Cameron 1997 - Empoderamiento

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Ética, defensa y empoderamiento en la investigación del lenguaje

Deborah Cameron, Elizabeth Frazer, Penelope Harvey, Ben Rampton y Kay Richardson

Versión en español de: “Ethics, Advocacy and Empowerment in Researching Language”. En: N. Coupland y A. Jaworski (eds.) (1997) Sociolinguistics. A reader and a coursebook. Nueva York, Palgrave. 145-162. Traducción: Pilar Asencio Researching Language, el extenso estudio en el que se basa la siguiente discusión, se ocupa de cuestiones vinculadas al poder y al método en una gama de disciplinas científicas sociales (antropología, sociología y sociolingüística). Poner el ‘poder’ y el ‘método’ juntos de una forma tan explícita, y destacarlos como preocupaciones centrales, es tal vez una estrategia no convencional. Sin embargo, cualquier investigador social que haya incursionado en el trabajo de campo debe, en algún nivel, ser conciente de que las relaciones de poder existen en ese contexto como en otros; y esas relaciones de poder están fuertemente afectadas por los métodos que nos vemos obligados a adoptar cuando ‘hacemos investigación’. Esto es, esas relaciones de poder no están enteramente determinadas por diferencias de estatus preexistentes, importadas desde otros contextos. Algunas cosas ocurren durante el proceso de investigación mismo. Típicamente, la investigación produce o intensifica una relación desigual entre el investigador y los informantes: la autoridad y el control están del lado del investigador más a menudo que del lado de los informantes y el proceso en su conjunto beneficia al investigador mucho más que a los informantes. Queremos plantear la pregunta ¿por qué es esto así? ¿Qué presupuestos y prácticas dentro de la ciencia social hacen que esto sea así? ¿Es esto inevitable, o podemos adoptar presupuestos y procedimientos diferentes para producir un resultado diferente? Nuestra discusión se focaliza en la investigación lingüística, aunque definimos esa categoría de un modo considerablemente amplio. No todas las disciplinas que representamos, antropología y sociología, además de lingüística, se vinculan con el lenguaje de la misma manera o por las mismas razones, pero todas están necesariamente relacionadas con el lenguaje. Para la lingüística el punto es obvio; pero un estudio de las creencias religiosas o las intenciones de voto de la gente deben igualmente ser abordadas por medio del lenguaje, a través de lo que las personas dicen, ya se use como método un cuestionario, una entrevista fuertemente estructurada de 20 minutos o varios años de observación participante. No hay nada controversial en decir esto; lo que es más controversial es el estatus del lenguaje en esas investigaciones. Los científicos sociales a menudo han considerado al lenguaje como un medio neutral, una ventana hacia la realidad social; de modo que cuando alguien le dice al investigador ‘yo pienso votar a los laboristas’ esto es tomado como una representación directa de una realidad que existe fuera del lenguaje que se usa para describirla. Pero, como muchos otros teóricos sociales contemporáneos han señalado, esa visión está excesivamente simplificada. El lenguaje no es un medio neutral sino un constructo social en sí mismo; es, en parte, constitutivo de la realidad social. Por lo tanto, los investigadores sociales necesitan tomar el lenguaje en tanto lenguaje seriamente. En este sentido _y más allá de que se haga o no de manera explícita_ virtualmente toda la investigación social implica investigar el lenguaje. Los proyectos de investigación que nosotras mismas hemos llevado adelante, y a los cuales nos referiremos más adelante en esta discusión, ejemplifican la ‘investigación del lenguaje’ en ambos sentidos; todos nosotros estábamos interesados en algún aspecto del habla de la gente, y todos nosotros empleamos el habla como el medio para indagar sobre ese aspecto. En este punto es útil reseñar brevemente los proyectos: a. Ben Rampton llevó adelante un estudio sociolingüístico de varones adolescentes en un grupo de pares

multiracial, apoyándose en la sociolingüística variacionista y la etnografía de la comunicación. Observó el uso y la distribución de variables sintácticas y fonológicas y su significado social para hablantes y educadores.

b. Penelope Harvey llevó adelante un estudio antropológico del uso lingüístico entre hablantes bilingües en los Andes peruanos. Ella examinó el rol del lenguaje en la construcción y mantenimiento de las jerarquías sociales dentro de la cultura campesina de un estado post-colonial.

c. El de Elizabeth Frazer fue un proyecto sociológico cualitativo que exploró la construcción de identidades de género, raza y clase entre jóvenes inglesas adolescentes de diferentes orígenes socioeconómicos. A ella le interesó especialmente el modo en que las chicas hablaban sobre sí mismas en relación con sus experiencias personales.

d. Deborah Cameron, una sociolingüista, investigó cuestiones de lenguaje y racismo con miembros de un club de jóvenes, en su mayoría negros, en el sur de Londres y eventualmente colaboró con ellos en la producción de un video sobre el tema.

Estos proyectos serán usados para ilustrar nuestras preocupaciones con respecto al poder y el método en la investigación social. Comenzamos, sin embargo, por volver a las preguntas más generales formuladas anteriormente; ¿qué presupuestos y prácticas de las ciencias sociales influyen en las relaciones entre los investigadores y sus sujetos cuando los primeros van al ‘campo’ para observar a los segundos? POSICIONANDO A INVESTIGADOR E INVESTIGADO: ÉTICA, DEFENSA Y EMPODERAMIENTO En esta sección identificaremos tres marcos de referencia para conceptualizar las relaciones entre investigadores y sujetos: el de la ética, el de la defensa (‘advocacy’) y el del empoderamiento (‘empowerment’). La mayor parte de la investigación social se desarrolla dentro de los presupuestos del primer marco, el de la ética; algunas investigaciones se orientan por los presupuestos del segundo, la defensa o apoyo. Nosotros estamos especialmente interesados en las posibilidades que ofrece el tercer marco, el del empoderamiento. Ética

