Carmelo Cuellar, la leyenda

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C CARMELO CUÉLLAR JIMENEZ “La Leyenda” Darwin Pinto Cascan Abrió los ojos de golpe a la mitad de la noche y se encontró con la mirada oscura del sargento Antonio Chory. El movima que había sido su mejor clase en la Guerra del Chaco, yacía de pie, mirándolo, apoyado ligeramente a la ventana del dormitorio como si estuviera muy cansado, a contraluz de los rayos de la luna que bañaban a una Montevideo sumergida en las aguas negras de un mal sueño. -Carmelo, dijo Chory con una voz que venía de lejos. -Carmelo, repitió eso que pese a llevar uniforme caqui con abarcas llenas de polvo del pasado, igual era una sombra que se fundía con las olas de la cortina movida por el viento… El capitán Carmelo Cuéllar se incorporó de la cama empapado en un sudor que no parecía de angustia y se le quedó mirando a aquel visitante inesperado con el corazón agitado por algo peor que la tristeza. Pese a que había llorado muchas veces en los tiempos de la Guerra Grande, jamás se había dejado ver con nadie en esos menesteres, puesto que aquel era un íntimo rito de limpieza de su alma que él no podía darse el lujo de mostrarle a los demás. Pero este era el sargento Chory, beniano como él y con quien el capitán Cuéllar sentía que tenía una deuda.

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Cuento ganador del concurso de cuentos, relatos o lendas sobre el coronel Carmelo cuellar Jimenez, heroes nacional de la Guerra del Cahco, escrito por el periodista cruceño Darwin Pinto Cascán

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C CARMELO CUÉLLAR JIMENEZ “La Leyenda”

Darwin Pinto Cascan

Abrió los ojos de golpe a la mitad de la noche y se encontró con la mirada oscura del sargento Antonio Chory. El movima que había sido su mejor clase en la Guerra del Chaco, yacía de pie, mirándolo, apoyado ligeramente a la ventana del dormitorio como si estuviera muy cansado, a contraluz de los rayos de la luna que bañaban a una Montevideo sumergida en las aguas negras de un mal sueño.  -Carmelo, dijo Chory con una voz que venía de lejos.-Carmelo, repitió eso que pese a llevar uniforme caqui con abarcas llenas de polvo del pasado, igual era una sombra que se fundía con las olas de la cortina movida por el viento… El capitán Carmelo Cuéllar se incorporó de la cama empapado en un sudor que no parecía de angustia y se le quedó mirando a aquel visitante inesperado con el corazón agitado por algo peor que la tristeza. Pese a que había llorado muchas veces en los tiempos de la Guerra Grande, jamás se había dejado ver con nadie en esos menesteres, puesto que aquel era un íntimo rito de limpieza de su alma que él no podía darse el lujo de mostrarle a los demás. Pero este era el sargento Chory, beniano como él y con quien el capitán Cuéllar sentía que tenía una deuda. -Nadie nunca te sintió llegar, querido camba “pisablandito”, dijo Carmelo con una casi ternura contenida por la rudeza de su carácter, pero ya el sargento Chory se había ido. Carmelo se limpió una lágrima de hombre con el dorso de su mano morena de los hijos de Magdalena y entonces sintió un leve dolor en la cara. Estaba un poco hinchada, nada serio ni demasiado visible. Afuera, el Montevideo del exilio dormía con la boca abierta y un pie afuera de la manta de la noche. Amanecía sobre el Río de la Plata y Carmelo dijo entre dientes…-También amanece sobre Magdalena y Trinidad.  Trató de acomodarse nuevamente en la cama bajo el argumento inexpugnable de que debía descansar porque en unas horas más tendría el duelo de honor con ese irritable argentino y antiperonista, el tal doctor Sanmartino. Pero fiel a la energía interior que lo había convertido en una leyenda viviente como jefe militar y revolucionario a favor de los humildes, reflexionó para sus adentros: “dormir demasiado es el consuelo

