EL NEOCLASICISMO Introducción · LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 4º ESO - IES EBA PRIMERA...

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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 4º ESO - IES EBA PRIMERA EVALUACIÓN: SIGLOS XVIII-XIX EL NEOCLASICISMO Introducción En el siglo XVIII se desarrolla un movimiento que tendrá una profunda influencia en la sociedad de la época: la Ilustración. El pensamiento ilustrado, que se originó en Inglaterra y en Francia a finales del siglo XVII, fue penetrando paulatinamente en toda Europa. La Ilustración se caracterizó por la defensa de la razón frente a la fe y por la confianza en la ciencia y en la educación como medios para impulsar el progreso de la población; por ese motivo a esta centuria se la conoce como Siglo de las Luces. En efecto, uno de los objetivos de los ilustrados fue precisamente erradicar la superstición y la ignorancia, consideradas fuente de todo atraso. No en vano es en esta época cuando se redacta la Enciclopedia francesa, obra colosal que aglutina todos los saberes del momento. En el terreno literario, se impuso el Neoclasicismo, que recupera los principios del arte clásico: la claridad del estilo, la necesidad de someter la creación a unas reglas y la finalidad didáctica de la literatura, que se pone al servicio de las ideas ilustradas.” A.A.V.V.;Lengua y Literatura 3 ESO, ed. Santillana La literatura del siglo XVIII ILUSTRACIÓN: movimiento cultural que se desarrolla en Europa en el siglo XVIII. o Defensa de la razón frente a la fe. o Confianza en la ciencia y en la educación para mejorar la sociedad. o La Enciclopedia. NEOCLASICISMO: movimiento artístico-literario que se basa en las ideas ilustradas. o Recuperación de los principios del arte clásico: Claridad de estilo. Sometimiento a normas. Finalidad didáctica. AUTORES. Prosa (ensayistas) El padre Feijoo Gaspar Melchor de Jovellanos Cadalso: Cartas marruecas Teatro: Leandro Fernández de Moratín: El sí de las niñas Poesía didáctica: Fábulas Felix María de Samaniego Tomás de Iriarte

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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 4º ESO - IES EBA PRIMERA EVALUACIÓN: SIGLOS XVIII-XIX

EL NEOCLASICISMO

Introducción

En el siglo XVIII se desarrolla un movimiento que tendrá una profunda influencia en la sociedad de la época: la Ilustración. El pensamiento ilustrado, que se originó en Inglaterra y en Francia a finales del siglo XVII, fue penetrando paulatinamente en toda Europa.

La Ilustración se caracterizó por la defensa de la razón frente a la fe y por la confianza en la ciencia y en la educación como medios para impulsar el progreso de la población; por ese motivo a esta centuria se la conoce como Siglo de las Luces. En efecto, uno de los objetivos de los ilustrados fue precisamente erradicar la superstición y la ignorancia, consideradas fuente de todo atraso. No en vano es en esta época cuando se redacta la Enciclopedia francesa, obra colosal que aglutina todos los saberes del momento.

En el terreno literario, se impuso el Neoclasicismo, que recupera los principios del arte clásico: la claridad del estilo, la necesidad de someter la creación a unas reglas y la finalidad didáctica de la literatura, que se pone al servicio de las ideas ilustradas.”

A.A.V.V.;Lengua y Literatura 3 ESO, ed. Santillana

La literatura del siglo XVIII

ILUSTRACIÓN: movimiento cultural que se desarrolla en Europa en el siglo XVIII.

o Defensa de la razón frente a la fe.

o Confianza en la ciencia y en la educación para mejorar la sociedad.

o La Enciclopedia.

NEOCLASICISMO: movimiento artístico-literario que se basa en las ideas ilustradas.

o Recuperación de los principios del arte clásico:

Claridad de estilo.

Sometimiento a normas.

Finalidad didáctica.

AUTORES.

Prosa (ensayistas)

El padre Feijoo

Gaspar Melchor de Jovellanos

Cadalso: Cartas marruecas

Teatro:

Leandro Fernández de Moratín: El sí de las niñas

Poesía didáctica: Fábulas

Felix María de Samaniego

Tomás de Iriarte

TEXTO:

DOÑA FRANCISCA.- Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.

DON DIEGO.- ¿Y después, Paquita?

DOÑA FRANCISCA.- Después... y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.

DON DIEGO.- Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted, estos títulos ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplear método en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.

DOÑA FRANCISCA.- ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.

DON DIEGO.- ¿Por qué?

DOÑA FRANCISCA.- Nunca diré por qué.

DON DIEGO.- Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy ignorante de lo que hay.

DOÑA FRANCISCA.- Si usted lo ignora, señor don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si, en efecto, lo sabe usted, no me lo pregunte.

DON DIEGO.- Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.

DOÑA FRANCISCA.- Y daré gusto a mi madre.

DON DIEGO.- Y vivirá usted infeliz.

DOÑA FRANCISCA.- Ya lo sé.

DON DIEGO.- Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean,

con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo manden, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.

Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas

EL ROMANTICISMO

Introducción

Durante la primera mitad del siglo XIX, triunfó en toda Europa el movimiento artístico y literario que recibe el nombre de Romanticismo.

El Romanticismo, que tuvo su origen en Inglaterra y Alemania a finales del siglo XVIII, supuso una reacción contra el movimiento ilustrado. Los románticos no compartían la confianza en la razón de los ilustrados, ya que consideraban que el racionalismo había fracasado en su intención de mejorar la sociedad. Esta idea de fracaso provocó un sentimiento de desengaño y pesimismo que motivó la reivindicación de la subjetividad y la fantasía.

El movimiento romántico se desarrolló en un contexto de grandes cambios sociales y políticos que liquidaron de forma definitiva los últimos vestigios del Antiguo Régimen y supusieron el nacimiento de las sociedades modernas.

