Elogio a la afrigería

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179 NÓMADAS ELOGIO A LA AFRIGENÍA Jaime Arocha Rodríguez* * Ph D en antropología de Columbia University. Profesor asociado del Departamento de Antropología y director del Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Su último libro Ombligados de Ananse, está dedicado a la homenajeada por este artículo, por sus enseñanzas y persis- tencia en el trazo del puente que une a África con América.

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ELOGIO A LA AFRIGENÍA

Jaime Arocha Rodríguez*

* Ph D en antropología de Columbia University. Profesor asociado del Departamento deAntropología y director del Centro de Estudios Sociales de la Facultad de CienciasHumanas de la Universidad Nacional de Colombia. Su último libro Ombligados deAnanse, está dedicado a la homenajeada por este artículo, por sus enseñanzas y persis-tencia en el trazo del puente que une a África con América.

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Guapi, 1982. Foto Stephen Church

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El migrante desnudo

Desde comienzos del siglo XVI, hasta finales delXIX, cerca de diez millones de personas fueron secues-tradas en África por tratantes europeos1 . Dentro de lahistoria de la humanidad, constituyen el único con-glomerado de gente obligada a migrar en la desnudez.Esos hombres y mujeres dispusieron de la memoriacomo único medio para luchar por la libertad perdiday rehacer la identidad que el cautiverio les había he-cho trizas2 . Convulsionaron el paisaje americano, po-blándolo de animales que no existían en estas tierras,como los leones que veneran los mandingas de Malí olas arañas que los ashanties de Ghana llaman Ananse;nombrándolo como lo hacían los bantúes con los bos-ques húmedos del Congo; iluminándolo con centellasdel dios Changó que veneran los yorubás de Benín; oestremeciéndolo con tambores carabalíes de Nigeria.Mitos, saberes, ritos, estéticas multicolores y polirrit-mos que —no obstante la represión— hoy siguen prac-ticando los afrodescendientes en Cuba, Brasil o lasselvas húmedas del Chocó, Cauca y Nariño; en el Pa-lenque de San Basilio, cerca de Cartagena o en SanAndrés, Providencia y Santa Catalina. El antropólogomexicano Gonzalo Aguirre Beltrán, los etnólogos cu-banos Lydia Cabrera y Fernando Ortiz, el novelistaAlejo Carpentier y el poeta Nicolás Guillén, entreotros pensadores, dedicaron sus obras a elogiar laafricanía, noción de sí mismos que los afrodes-cendientes moldearon en América partiendo de lasmemorias que portaban sus antepasados. El 30 de oc-tubre de 1998, la antropóloga colombiana Nina S. deFriedemann se convirtió en argonauta del firmamen-to y se unió a ese mismo grupo de intelectuales.

Antropología heterodoxa

A Nina la conocí en Cali, en julio de 1977, conocasión del Primer Congreso de la Cultura Negra en lasAméricas. Estaba atareada colgando los collages foto-gráficos que habían hecho parte de la exhibiciónitinerante sobre la minería del oro en el litoral Pacífi-co. Se basaba en los trabajos de terreno que habíadesarrollado en el río Güelmambí, cuando era profe-sora del Departamento de Antropología de la Univer-sidad Nacional de Colombia. Allá publicó Minería,descendencia y orfebrería artesanal, litoral Pacífico colom-biano (1974) con el análisis del sistema de parentesco

que los sujetos de su investigación denominaban tron-cos y que —desde la antropología, y luego de haberconsultado con el antropólogo inglés Raymond Firth—ella llamó ramajes.

Había llevado la exhibición a varias ciudades co-lombianas para denunciar la expropiación territoriala la cual eran sometidos los mineros artesanalesafronariñenses, por parte de las multinacionales de lasdragas y los enclaves abiertos dentro de la selva. Laacción de ellas partía de que el Estado los catalogara aellos como colonos en tierras baldías, y desconocía losdominios creados por sus antepasados. Junto con lapelícula Güelmambí, un río de oro, ese documento ha-cía parte de otros que reñían con la ortodoxia porquesacaban las narrativas etnográficas de la torre de mar-fil y las desacartonaban mediante apoyos visuales ymetáforas literarias. El efecto de sus argumentos ymaneras de narrar la desposesión de los mineros-agri-cultores del Afropacífico quedaría plasmado 16 añosdespués, cuando el artículo 55 transitorio de la Cons-titución de 1991 —por primera vez en la historia co-lombiana— hizo visibles a esos pueblos, legitimó susderechos étnico-territoriales, y los habilitó para alcan-zar la titulación colectiva sobre sus territorios.

En medio del agite por terminar de arreglar lospaneles, me saludó como si nos hubiéramos conocidodesde siempre. Me contó que hacía pocos días se ha-bía encontrado con mi maestro Charles Wagley(q.e.p.d) en Gainesville donde está la Universidad deFlorida, y que él le había hablado de mí, y le habíapedido que me buscara. De ella, por mi parte, sabíapor Elías Sevilla Casas, con quien desde hacía dos añostratábamos de poner en marcha un estudio sobre lahistoria y las características del oficio antropológicoen Colombia.

