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Actas XIV Congreso AIH (Vol. III). Ana CASAS. El cuento en las revistas literarias de la p... - El cuento en las revistas literarias de la posguerra: recepción y difusión de los narradores del exilio Ana Casas UNIVERSIDAD DE NEUCHÁTEL LA REVISTA ES DESDE el siglo XIX el cauce idóneo del relato breve 1 y su participación en el renacimiento del cuento de los años 50 y 60 se debe fundamentalmente a la difusión y promoción que de él hace a través de las reseñas y los artículos críticos, la concesión de premios y la creación de secciones fijas donde se publican los textos. Pero, además de promover la narrativa corta, por esta vía las revistas estimulan la joven literatura, dan a conocer distintas muestras de las letras peninsulares e intentan subsanar el vacío cultural que la guerra civil dejó tras de sí. Algunas de las publicaciones que se crean desde mediados de los años cuarenta y a lo largo de las dos décadas siguientes tratan de restablecer en la medida de lo posible la continuidad literaria, recuperando parte de la tradición denostada por el régimen franquista-la generación del 98, la del 27 y Ortega, sobre todo-, haciéndose eco de las corrientes y los movimientos extranjeros que se estaban desarrollando en esos momentos, y acogiendo la labor de los miembros de «la España peregrina». En una época en la que los narradores del exilio difícilmente podían divulgar su obra entre los lectores españoles, el cuento publicado en la prensa periódica les brinda la oportunidad de reincorporarse, aunque precariamente, a la vida cultural de su país de origen. Merece la pena destacar el esfuerzo de Ínsula, Papeles de Son Armadans y Revista de Occidente 2 por integrar en sus páginas narraciones breves de Francisco 1 José Luis Martín Nogales señala cómo las peculiaridades de este cauce obligan al cuento decimonónico «a una elaboración estructural, hasta definir sus características técnicas esenciales de concentración, intensidad y efecto único» y cómo, desde entonces, la prensa se convierte en el canal natural de la narrativa breve («La edición y difusión del cuento», Insula, 568, abril de 1994, p. 8). , 2 La relación de Indice con el exilio-especialmente en su segunda etapa con Femández Figueroa al frente-fue más política que la de las otras revistas, pero en ella no se publican apenas narraciones de los escritores emigrados, por lo que no la tengo en cuenta en este estudio. Por razones de espacio me centraré en Ínsula que es, de todas las que se interesan por la literatura del exilio, la revista más representativa. En mi tesis «El cuento literario en la posguerra española. Historia y valoración» trataré con más detalle la función de Papeles de Son Armadans y Revista de Occidente en la difusión y recepción de la narrativa de los exiliados. 123 -t .. Centro Virtual Cervantes

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El cuento en las revistas literarias de la posguerra: recepción y difusión

de los narradores del exilio Ana Casas

UNIVERSIDAD DE NEUCHÁTEL

LA REVISTA ES DESDE el siglo XIX el cauce idóneo del relato breve1 y su participación en el renacimiento del cuento de los años 50 y 60 se debe fundamentalmente a la difusión y promoción que de él hace a través de las reseñas y los artículos críticos, la concesión de premios y la creación de secciones fijas donde se publican los textos. Pero, además de promover la narrativa corta, por esta vía las revistas estimulan la joven literatura, dan a conocer distintas muestras de las letras peninsulares e intentan subsanar el vacío cultural que la guerra civil dejó tras de sí. Algunas de las publicaciones que se crean desde mediados de los años cuarenta y a lo largo de las dos décadas siguientes tratan de restablecer en la medida de lo posible la continuidad literaria, recuperando parte de la tradición denostada por el régimen franquista-la generación del 98, la del 27 y Ortega, sobre todo-, haciéndose eco de las corrientes y los movimientos extranjeros que se estaban desarrollando en esos momentos, y acogiendo la labor de los miembros de «la España peregrina».

