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LICEO CHIGUAYANTE BiblioCRA 2005 Cuentos de Amor de Locura y de Muerte Horacio Quiroga 1917 UNA ESTACION DE AMOR Primavera Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas, miró al carruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto la tarde anterior, preguntó a sus compañeros: —¿Quién es? No parece fea. —¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece... Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero completamente núbil. Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdiéndose hacia las sienes en el cerco de sus negras pestañas. Acaso un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o de gran terquedad. Pero sus ojos, así, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos, quedó deslumbrado. —¡Qué encanto!—murmuró, quedando inmóvil con una rodilla sobre al almohadón del surrey. Un momento después las serpentinas volaban hacia la victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el puente colgante de cintas, y la que lo ocasionaba sonreía de vez en cuando al galante muchacho. Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cochero y aún carruaje: sobre el hombro, la cabeza, látigo, guardabarros, las serpentinas llovían sin cesar. Tanto fué, que las dos personas sentadas atrás se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron atentamente al derrochador. —¿Quiénes son?—preguntó Nébel en voz baja. —El doctor Arrizabalaga; cierto que no lo conoces. La otra es la madre de tu chica... Es cuñada del doctor. Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial condescencia. Este fué el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel aportó cuanto de adoración cabía en su apasionada adolescencia. Mientras continuó el corso, y en Concordia se prolonga hasta horas increíbles, Nébel tendió incesantemente su brazo hacia adelante, tan bien, que el puño de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano. Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con batalla de flores, Nébel agotó en un cuarto de hora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la señora se reían, volviéndose a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nébel. Este echó una mirada de desesperación a sus canastas vacías; mas sobre el almohadón del surrey quedaban aún uno, un pobre ramo de siemprevivas y jazmines del país. Nébel saltó con él por sobre la rueda del surrey, dislocóse casi un tobillo, y corriendo a la victoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos, tendió el ramo a la joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero no lo tenía. Sus acompañantes se rían. —¡Pero loca!—le dijo la madre, señalándole el pecho—¡ahí tienes uno! El carruaje arrancaba al trote. Nébel, que había descendido del estribo, afligido, corrió y alcanzó el ramo que la joven le tendía, con el cuerpo casi fuera del coche. 1

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PAGE 1LICEO CHIGUAYANTE

BiblioCRA 2005

Cuentos de Amor de Locura y de Muerte

Horacio Quiroga

1917

UNA ESTACION DE AMOR

Primavera

Era el martes de carnaval. Nbel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshaca un paquete de serpentinas, mir al carruaje de delante. Extraado de una cara que no haba visto la tarde anterior, pregunt a sus compaeros:

Quin es? No parece fea.

Un demonio! Es lindsima. Creo que sobrina, o cosa as, del doctor Arrizabalaga. Lleg ayer, me parece...

Nbel fij entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven an, acaso no ms de catorce aos, pero completamente nbil. Tena, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdindose hacia las sienes en el cerco de sus negras pestaas. Acaso un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o de gran terquedad. Pero sus ojos, as, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nbel detenidos un momento en los suyos, qued deslumbrado.

Qu encanto!murmur, quedando inmvil con una rodilla sobre al almohadn del surrey. Un momento despus las serpentinas volaban hacia la victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el puente colgante de cintas, y la que lo ocasionaba sonrea de vez en cuando al galante muchacho.

Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cochero y an carruaje: sobre el hombro, la cabeza, ltigo, guardabarros, las serpentinas llovan sin cesar. Tanto fu, que las dos personas sentadas atrs se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron atentamente al derrochador.

Quines son?pregunt Nbel en voz baja.

El doctor Arrizabalaga; cierto que no lo conoces. La otra es la madre de tu chica... Es cuada del doctor.

Como en pos del examen, Arrizabalaga y la seora se sonrieran francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nbel se crey en el deber de saludarlos, a lo que respondi el terceto con jovial condescencia.

Este fu el principio de un idilio que dur tres meses, y al que Nbel aport cuanto de adoracin caba en su apasionada adolescencia. Mientras continu el corso, y en Concordia se prolonga hasta horas increbles, Nbel tendi incesantemente su brazo hacia adelante, tan bien, que el puo de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano.

Al da siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con batalla de flores, Nbel agot en un cuarto de hora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la seora se rean, volvindose a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nbel. Este ech una mirada de desesperacin a sus canastas vacas; mas sobre el almohadn del surrey quedaban an uno, un pobre ramo de siemprevivas y jazmines del pas. Nbel salt con l por sobre la rueda del surrey, dislocse casi un tobillo, y corriendo a la victoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos, tendi el ramo a la joven. Ella busc atolondradamente otro, pero no lo tena. Sus acompaantes se ran.

Pero loca!le dijo la madre, sealndole el pechoah tienes uno!

El carruaje arrancaba al trote. Nbel, que haba descendido del estribo, afligido, corri y alcanz el ramo que la joven le tenda, con el cuerpo casi fuera del coche.

Nbel haba llegado tres das atrs de Buenos Aires, donde conclua su bachillerato. Haba permanecido all siete aos, de modo que su conocimiento de la sociedad actual de Concordia era mnimo. Deba quedar an quince das en su ciudad natal, disfrutados en pleno sosiego de alma, si no de cuerpo; y he ah que desde el segundo da perda toda su serenidad. Pero en cambio qu encanto!

Qu encanto!se repeta pensando en aquel rayo de luz, flor y carne femenina que haba llegado a l desde el carruaje. Se reconoca real y profundamente deslumbradoy enamorado, desde luego.

Y si ella lo quisiera!... Lo querra? Nbel, para dilucidarlo, confiaba mucho ms que en el ramo de su pecho, en la precipitacin aturdida con que la joven haba buscado algo para darle. Evocaba claramente el brillo de sus ojos cuando lo vi llegar corriendo, la inquieta espectativa con que lo esper, yen otro orden, la morbidez del joven pecho, al tenderle el ramo.

Y ahora, concludo! Ella se iba al da siguiente a Montevideo. Qu le importaba lo dems, Concordia, sus amigos de antes, su mismo padre? Por lo menos ira con ella hasta Buenos Aires.

Hicieron, efectivamente, el viaje juntos, y durante l, Nbel lleg al ms alto grado de pasin que puede alcanzar un romntico muchacho de 18 aos, que se siente querido. La madre acogi el casi infantil idilio con afable complacencia, y se rea a menudo al verlos, hablando poco, sonriendo sin cesar, y mirndose infinitamente.

La despedida fu breve, pues Nbel no quiso perder el ltimo vestigio de cordura que le quedaba, cortando su carrera tras ella.

Volveran a Concordia en el invierno, acaso una temporada. Ira l? Oh, no volver yo! Y mientras Nbel se alejaba, tardo, por el muelle, volvindose a cada momento, ella, de pecho sobre la borda, la cabeza un poco baja, lo segua con los ojos, mientras en la planchada los marineros levantaban los suyos risueos a aquel idilioy al vestido, corto an, de la tiernsima novia.

Verano

El 13 de junio Nbel volvi a Concordia, y aunque supo desde el primer momento que Lidia estaba all, pas una semana sin inquietarse poco ni mucho por ella. Cuatro meses son plazo sobrado para un relmpago de pasin, y apenas si en el agua dormida de su alma, el ltimo resplandor alcanzaba a rizar su amor propio. Senta, s, curiosidad de verla. Pero un nimio incidente, punzando su vanidad, lo arrastr de nuevo. El primer domingo, Nbel, como todo buen chico de pueblo, esper en la esquina la salida de misa. Al fin, las ltimas acaso, erguidas y mirando adelante, Lidia y su madre avanzaron por entre la fila de muchachos.

Nbel, al verla de nuevo, sinti que sus ojos se dilataban para sorber en toda su plenitud la figura bruscamente adorada. Esper con ansia casi dolorosa el instante en que los ojos de ella, en un sbito resplandor de dichosa sorpresa, lo reconoceran entre el grupo.

Pero pas, con su mirada fra fija adelante.

Parece que no se acuerda ms de tile dijo un amigo, que a su lado haba seguido el incidente.

No mucho!se sonri l.Y es lstima, porque la chica me gustaba en realidad.

Pero cuando estuvo solo se llor a s mismo su desgracia. Y ahora que haba vuelto a verla! Cmo, cmo la haba querido siempre, l que crea no acordarse ms! Y acabado! Pum, pum, pum!repeta sin darse cuenta, con la costumbre del chico.Pum! todo concludo!

De golpe: Y si no me hubiera visto?... Claro! pero claro! Su rostro se anim de nuevo, acogindose con plena conviccin a una probabilidad como esa, profundamente razonable.

A las tres golpeaba en casa del doctor Arrizabalaga. Su idea era elemental: consultara con cualquier msero pretexto al abogado, y entretanto acaso la viera. Una sbita carrera por el patio respondi al timbre, y Lidia, para detener el impulso, tuvo que cogerse violentamente a la puerta vidriera. Vi a Nbel, lanz una exclamacin, y ocultando con sus brazos la liviandad domstica de su ropa, huy ms velozmente an.

Un instante despus la madre abra el consultorio, y acoga a su antiguo conocido con ms viva complacencia que cuatro meses atrs. Nbel no caba en s de gozo, y como la seora no pareca inquietarse por las preocupaciones jurdicas de Nbel, ste prefiri tambin un milln de veces tal presencia a la del abogado.

Con todo, se hallaba sobre ascuas de una felicidad demasiado ardiente y, como tena 18 aos, deseaba irse de una vez para gozar a solas, y sin cortedad, su inmensa dicha.

Tan pronto, ya!le dijo la seora.Espero que tendremos el gusto de verlo otra vez... No es verdad?

Oh, s, seora!

En casa todos tendramos mucho placer... supongo que todos! Quiere que consultemos?se sonri con maternal burla.

Oh, con toda el alma!repuso Nbel.

Lidia! Ven un momento! Hay aqu una persona a quien conoces.

Nbel haba sido visto ya por ella; pero no importaba.

Lidia lleg cuando l estaba de pie. Avanz a su encuentro, los ojos centelleantes de dicha, y le tendi un gran ramo de violetas, con adorable torpeza.

Si a usted no le molestaprosigui la madrepodra venir todos los lunes... qu le parece?

Que es muy poco, seora!repuso el muchachoLos viernes tambin... me permite?

La seora se ech a reir.

Qu apurado! Yo no s... veamos qu dice Lidia. Qu dices, Lidia?

La criatura, que no apartaba sus ojos rientes de Nbel, le dijo _s_! en pleno rostro, puesto que a l deba su respuesta.

Muy bien: entonces hasta el lunes, Nbel.

Nbel objet:

No me permitira venir esta noche? Hoy es un da extraordinario...

Bueno! Esta noche tambin! Acompalo, Lidia.

Pero Nbel, en loca necesidad de movimiento, se despidi all mismo, y huy con su ramo cuyo cabo haba deshecho casi, y con el alma proyectada al ltimo cielo de la felicidad.

II

Durante dos meses, todos los momentos en que se vean, todas las horas que los separaban, Nbel y Lidia se adoraron. Para l, romntico hasta sentir el estado de dolorosa melancola que provoca una simple gara que agrisa el patio, la criatura aquella, con su cara angelical, sus ojos azules y su temprana plenitud, deba encarnar la suma posible de ideal. Para ella, Nbel era varonil, buen mozo e inteligente. No haba en su mutuo amor ms nube para el porvenir que la minora de edad de Nbel. El muchacho, dejando de lado estudios, carreras y superfluidades por el estilo, quera casarse. Como probado, no haba sino dos cosas: que a l le era absolutamente imposible vivir sin su Lidia, y que llevara por delante cuanto se opusiese a ello. Presentao ms bien dicho, sentaque iba a escollar rudamente.