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Se considera que todos los investigadores sociales deben tomar seriamente las cuestiones éticas generadas por sus actividades. Estas cuestiones se discuten durante la formación de postgrado, se tratan en manuales y códigos producidos por los cuerpos profesionales y se plantean concretamente cuando los comités de ética analizan propuestas de investigación específicas. Toda esa actividad institucional es testimonio del alto nivel de preocupación por la responsabilidad de los investigadores respecto de las personas investigadas. La naturaleza y los límites de esa responsabilidad pueden ser enmarcados, sin embargo, de varios modos diferentes. Los marcos de referencia estándar para la dicusión de lo que es ‘ético’ están concebidos de una manera algo estrecha. La pregunta que intentan responder es cómo alcanzar un equilibrio aceptable entre diferentes conjuntos de intereses, potencialmente conflictivos. El investigador tiene interés en averiguar tanto como sea posible; pero puede no estar en los intereses de los sujetos investigados proveer información sin límites ni condiciones. Las directivas éticas se orientan a aclarar cuáles serían esos límites y condiciones. En un marco de este tipo ciertas prácticas son obviamente no-éticas: el ejercicio de coerción sobre los sujetos para que participen, o la negligencia en la búsqueda de un consentimiento conciente de su parte; explotarlos o abusar de ellos en el curso de la investigación; violar su privacidad o romper la confidencialidad. No se considera no-ético, en cambio, que el investigador proteja sus propios intereses de diversas formas. Se le permite, por ejemplo, ser menos que cándido sobre el propósito final de su investigación. Muchos diseños de investigación requieren que el investigador oculte sus objetivos; si se le dice a la gente que se quiere que hablen para poder medir la frecuencia con la que ellos hacen pausas, por ejemplo, esto puede afectar su comportamiento y por tanto viciar los resultados que se obtengan. Para evitar este problema, no se les dice nada, o se inventa alguna explicación alternativa plausible. En la sociolingüística los investigadores se han atormentado en torno a este tipo de problema, desde luego, bajo el rótulo de ‘la paradoja del observador’ (los lingüistas quieren observar cómo usan la lengua las personas, cuando éstas no están siendo observadas). Algunas discusiones clásicas de la técnica de la elicitación (e.g. Labov 1972) han aconsejado al investigador minimizar el problema usando pequeños engaños (como dejar el grabador encendido cuando el informante piensa que ya fue apagado). Típicamente, la cuestión de si un procedimiento de este tipo es ético es tratada como un problema de ‘equilibrio’; por consenso tácito, algunos engaños serían inocuos, favoreciendo los intereses del investigador sin amenazar seriamente los de sus informantes. Vale la pena señalar, sin embargo, que la evaluación de qué constituye un engaño inocuo y qué sería un engaño no-ético, se deja a cargo del investigador. El modelo ‘ético’ de las relaciones entre investigador e investigado es un modelo asimétrico, en el cual el investigado juega un rol pasivo; los objetivos, legítimos, de búsqueda de conocimiento de los investigadores, pueden ser perseguidos por cualquier medio que no infrinja los derechos fundamentales de los informantes. La concepción subyacente al modelo ‘ético’ es la de investigación sobre sujetos sociales. Dado que estos sujetos son seres humanos, tienen derecho a una consideración ética especial. Pero la consideración no va más allá de eso y son los investigadores, más que los investigados, los que deciden los límites de esa consideración (e.g. en la apreciación de qué cuenta como ‘engaño inocuo’). Los sujetos humanos no ocupan, en la agenda del investigador, un lugar diferente al que ocupa una botella de ácido sulfúrico en la agenda de un químico. Ni se asume necesariamente que la investigación social deba producir ningún beneficio a los sujetos que participan. Si lo hace, esto es visto como un valor agregado de la investigación; pero si no lo hace, siempre que no se haya causado ningún daño efectivo, igualmente puede ser aceptada como ética. Defensa Para muchos investigadores sociales, ese modelo ético es necesario pero no suficiente. Además y más allá de la obligación de no perjudicar a los informantes, las investigadoras sienten a menudo un deseo más positivo de ayudarlos. Este sentimiento puede estar presente desde el comienzo, tal vez como un compromiso político que ha guiado a la investigadora en la elección de un objeto de estudio particular. O puede desarrollarse más tardíamente, a medida que la investigadora va construyendo relaciones humanas más complejas con sus informantes. No es inusual que los informantes mismos pidan consejo, respaldo y ayuda a los investigadores. Las personas son concientes de que el conocimiento, la idoneidad y el estatus de los científicos sociales académicos pueden resultar útiles en campañas para mejorar condiciones y esas personas pueden llegar a pedir a algún investigador que participe en sus campañas, tal vez actuando o pronunciándose públicamente a favor de la comunidad. Esta opción, de ser aceptada, coloca al investigador en la posición de un ‘defensor’ o ‘abogado’, que se involucra en la investigación no solo sobre sujetos sociales, como en el marco ético, sino también para ellos. En los últimos 15 años [este texto se publica en 1993 - Eds.] ha habido un caso clásico en sociolingüística de investigación realizada en el marco de este enfoque de defensa _esto es, investigación sobre y para sujetos sociales: el juicio sobre el ‘Black English’ en Ann Arbor, Michigan. Allí, un juicio entablado contra el sistema escolar por un grupo de padres afro-americanos derivó en cuestiones vinculadas a la variedad lingüística de la comunidad, el inglés negro vernacular americano (American Vernacular Black English: AVBE). Los pleiteantes argumentaron que sus hijos estaban siendo perjudicados educacionalmente _por ejemplo, al ser erróneamente identificados como portadores de ‘discapacidades de aprendizaje’_ debido al fracaso de la escuela en tener en cuenta las diferencias sistémicas entre el AVBE y el inglés estándar (Standard English: SE). Dado que el AVBE es una variedad hablada exclusivamente por afroamericanos, fallar en el respeto de las necesidades de sus hablantes constituiría discriminación racial. Para que este argumento triunfara debía demostrarse que el AVBE era efectivamente una variedad diferente, altamente divergente del SE, específica de las comunidades afroamericanas y reflejo de su historia de esclavitud y segregación. Para construir este caso era crucial la defensa de lingüistas profesionales que hubieran estudiado el AVBE. Algunos lingüistas aportaron consejos, apoyo y eventualmente testimonio como especialistas. Entre los que testificaron estaba el sociolingüista William Labov. Subsecuentemente, Labov dio cuenta del caso a través de un artículo cuyo título principal era “Objetividad y compromiso en la ciencia lingüística”. Éste contiene una poderosa argumentación sobre las responsabilidades sociales de los investigadores en sociolingüística (Labov 1982). Allí se formulan dos principios para los investigadores; el ‘principio de la corrección de errores’ (si la gente