En una época en la que los narradores del exilio difícilmente podían divulgar su obra entre los lectores españoles, el cuento publicado en la prensa periódica les brinda la oportunidad de reincorporarse, aunque precariamente, a la vida cultural de su país de origen. Merece la pena destacar el esfuerzo de Ínsula, Papeles de Son Armadans y Revista de Occidente2 por integrar en sus páginas narraciones breves de Francisco

1 José Luis Martín Nogales señala cómo las peculiaridades de este cauce obligan al cuento decimonónico «a una elaboración estructural, hasta definir sus características técnicas esenciales de concentración, intensidad y efecto único» y cómo, desde entonces, la prensa se convierte en el canal natural de la narrativa breve («La edición y difusión del cuento», Insula, 568, abril de 1994, p. 8). ,

2 La relación de Indice con el exilio-especialmente en su segunda etapa con Femández Figueroa al frente-fue más política que la de las otras revistas, pero en ella no se publican apenas narraciones de los escritores emigrados, por lo que no la tengo en cuenta en este estudio. Por razones de espacio me centraré en Ínsula que es, de todas las que se interesan por la literatura del exilio, la revista más representativa. En mi tesis «El cuento literario en la posguerra española. Historia y valoración» trataré con más detalle la función de Papeles de Son Armadans y Revista de Occidente en la difusión y recepción de la narrativa de los exiliados.

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Ayala, Max Aub, Esteban Salazar Chapela, Corpus Barga, Rosa Chacel o Segundo Serrano Poncela, escritores apenas conocidos en la España de la posguerra. Sin embargo, y pese a que estas publicaciones tienen en común una inequívoca voluntad de «normalización» de la cultura española, el grado de compromiso con la literatura del exilio no es en todas ellas el mismo.

La revista de Enrique Canito y José Luis Cano, en este sentido y desde la elección de su nombre, es la más combativa3

• En la celebración de su 25 aniversario, Lafuente Ferrari, fiel colaborador de Ínsula, explica que ésta se creó «como una tribuna en la que pudieran encontrarse los escritores españoles de este y del otro lado del Atlántico, los hispanistas de todas las naciones, los hombres maduros y los jóvenes que se iban incorporando a la vida nacional»4

• No obstante, y sin ánimo de menoscabar el papel desempeñado por Ínsula al ejercer de puente entre la España interior y la España exterior, hay que señalar que la incorporación de los exiliados fue lenta y gradual5• Su primera década de existencia, rigurosamente analizada por Manuel L. Abellán6

, tiene como marco un momento histórico en el que aparecen las primeras contradicciones entre los postulados ideológicos más férreos del régimen y las incipientes tentativas de liberalización política e intelectual, período que culmina con la crisis universitaria de 1955, la cual traerá, entre otras consecuencias, el cese del ministro Ruiz-Giménez y la suspensión de algunas publicaciones periódicas, entre ellas Ínsula7

• En estos años, la presencia de la narrativa exiliada está limitada por los forcejeos que la revista mantiene con la censura hasta la fecha de su prohibición. Así, la colaboración de los emigrados es constante desde el inicio pero sobre todo están presentes en referencias y noticias y apenas hay trabajos extensos que estudien su producción. Es sintomático que en 1950 se incluya por primera vez un relato de un autor exiliado, «El gallo» de Jaime F. de Terradillos, aunque la sección «Un cuento cada mes» se inaugura dos años antes. Hasta 1955 sólo se publican dos narraciones de José Corrales Egea8

, «El lenguaje de los

3 José Luis Cano explica que la elección del nombre respondía a sus resonancias literarias y a la condición de insularidad que presumiblemente iba a vivir la revista: «una isla solitaria en II!edio del d,esierto cultural de los primeros años de la posguerra española» («Breve historia de «lnsula»», Insula, 499-500, junio-julio-agosto de 1988, p. 1). En efecto, las sospechas iniciales auguran la realidad hostil a la que la revista tendría que hacer frente sobre todo en sus primeros años de vida. En un editorial de 1948 el autor anónimo lamenta la «nerviosidad e intranquilidad de los espíritus por doquier, las fronteras cada vez más cerradas en cada país, la áspera dureza de los problemas económicos», factores que «parecen oponerse también a que la vida de l~s letras ~ncuentre el cauce ancho y generoso que necesita para ser fecunda» («Dos años de Insula», /nsula, 2~, 15 de enero de 1948, p. 2). ,