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que les queda a los que no han vivido. Sé que la vida no me va a alcanzar para conseguir todo lo que he soñado, ¡pero es que he soñado tanto!…”  Suspiró empapado en el sudor amargo de la melancolía y una avalancha de recuerdos desordenados le llenó la mente con habilidades de turbión. Pensó en las cosas que había soñado desde los años desolados de su huérfana infancia y se vio en Villamontes dirigiendo a los revolucionarios de Paz Estensoro rumbo a Tarija; se vio desnudo y feliz en su Magdalena verdísima y húmeda, cuya luz había sido la primera que sus ojos vieron. Un hormigueo le recorrió la espalda y de inmediato se vio también en Santa Cruz de la Sierra pasando clases en el Colegio Nacional Florida junto a sus compañeros de adolescencia y correrías, que después fueron sus camaradas en los días duros de esa infortunada guerra que aún retumbaba en su cabeza.  De golpe ese mosaico mental que mezclaba el pasado con el futuro se hizo pedazos cuando volvió a ver al Sargento Chory yendo otra vez con las manos vacías rumbo a Cabayo Cabuirenda, como aquella vez, allá en el infierno…Vio pasar de nuevo al sargento movima a través de la ventana de su cuarto montevideano rumbo a su destino, pero entonces Carmelo no sintió miedo, sintió algo peor. ¿Miedo? él había vencido el miedo desde los años remotos de su niñez, cuando a los 8 años, en su natal Magdalena perdió a su padre, Gonzalo Cuéllar, víctima de un mal que hoy con el avance de la ciencia llamaríamos cáncer. Su madre había muerto el mismo año pero de pura tristeza y él, el menor de seis hermanos, se había quedado casi solo en el mundo… ¿miedo? Cuando alguien se queda huérfano a una edad en la que todo se ve en dimensiones gigantes sin que haya nadie que te dé una mano, no se tiene derecho a tener miedo. -No se tiene derecho a tener miedo… repitió Carmelo casi en un murmullo. Se pasó la mano por un lado de la cara para limpiarse el sudor y redescubrió que la tenía un poco hinchada y adolorida, cubierta por una sensación de latente y húmedo calor. Nada grave, eso era el resultado del ataque más suave que había recibido en su vida. De pantaloncillos y camiseta, el capitán  Cuéllar se levantó de la cama y caminó descalzo sobre el piso helado de su modesto departamento de exiliado hasta el escritorio iluminado por la luna que entraba a través de la ventana por donde nuevamente lo miraba Antonio Chory.  -Carmelo, quiero a mi “muñeca”. Carmelo quiero irme a Yacuma. Carmelo, con unos diez como vos y otros diez como los Buschs y Bilbaos Riojas y Marzanas y un puñado más de cambas benianos, cruceños y del

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territorio de Colonias, hubiéramos ganado antes… Carmelo ¿por qué no puedo llevar a mi muñeca a lo de Cabayo Caiburenda? Total, sólo faltan dos horas para volver a casa…Yo, como vos, soy hombre de montes y ríos, este desierto nos está matando, Carmelo… decía el sargento movima con una voz que volaba cansada sobre el aire líquido de ese amanecer tan lejos de Magdalena.Carmelo se contuvo para no llorar esas lágrimas de hombres que atravesaban el acero de su alma y de las que nacían quebrachos de piedra cuando tocaban el suelo. Como todo camba, Carmelo era un guerrero con corazón de poeta…-Descanse, soldado…dijo el capitán Cuéllar con la cabeza baja sobre el escritorio, decidido a no ver más a Antonio y empezó a escribir con esa letra menuda de las almas fuertes para que el sargento Chory comprenda por fin lo que había pasado aquel día remoto, allá, en lo del Cabayo Caiburenda… “Antonio Chory, ‘el macho’ murió cazado de un balazo como un pajarito. Sólo uno. Cayó el mismo 14 de junio de 1935 a las 10 de la mañana, dos horas antes de que se callaran para siempre los cañones de Guerra del Chaco. Yo había recibido la orden de ocupar un lugar denominado “Cabayo Cabuirenda”, pero con la instrucción de que no vaya yo y, en todo caso, que fuera un clase responsable para evitar choques con el enemigo. Era una misión delicada que le encomendé al Suboficial Alberto Bloomfield. El Sargento Chory pertenecía a esa sección. Dispuse que Chory no llevara su ametralladora semipesada que manejaba con mucha habilidad y que adoraba tanto que le decía “mi muñeca”. La amaba, jugaba con ella en el combate a caballo o a pie. Ocupado el puesto, Chory se adelantó, nadie sabe por qué, unos cien metros por el borde del camino hacia Guirapitindy y se encontró de frente con una patrulla enemiga que venía también para ocupar el puesto que ya era nuestro. Se encontró al enemigo sin su “muñeca” en las manos. No hubo choque, ni escaramuza, nada, fue sólo un tiro y la patrulla paraguaya se replegó y no volvió nunca más. La guerra terminó dos horas después. Antonio Chory murió sin “su muñeca”, que aquel día había dejado apesadumbrado por orden mía. Hasta hoy me remuerde la conciencia por haber cumplido esa orden. Antonio, ¿es que todavía no sabés que llevás varios años de muerto? Perdoname, Antonio. Cuando Carmelo soltó la pluma, el espectro ya no estaba ahí. Era como si jugase a las escondidas, como si fuera y viniera a través del tiempo, a ratos caminando sobre el polvo rojo del Chaco rumbo a Cabayo Cabuirenda sin su “muñeca” en las manos, a ratos de pie sobre el suelo húmedo de

