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Enrique Marco LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 6 8 D esde hace algún tiempo en Barcelona volvemos a hablar de civismo. Y digo volvemos porque no es la primera vez: en la ciudad, el civismo es un tema recurrente, y probablemente lo seguirá siendo siempre, porque lo que evoca el término civismo es el conjunto de normas que hay que seguir para vivir en la ciudad, y para hacer posible la vida colectiva. Cuanto más compleja es una sociedad, y la ciudad que la acoge, más necesario es regular la interacción de sus habitantes; y nuestra ciudad es, en efecto, cada día más compleja. Lo que sucede, no obstante, es que las normas de convivencia no siempre se refieren a los mismos aspectos de la vida ciudadana; cada época tiene sus necesidades, dificultades y sistemas de referencia. Por tanto, a medida que van pasando las modas, hay que ir actualizando las normas cívicas, repensándolas y rehaciéndolas en función de las nuevas necesidades. Sin embargo, no era fácil hablar de civismo hace un año y medio, cuando el alcalde volvió a plantear su urgencia. Estamos viviendo una etapa de descrédito de las normas, por razones que expondremos más adelante, de forma que, hasta hace poco, el término civismo evocaba la idea de un conjunto de comportamientos un tanto obsoletos, pasados de moda, quizás, con un regusto elegante, novecentista, alejado de nuestra sociedad y de nuestras formas de actuar; por tanto, no eran demasiado susceptibles de ser tomados en serio o de volver a ocupar el centro de nuestro debate. A pesar de todo, en cuanto nos pusimos a trabajar, resultó evidente que había que hablar de civismo, y que era necesario hacerlo en breve y en profundidad porque sólo con echar un vistazo a los comportamientos ciudadanos se puso de manifiesto inmediatamente que aquella antigua idea de Barcelona como una ciudad caracterizada por el elevado civis- mo, el famoso archivo de la cortesía y tantas otras virtudes repetidas a lo largo de los siglos, era más bien una leyenda que una realidad. No, Los comportamientos cívicos están regidos por un conjunto de convenciones no escritas, o sólo en parte escritas, que comparten implícitamente la mayoría de personas que habitan en un mismo espacio o que interactúan con frecuencia. ¿Por qué estos comportamientos parecen debilitarse? ¿Cuáles son los motivos que han contribuido a la disminución del civismo? Repensar y actualizar las normas de la vida colectiva TEXTO Marina Subirats Quinta teniente de alcalde. Responsable del Plan de Civismo. Ayuntamiento de Barcelona El uso intensivo del espacio urbano alejado del propio barrio hace que desaparezca el miedo a la crítica frente a comportamientos inadecuados. En la imagen, un “skater” frente a la sede del FAD.

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LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 6

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D esde hace algún tiempo en Barcelona volvemos a hablar decivismo. Y digo volvemos porque no es la primera vez: en laciudad, el civismo es un tema recurrente, y probablemente lo

seguirá siendo siempre, porque lo que evoca el término civismo es elconjunto de normas que hay que seguir para vivir en la ciudad, y parahacer posible la vida colectiva. Cuanto más compleja es una sociedad, yla ciudad que la acoge, más necesario es regular la interacción de sushabitantes; y nuestra ciudad es, en efecto, cada día más compleja. Lo quesucede, no obstante, es que las normas de convivencia no siempre serefieren a los mismos aspectos de la vida ciudadana; cada época tiene susnecesidades, dificultades y sistemas de referencia. Por tanto, a medidaque van pasando las modas, hay que ir actualizando las normas cívicas,repensándolas y rehaciéndolas en función de las nuevas necesidades.Sin embargo, no era fácil hablar de civismo hace un año y medio,cuando el alcalde volvió a plantear su urgencia. Estamos viviendo unaetapa de descrédito de las normas, por razones que expondremos másadelante, de forma que, hasta hace poco, el término civismo evocaba laidea de un conjunto de comportamientos un tanto obsoletos, pasadosde moda, quizás, con un regusto elegante, novecentista, alejado denuestra sociedad y de nuestras formas de actuar; por tanto, no erandemasiado susceptibles de ser tomados en serio o de volver a ocupar elcentro de nuestro debate.A pesar de todo, en cuanto nos pusimos a trabajar, resultó evidente quehabía que hablar de civismo, y que era necesario hacerlo en breve y enprofundidad porque sólo con echar un vistazo a los comportamientosciudadanos se puso de manifiesto inmediatamente que aquella antiguaidea de Barcelona como una ciudad caracterizada por el elevado civis-mo, el famoso archivo de la cortesía y tantas otras virtudes repetidas a lolargo de los siglos, era más bien una leyenda que una realidad. No,