A lo largo del evento siguió exponiendo su antro-pología comprometida. Por esos días, con su hermanaGloria y su cuñado Ronald Duncan, había terminadouna investigación sobre los campesinos negros de lazona plana del norte del Cauca. Los resultados del tra-bajo comenzaron a aparecer en 1976, dentro del libroque ella editó para la Biblioteca básica de Colcultura conel título Tierra, tradición y poder, así como en un docu-mental ahora clásico dentro de la antropología visual.La película Villarrica rompía con el tipo de objetivi-dad que había entronizado el paradigma del relativismo

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cultural. Acusaba a los grandes ingenios de expandir-se ahogando a los dueños de fincurrias de café y cacao.La cámara también se detenía en unas mujeres negras,llamadas iguazas, como los patos que migran desde elCanadá. Ellas aparecían haciéndole el quite a unosguachimanes que habían contratado los terratenientespara espantarlas e impedirles alzar los pocos granos desoya que dejaban las cosechadoras mecánicas.

Entre simposio y simposio me dijo que por mediode la Sociedad Antropológica de Colombia impulsa-ba la elaboración de un directorio de antropólogos.Como su proyecto y el que habíamos ideado con Se-villa Casas presentaban intereses comunes, acordamosver cómo unificaríamos las dos propuestas.

Carnaval y clientelismo

La idea quedó en borrador, hasta un mes más tar-de, cuando nos volvimos a encontrar en el albergueturístico que entonces había a orillas del lago Calima,cerca a Cali. Era otra primera vez: un grupo de filóso-fos, historiadores, sociólogos y antropólogos debatíael problema de las relaciones clientelares, ya no desdeel punto de vista de la inmoralidad política que a Car-los Lleras tanto le preocupó por esos días, sino desdeuna perspectiva histórica que mostraba sufuncionalidad en la consolidación de hegemoníasbipartidistas.

Nina estaba disgustada. Había preparado una ex-posición sobre los concursos que las fábricas de cerve-za y ron habían introducido en el Carnaval deBarranquilla. La élites de la ciudad habían conforma-do jurados para juzgar los atuendos, música y baile delas distintas comparsas. Al tratar de complacer a lospatrocinadores, éstas iban atenuando las expresionessimbólicas tradicionales que, en el caso de coreogra-fías como la de la danza de congos, se referían a viejasluchas en contra de la esclavitud. Nina presentía queel Carnaval podría pasar de ritual que recorría las ca-lles, complaciendo a los admiradores populares apos-tados en las aceras, a ser un espectáculo de tarima orecinto cerrado, donde lo pudieran apreciar y calificarlos jueces de la burguesía.

La dejaron de última. Para después de la comida,pero antes de una celebración que comenzaría con la

botella de aguardiente que los meseros habían puestoen cada mesa. Tan pronto pudo, le hizo el reclamo aNéstor Miranda Ontaneda (q.e.p.d) quien nos habíaconvocado con el apoyo de la Fundación FriedrichNeuman:

—Ni el carnaval es trivial, ni todas las mujerestrivializamos las culturas populares— le dijo a Néstor.Añadió que a estudiosos de la coyuntura política, comolos que estaban reunidos allí, no les irían mal visionesde colorido y estética que incluyeran una región másbien desdeñada en sus enfoques, y se lamentó de nohaber llevado a ese evento su película Congos, ritualguerrero en el Carnaval de Barranquilla.

Para ese entonces, ella hacía parte de la estaciónde investigaciones que el Instituto Colombiano deAntropología tenía en el Caribe continental. Desa-rrollaba trabajos en el terreno guiada por una hipóte-

Congos. La estirpe noble del Carnaval. Foto Richard Cross

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sis audaz que aparecería en cuatro libros que publicócuando ya no pertenecía al instituto que menciono:Ma Ngombe: guerreros y ganaderos en el Palenque deSan Basilio, Lengua y sociedad en el Palenque de SanBasilio (con Carlos Patiño Rosselli), Carnaval enBarranquilla y De sol a sol: génesis, transformación y pre-sencia de los negros en Colombia.

Carnaval y resistencia

Según esa hipótesis, como todo el bajo Magdale-na, Barranquilla pertenece al área cardestoléndicacaribeña. Las comparsas de toda esa región ritualizanacciones de resistencia iniciadas por los esclavizadosdurante la colonia. Parte de ellos se integró a los ca-bildos de negros que los españoles les consintieron for-mar en Cartagena a los recién desembarcados quecompartían afiliaciones étnicas y lingüísticas. Esas agru-

paciones permitían el apoyo mutuo y la curación delas heridas sufridas durante la travesía transatlántica.Sin embargo, los cautivos fueron convirtiendo sus ca-bildos en espacios de rebeldía a cuyos miembros losconvocaban mensajes clandestinos codificados en to-ques de tambor. En esas reuniones, cuyas huellascarnestoléndicas perduran hasta hoy, cantaban, baila-ban, invocaban a sus antepasados, entronizaban reyesy reinas de la fiesta, y celebraban ceremonias de susreligiones ancestrales.

Según Nina, el otro conjunto de rebeldes incluía alos negros cimarrones que formaron unidades autóno-mas como la que aún es palpable en el Palenque deSan Basilio. Sus organizaciones guerreras dejaron ras-tros en los grupos de edad antagónicos, conocidos conel nombre de cuagros, en las peleas rituales queinvolucran a hombres y mujeres, y en el idioma crio-llo que aún se habla. La gramática y buena parte delvocabulario de esta lengua provienen del kikongo delÁfrica central, y su arraigo tuvo que ver con losoperativos de insurgencia y espionaje que llevaban acabo los insumisos, en apoyo de su gesta militar. Paramitigar los efectos de esta presión incesante sobreCartagena, los españoles suscribieron con los cima-rrones de la región circundante y de los Montes deMaría un acuerdo de no agresión, el cual les garantizóuna autonomía étnico-territorial que se prolongó des-de finales del siglo XVII, hasta mediados del XVIII.Nina demostró que documentos coreográficos y mu-sicales como el de la Danza de negros del carnaval deMompox hoy, dan cuenta de la zaga cimarrona.

