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Universidad Nacional de Córdoba Seminario de Grado de la Carrera de Historia (2015) Profesor dictante: Dr. Álvaro M. Moreno Leoni De Alejandro Magno a Cleopatra: Introducción a la historia política del mundo Helenístico (323-30 a.C.) Raúl Francisco ¿Qué clase de orden estableció Alejandro Magno? La inesperada muerte de Alejandro (356 – 323 a.C.) en el mes de Junio del 323 a. C. significó el brusco final de todas sus ambiciosas y quizá irrealizables expectativas pero al mismo tiempo supuso también la apertura de una serie de interrogantes de difícil respuesta para quienes quedaban al cargo de sus inmensos, inestables y frágiles dominios. Prácticamente casi todo quedaba sin resolver ya que no existía la figura incuestionable de un heredero que fuera reconocido por todos ni había tampoco entre sus generales un individuo con la personalidad y la energía necesarias para imponer su criterio al resto de los generales de su estado mayor sin despertar suspicacias o levantar sospechas acerca de sus ambiciones. El grupo que conformaban los denominados diádocos, o sucesores inmediatos del conquistador, era realmente impresionante (Antígono Monoftalmo o “el tuerto”, Ptolomeo, Seleuco, Lisímaco). Destacados militares todos ellos y algunos perfectamente dotados para ejercer el poder sobre extensos territorios, como de hecho demostraron poco después aquellos a los que no se lo impidió una muerte 1

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Universidad Nacional de Córdoba

Seminario de Grado de la Carrera de Historia (2015)

Profesor dictante: Dr. Álvaro M. Moreno Leoni

De Alejandro Magno a Cleopatra: Introducción a la historia política del mundo

Helenístico (323-30 a.C.)

Raúl Francisco

¿Qué clase de orden estableció Alejandro Magno?

La inesperada muerte de Alejandro (356 – 323 a.C.) en el mes de Junio del 323 a. C. significó el brusco final de todas sus ambiciosas y quizá irrealizables expectativas pero al mismo tiempo supuso también la apertura de una serie de interrogantes de difícil respuesta para quienes quedaban al cargo de sus inmensos, inestables y frágiles dominios. Prácticamente casi todo quedaba sin resolver ya que no existía la figura incuestionable de un heredero que fuera reconocido por todos ni había tampoco entre sus generales un individuo con la personalidad y la energía necesarias para imponer su criterio al resto de los generales de su estado mayor sin despertar suspicacias o levantar sospechas acerca de sus ambiciones. El grupo que conformaban los denominados diádocos, o sucesores inmediatos del conquistador, era realmente impresionante (Antígono Monoftalmo o “el tuerto”, Ptolomeo, Seleuco, Lisímaco). Destacados militares todos ellos y algunos perfectamente dotados para ejercer el poder sobre extensos territorios, como de hecho demostraron poco después aquellos a los que no se lo impidió una muerte violenta y prematura. Cualquiera de ellos por separado habría merecido un lugar destacado dentro del escenario mediático de la historia de no haber vivido a la sombra de Alejandro.

La inmensa fragilidad del imperio legado por Alejandro se dejó sentir ya en vida del conquistador, cuando aprovechando su ausencia en la India se rebelaron muchas de las satrapías persas que parecían aparentemente consolidadas, dejando así bien patente la escasa solidez de buena parte de los dominios ya adquiridos.

La relación de Alejandro con los griegos a lo largo de su corto reinado es una cuestión compleja que no es fácil de dilucidar. A nivel institucional, Alejandro era el comandante supremo de la Liga de Corinto, un puesto que había heredado de su padre, Filipo II (382 – 336 a.C.), que había sido el fundador de la Liga. Los contingentes griegos que

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acompañaron a Alejandro en su campaña oriental marchaban, por lo tanto, en calidad de aliados aunque algunos dicen que también puede ser que su verdadera función fuera servir de rehenes que garantizasen la tranquilidad de los estados griegos.

Uno de los aspectos principales de la relación de Alejandro con los griegos es la posición de las ciudades de Asia Menor dentro del nuevo imperio. Aunque existía la Liga de Corinto no está claro que estas ciudades griegas del Asia Menor entraran a formar parte de la misma tras su liberación del dominio persa. Estas ciudades se hallaban dentro del territorio asiático que formaba parte del imperio aqueménida, por lo que, también eran sujeto de conquista. Su condición de griegos obligaba a Alejandro a adoptar una postura distinta que con el resto de las regiones conquistadas. Les restituyó su democracia, les devolvió su autonomía y abolió ciertos tributos. Sin embargo, su autonomía real quedaba supeditada por completo a la voluntad de Alejandro. La proclamación de la libertad quedaba disminuida por la presencia de una guarnición militar macedonia en la ciudad y la abolición de impuestos en realidad consistía en un cambio del sujeto recaudador. Así es que fue necesario formular nuevas relaciones jurídicas entre estas ciudades y Alejandro. Esto puede verse en una fuente como la carta de Alejandro a la ciudad de Quíos (isla griega en el Mar Egeo al frente de la costa de la Península de Anatolia, hoy Turquía) donde se aprecia la contradicción entre las afirmaciones de Alejandro en el sentido de que había “liberado” a las ciudades griegas de Asia y la realidad de la dominación macedónica puesta de manifiesto en esta carta escrita por Alejandro a los habitantes de Quíos en la que les da instrucciones acerca de la reforma del gobierno de la ciudad.

