, Fany Cabezas y Carolina Sepúlveda. Los hom-bres con mas arrastre eran Valentín Ferrada, Richard Silva, Juan Ol-ivares Luis Ortega, Lucho Cifuentes, Elías Beltrán, Agusto Von den Nesevick, Silverio Villanueva, Titín Bermedo, Francisco Miranda, Jorge Sánchez, Yayo Arias, Julio Aguirre, Luis Olivares, Jaime Sas-so, Hugo Felui, Dante Sepúlveda y José Antonio Plubins.

Cuando la población fue aumentando llegaron los empresarios par-ticulares como Ramón Rubio o Francisco Retamales, que tenía flota en Valparaíso y se vino con ella para Maipú. Él trajo sus chóferes con sus familias, que eran todos del puerto, entre ellos su yerno, Nicanor Plaza.

También corrían los buses de la ETC, los cuales eran muy grande y tenían una falla en los frenos, por que eran muy pesados, así que los maipucinos les teníamos mucho respeto cuando corrían llenos de gente por Pajaritos. Esta era la línea 55.

Los 1 de mayo se celebraba el aniversario de la empresa municipal de transporte y se realizaba una gran fiesta en los patios de la me-dialuna. Se comenzaba con una chicha con harina y un partido de fútbol entre los mecánicos y administrativos contra los chóferes, quienes ponían una carretilla en la orilla de la cancha, para retirar a los curaditos. Después seguía el almuerzo, donde los acompañaba el alcale José Luis Infante y algunos regidores, además de todos los empleados con sus familias. Todo eso acompañado del show, donde el número especial era Lalo Silva cantando “el delantal de la china”. El broche de oro lo ponía Roberto Córdoba, artista ya consagrado y cantante del Casino de Viña del Mar. Cerraba el día el gran baile familiar.

Una de las anécdotas más recordadas la protagonizaba un conductor de apellido De la Fuente, que llevaba una botella al lado del volante y cada cierto tiempo en el viaje se paraba y les decía a los pasajeros que se tenía que tomar su remedio para la úlcera. La gente comentaba

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“mire que cabal-lero mas bueno para la leche”, pero resulta que el chofer había pintado por fu-era la botella con pintura blanca, y lo que tenia en su interior no era leche, sino que un delicioso juguito de uva.

Otro caso muy especial era el del gringo Clemensi, pues como no hablaba muy bien español a la gente le encantaba cundo él les decía por donde iba la micro: “Se va por los Pacaritos y se vuelve por los Cerillos”, explicaba muy convencido.

Al inicio los buses tenían que cargar petróleo con un balde, pero al poco tiempo al alcalde José Luís Infante pidió que instalaran máquinas de combustible. En el garaje quedaron listas dos bril-lantes bombas, una de bencina y otra de petróleo, las que fueron inauguradas hasta con torta y champaña.

Al día siguiente, el primero en llegar fue el chofer Enrique Sep-úlveda, a las cinco de la mañana. Pero se le olvidó que estaba la fla-mante bencinera y metió reversa, como hacía habitualmente para sacar su máquina. Lo único que alcanzó a escuchar fue un golpe sordo y al bajarse para ver que pasaba, casi se desmayó al descubrir las dos bombas nuevas en el suelo.

Al instante llamó a don José Luís, quien llegó en pijama y zapatil-las de levantarse. Al ver el destrozo le dijo al conductor que no se preocupara, que seguirían utilizando los baldes hasta que repara-ran todo. Enrique creyó que lo iban a despedir, pero sorprendido escuchó que su jefe le decía que se tomara dos días de descanso, porque lo veía muy mal.

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Personal de los primeros buses Fiat

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El inigualable cine de Maipú

El teatro viejo, uno de los primeros en Maipú, tuvo varios dueños pero sus empleados se mantuvieron en el tiempo. El equipo lo con-formaban Sergio Ramírez, Graciela Alzamora, el “Guata de lápiz”, que era hermano de la dueña y ayudaba a controlar las entradas, y Carlos Jeria, que pasaba las películas y las famosas seriales del do-mingo, donde el jovencito quedaba en peligro y había que esperar hasta la semana siguiente para saber cómo se salvaba.

El recinto tenía una platea con asientos de madera, mientras que la galería era de cemento. Había una casetita desde la que se pasaban las películas, así que era cosa de que alguien se parara del asiento para que tapara la proyección, lo que producía el griterío mas infer-nal entre los asistentes.

Los más avezados se entretenían haciéndole sombra a la película, y ponían los dedos justo en la boca de los actores, imitando un cigar-rillo. En esos momentos era cuando la ofuscada galería empezaba a tirar lo que tuvieran más a mano.

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Los Red king en el teatro de Maipú

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Los de la platea se deleitaban con los ratones que pasaban por sus pies y algunas gallinas que llegaban picoteando del sitio vecino, donde tenían su corral.

Cuando hacía su aparición el alcalde Tristán Valdés con sus niños era muy especial, porque si llegaban en el medio de la función el señor que pasaba las películas tenia orden de empezar todo desde el principio, por lo que terminábamos viendo las películas dos veces. Se realizaban muchas veladas artísticas donde los maipucinos tam-bién actuaban, como era el caso de las hermanitas Maria Teresa y Marcelita Silva, las que conformaban un entonado dúo que la con-currencia aplaudía a rabiar.

En el intermedio salíamos a comprar a la fuente de soda los ricos sándwich de chorizo. Nos corría el jugo por los codos y mi madre reclamaba por que ensuciábamos la ropa. Al lado estaba la pastel-ería La Estrella, que vendía una golosinas de miedo y también en la puerta se paraban el heladero al que le decían “el helados de fuego” que nos vendía unos barquillos chiquititos que nosotros llamábam-os bañitos de a peso.

Eran tiempos inolvidables en que el peor castigo era no ir a la mat-iné del domingo, por lo que el día jueves ya nos empezábamos a portar bien.

Otro recinto era el Teatro Parroquial, ubicado por un costado de la Parroquia antigua. Era un viejo galpón de grandes adobes con piso de tierra, unas hileras de bancas sin respaldo y un escenario con una cenefa, donde se proyectaba la película. A un costado se instalaba un señor tocando piano cuando la película era muda.

Aquí se hacían representaciones para Semana Santa y Navidad, y obras de los diferentes departamentos de la parroquia. Sin embargo, dejaron de utilizarlo después de un terremoto, cuando los muros se agrietaron.

Por el año 1977, para ser más precisos justamente el día 5 de abril,

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se inauguró el cine nuevo de Maipú, en pleno centro de la comuna. La sociedad que construyó los locales comerciales hizo un recinto que era un lujo para esa época. Su primer administrador fue Gastón Nilo y también trabajaron ahí Sergio Ramírez, la señorita Cecilia Alzamora y la señora Gladys Lira Portales, quienes vendían las en-tradas.

Para la inauguración se presentó el Ballet Folclórico Nacional y la academia de guitarra de Carmen Barros. También salió a escena un niño prodigio, que era una maravilla tocando órgano y acordeón, Carlos Eduardo de los Reyes. Fue una función de gala que nuca olvidaré. El operador que pasaba las películas era el mismo del te-atro viejo, pero aquí con unas maquinas de primera, así que don Carlos Jeria se sentía totalmente realizado.

Después el cine pasó a manos de una persona que venia de San Antonio, Demetrio Pérez, quien fue el último dueño del inigualable cine de Maipú, ya que después la televisión terminó por pasarle la cuenta y opacó el negocio. El cine se acabó y su lugar lo ocupó la ampliación del supermercado Egas.

Fuente de soda a la salida del teatro, su dueño don Carlos Jeria

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La fiesta de la primavera

Cada año se celebraba con mucha algarabía el término del invi-erno y la llegada de los días de sol. Entre las flores bellas que se asomaban estaban las más hermosas chiquillas de Maipú, que bus-caban los votos para ser nombradas como Reina de la Primavera, un verdadero honor que era reconocido en todo el pueblo.

Entre las más recordadas están Quelita Castro, Carmen Fariña, María Calderón y Lucy Moreno, todas maipucinas de corazón, hijas de familias muy antiguas y de una belleza envidiable.

El gran evento, que era esperado con ansía cada temporada, era organizado por las señoras Berta Guzmán y Carmen Luisa Correa. Los colosos municipales, unas máquinas enormes, eran adornados como particulares carros alegóricos. Los fundos también prestaban sus tractores para que los decoraran, y los participantes se esmera-ban en mostrar toda su imaginación.

De esta explosión de creatividad salían disfraces muy creativos. Una vez el chico Molina y Francisco Javier “Chicho” Allende se dis-

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frazaron de soldador de ollas y el otro de minero. Iban felices por la calle, uno en su papel de tapa agujeros, con cautín y un tarro con carbón encendido, y el minero con su cara tiznada.

Después del desfile por las avenidas principales, llegaba la hora de los bailes en diferentes casas. Los soldadores se fueron a meter a la vivienda de Hugo Brito, en Pajaritos, y entraron con el carbón prendido. Al rato salía mucho humo y el dis-frazado de minero, muy metido en su papel con un casco con ampolleta, un cincel y un com-bo grande, empezó hacer un hoyo en la muralla del living. Obviamente que la idea no le gustó para nada a don Carlos, el papá del dueño de casa, quien nos echó a todos para afuera, antes que le demolieran el living.

El consultorio

El primer consultorio estaba ubicado en la antigua casa de don Ni-colás Porra. El único médico era doctor Howard Symmes, acompa-ñado por una enfermera, una persona que entregaba los remedios y la señorita Cecilia Porras, que era la única auxiliar de enfermería.

Cuando fue llegando más gente y el domicilio quedó chico para atenderlos, el centro de salud se instalo en la antigua villa Lujan de Pajaritos, entre avenida Chile y Libertad. Su primer director fue el

Raúl Cubillos y señora

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propio doctor Symmes, que se caracterizaba por su buena voluntad. Cuentan que un día de invierno que llovía torrencialmente, se le vio llegar en un carretón vistiendo sólo una camisa. La explicación era que le había dejado su propia ropa a una familia muy pobre que visitó en la Rinconada.

Posteriormente lo reemplazó el recordado doctor Eduardo Agües Salamé, a quien le correspondió mejorar y ampliar las salas, por que Maipú aumentaba su población en forma vertiginosa.

Contaba con un equipo de colaboradores muy especial, como el doctor Rubén Poblete que era medico pediatra, Jorge Ballestero, medico de adultos, Juan Merino Mendieta ginecólogo y el primer dentista que tuvo el consultorio, Hugo Valenzuela Silva, quien llegó recién salido de la universidad por el año 1950.

Además de sus labores diarias, todos cooperaban en lo que fuera necesario. Así lo recuerda el dentista, quien en una oportunidad tuvo incluso que asistir un parto, porque era el único con delantal que se encontraba en ese momento en el consultorio.

“Yo estaba mas asustado que la enferma, pero salimos adelante. Recuerdo que le amarré el cordón umbilical con una pitilla, el aseo a la guagua se lo hicimos en el lavatorio del baño y lo vestimos con pañales y chombas de las pacientes”, relata el doctor Valenzuela.

El encargado de las curaciones e inyecciones era Bernardo Ferreira,

Personal del consultorio

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un practicante que sacaba de apuros a los doctores y dentista, pues había estudiado medicina sin lograr titularse, por lo que aplicaba todos sus conocimien-tos. La gente le decía el doctor Ferreira.

Otra persona muy importante fue la enfermera universitar-ia Olga Contreras Sandoval, quien tuvo por misión combatir las meicas, sanadoras, parteras, santiguadoras y quebradores de empacho que eran corri-entemente consultadas por la población. También impuso la vacunación de los niños en forma masiva y se encargo de enseñar al personal como colocarlas. Tras el rápido entrenamiento se dirigían a las poblaciones a buscar niños, pero las mamás los escondían y gritaban “ahí vienen las envacunadoras”, al tiempo que les echaban los perros. Costó mucho tiempo convencer a los vecinos de los ben-

Dr. Hugo Valenzuela Silva y su hija

Comida aniversario del consultorio Maipú

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eficios que les traían estas agujitas.

El chofer de la ambulancia era Sergio Rojas, otros funcionarios recordados eran Rosita Manríquez, Margarita Pichuante, la señorita Nelly Navarrete, Marta Tobar, Rut Riquelme, Maria de la Fuente, Paulina Becerra, Victoria Sallenave y muchas otras personas.

Una de las tareas más importantes era darle comida a los pacientes. El primero que instaló un negocio dentro del consultorio fue Víctor Vergara, quien por 1955 llego con un pequeño carrito y gracias a la ayuda del doctor Agües, que le colaboró monetariamente, se instalo dentro del servicio de salud, con un pequeño kiosko donde entraba sólamente una caja de bebidas.

Todos conocían a Víctor como “el chico Mackay”, por las gal-letas que vendía, y con el ti-empo ya nadie le decía por su nombre. Se cuenta que cuando el director mandaba memos con alguna referencias para él le ponía señor Mackay. También estuvo a cargo del casino del per-sonal, donde daba colaciónes. Actualmente todavía esta su negocio en el consultorio.

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A toda velocidad

Nos juntábamos por la tarde en la plaza principal, por el lado del reloj que casi nunca estaba a la hora, y la gente nos miraba con cu-riosidad porque llevábamos abrigos cortos con botones de barrilito, los llamados Montgomery, y unas bufandas inmensamente largas

Victor Vergara, alias el Mackay

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de dos colores, que parecían culebras y los más taquilleros unas chaquetas de cuero argen-tinas.

Esa era la vestimenta de los que se atrevían a subirse a una moto en la década de los 60, aquellos años de revistas Ritmo y Cine Amor.

Los que recuerdo eran Willy Vargas, Rubén Peñaloza, Hugo Thieleman, Ricardo Calderón, Ronald Gatica, Jorge Peñaloza, Pío Arévalo, Guido Estay y yo.

Todos teníamos Lambrettas o Vespas, también pertenecía a este grupo un señor que tenia un poco mas edad que nosotros y tenia una motoneta marca Rabbit. En la semana le en-ganchaba un carrito y salía a vender cloro y el día domingo echaba a su señora atrás y nos acompañaba a todos lo paseos. Todo Maipú lo conocía como don Juan “el clorero”. Otro piloto muy popular era el Pateco Estay, que con su enorme moto Horex cap-turaba todas las miradas femeninas.

Lo mejor de las motonetas era que hacíamos paseos a distintos lu-gares, siempre escuchando las canciones de Brenda Lee, Elvis Pres-ley, Neil Sedaka y Paúl Anka. A veces se colocaban algunos artistas nacionales, como Lorenzo Valderrama, Luís Dimas o Piter Rock.

Aparte de nuestra pandilla, había otros que tenían motos, como

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Benjamín Jorquera, Luís Salinas, Armando Carrasco, Hugo Olguín, pero ellos no se juntaban con nosotros, porque sus modelos eran de más alta cilindrada que nuestras pequeñas motonetas.

El mayor dolor lo que sufrimos los motoqueros de esos días un 29 de septiembre, de 1965 cuando en la calle Chacabuco chocó en su motoneta nuestro querido amigo Ronald Gatica Toledo. Quedó muy grave y, pasados unos días del accidente, falleció cuando re-cién tenía 19 años.

La Escuela Parroquial

Corría el año 1954 cuando Carlos Cuevas llamo al párroco Alfonso Alvarado, a Sergio Errázuriz y a Olaf Valenzuela, mi padre, para hacerles entrega de una suma de dinero. Quería que con esa canti-dad se construyera un colegio en memoria de su madre, la señora Carolina Llona de Cuevas.

Estaba listo también el terreno, pero en muy mala ubicación, por lo que se converso con don José Luís Infante y él cedió un pedazo de su fundo para que allí se iniciaran las obras. Ahí está la escuela hasta el día de hoy.

Fue inaugurada por el arzobispo de Santiago, José Maria Caro, en el año 1955. Los primeros profesores se iban a pagar de su sueldo a mi casa, ya que mi padre tenía que ver con todo lo que fuera pago del colegio por su condición de contador.

De esto puede dar fe el único profesor que queda de los que fun-daron el colegio, don Salvador Valle, quien nunca pensó que iba a ser tan grande y con tantos alumnos.

Con el tiempo la administración cambió de manos, pero nunca se hizo ninguna mención ni reconocimiento a los que verdaderamente fueron los que promovieron todo esto, sin ningún pago de ninguna

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especie, solo por el amor a Maipú y a los niños de este querido pueblo.

Algunos alumnos de la primera promo-ción fueron José Luís Hernández, Luís Oso-rio, Víctor Vergara, Eugenio Mondaca, Juan Macaya, Washington Rojas y Jaime Adasme.

Su primer director fue don Hugo Cuevas y algunos de sus profe-sores el señor Salvador Valle, los hermanos Pericot, Juan Molina, Hugo Lagos y la señorita Eliana Echeverría.

Don Ignacio Pericot fue la persona que tuvo a su cargo la banda de guerra del colegio, que tenia un uniforme muy bonito, pantalón blanco largo, zapatillas blancas, cinturón rojo y polera blanca. Tam-bién se formo un coro que dirigía don Hugo Cuevas.

En el colegio se realizaban unas recordadas y hermosas revistas de gimnasia.

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Ex alumnos y profesores de la escuela parroquial

Banda de guerra de la escuela

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El crimen del lechero

Fue en 1968 cuando el número 460 de la calle O’Higgins se llenó de horror. Ahí vivía José Abarca Arias con su conviviente, la hermosa rubia Vales ka Kifer Phillips, de 35 años.

Ella llegó desde Valdivia a Maipú, para trabajar como empleada doméstica en una casa de la calle Chacabuco. En ese lugar conoció a José Abarca, que pasaba todos los días a dejar la leche.

El hombre se enamoró de la bella recién llegada de antepasados rusos, y se la llevó a vivir con él a su negocio, donde vendía leche de varios fundos de los alrededores y tenía varios carretones reparti-dores, que los pasaba a algunos jóvenes para que salieran a ofre-cerla.

Vivieron juntos por cerca de cinco años, hasta que por razones que nunca se aclararon, él lechero asesinó a su pareja la mato a golpes y la echo a un tambor. Después enterró el tambor con el cadáver en el jardín de su casa, que regaba todos los días. Ahí lo veían los vecinos que, intrigados, le preguntaban dónde estaba la Vales ka. “Se devolvió con su familia al sur”, respondía Abarca, sin dejar de rociar el pasto verde que había colocado sobre el cuerpo, y que incluso las gallinas picoteaban.

¿Qué pasó con él, lo detuvieron? Si lo encarcelaron por muchos años pero con tan buena suerte que quedo trabajando en la cocina asís que su estadía en la cárcel fue mucho mas llevadera y según el los años pasaron volando cumplió la condena y salio pero como lo malo no dura se lo llevaron los diablos.

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El querido Lalo Silva

Uno de los personajes más recordados por los maipucinos de cora-zón es Eduardo Silva Conejeros, quien nació en estas tierras en 1906 y vivió su infancia en unas casas donde llegaba el carro de sangre, al lado de la capilla de la Victoria. Con el tiempo, él se con-vertiría también en conductor de ese antiguo medio de transporte y, después, en chofer de las primeras góndolas que llegaron a la comuna.

Su querida esposa fue la señora Teresa Arias Hernández, también maipucina, y dueña del negocio El Chileno, donde vendía verduras y carbón. En el local la ayudaban sus hijas, María Teresa, Gloria, Jimena, Mónica y Marcela.

Cuenta la historia familiar que Eduardo Silva se raptó a la que sería su mujer, y se tuvo que casar con ella en un cuartel de Investiga-ciones, porque su suegro lo apuntaba con la tremenda escopeta. Sus padrinos de matrimonio fueron don José Saa y la señora Adriana Berrios.

Cuando Eduardo, más conocido como Lalo, ya era conductor de la única ambulancia de Maipú y un maestro de las anécdotas amenas, salía a ver enfermos con la señora Elena Revuelta y el doctor Luís Ferrada. En cierta ocasión le tocó un viaje largo hasta La Rinconada. Como el equipo médico no cobraba nada por sus servicios, la gente agradecida siempre le pasaba algún engañito. Esa vez les regalaron dos gallinas vivas para cada uno, que Lalo llevó en la maleta de la ambulancia.

Como se hizo tarde, les dijo a los demás que al día siguiente les pasaría a repartir las aves que le correspondía a cada uno. Pero pasó el tiempo y no llegaban nunca las gallinas. Cuando le preguntaron, le dijo al doctor Ferrada y a la señora Elena que las de ellos justo se habían volado, y que sólo habían quedado las dos de él, las que ya

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se había comido y estaban muy sabrosas.

El Lalo andaba siempre son-riendo y quería mucho a Maipú, aunque tuvo que luchar solito cuando falleció su señora a la edad de 32 años y quedo con cinco niñas. A las más pequeñas tenia que llevarlas a su trabajo cundo andaba en la ambulancia o en las micros, pero sus veci-nas le ayudaron en todo para sacar adelante a sus hijas.

Recuerdo perfectamente que le gustaba mucho cantar, y en todas las fiestas entonaba el tema “El delantal de la china”. Sus hijas heredaron su afinación, de hecho María Teresa y Mar-cela hacían un gran dúo, que animaba las veladas en el teatro viejo. También vi a María Teresa cantar en pleno Monumento de Maipú, para la celebración de un Cinco de Abril. Debido a su voz angeli-cal y a su belleza, cuando las niñas crecieron su casa pasaba llena de jóvenes que las cortejaban, y don Lalo, tenía que andar con una escopeta espantando a los galanes.

Recuerdo que hacía chuicos de cola de mono y de ponche, porque era muy bueno para la cocina, y todo lo que fuera tomar o comer su casa se abría de par en par. Para la Navidad o Año Nuevo llegaban todos sus amigos a saludarlo, y se hacían grandes fiestas.

