Edmundo O Gorman, 1994 en Tiempo de Resistencia, Daniel Cazés

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PRELIMINAR Reúno aquí tres textos breves publicados en agosto de 1994 en La Jornada y la ponencia que presenté en San Cristóbal de Las Casas en la Convención zapatista que tuvo lugar entonces ahí y en el primer Aguascalientes, el de Guadalupe Tepeyac. Incluyo finalmente un artículo escrito para la revista emeequis a raíz de la presencia del jefe ladino de los zapatistas en el DF, con motivo de lo que bautizó como la otra campaña que suspendió debido a los acontecimientos de mayo de 2006 en Atenco. Como lo advertirá quien lea estos escritos, en 1994 ya había elementos para considerar evidente que el caudillo de los grupos indios de Chiapas que se dio un cargo mili- tar y luego el de delegado con zeta de cifra en inglés, ha sido apoyado y protegido por los gobiernos mexicanos de dos partidos. En 1994 y en los años siguientes, aunque ahora me doy cuenta de que lo percibí, no lo acepté y apoyé el movimiento indígena chiapaneco del que el encapuchado ladino se sirvió igual que se sirvió de todos aquellos que le han dado su respaldo y su patrocinio, es- pecialmente con discursos representativos de la izquierda criolla de las décadas de 1940, 1950 y 1960. El cacique embozado de los grupos indios de Chiapas es un activísimo y muy avispado miembro de la llamada clase política mexicana, cuya característica principal es negar que pertenece a ella. Pienso que hoy sólo dejarán de desconocerlo quienes, adolescentes tardíos, hace más 38 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO 1994 en tiempos de resistencia civil pacífica Daniel Cazés-Menache A lo largo de estos textos Daniel Cazés deconstruye crítica- mente la figura del subcomandante Marcos, donde se ponen de manifiesto las profundas contradicciones entre el personaje mediático y los ideales que dice defender. Todo esto a partir de su participación en el reciente proceso electoral de nuestro país.

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Edmundo O Gorman

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  • PRELIMINAR

    Reno aqu tres textos breves publicados en agosto de1994 en La Jornada y la ponencia que present en SanCristbal de Las Casas en la Convencin zapatista quetuvo lugar entonces ah y en el primer Aguascalientes, elde Guadalupe Tepeyac. Incluyo finalmente un artculoescrito para la revista emeequis a raz de la presencia deljefe ladino de los zapatistas en el DF, con motivo de loque bautiz como la otra campaa que suspendi debidoa los acontecimientos de mayo de 2006 en Atenco.

    Como lo advertir quien lea estos escritos, en 1994 yahaba elementos para considerar evidente que el caudillode los grupos indios de Chiapas que se dio un cargo mili-

    tar y luego el de delegado con zeta de cifra en ingls, hasido apoyado y protegido por los gobiernos mexicanosde dos partidos. En 1994 y en los aos siguientes, aunqueahora me doy cuenta de que lo percib, no lo acept yapoy el movimiento indgena chiapaneco del que elencapuchado ladino se sirvi igual que se sirvi de todosaquellos que le han dado su respaldo y su patrocinio, es-pecialmente con discursos representativos de la izquierdacriolla de las dcadas de 1940, 1950 y 1960.

    El cacique embozado de los grupos indios de Chiapases un activsimo y muy avispado miembro de la llamadaclase poltica mexicana, cuya caracterstica principal esnegar que pertenece a ella. Pienso que hoy slo dejarnde desconocerlo quienes, adolescentes tardos, hace ms

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    1994 en tiempos deresistenciacivil pacfica

    Daniel Cazs-Menache

    A lo largo de estos textos Daniel Cazs deconstruye crtica-mente la figura del subcomandante Marcos, donde se ponende manifiesto las profundas contradicciones entre el personajemeditico y los ideales que dice defender. Todo esto a partir desu participacin en el reciente proceso electoral de nuestro pas.

  • de dos lustros veneraban con pasin las fotos del perso-naje que llevaban en sus carteras, en sus cuadernos, ensus libros o haban pegado sobre las paredes ntimas de sushabitaciones y lugares de trabajo, haban puesto sobresus escritorios, o las portaban en camisetas al tiempo queadquiran un ejrcito de muequitas de tela con indu-mentaria tzeltal o tzotzil y pasamontaas.

    El alumno literario de Monsivis, menos ocurrentey profundo aunque ms folclrico con sus giros preten-didamente rurales e indgenas, fue recientemente estrellade la televisin y la radio que protegen los gobiernos fede-rales a los que l mismo calific de derechistas cuandobuscaba minar el caudal electoral de lo que hoy puedellamarse izquierda mexicana.

    Cuando rele mis artculos de 1994, me sorprendal percibir lo que ya saba entonces, y tambin de ha-berlo obviado durante el periodo en que destaqu en laprensa y en algunas reuniones acadmicas las vas abier-tas por la rebelin del 1 de enero, y ms tarde cuandoopt por guardar silencio, fatigado por lo que se volvirutina aunque fuera muy vistosa y digna del amari-llismo de la prensa favorable o contraria pero anemocionalmente identificado con la visibilizacin delos grupos indios gracias a una rebelda que su cabecillasupo publicitar y hacer producto de mercadotecnia conmaestra.