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Montevideo, mirando a su capitán con ojos de gente muerta, esperando que él dé la orden de volver a casa, allá en Yacuma.Carmelo comprendió.-Sargento Chory, puede volver a casa, dijo Cuéllar y de inmediato el fantasma se diluyó en la neblina, pero a modo de despedida dejó la ventana empañada con el vapor de su aliento helado. Por fin descansaría.A través de su ventana, el exiliado boliviano vio cómo el Uruguay se despertaba. Vio a los obreros que esperaban ya los buses para ir a las fábricas, cómo los vendedores de diarios abrían sus puestos, cómo el ferry que hacía el viaje de Montevideo a Buenos Aires se llenaba de gente que se protegía de la llovizna helada con paraguas negros. De golpe, sin saber por qué, el ex combatiente de Bolivia empezó a tararear el himno del Beni. Él estaba aquí, pero también allá… “Si la ambición bastarda de un vecino  bajo el verde listón de mi bandera   humillar a mi patria pretendiera   iremos con orgullo a combatir” -Vaya himno guerrero el nuestro. Dá la talla de todos los hijos de esa gran madre verde, se dijo y su dura mirada mojada por el recuerdo se perdió en la línea del horizonte por donde emergía entre las aguas del Río de la Plata ese mismo sol que le había calentado la vida en las tierras de sus querencias. ¿Qué estaría pasando en ese mismo momento en Magdalena, en Trinidad o en Santa Cruz? ¿Por qué no podía volver a la patria por la que había matado y sangrado siguiendo las palabras del himno que acababa de tararear? Se pasó la mano por la cara que le dolía un poco. Ya no sudaba.-La política me llevó a la guerra, la política me trajo a este exilio. La Standard Oil sigue marcando el rumbo de mi destino…Como entonces... Y así había sido. Huérfano, luego de irse de Beni a Santa Cruz arreando vacas a los 8 años, había interrumpido su educación en el colegio Nacional Florida para irse a ganar plata como perforista de la petrolera Standard Oil en Villamontes. ¿Era el destino que lo empujaba al Chaco para consagrarlo allí como una figura mítica pese a su origen humilde en el departamento más olvidado de la patria?Ya allí, dos razones dispares, pero igual de sagradas lo hicieron ir por su libreta de servicio militar: la primera razón era el servicio a la patria…y la segunda; su deseo de acceder a mejores chicas. El uniforme siempre había sido un afrodisiaco y un símbolo de respetabilidad que atenuaba las precauciones de los candidatos a suegros. Entonces él era un mozo de 17 años sin hacienda ni apellido importante, pero quería comerse al mundo y su primer bocado lo dio al presentarse en el regimiento Loa de Villamontes.