Según él, tenía unas tías que eran dueñas de una de las primeras ca-sas de remolienda de Maipú. Estaba ubicada casi al final de la calle Colonia, eran tres hermanas que tocaban guitarra, arpa y piano, y cantaban de una forma muy picaresca. En esa casa no faltaba la comida y el buen trago, porque recibían a los afuerinos o cuatreros

Don Lalo Silva

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que se aparecían por el sector. Llegaban mucho de esa gente que se venia a esconder por los cerro de La Rinconada, y antes se pasaban a esta casa de las parientes de don Lalo, donde no paraban las fiestas que se extendían por semanas enteras.

El querido Lalo Silva falleció el 17 de enero de 1968 y debe estar en el cielo, manejando alguna nube que lleve a los que se portaron mal, derechito al infierno. Maipú entero lo despidió, pues fue uno de los grandes personajes de este querido pueblo.

Hoy, dos de sus nietos, hijos de Mónica, se encuentran en Esta-dos Unidos y tiene trabajos bien especiales. Uno es funcionario del FBI, la policía federal norteamericana, y el otro es comandante del Ejército estadounidense, destinado en Irak y tiene a su cargo a 500 hombres. ¿Se dan cuenta como es la vida? Quizás qué diría don Lalo si supiera que sus nietos llegaron tan lejos.

Don lalo Silva preparando una fiesta con sus vecinos

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A Cartagena los boletos

Algo muy esperado era el paseo que hacía el Padre Alfonso Alva-rado y su gran amigo y sacristán, Jacinto Jara, con todos sus fieles a Cartagena. El acontecimiento era por el día, pero los participantes lo preparábamos durante todo el año.

Lo que más encargaba el sacerdote era que los adultos no llevaran alcohol, pero ya a la cinco de la mañana de la esperada jornada, cuando la gente empezaba a caminar hacia la estación de trenes de Maipú, la mayoría portaba bien agarradas las dos orejas de su chuico de vino, para acortar el viaje, como decían.

En el Terminal ferroviario no podía faltar el inconfundible Cuchara con el canasto de empanadas que le cocinaba la señora María, la mamá de los Durán. los dueños de los billares.

A las ocho de la mañana pasaba el tren y todos arriba, con bultos y canastos. Después venía la parada en Melipilla, donde se compra-

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ban los huevos duros y los sándwich de ave, que la gente aseguraba que eran jotes. Pero se los comían igual.

Recién a las doce del día el tren llegaba a Cartagena, y de ahí tenían que bajar a la playa, con los niños y bolsos a cuesta, tarea que duraba por lo menos una hora más. Solamente a la una de la tarde se estaban poniendo los trajes de baño, labor que había que hacer oculto por unas pudorosas toal-las grandes, aunque los niños no teníamos problema en sacarnos la ropa ahí mismo, sin tanto cuidado.

Total que se estaban bañando como a las tres de la tarde. Luego había que comerse el cocaví, meter otro ratito las patitas en el mar y empezar a arreglar los bultos y los niños, pues a las cinco había que

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iniciar la subida al cerro, por que el tren salía a las seis de la tarde y la estación quedaba muy retirada de la playa, arriba de un cerro con una subida muy pronunciada Una vez instalados en el tren venia el relajo y llegaba el cansancio. Todos llenos de arena y colorados como jaiba emprendíamos el regreso a casa, mientras la maquina a vapor iba devorando kilómetros y nos despedíamos del mar, hasta el próximo año.

Gracias a estos paseos la mayoría de los maipucinos conoció por primera vez el mar. Era algo muy lindo, un día inolvidable, la gente volvía totalmente contenta.

Al día siguiente del viaje, nos íbamos todos a misa les dábamos las gracias Dios y al querido cura párroco por tan hermosa experiencia y empezaba a prepararse el paseo del próximo año con mucho mas ganas. Estos paseos terminaron por que se cayó una niña de nombre Margarita y el tren le amputo una pierna. Ante esta tragedia, el pa-dre Alfonso término con estos hermosos viajes a Cartagena.

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La Medialuna

El administrador de la Medialuna era Armando Sanhueza, que vivía en una casita al lado del recinto

La Medialuna, una de las más grandes de Chile, fue inaugurada en el 1947 y sus galerías eran todas de cemento. En su entrada se erguían dos imponentes toros Miura de tamaño natural, que algunos decían que los había traído don José Luís Infante directo de España, y otros contaban que los había comprado en un remate.

También tenía hermosos patios andaluces, donde se instalaban los casinos para la celebración del rodeo.

Aquí se realizaba el Champión de Chile, cuando don Gonzalo Pérez Llona era presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA) y el capataz de estos rodeos era Pedro Juan Espinosa, administrador del fundo de don José Luís.

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En esos tiempos corría una col-lera que muchas veces gano el Champión, la de Conrado Zaror, que era muy joven y cor-ría con un antiguo empleado del fundo de su padre, Ramón Álvarez.

La atracción era cuando llegaba el Huaso Maldonado, que hacía el paso de la muerte, que con-sistía en pasarse de un caballo a otro en pleno galope.

No podía faltar tampoco “El temblor” o el “Pancho Pis-tola”, que eran las personas que tenía la misión de parar al animal cuando se caía, labor que realizaba pintorescamente agarrándolo de la cola.

La música la ponía el dúo de Las Caracolitas, que cantaban cuecas y tonadas entre las cor-ridas.

Los premios se entregaban en el casino de la Medialuna, que eran los patios andaluces que atendía Juan de Lamota o la señora Procesa González, del conocido restaurante El Chanco con Chaleco.

Se cuenta que en la Medialuna se hicieron unas corridas de toro pero no se podía sacrificar al animal, porque se oponía la protectora de animales. Para hacer estas corridas le agregaron unas galerías de madera, las que después de no poder realizar mas dicho espectáculo se las vendieron al estadio italiano.

Don Mario Mallea, capataz del rodeo

Don Manuel Muñoz, Dr. Ahues, don José Saa, don Enrique Torres, don Alfredo Rojas y don Raúl Salinas

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La piscina y el casino

La piscina olímpica fue uno de los aciertos de don José Luís In-fante. La construyó con sus recursos personales y después, cuando ya estaba funcionando, se la vendió a la municipalidad.

El ella trabajaba muchos maipucinos antiguos. Su primer adminis-trador fue Carlos Brito y entre sus empleados se encontraban nom-bres como Carmen Powell, Guillermo Cabezas, Jaime Molina, Vio-leta Martínez, Juan Peñaloza, Jorge Rabanal, Victoria Elki, Alfonso Martín, Rafael León, David Cortés, Guillermo Silva, Guillermo Fu-ente alba, Marcelo Salinas, Manuel Campos, Luís Standard y Guido Valenzuela.

Yo empecé a trabajara a los 12 años, vendiendo gomina y brillan-

Eliana Lyon, Rubén Peñaloza, Sonia Correa, Iris Castro, Ruth Peñaloza y Martita Castro

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tina y después me desempeñé en todos los puestos, hasta secretario del administrador, Edmundo Vásquez, que era quien arrendaba las cámaras y las sillas de playa.

Otra cara conocida era la del gran fotógrafo Mario Isota, quien jun-to con su hermana, Marina, que era del diario El Mercurio, traba-jaba los fines de semana sacándoles fotos a la preciosura que venían a tostarse a la piscina. Pero muchas veces la señora Marina tenia problemas con él, porque se le olvidaba ponerle rollo a la maquina. Con los adelantos de hoy el pobre Mario no habría tenido ningún problema.

Entre los primeros salvavidas figuraban Ramón López y Manuel Campos, a quien le decían cariñosamente Chocolito, por que ya no podía estar más quemado. Él era un galán y todos los día tenia secretaria nueva.

Los practicantes eran Juan Olate y Óscar Riquelme, este último fun-cionario de la Fuerza Aérea de Chile que había prestados servicios como practicante en la base de la Antártica.

La piscina tenía graderías de madera y se realizaban toda clase de competencias, como water polo, ballet acuático o saltos ornamen-tales. Al principio tenia una torre para saltos, la que fue retirada cuando un bañista se subió y se lanzó, con tan mala suerte, que cayó afuera de la piscina.

Todo un símbolo del lugar eran las rubias que vendían pan amas-ado a la salida. Ellas pertenecían a una antigua familia, los Correa Mendoza. El papá, Luís Alfredo Correa Salvo y la mamá, la señora Elba Luisa Mendoza Ramos, que era la que amasaba el pan muy de madrugada.

Las hijas lo iban a vender, eran Aída, Gabriela, Silvia, Leonor y su hermano Luís, más conocido como Fito. Tenían un asiduo com-prador de pan amasado y empanadas calientitas, nada menos que don José Luís Infante, el alcalde, pero lo que mas le gustaba al Fito

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era que don José Luís, para pagarle, sacaba un hermoso apretador de billetes que era entero de oro y donde los billetes estaban muy estiraditos.

En la piscina de Maipú había un hermoso casino, cuyo concesion-ario era Juan de la Motta y el cocinero, el precursor de los pollos al barro, era Pablo Rossi, quien también trabajaba como luchador en las veladas de titanes del ring del teatro Caupolican. El casino tenía unos salones con grandes ventanales y una hermosa terraza con vista preciosa hacia la piscina y al centro de Maipú. Todos los fines de semana se hacía grandes bailables, que amenizaba el conjunto de Carlos Maldonado, que llevaba a cantar con él su pequeña hija, la hoy conocida cantante Patricia Maldonado, quien en ese tiempo ya poseía una muy bonita voz.

Otro artista habitual era el moreno Tito Cambell y su orquesta, que compartía escenario con diferentes grupos. En el casino debutó el famoso grupo “Los Jóvenes” integrado por adolescentes de cono-cidas familias de Maipú, Elías Beltrán, Jorge Feliu, Edison Zúñiga, Haroldo Latorre y el vocalista, Bernardo Beltrán.

Gerardo Sepúlveda junto a sus alumnos de natación

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El Santo de Don Carlos

Carlos Griott era un arquitecto que construyó varias casas de Maipú, especialmente en la calle O’Higgins, pero los mayores recuerdos de su persona tienen relación con los grandes festejos que le gustaba realizar, sobre todo para su santo.

Todo partía en su hermosa vivienda, que era muy grande y tenia un imponente parrón, donde se ponían la hilera de mesas y una grandes bancas para todos lo comensales. Desde luego, ya tenía preparada unas canchas de rayuela larga y corta, y un horno de barro para las empanadas.

En el día su onomástico lo despertaban con un gran esquinazo, que le cantaban las estrellas de esos tiempos, como Pepe Aguirre y Raúl Gardy, y ese era el puntapié inicial de las celebraciones.

Como desayuno su esposa, Rosa Araya, le traía una cabeza de chan-cho cocida que el festejado se comía entre canto y canto. Luego empezaban a llegar los invitados y los regalos.

Entre los amigos convidados estaba Bernardo Ferreira practicante del consultorio y masón, Roberto Duran, dueño de los billares y regidor, Alberto Silva secretario municipal, José Saa, director del transito, Raúl Salinas, empleado de Chilectra, Manuel Vargas, ad-

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ministrador del fundo el Porvenir, mí padre Olaf Valenzuela, conta-dor del fundo y de la lechera Maipú, el que también era su compa-dre, pues don Carlos era padrino de mi hermano mayor.

Tampoco faltaban don José Luis Infante, los capitanes de carabine-ros de esa época, los carniceros como el guatón Jerez, Tato Moya, los Riveros, Lucho Cabañas, Manolo Cornejo, el cura párroco Al-fonso Alvarado, Juan Monsalve, Floridor Arriagada, el jefe de la estación, el doctor Ferrada, el doctor González, Onofre Pichuante. el oficial civil Ángel Nalda, Teofilo Pineda un conocido abogado que usaba una imponente barba y se parecía mucho al Viejito Pas-cuero y era muy cómico, pues comía y tomaba todos los día de la fi-esta y al final pedía un cafecito sin azúcar, por que tenia diabetes.

Entre los asistentes obligatorios figurana el cuñado del festejado, Ernesto Prado, un sastre de primera categoría que le hacía la ropa a casi todos los invitados. Con decirles que le confeccionó los prim-eros trajes de parada a todos los bomberos de la tercera compa-ñía. Y seguían llegando más artistas. Hugo Lagos, con su arpa y el gran cantante Antonio Prieto, pues el dueño de casa lo conocía del tiempo en que la voz de “La Novia” vendía pescado con su padre en un carretón.

Después del almuerzo todos se ponían a jugar al domino y a la brisca o rayuela. Entretanto el barman Ricardo Ramírez llegaba con su licuadora de esos tiempos bajo el brazo, su Sindelita, y preparaba toda clase de tragos. Era un señor alto que siempre vestía muy bien y de aspecto europeo, ojos claros y pelo rubio, que le daba gran atractivo entre las asistentes.

Después de los juegos venia el baile, que se alargaba hasta la madru-gada, cuando se servia un caldo de gallo muy reponedor y algunos invitados tenían que volver a trabajar. Los otros seguían jugando y preparando el almuerzo del segundo día, al cual llegaban los que estaban trabajando y algunos otros invitados y continuaba la fiesta de nuevo hasta la madrugada.

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Siempre se ponía punto final a la fiesta el siguiente domin-go, cuando se terminaba todo con un gran almuerzo donde llegaban todos los que habían asistido algún día de la semana. Tipo seis de la tarde se salía a dejar a los invitados que venían de Santiago y todos caminaban hasta Pajaritos, donde pasaba la única góndola, aunque ese tiempo no se perdía, ya que esperando el transporte se efec-tuaba el último aro en la fuente de soda Palermo. Ahí se pedían varios litros de cerveza que se consumían hasta que aparecía la góndola. A veces no estaban listos los viajeros, por lo que se

invitaba al chofer y a los otros pasajeros a que los esperaran, unién-dose a la corrida de cervezas y a la buena conversación.

Venían las despedidas, no sin antes ponerse de acuerdo para jun-tarse a comer humitas o curanto la próxima semana. Mientras la góndola se perdía entre los frondosos árboles de Pajaritos, nosotros nos veníamos todos cantando, acompañados de los vecinos y de los queridos perros que siempre nos seguían para todos lados, con nombres como el capitán, el bonzo, el almirante o el negro José. A propósito del perro que se llamaba capitán, un día cuando estaba la fiesta con todos sus invitados, entre ellos el capitán de carabineros Raúl Rojas, el perro se metió bajo de la mesa principal y nadie se atrevía a echarlo, porque se podía sentir mal el señor Rojas si em-pezaban a gritarle “capitán, para afuera”.

Cuando llegaba la noche y nos retirábamos todos a dormir y a recuperar las fuerzas perdidas y a soñar con el próximo santo de don Carlos.

Carlos Griott y su señora, Rosa Allende

Carlos Griott, su señora y su hijo

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El Chalo

Corría el año 1944 cuando la gran tienda Gat & Chávez, por inter-medio de Dionisio Pinto, que era también empleado y un activo dirigente sindical, ofreció unos sitios que iban a vender, parte del fundo el Alto. La familia Arce Gangas hizo todos los tramites y se vino vivir a Maipú en la famosa parcela 81.

Cuando llegaron no había agua ni luz, pero después de hacer un convenio con la compañía les pusieron electricidad y para el agua se hicieron norias.

La familia estaba conformada por el papá, don Eleazar Arce Ma-ffes, la señora Sara Gangas Donoso y su hijo mayor Eleazar Mau-ricio, Silvia Teresa y el conchito, Gustavo Jorge, el Chalo, como le decían.

El primero de los hermanos estudio en el liceo de Aplicación, y su papá tenia un auto Ford A, en el que lo pasaba a dejar a clases

Fundadores de la Tercera Compañia de Bomberos

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cuando se iba a trabajar. Pero también llevaba el vehículo lleno de vecinos, por lo que se distinguía a lo lejos y era muy conocido.

Después al Chalo se ocurrió entrar a bombero y el auto del papá paso a ser el carro de trasporte de la Tercera Compañía, pues lleva-ban al Chalo a todos los incendios y a todo voluntario que encon-traban por el camino.

Las primeras reuniones donde se formo esa compañía se realizaban en la casa de Sergio Valdés, en un viejo garaje y de escritorio tenían una mesa de pimpón y dos sillas de paja. Después nos llego un jeep Willy que no estaba en muy buenas condiciones y el Chalo, como era el teniente tercero, tuvo que manejarlo por primer vez. Había que ser un poco mago para conducir el jeep, porque pasando los 40 kilómetros por hora empezaba a bailar la dirección y se le volaban varias piezas.

Algo muy especial era que la compañía y el Chalo tenían cumplea-ños el mismo día, el 1 de diciembre, y se hacía la reunión de ani-versario y al termino entraba la mamá con una inmensa torta y ahí todos celebraban el cumpleaños.

Después nuestro amigo se presentó ala escuela de Carabineros y si-guió la carrera, pero cuando salía de franco seguía siendo bombero.

El Chalo y su mamá Don Eleazar Arce y doña Sara Gangas

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Algunos compañeros en la Tercera Compañía fueron el gran Jorge Molina, Raúl y Hugo Feliú, Armando Cárdenas, Sergio Valdivia, Rolando Frías, Hernán Silva, Osvaldo Herrera, Homero Durán, Elías Beltrán, Hugo Brito y Lucho Cifuentes.

En su juventud el Chalo también fue presidente del club Semilla de Maldad, muy lejos de los días en que llegó a ser escolta de los Presi-dentes de la República Eduardo Freí Montalva y Salvador Allende. En su carrera estuvo en diferentes partes del país y llego a ser in-tendente de Ovalle. Con el tiempo, sus padres vendieron la querida parcela 81 y se compraron un campito en el sur, pero el Chalo se quedó en Maipú, donde aún vive con su esposa Carmencita.

Las mejores fiestas

Hablando de fiestas, una de las casa donde se hacían los mejores convites en el tiempo de la Nueva Ola, era donde la familia Beltrán. Asistía la mayor parte de la juventud de esos tiempos, por nombrar algunos Luis Cifuentes y sus hermanas, Hugo Brito, Jorge Molina, Eleazar Arce, las niñas Sánchez, las niñas Rubio, la María Calde-rón, la Payita Duflok, las niñas Zabarot, las niñas Ávila, Eduardo Díaz, los Valenzuela, Víctor Jiménez, Luis Ortega, Claudio Díaz y Alfonso Solari.

Muchas veces las fiestas terminaban con un chapuzón en el canal de aguas no muy limpias que pasaba por afuera de la casa. Los que venían con algunos grados de alcohol debían probar su equilibrio al pasar el angosto puente, proeza que la mayoría de las veces no alcanzaban a lograr, teniendo que devolverse a pedir ropa prestada al dueño de casa.

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El sexto sentido de Casilda

La yegua Casilda tiraba el carretón del chino Santo y su compadre el Chungo. Le pusieron ese nombre porque habían tenido una pelea con la nuera de Nicolás Durán, pues esta señorita atendía el restau-rante que había en los billares y no trataba muy bien a los parroquia-nos. El chino y el Chungo bautizaron al animal con el nombre de la joven, porque decían que era tan chucara como la yegüita.

Una vez el Chino fue a jugar un partido por su club, el Deportivo, y la dejó amarrada en el antiguo estadio, donde había muchos árboles. Ahí quedó la Casilda comiendo pastito.

En el medio del partido la escucharon relinchar como loca y el chino tuvo que salir a verla. No sabía que sucedía, así que decidió amar-rarla en otro lado. No habían recorrido ni cinco metros cuando el ár-bol donde estaba se vino abajo. Como se salvó de quedar aplastada, desde entonces se empezó a hablar del sexto sentido de la yegüita.

El banco y la rana

El Banco de Chile fue uno de los primeros en instalarse en nuestra comuna, en una casona que estaba en Pajaritos, frente a la Plaza y después en un edificio muy moderno para su época, que tenía como máxima atracción en su entrada una fuente que tenía pececitos de colores.

Su primer agente fue Aldo Chepi y su jefe administrativo Germán Oyarzún. Entre sus empleados se contaban muchos hijos de familias maipucinas, como Alberto Kind, Ignacio Pérez, Santiago Letelier, Iván Monsalve, Pelayo Silva y Poncho Duflok.

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Pero la imponente fuente, orgullo máximo del banco, no duraría mucho. Un día un antiguo vecino, al que cariñosamente conocían como “El Cuchara”, trajo como mascota una ranita de La Rincona-da. No se le ocurrió nada mejor que echarla en la famosa pileta de la entidad bancaria, donde en un arranque de hambre se comió todos los pececitos y se acabó el atractivo.

Después se instalo el Banco del Estado, en un edificio que había en-tre La Cabaña y la lavandería Le Grana Chic, para posteriormente trasladarse al lado del garaje de Vicente Arévalo. También llegó a estas tierras el Banco Francés e italiano en esos días propiedad del ex Presidente Gabriel González Videla, que se ubicó en toda la esquina de la Plaza, al lado de donde hoy está Chilectra.

En él trabajaba un conocido habitante de esta comuna, Ubaldo Casali, que era contador. Y aunque el establecimiento no nos pres-taba mucha plata, teníamos ciertos privilegios por ser clientes an-tiguos. Por ejemplo, había una pequeña sala cerca de la bóveda, donde nos pasábamos a servir algunos refrigerios según la época: un navegado con canela en invierno, y para los días de calor un borgoña con frutilla o chirimoya. A veces se nos alargaba más de la cuenta y teníamos que abandonar el respetado banco por una puerta lateral y no en muy buenas condiciones.