    Hoy el personaje a quien Jaime Avils llama cara detrapo inicia una nueva gira para contrarrestar la campaade resistencia civil pacfica y para combatir los plantea-mientos de la Convencin Nacional Democrtica de2006. Para mostrar la diferencia y las coincidencias de laconvencin de hoy con la de hace doce aos, me pareceadecuado reeditar estos textos aejos. Helos aqu:

    IR A LA CONVENCIN

    He recibido, firmada por el subcomandante insurgenteMarcos en maysculas manuscritas con una R extraa yla S garigoleada, mi invitacin para asistir a la Conven-cin Nacional Democrtica. Estoy conmovido, porquehoy dej de ser uno de los contados mexicanos a quie-nes el sub an no dirige ninguna misiva. Y tambin por laforma en que se me formula esa invitacin, cuyo textodeseo considerar como algo enteramente personal.

    Se me invita respetuosamente desde las montaasdel sureste. Se me llama desde un lado de la noche, desdeel olvido y la memoria perdida, desde el dolor, la muertesin nombre ni rostro, y desde la esperanza. Es una invi-tacin a brincar al otro lado de la noche, al de la historiaque apunta hacia adelante, al lado, se dice, de lo mejorrecuperado, de la cicatriz, de la vida con muchos rostrosy nombres, de la esperanza. Desde el lado, se enfatiza, quecompartimos millones, para hablarnos, vernos, descu-

    brirnos, animarnos, hacernos fuertes, tomar impulso ybrincar al otro lado.

    He aceptado la invitacin. Debo decirle a quien mela gir, tan influido en parte de su prosa por la escrituraque Monsivis ha enseado a varias generaciones, que heledo la respuesta que el cronista le envi, y que coincidocon ella en todas sus reservas. Asistir a la Convencin ypermanecer en ella mientras mi nimo me haga posiblemantener la autonoma y la independencia que consi-dero irrenunciables para cualquier acadmico, para todoslos periodistas y para cada uno de quienes, en alianzanacional, participamos en la observacin del procesoelectoral de este ao. Incontables intelectuales de di-versas orientaciones acadmicas y filosficas han desa-rrollado durante dcadas diversos aspectos de una teorade la opresin que deriva en planteamientos valiosospara el reconocimiento jurdico de las etnias y para suexistencia autnoma e igualitaria en un Estado multit-nico y plurilinge. Slo el extinto Partido Comunistaen 1979 y ahora el EZLN han traducido en propuestas yluchas polticas concretas, con sus propias visiones y ma-tices, la misma preocupacin de aquellos investigadoresque, autnomos e independientes, siempre han velado

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    Camino Aha-ha

  • en el mismo lado de la noche y han atestiguado, a vecesinformando y recurriendo a la voz del periodismo, lamuerte sin rostro. Son los que, salvaguardando cuantopueden memorias que descubren y comparten desde ellado de la esperanza, han retratado y entregado la pala-bra a quienes se aferran a la vida y construyen en la his-toria su propio rostro y sus propios nombres. Los hom-bres y las mujeres en armas del 1 de enero de 1994aparecieron una madrugada desesperada y desesperan-zada, con los rostros cubiertos. Sus pasamontaas y palia-cates jerarquizados no ocultaban caras temerosas: des-cubran las de una muchedumbre annima de la quetodos somos parte cada vez que la opresin, la prepoten-cia, la corrupcin, aplastan cualquier derecho diminutoo grandioso de cualquier mujer, de cualquier hombre.

    Los zapatistas de Chiapas expresaron con fuego susconvicciones democrticas y su exigencia de legalidad ycomicios limpios. Buena parte de lo que hoy (con visinan corporativa) se designa sociedad civil (las oenegs),e incontables pensadores y personas sin nombre difun-dido, identificados al menos con el contenido profundode las propuestas transformadoras del EZLN, enarbola-ron de inmediato la bandera blanca. La Convencin esconvocada y slo cobra sentido porque la rige el pro-psito generalizado de una paz real y digna.

    Con las mismas convicciones y con los mismos obje-tivos (aunque nunca tomara las armas para iniciar unalucha pacfica), una ciudadana tambin hastiada de lasimposiciones (siempre violentas, siempre viriles), delas opresiones diversas y concatenadas, de la muerte sinsentido (pues la muerte jams tendr sentido), del menos-precio de la dignidad humana y de la imposibilidad dedistribuir equitativamente los bienes y los gozos de lavida, se ha dedicado a construir puentes para cruzar allado en que es posible hablarnos y descubrirnos.

    Pienso en las miles de mujeres que dibujan suspropias caras y buscan la forma de sus palabras pro-pias, que con alegra constatan que tambin las zapa-tistas han descubierto el feminismo. Pienso tambinen un puado de hombres que, hartos del mandatoque nos hace portadores de la opresin genrica, edi-fican con esfuerzo una masculinidad no opresivapara, en paralelo con las mujeres, construir otras rela-ciones libertarias.

