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FELIX DE URGEL, ISOMORFISMO DE PRISCILIANO Luis Racionero Grau L a presencia de Félix de Urgel en este simposio dedicado a Prisciliano tiene · una justificación estructuralista: Fé- lix es un isomorfismo de Prisciliano cuatro siglos más tarde; el caso del catalán y el del gallego son pristinamente semejantes, como dos gotas de agua, una del Finisterre la otra del Piri- neo; en ambas historias íberos, francos y romanos bisan una misma representación. Hay otro motivo de tipo personal que explicaré adoptando la terminología celosa o celada de C. J. C.: consiste en ser Félix paisano amigo, colega y correligionario mío. Yo no si Prisciliano era gallego sin ejercer o ejerciendo, o si nació cerca del pueblo de C. J. C.; de Félix sabemos que fue obispo de Seo de Urgel, ciudad en la que me honra haber nacido. De ahí mi interés por el per- sonaje, heresiarca notorio porque le alzó la voz a Carlomagno, discutió seis días con Alcuino y de- sató las iras del Beato Liébana. Junto con Arnáu de Castellbló, abuelo de Es- clarmonda de Foix, cátaro notable cuyos restos fueron quemados por San Pedro de la Cadireta, el gran inquisidor catalán del siglo XIII, que fue muerto a pedradas por los cátaros que no gustaron de ver quemar cadáveres; decía que Félix forma, junto con Arnáu, el binomio de los heterodoxos urgelenses, cifra considerable para una ciudad de 10 .000 habitantes, en su mayoría carlistas, y donde, según Pérez Galdós, se realizaban el siglo pasado procesiones en las cuales los militares ele- vaban cruces y los curas pistolones. La figura de Félix, por su similitud estructural con Prisciliano arroja nueva luz sobre éste, en especial respecto a la dinámica de fuerzas cultura- les, sociales y políticas que forman el contexto de ambos episodios. Sobre Félix han escrito don Marcelino Menéndez Pelayo, Luis Nicolás d'Ol- wer y Raimón d'Ab_adal suficientemente para que yo no me extienda en detalles y por lo mismo me Luis Racionero Grau 63 centraré en el contexto político y cultural del epi- sodio, que para es mucho más relevante que la cuestión doctrinal, como de costumbre, mera ta- padera de asuntos políticos y áreas de poder. El triángulo España, Francia, Roma, o si se quiere, porque entonces ni España ni Francia existían, pace a don Claudia Sánchez, íberos, francos y romanos, había en el caso de Prisciliano y repitió su trágica dinámica en el caso de Félix: Roma y Francia se apoyan para eliminar el espíritu autóctono ibérico. Dos episodios calca- dos que proveen un caso empírico perfecto en apoyo de la teoría estructuralista, aplicada en este caso a la historia y a herejía. Señalaré brevemente lo que quiero decir al ha- blar de estructuralismo: desde 1900 aparece en la Física un nuevo paradigma, forzado por la mecá- nica cuántica y la teoría de la relatividad, que consiste en una nueva visión de la materia, ya no como sustancia sólida sino como complejo entre- lazado de conexiones; lo que llamamos partículas se revelan a la sagacidad de Plank y Einstein como interconexiones en una malla de sucesos; no hechos de material, sino de energía, átomos de actividad que construyen estructuras con aparien- cia de solidez pero, en realidad, impalpables vi- braciones de un océano de energía que no desem- boca y todo lo penetra. Esta visión del mundo donde la sustancia aristo- télica es puramente ilusoria, donde la realidad es impalpable y vacía, ocupada efímeramente por oleadas entrelazadas de energía, es un nuevo pa- radigma científico sistemático, holístico, ecológico y estructuralista, porque se basa en la interdepen- dencia dinámica de los fenómenos. El paradigma cartesiano se fijaba en las partes, el nuevo para- digma en las interrelaciones, es decir, en las es- tructuras. ¿Por qué es tan importante la estructura para la ciencia moderna? Se ha comprobado que un ser

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FELIX DE URGEL, ISOMORFISMO DE PRISCILIANO

Luis Racionero Grau

L a presencia de Félix de Urgel en este simposio dedicado a Prisciliano tiene · una justificación estructuralista: Fé­lix es un isomorfismo de Prisciliano

cuatro siglos más tarde; el caso del catalán y el del gallego son pristinamente semejantes, como dos gotas de agua, una del Finisterre la otra del Piri­neo; en ambas historias íberos, francos y romanos bisan una misma representación.

