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31 DERECHO EN SOCIEDAD, N.º 3. Julio de 2012 Revista Electrónica de la Facultad de Derecho, ULACIT – Costa Rica De la injusticia a la justicia Revisión conceptual desde la neuroantropología Axel P. RetanaSalazar 1 Recibido el 26 de marzo de 2012 Aprobado el 27 de mayo de 2012 Programa Universitario de Biología Aplicada (PUA), Centro de Investigación en Estructuras Microscópicas (CIEMIC), Ciudad de la Investigación, Universidad de Costa Rica 2060. Resumen. El texto aborda el tema de la injusticia y la percepción de la desigualdad social sobre todo en grupos sociales de mamíferos. Se hace referencia en especial a los casos de los primates no humanos, entre ellos chimpancés y monos carablanca, y se incluyen los estudios en perros, que ha demostrado una clara tendencia a la susceptibilidad social en la desigualdad. Se presentan datos obtenidos acerca de la percepción de la desigualdad, como los estudios en la neurología de la moral y las investigaciones que relacionan algunos genes con comportamientos considerados como rasgos de lo protomoral. Muchos nuevos hallazgos indican que hay factores biológicos interactuando con los factores culturales para permitir un mejor desarrollo de 1 Doctorado en Ciencias por la Universidad de Costa Rica. Profesor de la Universidad de Costa Rica. Especialista en taxonomía y filogenia. Ha publicado cerca de 80 artículos científicos además de 2 libros y obras divulgativas. En el 2006 empieza sus estudios explorando la posibilidad desde la biología antropológica teórica de hallar patrones sociales que indiquen el surgimiento del Derecho en los sistemas sociales.

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De  la  injusticia  a  la  justicia  Revisión  conceptual  desde  la  neuroantropología  Axel  P.  Retana-­‐Salazar1  

Recibido el 26 de marzo de 2012 Aprobado el 27 de mayo de 2012

Programa Universitario de Biología Aplicada (PUA), Centro de Investigación en Estructuras Microscópicas (CIEMIC), Ciudad de la Investigación, Universidad de Costa Rica 2060. Resumen. El texto aborda el tema de la injusticia y la percepción de la desigualdad social sobre todo en grupos sociales de mamíferos. Se hace referencia en especial a los casos de los primates no humanos, entre ellos chimpancés y monos carablanca, y se incluyen los estudios en perros, que ha demostrado una clara tendencia a la susceptibilidad social en la desigualdad. Se presentan datos obtenidos acerca de la percepción de la desigualdad, como los estudios en la neurología de la moral y las investigaciones que relacionan algunos genes con comportamientos considerados como rasgos de lo protomoral. Muchos nuevos hallazgos indican que hay factores biológicos interactuando con los factores culturales para permitir un mejor desarrollo de

1 Doctorado en Ciencias por la Universidad de Costa Rica. Profesor de la Universidad de Costa Rica. Especialista en taxonomía y filogenia. Ha publicado cerca de 80 artículos científicos además de 2 libros y obras divulgativas. En el 2006 empieza sus estudios explorando la posibilidad desde la biología antropológica teórica de hallar patrones sociales que indiquen el surgimiento del Derecho en los sistemas sociales.

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las sociedades. Sin embargo, es fundamental que haya claridad acerca de la relación cultura-neurología, y que la interacción entre ambas no detalle el dominio de una de ellas sobre la otra. La intención después de esta revisión conceptual que podría conducir a la posibilidad de explicar la existencia del Derecho sensu lato como una característica de la evolución social del humano, es buscar la interacción equilibrada entre los subgrupos de un grupo y las regulaciones de la jerarquía. Palabras clave. Derecho, moral, neuroantropología, justicia, injusticia, desigualdad Abstract. This text approaches the subject of injustice and perceived social inequality especially in social groups of mammals. It refers in particular to cases of non-human primates including chimpanzees and capuchin monkeys. Furthermore hand, includes studies in dogs have shown a clear trend towards susceptibility to social inequality. The data about the perception of inequality, as studies in the neurology of morals, some research linking genes to behavior considered as features of protomoral. Many new findings indicate that there are biological factors interacting with cultural factors to allow better development of societies. However, it is essential that clarity about the relationship between culture and neurology and the interaction between the two does not detail the dominance of one over the other. The intention after this conceptual review that could lead to the possibility of explaining the existence of the law sensu lato as a feature of human social evolutionis to search the balanced interaction between subgroups of a group and the regulations of the hierarchy. Key words. Right, moral, neuroanthropology, fairness, unjustice, inequality

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Introducción La Justicia ha sido una inquietud social desde etapas muy tempranas del desarrollo evolutivo del hombre. Al analizar las primeras civilizaciones, es evidente la creación de cánones morales que luego dieron forma a los cuerpos de leyes. Esta convergencia entre moral y ley ha dificultado en muchas ocasiones la delimitación clara de ambos conceptos, lo cual es evidente en algunas culturas en las que se mantiene una muy estrecha cercanía entre la ley y los preceptos morales dictados por la religión (Leandry-Vega, 2010). Aunque algunos autores han considerado que la presencia constante de las religiones en la doctrina jurídica ha sido en la mayor parte de las ocasiones un aporte negativo (Leandry-Vega, 2010), en realidad hay que preguntarse por qué este vínculo religión-estado existe y ha existido, siendo tan poderoso que se han desarrollado espacios para su estudio en las disciplinas del derecho y la política, en el desarrollo del concepto legal de la separación Iglesia-Estado. Este concepto ha sido tan importante en el desarrollo de la sociedad humana moderna que ha merecido múltiples textos y análisis filosóficos. La separación entre iglesia y estado, en cualquier caso, es un fenómeno que surge a partir del humanismo, durante el Renacimiento, momento en el que se deja de lado la creencia de que todo es en función de Dios y se empieza a centrar la sociedad en el desarrollo humano. Luego de esto logra consolidarse la Ilustración, la cual responde en gran parte a la corriente filosófica que empezó predominar en ese momento histórico el racionalismo (Bravo, 2009). Esto condujo a que algunos Estados, como el adoptado por la Francia posrevolucionaria convirtieran estos movimientos en una política oficial durante el desarrollo del periodo histórico de la Revolución Francesa. De igual forma se vieron afectadas de esta manera la Independencia de los Estados Unidos de Norte América y todas aquellas revoluciones que pretenden divorciar al trono y el altar (François et al. 1971).

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Las Constituciones Políticas de las Naciones modernas, en su mayoría, han plasmado la separación Iglesia-Estado en este marco legal general, estableciendo el concepto de Estado Laico, con la tendencia creciente a una secularización del Estado (Poll, 2006). Sin embargo, en un proceso de secularización en el que las sociedades hacen que la religión y sus instituciones pierdan poder sobre ella, estas son sustituidas por otras esferas de poder que llevan a un proceso similar por la influencia directa que tienen sobre el desarrollo de los sistemas legales (Elbert, 2011). Una pregunta que surge de todo esto es cuál es la definición de Derecho como tal. ¿Nos basta con decir que es el conjunto de reglas establecidas por la sociedad?; más allá de esto es fundamental analizar si el Derecho que doctrinariamente pretende alcanzar el ideal de la Justicia puede hacerlo. Para esto es necesario analizar si el concepto que se pretende alcanzar tiene un asidero objetivo o si es un valor totalmente subjetivo, lo que haría que toda práctica del derecho positivo sea absolutamente subjetiva. Algunos juristas han entrado en el análisis de este tipo de problemas filosóficos, desde el poder del juez hasta la lógica que hay detrás de algunos preceptos jurídicos (González, 2003). Con el objetivo de ayudar a esclarecer la conceptualización moderna de la Justicia, la cual es fundamental en el desarrollo de los sistemas sociales (Campbell y García, 2009), se presenta en este trabajo, una revisión de ideas y hechos derivados de la ciencia empírica acerca de la evolución de la moral y la percepción de la inequidad en sistemas sociales no humanos y su posible trascendencia en la comprensión de las bases de nuestra búsqueda de la justicia, como valor que garantiza la equidad social. Derecho El Derecho como disciplina manifiesta múltiples aristas desde las cuales puede ser abordado como un interesante objeto de estudio. En la actualidad, es

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motivo de interrogantes para los sociólogos que se preguntan acerca de problemas que se mantienen en la sociedad más allá de la doctrina legal (Sutherland, 2009). Los juristas no han dejado de lado el abordaje de estos problemas desde hace siglos, de esta manera Beccaria (1774) ya se preocupaba y se interrogaba por estos problemas e incluso planteaba posibles soluciones a algunos de ellos. El trabajo de Beccaria atrajo tanto la atención en su momento como hoy, pero no deja de ser un interesante manifiesto teórico de algo que en el supuesto jurídico debió llevarse a la práctica hace mucho tiempo. Recientemente se ha publicado un interesante artículo que de nuevo pone en el tapete de la discusión académica el problema de la imposibilidad social que tenemos para impartir verdadera justicia (Elbert, 2011). Una disciplina que puede aportar mucho al entendimiento de porqué se nos dificulta esta meta de la justicia y equidad social puede ser la biología y sus estudios extendidos a nuevas áreas de las ciencias cognitivas como lo es la neuroantropología (Campbell y García, 2009) y algunas otras como la reciente incorporación del término neuroderecho (Carrara, 2010) en algunas jergas de la investigación. Este tipo de trabajos suele ser de antemano rechazado por muchos estudiosos de las ciencias sociales, que ven en este tipo de argumentaciones el antiguo dilema de la naturaleza versus la educación, es decir, la separación entre aquellos caracteres que son adquiridos en contraposición de aquellos que nos son heredados. Esto nos ha conducido durante mucho tiempo a pensar que hay dos bandos: el de aquellos que consideran que lo fundamental para el hombre es el entorno sociocultural y en consecuencia, aquellos factores aprendidos o adquiridos; mientras que otros han defendido a través de la historia el determinismo biológico, el cual tuvo mayor auge al postularse la teoría de la selección natural de Darwin-Wallace en el libro El origen de las especies (Darwin, 1859). Las más recientes investigaciones demuestran que ambas posiciones extremas son equivocadas y existe una constante interacción entre los factores