Los comportamientos cívicos están regidos por unconjunto de convenciones no escritas, o sóloen parte escritas, que comparten implícitamente lamayoría de personas que habitan en un mismoespacio o que interactúan con frecuencia. ¿Por quéestos comportamientos parecen debilitarse?¿Cuáles son los motivos que han contribuido a ladisminución del civismo?

Repensar yactualizar lasnormas de la vidacolectivaTEXTO Marina SubiratsQuinta teniente de alcalde.Responsable del Plan deCivismo. Ayuntamiento deBarcelona

El uso intensivo del espacio urbano alejadodel propio barrio hace que desaparezca elmiedo a la crítica frente a comportamientosinadecuados. En la imagen, un “skater”frente a la sede del FAD.

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a una sola causa el debilitamiento del civismo, sino que existen variasrazones que contribuyen a generar la situación actual. Razones que,por una parte, derivan de los cambios de la vida urbana y del aumen-to de movilidad, y razones que, por otra, están relacionadas con nues-tras creencias y valores, con nuestra coyuntura cultural, por así decir-lo. Intentemos identificar algunas de ellas.

LOS CAMBIOS RELATIVOS AL USO DEL ESPACIOEntre los cambios que ha experimentado la vida urbana podemos iden-tificar los que explicamos a continuación.La intensificación del uso de los espacios urbanos que agrava la sensa-ción de incivismo y crea la necesidad de una mayor disciplina individualy colectiva para mantener la misma percepción de orden en el espaciopúblico. Todos los datos nos indican que existe una mayor intensidad deuso de este espacio. Aunque no seamos muy conscientes, los hábitos ciu-dadanos han cambiado enormemente en este sentido; existe una ten-dencia creciente en la población barcelonesa a considerar disponibletodo el espacio de la ciudad, y no únicamente el del propio barrio. LaEncuesta Metropolitana nos ha ido mostrando, desde 1985 hasta el año2000, cómo se va acentuando esta tendencia, que no sólo afecta a lapoblación de la ciudad, sino también a la de la región metropolitana,para la que Barcelona es un centro de atracción cada vez mayor, o inclu-

Barcelona no es en la actualidad un modelo de vida cívica. ¿Quiere estodecir que estamos viviendo una realidad peor que la de otras ciudadessimilares a la nuestra? Probablemente no. Muchas grandes ciudades seencuentran en la actualidad con dificultades para mantener dignamen-te el espacio público, para conseguir que un paseo, una visita o simple-mente la vida cotidiana de los vecinos y vecinas sea una experienciaagradable y placentera. La impresión general es que el civismo tiende adisminuir, y eso multiplica los problemas de la vida ciudadana. Portanto, hay que encontrar el modo de rehacer, con este u otro nombre, unconjunto de convenciones que nos permitan una convivencia adecuada.Los comportamientos cívicos, como todos los hechos culturales, estánregidos por un conjunto de convenciones no escritas, o parcialmenteescritas, que son compartidas de una manera implícita por la mayoríade las personas que habitan en un mismo espacio o que interactúancon frecuencia. ¿Cuáles son las razones por las que estos comporta-mientos, o las convenciones que los rigen, parecen debilitarse en laactualidad? ¿Cuáles son los motivos que han contribuido a la dismi-nución del civismo o, dicho de otro modo, a dificultar el manteni-miento de unos comportamientos respetuosos con el espacio público?Después de darle muchas vueltas y, por así decirlo, después de haber“escuchado a la ciudad”, en su diversidad y pluralidad de opiniones, deformas de vida, de razones de todo tipo, creo que no podemos atribuir

La intensificación del uso de los espaciosurbanos crea la necesidad de una mayordisciplina individual y colectiva. En la imagen,un grupo de músicos callejeros.