Hay otro motivo de tipo personal que explicaré adoptando la terminología celosa o celada de C. J. C. : consiste en ser Félix paisano amigo, colega y correligionario mío. Yo no sé si Prisciliano era gallego sin ejercer o ejerciendo, o si nació cerca del pueblo de C. J. C.; de Félix sabemos que fue obispo de Seo de Urgel, ciudad en la que me honra haber nacido. De ahí mi interés por el per­sonaje, heresiarca notorio porque le alzó la voz a Carlomagno, discutió seis días con Alcuino y de­sató las iras del Beato Liébana.

Junto con Arnáu de Castellbló, abuelo de Es­clarmonda de Foix, cátaro notable cuyos restos fueron quemados por San Pedro de la Cadireta, el gran inquisidor catalán del siglo XIII, que fue muerto a pedradas por los cátaros que no gustaron de ver quemar cadáveres; decía que Félix forma, junto con Arnáu, el binomio de los heterodoxos urgelenses, cifra considerable para una ciudad de 10.000 habitantes, en su mayoría carlistas, y donde, según Pérez Galdós, se realizaban el siglo pasado procesiones en las cuales los militares ele­vaban cruces y los curas pistolones.

La figura de Félix, por su similitud estructural con Prisciliano arroja nueva luz sobre éste, en especial respecto a la dinámica de fuerzas cultura­les, sociales y políticas que forman el contexto de ambos episodios. Sobre Félix han escrito don Marcelino Menéndez Pelayo, Luis Nicolás d'Ol­wer y Raimón d'Ab_adal suficientemente para que yo no me extienda en detalles y por lo mismo me

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centraré en el contexto político y cultural del epi­sodio, que para mí es mucho más relevante que la cuestión doctrinal, como de costumbre, mera ta­padera de asuntos políticos y áreas de poder.

El triángulo España, Francia, Roma, o si se quiere, porque entonces ni España ni Francia existían, pace a don Claudia Sánchez, íberos , francos y romanos, había funcio~ado en el caso de Prisciliano y repitió su trágica dinámica en el caso de Félix: Roma y Francia se apoyan para eliminar el espíritu autóctono ibérico. Dos episodios calca­dos que proveen un caso empírico perfecto en apoyo de la teoría estructuralista, aplicada en este caso a la historia y a herejía.

Señalaré brevemente lo que quiero decir al ha­blar de estructuralismo: desde 1900 aparece en la Física un nuevo paradigma, forzado por la mecá­nica cuántica y la teoría de la relatividad, que consiste en una nueva visión de la materia, ya no como sustancia sólida sino como complejo entre­lazado de conexiones; lo que llamamos partículas se revelan a la sagacidad de Plank y Einstein como interconexiones en una malla de sucesos; no hechos de material, sino de energía, átomos de actividad que construyen estructuras con aparien­cia de solidez pero, en realidad, impalpables vi­braciones de un océano de energía que no desem­boca y todo lo penetra.

Esta visión del mundo donde la sustancia aristo­télica es puramente ilusoria, donde la realidad es impalpable y vacía, ocupada efímeramente por oleadas entrelazadas de energía, es un nuevo pa­radigma científico sistemático, holístico, ecológico y estructuralista, porque se basa en la interdepen­dencia dinámica de los fenómenos. El paradigma cartesiano se fijaba en las partes, el nuevo para­digma en las interrelaciones, es decir, en las es­tructuras .

¿Por qué es tan importante la estructura para la ciencia moderna? Se ha comprobado que un ser

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vivo cambia las células del cuerpo sin cambiar la forma de éste; por ejemplo, cada siete años las células del labio de la amada no son, como temía Hafiz, polvo en el camino que pisamos, sino rege­neradas «in situ»; hay un cambio de elementos en una permanencia de estructura.

Estructura son las posiciones relativas de los elementos dentro de un conjunto; cambian los elementos pero se mantienen sus posiciones rela­tivas . Para el estructuralismo lo primordial son éstas relaciones posicionales , no los elementos que las ocupan, que pueden cambiar y cambian, siendo sustituidas, sin que suceda nada, porque la estructura no se altera.

En el caso que nos ocupa la estructura de rela­ciones de poder es la misma, cambian los elemen­tos: Prisciliano es Félix, Máximo es Carlomagno, Dámaso es León III, Itacio es Alcuino, Tréveris es Aachen, Galicia es el Pirineo y Roma, ¡alás!, es Roma: la única constante en este trágico juego. La estructura de poder es la misma: Roma usa el brazo del N arte para reducir el autoctonismo ibé" rico.