Es decir, en el lenguaje de reyes como Filipo II de Macedonia o Alejandro Magno y las ciudades, podemos decir que se mezcla un poco de coacción con la búsqueda de consenso, para no presentarlo como una orden descarnada sino demostrar que el rey tiene un poco más de poder que aquellas. Lo que en realidad le interesa a Alejandro III es el orden interno de las ciudades como parte del mantenimiento de la paz común.

A su vez, ya en campaña por Asia menor, los persas contaban con un buen general griego, Memnón, que aconsejaba dilatar la espera del combate para que los griegos se adentraran bien en el continente y tuvieran problemas de abastecimiento en unas regiones previamente devastadas. Sin embargo, los sátrapas rechazaron el plan, porque esa destrucción mermaría sus ingresos, y el retroceso de sus tropas hería su orgullo. Así fue como decidieron esperar a los griegos junto al río Granico, en Frigia, donde fueron derrotados con muy pocas pérdidas de parte de los vencedores. Alejandro tenía ahora a su merced todo el occidente de Asia Menor, es decir, las zonas colonizadas por los griegos, de las que hizo una ocupación cuidada y minuciosa. Las ciudades tenían que recibir bien el librarse del tributo de los persas y el poder recuperar sus leyes y su autonomía, pero Alejandro debía infundirles la suficiente confianza para que no se debilitara su moral y

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para que el miedo no les hiciera colaborar con los persas en cualquier maniobra contra él una vez que se hubiera adentrado en el continente.

Luego de derrotar en el 333 a.C. a Darío en Issos (Cilicia), este huye. Alejandro Magno, que decidió en el 334 a.C. despedir a su flota, se lanza a la conquista de las costas del Asia Menor. Se enfrenta, durante largos meses (332 a.C.) a la resistencia de Tiro en Fenicia, privándole a la flota persa que seguía operando en el Mediterráneo de cualquier tipo de contacto con sus tropas en tierra. Luego Alejandro Magno se apodera de Egipto, después retrocede sobre sus pasos hasta Tiro, desde donde marcha hacia el Éufrates y el Tigris. Darío prepara sus ejércitos. Alejandro Magno abandona Egipto el año 331 a.C. después de haber organizado su administración. Desde este momento, la ambición de Alejandro Magno es vencer a Darío y hacerse con su persona. Consigue realizar la primera parte del programa en la ciudad de Gaugamela (331 a.C.) pero no logra apresar al aqueménida. Luego Darío es muerto por uno de sus generales: Bessos.

Tras la muerte de Darío, Alejandro organiza sus funerales porque quiere engarzarse dentro de la legitimidad política del Reino Aqueménida. Él trata de mostrarse frente a la aristocracia persa como un digno sucesor de Darío, es decir, trata de cooptar a la elite persa luego de la usurpación territorial del imperio de Darío III. Ahora bien, para lograr este dominio más seguro, Alejandro tuvo que superar dos límites: uno, su propia incapacidad para superar la hostilidad macedonia para con la idea de una clase macedonia persa, es decir, esa idea de incorporar a los persas a su ejército o a través de políticas matrimoniales entre miembros de la aristocracia persa y la macedonia. Por otro lado, Alejandro también fue incapaz de organizar su sucesión, aunque es cierto que su muerte a los 33 años fue relativamente inesperada. Sin embargo a su muerte, no había un sucesor legitimo dinástico, por lo que podemos decir que Alejandro no establece un orden de tipo duradero; es claro que este era un imperio conquistado en el cual se habían fagocitado ciertas estructuras administrativas persas, pero no podía dejar de ser una situación temporal; todavía tenía que darle una base más orgánica a los territorios conquistados. El tema es que no tuvo tiempo. Por lo tanto el imperio se va derrumbar en poco tiempo debido a lo anterior.