    Son ellas las mujeres y ellos los hombres que no sloquieren transformar sistemas y regmenes polticos, sinotambin y sobre todo la vida cotidiana.

    En su mayora, segn parece, consideran imprescin-dible impulsar un cambio institucional mediante elec-ciones limpias. Podra decirse que muchos mexicanos ymuchas mexicanas se han obstinado en lograr ya, sinms posposiciones, la designacin del jefe de su Estadoy de su gobierno por una va recta, limpia, transparente,honesta, indudable. Es evidente que, por lo menos desde1913, eso es algo que cada mexicano se debe a s mismoy que nada nos parecer autntico ni suficiente antes deque esa deuda histrica sea saldada, y de que la demo-cracia electoral sea un hecho. Esta ciudadana obsesivaha inventado la observacin electoral. Muchos de losque vayamos a la nueva Aguascalientes somos parte deesa ciudadana, que, en mi concepto, debe mantenersu autonoma para mantener su obsesin y encauzarlapronto hacia otros dominios de la democracia an ine-xistente en Mxico.

    La Convencin puede, en efecto, ser un espacio deencuentro y de intercambios inimaginables. Quiz de ahsalga la conviccin de que las armas no pueden ser de-mocrticas ni pacificadoras. De que cualquier formade muerte por carencias es una forma de la guerra y unasupresin de la democracia. Si as sucede, puede con-vertirse en uno de los catalizadores de un proceso cuyasfacetas y resultados son hoy imprevisibles.

    Por ello, la Convencin ser, antes que nada, un espa-cio de observacin. De observacin activa de este procesode democratizacin singular. De observacin compro-metida en favor de la democracia en la vida pblica y,sobre todo, en la privada.

    La Jornada, 30 de julio de 1994

    I. LA FE, LOS RITUALES

    La bienvenida. Cuando lleg la noche, haca ya ms dedoce horas que haba comenzado el largo viaje de aquellosdos centenares de vehculos. El convoy se haba reducidopor fallas mecnicas, y su retaguardia se haba detenidovarias horas por la volcadura del autobs de Cleta queslo produjo golpes leves y rasguos.

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    Monte Lbano

  • Hasta en tres ocasiones el ejrcito detuvo cada mi-crobs de asientos rgidos, cada autobs con sillonesreclinables, cada camioneta, cada combi y el col-chn de redilas que recogera a quienes quedaran enel camino. Un soldado suba o se asomaba a los veh-culos, saludaba, daba la bienvenida a los ocupantes, yles deseaba amablemente xito, buen viaje y buenretorno. Tres veces tambin los zapatistas, con tcnicasy eficacia diversas, hicieron bajar a tierra y cachearon alos viajeros al lado del camino. As, los embozadosentraron en contacto con sus visitantes, ladinos veni-dos de todo el pas y de ms lejos. Casi sin palabras,este acercamiento fue slo corporal. Los anfitrionesarmados tmidos e inseguros, o bien osados y fir-mes, o tambin hoscos y agresivos palparon eltorso, los glteos y las piernas de los convidados. Conlas manos se apropiaron de cada amigo: la lejana, lasospecha transformada en estructura de co-municacin, la referencia ambigua a la guerra, fueronelementos mticos que permitieron quebrantar (desdeel poder de quien porta el arma y el consentimientopasivo de quien entrega su persona) el tab del toca-miento de los cuerpos ajenos que slo pueden serposedos en el erotismo libre o mediante violacin.Con esa accin se estableci la propiedad temporal delos rehenes voluntarios, y a la vez se reprodujo en ellosla entrega caritativa que han hecho de s mismos, consu fe poltica, a la esperanza en el zapatismo de hoy.

    Este ritual de imposicin de manos, iniciacin y leal-tad emprica, alcanzara su corolario en La Tranca, ante-sala de Aguascalientes de Guadalupe Tepeyac.

    Cuando tras ms de veinte horas de viaje llegaron losprimeros, cerca de las dos de la maana (el trayecto deciento ochenta kilmetros comenz a las cinco de la ma-drugada del da anterior), en las tinieblas desgarradas porlos faros en movimiento pudo distinguirse la niebla asen-tada en las laderas de las Montaas del Sureste recorri-

    das por aquel camino de terracera, impecable gracias almantenimiento reciente.

    Hubo que caminar unos mil pasos desde el minscu-lo poblado, reconocible por su enorme clnica del IMSS. Ala derecha del gran camino, uno menor se abre en mediadocena de hileras, anchas apenas como una persona cor-pulenta. Estn formadas por cercas de pas a lo largo detrescientos o cuatrocientos metros y desembocan en unasuerte de corral tambin rodeado de aguijones metlicos,donde ms embozados oficiaron la ltima parte de estabienvenida inicitica, combinacin de temores, privacio-nes y humillacin: nueva verificacin, ahora s a fondo,spera, inflexible, del cuerpo y de las pertenencias de cadaquien: hasta el ms insignificante objeto y el ltimo reco-veco de aquellas valijas, mochilas y bolsas llenadas y aca-rreadas por indicaciones de un instructivo aterrorizador.