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culturales y los biológicos, pudiendo ambos incidir el uno sobre el otro (Han y Northoff, 2008). Como científico educado en la última etapa del siglo XX, fui formado dentro de la escuela del escepticismo y nunca me permito considerar nada como cierto sin evidencias previas, por esta razón, desde mi punto de vista, ninguna de las dos posiciones es considerada en este trabajo como un punto de partida efectivo para poder llegar a conclusiones reales en el estudio de temas tan complejos como el desarrollo del hombre en sus aspectos biológicos, sociales y culturales. El Derecho es el orden normativo e institucional para la regulación de la conducta humana en sociedad, que halla su fundamento en los postulados de la justicia. La base de esta son las relaciones sociales existentes que determinan su contenido y carácter, regulaciones que admiten solo aquellas conductas dirigidas a la observancia de normas que regulan la convivencia social y permiten intentar resolver los conflictos intersubjetivos de una manera que parezca aceptable a las partes involucradas. El derecho positivo, como se define, no abarca la explicación de su fundamento, razón por la cual los diferentes teóricos del Derecho ―que incluyen desde filósofos hasta juristas y en tiempos más cercanos a científicos sociales e incluso biólogos― intentan descifrar las razones de este macromeme (Retana-Salazar y Garita-Cambronero, 2010). Desde estas otras visiones de este cuerpo de reglas se han propuesto diversas definiciones alternativas, como diferentes teorías jurídicas sin que haya un consenso acerca de la validez de estas. La definición planteada aquí es considerada por algunos como con un grado de “validez” aceptable, porque incluye el valor de la Justicia, lo que se considera como fundamento del Derecho. Ahora bien, desde una posición objetiva, se puede decir que el Derecho es el conjunto de leyes, reglamentos y resoluciones, de carácter permanente y obligatorio, concebidas por un Estado para la conservación del orden social. Este

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será válido si se ha llevado a cabo el debido proceso para su creación, de manera independiente a su eficacia y de su ideal axiológico. Desde un punto de vista puramente práctico, se puede decir que los conceptos de derecho positivo y el derecho vigente son reducibles a que el primero es aplicado y el segundo es el emitido por un órgano legislativo, para ser obedecido en tanto se encuentre vigente. En consecuencia, no todo derecho vigente es positivo, es decir, hay normas jurídicas que tienen poca aplicación práctica, lo cual en palabras más simples significa que dichas normas no corresponden al derecho positivo, pero sí es derecho vigente (García, 2000). Moral Si bien definir el Derecho es algo complicado, el tratar de hallar una definición de moral lo es aún más. Una explicación algo filosófica del término puede ser un poco más aclaratoria que una definición vaga, la cual debe competir con muchas otras definiciones conceptuales de la moral. La palabra es de origen latino y proviene del término moris que significa “costumbre”. La moral es un conjunto de creencias, costumbres, valores y normas de un grupo social, que funciona como una guía para el accionar de los individuos de un grupo social. Dicho en otras palabras, la moral intenta orientar sobre las acciones que socialmente deben considerarse correctas, lo que sería equivalente a “buenas”; y cuales incorrectas, o sea, “malas” (Ferrater, 1979). Otro posible escenario para una comprensión de la moral es considerarla como la totalidad del conocimiento que se adquiere acerca de los ideales positivos más promovidos en un sistema social, y que son respetadas como normas de conducta. Las creencias sobre la moralidad son generalizadas y codificadas en determinada cultura o en un grupo social particular, por lo que la moral pretende actuar como un canon regulador del comportamiento de los miembros del

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grupo. Por otra parte, la moral con frecuencia se identifica con los principios religiosos y éticos que un grupo social decide respetar. El conjunto de normas morales que un grupo decide respetar se conoce como ‘moralidad objetiva’ y estas existen como hechos sociales más allá de que los individuos decidan seguirlas. En contraposición, los actos a través de los cuales el individuo respeta o viola la norma moral constituyen la moral subjetiva. La idea de responsabilidad moral aparece con la idea de que las acciones del individuo siempre se realizan con un fin, a menos de que se halle en estado de inconsciencia, lo cual se puede deber a enfermedad mental, un desequilibrio psicológico o a los efectos de una droga, entre otros. Uno de los factores que ayudan a que los miembros de un grupo social sigan los valores morales de su sociedad es mantener la creencia de que al seguirlos, cada individuo puede forjarse un mejor destino. Sin embargo, los estudios modernos de neuroantropología necesitan una definición operacional más clara y precisa que permita sustentar sobre ella los objetivos de la investigación empírica sujeta a un método científico inductivo, más que a una forma de estructuración del conocimiento de tipo deductivo. Por esta razón, el concepto aceptado por las ciencias naturales y empíricas de la moral es definirla como las conductas o comportamientos que favorecen mantener la estructura del grupo; por lo tanto, lo no moral será aquello que de alguna manera atente contra la estabilidad del grupo. De esta manera, la forma en que se estudia la moral desde el empirismo científico es mediante la exposición de los sujetos de estudio a textos que describen situaciones hipotéticas, donde la decisión por tomar involucra juicios morales del individuo, como se puede observar en las publicaciones recientes del tema (Marsh et al., 2011).

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Derecho y Moral Múltiples autores han abordado este tema, el cual ha cobrado particular importancia en las últimas décadas, en gran medida gracias a los avances de ciencias como la biología y la antropología, que se han dado a la tarea de empezar a establecer las bases biológicas de algunas conductas de importancia social. Esto trae como consecuencia directa los cuestionamientos acerca de cuánto puede influir esta estructura genética heredable en la normativa que establece un grupo para su subsistencia. Existen importantes evidencias que indican que algunos conceptos que asociamos a un desarrollo sociocultural como la justicia es una necesidad de los grupos sociales para asegurar su existencia (Campbell y García, 2009). Sin embargo, como el tema por desarrollar comprende la revisión de estos aspectos derivados de la moderna evidencia empírica, en este apartado la intención es revisar algunas ideas publicadas por antropólogos y juristas dedicados al desarrollo de una teoría de derecho inclusiva de aspectos filosóficos que permitan discernir los posibles orígenes del derecho en las sociedades modernas. Hay mucho escrito al respecto, pero en todos los textos modernos se reiteran algunos nombres y argumentos que resultan en memes bien aceptados por los integrantes de la comunidad de juristas del mundo. Uno de estos autores que para bien o para mal (según de donde se interprete) ha proporcionado una cantidad asombrosa de ideas en la construcción de una teoría del derecho fue Hans Kelsen. Su gran obra en cuanto al desarrollo de la Teoría Pura del Derecho, no solo es monumental, sino que sigue teniendo vigencia en muchos de sus aspectos filosóficos para muchos juristas actuales que siguen analizando su aporte. De esta manera, algunos juristas consideran que todas las propuestas nacidas en el siglo XX de una teoría del derecho terminan siendo analizadas en función de su mayor o menor proximidad a la Teoría Pura del Derecho propuesta

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por Kelsen (Cuenca-Gómez, 2010). Estos argumentos han sido suficientes para considerar las ideas de este autor austriaco como un ejemplo de las teorías del Derecho que han tratado de integrar diversas corrientes filosóficas desde Platón hasta hoy. Para este análisis, se utilizaron básicamente dos obras trascendentales de Kelsen que son Introducción a la Teoría Pura del Derecho y ¿Qué es la Justicia? La diferencia planteada por Kelsen sobre del Derecho y la moral es acerca del tipo de interpretación social de la norma. Para Kelsen (1986), hay dos sistemas sociales de creación de normas reguladoras: a) El sistema moral, del cual pueden subsistir varias formas en una misma sociedad, es diferente a lo largo de los tiempos e implementa regulaciones sociales generalmente de acatamiento voluntario y que son propuestas por hombres que han trabajado como líderes espirituales como Jesús, Moisés, Mahoma y otros. La normativa moral puede coincidir con la normativa jurídica, pero no necesariamente lo hace, la diferencia es que la normativa moral que estatuye una determinada conducta no tiene mecanismos coercitivos contra aquel que no la respeta. Los mecanismos morales de represión son sociales desde la aceptación o rechazo de los mismos integrantes de la sociedad de las conductas consideradas inmorales. En el orden moral no hay normas que faculten la sanción como una medida coercitiva. De esta manera, el orden moral y el jurídico son órdenes normativos, pero el primero carece de posibilidad coercitiva, mientras que el segundo sí lo es. La pluralidad de valoraciones morales que pueden subsistir en conjunto en una misma sociedad es un indicativo de la relatividad de estas normativas. Estos valores, como se dijo antes, son derivados de la costumbre o son creados por las acciones humanas. Por su parte, el orden jurídico (b) puede o no responder a un determinado orden moral, pero su validez no está en función de la correspondencia de este a un ordenamiento moral. Puede ser considerado como bueno o malo desde una

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determinada óptica moral, de esta manera, que un ordenamiento jurídico sea bueno corresponde a que este sea justo, o viceversa. El ordenamiento jurídico obedece o se adapta con mayor o menor rigidez a una normativa moral compartida por un grupo dirigente donde los intereses de estos se ven reflejados en la creación del Derecho, y en consecuencia será considerado justo desde la moral de ese grupo. Esta forma puede contrariar las normativas morales de otros grupos que coexistan en la misma sociedad; para estos grupos las normativas jurídicas establecidas y que los rigen no podrían ser consideradas de igual manera justas. Por esto, el Derecho debe distinguirse de la Justicia; de esta forma, la descripción del Derecho debe mantenerse al margen de cualquier juicio acerca del valor moral de la ley, es decir, sobre su justicia o injusticia, sin que esto conlleve a pensar que el Derecho no persigue ser justo. La problemática señalada por Kelsen (1986) es de carácter práctico, pero con la puerta abierta a la interpretación filosófica desde la Teoría Pura del Derecho, ya que como este mismo autor lo menciona, cuando se plantea la creación del Derecho debe de inscribirse dentro de un determinado marco de referencia moral, que provea el marco de justicia en el que se desea creer, ya que el concepto de justicia es muy amplio y de difícil definición, e incluso existen ideales de justicia que se contradicen entre sí por lo que es indispensable aclarar la concepción de la justicia que se persigue al crear un determinado cuerpo de normativas jurídicas. Ahora bien, este mismo autor enfoca el problema de la Justicia, en un trabajo suyo titulado ¿Qué es la Justicia? (Kelsen, 2008), donde empieza haciendo referencia a un momento histórico en el que Jesús de Nazaret, al ser interrogado por el gobernador romano, no contesta la pregunta de qué es la verdad, ya que supuestamente su labor era dar testimonio de la justicia que sería esperable en el reino de Dios, por lo que la pregunta de fondo en realidad era "¿qué es la justicia?".