En el plano económico, la incipiente Revolución Industrial trajo consigo importantes cambios, entre ellos la organización de la sociedad en clases basadas en la posesión de la riqueza y la consolidación de la burguesía como clase social más poderosa.

En el terreno político, la primera mitad del siglo XIX fue una etapa convulsa, marcada por las revoluciones liberales en toda Europa, que enfrentaba a los partidarios del poder absoluto del rey y los defensores de los modelos democráticos.

Incómodos en la sociedad, los escritores románticos reivindicaban la libertad y los derechos individuales, y evocaban en sus obras tiempos pasados y lugares exóticos como forma de evasión de un presente que les disgustaba.

AAVV, Lengua y Literatura 4ESO, ed. Santillana, 2011

La literatura romántica

• Primera mitad del siglo XIX.

• Principios básicos del Romanticismo:

• Exaltación de la libertad.

Individualismo y subjetivismo.

Rebeldía contra la moral de su tiempo y los valores burgueses.

Evasión en el tiempo (especialmente hacia la Edad Media) y en el espacio (lugares remotos).

Proyección de los sentimientos en la naturaleza (paisajes tenebrosos, agrestes, mares embravecidos...).

Nacionalismo: interés por las manifestaciones genuinas de los pueblos (tradiciones, cuentos, leyendas...)

• Estilo muy vivo y retórico.

o POESÍA ROMÁNTICA

Poemas polimétricos y poliestróficos.

Lenguaje marcadamente retórico.

Dos tipos:

o Poesía lírica.

Temas:

o Intimidad y sentimiento amoroso.

o Frustración y desengaño. Muerte.

o Protesta social.

o Duda religiosa.

Poesía narrativa.

o Leyendas y cuentos sobre tradiciones y hechos misteriosos.

Autores y obras:

o José de ESPRONCEDA: El estudiante de Salamanca, “La canción del pirata”.

o Gustavo Adolfo BÉCQUER, Rimas.(Romántico tardío)

o Rosalía de CASTRO, En las orillas del Sar (Romántica tardía)

o PROSA ROMÁNTICA

Narrativa de ficción:

o Gustavo Adolfo BÉCQUER, Leyendas. (Romántico tardío)

Prosa periodística:

o Mariano José de LARRA.

o TEATRO ROMÁNTICO

Se rompe la regla de las tres unidades (acción, tiempo y espacio).

Temas: amor apasionado, amor imposible, destino adverso, deseo frustrado de un mundo mejor.

Personajes solitarios, marginados, misteriosos destinados a la decepción, al fracaso y a la muerte.

Escenarios lúgubres.

Se mezcla la prosa y el verso. Se combinan distintos tipos de versos y estrofas.

Lenguaje muy retórico.

Tendencia a la exageración y al efectismo.

AUTORES Y OBRAS

o Ángel de Saavedra, Duque de Rivas: Don Álvaro o la fuerza del sino

o José Zorrilla: Don Juan Tenorio

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

1. RIMAS

• Se agrupan en cuatro bloques temáticos:

• Rimas I- X: Tema dominante: la poesía.

• Rimas XI- XXIX: Tema dominante: el amor ilusionado y optimista.

• Rimas XXX-LI: Tema dominante: el desengaño amoroso.

• Rimas LII- LXXVI: Tema dominante: el dolor, la angustia, la soledad.

• Características métricas:

En su mayoría, breves poemas de 1 o 2 estrofas.

Predominan los versos endecasílabos y heptasílabos combinados en asonancia alternante los pares y de “pie quebrado”.

Características estilísticas:

o Escasez de adjetivos, uso comedido de metáforas.

o Abundancia de repeticiones y estructuras paralelísticas.

o Uso frecuente del hipérbaton.

2. LEYENDAS

• Dieciocho relatos publicados en la prensa.

• Características: (FUENTE:http://alhama92.blogspot.com.es/2009/01/las-leyendas-de-bcquer.htm)

• Espacio: ambientadas preferentemente en ciudades antiguas (Soria, Toledo, Sevilla), los viejos castillos, templos y monasterios, las ruinas abandonadas, lugares propicios para la imaginación o el misterio.

• Tiempo: En casi todas, el hecho culminante ocurre de noche. La época es siempre el pasado, preferentemente la Edad Media.

• Personajes: Los protagonistas de las Leyendas son casi siempre jóvenes enamorados impulsivos e imprudentes, y damas hermosas pero perversas.

• Elementos fantásticos: en todas hay un momento culminante en el que ocurre un prodigio, un hecho maravilloso que rompe la normalidad.

• Los desenlaces son siempre trágicos, consecuencia de una conducta imprudente o de haber transgredido una prohibición.

• En las Leyendas, se plasman los grandes temas de Bécquer: la lucha entre el ideal y la realidad, que se refleja en el tema del amor imposible y en el tema de la creación artística.

• Estilo. La prosa de las Leyendas es profundamente poética. Quiere esto decir que aunque no están escritas en verso, presentan muchas características estilísticas propias de la lírica. La adjetivación y los recursos literarios empleados las dotan de una gran expresividad y musicalidad.

TEXTOS

ESPRONCEDA: “Canción del pirata”

Con diez cañones por banda,

viento en popa, a toda vela,

no corta el mar, sino vuela

un velero bergantín.

Bajel pirata que llaman,

por su bravura, el Temido,

en todo mar conocido

del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento,

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y va el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

y allá a su frente Estambul:

«Navega, velero mío,

sin temor,

que ni enemigo navío

ni tormenta, ni bonanza

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

Veinte presas

hemos hecho

a despecho

del inglés,

y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra

ciegos reyes

por un palmo más de tierra;

que yo aquí tengo por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,

que no sienta

mi derecho

y dé pecho

a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar

A la voz de «¡barco viene!»

es de ver

cómo vira y se previene

a todo trapo a escapar;

que yo soy el rey del mar,

y mi furia es de temer.

En las presas

yo divido

lo cogido

por igual;

sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!