“Existen varias razones que contribuyen a generar la actual situación dedebilitamiento del civismo, razones que, por una parte, derivan de los cam-bios de la vida urbana y del aumento de movilidad, y que, por otra, estánrelacionadas con nuestras creencias y valores”.

Enrique Marco

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so, un espacio de vida cotidiana habitual. Pero no sólo existe una mayortendencia a ocupar espacios diferentes de la ciudad más alejados del pro-pio barrio que antes, sino también a participar en todo tipo de aconte-cimientos, a pasear –la forma en que lo viven las personas mayores– o a“salir” –la forma en que lo viven los más jóvenes. Este uso intensivo delos espacios públicos provoca que, aunque la población barcelonesa nohaya aumentado, la ocupación del espacio sea mucho más elevada y, enconsecuencia, que comportamientos que a menor escala no resultabannegativos o molestos, lo sean cuando aumenta su número.Así pues, tenemos un doble efecto sobre la regulación de la vida social:por una parte, se produce el debilitamiento del control que ejerce lacomunidad sobre sí misma cuando todo el mundo se conoce, lo queera posible en la vida de barrio y desaparece en el uso del espacio ciu-dadano más amplio, en el que las personas no se conocen y, en conse-cuencia, queda eliminado el miedo a la crítica frente a comportamien-tos inadecuados; y, por otra parte, desaparece la contención que ejerceel hecho de utilizar espacios no habituales. Cuando la población haceun uso frecuente de su barrio, pero no de espacios ciudadanos máslejanos, adentrarse en ellos es entrar en un territorio desconocido y, aveces, “sagrado”, porque, en cierta manera, es un territorio prestigioso,no frecuentado habitualmente, en el que pueden darse otros usos, loque tiende a reprimir los comportamientos incívicos. En cambio, en lamedida en que todo el territorio urbano se ha ido convirtiendo enterritorio disponible para todos, este tipo de contenciones desaparece.Así pues, estas dos tendencias han ido modificando hábitos y compli-cando nuestra vida colectiva.

El aumento de la movilidad internacional, que incide también en laintensificación del uso del espacio urbano, le añade además otros ele-mentos, como el desconocimiento de los códigos culturales autóctonos,como se puede constatar en Barcelona tras el aumento del turismo a par-tir de los Juegos Olímpicos. El turismo tiende a incrementar el uso delespacio público por parte de una población que puede tener unos hábi-tos muy diferentes y que, además, “está de vacaciones”, es decir, vive suestancia en la ciudad en una clave de excepcionalidad con respecto a lavida cotidiana, por lo que, a menudo, también da vacaciones a los hábi-tos cívicos –en la forma de vestir, de comer, de beber, de comportarse porla calle, etc.– y también al comportamiento ciudadano. Por poner unejemplo, uno de los hechos que se han constatado en los estudios lleva-dos a cabo en este año de trabajo sobre el civismo ha sido precisamenteel aumento de los pequeños actos incívicos y de las trasgresiones en losperiodos de fiesta, y muy concretamente, en las fiestas navideñas, comosi los periodos de una relativa excepcionalidad provocasen una pérdidade las buenas costumbres y de la autodisciplina, y una especie de auto-permisividad creciente. Así pues, no es sorprendente que el colectivoturista manifieste también este tipo de comportamientos más laxos.Pero también el aumento de personas recién llegadas, procedentes deotras culturas –en algunos casos de origen rural–, y desconocedoras delos hábitos ciudadanos arraigados entre nosotros o en poblaciones urba-nas ya consolidadas, puede incidir negativamente en el civismo. No tene-mos constancia cifrada de ello, y por tanto no se pueden adelantar dema-siadas hipótesis en este sentido, pero algunos ejemplos muestran que seproduce una diferencia de normas de comportamiento que puede resul-

Enrique Marco

El turismo tiende a aumentar el uso delespacio público por parte de una poblacióncon hábitos culturales diferentes y queademás, con frecuencia, “da vacaciones” alcomportamiento cívico.En la página siguiente, contenedores en laplaya y antiguos manuales de civismo.