Su padre, en efecto, a quien haba disgustado profundamente el ao que perda Nbel tras un amoro de carnaval, deba apuntar las es con terrible vigor. A fines de Agosto, habl un da definitivamente a su hijo:

Me han dicho que sigues tus visitas a lo de Arrizabalaga. Es cierto? Porque t no te dignas decirme una palabra.

Nbel vi toda la tormenta en esa forma de dignidad, y la voz le tembl un poco.

Si no te dije nada, pap, es porque s que no te gusta que hable de eso.

Bah! cmo gustarme, puedes, en efecto, ahorrarte el trabajo... Pero quisiera saber en qu estado ests. Vas a esa casa como novio?

S.

Y te reciben formalmente?

C-creo que s.

El padre lo mir fijamente y tamborile sobre la mesa.

Est bueno! Muy bien!... Oyeme, porque tengo el deber de mostrarte el camino. Sabes t bien lo que haces? Has pensado en lo que puede pasar?

Pasar?... qu?

Que te cases con esa muchacha. Pero fjate: ya tienes edad para reflexionar, al menos. Sabes quin es? De dnde viene? Conoces a alguien que sepa qu vida lleva en Montevideo?

Pap!

S, qu hacen all! Bah! no pongas esa cara... No me refiero a tu... novia. Esa es una criatura, y como tal no sabe lo que hace. Pero sabes de qu viven?

No! Ni me importa, porque aunque seas mi padre...

Bah, bah, bah! Deja eso para despus. No te hablo como padre sino como cualquier hombre honrado pudiera hablarte. Y puesto que te indigna tanto lo que te pregunto, averigua a quien quiera contarte, qu clase de relaciones tiene la madre de tu novia con su cuado, pregunta!

S! Ya s que ha sido...

Ah, sabes que ha sido la querida de Arrizabalaga? Y que l u otro sostienen la casa en Montevideo? Y te quedas tan fresco!

...!

S, ya s, tu novia no tiene nada que ver con esto, ya s! No hay impulso ms bello que el tuyo... Pero anda con cuidado, porque puedes llegar tarde!... No, no, clmate! No tengo ninguna idea de ofender a tu novia, y creo, como te he dicho, que no est contaminada an por la podredumbre que la rodea. Pero si la madre te la quiere vender en matrimonio, o ms bien a la fortuna que vas a heredar cuando yo muera, dle que el viejo Nbel no est dispuesto a esos trficos, y que antes se lo llevar el diablo que consentir en eso. Nada ms te quera decir.

El muchacho quera mucho a su padre a pesar del carcter duro de ste; sali lleno de rabia por no haber podido desahogar su ira, tanto ms violenta cuanto que l mismo la saba injusta. Haca tiempo ya que no ignoraba esto: la madre de Lidia haba sido querida de Arrizabalaga en vida de su marido, y an cuatro o cinco aos despus. Se vean an de tarde en tarde, pero el viejo libertino, arrebujado ahora en sus artritis de enfermizo soltern, distaba mucho de ser respecto de su cuada lo que se pretenda; y si mantena el tren de madre e hija, lo haca por una especie de compasin de ex amante, rayana en vil egosmo, y sobre todo para autorizar los chismes actuales que hinchaban su vanidad.

Nbel evocaba a la madre; y con un extremecimiento de muchacho loco por las mujeres casadas, recordaba cierta noche en que hojeando juntos y reclinados una Illustration, haba credo sentir sobre sus nervios sbitamente tensos, un hondo hlito de deseo que surga del cuerpo pleno que rozaba con l. Al levantar los ojos, Nbel haba visto la mirada de ella, en lnguida imprecisin de mareo, posarse pesadamente sobre la suya.

Se haba equivocado? Era terriblemente histrica, pero con rara manifestacin desbordante; los nervios desordenados repiqueteaban hacia adentro, y de aqu la sbita tenacidad en un disparate, el brusco abandono de una conviccin; y en los prodromos de las crisis, la obstinacin creciente, convulsiva, edificndose a grandes bloques de absurdos. Abusaba de la morfina, por angustiosa necesidad y por elegancia. Tena treinta y siete aos; era alta, con labios muy gruesos y encendidos, que humedeca sin cesar. Sin ser grandes, los ojos lo parecan por un poco hundidos y tener pestaas muy largas; pero eran admirables de sombra y fuego. Se pintaba. Vesta, como la hija, con perfecto buen gusto, y era sta, sin duda, su mayor seduccin. Deba de haber tenido, como mujer, profundo encanto; ahora la histeria haba trabajado mucho su cuerposiendo, desde luego, enferma del vientre. Cuando el latigazo de la morfina pasaba, sus ojos se empaaban, y de la comisura de los labios, del prpado globoso, penda una fina redecilla de arrugas. Pero a pesar de ello, la misma histeria que le deshaca los nervios era el alimento, un poco mgico, que sostena su tonicidad.

Quera entraablemente a Lidia; y con la moral de las histricas burguesas, hubiera envilecido a su hija para hacerla felizesto es, para proporcionarle aquello que habra hecho su propia felicidad.

As, la inquietud del padre de Nbel a este respecto tocaba a su hijo en lo ms hondo de sus cuerdas de amante. Cmo haba escapado Lidia? Porque la limpidez de su cutis, la franqueza de su pasin de chica que surga con adorable libertad de sus ojos brillantes, eran, ya no prueba de pureza, sino de escaln de noble gozo por el que Nbel ascenda triunfal a arrancar de una manotada a la planta podrida la flor que peda por l.

Esta conviccin era tan intensa, que Nbel jams la haba besado. Una tarde, despus de almorzar, en que pasaba por lo de Arrizabalaga, haba sentido loco deseo de verla. Su dicha fu completa, pues la hall sola, en batn, y los rizos sobre las mejillas. Como Nbel la retuvo contra la pared, ella, riendo y cortada, se recost en el muro. Y el muchacho, a su frente, tocndola casi, sinti en sus manos inertes la alta felicidad de un amor inmaculado, que tan fcil le habra sido manchar.

Pero luego, una vez su mujer! Nbel precipitaba cuanto le era posible su casamiento. Su habilitacin de edad, obtenida en esos das, le permita por su legtima materna afrontar los gastos. Quedaba el consentimiento del padre, y la madre apremiaba este detalle.

La situacin de ella, sobrado equvoca en Concordia, exiga una sancin social que deba comenzar, desde luego, por la del futuro suegro de su hija. Y sobre todo, la sostena el deseo de humillar, de forzar a la moral burguesa, a doblar las rodillas ante la misma inconveniencia que despreci.

Ya varias veces haba tocado el punto con su futuro yerno, con alusiones a mi suegro"... mi nueva familia"... la cuada de mi hija. Nbel se callaba, y los ojos de la madre brillaban entonces con ms fuego.

Hasta que un da la llama se levant. Nbel haba fijado el 18 de octubre para su casamiento. Faltaba ms de un mes an, pero la madre hizo entender claramente al muchacho que quera la presencia de su padre esa noche.

Ser difcildijo Nbel despus de un mortificante silencio. Le cuesta mucho salir de noche... No sale nunca.

Ah!exclam slo la madre, mordindose rpidamente el labio. Otra pausa sigui, pero sta ya de presagio.

Porque usted no hace un casamiento clandestino verdad?

Oh!se sonri difcilmente Nbel. Mi padre tampoco lo cree.

Y entonces?

Nuevo silencio cada vez ms tempestuoso.

Es por m que su seor padre no quiere asistir?

No, no seora!exclam al fin Nbel, impaciente. Est en su modo de ser... Hablar de nuevo con l, si quiere.

Yo, querer?se sonri la madre dilatando las narices. Haga lo que le parezca... Quiere irse, Nbel, ahora? No estoy bien.

Nbel sali, profundamente disgustado. Qu iba a decir a su padre? ste sostena siempre su rotunda oposicin a tal matrimonio, y ya el hijo haba emprendido las gestiones para prescindir de ella.

Puedes hacer eso, mucho ms, y todo lo que te d la gana. Pero mi consentimiento para que esa entretenida sea tu suegra, jams!

Despus de tres das Nbel decidi aclarar de una vez ese estado de cosas, y aprovech para ello un momento en que Lidia no estaba.

Habl con mi padrecomenz Nbely me ha dicho que le ser completamente imposible asistir.

La madre se puso un poco plida, mientras sus ojos, en un sbito fulgor, se estiraban hacia las sienes.

Ah! Y por qu?

No srepuso con voz sorda Nbel.

Es decir... que su seor padre teme mancharse si pone los pies aqu?

No srepiti l con inconsciente obstinacin.

Es que es una ofensa gratuita la que nos hace ese seor! Qu se ha figurado?aadi con voz ya alterada y los labios temblantes.Quin es l para darse ese tono?

Nbel sinti entonces el fustazo de reaccin en la cepa profunda de su familia.

Qu es, no s!repuso con la voz precipitada a su vezpero no slo se niega a asistir, sino que tampoco da su consentimiento.

Qu? qu se niega? Y por qu? Quin es l? El ms autorizado para esto!

Nbel se levant:

Seora...

Pero ella se haba levantado tambin.

S, l! Usted es una criatura! Pregntele de dnde ha sacado su fortuna, robada a sus clientes! Y con esos aires! Su familia irreprochable, sin mancha, se llena la boca con eso! Su familia!... Dgale que le diga cuntas paredes tena que saltar para ir a dormir con su mujer, antes de casarse! S, y me viene con su familia!... Muy bien, vyase; estoy hasta aqu de hipocresas! Que lo pase bien!

III

Nbel vivi cuatro das vagando en la ms honda desesperacin. Ou poda esperar despus de lo sucedido? Al quinto, y al anochecer, recibi una esquela:

Octavio: Lidia est bastante enferma, y slo su presencia podra calmarla.

Mara S. de Arrizabalaga.

Era una treta, no tena duda. Pero si su Lidia en verdad...

Fu esa noche y la madre lo recibi con una discrecin que asombr a Nbel, sin afabilidad excesiva, ni aire tampoco de pecadora que pide disculpa.

Si quiere verla...

Nbel entr con la madre, y vi a su amor adorado en la cama, el rostro con esa frescura sin polvos que dan nicamente los 14 aos, y el cuerpo recogido bajo las ropas que disimulaban notablemente su plena juventud.

Se sent a su lado, y en balde la madre esper a que se dijeran algo: no hacan sino mirarse y reir.

De pronto Nbel sinti que estaban solos, y la imagen de la madre surgi ntida: se va para que en el transporte de mi amor reconquistado, pierda la cabeza y el matrimonio sea as forzoso. Pero en ese cuarto de hora de goce final que le ofrecan adelantado y gratis a costa de un pagar de casamiento, el muchacho, de 18 aos, sinticomo otra vez contra la paredel placer sin la ms leve mancha, de un amor puro en toda su aureola de potico idilio.

Slo Nbel pudo decir cun grande fu su dicha recuperada en pos del naufragio. El tambin olvidaba lo que fuera en la madre explosin de calumnia, ansia rabiosa de insultar a los que no lo merecen. Pero tena la ms fra decisin de apartar a la madre de su vida una vez casados. El recuerdo de su tierna novia, pura y riente en la cama de que se haba destendido una punta para l, encenda la promesa de una voluptuosidad ntegra, a la que no haba robado ni el ms pequeo diamante.

A la noche siguiente, al llegar a lo de Arrizabalaga, Nbel hall el zagun oscuro. Despus de largo rato, la sirvienta entreabri la vidriera:

No estn las seoras.