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El pueblo que soportaría la peor batalla urbana de la guerra contra el Paraguay, ese día ardió por otra causa. Carmelo había llegado para construir su leyenda.Ahí estuvo bajo el mando de Enrique Peñaranda, quien después con Germán Busch le darían el golpe de Estado al presidente Salamanca en plena guerra, a 300 metros de las líneas enemigas. Luego, Peñaranda y Busch serían Presidentes de Bolivia. Con el capitán Ustarez, Carmelo aprendió a explorar el Chaco y conoció a Busch en las jornadas negras de Boquerón, apenas unos días después de la heróica muerte de Ustarez tratando de romper el anillo de acero impuesto por Estigarribia a Boquerón. Al final de la contienda iniciada por las pugnas petroleras entre la Standard Oil y la Royal Dutch Shell, Busch lo llamó a La Paz porque ahí se necesitaba la fama de Cuéllar para hacer renunciar a la Presidencia a un testarudo y manipulador militar de pesadilla, esa calamidad soberbia que le costó tantas vidas al país: David Toro. -Firmá tu renuncia David, dijo Busch, camarada y compadre de Toro, a lo que el responsable del desastre de Picuiba, siempre soberbio por sus aires señoriales de caballero chuquisaqueño, contestó: -Germán, yo sé redactar, voy a escribir mi propia carta de renuncia...   Entonces Busch hizo una señal con la mano y Carmelo Cuéllar apareció llenando con su presencia todo el ámbito siniestro del Palacio Quemado. Ahí estaba el hombre que había aterrorizado con solo su nombre al feroz enemigo guaraní; el terremoto de su osadía y la radicalidad de acciones habían llegado hasta Asunción en donde le habían puesto precio a su cabeza. Cuando Toro vio a Carmelo, supo que Busch hablaba en serio... Toro, por supuesto lo conocía. Sabía que Carmelo era una leyenda chaqueña, había visto cómo la oficialidad guaraní minutos después de acabada la guerra le había entregado un cuero de urina que llevaba escrita la leyenda que decía:  “Teniente Cuéllar, si alguna vez en su Patria olvidan los méritos ganados por usted en la Guerra del Chaco, el Paraguay, noble enemigo de ayer y amigo de hoy, no lo olvidará jamás” Toro no llegaría a saber que en 1958, cuando Carmelo visitó Paraguay en su calidad de diplomático, el dictador de ese país y ex combatiente del Chaco, Alfredo Stroessner, le oficializó el pergamino que sus camaradas de armas le habían entregado a Carmelo el día que acabó la guerra. Era un reconocimiento especial de la República del Paraguay a un soldado de Bolivia. Toro tampoco supo que el presidente guaraní, Juan Carlos Wasmosy, hizo una pausa a su agenda oficial en 1994 y fue hasta Santa Cruz exclusivamente para estrecharle las manos a ese hombre del que en su país los excombatientes que quedaban aún seguían hablando.

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Toro no llegó a saber esto último porque murió mucho antes, pero sí sabía aquel día en el Palacio Quemado que Cuéllar era el soldado más valioso que había tenido Bolivia en la guerra por su capacidad de mando y su habilidad casi sobrenatural de penetrar las líneas paraguayas por las noches y cometer acciones que bien podían enmarcarse en lo que después se llamó guerra psicológica…Cortaba orejas para no acarrear prisioneros, aterrorizaba al enemigo incursionando de formas imposibles en su propia retaguardia, penetrando sus defensas como si fuera una fuerza sobrenatural. Emboscaba a los guaraníes y dejaba vivo siempre al más joven y lo mandaba de vuelta a las filas paraguayas para que cuente lo que había visto. La guerra era el infierno y él lo sabía. Ese era el hombre que David Toro tenía parado detrás ese 13 de julio de 1937 en Palacio Quemado.  -¿Así que no va firmar mi general? Le dijo Carmelo al Presidente saliente en un tono casi jovial que Toro Ruilova entendió a la perfección…y el todopoderoso David, pálido, sinténdose desarmado y pequeño frente a un gigante como aquel beniano que lo miraba con ojos de fuego, firmó su renuncia sin decir una palabra, con la mano sudando frío, y se largó para siempre de la historia de Bolivia… Pero Carmelo se quedó.Ya como sub jefe de Policía del presidente  Gualberto Villarroel (que había derrocado a Enrrique Peñaranda el 20 de diciembre de 1943), tuvo que valerse de tretas de superviviente para salvar su vida tras el golpe apadrinado por las transnacionales que derribó a Villarroel (colgado por la turba en un faro de la plaza Murillo de La Paz) y encumbró en el poder a Nestor Guillén en 1946.  Carmelo se escondió seis días en el antetecho del hotel París, de La Paz, hasta que disfrazado de campesino aimara logró refugiarse en la embajada de Argentina, país al que luego llegó como exiliado con Paz Estensoro. En la guerra civil de 1949 penetró desde Argentina con las fuerzas revolucionarias del MNR contra el gobierno de Urriolagoitia y tomó Yacuiba y Villamontes. Marchaba hacia Tarija cuando la revuelta fue sofocada. Esa travesura le costó su asilo en Argentina y causó un conflicto diplomático entre ésta y Bolivia que exigía extraditarlo. El peronismo no quiso entregarlo a La Paz y lo mandó a Montevideo. En la capital uruguaya era donde se encontraba este amanecer después de haber visto al sargento Chory a contraluz de la luna  en la ventana de su pieza.  -“Dormir demasiado es para los que no tienen razones para estar despiertos”. Miró los libros que había conseguido en Buenos Aires tras su paso como oyente en la academia de Filosofía y Letras de la capital argentina. Sí, haría política, trabajaría por Bolivia, pero desde una trinchera ajena a la militar… En Montevideo, Carmelo Cuéllar se preparaba intelectualmente para actuar desde el Poder Ejecutivo, desde el Parlamento,