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En palabras propias de Kelsen (2008): No hubo pregunta alguna que haya sido planteada con más pasión, no hubo otra por la que se haya derramado tanta sangre preciosa ni tantas amargas lágrimas como por ésta; no hubo pregunta alguna acerca de la cual hayan meditado con mayor profundidad los espíritus más ilustres, desde Platón a Kant. No obstante, ahora como entonces, carece de respuesta. Tal vez se deba a que constituye una de esas preguntas respecto de las cuales resulta válido ese resignado saber que no puede hallarse una respuesta definitiva: sólo cabe el esfuerzo por formularla mejor (p. 1). Cuando Kelsen (2008) escribe esto en las páginas introductorias de su trabajo, imita el posible conocimiento de la Justicia desde una perspectiva puramente filosófica, y desde ese punto de vista no quedaría más que la opción de seguir reformulando este concepto e intentando alcanzarlo sin mucho éxito en los últimos 10000 años de historia del hombre. Esbozo aquí algunas de esas ideas filosóficas para romper luego con el dogma conceptual clásico de la Justicia, a fin de poder intentar incursionar en explicaciones más vanguardistas que revelan la posibilidad de nuevas alternativas de interpretación de la Justicia sin pretender que estas sean absolutas o las anteriores obsoletas, en un mundo globalizado y holístico, donde hay una clara tendencia hacia el mestizaje en todos los ámbitos, el cual ha resultado enriquecedor en algunos casos aunque en otros no ha sido tan feliz el resultado, al menos si hay una ganancia en que se amplía la gama de posibilidades de análisis de los casos complejos como este. Kelsen empieza su disertación diciendo que “La justicia es, en primer lugar, una característica posible mas no necesaria del orden social” (Kelsen, 2008, p. 1). Esto es interesante, ya que en su texto Derecho y moral, derecho y justicia (Kelsen, 2008) plantea la deseable cualidad del Derecho de ser justo, pero que el mismo puede ser justo o injusto desde el marco conceptual moral que definamos para crearlo, como se dijo anteriormente, por lo tanto la justicia es

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deseable como carácter de un orden social, pero en realidad es imposible de alcanzar debido a la pluralidad de marcos morales existentes dentro de los cuales se trabaja en la sociedad para crear una estructura normativa legal que refleje esa moral más general, lo cual sería lo deseable. Este mismo autor luego examina esta característica de la justicia desde el enfoque particular del individuo cuando dice lo siguiente: “Recién en segundo término constituye una virtud del individuo pues un hombre es justo cuando su obrar concuerda con el orden considerado justo.”). Es decir, será justo quien resuelva dentro de la normativa establecida por el Derecho vigente, el cual responde al marco moral esperado en ese momento por la mayoría de la sociedad o por aquellos que detentan el poder para hacer que el Derecho se cree a su medida. Esto sigue siendo así como lo ejemplifica Elbert (2011), por lo que en efecto el Derecho puede que no esté reflejando el concepto de justicia establecido en el colectivo moral predominante del grupo, donde sería el caso en que Kelsen consideraba que este se alejaba de la justicia. Pero entonces, aquel ente social bien socializado (valga la redundancia) que sigue las normativas establecidas y que se consideran justas es un “hombre justo”. Visto desde este punto de vista, Javert en Los Miserables de Víctor Hugo es un ejemplo ante la sociedad y es un “hombre justo”, pues persigue cumplir con lo establecido por el orden del momento y, en consecuencia, lo que debe considerarse justo. Pero de aquí surge la pregunta de si la mayoría no considera dentro de su moral ese mismo principio de justicia, sino que el Derecho del momento está reflejando la justicia acuñada en el marco conceptual moral de la clase dirigente, entonces según lo considerado por Kelsen en Derecho y moral, Derecho y justicia, este Derecho sería injusto, pues no se acerca al concepto de justicia de la sociedad, sino de una minoría, pero entonces ¿el “hombre justo” es aquel que sigue la justicia que se enmarca dentro de la moral de la sociedad en su mayoría,

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o la que está en vigencia en la normativa jurídica? Si consideramos el primer caso Javert no es un “hombre justo”, pero si consideramos la segunda premisa de la pregunta Javert sí lo es. Keslen llegó a este mismo punto cuando prosiguió en su texto ¿Qué es la Justicia?, de la siguiente forma: Mas, ¿cuándo es justo un orden social determinado? Lo es cuando regla la conducta de los hombres de modo tal que da satisfacción a todos y a todos les permite lograr la felicidad. Aspirar a la justicia es el aspirar eterno a la felicidad de los seres humanos: al no encontrarla como individuo aislado, el hombre busca la felicidad en lo societario (Kelsen, 2008, p. 1). Esta apreciación de la justicia asociada a la felicidad convierte aún en más filosófico el problema, y en estos casos es evidente que no habrá nunca una respuesta, pues cada uno de nosotros tendrá una posición totalmente válida desde la óptica vivencial individual, lo cual sería la base de la fundamentación filosófica de cada ser humano, sin más distingo que la necesidad y el deseo de pensar. Esta asociación de la justicia con la felicidad es precedida por Platón cuando dice “sólo el justo es feliz y desdichado el injusto” (en Kelsen 2008, p. 1), pero esto también cambia con la época y el desarrollo de los valores sociales y morales de las nuevas sociedades. Es decir, los valores y valoraciones sociales son dependientes de la época y el tipo de sociedad, lo cual es fácil de observar en el concepto de belleza cambiante a través de la historia, la aceptación de algunas conductas como el homosexualismo entre los griegos donde era normal y censurado luego por las sociedades posteriores. Esta última consideración se reflejó en las costumbres y leyes de la Grecia Antigua, de igual forma algunos pueblos casi míticos como los Cátaros tuvieron legislaciones en las cuales las mujeres tenían similares derechos a los hombres, como en el ejercicio religioso donde las buenas mujeres podían ejercer el perdón de los pecados (Vasilev, 2000) concepto que cambió en casi toda la sociedad occidental, promoviendo

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consideraciones morales que desvalorizan a la mujer. Es evidente que todo esto no ayuda a esclarecer el concepto de justicia y menos aún si se vincula con el de moral y felicidad. Si se analiza la felicidad en la actualidad, en efecto es una sensación personal que según Kelsen al no ser alcanzada en forma individual se trata de alcanzar mediante la colectividad, esto parece que no se cumple desde los estudios de la psicología moderna, donde esta emoción es dependiente de los sistemas neurológicos y en especial de la activación y desactivación del núcleo superior del tronco cerebral y de la corteza somatosensitivada del cerebro (Damasio, 1994, Ferrando, 2003). Además, es un concepto que varía según la cultura, de esta manera no existe la misma percepción de felicidad entre las culturas occidentales y las orientales, además influye en esto las interacciones religiosas, que definen la felicidad en la comunión con Dios en algunos casos. Es claro que la vinculación del concepto de justicia al marco moral deja este al libre entendimiento de lo que se considera correcto desde las normas jurídicas establecidas, o lo que consideramos correcto dentro de una moral general de la sociedad que exige una determinada forma de actuar en concordancia con su necesidades más que con la normativa del Derecho que puede estar sesgada por los grupos de poder (Kelsen, 1986, Elbert, 2011). Kelsen llega a la misma conclusión de que la felicidad individual no es alcanzable ni se puede garantizar, y que un sistema legal no puede fundamentarse en la necesidad de proveer la felicidad a todos los integrantes de una sociedad. Dentro del concepto de Paltón se es feliz en el momento en que se es justo, pero eso es una consideración particular que puede cambiar desde donde se analice. Para finalizar, Kelsen pone unos ejemplos de cómo la búsqueda de la felicidad para unos puede estar en directa relación con producirle la infelicidad a otros, con lo que el sistema sería injusto, pero lo interesante de uno de estos ejemplos

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de Kelsen es la consideración de que la situación es injusta y no se percibe la justicia más que en presencia de la injusticia, por eso transcribo textual este ejemplo de Kelsen (2008), el cual parte de una premisa de escogencia, lo que involucra un juicio que puede ser moral en cuanto elegir al mejor y el mejor candidato es una evaluación que depende en mucho de las percepciones éticas y morales de cada cual aparte de los indicadores que escojamos para darle una validación social a la escogencia. El ejemplo dice así: es preciso designar al jefe de un ejército. Dos varones se presentan a concurso, pero sólo uno de ellos podrá ser el elegido. No cabe duda que se ha de nombrar a aquel que sea más apto. Mas, ¿si ambos fuesen igualmente aptos? Resultaría entonces imposible encontrar una solución justa. Supongamos que sea considerado más apto el que tiene buena apostura y un rostro agradable que le dan el aspecto de personalidad fuerte, en tanto el otro es pequeño y de apariencia insignificante. En caso de recaer la designación en aquel, este otro no aceptará lo resuelto como justo, dirá, por ejemplo: "¿por qué no tengo yo un físico tan bien dotado como él? ¿por qué la Naturaleza me ha dado un cuerpo tan poco atractivo?“(P.8-9). En este ejemplo, Kelsen trata un aspecto importante y es que entre ambos sujetos que son igualmente aptos para un puesto y se utiliza cualquier otro elemento de juicio subjetivo con tal de deshacer el empate, implica que hay una percepción de decisión no justa por parte de los que tengan que decidir. Esto lo afrontamos con gran frecuencia en la vida cotidiana, en cuyo caso podríamos hipotéticamente preguntar a los rivales ¿cuál hubiera sido la decisión justa? La justicia de cada uno de ellos sería dependiente de su bienestar y llegamos al mismo punto que se trató con anterioridad: que la felicidad de cada individuo en algunos casos involucra la infelicidad de otro. Este caso es similar, pero con el término justicia; en este caso la justicia es definida desde la moral de la conveniencia de cada uno de los individuos, y en esto serán fundamentales los