    Quienes llegaron en medio de la noche y la brumafueron recibidos con la luz intensa de los reflectores quehoras despus habran de iluminar el espectculo pol-tico. Algunos de los as enceguecidos haban sido invita-dos personalmente por Marcos, quien les haba habladoen textos acordes con la jerarqua asignada delhonor que sera tenerlos all no son pocas las perso-nalidades que han cedido parte de su prestigio en el apoyoa los zapatistas; otros eran observadores aceptadoscomo tales, o delegados electos con base en la convoca-toria venida desde aquellos cerros. Entre todos abunda-ban quienes ya han ido all en caravanas para dar todoa los zapatistas y no quedarse con nada para ellos mismos.

    Todos fuimos casi culpables. Pero al rehacer nuestroequipaje, una lista de Schindler nos dej pasar. Pocodespus veramos que adems de ese recorrido de alam-bradas hay una vereda amplia, que no estuvo vigilada,por la que se llega a la parte alta de Aguascalientes, tras elcerro desmontado que hoy es tribuna, caminando slounos doscientos cincuenta metros desde el centro deGuadalupe.

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  • Los periodistas fueron inspeccionados y pudieronentrar tras una espera de ms de dos horas bajo el intensorayo del sol, sin importar la hora en que hubiesen sidodepositados ah. Como si alguien hubiera escogido paratratar con ellos una mezcla de desprecio y vejacin. Comosi se hubiera decidido desmentir la leyenda de la habi-lidad zapatista con los medios. Como si se deseara quela Convencin tuviera mala prensa.

    El espacio vital. Los ritos siguientes, sin oficiantesuniformados, fueron de ocupacin del espacio vital enaquel terreno sobrepoblado, con instalaciones aproxi-madamente adecuadas para menos de la mitad de quie-nes llegaron. La toma de un trozo de tierra dentro ofuera de las posadas y poco a poco la carencia de staque exigi defender los linderos conquistados, revelaronsin duda en cada quien lo mejor o lo peor de su toleran-cia y de su disposicin a compartir cotidianidades difci-les con otras personas de aquel conglomerado identita-rio. Esta parte intermedia de la comunin de los muchosde cara destapada con los voluntariamente sin rostro,durara el tiempo en que hubo luz del da, y algunas de lasdisputas inherentes al encuentro se extenderan hastalas colas en que se esperaba turno para prevenir o atendernecesidades diversas, y hasta las riberas del arroyo cadavez ms insalubre.

    Lo ms importante vendra pasadas las ocho de lanoche. La multitud haba reservado las sillas de la explana-da y los troncos de la pendiente (donde muchos se instala-ron pensando que ah mismo pasaran la noche). sta erala ceremonia de vinculacin entre los peregrinos, convi-vencia formal y expectante, inclinacin plena de la muche-dumbre a escuchar lo que se le diga y hacer lo que se le indi-que. Y, adems (pese a las discrepancias virulentas entre losgrupos que la integran), a expresar anticipadamente, conentusiasmo y buen humor, su adhesin incondicional a lapalabra que llegar para dar lugar a la apoteosis.

    Mientras tanto, horas de interminable espera: cami-natas hasta las letrinas insuficientes y los fogones conges-tionados, excursiones al agua clorada, pequeos remojo-nes para espantar por un momento el sudor acumulado,refrescos tibios y dulcsimos, paseos para reconocer el

    lugar y descubrir inslitas estratificaciones sociales entrelos iguales. Y contactos con adolescentes universitariosque acababan de descubrir su vocacin policiaca, orgu-llosos de sus flamantes gafetes de seguridad, fervorososen su vigilancia y entusiastas en su definicin individua-lizada y enftica de todo lo prohibido.

    Dos pendones nacionales, encontrados por sus ban-das rojas, seorearon el pdium entonces an vaco.Todos los miramos sin verlos durante horas y horas. Ya sehaba instalado la penumbra entre los focos de luz mor-tecina, cuando aquellas banderas que evocaban irre-mediablemente a las de San Lzaro del DF, me hicieronpensar en un delegado de la Convencin de hace ochodcadas: tambin zapatista y tambin cristiano de ideassociales avanzadas y libertarias como las de muchos de losconvencionistas de 1994. Se llam Antonio Daz Soto yGama. Sus aportaciones al ritual religioso de la transfor-macin poltica han sido olvidadas. Al menos por ahora.

    La Jornada, 13 de agosto 1994Aguascalientes

    II. LA FE, LOS RITUALES

    Fundacin. Pasadas las ocho de la noche haban concluidolas discusiones enconadas y los complicados cabildeosdestinados a conformar la presidencia de la Convencinen su primer encuentro.