Han salido?pregunt extraado.

No, se van a Montevideo... Han ido al Salto a dormir abordo.

Ah!murmur Nbel aterrado. Tena una esperanza an.

El doctor? Puedo hablar con l?

No est, se ha ido al club despus de comer...

Una vez solo en la calle oscura, Nbel levant y dej caer los brazos con mortal desaliento: Se acab todo! Su felicidad, su dicha reconquistada un da antes, perdida de nuevo y para siempre! Presenta que esta vez no haba redencin posible. Los nervios de la madre haban saltado a la loca, como teclas, y l no poda hacer ya nada ms.

Comenzaba a lloviznar. Camin hasta la esquina, y desde all, inmvil bajo el farol, contempl con estpida fijeza la casa rosada. Di una vuelta a la manzana, y torn a detenerse bajo el farol. Nunca, nunca!

Hasta las once y media hizo lo mismo. Al fin se fu a su casa y carg el revlver. Pero un recuerdo lo detuvo: meses atrs haba prometido a un dibujante alemn que antes de suicidarseNbel era adolescenteira a verlo. Unalo con el viejo militar de Guillermo una viva amistad, cimentada sobre largas charlas filosficas.

A la maana siguiente, muy temprano, Nbel llamaba al pobre cuarto de aqul. La expresin de su rostro era sobrado explcita.

Es ahora?le pregunt el paternal amigo, estrechndole con fuerza la mano.

Pst! De todos modos!...repuso el muchacho, mirando a otro lado.

El dibujante, con gran calma, le cont entonces su propio drama de amor.

Vaya a su casaconcluyy si a las once no ha cambiado de idea, vuelva a almorzar conmigo, si es que tenemos qu. Despus har lo que quiera. Me lo jura?

Se lo jurocontest Nbel, devolvindole su estrecho apretn con grandes ganas de llorar.

En su casa lo esperaba una tarjeta de Lidia:

Idolatrado Octavio: Mi desesperacin no puede ser ms grande, pero mam ha visto que si me casaba con usted me estaban reservados grandes dolores, he comprendido como ella que lo mejor era separarnos y le jura no olvidarlo nunca

tu Lidia.

Ah, tena que ser as!clam el muchacho, viendo al mismo tiempo con espanto su rostro demudado en el espejo.La madre era quien haba inspirado la carta, ella y su maldita locura! Lidia no haba podido menos que escribir, y la pobre chica, trastornada, lloraba todo su amor en la redaccin. Ah! Si pudiera verla algn da, decirle de qu modo la he querido, cunto la quiero ahora, adorada del alma!

Temblando fu hasta el velador y cogi el revlver, pero record su nueva promesa, y durante un rato permaneci inmvil, limpiando obstinadamente con la ua una mancha del tambor.

Otoo

Una tarde, en Buenos Aires, acababa Nbel de subir al tramway, cuando el coche se detuvo un momento ms del conveniente, y aqul, que lea, volvi al fin la cabeza. Una mujer con lento y difcil paso avanzaba. Tras una rpida ojeada a la incmoda persona, reanud la lectura. La dama se sent a su lado, y al hacerlo mir atentamente a Nbel. Este, aunque senta de vez en cuando la mirada extranjera posada sobre l, prosigui su lectura; pero al fin se cans y levant el rostro extraado.

Ya me pareca que era ustedexclam la damaaunque dudaba an... No me recuerda, no es cierto?

Srepuso Nbel abriendo los ojosla seora de Arrizabalaga...

Ella vi la sorpresa de Nbel, y sonri con aire de vieja cortesana que trata an de parecer bien a un muchacho.

De ella, cuando Nbel la conoci once aos atrs, slo quedaban los ojos, aunque ms hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos. Los pmulos saltaban ahora, y los labios, siempre gruesos, pretendan ocultar una dentadura del todo cariada. Bajo el cuerpo demacrado se vea viva a la morfina corriendo por entre los nervios agotados y las arterias acuosas, hasta haber convertido en aquel esqueleto, a la elegante mujer que un da hoje la Illustration a su lado.

S, estoy muy envejecida... y enferma; he tenido ya ataques a los riones... y ustedaadi mirndolo con ternurasiempre igual! Verdad es que no tiene treinta aos an... Lidia tambin est igual.

Nbel levant los ojos:

Soltera?

S... Cunto se alegrar cuando le cuente! Por qu no le da ese gusto a la pobre? No quiere ir a vernos?

Con mucho gustomurmur Nbel.

S, vaya pronto; ya sabe lo que hemos sido para... En fin, Boedo, 1483; departamento 14... Nuestra posicin es tan mezquina...

Oh!protest l, levantndose para irse. Prometi ir muy pronto.

Doce das despus Nbel deba volver al ingenio, y antes quiso cumplir su promesa. Fu allun miserable departamento de arrabal.La seora de Arrizabalaga lo recibi, mientras Lidia se arreglaba un poco.

Conque once aos!observ de nuevo la madre.Cmo pasa el tiempo! Y usted que podra tener una infinidad de hijos con Lidia!

Seguramentesonri Nbel, mirando a su rededor.

Oh! no estamos muy bien! Y sobre todo como debe estar puesta su casa... Siempre oigo hablar de sus caaverales... Es ese su nico establecimiento?

S,... en Entre Ros tambin...

Qu feliz! Si pudiera uno... Siempre deseando ir a pasar unos meses en el campo, y siempre con el deseo!

Se call, echando una fugaz mirada a Nbel. Este con el corazn apretado, reviva ntidas las impresiones enterradas once aos en su alma.

Y todo esto por falta de relaciones... Es tan difcil tener un amigo en esas condiciones!

El corazn de Nbel se contraa cada vez ms, y Lidia entr.

Estaba tambin muy cambiada, porque el encanto de un candor y una frescura de los catorce aos, no se vuelve a hallar ms en la mujer de veintisis. Pero bella siempre. Su olfato masculino sinti en la mansa tranquilidad de su mirada, en su cuello mrbido, y en todo lo indefinible que denuncia al hombre el amor ya gozado, que deba guardar velado para siempre, el recuerdo de la Lidia que conoci.

Hablaron de cosas muy triviales, con perfecta discrecin de personas maduras. Cuando ella sali de nuevo un momento, la madre reanud:

S, est un poco dbil... Y cuando pienso que en el campo se repondra en seguida... Vea, Octavio: me permite ser franca con usted? Ya sabe que lo he querido como a un hijo... No podramos pasar una temporada en su establecimiento? Cunto bien le hara a Lidia!

Soy casadorepuso Nbel.

La seora tuvo un gesto de viva contrariedad, y por un instante su decepcin fu sincera; pero en seguida cruz sus manos cmicas:

Casado, usted! Oh, qu desgracia, qu desgracia! Perdneme, ya sabe!... No s lo que digo... Y su seora vive con usted en el ingenio?

S, generalmente... Ahora est en Europa.

Qu desgracia! Es decir... Octavio!aadi abriendo los brazos con lgrimas en los ojos:a usted le puedo contar, usted ha sido casi mi hijo... Estamos poco menos que en la miseria! Por qu no quiere que vaya con Lidia? Voy a tener con usted una confesin de madreconcluy con una pastosa sonrisa y bajando la voz:usted conoce bien el corazn de Lidia, no es cierto?

Esper respuesta, pero Nbel permaneci callado.

S, usted la conoce! Y cree que Lidia es mujer capaz de olvidar cuando ha querido?

Ahora haba reforzado su insinuacin con una leve guiada. Nbel valor entonces de golpe el abismo en que pudo haber cado antes. Era siempre la misma madre, pero ya envilecida por su propia alma vieja, la morfina y la pobreza. Y Lidia... Al verla otra vez haba sentido un brusco golpe de deseo por la mujer actual de garganta llena y ya estremecida. Ante el tratado comercial que le ofrecan, se ech en brazos de aquella rara conquista que le deparaba el destino.

No sabes, Lidia?prorrumpi alborozada, al volver su hijaOctavio nos invita a pasar una temporada en su establecimiento. Qu te parece?

Lidia tuvo una fugitiva contraccin de las cejas y recuper su serenidad.

Muy bien, mam...

Ah! no sabes lo qu dice? Est casado. Tan joven an! Somos casi de su familia...

Lidia volvi entonces los ojos a Nbel, y lo mir un momento con dolorosa gravedad.

Hace tiempo?murmur.

Cuatro aosrepuso l en voz baja. A pesar de todo, le falt nimo para mirarla.

Invierno

No hicieron el viaje juntos, por ltimo escrpulo de casado en una lnea donde era muy conocido; pero al salir de la estacin subieron en el brec de la casa. Cuando Nbel quedaba solo en el ingenio, no guardaba a su servicio domstico ms que a una vieja india, puesa ms de su propia frugalidadsu mujer se llevaba consigo toda la servidumbre. De este modo present sus acompaantes a la fiel nativa como una ta anciana y su hija, que venan a recobrar la salud perdida.

Nada ms creble, por otro lado, pues la seora decaa vertiginosamente. Haba llegado deshecha, el pie incierto y pesadsimo, y en su facies angustiosa la morfina, que haba sacrificado cuatro horas seguidas a ruego de Nbel, peda a gritos una corrida por dentro de aquel cadver viviente.

Nbel, que cortara sus estudios a la muerte de su padre, saba lo suficiente para prever una rpida catstrofe; el rion, ntimamente atacado, tena a veces paros peligrosos que la morfina no haca sino precipitar.

Ya en el coche, no pudiendo resistir ms, haba mirado a Nbel con transida angustia:

Si me permite, Octavio... no puedo ms! Lidia, ponte delante.

La hija, tranquilamente, ocult un poco a su madre, y Nbel oy el crugido de la ropa violentamente recogida para pinchar el muslo.

Sbitamente los ojos se encendieron, y una plenitud de vida cubri como una mscara aquella cara agnica.

Ahora estoy bien... qu dicha! Me siento bien.

Debera dejar esodijo rudamente Nbel, mirndola de costado.Al llegar, estar peor.

Oh, no! Antes morir aqu mismo.

Nbel pas todo el da disgustado, y decidido a vivir cuanto le fuera posible sin ver en Lidia y su madre ms que dos pobres enfermas. Pero al caer la tarde, y como las fieras que empiezan a esa hora a afilar las uas, el celo de varn comenz a relajarle la cintura en lasos escalofros.

Comieron temprano, pues la madre, quebrantada, deseaba acostarse de una vez. No hubo tampoco medio de que tomara exclusivamente leche.

Huy! qu repugnancia! No la puedo pasar. Y quiere que sacrifique los ltimos aos de mi vida, ahora que podra morir contenta?

Lidia no pestae. Haba hablado con Nbel pocas palabras, y slo al fin del caf la mirada de ste se clav en la de ella; pero Lidia baj la suya en seguida.

Cuatro horas despus Nbel abra sin ruido la puerta del cuarto de Lidia.

Quin es!son de pronto la voz azorada.

Soy yomurmur Nbel en voz apenas sensible.

Un movimiento de ropas, como el de una persona que se sienta bruscamente en la cama, sigui a sus palabras, y el silencio rein de nuevo. Pero cuando la mano de Nbel toc en la oscuridad un brazo tibio, el cuerpo tembl entonces en una honda sacudida.

* * * * *

Luego, inerte al lado de aquella mujer que ya haba conocido el amor antes que l llegara, subi de lo ms recndito del alma de Nbel, el santo orgullo de su adolescencia de no haber tocado jams, de no haber robado ni un beso siquiera, a la criatura que lo miraba con radiante candor. Pens en las palabras de Dostojewsky, que hasta ese momento no haba comprendido: Nada hay ms bello y que fortalezca ms en la vida, que un puro recuerdo. Nbel lo haba guardado, ese recuerdo sin mancha, pureza inmaculada de sus dieciocho aos, y que ahora estaba all, enfangado hasta el cliz sobre una cama de sirvienta...