La misma hipótesis se refería a que los atuendos delos danzantes continuaban portando huellas deafricanía. Para entonces, había comenzado a interpre-tar el sentido de las vestimentas del carnaval, valién-dose de los escritos de Philippo Pigaffeta, un cronistaitaliano del siglo XVII quien había visitado a loskikongos del África. En esas crónicas, ella encontróque los mandatarios de ese pueblo vestían las mismasgolas y penachos de flores que, en sus danzas, los congosllevaban por las calles de Barranquilla.

Como la agigantaban las dificultades, la exposi-ción que hizo aquella noche en Calima fue altiva, ve-hemente, sin eufemismos ni concesiones. Al repasarla,encuentro que se anticipó a caracterizaciones del Ca-ribe, como la que hace Antonio Benítez Rojo alrede-

Foto de Richard Cross para el libro Ma Ngombe: Guerreros yGanaderos en Palenque de Nina S. de Friedemann y Cross 1979

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les presentamos a FES y COLCIENCIAS. Para haceresa primera aproximación sistemática al ejercicio de laantropología en Colombia, Nina formó un equipo bá-sico con Iván Zagarra y Patricia Rodríguez, pero dadoel volumen de información, lo amplió con Laurie Car-dona, Álvaro Chaves Mendoza (q.e.p.d), OrlandoJaramillo, Adela Morales y Carlos Patiño Rosselli. El 9de octubre de 1978, dentro del Primer Congreso Na-cional de Antropología que tuvo lugar en Popayán,realizamos el simposio Aproximaciones al estado actualde la antropología en Colombia. Allí, Nina leyó la ponen-cia titulada Una aproximación a la bibliografía antropológicasobre grupos negros en Colombia, con sus primerasconceptualizaciones sobre invisibilidad y estereotipia encalidad de rasgos fundamentales de la discriminaciónejercida contra los afrodescendientes en Colombia. Elpanorama desolador que presentó sobre la ausencia deafricanística y afroamericanística dentro de los progra-mas curriculares, infortunadamente, aún está por co-rregirse, no obstante los cursos e investigaciones que yadesarrollan universidades como la de los Andes,Javeriana, Nacional y del Valle.

dor de la forma como tradición e innovación cultura-les coexisten en esa región; del ejercicio de la no vio-lencia y del deleite cotidiano por la puesta en escenaque explica la prominencia del carnaval en toda esageografía. De ahí homenajes internacionales como elque le tributaron los asistentes a la Conferencia mun-dial sobre el carnaval, celebrada en Hartford,Connecticut, entre el 9 y el 13 de septiembre de 1998o galardones como los que le otorgaron la Cátedra deAfricanía de la Universidad de Alcalá y UNESCO enAbidján (Costa de Marfil), y la Fundación FernandoOrtiz en La Habana.

Hacia la bibliografía anotada

Terminadas las sesiones sobre clientelismo, pasamosa un salón amplio donde estaba la chimenea.Retomamos el hilo del proyecto sobre la antropologíaen Colombia, y como yo trabajaba en Cali, aprovechá-bamos los viajes que hacía cada mes a Bogotá para ar-mar la propuesta de investigación que al final del año

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Un año más tarde, nos congregamos en la Biblio-teca Luis Ángel Arango con ocasión del lanzamientode la Bibliografía anotada y directorio de antropólogos co-lombianos, un balance sistemático del período quehabía comenzado con la profesionalización de la an-tropología desde que fuera fundado el InstitutoEtnológico Nacional. Clasificamos cada entrada bi-bliográfica por paradigma teórico, subdisciplina, tema,grupo humano, región y período histórico enfocado.El minucioso trabajo editorial de ella permitió ofrecerreseñas de la obra de 277 antropólogos, cuyo léxicoestaba al alcance de públicos amplios. Así el volumenles podía ser de utilidad a estudiantes de bachilleratoy de los primeros años de carrera.

Crítica y estética

La ceremonia fue por lo alto. Entre quienes la pre-sidieron estaba David Mayburry-Lewis, entonces di-rector del Departamento de Antropología de la

Universidad de Harvard, y fundador de CulturalSurvival, la oenegé pionera en la salvaguardia de lospueblos étnicos de todo el mundo. Para Nina, no ha-bía otra forma de divulgar con dignidad el trabajo delos antropólogos. Le disgustaban los panfletos y losestilos panfletarios que para entonces se considera-ban los más apropiados para hacer críticas y denun-cias. De ahí su esfuerzo por lograr que la carta de laSociedad Antropológica de Colombia -Micronoticias-fuera breve, pero hermosa. El nacimiento de este ór-gano se remonta a finales del decenio de 1960, cuan-do Nina aglutinó a quienes serían los miembros deesa sociedad alrededor del análisis y denuncia de lamasacre de indígenas cuibas en el hato de La Rubie-ra, después de que un colono los hubiera invitado aun sancocho. No sólo era necesario protestar por elgenocidio, sino por el alegato de los abogados defen-sores en el sentido de que en esa región no era delitomatar indios. Micronoticias recogió la indignación deuna comunidad profesional que entonces no fue es-cuchada por el Estado. De ahí en adelante, continuó

Minería en el Güelmambí. Nariño. Fotos Ronald Duncan. 1974

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siendo un medio idóneo para protestar por las viola-ciones tanto de los derechos de los pueblos étnicos,como los de los científicos sociales, y para reforzarlos escasos nexos que existían entre los académicosdel hemisferio sur. En consecuencia, publicó variosde los manifiestos que —como la Declaración de Bar-bados— originaban el paradigma de la antropologíacrítica latinoamericana3 .

