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CONTABILIDAD Segunda parte del análisis de Emilio Gironella en torno a la política de mejoras que se debería acometer en materia de contabilidad e información financiera respecto a las pymes por las, a su juicio, numerosas carencias que presentan. Entre ellas, las excesivas opciones en la contabilización de muchas de las operaciones, algo que analiza detalladamente en este artículo. Autor: Emilio Gironella Masgrau Socio de Gironella Velasco auditores, S.A.P.U. Presidente de la Subcomisión de Coordinación de la Comisión Nacional Mejoras necesarias en la contabilidad e información financiera DE LAS PYMES (II)

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Segunda parte del análisis de Emilio Gironella en torno a la política de mejoras que se

debería acometer en materia de contabilidad e información financiera respecto a las pymes

por las, a su juicio, numerosas carencias que presentan. Entre ellas, las excesivas opciones

en la contabilización de muchas de las operaciones, algo que analiza detalladamente en este

artículo.

Autor:

Emilio Gironella Masgrau

Socio de Gironella Velasco auditores, S.A.P.U.

Presidente de la Subcomisión de Coordinación de la Comisión Nacional

Mejoras necesarias en la contabilidad e información financiera de las pymes (II)

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O tro de los problemas a los que se enfrentan las pymes son las excesivas opciones en la contabilización de mu-

chas de las operaciones. Algunos ejemplos:

1. Como norma general, los gastos de desa-rrollo se registran como gastos del ejerci-cio en que se realizan, pero también pue-den capitalizarse como activos intangibles si cumplen determinadas condiciones.

2. Los importes a cobrar de clientes o de deudores por operaciones comerciales cuyo vencimiento no sea superior a un año y que no tengan un tipo de interés contractual, así como los anticipos y cré-ditos al personal, los dividendos a cobrar y los desembolsos exigidos sobre accio-

nes pendientes de cobro de la empresa, cuyo importe se espera recibir en el cor-to plazo, se pueden valorar por su valor nominal cuando el efecto de no actualizar los flujos de efectivo no sea significativo, o también por su valor actual. Las pre-guntas lógicas, entre otras, son ¿cuándo es significativo? ¿Cómo se determina? ¿Quién lo decide? ¿Qué tipo de interés deberá aplicarse? Son demasiadas pre-guntas a responder.

3. De igual manera, para el caso de los sal-dos a pagar a proveedores o acreedores por operaciones comerciales cuyo venci-miento no sea superior a un año y que no tengan un tipo de interés contractual, así como los desembolsos exigidos por terceros sobre acciones, cuyo importe se

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espera pagar en el corto plazo, se pue-den valorar por su valor nominal cuan-do el efecto de no actualizar los flujos de efectivo no sea significativo o por su valor actual.

4. El deterioro de valor de las inversiones en empresas del grupo, multigrupo y aso-ciadas puede calcularse bien mediante el patrimonio neto de la entidad parti-cipada corregido por las plusvalías tácitas existentes en la fecha de la valoración, bien tomando como valor razonable el valor actual de los flujos de efectivo futu-ros derivados de la inversión.

Ahora bien, ¿cuál es el período a con-siderar para el cálculo del valor actual de los flujos de efectivo? ¿Qué tasa de descuento debe aplicarse? ¿Qué impor-tes de los flujos de efectivo futuros se tomarán, porque para nosotros es impo-sible o muy difícil anticipar lo que ocurri-rá en el futuro?, calculados bien median-te la estimación de los que se esperan recibir como consecuencia del reparto de dividendos realizado por la empresa participada ¡uy, determinar esto a medio y largo plazo! y de la enajenación y baja en cuentas de la inversión en la misma bien mediante la estimación de su parti-cipación en los flujos de efectivo que se esperan sean generados por la empresa participada, procedentes tanto de sus actividades ordinarias como de su ena-jenación o baja en cuentas (el más difícil todavía).

5. Las existencias pueden valorarse utilizan-do, con carácter general, el método del precio medio o coste medio ponderado, pero también se considera como acep-table el método FIFO y otros métodos tales como el coste estándar o el método de los minoristas, siempre que su resulta-do no difiera sustancialmente del coste realmente incurrido.

6. La amortización de los bienes del inmo-vilizado material puede efectuarse por

cualquier método que, de acuerdo con criterios técnico-económicos, reparta el coste de la amortización a lo largo de la vida útil del bien, o en su caso econó-mica, del bien de que se trate. Los mé-todos más utilizados son el lineal o de cuotas constantes -el más habitual- y los de amortización variable, tales como: el método degresivo, el de la suma de los dígitos (que puede ser progresivo o de-gresivo), el de amortización según el nú-mero de unidades producidas, etc.

Estas y otras muchas más son las opciones contables que pueden aplicarse. Mi criterio personal es que las opciones contables de-berían eliminarse o reducirse a la mínima expresión a aquellos pocos casos en que no pueda demostrarse objetivamente bajo el punto de vista económico y lógico que una opción sea preferible a otra, escogiendo aquella que refleje más adecuadamente la realidad o el fondo económico de la tran-sacción. Por supuesto también hay que huir de “el dilema cornudo”, como así denomi-nan los lógicos la elección entre dos alter-nativas malas.

No es aceptable ni lógico que una misma operación pueda ser tratada y valorada por diferentes empresas de manera distinta, se-gún la opción elegida, porque ello no tendría que ser un mercadeo sino una decisión emi-nentemente lógica, generalmente aceptada y aceptable y acorde al fondo o sustrato económico de la operación.

Si los criterios de registro y valoración fi-jados por las empresas no son uniformes en cuestiones fundamentales, la pretendida y deseada comparabilidad de las cuentas anuales no se alcanzará nunca, en el caso de que ello sea posible conseguirlo, objetivo sobre el que dudo que nunca se alcance.

En efecto, entiendo que la armonización mundial de la información financiera que, según manifiestan algunos, producirá la apli-cación de las Normas Internacionales de Contabilidad/Normas Internacionales de

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Información Financiera (NIC/NIIF), es y será más un objetivo utópico que una realidad.

Factores tales como las diferentes políticas de distribución de dividendos de las empre-sas; la diversidad de sistemas impositivos y de incentivos tributarios utilizados por los diferentes países para estimular la inversión y el desarrollo de su economía; los sistemas de supervisión y de control público y priva-do (gobierno corporativo, consejos de ad-ministración que gestionen y que no sean decorativos, departamentos de auditoría in-terna independientes y efectivos, comités de auditoría que sean eficaces, etc.) de defensa de los intereses de los inversores, en espe-cial de las grandes compañías y de grupos de sociedades; las posibilidades de financia-ción y de ayudas públicas para las empresas; el carácter de los gestores; su educación; la cultura son, entre otras, razones más que su-ficientes para pensar que la comparabilidad mundial tan deseada por algunos no se al-canzará nunca, o que de momento, según mi criterio, está a la espera de luz verde.