Sinti entonces sobre su cuello dos lgrimas pesadas, silenciosas. Ella a su vez recordara... Y las lgrimas de Lidia continuaban una tras otra, regando como una tumba el abominable fin de su nico sueo de felicidad.

II

Durante diez das la vida prosigui en comn, aunque Nbel estaba casi todo el da afuera. Por tcito acuerdo, Lidia y l se encontraban muy pocas veces solos, y aunque de noche volvan a verse, pasaban an entonces largo tiempo callados.

Lidia tena ella misma bastante qu hacer cuidando a su madre, postrada al fin. Como no haba posibilidad de reconstruir lo ya podrido, y an a trueque del peligro inmediato que ocasionara, Nbel pens en suprimir la morfina. Pero se abstuvo una maana que entr bruscamente en el comedor, al sorprender a Lidia que se bajaba precipitadamente las faldas. Tena en la mano la jeringuilla, y fij en Nbel su mirada espantada.

Hace mucho tiempo que usas eso?le pregunt l al fin.

Smurmur Lidia, doblando en una convulsin la aguja.

Nbel la mir an y se encogi de hombros.

Si embargo, como la madre repeta sus inyecciones con una frecuencia terrible para ahogar los dolores de su rin que la morfina conclua de matar, Nbel se decidi a intentar la salvacin de aquella desgraciada, sustrayndole la droga.

Octavio! me va a matar!clam ella con ronca splica.Mi hijo Octavio! no podra vivir un da!

Es que no vivir dos horas si le dejo eso!cort Nbel.

No importa, mi Octavio! Dame, dame la morfina!

Nbel dej que los brazos se tendieran intilmente a l, y sali conLidia.

T sabes la gravedad del estado de tu madre?

S... Los mdicos me haban dicho...

El la mir fijamente.

Es que est mucho peor de lo que imaginas.

Lidia se puso lvida, y mirando afuera entrecerr los ojos y se mordi los labios en un casi sollozo.

No hay mdico aqu?murmur.

Aqu no, ni en diez leguas a la redonda; pero buscaremos.

Esa tarde lleg el correo cuando estaban solos en el comedor, y Nbel abri una carta.

Noticias?pregunt Lidia levantando inquieta los ojos a l.

Srepuso Nbel, prosiguiendo la lectura.

Del mdico?volvi Lidia al rato, ms ansiosa an.

No, de mi mujerrepuso l con la voz dura, sin levantar los ojos.

A las diez de la noche Lidia lleg corriendo a la pieza de Nbel.

Octavio! mam se muere!...

Corrieron al cuarto de la enferma. Una intensa palidez cadaverizaba ya el rostro. Tena los labios desmesuradamente hinchados y azules, y por entre ellos se escapaba un remedo de palabra, gutural y a boca llena:

Pla... pla... pla...

Nbel vi en seguida sobre el velador el frasco de morfina, casi vaco.

Es claro, se muere! Quin le ha dado esto?pregunt.

No s, Octavio! Hace un rato sent ruido... Seguramente lo fu a buscar a tu cuarto cuando no estabas... Mam, pobre mam!cay sollozando sobre el miserable brazo que penda hasta el piso.

Nbel la puls; el corazn no daba ms, y la temperatura caa. Al rato los labios callaron su pla... pla, y en la piel aparecieron grandes manchas violeta.

A la una de la maana muri. Esa tarde, tras el entierro, Nbel esper que Lidia concluyera de vestirse, mientras los peones cargaban las valijas en el carruaje.

Toma estole dijo cuando se aproxim a l, tendindole un cheque de diez mil pesos.

Lidia se extremeci violentamente, y sus ojos enrojecidos se fijaron de lleno en los de Nbel. Pero ste sostuvo la mirada.

Toma, pues!repiti sorprendido.

Lidia lo tom y se baj a recoger su valijita. Nbel se inclin sobre ella.

Perdnamele dijo.No me juzgues peor de lo que soy.

En la estacin esperaron un rato y sin hablar, junto a la escalerilla del vagn, pues el tren no sala an. Cuando la campana son, Lidia le tendi la mano y se dispuso a subir. Nbel la oprimi, y qued un largo rato sin soltarla, mirndola. Luego, avanzando, recogi a Lidia de la cintura y la bes hondamente en la boca.

El tren parti. Inmvil, Nbel sigui con la vista la ventanilla que se perda.

Pero Lidia no se asom.

LOS OJOS SOMBRIOS

Despus de las primeras semanas de romper con Elena, una noche no pude evitar asistir a un baile. Hallbame haca largo rato sentado y aburrido en exceso, cuando Julio Zapiola, vindome all, vino a saludarme. Es un hombre joven, dotado de rara elegancia y virilidad de carcter. Lo haba estimado muchos aos atrs, y entonces volva de Europa, despus de larga ausencia.

As nuestra charla, que en otra ocasin no hubiera pasado de ocho o diez frases, se prolong esta vez en larga y desahogada sinceridad. Supe que se haba casado; su mujer estaba all mismo esa noche. Por mi parte, lo inform de mi noviazgo con Elenay su reciente ruptura. Posiblemente me quej de la amarga situacin, pues recuerdo haberle dicho que crea de todo punto imposible cualquier arreglo.

No crea en esas sacudidasme dijo Zapiola con aire tranquilo y serio.Casi nunca se sabe al principio lo que pasar o se har despus. Yo tengo en mi matrimonio una novela infinitamente ms complicada que la suya; lo cual no obsta para que yo sea hoy el marido ms feliz de la tierra. Oigala, porque a usted podr serle de gran provecho. Hace cinco aos me vi con gran frecuencia con Vezzera, un amigo del colegio a quien haba querido mucho antes, y sobre todo l a m. Cuanto prometa el muchacho se realiz plenamente en el hombre; era como antes inconstante, apasionado, con depresiones y exaltamientos femeniles. Todas sus ansias y suspicacias eran enfermizas, y usted no ignora de qu modo se sufre y se hace sufrir con este modo de ser.

Un da me dijo que estaba enamorado, y que posiblemente se casara muy pronto. Aunque me habl con loco entusiasmo de la belleza de su novia, esta apreciacin suya de la hermosura en cuestin no tena para m ningn valor. Vezzera insisti, irritndose con mi orgullo.

No s qu tiene que ver el orgullo con estole observ.

Si es eso! Yo soy enfermizo, excitable, expuesto a continuos mirajes y debo equivocarme siempre. T, no! Lo que dices es la ponderacin justa de lo que has visto!

Te juro...

Bah; djame en paz!concluy cada vez ms irritado con mi tranquilidad, que era para l otra manifestacin de orgullo.

Cada vez que volv a verlo en los das sucesivos, lo hall ms exaltado con su amor. Estaba ms delgado, y sus ojos cargados de ojeras brillaban de fiebre.

Quiere hacer una cosa? Vamos esta noche a su casa. Ya le he hablado de ti. Vas a ver si es o no como te he dicho.

Fuimos. No s si usted ha sufrido una impresin semejante; pero cuando ella me extendi la mano y nos miramos, sent que por ese contacto tibio, la esplndida belleza de aquellos ojos sombros y de aquel cuerpo mudo, se infiltraba en una caliente onda en todo mi ser.

Cuando salimos, Vezzera me dijo:

Y?... es como te he dicho?

Sle respond.

La gente impresionable puede entonces comunicar una impresin conforme a la realidad?

Esta vez, sno pude menos de reirme.

Vezzera me mir de reojo y se call por largo rato.

Pareceme dijo de prontoque no hicieras sino concederme por suma gracia su belleza!

Pero ests loco?le respond.

Vezzera se encogi de hombros como si yo hubiera esquivado su respuesta. Sigui sin hablarme, visiblemente disgustado, hasta que al fin volvi otra vez a m sus ojos de fiebre.

De veras, de veras me juras que te parece linda?

Pero claro, idiota! Me parece lindsima; quieres ms?

Se calm entonces, y con la reaccin inevitable de sus nervios femeninos, pas conmigo una hora de loco entusiasmo, abrasndose al recuerdo de su novia.

Fu varias veces ms con Vezzera. Una noche, a una nueva invitacin, respond que no me hallaba bien y que lo dejaramos para otro momento. Diez das ms tarde respond lo mismo, y de igual modo en la siguiente semana. Esta vez Vezzera me mir fijamente a los ojos:

Por qu no quieres ir?

No es que no quiera ir, sino que me hallo hoy con poco humor para esas cosas.

No es eso! Es que no quieres ir ms!

Yo?

S; y te exijo como a un amigo, o como a ti, que me digas justamente esto: Por qu no quieres ir ms?

No tengo ganas!... Te gusta?

Vezzera me mir como miran los tuberculosos condenados al reposo, a un hombre fuerte que no se jacta de ello. Y en realidad, creo que ya se precipitaba su tisis.

Se observ en seguida las manos sudorosas, que le temblaban.

Hace das que las noto ms flacas... Sabes por qu no quieres ir ms? Quieres que te lo diga?

Tena las ventanas de la nariz contradas, y su respiracin acelerada le cerraba los labios.

Vamos! No seas... clmate, que es lo mejor.

Es que te lo voy a decir!

Pero no ves que ests delirando, que ests muerto de fiebre?le interrump. Por dicha, un violento acceso de tos lo detuvo. Lo empuj cariosamente.

Acustate un momento... ests mal.

Vezzera se recost en mi cama y cruz sus dos manos sobre la frente.

Pas un largo rato en silencio. De pronto me lleg su voz, lenta:

Sabes lo que te iba a decir?... Que no queras que Mara se enamorara de ti... Por eso no ibas.

Qu estpido!me sonre.

S, estpido! Todo, todo lo que quieras!

Quedamos mudos otra vez. Al fin me acerqu a l.

Esta noche vamosle dije.Quieres?

S, quiero.

Cuatro horas ms tarde llegbamos all. Mara me salud como si hubiera dejado de verme el da anterior, sin parecer en lo ms mnimo preocupada de mi larga ausencia.

Pregntale siquierase ri Vezzera con visible afectacinpor qu ha pasado tanto tiempo sin venir.

Mara arrug imperceptiblemente el ceo, y se volvi a m con risuea sorpresa:

Pero supongo que no tendra deseo de visitarnos!

Aunque el tono de la exclamcin no peda respuesta, Mara qued un instante en suspenso, como si la esperara. Vi que Vezzera me devoraba con los ojos.

Aunque deba avergonzarme eternamenterepuseconfieso que hay algo de verdad...

No es verdad?se ri ella.

Pero ya en el movimiento de los pies y en la dilatacin de las narices de Vezzera, conoc su tensin de nervios.

Dile que te digase dirigi a Marapor qu realmente no quera venir.

Era tan perverso y cobarde el ataque, que lo mir con verdadera rabia. Vezzera afect no darse cuenta, y sostuvo la tirante expectativa con el convulsivo golpeteo del pie, mientras Mara tornaba a contraer las cejas.

Hay otra cosa?se sonri con esfuerzo.

S, Zapiola te va a decir...

Vezzera!exclam.

... Es decir, no el motivo suyo, sino el que yo le atribua para no venir ms aqu... sabes por qu?

Porque l cree que usted se va a enamorar de mme adelant, dirigindome a Mara.

Ya antes de decir esto, vi bien claro la ridiculez en que iba a caer; pero tuve que hacerlo. Mara solt la risa, notndose as mucho ms el cansancio de sus ojos.