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cree proposiciones falsas y perjudiciales, e.g. “el AVBE es un mal inglés”, o “no hay gran diferencia entre el AVBE y el SE”, los investigadores, que tienen un conocimiento mayor, están obligados a intentar corregir el error); y el ‘principio de la deuda contraída’ (si una comunidad ha ayudado a los investigadores facilitándoles el acceso y la información, los investigadores tienen la obligación recíproca de usar sus conocimientos y su competencia en beneficio de la comunidad). Esto forma parte de la fundamentación de que la ‘defensa’ _la investigación para además de sobre sujetos sociales_ no es simplemente un elemento extra, opcional, un plus que los investigadores pueden o no plantearse, según su decisión; si se dan ciertas circunstancias es considerada una obligación. Sería necesario señalar que, al tiempo que Labov habla con fuerza a favor del ‘compromiso’, está igualmente preocupado por la ‘objetividad’. Esta es, de hecho, una preocupación significativa que los marcos de referencia ético y de defensa tienen en común. Ambos suponen que la primera obligación de los investigadores es perseguir la verdad objetiva _un concepto que se toma como no-problemático. Presumiblemente es este supuesto de la verdad lo que legitima ciertas ‘traiciones inocuas’ dentro del marco ético; presumiblemente también, alguien como Labov podría negarse a actuar como abogado si esto no pudiera hacerse sin que la verdad esté involucrada. La mayor parte del artículo de Labov está dedicada a mostrar que, en el caso Ann Arbor, la objetividad y el compromiso en realidad se retroalimentan una al otro. Por ejemplo, él señala que algunos lingüistas afroamericanos habían estudiado el AVBE, al menos en parte, debido a un compromiso político; y argumenta que el conocimiento y la experiencia específicos que aportaron al campo resolvió cierto número de disputas y problemas y produjo, por tanto, una explicación más objetiva y verdadera. Además, el rigor de las exigencias que supone preparar un caso judicial volvió más penetrantes los argumentos de los lingüistas comprometidos, forzándolos a buscar la verdad aún más afanosamente. Esta línea de argumentación cuestiona la idea más familiar de que el compromiso debe necesariamente amenazar la objetividad del investigador. En disciplinas que aceptan una filosofía de la ciencia positivista (como lo hace generalmente la sociolingüística cuantitativa1), se hace una distinción entre los hechos y los valores y se considera importante mantener las observaciones científicas alejadas de los juicios de valor. Alguien que comienza desde un punto de partida comprometido o militante no puede observar con objetividad; y el problema es múltiple si los investigadores permiten que sus opiniones interfieran de un modo que pudiera afectar el comportamiento que están observando. (De ahí el tipo de instrucciones que tradicionalmente se dan a los entrevistadores y que son discutidas por la socióloga Ann Oakley (1981); un manual aconsejaba a los entrevistadores contestar las preguntas de los informantes diciendo: “Bueno, en este momento sus opiniones son más importantes que las mías.”) Labov efectivamente desafía esta noción de que el compromiso es totalmente incompatible con la objetividad, pero al mismo tiempo parece aceptar la distinción positivista entre ‘hechos’ y ‘valores’ por lo que el desafío es, entonces, un desafío limitado. El ‘compromiso’, para Labov, parece estar en la pasión con la que una investigadora persigue los hechos, y en lo que ella hace con ellos una vez que los ha establecido. El compromiso no parece estar, en cambio, en los procesos a través de los cuales los investigadores construyen los ‘hechos’ _el diseño de un proyecto, los métodos de campo, el análisis. Estos son ámbitos donde debe prevalecer la objetividad. Problemas de la defensa Aquí es realmente donde comienza nuestra argumentación. Como muchos investigadores sociales, incluido Labov, cada uno de nosotros ha buscado caminos para desarrollar una investigación que nos permita avanzar en nuestros objetivos políticos _mayor libertad, igualdad y justicia_ tanto como en nuestros objetivos intelectuales. Como Labov, hemos sentido la necesidad de ir más allá del marco ético, modificando la relación de poder entre los investigadores académicos y los sujetos investigados. Sin embargo, el marco de defensa ejemplificado por el artículo de Labov “Objetividad y compromiso” también pareció inadecuado, por dos razones diferentes aunque conectadas. La primera fue que la defensa, tal como fue practicada por los lingüistas involucrados en el caso Ann Arbor, parecía sugerir la pregunta siguiente. Si los investigadores están en la obligación de usar su conocimiento en beneficio de los informantes, ¿por qué no ir un paso más adelante y argumentar que ellos deberían hacer que ese conocimiento estuviera disponible para los informantes, para que estos lo usaran en su propio beneficio? Porque el hecho de que los especialistas actúen como abogados es sin dudas importante (y en las condiciones actuales, a menudo vital; no estamos sugiriendo que Labov debería haberse rehusado a testificar). Pero seguramente sería un desarrollo positivo de la situación que las personas tuvieran el conocimiento y las habilidades para actuar por sí mismas. Esta puede parecer una sugestión extravagante, equivalente a decir que todos deberían transformarse en lingüistas académicos (y tal vez también, por analogía, en abogados, psicólogos, técnicos forenses, etc.) Una propuesta extrema de este tipo no es ni necesaria ni necesariamente deseable. Pero consideremos las implicancias de una situación donde solo el abogado profesional tiene acceso al conocimiento especializado sobre las variedades lingüísticas de una comunidad. En una situación de este tipo, el especialista retiene algunos poderes muy significativos. Por ejemplo, Labov argumenta que cuando los lingüistas actúan como abogados están sirviendo a la comunidad y deben inclinarse ante la voluntad política de la comunidad. Sin embargo, él también reconoce que la ‘voluntad de la comunidad’ puede ser difícil de identificar para alguien que no pertenece a la misma. Esto es sumamente relevante respecto de las políticas actuales con el AVBE. Si bien la comunidad involucrada en la presentación del caso Ann Arbor parece haber tenido un acuerdo interno sobre sus intereses, la comunidad más amplia de hablantes de AVBE en los Estados Unidos ciertamente no lo tiene.2 Labov no habló por todos los afroamericanos; él hizo, en efecto, una elección sobre cuáles intereses apoyaría. Evidentemente, es inevitable que las comunidades contengan una diversidad de intereses. Pero si los miembros de esas comunidades no poseen la información necesaria para enfrentar un debate interno, existe un peligro de que abogados externos terminen realizando sus elecciones por ellos.

1 Se podría elaborar una argumentación interesante en cuanto a que la sociolingüística cuantitativa es más realista que positivista. Algunas versiones de la sociolingüística tratan la variación observable como el efecto de un componente probabilístico en las gramáticas de los hablantes, gramáticas que, a su vez, se sostiene que son ‘reales’ (una afirmación que conecta con el debate, más amplio en lingüística, sobre la realidad psicológica de la gramática). No obstante, los presupuestos metodológicos de los lingüistas variacionistas y especialmente su definición de lo que constituyen datos buenos o válidos pueden, justificadamente, catalogarse de positivistas. 2 Algunos intelectuales afroamericanos parecen ver cualquier concesión para con el AVBE como algo que perjudica a los hablantes de AVBE y reduce sus oportunidades de movilidad; hay otros que sienten que el juicio de Ann Arbor, que hizo concesiones con el propósito específico de hacer más efectiva la enseñanza de SE, no desafió en el grado suficiente el dominio de la variedad estándar (blanca). Este tipo de desacuerdo debería operar como una advertencia para los investigadores sociales en relación con el uso no crítico del término ‘comunidad’, que se ha empezado a usar de modos tan extendidos (e.g. la ‘comunidad empresarial’) que resulta lindero con el vacío, mientras que, al mismo tiempo, sus connotaciones se manipulan buscando efectos retóricos.