En cuanto a lo editorial, está por igualarse la tozu-dez de Nina por romper la hegemonía que la acade-mia noratlántica ejerce en la propagación del saber, ypor amplificar el efecto de la palabra escrita mediantela estética de los objetos visuales. Nunca dejó de pu-blicar en los principales periódicos del país, y en 1976creó Ediciones Zazacuabi, la serie de cuadernos sobretesoros arqueológicos muiscas, y de Tierradentro y SanAgustín, que con Álvaro Chaves Mendoza, PabloGamboa y Mauricio Puerta ilustró mediantediapositivas que anexaba al texto principal en sobres

plásticos. Tres lustros después, editó el número 1 deAmérica Negra, a la zaga de la América oculta, la revistaque le ha dado la vuelta al mundo no sólo con repro-ducciones de clásicas iconografías africanas yafroamericanas, e interpretaciones de huellas deafricanía, sino con aportes de especialistas africanos,cuyos nombres y obras -pese a su relevancia para tra-zar el puente que une a África con América- eran pococonocidos en las universidades de este continente.

En el sentido de un trabajo editorial precursor dela multimedia, de los libros ya mencionados, MaNgombe y Carnaval en Barranquilla, son clásicos. Parailustrar los ambientes exteriores, los paisajes, las rela-ciones de los palenqueros con su ganado, sus rituales ysu cementerio, Nina escogió fotografías de RichardCross, con quien hizo muchos viajes al terreno, antesde ser asesinado en Nicaragua ejerciendo su oficio enmedio de la guerra. Las atmósferas íntimas, por su par-te, fueron retratadas por ella misma. Esos registros ates-tiguan un interés particular por el detalle y por esasimultaneidad caribeña de tradición e innovación,como puede apreciarse en la foto que registra una pa-red con láminas del Sagrado Corazón, Pambelé y elmatrimonio de los dueños de casa.

Carnaval, por su parte, divulga las impresiones queel fotógrafo Nereo se formó de la alegría de los bailari-nes, el virtuosismo de sus pasos, la estética de los disfra-ces y el colorido de las máscaras de la fauna danzante.Esa belleza le hace pensar a uno que se trata del libropreciso para adornar la mesita donde tomaremos el café.Sin embargo, los textos son subversivos, debido a losregistros sobre la voluntad de recordar a África y a laresistencia de la gente negra contra la esclavización. Elestándar que establece esa publicación, en cuanto a lafotografía sobre celebraciones populares, tan sólo seríaaproximado tres lustros más tarde cuando ella terminóel libro Fiestas, con fotos de Jeremy Horner, una nuevadiscusión sobre el sentido discriminatorio de nocionescomo las de artesanía, y evidencias adicionales de lasafricanías que los elefantes bamilekes habían dejado enlas marimondas del carnaval de Barranquilla.

Los estatutos del terror

En enero de 1980, cuando la Bibliografía anotadaapareció en librerías, comenzamos a preparar un nue-

Foto de Milcíades Chaves para el libro Herederos del jaguar y laanaconda de Nina S. de Friedemann y Jaime Arocha. 1982

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vo proyecto que nos permitiera llenar algunos va-cíos que había dejado el anterior: historias de viday subjetividades, la obra de los extranjeros que tra-bajaban o habían trabajado en Colombia, y de pen-sadores cercanos a la antropología, como elhistoriador Juan Friede, el aporte de institucionesanteriores al Instituto Etnológico Nacional, comola Comisión Corográfica. Propusimos una amplia-ción de la base documental, y elaboramos instruc-ciones para recoger las biografías de colegas que

De nuevo, COLCIENCIAS y FES aprobaron lainvestigación, y de inmediato vinculamos a MiguelLobo-Guerrro y Xochitl Herrera para iniciar las bús-quedas bibliográficas, así como a Francisco Ortiz yElizabeth Reichel-Dussán quienes viajaban a Franciae Inglaterra, y podían contactar a los extranjeros quehabían trabajado en el país.

Seis meses más tarde, Carlos Valencia, quien ha-bía editado Ma Ngombe, conoció un arqueo de la in-

representaran las distintas generaciones en dondeexistieran departamentos de antropología o hubie-ra antropólogos activos, incluyendo a quienes en-señaban en Estados Unidos, como Jean Jackson;Francia, como Christian Gross, e Inglaterra, comoStephen Hugh-Jones. Esa guía incluía formación ytrayectoria académica, trabajos de terreno, presio-nes sociales y políticas en el ejercicio profesional,manejo de teorías y su aplicación, visiones sobre lasentidades dentro de las cuales se desarrollaba laactividad profesional, y estrategias para financiarproyectos de investigación, en especial de aquellosantropólogos que por esos días se iniciaban en laaventura del trabajo independiente, y hoy encabe-zan oenegés cuyo tamaño e impacto eran difícilesde imaginar a comienzos del decenio de 1980.

formación recogida en ese período, y le propuso a Ninahacer un libro cuyos protagonistas fueran los indíge-nas colombianos y quienes habían estudiado sus cul-turas. La coyuntura era apropiada en lo político y enlo personal. En su afán por controlar las acciones au-daces del Movimiento guerrillero 19 de abril, el presi-dente Julio César Turbay había desatado una olarepresiva al amparo del Estatuto de Seguridad. Por suparte, para restringir las recuperaciones de antiguosresguardos, había introducido el Estatuto Indígena. Siel primero buscaba aniquilar la disidencia política, elsegundo hacía lo propio con el disenso étnico. Sinembargo, mientras que contra el de seguridad existíauna opinión pública con eco internacional, con res-pecto a la capacidad de aniquilamiento cultural delestatuto indígena persistían invisibilidad e ignorancia.

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Por otra parte, de esa época del unanimismo políticohabía dependido el que a Nina la declararan insubsis-tente por objetar la gestión del director del InstitutoColombiano de Antropología, y en mi caso, la Fun-dación para la Educación Superior me hubiera exigi-do la renuncia por haber simpatizado con Firmes, elmovimiento político nacido para denunciar las tortu-ras que se habían hecho cotidianas en esos años.

Antiasimilacionismo

Dentro del estudio sobre la historia de la antro-pología en Colombia, Herederos del jaguar y la ana-conda fue el producto mejor elaborado. Consistió enun desafío político, estético, literario y etnográfico,ideado para seguir sacando de las torres de marfil lainformación de las decenas de entrevistas que leshabíamos hecho a antropólogos y otros científicossociales. Nina leía esos testimonios desde la perspec-tiva del manifiesto indeclinable sobre la manera comoasimilación e integración habían sido utilizadas paraacallar el disenso cultural y aplastar la diversidadétnica. Había hecho pública esa postura en el libroIndigenismo y aniquilamiento de indígenas, el cual ha-bía publicado en 1974 con Darío Fajardo y JuanFriede. También reinterpretó esos testimonios apo-yándose en el aprendizaje que había madurado ensus escritos de prensa.

Ella se responsabilizó de los capítulos sobreguahibos, wayúus, emberáes y cunas. Yo, de los de loscoguis, los tucanos, los sibundoyes, los paeces y losguambianos. Después de discusiones acaloradas, op-tamos por no recurrir al género etnográfico tradicio-nal, el cual hubiera dado origen a ocho descripcionescomparables. Cada una habría comenzado describien-do las relaciones de cada pueblo con sus respectivosentornos, hasta llegar a la adoración de los dioses, des-pués de haber pasado por las maneras de reproducir-se, trabajar, gobernar, pintar, tallar, tejer, esculpir oembellecer su paisaje. No sin dolor, abandonamos loscánones que nuestros maestros nos habían enseñadopara dar cuenta de la verdad y el conocimiento. Así,buscamos otras lecciones. Nina releyó a Rulfo, mien-tras yo seguía a la Tía Julia en televisión y en papel, yambos aprendíamos a ser humildes frente a los tacho-nes, flechas, signos de interrogación, y amonestacio-nes verbales que nos hacía Juan Fernando Esguerra, el

editor de Carlos Valencia. Como resultado de las en-señanzas de ese virtuoso del idioma escrito y de nues-tra propia paciencia, perfeccionamos la incorporaciónde giros literarios y metáforas a las narrativasetnográficas.

En esos días de junio y julio de 1981, también nosreuníamos con el señor Garibello del Ican, conMilcíades Chaves, Fernando Urbina y Carlos Eduar-do Jaramillo a revisar archivos fotográficos y a selec-cionar los retratos que acompañarían el texto. Ypasamos muchas noches en un cuarto oscuro que im-provisamos en el baño de emergencia de la casaFriedemann, hasta que por fin optamos por la sabidu-ría de Abdú Eljayek para que hiciera sus milagros conlos negativos difíciles.

Para septiembre de 1981, ya teníamos un macho-te dentro del cual Nina retrataba a la Orinoquia co-lombiana como escenario de encuentros de largoaliento entre guahibos, cuibas y otros pueblos sikuanisy aquellos caribes que durante la época colonial po-dían llegar hasta las playas del río Muco en busca deaceite de tortuga que extraían en ocasiones festivas,cuando miles de esos animales desovaban en las are-nas calientes. O entre esos mismos pueblos y unasmultinacionales del petróleo que reproducían los nexosasimétricos desarrollados antes por los conquistadoresen busca de El Dorado. Era un borrador final dentrodel cual ella se había permitido la licencia de ofrecer-le al lector la oportunidad de sonreír debido a loscubiletes de unos marineros cunas, metidos en barcosde madera tallados por sus descendientes como me-dios de simbolizar los viajes que hacen los espíritus delos antepasados hacia el cielo. Valiéndose de esa mi-tología, ofreció una estética dorada por soles rutilantesreflejados en las láminas de oro que formaban el fir-mamento cuna. También exaltaba la medicina emberáy desmitificaba su equivalente facultativo, trayendo acolación el diálogo entre el jaibaná Floresmiro Ramosy el hermano de ella, el médico y antropólogo Alfon-so Sánchez. Luego, ese capítulo se adentraba en lasprácticas terapéuticas del indígena con un respeto quelindaba en la veneración. En fin, entraban a la im-prenta testimonios acerca de la altivez del pueblowayúu, para entonces engrandecida por la lucha quelibraba para que la multinacional Exxon y el Estadocolombiano reconocieran el valor simbólico de loscementerios que serían destruidos al construir el fe-rrocarril de El Cerrejón.

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Tapar y caricaturizar

A las pocas semanas de haber vuelto a la BibliotecaLuis Ángel Arango para lanzar el libro Herederos del ja-guar y la anaconda, con Xochitl Herrera, Myriam Jimeno,Miguel Lobo-Guerrero, Néstor Miranda Ontaneda, Car-los Patiño Rosselli, Roberto Pineda Camacho y OlgaRestrepo organizamos un grupo que comenzó a reflexio-nar sobre la información que habíamos acopiado dentrode la investigación, con aportes adicionales desde las pers-pectivas del indianismo, la afroamericanística, la lingüís-tica, la Comisión Corográfica, la universidad pública yprivada, y la relación entre Estado e in-vestigación en ciencias sociales. Los re-sultados de estos encuentros nospermitieron editar el volumen Un si-glo de investigación social: antropologíaen Colombia. Fue publicado en 1984por Etno, el sello editorial al cual ledimos vida, y nuestros acreedores par-tida de defunción.

Para la publicación de ese libro,Nina ya había madurado su pensa-miento sobre el papel de invisibilidady estereotipia en el desarrollo de bue-na parte de la percepción que la aca-demia occidental había elaboradosobre la cultura e historia de losafrodescendientes. En su artículo Es-tudios de negros en la antropología co-lombiana demostró cómo la historiahabía ocultado los niveles de desarro-llo alcanzados por los estados africa-nos al inicio de la trata, y las teoríasevolucionistas de finales del siglo XIXreducían los atributos de la gente ne-gra a los poderes musculares y sexua-les. En ese escrito examinó los aportesliterarios de la élite afrocolombiana,y la manera como habían sido desde-ñados mediante los análisis simplistas del racismo a re-vés. Este marco de referencia recibiría atencióninternacional en el artículo Colombia publicado en Nolonger invisible: Afrolatinoamericans today, el libro queeditó en 1995 la oenegé inglesa Minority Rights.

Claro que ese salto también recibió el refuerzo delproyecto Etnodesarrollo de grupos negros en Colombia4 ,

la investigación que diseñamos de manera conjuntadespués de haberle puesto el punto final al trabajo so-bre la historia de la antropología en Colombia. Com-parando las notas que había acumulado Nina, con Desol a Sol: génesis, transformación y presencia de los negrosen Colombia, creo que ese proyecto fue una excusa parahacer el libro que ella atesoró en su mente por lo menosdesde 1979. Sin embargo, la idea del etnodesarrollo5

implicaba abocar situaciones que no enfrentamos conHerederos: los afrocolombianos ostentaban una riquezaparticular en sus expresiones de música, danza, poesía,arquitectura y talla de maderas. Esa riqueza había nu-

trido a una élite intelectual cuyos apor-tes no habían sido ajenos a movimientosmundiales como el de la negritud, ini-ciado por los poetas Aimé Césaire deMartinica y Léopold Sédar Sengor deSenegal. Esos logros, reconocidos por laacademia internacional, permanecíanexcluidos de la identidad nacional y enuna marcada invisibilidad. Amplifica-da por el sistema educativo, esainvisibilidad se traducía en estereotiposque les atribuían a las naciones de Áfri-ca occidental, centro-occidental y cen-tral conductas contraevidentes debarbarie y salvajismo. Esa forma de dis-criminar tenía efectos nefastos para laautoestima y la conciencia étnica de sin-número de afrodescendientes con quie-nes ella había interactuado encomunidades de ambos litorales y de lazona plana del norte del Cauca. Si a estasituación se le agregaba el mandato deblanqueamiento que había imperadodesde finales del siglo XIX, dentro delproceso de consolidación nacional, elproducto de nuestra investigación ten-dría que ser comprensible para unamayor audiencia, próxima a las comu-nidades de la base, las cuales para ese

entonces no tenían muchas organizaciones que repre-sentaran sus intereses frente al Estado.

Diálogos con los escritores

Dentro de este marco, el problema del estilo na-rrativo implicaba más aprendizaje. De ahí el acerca-

El enano “papahuevos” en elcarnaval. Foto Corporación Nacional

de Turismo

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miento a la Unión Nacional de Escritores y al trabajode novelistas, narradores de cuentos y poetas. ConArturo Alape y Jaime Mejía Duque, entre otros escri-tores, formulamos un proyecto para llevar a cabo elPrimer Encuentro Internacional de Escritores y Científi-cos Sociales. En preparación de ese evento, en julio de1982 realizamos en la Biblioteca Nacional una seriede mesas redondas, a las cuales concurrieron GermánArciniegas, Efraím Otero, Fernando Cruz Kronfly, Pe-dro Gómez Valderrama, Eutiquio Leal, Germán Espi-nosa, Orlando Fals Borda, Jaime Jaramillo Uribe yAzriel Bibliowicz. El diálogo versaba sobre la formacomo los escritores recreaban fenómenos sociales; elpapel de la investigación en las ciencias sociales, elperiodismo y la literatura; la función de la literatura ylas ciencias sociales en la afirmación cultural de loscolombianos, y el científico como creador de imáge-nes literarias. En diciembre de ese año, en la Bibliote-ca Luis Ángel Arango, retomamos esos temas ante unaaudiencia internacional que incluyó al cubano Ma-nuel Cofiño, quien —fascinado— se quedó en Co-lombia, y al uruguayo Eduardo Galeano, quien visitó

al país por primera vez, y cimentó amistades conOrlando Fals Borda y David Sánchez Juliao.

Fortalecidos por el diálogo transdisciplinar, el 18de enero de 1983 iniciamos el trabajo de terreno yen-do a Ciénaga para tomar nota de cómo era que el 20de enero el caimán salía del río y comenzaba a bailaren comparsas por las calles de la ciudad. Nos vimoscon doña Digna Cavas, la primera mujer que bailó enuna comparsa de solo hombres, y ayudó a cambiar lasfiestas del caimán; nos habló de cómo había movidoel «foyeye» frente al presidente Alfonso LópezPumarejo, usando unas imágenes del realismo mágicoque nos hicieron pensar que Gabo podía haber repeti-do las metáforas que ella inventaba. Visitamos los pue-blos de pescadores de la Ciénaga Grande, seguimos aCartagena a entrevistar a los pescadores de La Boqui-lla y pasar por el Palenque de San Basilio. Viajamos aEl Banco, donde filmamos la procesión de la virgen deLa Candelaria ataviada de joyas, y entrevistamos almaestro José Barros. De ahí a Mompox, donde cadaaño Samuel Mármol se volvía cimarrón, mientras que

Troncos y minería, Los brazos, río Güelmambí. Nariño 1974. Foto N. S. de Friedemann

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la danza de indios le pasaba por el ladito a él y a susnegros, y más al fondo se veía al poeta Cervantes dis-frazado de pilandera, dirigiendo a otros hombres conel mismo atuendo femenino. Buscamos los rastros quedejó el poeta Candelario Obeso en el colegio Pinillosy en el cementerio, y observamos a los joyeros hacien-do sus afamadas filigranas que Nina ya había descrito.Navegamos en canoa a Santa Ana, donde celebrabanun carnaval de marimondas y reinas de carrozas mo-torizadas en forma de góndola.

Al mes, mientras yo conocía a los pescadores deTumaco, mi colega seguía averiguando sobre Obeso,y se sumergía en la poesía de Jorge Artel, hasta quefue la hora de volver con ella a Tumaco, y leerles a lospescadores, en voz alta, lo que íbamos garrapateando.El primero que cabeceaba nos daba un indicio de lalongitud que debía tener el escrito. Había tanto porrecortar, que optamos por cambiar de estrategia y deentrada desarrollar relatos breves que algún día pu-dieran moldearse para responder a los requerimientosde aquellos pueblos cuyo modo de dar cuenta de larealidad consiste en décimas, arrullos, alabaos y otrasformas de oralidad. Empero, esa meta requería reali-zar un programa educativo con cartillas y materialesaudiovisuales, el cual no fue financiado porque las fun-daciones habían reemplazado la prioridad que le ha-bían dado al estudio de las culturas afroamericanaspor la de los derechos humanos. Como si lainvisibilidad no fuera una manera particular y perni-ciosa de violar esos derechos.

Cuentos sin ficción

José Luis Díazgranados les dio el nombre de cuen-tos sin ficción a esas narrativas de cinco páginas. Lascomenzamos a producir para que Juan FernandoEsguerra las editara, hasta formar el volumen que bau-tizamos De sol a sol: génesis, transformación y presenciade los negros en Colombia. Salió de las prensas de Pla-neta Editorial en 1986, y su lanzamiento tuvo lugar enBogotá, en el edificio de la Academia Colombiana dela Lengua, en cuyas paredes se habían tallado unaspalabras doradas que contradecían el sentido de la obraque presentábamos: «Un Dios, una lengua, una raza».

Con respecto a nuestro punto de partida, los ca-pítulos que Nina escribió sobre África son los más

excepcionales. Ponen al alcance de una audienciageneral información que en este país ha sido de cir-culación muy restringida o inexistente, en primerlugar, en el sentido de que era comparable con eleuropeo, el grado de la evolución de las nacionesque se formaron en el Sahel u orilla del desierto delSahara, como la de Malí; en valles y costas adyacen-tes a las desembocaduras de los ríos Senegal y Gambiacomo las de yolofos, branes, zapes y bijagos; en losvalles de los ríos Congo y Kwanza, como las de congos,ngolas y áncicos; y a las del Níger, Volta y Calabarde los lucumíes, minas y carabalíes. En segundo lu-gar, deletrean grados de diversidad culturalinimaginados, y trazan tejidos intrincados de relacio-nes con viajeros, políticos, comerciantes y religiososmusulmanes. En tercer lugar, dan cuenta del surgi-miento de nuevas formaciones étnicas, como las delos afroportugueses quienes desempeñaron papelesimportantes tanto en la trata, como en la resistenciaa la captura. En cuarto término, informan sobre losingentes esfuerzos de los europeos por invisibilizartodos los logros anteriores y dar origen a estereotiposde salvajismo y barbarie. Y por último, gracias al viajeque durante ese período hizo a Senegal, le permitióal lector asomarse a una parte de la contemporanei-dad de África occidental.

La telaraña entre África y América

El resto de ese libro reforzó el sentido fundamentalde la vida profesional de Nina: trazar el puente queune a África con América, identificando huellas deafricanía. La primera noticia de esa búsqueda data deldecenio de 1960, cuando halló las historias de Anancyen San Andrés y Providencia. También conocida comoAnanse, esa araña les da el fuego y la sabiduría a loshumanos. Nació en la mitología de los pueblos de hablaakán de Ghana y Costa de Marfil, y se le volvió aaparecer a Nina hacia 1989 en Quibdó, cuando en-trevistaba a su amigo Pío Perea. En ese entonces, re-cogía materiales para el libro Chocó: magia y leyenda,el cual escribió junto con el poeta Alfredo Vanín eilustró con fotografías de Diego Samper.

En la representación de Ananse que Nina hizo apartir de las palabras de Perea sobresalen astucia yrebeldía. El realce de estas dos cualidades permane-ció latente en mi memoria, distraído por la poesía de

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relatos suyos, como el del joven que navega en sucanoa por el río, ve de lejos a la niña de sus sueños, ycuando ella se acerca, le canta haciendo que su removibre al ritmo del agua y suene al pegarle a la canoa.Ella se emociona, y le contesta haciendo tambiénroncar su canalete, y dándole a él un si sin palabrasde la boca. Junto con ese relato, se me fue enredan-do el recuerdo de otro de los hallazgos de ella, el dela ombligada. En Criele criele son le dedicó un cuentosin ficción a esa ceremonia, cuyo fin consiste en pro-piciar el que niños y niñas desarrollen los atributospropios de ciertos animales o plantas. Para ello, lospadres esparcen polvos preparados con partecitas deesos animales o plantas sobre la herida que deja elombligo al desprenderse. Los efectos obvios de esteritual son la perpetuación de las calidades de la na-turaleza, y la fraternización con ellas. Sin embargo,cuando la ombligada se hace con una telaraña o conel saquito en el cual venían los huevos de una ananse,lo que se perpetúa es la búsqueda de la libertad, me-diante el ejercicio de la agudeza mental. La chispaque me permitió fundir en uno los dos recuerdos sur-gió cuando le buscaba un título a mi último libro.Luego, vendrían otros hallazgos: el del parentescoentre Ananse y Elegguá, la deidad que dentro delpanteón yoruba también encarna insumisión y astu-cia, y el de una cartografía de ombligadas y anansesque incluye buena parte del Caribe insular y conti-nental, el litoral Pacífico colombo-ecuatoriano,Ghana y Costa de Marfil en África.

El nuevo conocimiento de una presencia tan di-fundida hubiera sido imposible sin la obra de Nina.Por eso le dediqué a ella Ombligados de Ananse y lallamé mi maestra. Ella me dijo que esas palabras eraninmerecidas. Infortunadamente no alcanzó a verque, en este caso, no tenía razón. El llamado de aten-ción sobre las huellas akanes ha estimulado nuevasmiradas de los africanos hacia Afrocolombia. Así,el marfileño Albert Dagó Dadie escribió el ensayoAnanse, el hilo y el ombligo,y lo leyó en Bogotá enoctubre de 1999, dentro del Tercer Encuentro de laCultura Negra. Por su parte, el congoleño WilfridMiampika, se vinculó como profesor visitante de lamaestría en estudios caribeños que ofrece la sedede la Universidad Nacional de Colombia en SanAndrés. También es posible que el beninés OlabyiYai (profesor de la Universidad de la Florida,Gainesville y embajador de Benín ante la Unesco)

y el centroafricano Victorien Lavou (profesor de laUniversidad de Perpiñan, Francia) también se vin-culen con ese proyecto académico.

A Dagó lo conmovió el que personas ombligadascon Ananse estuvieran siendo desplazadas del litoralPacífico por una violencia que no logró entender.Quizás a los otros visitantes africanos les pase lo mis-mo y que —como Dagó— se vayan de este país conla convicción de mantener y estrechar lazos con losafrocolombianos. Con personas como ellos, surge laposibilidad de que se vayan creando globalizacionesdisidentes que le hagan contrapeso a las hegemónicasmegalopolitanas que, al haber sido convertidas enfenómenos locales por las máquinas digitalizadoras,amenazan como nunca la diversidad cultural.

Ya dije que a Nina de Friedemann le preocupó laausencia de los diálogos Sur-Sur, y que, para superarese vacío y estimular aún más la búsqueda de huellasde africanía, en 1990 creó la revista América Negra. Dehecho, ella falleció unas horas después de haberle dadola última revisión al número 15 de esa revista, el cualfue coeditado por el historiador cubano Alejandro dela Fuente y por el Centro de Estudios Latinoamerica-nos de la Universidad de Pittsburgh, con el propósitode dar a conocer los resultados del estudio sistemáticoque el propio De la Fuente dirigió para dilucidar el pa-norama racial de la Cuba contemporánea. Los efectosde esa publicación, como los intereses que los acadé-micos africanos visitantes han manifestado porAfrocolombia en general y el Afropacífico en particu-lar, habrían estremecido a Nina. Sería la emoción deconstatar cómo su obra contribuyó a ampliar los efec-tos del elogio a la africanía.

Citas

1 Esta cifra proviene de Encarta Africana, la enciclopedia digital deMicrosoft, y sigue siendo controvertida. En su tesis doctoral,Adriana Maya cita las últimas pesquisas de Inikori (1998) al res-pecto, quien habla de nueve millones (véase también Friedemanny Arocha 1986: 33-35).

2 El martiniqueño Eduard Glissant formó la trilogía migración for-zada, desnudez y memoria.

3 En el decenio de 1980, el nombre de esa carta pasó a ser Noticiasantropológicas, cuya publicación se suspendió durante casi todoel decenio de 1990, para reaparecer en abril de 2000 con homena-jes a los antropólogos desaparecidos en los dos últimos años,

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Hernán Henao Delgado, Virginia Gutiérrez de Pineda y Nina S.de Friedemann.

4 El Centro de Investigaciones para el Desarrollo (Canadá), y lasfundaciones para la Educación Superior (Colombia), Ford (E.U.)e Interamericana (E.U.) financiaron esa investigación.

5 Proceso mediante el cual un pueblo proyecta su futuro con baseen sus logros histórico-culturales.

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