En Teoría General de Sistemas se denomina isomorfismo la igualdad de estructuras en dos fe­nómenos distintos, dispares, pertenecientes in­cluso a ámbitos de experiencia diversos , como biología y economía, literatura o mitología, antro­pología y lingüística. Levi Strauss ilustró isomor­fismos de este tipo demostrando la similitud entre las leyes de parentesco de las sociedades primiti­vas y las leyes semánticas postuladas por Román Jakobson. La búsqueda de isomorfismos d un intento para unificar las ciencias, alcanzando un lenguaje común a todas ellas que formalice rela­ciones estructurales, dejando que cada ciencia particular llene esos andamios isomorfos con los elementos propios de cada una: células, pesetas, ciudadanos, átomos, .Palabras, heréticos.

¿Qué estructura revela el isomorfismo Félix­Prisciliano? Un trágico triángulo entre papa, em­perador, y autoctonista hispano, o, dicho en tér­minos más abstractos , un poder imperialista, una ideología uniformizante y un autonomismo local: es una de las estructuras más repetidas de la histo­ria. Los bárbaros del N arte francos conquistan Occitania amparados por Roma, que define su agresión como cruzada contra los cátaros, los cas­tellanos conquistan Andalucía con el pretexto de erradicar la religión musulmana; incluso el fran­quismo define la guerra civil como cruzada. El triángulo poder imperial -ideología universal- cul­tura local, repite su dinámica hasta convertirse en un arquetipo cuyo primer héroe, en el caso Euro­peo, es Prisciliano. USA -capitalismo-, Santo Do­mingo o URSS -marxismo-, Afganistán serían otros tantos isomorfismos que añadir a la estruc­tura que estamos describiendo, estructura, por tanto, vidriosa y cargada de futuro que, en el caso de Félix, se configuró de la siguiente manera.

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Si bien la pretendida invasión sarracena, y digo pretendida porque cada día es menos clara una invasión y más claro el pretexto inventado por los vencedores para justificar su expolio de Andalu­cía, la pretendida invasión árabe, que fue en reali­dad una adopción del Islam por los «españoles», única cultura disponible en la época, fue benigna en Septinamía, es decir, lo que luego será Occita­nia, donde los pretendidos musulmanes no destru­yen nada, lo cual es coherente con la hipótesis de que no hubo invasión sino conversión al islam de los propios septimanos; consta en cambio que los bárbaros del Norte, es decir, los francos, capita­neados por Carlos Martel, destrozan Septinomía en un preludio de lo que sería el ataque de Simón de Monfort cinco siglos más tarde.

En el 737 Carlos Marte! ordena, cosa curiosa, la destrucción de las iglesias en Arlen, Beziers , Montpellier y N arbona en venganza contra los indígenas por su lealtad a los mulsumanes. La idea, por tanto, de moros contra cristianos es una simplificación; creo que los sucesos parecen más comprensibles considerando que Europa era, en aquel momento, un territorio bárbaro , sin cultura y que los ribereños del Mediterráneo se volvieron al único foco cultural disponible en aquel mo­mento: el islam, y se islamizaron, del mismo modo que ahora vamos a Estados U nidos para estudiar economía o física nuclear y estamos americaniza­dos sin que nos hayan invadido los «marines».

En el siglo VIII el Mediterráneo recompone su unidad perdida a causa de las invasiones bárbaras y logra, a base del Islam, educado en Siria, recibir la cultura del mundo antiguo -griega en filosofía, hindú en matemáticas, caldea en astronomía-, para difundirla en Europa y crear la cultura Occidental. No son los árabes, como pretende Pirenne, quie­nes rompen la unidad del Mediterráneo sino quie­nes la recomponen; y es en cambio el bárbaro del Norte, Carlos Marte!, los francos, Carlomagno, quienes la rompen. El pretendido renacimiento ca­rolingio es una insostenible hipótesis característi­camente francesa: Alcuino y otros oriundos ficha­dos entre celtas y mediterráneos no implicaban un nivel cultural en la tribu franca; lo que' sí lo indica es lo que cinco siglos más tarde Simón de Morfort y los suyos hicieron en Septimanía devenida Occi­tanía.

El problema surge cuando el papa, desampa­rado por el basileus bizantino decide recabar la maza franca para proteger sus destinos: corona emperador por sorpresa a Carlomán en el 800 y lo convierte en guardaespaldas de la Santa Sede. Este es el marco político y cultural en que aparece el episodio adopcionista.