A ello hay que añadir el importantísimo tema del excesivo recurso a la valoración mediante estimaciones contables antes mencionado que, quiérase o no, siempre son y serán subjetivas, lo cual dificulta toda-vía más la pretendida comparabilidad. Abo-na la jocosa observación del torero aquel: “Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”. Y es que, además, nos guste o no también hay que reconocer que el precio de la uniformidad comporta un ale-jamiento de la realidad en muchos casos, al no tener en cuenta factores especiales que determinadas situaciones contienen y que la uniformidad no considera.

Se trata de una situación de búsqueda de un punto medio de equilibrio que encon-tramos en todos los órdenes de la vida. La libertad de poder hacer lo que a uno le guste es una gran ventaja en la vida, y un hecho perfectamente extrapolable también a la contabilidad, pero no hay que olvidar que la libertad, sin control, es puro libertina-

je, y el descontrol se convierte en una efi-caz garantía de impunidad. Lo sabio, repito, es encontrar el punto de equilibrio, lo cual evidentemente no es nada fácil, pero por lo menos hay que intentarlo.

Con esta óptica, podemos sopesar los progresos concretos en la Unión Europea. Después de muchos problemas en dife-rentes áreas, los dirigentes políticos se han dado cuenta de la necesidad de reflexionar sobre la importancia de unificar las políti-cas económicas, financieras y fiscales, que no es poco.

En todo caso, si contemplamos el tema que estamos examinando bajo otro punto de vista, tenemos que opinar todo lo contrario, porque la libertad se basa en la diversidad de opciones y hay que afirmar la igualdad en la diversidad. No obstante, por lo menos debe exigirse que las posibles opciones a aplicar sean lógicas y tengan sentido eco-nómico.

VALORACION DISCUTIBLE DE DETERMINADOS ACTIVOS

Ejemplos palmarios de una valoración al menos discutible de algunos activos son los siguientes:

1. Los terrenos y construcciones se valoran por su coste histórico, también conoci-do como coste a secas, ya sea el precio de adquisición o el coste de producción, cuando es bien conocido que estos bie-

NO ES ACEpTABLE NI LóGICO qUE UNA MISMA OpERACIóN

pUEDA SER TRATADA y VALORADA pOR DIfERENTES EMpRESAS DE

MANERA DISTINTA

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nes en muchas empresas tienen un pre-cio de mercado muy superior al contabi-lizado y, en consecuencia, debieran estar registrados por dicha cuantía.

2. Lo mismo es aplicable a idénticos activos incluidos en el epígrafe de inversiones in-mobiliarias.

3. Las inversiones en el patrimonio de em-presas del grupo, multigrupo y asociadas también se valoran por su coste, es decir, por el importe que se pagó en su día, cuando en muchos casos el patrimonio neto de las sociedades participadas ha aumentado, incluso de manera muy no-toria desde el momento que se adquirió dicha inversión, y dicho aumento no se reconoce como un mayor valor en la em-presa inversora.

¿Imagen fiel o imagen deformada?

Vuelvo a preguntarme ¿dónde está la ima-gen fiel? Porque si algunos instrumentos fi-nancieros se valoran por su valor razonable, no entiendo la razón por la que el resto de activos -con la excepción evidente de las existencias, que deben valorarse a precio de coste para no anticipar indebidamente el beneficio potencial que pueden generar- no se valoran con idéntico criterio, espe-cialmente los terrenos y las construcciones, siempre claro está dentro de unos criterios de prudencia y con una valoración soporta-da documentalmente.

El monje franciscano inglés Guillermo de Ockham (1280-1349) es famoso tanto por la proposición que le hizo a Luis IV de Ba-viera: “Defiéndeme con la espada y yo te de-fenderé con la pluma”, como por un axioma filosófico que potenció notablemente las reglas de la lógica, conocido como la “navaja de Ockham”, “lex parsimoniae” o también “principio de economía”: Dicho principio reza como sigue: “Numquam ponenda est pluralitas sine necessítate” (Nunca hay que utilizar la pluralidad -argumental- sin nece-sidad, Quaestiones et decisiones in quattuor libros Sententiarum Petri Lombardi (ed. Lugd., 1495).

Esta regla metodológica o filosófica propug-na que cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuen-cias, la teoría más simple tiene más proba-bilidades de ser correcta que la compleja, aunque tengo que manifestar que ello no siempre es cierto. El principio de parsimo-nia puede definirse o interpretarse como “cuando caben varias explicaciones para ex-poner un fenómeno, lo correcto es optar por la más simple”.

En definitiva, según este reduccionismo metodológico es absurdo y ridículo alcan-zar con lo más lo que se puede conseguir con lo menos. De ahí también le viene la denominación de “principio de economía”, que también puede interpretarse como la

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ley del mínimo esfuerzo, por aquello de que los recursos en economía, tanto materiales como humanos, son escasos, y debe reco-nocerse que esta teoría ha realizado valiosas aportaciones a la civilización humana.

Pues bien, no parece que se haya aplicado “el principio de parsimonia” a la valoración de determinados bienes del inmovilizado material y de las inversiones inmobiliarias. Contraste simplemente el lector lo fácil y práctico que sería que las empresas re-gistrasen a valor razonable los terrenos y construcciones, que es lo que a mi criterio debería hacerse, por ser bienes cuyo precio oscila en el mercado.

Ello tiene una lógica aplastante para re-flejar adecuadamente la realidad patri-

monial, y dejar que el resto de bienes del inmovilizado material tales como las instala-ciones, maquinaria, útiles, mobiliario, herra-mientas, equipos informáticos, elementos de transporte y similares se contabilicen al pre-cio de adquisición o al coste de producción, sin más elucubraciones, porque en la gran mayoría de empresas dichos bienes son uti-lizados por ellas mismas hasta su desgaste total, salvo evidentemente casos especiales a considerar. Porque en el tema de la valora-ción contable hay veces que el orden de los factores sí altera el producto.

Sin duda, la contrapartida de, por ejemplo, un mayor valor de los terrenos y construc-ciones sobre su precio de coste debiera abonarse a una cuenta de reservas perfec-tamente identificada con la denominación apropiada, con el pertinente efecto fiscal en la cuenta de pasivos por impuesto diferido.

La dotación a amortización de las construc-ciones del exceso de valor sobre el coste histórico debería aplicarse contra el saldo de la cuenta de reservas antes citada, y no imputarse a la cuenta de pérdidas y ganan-cias porque no forma parte del sacrificio económico que la empresa hizo en su día en su adquisición, pues de no hacerlo así implicaría una enorme confusión en sus re-

sultados de gestión. Y, en el supuesto caso de una pérdida por deterioro de su valor, habría que imputar contra la cuenta citada de reservas la parte que le correspondiere, con independencia de la parte imputable a la cuenta de pérdidas y ganancias.