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11tar chocante o molesta para la población autóctona. Por ejemplo, todo elasunto relativo a los conciertos de bongos que produjo una cierta cris-pación durante la primavera-verano de 2004 mostró suficientemente ladiferente percepción que tienen del ruido personas educadas en culturasdiferentes. La permisividad y tolerancia en relación con el ruido en elámbito público quizá sea uno de los aspectos que en mayor medida refle-jan las diferencias culturales: los niveles de sonido, incluso de la voz enuna conversación normal, constituyen hábitos arraigados en cada cultu-ra, con una significación de lo que quiere decir comunicar, relacionarse,expresarse, de forma que el nivel sonoro que en un lugar puede resultartotalmente adecuado, en otro puede ser considerado como signo de malaeducación o de falta de sensibilidad hacia los demás, sin que el emisor seaconsciente del cambio de normas en su entorno.

CAMBIOS EN LOS SISTEMAS DE NORMAS SOCIALESHasta aquí me he referido a cambios de la ciudadanía en relación con eluso del espacio urbano, cambios que parecen estar contribuyendo alaumento del incivismo en Barcelona. Sin embargo, hay otro tipo derazones que probablemente sean más importantes cuando se consideraqué está pasando en este ámbito: son las razones derivadas de los cam-bios que se han producido en las normas colectivas, en las creenciassobre cómo hay que gestionar la libertad individual y la colectiva, esdecir, en definitiva, en la manera que tenemos de entender la relaciónentre el individuo y el grupo, y el valor relativo que concedemos a losdiferentes tipos de comportamiento. También aquí, la reflexión sobre elcivismo me ha sugerido un conjunto de hipótesis sobre qué es lo queestá cambiando entre nosotros y en qué momento se encuentra nuestracultura en términos de comportamiento y normas sociales.El conjunto de nuestras normas culturales compartidas, en términos deconvenciones que rigen los comportamientos y, sobre todo, las obliga-ciones de los individuos, parecen tender, en la actualidad, a debilitarse,tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. Hay unarazón básica que ha provocado este hecho que, aunque está bastanteextendido en el mundo occidental, en nuestro país ha tenido una espe-cial notoriedad por el efecto del franquismo, que también influyó en éstecomo en otros tantos aspectos. En la segunda mitad del siglo XX se pro-dujo la discusión, crítica y abandono de muchas de las normas de com-portamiento aceptadas anteriormente que, de una manera creciente,

fueron siendo consideradas una imposición de las clases dominantes yno una emanación de las necesidades colectivas. Muchos de los com-portamientos prescritos anteriormente, que tendían a poner de mani-fiesto jerarquías implícitas –ponerse de pie ante algunas personas, cederel paso o el asiento, saludar, utilizar tratamientos de respeto, etc.– se hanido abandonando, por haber sido considerados gestos ambiguos quemantenían las desigualdades o incluso podían ser juzgados ofensivos endeterminados casos. Se ha realizado un esfuerzo bastante consciente–aunque hay que decir que todavía no se ha completado totalmente–para eliminar todos aquellos elementos que suponían sumisión o podí-an ser interpretados como signos de discriminación.No obstante, esta crítica no ha supuesto el abandono de unas normasconcretas derivadas, en nuestro caso, de la etapa del franquismo y, portanto, directamente interpretables como normas impuestas heredadasde una etapa autoritaria, sino que ha propiciado el desprestigio de todanorma que, de alguna manera, pueda suponer una coacción o limita-ción de la libertad personal. Incluso las leyes están sometidas a revisio-nes frecuentes para adecuarlas a unas sensibilidades y formas culturalesen las que, a menudo, se suele considerar que tiene que predominar lalibertad de los individuos por encima de la defensa del bien común.En efecto, las leyes suelen marcar un límite al individualismo y a unasformas de libertad que pueden ser socialmente nocivas. Pero las normascívicas se encuentran muy por debajo del prestigio de otro tipo de nor-mas, y habitualmente son mucho más débiles, desde el punto de vista dela coerción que puede ejercer la sociedad para obligar a que se cumplan.En general, cuando están codificadas por escrito, no se expresanmediante leyes, sino a través, por ejemplo, de ordenanzas municipales.Ni las leyes ni las ordenanzas son conocidas en detalle por el público engeneral, pero las leyes tienen un mayor prestigio social, y los juzgadosgarantizan su cumplimiento, mientras que, por el contrario, los mediosde los que disponen los ayuntamientos para hacer que se cumpla su nor-mativa son escasos y, sobre todo, no gozan del mismo nivel de acepta-ción que el ejercicio de la justicia. La impresión predominante es que setrata de transgresiones menores y, por tanto, las sanciones son más fácil-mente impugnadas que en el caso de las impuestas por los tribunales.La crítica de las normas sociales ha promovido, como he señalado másarriba, no sólo su debilitamiento sino también su desprestigio, de formaque la cultura moderna tiende a considerar valiosos, en muchos casos,