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La cuestión de la diversidad intracomunitaria es problemática en otro sentido en la discusión de Labov. Él enfatiza en la contribución de los lingüistas afroamericanos, implicando que si investigador e investigado son del mismo grupo social esto automáticamente reduce el potencial para conflictos entre ellos. Podría muy bien ser verdad que los investigadores afroamericanos fueran vistos por las comunidades afroamericanas como menos amenazantes que los investigadores blancos, pero es cuestionable que un origen racial común reduzca la asimetría entre investigador e investigado hasta hacerla insignificante. En muchos casos un investigador afroamericano tiende a ser (y a ser visto como) un extraño para la comunidad (él puede distinguirse de la mayor parte de los miembros de la comunidad en términos de educación, ocupación, ingresos, vivienda). Pero aún más allá de formas tan gruesas de medir parecidos y diferencias, se debe prestar atención a los complicados y específicos modos en los que todo proceso de investigación posiciona a aquellos que participan en él. Si el objetivo es alterar las relaciones de poder entre investigador e investigado, no es suficiente con hacer cambios en el personal. Tiene que haber cambios en el proceso de investigación y en las relaciones sociales que éste involucra generalmente, donde los informantes son tratados como “objetos de estudio” y no como co-participantes en un tipo particular de interacción social. Un obstáculo importante para el cambio de los procesos y relaciones sociales propios de la investigación es el riguroso conjunto de requerimientos metodológicos impuestos por el positivismo. Y esta es la segunda fuente de nuestra insatisfacción con el marco paradigmático de defensa; su crítica a los métodos de investigación positivistas en ciencias sociales se queda muy corta. Se podría sostener que es el positivismo más que ninguna otra cosa lo que impide a muchos investigadores ir más allá de la defensa. Ellos temen que si realizan cambios drásticos en la relación que establecen con los sujetos, su investigación ya no será válida. Creemos que estas preocupaciones están fuera de lugar, dado que las epistemologías positivistas están expuestas a serias críticas por varios motivos. Pero a la luz de la argumentación anterior sobre la política de la investigación social, su desventaja más inmediata es que conduce de manera casi inevitable a la objetivación de los informantes por parte de los investigadores. Si, como nosotros sostenemos, las personas no son objetos y no debieran ser tratadas como objetos, esto seguramente las hace merecedoras de algo más que simplemente un tratamiento respetuoso (ético). Significa que investigador e investigado debieran interactuar; los investigadores no deberían manejarse con el supuesto de que sus sujetos pueden ser estudiados como si los primeros estuvieran fuera del universo social que incluye a los segundos. Este es el punto en el cual la crítica política de la objetivación se conecta con una crítica epistemológica más amplia al positivismo (una filosofía que favorece o aun prescribe la objetivación). Los positivistas se preguntarían si es posible evitar la objetivación y aún así hacer investigación de buena calidad. Nosotros creemos que la respuesta es sí: los alegatos que se hacen a favor de los métodos positivistas son exagerados, mientras que los métodos no positivistas pueden producir investigación válida y significativa. Este debate entre positivismo y antipositivismo puede ser rastreado con referencia a la tradición de investigación en sociolingüística. Como se señalara anteriormente, la sociolingüística variacionista tiene una inquietud de larga data sobre la paradoja del observador. Esto se funda en la idea de que la presencia de un investigador (y con un grabador, para empeorar las cosas) es suficiente para que el contexto se torne hostil para el informante y para provocar una suerte de camouflage lingüístico. Suponiendo que la investigadora y su informante no comparten la misma formación lingüística, es importante para la investigadora minimizar el efecto de su propia habla sobre el habla del investigado. Detrás de las varias estrategias sugeridas para hacer esto (e.g. las traiciones ‘inocuas’ mencionadas anteriormente, el desvío de las preguntas de los informantes aconsejado por los manuales tradicionales, etc.), subyace el supuesto positivista de que existe una realidad independiente de la percepción del observador, y de que es ésta la que toda ciencia, natural y social, debe aspirar a descubrir. Desde esa perspectiva, la interacción entre investigador e investigado aparece como una fuente de interferencia o contaminación _ de ahí la necesidad de minimizarla o aun evitarla por completo. Pero las críticas al positivismo encuentran ingenua esta visión. La perspectiva desde la cual criticamos a los positivistas parte de considerar todo comportamiento humano como social e interactivo por definición. Esto no implica negar que existe una diferencia entre lo que las personas hacen y lo que dicen, entre su comportamiento y el modo en que dan cuenta del mismo. Pero los significados humanos _que para los positivistas están en el reino de lo subjetivo_ son para nosotros, al menos en parte, constitutivos de lo que una realidad dada es. En otras palabras, un investigador que observa alguna forma de comportamiento, puede legítimamente estar interesado, no solo en lo que el actor parece estar haciendo sino en lo que el actor mismo cree que está haciendo. La mujer que clava una pala en la tierra, por ejemplo, puede estar arreglando su jardín o puede estar por enterrar una mascota de la familia; más aún, ella puede estar llevando a cabo cualquiera de las dos tareas por una variedad de razones que son parte del significado de esas tareas y que solo se tornarán patentes para un observador si existe interacción entre observador y observado. Volviendo, entonces, al caso de la observación sociolingüística, podemos argumentar sobre la base de la siguiente línea de razonamiento. Si todo comportamiento humano es un comportamiento social, entonces la interacción entre investigador e investigado no produce ninguna forma anómala de comunicación, específica de la situación de investigación y distorsionante en cuanto a la naturaleza de la ‘realidad’. Por el contrario, esa interacción actualiza la comunicación normal en una de sus formas. Nuestro propio trabajo de campo nos ha convencido de que este es un modo más productivo de concebir el problema. Hablando con nosotros como investigadoras, los informantes recurrieron a sus repertorios lingüísticos, tal como estos habían sido desarrollados en la interacción con padres, maestros, patrones, directores _ ‘otros’ característicos de varios tipos. Los roles de ‘investigadora’ e ‘informante’ se definen mejor, no como identidades pre-establecidas que los individuos adoptan cuando la situación lo requiere, sino como identidades contexto-dependientes, negociadas entre investigador e investigado como parte del proceso de establecimiento de relaciones sociales. El contenido preciso del rol de ‘investigador’ puede variar de un caso a otro. De ambos lados, la experiencia anterior modela el modo en que se negocian los roles. Por tanto, los datos recogidos en situaciones de investigación no deberían verse simplemente como ‘contaminados’, una versión distorsionada o degenerada de la