S? Pensabas eso, Antenor?

No, supondrs... era una bromase ri l tambin.

La madre entr de nuevo en la sala, y la conversacin cambi de rumbo.

Eres un canallame apresur a decirle en los ojos a Vezzera, cuando salimos.

Sme respondi mirndome claramente.Lo hice a propsito.

Queras ridiculizarme?

S... quera.

Y no te da vergenza? Pero qu diablos te pasa? Qu tienes contra m?

No me contest, encogindose de hombros.

Anda al demonio!murmur. Pero un momento despus, al separarme, sent su mirada cruel y desconfiada fija en la ma.

Me juras por lo que ms quieras, por lo que quieras ms, que no sabes lo que pienso?

Nole respond secamente.

No mientes, no ests mintiendo?

No miento.

Y menta profundamente.

Bueno, me alegro... Dejemos esto. Hasta maana. Cundo quieres que volvamos all?

Nunca! Se acab.

Vi que verdadera angustia le dilataba los ojos.

No quieres ir ms?me dijo con voz ronca y extraa.

No, nunca ms.

Como quieras, mejor... No ests enojado, verdad?

Oh, no seas criatura!me re.

Y estaba verdaderamente irritado contra Vezzera, contra m...

Al da siguiente Vezzera entr al anochecer en mi cuarto. Llova desde la maana, con fuerte temporal, y la humedad y el fro me agobiaban. Desde el primer momento not que Vezzera arda en fiebre.

Vengo a pedirte una cosacomenz.

Djate de cosas!interrump.Por qu has salido con esta noche? No ves que ests jugando tu vida con esto?

La vida no me importa... dentro de unos meses esto se acaba... mejor. Lo que quiero es que vayas otra vez all.

No! ya te dije.

No, vamos! No quiero que no quieras ir! Me mata esto! Por qu no quieres ir?

Ya te he dicho: no-qui-e-ro! Ni una palabra ms sobre esto, oyes?

La angustia de la noche anterior torn a desmesurarle los ojos.

Entoncesarticul con voz profundamente tomadaes lo que pienso, lo que t sabes que yo pensaba cuando mentiste anoche. De modo... Bueno, dejemos, no es nada. Hasta maana.

Lo detuve del hombro y se dej caer en seguida en la silla, con la cabeza sobre sus brazos en la mesa.

Qudatele dije.Vas a dormir aqu conmigo. No ests solo.

Durante un rato nos quedamos en profundo silencio. Al fin articul sin entonacin alguna:

Es que me dan unas ganas locas de matarme...

Por eso! Qudate aqu!... No ests solo.

Pero no pude contenerlo, y pas toda la noche inquieto.

Usted sabe qu terrible fuerza de atraccin tiene el suicidio, cuando la idea fija se ha enredado en una madeja de nervios enfermos. Habra sido menester que a toda costa Vezzera no estuviera solo en su cuarto. Y an as, persista siempre el motivo.

Pas lo que tema. A las siete de la maana me trajeron una carta de Vezzera, muerto ya desde cuatro horas atrs. Me deca en ella que era demasiado claro que yo estaba enamorado de su novia, y ella de m. Que en cuanto a Mara, tena la ms completa certidumbre y que yo no haba hecho sino confirmarle mi amor con mi negativa a ir ms all. Que estuviera yo lejos de creer que se mataba de dolor, absolutamente no. Pero l no era hombre capaz de sacrificar a nadie a su egosta felicidad, y por eso nos dejaba libre a m y a ella. Adems, sus pulmones no daban ms... era cuestin de tiempo. Que hiciera feliz a Mara, como l hubiera deseado..., etc.

Y dos o tres frases ms. Intil que le cuente en detalle mi turbacin de esos das. Pero lo que resaltaba claro para m en su cartapara m que lo conocaera la desesperacin de celos que lo llev al suicidio. Ese era el nico motivo; lo dems: sacrificio y conciencia tranquila, no tena ningn valor.

En medio de todo quedaba vivsima, radiante de brusca felicidad, la imagen de Mara. Yo s el esfuerzo que deb hacer, cuando era de Vezzera, para dejar de ir a verla. Y haba credo adivinar tambin que algo semejante pasaba en ella. Y ahora, libres! s, solos los dos, pero con un cadver entre nosotros.

Despus de quince das fu a su casa. Hablamos vagamente, evitando la menor alusin. Apenas me responda; y aunque se esforzaba en ello, no poda sostener mi mirada un solo momento.

Entonces,le dije al fin levantndomecreo que lo ms discreto es que no vuelva ms a verla.

Creo lo mismome respondi.

Pero no me mov.

Nunca ms?aad.

No, nunca... como usted quierarompi en un sollozo, mientras dos lgrimas vencidas rodaban por sus mejillas.

Al acercarme se llev las manos a la cara, y apenas sinti mi contacto se estremeci violentamente y rompi en sollozos. Me inclin detrs de ella y le abrac la cabeza.

S, mi alma querida...quieres? Podremos ser muy felices. Eso no importa nada...quieres?

No, no!me respondino podramos... no, imposible!

Despus, s, mi amor!... S, despus?

No, no, no!redobl an sus sollozos.

Entonces sal desesperado, y pensando con rabiosa amargura que aquel imbcil, al matarse, nos haba muerto tambin a nosotros dos.

Aqu termina mi novela. Ahora, quiere verla?

Mara!se dirigi a una joven que pasaba del brazo.Es hora ya; son las tres.

Ya? las tres?se volvi ella.No hubiera credo. Bueno, vamos. Un momentito.

Zapiola me dijo entonces:

Ya ve, amigo mo, como se puede ser feliz despus de lo que le he contado. Y su caso... Espere un segundo.

Y mientras me presentaba a su mujer:

Le contaba a X cmo estuvimos nosotros a punto de no ser felices.

La joven sonri a su marido, y reconoc aquellos ojos sombros de que l me haba hablado, y que como todos los de ese carcter, al reir destellan felicidad.

S,repuso sencillamentesufrimos un poco...

Ya ve!se ri Zapiola despidindose.Yo en lugar suyo volvera al saln.

Me qued solo. El pensamiento de Elena volvi otra vez; pero en medio de mi disgusto me acordaba a cada instante de la impresin que recibi Zapiola al ver por primera vez los ojos de Mara.

Y yo no haca sino recordarlos.

EL SOLITARIO

Kassim era un hombre enfermizo, joyero de profesin, bien que no tuviera tienda establecida. Trabajaba para las grandes casas, siendo su especialidad el montaje de las piedras preciosas. Pocas manos como las suyas para los engarces delicados. Con ms arranque y habilidad comercial, hubiera sido rico. Pero a los treinta y cinco aos prosegua en su pieza, aderezada en taller bajo la ventana.

Kassim, de cuerpo mezquino, rostro exange sombreado por rala barba negra, tena una mujer hermosa y fuertemente apasionada. La joven, de origen callejero, haba aspirado con su hermosura a un ms alto enlace. Esper hasta los veinte aos, provocando a los hombres y a sus vecinas con su cuerpo. Temerosa al fin, acept nerviosamente a Kassim.

No ms sueos de lujo, sin embargo. Su marido, hbilartista an,careca completamente de carcter para hacer una fortuna. Por lo cual, mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de codos, sostena sobre su marido una lenta y pesada mirada, para arrancarse luego bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al transeunte de posicin que poda haber sido su marido.

Cuanto ganaba Kassim, no obstante, era para ella. Los domingos trabajaba tambin a fin de poderle ofrecer un suplemento. Cuando Mara deseaba una joyay con cunta pasin deseaba ella!trabajaba de noche. Despus haba tos y puntadas al costado; pero Mara tena sus chispas de brillante.

Poco a poco el trato diario con las gemas lleg a hacerle amar las tareas del artfice, y segua con ardor las ntimas delicadezas del engarce. Pero cuando la joya estaba concludadeba partir, no era para ella,caa ms hondamente en la decepcin de su matrimonio. Se probaba la alhaja, detenindose ante el espejo. Al fin la dejaba por ah, y se iba a su cuarto. Kassim se levantaba al oir sus sollozos, y la hallaba en la cama, sin querer escucharlo.

Hago, sin embargo, cuanto puedo por ti,deca l al fin, tristemente.

Los sollozos suban con esto, y el joyero se reinstalaba lentamente en su banco.

Estas cosas se repitieron, tanto que Kassim no se levantaba ya a consolarla. Consolarla! de qu? Lo cual no obstaba para que Kassim prolongara ms sus veladas a fin de un mayor suplemento.

Era un hombre indeciso, irresoluto y callado. Las miradas de su mujer se detenan ahora con ms pesada fijeza sobre aquella muda tranquilidad.

Y eres un hombre, t!murmuraba.

Kassim, sobre sus engarces, no cesaba de mover los dedos.

No eres feliz conmigo, Maraexpresaba al rato.

Feliz! Y tienes el valor de decirlo! Quin puede ser feliz contigo? Ni la ltima de las mujeres!... Pobre diablo!conclua con risa nerviosa, yndose.

Kassim trabajaba esa noche hasta las tres de la maana, y su mujer tena luego nuevas chispas que ella consideraba un instante con los labios apretados.

S... no es una diadema sorprendente!... cuando la hiciste?

Desde el martesmirbala l con descolorida ternuradormas de noche...

Oh, podas haberte acostado!... Inmensos, los brillantes!

Porque su pasin eran las voluminosas piedras que Kassim montaba. Segua el trabajo con loca hambre de que concluyera de una vez, y apenas aderezada la alhaja, corra con ella al espejo. Luego, un ataque de sollozos.

Todos, cualquier marido, el ltimo, hara un sacrificio para halagar a su mujer! Y t... y t... ni un miserable vestido que ponerme, tengo!

Cuando se franquea cierto lmite de respeto al varn, la mujer puede llegar a decir a su marido cosas increbles.

La mujer de Kassim franque ese lmite con una pasin igual por lo menos a la que senta por los brillantes. Una tarde, al guardar sus joyas, Kassim not la falta de un prendedorcinco mil pesos en dos solitarios.Busc en sus cajones de nuevo.

No has visto el prendedor, Mara? Lo dej aqu.

S, lo he visto.

Dnde est?se volvi extraado.

Aqu!

Su mujer, los ojos encendidos y la boca burlona, se ergua con el prendedor puesto.

Te queda muy biendijo Kassim al rato.Guardmoslo.

Mara se ri.

Oh, no! es mo.

Broma?...

S, es broma! es broma, s! Cmo te duele pensar que podra ser mo... Maana te lo doy. Hoy voy al teatro con l.

Kassim se demud.

Haces mal... podran verte. Perderan toda confianza en m.

Oh!cerr ella con rabioso fastidio, golpeando violentamente la puerta.

Vuelta del teatro, coloc la joya sobre el velador. Kassim se levant y la guard en su taller bajo llave. Al volver, su mujer estaba sentada en la cama.

Es decir, que temes que te la robe! Qu soy una ladrona!

No mires as... Has sido imprudente, nada ms.

Ah! Y a ti te lo confan! A ti, a ti! Y cuando tu mujer te pide un poco de halago, y quiere... me llamas ladrona a m! Infame!

Se durmi al fin. Pero Kassim no durmi.

Entregaron luego a Kassim para montar, un solitario, el brillante ms admirable que hubiera pasado por sus manos.

Mira, Mara, qu piedra. No he visto otra igual.

Su mujer no dijo nada; pero Kassim la sinti respirar hondamente sobre el solitario.

Una agua admirable...prosigui lcostar nueve o diez mil pesos.

Un anillo!murmur Mara al fin.