4 ««lnsula», presencia y testimonio», lnsula, 284-285, julio-agosto de 1970, p. 3. 5 Como afirma Man_uel L. Abellán, «el proceso de reincorporación de la España del exilio

fue lento y penoso, pero Insula logró establecer un doble contacto: que en sus páginas se reflejara la obra de los hombres del exilio y que éstos pudieran escribir en una revista del interior del país sin que ello signifjcara aquiescencia o compromiso frente al régimen franquista» ( «Los diez primeros años de lnsula (1946-1956)», Sistema, 66, mayo de 1985, p. 114).

6 Ibídem. 7 Para el estudio de estos años de la historia del pensamiento español, véase el libro de Elías

Díaz, Pensamiento español en la era de Franco (1939-1975), Madrid: Tecno~, 1983. José Luis Cano explica los motivos de la suspensión de la revista en «Breve historia de «lnsula»», art. cit., p. 2.

8 José Corrales Egea se exilia voluntariamente a París en 1950. Antes de su marcha había publicado en lnsula el relato «Fiebre» (vid. n. 29).

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pájaros» y «Un momento de decisión», ambas contenidas posteriormente en su libro Por la orilla del tiempo (1954), de la editorial Ínsula.

Del recuento de las reseñas dedicadas a las obra de estos narradores se deduce una situación paralela a la anterior. Los comentarios críticos son escasos, aun siendo en ocasiones muy elogiosos, como los que hace Ricardo Gullón de la obra de Francisco Ayala. Pero incluso en este caso, llama la atención el comedimiento con el que el autor presenta algunos aspectos de La cabeza del cordero (1949), a cuyos relatos «pocos regatearán su valor estético» aun cuando sean «diversamente acogidos, en cuanto a »las tesis« en ellos planteadas (por más que el tema de la guerra haya sido tratado con extrema mesura)»9

A partir de 1956, cuando Juan Beneyto-amigo y suscriptor de la revista-sustituye a Juan Aparicio en el cargo de Delegado Nacional de Prensa, Ínsula vuelve a salir a la calle y el acoso de la censura es menor. El propio José Luis Cano ha explicado que, sólo a partir de entonces, fue posible dedicar números de homenaje a escritores del exilio como Juan Ramón Jiménez, Américo Castro, Luis Cemuda o Emilio Prados. Finalmente, «logramos así que Ínsula se convirtiera en un puente cultural entre los escritores del exilio y los de la España interior»w.

Esta segunda etapa se caracteriza, en efecto, por la atención creciente a la literatura española producida fuera de los confines nacionales. Por primera vez, desde el nacimiento de la revista, se publican cuentos de Francisco Ayala, Max Aub, Juan Goytisolo, Roberto Ruiz, Segundo Serrano Poncela, Concha Castroviejo, Esteban Salazar Chapela, Corpus Barga y Femando Arrabal. Hasta 1969, fecha que marca el retomo de un gran número de exiliados 11

, el lector español tiene acceso a una parte-muy limitada-de la obra que éstos tenían en marcha en esos años. De Max Aub, por ejemplo, se publican relatos que luego aparecerían en El zapilote y otros cuentos mexicanos ( 1964) o en Historias de mala muerte ( 1965); Segundo Serrano Poncela deja constancia de su fructífera dedicación al cuento con «Dominicus Autocrator», más tarde recogido en Los huéspedes ( 1968); Francisco Ayala adelanta algunos textos de El jardín de las delicias (1971) 12