    Frente a la sillera ocupada por los convencionistasque no tuvieron que sentarse en los troncos del cerro, lapresidencia se ergua slida al amparo de las dos enseaspatrias, a unos cinco metros sobre el nivel del suelo. Antela mesa presidencial, largusima, an vaca pero destinadaa cien personas, sobresala, menos elevada, la tribuna deoradores desde donde slo hablaran Marcos y Tacho. Unalosa de cemento separa el espacio del presdium del quecorrespondi a los convencionistas; es tan larga comola mesa y tiene unos doce metros de ancho. Al pie delpdium, una mesita para las relatoras (porque todasfueron mujeres). El vaco inferior entre la plataforma y

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    La poltica el quehacer ciudadano colectivizado y compartido comenzar a ser la cancin que

    anime la fiesta de la imaginacin, de la creatividad,de la cercana entre las personas.

  • el piso estaba cubierto por mantas blancas con el logotipodel IMSS al reverso (igual que las utilizadas como pancartasen todo el recinto). Frente a este escenario, copando elpaso a quien quisiera rebasar la primera fila de las sillasde alquiler, los jvenes agentes de trnsito gozaban delpoder de veda de que fueron investidos. A la derecha,en otra plataforma levantada un par de metros del niveldel suelo, se aglomeraban los reporteros grficos y audio-visuales en las posiciones ms incmodas que pudieronasignrseles para realizar su trabajo.

    Cuando se ley el programa (intervenciones del suby de Tacho, y desfile), muchas voces reclamaron la pre-sencia de la comandanta Ramona y pidieron intilmenteque las mujeres zapatistas tambin hablaran.

    De pronto, dos reflectores poderosos (los mismos quehaban servido para la bienvenida entre cables aguijo-neados) iluminaron la escena donde, sorpresivamente,aparecieron los oradores y sus acompaantes, todosarmados y con las caras cubiertas.

    El poder en la punta del fusil o del falo. Marcos, lapipa humeante en sus labios, coloc su fusil sobre elpdium, donde permaneci con el can apuntandohacia el centro de la muchedumbre de convencionistas.Gesto clave por su elocuencia aunque no haya sido pro-ducto de una coreografa finamente estructurada.

    Los aplausos y las consignas expresaron la emocinde los presentes, su veneracin por los recin llegados,su comunin entre ellos y con los zapatistas.

    Aguascalientes sera entregada a la Convencin, y stala recibira clida y emocionada.

    Ambas alocuciones impecables, conmovedoras y, aun-que simples, emanadas de concepciones filosficas ypolticas claras y precisas.

    La presidencia colectiva fue una hazaa sorprendente.Los sesenta y cuatro delegados estatales hicieron una obrade arte de la tolerancia y los propsitos unitarios. Conlos treinta y seis personajes que completaron el primerpresdium de la Convencin, se conjug al menos mediosiglo de luchas de la izquierda, amalgamadas en estratosgeolgicos fcilmente distinguibles y extendidas en elms amplio abanico de corrientes y posiciones, muchasopuestas entre ellas tanto a lo largo de las dcadas comoen el momento actual.

    Si algo fue claro en esta primera asamblea de laConvencin fue su voluntad de encuentro. Nuncaantes (salvo quizs en las urnas de 1988) se habadado un acercamiento de las izquierdas como ste;nunca antes, en todo caso, haban concurrido formal-mente a un ceremonial comn semejante, concebidocomo rito fundacional sin precedentes. Porque esincuestionable que esa noche se fund algo nuevo enla historia de la democracia mexicana (precaria comoes y sujeta a interpretaciones mltiples y contradicto-rias): una red de incontables organizaciones de todotipo, destinadas a contar en la poltica desde hoymismo. Incluso las tendencias que no aceptaron ocu-

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    Montes Azules Can del Sumidero

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  • par su sitial o que no fueron invitadas a hacerlo esta-ban representadas.

    Lo que hoy se ciment en Aguascalientes tal vez sermito de origen en unos aos.

    No hay que olvidar que de los cien miembros de esepresdium, slo veinte son mujeres y de ellas muy pocasson delegadas.

    Las bases de apoyo zapatistas (hombres y mujeres,jvenes y mayores, muchos con las caras descubiertas,uno con una mscara de danzante, algunas mujeres connios de brazos) iniciaron el desfile. Los siguieron lasfuerzas regulares, con la distincin jerrquica en el colorde los pantalones, y con el trozo de tela blanca en el cande las armas. La plataforma de cemento cumpli enton-ces su cometido escenogrfico: las botas militares dejaronen ella el sonido de sus pisadas, firmes y disciplinadas.

    La apoteosis alcanz as un clmax. Pero habra otro.Las cuerdas afectivas de la muchedumbre, hechas

    vibrar con maestra por el sub, se expresaban en manifes-taciones ms msticas que polticas. El gua pareca pormomentos una figura mesinica ms que un dirigenteo que un representante.

    Nuevamente apareci la bandera, esta vez plegada ybrillante. Marcos la dara en salvaguarda a la Convencin:era su cuerpo y su sangre que, como manto de la Ver-nica, entregara a Rosario Ibarra, mater dolorosa de lasizquierdas mexicanas, de inmediato designada presi-denta de la sesin.