No, es de hombre... Un alfiler.

A comps del montaje del solitario, Kassim recibi sobre su espalda trabajadora cuanto arda de rencor y cocotaje frustrado en su mujer. Diez veces por da interrumpa a su marido para ir con el brillante ante el espejo. Despus se lo probaba con diferentes vestidos.

Si quieres hacerlo despus...se atrevi Kassim.Es un trabajo urgente.

Esper respuesta en vano; su mujer abra el balcn.

Mara, te pueden ver!

Toma! ah est tu piedra!

El solitario, violentamente arrancado, rod por el piso.

Kassim, lvido, lo recogi examinndolo, y alz luego desde el suelo la mirada a su mujer.

Y bueno, por qu me miras as? Se hizo algo tu piedra?

Norepuso Kassim. Y reanud en seguida su tarea, aunque las manos le temblaban hasta dar lstima.

Pero tuvo que levantarse al fin a ver a su mujer en el dormitorio, en plena crisis de nervios. El pelo se haba soltado y los ojos le salan de las rbitas.

Dame el brillante!clam.Dmelo! Nos escaparemos! Para m! Dmelo!

Mara...tartamude Kassim, tratando de desasirse.

Ah!rugi su mujer enloquecida.T eres el ladrn, miserable! Me has robado mi vida, ladrn, ladrn! Y creas que no me iba a desquitar... cornudo! Aj! Mrame... no se te haba ocurrido nunca, eh? Ah!y se llev las dos manos a la garganta ahogada. Pero cuando Kassim se iba, salt de la cama y cay, alcanzando a cogerlo de un botn.

No importa! El brillante, dmelo! No quiero ms que eso! Es mo, Kassim miserable!

Kassim la ayud a levantarse, lvido.

Ests enferma, Mara. Despus hablaremos... acustate.

Mi brillante!

Bueno, veremos si es posible... acustate.

Dmelo!

La bola mont de nuevo a la garganta.

Kassim volvi a trabajar en su solitario. Como sus manos tenan una seguridad matemtica, faltaban pocas horas ya.

Mara se levant para comer, y Kassim tuvo la solicitud de siempre con ella. Al final de la cena su mujer lo mir de frente.

Es mentira, Kassimle dijo.

Oh!repuso Kassim sonriendono es nada.

Te juro que es mentira!insisti ella.

Kassim sonri de nuevo, tocndole con torpe cario la mano.

Loca! Te digo que no me acuerdo de nada.

Y se levant a proseguir su tarea. Su mujer, con la cara entre las manos, lo sigui con la vista.

Y no me dice ms que eso...murmur. Y con una honda nusea por aquello pegajoso, fofo e inerte que era su marido, se fu a su cuarto.

No durmi bien. Despert, tarde ya, y vi luz en el taller; su marido continuaba trabajando. Una hora despus, ste oy un alarido.

Dmelo!

S, es para ti; falta poco, Mararepuso presuroso, levantndose. Pero su mujer, tras ese grito de pesadilla, dorma de nuevo. A las dos de la maana Kassim pudo dar por terminada su tarea; el brillante resplandeca, firme y varonil en su engarce. Con paso silencioso fu al dormitorio y encendi la veladora. Mara dorma de espaldas, en la blancura helada de su camisn y de la sbana.

Fu al taller y volvi de nuevo. Contempl un rato el seno casi descubierto, y con una descolorida sonrisa apart un poco ms el camisn desprendido.

Su mujer no lo sinti.

No haba mucha luz. El rostro de Kassim adquiri de pronto una dura inmovilidad, y suspendiendo un instante la joya a flor del seno desnudo, hundi, firme y perpendicular como un clavo, el alfiler entero en el corazn de su mujer.

Hubo una brusca apertura de ojos, seguida de una lenta cada de prpados. Los dedos se arqueron, y nada ms.

La joya, sacudida por la convulsin del ganglio herido, tembl un instante desequilibrada. Kassim esper un momento; y cuando el solitario qued por fin perfectamente inmvil, pudo entonces retirarse, cerrando tras de s la puerta sin hacer ruido.

LA MUERTE DE ISOLDA

Conclua el primer acto de Tristn e Isolda. Cansado de la agitacin de ese da, me qued en mi butaca, muy contento con la falta de vecinos. Volv la cabeza a la sala, y detuve en seguida los ojos en un palco balcn.

Evidentemente, un matrimonio. El, un marido cualquiera, y tal vez por su mercantil vulgaridad y la diferencia de ao con su mujer, menos que cualquiera. Ella, joven, plida, con una de esas profundas bellezas que ms que en el rostro, an bien hermoso, estn en la perfecta solidaridad de mirada, boca, cuello, modo de entrecerrar los ojos. Era, sobre todo, una belleza para hombres, sin ser en lo ms mnimo provocativa; y esto es precisamente lo que no entendern nunca las mujeres.

La mir largo rato a ojos descubiertos porque la vea muy bien, y porque cuando el hombre est as en tensin de aspirar fijamente un cuerpo hermoso, no recurre al arbitrio femenino de los anteojos.

Comenz el segundo acto. Volv an la cabeza al palco, y nuestras miradas se cruzaron. Yo, que haba apreciado ya el encanto de aquella mirada vagando por uno y otro lado de la sala, viv en un segundo, al sentirla directamente apoyada en m, el ms adorable sueo de amor que haya tenido nunca.

Fu aquello muy rpido: los ojos huyeron, pero dos o tres veces, en mi largo minuto de insistencia, tornaron fugazmente a m.

Fu asimismo, con la sbita dicha de haberme soado un instante su marido, el ms rpido desencanto de un idilio. Sus ojos volvieron otra vez, pero en ese instante sent que mi vecino de la izquierda miraba hacia all, y despus de un momento de inmovilidad de ambas partes, se saludaron.

As, pues, yo no tena el ms remoto derecho a considerarme un hombre feliz, y observ a mi compaero. Era un hombre de ms de treinta y cinco aos, barba rubia y ojos azules de mirada clara y un poco dura, que expresaba inequvoca voluntad.

Se conocenme dijey no poco.

En efecto, despus de la mitad del acto mi vecino, que no haba vuelto a apartar los ojos de la escena, los fij en el palco. Ella, la cabeza un poco echada atrs, y en la penumbra, lo miraba tambin. Me pareci ms plida an. Se miraron fijamente, insistentemente, aislados del mundo en aquella recta paralela de alma a alma que los mantena inmviles.

Durante el tercero, mi vecino no volvi un instante la cabeza. Pero antes de concluir aqul sali por el pasillo opuesto. Mir al palco, y ella tambin se haba retirado.

Final de idiliome dije melanclicamente.

El no volvi ms y el palco qued vaco.

* * * * *

S, se repitensacudi amargamente la cabeza.Todas las situaciones dramticas pueden repetirse, an las ms inverosmiles, y se repiten. Es menester vivir, y usted es muy muchacho... Y las de su Tristn tambin, lo que no obsta para que haya all el ms sostenido alarido de pasin que haya gritado alma humana... Yo quiero tanto como usted a esa obra, y acaso ms... No me refiero, querr creer, al drama de Tristn, con las treinta y dos situaciones del dogma, fuera de las cuales todas son repeticiones. No; la escena que vuelve como una pesadilla, los personajes que sufren la alucinacin de una dicha muerta, es otra cosa... Usted asisti al preludio de una de esas repeticiones... S, ya s que se acuerda... No nos conocamos con usted entonces... Y precisamente a usted deba de hablarle de esto! Pero juzga mal lo que vi y crey un acto mo feliz... Feliz!... Oigame. El buque parte dentro de un momento, y esta vez no vuelvo ms... Le cuento esto a usted, como si se lo pudiera escribir, por dos razones: Primero, porque usted tiene un parecido pasmoso con lo que era yo entoncesen lo bueno nicamente, por suerte.Y segundo, porque usted, mi joven amigo, es perfectamente incapaz de pretenderla, despus de lo que va a oir. Oigame:

La conoc hace diez aos, y durante los seis meses que fu su novio, hice cuanto me fu posible para que fuera ma. La quera mucho, y ella, inmensamente a m. Por esto cedi un da, y desde ese instante, privado de tensin, mi amor se enfri.

Nuestro ambiente social era distinto, y mientras ella se embriagaba con la dicha de mi nombrese me consideraba buen mozo entoncesyo viva en una esfera de mundo donde me era inevitable flirtear con muchachas de apellido, fortuna, y a veces muy lindas.

Una de ellas llev conmigo el flirteo bajo parasoles de garden party a un extremo tal, que me exasper y la pretend seriamente. Pero si mi persona era interesante para esos juegos, mi fortuna no alcanzaba a prometerle el tren necesario, y me lo di a entender claramente.

Tena razn, perfecta razn. En consecuencia flirte con una amiga suya, mucho ms fea, pero infinitamente menos hbil para estas torturas del tte-a-tte a diez centmetros, cuya gracia exclusiva consiste en enloquecer a su flirt, mantenindose uno dueo de s. Y esta vez no fu yo quien se exasper.

Seguro, pues, del triunfo, pens entonces en el modo de romper con Ins. Continuaba vindola, y aunque no poda ella engaarse sobre el amortiguamiento de mi pasin, su amor era demasiado grande para no iluminarle los ojos de dicha cada vez que me vea entrar.

La madre nos dejaba solos; y aunque hubiera sabido lo que pasaba, habra cerrado los ojos para no perder la ms vaga posibilidad de subir con su hija a una esfera mucho ms alta.

Una noche fu all dispuesto a romper, con visible malhumor, por lo mismo. Ins corri a abrazarme, pero se detuvo, bruscamente plida.

Qu tienesme dijo.

Nadale respond con sonrisa forzada, acaricindole la frente. Dej hacer, sin prestar atencin a mi mano y mirndome insistemente. Al fin apart los ojos contrados y entramos.

La madre vino, pero sintiendo cielo de tormenta, estuvo slo un momento y desapareci.

Romper, es palabra corta y fcil; pero comenzarlo...

Nos habamos sentado y no hablbamos. Ins se inclin, me apart la mano de la cara y me clav los ojos, dolorosos de angustioso examen.

Es evidente!...murmur.

Qule pregunt framente.

La tranquilidad de mi mirada le hizo ms dao que mi voz, y su rostro se demud:

Que ya no me quieres!articul en una desesperada y lenta oscilacin de cabeza.

Esta es la quincuagsima vez que dices lo mismorespond.

No poda darse respuesta ms dura; pero yo tena ya el comienzo.

Ins me mir un rato casi como a un extrao, y apartando bruscamente mi mano y el cigarro, su voz se rompi:

Esteban!

Qutorn a decirle.

Esta vez bastaba. Dej lentamente mi mano y se reclin atrs en el sof, manteniendo fijo en la lmpara su rostro lvido. Pero un momento despus su cara caa de costado bajo el brazo crispado al respaldo.

Pas un rato an. La injusticia de mi actitudno vea ms que injusticiaacrecentaba el profundo disgusto de m mismo. Por eso cuando o, o ms bien sent, que las lgrimas salan al fin, me levant con un violento chasquido de lengua.

Yo crea que no bamos a tener ms escenasle dije pasendome.

No me respondi, y agregu:

Pero que sea sta la ltima.

Sent que las lgrimas se detenan, y bajo ellas me respondi un momento despus:

Como quieras.

Pero en seguida cay sollozando sobre el sof:

Pero qu te hecho! qu te he hecho!

Nada!le respond.Pero yo tampoco te he hecho nada a ti... Creo que estamos en el mismo caso. Estoy harto de estas cosas!