, etc. Las fechas de aparición de estos relatos en Ínsula son, en

9 Ínsula, 51, 15 de marzo de 1950, p. 4. 10 «Breve historia de «lnsula»», art. cit., p. 2. En otra ocasión, Cano recordaba que «mientras

gtras revistas silenciaban, por ignorancia o por partidismo, la obra de esos escritores [exiliados], Insula hablaba de ellos, e incluso se atrevía, lo que era p~ligroso entonces, a de9icarles páginas de homenaje» (Antonio Núñez, «La pequeña historia (Insula, 1946-1970)», Insula, 284-285, julio-agosto de 1970, p. 26).

11 José María Cachero sitúa el final de la España peregrina en 1969, no sólo porque a partir de ese momento regresa a España un buen número de exiliados, sino también porque por esas fechas éstos publican en nuestro país libros nuevos y también reediciones de obras originariamente editadas en el extranjero, empiezan a recibir premios, a suscitar un mayor interés por parte de la crítica, se les empieza a incluir en las historias de la narrativa española, etc. (La novela española entre 1936 y el fin de siglo. Historia de una aventura, Madrid: Castalia, 1997, pp. 403-412).

12 De Max Aub «El atentado» (195, febrero 1963) pertenece a El zopilote y otros cuentos mexicanos (Barcelona, Buenos Aires: Edhasa, 1964) y «El cementerio de Djelfa» (204, noviembre de 1963) y «La sonrisa» (270, mayo de 1969) a Historias de mala muerte (México: Joaquín Mortiz, 1965). «Dominicus Autocrator» (219, febrero de 1965) de Segundo Serrano

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todo caso, tardías, avanzados ya los años 60. Las reseñas aparecen algo más pronto probablemente porque no están tan en el centro de la diana de la censura como los artículos críticos y los textos. Lo que no quita que en 1959, por ejemplo, José R. Marra-López, gran conocedor de la narrativa española fuera de España-por citar el título de su célebre libro-, tenga que hacer uso del circunloquio a la hora de hablar de los relatos que componen La venda (1959) de Serrano Poncela, los cuales, en parte, «corresponden a una situación límite perfectamente vivida por el autor, situación honda y clave de varias generaciones, encrucijada de sueños y realidades», sin llegar nunca a definir esa «situación» que es, ni más ni menos, la del exiliado político13

Tal vez el punto de inflexión se sitúe hacia 1963, año en que precisamente Marra-López publica su libro sobre los narradores de la diáspora y del cual José Luis Cano se hace eco en la reseña titulada «Un panorama de la novela española en el exilio» 14

• A este artículo le seguirá el de Guillermo de Torre, publicado en Revista de Occidente, «Hacia un más allá del realismo novelesco», desencadenando la polémica con Marra15

• Al margen del interés que pueda suscitar este enfrentamiento, conviene señalar que en esa fecha ya se habla, sin necesidad de recurrir a paráfrasis ni a metáforas, de la situación a la que aludía el reseñista de La venda. A partir de ese momento, coincidiendo con una época de mayor apertura que llevará a la promulgación de la Ley de Prensa de 1966, en Ínsula se publican más reseñas, los primeros trabajos largos sobre la obra narrativa de los exiliados-sobre todo a cargo de José-Carlos Mainer y José Domingo-y multitud de entrevistas, en su mayoría conducidas por Antonio Núñez, José R. Marra-López y José Luis Cano. Los estudiosos dan cuenta de la importante labor creativa llevada a cabo en los últimos años por Segundo Serrano Poncela, Roberto Ruiz, Max Aub, Francisco Ayala o Juan Goytisolo, colaboradores habituales de Ínsula, pero también por Ramón J. Sender o Álvaro Femández Suárez, sobre todo a partir de la vuelta a España de algunos de los nombres más representativos del exilio 16

• Los homenajes tardarían algo

Poncela se incluye en Los huéspedes (Caracas: Monte Ávila, 1968). Y «Una lección ejemplar» (200-201,julio-agosto de 1963), «Magia» (255, febrero de 1968) y «El leoncillo de barro negro» (274, septiembre de 1969) de Francisco Ayala en El jardín de las delicias (Barcelona: Seix Barra\, !971).