Las deficiencias tan claras y palpables en la valoración de los activos descritos no son un asunto baladí porque su consecuencia es una notable distorsión del valor patrimonial de las empresas que los poseen, al no re-flejar el valor real o lo más parecido al real de su riqueza económica (patrimonio neto). Valor que debiera ser uno de los objetivos fundamentales de la contabilidad, pero que, al aplicar criterios de valoración caducos, obsoletos o erróneos no se busca ni se con-sigue en muchos casos.

En consecuencia, el efecto o incidencia di-recta de esta valoración incorrecta y discu-tible es una presentación errónea del pa-trimonio neto de las empresas, aspecto de vital importancia porque el patrimonio neto sirve, entre otros, para conocer la solvencia de las empresas.

Este engaño en la valoración es parecido a aquel en que incurrió el psicólogo de la policía cuando llegó a la azotea de un edi-ficio desde el cual un hombre desesperado amenazaba con tirarse al vacío. “Tírate ya de una vez -gritó el psicólogo argumentando a sensu contrario- y acabemos de una vez; eres un desgraciado que enmierdas todo lo que ha-ces y tu vida no vale un pimiento”. El potencial suicida lo miró y le contestó: “Tu sí que eres un desgraciado, eres tonto si te piensas que me voy a tirar por el hecho de que tú me ani-mes, capullo”.

Cruzada no violenta contra el crite-rio del coste histórico

Los flautistas de Hamelín y los pintores de color de rosa han cedido el paso a los irracionales de la contabilidad y nos vienen explicando un cuento consistente en que el coste histórico de un bien del inmovi-

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EL COSTE hISTóRICO CONTINúA TENIENDO fUERzA pORqUE, COMBINADO CON EL pRINCIpIO DE pRUDENCIA, SE CREE qUE EVITA LA CONTABILIDAD CREATIVA y ENGAñOS EN LAS VALORACIONES

lizado material, inversiones inmobiliarias o en inversiones en el patrimonio de empre-sas del grupo, multigrupo y asociadas es el criterio de valoración más objetivo, por estar soportado por una factura, contrato privado o escritura pública y, por tanto, el que recoge más correctamente el precio de adquisición o el coste de producción de dichos activos, en los casos aplicables. Olvi-dan que el precio de adquisición o el coste de producción puede que no se parezca en nada al valor actual, que es el que en realidad interesa en contabilidad para re-flejar la riqueza económica de las empresas (patrimonio neto).

Es evidente que estamos ante una falacia descomunal. Sacrificarse sí, pero inmolar-se… ¡Nein, bitte! Nada más lejos de la reali-dad, y una buena prueba de lo que menciono es que las sucesivas leyes de regularización y actualización de balances promulgadas en España desde los años 60 a 90 del siglo pa-sado permitieron aumentar dicho valor de coste reconociendo, en consecuencia, sus deficiencias en reflejar la realidad. La valo-ración de los bienes afectados por su coste, tal como se hace actualmente, en muchos casos, intenta hacer ver como cierto lo que es falso o, cuando menos, aparente.

La contabilidad no debe ser un cuerpo sin alma en un bonito envoltorio. La aplicación del coste histórico en algunos bienes de ac-tivo es un atentado a la ortodoxia contable. No se puede pedir a uno que tenga la fe del carbonero en un tema que forma parte de

la lógica de Newton y sus leyes de la grave-dad: cae por su propio peso. No debemos olvidar que, sea el criterio de valoración que se utilice, la contabilidad financiera debe in-tentar reflejar las transacciones acaecidas lo más cercano posible a la realidad económi-ca del mundo en que vivimos, aplicando el sentido común por encima de todo, de tal manera que se obtenga finalmente un re-sultado racional y no solamente aplicar una norma absurda que no conduce a ninguna parte.

Las implicaciones de una correcta valo-ración de los activos de las empresas son importantes y de calado, pues las cuentas anuales deben reflejar la realidad económi-ca actual ¿Hay alguien que objetivamente pueda manifestar que un objetivo capital de la contabilidad financiera no sea intentar determinar el valor patrimonial real de una empresa o entidad, o lo más cercano posible a dicho valor? Porque, en caso contrario, la pregunta que sigue será ¿Para qué sirve en-tonces la contabilidad financiera? ¿Es real el patrimonio neto de una sociedad que posee unos inmuebles en la mejor zona de Madrid, de Barcelona o de Valencia, para poner un ejemplo, aportados a la sociedad en los años sesenta del siglo pasado y contabilizados por el precio de adquisición de aquel momento?

“A mí me hubiera gustado pintar retratos por lo clásico, puede usted creerme, y como Dios manda. ¿Sacando el parecido? Eso mismo, sa-cando el parecido” (“El alma del retratado”, en “Los caprichos de Francisco de Goya y Lucientes” -1989- de Camilo José Cela). El mismo Camilo José Cela está señalando, sin pretenderlo, el objetivo fundamental de la contabilidad, que no es otro que intentar re-flejar lo más parecido a la realidad el valor patrimonial de las empresas.

Por último, tengo que señalar que el coste histórico continúa teniendo la fuerza que tiene porque, combinado con el principio de prudencia, principio que ha sido siempre y continúa siendo muy miedoso a la aplicación del valor razonable o precio normal de mer-

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hAy qUE RECONOCER qUE LA ApLICACIóN CORRECTA DEL

pRINCIpIO DE CAUTELA SIGUE TENIENDO EN EL pRESENTE

EfECTOS BENEfICIOSOS pARA ACREEDORES, ACCIONISTAS y

EMpRESAS

cado, cree que evitará la práctica de conta-bilidad creativa e incluso imaginativa o espe-culativa en las empresas y de engaños en las valoraciones, si bien conviene subrayar que las valoraciones de algunos bienes de activo aplicando el coste histórico en algunos ca-sos sí que representan una deformación de la realidad en toda regla. En definitiva, la apli-cación total de una “valoración deformada”.

Y dado que es evidente que la situación financiero-patrimonial de las empresas cam-bia en función de los criterios de valora-ción utilizados, bien sea el coste histórico o el valor razonable, en las empresas donde existe una diferencia sustancial positiva en la situación financiero-patrimonial aplicando el valor razonable, determinados ratios o in-dicadores financieros tales como los de ga-rantía, autonomía financiera, endeudamiento y otros salen muchos más favorecidos que aplicando el coste histórico, hecho que tiene una gran incidencia de cara a la obtención de financiación ajena, en especial a través de entidades crediticias. Por tanto, no debe desmerecerse en absoluto este importante aspecto de la mejora de la valoración apli-cando el valor razonable.