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valores morales que cada uno de ellos haya adoptado en su vida. Hasta aquí todos podríamos estar de acuerdo con algunos matices sobre el asunto, pero en el fondo podemos compartir que estos términos son constructos sociales nuestros que incluso serán dependientes de la cultura. En consecuencia, tenemos que aunque ambos participantes nos den una diferente perspectiva de la justicia que en realidad es el concepto de justo que cada uno de ellos desarrolla desde su perspectiva y será antagónico al del otro aunque converjan en los mismos argumentos esgrimidos. Lo que sí es cierto es que si consideramos plantear la pregunta opuesta sobre ¿qué es la injusticia? La respuesta será mucho más consistente y esta es digna de análisis. Analizando estos factores, Kelsen logró concluir sin más evidencia que su observación derivada de datos sueltos en sus percepciones vivenciales que cuando se analiza la Naturaleza desde el punto de vista de la justicia, hay que concluir que esta no es justa; desde la óptica de Kelsen unos nacen sanos y otros enfermos, unos inteligentes y otros tontos, y en este sentido no existe un orden social que pueda reparar por completo las injusticias de la Naturaleza. Esta observación sin fundamento teórico de Kelsen parece ser fundamentada en investigaciones experimentales modernas y es lo que pretendo ilustrar en las secciones siguientes. Factores biológicos de la moral Hasta aquí hemos estado dentro de los límites filosóficos de la moral, la cual es fundamental si se desea entender el desarrollo del Derecho y, en especial, del concepto de Justicia. Sin embargo, una serie de investigaciones recientes han demostrado que hay factores biológicos que influyen en el desarrollo de algunas tendencias “morales” que evidenciamos los seres humanos. Actualmente, el desarrollo de herramientas de alta tecnología nos permite el estudio de la actividad cerebral ―por ejemplo, la resonancia magnética (MRI) o la

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magnetoencefalografía (MEG)― igualmente reveladores han sido los estudios con lesiones cerebrales y los efectos que puede haber en el comportamiento humano al afectar una determinada región del cerebro (Fernández, 2005). Es necesario entonces definir la moral desde la percepción pragmática y no desde la filosófica; la definición de la moral desde una percepción evaluable a partir de posiciones empíricas resulta en realidad compleja, ya que después de más de 2000 años de desarrollo del pensamiento de la moral humana, buscar el factor común que permita la utilización de este concepto como una variable mesurable es una labor titánica y que puede ser fácilmente criticada como “reduccionista”, que por demás es uno de los adjetivos más utilizados en las ciencias sociales para referirse a los conceptos desarrollados por la biología que de alguna forma conciernen a factores sociales. La definición no es sencilla y desde la práctica se ha optado por utilizar tablas de conceptos relacionados con valores morales más que jugar con la definición misma como humanismo, gremialidad, justicia, solidaridad, en el caso de que se requiera evaluar principios relativos a la socialización, o conceptos asociados a los principios relativos al individualismo como son diversión, éxito, flexibilidad y autonomía, entre muchos otros (Caspers et al., 2011). El funcionamiento del cerebro ante estos preceptos o su reacción en el momento de evaluar una determinada situación y la toma de decisiones al emitir juicios que involucran a terceros, son factores empíricos que permiten determinar la actividad de las zonas cerebrales que intervienen en las diferentes situaciones y en la forma de tomar decisiones en esas situaciones particulares, bajo constructos socioculturales que involucran criterios morales. De esta manera se evade parcialmente la definición y se parte de la concepción generada o aceptada por cada cual durante el desarrollo de su vida. Las evidencias indican una serie de patrones interesantes en las zonas cerebrales que entran en actividad dependiendo de las palabras escrutadas y

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como estas cambian la región neurológica afectada dependiendo de la concepción de su vida grupal. Esto indica que los cambios en los conceptos morales implican cambios fuertes en las regiones del cerebro afectadas, lo que indica que los patrones culturales referentes a principios morales tienen una directa relación con las áreas del cerebro que entran en actividad en el momento de la toma de decisiones ante dilemas que involucran una escogencia entres dos criterios opuestos. De igual manera se ha evaluado cómo reacciona el cerebro en caso de que el dilema propuesto obligue a tomar decisiones en las que cualquiera que sea la respuesta esta resulta en contra de los principios morales del sujeto en estudio (Caspers et al., 2011). Esto nos da una idea de las reacciones neurológicas ante los principios morales aprendidos y parece evidente que no solo la estructura neurológica afecta las decisiones sociales o culturales que desarrollamos, sino que también a la inversa, pues es posible que la adopción de determinados valores sociales o culturales afecten la expresión de las regiones neurológicas activadas (Caspers et al., 2011), Aunque es la primera vez que se tiene información experimental acerca de cómo factores morales afectan directamente las secciones neurológicas que entran en juego a la hora de tomar decisiones. Entre los resultados de Caspers y colaboradores (2011), es relevante el hecho de que aquellos individuos que adquieren valores morales más individualistas activan para la toma de decisiones la amígdala izquierda, mientras que aquellos que adoptan valores más altruistas o comunitarios activan en la toma de decisiones las regiones correspondientes a las regiones rostral inferior e intraparietal, como la región cingular media y la corteza frontal del cerebro. Han y Northoff (2008) ya habían hecho una importante síntesis de las investigaciones que se habían realizado hasta el momento, en que se demostraba cuáles factores culturales afectan la activación de regiones del cerebro; así, por ejemplo, las regiones del cerebro involucradas en el

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aprendizaje del idioma en culturas orientales y occidentales difiere en mucho, lo que al mismo tiempo se refleja en una serie de patrones diferentes a nivel neurológico en el cerebro. De esta manera, la región afectada para generar dislexia en un oriental es diferente a la región afectada para generar este mismo problema en un occidental. Patrones similares se han hallado con respecto a la música y la matemática, ya que mientras en las culturas occidentales el pensamiento numérico se ve relacionado con la activación de la región neurológica encargada del idioma, en las culturas orientales no es así, lo que explica que la habilidad numérica sea más rápida en el cerebro de los orientales que en el de los occidentales. De igual manera, en las culturas orientales se desarrolla una imagen del individuo a partir del grupo, lo que les confiere una estructura empática diferente con el resto de grupos; en las culturas occidentales, la formación de la imagen del individuo es una construcción individualista, esto se ha visto reflejado en las secciones neurológicas activas cuando tomamos decisiones en las que tenemos que desarrollar conceptos de nosotros mismos, los occidentales desarrollamos la activación de una región del cerebro propia de los juicios sobre nosotros mismos, y son otras regiones cerebrales las que entran en juego cuando tenemos que efectuar juicios sobre otros. Cuando se expone el individuo ante un juicio sobre sí mismo, en ambas culturas se activa la misma región cerebral, pero cuando se expone a una situación donde debe emitir un juicio sobre su madre, en la cultura occidental se acciona una región del cerebro dedicada a los juicios sobre personas especiales para nosotros, pero no es la misma sección neurológica que se utiliza para los juicios propios sobre nosotros. En la cultura oriental, al tener que tomar una decisión o emitir un juicio sobre la madre, se activa la misma región cerebral que cuando se emiten juicios sobre uno mismo. Lo anterior evidentemente puede tener interesantes repercusiones en el desarrollo de las normativas sociales. Esto ha llevado a importantes preguntas

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como ¿cuánto tiempo le lleva en realidad a un inmigrante el adecuarse correctamente a una nueva cultura?, ¿pueden entonces emitirse juicios o solicitársele a un inmigrante que se adapte completamente a la compresión de otra cultura? Otro factor importante en la determinación de la activación de las regiones neurológicas es la existencia de conceptos religiosos en la persona, porque al crear juicios sobre uno mismo es fundamental si se tiene una concepción religiosa o no; al parecer, si hay creencias religiosas de por medio, solemos crear los juicios sobre nosotros desde la perspectiva de la “opinión de Dios”, es decir, hay una activación de los juicios desde terceros, o sea, nos “importa” el concepto de Dios sobre nuestra acción. En aquellos donde no hay una creencia en Dios, el juicio propio se hace desde la imagen de nuestro yo y del propio sentimiento hacia uno mismo, lo que activa muy diferentes regiones del cerebro. De esta manera, los factores ambientales, culturales y hasta religiosos pueden afectar la normativa que se desarrolle en una determinada cultura. Estos datos aunque interesantes desde el punto de vista científico, complican la comprensión de las ideas acerca de la moral y el desarrollo de los factores culturales que nos llevan a la creación de conceptos morales, que son en realidad reglas de convivencia que favorecen al grupo y estas se van a reflejar en las reglas de la normativa jurídica que imponen castigos a los infractores de las regulaciones establecidas. El grupo de investigadores a cargo de Cushman (Cushman, Young y Hauser, 2006) publicó un trabajo que expone algunos problemas morales acerca de la consideración de la culpabilidad en el daño a otros miembros del grupo que merecen atención. Las postulaciones de este equipo eran las siguientes: la pregunta medular era si los juicios morales se cumplen por intuición o por razonamiento consciente. La respuesta a esta pregunta requiere un detallado escrutinio de los principios morales involucrados, para lo cual este equipo tomó