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interacción ‘real’; tales datos aportan conocimientos importantes sobre el modo en que se construyen relaciones sociales e identidades a través de la interacción. Los positivistas, entonces, se equivocan en su creencia de que existe alguna realidad social prístina ‘ahí afuera’, esperando para ser descubierta por una investigadora que es, a su vez, neutral y está separada de esa realidad. Y si los positivistas están equivocados en este aspecto, el problema de la validez pierde su centralidad; el espacio para introducir un tipo muy diferente de investigación se ensancha dramáticamente. Si uno admite el argumento epistemológico y político de que los investigadores debieran interactuar con los investigados en lugar de tratar de permanecer apartados de ellos, se torna posible hacer investigación no solo sobre sujetos sociales o para sujetos sociales, sino también con sujetos sociales. El con aquí implica el uso de métodos interactivos, pero también abre otras dos posibilidades conectadas entre sí. La primera es que los informantes mismos pueden jugar, en el diseño de la agenda de investigación, un rol mayor al que permitirían los marcos positivistas. La segunda, que vuelve a nuestras reservas sobre la defensa laboviana, es que el conocimiento que los investigadores aportan a un proyecto o producen conjuntamente con los informantes en el curso de un proyecto, puede ser compartido más explícitamente con los investigados, en un esfuerzo por darles un grado mayor de control. Son posibilidades como estas las que nos conducen a designar el marco que aquí se propone _ investigación hecha sobre, para y con sujetos sociales _ como investigación que transfiere poder. Empoderamiento Es importante señalar que nuestras propias reflexiones focalizadas en la ‘investigación que transfiere poder’ comenzaron después de que hubiéramos llevado a cabo trabajos empíricos en situaciones de evidente desigualdad social. Con diversos grados de autoconciencia, nosotros partimos de métodos de investigación positivistas tradicionales y luego fuimos introduciendo en nuestros proyectos el tipo de intereses que más adelante relacionaríamos con el marco paradigmático del ‘empoderamiento’; el uso de métodos interactivos, la atención a las agendas de los propios sujetos y la puesta en común del conocimiento especializado. Cuando comenzamos nuestras discusiones, dos cosas emergieron rápidamente. Una fue que los proyectos particulares que habíamos desarrollado no servirían, de ninguna manera simple, como modelos para la investigación con empoderamiento en general. Como muchos investigadores, nosotros habíamos diseñado esos proyectos para atender a preguntas concretas y no para probar métodos particulares. Por lo tanto tratamos esos proyectos como estudios de caso antes que como recetas, para ser discutidos y criticados a la luz del marco teórico que elaboramos después de finalizarlos. ¿Qué tanto poder ‘tranferimos’ en estos proyectos? ¿Qué problemas surgieron? La segunda cosa que quedó clara a medida que reflexionábamos sobre estas preguntas fue esta: no solo los proyectos eran inadecuados como modelos, sino que la misma noción de un modelo para la investigación con empoderamiento era problemática. La argumentación que hemos presentado, analizando los paradigmas de investigación social en términos de ética, defensa y empoderamiento está, en varios e importantes sentidos, excesivamente simplificada. Si bien estamos comprometidos con una crítica al positivismo, también somos concientes de una gran cantidad de preguntas cruciales en torno a la idea del empoderamiento, que complican cualquier intento de practicar la ‘investigación que transfiere poder’. ¿Dónde situamos el ‘poder’? ¿Cuáles son los límites de la ‘investigación’? ¿Quién puede definir las agendas de los propios ‘sujetos’? ¿Cuál es el ‘conocimiento’ que proponemos compartir y cómo puede ser compartido? Cada uno de los términos que hemos colocado entre comillas simples adquiere su significado dentro del mismo conjunto de complejas y cambiantes relaciones sociales a las que ya nos hemos referido al criticar los métodos de investigación tradicionales. Si pretendemos no ser tan reduccionistas como aquellos que criticamos, no podemos producir una única definición de qué sería empoderamiento en cualquier contexto de investigación. Más bien debemos señalar los tipos de problemas que una investigadora cuyo objetivo es el empoderamiento enfrenta y las preguntas a las que debe prestar especial atención. Al tratar de situar varios términos clave _ ‘poder’, ‘investigación’ y ‘conocimiento’, por ejemplo _ ilustraremos los problemas y preguntas relevantes con referencia a nuestros propios estudios de caso. PROBLEMAS DEL EMPODERAMIENTO Situar el poder ¿Una economía del poder? Tanto el discurso de sentido común como la discusión filosófica tradicional tienen una tendencia a tratar al ‘poder’ como un tipo de cosa de la cual los individuos y los grupos pueden disponer en mayor o menor grado. Esta metáfora económica sugiere una definición bastante simple del ‘empoderamiento’; una redistribución que saca poder de algunas personas (los poderosos) y se lo otorga a otras (los ‘sin-poder’). Nuestras propias preocupaciones sobre las relaciones de poder entre investigador e investigado podrían plantearse en estos términos. Pero el modelo de poder presupuesto aquí genera una gran cantidad de problemas. La idea de tomar y redistribuir poder funciona mejor si el poder se concibe como un monolito, algo con un único punto de origen, como la propiedad de los medios de producción para el marxismo clásico, o el ‘cañón de un fusil’ para los maoistas. En los últimos años estos modelos monolíticos han sido justificadamente criticados. Existen muchas dimensiones simultáneas de poder, interactuando unas con otras de modos complejos. Es reduccionista e inadecuado tomar una dimensión como prioritaria o más importante que todas las otras _ privilegiar, digamos, relaciones de clase por sobre relaciones de género y raza. La identidad social es un fénomeno fragmentado y múltiple, dado que los sujetos sociales se posicionan respecto de muchos conjuntos de relaciones, no solo uno; algunas veces esas relaciones son contradictorias. Esta consideración probó ser relevante para nuestros estudios de caso. Por ejemplo, Elizabeth Frazer estudió varios grupos de jóvenes, entre ellas un grupo de chicas de clase alta de escuela pública. El privilegio del que estas jóvenes disfrutaban en una dimensión, la clase social, era parte de su identidad, pero no era separable