El principio de prudencia en sus jus-tos términos

Quiero hacer constar, no obstante, que, in-dependientemente de lo que acabo de pos-tular, no estoy en contra ni en desacuerdo con el conservadurismo contable, el princi-pio de prudencia, pero eso sí, en sus justos términos que, todo hay que decirlo, tan bue-nos resultados ha cosechado a lo largo de la historia de los hechos contables en muchos casos.

Hay que reconocer, porque la experiencia y la evidencia lo han demostrado repetida y sobradamente, que la aplicación correcta y adecuada de dicho principio -del comedi-miento y la cautela- ha tenido en el pasado y continúa teniendo en el presente efec-tos beneficiosos tanto para los acreedores, para los accionistas como para las propias

empresas, al evitar su descapitalización por parte de accionistas o administradores oportunistas y cortoplacistas, con las graves consecuencias que su nefasta política ten-dría para su futuro.

Por tanto, no pretendo estigmatizar el con-servadurismo contable de ninguna manera, porque aplicado en sus justos términos y con rigor ha demostrado su utilidad y valía. Hay que recordar que los grandes optimistas han causado siempre mucho daño a la humani-dad con sus temerarias, frívolas y ambicio-sas decisiones, además de que mueren antes porque toman más riesgos en la vida. Wins-ton Churchill ya decía que “para hacer política solo hace falta saber historia y ser prudente”.

La prudencia o moderación en las cosas es aquella predisposición del ánimo que nos hace adaptar nuestras ideas a la realidad en vez de forzar la realidad para acomodarla a nuestras ideas. Por tanto, la prudencia se basa tanto en el realismo para observar las cosas y los hechos con cautela y detalle, sin ideas preconcebidas ni perjuicios interesa-dos, como en la ausencia de dogmas consi-derados como verdades absolutas y que no cambian, y también, todo hay que decirlo, en el temor o miedo, que es uno de los pilares de la prudencia, que hace transformar a una persona en moderada y, en ocasiones, la lle-va incluso a una situación de inacción.

En el refranero catalán se dice que “la por guarda la vinya” (el miedo guarda la viña). Porque las ideas, cuando son erróneas -y si

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no lo son también- tienen una gran influencia en el comportamiento de las personas. Este hecho lo vemos cada día en algunos políticos, que se mueven más por convicciones doctri-nales que por un análisis sereno y pragmático de la realidad y que pintan el mundo de una manera diferente de lo que es.

No obstante, una cosa es ser prudente y otra muy distinta es ser imprudente o ex-cesivamente prudente. Ambos extravíos de la mente pueden provocar como resultado un reflejo de la realidad económica no real y, por tanto, incorrecto en la plasmación de su riqueza económica o patrimonio neto de las empresas, situación que también hay que intentar evitar por irreal e irracional.

Hoy en día estamos sufriendo en nuestras carnes haciendo pagar a justos por pecado-res las consecuencias de la imprudencia de una parte del sistema financiero español a la hora de prestar dinero, influenciado por los cantos de sirena del mercado inmobi-liario en base a la errónea premisa de que los precios en el mismo siempre subían y no podían bajar, y de los políticos que lo es-timularon y de los organismos reguladores que no pararon los pies sea a promotores excesivamente especulativos, sea a gobier-nos manirrotos que tenían las manos agu-jereadas para gastarlo o a particulares que decidieron comprar una vivienda sin pensar que el importe del dinero recibido tenían que devolverlo en el futuro.

En este sentido es conveniente recordar que, hace muchos años, concretamente en el alba de la banca, el rey Jaume II ya decretó que el banquero insolvente fuese preso y mantenido en la cárcel a pan y agua hasta que pagase todas las deudas contraídas. Si este decreto continuase vigente, otro gallo cantaría. Sin duda alguna era una medida muy disuasoria contra la imprudencia, el amiguismo, el clientelismo y la chapucería.

Según mi parecer, no es lógico ni aceptable como principio contable -me refiero concre-tamente al de prudencia-, en el sentido y con

la interpretación que se le da en la actualidad, contabilizar por ejemplo el deterioro de va-lor de un terreno o edificio o de cualquier otro bien del inmovilizado material, inmovili-zado intangible o inversiones inmobiliarias si su importe recuperable (precio de mercado menos los gastos de venta necesarios para enajenarlo) es menor que su valor contabi-lizado, registrando su deterioro como una pérdida y, por el contrario, no reconocer el aumento de valor real de dichos bienes de activo por encima de su coste o valor regis-trado, en el caso de que lo tengan incontes-tada y objetivamente. Supone una asimetría inaceptable.

Actuar de esta manera es una negación de la realidad económica, o, todavía

más precisamente, es dar la razón a aquella conocida frase que dice que una vez más la realidad supera la ficción, sobre todo cuando la ficción forma parte de la realidad o cuan-do -para decirlo como Guy Debord- “en el mundo realmente trastocado en que vivimos, lo verdadero es un momento de lo falso”.

Dicho pensamiento, se mire por donde se mire, no puede aceptarse racionalmente como válido y mucho menos como un prin-cipio contable -un principio es una cosa muy seria, para empezar es lo contrario de una chapuza- ni como nada parecido, por asimé-trico, pues si aceptamos que el objetivo que deben perseguir los principios contables y los criterios de valoración es el de intentar reflejar el valor real de un activo o lo más parecido al mismo, de lo contrario, y nueva-mente ¿para qué sirve la contabilidad?, para que de esta manera se muestre la riqueza o valor patrimonial real de la empresa, en-tre otros objetivos de la contabilidad, no la fantasmagórica o irreal, dicho proceder no puede tener cabida porque es desbarrar. Como dicen los abogados: “res ipsa loquitur” (los hechos hablan por sí solos).

Este tratamiento asimétrico implica la ar-bitrariedad de la norma contable por irra-cional, incoherente y falta de justificación, porque es obvio que tiene que existir una

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EN TEMAS DE VALORACIóN, LA CONTABILIDAD fINANCIERA TIENE MUChO CAMINO pOR

RECORRER CON EL fIN DE ApROxIMARSE A LA REALIDAD

EMpRESARIAL

explicación o ponderación racional de los valores, y esta valoración no reúne ningu-no de estos requisitos. A mi juicio, dicho tratamiento no tiene un rigor científico ni jurídico aceptable. El procedimiento actual de valoración de los bienes indicados es la apoteosis de la ficción. No así en los grupos cotizados en Bolsa, cuyas cuentas anuales consolidadas pueden adoptar, de forma optativa, el coste histórico o el valor ra-zonable al aplicar de forma directa las NIIF adoptadas por la Unión Europea.

Secundando la buena tradición política, se puede combinar perfectamente la firmeza con la prudencia. A mi juicio no bastan los paños calientes ni las medias tintas, hay que coger el toro por los cuernos en este tema, aunque obviamente sin pasarse, porque lo que no puede ser es que un metro tenga 100 centímetros para una cosa y solamente 20 centímetros para otra.