L Insula, 156, noviembre de 1959, p. 6. 14 Ínsula, 194, enero de 1963, pp. 8-9. Aunque Cano celebra el libro de Marra por tener «el

mérito de ser el primer estudio importante que se ha publicado sobre el tema, y haber sido concebido con honestidad y con espíritu de hacer justicia a unos escritores españoles casi completamente ignorados hoy en España», se muestra en desasuerdo con él en la apreciación negativa de Ortega y de los narradores del «Nova Novorum». Este será uno de los puntos que Guillermo de Torre critique más severamente en la polémica que se desarrolló posteriormente en tomo al libro de Marra.

15 Véanse los artículos de Guillermo de Torre («Hacia un más allá del realismo novelesco», Revista de Occidente, 4,julio de 1~63, pp. 106-114), de José R. Marra-López («Precisiones a una crítica de Guillermo de Torre», Insulq, 202, septiembre de 1963, p. 4), y otra vez de Torre («Respuesta a José R. Marra-López», Insula, 204, noviembre de 1963, p. 3).

1 José R. Marra-López da cuenta de sus conversaciones con Ay~la durante el verano de 1963 que el escritor pasó en España («Entrevista con Francisco Ayala», Insula, 203, octubre de 1963, p~ 6 ); Antonio Núñez también se ocupa de este escritor en «Encuentros con Francisco f}yala» (Insula, 260-262, julio-agosto de 1968, p. 15) y de Max Aub, en «Max Aub en Madrid» (lnsula, 275-276, octubre-noviembre de 1969, p. 19), ocasión en que el entrevistado aprovecha para

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más en llegar, a la par con la publicación de obras críticas en tomo a la obra de estos escritores y con la edición y reedición de sus propios libros. Ínsula dedica a Francisco Ayala su número 302 de enero de 1972, y a Max Aub su doble 320-321 de julio y agosto de 1973, participando así una vez más en el proceso de recuperación de los exiliados y de reinserción de los mismos en la historia de la narrativa española17

Y es que, pese a las dificultades que la revista atraviesa desde su fundación hasta el final de la dictadura, se aprecia no sólo la responsabilidad contraída-a menudo de manera explícita18--con los hombres y mujeres del exilio, sino también una apuesta sin precedentes por sus manifestaciones más comprometidas. En este aspecto, Ínsula aventaja a otras publicaciones como Papeles de Son Armadans y Revista de Occidente, también atentas a la producción de los españoles en el extranjero pero de proceder menos arriesgado.

Aunque Papeles de Son Armadans nace en 1956, fecha en que, como ya vimos, se relaja algo la censura19

, Cela hace verdaderos equilibrios para eludirla. A pesar de ser «el escritor más tolerado de la época»2º y de definir, a través de los editoriales que abren cada número, una línea de pensamiento progresivamente alejada de los postulados ideológicos del régimen, se muestra prudente a la hora de publicar los textos de los exiliados. Dicha precaución atañe a la temática de los cuentos y no a su procedencia puesto que éstos siempre fueron bien recibidos tanto en las secciones críticas («El taller de los razonamientos», «Tribunal del viento») como en las de creación («El hondero» reservada a la poesía21 y «La plazuela del conde Lucanor» al cuento)22

lamentarse del desconocirµiento que se tiene de su obra en España: «Creía que publicando dos o tres artículos al año en «lnsula» y en «Papeles de Son Armadans», yo sería un escritor no digo apreciado, pero sí conocido. Y ha resultado que estas revistas no las leen los muchachos, las desconocen por completo».

17 Lamentablemente este proceso todavía no ha finalizado. Son todavía desconocidas para el público español las obras de Serrano Poncela, por ejemplo, la mayoría de las cuales están sin reeditar en nuestro país.