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en cuenta tres principios que sirven de guía a los juicios morales: a) el daño causado por una acción es peor que el daño causado por una omisión, b) el daño que se pretende como el medio para un fin es peor que el daño previsto como efecto colateral de un objetivo, y c) el daño que involucra contacto físico con la víctima es peor que el daño en el cual no se involucra contacto físico. Las encuestas llevadas a cabo demostraron que los sujetos habitualmente apelan a los criterios a) y c) en sus justificaciones, pero el criterio b) no es tomado en cuenta. Estos resultados tienen significancia para el desarrollo de protocolos y metodologías como de teorías de la psicología moral. De esta manera, los principios morales utilizados en el desarrollo de juicios deben ser comparados directamente con los que se articulan en las justificaciones, con lo cual se muestra que algunos principios morales se encuentran a disposición del razonamiento consciente, mientras que otros no (Cushman et al. 2006 ). Relacionado con lo anterior y en busca de las bases de la moral que se reflejan en la cultura y en las regiones neurológicas que se activan ante las decisiones que involucran valores morales, se han tratado de asociar algunos genes a los comportamientos morales; de esta manera, los resultados de las investigaciones de Marsh y colaboradores (2011) indican que el gen SLC6A4, que ha sido ampliamente investigado como promotor de la serotonina, es de importancia en los estudios de psicología y neurociencias; sin embargo, el gen 5-HTTLPR ha sido poco estudiado y parece tener efectos sobre los juicios morales. Es interesante cómo se asocia este gen y su expresión fenotípica con los juicios morales, pues los resultados indican que la expresión de los alelos S y L en forma homocigota o heterocigota altera la forma de evaluar las situaciones en las cuales se deben tomar decisiones sobre la acción de una sujeto sobre otro. Los individuos con un genotipo en el cual cuentan con una estructura genética de LL son más consistentes con la modulación de los juicios en función de la evaluación de la intencionalidad del individuo que infringe el daño sobre el

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tercero, es decir, se está evaluando la posibilidad de que el grupo no deba prescindir de ese sujeto por el daño causado a otro miembro del grupo. En este punto, a pesar de las evidencias empíricas obtenidas gracias a los avances de la tecnología, que nos permite estudiar in vivo la actividad del cerebro en circunstancias controladas que generan reacciones conductuales y neurológicas determinadas, podemos pensar en la existencia de una serie de factores seleccionados que han llevado al desarrollo de sistemas morales que rigen de alguna forma el comportamiento de los individuos cuando estos conforman grupos sociales complejos. Podemos decir que, como ha sido propuesto por algunos autores, es posible al interpretar los resultados obtenidos que sugieren que las conexiones con la corteza límbico/cortical por medio de la neuronas Neuronas de Von Economo (VEN por sus siglas en inglés) provee un vía neuronal para el rápido procesamiento de la información social compleja la cual se argumenta que subyace a la llamada intuición moral (Allman, Hakeem, Nimchinsky y Hof, 2001; Woodward y Allman, 2007). Hacia una reconsideración de los valores Todo lo anterior indica que el moderno campo de la neuroantropología, utilizando herramientas tecnológicas que permiten el estudio de la función cerebral, ha escudriñado y empieza a esclarecer el vínculo entre las reacciones neurológicas y la sociabilidad de los humanos. En la actualidad hay trabajos serios que pretenden ofrecer revisiones amplias de los conceptos involucrados en el desarrollo de la moral y la toma de decisiones a través del uso de criterios morales (Tobler, Kalis y Kalenscher, 2008). Debemos dejar atrás la conceptualización puramente filosófica de los valores para empezar a investigar los factores neurobiológicos que pueden limitar nuestras capacidades de alcanzar estos ideales filosóficos, propuestos desde nuestra racionalización y

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como producto de lo que consideramos correcto, lo bueno y lo malo, lo que cambia según el sistema cultural en el que estemos inmersos. En el fondo de los conceptos culturales y sociales a menudo hay una selección necesaria para que se pudiera llevar a cabo un proceso de evolución de un sistema social. Esto ha sido ignorado o dejado de lado durante mucho tiempo por los filósofos y científicos sociales que han desarrollado las hipótesis sobre las que fundamentamos el entendimiento del funcionamiento de nuestros sistemas socioculturales, en tanto que los biólogos han sido extremistas en el sentido opuesto, como lo fue Galton, al proponer desde la explicación biológica todo proceso social, lo que nos condujo a serios errores (Dunn y Dobzhansky, 1956). Estas ideas han afectado tanto a intelectuales como a gente de pueblo, y se llegaron a reflejar en decisiones y comportamientos políticos que pudieron determinar el curso de relaciones históricas entre las naciones. En los estudios desarrollados en las ciencias formales se debe siempre establecer cuál es el hecho o la variable independiente y cuáles las variables dependientes de esta, ya que al estudiar la variable independiente se podrá determinar cómo varía el comportamiento de las variables dependientes. En busca del concepto de Justicia Si se nos invita a que definamos el frío, quizás empecemos por consultar algún diccionario, el de la Real Academia de la Lengua Española (2001) lo define de la siguiente forma: “Frío, del latín frigĭdus, adj. Dicho de un cuerpo: Que tiene una temperatura muy inferior a la ordinaria del ambiente”. Como se puede observar, se define como una propiedad adjetiva de un cuerpo, sin aportar una definición del sustantivo. Un ejemplo similar lo tenemos con la palabra oscuridad, la cual es definida en el DRAE como “oscuridad, del lat. obscurĭtas, -ātis, f. Falta de luz para percibir las cosas”. En estos casos los conceptos fundamentales sobre los que se definen los términos no son ellos mismos, sino la ausencia de la

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verdadera variable independiente, que en el primer caso es el calor, ya que la temperatura es un concepto dependiente del calor que es la energía emanada de un cuerpo. En el segundo caso es la ausencia de la luz, que es una manifestación de la energía y su ausencia define la oscuridad. Si nos atenemos a lo que ha sido descubierto desde los experimentos actuales, la evolución se ha preocupado por desarrollar estrategias de selección sobre la capacidad de los organismos sociales de discernir cuándo existe un sesgo negativo en una conducta de unos elementos del grupo hacia otros, provocando una situación de desigualdad inesperada en similares condiciones, lo que provoca algún tipo de reacción entre los integrantes del grupo discriminado. Siendo esto así, la variable independiente en este caso es la percepción del sesgo que produce la desigualdad y esto es similar a la percepción de la injusticia, la cual es un sesgo en contra de algún grupo o individuo que genera una protesta de algún modo contra la desigualdad en similares condiciones. De esta manera, el concepto de justicia es más fácil de obtener desde la ausencia de injusticia que desde la misma definición de la justicia. Si tomamos de nuevo el diccionario de la RAE (2001) se obtiene la siguiente definición de injusticia “del lat. iniustitĭa). 1. f. Acción contraria a la justicia. 2. f. Falta de justicia”. Para que esta definición sea funcional, debemos contar con una sólida definición de justicia y se nota que esto no es real, ya que aparece en este diccionario lo siguiente: Justicia. (Del lat. iustitĭa). 1. f. Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. 2. f. Derecho, razón, equidad. 3. f. Conjunto de todas las virtudes, por el que es bueno quien las tiene. 4. f. Aquello que debe hacerse según derecho o razón. Pido justicia. 5. f. Pena o castigo público. 6. f. Poder judicial. 7. f. Rel. Atributo de Dios por el cual ordena todas las cosas en número, peso o medida. Ordinariamente se entiende por la divina disposición con que castiga o premia, según merece cada uno. 8. f.

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desus. Ministro o tribunal que ejerce justicia. 9. f. coloq. desus. Castigo de muerte. En este mes ha habido dos justicias. 10. f. ant. alguacil (oficial inferior de justicia). 11. m. justicia mayor de Aragón. 12. m. desus. justicia mayor de Castilla.Estas son las 12 acepciones generales del término justicia y, en consecuencia, si es tan vaga su definición entonces aún más compleja se vuelve la definición de injusticia. Algo muy diferente sucede con los dos ejemplos anteriores con respecto al calor y la luz, donde podemos observar que incluso un diccionario general y nada específico o especializado, incluye como 6.ª acepción la que es útil a nuestro problema con frío que dice de la siguiente manera “6. m. Fís. Energía que pasa de un cuerpo a otro y es causa de que se equilibren sus temperaturas”. Con respecto a la luz, tenemos un caso similar y se incluyen las acepciones útiles para una definición clara del término oscuridad “12. f. Fís. Radiación electromagnética en el espectro visible. 13. f. Fís. Radiación electromagnética inmediata a los dos extremos del espectro visible” (DRAE 2001). Sin embargo, ¿cuál de las definiciones de justicia nos resulta igualmente sólida para nuestro propósito de definir la injusticia? Posiblemente la más cercana a nuestros propósitos sería la definición contemplada en la segunda acepción “Derecho, razón, equidad”, pero todos estos términos son relativos en términos jurídicos y morales, lo que evita que podamos concluir qué es injusto. Esto nos indica que el concepto de Justicia en tanto se desapega del quehacer filosófico en busca de una percepción empírica que permita una aplicación cotidiana provista de exactitud, es cada vez algo más difuso y complicado de definir. Ahora bien, tratemos de ver de una forma más objetiva las evidencias derivadas de la experimentación en otras áreas del conocimiento para intentar llegar a esta definición de un poco más empírica y menos filosófica.