Por otro lado, si nos fijamos detenidamente, según las normas de registro y valoración del PGC 2007 la mayoría de los bienes del ac-tivo corriente se reflejan según su valor de mercado (saldos a cobrar de clientes, otros deudores, inversiones financieras a corto pla-zo, periodificaciones a corto plazo, efectivo y otros activos líquidos equivalentes, etc.), sin considerar las existencias por supuesto, que deben ir al coste para no anticipar inde-bidamente el posible beneficio que pueden generar cuando se vendan, mientras que la mayoría de los bienes del activo no corriente -a realizar a largo plazo para entendernos- se valoran por su coste histórico.

Este diferente tratamiento evidentemente, es una incongruencia y una contradicción al mez-clar, como vulgarmente se dice, las churras con las merinas en el activo, lo que entendemos que nunca tendrá un significado adecuado. En temas de valoración, la contabilidad financiera tiene mucho camino por recorrer con el fin de aproximarse a la realidad empresarial.

La aplicación del criterio del coste históri-co y no el del precio de mercado normal

-o valor razonable si se le quiere decir de otra manera- para valorar los bienes del inmovilizado material y de las inversiones inmobiliarias, concretamente los terrenos y las construcciones, y también de las inversio-nes en el patrimonio de empresas del grupo, multigrupo y asociadas es una rémora del pasado de la contabilidad financiera que no tiene razón de ser, porque en algunos casos niega la realidad patrimonial.

Constituye la clásica situación de sostenella y no enmendalla, porque hace ya muchos años que este tema está más que resuelto por la doctrina contable, y que continúa haciéndo-se por unos perjuicios mal entendidos y, por tanto, es un hecho no aceptable.

En el tema de valoraciones, la contabilidad se juega su credibilidad -la poca que aún le queda-, porque es tan importante que no tiene vuelta de hoja. Norberto Bobbio ya lo dijo claramente: “lo importante no es creer o no creer, sino pensar o no pensar”.

De nuevo mi deseo es que se me entienda bien. No estoy diciendo tirar las campanas al vuelo y valorar alegremente los bienes del activo descritos por encima del precio normal de mercado que se podría obtener por los mismos en caso de venta en con-diciones normales. Lo que aquí postulo es valorarlos a precio normal de mercado apli-cando como siempre la prudencia necesaria. Es prudente quien, a impulsos del temor de repetir el pasado, analiza los fracasos que ha tenido, extrae de los mismos las conclusio-

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nes pertinentes y proyecta el futuro tenien-do en cuenta las experiencias que ha vivido.

Considero que hay que tener la lucidez su-ficiente para percibir, con la perspectiva que da el tiempo, que en la actualidad el criterio de valoración del coste histórico es clara-mente incorrecto en los activos antes des-critos en ciertos casos, su endeblez teórica es alta y, en consecuencia, no puede aceptar-se como un criterio válido de valoración en los bienes descritos. Lo que pudo aceptarse como un criterio válido -el coste histórico- en tiempos pasados, con todas las reservas posibles, que ya eran muchas y gordas, en la actualidad su aplicación mecanicista, acrítica y poco inteligente ha degenerado en mu-chos casos en un elemento de regresión y de irrealidad patrimonial. Aquí es de perfec-ta aplicación la máxima francesa: “Chassez le natural, il revient au galop” (descuida que lo natural vuelve cual potro salvaje).

A mi modo de ver, la valoración por enci-ma del coste de los bienes indicados debe reflejarse en la contabilidad al igual que el deterioro de su valor, si existe. Los precios de dichos bienes se mueven en ocasiones por encima de su coste y la contabilidad no puede permitirse el lujo de ignorarlos ba-sándose en prejuicios ideológicos caducos, infundados y retrógados, por lo que urge un cambio de timón al respecto.

El precio de adquisición o el coste de pro-ducción de un bien es el importe que se pagó en su día y nada más. El valor que tiene

hoy dicho bien es el que debe reflejarse en los registros contables de cualquier empresa si quiere reflejarse su realidad económica y patrimonial, dado que dicho valor, en ocasio-nes, no tiene nada que ver con el importe que se pagó por el mismo en su día.

La valoración de los bienes antes indicados debe cambiarse y transitar hacia una teo-ría del valor contable actual y aceptable, y debe hacerse de una manera fácil y con nula sofisticación matemática, para entendernos. El manual del gobernante es muy claro al respecto, que coincide con la sentencia atri-buida a Cicerón “Cometer errores es cosa de todos; perseverar en él, sólo del estulto”.

Los cambios en la valoración de dichos bie-nes, contemplados desde otro ángulo o pun-to de vista ya los tatareaba Ken Harris, otro personaje de Carson McCullers. “¿Quién ha visto el viento? / Ni tú ni yo lo hemos visto: / pero si los árboles se inclinan / el viento ha pa-sado por allí mismo”. Con esta idea pretendo significar qu,e aunque tal como ocurre en la actualidad un bien del inmovilizado no re-conozca los cambios de valor por encima de su coste, cuando dichos cambios existen nadie puede negarlos, al igual que cuando hace viento nadie puede hacerlo.

En todo caso, si a pesar de lo manifes-tado, el criterio del coste histórico o

coste por el que se valoran en la actualidad los terrenos, edificios y las inversiones en empresas del grupo, multigrupo y asociadas continuase considerándose y ratificándose como una vaca sagrada de la contabilidad o regla de valoración indiscutible, es decir, como algo inamovible, que es lo que ha ve-nido ocurriendo en España desde tiempo ha sin ningún fundamento teórico ni racional, o, dicho de otra manera, recordando viejos tiempos, si se considerase como “un princi-pio permanente e inalterable”, o simplemen-te sin entrar en más disquisiciones como un criterio de valoración contable correcto y lógico, a mi juicio puede afirmarse con pleno rigor conceptual que, unido al principio de prudencia en la interpretación equivocada

LA VALORACIóN pOR ENCIMA DEL COSTE DE LOS BIENES INDICADOS DEBE REfLEjARSE EN LA CONTABILIDAD AL IGUAL qUE EL DETERIORO DE SU VALOR, SI ExISTE

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LO qUE Sí pARECE ESTAR CLARO ES qUE LA CONTABILIDAD

fUTURA, AL IGUAL qUE OCURRE CON LA SITUACIóN DE CRISIS

qUE pADECEMOS, NO SUpONDRá ApLICAR LAS RECETAS

DE SIEMpRE

que actualmente se le da a dicho principio contable, para mi, es el principio de retocar o de no hacer bien las cosas. ¿Qué problema hay si actuando bajo un criterio de pruden-cia se valoran los activos inmobiliarios, espe-cialmente, a precios normales de mercado? No veo ninguno.