Yo me río;

no me abandone la suerte,

y al mismo que me condena,

colgaré de alguna entena,

quizá en su propio navío.

Y si caigo,

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di,

cuando el yugo

del esclavo,

como un bravo,

sacudí.

Que es mi barco mi

tesoro,

que es mi dios la

libertad,

mi ley, la fuerza y el

viento,

mi única patria, la mar.

Son mi música mejor

aquilones,

el estrépito y temblor

de los cables sacudidos,

del negro mar los

bramidos

y el rugir de mis

cañones.

Y del trueno

al son violento,

y del viento

al rebramar,

yo me duermo

sosegado,

arrullado

por el mar.

Que es mi barco mi

tesoro,

que es mi dios la

libertad,

mi ley, la fuerza y el

viento,

mi única patria, la mar.»

BÉCQUER: Rimas

RIMA VII

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueño tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

¡Ay! -pensé-. ¡Cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz, como Lázaro, espera

RIMA LIII

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres...

¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día...

¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido...; desengáñate,

¡así... no te querrán!

RIMA XIII

Tu pupila es azul y, cuando ríes,

su claridad süave me recuerda

el trémulo fulgor de la mañana

que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul y, cuando lloras,

las transparentes lágrimas en ella

se me figuran gotas de rocío

sobre una vïoleta.

Tu pupila es azul, y si en su fondo

como un punto de luz radia una idea,

me parece en el cielo de la tarde

una perdida estrella.

RIMA XXI

¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul,

¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía... eres tú.

RIMA XLVI

Me ha herido recatándose en las sombras,

sellando con un beso su traición.

Los brazos me echó al cuello y por la espalda

partiome a sangre fría el corazón.

Y ella prosigue alegre su camino,

feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?

Porque no brota sangre de la herida.

Porque el muerto está en pie.

EL REALISMO

Introducción

Los importantes cambios sociales y económicos del siglo XIX provocaron el nacimiento de un nuevo movimiento literario en toda Europa: el Realismo.

Durante este periodo, la burguesía se consolidó como la clase dominante, mientras que los trabajadores comenzaron a organizarse para exigir mejoras laborales y sociales. Esta situación dio lugar a una literatura más apegada a la realidad, ya que el Romanticismo no respondía al nuevo entramado social. Paulatinamente, se impuso una visión objetiva de la realidad.

Los escritores realistas concibieron la novela como el género más adecuado para sus fines, pues en ella podían representar la sociedad de manera veraz. Los lectores de las novelas eran, en su mayoría, burgueses, motivo por el que los autores presentaron especial atención a esta clase social.

Los autores realistas estaban muy influidos por dos corrientes filosóficas del siglo XIX, el empirismo y el positivismo, que defendían el conocimiento de la realidad a partir de la observación. La compleja situación social propició, por otra parte, la aparición del marxismo, movimiento creado por el filósofo Karl Max, que buscaba poner fin a las desigualdades sociales.

La formulación de las teorías de Darwin, las leyes de la herencia de Mendel y los avances de la medicina influyeron en la evolución de Realismo en las últimas décadas del siglo XIX hacia un movimiento literario: el Naturalismo. Los escritores naturalistas se proponían analizar los aspectos más sórdidos de la sociedad de forma científica.

AAVV, Lengua y Literatura 4ESO, ed. Santillana, 2008

Realismo y Naturalismo

• Realismo: movimiento literario que se desarrolla en España en la segunda mitad del siglo XIX.

• Género más importante: el narrativo( novelas y cuentos).

• CARACTERÍSTICAS DE LA NOVELA REALISTA

o Proposito de reflejar la realidad social de la época. Búsqueda de la objetividad y el verismo.

o Acciones de las novelas localizadas en lugares concretos y reales.

o Documentación previa que se plasma en minuciosas descripciones.

o Temas propios de su tiempo: problemas y aspiraciones de la clase media, conflictos sociales y políticos, caciquismo, condiciones de vida de la clase obrera...

o Narrador omnisciente, pero con presencia crítica del autor.

o Sencillez estilística.

o Utilización de diversos registros idiomáticos para caracterizar a los personajes.

• AUTORES Y OBRAS.

o Benito Pérez Galdós: Fortunata y Jacinta, Episodios nacionales, Miau.

o Leopolodo Alas, Clarín: La Regenta.

o Emilia Pardo Bazán: Los pazos de Ulloa, La tribuna.

• EL NATURALISMO

o Surge en Francia con Emile Zola.

o Se basa en los principios del determinismo genético y ambiental.

o Refleja los aspectos más sórdidos de la realidad.

o En España, deja ver su influencia en autores como: Emilia Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez.

TEXTOS

Amparo madrugó para asistir a la Fábrica. Caminaba a buen paso, ligera y contenta como el que va a tomar posesión del solar paterno. Al subir la cuesta de San Hilario, sus ojos se fijaban en el mar, sereno y franjeado de tintas de ópalo, mientras pensaba en que iba a ganar bastante desde el primer día, en que casi no tendría aprendizaje, porque al fin los puros la conocían, su madre le había enseñado a envolverlos, poseía los heredados chismes del oficio, y no le arredraba la tarea. Discurriendo así, cruzó la calzada y se halló en el patio de la Fábrica, la vieja Granera. Embargó a la muchacha un sentimiento de respeto.(…)

Pudo tanto en ella este temor religioso, que apenas vio quién la recibía, ni quién la llevaba a su puesto en el taller. Casi temblaba al sentarse en la silla que le adjudicaron. En derredor suyo, las operarias alzaban la cabeza, ojos curiosos y benévolos se fijaban en la novicia. La maestra del partido estaba ya a su lado, entregándole con solicitud el tabaco, acomodando los chismes, explicándole detenidamente cómo había de arreglarse para empezar. Y Amparo, en un arranque de orgullo, atajaba a las explicaciones con un «ya sé cómo» que la hizo blanco de miradas. Sonriose la maestra y le dejó liar un puro, lo cual ejecutó con bastante soltura; pero al presentarlo acabado, la maestra lo tomó y oprimió entre el pulgar y el índice, desfigurándose el cigarro al punto.