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para ser diplomático, porque en definitiva el MNR iba a vencer ¿quién lo dudaba? ¿el doctor Sanmartino?…Y después, cuando quiera recogerse a descansar en su tierra natal, se dedicaría al periodismo y a la poesía. ¿Por qué no? Muchos años después, ya como prefecto del Beni en el último gobierno de Víctor Paz hacía 1986, recordaría estas reflexiones que ahora tenía en su departamento montevideano. Recordaría cómo es que una vez victorioso el MNR en el 52 había sido prefecto de Oruro, embajador en Paraguay, en Uruguay, recordaría su memorable reunión con el sencillo y brutal Mao Tse Tung en China; sus conversaciones vía intérprete con Krushev y Bresnev en la URSS, como enviado del gobierno de Paz Estensoro, mientras el tarijeñazo don Víctor se reunía con el mismísimo Kennedy en Estados Unidos. Pero todo aquello aún no sucedía en ese febrero de 1952 en Montevideo, aún el MNR no se tomaba el poder, aún todo se estaba cocinando en la gran olla del destino… Se apoyó a la ventana con el día ya encima de la ciudad. Respiró hondo, Uruguay le había abierto los brazos… Uruguay, Montevideo, el incidente con Sanmartino. Fiel a su arrebatada personalidad, de inmediato pensó en un pasaje de Cicerón en el que se hablaba sobre que habría de cuidarse de aquellos que hacían la guerra preventiva predicando que los motivos eran la paz…-Un poema bien escrito, siempre será mejor que un balazo, se dijo y entonces alguien golpeó la puerta.  Carmelo se puso una bata, salió del dormitorio y pasó a la salita amoblada con un sofá bastante modesto, dos sillones y una mesa de reuniones con una banderita boliviana al centro, en la que se juntaba con otros exiliados para planificar el levantamiento que se avecinaba, ese previsto para abril de 1952. Abrió la puerta. Su querido camarada Inofuentes y otro boliviano más, vestidos de traje con sombreros colocados a lo guapo bonaerense lo miraban con cierta gravedad amistosa. Inofuentes, defensor de Boquerón con Marzana, le extendió el diario, él los recibió con palmaditas en los hombros y ambos hombres pasaron a la salita después de darle un  apretón de manos. -Vaya, estoy en el diario. Imposible pasar desapercibido en ninguna parte, bromeó Carmelo fiel a su talante de hombre oriental. -Sí, la prensa se ha hecho bastante eco te tu lío con Sanmartino… ese caballero fascista… dijo el otro.-Pues vaya que el señor doctor en derecho había tenido un muy mal genio eh?

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-Sobre eso, te tenemos una noticia mala y la otra aún no sé si es buena o mala, dijo Inofuentes.-¿Un café? ofreció el capitán, como si no hubiera escuchado nada.-No, gracias…-Pues bien, porque ya no tengo… contestó Cuéllar, tratando de desinflar un poco la tensión del momento.-Venga, dame la noticia mala,  remató Carmelo disimulando la impaciencia que le asomaba por los ojos.-La mala es que el Comité del duelo decidió que el ofendido no fuiste vos, sino Sanmartino.-Eso significa que sí habrá duelo ¿eh? No hay diferencias si es contra un ejército o contra un hombre, uno siempre puede perder ¿será con pistolas? Dijo Cuéllar con un cierto gesto de complacencia, como quien habla de un asunto que le es muy familiar… - Propusimos el uso de pistolas, pero Sanmartino a sabiendas de que sos un soldado veterano de guerra y condecorado en tu país, ha apelado a su condición de ofendido, optando por algo más de “caballeros”…-Sables…dijo Carmelo mirando a sus padrinos de duelo con cierta indiferencia. -Sí, sables. El señor doctor antiperonista al parecer… se hizo pis… El día anterior, Carmelo estaba en una librería buscando obras, siguiendo esa creciente ambición de entrar al terreno de la política con cierta ventaja intelectual, cuando el dueño de la tienda le presentó a un amigo y este a su vez le presentó a Sanmartino. Entonces el doctor argentino también exiliado en Montevideo, le preguntó:-Por cierto, ¿usted es boliviano?A lo que Cuéllar contestó que sí, que era boliviano y también el “fascista” al que Sanmartino había ofendido hacía cuatro años atrás desde el congreso argentino. Carmelo lo dijo en tono de ironía pero sin ánimo de desagravio, pero el señor doctor en derecho se alteró como buen porteño, le gritó a Carmelo que era un imbécil y le soltó un puñetazo en la cara, al punto que los presentes en la librería intervinieron para frenar la escena.El capital Cuéllar derribado por el golpe en la cara se levantó muy calmado (la serenidad era la virtud que más apreciaba en los hombres), se acomodó el traje sin responder al ataque físico de aquel hombre no tan joven ya y le dijo a Sanmartino que enviaría a sus padrinos para concretar el duelo.Sabía lo que era ese asunto de bestias que habíamos llamado “guerra”, este altercado era apenas un asuntito entre dos hombres, casi nada. Inofuentes y el otro boliviano habían ido donde el ex legislador rioplatense y se habían reunido con sus padrinos de duelo, y entre los cuatro, habían