Mi voz era seguramente mucho ms dura que mis palabras. Ins se incorpor, y sostenindose en el brazo del sof, repiti, helada:

Como quieras.

Era una despedida. Yo iba a romper, y se me adelantaban. El amor propio, el vil amor propio tocado a vivo, me hizo responder:

Perfectamente... Me voy. Que seas ms feliz... otra vez.

No comprendi, y me mir con extraeza. Haba cometido la primer infamia; y como en esos casos, sent el vrtigo de enlodarme ms an.

Es claro!apoy brutalmenteporque de m no has tenido queja...no?

Es decir: te hice el honor de ser tu amante, y debes estarme agradecida.

Comprendi ms mi sonrisa que las palabras, y sal a buscar mi sombrero en el corredor, mientras que con un ah!, su cuerpo y su alma se desplomaban en la sala.

Entonces, en ese instante en que cruc la galera, sent intensamente cunto la quera y lo que acababa de hacer. Aspiracin de lujo, matrimonio encumbrado, todo me resalt como una llaga en mi propia alma. Y yo, que me ofreca en subasta a las mundanas feas con fortuna, que me pona en venta, acababa de cometer el acto ms ultrajante, con la mujer que nos ha querido demasiado... Flaqueza en el Monte de los Olivos, o momento vil en un hombre que no lo es, llevan al mismo fin: ansia de sacrificio, de reconquista ms alta del propio valer. Y luego, la inmensa sed de ternura, de borrar beso tras beso las lgrimas de la mujer adorada, cuya primera sonrisa tras la herida que le hemos causado, es la ms bella luz que pueda inundar un corazn de hombre.

Y concludo! No me era posible ante m mismo volver a tomar lo que acababa de ultrajar de ese modo: ya no era digno de ella, ni la mereca ms. Haba enlodado en un segundo el amor ms puro que hombre alguno haya sentido sobre s, y acababa de perder con Ins la irreencontrable felicidad de poseer a quien nos ama entraablemente.

Desesperado, humillado, cruc por delante de la puerta, y la vi echada en el sof, sollozando el alma entera sobre sus brazos. Ins! Perdida ya! Sent ms honda mi miseria ante su cuerpo, todo amor, sacudido por los sollozos de su dicha muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve.

Ins!llam.

Mi voz no era ya la de antes. Y ella debi notarlo bien, porque su alma sinti, en aumento de sollozos, el desesperado llamado que le haca mi amor, esta vez s, inmenso amor!

No, no...me respondi.Es demasiado tarde!

* * * * *

Padilla se detuvo. Pocas veces he visto amargura ms agotada y tranquila que la de sus ojos cuando concluy. Por mi parte, no podan apartar de los mos aquella adorable belleza del palco, sollozando sobre el sof...

Me creerreanud Padillasi le digo que en mis muchos insomnios de soltero descontento de s mismo, la tuve as ante m... Sal de Buenos Aires sin ver casi a nadie, y menos a mi flirt de gran fortuna... Volv a los ocho aos, y supe entonces que se haba casado, a los seis meses de haberme ido yo. Torn a alejarme, y hace un mes regres, bien tranquilizado ya, y en paz.

No haba vuelto a verla. Era para m como un primer amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal tiene para el hombre hecho, que despus am cien veces... Si usted es querido alguna vez como yo lo fu, y ultraja como yo lo hice, comprender toda la pureza viril que hay en mi recuerdo.

Hasta que una noche tropec con ella. S, esa misma noche en el teatro... Comprend, al ver a su marido de opulenta fortuna, que se haba precipitado en el matrimonio, como yo al Ucayali... Pero al verla otra vez, a veinte metros de m, mirndome, sent que en mi alma, dormida en paz, surga sangrando la desolacin de haberla perdido, como si no hubiera pasado un solo da de esos diez aos. Ins! Su hermosura, su mirada, nica entre todas las mujeres, haban sido mas bien mas, porque me haban sido entregadas con adoracintambin apreciar usted esto algn da.

Hice lo humanamente posible para olvidar, me romp las muelas tratando de concentrar todo mi pensamiento en la escena. Pero la prodigiosa partitura de Wagner, ese grito de pasin enfermante, encendi en llama viva lo que quera olvidar. En el segundo o tercer acto no pude ms y volv la cabeza. Ella tambin sufra la sugestin de Wagner, y me miraba. Ins, mi vida! Durante medio minuto su boca, sus manos, estuvieron bajo mi boca, mis ojos, y durante ese tiempo ella concentr en su palidez la sensacin de esa dicha muerta hacia diez aos. Y Tristn siempre, sus alaridos de pasin sobrehumana, sobre nuestra felicidad yerta!

Sal entonces, atraves las butacas como un sonmbulo, aproximndome a ella sin verla, sin que me viera, como si durante diez aos no hubiera yo sido un miserable...

Y como diez aos atrs, sufr la alucinacin de que llevaba mi sombrero en la mano e iba a pasar delante de ella.

Pas, la puerta del palco estaba abierta, y me detuve enloquecido. Como diez antes sobre el sof, ella, Ins, tendida en el divn del antepalco, sollozaba la pasin de Wagner y su dicha deshecha.

Ins!... Sent que el destino me colocaba en un momento decisivo. Diez aos!... Pero haban pasado? No, no, Ins ma!

Y como entonces, al ver su cuerpo todo amor, sacudido por los sollozos, murmur:

Ins!

Y como diez aos antes, los sollozos redoblaron, y como entonces me respondi bajo sus brazos:

No, no...Es demasiado tarde!...

EL INFIERNO ARTIFICIAL

Las noches en que hay luna, el sepulturero avanza por entre las tumbas con paso singularmente rgido. Va desnudo hasta la cintura y lleva un gran sombrero de paja. Su sonrisa, fija, da la sensacin de estar pegada con cola a la cara. Si fuera descalzo, se notara que camina con los pulgares del pie doblados hacia abajo.

No tiene esto nada de extrao, porque el sepulturero abusa del cloroformo. Incidencias del oficio lo han llevado a probar el anestsico, y cuando el cloroformo muerde en un hombre, difcilmente suelta. Nuestro conocido espera la noche para destapar su frasco, y como su sensatez es grande, escoge el cementerio para inviolable teatro de sus borracheras.

El cloroformo dilata el pecho a la primera inspiracin; la segunda, inunda la boca de saliva; las extremidades hormiguean, a la tercera; a la cuarta, los labios, a la par de las ideas, se hinchan, y luego pasan cosas singulares.

Es as como la fantasa de su paso ha llevado al sepulturero hasta una tumba abierta en que esa tarde ha habido remocin de huesosinconclusa por falta de tiempo. Un atad ha quedado abierto tras la verja, y a su lado, sobre la arena, el esqueleto del hombre que estuvo encerrado en l.

... Ha odo algo, en verdad? Nuestro conocido descorre el cerrojo, entra, y luego de girar suspenso alrededor del hombre de hueso, se arrodilla y junta sus ojos a las rbitas de la calavera.

All, en el fondo, un poco ms arriba de la base del crneo, sostenido como en un pretil en una rugosidad del occipital, est acurrucado un hombrecillo tiritante, amarillo, el rostro cruzado de arrugas. Tiene la boca amoratada, los ojos profundamente hundidos, y la mirada enloquecida de ansia.

Es todo cuanto queda de un cocainmano.

Cocana! Por favor, un poco de cocana!

El sepulturero, sereno, sabe bien que l mismo llegara a disolver con la saliva el vidrio de su frasco, para alcanzar el cloroformo prohibido. Es, pues, su deber ayudar al hombrecillo tiritante.

Sale y vuelve con la jeringuilla llena, que el botiqun del cementerio le ha proporcionado. Pero cmo, al hombrecillo diminuto?...

Por las fisuras craneanas!... Pronto!

Cierto! Cmo no se le haba ocurrido a l? Y el sepulturero, de rodillas, inyecta en las fisuras el contenido entero de la jeringuilla, que filtra y desaparece entre las grietas.

Pero seguramente algo ha llegado hasta la fisura a que el hombrecillo se adhiere desesperadamente. Despus de ocho aos de abstinencia, qu molcula de cocana no enciende un delirio de fuerza, juventud, belleza?

El sepulturero fij sus ojos a la rbita de la calavera, y no reconoci al hombrecillo moribundo. En el cutis, firme y terso, no haba el menor rastro de arruga. Los labios, rojos y vitales, se entremordan con perezosa voluptuosidad que no tendra explicacin viril, si los hipnticos no fueran casi todos femeninos; y los ojos, sobre todo, antes vidriosos y apagados, brillaban ahora con tal pasin que el sepulturero tuvo un impulso de envidiosa sorpresa.

Y eso, as... la cocana?murmur.

La voz de adentro son con inefable encanto.

Ah! Preciso es saber lo que son ocho aos de agona! Ocho aos, desesperado, helado, prendido a la eternidad por la sola esperanza de una gota!... S, es por la cocana... Y usted? Yo conozco ese olor... cloroformo?

Srepuso el sepulturero avergonzado de la mezquindad de su paraso artificial. Y agreg en voz baja:El cloroformo tambin... Me matara antes que dejarlo.

La voz son un poco burlona.

Matarse! Y concluira seguramente; sera lo que cualquiera de esos vecinos mos... Se pudrira en tres horas, usted y sus deseos.

Es cierto;pens el sepultureroacabaran conmigo. Pero el otro no se haba rendido. Arda an despus de ocho aos aquella pasin que haba resistido a la falta misma del vaso de deleite; que ultrapasaba la muerte capital del organismo que la cre, la sostuvo, y no fu capaz de aniquilarla consigo; que sobreviva monstruosamente de s misma, transmutando el ansia causal en supremo goce final, mantenindose ante la eternidad en una rugosidad del viejo crneo.

La voz clida y arrastrada de voluptuosidad sonaba an burlona.

Usted se matara... Linda cosa! Yo tambin me mat... Ah, le interesa! verdad? Pero somos de distinta pasta... Sin embargo, traiga su cloroformo, respire un poco ms y igame. Apreciar entonces lo que va de su droga a la cocana. Vaya.

El sepulturero volvi, y echndose de pecho en el suelo, apoyado en los codos y el frasco bajo las narices, esper.

Su cloro! No es mucho, que digamos. Y an morfina... Usted conoce el amor por los perfumes? No? Y el Jicky de Guerlain? Oiga, entonces. A los treinta aos me cas, y tuve tres hijos. Con fortuna, una mujer adorable y tres criaturas sanas, era perfectamente feliz. Sin embargo, nuestra casa era demasiado grande para nosotros. Usted ha visto. Usted no... en fin... ha visto que las salas lujosamente puestas parecen ms solitarias e intiles. Sobre todo solitarias. Todo nuestro palacio viva as en silencio su estril y fnebre lujo.

Un da, en menos de diez y ocho horas, nuestro hijo mayor nos dej por seguir tras la difteria. A la tarde siguiente el segundo se fu con su hermano, y mi mujer se ech desesperada sobre lo nico que nos quedaba: nuestra hija de cuatro meses. Qu nos importaba la difteria, el contagio y todo lo dems? A pesar de la orden del mdico, la madre di de mamar a la criatura, y al rato la pequea se retorca convulsa, para morir ocho horas despus, envenenada por la leche de la madre.

Sume usted: 18, 24, 9. En 51 horas, poco ms de dos das, nuestra casa qued perfectamente silenciosa, pues no haba nada que hacer. Mi mujer estaba en su cuarto, y yo me paseaba al lado. Fuera de eso nada, ni un ruido. Y dos das antes tenamos tres hijos...

Bueno. Mi mujer pas cuatro das araando la sbana, con un ataque cerebral, y yo acud a la morfina.