Toledo, Liébana, Seo de Urge! son el triángulo de la disputa adopcionista ibérica. Carlomagno quería incorporar a su imperio franco la Hispania mozá­rabe, como ya había conquistado la Germanía e Italia. En 778 recibe el palo de Roncesvalles y es

Prisciliano

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obligado a retirarse sin conquistar nada; inicia una tentativa de captación de la iglesia española o , si se quiere, mozárabe: su obispo Wilcario manda a Egila como legado, apoyado por el papa Adriano, a integrar la iglesia española en cánones francos. Egila se alía con el hereje Migecio, que es conde­nado por Elipando, primado de Toledo, en el con­cilio de Sevilla de 784.

Elipando hace aprobar una profesión de fe que, entre otras cosas, dice:

«Aquel que fue hombre entre nosotros está unido en una sola persona con el verbo. Pero no es por aquel nacido de la Virgen que fue creado en el Universo, sino por aquel que es hijo, no por adopción, sino por condición, no por gracia, sino por naturaleza. Y es por aquel que es a la vez hijo del hombre e hijo de Dios, hijo adoptivo por la humanidad, hijo no adoptivo por la divinidad, que el mundo fue redimido.»

Esta declaración suscita una vivísima e intri­gante reacción en un singular personaje, cenobita en los montes cántabros de Liébana, que estaba flipando con el Apocalipsis como un Dalí «avant la lettre». Beato Liébana había escrito en 776 unos comentarios al libro del Apocalipsis de San Juan, ilustrados con dibujos de un surrealismo delirante: sus comentarios al texto, ya de por sí bastante colgado de San Juan, no desmerecen del resto. Pues bien, este surrealista cántabro se lanza con­tra Elipando mandándole una carta en la que tiene la impertinencia de indicarle que la profesión de fe de Sevilla en lo relativo a la adopción de Cristo­Hombre era herética. Elipando se enfurece, enca­brita y replica:

«Quien no confiese que J. C. es adoptivo en la humanidad y no lo es en la divinidad, es hereje y debe ser exterminado -y añade, refi­riéndose al Beato y sus seguidores-. No me consultan, sino que pretenden aleccionarme porque son secuaces del Anticristo. -¿Puya al de Liébana por su libro? Además -prosigue indignado el primado-, ¿dónde se ha visto que los montañeses de Liébana adoctrinen a los toledanos?

Beatus replica, y aquí me atengo a textos exis­tentes:

-«¡Falso profeta, lobo rapaz, hereje nesto-riano!»

Elipando contesta: - «¡Crápula del vino!» Y Beato: -Cojón del Anticristo!» Aquí es donde interviene Félix. Elipando le es­

cribe para recabar su opinión y Félix se declara partidario de Toledo, empuña el estandarte adop­cionista y se lanza a la lucha con tal brío y presti­gio, que en Europa· el adopcionismo se denominó

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herejía feliciana. Muchos obispos de Cataluña y Setinamía se adhieren; Carlomagno, preocupado, reacciona y alinea su oriundo Acuino; éste toma cartas en el asunto y, con fineza céltica o tacto inglés, escribe amabilísimo a Félix ofreciéndole y recabando su amistad, aludiendo a su alta piedad de todos conocida y encomendándose a sus ora­ciones. Félix no contesta y se lanza a escribir sus libros capitales sobre el adopcionismo. Alcuino escribe también a Elipando igualmente concilia­dor, pero no cuela; en una carta a Félix, Elipando le comenta:

«He contestado a este hereje y tenebroso Al­cuino ... ... me estoy haciendo viejo , el 25 de Julio cumplí 82.»

Lo que Elipando contestó decía, entre otras co­sas:

«Al reverendísimo hermano, el diácono Al­cuino, no Ministro de Cristo, sino fétido dis­cípulo del, por antífrasi, beato, nuevo Arria, eterna salud si se convierte y si no lo hace eterna condenación: tu lenguaje es exterior­mente muy dulce y suave, pero por dentro lleva la amargura de la hiel. Félix, a quien tú persigues por montes y cuevas y en los es­condites de las cavernas ... »