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experiencialmente de las opresivas relaciones de género en las que también estaban posicionadas y que moldeaban su identidad tanto como la otra dimensión. El privilegio y la opresión pueden coexistir; un grupo de personas puede ser a la vez opresor y oprimido. Por lo tanto, es difícil en principio y en la práctica, identificar grupos de personas inequívocamente ‘poderosas’, por un lado y totalmente ‘desprovistas de poder’, por el otro. Y de esto se sigue que los intentos de ‘empoderamiento’ no pueden ser acríticos; no es simplemente una cuestión de dar a la gente ‘más poder’, sino de reconocer que todo grupo en una comunidad es en sí mismo una arena de conflicto y lucha. Poder/conocimiento. La obra de Michel Foucault (cf. Foucault, 1980) representa un giro importante y un fuerte distanciamiento de las metáforas económicas de más poder y menos poder. Es, por lo tanto, de interés para nosotros, aunque origina otra dificultad, esta vez sobre nuestra propia posición como investigadoras sociales. Gran parte del trabajo de Foucault deriva de su percepción de que los ciudadanos de las democracias modernas están menos controlados por la violencia física directa o la explotación económica que por los dictámenes del discurso académico, técnico o especializado, organizado en ‘regímenes de verdad’ _conjuntos de interpretaciones que legitiman ciertas actitudes y prácticas sociales. Los programas científicos de investigación social sobre temas tales como ‘criminalidad’ o ‘violencia sexual’ o ‘maternidad adolescente’ organizan lo que ‘sabemos’ sobre ciertos grupos de personas _ ‘criminales’, ‘desviados’, ‘madres adolescentes’_ y contribuyen a que esos grupos se conviertan en ‘blancos’ (targets) para el control social, al tiempo que ayudan a moldear las formas que adoptará ese control. (Por supuesto, Foucault también señala que los regímenes de verdad dan lugar al surgimiento de discursos de resistencia que, a su vez, pueden volverse poderosos. El proceso de ‘poder/conocimiento’ que engendra las ‘clases criminales’ también engendra el desafío que ellas representan para la sociedad burguesa; la clasificación de ciertos individuos como ‘homosexuales’ expone a esas personas al control social, pero también les da una identidad definida que ellos pueden usar para organizarse por los ‘derechos gays’.) ¿Cuáles son las implicancias de este análisis para un proyecto de investigación con empoderamiento? La ciencia social es un gran contribuyente para los opresivos regímenes de verdad; tal vez, entonces, la investigación con empoderamiento es una contradicción en sí misma. Ciertamente no se puede negar la no-neutralidad de la ciencia social, a lo largo de la historia y en el momento actual; ella está fuertemente implicada en el control social. Una enorme proporción de los estudios científicos sociales se focaliza en personas relativamente desprovistas de poder: trabajadores de fábrica, criminales, delincuentes juveniles y no jefes y directores, jueces y carceleros. Esto no es una coincidencia y nuestros propios estudios de caso (por ejemplo, el hecho de que tres de ellos involucren investigadores blancos trabajando en comunidades no-blancas) actualizan un patrón similar. En el caso específico de la investigación lingüística, uno puede señalar muchos estudios que han legitimado actitudes y prácticas cuestionables. El estudio de lenguas no-europeas y criollas contribuyó en el pasado a las nociones occidentales de cultura ‘primitiva’; el estudio del habla de la clase trabajadora ha desembocado en teorías educativas que ‘culpan a la víctima’ (victim-blaming theories) (aunque, para ser justos, los sociolingüistas han producido también desafíos significativos de estas teorías); empresas que alegan ser ‘descriptivas’ como el Summer Institute of Linguistics han quebrado patrones culturales entre sus investigados y han servido al colonialismo alentando a las poblaciones indígenas a firmar la cesión de sus tierras (Mülhäusler, 1990). Estos ejemplos constituyen una importante crítica de la ciencia social y cualquier discusión sobre la investigación con empoderamiento hará bien en tomarlos en cuenta seriamente. Pero, volviendo a la idea del poder como un fenómeno múltiple, nosotros argumentaríamos que existen habitualmente más cosas sucediendo en la relación de investigador e investigado que una simple y opresiva oposición ‘nosotros/ellos’. Ya ha sido observado al discutir el AVBE que los problemas de desigualdad pueden surgir aun donde los investigadores son más como ‘ellos’, como en los casos de investigadores negros trabajando en comunidades negras. Pero, a la inversa, los investigadores no son siempre poderosos de una manera indiscriminada. A menudo, los investigados pueden ejercer poder sobre los investigadores en función de aquello que los investigados saben y los investigadores no. Penelope Harvey constató, por ejemplo, que las personas de Ocongate, en los Andes peruanos, con quienes ella vivió y trabajó, muy a menudo la posicionaban no como la especialista occidental omnisciente, sino como un niño que necesita instrucción sobre los modos más elementales de comportamiento. Deborah Cameron, que estuvo trabajando en un video sobre lenguaje y racismo con un grupo de jóvenes ingleses negros en Londres, también observó que su relación con los investigados era variable. En ocasiones ellos sí la trataban como una especialista _por ejemplo cuando ella les contaba sobre la historia de los criollos caribeños. En otras oportunidades, sin embargo, ellos disfrutaban concientemente de colocarla en posiciones diferentes, menos poderosas _cuando, por ejemplo, ellos la presentaron como una racista blanca en sketches en los que actuaron para el video. En ese contexto, ‘racista blanca’ no era un rol poderoso; fue impuesto sobre Cameron antes que elegido por ella y la colocó, en ese momento, fuera de las normas del grupo, que localmente eran poderosas. Existen peligros, entonces, en suponer simplemente que los investigadores invariablemente tienen poder absoluto y control mientras que los investigados no tienen nada de eso. Poder y representación. Este último ejemplo _el del video sobre lenguaje y racismo_ apunta a una forma de poder muy importante, el poder de determinar cómo se representa a las personas. Y en muchos proyectos de investigación, por supuesto, este poder está del lado del investigador. Desde el momento en que los académicos se sientan a escribir su libro, tesis, artículo o informe, las complejas y cambiantes negociaciones interpersonales que posicionaron a investigador e investigados durante el trabajo de campo son finalmente circunscritas; las subjetividades fluidas y múltiples se tornan unificadas y fijadas por el escritor que debe mediar entre el habla de sus sujetos y los lectores. Más aún, las interpretaciones que un investigador hace a lo largo de este proceso de defensa deben inevitablemente basarse en informaciones que van más allá de lo que sus informantes aportaron o pusieron a su disposición de forma explícita. No existe una solución sencilla para este particular problema de desigualdad, pero este es ciertamente un argumento a favor del uso de métodos interactivos en lugar de otros distanciados, ‘objetivos’. Al hablar con los investigados y compartir información con ellos, el investigador maximiza las oportunidades de los investigados para definise a sí mismos con anterioridad al momento de ser representados por el investigador. También es posible, por

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supuesto, usar técnicas de ‘retroalimentación’ _esto es, presentar los resultados o conclusiones a los investigados, en un esfuerzo por obtener un acuerdo más informado en torno a aquello que el investigador eventualmente dirá sobre los sujetos estudiados. Ben Rampton usó esa técnica en su trabajo con niños escolares asiáticos. No es una técnica nueva en las ciencias sociales; muchos investigadores la han recomendado como un modo de verificar la validez de sus resultados. Pero, si bien esta es una de sus funciones, la retroalimentación es también un medio de continuar el diálogo entre investigador e investigado. La alternativa usada en el proyecto de Deborah Cameron, donde los investigados se representaban tanto a ellos mismos como a la investigadora en un video, claramente no es viable en todos los proyectos. Elizabeth Frazer, por otra parte, combinó elementos de ambos procedimientos; usó algunas técnicas de retroalimentación y también promovió otro proyecto donde dos grupos de sujetos produjeron sus propias revistas de historias en fotos, en las que ellos se representaron a sí mismos y a las preocupaciones que la investigación de Frazer había hecho surgir en ellos.3