Dani Codina

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los comportamientos de ruptura, desafío y transgresión, que rechazan laadecuación a las normas. Estos comportamientos que están por encimadel orden son poco frecuentes en la historia, en la que han sido másnumerosos los sistemas de valores de carácter conservador y, por tanto,seguidores de normas establecidas. La transgresión ha sido valorada en lamedida en que permitía destruir sistemas repetitivos, incapaces de inno-vación técnica, o sistemas de dominación injustos, y en este aspecto esmuy evidente el beneficio que ha supuesto en nuestro tiempo la valora-ción positiva de la transgresión y la destrucción de normas, ya que hapermitido los avances más importantes y más rápidos que se hayan pro-ducido nunca, por haber conseguido librar a una gran cantidad de fuer-zas sociales de las limitaciones a las que estaban sometidas. Ahora bien,cuando la destrucción de normas se erige, a su vez, en sistema, puede lle-gar incluso a constituir una amenaza para la propia vida social, cuyo fun-damento es precisamente el pacto sobre un sistema de normas.Finalmente, en la actitud que se adopta en relación con el civismo hay un

trasfondo unido a las distintas lógicas de las ideologías políticas. La gentede izquierda tiende a justificar las transgresiones atribuyéndolas a la reac-ción de algunas personas que han sido excluidas, en la forma que sea, odesposeídas de sus derechos a la vida, a los recursos, a la ciudad y, por estarazón, su revuelta y respuesta destructora del orden o del espacio públi-co sería, en principio, un acto de justicia. De aquí se derivan algunosargumentos que se han defendido en este último año en Barcelona, y quediscuten la legitimidad de la demanda de civismo cuando todavía nosencontramos en una sociedad desigual en la que no todo el mundo tienelas mismas posibilidades de acceso a los recursos o al disfrute.No obstante, esta posición no se corresponde adecuadamente con la rea-lidad actual, ya que las formas de incivismo que detectamos enBarcelona no se manifiestan de una forma más acusada en zonas másmarcadas por la exclusión, ni proceden de las personas que puedensufrirla, como, por ejemplo, las personas mayores. Ciertamente, hay for-mas de incivismo más características de unos grupos o de otros, y la

Carlos Bosch

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exclusión puede generar comportamientos de agresión contra edificioso espacios cuando alguien considera que no tiene acceso a ellos; pero nose puede olvidar que también son las actitudes prepotentes o de despre-cio de los demás, más propias de personas que en ningún modo pode-mos considerar excluidas, las que generan comportamientos agresivos ydesconsiderados. Pedir comportamientos más cívicos no es, por tanto,pedir corrección a personas a las que la sociedad les niega el acceso a losrecursos, sino, a menudo, dejar patente que los recursos colectivos nodeben resultar deteriorados o inutilizados por el uso individual que deellos se haga.