-Lo que es saber, como lo material de saber, sabrás... -dijo alzando las cejas-. Pero si no despabilas más los dedos... y si no le das más hechurita... Que así, parece un espanta-pájaros.

-Bueno -murmuró la novicia confusa-: nadie nace aprendido.

-Con la práctica... -declaró la maestra sentenciosamente, mientras se preparaba a unir el ejemplo a la enseñanza-. Mira, así... a modito...

No valía apresurarse. Primero era preciso extender con sumo cuidado, encima de la tabla de liar, la envoltura exterior, la epidermis del cigarro, y cortarla con el cuchillo trazando una curva de quince milímetros de inclinación sobre el centro de la hoja para que ciñese exactamente el cigarro; y esta capa requería una hoja seca, ancha y fina, de lo más selecto: así como la dermis del cigarro, el capillo, ya la admitía de inferior calidad, lo propio que la tripa o cañizo. Pero lo más esencial y difícil era rematar el puro, hacerle la punta con un hábil giro de la yema del pulgar y una espátula mojada en líquida goma, cercenándole después el rabo de un tijeretazo

veloz. La punta aguda, el cuerpo algo oblongo, la capa liada en elegante espiral, la tripa no tan apretada que no deje respirar el humo ni tan floja que el cigarro se arrugue al secarse, tales son las condiciones de una buena tagarnina. Amparo se obstinó todo el día en fabricarla, tardando muchísimo en elaborar algunas, cada vez más contrahechas, y estropeando malamente la hoja. Sus vecinas de mesa le daban consejos oficiosos: había discordia de pareceres: las viejas le encomendaban que cortase la capa más ancha, porque sale el cigarro mejor formado y porque «así lo habían hecho ellas toda la vida»; y las jóvenes, que más estrecha, que se enrolla más pronto. Al salir de la Fábrica, le dolía a Amparo la nuca, el espinazo, el pulpejo de los dedos.

PARDO BAZÁN, Emilia: La tribuna

Era noche cerrada, sin luna, cuando desembocaron en el soto, tras del cual se eleva la ancha mole de los Pazos de Ulloa. No consentía la oscuridad distinguir más que sus imponentes proporciones, escondiéndose las líneas y detalles en la negrura del ambiente. Ninguna luz brillaba en el vasto edificio, y la gran puerta central parecía cerrada a piedra y lodo. Dirigióse el marqués a un postigo lateral, muy bajo, donde al punto apareció una mujer corpulenta, alumbrando con un candil. Después de cruzar corredores sombríos, penetraron todos en una especie de sótano con piso terrizo y bóveda de piedra, que, a juzgar por las hileras de cubas adosadas a sus paredes, debía ser bodega; y desde allí llegaron presto a la espaciosa cocina, alumbrada por la claridad del fuego que ardía en el hogar, consumiendo lo que se llama arcaicamente un mediano monte de leña y no es sino varios gruesos cepos de roble, avivados, de tiempo en tiempo, con rama menuda. Adornaban la elevada campana de la chimenea ristras de chorizos y morcillas, con algún jamón de añadidura, y a un lado y a otro sendos bancos brindaban asiento cómodo para calentarse oyendo hervir el negro pote, que, pendiente de los llares, ofrecía a los ósculos de la llama su insensible vientre de hierro.

A tiempo que la comitiva entraba en la cocina, hallábase acurrucada junto al pote una vieja, que sólo pudo Julián Álvarez distinguir un instante -con greñas blancas y rudas como cerro que le caían sobre los ojos, y cara rojiza al reflejo del fuego-, pues no bien advirtió que venía gente, levantóse más aprisa de lo que permitían sus años, y murmurando en voz quejumbrosa y humilde: «Buenas nochiñas nos dé Dios», se desvaneció como una sombra, sin que nadie pudiese notar por dónde. El marqués se encaró con la moza.

-¿No tengo dicho que no quiero aquí pendones?

Y ella contestó apaciblemente, colgando el candil en la pilastra de la chimenea:

-No hacía mal..., me ayudaba a pelar castañas.

Tal vez iba el marqués a echar la casa abajo, si Primitivo, con mayor imperio y enojo que su amo mismo, no terciase en la cuestión, reprendiendo a la muchacha.

-¿Qué estás parolando ahí...? Mejor te fuera tener la comida lista. ¿A ver cómo nos la das corriendito? Menéate, despabílate.

En el esconce de la cocina, una mesa de roble denegrida por el uso mostraba extendido un mantel grosero, manchado de vino y grasa. Primitivo, después de soltar en un rincón la escopeta, vaciaba su morral, del cual salieron dos perdigones y una liebre muerta, con los ojos empañados y el pelaje maculado de sangraza. Apartó la muchacha el botín a un lado, y fue colocando platos de peltre, cubiertos de antigua y maciza plata, un mollete enorme en el centro de la mesa y un jarro de vino proporcionado al pan; luego se dio prisa a revolver y destapar tarteras, y tomó del vasar una sopera magna. De nuevo la increpó airadamente el marqués.

-¿Y los perros, vamos a ver? ¿Y los perros?

Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie, acudieron desde el rincón más oscuro, y olvidando el cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando la cola y levantando el partido hocico. Julián creyó al pronto que se había aumentado el número de canes, tres antes y cuatro ahora; pero al entrar el grupo canino en el círculo de viva luz que proyectaba el fuego, advirtió que lo que tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo de tres a cuatro años, cuyo vestido, compuesto de chaquetón acastañado y calzones de blanca estopa, podía desde lejos equivocarse con la piel bicolor de los perdigueros, en quienes parecía vivir el chiquillo en la mejor inteligencia y más estrecha fraternidad. Primitivo y la moza disponían en cubetas de palo el festín de los animales, entresacado de lo mejor y más grueso del pote; y el marqués -que vigilaba la operación-, no dándose por satisfecho, escudriñó con una cuchara de hierro las profundidades del caldo, hasta sacar a luz tres gruesas tajadas de cerdo, que fue distribuyendo en las cubetas. Lanzaban los perros alaridos entrecortados, de interrogación y deseo, sin atreverse aún a tomar posesión de la pitanza; a una voz de Primitivo, sumieron de golpe el hocico en ella, oyéndose el batir de sus apresuradas mandíbulas y el chasqueo de su lengua glotona. El chiquillo gateaba por entre las patas de los perdigueros, que, convertidos en fieras por el primer impulso del hambre no saciada todavía, le miraban de reojo, regañando los dientes y exhalando ronquidos amenazadores: de pronto la criatura, incitada por el tasajo que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la cabeza, lanzó una feroz dentellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico, obligándole a refugiarse más que de prisa, asustado y lloriqueando, entre las sayas de la moza, ya ocupada en servir caldo a los racionales. Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y, bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo.

-¡Pobre! -murmuró cariñosamente-. ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada!

Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués. Se contrajo su fisonomía: sus cejas se fruncieron, y arrancándole a Julián el chiquillo, con brusco movimiento le sentó en sus rodillas, palpándole las manos, a ver si las tenía mordidas o lastimadas. Seguro ya de que sólo el chaquetón había padecido, soltó la risa.

-¡Farsante! -gritó-. Ni siquiera te ha tocado la Chula. ¿Y tú, para qué vas a meterte con ella? Un día te come media nalga, y después lagrimitas. ¡A callarse y a reírse ahora mismo! ¿En qué se conocen los valientes?

Diciendo así, colmaba de vino su vaso, y se lo presentaba al niño que, cogiéndolo sin vacilar, lo apuró de un sorbo. El marqués aplaudió:

-¡Retebién! ¡Viva la gente templada!

-No, lo que es el rapaz... el rapaz sale de punta -murmuró el abad de Ulloa.

-¿Y no le hará daño tanto vino? -objetó Julián, que sería incapaz de bebérselo él.

-¡Daño! ¡Sí, buen daño nos dé Dios! -respondió el marqués, con no sé qué inflexiones de orgullo en el acento-. Déle usted otros tres, y ya verá... ¿Quiere usted que hagamos la prueba?

-Los chupa, los chupa -afirmó el abad.

-No señor; no señor... Es capaz de morirse el pequeño... He oído que el vino es un veneno para las criaturas... Lo que tendrá será hambre.

-Sabel, que coma el chiquillo –ordenó imperiosamente el marqués, dirigiéndose a la criada.

Ésta, silenciosa e inmóvil durante la anterior escena, sacó un repleto cuenco de caldo, y el niño fue a sentarse en el borde del lar, para engullirlo sosegadamente.

En la mesa, los comensales mascaban con buen ánimo. Al caldo, espeso y harinoso, siguió un cocido sólido, donde abundaba el puerco: los días de caza, el imprescindible puchero se tomaba de noche, pues al monte no había medio de llevarlo. Una fuente de chorizos y huevos fritos desencadenó la sed, ya alborotada con la sal del cerdo. El marqués dio al codo a Primitivo.

-Tráenos un par de botellitas... De el del año 59.

Y volviéndose hacia Julián, dijo muy obsequioso:

-Va usted a beber del mejor tostado que por aquí se produce... Es de la casa de Molende: se corre que tienen un secreto para que, sin perder el gusto de la pasa, empalague menos y se parezca al mejor jerez... Cuanto más va, más gana: no es como los de otras bodegas, que se vuelven azúcar.

-Es cosa de gusto -aseveró el abad, rebañando con una miga de pan lo que restaba de yema en su plato.

-Yo -declaró tímidamente Julián- poco entiendo de vinos... Casi no bebo sino agua.

Y al ver brillar bajo las cejas hirsutas del abad una mirada compasiva de puro desdeñosa, rectificó:

-Es decir... con el café, ciertos días señalados, no me disgusta el anisete.

-El vino alegra el corazón... El que no bebe, no es hombre -pronunció el abad sentenciosamente.

Primitivo volvía ya de su excursión, empuñando en cada mano una botella cubierta de polvo y telarañas. A falta de tirabuzón, se descorcharon con un cuchillo, y a un tiempo se llenaron los vasos chicos traídos ad hoc. Primitivo empinaba el codo con sumo desparpajo, bromeando con el abad y el señorito. Sabel, por su parte, a medida que el banquete se prolongaba y el licor calentaba las cabezas, servía con familiaridad mayor, apoyándose en la mesa para reír algún chiste, de los que hacían bajar los ojos a Julián, bisoño en materia de sobremesas de cazadores. Lo cierto es que Julián bajaba la vista, no tanto por lo que oía, como por no ver a Sabel, cuyo aspecto, desde el primer instante, le había desagradado de extraño modo, a pesar o quizás a causa de que Sabel era un buen pedazo de lozanísima carne. Sus ojos azules, húmedos y sumisos, su color animado, su pelo castaño que se rizaba en conchas paralelas y caía en dos trenzas hasta más abajo del talle, embellecían mucho a la muchacha y disimulaban sus defectos, lo pomuloso de su cara, lo tozudo y bajo de su frente, lo sensual de su respingada y abierta nariz. Por no mirar a Sabel, Julián se fijaba en el chiquillo, que envalentonado con aquella ojeada simpática, fue poco a poco deslizándose hasta llegar a introducirse entre las rodillas del capellán. Instalado allí, alzó su cara desvergonzada y risueña, y tirando a Julián del chaleco, murmuró en tono suplicante:

-¿Me lo da?

Todo el mundo se reía a carcajadas: el capellán no comprendía.

-¿Qué pide? -preguntó.

-¿Qué ha de pedir? -respondió el marqués festivamente-. ¡El vino, hombre! ¡El vaso de tostado!

-¡Mama! -exclamó el abad.

Antes de que Julián se resolviese a dar al niño su vaso casi lleno, el marqués había aupado al mocoso, que sería realmente una preciosidad a no estar tan sucio. Parecíase a Sabel, y aún se le aventajaba en la claridad y alegría de sus ojos celestes, en lo abundante del pelo ensortijado, y especialmente en el correcto diseño de las facciones. Sus manitas, morenas y hoyosas, se tendían hacia el vino color de topacio; el marqués se lo acercó a la boca, divirtiéndose un rato en quitárselo cuando ya el rapaz creía ser dueño de él. Por fin consiguió el niño atrapar el vaso, y en un decir Jesús trasegó el contenido, relamiéndose.

-¡Éste no se anda con requisitos! -exclamó el abad.

-¡Quiá! -confirmó el marqués-. ¡Si es un veterano! ¿A que te zampas otro vaso, Perucho?

Las pupilas del angelote rechispeaban; sus mejillas despedían lumbre, y dilataba la clásica naricilla con inocente concupiscencia de Baco niño. El abad, guiñando picarescamente el ojo izquierdo, escancióle otro vaso, que él tomó a dos manos y se embocó sin perder gota; en seguida soltó la risa; y, antes de acabar el redoble de su carcajada báquica, dejó caer la cabeza, muy descolorido, en el pecho del marqués.

-¿Lo ven ustedes? -gritó Julián angustiadísimo-. Es muy chiquito para beber así, y va a ponerse malo. Estas cosas no son para criaturas.

-¡Bah! -intervino Primitivo-. ¿Piensa que el rapaz no puede con lo que tiene dentro? ¡Con eso y con otro tanto! Y si no verá.

A su vez tomó en brazos al niño y, mojando en agua fresca los dedos, se los pasó por las sienes. Perucho abrió los párpados y miró alrededor con asombro, y su cara se sonroseó.

-¿Qué tal? -le preguntó Primitivo-. ¿Hay ánimos para otra pinguita de tostado?

Volvióse Perucho hacia la botella y luego, como instintivamente, dijo que no con la cabeza, sacudiendo la poblada zalea de sus rizos. No era Primitivo hombre de darse por vencido tan fácilmente: sepultó la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una moneda de cobre.

-De ese modo... -refunfuñó el abad.

-No seas bárbaro, Primitivo -murmuró el marqués entre placentero y grave.

-¡Por Dios y por la Virgen! -imploró Julián-. ¡Van a matar a esa criatura! Hombre, no se empeñe en emborrachar al niño: es un pecado, un pecado tan grande como otro cualquiera. ¡No se pueden presenciar ciertas cosas!

Al protestar, Julián se había incorporado, encendido de indignación, echando a un lado su mansedumbre y timidez congénita. Primitivo, de pie también, mas sin soltar a Perucho, miró al capellán fría y socarronamente, con el desdén de los tenaces por los que se exaltan un momento. Y metiendo en la mano del niño la moneda de cobre y entre sus labios la botella destapada y terciada aún de vino, la inclinó, la mantuvo así hasta que todo el licor pasó al estómago de Perucho. Retirada la botella, los ojos del niño se cerraron, se aflojaron sus brazos, y no ya descolorido, sino con la palidez de la muerte en el rostro, hubiera caído redondo sobre la mesa, a no sostenerlo Primitivo. El marqués, un tanto serio, empezó a inundar de agua fría la frente y los pulsos del niño; Sabel se acercó, y ayudó también a la aspersión; todo inútil: lo que es por esta vez, Perucho la tenía.

-Como un pellejo -gruñó el abad.

-Como una cuba -murmuró el marqués-. A la cama con él en seguida. Que duerma y mañana estará más fresco que una lechuga. Esto no es nada.

Sabel se alejó cargada con el niño, cuyas piernas se balanceaban inertes, a cada movimiento de su madre. La cena se acabó menos bulliciosa de lo que empezara: Primitivo hablaba poco, y Julián había enmudecido por completo. Cuando terminó el convite y se pensó en dormir,

reapareció Sabel armada de un velón de aceite, de tres mecheros, con el cual fue alumbrando por la ancha escalera de piedra que conducía al piso alto, y ascendía a la torre en rápido caracol. Era grande la habitación destinada a Julián, y la luz del velón apenas disipaba las tinieblas, de entre las cuales no se destacaba más que la blancura del lecho. A la puerta del cuarto se despidió el marqués, deseándole buenas noches y añadiendo con brusca cordialidad:

-Mañana tendrá usted su equipaje... Ya irán a Cebre por él... Ea, descansar, mientras yo echo de casa al abad de Ulloa... Está un poco... ¿eh? ¡Dificulto que no se caiga en el camino y no pase la noche al abrigo de un vallado!

Solo ya, sacó Julián de entre la camisa y el chaleco una estampa grabada, con marco de lentejuela, que representaba a la Virgen del Carmen, y la colocó de pie sobre la mesa donde Sabel acababa de depositar el velón. Arrodillóse, y rezó la media corona, contando por los dedos de la mano cada diez. Pero el molimiento del cuerpo le hacía apetecer las gruesas y frescas sábanas, y omitió la letanía, los actos de fe y algún padrenuestro. Desnudóse honestamente, colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba, y apagó el velón antes de echarse. Entonces empezaron a danzar en su fantasía los sucesos todos de la jornada: el caballejo que estuvo a punto de hacerle besar el suelo, la cruz negra que le causó escalofríos, pero sobre todo la cena, la bulla, el niño borracho. Juzgando a las gentes con quienes había trabado conocimiento en pocas horas, se le figuraba Sabel provocativa, Primitivo insolente, el abad de Ulloa sobrado bebedor y nimiamente amigo de la caza, los perros excesivamente atendidos, y en cuanto al marqués... En cuanto al marqués, Julián recordaba unas palabras del señor de la Lage:

-Encontrará usted a mi sobrino bastante adocenado... La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece.

Y casi al punto mismo en que acudió a su memoria tan severo dictamen, arrepintióse el capellán, sintiendo cierta penosa inquietud que no podía vencer. ¿Quién le mandaba formar juicios temerarios? Él venía allí para decir misa y ayudar al marqués en la administración, no para fallar acerca de su conducta y su carácter... Con que... a dormir...

PARDO BAZÁN, Emilia: Los pazos de Ulloa

Al día siguiente, el Delfín estaba poco más o menos lo mismo. Por la mañana, mientras Barbarita y Plácido andaban por esas calles de tienda en tienda, entregados al deleite de las compras precursoras de Navidad, Jacinta salió acompañada de Guillermina. Había dejado a su esposo con Villalonga, después de enjaretarle la mentirilla de que iba a la Virgen de la Paloma a oír una misa que había prometido. El atavío de las dos damas era tan distinto, que parecían ama y criada. Jacinta se puso su abrigo, sayo o pardessus color de pasa, y Guillermina llevaba el traje modestísimo de costumbre.

Iba Jacinta tan pensativa, que la bulla de la calle de Toledo no la distrajo de la atención que a su propio interior prestaba. Los puestos a medio armar en toda la acera desde los portales a San Isidro, las baratijas, las panderetas, la loza ordinaria, las puntillas, el cobre de Alcaraz y los veinte mil cachivaches que aparecían dentro de aquellos nichos de mal clavadas tablas y de lienzos peor dispuestos, pasaban ante su vista sin determinar una apreciación exacta de lo que eran. Recibía tan sólo la imagen borrosa de los objetivos diversos que iban pasando, y lo digo así, porque era como si ella estuviese parada y la pintoresca vía se corriese delante de ella como un telón. En aquel telón había racimos de dátiles colgados de una percha; puntillas blancas que caían de un palo largo, en ondas, como los vástagos de una trepadora, pelmazos de higos pasados, en bloques, turrón en trozos como sillares que parecían acabados de traer de una cantera; aceitunas en barriles rezumados; una mujer puesta sobre una silla y delante de

una jaula, mostrando dos pajarillos amaestrados, y luego montones de oro, naranjas en seretas o hacinadas en el arroyo. El suelo intransitable ponía obstáculos sin fin, pilas de cántaros y vasijas, ante los pies del gentío presuroso, y la vibración de los adoquines al paso de los carros parecía hacer bailar a personas y cacharros. Hombres con sartas de pañuelos de diferentes colores se ponían delante del transeúnte como si fueran a capearlo. Mujeres chillonas taladraban el oído con pregones enfáticos, acosando al público y poniéndole en la alternativa de comprar o morir. Jacinta veía las piezas de tela desenvueltas en ondas a lo largo de todas las paredes, percales azules, rojos y verdes, tendidos de puerta en puerta, y su mareada vista le exageraba las curvas de aquellas rúbricas de trapo. De ellas colgaban, prendidas con alfileres, toquillas de los colores vivos y elementales que agradan a los salvajes. En algunos huecos brillaba el naranjado que chilla como los ejes sin grasa; el bermellón nativo, que parece rasguñar los ojos; el carmín, que tiene la acidez del vinagre; el cobalto, que infunde ideas de envenenamiento; el verde de panza de lagarto, y ese amarillo tila, que tiene cierto aire de poesía mezclado con la tisis, como en La Traviatta. Las bocas de las tiendas, abiertas entre tanto colgajo, dejaban ver el interior de ellas tan abigarrado como la parte externa, los horteras de bruces en el mostrador, o vareando telas, o charlando. Algunos braceaban, como si nadasen en un mar de pañuelos. El sentimiento pintoresco de aquellos tenderos se revela en todo. Si hay una columna en la tienda la revisten de corsés encarnados, negros y blancos, y con los refajos hacen graciosas combinaciones decorativas.

Dio Jacinta de cara a diferentes personas muy ceremoniosas. Eran maniquís vestidos de señora con tremendos polisones, o de caballero con terno completo de lanilla. Después gorras muchas gorras, posadas y alineadas en percheros del largo de toda una casa; chaquetas ahuecadas con un palo, zamarras y otras prendas que algo, sí, algo tenían de seres humanos sin piernas ni cabeza. Jacinta, al fin, no miraba nada; únicamente se fijó en unos hombres amarillos, completamente amarillos, que colgados de unas horcas se balanceaban a impulsos del aire. Eran juegos de calzón y camisa de bayeta, cosidas una pieza a otra, y que así, al pronto, parecían personajes de azufre. Los había también encarnados. ¡Oh!, el rojo abundaba tanto, que aquello parecía un pueblo que tiene la religión de la sangre. Telas rojas, arneses rojos, collarines y frontiles rojos con madroñaje arabesco. Las puertas de las tabernas también de color de sangre. Y que no son ni tina ni dos. Jacinta se asustaba de ver tantas, y Guillermina no pudo menos de exclamar: «¡Cuánta perdición!, una puerta sí y otra no, taberna. De aquí salen todos los crímenes».

Cuando se halló cerca del fin de su viaje, la Delfina fijaba exclusivamente su atención en los chicos que iba encontrando. Pasmábase la señora de Santa Cruz de que hubiera tantísima madre por aquellos barrios, pues a cada paso tropezaba con una, con su crío en brazos, muy bien agasajado bajo el ala del mantón. A todos estos ciudadanos del porvenir no se les veía más que la cabeza por encima del hombro de su madre. Algunos iban vueltos hacia atrás, mostrando la carita redonda dentro del círculo del gorro y los ojuelos vivos, y se reían con los transeúntes. Otros tenían el semblante mal humorado, como personas que se llaman a engaño en los comienzos de la vida humana. También vio Jacinta no uno, sino dos y hasta tres, camino del cementerio. Suponíales muy tranquilos y de color de cera dentro de aquella caja que llevaba un tío cualquiera al hombro, como se lleva una escopeta.

«Aquí es» dijo Guillermina, después de andar un trecho por la calle del Bastero y de doblar una esquina. No tardaron en encontrarse dentro de un patio cuadrilongo. Jacinta miró hacia arriba y vio dos filas de corredores con antepechos de fábrica y pilastrones de madera pintada de ocre, mucha ropa tendida, mucho refajo amarillo, mucha zalea puesta a secar, y oyó un zumbido como de enjambre. En el patio, que era casi todo de tierra, empedrado sólo a trechos, había chiquillos de ambos sexos y de diferentes edades. Una zagalona tenía en la cabeza toquilla roja con agujeros, o con orificios, como diría Aparisi; otra, toquilla blanca, y otra estaba con las greñas al aire. Esta llevaba zapatillas de orillo, y aquella botitas finas de

caña blanca, pero ajadas ya y con el tacón torcido. Los chicos eran de diversos tipos. Estaba el que va para la escuela con su cartera de estudio, y el pillete descalzo que no hace más que vagar. Por el vestido se diferenciaban poco, y menos aún por el lenguaje, que era duro y con inflexiones dejosas.

PÉREZ GALDÓS; Benito: Fortunata y Jacinta

La mujer de negro vestida, más que vieja, envejecida prematuramente, era, además de nueva, temporera, porque acudía a la mendicidad por lapsos de tiempo más o menos largos, y a lo mejor desaparecía, sin duda por encontrar un buen acomodo o almas caritativas que la socorrieran. Respondía al nombre de la señá Benina (de lo cual se infiere que Benigna se llamaba), y era la más callada y humilde de la comunidad, si así puede decirse; bien criada, modosa y con todas las trazas de perfecta sumisión a la divina voluntad. Jamás importunaba a los parroquianos que entraban o salían; en los repartos, aun siendo leoninos, nunca formuló protesta, ni se la vio siguiendo de cerca ni de lejos la bandera turbulenta y demagógica de la Burlada. Con todas y con todos hablaba el mismo lenguaje afable y comedido; trataba con miramiento a la Casiana, con respeto al cojo, y únicamente se permitía trato confianzudo, aunque sin salirse de los términos de la decencia, con el ciego llamado Almudena, del cual, por el pronto, no diré más sino que es árabe, del Sus, tres días de jornada más allá de Marrakesh. Fijarse bien.

Tenía la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto finos y de buena educación, y su rostro moreno no carecía de cierta gracia interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y obscuros, apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no terminaban en uñas de cernícalo. Eran sus manos como de lavandera, y aún conservaban hábitos de aseo. Usaba una venda negra bien ceñida en la frente; sobre ella pañuelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas. Con este pergenio y la expresión sentimental y dulce de su rostro, todavía bien compuesto de líneas, parecía una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Faltábanle sólo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podría creerse que hacía las veces de esta el lobanillo del tamaño de un garbanzo, redondo, cárdeno, situado como a media pulgada más arriba del entrecejo.

A eso de las diez, la Casiana salió al patio para ir a la sacristía (donde tenía gran metimiento, como antigua), para tratar con D. Senén de alguna incumbencia desconocida para los compañeros y por lo mismo muy comentada. Lo mismo fue salir la caporala, que correrse la Burlada hacia el otro grupo, como un envoltorio que se echara a rodar por el pasadizo, y sentándose entre la mujer que pedía con dos niñas, llamada Demetria, y el ciego marroquí, dio suelta a la lengua, más cortante y afilada que las diez uñas lagartijeras de sus dedos negros y rapantes.

«¿Pero qué, no creéis lo que vos dije? La caporala es rica, mismamente rica, tal como lo estáis oyendo, y todo lo que coge aquí nos lo quita a las que semos de verdadera solenidá, porque no tenemos más que el día y la noche.

— Vive por allá arriba — indicó la Crescencia — , orilla en ca los Paúles.

— ¡Quiá, no, señora! Eso era antes. Yo lo sé todo — prosiguió la Burlada, haciendo presa en el aire con sus uñas — . A mí no me la da ésa, y he tomado lenguas. Vive en Cuatro Caminos, donde tiene corral, y en él cría, con perdón, un cerdo; sin agraviar a nadie, el mejor cerdo de Cuatro Caminos.

— ¿Ha visto usted la jorobada que viene por ella?

— ¿Que si la he visto? Esa cree que semos bobas. La corcovada es su hija, y por más señas costurera, ¿sabes?, y con achaque de la joroba, pide también. Pero es modista, y gana dinero para casa... Total, que allí son ricos, el Señor me perdone; ricos sinvergonzonazos, que engañan a nosotras y a la Santa Iglesia católica, apostólica. Y como no gasta nada en comer, porque tiene dos o tres casas de donde le traen todos los días los cazolones de cocido, que es la gloria de Dios... ¡a ver!

— Ayer — dijo Demetria quitándole la teta a la niña — , bien lo vide. Le trajeron...

— ¿Qué?

— Pues un arroz con almejas, que lo menos había para siete personas.

— ¡A ver!... ¿Estás segura de que era con almejas? ¿Y qué, golía bien?

— ¡Vaya si golía!... Los cazolones los tiene en ca el sacristán. Allí vienen y se los llenan, y hala con todo para Cuatro Caminos.

— El marido... — añadió la Burlada echando lumbre por los ojos — , es uno que vende teas y perejil... Ha sido melitar, y tiene siete cruces sencillas y una con cinco riales... Ya ves qué familia. Y aquí me tienes que hoy no he comido más que un corrusco de pan; y si esta noche no me da cobijo la Ricarda en el cajón de Chamberí, tendré que quedarme al santo raso. ¿Tú qué dices, Almudena?

PÉREZ GALDÓS, Benito: Misericordia