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La percepción de la Injustica Si nos desapegamos de esta concepción que ha partido del hecho de que la justicia es la variable independiente y la injusticia la consecuente variable dependiente, e invertimos esta polaridad y tratamos de definir la injusticia o inequidad, que es la condición para la cual la selección natural trabajó en función de poder percibirla, y en función de esta definir lo que podría ser la justicia, podríamos deducir lo siguiente de los datos obtenidos de los experimentos realizados hasta el momento. Definitivamente la justicia como un valor social ha dado para mucha discusión y pensamiento, y ha sido uno de los motores del pensamiento humano. Sin embargo, tantas definiciones, ideas y argumentos sobre la justicia no son sin causa; es una necesidad de los sistemas sociales y que al parecer ha habido factores selectivos que han conducido a que el desarrollo de este comportamiento se dé en los sistemas sociales. De esta forma, algunos autores han señalado que en la percepción de la justicia intervienen la corteza insular anterior y la corteza cingulada anterior (ACC)(Campbell y García, 2009). Pero el hecho de que sea tan complejo para nosotros poder esclarecer que es la justicia, parece sugerir que no ha existido una presión de selección sobre la percepción de la justicia, sino de la injusticia. Con el fin de explicar esto de una mejor manera haré referencia a publicaciones recientes llevadas a cabo en diversas especies que presentan organización social. La evidencia en primates desde la aplicación del método científico clásico para obtener datos empíricos de la percepción de la justicia en grupos sociales indica que no hay un sistema neurológico que perciba el concepto de justicia en ninguna de las formas en que lo conocemos o hemos formulado a lo largo de nuestro proceso histórico-evolutivo. Entonces ¿qué es los que percibimos realmente como parte del proceso evolutivo del comportamiento social? La respuesta a esta pregunta aún es un poco aventurada, ya que los experimentos

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al respecto aún son pocos a nivel mundial, en parte por los costos de estas investigaciones y la cada vez más difícil tarea de conseguir fondos externos a las unidades de investigación para financiar estos proyectos. Sin embargo, las investigaciones llevadas a cabo muestran datos muy reveladores, que deben ser confirmados mediante la repetición de los experimentos. Los animales y la percepción de la desigualdad. Los estudios que involucran animales y su conducta social empiezan en la década de los setenta. Esta línea de investigación ha sido poco explotada y en algunos países no están disponibles las herramientas tecnológicas necesarias para efectuar este tipo de trabajos de investigación. Esto nos obliga a considerar las evidencias generadas por otros grupos de investigación como un conocimiento aceptado. Uno de los primeros estudios acerca de estos procesos de desarrollo de condiciones sociales en otros animales no primates, y en consecuencia no humanos, se efectuó con la especie Suricata suricatta (Cluton-Brock et al., 2000). Donde se pone de manifiesto la cooperación que se desarrolla en la comunidad, con el fin de que le sea más sencillo a la madre el criar a sus crías. Esta cooperación ayuda a fortalecer el vínculo entre los miembros del grupo, con lo cual el grupo se favorece. Esta condición de cooperación ha sido ampliamente informada en otras especies de animales sociales. Se han hallado evidencias de estas conductas en lobos y en primates (Cronin y Snowdon, 2008; Courchamp y Macdonald, 2001; Creel y Creel, 1995; Harrington, Mech y Fritts , 1983; Mech, 1970). Posteriores estudios con vertebrados sociales han llevado a concluir la existencia de conductas necesarias para fortalecer la unión y la tranquilidad de los miembros del grupo. Como lo establece Campbell y García (2009), la justicia es una necesidad que garantiza en forma parcial el éxito del grupo social. De esta manera las conductas tendientes al desarrollo de reglas sociales que sirvan

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para aumentar la cohesión del grupo son fundamentales en la evolución de los sistemas sociales. Los primeros pasos en la búsqueda de la percepción de la justicia en animales sociales fue efectuada en primates del Nuevo Mundo (Brosnan y De Waal, 2003). No tardó la respuesta del equipo de Roma, y colaboradores (2006), que después de repetir el experimento, indican que no obtienen los mismos resultados. Otro grupo de investigación propuso la posibilidad de que lo que parecía una conducta de rechazo, era en realidad una forma equivocada de interpretación de las observaciones (Dubreuil et al. 2006). Sin embargo, posteriores trabajos en otros grupos han demostrado que en los animales sociales hay una tendencia a desarrollar cierta intolerancia a las conductas que sesgan el trato entre individuos del grupo (Range et al., 2009). Brosnan (2008) dedica un capítulo de un libro especializado en Neurociencias a la respuesta a la desigualdad en los primates no humanos. En este trabajo monográfico presenta datos que confirman que los primates no humanos tanto del grupo de los Antropoides donde se ha trabajado con chimpancés específicamente con Pan troglodytes, como los del Nuevo Mundo han desarrollado estrategias evolutivas que les permiten detectar cuando el trato no es similar entre congéneres. Tomando lo establecido en los artículos publicados por Brosnan y De Waal (2003) y Brosnan, y colaboradores (2004) acerca de la percepción de la inequidad en primates y perros, podemos determinar que en forma natural los grupos sociales evolucionaron para poder discernir entre aquellas conductas que resultan desiguales en similares condiciones. Aunque algunos han cuestionado estos resultados promoviendo la idea de que estos son producto de la interpretación antropocéntrica de los investigadores y de esta forma Braüer y colaboradores, (2006) repiten el experimento y aumentan la muestra, consideran que los resultados deben interpretarse no como la percepción de la

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desigualdad, sino por la expectativa de obtener mejor alimentación. Este grupo de investigadores ponen a prueba una serie de hipótesis que pueden explicar que la reacción de rechazo de los primates no humanos de la comida de diferente calidad ante similares condiciones de esfuerzo obedece a la expectativa de que se les proporcione una mejor comida, y no a la percepción de la desigualdad. Sin embargo, esta nuevas evidencias más bien pueden ser consideradas de diferente manera, la expectativa de los demás individuos de obtener una mejor calidad de alimento va a estar sesgada por los gustos alimentarios particulares de cada individuo, pero no se debe dejar de lado que el hecho de que los chimpancés (de ambas especies), gorilas y orangutanes utilizados en el estudio de Braüer y colaboradores (2006) esperen una mejor calidad de alimento al observar que otros reciben una mejor comida es una clara percepción de la desigualdad. Cosa aparte es cómo evaluar la reacción ante la desigualdad por parte de los individuos, donde pueden tener injerencia múltiples factores desde la estructura del grupo, los parentescos y los intereses particulares que no somos capaces de evaluar. Este estudio nos deja claro que lejos de falsear la hipótesis de la percepción de la desigualdad, solo demuestra que la hipótesis de la expectativa de una mejor calidad de alimento es solo una manifestación más de la más amplia hipótesis de la percepción de la desigualdad, en la que como lo demuestra Braüer y su equipo también es importante la jerarquía de los individuos involucrados en el experimento, este último dato es de importancia en el respaldo de lo planteado por Brosnan y colaboradores (2004) en su experimento con chimpancés, en el cual establecen que las reacciones de rechazo de los individuos se hallan sesgadas por el parentesco o relación social o de grupo que mantenga con el individuo que recibe la recompensa, ya que la jerarquía es uno de los factores esenciales que establece las relaciones dentro de los grupos sociales.

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Otra especie con un linaje evolutivo de socialización es el perro, considerado el animal doméstico de más larga data con el hombre; su linaje se separa del lobo hace cerca de 100 000 años según la evidencia obtenida de los análisis de DNA. Sin embargo, las evidencias arqueológicas indican que acompaña al hombre desde hace 27 000 años (Germonpré, 2012). Esta larga asociación ha convertido a este animal en un objeto de estudio constante. Su condición de animal social le ha valido ser el objeto de uno de los estudios más importantes de los últimos tiempos, en lo referente al estudio de la evolución de algunos comportamientos sociales. El estudio de Range y colaboradores (2009) muestra que este animal tiene importantes comportamientos sociales que pueden ayudar a esclarecer la evolución de algunos patrones sociales. En este experimento, los científicos enseñaron a un grupo de perros de diversas razas a 'dar la mano', sacando la pata para que un investigador se la cogiera y lo saludara. Cada vez que hacían bien este gesto, se les daba una recompensa de tipo alimenticio que podría ser pan o salchicha. En un momento dado, los investigadores empezaron a tratar a algunos de los perros con mayor generosidad que a otros, de esta forma a algunos de los perros se les seguía dando comida cada vez que daban la mano, mientras que otros dejaron de recibir esta recompensa. El experimento dejó en claro que los perros que no recibían la recompensa eran conscientes del trato desigual (=injusticia), y empezaban a mostrar molestia y resentimiento por recibir menos que los demás. Cuando veían que otros recibían una recompensa que se les negaba a ellos, empezaban a lamerse y a rascarse. Estas señales se conocen como indicadores de estrés en los perros. Por otra parte, manifestaron su disconformidad con respecto a este trato desigual poniéndose en “huelga”, lo que consistió en negarse a seguir dando la pata al investigador cuando se les requería que repitieran este gesto.

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Para Range y colaboradores (2009) esta reacción obedece claramente a la percepción del reparto injusto de las recompensas, por lo que se puede deducir que experimentaban una emoción compleja que no se atribuye a otras especies que no sea el Homo sapiens. Como se mencionó, otros experimentos con primates han revelado que algunas especies, como los monos capuchinos, también pueden expresar resentimiento ante un reparto injusto de recompensas por la realización de una misma tarea, y rebelarse contra lo que consideran una remuneración inferior a la que reciben otros (Brosnan y de Waal, 2003). Estas investigaciones están revelando que emociones humanas como la envidia tienen profundas raíces evolutivas y ya no pueden considerarse una capacidad exclusiva del ser humano. Para Range y su equipo, estos resultados sugieren que otras especies, además de los primates, son capaces de mostrar como mínimo una versión primitiva de la aversión a la desigualdad, por lo que las reacciones mostradas por los perros podrían ser comportamientos "precursores" de emociones humanas como la envida y el resentimiento ante un trato injusto. Estos hallazgos desde lo experimental dan respaldo a lo propuesto por algunos teóricos de la construcción social que han señalado que el sentido de la justicia debe haber desempeñado un papel clave en la evolución de la cooperación entre humanos (Fehr y Fischbacher, 2003). Las investigaciones de diversos grupos de trabajo han demostrado que tanto la corteza insular y como la CCA (corteza cingulada anterior) son regiones cerebrales activas en la respuesta a la percepción de la justicia en las interacciones sociales (Hsu, et al, 2008; Tabibnia, et al 2008; y Chiao et al., 2009). Si bien la noción de justicia puede parecer un gran paso en el desarrollo de la conciencia de la corporeidad, y que representa, por lo tanto, una extensión lógica de las amenazas a la conciencia corporeidad en la esfera de la vida social, o "la consciencia de la personificación social" (Singer, 2007). De esta manera, en la medida en que las acciones de