Lo que sí parece estar claro es que la con-tabilidad futura, al igual que ocurre con la situación de crisis que padecemos, no su-pondrá aplicar las recetas de siempre, por-que todo el mundo sabe que no se puede sorber y soplar al mismo tiempo. Por tanto, mi opinión sobre este tema es que hay que acabar con la retórica del criterio del coste histórico y las equivocaciones del principio de prudencia en su acepción e interpreta-ción actual, porque hoy en día, desgraciada-mente, hasta los optimistas se dan cuenta de que la contabilidad financiera se encamina hacia el precipicio, si es que no ha caído ya, mientras que los pesimistas ya han apagado las luces y tirado la toalla. La contabilidad debe ser capaz de evolucionar y de renun-ciar a dogmas. Eso no es discutible, es el gra-do cero de la verdad.

Con frecuencia mi memoria vuela con es-pecial cariño a las inolvidables lecciones que recibí, hace ya 43 años, de uno de mis maes-tros de auditoría cuando iniciaba mi andadu-ra en esta profesión que tanto ha cambiado en estos últimos tiempos (¡ah la figura de los maestros, tan necesaria y tan útil!), en una de las muchas charlas que tuve con él en las que aprendí mucho por la lógica y la clari-dad de sus exposiciones, por su gran sentido común y por su talante pragmático de las cosas y del mundo empresarial.

Se trataba del socio de auditoría Basil H. Francis Templer, de nacionalidad británica, de una firma multinacional de auditoría de reconocido prestigio. De él he recordado muchísimas veces su imborrable aprecia-ción: “Emilio, ten siempre presente que más vale información aproximadamente correcta que información definitivamente incorrecta”. Aquí queda escrito. La frase del chartered

accountant citado nos indica la desfiguración habitual de la verdad más elemental, docu-mentada y objetivable en relación a temas concretos de la valoración de determinados bienes del activo del balance.

En el tema de valorar en contabilidad finan-ciera los bienes del activo del balance de-bería de imperar el sentido común que, por desgracia, en muchas ocasiones suele ser el menos común de los sentidos. Era, como se sabe, la idea central del pensador y eco-nomista británico Walter Bagehot (1826-1877): “el sentido común enseña que los ven-dedores de libros no deberían especular con plantaciones, ni los banqueros con trementina; que los ferrocarriles no deben ser gestionados por el personal doméstico, o los canales de na-vegación por clérigos… en nombre del sentido común, que haya sentido común”.

Se atribuye a Albert Einstein (1879-1955) la siguiente cita digna del gran científico: “La locura es seguir haciendo lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”. Ojalá to-men buena nota de las ideas de este sabio en el tema que nos ocupa los doctores que tiene la iglesia. Claro que también el resto de los mortales tenemos mucho que decir y aportar, y de no hacerlo llegarán un día los “indignados” de la mala contabilidad, que todo hay que decirlo hoy en día ya son le-gión y están a las puertas de la muralla, a la vista del gran desaguisado en que opera en la actualidad tanto la contabilidad como la información financiera, y a lo mejor entran

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en combate con el baluarte de la lógica y de la racionalidad.

Por tanto, tenemos que abandonar los pa-ños calientes para desarrollar una buena teoría contable futura de la valoración. El problema se lo han creado los humanos sin que esta disciplina tenga la culpa de ello.

A este propósito traigo aquí la figura de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, conocida por sus colaboradores como TINA, acrónimo en inglés de su sem-piterna respuesta de que no había alterna-tivas (There is No Alternative) a las protestas que provocaban entre los ciudadanos bri-tánicos los recortes que ordenaba en los gastos y en la estructura del Estado por las graves equivocaciones y los excesos come-tidos por sus antecesores en el gobierno, pues a su criterio debían hacerse necesa-riamente. Su expresión es perfectamente aplicable a la necesidad de valorar cier tos bienes del inmovilizado material e inver-siones inmobiliarias -en concreto terrenos

y construcciones- por su valor normal de mercado, y también a la necesidad de en-contrar un criterio de valoración mejor que el actual para valorar las inversiones en el patrimonio de empresas del grupo, multigrupo y asociadas.

Debe recordarse, como premisa funda-mental, que la contabilidad es una disciplina eminentemente pragmática, es decir, que por encima de todo debe ser útil y eficaz a los agentes económicos que la necesitan y utilizan y, por tanto, su contenido regulador debe pensar en este objetivo esencial y no en implantar un conjunto de normas que no sirven a esta finalidad.

Es bien conocido que los matices deducti-vos se fundan en una o más premisas que, a través de un proceso argumentativo, con-ducen a una determinada conclusión. Si la premisa es falsa, tal como ocurre con la va-loración incorrecta de ciertos activos, con-tamina todo argumento ulterior e invalida la posible conclusión.

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También me parece oportuno señalar que hace no muchos años los auditores de cuen-tas en los informes de auditoría de cuentas anuales expresábamos lo siguiente en los párrafos de opinión de nuestros informes de auditoría:

“En nuestra opinión, las cuentas anuales del ejercicio 20XX adjuntas expresan, en todos los aspectos significativos, la imagen fiel del patrimonio y de la situación financiera de XYZ al 31 de diciembre de 20XX…”.

Aplicando el criterio del coste histórico en la valoración de los activos antes citados es evidente que, en ciertos casos, lo que ex-presan las cuentas anuales auditadas de mu-chas empresas es precisamente la “imagen deformada” del patrimonio y de la situación financiera, dado que el valor de dichos bie-nes está alejado del precio normal de mer-cado, lo que significa que no reflejan la tan anhelada realidad económica.

En definitiva, que para mejorar este impor-tante aspecto de la contabilidad financiera conviene declarar una cruzada doctrinal contra el coste histórico en los casos antes citados, aunque con la debida moderación, porque debemos recordar que Talleyrand ya advirtió a Napoleón que con las bayonetas se puede hacer de todo menos sentarse en-cima.

El reconocimiento explícito del hecho de que el coste histórico no refleja el precio normal de mercado de los bienes del inmo-vilizado material, se encuentra en el hecho de que en España desde los años sesenta hasta 1996 el gobierno periódicamente pro-mulgó una serie de leyes denominadas de Regularización o Actualización de sus valo-res para tener en cuenta el efecto de la in-flación. Dichas disposiciones eran de aplica-ción voluntaria para las empresas y sin coste fiscal alguno, con excepción de la última del año 1996, en que la plusvalía contable re-gistrada se gravó con un 3% de cuota del impuesto sobre sociedades. Evidentemente estas disposiciones periódicas no eran la so-

lución al tema, pero algo siempre es mejor que nada.