    Luego se cant el Himno Nacional. Muchos lo ento-naron con el brazo erecto hacia adelante, abriendo elndice y el medio para formar la consabida V o cerrandocon fuerza el puo.

    Desaparecieron los de pasamontaas, y la luz sehizo de nuevo mortecina.

    Antes de elegir vicepresidentes, el peyorativo inte-lectual descalific a los dos propuestos. Pero la votacinno se efectu: la tormenta tropical dispers en el lodo a losconvencionistas, que slo pudieron trabajar unas horasal da siguiente.

    Del ritual de las discusiones y los acuerdos (un da encinco mesas en San Cristbal, antes de Aguascalientes), yde las ocho a las doce de la maana aqu, habr que escri-bir en otra ocasin. Hoy la comunin racional consisteen la adopcin, en lo general de las relatoras de las cincomesas, que incluyen propuestas de mayora y de minora;se ha declarado sesin permanente, hay lineamientosbsicos sobre las elecciones (se debe votar contra el PRI ycontra el PAN, por el candidato que asuma los acuerdos dela Convencin, que no tom ninguno) y el documentooriginal presentado por los zapatistas fue aprobado.

    Siete ponencias trataron temticas de gnero, es de-cir, de lo que en la ma llam de democracia cotidiana, dedemocracia vital. Hay una propuesta para que se abraun foro permanente sobre estos temas. Tal vez ah el mi-

    litarismo y la violencia viriles, vigentes en la Conven-cin como normas de relacin, puedan cuestionarse yencontrar alternativas. De otra manera, poco de lo quees posible entender con ojos antropolgicos podr seraceptado como ejercicio de una autntica ciudadana.

    Sin el levantamiento del 1 de enero, los ms recien-tes cambios a la infraestructura electoral habran sidoinconcebibles; sin la Convencin muchas perspectivashoy abiertas permaneceran cerradas. Pero nada de esoes an suficiente.

    Pasar de lo que expresan hoy los smbolos al desarrollode un proyecto autnticamente democrtico, no basadoen la emotividad de los rituales sino en la racionalidadde los pactos y los compromisos claros, es el gran reto dela Convencin y del zapatismo actual: la condicin mismade que alcance y mantenga algn sentido histrico, elelemento clave de su sobrevivencia.

    El guila, ave de rapia del ms elevado vuelo y em-blema castrense por excelencia, no puede seguir siendosmbolo de resistencia a la opresin, de la lucha por lalibertad, la democracia y la dignidad. Pero para el EZLNy para la Convencin an lo es...

    La Jornada, 15 de agosto 1994Aguascalientes

    DE LA CIUDADELA A ATENCOVIOLENCIA CONTRA MUJERES Y AVAL TELEVISIVO

    Escribo bajo la impresin de dos imgenes: la de Marcosen la tele y la de los relatos de Mara Sastres, Cristina Vallsy Valentina Palma. Todas vienen de Atenco.

    Las persecuciones y las matanzas del 68 (iniciadas enjulio y prolongadas mucho ms all del 2 de octubre),partieron de un pleito callejero entre estudiantes de unaprepa privada y de una vocacional en la Ciudadela. A ladistancia y pese a la impunidad de Estado promulgadapor la Suprema Corte, es evidente que ese hecho banal ylo que sigui fueron orquestados desde el Zcalo y desdeBucareli, y que el objetivo de los polticos en aqueltiempo todos pristas era tanto una nueva legitima-cin del autoritarismo y de la represin, como resultadode las tensiones preelectorales que se avecinaban y queenfrentaban al menos a dos precandidatos al dedazo, elregente del DF, y el secretario de gobernacin.

    La provocacin con los floristas de Texcoco, la inva-sin de Atenco, la persecucin violenta de sus habitantes,los arrestos indiscriminados y tambin selectivos, lastorturas ni siquiera disimuladas, la expulsin ilegal dejvenes extranjeras, son slo algunos detalles que evocana los primeros das de las jornadas del 68.

    Valentina Palma fue mi alumna en un seminariosobre gnero en la ENAH. La veo de nuevo despus de

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  • ocho aos, en las fotos que public La Jornada en mayo,tras enterarme de lo que vivi en su propio relato y enuna carta de Mara Novaro. Slo unos das despus deque en la Cmara de Diputados se aprobara la Ley Gene-ral de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violen-cia, y de que en el Senado las influencias misginas de unpar de colegionarios de Fox y de su candidato impidie-ran que fuera ms all de la primera lectura.

    La violencia misgina que hace de las vidas de lasmujeres un peligro permanentemente ha sido siemprela medida de la igualdad, de la libertad y de la demo-cracia reales en cada pas.

    En 1968 tambin se persigui y se expuls a jvenesextranjeros atrapados en mbitos estudiantiles (todo elDF, muchas partes del pas, eran mbito estudiantil).Daz Ordaz mismo atribuy los intentos por democrati-zar a Mxico a la influencia y a la intervencin de men-tes y manos extranjeras.