POSICIONES POLÍTICAS EN RELACIÓN A LAS NORMASEs importante aclarar las posiciones políticas en relación con las nor-mas, para comprender, también, cómo en determinados casos las posi-ciones de principio tienen que quedar matizadas o tienen que ser revi-sadas en función de las situaciones reales.En general, la izquierda ha luchado siempre por ampliar el ámbito delibertades, y cualquier norma le parece sospechosa, mientras que la dere-cha ha considerado que lo que hay que respetar es el orden social, y queeso no se consigue sin represión. De aquí que, en relación con el civis-mo, tanto la derecha como la izquierda tengan posiciones distintas, deri-vadas de sus diferentes puntos de partida ideológicos: el pensamiento dederechas tiende a creer que la gente se comporta, espontáneamente, deforma incívica, y que sólo con mucha vigilancia y sanciones se puedeconseguir mejorar los comportamientos colectivos. Su constante tenta-ción es el autoritarismo y la tendencia a reintroducir sanciones y formasde exclusión que garanticen el mantenimiento del orden público, encualquiera de sus vertientes, a partir de la vigilancia y el castigo. El pen-samiento de izquierdas, en cambio, lo aborda de forma diferente: hablar

de civismo supone rehacer normas coercitivas, aumentar el controlsocial, limitar algunos aspectos de la libertad individual; y eso generainmediatamente la desconfianza de la izquierda, que teme que se trate deuna forma de reintroducir el autoritarismo.En este sentido, hay dos críticas fáciles a la demanda de mayor civismo,hechas desde dos posiciones extremas: la que parte de la idea de que nose puede aceptar ninguna forma de control del comportamiento indivi-dual, porque eso supone una limitación de la libertad, y la que asumeque la ciudadanía no es capaz, por convencimiento, de mejorar su com-portamiento cívico, y no se conseguirá cambiar estos comportamientossi no es con una fuerte acción de autoridad pública. Ambas críticas sehan expresado en Barcelona durante este año en el que el Ayuntamientoha suscitado de nuevo el debate sobre el civismo. Ambas tienden a negarla posibilidad de intervenir y de cambiar, y representan, de hecho, resis-tencias a los intentos de mejorar nuestra convivencia.

BASES PARA UNA MEJORA DEL CIVISMOEs muy evidente que, frente a estas posiciones, hay que cambiar algunasideas que no corresponden en absoluto ni a las necesidades ni a las for-mas de la sociedad actual. El “derecho a la ciudad”, reconocido a todaslas personas que la habitan o quieren visitarla, tiene que ir acompañadode un “deber para con la ciudad”, es decir, de una actitud que promuevaque cada ciudadano o ciudadana asuma su parte de obligación en elmantenimiento, el respeto y la conservación del patrimonio colectivo.La intensificación del uso del territorio urbano para todos es una con-quista colectiva, pero tiene un precio: la exigencia de una mayor disci-plina ciudadana para usar este espacio sin deteriorarlo o destruirlo.Culturalmente, tenemos que seguir avanzando, porque en la actualidadnos encontramos en una situación de mayor utilización del espaciopúblico sin reconocimiento de deberes; la ciudadanía nunca ha puestoen duda que tenga que cuidar su casa, pero, en cambio, todavía no hacomprendido que el espacio público es su prolongación y necesita unaatención similar. Así pues, en un primer aspecto, hay que rehacer nues-tra cultura urbana, concienciar de que ahora las playas son nuestras, lasplazas también, y los parques y jardines, y muchos palacios de esta ciu-dad que antes estaban reservados sólo a unos cuantos; pero el que seannuestros quiere decir que dependen de nosotros, la ciudadanía, y quequien contribuye a su destrucción está estropeando nuestro paisaje

En la página anterior, personas “sin techo”durmiendo en improvisadas camas en la plazaVila de Madrid.Junto a estas líneas, estacionamiento en doblefila en una calle de Ciutat Vella.

“La transgresión ha sido valorada en la medida en que permitía destruirsistemas repetitivos o sistemas de dominación injustos. Pero cuando ladestrucción de normas se erige, a su vez, en sistema, puede constituir unaamenaza para la vida social, cuyo fundamento es el pacto sobre las normas”.