Recientemente, la Ley 16/2012, de 27 de diciembre, por la que se adoptan

diversas medidas tributarias dirigidas a la consolidación de las finanzas públicas y al impulso de la actividad económica, permi-te también voluntariamente efectuar una actualización de los bienes del inmovilizado material y de las inversiones inmobiliarias, pudiendo también actualizar los adquiridos en régimen de arrendamiento financiero y los elementos correspondientes a acuerdos de concesión contabilizados como intangi-bles por empresas concesionarias, aplicando los coeficientes regulados en la misma, so-portando un gravamen único del 5% sobre el saldo acreedor de la reserva de actua-lización cuando se apruebe el balance ac-tualizado.

El importe de dicho gravamen se cargará en la cuenta de reserva de revalorización y no será gasto deducible en el Impuesto so-bre Sociedades. Entiendo que las condicio-nes económicas de esta Ley, en los tiempos que corren, conllevará que pocas empresas se acojan a esta actualización de balances. A mi criterio, esta actualización debía haberse realizado en 2004, 2005 o 2006, que eran años de euforia económica y de alegría de caja.

hablemos del valor razonable

Continuando con la aplicación del valor ra-zonable o precio normal de mercado en la valoración de los bienes de activo antes descritos, conviene recordar que la actual crisis económica ha evidenciado la gran im-portancia de la valoración contable en la fijación de los precios de algunos de ellos, siendo el ejemplo más claro el de la valora-ción del parque inmobiliario de las cajas de ahorros y de los bancos, con toda la amplia problemática que ello ha generado y genera.

En la actualidad, disponer de una valoración rigurosa, adecuada y aceptable de todos los

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ES NECESARIO REfERIRSE A LA DIfICULTAD DE DETERMINAR EL VALOR RAzONABLE EN DETERMINADOS BIENES DE ACTIVO, DEBIDO A LA SITUACIóN EN qUE SE ENCUENTRA ACTUALMENTE LA ECONOMíA

activos que tienen las empresas deviene una herramienta esencial para el buen funciona-miento del sistema económico occidental.

Lo dicho hasta aquí me permite salir al paso de algunas opiniones -bajo mi punto de vis-ta completamente erróneas y sesgadas- es-cuchadas en los últimos tiempos relativas a afirmar la responsabilidad achacada a la con-tabilidad en la explosión de la crisis financie-ra de 2008 por haber aceptado aplicar el va-lor razonable. Nada más lejos de la realidad.

La crisis financiera no fue accidental y surgió como consecuencia de la desregulación de las instituciones financieras estadounidenses y por un mundo financiero elefantiásico fue-ra de control, en el que el sistema financiero capturó indirectamente el sistema político. La desregulación condujo a un incremento desmesurado de los denominados deriva-dos y de una gran innovación financiera que volvieron los mercados inestables, que aca-baron por explotar en los años 2007-2008, con las consecuencias de todos conocidas.

Como consecuencia de este hecho, y de la actitud egoísta, interesada, incompetente e irracional de algunos altos directivos de la banca anglosajona y también de otros paí-ses, incluida evidentemente España -pienso especialmente en algunas cajas de ahorro- y de sus manipulaciones, engaños y trapicheos utilizando productos financieros complejos y a la vez cosmetizados -las participaciones preferentes es un caso claro- intentando re-

flejar una realidad económica que no existía. En definitiva, de una presentación engañosa de la realidad, que es lo mismo que decir mala valoración de la realidad económica. Como recomienda el conocido refrán cata-lán “al pa pa i al vi vi” (llamamos pan al pan y vino al vino).

Tampoco puede negarse que la aplicación del valor razonable sea la panacea que vaya a curar todos los males que aquejan a la contabilidad financiera, ni muchísimo menos, que son muchos y de gran calibre. Ahora bien, dejarlo en el alero es perpetuar un problema existente que no se ha resuelto satisfactoriamente.

Por último, también es necesario referirse a la dificultad de determinar el valor razo-nable en determinados bienes de activo, debido a la situación en que se encuentra actualmente la economía general, por los efectos, entre otros, de la falta de demanda y de crédito.

El PGC 2007 define el valor razonable como: “el importe por el que puede ser inter-cambiado un activo o liquidado un pasivo, entre partes interesadas y debidamente infor-madas que realicen una transacción en condi-ciones de independencia mutua. El valor razo-nable se determinará sin deducir los costes de transacción en los que pudiera incurrirse en su enajenación. No tendrán en ningún caso el ca-rácter de valor razonable el que sea resultado de una transacción forzada, urgente o como consecuencia de una situación de liquidación involuntaria”.

El gran problema de algunos activos en la situación actual, en especial para ser con-cretos en terrenos, construcciones y en inversiones en empresas del grupo, mul-tigrupo y asociadas, reside en la dificultad de calcular su valor razonable teniendo en cuenta la inexistencia de un mercado acti-vo. En efecto, el Plan General de Contabi-lidad de 2007, con gran acier to, manifiesta que se entiende “por mercado activo aquel en el que se den las siguientes condiciones:

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hAy qUE ENTENDER qUE EN LA ACTUALIDAD LOS BIENES yA NO VALEN pOR Sí MISMOS SINO

pOR EL hEChO DE TENERLOS, UN VALOR qUE LA EVIDENCIA

DEMUESTRA qUE pUEDE CAMBIAR DE UN DíA A OTRO

a) Los bienes o servicios intercambiados en el mercado son homogéneos.

b) Pueden encontrarse prácticamente en cual-quier momento compradores o vendedores para un determinado bien o servicio; y

c) Los precios son conocidos y fácilmente accesibles para el público. Estos precios, además, reflejan transacciones de mercado reales, actuales y producidas con regulari-dad”.

Cuando no se dan estas circunstancias, y actualmente sucede en muchísimos casos, pues encontrar un parroquiano que dis-ponga del dinero para pagar una inversión o una entidad financiera que se lo preste es cada día más un “bien escaso” utilizando ter-minología económica, el valor razonable se obtendrá, en su caso, mediante la aplicación de modelos y técnicas de valoración, y aquí viene el problema.

Estos modelos y técnicas de valoración in-cluyen, quiérase o no, una gran subjetividad en la consideración de las diversas varia-bles que pueden afectarlo (cobros futuros previstos, tasa de descuento a aplicar para calcular el valor actual, riesgo de que no se pueda vender…), y ya nos encontramos nuevamente con el problema del excesivo recurso a la valoración mediante estimacio-nes contables, que antes he comentado. En temas de valoración, no vale el “todo a cien”, y hay que recordar que si el planteamiento de un problema es erróneo, la solución tam-bién lo será.

por tanto, en algunos casos el valor razonable ya no es el precio normal

de mercado al que antes me he referido, que sería el precio más fiable posible, al no existir un mercado activo que posibili-te determinarlo, lo cual evidentemente es un contrasentido, pero es así. Como puede constatar el lector, nos encontramos ante un tema brumoso en algunos casos, por lo que la conclusión es que no es fácil determi-narlo. Esta es la conclusión final, y sabemos

que muchos otros profesionales comparten idéntica opinión.