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elegido a un comité para puntualizar los pormenores de la situación. El comité definió que la ofensa verbal de Sanmartino en el congreso argentino contra Cuéllar y el MNR había ocurrido hacía tiempo y que en los hechos de la librería, el comentario de Cuéllar había desencadenado la reacción del argentino por lo cual el ofendido era éste. Eso acababa de contarle Inofuentes a Carmelo.-El duelo es esta tarde, con abogados, médicos, autoridades de la ciudad, periodistas y una infinidad de curiosos.-Todo un show en el que dos caballeros se juegan la vida por su honor. Dijo Cuéllar.-Y sí, ya sabés que este país es la Inglaterra de Sudamérica.  A las tres de la tarde llegó Carmelo con sus dos padrinos al lugar del duelo. Se estableció que el combate fuera a cuatro asaltos durante dos minutos, los médicos desinfectaron la punta de los sables y los metales chocaron por primera vez. Sanmartino era un hombre de familia descendiente de los fundadores de Argentina y sus conocimientos de la esgrima eran los que correspondían a un caballero de su alcurnia. Mientras Carmelo andaba descalzo su niñez en Magdalena, este señor doctor montaba ponis vestido de marinerito de su majestad la reina Isabel. Parlamentario, feroz opositor a Perón que lo había mandado a ese exilio montevideano, Sanmartino había visto a Carmelo Cuéllar y al MNR como la encarnación boliviana de su odiado peronismo. Por eso despotrincó contra Carmelo y el MNR en el Congreso de su país y por eso reaccionó así en la librería. Fue el primero en atacar. En pleno combate, Carmelo vio otra vez al sargento Chory entre la multitud y aquel descuido hizo que Sanmartino le hiriera la mano. Pararon el duelo y los médicos anunciaron que la herida había sido a primera sangre por lo que se dio por finalizado el encuentro. Cuéllar y Sanmartino se dieron las manos y el árbitro dijo en voz alta. -Dos caballeros, señores. Sí, dos caballeros. En la librería, Cuéllar no había agredido a Sanmartino haciendo gala de su mítico autocontrol y en el duelo, a sabiendas de que su adversario le llevaba varios años de ventaja, había adoptado una posición de defensa. Ya habían muerto muchos…Ese día nadie tendría que morir.Esa noche, en la soledad de su habitación montevideana se dejó llevar por el río de su extraordinaria memoria e hizo el repaso, uno a uno, de los hombres del Beni y de la Patria que dejaron sus huesos en el Chaco. Llegó a la conclusión de que había sido un hombre bendito por el destino.

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Muchos años después, en el último gobierno de Paz Estensoro en 1985, como prefecto del Beni escribiría… He llegado más allá de mis aspiraciones, y por supuesto, mucho más lejos de mi propia capacidad. Que Dios me lo perdone. Soy un hombre agradecido con la vida. A esta altura de mi vida puedo, pues, afirmar que si me tocara morir este instante, lo haría dando gracias a Dios con el “schoropay schuré” de los itonamas, que quiere decir: “Dios te lo pague, Taita”. En su habitación montevideana Carmelo, con la mano herida y las maletas listas para retornar a Bolivia ese abril de 1952, volvió a ver al sargento Chory a contraluz en su ventana esperándolo para acompañarlo en su retorno a la patria; cerró los ojos aspirando el olor fresco del río dormido y soñó que su madre lo miraba orgullosa por la clase de hombre que había parido.