18 En una nota, el autor anónimo se pregunta: «¿Qué ocurre con Max Aub?; de Max Aub se oye hablar per9 sus obras no se encuentran en las librerías ni su teatro llega a los escenarios» («Max Aub», Insula, 236-237, julio-agosto de 1966, p. 2).

19 La involución política, consecuencia de la crisis universitaria, convive con una cierta liberalización de la censura, un mayor acercamiento entre el exilio y el interior y la formación de una disidencia intelectual. Elías Díaz explica cómo el retroceso que representó el cese de ministros, la suspensión del Fuero de los Españoles o la declaración del estado de excepción provocó que, a partir de ese momento, empezara «a configurarse una actitud de oposición intelectual y política, y después de escisión profunda, entre hombres procedentes del propio sistema y, sobre todo, entre jóvenes educados en él» (El pensamiento español en la era de Franco (1939-1975), op. cit., p. 85).

20 Manuel L. Abellán, Censura y creación literaria en España (1939-1976), Barcelona: Península, 1980, p. 70. El crítico afirma que dicha tolerancia se debe «a su red de amistades [las de Cela] y a su notoriedad personal» (ibíd., p. 113).

21 Para el estudio de la poesía en Papeles de SonArmadans, véase el trabajo de Fanny Rubio, Las revistas poéticas españolas (1939-1975), Madrid: Turner, 1976, pp. 459-463.

22 Papeles de Son Armadans fue una «revista generosa desde el principio con autores de compromiso político conocido y abierta a los escritores del exilio para su lento y a veces frustrado desembarco en las letras españolas del interior» (Jordi Gracia, Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo (1940-1962), Toulouse: Presses Universitaires du

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En el primer número de la reaparecida Revista de Occidente ( 1963) su director, José Ortega Spottorno, dice contar con la colaboración de «Un granado consejo de intelectuales españoles de primera fila» y con la de «otros muchos escritores eminentes, españoles de ambas orillas del Atlántico, hispánicos y extranjeros»23

• Sin embargo, aunque la voluntad de continuidad es evidente y los exiliados participan activamente en la revista con sus ensayos, pocos publican ahí sus ficciones. Tal vez porque la creación no constituye el interés principal de la revista, en su primera década de vida sólo hallamos algunos relatos de Esteban Salazar Chapela, Francisco Ayala y Rosa Chacel. Y ninguno de Max Aub, por ejemplo, escritor que, al parecer, sí manifestó en más de una ocasión estar dispuesto a colaborar con Revista de Occidente.24

Entre estas tres publicaciones, las que más puntos de contacto tienen son Papeles de Son Armadans e Ínsula, las cuales comparten desde su nómina de colaboradores hasta la clara conciencia de insularidad cultural25

• Pero, a pesar de perseguir parecidos objetivos, en el caso de los narradores exiliados, se observa por parte de la primera una mayor cautela, cosa que no ocurre con la poesía o con los textos, sean del tipo que sean, de los escritores del interior. Un buen ejemplo es Max Aub que publica en Ínsula, además de otros relatos menos comprometidos, «El atentado» y «El cementerio de Djelfa», cuya temática gira en torno a la guerra civil, los campos de refugiados y el exilio. En cambio, de su fecundo trabajo en Papeles de Son Armadans-recogido en Pequeña y vieja historia marroquí26-surgen «Llegada de Victoriano Terraza a Madrid» y «Una petición de mano», que son fragmentos de la La calle de Valverde (1961), la novela que Aub ambienta en la España de los años 20. A estas dos narraciones, incluidas en la sección «La plazuela del conde Lucanor» aun no tratándose de verdaderos cuentos,

Mirail, 1996, p. 163). La trayectoria política e intelectual de Cela a través de los diez primeros años de Papeles de Son Armadans ha sido pormenorizadamente estudiada por José Miguel Oltra en «Significación de una aventura celiana: Los Papeles de Son Armadans entre 1956 y 1966», Hispanística XX, 8, 1990, pp. 175-215.