Situar el poder. Hemos argumentado, entonces, que el ‘poder’ es más difícil de situar de lo que parecería. No podemos identificar ningún grupo prototípicamente desprovisto de poder con el que llevar adelante la investigación con empoderamiento y no podemos suponer con demasiada certeza una distancia no-problemática entre los investigadores poderosos y los investigados sin-poder. El poder tiene muchas dimensiones, está afectado por el contexto local y las posiciones de todos los que están involucrados en el trabajo de campo son más bien cambiantes y variables en lugar de estáticas. Cuanto más reconoce un investigador las complejidades de poder que existen tanto entre sus informantes como en su propia relación con ellos, menos sencillo le resultará establecer una agenda simple para la trasferencia de poder. Esta no es una razón, por supuesto, para abandonar el principio de hacer investigación sobre, para y con sujetos sociales. Pero sí es un argumento que deja planteada la necesidad de tomar conciencia de la complejidad de este abordaje y de la necesidad de estar dispuesto a involucrarse en una negociación constante. Situar la ‘investigación’ La noción ‘investigación’ puede parecer considerablemente menos dificultosa que la de ‘poder’. Pero una de las preguntas que surge cuando uno trata de hacer investigación sobre, para y con los sujetos, especialmente si uno intenta atender a sus agendas, además de atender a la agenda propia, es precisamente si en esas condiciones sigue siendo ‘investigación’ o si colapsa dando lugar a otro tipo de actividad, como trabajo con los jóvenes, educación o activismo político. La definición más familiar de ‘investigación’ es la que podría llamarse la ‘definición Ph. D.’ Para recibir el grado de Ph. D., un investigador debe hacer una contribución sustancial y original al conocimiento disponible en un campo determinado. Los criterios para determinar qué es sustancial y original son definidos por personas que, a su vez, han debido cumplir ellas mismas con esos criterios. En otras palabras, para entrar en la comunidad de los investigadores calificados uno debe convencer a alguien que ya pertenece a esa comunidad de que ha hecho algo que podría definirse como investigación. Se puede hacer una crítica política de esta definición tanto como se hace de las ideas positivistas sobre validez y objetividad. La definición Ph. D. tiene, claramente, una función de ‘filtro’ (gatekeeping) y puede, potencialmente, conducir a excluir ciertos temas y ciertos modos de tratarlos, de la definición de investigación, sobre la base de que algunos sujetos y algunos abordajes son más valiosos que otros. Pero uno podría preguntar: ¿más valiosos para quién? Sin dudas, la investigación debería estar abierta para todos aquellos que buscan el conocimiento para participar en el conformación de nuevas agendas de investigación y nuevas definiciones de en qué consiste la investigación. Si en los hechos esta apertura es desestimulada, eso tiene más relación con requisitos institucionales como las preferencias de los examinadores de Ph. D., los editores de publicaciones y los organismos que asignan los fondos para investigación que con cualquier criterio de valor evidente. El valor de cualquier proyecto es tema de debate; y el debate no se dirime recurriendo al criterio de pensar si ciertos académicos reconocidos lo aceptarían como investigación de buena calidad. Eso simplemente nos devuelve a la pregunta inicial: ¿qué es investigación y quién decide? Además de este punto sobre la política interna de la academia, existe también una cuestión más teórica en respuesta a la crítica del empoderamiento que se preocupa porque se puedan desdibujar los límites de lo que es ‘investigación’. Ya hemos sostenido que los investigadores, así como los investigados, son portadores de identidades sociales complejas y múltiples; el rol de ‘investigador’ no es, en la práctica, una entidad claramente delimitada, sino que se basa en otros roles sociales como maestro, trabajador juvenil, padre (y por cierto hijo), amigo, etc. Si se acepta este punto, no hay contradicción necesaria en adoptar más de un rol en la situación de investigación; por el contrario, todos estamos siempre haciendo eso de todas maneras. Lo que hizo Elizabeth Frazer, por ejemplo, fue tanto investigación como trabajo juvenil; lo uno no vició o interfirió con lo otro. Podríamos argumentar que los métodos de investigación elegidos a partir del marco de empoderamiento permiten explotar el potencial que suponen los múltiples roles del investigador, en lugar de esforzarse por negarlo. Este paso _que es solamente un reconocimiento de las realidades de cualquier contexto en que se desarrolle el trabajo de campo_ tiene la virtud adicional de hacer que sea más fácil tener en cuenta las agendas de los sujetos investigados. Recoger las agendas de los sujetos investigados no implica que los investigadores deban subordinar sus propias agendas. Más bien lo que estamos planteando es que debería haber negociación, dirigida a asegurarse de que el proyecto contemple las necesidades de todos los involucrados. Esto podría significar tan poco como simplemente dejar claro que formular preguntas no es el rol exclusivo del investigador; o podría significar tanto como organizar actividades adicionales, como la historia en fotos de Frazer. Pero, en cualquier caso, nos estaríamos diferenciando de tradiciones como la de ‘investigación acción’, en la cual el único criterio de valor, o el principal, es la utilidad que la investigación tenga para los investigados. Muchas de las preguntas en las que estábamos interesados cuando llevamos adelante nuestros proyectos eran totalmente carentes de interés o utilidad para nuestros sujetos (Ben Rampton, por ejemplo, encontró que sus informantes eran relativamente indiferentes a la incidencia de las consonantes retroflexas en su habla). Esta no es una razón válida para abandonar las preguntas que interesan al 3 Claramente, los formas de ‘auto-representación’ mencionadas aquí _el video y la historia en fotos_ no estaban dirigidas a la audiencia convencional de la investigación académica y no emplearon los medios convencionales para presentar la investigación académica. Más aún, a estas audiencias y medios no-académicos se les asigna generalmente un prestigio menor que, digamos, a una revista especializada leída por académicos. Pero aún si las representaciones ‘académicas’ y ‘no-académicas’ difieren en términos de audiencia y medios, sería un error por parte de los académicos subestimar el poder y significación potenciales de otras formas de representación.