    Con frecuencia, el chauvinismo de Estado cobra efi-cacia cuando se trata de justificar el terrorismo de Estadocon la seguridad nacional y el Derecho. El Estado poli-ciaco daba entonces una de sus abundantes muestras devigencia, tan semejante a la que est dando hoy.

    Abusar de las mujeres forma parte rutinaria de losprocedimientos que comprenden la violacin de cual-quier norma legal en nombre de la Ley que, cuando lesparece conveniente, suelen proclamar las fuerzas delgobierno, armadas o slo vociferantes hacia el interior yhacia el exterior.

    Como acaba de hacerlo un miembro del gabinete,en 1968 Daz Ordaz proclam el derecho inalienable delgobierno a defenderse de la ciudadana.

    Lo que en estos das hemos visto en la tele y lo querelatan Mara, Cristina y Valentina desde Espaa y Chile,dan cuenta de las tendencias gustavistas y luisistas delvicentismo-martismo-rubenismo que padecemos.

    Al presidente y a su candidato les es cada da ms dif-cil retener el brazo que quiere escaprseles hacia arribay adelante como el de ciertos caudillos europeos de lasdcadas de 1930 y 1940, y como el del Doctor Inslitoque encarn Peter Sellers.

    Pero hay ms: ahora gobiernan los medios electrnicosque tienen amarrados a los candidatos, como sentencicerteramente el pasamontaas ms complacido de esosmismos medios.

    Tal vez su voz, mucho ms autorizada desde que latiene amarrada Televisa, pueda orientarnos prontosobre su presencia casual aqu, libre y avalada por elgobierno que parece patrocinarlo hoy. Tan cerca delDF, y precisamente en vsperas de Atenco y a partirdel ciudadelazo consumado ah. Y de las elecciones.Tambin, con el estilo seudo indgena y sumamenteocurrente que le es caracterstico, el Seor de los Esca-rabajos erectos podra aclarar la relacin de sus palabrascon las de los candidatos tricolor blanquiazul, tanidnticas a las suyas. Y la de sus amenazas ultra revolu-cionarias en la UNAM con su discurso virulento contraun partido y un candidato: al fin y al cabo sus palabras

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  • suelen tener el mismo fondo que las de los dos aspiran-tes amarrados por Televisa.

    Encapuchado y todo, ese atadero tambin lo apri-siona a l. Acaso su sonrisa embozada se debi a la alegrade haber salido en la tele?

    Otra cuestin: Adems de abrirle al cacique ladinode los indios del sureste el espacio poltico en el D.F., queellos le clausuraron en Chiapas, la Secretara de Gober-nacin, la de Relaciones Exteriores y la Procuradura Ge-neral de la Repblica harn algo para restituir las garan-tas individuales a quienes estn siendo vctimas de esteEstado de Derecho, o simplemente se contentarn coninsinuar que, una vez ms, las armas mexicanas se hancubierto de gloria?

    EMEEQUIS.

    Enviado para su publicacin el da 13 de mayo de 2006

    FE Y RACIONALIDAD EN LADEMOCRATIZACIN DE MXICO

    Nuestras vidas estn reguladas por una red de opresiones(fundamentadas ideolgicamente en las estructuras delas diferencias genricas, econmicas y de clase, de edad,tnicas, nacionales, religiosas, polticas, etctera), queconforman un intrincado sistema de relaciones en el quecada mujer y cada hombre estamos obligados a cumplirroles determinados, a someternos al dominio de otros ya vivir en la violencia cotidiana para alcanzar o preser-var privilegios.

    En este sistema, los individuos no existimos, carece-mos de rostro y de voz a menos que estemos integradosa un fascio o corporacin que nos conceda una identidadsocial limitada y sujeta a la representacin que de ellahagan en los mbitos pblicos los dirigentes consagradosy sacralizados para ello. La voz y el rostro de cada ser sedisuelven en la voluntad de los lderes carismticos,atribuida a masas annimas, amorfas, anmicas, y legi-timada con la referencia mtica a ancestros divinizadosque han sido condenados a integrar panteones de figurasextticas e intocables.

    Calca y expresin de las religiosidades basadas en laignorancia, el temor y la culpabilizacin pecaminosa,la opresin corporada elimina toda posibilidad de ini-ciativa individual, de accin de la voluntad en las deci-siones cotidianas, de pactos libres para una convivenciajusta y equilibrada. En lugar de stos, la fe en los dis-cursos dominantes y en quienes, en medio de cultos quelos deifican, detentan los poderes pblicos o supuesta-mente alternativos, ocupa el lugar destinado a la racio-nalidad y a los compromisos libremente asumidos. ElEstado o sus micro equivalentes aparecen como divini-dades a las que slo se puede invocar con plegarias para

    solicitarles piedad y benevolencia. Los gobernantes ylos sedicentes representantes del pueblo no son, en estascircunstancias, ms que oficiantes y pontfices de diver-sos rituales en que se reproducen todos los das las estruc-turas de la dominacin y los privilegios de quienes losponen en marcha ininterrumpida.