Shipley nos dice que el reinado de Alejandro en muchos sentidos parecía anunciar la situación del mundo griego después de su muerte. Su relación con las ciudades griegas, una mezcla de deferencia aparente con sus tradiciones con una autocracia apenas velada, se parece a lo que vemos bajo los diadocos. Fundó nuevas ciudades como hicieron aquéllos. Acompañando sus expediciones llevó a historiadores y otros intelectuales, prefigurando el mecenazgo de la alta cultura de los reyes que buscaban realzar su reputación. Quizá lo más espectacular fue que desarrolló un nuevo estilo de realeza macedónica, sin duda en parte inconscientemente, pero en muchos aspectos de modo

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deliberado, que marcó las pautas que los reyes posteriores imitarían. Las estatuas de Alejandro que idealizaban su belleza, su carisma personal que inspiró devoción en el ejército y su propia creencia en que descendía de los dioses contribuyeron a crear un nuevo código religioso. Era el modelo frente al que los reyes posteriores se medían y, de paso, se convirtió para siempre en un héroe tradicional en el Oriente Próximo y en el Mediterráneo. Sin embargo, el singular logro de Alejandro creó problemas para aquellos que vinieron después. Es posible que se hubiera inclinado más por el Oriente que sus oficiales, y parece que soñaba con una clase dirigente macedonia-persa unida.

De acuerdo a Pomeroy y otros, desde la Antigüedad, los estudiosos no han logrado ponerse de acuerdo sobre cuáles eran los planes de futuro que tenía Alejandro para su imperio. A lo largo de su reinado puede apreciarse una clara tendencia a establecer una autocracia cada vez más fuerte, cuyo punto culminante podría verse en actos tales como la publicación de los edictos que ordenaban el regreso de los desterrados (Decreto de retorno de los exiliados 324 a.C.) y su propia divinización. Respecto del Decreto de los desterrados, Briant se pregunta si en este caso ¿Debemos concluir que Alejandro Magno actuó de manera irresponsable y que él mismo contribuyó a hundir a Grecia en la revuelta antimacedónica? O, por el contrario, ¿no actuó en este asunto como un gobernador lúcido? Incluso si dicho asunto suscitó la oposición de Atenas, la medida era esperada por gran número de griegos, y tenía por objetivo, asimismo, solucionar una situación a la que las propias ciudades eran incapaces de poner fin.

Volviendo a Pomeroy y otros, ellos nos dicen que no existen testimonios claros que revelen qué forma pensaba Alejandro que debía adoptar finalmente esa autocracia o qué papeles esperaba que desempeñaran en ella los distintos pueblos de su imperio. Ello se debe, naturalmente, en parte a que el propio Alejandro no pensaba morir tan pronto. Pero existe un motivo más profundo. Se cuenta que cuando se enteró de que Alejandro no sabía qué hacer el resto de su vida porque ya había realizado la mayor parte de sus conquistas a los 32 años, el emperador romano Augusto se preguntó sorprendido cómo no se le había ocurrido que el hecho de gobernar su imperio constituía un reto mayor que el de conquistarlo. No es de extrañar que entre sus papeles se encontraran sólo proyectos de monumentos grandiosos y campañas futuras, no planes de gobierno para su imperio.

Cuando murió, Alejandro dejaba una obra grandiosa, pero también frágil. El enorme imperio se componía de grandes regiones con una larga tradición de independencia, pero que no tenían medios para sacudirse el dominio, porque la administración central y local contaba con un armamento poderoso; pero ¿podría el sucesor de Alejandro conservar la unidad de ese conjunto donde ya se habían manifestado atisbos de insurrección? Si de verdad se hubiera producido, la fusión de culturas con la que parece haber soñado Alejandro, habría resuelto el problema, pero era muy poco el tiempo transcurrido para

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que esa fusión fuera algo más que un hecho superficial, y ni siquiera debía Alejandro de haberla planeado en todos sus aspectos. La temprana muerte del soberano reveló muy pronto la inviabilidad de la unidad política, pero también que el gran número de macedonios y griegos presentes de un modo u otro en Oriente y el primer diseño de la política imperial fueron un germen suficiente para que en las generaciones sucesivas se produjera la helenización de esas regiones y la influencia sobre Grecia de su propia empresa aculturizante.

Bibliografía:

- Shipley, G., El mundo griego después de Alejandro (323-30 a.C.), Crítica, Barcelona, 2001 (2000)

- Briant, P., Alejandro Magno, Biblioteca Nueva, Madrid, 2012.- Pomeroy, S., Burnstein, S., Donlan, W. y Tolbert, J., La Antigua Grecia. Historia

Política, Social y Cultural, Crítica, Barcelona, 2011 (2002).- Domínguez Monedero, A., Alejandro Magno Rey de Macedonia y de Asia, Sílex®

ediciones S.L., Madrid, 2013- Gómez Espelosín, F., La Leyenda de Alejandro: Mito, Historiografía y Propaganda,

Universidad de Alcalá, 2007- López Melero, R., Filipo, Alejandro y el mundo helenístico, Arco Libros, S. L.,

Madrid, 1997

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