Deje esome dijo el mdico,no es para usted.

Qu, entonces?le respond. Y seal el fnebre lujo de mi casa que continuaba encendiendo lentamente catstrofes, como rubes.

El hombre se compadeci.

Prueba sulfonal, cualquier cosa... Pero sus nervios no darn.

Sulfonal, brional, estramonio...bah! Ah, la cocana! Cunto de infinito va de la dicha desparramada en cenizas al pie de cada cama vaca, al radiante rescate de esa misma felicidad quemada, cabe en una sola gota de cocana! Asombro de haber sufrido un dolor inmenso, momentos antes; sbita y llana confianza en la vida, ahora; instantneo rebrote de ilusiones que acercan el porvenir a diez centmetros del alma abierta, todo esto se precipita en las venas por entre la aguja de platino. Y su cloroformo!... Mi mujer muri. Durante dos aos gast en cocana muchsimo ms de lo que usted puede imaginarse. Sabe usted algo de tolerancias? Cinco centigramos de morfina acaban fatalmente con un individuo robusto. Quincey lleg a tomar durante quince aos dos gramos por da; vale decir, cuarenta veces ms que la dosis mortal.

Pero eso se paga. En m, la verdad de las cosas lgubres, contenida, emborrachada da tras da, comenz a vengarse, y ya no tuve ms nervios retorcidos que echar por delante a las horribles alucinaciones que me asediaban. Hice entonces esfuerzos inauditos para arrojar fuera el demonio, sin resultado. Por tres veces resist un mes a la cocana, un mes entero. Y caa otra vez. Y usted no sabe, pero sabr un da, qu sufrimiento, qu angustia, qu sudor de agona se siente cuando se pretende suprimir un solo da la droga!

Al fin, envenenado hasta lo ms ntimo de mi ser, preado de torturas y fantasmas, convertido en un tembloroso despojo humano; sin sangre, sin vidamiseria a que la cocana prestaba diez veces por da radiante disfraz, para hundirme en seguida en un estupor cada vez ms hondo, al fin un resto de dignidad me lanz a un sanatorio, me entregu atado de pies y manos para la curacin.

All, bajo el imperio de una voluntad ajena, vigilado constantemente para que no pudiera procurarme el veneno, llegara forzosamente a descocainizarme.

Sabe usted lo que pas? Que yo, conjuntamente con el herosmo para entregarme a la tortura, llevaba bien escondido en el bolsillo un frasquito con cocana... Ahora calcule usted lo que es pasin.

Durante un ao entero, despus de ese fracaso, prosegu inyectndome. Un largo viaje emprendido dime no s qu misteriosas fuerzas de reaccin, y me enamor entonces.

La voz call. El sepulturero, que escuchaba con la babeante sonrisa fija siempre en su cara, acerc su ojo y crey notar un velo ligeramente opaco y vidrioso en los de su interlocutor. El cutis, a su vez, se resquebrajaba visiblemente.

S,prosigui la voz,es el principio... Concluir de una vez. A usted, un colega, le debo toda esta historia.

Los padres hicieron cuanto es posible para resistir: un morfinmano, o cosa as! Para la fatalidad ma, de ella, de todos, haba puesto en mi camino a una supernerviosa. Oh, admirablemente bella! No tena sino diez y ocho aos. El lujo era para ella lo que el cristal tallado para una esencia: su envase natural.

La primera vez que, habindome yo olvidado de darme una nueva inyeccin antes de entrar, me vi decaer bruscamente en su presencia, idiotizarme, arrugarme, fij en m sus ojos inmensamente grandes, bellos y espantados. Curiosamente espantados! Me vi, plida y sin moverse, darme la inyeccin. No ces un instante en el resto de la noche de mirarme. Y tras aquellos ojos dilatados que me haban visto as, yo vea a mi vez la tara neurtica, al to internado, y a su hermano menor epilptico...

Al da siguiente la hall respirando Jicky, su perfume favorito; haba ledo en veinticuatro horas cuanto es posible sobre hipnticos.

Ahora bien: basta que dos personas sorban los deleites de la vida de un modo anormal, para que se comprendan tanto ms ntimamente, cuanto ms extraa es la obtencin del goce. Se unirn en seguida, excluyendo toda otra pasin, para aislarse en la dicha alucinada de un paraso artificial.

En veinte das, aquel encanto de cuerpo, belleza, juventud y elegancia, qued suspenso del aliento embriagador de los perfumes. Comenz a vivir, como yo con la cocana, en el cielo delirante de su Jicky.

Al fin nos pareci peligroso el mutuo sonambulismo en su casa, por fugaz que fuera, y decidimos crear nuestro paraso. Ninguno mejor que mi propia casa, de la que nada haba tocado, y a la que no haba vuelto ms. Se llevaron anchos y bajos divanes a la sala; y all, en el mismo silencio y la misma suntuosidad fnebre que haba incubado la muerte de mis hijos; en la profunda quietud de la sala, con lmpara encendida a la una de la tarde; bajo la atmsfera pesada de perfumes, vivimos horas y horas nuestro fraternal y taciturno idilio, yo tendido inmvil con los ojos abiertos, plido como la muerte; ella echada sobre el divn, manteniendo bajo las narices, con su mano helada, el frasco de Jicky.

Porque no haba en nosotros el menor rastro de deseoy cun hermosa estaba con sus profundas ojeras, su peinado descompuesto, y, el ardiente lujo de su falda inmaculada!

Durante tres meses consecutivos raras veces falt, sin llegar yo jams a explicarme qu combinaciones de visitas, casamientos y garden party debi hacer para no ser sospechada. En aquellas raras ocasiones llegaba al da siguiente ansiosa, entraba sin mirarme, tiraba su sombrero con un ademn brusco, para tenderse en seguida, la cabeza echada atrs y los ojos entornados, al sonambulismo de su Jicky.

Abrevio: una tarde, y por una de esas reacciones inexplicables con que los organismos envenenados lanzan en explosin sus reservas de defensalos morfinmanos las conocen bien!sent todo el profundo goce que haba, no en mi cocana, sino en aquel cuerpo de diez y ocho aos, admirablemente hecho para ser deseado. Esa tarde, como nunca, su belleza surga plida y sensual, de la suntuosa quietud de la sala iluminada. Tan brusca fu la sacudida, que me hall sentado en el divn, mirndola. Diez y ocho aos... y con esa hermosura!

Ella me vi llegar sin hacer un movimiento, y al inclinarme me mir con fra extraeza.

S...murmur.

No, no...repuso ella con la voz blanca, esquivando la boca en pesados movimiento de su cabellera.

Al fin, al fin ech la cabeza atrs y cedi cerrando los ojos.

Ah! Para qu haber resucitado un instante, si mi potencia viril, si mi orgullo de varn no reviva ms! Estaba muerto para siempre, ahogado, disuelto en el mar de cocana! Ca a su lado, sentado en el suelo, y hund la cabeza entre sus faldas, permaneciendo as una hora entera en hondo silencio, mientras ella, muy plida, se mantena tambin inmvil, los ojos abiertos fijos en el techo.

Pero ese fustazo de reaccin que haba encendido un efmero relmpago de ruina sensorial, traa tambin a flor de conciencia cuanto de honor masculino y vergenza viril agonizaba en m. El fracaso de un da en el sanatorio, y el diario ante mi propia dignidad, no eran nada en comparacin del de ese momento, comprende usted? Para qu vivir, si el infierno artificial en que me haba precipitado y del que no poda salir, era incapaz de absorberme del todo! Y me haba soltado un instante, para hundirme en ese final!

Me levant y fu adentro, a las piezas bien conocidas, donde an estaba mi revlver. Cuando volv, ella tena los prpados cerrados.

Matmonosle dije.

Entreabri los ojos, y durante un minuto no apart la mirada de m. Su frente lmpida volvi a tener el mismo movimiento de cansado xtasis:

Matmonosmurmur.

Recorri en seguida con la vista el fnebre lujo de la sala, en que la lmpara arda con alta luz, y contrajo ligeramente el ceo.

Aqu noagreg.

Salimos juntos, pesados an de alucinacin, y atravesamos la casa resonante, pieza tras pieza. Al fin ella se apoy contra una puerta y cerr los ojos. Cay a lo largo de la pared. Volv el arma contra m mismo, y me mat a mi vez.

Entonces, cuando a la explosin mi mandbula se descolg bruscamente, y sent un inmenso hormigueo en la cabeza; cuando el corazn tuvo dos o tres sobresaltos, y se detuvo paralizado; cuando en mi cerebro y en mis nervios y en mi sangre no hubo la ms remota probabilidad de que la vida volviera a ellos, sent que mi deuda con la cocana estaba cumplida. Me haba matado, pero yo la haba muerto a mi vez!

Y me equivoqu! Porque un instante despus pude ver, entrando vacilantes y de la mano, por la puerta de la sala, a nuestros cuerpos muertos, que volvan obstinados...

La voz se quebr de golpe.

Cocana, por favor! Un poco de cocana!

LA GALLINA DEGOLLADA

Todo el da, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenan la lengua entre los labios, los ojos estpidos, y volvan la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a l, a cinco metros, y all se mantenan inmviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenan fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atencin al principio, poco a poco sus ojos se animaban, se rean al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegra bestial, como si fuera comida.

Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranva elctrico. Los ruidos fuertes sacudan asimismo su inercia, y corran entonces, mordindose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombro letargo de idiotismo, y pasaban todo el da sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantaln.

El mayor tena doce aos y el menor, nueve. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.

Esos cuatro idiotas, sin embargo, haban sido un da el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer y mujer y marido hacia un porvenir mucho ms vital: un hijo: Qu mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagracin de su cario, libertado ya del vil egosmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovacin?

As lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo lleg, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creci, bella y radiante, hasta que tuvo ao y medio. Pero en el vigsimo mes sacudironlo una noche convulsiones terribles, y a la maana siguiente no conoca ms a sus padres. El mdico lo examin con esa atencin profesional que est visiblemente buscando la causa del mal, en las enfermedades de los padres.

Despus de algunos das los miembros paralizados recobraron el instinto; pero la inteligencia, el alma, an el instinto, se haban ido del todo; haba quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

Hijo, mi hijo querido!sollozaba sta, sobre aquella espantosa ruina de su primognito.

El padre, desolado, acompa al mdico afuera.

A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido. Podr mejorar, educarse en todo lo que permita su idiotismo, pero no ms all.

S!... s!...asenta Mazzini.Pero dgame: Usted cree que es herencia, que...?

En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que cre cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay all un pulmn que no sopla bien. No veo nada ms, pero hay un soplo un poco rudo. Hgala examinar bien.

Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobl su amor a su hijo, el pequeo idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo ms profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Naci ste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los diez y ocho meses las convulsiones del primognito se repetan, y al da siguiente amaneca idiota.

Esta vez los padres cayeron en honda desesperacin. Luego su sangre, su amor estaba maldito! Su amor, sobre todo! Veintiocho aos l, veintids ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un tomo de vida normal. Ya no pedan ms belleza e inteligencia como en el primognito; pero un hijo, un hijo como todos!

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamadaras de dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitise el proceso de los dos mayores.

Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasin por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la ms honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No saban deglutir, cambiar de sitio, ni an sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstculos. Cuando los lavaban mugan hasta inyectarse de sangre el rostro. Animbanse slo al comer, cuando vean colores brillantes u oan truenos. Se rean entonces, echando afuera lengua y ros de baba, radiantes de frenes bestial. Tenan, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada ms.

Con los mellizos pareci haber concludo la aterradora descendencia. Pero pasados tres aos desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.

No satisfacan sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasper