El planeta enfermo

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EL PLANETA ENFERMO

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EL PLANETA ENFERMO

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Cuenta la leyenda que hubo una vez en que el planeta Tierra estuvo tan enfermo que casi se muere.Desde el principio de los tiempos, siempre había sido la envidia de sus colegas. Situado a la distancia perfecta del Sol, fue el único capaz de conseguir desarrollar vida.Surgió en el agua; unos microorganismos minúsculos llamados bacterias, por casualidad comenzaron un buen día su primer aliento de vida y, muy poco a poco y sin prisa, crecieron y fueron cambiando de forma dando paso a las diferentes especies que hoy cohabitan en el planeta.Cada una de las especies fue desarrollándose y adaptándose al medio de donde había surgido pero una de ellas, curiosamente la más reciente, fue capaz de amoldarse a casi todas las situaciones y rápidamente se fue extendiendo por todo el planeta como una plaga.Ya desde el principio, y con esta capacidad camaleónica, la especie humana se autoproclamó dueña y señora absoluta del entorno y tanto las criaturas del reino animal como las vegetales debían rendirle culto. Estaban ahí para servirle.Al principio, el planeta Tierra estaba entusiasmado con su reciente creación. Era una obra realmente magistral y cual padre consentidor, no le ponía límites.

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Los primeros síntomas de enfermedad comenzaron enseguida, pero el planeta no supo reconocer que algo le sucedía.Las señales visibles de anomalía comenzaron a alarmarle por la zona del pecho (la leyenda lo nombra Europa), siguiendo por debajo de la axila y bajando hacia la cintura. Estas zonas empezaron a brillar intensamente. Alguien le puso el nombre de contaminación lumínica.Los órganos de la tierra se fueron deteriorando, dándole el aspecto triste que últimamente mostraba:Las zonas terrestres empezaron a perder la vistosidad verde y lozana que antaño tanto le enorgullecía: Los tonos verdes y de bellos colores proporcionados por toda clase de vegetales, se transformaron en marrones y negros como consecuencia de la tala indiscriminada de árboles, incendios y construcciones desmedidas.Las aguas, que un día fueron fuente de vida, escupían a diario cadáveres de especies que no podían seguir viviendo en un ambiente contaminado.Y el aire, cada vez menos puro y más denso, rompió su impermeable, aquel que un día protegía el ambiente adecuado para mantener la vida en el interior del planeta. Durante muchos años la Tierra aguantó estos síntomas pero su aspecto diariamente alertaba más de su enfermedad.

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Empezaron entonces a oírse las primeras voces de aquellas personas no contagiadas por el virus del egoísmo, que atacaba a sus congéneres. Eran pocos en comparación al resto y su gran desventaja era que estaban esparcidos aquí y allá y tan débiles que no fueron capaces de convencer enseguida al resto de su especie de que la cosa iba mal y que solo con la colaboración de todos podría salvarse la Madre Tierra.

Algunas personas, poco afectadas por el egoísmo y la individualidad, empezaron a atenderles y seguir sus consejos. Interiorizaron el significado de la única regla básica y fundamental: “La regla de las 3 R” Empezaron por reducir el consumo compulsivo e indiscriminado que agotaba los recursos naturales. Con ingenio, llegaron a Reutilizar aquellas cosas que antaño usaban una sola vez. Llegaron incluso a usar enseres inservibles para otros menesteres y convertirlos en imprescindibles para una nueva utilidad. Por último, tomaron consciencia del deshecho y separaban todos los materiales para reciclarlos y darles una nueva vida.

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Pero no todos los humanos reaccionaron igual. Algunos incluso, además del egoísmo e individualidad, llegaron a infectarse de hipocresía: dolencia tremenda y abobinable muy extendida por aquel entonces.

La Tierra, que en un principio solo estaba enferma, ahora estaba destrozada: No podía soportar peleas entre sus hijos.

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Mientras tanto, sus síntomas iban en aumento. Su temperatura corporal comenzó a cambiar y las pocas plantas que sobrevivían en los entornos, comenzaron a sucumbir, las aguas heladas contenidas en los casquetes polares, comenzaron a derretirse y fluir y, la agujereada capa de ozono dejaba filtrar unos rayos de sol tan intensos que cegaban a los simpáticos osos polares.

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Sus estornudos, cada vez más frecuentes, azotaban partes de su cuerpo en forma de huracanes, tifones y tornados de irreparables consecuencias y su tos, convertida en truenos, acompañaba unas lágrimas tan intensas que se transformaban en lluvias torrenciales.

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Desde su trono en las alturas, el Sol vigilaba constantemente y en su observación decidió tomar partido y llamó la atención del ser humano a gritos. La onda expansiva de los gritos del Sol fundió todos y cada uno de los aparatos eléctricos que diariamente usaba el hombre y se formó el caos. No funcionaba nada, nada tenía sentido.

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No funcionaba nada, nada tenía sentido. El dinero, Unas piezas de papel y unos trozos de metal de forma redonda muy preciados por aquella sociedad, dejó de tener sentido. Desde un principio el dinero fue motivo de envidias y crímenes entre aquella sociedad; la gente lo atesoraba porque le atribuían felicidad pero, tras la tormenta dejó de tener valor. Empezaron entonces a destruir construcciones inútiles: carreteras paralelas que llevaban al mismo lugar, edificios fantasmas en los que nadie vivía…

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Y empezaron a criar animales donde antes los compraban ya despedazados y envasados, listos para consumir y a sembrar semillas en estas zonas. Poco a poco, fue restableciéndose la calma. La humanidad usó la sabiduría adquirida para crear y mantener vida.

El planeta Tierra no tardó en recuperarse y volver a lucir lozano en el firmamento.

Esta leyenda se transmite desde aquel entonces de generación en generación para que nunca nos olvidemos de aquello que sucedió…