    Este carcter han tenido el Estado mexicano yquienes han sido sus propietarios y operadores, desdela precariedad institucional de los poderes en tiempode Santa Anna, pasando por las endebles estructurasliberales decimonnicas fortalecidas finalmente en elporfiriato, hasta la edificacin nacional revolucionariacorporativa (es decir, fascista) surgida de las luchasarmadas de 1910 a 1920 y sus secuelas blicas, la lti-ma de las cuales se detecta oficialmente en 1929, elmismo ao en que se cre el Partido Prcticamentenico, verdadera cmara de corporaciones nacionalesy regionales.

    El primero y ms importante de los fascios se ubica enlas relaciones cotidianas. Se trata de la familia, cimentadaen la sntesis, a la vez simblica y emprica, de todas lasopresiones: la virilidad exigida, deseable e incuestionadade quien debe jefaturarla, y la sumisin, el silencio, laenajenacin, la expropiacin y la anulacin de quienes ledeben obediencia (antes que nada la madresposa delpatriarca e intermediaria entre l y los hijos que hayaprocreado para l).

    A imagen y semejanza de ese ncleo de relaciones conreminiscencias bblicas, toda la organizacin social, co-munitaria, local, regional, nacional, se disea sobre elmodelo del patriarcado al que se reputan un origen na-tural e insitintivo y una existencia perpetua e inmuta-ble: los modos de produccin y los sistemas econmicoscambian igual que los regmenes polticos; el conoci-miento se ampla, las comunicaciones reducen distan-cias, tamaos y tiempos del planeta; las revoluciones y lasmovilizaciones sociales se suceden y se anulan, y losideales democrticos se formulan y se reformulan cadavez con mayor precisin y profundidad.

    Pero la virilidad y la feminidad que configuran lasculturas de la opresin siguen siendo o pretendindosefundamentalmente idnticas a s mismas, por ms quesus descripciones, sus crticas y las alternativas ideadasa partir de las reflexiones en su torno, sean cada damejor expuestas y formuladas de manera ms amplia yprofunda. Ni siquiera quienes se consideran a s mis-mos los ms revolucionarios entre los revolucionariosse plantean alterar las normas ni las costumbres querigen y al mismo tiempo conforman el espacio real(verdadero paralelogramo de fuerzas en el sentidogramsciano) de las relaciones sustentadas en el privile-gio y la humillacin en la vida de todos los das. Slopara las mujeres feministas y para un pequesimopero creciente puado de hombres que han dicho

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  • basta a la masculinidad opresiva, desmontar la misogi-nia y la falocracia constituidas sobre la ley del padretambin concierne, de manera sobresaliente, a la luchapor la democracia. Ms an: para esa minora que semueve en espacios an reducidos, cualquier lucha cali-ficada de democrtica es falaz y est destinada al fraca-so y a la frustracin si no se inicia combatiendo a lafalocracia ntima, cotidiana, de tal manera omnipre-sente que es invisible.

    La omnipotencia patriarcal adjudicada a los apara-tos de gobierno de cualquier ndole y nivel y a quieneslos encabezan de manera temporal o definitiva, expresala organizada (aceptada y frecuentemente deseada) im-posibilidad de que los ciudadanos y las ciudadanas decarne y hueso participemos en las decisiones en torno apolticas y acciones que nos conciernen. Hay sociedadescomo la mexicana, con su conjugacin de complejida-des y homogeneidades, en las que por siglos han idoarraigndose los despotismos patriarcales y corporati-vos; en ellas, oponerse al dominio y a quienes lo ejercenes como oponerse a las fuerzas de la naturaleza y de lavoluntad divina. Por ello, entre nosotros la lucha polti-ca suele surgir de la deseperacin o al menos expresar ladesesperacin de quienes descubren destinos inexorables

    e inescapables, como si estuvieran efectivamente opo-nindose a los designios de una deidad implacable y deun clero todopoderoso.

    La desesperanza de los sometidos convierte a los opre-sores divinizados en el anticristo, y a los oprimidos queluchan en liberadores del santo sepulcro.

    De la misma manera, tambin la bsqueda de demo-cratizacin y de democracia adquiere dimensiones fides-tas: las de alguna cruzada convocada y encabezada poriluminados que recorren el camino de la revelacin, laprofeca, la infalibilidad incomprendida y el martirolo-gio y la santidad inminentes.

    Otra cosa suceder cuando los procesos democrati-zadores que datan en Mxico por lo menos de 1968,alcancen la fase en que la ciudadana rebelde y pacifistase reconozca y emprenda caminos ms polticos que ms-ticos. Entonces, la poltica el quehacer ciudadanocolectivizado y compartido comenzar a ser la cancinque anime la fiesta de la imaginacin, de la creatividad,de la cercana entre las personas.

    Texto Presentado en la Convencin de Aguascalientes

    San Cristbal de Las Casas, Chiapas

    Agosto, 1994

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