Dani Codina

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desde el punto de vista político, también se tienen que introducir deter-minados cambios. Indiscutiblemente, ni las posiciones de la izquierda nilas de la derecha permiten avanzar cuando son llevadas al extremo: nisería deseable poner a un policía detrás de cada persona, ni conseguire-mos que la convivencia mejore sin normas ni sanciones. Así pues, hayque combinar la educación de la ciudadanía, la explicación de cómo setienen que hacer las cosas, con la coerción para mejorar el nivel de civis-mo. Esto es lo que el Ayuntamiento de Barcelona está intentando llevara cabo.A mi entender, la izquierda tiene que modificar hoy en algunos aspectossu visión demasiado simplista de la libertad, y tiene que comprender quehistóricamente ha existido una doble función de las normas: la de ase-gurar un orden colectivo necesario para la vida social y la de mantenerla dominación de unos grupos determinados. Esta dominación va retro-cediendo en determinados aspectos y en determinados lugares, y laprueba es que en la actualidad Barcelona es un espacio más plural queen el pasado; pero seguimos necesitando normas que regulen nuestravida colectiva, y que limiten, en lo que sea necesario, los comportamien-tos individuales que perjudican el bien común. Así pues, las normas notienen que ser autoritarias, como en el pasado, sino que su objeto debeser el mantenimiento de lo que es de todos y la garantía de que todospuedan acceder a ello y disfrutarlo. Lo que no sucede cuando alguien,haciendo uso de derechos duramente conseguidos, destruye nuestrobienestar colectivo y se cree legitimado para hacerlo.Por tanto, para concluir, apelar al civismo, desde esta perspectiva pro-gresista y de izquierdas, es reconocer derechos y deberes ciudadanos,enfatizar la corresponsabilidad en la gestión del espacio público y velarpara que el marco normativo de referencia garantice la equidad en laconvivencia de todas las personas que viven en la ciudad.

colectivo, ganado y ordenado con tantos esfuerzos y dificultades. Y esque en muchos aspectos aún no hemos alcanzado un grado suficiente decultura democrática que ponga de manifiesto que, en la democracia,derechos y deberes son las dos caras de una misma moneda, y que la ciu-dad no es del Ayuntamiento, lo que implica que tampoco le correspon-de de forma exclusiva la responsabilidad de mantenerla.Un segundo aspecto cultural que hay que tener en cuenta en la reivindi-cación de civismo es que no estamos hablando de un tipo de actitudesde orden menor, sino todo lo contrario. Ciertamente, el civismo hacereferencia a las actitudes cotidianas, a los gestos, hábitos y costumbresque cada persona lleva a cabo de una forma continuada, y casi incons-ciente, a lo largo del día. No se trata, por tanto, de grandes hechos nigrandes principios. Pero, por eso mismo, su importancia es enorme,porque, a menudo, son las cosas pequeñas, las circunstancias que nosrodean, las que nos hacen la vida agradable, le dan sentido, y pueden serincluso las que nos sirven de puente para establecer otro tipo de relacióncon el resto de las personas.Es cierto que actitudes como la solidaridad, por ejemplo, son considera-das como de mayor trascendencia que el civismo, pero ¿se puede ser soli-dario si se es incívico? Seguramente sí, cuando el incivismo deriva deldescuido o el desconocimiento, pero resulta difícil creer que pueda sermuy solidario el que grita por las noches sin tener en cuenta que susvecinos están durmiendo o quien aparca en doble fila olvidándose deque está complicando la movilidad de los demás. Por suerte, nuestravida cívica, en Barcelona, ya no necesita héroes, ni grandes epopeyas;pero nuestro tipo de convivencia requiere más que nunca prestar aten-ción al gesto cotidiano, inmediato, a la disciplina de todos para compar-tir un espacio escaso, cargado de funciones diversas, que tiene que darrespuesta a necesidades muy diferentes y, en ocasiones, contrapuestas. Y,

El derecho a la ciudad, reconocido a todas laspersonas que la habitan o quieren visitarla,tiene que ir acompañado de un deber para conla ciudad. A la izquierda, ronda de la GuardiaUrbana en la plaza Vicenç Martorell.

Enrique Marco