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Aquí se alude al drama de Félix: Carlomagno inicia su persecución en el 792; convoca concilio en Ratisbona, a donde Félix «es conducido» y éste abjura; por orden de Carlomagno, Félix es enviado a Roma, a disposición del papa Adriano; éste le obliga a escribir un libro contra el adopcio­nismo, y, sobre el altar de Laterán y sobre la tumba de San Pedro, con el dichoso libro, Félix jura mantenerlo y no decir nunca más que J. C. es adoptivo. Podemos imaginar el trágala que esto puede suponer para un escritor; es como si se obligara a jurar a Azancot sobre el Gargoris y Habidis. El papa y el rey se consideran satisfe­chos y dejan a Félix volver a su diócesis; éste, según dicen los Anales Reales francos, se fue a la Seo de Urgel y no se quedó allí, sino que se adentró en Hispania, seguramente a tomarse unas vacaciones en Córdoba.

En el 794 Carlomagno convoca un concilio en Frankfurt y en 798 en Roma, donde el papa León III anatemiza el adopcionismo. Por fin en 799 Car­lomagno convoca concilio en su palacio ( «whate­ver that means») de Aachen y logra atraer a Félix de grado o por fuerza. Tras seis días de disputa con Alcuino, abjura y es llevado prisionero a Lyon, bajo la custodia de otro catalán, Agobardo, quien al morir Félix encuentra una epístola de éste «in carcere et vínculis» donde recae en sus viejos y queridos eiTores adopcionistas . Cómo serían és­tos que Claudia, también catalán y discípulo prin­cipal de Félix, al hacerse, no sabemos cómo,

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obispo ,de Turín, suprime las imágenes en todas las iglesias de su diócesis , combate el culto a la cruz, prohíbe las reliquias y suprime las peregri­naciones. A Claudio ha de condenarle un concilio en París en 825 declarándole peor que su maestro Félix y cola de la serpiente que silba contra la unidad de la Iglesia, la cual pide al Emperador que la proteja.

Aquí está el tema central de este episodio, que no es otra cosa que un caso de «separatismo his­pano» frente a la iglesia universal representada por el papa de Roma y frente a la Europa Occi­dental encarnada en Carlomagno. Separatismo dentro del separatismo, en el caso de Liébana y federalismo dentro del separatismo en el caso de Félix. Me explicaré. Por un lado, la iglesia mozá­rabe, encarnada en el primado de Toledo, ha per­dido la Septimanía a la Iglesia franca y corre el peligro de perder Cataluña y Cantabria; Elipando resiste a Carlomagno y Alcuino, afirmando la au­toridad de Toledo incluso ante la misma Roma. En esto sigue la actitud de San Julián, arzobispo de Toledo, que ya en el 688 había escrito:

«Si después de lo dicho, conforme al dogma de los padres aún no se dan por satisfechos (en Roma), no hay por qué discutirlo más, siguiendo con paso firme el camino indicado por nuestros antepasados, nuestra respuesta será juzgada con juicio divino como sublime por los amantes de la verdad, incluso si los émulos ignorantes nos acusan de indóciles.»

El adopcionismo es, por lo demás, un conceJto tradicional y aceptado de la iglesia visigótica his­pana, como se aprecia en los textos litúrgicos pu­blicados por los monjes de Silos y el doctor Vives. La liturgia toledana usaba las expresiones «adop­tivos horno» y «adoptata caro», con lo que Eli­pando no inventaba esta terminología que, antes de él, no era considerada herética. Sí lo fue, en cambio, cuando Carlomagno inició la penetración de la iglesia franca en la Septimanía, Cataluña y Cantabria.

Cantabria reacciona, por el Beato, coincidiendo con Carlomagno, no sabemos por qué; suponemos que más por autonomismo astur frente a Toledo

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que por afrancesamiento. Cataluña reacciona, por Félix, poniéndose al lado de Toledo, contra el francés, que intentaba ocuparla. El mito de la liberación de Cataluña por los francos frente a los musulmanes se prueba falso en este caso, pues los del Pirineo resisten a Carlomagno y prefieren a Toledo, como si ya estuviesen bien con la mayor tolerancia demostrada por los musulmanes. Re­cordemos que fueron los francos en el 737 y no los árabes quienes arrasaron la Septimanía. Mientras los enviados del reino astur comparecían en Tou­louse el 799 para firmar una alianza con Cario­magno , Félix era depuesto de su sede y Elipando envejecía en Toledo aguantando el tipo; la historia d_e Prisciliano se repetía en ~élix, quemo- ®~ na encarcelado en Lyon mientras Cario- · magno era coronado emperador por , Roma.

BIBLIOGRAFIA

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Prisciliano