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otros se convierten en amenazas para la supervivencia física, es poco probable que esto se pueda tomar como una experiencia “justa” (Campbel y García, 2009). La activación de la CCA en condiciones de exclusión social en laboratorio sugiere que la percepción de la justicia puede estar relacionada con la supervivencia, ya que la exclusión del grupo se percibe como una amenaza potencial para la supervivencia del individuo (Eisenberger, et al. 2003). Las ideas, como los resultados experimentales, también nos conducen a pensar que el Derecho como elemento social para la aplicación de la justicia debe tener sus raíces en procesos evolutivos necesarios para mantener la seguridad del grupo y el balance dentro de este, de ahí que todo grupo social tenga la necesidad de desarrollar normas bajo las cuales se rige (Retana-Salazar, 2006; Retana-Salazar y Garita-Cambronero, 2008), sin dejar de lado que el Derecho como lo entendemos dentro de las culturas actuales es un meme con un poderoso constructo socio-cultural que no niega su posible origen evolutivo como una necesidad de la evolución de los grupos sociales (Retana-Salazar y Garita-Cambronero, 2010). Las evidencias generadas desde el empirismo experimental parecen indicar la necesidad evolutiva de la percepción de la desigualdad social o de la injusticia como parámetro para la búsqueda de la justicia en los sistemas sociales naturales. En consecuencia, la percepción de la injusticia o la desigualdad en los sistemas sociales es la base real de la búsqueda dentro de los grupos sociales de la justicia, la herramienta implementada por la selección natural no fue la percepción de lo justo, sino la percepción de los injusto con el fin de poder alcanzar lo justo que garantice seguridad a los individuos de un determinado grupo social. En otras palabras, la evidencia experimental demuestra que hay una necesidad evolutiva en la búsqueda de patrones que sean percibidos como de trato similar en los grupos sociales, con el fin de establecer un patrón de equidad que permita cierta comodidad a los integrantes del grupo. Cuando este equilibrio se

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rompe, la percepción indica la presencia de trato diferencial sesgado negativamente hacia un grupo, lo que genera reacciones conductuales como respuesta a esos sesgos. Sin embargo, esto nos deja aún con nuevas inquietudes como ¿cuál es el límite inferior de percepción de este sesgo conductual? En animales no humanos es de difícil respuesta esta pregunta, debido a que debe tenerse en claro la valoración social del elemento utilizado como recompensa y esto puede ser muy variable entre diferentes grupos sociales animales. Lo que sí parece ser un hecho sólido es que se percibe la desigualdad de trato y esto es lo que nos lleva a la creación del concepto de injusticia. Como derivación directa de esto se obtiene que culturalmente le hayamos dado vuelta a la forma de enfoque y consideramos que debemos definir el concepto de justicia para evitar el problema del sesgo de interpretación de aquello que se considera injusto. La búsqueda de ese concepto ha sido larga y de poco avance, dado que aunque intentemos dejar atrás el problema de la subjetividad en la percepción de los comportamientos sesgados negativamente hacia un grupo, en realidad es solo trasladar el problema al otro lado de la ecuación sin poder delimitarlo ni definirlo. De lo cultural a lo biológico Algo que debe quedar claro es que no se pretende ni establecer que la cultura se encuentra subordinada a los factores biológicos ni viceversa. No hay un determinismo biológico absoluto como pretenden algunos, lo cual fue motivo de múltiples y atroces errores en el pasado, como fueron las postulaciones de las ideas de Galton en Inglaterra (Dunn y Dobshansky, 1956). Pero de igual forma, no debe existir un determinismo social según el cual el hombre y la cultura, como su vida en sociedad son los factores determinantes de todos los procesos del hombre, donde parece ser que se deja de lado un hecho incontrovertible que es que somos un animal más en la escala zoológica, y si bien mostramos

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increíbles caracteres que no se observan en otras especies, lo cual los califica como autoapomorfías de la especie, no significa que por ello dejamos de compartir un pasado evolutivo común. Tradicionalmente, incluso algunos prestigiosos biólogos evolutivos han expresado la condición de singularidad del ser humano dentro de la naturaleza, singularidad que no es más sorprendente que la capacidad de los tardígrados de sobrevivir en el espacio exterior. Por eso, Theodosius Dobzhansky dijo en alguna ocasión “All species are unique, but humans are uniquest” (como se citó en Sapolsky, 2006, p. 104), en donde se trasluce el concepto de extrema singularidad del que revestimos el concepto acerca de nuestra especie. Este antropocentrismo se refleja también en el problema que tenemos para aceptar algunos factores que consideramos indeseables y que pueden ser muy evidentes en nuestra especie como es la presencia de una gran cantidad de ciertas especies de ectoparásitos, la cual es superior a la de otros primates antropoides (Retana-Salazar y Ramírez-Morales, 2006) y nos parece que esto no es correcto y se gastan miles de dólares tratando de dilucidar problemas que en otras especies si acaso nos preocupan. Esto es parte de nuestra percepción de nosotros mismos. Es interesante reflexionar acerca de esa singularidad que creemos tener los humanos por encima de los demás animales. Algunos autores han señalado que cada vez se estrecha más esta diferencia entre nosotros y las demás especies, y muestras de eso son los trasplantes funcionales de órganos de chimpancés con el humano, o el factor Rh denominado así gracias a que se aisló en los monos del género Rhesus que tiene un sistema de tipos sanguíneos tan complejo como el nuestro. Pero yendo más allá, en el ámbito de la cognición existe un continuo que cada vez nos asombra más, como es el desarrollo de herramientas y el uso de plantas con fines medicinales, factores que cambian con los cambios de cultura local de cada grupo de primates estudiado. Otros

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primates desarrollan semántica, la cual es un sistema simbólico referido a objetos y acciones, de igual forma algunos experimentos han demostrado que es posible que algunos primates no humanos hayan desarrollado una teoría de la mente, que es la habilidad de reconocer que diferentes individuos pueden tener distintos pensamientos y conocimientos (Sapolky, 2006). Más sorprendente aún resultan los descubrimientos efectuados recientemente en el mono nariz blanca, Cercopithecus nictitans L., en el cual se ha demostrado que a pesar de lo limitado de la capacidad de efectuar o articular sonidos, esta especie desarrolla un sistema de comunicación complejo que le permite distinguir con claridad entre diferentes tipos de amenazas contra la integridad del grupo o de sus individuos (Arnold y Zuberbüler, 2006a). Esto llega aún más allá y se ha comprobado que estos primates utilizan mezclas de los morfemas para articular señales auditivas más precisas (Arnold y Zuberbüler, 2006b). Estas condiciones también parece que le dan alguna oportunidad de competencia ante especies más agresivas para la obtención de recursos, donde la cooperación puede facilitar la convivencia de dos especies de mono diferentes (Eckhardt y Zuberbühler, 2004). En la actualidad, hay estudios bien fundamentados acerca de la interacción cultura-factores neurológicos, lo cual cambia uno de los paradigmas de las ciencias naturales modernas que es la concepción de que los patrones neurológicos no son susceptibles de ser alterados por el medio de manera directa. De esta forma, un trabajo reciente muestra como los valores morales que adoptamos se reflejan en las áreas del cerebro que utilizamos para poder tomar las decisiones y resolver dilemas morales (Caspers et al., 2011). Han y Nortoff (2008) presentan sus ideas al respecto y efectúan una amplia revisión del tema, exponiendo diferentes circunstancias en las que la cultura altera la neurobiología del comportamiento. Así, por ejemplo, el lenguaje en pictogramas utilizado por algunas culturas orientales activa una región diferente

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del cerebro a la que es activada por los lenguajes occidentales, esto implica además que algunos procesos como la dislexia tienen una diferente expresión neurológica dependiendo de la cultura en que se desarrolle. De igual forma, estas regiones del cerebro hacen que la percepción conceptual de los números cambie, mientras para nosotros en Occidente la concepción de un número va ligada a su concepción lingüística ―es decir, si se piensa en el número 25, primero se activa la región del idioma que lo descifra y luego la región matemática que se encarga de trabajar con el concepto numérico―, en las culturas orientales, al parecer, el concepto de número se obtiene de forma directa desde su idea expresada en un pictograma. Esto altera también las regiones cerebrales con las que tomamos decisiones y emitimos juicios sobre nosotros y sobre los demás; de esta manera, donde la imagen de la madre es muy poderosa culturalmente, cuando hay que efectuar un juicio propio o de la madre, se utiliza la misma sección del cerebro, mientras que en otras culturas como la nuestra, la imagen de la madre a pesar de ser importante, no se juzga con la misma región que nos juzgamos nosotros mismos. Estos ejemplos indican que la cultura y los factores biológicos son más cercanos en interacción de lo que pensamos, y no son sistemas inflexibles, más bien parece ser que tanto la cultura como la neurobiología son procesos complementarios que permiten interpretar el mundo desde ambos sistemas de coordenadas. De esta forma, si el concepto de justicia es necesario para mantener la cohesión del grupo y garantizar la seguridad de sus miembros en sociedad, es evidente que ha habido un largo proceso evolutivo de selección que ha garantizado que en muchas especies sociales exista la capacidad de percibir las condiciones de desigualdad, lo que podría generar conflictos que se pueden resolver con la mediación de otros individuos del grupo.