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investigador. Más aún, en otros casos los informantes mostraron estar profundamente interesados en asuntos que nosotros pensábamos que serían vistos por ellos como abstrusos e irrelevantes, como los argumentos a favor de la autonomía de los criollos o el concepto sociológico de ‘reproducción’. Para nosotros, entonces, es importante que la investigación, como una forma de actividad productora de conocimiento, continúe siendo practicada y valorada. Cuestionamos, por una parte, la estrechez de los criterios institucionales que validan ciertos tipos de conocimiento y procedimientos para producirlo, mientras que excluyen otros; y por otra parte, cuestionamos los criterios políticos restrictivos que juzgan la investigación como improductiva si no atiende a necesidades materiales inmediatas. El deseo de analizar el mundo social en el que uno habita debe ser estimulado, tanto entre académicos profesionales como en otros miembros de la sociedad _incluyendo, por supuesto, a los sujetos de investigación. Ese es el objetivo de la investigación social; observar cuidadosamente e interpretar el comportamiento humano con miras a mejorar nuestra comprensión del mundo social. Y la práctica de la observación sistemática y la interpretación que define en términos generales el término ‘investigación’ no es incompatible con otras actividades. En los proyectos de investigación de la vida real ni siquiera es separable de esas otras actividades. La definición Ph. D., que excluiría algunas partes de nuestros propios estudios de caso _el proyecto de historia en fotos de Frazer, por ejemplo, y casi todo lo que hizo Cameron_ se basa en una sobresimplificación de lo que los investigadores y los investigados hacen efectivamente. Nos hemos referido a la investigación como ‘producción de conocimiento’, y esto introduce otra complicación. ¿Qué es ‘conocimiento’? Si se le presiona, un proponente de la definición Ph. D. de investigación podría muy bien decir que la investigación está constituida no solo por sus procedimientos y protocolos sino por el tipo de conocimiento que produce: conocimiento profesional, especializado, que es sistemático, formalizado de ciertos modos y preferentemente original. Esta cuestión del conocimiento especializado es un tema que hasta el momento se ha dejado de lado, pero que ahora debe retomarse en mayor detalle. Es relevante, no solo con relación a la pregunta de si el marco de empoderamiento produce investigación ‘verdadera’, sino también respecto de la cuestión de compartir el conocimiento con los sujetos investigados, que es una de nuestras motivaciones para proponer este marco de investigación. Situar el ‘conocimiento’ En un sentido, la selección de ‘originalidad’ como una marca de conocimiento especializado es singular. Una gran cantidad del conocimiento que producen los investigadores se construye a partir de un conocimiento del que sus sujetos de investigación ya disponen. El estudio de Labov sobre los insultos rituales usados por afroamericanos en Harlem (Labov, 1972) se vuelve ‘original’ solo cuando se presenta ante audiencias externas, académicas; para las personas que aportaron los datos, el contenido del artículo de Labov no sería ‘original’ en absoluto (aunque la forma en la cual es tratado el tema sí podría serlo). Esto sugiere que hay diferentes tipos de conocimiento; y cuando hablamos sobre el potencial de empoderamiento de los investigadores cuando comparten su conocimiento, es importante reflexionar sobre esto. Una pregunta crucial aquí es si el conocimiento especializado se privilegia normalmente por sobre el conocimiento inexperto, secular, por razones buenas y necesarias (e.g. la descripción de Labov es más sistemática que la descripción popular en la que se basó) o por razones meramente contingentes que sirven estrechos intereses sectarios. Si bien quisiéramos demistificar la categoría de conocimiento especializado, haciendo explícita su relación con el conocimiento popular, secular, ya existente, nuestras experiencias de investigación nos conducen a cuestionar la tesis fuerte de que no existe diferencia significativa entre ambos. Algunos de nosotros constatamos que compartir conocimiento especializado puede ser un valioso mecanismo de empoderamiento. Por ejemplo, una característica del conocimiento especializado es su capacidad para sintetizar y relacionar cosas, ubicándolas en un contexto más amplio. Tanto para Ben Rampton como para Deborah Cameron se demostró la importancia de que las experiencias e ideas ofrecidas por los sujetos investigados pudieran ubicarse en un contexto histórico. Rampton relacionó las actitudes de sus informantes en lo que concierne a aspectos de sus repertorios lingüísticos (hablar, inglés, hablar inglés con acento ‘babu’, hablar una lengua sudasiática) con las políticas lingüísticas de los imperialistas británicos en India y también con las teorías educativas que estaban vigentes en Gran Bretaña durante el principal período de inmigración. De un modo en cierto sentido similar, Cameron abordó los sentimientos contradictorios de sus informantes respecto al patois a través de un análisis de la historia de los criollos caribeños. En ambos casos, el conocimiento popular fue enriquecido por un tipo de contextualización histórica que no había estado disponible para los sujetos con anterioridad. Elizabeth Frazer usó una estrategia diferente. En una ocasión le pidió a un grupo de chicas que analizaran una transcripción de su propia interacción previa, con la idea de ayudarlas a percibir y tal vez resolver ciertos problemas y confusiones que las preocupaban en ese entonces. El conocimiento que estaban compartiendo no era factual sino procesal; Frazer mostró los tipos de reflexión, análisis y categorización que emplean los investigadores para construir conocimiento especializado a partir del habla de los informantes. Estas técnicas también son características del discurso especializado, más formalizado que el discurso popular. Las informantes de Frazer expresaron que el hecho de que estos modos de análisis se les hicieran accesibles y se les presentaran de modo sistemático les daba poder. Ellas sintieron, al igual que los informantes de Rampton y Cameron, que estaban aprendiendo algo sobre sí mismas, algo que no sabían (o no sabían de manera conciente) anteriormente.4

Creemos, entonces, que el conocimiento especializado sí tiene ciertas características específicas que hacen que sea valioso poseerlo; y si vale la pena poseerlo, también vale la pena compartirlo. Y una vez más, podemos señalar que los métodos de investigación ‘éticos’ positivistas hacen que este tipo y grado de puesta en común del conocimiento sea difícil o aún imposible; compartir conocimiento es intervenir activamente en las comprensiones de los investigados, en tanto el positivismo nos adjudica la responsabilidad de dejar esos conocimientos imperturbados.

4 Es importante tener presente aquí que un lingüista, o cualquier profesional, que le dice a un grupo algo sobre sí mismo, se involucra en una forma de interacción que requiere de un manejo delicado. Están en juego las identidades sociales y la imagen de las personas puede ser seriamente amenazada.

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CONCLUSIÓN La pregunta que planteamos en Researching Language es si la relación de poder entre investigadores y sujetos investigados puede ser alterada con resultados positivos para ambos grupos; y contestamos esa pregunta de manera afirmativa. El marco ‘ético’ prevaleciente _con ocasionales incursiones en la ‘defensa’_ fundamenta su opción por el status quo en la idea de que reducir la distancia entre investigador e investigado destruirá la empresa de la investigación; sesgará los resultados, enturbiará los objetivos académicos de las disciplinas involucradas y conducirá a los investigadores a actividades conflictivas e irrelevantes. Esperamos haber tenido éxito en mostrar que estos temores, basados en una epistemología y posición política cuestionables, son infundados. Realizar investigación social ‘sobre, para y con’ sujetos no es por cierto un procedimiento simple; requiere de una enorme atención a las complejidades de cualquier contexto actual de investigación. Pero esas complejidades están presentes no importa qué tipo de investigación hagamos. Los marcos de investigación tradicionales no las hacen desaparecer. El marco paradigmático menos tradicional a favor del cual hemos argumentado reconoce la complejidad y trabaja con ella. En nuestra opinión, esto no solo beneficia a los investigados sino que beneficia también al investigador; porque, aunque hemos rechazado el tradicional ‘santo grial’ de los sociolingüistas _el habla no afectada por la presencia del observador_ el uso de métodos interactivos y no objetivizantes nos habilita a alcanzar una comprensión más rica de las interpretaciones que los propios sujetos hacen de sus comportamientos y nos permite involucrarlos en un diálogo acerca de esas interpretaciones. Esto, creemos, es de beneficio mutuo. Pese a que, como todos los paradigmas de investigación, este puede ser, algunas veces, insuficiente para los objetivos que se propone, la investigación con empoderamiento es capaz de cambiar a todos los que se involucran en ella, brindando, no solo a los investigadores sino también a sus informantes, la posibilidad de construir nuevas visiones e interpretaciones. Es esta posibilidad la que debería fijar el estándar para toda investigación que se ocupe del lenguaje y la sociedad. REFERENCIAS Foucault, M. (1980) Power/Knowledge: Selected Interviews and Other Writings 1972-1977, Gordon, C. (ed.)

(Brighton: Harvester Press). Labov, W. (1972) ‘Rules for ritual insults’, in Language in the Inner City (Philadelphia, PA: University of Pennsylvania

Press). Labov, W. (1982) ‘Objectivity and Commitment in Linguistic Science: The Case of the Black English Trial in Ann

Arbor’, Language in Society, 44, 165-201. Mühlhäusler, P. (1990) ‘Reducing Pacific Languages to Writing’, in Joseph, J. E. and Taylor, T. J. (eds.) Ideologies of

Language (London: Routledge). Oakley, A. (1981) ‘Interviewing Women: A Contradiction in Terms’, in Roberts, H. (ed.) Doing Feminist Research

(London: Routledge).

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