Es de señalar que no es menos cierto que un activo inmobiliario valorado a valor razo-nable -precio normal de mercado-, siguien-do unos criterios de prudencia obviamen-te, puede conferir una mayor solvencia a la empresa y permitirle el acceso a fuentes de financiación ajena que probablemente no obtendrá si no tiene sus activos valorados adecuadamente, y quede claro que no plan-teo en ningún momento y bajo ningún con-cepto la práctica de contabilidad creativa, sino reflejar simplemente el valor por el que puede venderse el activo.

Otro asunto que también aletea en el am-biente y que hay que entender y aceptar es que en la actualidad los bienes ya no valen por sí mismos, por su utilidad intrínseca, sino que valen lo que se paga por el hecho de te-nerlos, un valor que la evidencia demuestra que puede cambiar de un día a otro (pen-semos por ejemplo en un piso). Ni siquiera el dinero, al no estar ya soportado por una equivalencia fija del papel moneda con el oro ofrece un valor estable, fijo. Todo cam-bia, nada permanece como anunciaba el fi-lósofo, todo es relativo, especialmente todo aquello que tiene que ver con el dinero.

El problema de la valoración contable es muy similar a la Teoría de los colores de Goethe, que tan llamativamente expuso en su libro. Cuando un pintor pinta un cuadro

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sobre fondo negro, los colores adquieren gran relevancia y se convierten en únicos, porque no hay otros. Por el contrario, si pin-ta un cuadro sobre un fondo blanco, los co-lores tienden a difuminarse y el fondo blan-co invita a poner más colores para intentar darle brillantez y alegría. En la actualidad, por unas ideas mal entendidas, los diseñadores de la nueva contabilidad -sería más correcto denominarla mala contabilidad- la han pin-tado con fondo negro, como si las propues-tas de reflejo de la realidad económica de algunos activos fuesen las únicas y además fuesen reales.

Si se pintara la realidad económica con to-nos más claros, y todos sabemos que los colores tienen una variedad riquísima, pues admiten toda una amplia gama de azules, verdes, grises y amarillos, incluyendo alguna pincelada de rojo cuando sea oportuno y como que todo es relativo, la realidad eco-nómica se vería de muy distinta manera y no quedaría ceñida a un único color de fondo que no la refleja en muchos casos.

Hay que huir del ostracismo monótono al que nos conducen los códigos erróneos

impuestos a la sociedad por la clase polí-tica, que no permite una discusión serena, tranquila y razonada de los problemas exis-tentes y de sus posibles soluciones. Hoy somos esclavos de los políticos mediocres que inventan superioridades para estable-cer un poder del que se apropian.

En el problema de la valoración contable tenemos un largo camino por recorrer, por lo mucho que hay que subsanar. La conta-bilidad en este campo tiene la necesidad de respirar otros aires y sacudirse de encima toda la antigualla normativa que resulta in-eficaz y que nos lleva a planteamientos y soluciones erróneas o irreales, aplicando la lógica para intentar reflejar la realidad eco-nómica y evitar los dogmas que no llevan a ninguna parte.

Por último, soy plenamente consciente de que existe una curiosa contradicción de fon-do entre intentar minimizar el impacto de los modelos predictivos -excesivo recurso a la valoración mediante estimaciones con-tables como los hemos definido- y la pro-puesta que he realizado en este apartado de mejorar la valoración de los terrenos y

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EN LA ACTUALIDAD, EL TAN MANIDO pRINCIpIO

DE pRUDENCIA TIENE UNA ExCESIVA RELAjACIóN AL

qUEDAR DILUIDO ENTRE TANTAS ESTIMACIONES E hIpóTESIS DE

fUTURO

construcciones aplicando el valor razonable o precio normal de mercado.

Tampoco hay que olvidar la necesidad de me-jorar también la valoración de las inversiones en empresas del grupo, multigrupo y asociadas para reflejar más adecuadamente la realidad económico-patrimonial de las empresas que las posean, cuya solución simple podría ser, por ejemplo, valorarlas según el valor teóri-co contable de su participación, pero siempre evidentemente que los terrenos, construccio-nes y las inversiones financieras que pudieran tener en otras empresas estuviesen valorados con la propuesta antes realizada.

En efecto, dejando a un lado que, en los tiempos actuales, ocurre en algunos o mu-chos casos que el precio normal de mer-cado o valor razonable de los bienes antes descritos es inferior al coste -lo cual exige, de ser así, la pertinente contabilización de la pérdida por deterioro de su valor- para rebajar su valor registrado al valor razonable o precio normal de mercado, y que antes he criticado que la valoración individualizada de todos los bienes del inmovilizado material a valor razonable, por ejemplo, era una tarea ardua y con el coste pertinente imposible de asumir razonablemente en la economía de mercado en que vivimos, donde hay que intentar siempre equilibrar el concepto de coste-beneficio.

Estoy seguro que el lector sabrá separar per-fectamente el grano de la paja y que, aunque todo es discutible y ciertas propuestas pue-den generar determinados problemas; nunca dije que fuera a ser fácil y también, obviamen-te, que mi propuesta no pueda ser criticable.

Pero vayamos al fondo de la cuestión que es lo importante. La contabilidad no es una ciencia exacta como las matemáticas donde dos más dos son cuatro, siendo uno de sus requisitos fundamentales que la información obtenida de los registros contables y des-pués reflejada en las cuentas anuales sea fia-ble. “La información es fiable cuando está libre de errores materiales y es neutral, es decir, está

libre de sesgos, y los usuarios pueden confiar en que es la imagen fiel de lo que pretende representar” (2. Requisitos de la información a incluir en las cuentas anuales. Primera Par-te. Marco conceptual de la contabilidad. Plan General de Contabilidad).

¿Hay alguien que pueda afirmar objetiva-mente, por ejemplo, que un terreno, una construcción o una inversión financiera en una asociada, adquirido en su día por 10 y contabilizado por este importe, y que en la actualidad su valor razonable o precio nor-mal de mercado sea de 40, refleja la ima-gen fiel de lo que pretende representar? La respuesta a dicha pregunta es tan elocuente que no precisa aclaración alguna.

La fiabilidad es la palabra clave tanto de la valoración de los bienes de activo como también de las estimaciones contables, antes comentadas. En la actualidad el tan manido principio de prudencia tiene una excesi-va relajación al quedar diluido entre tantas estimaciones e hipótesis de futuro. Lo que significa que cuando haya que valorar un bien o realizar una estimación contable en un contexto determinado, si no es fiable o simplemente no es posible obtener la infor-mación razonable necesaria para hacerlo -si-tuación que en los tiempos actuales es más que frecuente-, no debe realizarse porque sí para cumplir con la normativa contable y cubrir el expediente. Es preciso recordar que, como en todo acto de la vida, hay que seguir a rajatabla la máxima de: “en caso de duda, lo mejor es abstenerse”.