23 José Ortega Spottomo, «Propósitos», Revista de Occidente, l, abril de 1963,,pp. 3-4. 24 «Y~ quería (quiero) publicar en España. Lo malo, en 1950, era saber dónde. lnsula, bien

(y sigo). ¿Indice? De mi colaboración en esa revista tendría algo que decir, pero su director no quiere y menos poner los puntos sobre las íes, y soy bastante mirado con eso de la ortografía y preferí darme por enterado.» «La Revista de Occidente, Cuadernos Hispanoamericanos me ignoran, ellos sabrán por qué» (Max Aub, «Carta de Max Aub a Camilo José Cela, hijo», Pequeña y vieja historia marroquí, Palma de Mallorca: Las ediciones de Los Papeles de Son Armadans, 1971, p. 9). , 25 Según José-Carlos Mainer, el público al que la revista se dirige es también parecido al de

lnsula, aunque «matizado ( ... )por una mayor presencia de la creación literaria y artística y, sobre todo, por la omnipresencia de un director, a quien el ingreso en la Real Academia (1957) y la calidad de esta publicación convirtieron en una suerte de árbitro y patriarca-entre pícaro y sentencioso-del despertar de las letras españolas» («El lento regreso: textos y contextos de la colección «El Puente», El exilio literario español de 1939. Actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre - 1 de diciembre de 1995), vol. I, ed. de M. Aznar Soler, Sant Cugat del Valles, GEXEL, 1998, pp. 399-400). José Miguel Oltra también se ha detenido en las semejanzas entre ambas revistas («Significación de una aventura celiana: Los Papeles de SonArmadans entre 1956 y 1966», art. cit., pp. 178-179).

26 Esta obra miscelánea contiene gran parte de los artículos críticos, ensayos y prosas que Aub publicó a lo largo de casi veinte años en la revista (op. cit.).

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les sucede «Crímenes y epitafios ejemplares, y algo de suicidios y gastronorrúa», todos ellos de gran interés pero, en comparación a los relatos publicados en Ínsula, de carácter más inocuo27

En Papeles de Son Armadans se incluyen textos de las distintas tendencias literarias de esos momentos con predominio del realismo social. Prueba de ello son los cuentos de Lauro Olmo, Jorge Ferrer-Vidal, José María de Quinto, Esteban Padrós de Palacios o Alfonso Grosso. Sin embargo, los relatos de los exiliados-tal vez con la excepción de los de Juan Goytisolo y Francisco Femández Santos28 -alcanzan en muy pocas ocasiones el grado de compromiso con la realidad española de las narraciones que Max Aub, José Corrales Egea y Roberto Ruiz publican en Ínsula. De Aub ya se vio su interés por la experiencia del exilio. En cuanto a José Corrales Egea, el uso de la ironía le sirve en algunos relatos para criticar la injusticia social, fruto de las condiciones de vida de la posguerra. «Un momento de decisión» cuenta la historia del empleado Casimiro Lobato y presenta, por efecto de la metonimia, una España que se sirve de la resignación y el autoengaño y a la cual se la ha privado de su capacidad de decisión. Ésta llega con las acciones desesperadas de los personajes de «Cuestión de paisaje» y «Faraona» que, no teniendo ya nada que perder, acaban tomándose la justicia por su mano29

La crítica social también está muy presente en los relatos de Ruiz aunque en ellos no hay ironía que sirva de paliativo al planteamiento pesimista. Cabe destacar« Un duelo más», cuento que narra el regreso de un joven al pueblo para asistir al entierro de su padre, y «En el jardín», protagonizado por la criada Abelarda, desposeída de todo, a la que lo único que le pertenece es su propia muerte30

• Se trata de personajes derrotados por la monotonía de sus existencias inútiles pero de las que no son del todo responsables dada la rigidez de las estructuras sociales y el abuso de poder que sobre ellos ejercen los más favorecidos.