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Discusión Después de exponer en estas páginas la manera que se ha estudiado la moral y la percepción de la desigualdad en las sociedades de primates no humanos y de otros vertebrados sociales, es posible empezar a preguntarse los límites y alcances de las investigaciones modernas y dónde radica la evidente diferencia entre el desarrollo de las ideas del hombre y de los animales sociales. Cada vez hay más evidencias de que aquellos eventos que considerábamos hechos innegables, como la afirmación de que la percepción de la belleza es dependiente de la formación cultural, se ha demostrado que a pesar de lo importante de la influencia cultural, hay diferencias neurológicas en la percepción de la belleza según el género (Cela-Conde et al., 2009). Cada vez es mayor la evidencia de la interrelación entre cultura y desarrollo neurológico y, en este aspecto, es importante preguntarse qué tan fuerte puede ser esta correlación en el desarrollo de normativas sociales. Nos queda claro que la sociabilidad ha nacido de un largo proceso evolutivo, donde la fuerza de la selección natural como elemento de optimización de las adquisiciones evolutivas ha permitido el desarrollo de estrategias complejas que favorecen la subsistencia del grupo, temas que han sido ampliamente expuestos en otros textos (Retana-Salazar, 2006). Sin embargo, hay claras diferencias en el desarrollo alcanzado por el Homo sapiens en su viaje como especie social, con respecto al desarrollo que observamos en otros organismos sociales. Hay factores que son constantes en todos los grupos que desarrollan un comportamiento social, estos son necesarios para que estos grupos puedan subsistir con las ventajas que proporcionan a sus integrantes. Retana-Salazar (2006) detalla estos factores en el primer artículo que publica, donde propone la idea de un “derecho” como necesidad de la evolución social. Este autor asume que las regulaciones necesarias para que el grupo subsista, en las cuales hay desarrollo de normas internas que afectan de manera diferente a sus

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integrantes, dependiendo de las circunstancias de cada individuo y de su posición dentro del grupo (Creel y Creel, 1995). Si se considera ese desarrollo normativo como una consecuencia del proceso de selección, es posible no solo suponer, sino graficar sobre una filogenia los patrones de desarrollo social, como se ha hecho en algunos grupos de vertebrados (Prum, 1994), en los que se ha diagramado sobre la filogenia diversos comportamientos sociales. La posibilidad de que la complejidad de estos sistemas normativos haya existido en todos los sistemas sociales de los vertebrados es factible de ser analizado desde la filogenia del grupo. Con el desarrollo de modernas tecnologías que permiten estudiar más allá de la mera observación el funcionamiento del cerebro de los organismos sociales, hemos podido dilucidar algunas ideas que partieron de supuestos antropocéntricos, los cuales fueron en su mayoría incorrectos. Uno de esto fue el suponer que solo el ser humano desarrollaba cultura, esta es una de las ideas que más se ha desmitificado en las últimas décadas de investigación. En este ámbito, ha sido contundente el trabajo del filósofo español Jesús Mosterín que ha trabajado ampliamente sobre este tema (Mosterín, 1998). Este filósofo propone que para que una pauta de conducta sea cultural, no natural (o mejor dicho sin una programación genética), debe cumplir tres condiciones: 1) ser una unidad de información, 2) transmitida, 3) por vía de aprendizaje social. En la actualidad, sabemos que son muchos los comportamientos animales que satisfacen estas condiciones (Mosterín, 1998). Así, al menos en los chimpancés (Pan troglodytes), la especie hermana del ser humano (Homo sapiens) desde el punto de vista filogenético, se han efectuado amplias documentaciones de comportamientos culturales; Mosterín ilustra esto con ejemplos tomados de resultados de proyectos de investigación etológica que han publicado sus resultados y se puede decir que los chimpancés son altamente culturales. Presentan un comportamiento que representa con claridad

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un ancestro de la medicina humana. Estos primates aprenden a diferenciar un sinnúmero de especies de plantas y otras sustancias, de las cuales llegan a conocer sus propiedades alimentarias y curativas, de manera que logran alimentarse y al mismo tiempo contrarrestan los efectos de las poblaciones de parásitos. Se ha determinado que estos primates presentan muy pocos comportamientos instintivos o congénitos. Al igual que sucede con los grupos humanos, el desarrollo de la cultura se ve influenciado por el medio en el que se desarrolle el grupo social en cuestión, por lo que no existe una 'cultura de los chimpancés' que se pueda definir como un patrón común a todos los grupos de individuos de la especie. De esta forma cada grupo desarrolla sus propias tradiciones sociales, y culturales que incluyen las actividades de caza, las actividades alimentarias, las sexuales y las instrumentales, entre otras (Mosterín, 1998). Los factores culturales son tan fundamentales para la especie Pan troglodytes, que los intentos que se han llevado a cabo para reintroducir en la selva a los individuos criados en cautividad fallan estrepitosamente, porque los chimpancés no logran sobrevivir, debido a que les falta la preparación cultural, por lo que no saben qué comer, cómo actuar, cómo interaccionar con los chimpancés silvestres, que terminan por considerarlos como elementos inadaptados del grupo, por lo que los atacan y matan. Estos animales que se han criado lejos de los grupos de individuos de su especie no saben cómo hacer su nido-cama para dormir sin peligro en la copa de un árbol. Esto se debe a que en los cinco años que el chimpancé juvenil duerme con su madre cuenta con la oportunidad de cerca de 2 000 ocasiones para observar cómo se elabora este nido-cama. Un ejemplo muy llamativo es lo que se ha observado con hembras de chimpancé que han sido criadas con biberón en los zoológicos, las cuales no saben cómo cuidar a sus crías, pero lo aprenden si se les hace observar videos en los que se muestra a otras hembras chimpancé criando (Mosterín 1998).

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Hoy sabemos que algunos conceptos precursores de la moralidad se hallan presentes en las dos especies de chimpancé, según recientes investigaciones (Lyn, Franks y Savage-Rumbaugh, 2008). De igual manera, el lenguaje complejo que considerábamos una propiedad única de los humanos se ha encontrado en otras especies de primates no humanos en los cuales se han desarrollados fonemas específicos para la alerta contra especies o situaciones de peligro, como el desarrollo de una semántica idiomática (Arnold y Zuberbühler, 2006 a, b; Addessi et al., 2007). Dentro de esto se han informado del desarrollo en los chimpancés de estrategias de pacificación en el grupo y estrategias de sobrevivencia del grupo evitando conflictos internos (Sapolsky, 2006; Brosnan et al., 2008). Los hallazgos discutidos en este texto acerca de la percepción de la desigualdad en diferentes grupos de animales sociales abre una nueva etapa de estudio, en el cual debemos sumar a las evidencias anteriores a la percepción de la inequidad del trato dentro del grupo, esta percepción de la “injusticia”, que es posiblemente el elemento clave de que podamos o intentemos definir la justicia, desde la existencia de la condición opuesta. Esto indica una cualidad que hasta el momento no se ha comprobado en otros animales sociales, y que es la capacidad de generar largos procesos filosóficos de construcción de una idea, la cual no logramos definir a pesar de miles de años de pensamiento, posiblemente porque se enfoca de una manera incorrecta. Retana-Salazar y Garita-Cambronero (2010) proponen que una de las posibles bases del desarrollo de un sistema normativo de alta complejidad, que conocemos como Derecho, es la concepción de la propiedad y la capacidad de poder llevar esta idea a niveles de abstracción tan elevados que extrapolan el concepto de propiedad, que deriva del concepto de territorio (Retana-Salazar, 2006) a niveles de pertenencia únicos sobre las ideas y conceptos creados por la mente. Inicialmente, se pensó que los chimpancés carecían de normas de propiedad; sin embargo, en un

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artículo reciente, se ha comprobado que las hipótesis sostenidas por Retana-Salazar (2006) y Retana-Salazar y Garita-Cambronero (2010), parecen comprobarse desde la experimentación en la que se demuestra que en efecto en los primates no humanos hay concepto de propiedad y de tenencia de bienes, el cual al parecer no se desarrolla como en los humanos por la carencia de controles sociales e institucionales de regulación, pero se considera que estos avances nos pueden permitir comprender nuestra propia naturaleza con mayor claridad (Brosnan, 2011). Las hipótesis planteadas acerca del posible origen de la base del Derecho como lo conocemos desde los procesos evolutivos parecen ser cada vez más sólidas, al efectuarse mayores investigaciones en grupos sociales y hallar que los patrones que consideramos únicos no lo son. Hasta hace poco creíamos que las redes neurales de comportamiento social eran un evento único de los mamíferos, ahora hay comprobación de la existencia de sistemas neuronales análogos en otros grupos de animales sociales (Goodson, 2005). Sin embargo, esto no significa ni pretende justificar posiciones extremas que desconozcan la validez y necesidad de los estudios desde la óptica sociocultural de los problemas que enfrentamos, sobre todo si se tiene en cuenta que hoy hay evidencias de que la cultura también tiene efecto sobre la estructura neurológica y que ambas interactúan sin ser excluyentes, sino más bien complementarias (Han y Northoff, 2008). La neuroantropología, como una moderna rama de la ciencia, es interdisciplinaria entre las ciencias biológicas y las sociales, y está aportando valiosas evidencias para que comprendamos nuestra naturaleza cada vez mejor, y es en ese sentido que debemos unir esfuerzos los científicos naturales y sociales para una visión integral del ser humano*.

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*Agradecimientos. Se agradece al Dr. Camilo J. Cela-Conde, al Dr. Atahualpa Fernández, al Dr. Mietje Germonpré y al Lic. Gustavo González Solano por su colaboración facilitando literatura pertinente al desarrollo de este artículo. Referencias Addessi, E., Crescimbene, L. y Visalberghi, E. (2007). Do capuchin monkeys (Cebus apella) use tokens as symbols? Proc. R. Soc. B, 274, 2579-2585 doi:10.1098/rspb.2007.0726 Allman, J. M., Hakeem, A., Nimchinsky, E. y Hof, P. (2001). The anterior cingulate cortex. The evolution of an interface between emotion and cognition. Annals of the New York Academy of Sciences, 935, 107–117. doi: 10.1111/j.1749-6632.2001.tb03476.x Arnold, K. y Zuberbühler, K. (2006a). The alarm-calling system of adult male putty-nosed monkeys. Cercopithecus nictitans martini. Animal Behaviour, 72, 643-653 doi:10.1016/j.anbehav.2005.11.017 Arnold, K. y Zuberbühler, K. (2006b). Semantic combinations in primate calls. Nature, 441, 303. Recuperado de http://jacknife.med.yale.edu/nsci590/pdfs/arnold2006.pdf Beccaria, C. (1774). Tratado de los delitos y de las penas. Madrid: Cámara de S.M. Braüer, J., Call, M. y Tomasello, M. (2006). Are apes really inequity averse? Proc. R. Soc. B, 273, 3123–3128. doi:10.1098/rspb.2006.3693

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