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El 18 a todo pulmón

Apenas amanecía el 18 de septiembre mi padre nos levantaba a to-dos muy temprano, hasta a las visitas que nunca faltaban en la casa, y nos formaba frente al mástil que estaba en el antejardín. Por una discorola muy antigua comenzaba a sonar un disco de acetato con el himno nacional, y todos teníamos que cantarlo, mientras él izaba el pabellón tricolor.

Después venía el desayuno con pan amasado con chicharrones y el tazón de leche con chocolate. Mi madre arreglaba la mesa para el almuerzo con una frutera llena de naranjas, y en cada una de ellas ensartaba un mondadientes con una banderita chilena.

El almuerzo consistía en un enorme tomate relleno, cazuela de ave y, de postre, mote con huesillos.

Por la tarde el paseo era a las fondas, donde era infaltable el con-junto en el que cantaba el Rucio Pérez, cortador de la carnicería de

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la señora Norma Maturana, antigua vecina de la calle O’Higgins.

Los juegos tradicionales eran pillar el chancho, tratar de achuntarle con unas argollas a la cabeza de unos patos vi-vos, tirar la cuerda y hacer campeonatos de emboque o carreras de ensacados.

Pero lo más espectacular era la gymkana en la plaza. Era una frené-tica carrera sin pausa llevando un huevo en una cuchara, después buscar una moneda en un plato con harina cruda, comerse una man-zana entera y reventar unos globos con unos gorros.

El jolgorió culminaba con la visita de los más grandes a la famosas fondas que se ubicaban en el antiguo estadio. Era una larga fila de ramadas y cocinerias, donde daba rienda suelta a las cuecas y a tomar y comer la rica chicha y empanadas durante toda la noche.

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Celebrando el 18 don Ernesto Bustamante, Jorge Santander, Nicanor Plaza y don Carlos Ulloa.

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La fiesta del 5 de abril

La celebración del día 5 de abril se iniciaba con todas las casas de la comuna embanderadas, hermosa tradición que después se perdió. Dicen que en la mañana se escuchaban las salvas que se hacían con uno de los antiguos cañones que habían en el Monumento y después venía el gran desfile de las instituciones y colegios maipucinos, al son de la banda de la Escuela Militar y del colegio Don Orione.

Llegaban muchas autoridades, como el Ministro de Defensa y tam-bién invitados oficiales de la Argentina. Don Raúl Téllez Yánez, distinguido vecino, hacía una reseña histórica y posteriormente se entregaban premios a los mejores alumnos.

El tentempié consistía en empanadas y chicha para todos los pre-sentes, ofrecidas por el personal del restaurante Chancho con Cha-

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leco. No faltaban los que hacían fila para recibir la bebida y ter-minaban botados en el monumento conmemorativo, al lado de las coronas de flores y los cadetes, que tenían que hacer guardia sin moverse del sitio histórico, pese a los ojitos que le hacían las joven-citas que se paseaban para admirarlos.

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Viejos crack del club centenario en el desfile del 5 de abril

La cruz roja en el desfileClub de huasos en el desfile

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Los vecinos de mi calle

La primera casa que uno veía al ingresar a la calle O’Higgins era la de Eduardo Pérez, que llegó a Maipú en 1951 paea casarse con Ma-ria Teresa Martínez, y se quedaron viviendo con sus suegros. Edu-ardo era dueño de todos los camiones que le hacia fletes del trigo y también instalo la primera bomba de bencina en el centro de Maipú. De esta matrimonio nacieron seis hijos, Maria Teresa, Eduardo, Ro-drigo, Consuelo, Francisco y Martita. La señora Maria Teresa, para no aburrirse en la casa, se dedicaba a la venta de huevos, pollos y gallinas, que le traían del campo. A mi madre le guardaban todos los huevos quebrados, para hacer queques y mayonesa casera.

Después seguía la vivienda de Joaquín Morales Cornejo y la se-ñora Juanita Gamboa, que llegaron a la calle O’Higgins por el año 1945. Venían del fundo el Descanso y eran los vecinos del frente

Familia Pérez Martínez

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de mi casa. Era un matrimonio muy joven y empezaron a criar a sus hijos, Segundo, David, José, Manuel y las dos niñitas, la Juanita y la Rosita.

Don Joaquín tenía varios ofi-cios; se hizo cargo de un alma-cén, vendía leche en un carret-oncito, era maestro carpintero y era capaz de hacer él solo una casa completa.

Sufrieron un dolor muy grande, pues la mamá falleció muy joven y don Joaquín tuvo que salir solo adelante con sus hijos, pero los vecinos eran muy buenos y le ayudaron en dicha tarea. Así paso el tiempo y los Morales Gamboa todavía viven en la misma calle, re-cordando a sus padres y a todos los vecinos que ya pasaron a mejor vida

La familia Díaz Moreira: el papá, don Jorge Díaz y la señora Elvira Moreira llegaron a la calle O’Higgins por que mi padre les vendió una casa que el había fabricado al lado de la nuestra. Esta vivi-enda era de ladrillos blancos de la silica que había por acá cerca, en avenida Chile. Esta familia tuvo cuatro hijos, Jorge, Claudio, Jimena y Pelayo. Don Jorge era funcionario del Registro Civil y la señora Elvira trabajaba en el correo de Maipú junto con su her-mana, la señora Inés Moreira de Morgado. En el año 1963, un 16 de febrero, sufrieron la perdida de su hijo mayor, Jorge, en un acci-dente cundo recién salieron las motos .Fue un golpe muy duro para toda la gran familia de la calle O’Higgins.

La familia Peñaloza Pozo: La jefa de la familia era la señora Marta Pozo, que estaba de cumpleaños el cinco de abril, por lo que ella decía que era tan querida que para festejar su nacimiento hacían desfiles militares y se repartía chicha y empanadas según ella por que era su cumpleaño Ella llegó a la calle O’Higgins sola, pues su marido, don Eugenio Peñaloza, ya había fallecido. Con ella llega-

Familia Bueno Figueroa

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ron los seis hijos, Nano, Jorge, Mario, Daniel, Edith y Rubén.

Fue una de las familias mas queridas, pues la mamá Marta supo criar a sus hijos, los man-tuvo a raya y los guió por el buen camino. Ellos le tenían mucho respeto y hasta que eran mayores, si alguno se portaba mal, recibía sus tirones de oreja de la estricta madre.

En su casa se hacían las re-uniones del club de los insepa-rables y llegaban la mayoría de los amigos de sus hijos, los que eran muy bien tratados y les encantaba llegar a visitar a los Peñaloza, pues la mama Marta tenía muy buena mano para cocinar y siempre había un lugar en la mesa para los amigos.

Desgraciadamente ya no esta entre nosotros, pero la segui-mos recordando con muchos cariño y su hijo Rubén todavía vive en la misma casa antigua de la calle O’Higgins.

Los Castro López: Don Juan Enrique Castro Bueno y la señora Aída López Miranda tuvieron cuatro hijos, un hombre y tres mujeres, Juanito, Iris, Marta y María Angélica. Llegaron por el año 1945, él era empleado del hospital militar y pasaron toda su vida en este pueblo, donde todavía vive la señora Aída con sus hijos en la misma casa de la calle O’Higgins.

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Familia Peñaloza Pozo

Don Eugenio Peñaloza y doña Marta Pozo

Señora Delicia León con sus vecinos

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La familia Jiménez Pizarro. El papá, Miguel Jiménez y la señora Graciela Pizarro tenían ocho hijos, Sergio, Enrique, Javier, Humberto, Víctor, Mar-garita, Regina y María. Esta familia se dedicaba a sembrar hortalizas y don Miguel en su carretón llevaba las verduras a la Vega. Claro que después de la venta se pasaba a calentar el cuerpo y se le pasaba la mano, pero el caballito que estaba muy bien enseñado lo traía a su casa sano y salvo.

La familia Sepúlveda Gutiér-rez: El papá Germán Sepúlve-da y la señora Inés Gutiérrez es una familia muy querida y tuvi-eron tres niñas y un varón, Nil-za, Nilda, Nélida y Nibaldo. En su casa criaban una vaca para vender leche a los vecinos, no-sotros íbamos a buscar la leche y la señora Inés me regalaba todos los días un huevo fres-quito. Don Germán era militar de esos antiguos muy correcto en todo, hoy tiene 96 años y to-davía vive en la misma casa.

La familia Ortega Pino: La pareja formada por don Luís Germán Ortega Fernández y la señora Luzvenia Pino Leiva,

Señora Juanita Gamboa y Don Joaquin Morales

Manuel Morales, Luis Correa y David Morales

Los hermanos Morales

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más conocida como la Pepi-ta, llegó muy joven a la calle O’Higgins, en 1946. Él era el mejor maestro del con-structor civil Carlos Griotte, así que cuando a este profe-sional se le encargó levantar varias casas en Maipú, no dudó en traer a su trabajador de confianza y le instaló una vivienda al lado de la suya.

Don Germán se arranchó y compró un buen sitio para vivir con su mujer y sus cinco hijos, Luís, Carmen, Cristina, Patricia y Claudia. Todas ellas heredaron la jovialidad y la belleza de su madre, que era una persona muy querida en todo el barrio.

Como único hijo varón, Luis Ortega Pino, el Lucho, era el regalón de la casa. Hizo sus primeros estudios en la vieja escuela Alberto Pérez, que en ese tiempo tenía la entrada por avenida Pajaritos.

Después pasó a la Escuela 85 y para cuando llegó a la enseñanza media, en el glorioso liceo Miguel Luís Amunategui, fue uno de los

Familia Diaz Moreira

Jorge Díaz, oficial civil

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privilegiados que ocupó el famoso bus escolar.

Sus primeros sueños de amores los vivió al compás de los temas de Raúl Show Moreno y Julio Jaramillo, que lo inspiraron en sus ro-mances. “No puedo verte triste por que me matas tu carita de pena, mi dulce amor”, decía la canción que lo hacía soñar con estar junto a la Martita Romeo, su amor platónico. Tiempo después se casó con su verdadero amor, Nilda Sepúlveda, hija de una familia que vivía muy cerca, en la misma calle.

Curiosamente, Carmen Ortega contrajo matrimonio con otro veci-no, Claudio Díaz, y su hermana Cristina fue la esposa de otro joven del barrio, Edmundo Montero, por lo que ustedes se darán cuenta que todo quedó en la cuadra.

Los Bueno Figueroa: Don Albino Bueno Díaz y la señora Celinda Figueroa Troncoso. Llegaron a la calle O’Higgins por el año 1944, esta familia se dedicaba a sembrar hortalizas y el domingo hacían empanadas y un rico pan amasado, que vendían entre los vecinos. Pero después se corrió la voz y empezaron a llegar compradores de todos lados.

En su casa se organizaban las principales fiestas, ponían fonda para el 18 de septiembre, se elegía a la reina de la primavera, de los clubes deportivos y también llegaban las principales autoridades del Partido Nacional, para hacer la proclamación de sus candidatos.

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Familia Jimenez Pizarro

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Una anécdota muy recordada le sucedió a don Albino cuan-do se le pasaron las copas y lo detuvieron en la calle unos carabineros nuevos, que no lo conocían. Al curadito lo tiraron al calabozo y cada cierto tiem-po lo sacaban y le preguntaban el nombre. La respuesta siem-pre era la misma: “Albino Bueno Díaz”, la que provocaba el enojo del sargento, que le respondía “no te estoy saludando” y lo mandaba de vuelta tras las rejas. Sólo pudo salir cuando llegó un carabinero que era asiduo comprador de sus empanadas, quien ratificó que ese era su nombre y que no estaba burlándose de la autoridad. Después lo fue a dejar a su casa en el furgón policial y se comieron unas buenas empanadas.

Los Ferrada: Don Luís Ferrada fue el primer empleado que estaba a cargo de toda la mantención de la municipalidad pero falleció muy joven, por lo que su esposa, la señora Delicia León, tuvo que guiar a

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Familia Beltrán Igor

Familia Beltrán Igor

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sus hijos Olga, Rosa, Luisa, Luís, Jaime y Toño por el buen camino ella solita.

Los Beltrán el papa don Elías Beltrán y la señora Norma Igor . Esta familia llego a la calle por el año 1952 y tenían siete hijos Elías, Eduardo, Jorge, Jaime, Rosa, Norma, Susana y un agregado infal-table, el primo Raúl Lagos. Cuando recién llegaron, a los niños mayores le cortaban el pelo a lo colegial, como se usaba, por lo que parecían unos marcianos como les gritábamos nosotros de puro ma-los cuando ellos pasaban pues vivían al final de la calle O’Higgins, justo donde pasaba un canal por lo que tenían que pasar un puente para entrar a la casa. Era una familia muy especial, tenían unos abuelitos que nos aguantaba todas la locuras que nos proponíamos y la casa se llenaba de amigos a toda hora.

Entre los vecinos también estaba la familia Cóndon Olivares, los Montero, Los Jiménez Briceño, los Arriagada, los Soto Maturana, la familia Morales Catalán, don Domingo Sandoval y la señora Chiruquita, los Ruz, los Calderón, los Acosta, los Araya, Toro, los Elgueda, don Eloy, la Lolita y Chumita y terminaba la calle en el fundo el Porvenir.

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Familia Ortega Pino

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Salto industrial

La primera industria que se instaló en Maipú fue la fábrica de neumáticos General Insa, que construyó el primer neumático el 7 de septiembre de 1944. A su inauguración asistió el Presidente de la República Juan Antonio Ríos y la planta fue bendecida por el futuro cardenal José María Caro.

Sus primero gerentes fueron Leopoldo Infante y Jaime Amunátegui, quien era aviador y contaban que había sido piloto del mismísimo líder cubano Fidel Castro.

Entre los empleados originales se recuerda a Humberto Blanco, Lindorfo Allende, Mario Peñaloza, Sergio Jiménez, Juan Sanhueza, Hugo Hernández, Servando Maldonado, Mario Oliva y muchos más.

La Insa fue un gran avance para Maipú, pues trajo adelantos y se convirtió en una fuente de trabajo segura, ya que en muchos casos empleaba a padre, hijo y hasta nietos de una misma familia. Se

Mario Peñaloza mostrando uno de sus primeros trabajos

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destacaba en aquellos años por los beneficios para los trabaja-dores, como escuela, servicio médico, estadio y locomoción propia, con unos micros verdes que manejaban el negro Can-cino y el chico Aliro que nos llevaban a los niños a Santiago, a pesar de no pertenecer a la in-dustria.

La primera parada del vehículo era en el restaurante El chancho con chaleco, donde se bajaba la mayoría de los operarios, que venían con la garganta seca debido al negro humo que salía de la confección de los neumáticos.

Tenían una banda musical de la empresa, que se llamaba Van-Insa y su director fue Manuel Muñoz, también mantenían el grupo fol-clórico los Huasos Caucheros.

El superintendente don Miguel Buskett entregando un premio

Vecinos de la INSA

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En Navidad realizaban fiestas inolvidables. Yo recuerdo una opor-tunidad en que el Viejo Pascuero llegó en helicóptero.

A los empleados se les proporcionaban viviendas, y así nacieron las poblaciones Insa, la Patrona de Chile, la villa Abraham Lincon, la villa El Rey y la villa Caribe. También les prestaba dinero para que se compraran terrenos de veraneo en la playa.

Algo que nos marcó a los maipucinos de ese tiempo era el pito que se tocaba para que los empleados entraran a trabajar a las siete de la mañana. El ruido se escuchaba en todo el pueblo, así que terminó convirtiéndose en el reloj más exacto de la comuna por el que todos se guiaban.

Su primer representante fue Isaías Rabinovich, quien tenía su nego-cio en toda la esquina de Pajaritos con camino a Melipilla, al lado de donde estaba el altar de la Virgen del Carmen.

Los maipucinos demostraron ser muy buenos trabajadores, pues los enviaban a otros países para que les fueran a enseñar como utilizar las maquinas nuevas. Este fue el caso de Sergio Jiménez, que viajó a la planta de Argentina. Los primeros días aumentó considerable-

El casino de la INSA

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Refrigerador porfiado

Por el año 1955 se instaló en Maipú la industria Fensa, que empezó fabricando termos eléctricos y siguió con la línea de refrigeradores, de los cuales el primero fue el modelo Bombee.

El primer gerente general, Ernesto Ayala, era un conocido personaje del ambiente empresarial y, posteriormente, llegaría a ser gerente general de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, la gigantesca Papelera de Puente Alto.

Precisamente a don Ernesto le correspondió presentar el primer re-frigerador. En una ceremonia donde habían invitado autoridades y periodistas, quiso abrir la puerta del chiche tecnológico.

Con la cara llena de entusiasmo tiró la palanca, pero nada. Después de varios intentos y algunos segundos de tensión, la porfiada puerta seguía sin abrirse. El alto ejecutivo terminó enojándose y le dio una patada al mastodonte de lata, con tan mala suerte que se lesionó el tobillo y tuvo que pasar varios días con el pie enyesado.

Hasta el día de hoy en esa planta se manufacturan cocinas, estufas y lavadoras.

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mente la producción de la filial trasandina, hasta que repentinamente lo mandaron llamar los dirigentes del sindicato de trabajadores. Le dijeron que bajara el entusiasmo, porque ellos no laboraban a ese ritmo y ahora los patrones les iban exigir. En ese momento com-prendió por qué los argentinos estaban acostumbrados a conversar y tomar mucho mate en plena hora de trabajo.

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Vehículo oficial: la bicicleta

Ajenos al ruido de los buses o colectivos, la bicicleta era el medio de transporte más usado por los maipucinos de antaño.

Mi padre la usaba para irse desde nuestra casa al paradero donde pasaba la micro y la dejaba guardada todo el día en la fuente de soda Palermo, donde Raúl Ubilla.

También las hermanas Castillo, Gabriela y Carlota, a las que la gente les decía las gotitas, por ser muy parecidas, tenían sus bi-cicletas, precisamente idénticas. Ambas llevaban un canastito en el manubrio, que ocupaban para ir al mercado o al comisariato hacer sus compras.

Don José Miguel Ramírez, el tesorero municipal, era dueño del vehículo más lindo de la comuna: una media pista equipada con muchas luces y espejos. La ocupaba para ir a trabajar en la munici-palidad, pero también para movilizarse hasta la Primera Compañía de Bomberos, donde era volun-tario.

Un artista arriba de las dos ruedas era Manuel Bárrales, el encargado de las instalaciones eléctricas en la comuna. De-bido a su trabajo, a veces tenía que escalar raudo los postes de alumbrado público, por lo que llevaba muy asegurada en la bi-cicleta una escalera que, fácil, medía seis metros de largo. Él la transportaba sin problema, lo que era una verdadera proeza acrobática.

Jorge Peñaloza

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También otro que usaba mucho las dos ruedas era Francisco Sán-chez Fierro, o Pancho el Grande, como todos lo conocían. Recorría casi todo Maipú en bicicleta y vestido de huaso, pues su misión era la de controlar las aguas de riego y también corría cuasimodo. Por lo general siempre desfilaba con una inmensa bandera chilena, era maipucino de corazón.

Jorge Peñaloza Pozo era otro de los aficionados a este vehículo. Tenía una linda pistera blanca con un manubrio de palomita, que era la envidia de muchos. Tanto era el cariño que hasta le puso un nombre, se llamaba “Leticia”, también corría cuasimodo y lo hacía con su señora Guillermina y su hijo Jorge Guillermo.

No podemos olvidar a Luís Molina Estay, funcionario municipal que trabajaba cobrando el consumo de agua a domicilio. Andaba en una bicicleta roja, que estaba un poco deteriorada por el continuo tránsito por caminos de tierra muy malos y con mucho barro. En el invierno era poco lo que cobraba, pues era muy bueno para conver-sar y bueno para los chistes. Llegaba a mi casa a las nueve de la ma-ñana a tomar desayuno, cuando mi padre estaba preparándose para matar un chanchito y el Cholo Molina ayudaba en esos menesteres, pero se olvidaba de cobrar la cuenta.

Carlos Sallenave, Alberto Quiroz y Juan Carrasco

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Otro maipucino que hizo su vida en función del noble ve-hículo de dos ruedas es Carlos Sallenave, el Chico Carlos, que se dedica al arreglo y fue también corredor avezado, que logró grandes triunfos y to-davía sigue corriendo y ganan-do, su casa esta llena de copas y medallas

Quien ganó pocas carreras, pese a que era muy entusiasta para entrenar, fue Ricardo Jara, de quien siempre nos reíamos mu-cho porque siempre le sucedía algún percance, pero él seguía en competencia, presente en to-dos los eventos ciclísticos.

Alfonso Duflok, vecino de la calle Libertad y muy antiguo en Maipú, conduce hasta el día de hoy una bicicleta negra con frenos de varilla y asiento con resortes, que debe tener mas de 50 años.

Otro que usaba la bicicleta para trabajar, pues siempre se le veía en todas las canchas vendien-do las ricas empanadas y pan amasado, era Sergio Cancino, quien junto con su esposa eran muy buenos para trabajar y sa-caron adelante a toda su familia.

Ricardo Jara ganador

Carlos en su taller

Sergio Cancino vendiendo el pan amasado

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La familia Pichuante

Los Pichuante Rojas llegaron a Maipú en 1934 desde un pueblito llamado Ranger, cerca de Lolol. Los jefes de la familia eran don Onofre y su esposa Josefina Rojas, a quien todos conocían como la Chepita. Tuvieron cuatro hijos, Margarita, Inés, Juan Manuel y Angélica.

Su primera casa fue en la Quinta Luján, que llegaron a administrar. El terreno estaba a muy mal traer y don Onofre, como era un ex-perto agricultor, hizo de esas tierras un vergel, plantando viñas y árboles frutales los que duran hasta el día de hoy.

Fueron prosperando los negocios y se compraron un sitio en la calle Libertad, donde levan-taron su casita y se insta-laron pero en todo tiempo existían los ladrones y les robaron todo lo que tenían, hasta el perro.

Había que empezar de nue-vo y partieron comprán-doles los duraznos en las quintas vecinas y en dos canasto se iba al estación de Maipú y tomaba el tren a Cartagena y en el viaje vendía todos los duraznos. Para aprovechar la vuelta, de San Antonio traían pescado que vendía a los vecinos de Maipú y así fue juntando algo de platita.

Con eso instalaron un negocio para vender leña y carbón, y el padre se compro un camión Ford A en el que trasportaba los pedidos a la casa de los vecinos y como su corazón era muy grande les prestaba el camión a sus vecinos Valentín y Carlos Ferrada, para que le ll-evaran comida a los chanchos en la parcela. También ocupaban el

Don Onofre y la Chepita

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camión para la propaganda de los candidatos de su partido, como don José Luís, don Manuel Tagle, don Gonzalo Pérez y todos los del partido nacional de esos tiempos.

Con el tiempo fueron llegando los demás niños, el negocio se fue agrandando y cada día estaba más surtido. Vendían de todo, hasta vino y chancho que iban a buscar al sur.

Este negocio fue conocido en todo Maipú, todos llegaban al negocio a comerse los ricos sándwich que nos preparaba la señora Chepita, quien le ponía unas gotitas de aceite que goteaba de la maquina donde se llenaba las botellas.

Aquí usted podía ver a diferentes vecinos, los carabineros, investi-gaciones, bomberos chóferes de la locomoción, todos llegaban ahí, pues el vino y la chicha que don Onofre traía eran extraordinarios.

La familia celebraba Pascua y Año Nuevo con todos sus amigos, que eran muchos. A tanto llegaba el jolgorio que hacían parar los micros que pasaban por fuera de su casa y se subían a festejar con el chofer y los pasajeros, convidándoles cola de mono o ponche, con pollo asado.

Don Onofre era un colocolino de corazón, por lo que fue el que creo la primera filial de ese club en Maipú y fue su presidente por muchos años. Una persona extraordinaria, muy bueno para trabajar y muy amigo de sus amigos, claro que los maipucinos no le pagaron muy bien, pues la mayor parte del pueblo estaba en su libro de cli-entes que le debían del almacén y muy pocos respondieron. Un día 3 de febrero se fue a plan-tar la gran parcela del cielo, donde debe tener las más lindas hortalizas y los mejores duraznos.

El Ford A de Don Onofre Pichuante

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Clubes y futbolistas

Se dice que el club más antiguo era “El Brisas de Maipú” y uno de sus primeros presidentes fue el turco Acosta y Humberto Reveco, hijo de la señora que cuidaba la barrera de cruce del camino de Melipilla.

Entre sus figuras estaba el Pernil Torres, que jugó por varios clubes locales y llegó hasta el equipo profesional de Magallanes con ban-dita y todo.

Otro destacado era el Huaso Peñaloza, que se lo llevaron a Concep-ción, a jugar por el equipo de Fiat Tomé.

También de los antiguos fue el Campos de Batalla, que fue inau-gurado un 5 de abril de 1912 y su primer presidente fue Alfonso Salazar. Entre sus jugadores se contaba a los hermanos Muñoz que vivian en la misma cancha, además de Juvenal Espinoza, Hernán Arriola y Marcelino González.

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Club deportivo Centenario

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Otro de los antiguos equipos era el Florida Loma Blanca, que fue fundado en 1929 y uno de sus primeros presidente fue Santiago Pito. Entre sus juga-dores mas nombrados estaban los hermanos Lorca y el gran Onofre Fuentes ( “el mono frito”) el cual tenia interese screados por que se casó con la hija del presidente, la señorita Rosa Pito

Siguiendo con los antiguos que marcaron una época estaba el Deportivo Maipú, fundado el 12 de febrero de 1935 y en-tre sus primeros presidentes se cuenta a Carlos Jeria. Ahí jugaban los conocidos Mario Panza, el chino Santos, Ma-rongo Bárrales, Rumaldo Val-dez, Lucho Serrano y el gran “Coyuto”.

Otro de los conocidos es el Unión Centenario que nació a la luz pública el 15 de enero de 1959. Su primer presidente fue Sergio Godoy y entre sus estrellas recuerdo a los hermanos Calderón Hernán y Sergio, a los Cañete Miguel y Armando, el Chemo Cof-re y el gran cucha Ramos, brillante arquero que defendió muchas veces la valla de la selección de Maipú y era pilar fundamental en la defensa del Unión Centenario. Uno de sus hinchas incansable era el maestro Cañete, que acompañaba al club de sus amores a todas partes.

En el club deportivo el arquero era Mario Panza, y un buen dia hizo

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Campos de Batalla

Dirigentes del Deportivo

Viejos crak del Centenario

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una apuesta con el Pelao Fuentes, otro jugador del deportivo, quien aseguró que le pateaba un penal y lo metía con pelota y todo dentro del arco.

Lo que no sabía el portero era que el Pelao trabajaba reparando es-capes de gas y en una de sus salidas tuvo que acudir a arreglar una tubería en la casa de deportes Sederap, donde fabricaban los zapatos de fútbol. Nada de corto de genio, aprovechó para pedir que le con-feccionaran unos zapatos especiales, con punta de acero. Con esos fue los que chuteó en la apuesta con Mario Panza.

De más está decir que el inocente arquero salió como bólido cuando quiso atajar el balón y quedó sentado dentro del arco, masticando la rabia de la apuesta perdida.

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Deportivo Maipú

Florida Loma Blanca Antiguos socios del Campo de Batalla

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El internado Santa Teresa

Por el año 1958, el internado de las Teresianas, donde se estudiaba para profesora, estaba ubicado en la calle Centenario. Recuerdo en-tre sus alumnas a la señorita Flor Valenzuela, quien después fue profesora de este mismo colegio y que falleció muy joven.

Uno de los sacerdotes que le iba a decir la misa todos los días a las siete de la mañana era el padre Roberto Costolla, muy querido por la comunidad. El colegio tenia entrada por calle Centenario y tenía cursos de primero a séptimo. Era solamente de niñas.

Debo contarles que la mayoría de las directoras y profesoras era monjitas, pero no llevaban hábito.

Una de su directora fue la señorita Rosario Gonzáles y entre sus profesoras estaba la señorita María Cifuentes. Otra de las más re-cordadas era la directora Gladys Silva.

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De las alumnas puedo mencionar a Victoria Sallenave, las hermani-tas Marchan, Victoria Osorio, Gladys Salinas, las hermanas Purísi-ma y Petronila Bravo, las hermanas Bustos, Juanita Peñaloza, Anita Porra, las hermanas Luz y Mercedes Villaroel, esta última fallecida trágicamente atropellada en la esquina de Centenario con Pajaritos, en el momento que iba al colegio.

Después de unos años empezó a ser mixto y su primer alumno hom-bre fue el ratón Sarmiento, hermano de Anita Maria Sarmiento.

Recuerdo las primeras revista de gimnasia, donde las niñas salían con unos pantalones como bombachas y ya después con unos pan-talones con pierna corta y nosotros, los que salíamos con algunas niñas del colegio, éramos los que ganábamos los primeros asien-tos para ver muy bien a nuestras amiguitas.

De las que a mí me gustaban es-taban Gloria Jiménez y su prima Eliana, Gladys Encina, Anita Valdro, Victoria Osorio, Marga-rita Ortiz, Ana María Duran, las mellizas Varlaro, Maria Angé-lica De la Prida y muchas mas, todas muy hermosas.

También esta comunidad tenia el colegio Alberto Pérez, que era como el pariente pobre pero ya después de algunos años fue elevando su enseñanza y paso a ser uno de los colegios estrella de Maipú.

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Dias de radio

La radio en Maipú nació por una casualidad, un buen día en que José Hernán Arriola Contreras, periodista y funcionario de la Tesor-ería General de la República, estaba sentado en la plaza mayor, que no eran más que cuatro asientos alrededor de las calles Pajaritos y Cinco de Abril, al lado del comisariato.

Acomodado en un banquito cercano a la puerta de la municipalidad, don Hernán vio que la gente de La Rinconada se paraba a esperar el bus con mucha paciencia, ya que la máquina tenía unos horarios muy distanciados. Entonces le comento a su amigo Juan Salgado, que le gustaría hacer algo para que el plantón fuera menos abur-rido.

La idea la llevaron hasta el propio alcalde don José Luís Infante, a quien le propusieron instalar un equipo y parlantes, para transmitir música a la fila de personas que se formaba en el paradero de la locomoción colectiva.

El edil aceptó de inmediato, y ordenó que con un alargador sacaran

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Hernán Arriola y Juan Salgado

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corriente eléctrica de su propia oficina, para hacer funcionar los precarios equipos de radio.

Empezaron emitiendo toda clase de música, a la que después se sumaron recados del tipo “que le avisen a Po-cholito que pase al comisariato a buscar la mercadería que le dejé lista y cancelada”, o “que el Pedro apague la cocina, que se me quedó prendida”.

El servicio de mensajes tras-mitidos en el paradero hacia la Rinconada también incentivó la creatividad de los jóvenes enamorados, que no perdían oportunidad de halagar a la señorita de turno o de hacer públicos sus sentimientos. De hecho, gracias a los recados nacieron muchos romances.

Gracias al éxito alcanzado, el modesto proyecto se transformó definitivamente en el primer programa radial comunal, llamado “Maipú en aras del progreso”, que partió en la radio Cervantes un 16 de noviembre de 1956.

Las oficinas de la emisora estaban en la calle Santo Domingo con 21 de mayo, en pleno centro de Santiago, donde se empezó hacien-do un programa semanal. Ahí Juan Salgado, en esa época un joven deportista, empezó llevando los resultados de los partidos de fútbol del fin de semana, pero también interiorizándose del movimiento y el trabajo que se realizaba en una radio.

Viendo su interés, don Hernán lo convido para que un domingo

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Juan Salgado junto a ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle

Aniversario de Maipú en aras del progreso

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Juanito leyera los resultados de la jornada futbolera. El joven no durmió en varios días, esperando con ansia el gran momento. Para su agrado, lo hizo tan bien que le pidieron que continuara como voz estable para entregar los resultados de todo el campeonato nacio-nal.

Otro de los seguidores de don Hernán era Rolando de Nordenflich, hijo de una antigua familia maipucina. Entre los tres hacían el pro-grama. Durante un tiempo la municipalidad los ayudó con dinero para costear el espacio radial, pero con la llegada de otro alcalde se terminó esa colaboración y el programa deambuló por distintas emisoras, como radio Carrera y Panamericana, hasta que recaló en radio Chena.

Contaba con unos auspiciadores que no cansaron nunca de apoyarlo, como Darío Riveros, de la carnicería, y el gran Pepe Montaña, del Barquito. Así, a veces con tropiezos, salían semanalmente al aire.

Uno de los momentos más recordados de “Maipú en Aras del Pro-greso” fue cuando cumplieron 33 años de transmisión, que se cel-ebraron con bombos y platillos. Desgraciadamente, don Hernán enfermó y un día pasó a mejor vida.

El programa lo siguió haciendo Juan Salgado, ahora en compañía de Rodrigo, hijo de don Hernán Arriola, quienes dejaron muy en alto el nombre de su maestro radial. Llegaron a entrevistar al Presi-dente de la República, Eduardo Freí Ruiz-Tagle, y le recordaron cuando en su juventud trabajó en la municipalidad maipucina, en el departamento de Agua Potable.

Pero Juan Salgado no se destaca sólo por su labor radial. Casado con la señora Cecilia Polanco y padre de cuatro hijos, también fue el primer maestro de ceremonias del conocido restaurante Los Hor-nitos y es una persona muy querida por los maipucinos. También es conocido por su generosidad, la que más de alguna vez le trajo inconvenientes, como la ocasión en que en el fundo en que vivía celebraron la Navidad. Nuestro amigo se disfrazó de Viejo Pascuero

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y entregó los regalos arriba del tractor que manejaba en el fundo.

Después sacó a los admirados pequeños a dar una vuelta por Pa-jaritos, pero con tan mala suerte que no tenía documentos y justo se topó con una patrulla de Carabineros, que se llevaron preso la improvisada Santa Claus con coloso y todo. Primera parte en el mundo que se llevan preso al Viejito Pascuero, pero así es Chile.

Primera compañía de Bomberos

Corría el 1 de diciembre de 1954 cuando un grupo de vecinos de aquellos años se juntaron para dar el inicio a la Primera Compañía de Bomberos de Maipú.

En la reunión inicial se conformó el directorio, quedando en-cabezado por Carlos Brito Meléndez, secretario Haroldo Latorre González, capitán Justo Revuelta Williamson, ayudante Floridor Arriagada, teniente 1º José Alamiro Castro, tesorero José Saa Ley-

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Primera Compañia de Bomberos de Maipú

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ton, teniente segundo se decla-ro vacante, el maquinista fue Leopoldo Fernández Zumaeta y como juez de paz el capitán de Carabineros Raúl Rojas Re-bolledo.

Todas estas personas tenían el carácter de fundadores y se nombro una comisión para que evaluara a los jóvenes que querían integrarse, los cuales fueron muchos y muy entu-siastas. Entre ellos se contaba Alfonso Martín Dinamarca, que vivía en la calle Lumen y tenía que caminar varias cua-dras para llegar al cuartel, los hermanos Jorquera, Hugo y Benjamín, Ramón López Ruz, Luis Molina Estay, Regino Fernández Aguilar, Marmaduke Cabrera Ortiz , Jacinto Jara Andaur, José Miguel Ramírez, Roberto Durán Valenzuela, Alfonso Jaña, Servando Mal-donado, Raúl Medina, Eduardo Ramírez Mazzóni y los prim-eros aspirantes, Robinsón Oli-vares y Juan Campos Martínez, quienes no podían asistir a los incendios hasta que no tuvieran su mayoría de edad.

Por azares burocráticos, el número que los maipucinos llevaban en su casco era el cinco, que significaban que pertenecían a la Quinta Compañía de Peña flor. Posteriormente pasó a denominarse como

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Renato Contreras, Hipolito Vargas y Sergio Poblete, 1962

Voluntarios de la Primera Compañia

Los hermanos Palma junto a Raúl Jaña

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la Primera .de Maipú.

Hasta 1956 no tenía carro de bomberos. Fue el 18 de novi-embre de ese año cuando llegó por fin el necesario vehículo, representado por un ejem-plar Mercedes Benz. De ahí vino el sobrenombre cariñoso con que se bautizó al carro, la “Menche”.

El nuevo chiche fue bautizado por el propio cura párroco, don Alfonso Alvarado, lo que impactó a todo Maipú, que se desbordó para ver el gran acon-tecimiento. Se nombró como madrinas a las esposas de los voluntarios y la señora María Mazzoni, madre del mártir, donó una mantilla que ella mis-ma había tejido, la que colocó sobre el capó de la Menche. El directorio resolvió que el carro llevara el nombre de el primer mártir, Eduardo Ramírez Maz-zoni.

Hubieron algunos directores muy destacados como luis Mo-lina Estay (el cholo Molina) José Miguel Ramírez, Carlos Maram-bio, Samuel Figueroa y Oscar Palma, director desde 1977 hasta 1985 quien sacó adelante muchos proyectos. Todavía continúa sien-do director honorario de la Primera Compañía, donde me contaba que estará hasta su último día de vida, pues dice que en memoria de su hermano nunca dejaá de ser bombero.

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Oscar Palma y su madre

Primer carro bomba de Maipú

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El chinito Awollon

Esta es una historia que les ocurrió a una joven de la familia Bilbao, antiguos residentes de Maipú. Ellos eran dueños del teatro viejo y la muchacha, por su edad, podría decirse que se le estaba pasando el tren para casarse. Por esos días apareció un chinito que hablaba muy poco castellano y en su media lengua decía que era agregado de la embajada de China y, para mayor información, soltero, por lo que todas las jóvenes de la comuna lo querían conocer.

Cuando le presentaron a la señorita Bilbao, el extranjero abrió sus ojos y después de un noviazgo relámpago le propuso matrimonio. Se casaron y así el asiático pasó a ser dueño del teatro de un día para otro.

Grande fue la sorpresa de la familia Bilbao cuando empezaron a hacer averiguaciones sobre el chinito Awollon en la embajada. Él no había mentido en ningún momento, era agregado en la embajada pero era agregado en la cocina, pues su trabajo era lavar los platos.

Como ya estaba casado y la cosa tenía que seguir adelante, la fa-milia le compró un automóvil para que el nuevo pariente político lo trabajara. Como tampoco tenía licencia de conducir, Pepe Saa, el encargado de tránsito de la municipalidad, de mala gana le entregó los documentos, pero no le gustaba viajar con el chino, pese a que todos los días pasaba y, agradecido, le decía “yo lo llevo a su casa, don Pepito”.

Una vez se le cayeron unos pasajeros en una vuelta en el camino de la Rinconada y no se dio cuenta hasta que paro en su destino y no los encontró en el auto, por lo que tuvo que devolverse a buscarlos.

En otra ocasión, en la esquina de Pajaritos con Cinco de abril había una fuente de soda, que tenía una máquina wurtlitzer que tocaba canciones echándole una moneda. El tema de moda se llamaba “La bala perdida”, que se escuchaba una y otra vez en el parlante que

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daba hacia el paradero de taxis.

El pobre chino estaba aburrido de la cancioncita. A tal punto llegó su desesperación que fue a su casa a buscar un revolver y le disparó al wurlitzer, que estaba tocando precisamente la odiada melodía.

La máquina terminó seriamente averiada y el chino preso, pero con-forme porque no volvió a escuchar esa canción por mucho tiempo.

Carlos Jeria

Carlos Jeria Carrasco y la señora Brígida Moraga llegaron a vivir a Maipú en el año 1944, en una casita que estaba al lado del teatro, detrás de la pastelería la Estrella.

Empezó de operador del teatro por casualidad, ya que por vivir al lado le ofrecieron si podía pasar la última película del día, pues el operador oficial se iba temprano a las ocho de la noche, en la última góndola que salía de la plaza.

Él accedió y después lo dejaron de planta, aunque su trabajo origi-nal era ser talabartero y marroquinero, se dedicaba a todo lo que fuera cuero.

A la persona que pasaba las películas en el teatro se les llamaba cojo, por que ese trabajo se lo daban a la gente que tuviera algún impedimento en las piernas, como se podía realizar sentado. No era el caso de Carlos quien, de hecho, tenía las dos piernas buenas y era muy aficionado al fútbol.

Llegó a ser presidente del club deportivo por varios periodos y tu-vieron con su señora una fuente de soda en la salida del teatro viejo. Su hijo Carlos era muy aficionado ala música estuvo en el conjunto musical Añoranzas Latinas.

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El rey Pelé en el estadio

El administrador del estadio municipal era don Armando Sanhueza, que vivía en unas casitas que tenia al lado del recinto deportivo. A principios de los años 60, cuando venia el equipo de fútbol del Santos de Brasil a participar en los octag-onales santiaguinos, solían en-trenar en el estadio de Maipú. Armando recordaba que un jovencísimo Pelé tenía que fir-mar decenas de autógrafos, por lo que siempre era el último en ducharse. El estanque del recinto municipal tenía una ca-pacidad de 120 litros, que eran ocupados despreocupadamente por los deportistas, por lo que casi siempre El Rey Pelé no tenía agua para bañarse, así que empezaba a llamar a don Armando, rogándole que le calentara un poquito más de agua.

Precisamente, los visitantes venían a entrenar al estadio local, lo que era un acontecimiento para todos los maipucinos, que se agolpaban en las rejas para mirar a los deportistas. El Santos era transportado por el micro de Francisco Javier Allende, un conocido maipucino.

En 1964 también integró el grupo los Red King, y los Luce laníos, que tocaban en los primeros bailables del conocido restaurante El Castillo y La Cabaña.

Francisco Javier Allende junto a Pelé

Estadio municipal de Maipú

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Pinceladas de Maipú

- La industria Fesa fue la primera en tener hombres y mujeres entre sus empleados. Aquí se fabricaban botones de hueso y los pomos para la pasta de dientes, además de las tapitas de bebidas. Comen-zó a funcionar en 1948 y todavía existe.

- Una de las industrias caseras pioneras fue la de la familia Oviedo, pues en su casa se fabricaron los primeros palitos para los helados, los que confeccionaban totalmente a mano y los vendían a unas fábricas que estaban en la calle Chacabuco, en Santiago.

- El sacerdote que decía las misas en la iglesia de la Estación era el padre Bohórquez, más conocido como Pancho Pistola, porque usaba una sotana negra, un sombrero de esos bien redonditos y un bastón, cuyo mango utilizaba para agarrar a los feligreses que quería tener a su lado. También cruzaba muy seguido al Chancho con Chaleco. Él decía que era para hablar por teléfono.

- Un 13 de septiembre de 1910 fue inaugurado el monumento que esta en Pajaritos, entre Maipú y Ordóñez, conocido por la leyenda que tiene en su costado, “a los vencedores de los vencedores de Bailén”. Asistió el Presidente de Argentina, José Figueroa Alcorta y su par chileno, Emiliano Figueroa.

- Existía un coro polifónico que dirigía Juan Ramón Barandica, que se hacía llamar “Las voces del Carmelo”.

- Don José Álvarez fue una de las primeras personas que fabricaba urnas y vivía en la calle San José. Con mucha anticipación se había fabricado su propia urna con madera muy buena y la tenia guardada debajo de su cama.

- El primer cartero que tuvo Maipú fue Abraham Poblete.

- Un distinguido profesor de música, el señor Lavín, formó un or-

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feón municipal con algunos jóvenes de la comuna. Entre ellos es-taban Jorge Toledo, Juan Abelló, Humberto González, Sergio Es-quivel y muchos más. Este grupo tocaba todos los domingos en una retreta en la plaza principal. Las actuaciones se extendieron por varios años, y llegaron a su término un día en que José Luís Infante, el alcalde, no les quiso pagar por una presentación. Los muchachos se pusieron de acuerdo y hasta ahí no más llegó el orfeón.

- En el Chancho con Chaleco tienen una botella de coñac de 6 litros que está guardada desde hace 50 años.

- Nos contó la señora Maria Echeverría que su abuelo, don Nicolás Labra, había acarreado en su vieja carreta las primeras piedras del rió para la construcción del Monumento en la avenida Pajaritos

- La primera denominación del cerro Primo de Rivera, terreno que fue donado por la familia Vial Errázuriz, era cerro Redondo, y después se llamó cerro Pajaritos, que es su verdadero nombre. Pri-mo de Rivera fue bautizada la plaza que esta en su parte superior .

- La escuela Alberto Pérez fue fundada el año 1929 por Julio Perez Canto y su señora Elvira Rodriguez, en memoria de su hijo, el te-niente de marina Alberto Pérez, que falleció en el hundimiento del buque Angamos.

- José Avendaño repartía diarios por todo Maipú. Empezaba su tra-bajo a las seis de la mañana y a mí casa llegaba, cuando no tenia ningún percance, como a las dos de la tarde. Lo esperábamos an-sioso cuando traía el Peneca, Simbad, Aladino o el Pingüino. Tam-bién repartía las revistas Barrabases, labor que después siguió Willy Velasquez, hijo de don Guillermo, fue uno de los primeros suple-mentero de Maipú.

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Doña Elena Williamson de Revuelta

La señora Elena Williamson de Revuelta, casada con don Gumer-cindo Revuelta, fue una de las socias fundadoras de la Cruz Roja. Era incansable, siempre estaba lista para cualquier emergencia sin importarle dónde fuera ni la hora, ella llegaba a la cabecera del enfermo. Doña Elena le conoció “el popó” a la mayoría de los mai-pucinos, porque hubo muy poco a los que ella no le hubiera puesto una inyección.

Ella formó el primer servicio de ambulancias, que instaló en una pequeña pieza frente a su casa. Desde ahí vigilaba los vehículos de urgencia, que eran unas pequeñas camionetas marca Opel, en las que cabía una camilla y nada más. Después llegaron las Plymouth, que eran mucho mas grandes y en ellas salían con el doctor Fer-rada a visitar a los enfermos por todos lados, como la Rinconada, la Farfana, Cerillos, Chuchunco o la laguna. También les contare que a la señora Elena todo Maipú la conocía como Elena Revuelta pero su verdadero nombre era Elena Willianson de Revuelta.

Una anécdota que se contaba decía que su hija Luz había tenido un romance con un niño de la familia Panza, pero que lo terminaron al notar que los futuros hijos habrían llevado los apellidos Panza Revuelta. Cosas que inventa la gente.

La escuela de mujeres

Una de las primera directora de la escuela de mujeres Nº 169 Gen-eral José de San Martín fue la señorita Casandra Edwards. También recordamos algunas profesoras, la señora Irma Carrasco, la señorita Nelly Leiva, la señora Zulema Ruiz, profesora de labores, la señora Maria Moreno, profesora de economía domestica.

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La casa del guitarreo

En la calle Chacabuco 294 estaba el lugar donde se podían escuchar los mejores guitarreos de Maipú y los más largos. Se trata del domi-cilio de los Serey, donde además llegaban grandes personajes de la época, ya que don Julio, el jefe de la familia, era dibujante y traba-jaba en las revistas Vea y Ercilla.

Ahí estaban, por ejemplo, la periodista Lenka Franulic, Luís Hernán-dez Parker, Isidro Corvino, Tito Mundt o Julio Martínez. Pero los invitados no eran sólo de los medios, también llegaban figuras del espectáculo, como los Perlas, los Caporales, el dúo Sonia y Myri-am, Hilda y Nano Parra, el conjunto Los de Las Condes, Rolando Alarcón y Pedro Messone. No faltaba un conjunto pascuense, los Pakarati, cuyo padre era alcalde de la isla.

Siempre al término de estos guitarreos don Julio Serey tocaba la mandolina y nos deleitaba con su versión del “Barrilito de Cerveza” y otras canciones que estaban de moda en esos años. Ponía a bailar a toda la concurrencia, lo que no era difícil porque en esa casa todos eran artistas. De hecho, los Serey estuvieron en la televisión en un programa animado por Don Francisco, que se llamaba “La familia

Las alumnas se vestían con un albo delantal y un cuellito de mari-nero muy coqueto. Entre sus alumnas estaban Maria Eugenia Ech-everría, las hermanas Cornejo, Maria Poblete, las hermanas Arroyo y las hermanas Juana y Rosa Morales.

Mi padre me contaba que sus tías, las niñas Lira, eran alumnas de esta escuela y a él lo llevaban de oyente a los cursos, pues mí padre todavía no tenia la edad para entrar a la escuela de hombres.

Tambien nos recordamos de la querida Anita Sotelo, quien tenía un carrito que vendía las ricas golosinas en la puerta del colegio.

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que canta”.

Hasta hoy son famosas las cele-braciones del 18 de septiembre en esa casa, ya que el hijo may-or, Francisco, como una forma que se junte la familia y no perder la tradición de su padre, levanta una gran fonda donde llega toda la parentela. Tienen un horno de barro donde hacen pan y empanadas, y a la fonda le ponen diferentes nombres como “La pipa de la abuelita”. Cuan-do la inauguran ponen una bandera muy antigua, que no sé desde cuando que la tienen, pero cada año está más chica y deshilachad por el uso. Esta fonda dicen que es muy especial espero que para el próximo año nos inviten.

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Familia Serey Valdéz

Fonda de los Serey

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El ritmo de la juventud

Uno de los primeros conjuntos maipucinos que llegaron al disco fueron Los Jóvenes, integrado por Elías Beltrán en guitarra, Edison Zúñiga en contrabajo, Jorge Feliú en piano y acordeón, Haroldo Latorre en batería y Bernardo Beltrán como vocalista.

Todos pertenecían a antiguas familias de la comuna y debutaron como banda en las noches bailables del casino de la piscina, inter-pretando el twist y el rock and roll de moda, además de composi-ciones propias en el mismo estilo.

Una noche de 1961 se encontraba entre el público un directivo del sello musical RCA Víctor, quien los contrató para grabar. Su primer single fue el Twist del Yo- Yo, que resultó todo un éxito.

De inmediato empezaron a llover los contratos de las radios, que en esos tiempos tenían auditorios donde hacían show en vivo. Llega-ron donde Julio Gutiérrez y el tocadiscos de Cooperativa, El Caldu-cho en radio Portales con Roberto Inglés, el Show efervescente de Yastá en radio Corporación o Discomanía, en Minería, con Ricardo García.

Este último espacio invitaba al conjunto maipucino casi todas las semanas al teatro Caupolicán, que tenía una nutrida cartelera na-cional y también con invitados internacionales, como Leo Dan y Palito Ortega.

Yo, Guido Valenzuela, fui contratado como representante del grupo y empecé a trabajar para conseguirles actuaciones en diferentes ciu-dades. Recuerdo que aparecieron en la portada de la revista Rincón Juvenil y que, para promocionar el tema, mandamos a hacer yo- yo de madera de distintos colores, los que regalábamos en cada pre-sentación.

Otro grupo de estas tierras que también marco una época fueron

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Los Zoom, conformado por Carlos Jara, Nano Duarte, Tito Palacios, Ernesto Vera y, posteriormente, Claudio Hernández. Ellos, como conjunto instrumental, animaban las noches de la Disco Tiniebla, la primera discoteca que hubo en Maipú, ubicada en Pajaritos con Chacabuco.

Después de grabar su primer Long Play acompañaron en una gira al humorista Coco Legrand, la que termino en el festival de la canción de Viña del Mar. Durante su trayectoria también fueron la orquesta de otros conocidos cantantes, como Buddy Richard, Gloria Bena-vides y Zalo Reyes.

Julio Serey, Jaime Hernández, Raúl Arroyo, Luís Osorio y Jaime Aguilera eran los integrantes de Los Taguada, banda que interpre-taba temas del folclor internacional. Tuvieron mucho éxito después de ganar un concurso en radio Cooperativa, en el programa “Aún tenemos música chilenos”, conducido por José María Palacios.

El primer lugar consistía en la grabación de un disco, que fue el debut de Los Taguada. Tuvieron presentaciones en canal 7 y eran

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Los Zoom

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artistas estables en la Peña de Nano Parra. También fueron invita-dos a sábados Gigantes y a una gira con Rolando Alarcón, que les dio varios de sus temas para que los interpretaran.

Las Taguadas admiraban al conjunto Los de Las Condes, donde cantaba José Luís, el hermano de Jaime Hernández. En una ocasión tenían una gira al extranjero y uno de sus integrantes no podía asi-stir, por lo que no dudaron en contratar a Jaime, lo que significó el fin de Los Taguada.

Sin duda el conjunto maipucino más aclamado es el de Los Galos, formado en el colegio industrial Don Orione, bajo la batuta del pa-dre Limonta, que dirigía la banda instrumental.

Eso fue en el año 1967 y los integrantes originales eran Luis Tam-blay en acordeón, Juan Méndez en clarinete y Roberto Zúñiga en batería, quienes alcanzaron a grabar un disco que fue un fracaso comercial.

Tres años después se unió Carlos Baeza, que era guitarrista y com-positor, y llevaron un tema a Antonio Contreras, propietario del sello Caracol. La canción era “Cómo deseo ser tu amor”, un éxito rotundo hasta nuestros días y clásico de la música romántica.

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Los Tahuada en la Peña de Nano Parra

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Un huaso antiguo

En el fundo la Laguna, del actual paradero 5 de Pajaritos, vivía Emilio Fuentes, uno de los primeros arregladores de caballos cor-raleros de Maipú.

Aprendió el oficio de su padre, don Santiago, quien a los cinco años le ensillaba un caballo pellejero para enseñarle a montar.

El aprendiz aprendió rápidamente y en 1911 participó en el campe-onato nacional que se llevó a cabo en la ciudad de Victoria. La collera era Emilio Fuentes y Roberto Zapata en Gallineta primera y Gallineta segunda.

Con el correr del tiempo, fue capataz del rodeo oficial, cuando se efectuaba en la medialuna de la Quinta Normal, donde se realizaba la exposición de animales.

Después se traslada a la medialuna de Maipú, en ese tiempo era presidente de la asociación don Gonzalo Pérez Llona.

Nunca abandonó su pasión por el rodeo, y después siguió corriendo con su hijo Emilio segundo. En las tardes de primavera se encam-inaba a la medialuna y se sentaba en las graderías totalmente solo. Ahí le gustaba recordar los nombres de todos los caballos que había entrenado, que a esas alturas ya sumaban varias decenas.

Don Emilio termino sus días en el querido Maipú, donde todavía viven sus descendientes, como su hijo Raúl, que cuando se viste con su manta roja es el vivo retrato de su padre.

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La Cabaña

Con un local de madera muy pequeño al lado de un sauce, un mesón y cuatro pisos altos comenzó la historia de “La cabaña”, que con el tiempo llegó a convertirse en uno de los restaurantes más conocidos de Maipú. El inicio fue en 1952, en la propiedad de los hermanos Cameruaga Guerrero.

Aquí estaba una de las primeras máquinas de schop, que atraía a los clientes tanto como sus famosas salchichas gordas, que venían apretadas en apetitosos sándwiches. El negocio prosperó gracias a su ubicación privilegiada, a la salida de la piscina municipal.

Gracias al buen ojo de su propietario, Hernán Ortiz, el local se agrandó y empezó a funcionar en su propia casa, a la que le agrega-ron varias piezas, algunos baños y dos pistas de baile, una de ellas techada y la otra bajo un hermoso parrón.

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Ahí se instaló la quinta de recreo “La cabaña”, donde se presen-taron artistas internacionales como la famosa bailarina nudista la Tongolele o el cantante Leo Marini. En ese escenario dio también sus primeros pasos la cantante Patricia Maldonado, presentada nada menos que por Enrique Maluenda.

El negocio se llenaba casi todos los días y ya trabajaba en él toda la familia, entre ellos el hijo mayor, al que todos conocíamos como el Queno de la Cabaña, pero cuyo verdadero nombre es Juan Bas-cuñan.

Bueno para los combos, varias veces se trenzó a puñetazos con el conocido Terremoto, otro que no le hacía el quite a las peleas. Por lo general el Queno se quedaba en las noches cuidando “La cabaña” y soportando a los curaditos, a pesar de que al otro día tenía que ir temprano al colegio a Santiago.

Centro Esperanza Nuestra

Puede que los lectores de este libro jamás hayan escuchado hablar del sacerdote Aldo Giachi Bertelli, pero muchísimos enfermos y lisiados lo recordarán toda su vida.

Nació en Italia en 1927 y siendo muy joven golpeó las puertas de la Compañía de Jesús, para consagrarse al servicio de las almas. Poco tiempo después, una gravísima enfermedad a la columna vertebral le impidió cumplir con su gran anhelo.

Consultando los mejores especialistas en Suecia, le diagnosticaron una dolencia incurable, pero no se echó a morir y confió en la Vir-gen María, a quien amaba con frenesí, y siguió adelante.

Recluido en su silla de ruedas, continuó sus estudios para alcan-zar su ordenación sacerdotal. Formó parte de una peregrinación a Lourdes y le pidió a la Santa Sede poder ser ordenado sacerdote

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en su condición de inválido, lo que fue aceptado.

Trabajo varios años en la radio del Vaticano, pero después su enfermedad se agravó, por lo que el sabiendo del buen clima de Chile y lo que podría hacer por este país, solicitó que lo nombraran en estas lejanas tier-ras.

Recién llegado a nuestro país lo nombraron capellán del hospital del Salvador, donde conoció a Magali Hadad, quien vivía en el cen-tro asistencial por una enfermedad que la tenía en silla de ruedas. Ella le enseño castellano rápidamente y el padre, que en su débil cu-erpo encerraba una voluntad inmensa, la impulsó a que lo ayudara a construir en Maipú un hogar para lisiados.

Un día a Magali le informaron que ya no podía seguir en el hospital,

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Padre Aldo Giachi Bertelli creador del Centro Esperanza Nuestra

Primeras piezas donde atendía el centro

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pero el padre le dijo que no se preocupara, pues él ya estaba bosquejando el centro y sola-mente le faltaba encontrar el terreno. Finalmente la propie-dad que necesitaba fue regala-da por José Luís infante y con otras ayudas que le mandaron de Italia, más el apoyo de la señora Mariana del Monte y la señorita Juliana Bach, levantó la primera mediagua del centro.

De inmediato se llevó a Magali para que se dedicara a la cocina y al aseo de estas piezas, y pronto llegaron los primeros enfermos. También se sumaron nuevas manos para ayudar, como un grupo de señoras de Maipú que comandaba la señora Angélica Laso y su esposo, Raúl Aravena.

Un día Magali conoció a Camilo, se enamoraron y le pidieron per-miso al padre Aldo para formar su matrimonio. El sacerdote le hizo

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Padre Aldo junto a un grupo de discapacitados

Padre Aldo junto a colaboradoras de Italia

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ver lo que era casarse con una discapacitada, lo que Camilo comprendió y totalmente de-cidido le pidió su mano al pa-dre Aldo, que era un padre para ella.

Finalmente se casaron y el sac-erdote contrató a Camilo en el centro, con la palabra de que nunca lo despidieran hasta que ya no fuera capaz de trabajar.

El matrimonio tuvo su casa en la población El Despertar, y formó su propio centro, Jesús de Nazareth.

A los 68 años el padre Giachi, rodeado de sus hermanos reli-giosos, falleció en el hospital de la Universidad Católica. Un día 22 de julio de 1989, cumplió con lo prometido en beneficio de los más necesitados y el centro sigue funcionando hasta el dia de hoy, atendiendo a muchos discapacita-dos que llegan a sus puertas.

El cuchara

Otro de los personajes de Maipú fue Manuel Armijos Santibáñez, más conocido como El cuchara. Nació en la calle Carmen, cerca de donde salían los coches de sangre, era casado con la señora Maria Magdalena Cornejo, con quien tuvo siete hijos.

El cuchara era un hincha incontrolable del club deportivo y de la

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Vista del centro terminado

Magali y Camilo

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selección de Maipú. En cualquier estadio donde se presentaran, allá llegaba a alentarlos y a hacer apuestas. Muchas veces, cuando perdía, tenía que devolverse a pie hasta su casa.

Trabajaba vendiendo moras, pencas, callampas, leña, berros, en fin, cualquier cosa que encontrara en sus recorridos por las parcelas, donde compraba por arriba de las rejas.

Era famoso porque llegaba muerto de curado al paseo en Cartagena que organizaba la parroquia y dormía todo el día en la playa, pero después cuando el sacerdote le preguntaba cómo lo había pasado decía que muy bien.

Falleció a los 87 años y Mario, su único hijo varón, al que por sus seis hermanas le dicen “bendito seas entre todas las mujeres”, si-guió el mismo camino, aunque ahora es más moderno y ya no lo hace con un canasto, como su padre, sino que en un triciclo.

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Mario Armijos, el hijo del cuchara

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La familia Catalán

Los Catalán Figueroa - el papá don Diego Catalán Muñoz, su señora doña Marta Figueroa Vargas y sus tres hijos, María Elena, Diego chico y Camilo- vivían en la calle Colonia. El papa se dedicaba a sembrar hortalizas y pertenecía a la Unión de Comerciantes y Ag-ricultores de Maipú, la que le hizo entrega de un galvano el primero de julio del año 1919, por ser uno de los socios más cooperadores. En el año 1952 fue regidor y alcalde subro-gante. La mama, la señora Marta, tenía unas vaquitas y se dedicaba a fabricar quesos en la casa.

Diego hijo estudió en la gloriosa escuela 85 y después paso al insti-tuto Zambrano, donde asistía la mayoría de los maipucinos por que era el establecimiento que quedaba mas cerca del paradero de las primeras góndolas, en la Estación Central.

Algunos de lo que recuerda que iban al instituto eran los Araya, los Carrillo, los Poblete, los Bárrales y el conocido Tabo Allende.

También rememora las caminatas con algunos de sus amigos, como el Juaco chico, el chico Madrid o el Kiko Macaya, todos fanáticos de las nículas, unos frutos que cuando estaban maduros parecían podridos, pero eran muy ricos. La cosa es que en esas salidas con los amigos, uno de los panoramas era robar las famosas nículas en el sitio de los Paigliatines.

Don Diego Catalán y doña Marta Figueroa

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Con algunos otros veci-nos se dedicaba a jugar básquetbol en el club Racing y fútbol por el Deportivo, y a correr en bicicleta. En ese tiempo conoció a la señorita Isa-bel Oyarzún que también practicaba baloncesto por el club el Olímpico. Al fallecer su papá muy joven, Diego entró a trabajar a los almacenes fiscales, donde aprendió a manejar y se caso con la Isabelita.

Posteriormente paso a la municipalidad, a la locomoción colectiva, estuvo en los buses verdes y en la micros Fargo y después se fue al Hogar de Cristo, con su compañero y vecino Mario Menanteux, donde manejaban las carrozas.

Cuando era muy niño quedó impresionado cuando le tocó ver, con su padre y su hermano, como el cardenal José María Caro puso la primera piedra del Templo Votivo de Maipú. Por esas cosas del des-tino, cumpliendo la labor en el Hogar de Cristo le correspondió con-ducir el vehículo mortuorio en el funeral del cardenal José María Caro, el mismo que lo había impactado en su infancia

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Diego Catalán y su señora, Guillermo García, Guillermo Gomez y Manuel Troncoso

Familia Catalán Loyola

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Su hermana María Elena paso la mayor parte de su juventud con su tía Justina y su tía María en su cantina Las Dos Rositas y después se caso con otro maipucino, Fernando Araya, dueño de uno de los primeros negocios de abarrotes, el Santa Cecilia, que estaba ubi-cado en la esquina de Cinco de Abril con Monumento.

El hermano menor, Camilo, trabajó en la Cooperativa de Carabi-neros y en la municipalidad de Maipú. También estuvo por más de 15 años en un restaurante que se llamaba el Grill, ubicado en el pasaje Pinochet. Se casó con la señora Rita Ester Loyola Zúñiga , a la que conoció bailando en la gran quinta de recreo “El Castillo “ de este gran amor nacieron tres lindos hijos, Camilo, Miguel Ángel y Julián. Ellos siguen viviendo en la calle Colonia, en la misma casa que construyeron sus papás.

Una camioneta de herencia

Juanito Carrasco llegó muy niño a trabajar con la señora Concepción Martínez y su esposo, don Manuel Aldúnate, quienes tenían una par-cela en Alberto Llona 1097, esquina con Por-tales donde se dedicaban a la crianza de pollos.

El niño creció trabajando con ellos y después formó su propia famil-ia. Una de sus tareas era conducir una camioneta Mercedes- Benz año 1952, la misma en la que aprendió a manejar para trasladar a los pollos del criadero.

Su sorpresa fue grande cuando los esposos fallecieron y se conoció

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Juanito Carrasco

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Doña Carmen Luisa Correa

A la edad de 13 años, en 1874, llegó a las tierras de lo que sería la comuna de Maipú Carmen Luisa Correa, futura profesora rural y primera representante del poder femenino en la zona.

Siempre vestía con ropa oscura y era muy aficionada a los sombre-ros, tenía uno para cada ocasión. En su casa de calle Portales con Pajaritos estuvo una de las primeras escuelas y también se instaló allí la compañía de teléfonos, de la que doña Carmen fue la prim-era telefonista, junto a Susana Valenzuela y otras niñas de apel-lido García y Vásquez. En esos tiempos la comunicación se hacía a magneto. Cuando se levantaba el auricular la telefonista preguntaba con qué número quería uno comunicarse, el que ella marcaba. De ahí que estas jóvenes conocieran la vida de todo Maipú, pues es-cuchaban las conversaciones.

Volviendo a la señora Carmen Luisa Correa, contaba mí padre que ella nunca faltaba a la misa, pues era muy devota de la Virgen del Carmen. Incluso antes de que se construyera la primera iglesia de la comuna, ella iba a un oratorio particular que pertenecía a la familia Infante.

Pero su vida no eran solo rezos. También llevaba la voz cantante en los carnavales, en los días en que todos en Maipú se conocían y conformaban una verdadera gran familia.

La señora Carmen Luisa Correa Bravo falleció el 8 de diciembre de 1953 a los 92 años. Cosa curiosa, falleció para el día de la Virgen, de la que ella era tan devota.

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su testamento. En él le dejaron la camioneta a Juan, en pago por ser tan leal y responsable. Hoy todavía la tiene, convertida en una joyita impecable, en recuerdo de sus queridos patrones.

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Enrique SepúlvedaSu nombre artístico era Roberto Córdova y debutó en el Casino de Viña del Mar en 1950. Quedó como cantante estable en la orquesta de Isidoro Handler y también las hacía de animador, presentando a los artistas del momento. Así conoció a la famosa cantante brasileña Dalva de Oliveira, con quien tuvo un romance y ella se lo quería llevar a tierras cariocas.

También grabó un disco con la orquesta de Don Roí y en una de sus presentaciones conoció muy de cerca a los populares Indios Tabal-laras, un dúo de guitarristas brasileños que en esos tiempos hacían furor, especialmente con su tema “María Elena” y que posterior-mente se convirtieron en estrellas en Estados Unidos. A tanto llegó su amistad, que uno de ellos le regaló una guitarra, que por esas cosas del destino Enrique tuvo que vender, y hasta el día de hoy le da pena haberse despojado del instrumento.

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A la derecha Enrique Sepúlveda junto a su grupo Añoranzas Latinas

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Nuestro amigo también com-puso el himno del antiguo club deportivo Campos de Batalla. En esos días, además, cantaba en la iglesia de la Victoria en los matrimonios de algunos maipucinos, como la señorita Maria Eugenia Silva, hija del secretario municipal, que se emocionó al escuchar a En-rique entonando el Ave María.

Su caballito de batalla era “mis noches sin ti”, de Raúl Show More-no, y en todas las fiestas de sus amigos le pedían que cantara ese tema.

También se cuenta que Enrique es un gran recitador y le gusta dec-lamar un poema que escribió su padre, que se llama la cuerda rota.

Como antiguo funcionario municipal, el otrora artista se ha desem-peñado en varias actividades, como chofer de los primeros buses, las camionetas y las ambulancias. Fue jefe de la oficina de tránsito y actualmente está prestando sus servicios en las oficinas del agua potable. Entre paréntesis, sigue cantando muy bien.

Cura de mi pueblo

Cuando era arzobispo de Santiago, el futuro cardenal José Ma-ria Caro designó al sacerdote Alfonso Alvarado en Maipú, enco-mendándole la misión de unir al pueblo en torno de la iglesia. Fue así como en 1941 se hizo cargo de la parroquia de la Victoria, la primera que tenía a su cargo después de salir del seminario.

Llegó al estación de Maipú con su maletita de mimbre y no sabia

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Enrique Sepúlveda

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qué hacer. Por Pajaritos paso la góndola que conducía Lalo Silva y lo llevó a la iglesia, donde lo salio a recibir el sacristán, Jacinto Jara.

Eran tiempos de muchos sacrificios, había que salir a visitar los enfermos a pie o en caballo. Cuando la gente ya lo conoció, em-pezaron a ayudarlo. Se formaron varias instituciones parroquiales y misia Inés Riesco se puso a disposición de él.

Cuando la comuna creció, tuvieron que acomodarle un cochecito con un caballo, para poder visitar a la gente. Fue así como llegó a la parroquia la Centella, una yegua que a veces hacía pasar malos ratos al presbítero.

Se arrancaba de su pesebrera y se paseaba por la plaza haciendo maldades, hasta que la llevaban detenida y tenia que ir a recuperarla donde el capitán de Carabineros. La Centella era muy impaciente, al momento que Jacinto la ponía al coche, ella quería salir corriendo como bala y había que subirse corriendo.

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Iglesia de la Victoria 1927

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Al poco tiempo de lle-gar el padre Alfonso su hermana, la señorita Adriana, vino a vivir con él a la parroquia para acompañarlo y ll-evar todas las cosas de la casa.

El padre Alfonso fue un pastor de unidad, como le encomendó su obispo. Después de dejar la parroquia, en el año 1986, la municipalidad lo condecoró con la medalla al vecino ilus-tre, distinción que él agradeció muy emocionado.

Nunca perdió la costumbre de hacer misa todos los días en su casa, con una autorización especial de las jerarquías eclesiásticas.

Cuando falleció, sus restos fueron velados en el Templo Votivo.

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Padre Alfonso celebrando un matrimonio en la Iglesia de la Victoria

Padre Alfonso celebrando un bautizo

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El aspirante a bombero

Por los años 1955 y 1956 entré como aspirante a bombero. Tenía de compañero a Gastón Palma, que ya trabajaba y no podía asistir mucho a la compañía en sus horas laborales, por lo que se valió de una pequeña mentirita y cuando sonaba la paila –la alarma- a veces se presentaba a los incendios su hermano mellizo, Sergio.

Claro que la cosa se les escapó de las manos cuando, al final del año, Gastón ganó el premio por asistencia y en ese momento tuvi-eron que reconocer la triquiñuela.

La vida en el cuartel era muy familiar, porque el matrimonio que estaba a cargo, don Alfonso Jaña y su esposa Panchita, eran acoge-dores. Criaban a sus hijos y, al mismo tiempo, nos trataban a los aspirantes como un miembro más de su familia.

Disfrutábamos de las ricas sopaipillas con tecito después de volver de un incendio en los días de lluvia, mientras secábamos la ropa a la orilla del brasero.

Su hijo, Raúl, también era voluntario y otra de sus hijas, la Luchita, pololeaba con nuestro amigo Gastón Palma. Cuando ya prepara-ban su matrimonio, él murió en un incendio aplastado por el propio carro que tanto queríamos, lo que terminó con ese amor que había comenzado cuando ingresamos a la compañía.

Fue algo que me llego muy adentro y hasta me enojé con Dios por permitir que sucediera una cosa así pero tuvimos que conformarnos y seguir adelante.

Recuerdo también que me inventaron una historia. Como yo era muy gordito, me costaba llegar al incendio y terminaba siempre apoyando desde el cuartel. Decían que me demoraba porque cuando tocaba la sirena yo pedía “mamá, prepárame un sándwich de tomate para el camino”, antes de dirigirme al incendio. La verdad es que

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como nosotros éramos aspirantes, no podíamos ir a los siniestros y teníamos que ir a prestar colaboración en el cuartel, aunque eso daba material para las bromas de nuestros compañeros.

Entre los jóvenes se hizo conocida una anécdota que relataba Mar-tín Dinamarca, uno de los más antiguos de la compañía. Resulta que llamaron a los bomberos de Maipú para que desfilaran en la ceremonia del cambio de nombre del cercano pueblo de Marruecos, que pasó a llamarse Padre Hurtado. Todos los voluntarios se presen-taron impecables, con los zapatos lustrados y el uniforme de parada reluciente. La columna estaba formada por Cáceres, Maldonado, y nuestro gran amigo Martín, todos muy buenos para conversar y revolverla.

El comandante de Peñaflor era un señor extranjero, que no se le en-tendían las órdenes. Según los maipucinos, parece que no escucha-ron muy bien la instrucción y se dieron media vuelta para comenzar el desfile. Entre los voluntarios se preguntaban “¿cómo vamos?”, respondiéndose ellos mismos “de primera”, hasta que un niño que marchaba al lado de ellos les dijo “caballero los demás bomberos van para el otro lado”.

Incrédulos confirmaron que el muchachito tenía razón, por lo que rápidamente dieron media vuelta y se unieron al desfile. Cuentan que otros voluntarios se dieron cuenta y fueron el hazmerreír de la compañía por mucho tiempo.

Los malones

Cuando mi hermano Erick invitaba a sus amigos a los malones en nuestra casa todos se revolucionaban, era la unica manera de en-contrarse con el sexo opuesto. Las chiquillas tenían que llevar algo para picar, como queques, brazos de reina, picarones o sopaipillas, dependiendo de la época. Los hombres tenían la misión de contar

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Misia Inés Riesco

Fue alcaldesa y regidora por algunos años. En su periodo se plan-taron todos los árboles de la avenida Pajaritos y gran parte de la forestación de Maipú se la debemos a ella.

Misia Inés Riesco pertenecía a una de las familias más conocidas, pues su bisabuelo, Germán Riesco, llegó a ser Presidente de la República. A ellos pertenecía el fundo Loma Blanca, que tenía unas inmensas lecherías.

Misia Inés, como le decían, se desplazaba por las empolvadas calles en un Chevrolet del año 49, el que manejaba Rafael Jorquera, su chofer de planta. Después lo reemplazo Luís Orellana.

Perteneció a un grupo de damas, con mi madre, Myriam Silva y la señora Anita Salazar, que trabajó en Caritas y con el párroco Alfon-

con algo para la sed, como bebidas de esos tiempos, Bilz, Papaya, Bidu, Orange Crush o Sorbete Letelier.

Entre las niñas estaban Quina Baeza, Margarita Pichuante, Inés Díaz, Carmen Martinez, Betty Araya y Chepita Calderón. Los varones eran Chemo Cofre, Tuta Vergara, Mono Alvear, Hernán Calderón, Sergio Lazo, Negro Ávila y el Chico Mella.

Todos se reunían en torno a un tocadiscos que tenia mi padre, de los primeros que salieron después de las vitrolas. La cita era los sábados como a las cinco de la tarde y bailaban hasta las ocho de la noche el único disco que tenían, al que trataban con mucho cuidado. Por un lado traía el tema “Delicado” y por su reverso “Selecciones de Fox trot” (este disco todavía esta en mí casa).

Después de la fiesta había que dejar todo limpio, tal era la condición que ponía mi madre para prestar la casa.

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so Alvarado, ayudando a los más desposeídos. Una de sus mayores obras fue comprar el sitio donde esta el pasaje El Cañaveral, para repartírselo a la gente que ellas protegían.

Por eso, cuando falleció misia Inés Maipú entero estuvo de luto. Su velorio se realizó en la casa patronal del fundo, que tiempo después, a pedido de ella, se convirtió en un colegio para niñas huérfanas.

Un meteorito en pleno Maipú

De lejos parece una enorme miga arrancada de una marraqueta, cla-ro que si alguien tuviera la ocurrencia de querer hacerle un agujero, estaría trabajando varias semanas sobre su dura superficie. Se trata de una gigantesca roca de seis toneladas, que Jorge Veas atesora en el patio de su casa, en Primera Transversal, y que hasta ahora no sabe de donde llegó.

El extraño objeto, de colores tornasolados, asemeja una irregular bola de cobre que alcanza aproximadamente un metro setenta de altura. El tamaño exacto para estirar el brazo y sacarse una foto abrazando a la piedra.

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Anita Salazar y su esposo Auto de misia Inés Riesco

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Don Jorge, antiguo vecino que llegó a estas tierras hace más de 60 años, cuenta que la roca no cayó justo en Maipú, pero por esas cosas del destino acabó acaparando el patio de su vivienda.

Pese a que es buscador aficionado de minas de oro y plata, y algo conoce de minerales, hasta ahora no ha podido determinar de qué está compuesta la roca. De hecho, nadie ha resuelto ese acertijo ya que, comenta don Jorge, la misma piedra gigante que está varada sobre unas tablas en Maipú, ha llamado la atención de científicos de universidades de Alemania y Estados Unidos, que han llegado a estudiarla y tomar muestras. Como vestigio quedan unas marcas y signos extraños en los orificios que dejaron los extranjeros, quienes estuvieron varios días sudando firme para lograr llevarse un peda-zo.

Hasta ahora la explicación que le han dado al maipucino es que se trataría de un meteorito que cayó desde el espacio, de ahí su sin-gular composición, que no han podido fundir ni siquiera a dos mil grados, recalca su dueño.

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Don Jorge Veas junto al meteorito

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La cooperativa

Don Alfonso Alva-rado, cura párroco de Maipú, con un grupo de vecinos un día 23 de octubre dio vida a la cooperativa de ahorro y crédito Cinco de Abril Limitada, que fue autorizada por de-creto supremo numero 1085. Entre sus prim-eros socios recuerdo a Sergio Ortiz, Hugo Cuevas, Juan Águila, Miguel González, Fernando Olivares y de secretarias estaban unas niñas Mallea.

De esta cooperativa tienen muy buenos recuerdos muchos maipuci-nos, por que ahí obtuvieron dinero para comprar sus casas aquí y en la playa. También organizó los primeros festivales de la voz, donde los artistas eran Rolando Alarcón, José Luís Hernández, Consuelo Orellana y Julio Serey, el maestro de ceremonia era Pedro Gajardo.

Maipucinos destacados

- Justo Revuelta Williamson, en el año 1951 ocupo el cargo de sub-delegado de gobierno y fue fundador de la primera compañía de bomberos de Maipú.

- Germán Riesco, Presidente de la República entre 1901 y 1906. Su casa en Maipú fue declarada Monumento Nacional, es la gran vivienda que se encuentra actualmente sobre la autopista del Sol.

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Libreta de la cooperativa

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Fue una de las primeras casas que tuvo ascensor, pues tenia dos pisos y medio.

- Agustín Llona Albizu, uno de los maipucino mas recordado, prim-er alcalde cuando se fundó la comuna, en 1891

- Eliseo Mancilla, motorista de Carabineros que en 1987 trasladó por todo Chile al camarógrafo oficial que grabó la venida del Papa Juan Pablo II.

- Arturo Aranda, más conocido como el “turrín”, hijo de un antiguo doctor y vecino de esta comuna, fue uno de los primeros chilenos que intentó escalar el monte Everest, la montaña más alta de la Tier-ra. Fue en 1973, cuando con un grupo de deportistas italianos llega-ron a los 7 mil metros, faltándole muy poco para alcanzar la cima.

- Carmen Bustos López de Adasme, alumna del colegio de niñas Santa Teresa, donde hizo todos sus estudios y socia de la Cruz Roja desde muy joven. Actualmente es presidenta nacional de esa insti-tución.

- Elisa Ferrada, destacada directora de teatro, escritora y poetisa. Conocida como la “mama Hicha”, ha recibido diversos premios en Chile y el extranjero. Entre sus obras destacan “Niño mágico”, “el cóndor de la niñez”, “la batalla de Maipú” y “un niño chileno”.

- Lizzie Valenzuela Lira, la primera mujer abogada que trabajó en la Contraloría General de la República, en el año 1958

- Hernán Silva, ingeniero textil y árbitro internacional FIFA desde el año 1975. Ha pitado en Campeonatos Mundiales.

- Raúl Téllez Yánez, antiguo vecino de la calle Nueva San Mar-tín, periodista e historiador, creador y presidente por mucho tiempo del Instituto O’Higginiano. Fue nombrado hijo ilustre por la mu-nicipalidad, miembro del colegio de periodistas, director y dueño del conocido periódico de Maipú “El Monumento”. Publico varias obras, entre ellas “Algún atardecer”, “el general Juan Mackenna”,

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y “la historia de Maipú”, que agotó su segunda edición. Don Raúl falleció el 8 de agosto de 2008.

- Dionisio Pinto, trajo a Maipú a los primeros parceleros del sec-tor de Central con Segunda Transversal. Gran amigo del Presidente de la República Gabriel González Videla, durante su mandato lo llamaban incluso el “ministro sin cartera”, dada la cercanía con el gobernante. Era normal ver al Presidente bajarse del tren en la est-ación Maipú y caminar por Pajaritos hasta la parcela de don Dioni-sio Pinto, en la calle Central.

- Luís Valentín Ferrada Valenzuela, hijo del querido doctor Fer-rada maipucino de corazón y uno de los privilegiados que viajo en el famoso bus escolar. Abogado de profesión y diputado de la República.

- Carlos Massad Abud, director Ejecutivo del fondo monetario in-ternacional, consejero del Banco mundial, consultor de las naciones unidas, presidente del Banco Central de Chile y ministro de salud.

- Hernán Guzmán Iturra, hijo de una querida familia maipucina abogado y dueño de una de las notarias de Maipú.

Armando Sanhueza

Armando Sanhueza y su esposa Rosa Esterlina Farias llegaron a Maipú en el año 1941 y se instalaron en la segunda casita de la población municipal. Sus vecinos eran el capitán de carabineros, el contralor municipal, el administrador de piscina, el inspector de los buses y el concesionario del casino municipal.

Fue contratado como empleado del municipio en el primer período de José Luís Infante, trabajo en la fábrica municipal de tubos y le toco regar los primeros jardines, por lo que le correspondió plan-

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tar las semillas para el césped del estadio y cuidarlo hasta su inauguración. Por su brillante labor, fue nombrado adminis-trador del recinto deportivo. Entre sus funciones se contaba que todos los lunes y jueves, alrededor de las seis de la tar-de, tenía que entrar a un túnel -que todavía existe- para abrir la válvula de vaciado de la pi-scina. Con esa agua se regaba el cesped del estadio.

Además repartía su tiempo como dirigente fundador del club deportivo municipal y so-cio de la unión de obreros mu-nicipales. Siempre se le veía con su sombrero alón y su manojo de llaves, donde estaban todas las del estadio y la medialuna, el patio andaluz, la piscina y los camarines del estadio

También recordaba que cuando había grande aguaceros lleva-ban a los damnificados a los ca-sinos de la medialuna. No tenía horario, en cualquier minuto lo llamaban y trabajaba todos los días, pues le gustaba y le tenía un gran cariño a lo que hacía.

De sus ocho hijos, los varones jugaron por el club deportivo y eran muy buenos. Fue así como dos de ellos llegaron a la cuarta espe-cial de clubes como el Colo- Colo y el Magallanes. Uno de ellos, Abraham, siguió las huellas de su padre y hoy tiene a su cargo las

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Don Armando Sanhueza

Don Armando y su señora, Rosa

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canchas del Almendral.

Don Armando jubiló en 1987 y se dedicó a ver crecer a sus nietos y bisnietos hasta el día que murió, el 28 de septiembre de 1990.Cuenta uno de sus hijos que cuando fueron en busca del sacerdote don Alfonso Alvarado para que le diera la extremaunción, éste les dijo que no, que para qué iban a rezar por don Armando, que él ya tenia ganado el cielo por las buenas acciones que había echo en su vida.

Como reconocimiento a su labor, desde el año 2002 se disputa la copa de fútbol Armando Sanhueza Cartagena.

De dirigente a sacerdote

Roberto Alfonso Romero Mon-salve nació el 2 de agosto de 1923 y vivía en la calle Carmen, muy cerca de la plaza principal de Maipú. Muy joven trabajo en la fábrica General Insa y fue dirigente sindical, muy querido por sus compañeros que lo apo-daban “el Negro”, por su color moreno de piel.

En esa empresa conoció la re-alidad de los obreros y decidió que había otras formas de ayu-darlos. Se retiró de la Insa y el 27 de mayo de 1961 fue or-denado sacerdote, oficiando su primera misa al día siguiente.

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El sacerdote Roberto Romero

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Ernesto Vera (Los Flamingos)

Ernesto Vera Palacios vivía en una casa al lado del restaurante Venecia, donde su mamá tenía un pequeño negocio de abarrotes, lo que la gente llamaba en esos tiempos menestra. Ahí aprendió a tocar guitarra y la convirtió en su medio de vida. Llegó a ser un exi-mio guitarrista, cantante y compositor, y también poseía una sonrisa muy linda que nunca lo abandonaba.

Pasó días felices al lado de todos sus veci-nos y se caso con la se-ñorita Alicia Berrios y completaron la familia con tres lindos hijos. Por esas cosas del des-tino llego a formar un trío con unos conoci-dos amigos maipuci-nos, Carlos Osorio y

En su labor se convirtió en uno de los primeros curas obreros, preo-cupado especialmente de las condiciones de trabajo en las fábricas. Posteriormente se fue a evangelizar a Brasil, donde tuvo mucha ll-egada entre la gente más pobre, los que vivían en las favelas.

Imbuido en su trabajo, en 1988 contrajo una enfermedad que lo llevó a la tumba, falleciendo en el Hospital de Sao Paulo el 18 de julio de ese año.

Lo trajeron a Chile y se le hizo una misa en el Templo Votivo a la que asistieron sus compañeros y vecinos de siempre, con su ataúd junto a la Virgen del Carmen, a la que él quería mucho y siempre se encomendaba.

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Los primeros Flamingos, Carlos Osorio, Ernesto Vera y Bernardo Pino

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Bernardo Pino (el Pirindongo) y después entro el primera voz Juan Durán, quien al poco tiempo fue reemplazado por Armando Na-varrete, el mismo que después sería conocido por su personaje de Mandolino en Sábados Gigantes.

El conjunto se llamó Los Flamingos, eran carta puesta en la FISA y en el casino de Viña del Mar. Pero un fin de semana cuando re-tornaba después de una actuación, el destino le jugo a Ernesto una muy mala pasada y su auto se desbarrancó en la cuesta Barriga, falleciendo trágicamente.

Fue algo que nadie podía creer, sus familiares y Maipú entero sufrió una perdida irreparable. Nos quedan solamente recuerdos, como la canción que escribió a su mentada marcianita, donde le decia que se juntarían en el año 70 para ser felices, pero Ernesto falleció en 1967, por lo que no pudo llegar a esa cita que él tanto quería.

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Los Flamingos Arancibia, Casas, Vera y Navarrete

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Colegio Don Orione

Otra de las escuelas más antiguas de Maipú es el Pequeño Cotto-lengo, también conocida como Don Orione. Fue fundada en 1949, con la llegada de unos sacerdotes italianos que instalaron distintos cursos técnicos. Uno de los talleres más eficiente fue el de imprenta, del cual salieron muchos profesionales que se desempeñan hasta hoy, como es el caso de nuestro vecino Francisco Serey Valdez due-ño de la imprenta Sellos.

Al poco tiempo el establecimiento se hizo conocido por la banda de alumno, creada por el padre Juan Bautista Lucarini y patroci-nada por el alcalde José Luís Infante, que le cedió los instru-mentos del ya disuelto orfeón municipal, con la condición de que tenían que tocar en cual-quier desfile o evento que lo solicitaran. De este modo, los estudiantes del Orione se con-virtieron en la banda oficial de Maipú.

El director, desde 1956, fue el padre Héctor Limonta, también encar-gado del primer coro del colegio, que llegó a tener 120 integrantes. El padre Limonta fue un luchador incansable, todos los días hacía la misa de siete de la mañana y después las clases y ensayo de banda y del coro. También era guía espiritual de muchos alumnos.

Otro de los profesores que recordamos es el querido padre Diego, primer sacerdote chileno y maipucino que hizo clases en el colegio. Ellos se encuentran en una tumba que tiene el colegio en el cemen-terio parroquial de Maipú, donde sus alumnos los recuerdan con cariño cada vez que pasan por ahí.

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Banda del Colegio Don Orione

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El club de pesca y caza Águilas reales

Este club, fundado el 18 de marzo de 1964, era conocido por orga-nizar el campeonato de pesca para discapacitados, que reunió en Ra-pel a cerca de 30 competidores minusválidos que se fueron felices con sus trofeos y galvanos por haber participado. La iniciativa fue una idea de Luís Cáceres, presidente del club .Pasaron bajo su alero distinguidos socios, como Camilo Serrano, Javier Moraga, Luís Za-pata, Alfonso Duflock y uno de sus socio mas antiguo y cooperador fue Juan Zapata, pues el nunca decía que no a las misiones que su club le encomendaba, era un socio ejemplar.

Claro que, cuentan las malas lenguas, cuando salían a pes-car o a cazar tenia que pasar a comprar los pajaritos o los pes-cados al mercado, porque en los paseos sólo se dedicaban a pasarlo bien y se comían hasta los cordones de los zapatos. Pero gracias a estos dedicados socios de antaño el club todavía funciona.

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Dirigentes del club de pezca y caza

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Jacinto Jara

Don Jacinto Jara Andaur casado con la señora Adelaida Contreras Lagos y tuvieron dos hijas, Iris del Carmen y Alicia Cecilia.

Don Jacinto llego a Maipú por el año 1939, desde Peyuhue. Se vino porque lo convenció el profesor Juan Monsalve, profesor que hizo clases en ese pueblo y después se vino a la escuela 85 de Maipú. Se lo trajo para que desempeñara el puesto de portero.

Ahí estuvo varios meses, pero nunca le pagaron, por lo que tuvo que buscar otros rumbos y paso hacer sacristán en la capilla de la Victoria, con el padre Ramón Gutiérrez.

Cuando cambiaron a ese curita, le toco recibir al nuevo sacerdo-te, don Alfonso Alvarado. Ahí paso varios años después empezó a trabajar en el molino San Cristóbal, el que estaba en la calle Ex-posición, donde le tocaba viajar todos lo días con el querido guatón Peñaloza, que le tocaba la bocina y lo esperaba cuando no estaba en el paradero del cementerio.

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Jacinto Jara junto a su señora e hijas

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Estando en este trabajo igual pertenecía a todas las cosas de la par-roquia y ayudaba en todo al padre Alfonso, del cual era muy amigo. Don Jacinto fue uno de los voluntarios fundadores de la primera compañía de bomberos, con una hoja de vida excelente y llego a ser voluntario honorario galardón máximo que se le entrega a un vol-untario y recibió la mayorías de las medallas por años de servicio y muy buen comportamiento en su larga pasada por la compañía y el cuerpo de bomberos de Maipú.

También les cuento que era la persona que le ayudaba a don Alfonso a preparar el mentado viaje a Cartagena de todos los años y tenia a cargo toda la parte de las bicicletas del cuasimodo. Él iba adelante con una gran bandera y su pantalón blanco y su chaqueta azul y un pañuelo rojo en su cabeza y su querida bicicleta compañera de tantas jornadas, pues lo acompañaba a todas partes era una de esas bicicletas gruesas con freno de pedal.

Jacinto fue una gran persona, muy noble, amigo de sus amigos y padre ejemplar. Un día a la edad de 88 años se fue a encontrar con sus amigos a la gran compañía de bomberos del cielo.

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Jacinto Jara y Alfonso Martín dos de los voluntarios mas antiguos de la Primera Compañía de bomberos

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Un carabinero de madera

En 1947 llegó a Maipú el oficial de Carabineros Ubaldo Casali, su esposa Hortensia Merchant y su único hijo, Sergio Ubaldo. De inmediato le dieron un toque especial a su casa de la calle Libertad, donde guardaban cerca de diez caballos de salto, la gran afición del policía, que los entrenaba para eventos deportivos.

De hecho, él formó el primer club ecuestre de la comuna, llamado Troncos Viejos, ubicado donde hoy se encuentra la Medialuna.

Ahí se realizaron muchos campeonatos nacionales e internaciona-les. Uno de los más recordados fue el gran premio donde se llevó todas las medallas de oro el teniente de Carabineros René Varas, montando a su caballo Llanero. También tuvo excelente partici-pación Ubaldo Casali, que guiaba las riendas del potro Don Rodrigo y otro maipucino, Luís Enrique Salinas, que montaba a Gavilán.

Otros socios del club eran Haroldo y Alejandro Latorre, la familia Infante, los Carrillo y los Ferrada. En estos últimos, el problema era subir al caballo al Cacho Ferrada, porque tenía unos kilitos de más y el pobre animal después de una competencia tenía que acogerse a jubilación.

Ubaldo fue uno de los primeros en llevar los caballos en un carrito que arrastraba con su auto, un Mercuri del año 1947. Como llegaba a todos lados con su artilugio, quedó bautizado como el hombre del carrito. Tiempo después, él se casó con Silvia Prichar y tuvieron tres hijos, Carmencita, Hugo y Luís.

Volviendo a los Casali, otro de los distintivos de su casa era un carabinero de madera que medía como medio metro de alto y estaba pintado de verde, cual uniforme de servicio. El muñeco se erguía sobre un hasta bastante alta, por lo que se veía perfectamente desde la calle.

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La llamativa figura llevaba en sus manos unas paletas que decían Pare. Así, según lo movía el viento, giraba y le “daba la pasada” a los transeúntes.

Tanta fue la fama de este cara-binero inanimado que algunas familias, y especialmente los niños, se venían por Libertad sólo para verlo dirigiendo el tránsito según el capricho de la brisa que corriera ese día.

Una vez, alrededor de las tres de la mañana, pasaron tres tra-bajadores de la feria con sus carretones llenos de verdura y por el frió de esas horas con bastantes grados de alcohol en el cuerpo. Cual no sería su sorpresa al ver que el uniformado que tenían frente a ellos los detenía con el letrero de Pare. Obviamente, retiraron su

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Ubaldo Cazali junto a sus compañeros de salto

Ubaldo junto a su señora Silvia

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mejor rosario de garabatos, que terminó despertando a la familia Casali y a sus vecinos.

Fue tanto lo que peleó, que el pobre carabinero finalmente fue sa-cado para siempre de su ubicación de Libertad 517, pese a que era algo muy bonito y que distinguía a esa calle.

El Barquito

Quiero contarles la pasada por este pueblo de don Aurelio Contreras y la señora Margarita Espíndola, que era profesora y fue trasladada a la escuela de Calera de Tango donde se desempeñó como direc-tora. Sus tres hijos, Hugo, Renato e Inés, fueron los dueños del res-taurante y quinta de recreo El Barquito.

Llegaron por estos lados en el año 1938 y se compraron una gran casa quinta, a la que le agregaron el negocio donde se juntaban los parroquianos a deleitarse con las ricas comidas y buenos tragos de la época.

Ahí se juntaban todas las tardes a conversar una botella y jugar brisca o dominó. Aquí también estuvo la primera oficina donde se apostaba a las carreras de caballos del hipódromo y el club hípico.

La señora margarita falleció en el año 1953 y don Aurelio se fue en el año 1955. Por esas cosas de la vida Renato conoció a José Fernández y lo llevo a trabajar a la panadería, donde necesitaban una persona para que se hiciera cargo del reparto. También se lo presentó a su hermana, con quien José, ni corto ni perezoso, se puso a pololear y paso el tiempo y se casaron. Tuvieron cuatro hijos, Guillermo, Patricio, Nancy y Cecilia.

Como a Renato no le gustaba mucho el negocio, decidió que lo manejara su hermana con su marido. José ya se había hecho muy

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conocido y por que era un poco bajito le llamaban “el gran pepe montaña”. Se hizo muy popular por que de-fendía a la gente que tuviera cualquier prob-lema. Los acompañaba a los juzgados, era prác-ticamente un abogado sin titulo, pero todo lo hacía por amistad, nun-ca cobraba nada.

Cuando falleció, sus hijos se hicieron cargo de El Barquito. En ese periodo se comieron las más ricas parrilladas y una de las mejores chi-chas. Pero Maipú em-pezó a poblarse y los terrenos del sector cén-trico elevaron su precio, por lo que el Banco del Estado les ofreció una buena suma y la sucesión decidió vender.

Don Aurelio era una persona que le gustaban muchos los caballos y tenia un cuadro de un hermoso caballo blanco pintado en un salón del negocio, cuentan que una vez que andaba montando su caballo y con unos traguitos de mas fue a visitar a sus amigos lo peluqueros del frente y se metió ala peluquería con caballo y todo para mirarse en el gran espejo que tenia la peluquería.

Por este negocio pasaron tres generaciones los Contreras Espín-dola, los Contreras Echeverría y los Fernández Contreras.

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Don Pepe Montaña, a la izquierda abajo, su señora y don Eduardo Silva y su señora

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La Familia Arroyo

Les presento una familia muy conocida en Maipú pues vivieron toda la vida en la avenida Cinco de Abril. Me refiero a la familia Ar-royo Guzmán, compuesta por los padres Audomilio Arroyo y Maria Domitila Guzmán y nueve hermanos.

Don Audomilio, el maestro Arroyo, era un experto maestro albañil que trabajaba de lunes a viernes y el día sábado se ponía su chaqueta blanca y pantalón negro con corbata de humita y se iba a trabajar de garzón al restaurante La Higuera. El domingo volví a su casa bien entonado, pero con varios pesos en el bolsillo y muy cansado. Era el maestro chasquilla de Maipú, lo llamaban para cualquier trabajo.

Raúl , uno de los nueve hijos de este clan, relata que no nació en ningún hospital, sino que en la casa familiar, como todos su her-manos. Su mamá se atendía con una señora muy bajita, que andaba siempre de negro y que nunca supimos su nombre. Cuando ella llegaba nos mandaban a todos para fuera y ponían a hervir agua. Rato después se escuchaba el llanto de una guagua y sabíamos que

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había llegado un nuevo integrante de la familia.

Raúl también recuerda que tenían un ciruelo muy grande y el mae-stro les hizo una mesa alrededor del árbol, la que ocupaban para almorzar en el verano. Pero siempre surgían problemas, por que en la comida caían ciruelas o algunas lagartijas y hojas, así que el almuerzo era bien condimentado.

En la casa habían unos grandes árboles de morera, donde las veci-nas se tenían que subir para sacar los frutos, ocasión que Raúl aprovechaba para mirarle las piernas, ante lo cual las damas rec-lamaban y la mama lo correteaba con un palo.

Raúl estudió en la escuela parroquial a pesar de vivir al frente de la escuela 85 y aprendió a reparar relojes y trabajaba con Miguel de la Fuente, quien tenía a su cargo el reloj de la Plaza Principal.

Siempre tenían mucho trabajo con este aparato, que se paró un día a las diez y media y no anduvo nunca más. Abajo del reloj se leía un cartel que decía que era la hora de hacer el bien.

Su juventud la paso en los billares de los Duran y peleando a peñas-cazo con Maria Angélica de la Prida que vivía en Cinco de Abril y no eran muy buenos amigos.

La loquita Amanda

También les quiero contar sobre Amanda Muñoz. Seguramente por su nombre usted no la ubicará, pero se trata de la loquita Amanda, como la conocía todo Maipú. Cuenta la gente que era muy niña cuando sufrió una enfermedad, también hay otra versión que todo paso por una pena de amor.

Cuando éramos niños nos asustaba mucho cuando se ponía a gritar y tenía la voz muy ronca y se enojaba con la gente y los agarraba

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Elías Beltrán Igor

Vecino antiguo de Maipú y reconocido artista musical, fue de los que tuvieron la dicha de andar en el bus escolar.

Su abuelo le enseño a tocar la guitarra y en el año 1959 lo inscribió en el Conservatorio. Desde ahí empezó su carrera artística, lide-rando el conjunto “los Jóvenes”, con el que grabó su primer disco.

Posteriormente efectuó giras por todo el país, actuando con “los Perlas”.

Entre sus amplias labores ha sido director del conjunto Mapumai, presidente de la confederación de conjuntos folclóricos metropoli-

a garabatos. Pero si estaba bien, se ponía a barrer las veredas y la gente del frente donde barría le daban pancitos y leche y ella se ponía muy contenta.

Caminaba por todo Maipú y terminó haciéndose muy querida. Por eso todo el pueblo lloro su partida y la acompaño a su última mo-rada.

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Elías Beltrán y su familia

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tana, fundador y director de la agrupación “Puente de Cal y Canto de Maipú” y director del festival de San Bernardo.

Funda y dirige el grupo folklórico “Pilmaiken”, de la ilustre munici-palidad de Maipú

También grabó un disco con la Gran Cantata Mapuche, que después presentó en el Teatro Orienté, obteniendo varios reconocimientos en Chile y en el extranjero,

Viajó a México invitado por el Gobierno Federal de Jalisco, además de realizar presentaciones en Paraguay, invitado al festival de Ypac-arai, y en Argentina, donde fue declarado invitado cultural desta-cado. En esos países actuó con la academia que lleva su nombre.

Como ustedes ven es un flaco talentoso.

Renato el panadero

Renato Contreras casado con la señora Maria Echeverría y sus tres hijos Renato, jorge y Manuel.

Renato trabajaba en la panad-ería Maipú, que estaba al lado del molino, y fue toda su vida repartidor de pan, siempre en un cochecito con un caballo y una bocina con la que anuncia-ba cuando se aproximaba.

Recorría casi todo Maipú, en cada casa que llegaba los niños lo esperaban para subirse al co-checito y dar una vuelta. Si las mamás no los dejaban, venia in-

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Renato Contreras y su familia

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José Luis Hernández

José Luís Hernández Ramírez, autor compositor y cantante por excelencia. Fue primera voz del grupo Los de Las Condes y solista del Ballet Folclórico Nacional, Bafona.

Su gran triunfo en el Festival de Viña lo consiguió en 1994, con la canción Mirando para la bahía, que escribió en hom-enaje a la Sebastiana, la casa de Pablo Neruda en Valparaíso. Con 45 años de trayectoria y más de 500 canciones de su

mediatamente el llanto, por lo que Renato se compadecía y le daba una vuelta. Los más osa-dos nos escondíamos entreme-dio del pan y nos íbamos con Renato para la Rinconada, por lo que nos quedábamos sin ir al colegio y cuando volvíamos nos estaba esperando la mamá con el chicote en la mano y nos daban una gran tanda y nos quedábamos sin postre por una semana. Pero era tan bonito el paseo, que ligerito otra vez nos arrancábamos de nuevo .Yo creo que en esa época no hubo niño en Maipú que no anduviera en el carretón del gran Renato.

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Renato y su señora, doña maría

Jose Luis Hernandez en su primera comunion

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autoría, otro de sus temas más conocidos es el volantín azul, que escribió especialmente para el grupo de niños Los Chenitas, de San Bernardo.

José Luís fue un maipucino de corazón, nacido y criado en es-tas tierras, estudió en la querida escuela parroquial muy disci-plinado y de gran humildad. A través de sus giras artísticas fue nuestro embajador en todo el mundo, donde andaba siempre decía que venía de un pequeño pueblito cerca de Santiago lla-mado Maipú.

Debido a un cáncer linfático nuestro querido amigo nos dejo un dia 16 de julio de 2006 por lo que pensamos que esta en el cielo can-tando todas sus canciones con un gran coro de ángeles, claro que los maipucinos por acá lo echamos mucho de menos.

El cuasimodo

El cuasimodo en Maipú, como se denomina a la práctica de llevar la comunión a los enfermos, o “correr a Cristo”, escoltando al sacer-dote con caballos y bicicletas adornadas por las calles de la comuna, se remonta al tiempo del padre Ramón Gutiérrez, más o menos en el año 1936, y la persona que lo inició fue don Francisco Sánchez.

Debido al carácter rural de la zona, al principio sólo participaban jinetes a caballo, pero con el tiempo se fueron agregando cada vez más ciclistas, por iniciativa del sacristán Jacinto Jara, quien co-

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mandaba en persona al grupo de las dos ruedas.

El primer coche, donde se llevaba al Santísimo, siempre provenía del fundo el Rosal, y el encargado era Manuel Muñoz, el propio administrador del fundo. La tarea de tocar la campanilla al lado del coche estuvo encomendada por años a Juanito Riquelme, un conocido huaso de la Rinconada y el pequeño monaguillo que tenía que abrir la puerta del carruaje para que descendiera el sacerdote, era Jaime Mallea.

El otro vehículo emblemático a tracción animal era el coche de José Luís Infante, llamado el cam-panero, porque con sus tañidos anunciaba que se aproximaba la comitiva central.

Entre los jinetes más destaca-dos se distinguía el trío confor-mado por Emilio Briceño, René Naranjo y “Teco” Muñoz, que adornaban los caballos con tres capas iguales. Ellos llevaban el

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El cura parroco con los ciclistas del cuasimodo

Don Alfonso Alvarado y su monaguillo Jaime Mallea

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estandarte y siempre de-bían cabalgar al lado del carro del sacerdote.

La salida era a las seis de la mañana desde la Parroquia, y después de un arduo recorrido se re-tornaba al mismo punto a las dos de la tarde. Ahí esperaban unas ricas empanadas y unos vasos de chicha.

También se premiaba a los más imaginativos arreglos, por lo que cada año nos esmerábamos en colorear las bicicletas y los caballos. Con el tiempo este premio se transformó en toda una institución, y hasta había una directiva encargada de dirimir a los triunfadores.

Las Ursulinas

Las primeras monjitas que llegaron de Alemania un 25 noviem-bre del año 1938, comandadas por la madre Ángela, se vinieron a Maipú con el fin de estar mas cerca de la Virgen del Carmen. Eran doce religiosas, seis alemanas y seis chilenas, entre ellas actual su-

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Emilio Briceño, René Naranjo y Sergio Muñoz

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Los inseparables

Entre los personajes más conocidos de la comuna resaltaban Los In-separables, un grupo de amigos que jugaban baloncesto. Lo integra-ban Marongo Bárrales, Eduardo Pérez, Santiago Durán, Raúl duran Mario Peñaloza Rumaldo Valdez, Pepe Bárrales, Carlos Aranda y otros.

También tenían un equipo de damas, entre ellas estaba Maria Calde-rón, Maria Teresa Silva y Mercedes López.

Además de las gestas deportivas, el grupo se hizo conocido por las bromas y jugarretas que le hacían a cualquier que se cruzara en su camino.

En las noches tranquilas y silenciosas esperaban al Lalo Silva cuan-do daba la última vuelta en la góndola, y lo acompañaban en el recorrido hasta la Insa. Una vez divisaron el carretón de Guillermo Rivero, que lo dejaba guardado al lado del Chancho con Chaleco. Los ociosos lo amarraban a la góndola y lo arrastraron hasta la Par-roquia, a varias cuadras de distancia. Ahí andaba al día siguiente el señor Rivero, buscando preocupado por todas partes el carretón con

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periora, la madre Paula.

Compraron un inmenso sitio eriazo, el que lograron plantar de árbo-les y hortalizas para el consumo. Tuvieron que trabajar mucho para colocar la primera piedra del colegio, que comenzó a funcionar en 1962.

Las Ursulinas fue el primer establecimiento de la comuna que ense-ñaba sólo a niñas. Hoy posee un lindo vergel y tiene muchas salas de clase nuevas y un gran gimnasio, donde se realizan todos los eventos importantes del colegio.

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el que trabajaba.

Otra broma ocurrió un día después de la celebración del Cinco de Abril en el Monumento, cuando se les ocurrió robarse las coronas de flores e ir a ponérselas en la puerta a don Leonidas Rosende, un venerable caballero de edad que todos los días salía a sentarse en una mampara que tenía a la entrada de su casa. El caballero casi se muere de la impresión al encontrarse con todas las coronas fúne-bres, así se divertía a la juventud de esos tiempos.

Entierros, vigas centenarias y un cheque muy especial

Cuando era joven, Raúl Cubillos tenía a su cargo el departamento de Aseo y Jardines municipales, en el que vivió muchas anécdotas. Una de ellas comenzó el día en que le avisaron que formara un equipo de maestros para demoler la antigua parroquia de la Victo-ria, cuyos históricos muros todavía pueden verse levantados en la explanada del Templo Votivo.

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Raúl Cubillos y familia

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Entre los traba-jadores que citó don Raúl estaba el maestro Alegría, un enorme fort-achón, que co-mandaba la cua-drilla de cuatro hombres, ninguno de los cuales se le iban en collera.

Ellos sacaron todo el envigado de madera y parte de las murallas, y cuando comenzaron a excavar el maestro Alegría se encontró una inmensa olla de oro, que dejó boquiabiertos a los jornaleros, que estaban convencidos que podía tratarse de un entierro.

Avisaron a la jefatura del increíble hallazgo, entre ellos a don Raúl, quien asegura que el mini tesoro tuvo un santo final, ya que al cono-cerlo el padre Alfonso Alvarado, aclaró que el metal precioso es-taba en el recinto de la parroquia, por lo que con todas las de la ley pertenecía a la iglesia. Así que guardó la preciada ollita y asunto terminado.

Pero eso no es todo lo relacionado con la añosa iglesia, ya que otro día a don Raúl se le ocurrió rescatar una de las enormes vigas de madera del recinto, que fueron instaladas cuando se construyó el antiguo templo, en 1892.

Más de cien años después, la viga todavía tiene una vida útil en la casa del ex trabajador municipal, quien la convirtió en un mueble que exhibe en su living. El carpintero que le fabricó el mueble fue el maestro Alegría, el mismo que encontró el entierro en la parroquia.

Don Raúl es famoso por ser buena persona, así que cierta vez llegó un amigo rogándole que le prestara dinero para pagar el IVA. Lam-

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El mueble fabricado con la viga de la iglesia de la victoria

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entablemente, le explicó don Raúl, no tenía ni un peso, pero su amigo no le creyó y siguió insistiendo.

Tantos fueron los ruegos que le dijo que la única forma de ayu-darlo sería pasándole un cheque con la cantidad que tenía que pagar. El amigo se fue feliz al banco, a cobrar el documento.

Cuando lo pasó al cajero le dijeron que esperar mientras pasaba el cheque por una ven-tanilla a otra oficina. Al rato después volvió y el cajero, muy serio, le preguntó quién se lo había dado.

“Raúl Cubillos”, respondió muy seguro el amigo, y el cajero se largó a reír. “¿Usted es amigo de don Raúl y no sabe que es muy bueno para las tallas? Fíjese en la firma”. El despistado amigo miró el pa-pel y también soltó la carcajada. El cheque, pensado como broma por Raúl, estaba firmado por “Napoleón Bonaparte”.

Los billares

Los Duran Valenzuela eran los dueños de los conocidos billares, donde se reunía la juventud de esos tiempos. Para el matrimonio de don Nicolás Durán y la señora María Valenzuela, que tenían nueve hijos –de los cuales ocho eran varones- no resultaba tan difícil con-trolar a los grupos de adolescentes que tenían como principal en-tretenimiento el juego de las buchacas y tacos.

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A la derecha el maestro Alegría

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Pese a que crecieron con las mesas de paño verde como parte de su vida, sólo uno de los hermanos Durán, Raúl, logró coronarse campeón de esta espe-cialidad.

Otro de los hermanos, Roberto, fue regidor y alcalde subrogante, y tiene varias obras que quedaron de su pasada por el municipio, como la construcción de los primeros alcantarillados. También fue fundador de la primera compañía y fue el primer superintendente del cuerpo de Bombe-ros.

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Familia Durán Valenzuela

Raúl Durán

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El Pirindongo y el Minino

Uno de los primeros dúos musicales de la comuna estaba confor-mado por Bernardo Pino y Belarmino Osorio, más conocidos por sus nombres artísticos de Pirindongo y Minino.

No había fiesta en la que no estuvieran ellos cantando. Fueron te-loneros de las principales estrellas que llegaban a la quinta de recreo El Castillo, así se codearon con La Tongolele, Alberto Castillo, los indios Taballaras, Pérez Prado y muchos más.

Bernardo Pino, el Pirindongo, era casado con Inés Sotelo Gómez, vivían en la calle Cinco de Abril, al lado de los bomberos. Por mu-chos años fue repartidor de la carnicería de Lucho Cabañas y recor-

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El peluquero que dejaba pelado

El rubro de la peluquería siempre ha estado presente en Maipú. En-tiendo que el profesional más antiguo de este arte de los cabellos fue don Anselmo Powell. A él lo siguieron otros como Jorge Miranda, el papá de los Alzamora, que tenía su local al lado de El Castillo, la mamá de Sergio Poblete y el propio Sergio. Tampoco nos olvida-mos de Luís Albornoz, que ha viajado por varios países mostrando sus estilos, y para las damas estaba el salón de la señora “Rina” y su hija Rosita donde asistían todas las señoras de Maipú para que las dejara muy hermosas para diferentes ocasiones.

Entre ellos, los más recordados para mi generación son el Rucio Gilberto y Enrique, “el maestrito”. Ellos tenían su peluquería frente

ría Maipú en su bicicleta, cantando todo el día. Por las noches, con su compañero el Minino, se dedicaban a cantar y tocar la guitarra.

Fue fundador del grupo los Flamingos, jugo por el Deportivo Maipú y era habitué de las fondas en el 18, nunca se conformó por la parti-da de su amigo, y siguió cantando solo y después de una actuación el 25 de abril de 1974 Falleció trágicamente cuando lo atropellaron a la salida del restaurante Mar del Plata, en el Camino a Melipilla.

Su compañero Belarmino Osorio, el Minino, casado con Alicia Peñaloza, tuvieron una sola hija, Victoria, y vivieron en la calle Rinconada, frente al Templo Votivo, y después en la calle San José. El tenia por trabajo la música y era muy querido por todo el pueblo por su gran corazón de maipucino y en su memoria don José Luis siendo alcalde decreto que una calle de Maipú llevara su nombre.

Un dia 6 de septiembre de 1964 le falla su corazón y el Minino Fal-leció justo el día cuando su hermano Carlos celebraba el bautizo de su hija. También se nos fue muy joven solo tenia 42 años.

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al bar El Barquito, al que eran muy aficionados a cruzar cuando se les ponía pesado el trabajo

A esa peluquería llegó el niño Segundo Morales, enviado con estric-tas instrucciones por su padre, don Joaquín. “Les dices que te corten el pelo a lo colegial”, era el mandado.

Nuestro amigo Segundo entregó obedientemente el mensaje a Gil-berto, que comenzó su tarea. Tenía cortado todo un lado de la cabe-za cuando al maestro peluquero le dio sed. “Voy y vuelvo”, le dijo al niño, antes de salir disparado para El Barquito.

Pasaron los minutos y el cortador no aparecía, lo que tenía angus-tiado a Segundo. Al rato llegó el otro peluquero, “el maestrito” En-rique, que también acababa de hacerle una visita al cercano bar. Él se ofreció a continuar la labor inconclusa de su colega, con tan mala suerte que ya venía un poco entonado y se le pasó la mano con las tijeras, dejando al pequeño cliente totalmente pelado.

Segundo se quería morir y tuvo que comprar un cartucho de papel, de los que vendían en las panaderías, al que le hizo dos hoyitos para poder mirar y se lo puso en la cabeza. Así se fue a su casa, llorando todo el camino.

Un chancho con chaleco

Al restaurante Venecia le decían que lo único que le faltaba eran las góndolas. Tenía ese nombre porque por su alrededor cruzaban varios canales y acequias que se desbordaban en invierno y dejaban todo inundado.

El dueño, don Manuel González, era muy aficionado a levantar el codo, por esa razón el negocio iba derecho a la quiebra, así que su hermano Luís se hizo cargo y entre sus colaboradores tenia ala

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señora Maria Constanzo de Sallenave, que tenia toda la parte de la cocina y a sus hijo Héctor, Carlos que realizaban todo lo que tuviera que ver con aseo y el bar. Victoria, a pesar de su corta edad, era la que tenia que ir al banco a dejar la plata y así todos los empleados cooperaban y a costa de esfuerzo y buena atención empezaron a tirar el local para arriba.

El nuevo encargado también tomaba, pero lo hacía una o dos veces al mes, y siempre acompañado de un selecto grupo de amigos. Cier-to día en que se reunieron se hizo tarde y don Luís pidió a una de las empleadas que le trajera un chaleco, porque tenía frío.

Cuando se puso la prenda lo quedó mirando Daniel Jordán, uno de sus amigos que se desempeñaba como detective, y le dijo: “Oye Lucho, pareces un chancho con chaleco”. Todos se largaron a reír, celebrando la broma.

Menos al aludido, que enojado los echó a todos y pasó varios me-ses sin volver a reunirse con sus camaradas. De hecho con Jordán,

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Procesa González

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el creativo del apodo, estuvo peleado durante años.

Pero la anécdota tam-bién dejó otra huella en don Luís, ya que aprovechando que se hizo famosa, rebautizó el local como “El chancho con chaleco”, y con ese nombre se hizo conocido en todo Chile.

Durante sus años más prósperos lo administró la hija de don Luís, la señora Procesa González, más conocida como” La Pochita.” casada con don Luis Olivares y sus hijos Juan, Luis, Enrique y Susana. Uno de sus hijos, Enrique Olivares González, es uno de sus due-ños actuales, representando a la tercera generación de la esforzada familia que dio origen al negocio más conocido de Maipú por mas de 78 años, por que se dice que el que no conoce “El chancho con chaleco” no conoce Chile.

Recorriendo por Cinco de Abril

Si se hacía un recorrido por la calle Cinco de abril hacia la Rincon-ada, iniciando por el lado sur de la avenida, donde se ubicaba la municipalidad, uno se topaba con el dispensario, donde estaba el doctor Aranda y el practicante Bernardo Ferreira.

Por Cinco de Abril estaba el comisariato, donde se compraba todo a precio oficial, atendido por el gordo Berroeta y con sus clásicas filas para comprar té y aceite.

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Enrique Olivares, actual dueño, junto a Nicanor Plaza

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Después seguía el Juzgado, la Tesorería, el Registro Civil, el correo y la cooperativa de ahor-ro Cinco de Abril Limitada.

A su lado se encontraba el primer cuartel de la Primera Compañía de Bomberos, que tenía solamente unos baldes con arena y una carretita con un extintor grandes. Si seguía caminando llegaba hasta el ne-gocio Pompeya, de don Anto-nio de la Prida.

Más allá estaba la casa de Domingo Quintas, uno de los relojeros más antiguos, que era vecino de la familia Fu-enzalida, cuya casa colindaba con la de la familia Durán, que mantenían en su terreno una panadería, un local de billares y un restaurante, donde se fab-ricaban los primeros helados de nieve, que se vendían por kilo en unos vasos grandes de cartón.

En la esquina había una carnic-ería con una cabeza de vacuno colgada en la puerta. Seguía la casa de Leonidas Rosende, la fuente de soda de la mamá de los Valdés, la casa de doña María Menanteux, la casa de

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Jacinto Jara en la puerta del Primer Cuartel de la primera compañia de bomberos

Gonzalo Arroyo y Raúl Durán, dos vecinos de la calle Cinco de abril

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los Carrasco y también la casa del palomo, el árbitro de fútbol mas conocido de la comuna.

Su vecino era don Ernesto, un señor que andaba siempre con una gorra de maquinista pues había trabajado en ferrocarriles del Estado. Continuaba la calle con la casa de la familia Arroyo y de los Bárrales, la peluquería de Carlos Díaz y terminaba la cuadra con la casa del señor Peragallo, quien era un anti-guo funcionario de la caja de ahorro y que después de jubi-larse se dedicó a las labores de la iglesia y todas las mañanas barría la vereda desde su casa hasta llegar casi al cuartel de bomberos.

En la plaza de la iglesia de la Victoria había un kiosco redon-do, que era atendido por Carlos Jara, que nos deleitaba tocando su guitarra y contándonos his-torias antiguas.

Por la otra acera estaba la familia Alem Riquelme y la antigua Es-cuela Nº 85, que estaba pegada a la escuela de niñas. Seguía la casa de Hugo Cuevas y el bazar “Para todos sale el sol”.

Más allá se encontraba la tienda de abarrotes “La alegría”, que era de don Ismael, un señor que atendía en una camilla y cuando recibía los pagos los guardaba entremedio del colchón. Se cuenta que por las tardes, cuando don Ismael se pegaba sus pestañadas, la esposa le

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Don Francisco Sanchez Fierro, dueño del negocio “Para todos sale el sol”

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sacaba toda la plata.

Otro local era la fuente de soda Rex, de Francisco Vallejos, que tenía un mesoncito con tres pisos para sentarse y dos me-sas, después estaba la botica de la señora Anita la que siempre se ponía los anteojos en la pun-tita de la nariz y a continuación el famoso negocio de la Laura Poroto, donde vendían de todo lo que uno pudiera imaginarse. Su dueña, una señora muy bonita con un cutis que parecía de porcelana, tenía en espera a toda una lista de caballeros pretendientes. En la esquina había una sucursal de la “Panadería Maipú”.

Al otro lado de la calle Manuel Rodríguez estaba una casa muy bonita, en la que durante un tiempo vivió Pancho Retamales y su fa-milia. Proseguía la tienda “La maravilla” y la casa de los Meneses, cuyo padre manejó por varios años el bus de Las Ursulinas para trasladar a sus alumnas.

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Don Fancisco Retamales y su familia

Don Alejandro Peragallo

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Yo presencié

- Cuando pavimentaron la calle O´Higgins, solamente porque ahí vivía el regidor, don Floridor Arriagada.

- Cuando el 15 de abril de 1952 se tocó por primera vez la sirena de la primera compañía de bomberos. Fue a las doce del día, con una duración de 30 segundos. La sirena estaba colocada en la comis-aría.

- Cuando un 1 de junio de 1956 se fundó el museo histórico de Maipú, en la planta baja del templo. Fue bendecido por el cardenal José Maria Caro.

- Cuando se realizaba la procesión de Cristo rey en la noche y partía de la iglesia de la estación hasta la parroquia de la Victoria. Todos los fieles caminábamos con velas encendidas y adornadas.

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Justo en la esquina de Cinco de abril con Monumento estaba la casa que parecía un castillo de cuentos de hadas, do nde vivió el chinito del teatro En esa misma cuadra funcionaba un local de abarrotes que se llamaba “Santa Cecilia” y era de Fernando Araya. Lo seguía la bodega Talca.

El recorrido terminaba en la quinta de recreo “El paraíso” y el negocio de abarrotes “El ru-ral”, cuyo propietario era Edu-ardo Escobar.

Don Carlos Jara, con su guitarra, dueño del negocio de la plaza de la victoria

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- Cuando le pusieron las puertas al cementerio, ya que antes no tenía porque la entrada era por el Camino Rinconada, donde había que subir el cerro, que era muy empinado y solo habían unos alam-bres de púa. La puerta que instalaron la trajeron del antiguo edificio del Congreso Nacional

- Cuando en las escaleras del casino municipal el “Terremoto” Cas-tillo le pegó a cuatro garzones él solito.

- Cuando Elías Beltrán nació como artista, imitando a Elvis Presley en la terraza del casino municipal. La canción que interpretó fue Perro Sabueso.

- Cuando se realizó la primera representación de la batalla de Maipú, en las canchas del Almendral, donde estaba el club de equitación Troncos Viejos. Fue en 1968, cuando se conmemoraron 150 años.

- Cuando se hizo la primera descarga del oleoducto de la Empresa Nacional de Petróleo en la planta Esso de Maipú.

- Cuando mi padre saco del canal a José Morales, un niño que se había caído en el zanjón de la calle O’Higgins y atravesó toda la calle. Lo rescataron al otro lado y todavía estaba vivo.

- Cuando se inauguro la doble vía del camino Pajaritos.

- El accidente de Día de la Radio. Fue el 21 de septiembre cuando, por una mala maniobra del guardavía en el cruce de la FISA, el tren que llevaba al personal de las radioemisoras a festejar a Cartagena, chocó con unos carros que estaban detenidos. Hubo muchos muer-tos.

- Cuando se inauguró la FISA en el Parque Cerrillos.

- Uno de los primeros aviones a chorro que rompió la barrera del sonido. Fue en 1952, en el aeropuerto de Cerrillos y mis padres me llevaron para ser testigo del gran acontecimiento.

- Una madrugada de 1972 en que Maipú amaneció tapado por una

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capa de nieve. Fue un espectáculo sorprendente.

- La Silica Maipú, una mina de tierra blanca que estaba en Avenida Chile y tenía una línea férrea, por la que entraba los carros a sacar el material.

- Cuando en 1962, el año del Mundial, el alcalde José Luís Infante tuvo la idea de colocar uno aparatos de televisión en la medialuna, donde se trasmitían los partidos. Los televisores eran escasos en esos años, y mí familia era unos de los privilegiados que poseían uno de esos aparatos, que era metálico y de 23 pulgadas de la marca Westing house. Mi casa se llenaba de invitados, tantos que más de alguna vez terminé viendo los partidos en la medialuna.

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Chao vecino gracias por haber leído este libro hasta el final y no se olviden de esta bella frase que dice:

“Recordar es vivir dos veces”

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Amigos que prestaron colaboración para este libro les doy las más infinitas gracias por haberse dado el trabajo de abrirme las puertas de su casa y perder unas horas de su tiempo.

Ricardo Aravena, Marcela Silva, Juan Avello, Noemí Sanchez, Guillermo Garcia, Maria Calderon, Juan Ramon Cuello, Amanda Marchant, Guillermo Fuentealba, Anita Reveca Saa, Nely Navarre-tee, Juan Hinojosa, Marcos Ortega, Juan Bascuñan, Juan Espinosa, Guillermina Cancino, Jaime Hernandez, Valentin Ferrada, Salva-dor Valle, Abraham Sanhueza, Gladis Salinas, Dario escobar, Luisa Jaña, Blanca Osorio, Servando Maldonado, Juan Orellana, Luisa Ferrada, Segundo Morales, Carlos Morales, Vicente Arevalo, José Zamorano, María Jimenes, Elvira Armijo, David Morales (hijo), Carlos Ferreira, Germán Ferreira, Eduardo Cancino, Ramón López, Alejandra Campos, Eduardo Osorio, Darío Escobar, Noe Ordenes, Manuel Fuentes, Roberto Vera, María Eugenia Pino, Patricia Calde-rón, Victoria Osorio, Sonia Osorio, Juanito Silva, Albina Ramír-ez, Hugo Feliu, Patricia Cubillos, Marcelo Arroyo, Juan Macaya, Rosita Cáceres, Nancy Troncoso, Cecilia Alzamora, Pedro Gajardo, Eduardo Castillos (el terremoto), Mirella Jaña, Benjamín Gárate y a todos aquellos que me colaboraron con fotos y entrevistas.

Una mención muy especial para mis amigos: Jaime Mallea, Fran-cisco Guzmán, Manuel Silva. Por que desde un principio creyeron en mí y me apoyaron en todas las cosas que los moleste. Muchas gracias por todo, y perdonen todas las molestias.

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INDICE

Prologo

Los tres mosqueteros

Recuerdos de la Municipalidad

Las picadas de antaño

La lachera Maipú

Los primeros Carabineros

Ala escuela a caballo y osito de felpa

La cruz roja

Recorriendo Pajaritos

Los hermanos Jaña

El día que exploto la liebre

La locomocion

El inigualable cine de Maipú

La fiesta de la Primavera

El consultorio

A toda velocidad

La escuela Parroquial

El crimen del lechero

El querido Lalo Silva

A Cartagena los boletos

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La media luna

La piscina y el casino

El santo de don Carlos

El Chalo

Las mejores fiestas

El sexto sentido de Casilda

El banco y la rana

El 18 a todo pulmon

La fiesta del 5 de abril

Los vecinos de mi calle

Salto industrial

Refrigerador Porfiado

Vehiculo oficial La bicicleta

La familia Pichuante

Clubes y futbolistas

El Internado Santa Teresa

Dias de Radio

Primera compañía de bomberos

El chinito Awollon

Carlos Jeria

El rey Pele en el estadio

Pinceladas de Maipú

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Doña Elena Williamson de Revuelta

La escuela de mujeres

La casa del guitarreo

El ritmo de la juventud

Un huaso antiguo

La cabaña

Centro Esperanza nuestra

El cuchara

La familia Catalan

Una camioneta de herencia

Doña Carmen Luisa Correa

Enrique Sepúlveda

Cura de mi pueblo

El aspirante a bombero

Los Malones

Misia Ines Riesco

Un Meteorito en pleno Mipu

La cooperativa

Maipucinos Destacados

Armando Sanhueza

De dirigente a sacerdote

Ernesto Vera (los Flamingos)

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Colegio don Orione

El club de pesca y casa Aguilas Reales

Jacinto Jara

Un Carabinero de madera

El Barquito

La familia Arroyo

La loquita Amanda

Elias Beltran Igor

Renato el panadero

José Luis Hernandez

El cuasimodo

Las Ursulinas

Los Inseparables

Entierros, Vigas centenarias y un cheque muy especial

Los billares

El Pirindongo y el Minino

El peluquero que dejaba pelado

Un chancho con chaleco

Recorriendo 5 de abril

Yo presencié

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Obras Consultadas

Revista 50 años Primera Compañía de bomberos

Revista 40 años Cuerpo de bomberos de Maipú

Revista 40 años Aniversario Tercera Compañía de bomberos de Maipú

Libro Historia de Maipú de Don Raúl Tellez Yañez

Diario Periódico Maipú

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