Concluyendo, podemos decir que las publicaciones periódicas adoptan diversas

27 «Llegada de Victoriano Terraza a Madrid» (23, febrero de 1958) y «Una petición de mano» (65, agosto de 1961) se integran más tarde en La calle de Valverde (Xalapa: Universidad Veracruzana, 1961). En cuanto a los «Crímenes y epitafios ejemplares ... » (101, agosto de 1964) se suman en la primera edición española de 1972 (Barcelona, Lumen) a los que Max Aub publicara anteriormente en 1957 (Crímenes ejemplares, México, Impresora Juan Pablos, 1957). Para ellos, que hoy leeríamos como microrrelatos, el director de la revista tuvo que improvisar el epígrafe «Nupcias del crimen y despedidas a la francesa». Otros autores como Juan Goytisolo, Corpus Barga, Esteban Salazar Chapela, Francisco Ayala y Segundo Serrano Poncela, publican indistintamente sus cuentos o fragmentos de novelas en una u otra revista sin que pueda inferirse diferencias en el tono y los contenidos de los textos.

28 Para las dificultades con la censura del cuento de Francisco Femández Santos «El hombre y el otro» (Papeles de Son Armadans, 87, junio de 1963) y su relación con Cela, véase José Miguel Oltra, «Significación de una aventura celiana: Los Papeles de Son Armadans entre 1956 y 1966», art. cit., pp. 191-192.

29 «Cuestión de paisaje» (210, mayo de 1964 ); «Faraona» (216-217, noviembre-diciembre de 1964). «Un IIJOmento de decisión» (85, 15 de enero de 1953) junto a los publicados anteriormente en Insula-«Fiebre» ( 45, 15 de septiembre de 1949) y «El lenguaje de los pájaros» (79, 15 de julio de 1952)-, forma parte del volumen Por la orilla del tiempo (op. cit.).

30 «Un duelo más» (209, abrí! de 1964); «En el jardín» (257, abril de 1968). En esos años Roberto Ruiz también publica en Insula «Espejos en la alta noche» (2338, septiembre de 1966) y «Caperucita roja» (268, marzo de 1969).

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actitudes ante la narrativa de los exiliados, según el número, calidad y cualidades de los textos y la atención crítica prestada. Papeles de Son Armadans cumple una misión, respecto al exilio, parecida a la de Ínsula y sus esfuerzos son encomiables aunque se trata de una publicación menos informativa en la que la creación pasa a un primer plano y las reseñas y artículos se limitan casi exclusivamente a la producción de sus colaboradores, sobre todo, a Max Aub y a Francisco Ayala31

• Dada la cantidad de cuentos, reseñas, entrevistas y artículos incluidos, así como las polémicas que se desarrollan en su seno y que la convierten en foro de debate, Ínsula es sin duda la revista que va más lejos. Ejemplar fue su interés por acoger la controversia que, en principio, se originó en Revista de Occidente con ocasión de las opiniones de Guillermo de Torre vertidas contra algunos aspectos del libro de José R. Marra-López. En resumen, la amplitud de sus informaciones, con sus secciones bibliográficas, y la actitud valiente que no duda en desafiar a la censura, hacen de Ínsula el lugar de encuentro propicio entre la narrativa del interior y la del exilio.

31 Vale la pena notar los trabajos de Gonzalo Sobejano sobre Francisco Ayala y especialmente los de Manuel Durán e Ignacio Soldevila sobre Max Aub. Véase a este respecto el trabajo de Durán, «Max Aub o la vocación del escritor», Papeles de Son Armadans, 92, noviembre de 1963, pp. 125-138; y el de Soldevila, «El realismo trascendente y otras observaciones acerca de la narrativa española contemporánea. A propósito de Max Aub», Papeles de Son Armadans, 150, septiembre de 1968, pp. 197-228.

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